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Instituto(de(Ciencias(Sociales(y(Humanidades A l f o n s o ( V é l e z ( P l i e g o V E I N T E ( A Ñ O S 1 NECROPOLÍTICA, VIOLENCIA Y EXCEPCIÓN EN AMÉRICA LATINA Antonio Fuentes Díaz (Editor) necropolítica, violencia y excepción en américa latina2 BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA ENRIqUE AgüERA IBáñEz Rector JOSÉ ALfONSO ESPARzA ORTIz Secretario general AgUSTíN gRAJALES PORRAS Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” Noé Blancas Corrección y formación Julio Broca Portada Primera edición, 2012 D.R. © Antonio fuentes Díaz D.R. © Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Av. Juan de Palafox y Mendoza 208, Centro Histórico C.P. 72000, Puebla, Pue. Tel. 229 55 00, ext. 3131 ISBN: Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico 3 ÍNDICE Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5 Necropolítica: Los aportes de Mbembe para entender la violencia contemporánea Andrea Ivanna Gigena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Necropolítica y Excepción. Apuntes sobre violencia, gobierno y subjetividad en México y Centroamérica Antonio Fuentes Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 M. Foucault: Biopolítica, Tanatopolítica y Racismo desde el concepto de gobierno Myrna Edith Bilder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 La politización de la violencia Natatxa Carreras Sendra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 El reconocimiento cruel como técnica de subjetividad Mónica Zuleta Pardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 Biopolítica y vida. Lectura en clave de Colonialidad/Des-colonialidad Pablo Farneda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 Autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 necropolítica, violencia y excepción en américa latina4 5 INTRODUCCIÓN El presente libro surgió de una triple coincidencia de los autores en el I Coloquio Internacional de Biopolítica organizado por la unipe en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en septiembre de 2011. La primera coincidencia fue encontrarnos identiicados en una crítica a la categoría de biopolítica y al intento de hacerla dialogar con otras perspectivas, sobre todo, procedentes de la teoría poscolo- nial y de la ilosofía política contemporánea, para tratar de entender lo que acontecía en Latinoamérica desde la particularidad de nues- tros propios intereses académicos. La segunda coincidencia fue la preocupación por entender los fenómenos de violencia en la región a partir de una serie de plan- teamientos que inicialmente superaban o proponían una lectura alternativa a los estudios sobre el disciplinamiento y el control pobla- cional, que la tradición foucaulteana había elaborado para explicar la formación de subjetividades y la instrumentalización del estado moderno, y desde luego, superar la explicación en los términos co- munes de la criminología y las teorías liberal-funcionalistas sobre la desviación. Una tercera coincidencia fue el haber dialogado, para la ela- boración de nuestra caja de herramientas conceptuales, con dos planteamientos fundamentales para el entendimiento de la guber- namentalidad actual. Por un lado, con aquellas discusiones que han enfatizado procesos de larga duración en la conformación del go- bierno de las poblaciones y su vinculación con el régimen de acu- mulación; y por otro, con las perspectivas críticas al canon de la soberanía, que han indagado sobre el establecimiento de estados de excepción en las democracias representativas contemporáneas, como forma normalizada de gestión. necropolítica, violencia y excepción en américa latina6 Es así que en el presente libro las propuestas de abordaje sobre la violencia y el gobierno en la región se enfocan en las prácticas y contenciones que se sustentan más en la administración de la muer- te que en la maximización de la vida al interior del topos político actual. En este sentido, los presentes trabajos establecen un diálo- go principalmente con los aportes de Achille Mbembe y Giorgio Agamben, referidos a la producción política de la muerte. Los artículos reunidos en este libro plantean, desde diferentes perspectivas, la relación entre el gobierno, la violencia y la muer- te para los casos de México, Guatemala, El Salvador, Argentina y Colombia. Las aproximaciones ponderan diferentes fenómenos internos de cada una de estas sociedades. Cabe mencionar que los enfoques resultan en algunos casos complementarios, y en otros, contrastantes, en cuanto al debate de los alcances, límites y perti- nencia de categorías como biopolítica, necropolítica y tanatopolítica, así como respecto a las teorías que estructuran los análisis presen- tados por los autores. Sin embargo, los distintos abordajes sugie- ren líneas para continuar en el entendimiento de la relación actual entre gobierno, violencia y muerte, así como para continuar con el diálogo abierto sobre la caracterización de estos acontecimientos en América Latina. En “Necropolitica: los aporte de Mbembe para entender la vio- lencia contemporánea”, Andrea Gigena plantea utilizar la analítica foucaulteana bajo otros horizontes de teorización aportados por el pensamiento poscolonial y descolonial. La autora se cuestiona cómo entender el ejercicio ininterrumpido del derecho a matar bajo el ar- bitrio del biopoder en los mecanismos del Estado moderno, más allá de la paradoja introducida por una genealogía del racismo. El cuestionamiento le lleva a indagar en otras direcciones; siguiendo a Mbembe, la autora sostiene que la constitución misma de los esta- dos, sobre todo en las poscolonias, ha sido a través de la instrumenta- lización de la existencia humana y la destrucción material de cuerpos como elementos inherentes y constitutivos del espacio político so- berano, experiencia que antecede a la paradoja del racismo y que no se constituye en términos biopolíticos. En ese sentido, llama la 7 atención sobre la soberanía en términos de un ejercicio sistemático de violencia y terror sobre determinadas poblaciones, cuyo labora- torio fue constituido por la experiencia colonial, una auténtica pro- ducción de espacios de excepción y vida silvestre. La noción de necropolítica (Mbembe, 2003) es un aporte im- portante para entender una tecnología del poder cuyo objetivo es la regulación de poblaciones a través de la producción de sujetos disponibles y desechables. En ese sentido, Antonio Fuentes Díaz, en su análisis “Necropolítica y Excepción. Apuntes sobre violencia, gobierno y subjetividad en México y Centroamérica”, ubica tanto a la llamada “Guerra contra el narcotráico”, como a la violencia colec- tiva de linchamientos y asesinatos de las maras, como manifestacio- nes de una necropolítica funcional de la gubernamentalidad contem- poránea en la región. La necropolítica, sostiene, supone relaciones sociales incadas en el ejercicio de la fuerza y en el giro autoritario de las prácticas, constituyéndose como una estructura del sentir que se irradia a todos los segmentos sociales. No implica subjetivaciones para el retorno a un supuesto cuerpo social, pieza clave en el mode- lo de capital productivo que formaba trabajadores para el mercado, sino estrategias y prácticas que se entrelazan en la denegación/ex- pulsión de la población excedente. En esta etapa se comprende el papel que tiene la ideología de la Seguridad como principal forma de construcción del consenso; desde la gestión militarizada de la seguridad pública, las guerras pre- ventivas, la vigilancia electrónica, hasta la construcción de nuevas iguras del enemigo.El autor señala que, en este proceso, la destruc- ción del cuerpo, su retención en el dolor o su mutilación nos hablan de producción de vidas precarias, superluas al régimen de lexibili- dad, y de la desvalorización de la fuerza de trabajo. El artículo de Myrna Bilder, “M. Foucault: Biopolítica, Tana- topolítica y Racismo desde el concepto de gobierno”, plantea que es necesaria una reformulación de la lectura del racismo en cuanto tecnología del poder, y no solo como una deriva descontrolada de la biopolítica, en la medida que a partir de la experiencia de los cam- pos de concentración en la Alemania nazi y en Argentina, la muerte introducción necropolítica, violencia y excepción en américa latina8 probó ser un in para transformar una sociedad a través de los efectos que la ausencia de un grupo inducía al resto. La autora sostiene que esta experiencia quebró los postulados de igualdad, soberanía y autonomía que formaban el núcleo ideo- lógico de la modernidad, articulando la muerte como una estra- tegia de gobierno, con lo que la biopolítica devino tanatopolítica –entendida como la administración y regulación de la vida que requiere de la muerte. La autora utiliza las relexiones de Agamben (2002) sobre la igura del musulmán para cuestionar si acaso la producción de subjetividades nulas, las políticas de exterminio y las experiencias concentracionarias deberían ser entendidas como mecanismos de gestión de los colectivos hoy día. Resalta la productividad de dicho mecanismo –al que denomina tanatopolítica, basándose en el con- cepto acuñado por Agamben (1998)– en cuanto a la conducción y reorganización de las relaciones sociales, en las que se censuran aquellas subjetividades que se encuentren en tensión con el poder dominante. Las investigaciones de Natatxa Carreras han abundado sobre los fenómenos que aquí nos interesa estudiar; consideramos que su aporte daría luces a las relexiones en torno a la producción de nuda vida y deshechabilidad, razón por la que decidimos convocarla para el presente libro. En “La politización de la violencia”, en diálogo con la teoría psicoanalítica, sostiene que la violencia tiene que entender- se desde múltiples ámbitos, dada su relación con la actual cosiica- ción de los cuerpos por condiciones de clase, vacíos legales, mercado y circulación; y que la violencia atraviesa la constitución psíquica de los sujetos en lo cotidiano. Para Carreras, los procesos globales de la acumulación capitalis- ta tienen su correlato en las transformaciones psíquicas, y ubica en lo contemporáneo la declinación del complejo de Edipo y las desga- rraduras en la trama simbólica. Estas desgarraduras se acompañan como condición y consecuencia de la emergencia de iguras totalita- rias y de la desechabilidad de grandes sectores sociales. 9 Es interesante que la perspectiva desarrollada en este artículo permite mostrar que las formas de gobierno y las relaciones sociales incadas en la excepcionalidad –que acompañan al neoliberalismo–, generan procesos psíquicos de declinación simbólica que reestruc- turan subjetividades especulares y narcisitas. Mónica Zuleta aborda la noción de “reconocimiento cruel”, al que entiende como una técnica de subjetividad que conformó la idea de una sociedad civil liberal en Colombia. En su artículo “El re- conocimiento cruel como técnica de subjetividad”, sostiene que fue a través de acontecimientos de guerra y del mercadeo de la muerte que se dio en el país el giro de la “coacción” a la “libertad”, giro que conformó una sociedad civil liberal vinculada a la guerra y a la muer- te, a través de decisiones individuales, y en base a cálculos de costo- beneicio. Funda su análisis en dos acontecimientos, el Bogotazo y la Violencia, que se remontan a 1948. Un punto central es la demostración de que el “reconocimiento cruel”, como técnica de gobierno, genera, a través de la muerte, el advenimiento del individuo libre y la esfera civil. En “Biopolítica y vida: lecturas en clave de Colonialidad/Des- colonialidad”, Pablo Farneda señala que el papel de la biopolítica como optimización de la productividad de la vida solo puede ser entendida en base a la modernidad colonial. El artículo argumenta que la biopolítica encuentra su fundamento en la conquista y co- lonización de América, donde, además, fue ensayada, a través del genocidio, la regulación por muerte de los genocidios biopolíticos contemporáneos. Asimismo, invita a formular nuevas preguntas so- bre la biopolítica desde perspectivas latinoamericanas, que despla- cen y reconiguren nuevos modos de pensar estas problemáticas. El presente libro pretende estimular la discusión sobre las con- diciones actuales de violencia, gobernabilidad y subjetivación en que se vive el presente en la región, desde un enfoque crítico que centre su interés en perspectivas de largo plazo, más allá de las ex- plicaciones coyunturales sobre la inseguridad, la democracia y el Estado de derecho introducción necropolítica, violencia y excepción en américa latina10 Agradezco el apoyo del doctor Agustín Grajales Porras, direc- tor del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, por su disposición para la utilización de los recursos que este Insti- tuto brinda, y por el apoyo para la publicación del presente libro. Antonio Fuentes Díaz Puebla, Puebla 25 de septiembre de 2012 11 NECROPOLÍTICA: LOS APORTES DE MBEMBE PARA ENTENDER LA VIOLENCIA CONTEMPORÁNEA AndreA IvAnnA GIGenA InGresAndo Este trabajo parte de dos circunstancias teóricas fundamentales. La primera tiene que ver con el convencimiento de que la analítica fou- caultiana tiene una notable potencialidad para dar cuenta de múl- tiples procesos políticos contemporáneos, a través del estudio de las prácticas que los constituyen (su historicidad, su singularidad y aquello que producen). La segunda se relaciona con la necesidad de inscribir esta analítica en “una nueva temporalidad discursiva” (Bha- bha, 2002), en el horizonte de teorización abierto por las “episte- mologías del sur”, en la medida que le dan una nueva impronta y un mayor potencial para su uso como caja de herramientas conceptual en contextos donde perviven estructuras de dominación colonial, como nuestra América Latina. Cuando reiero a las “epistemologías del sur” remito tanto al pensamiento poscolonial como al descolonial. El primero es un es- cenario de teorización que surge en la mitad del siglo xx en el marco de las experiencias de luchas anticoloniales en Asia y África.1 El pen- 1 Siguiendo a Mbembe (2008a), tres grandes momentos distinguen la constitución de esta corriente. Primero, la relexión que precedió y acompañó las luchas anticoloniales en África, centradas en textos novelísticos, poéticos y militantes producidos por la diáspora africana y negra de habla francesa (Fanon, Senghor, Césaire, Glissant). El segundo, en la década de los 80, necropolítica, violencia y excepción en américa latina12 samiento descolonial, por otra parte, emerge en los años 90 como una corriente intelectual crítica que pretende constituir un “para- digma otro” respecto de la modernidad y el orden de dominación global establecido con la colonización de América, y que se extiende hasta la actualidad.2 Asimismo, este trabajo parte de la necesidad de relexionar sobre un conjunto de acontecimientos que vienen sucediendo en nuestra región y que denominaré, genérica y provisoriamente, de “violen- cia masiva y muertes”, cuyas referencias más paradigmáticas son: los genocidios producidos por diversos gobiernos dictatoriales, los fe- minicidios, las masacres, mutilaciones y desplazamientos forzosos de poblaciones producidos por las dinámicas de conlictos que, por lo general, se atribuyen al narcotráico o a grupos armados que fun- cionan con autonomía de los Estados-nación, entre otros. Claro que de “alta teorización” cuando el pensamiento poscolonial se moldea juntoa la historiografía y la crítica literaria (Said, Bhabha, Spivak, entre otros). Finalmente, el tercero está marcado por la radicalización de la globalización y su presión sobre los recursos naturales y la vida humana (Mbembe, 2008). Pese a ser un campo de relexión muy heterogéneo, el común denominador es que consideran a las experiencias de las luchas anticoloniales como instancias performativas tanto del sujeto colonizado como del colonizador. 2 Esta corriente está integrada por una importante diversidad de autores que proceden de heterogéneas disciplinas y que reivindican como fuentes de su pensamiento a ciertas corrientes emergidas en América y Estados Unidos en los últimos 60 años: la teología, la ilosofía y la sociología de la liberación, la teoría de la dependencia, los debates latinoamericanos sobre modernidad/ postmodernidad, la teoría feminista chicana, el grupo de estudios subalternos de EE.UU., entre otros. Todos distinguen entre el colonialismo –sistema de dominación político- administrativo correspondiente a determinados periodos históricos y lugares concretos donde se ejerció dominio imperial– y la colonialidad –estructura de dominio subyacente al control ejercido durante la colonización española y lusitana en América, que permanece y se extiende, en múltiples dimensiones y regiones, una vez acabada esta. Y se diferencian de la anterior perspectiva porque teorizan a partir del marco de problematización abierto por esta última. Todos sus referentes cuestionan la “eurocentricidad”, esto es, las históricas conexiones entre poder, conocimiento y distribución territorial que establecieron a Europa como centro (Gigena, 2011). 13 mi intención no es problematizar acerca de la conceptualización de estos acontecimientos, ni en su tipiicación. Más bien me interesa problematizar sobre el modo de abordarlos analíticamente, a partir de la noción de necropolítica desarrollada por Achille Mbembe. Este autor camerunés radicado en Sudáfrica inscribe la analítica foucaultiana en una singular clave de interpretación, la poscolonial, para indicar que la muerte3 es una tecnología especíica, de origen colonial, de gestión de determinadas poblaciones en el mundo. Lo que trataré de desandar, entonces, son los argumentos conceptuales y metodológicos que sostienen esta perspectiva, para lo cual me baso privilegiada, pero no exclusivamente, en el texto denominado, justa- mente, Necropolítica.4 Allí, donde FoucAult no pudo Si bien con frecuencia suele atribuirse a Foucault, sin más, la noción de “biopolítica”, el concepto es anterior a él. Edgardo Castro (2011) indica que el origen del término puede encontrarse en 1905, en los escritos del sueco Rudolf Kyellen, y que a partir de allí deben distin- guirse dos orientaciones: una que prima desde principios del siglo xx hasta la década de los 70, y que considera al Estado y la sociedad 3 En general, y siguiendo a Foucault (2000), entiendo a la muerte en un sentido amplio. Matar es el homicidio pero también es exponer a la muerte (llevar a los ciudadanos a una guerra por ejemplo), multiplicar los riesgos de muerte, invisibilizar, expulsar, excluir (la muerte política). En Mbembe hay una preeminencia analítica por el homicidio y otras prácticas de violencia sobre los cuerpos. 4 El texto en el que el autor presenta la temática fue publicado por primera vez en 2003 en inglés (“Necropolitics”, Revista Public Culture) y luego, en 2006, fue traducido por esa misma producción al español (en España). Quisiera destacar un gesto en la escritura de Mbembe que sortea algunos atisbos de violencia epistémica: al menos en buena parte de sus últimas obras publicadas en inglés, el autor escribe en un lenguaje no sexista. Sin embargo, esto se pierde en las traducciones (castellano o portugués) de esos mismos textos. necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina14 como un organismo, “una realidad biológica”.5 La otra, que conside- ra el modo en que la política toma a la vida biológica de los hombres como objeto de su poder (el biopoder). Esta última orientación es la que corresponde a la discursividad foucaultiana, y tiene la particula- ridad de abrir el debate sobre la politización de la vida. Recordemos, muy brevemente, que para Foucault el biopoder toma a su cargo la vida, desde lo orgánico a lo biológico, del cuerpo a la población; así lo deine: …el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituyen rasgos biológicos fundamen- tales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder; en otras palabras, cómo, a partir del siglo xviii, la sociedad, las sociedades occidentales modernas, to- maron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hom- bre constituye una especie humana (Foucault, 2004: 15). Pueden distinguirse dos condiciones de posibilidad de la emergen- cia del biopoder. Por un lado, la mutación, en la teoría clásica de la soberanía y el consecuente desplazamiento en su modo de ejercicio del poder, desde el hacer morir o dejar vivir hacia el hacer vivir o dejar morir. Esto dista de ser una simple inversión de términos,6 ya que el poder se ejerce desequilibradamente en cada binomio. Para el primero, se ejerce asimétricamente por la muerte: “…el soberano ejerce su derecho sobre la vida desde el momento en que puede ma- 5 Para esta primera orientación, Castro distingue (siguiendo a Esposito y Cu- tro) tres etapas: a) la organicista (hasta la década de los 30, fundamentalmente en lengua alemana), “…dominada por el esfuerzo de pensar el estado como un organismo viviente”; b) la humanista (de los años 60, predominantemente en lengua francesa), que “busca explicar la historia de la humanidad partiendo de la vida, sin reducir por ello la historia a la naturaleza”; y c) la naturalista (mediados de los 60, predominantemente en lengua inglesa), en la cual “se entiende por biopolítica la utilización de los conceptos y los métodos de la biología en el campo de la ciencia política” (Castro, 2011: 35-36). 6 La sutileza en el uso de los verbos da cuenta de esto, no se trata de hacer morir y hacer vivir (o viceversa) sino de hacer y dejar, lo que denota el carácter activo del primero y el carácter pasivo-ausente del segundo. 15 tar” (Foucault, 2000: 218); mientras que para el segundo se ejerce desequilibradamente a favor de la vida. Por otro lado, el biopoder emerge por la constitución de un nue- vo campo de intervención: la población, entendida como un conjun- to de procesos que deben regularse en sus aspectos naturales y a partir de ellos. Para ello se entrelazan dos tecnologías: las disciplinarias (a partir el siglo xvii), la anatomopolítica del cuerpo humano, centra- das en el cuerpo de los individuos; y las regulatorias (desde el siglo xviii), la biopolítica de la población, centradas en el cuerpo-especie (Foucault, 2002: 2004).7 Así, el biopoder opera en un doble juego de producción-regulación. Es productivo por su vocación de interve- nir para “hacer vivir”. Es regulador por su vocación para determinar cómo vivir: una vida más segura, más productiva y menos azarosa. Frente a un poder organizado en torno de la vida, con énfasis en la vida: ¿cómo entender entonces el ejercicio interrumpido (y escan- daloso) del derecho a matar ejercido bajo el arbitrio del biopoder? El palabras del propio Foucault: “¿cómo es posible que un poder político mate, reivindique la muerte, exija la muerte, haga matar, dé orden de matar, exponga a la muerte no sólo a sus enemigos sino a sus ciudadanos?” (2000: 230). En sus respuestas a este interrogante aparecen las tensiones conceptuales que originaron, luego, extendi- das correctivas a su pensamiento. Pero veamos cómo es que Fou- cault responde a la pregunta por la muerte. Según el autor, el racismo de Estado explica la “aparente” para- doja de un poder que se ejerce sobre la vida promoviendo, al mismo tiempo, aquelloque la anula: una multiplicidad de muertes. Ape- lando a la raza se han podido sostener prácticas de borramiento y 7 Si bien son dos tecnologías distintas, no deben considerarse antitéticas o excluyentes. Más bien actúan en diferentes niveles pero entrelazadas. La tecnología disciplinaria descompone, clasiica, establece secuencias o coordinaciones óptimas, ija los procedimientos del adiestramiento en base a esas secuencias y controla el grado de ajuste en relación a un modelo óptimo. La tecnología de regulación no impide ni proyecta una acción (estableciendo un modelo óptimo), sino que controla su manifestación en un marco de límites aceptables (Foucault, 2004). necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina16 exterminio de algunos sujetos con el in de asegurar la homeostasis poblacional: Sin duda, fue el surgimiento del biopoder lo que inscribió el ra- cismo en los mecanismos del Estado. En ese momento, el racismo se inscribió como mecanismo fundamental del poder, tal como se ejerce en los Estados modernos y en la medida en que hace que prácticamente no haya funcionamiento del Estado que, en cierto momento, en cierto límite y en ciertas condiciones, no pase por él (Foucault, 2000: 230) De ahí que Foucault (2002) sostenga que el racismo moderno es es- tatal y biologizante. A partir del mismo se ejercen dos funciones. La primera es fragmentar a la especie humana, introduciendo diferen- cias jerárquicas en un “continuum biológico”. La segunda es estable- cer una relación positiva con respecto a la muerte para los grupos que integran las posiciones inferiores de la jerarquía, para quienes, incluso, la muerte podrá ser “solicitada por necesidad”: …puede comprenderse por qué el racismo se desarrolla en las so- ciedades modernas que funcionan en la modalidad del biopoder; se comprende también por qué el racismo va a estallar en una serie de puntos privilegiados, que son precisamente los puntos en que se requiere de manera indispensable el derecho a la muerte (Fou- cault, 2000: 232). La identidad entre el racismo y el Estado moderno tiene, entonces, como principal función, asegurar la normalización,8 la regularidad, la homogeneidad y la homeostasis poblacional. Y lo que se produce es una política racial de alteridad, la constitución de sujetos “dispen- sables”, “desechables”, a quienes se puede dejar morir o hacer morir para “defender” y resguardar la propia población. Esta respuesta, este lugar y función dado a la muerte por Fou- cault, ha resultado insuiciente para muchos autores como Giorgo 8 Se parte del comportamiento de hechos concretos maniiestos en curvas de normalidades estadísticas frente a las cuales: “… [se hará] interactuar esas diferentes distribuciones de normalidad y procurar que las más desfavorables se asimilen a la más favorables” (Foucault, 2004: 83). 17 Agamben y Achille Mbembe, quienes, desde genealogías de pen- samientos diferentes pero continuando el paradigma biopolítico, han propuesto nuevas claves de interpretación para la muerte y la violencia. Agamben, a través de la noción de nuda vida y el estado de excepción;9 Mbembe, mediante la necropolítica (Mbembe, 2006 [2003]). Voy a destacar aquí sólo el segundo, atendiendo a que otros autores ya han establecido las limitaciones del primer autor italiano en la medida que: “…ocluye las dimensiones coloniales de lo que ge- néricamente se diagnostica como la crisis política de occidente” (De Oto y Quintana, 2010: 52).10 9 La propuesta de Agamben busca corregir o completar el pensamiento de Foucault en dos sentidos relacionados. Por un lado, extender el análisis biopolítico hacia los espacios que el autor considera de dominio, por excelencia, de la biopolítica: los campos de concentración y exterminio, sobre los cuales Foucault no profundizó. Por el otro, recuperar los elementos de los que Foucault prescindió para explicar el ejercicio del poder moderno: lo jurídico-institucional, la soberanía. Esto signiica extender el análisis al punto en el que se intersectan lo “jurídico” y lo “político”. Así, la diferenciación que sostuviera Foucault entre gobierno soberano y gobierno biopolítico se deshace para que se puede explicar, en su entrecruzamiento, el estado de excepción y el homo sacer (Castro, 2011; Karmy Bolton, 2011). Para Agamben, la política en la modernidad se caracteriza por la incorporación de la vida desnuda al cálculo político occidental (paradigma biopolítico) y la constitución del estado de excepción (paradigma soberano) como regla. En la arqueología de la vida desnuda aparece el homo sacer, una igura del derecho romano arcaico bajo cuyo arbitrio una vida puede ser suprimida “sin necesidad de ofrecer sacriicios y sin cometer homicidio” (Castro, 2011). Esta particular intersección, del orden jurídico y del orden político, da como resultado una zona de “irreductible indiferenciación” (entre inclusión/exclusión, bíos/zoé, publico/privado). Esta reconiguración del paradigma biopolítico es considerada la “matriz originaria sobre la cual se funda Occidente” (Karmy Bolton, 2011: 6). 10 Para una crítica relativa al carácter eurocentrismo del pensamiento de Giorgo Agamben, puede consultarse a Walter Mignolo (2007), “El pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura. Un Maniiesto”, en Castro-Gómez, Santiago y Ramón Grosfoguel (comps.) (2007), El giro decolonial. Relexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Bogotá: Siglo del Hombre Editores; y De Oto y Quintana (2010), “Biopolítica y colonialialidad. Una lectura crítica de Homo Sacer”, Revista Tabula Rasa, 12, Bogotá. necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina18 GeneAloGíA del necropoder: rAcIsmo y experIencIA colonIAl Tributario del pensamiento foucaulteano y en interlocución con Agamben, Mbembe (2006) airma que las experiencias políticas contemporáneas deben abordarse desde categorías diferentes de de nociones “menos abstractas” como vida y/o muerte. Así, y frente al privilegio dado por las teorías normativas al concepto de “razón”, el autor enuncia: Mi interés se centra en esas iguras de la soberanía cuyo proyecto central no es la lucha por la autonomía, sino la instrumentaliza- ción generalizada de la existencia humana y la destrucción mate- rial de cuerpos y poblaciones humanos. Esas iguras de soberanía no tienen nada que ver con un episodio de locura exacerbada o con la expresión de una ruptura entre los impulsos y los intereses del cuerpo y los de la mente. Por el contrario, son, como los campos de exterminio, lo que constituye el nomos del espacio político en el que aún vivimos (Mbembe, 2006: 34; énfasis agregado). Está interesado, entonces, en analizar las prácticas que producen muertes a través de un ejercicio sistemático de la violencia y el te- rror sobre determinadas poblaciones. Esto es el necropoder. Y este énfasis analítico lo distingue tanto de Foucault y Agamben como de Sintéticamente, apunto que Mignolo, por un lado, indica que las elaboraciones de Agamben son: “…importantes, pero tardías, regionales y limitadas” en la medida que ignoran la constitución del mundo moderno/colonial como el tiempo inaugural de las prácticas de la “desechabilidad” humana. Prácticas que, además, desbordan aquello que la noción de “nuda vida” contiene (2007: 41-42). De Oto y Quintana, por otra parte, extienden todavía más la crítica de Mignolo: “Sin embargo, el núcleo de nuestra crítica a Agamben, si bien está asociada al problema concreto que se pone en juego cuando se ignora el carácter instituyente del colonialismo para la modernidad y para la teoría política, se reiere a que su visión comprime la heterogeneidad del mundo moderno colonial, y las distintas formas de disposición de la vida que se inauguran en ese marco, a la huella dejada por una marca ontológica de la tradición del derecho romano. En ese sentido, la lectura de Agamben no llegatarde. Llega desde una marca epistemológica que no incorpora capilarmente los cuerpos coloniales en su trama conceptual” (2010: 66). 19 muchos/as autores/as inscriptos/as en las corrientes poscoloniales y descoloniales que con mucho menor frecuencia han desandado abordajes relativos al ejercicio de la violencia y las prácticas de la muerte, de tan signiicativas emergencias y particulares visibilidades en nuestras sociedades.11 Pero veamos la trama del pensamiento de Achille Mbembe. En primer lugar, es necesario destacar que el necropoder está siempre e indisolublemente ligado al racismo: “Al in y al cabo, mucho más que el pensamiento de clase (la ideología que deine la historia como una lucha económica entre las clases), la raza ha sido la sombra omni- presente en el pensamiento y la práctica política de occidente, sobre todo cuando se trata de imaginar la inhumanidad de los extranjeros” (Mbembe, 2006: 36). El racismo es conceptualizado, entonces, como una “economía psíquica”, una “práctica de la imaginación” porque se sustenta sobre una idea que la ciencia ya ha podido rebatir y que, sin embargo, per- dura: que la raza existe. Se articula, además, sobre un “accidente”: el color de la piel. Este racismo, como explicaré luego con profun- didad, encuentra su origen en las experiencias coloniales y, actual- mente –en la “Modernidad Global”– se reproduce como efecto de una multiplicidad de micro prácticas relativas a la circulación de las cosas, las migraciones y las guerras (Mbembe, 2005).12 Si bien es cierto que en el marco del pensamiento biopolítico la asociación de la muerte con el racismo no es novedosa (tanto Fou- cault como Agamben realizan estas operaciones), lo signiicativo de Mbembe es inscribir la genealogía del racismo en una temporalidad alternativa a aquella que sostiene que el biopoder tiene su origen en las formaciones socio-políticas de Europa occidental. En este senti- do, se acerca a Homi Bhabha, quien plantea: “La eurocentricidad 11 Una excepción son las producciones de Rita Laura Segato (2006) y, más recientemente, de Karina Bidaseca (2011), quienes analizan las estructuras de la violencia y sus raíces coloniales especíicamente en relación a los feminicidios en Latinoamérica. 12 Me detendré en estos aspectos más adelante, al referir la cuestión de la estatalidad en la conceptualización de la necropolítica. necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina20 de la teoría foucaultiana de la diferencia cultural se revela en su in- sistente espacialización del tiempo de la modernidad” (2002: 293), temporalidad que deja fuera los espacios coloniales de los siglos xix y xx. Como corolario, la “raza” aparece como una “ensoñación ar- caica”, como un acontecimiento “premoderno” que se hace presente en el holocausto judío (shoá) de modo extratemporal. Esto nos lleva a destacar un segundo elemento en el pensamien- to de Mbembe: que las experiencias coloniales se constituyen, in- defectiblemente, en la grilla de inteligibilidad para la violencia y el terror contemporáneo que se resumen en la necropolítica. En relación a esto, el autor distingue dos hiatos, uno relacionado con la empresa colonial en América, a partir del siglo xvii, y el otro producido con la colonización en Asia y África desde el siglo xix. Es oportuno y correcto advertir aquí, sin embargo, que el co- lonialismo no ha sido un tema totalmente ausente en la obra de Foucault:13 El racismo va a desarrollarse, en primer lugar, con la colonización, es decir, con el genocidio colonizador; cuando haya que matar gente, matar poblaciones, matar civilizaciones […]. Destruir no solamente al adversario político, sino a la población rival, esa es- pecie de peligro biológico que representan para la raza que somos, quienes están frente a nosotros […]. En líneas generales, creo que el racismo atiende a la función de muerte en la economía del bio- poder, de acuerdo con el principio de que la muerte de los otros signiica el fortalecimiento biológico de uno mismo en tanto miembro de una raza o población (Foucault, 2000: 232-233). Sin embargo, como ya han advertido muchos/as intelectuales pos- coloniales y descoloniales, esto no puede hacernos sugerir que Fou- cault considerara que el racismo tenía sus antecedentes en la expe- riencia colonial, ni que hubiera un solo tipo de racismo, ni que el racismo funcionara solo fuera de Europa. De hecho, Foucault pri- vilegió la consideración de que en el corazón mismo de Europa se 13 El tema aparece referido en Historia de la Sexualidad ([1975] 2002) y Defender la Sociedad ([1976] 2000). 21 racializaron las relaciones con “la aristocracia en el siglo xvii”, con “la burguesía del xviii”, con “los pobres en el siglo xix” y, inalmen- te, con “los judíos en el siglo xx” (Castro-Gómez, 2007). Entonces: Lo que parece querer decir Foucault es que las colonias fueron uno de los laboratorios en los que se probó el racismo en tanto que dispositivo biopolítico de guerra. No está diciendo que el ra- cismo nace con el colonialismo, ni que el colonialismo es la condi- ción de posibilidad del racismo; lo que dice es que la experiencia colonial europea coadyuva a desarrollar el discurso del racismo (Castro-Gómez, 2007: 158; énfasis original). Volviendo entonces a Mbembe, y como ya indiqué, las experien- cias coloniales sí son un antecedente de una misma lógica racista que reconoce dos hitos. En relación al primero, sentencia Mbem- be: “Cualquier relato histórico del surgimiento del terror moderno necesita tratar la esclavitud, que podría ser considerada como uno de los primeros casos de experimentación biopolítica” (Mbembe, 2006: 39). En las antípodas de Agamben, que considera el exter- minio producido por el nazismo como el punto paradigmático de experimentación biopolítica, para nuestro autor el régimen escla- vista de las plantaciones asumen ese carácter y los/as esclavos/as se coniguran como las: “iguras emblemáticas y paradójicas del estado de excepción” (Mbembe: 2006:39). En la plantación la paradoja de la subjetividad del/la esclavo/a se plantea en que, por un lado su humanidad queda reducida a una “sombra”: La condición de esclavo resulta de una pérdida triple: la pérdida de un “hogar”, la pérdida de los derechos sobre el propio cuerpo y la pérdida del estatus político. Esto es idéntico a la dominación absoluta, la alienación mental y la muerte social (la expulsión to- tal de la humanidad) (Mbembe, 2006: 39). Pese a esto, como el/la esclavo/a es necesario/a en tanto fuerza de trabajo, se lo/la deja vivir en un “estado de lesión”. Esto implica la disposición de sus cuerpos para ejercitar la violencia (azotes, ejecu- ciones, violaciones) y, a su vez, para constituirlos como escenario y necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina22 protagonistas de un espectáculo de violencia “destinado a provocar el terror” en otros/as. Por otro lado, sin embargo, en la plantación los/as esclavos/as desarrollan los ínimos elementos de una subjetivación de resisten- cia, que airma su humanidad. Así: …el esclavo sigue siendo capaz de incorporar cualquier objeto, instrumento, lenguaje o gesto a una representación y estilizarlo. Por medio de la ruptura con su desarraigo y el puro mundo de las cosas del que es solo un fragmento, el esclavo es capaz de mostrar las capacidades proteicas de los lazos humanos mediante la músi- ca y el propio cuerpo, que es supuestamente la posesión de otro (Mbembe, 2006: 39-40). Muerte, crueldad y profanación son las prácticas que Mbembe re- conoce para este primer hito. Luego, más tarde, el terror encuentra un nuevo antecedente en el sistema colonial establecido en Asia y África desde ines del siglo xix y hasta mediados del siglo xx. Allí la racionalidad occidental “encarna” en la síntesis entre la masacre y la burocracia imperial aplicada en las colonias, proceso legitimado por el racismo eugenésico, higiénico,degenerativo en boga (Mbem- be, 2006). Entonces, en síntesis, en su genealogía del racismo, Mbembe no niega los vínculos entre modernidad y terror ya establecidos por otros autores: las prácticas (y sus mutaciones) de castigo del ancien régime que estudió Foucault; las prácticas del terror ejercidos durante la revolución francesa; la “industrialización de la muerte” producto de la integración de la racionalidad instrumental y la racionalidad productivo-administrativa de los Estados modernos (fábrica, ejérci- tos, prisión) en el nazismo, y hasta violencia que supone el relato de la emancipación marxista que: “…tenía como objetivo la erradicación de la básica condición humana de pluralidad” (2006: 38). Lo que hace, más bien, es trastocar los límites que los autores inscriptos en epistemologías eurocéntricas reconocen a la Moder- nidad. Él inscribe en la concepción de que la misma es anterior a la 23 Ilustración14 y su origen debe rastrearse en los “laboratorios” –los sis- temas de “plantaciones” y la trata de esclavos– instaurados en Amé- rica, mucho antes de la colonización imperial en Asia y África: La crítica postcolonial demuestra que nuestra modernidad glo- bal necesita ser analizada en contexto mucho antes del siglo xix, comenzando por el período en el cual la mercantilización de la propiedad privada ocurrió de la mano de la mercantilización de las personas durante la trata de esclavos (Mbembe, 2008a:s/d) [La traducción es mía]. lA sInGulArIdAd del necropoder A través del análisis del conlicto palestino-israelí, la Guerra del Gol- fo y régimen del apartheid en Sudáfrica, Mbembe (2006) airma que en la modernidad reciente se articulan lo disciplinar, lo biopolítico y lo necropolítico, y que esta articulación logra alcanzar un dominio “absoluto” sobre determinadas poblaciones. La ocupación colonial del territorio palestino en la modernidad reciente es, para el autor, el caso emblemático de esta articulación. Con esto se deja sentado que el ejercicio de la violencia y el te- rror –la necropolítica–, no es la contraparte de la biopolítica –el co- constitutivo del biopoder para asegurar la homeostasis poblacional, que se ejerce a través del racismo de Estado–, como sugería Foucault 14 Esta interpretación ha sido desarrollada particularmente en el marco del pensamiento descolonial a través y a partir de Enrique Dussel, quien considera que la modernidad empieza con el descubrimiento de América y distingue, para la misma, dos etapas. La primera, la colonial, inicia en el siglo xv con el imperio de España y Portugal, junto al desarrollo del mercantilismo mundial y la consolidación de un ethos cristiano, humanista y renacentista. La segunda modernidad, la ilustrada, está asociada a los imperios de Holanda, Francia e Inglaterra (desde el siglo xvii) y luego a Estados Unidos (siglo xx). Cada etapa generó un modo particular de subjetividad. En la primera se formó el “ego conquiro” (“yo conquistador”), antecedente del “ego cogito” de la segunda etapa, que aparece unido al surgimiento de la burguesía europea y a la consolidación del modo de producción capitalista (Dussel, 2000). necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina24 y quienes profundizaron en la tanotopolítica (Agamben). El necro- poder es, más bien, una tecnología política diferenciada que tiene por in la masacre poblacional, y, además, es una tecnología que des- borda los límites de la estatalidad. Consideraré estas dos cuestiones con mayor detalle en lo sucesivo. Proponer al necropoder como una tecnología especíica, diferen- ciada de aquellas que identiicara Foucault15 –y no su necesaria con- traparte–, es una apuesta metodológica que trasciende el contenido eurocéntrico de la analítica foucaulteana, sin soslayar su potencial como caja de herramienta analítica-metodológica. Quien realiza esto, en el marco del pensamiento descolonial, aún sin referir al tema especíico de la violencia y la muerte, es el intelectual colombiano Santiago Castro-Gómez. Él ha conceptualizado e investigado sobre las tecnologías (y los dispositivos) propias de la experiencia colonial en Latinoamérica, articulándolas con aquellas que investigó Fou- cault para la Europa pos Ilustración. Para sostener esto, Castro-Gómez se basa en la premisa de que la discursividad foucaulteana es eurocéntrica en su contenido pero no en su forma. Y es eurocéntrica porque Foucault no pudo ver la di- ferencia colonial, arguyendo que las diferentes tecnologías de poder se originaron en Europa para extenderse luego al resto del mundo. Además, porque se concibe al colonialismo: …como un fenómeno derivado de la formación de los estados nacionales al interior de Europa. Esto signiica, paradójicamen- te, que el colonialismo es un fenómeno intraeuropeo. […] y como consecuencia de lo anterior, para Foucault solo puede hablarse de colonialismo, en sentido estricto, desde inales del siglo xviii y durante todo el siglo xix, es decir, cuando se consolida plena- 15 Las tecnologías deben entenderse como la dimensión estratégica de los prácticas, articuladas en un dispositivo: los medios en virtud de los cuales se cumplirán determinados ines (Castro-Gómez, 2010). A través de las mismas se producen los procesos de subjetivación. Foucault distingue entre las tecnologías gubernamentales, las del yo, las del poder (dominación), las de la producción y las de los signos (Foucault, 1996b). Las tecnologías pastorales y soberanas también se articulan con las citadas. 25 mente la hegemonía de algunos estados nacionales en Europa (Castro-Gómez, 2007:164). Pero haciendo una abstracción del contenido, la metodología fou- caulteana puede articularse con los enfoques de la colonialidad y el pensamiento poscolonial, en una unión de mutuas correctivas. Al igual que Castro-Gómez, esta es la apuesta de Mbembe, al considerar a la necropolítica como un “tipo especíico de poder”, como una tecno- logía en sentido foucaulteano, al igual que el poder soberano, pastoral, biopolítico o el de la gubernamentalidad. Cada uno puede abordarse de manera autónoma o atendiendo, cuando es posible, a sus articula- ciones y sus singulares manifestaciones en contextos locales.16 Ahora bien, ¿cuál es la especiicidad que Mbembe le reconoce a la tecnología del necropoder?: la gestión de las multitudes, particular- mente diaspóricas, y la extracción de los recursos naturales a través del ejercicio de masacres poblacionales que no discriminan entre enemigos internos y externos. Para dejar claramente sentado esto, el autor indica: …las nuevas tecnologías de la destrucción están menos interesa- das en inscribir a los cuerpos en los nuevos aparatos disciplina- res que en inscribirlos, cuando llega el momento, en el orden de la economía radical que ahora se representa con la ‘masacre’ […] iguras humanas que están vivas, sin duda, pero cuya integridad corporal ha sido reemplazada por piezas, fragmentos, arrugas e incluso heridas inmensas que son difíciles de cerrar. Su función es mantener ante los ojos de la víctima, y de las personas que lo ro- dean, el mórbido espectáculo de la mutilación (Mbembe, 2006: 48; énfasis agregado). Aquí es signiicativo que al introducir el necropoder como una tecno- logía especíica, Mbembe produce un viraje conceptual hacia Frantz 16 Así, por ejemplo, para Castro-Gómez, la colonialidad del poder es una tecnología que opera sobre lo étnico-racial; la colonialidad del saber, sobre lo epistémico; y la colonialidad del ser, sobre lo ontológico. Pueden articularse (o no) y pueden hacerlo (o no) en términos de una descolonialidad. Es decir, una lucha descolonial étnico-racial no produce necesaria y automáticamente una descolonialidad del saber o del ser (Gigena, 2011). necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina26 Fanon, de quien retoma la “lectura espacial de la ocupación colo- nial”. Fanon se vuelve indispensable porque, sibien la discursividad foucaulteana tiene operatividad para su abordaje, “no resuelve, por ensalmo, el problema del signiicado de los fenómenos de violencia en el África contemporánea” (2007: 361). A partir de allí, Mbembe indica que los territorios coloniales han sido construidos por el imaginario europeo como zonas de frontera, de guerra y desorden, legitimando la política de terror apli- cada durante su dominio imperial. Esto se sustentó en: “la negación racial de cualquier lazo de unión entre el conquistador y el nativo” (Mbembe, 2006: 41), la asimilación de la vida nativa, del coloniza- do, a la vida animal. En las lecturas de los procesos de subjetivación en perspectiva descolonial, De Oto y Quintana (2011) realizan una operatoria si- milar. Recurren a Fanon para abordar la colonialidad del tiempo y la producción de subjetividades basándose en la premisa de que antes que el reconocimiento del otro y de la diferencia, lo que se produce mediante las tácticas de la animalización17 son sujetos absolutamen- te “disponibles” y “desechables”: En este sentido, el colonizador no puede sino expresarse en lengua- je zoológico cuando habla del colonizado. Y en tal instancia, tal como lo veremos más adelante, las palabras exceden la dimensión retórica y adquieren un carácter performativo; en consecuencia, animalizar es una actividad que produce eventos, que describe una práctica y que organiza la humanidad a partir de unos límites men- tados políticamente (De Oto y Quintana, 2011: 122). Como corolario, asistimos a una economía general de la violencia. Se trata de un problema de gobierno en general que modula esa violen- cia, permitiendo emerger espacios de resistencia, de modo tal que la gestión de los mismos genere mayor productividad (Mbembe, 2007). 17 Los autores consideran que la táctica de la animalización conigura la biopolítica cuando se la inscribe en la historicidad colonial. Distante de esto, Mbembe remite la “animalización” a la necropolítica, en tanto tecnología especíica y diferencia de la biopolítica. 27 Esta política del terror: “Lejos de constituir una disfunción respecto a la lógica general de formación del Estado, sería al mismo tiempo un recurso y un modo de acción política” (Mbembe, 2007: 358). Pero la necropolítica desborda, también, los límites de la estatalidad. Como indican De Oto y Quintana (2011), a partir de las lectu- ras poscoloniales y descoloniales podemos trascender las versiones restringidas de buena parte de la analítica foucaulteana –empezan- do por el propio Foucault– que ubican la cuestión de la regulación de los cuerpos y las poblaciones dentro de la historicidad del Estado- nación moderno y europeo: … al restringir la política exclusivamente a la dialéctica súbditos- soberano en el marco del estado-nación, el proceso colonizador ini- ciado en 1492 queda ocluido en las dimensiones (necro) políticas que supone y que serán cruciales para los capítulos fundacionales de “Europa” –tanto en sus aspecto históricos, como políticos y ilo- sóicos (De Oto y Quintana, 2011: 111). Lo mismo plantea Chatterjee, un intelectual poscolonial indio, al referir a las distintas implicancias que la obra de Foucault tiene cuan- do trasciende su lugar de origen, el contexto europeo e ilustrado: Lo interesante es que muchas de estas técnicas de la biopolítica han aparecido en situaciones coloniales y no necesariamente en Europa. Surgieron en una coyuntura colonial porque precisa- mente allí no había una noción de ciudadanía, nadie en las co- lonias era ciudadano, pues era un problema lidiar con individuos que tuvieran una carga ética. Por eso, era más fácil concebir a las poblaciones como masas (Chatterjee, 2006: 21). Pero Mbembe, además de inscribir el necropoder en el horizonte de inteligibilidad del colonialismo y la colonialidad que anteceden la conformación del sistema estatal moderno europeo, lo inscribe fue- ra de las estatalidades hoy vigentes (el Estado-nación). Así, el necro- poder aparece asociado a la producción de un modo de soberanía no estatal (Mbembe, 2008b) y a un modo de gestión de las multitudes que sustituye el “mando colonial” que las potencias imperiales euro- peas ejercieron sobre África desde mediados del siglo xix. necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina28 Esto nos lleva a considerar, nuevamente, las articulaciones con- temporáneas del poder necrótico y el racismo. Como indiqué ante- riormente, las prácticas del racismo contemporáneo se maniiestan en: la movilidad de las cosas (circulación inanciera y circulación de personas), las migraciones y las guerras. En cualquiera de los tres ámbitos las cosas (capital, mercadería, recursos naturales) siempre adquieren mayor valor que las personas: …Este es uno de los motivos por los que las formas resultantes de violencia tienen como principal objetivo la destrucción física de personas (masacres de civiles, genocidios, distintas formas de asesinato) y la explotación primaria de cosas. Estas formas de vio- lencia (de las que la guerra no es sino una faceta) contribuyen al establecimiento de la soberanía fuera del Estado y están basadas en una confusión entre poder y hechos, entre asuntos públicos y gobierno privado (Mbembe, 2008b: 168-169; énfasis agregado). En esos tres ámbitos privilegiados de las prácticas raciales, la soberanía estatal se observan en una serie de aspectos que son administrados en el marco y por inlujo de la globalización, tales como: la desregula- ción de los lujos inancieros y la estricta regulación de la circulación de personas (control de migraciones, por ejemplo). No casualmente Mbembe sentencia respecto de la política de los visados: Gracias a los objetivos de algunos países y a diversas formas de categorización, se ha diseñado un mapa legal de movimientos que coincide, en su mayor parte, con el mapa racial del mundo (2005: 363-264). Pero aparecen muchas otras prácticas soberanas desancladas o que trascienden los Estados-nación, particularmente (pero no de modo exclusivo) relacionadas con el ejercicio de la guerra, que, junto con la pobreza, son consideradas las formas de violencia extrema en nues- tros tiempos. Así, queda sentado que el racismo necrótico explica no solo el poder homicida del Estado sino también el poder homicida de otras “maquinarias de poder” capaces de ejercer soberanía. La “máquina de guerra” es un concepto que Mbembe toma de Deleuze y Guattari para referir a la modalidad que asumen ciertos 29 “actores” en las guerras contemporáneas (Palestina, Kosovo y Áfri- ca). Se trata de segmentos contingentes de gentes armadas, con una gran capacidad de movilidad y metamorfosis (en relación a su con- formación y sus objetivos): Posee los rasgos de una organización política o de una compañía mercantil. Funciona por medio de la captura y la depredación, y puede incluso acuñar su propio dinero. Para avivar la extracción y la exportación de los recursos naturales situados en el territorio que ellas controlan, las máquinas de guerra establecen vínculos directos con las redes transnacionales (Mbembe, 2006: 46). Tanto para los Estados –que pueden convertirse incluso en una má- quina de guerra– como para las máquinas de guerra no estatales, la ane- xión, ocupación, liberación y/o autonomía territorial han dejado de tener importancia o preeminencia. Es el cuerpo, racializado desde las experiencias coloniales, donde se instituye el nuevo campo/esce- nario de las batallas para la extracción de los recursos naturales de un territorio y para ejercer, sin más, la violencia. Y así: La ecuación que rige las guerras actuales es la de la relación entre los recursos y la vida. Se trata de guerras de prelación donde se oponen dos tipos de materialismos: el materialismo de las riquezas –especialmente minerales– y el materialismo de los cuerpos. Salvo las guerras que aspiran a la aniquilación física del enemigo (geno- cidios), la mayoría de las guerras tienencomo objetivo el cuerpo del otro, y se esfuerzan en mutilarlo (Mbembe, 2005: 364-365). Esto es posible porque: “el cuerpo del otro –y especialmente su co- lor– es lo que hay más inmediato, lo más visual, lo más material” (Mbembe, 2005: 365). Y la inalidad se resume, si es que esta palabra resulta apropiada, en: “mantener ante los ojos de la víctima, de las personas que la rodean, el mórbido espectáculo de la mutilación” (Mbembe, 2006: 48). Aquello mismo que Segato (2006) ha deno- minado “la dimensión expresiva de la violencia”, la cual prima sobre su dimensión instrumental. necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina30 sAlIendo, A modo de conclusIón El necropoder es, inalmente, “el sometimiento de la vida al poder de la muerte”. La apuesta de Achille Mbembe de postular los espacios co- loniales como grilla de inteligibilidad del terror contemporáneo, como principio explicativo y horizonte genealógico, devela un he- cho fundamental que hasta ahora no he destacado: la violencia ha sido el punto de fuga del orden legal y subjetivo europeo –desde su temprana constitución, con el descubrimiento de América, hasta su consolidación pos ilustración–. Para marginar la emergencia de las hostilidades y las guerras en su interior, las hizo emerger en su versión más descarnizada en las colonias (Mbembe, 2006). Es por esto que los territorios bajo dominio imperial han sido por excelencia el estado de excepción –Mbembe apela a la noción es- tado de excepción y estado de sitio siguiendo los conceptos de Carl Smith antes que la elaboración de Agamben. Allí, las confrontacio- nes han sido siempre absolutas y las prácticas de subjetivación han implicado, como coralario, la reducción del colonizado a la condi- ción del “enemigo absoluto”, bestializado y considerado desprovisto de cualquier atisbo de subjetividad capaz de acercarlo al colonizador. Racismo mediante, esas prácticas se actualizan en las experiencia vi- tales contemporáneas, privilegiadamente en las territorialidades y subjetividades de herencia colonial a donde los cuerpos son ahora los nuevos escenarios para la violencia y el terror. A la luz de esta producción intelectual, podemos pensar muchos –si no todos– de los fenómenos de violencia en nuestra América. Fe- nómenos que expropian a los sujetos el control de su cuerpo y los ins- criben en una economía general del terror que se hace visible, que se vuelve espectáculo y, con ello, adquiere todo su potencial productivo. Su fundamento es la negación de la humanidad y la diferencia del otro; su estrategia, el “encono” contra esa pretendida in-humanidad. Con todo esto, Mbembe llama la atención sobre la erradicación de la pluralidad que implica el ejercicio del necropoder. 31 El signiicativo aporte analítico de este autor africano, particu- larmente en su obra relativa a la necropolítica, es señalar que, frente al contexto de ex colonias y en el marco de la colonialidad, podemos tomar las herramientas foucaulteanas para abordar diferentes fenó- menos, pero a condición de asumir que, si bien la metodología es propicia, el contenido de sus investigaciones (tecnologías y disposi- tivos) no son suicientes para aprehender nuestras realidades. Esto nos invita a investigar y problematizar sobre las tecnologías especíicas que operan en nuestros contextos, develar sus singulares y contingentes racionalidades, inscribiéndolas siempre en una perspec- tiva de larga duración (en una genealogía de lo colonial). También, nos planeta un gran desafío (tanto en las academias, como en los ongs, en los Estados y organismos internacionales y entre la poblaciones mis- mas): producir categorías sociológicas y jurídicas que vuelvan social y “jurídicamente inteligibles” (Segato, 2006; Bidaseca, 2011) los fenó- menos de la violencia contemporánea que nos atraviesan. Para todo esto, es necesario trascender las epistemológicas eurocéntricas. Es necesario superar las versiones estrechas y extra- temporáneas que atribuyen al Estado la condición de ser la unidad de inteligibilidad por excelencia de la historia moderna; historia re- ducida, por otra parte, a la modernidad europea ilustrada. Es nece- sario, en última y primera instancia, volver sobre nuestras historias y legados coloniales. necropolítica: los aportes de mbembe necropolítica, violencia y excepción en américa latina32 33 NECROPOLITICA Y EXCEPCIÓN. APUNTES SOBRE GOBIERNO, VIOLENCIA Y SUBJETIVIDAD EN MÉXICO Y CENTROAMÉRICA AntonIo Fuentes díAz IntroduccIón El presente artículo hace una lectura sobre la proliferación de la vio- lencia en México, Guatemala y El Salvador. Se enfocará en tres ca- sos especíicos de la violencia, presentes en la región, para sustentar transformaciones en la subjetividad y en la regulación poblacional, bajo el contexto del neoliberalismo y la acumulación lexible. La dis- cusión tomará como eje la noción de necropolítica y la pertinencia de su uso para analizar el ejercicio del poder, la violencia y la goberna- bilidad de los sistemas políticos aludidos. Se sostiene que la violen- cia muestra la mutación de las formas de la gobernabilidad incada en un modelo de subjetivación disciplinario del trabajo (fordismo), hacia la gerencia de riesgos propio de las sociedades de control (neo- liberalismo). Señala que la atrocidad sobre el cuerpo puede leerse como un vaciamiento político de la vida. nuevAs vIolencIAs En México y Centroamérica, a las anteriores formas de violencia ta- les como la desaparición forzada, la guerrilla y el paramilitarismo, se aúnan nuevas, como la violencia colectiva, el sicariato, la violencia de las maras y del narcotráico; todas ellas, utilizando la vejación cor- necropolítica, violencia y excepción en américa latina34 poral y la atrocidad en dimensiones muy naturalizadas. Estas nuevas violencias presentan un carácter difuso y ubicuo. De las atrocidades producidas por los métodos de contrainsurgencia en los periodos de guera civil –El Salvador y Guatemala– hoy se tienen violaciones a los derechos humanos y vejaciones corporales más difusas y en es- cenarios aparentemente menos politizados. La violencia así banali- zada induce a pensar en transformaciones en la subjetividad y en las formas en que se ejercía la mediación de las relaciones sociales en etapas previas. Para desarrollar esta perspectiva voy a mencionar tres fenómenos presentes en la región: el tráico de sustancias ilegales, la violencia colectiva y la violencia ejercida por las organizaciones juveniles denominadas “maras”. Es de resaltar que una de las caracte- rísticas comunes a este tipo de violencia es su atrocidad espectacular. GuerrA contrA el nArcotráFIco En México, a partir de 2006, con el arribo de Felipe Calderón al gobierno de la República, se implementó la llamada “Guerra contra el narcotráico”, en la cual han perdido la vida cerca de 47 mil 515 personas durante el sexenio (pgr, 2012). La producción de tales muertes estaba preigurada desde el inicio de esta política. En diciembre de 2006, en la toma de posesión del Poder Ejecu- tivo, Felipe Calderón sostuvo: “restablecer la seguridad no será fácil, ni rápido, […] tomará mucho tiempo, […] costará mucho dinero, e incluso y por desgracia, vidas humanas” (Presidencia de la Repúbli- ca, 2006). Uno de los indicadores del nivel de violencia en el país es la tasa de homicidios. De acuerdo con las cifras reportadas por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (inegi), así como por el Sistema Nacional de Seguridad Pública (snsp) para los últi- mos doce años, se muestra una contratendencia al comportamien- to presentado en este rubro a partir de 2008 (Gráica I). Los datos constatan un incremento del doble de homicidios registrados para 35 años previos a partir de esta fecha. De acuerdo con algunas investi- gaciones (Escalante, 2011), el incremento notable en el número de homicidios tiene una correlación directa con los operativos militares implementadosdurante la llamada “Guerra contra el narcotráico”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Gráfica I. Tasa de homicidios en México, - INEGI SNSP Fuente: Elaborado en base a datos del inegi y de la snsp En este escenario de confrontación armada contra algunos grupos vinculados a organizaciones criminales, se generó un incremento de violencia que se puede interpretar como síntoma de una redistri- bución del poder entre grupos de crimen organizado y agentes del Estado en la regulación del ilegalismo, así como del establecimiento de nuevos equilibrios comerciales para la colocación de productos ilegales en el mercado transnacional. Algunas de las respuestas provenientes de los grupos vinculados al tráico de sustancias ilegales, tanto por el embate de las fuerzas gubernamentales como por su competencia interna por mercados, estuvieron signadas por la atrocidad: cuerpos mutilados en plazas y avenidas, cadáveres colgados de puentes peatonales, cabezas cerce- nadas colocadas en los exteriores de ediicios públicos que pertene- cían a las instituciones de seguridad, entre otros. necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno... necropolítica, violencia y excepción en américa latina36 No obstante, sostengo que la emergencia de estas prácticas atro- ces y su espectacularidad, rebasan el contexto del combate al trái- co de sustancias ilegales, y que se encuentran difuminadas en otros ámbitos y con otros actores. Se puede airmar que estas prácticas preexisten al fenómeno desatado por la “Guerra contra el Narco- tráico”, y que, más bien, esta se anidó en una sensibilidad de alta tolerancia a la violencia previamente establecida y difuminada en espacios íntimos. Esto no debe obviar el fenómeno de profesionali- zación en el ejercicio de la violencia, como sería el caso de los grupos de exmilitares guatemaltecos y mexicanos1 que se han incorporado a las organizaciones criminales, aportando el adiestramientro mi- litar para la eicacia en dichas actividades, sino más bien permitir entender que se trata de un fenómeno que va más allá de una mani- festación de coyuntura, que constituye una “estructura del sentir”2 (Williams, 1980) que implica una alta tolerancia a la violencia y una desvalorización corporal. Para explayar más esta tesis, me voy a referir a dos fenómenos presentes en la región centroamericana y México, el caso de la vio- lencia colectiva conocida como linchamiento y la violencia ejercida por las maras. 1 El grupo conocido como Los Zetas se formó de la incorporación de exmilita- res guatemaltecos pertenecientes a los grupos especiales adiestrados en con- trainsurgencia conocidos como Kaibiles. Varias de las técnicas en la ejecución de víctimas rivales de Los Zetas tienen el sello de la “daga Kaibil”. También en años posteriores se incorporaron exmilitares mexicanos pertenecientes a los Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales, gafes, élite entrenada para combate antiguerrillero. 2 Para Raymond Williams, la estructura del sentir hace referencia al tono, la pulsión o el latido de una época. No solo tiene que ver con su conciencia oi- cial, sus ideas, sus leyes, sus doctrinas, sino también con las consecuencias que tiene esa conciencia en la vida mientras se la está viviendo. Un sistema vívido de signiicados y valores. Algo así como el estado de ánimo de toda una socie- dad en un período histórico. 37 vIolencIA colectIvA En México, desde la década de los 80 del siglo xx hasta el año 2011, han ocurrido cerca de 785 linchamientos (Gráica II); en Guatema- la, de acuerdo con las cifras reportadas por la minugua (2004) y la Procuraduría de los Derechos Humanos de Guatemala (2011), entre 1996 y 2011 ocurrieron 1,117 linchamientos. En ambos paí- ses los linchamientos se han convertido en un procedimiento natu- ralizado y recurrente para sancionar acciones consideradas delitos o violaciones graves a valores comunitarios. Sancionan principal- mente ofensas en contra de bienes y propiedades; en segundo lugar, ofensas en contra de la integridad física de las personas; y por últi- mo, valores comunitarios (Fuentes Díaz, 2008). En sus despliegues, pueden ser eventos multitudinarios y altamente ritualizados, o es- pontáneos y con escasos participantes. En ambos casos, la víctima es numéricamente inferior a los sancionadores. La consumación de los linchamientos presenta innumerables vejaciones corporales: gol- pizas, ahorcamientos, laceraciones, lapidaciones e incineraciones, entre las más comunes. De acuerdo con la literatura referida a este fenómeno, aparecen en sectores con una alta vulnerabilidad social y en contextos signados por una elevada desconianza en los sistemas de justicia, por la incertidumbre y el miedo (Fuentes Díaz, 2001, 2006, 2008; Vilas, 2001). Fuente: Elaboración propia a partir de base de datos construida necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno... necropolítica, violencia y excepción en américa latina38 Para el caso de México, es de notar la correlación entre el aumento en el número de linchamientos (Gráica II), con el aumento en el número de la tasa de homicidios (Gráica I) a partir de 2008. Tal despegue en los datos nos hace suponer un aumento generalizado en las condiciones de violencia social en el país, exacerbada por la política de “Guerra contra el narcotráico”. La explosividad en las relaciones sociales previamente existente tuvo lugar por la intensiicación en las condiciones de vulnerabilidad de amplios segmentos a partir de las modiicaciones macroestructu- rales, ocasionadas por el modelo de acumulación lexible (apertura neoliberal desde 1982), lo que arrojó a condiciones de incertidum- bre a millones de personas. Sobre dicha circunstancia se erigió la po- lítica de la “Guerra contra el narcotráico”, obviando el terreno frágil y poroso de la fragmentación social existente. lAs “mArAs” De la misma manera, la violencia ejercida por las bandas juveniles conocidas como “maras” ha asolado a El Salvador, Guatemala y el sur de México. Las dos principales maras son la Mara Salvatrucha y la Mara 18 st., formadas originalmente por jóvenes centroameri- canos que vivían en Los Ángeles, Estados Unidos. Estos grupos son constituidos principalmente por hombres jóvenes de sectores popu- lares, agrupados en unidades barriales llamadas “clikas” desde donde controlan una parte de su territorio. Conocidos por su alto nivel de violencia –por ejemplo, el in- greso a la mara o “brinco” exige de un asesinato–, las maras han es- tablecido controles paralelos en importantes zonas de El Salvador y Guatemala; este control se usa en parte para atentar contra propie- dades (robos) o bien en contra de personas (asesinatos y violacio- nes). Abundantes son los casos de extorsión a comercios y hogares que estos grupos ejercen bajo sentencia de muerte en caso de no “cooperar” con ellos. 39 Es difícil medir el número de integrantes de las maras pero al- gunos estudios realizados los calculan en varios miles de jóvenes (Cruz, 2001). Las maras se han tornado una expresión que ha im- pactado la opinión pública, enfocándolas en últimos años como un problema de seguridad interna en Centroamérica y México (Zúñi- ga, 2008). En 2004, el entonces presidente de Guatemala, Oscar Berger, planeó una reunión con la Mara Salvatrucha y la 18 para un diálogo conjunto, con la inalidad de establecer un alto a los asesinatos intestinos entre ambas bandas así como a los daños co- laterales al resto de la población. En dicha ocasión, Berger declara- ba la incapacidad de las fuerzas oiciales de contener las relaciones conlictivas y los controles territoriales que estos grupos ejercían en Guatemala hacia aquellos años (Rodríguez, 2004). Recientemente, se han vinculado con el tráico de sustancias ilícitas y con el tráico ilegal de personas hacia los Estados Unidos, lo que ha potenciado su reactividad (Pérez, 2006). Para Zúñiga (2008), la violencia juvenil en El Salvador es unproblema estructural que se revela generacionalmente; los datos so- bre la cantidad de homicidios en el país muestran un ascenso impor- tante para los grupos de edad entre 15 a 24 años durante el periodo de 2001 a 2006 (Gráica III). Mientras que para 2001 la cantidad de personas asesinadas entre 20 y 24 años fue de 585, para 2006 fue de 924 (incremento de un tercio). Por otro parte, el número de per- sonas asesinadas entre los 15 y 19 años pasó de 309 en 2001 a 598 en 2006 (incremento duplicado). necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno... necropolítica, violencia y excepción en américa latina40 Gráica III. Número de homicidios en El Salvador por año, según grupos de edad de las víctimas (2001-2006) Fuente: Elaborado en base a los informes oiciales del Instituto de Medicina Legal de El Sal- vador para los años 1999, 2001, 2002, 2003, 2004,2 005 y 2006. Tomado de Zúñiga, 2008 En un estudio sobre las tasas de homicidio realizado por Santacruz (2005), se determinó que para poblaciones jóvenes, sobre todo en el rango de los 20 a 24 años, la tasa alcanzaba 114 homicidios por cada 100,000 habitantes, diez veces más que la tasa mundial. De acuerdo con la investigación de Zúñiga (2008: 97), las maras reieren a una identidad formada en entornos comunitarios donde privan la desconianza, el miedo y la frustración, elementos caracte- rísticos de comunidades que viven en la exclusión. Para estos secto- res de jóvenes, la violencia es una parte normalizada de las relaciones sociales, que atraviesa desde la propia corporalidad (el marcaje por tatuajes) hasta la eliminación del contrincante como única media- ción con el Otro. En San Salvador, en junio de 2010, miembros de una mara incendiaron un ómnibus con pasajeros a bordo, fallecien- do calcinados 11 de sus ocupantes (Iraheta, 2010). 41 Sostengo que estos hechos –las ejecuciones de los grupos del tráico de sustancias ilegales, la política de “Guerra contra las dro- gas” del gobierno mexicano, la violencia colectiva, y la violencia de las maras– revelan un nuevo tipo de subjetividad, que es producto de una mediación diferente de las relaciones sociales, subjetividad que no solo se expresa como crisis, sino que tiende a hacerse perma- nente y que presenta diicultades para ser explicada en términos de una regulación política de la vida. cAstIGo, espectAculArIdAd y medIAcIón Un aspecto que resalta en este nuevo tipo de violencia –linchamien- tos, ejecuciones de los grupos de tráico de sustancias ilegales, las eje- cuciones de las maras–, es la reaparición de las vejaciones corporales como espectáculo. ¿Qué revela la necesidad de castigar públicamen- te, o de exhibir restos humanos en calles y plazas públicas? De acuer- do con Foucault (1993), el cambio del castigo desde el suplicio a la benignidad disciplinaria, fue parte importante de la extensión del Estado y de la construcción de la hegemonía en la Europa moderna. La desaparición del sufrimiento como espectáculo y la asepsia de violencia en el espacio público fueron procesos vinculados con esta conformación estatal, lo que signiicó la construcción de una mediación en términos de disciplinamiento. En esta constitución se hallaron iguras como la individualidad y la ciudadanía, sobre las cuales se articuló la mediación del estado burgués. Durante este pro- ceso el castigo tendió a ocultarse dentro del proceso judicial penal, lo que llevó a retirarlo de la exhibición pública y a volverlo parte de una conciencia abstracta incada en la interiorización del código legal. Dicho proceso se correspondió con el surgimiento y estableci- miento de formas de sensibilidad distintas, vinculadas a ese proceso de construcción estatal (Spieremburg, 1984), lo que permitió, en términos de organización administrativa y control, legitimar el mo- nopolio de la violencia (Weber, 1979). necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno... necropolítica, violencia y excepción en américa latina42 colonIAlIsmo, vIolencIA y FuerzA de trAbAjo Ahora bien, el mantenimiento y emergencia de las vejaciones cor- porales en los ajusticiamientos públicos, en los asesinatos selectivos de las maras y en las ejecuciones vinculadas a los grupos del narco- tráico en México y Centroamérica, quizá digan algo acerca de los matices del poder del Estado, la manera en cómo se constituyó y la forma en que opera funcionalmente. Desde la perspectiva que se argumenta en este trabajo, y ha- ciendo una lectura desde los fenómenos expuestos, en los Estados estudiados se estableció un sistema de relaciones sociales que no se constituyeron subjetivamente dentro de los cánones disciplinarios liberal burgueses, generándose sociedades sin la totalización panóp- tica de las relaciones sociales. No es casual que la fuerza y el control autoritario hayan prevalecido como un fuerte componente de sus sistemas políticos y que se hayan constituido en una forma –cultural también–: lo popular autoritario (Fuentes Díaz, 2008). El control de poblaciones en tales Estados se ejerció a través de la fuerza, y en algunos casos, del terror –como en Guatemala–, más que a través de la subjetividad disciplinaria. Se podría hablar de la emergencia de Estados bifurcados (Mahmood, 1998). La economía en el ejercicio del poder tendió a la centralidad de la fuerza como forma fundamental de las relaciones sociales. Por ello sostengo que el modelo de análisis biopolítico no da cuenta de la complejidad de las relaciones sociales en formas estatales y socie- dades poscoloniales. Desarrollaré con mayor detalle lo antes dicho. La estructura productiva en México y Centroamérica durante el periodo colonial (economía de hacienda o plantación), hacía de la compulsión física de la fuerza de trabajo el eje de la valorización. Esto irradió al res- to de las sociedades una cultura política autoritaria y una subjeti- vación no disciplinaria en el ejercicio del poder, que permitía una estructura de sentimiento de alta tolerancia al dolor y a la violencia. Por ello, puede sugerirse que, a diferencia del modelo foucaultiano, en los Estados estudiados –México, Guatemala y El Salvador–, la 43 construcción de la mediación no se vertebró en los parámetros de abstracción burguesa (individualidad, ciudadanía), sino en formas particulares en las que el eje autoritario, necesario como forma pro- ductiva, hizo de la corporalidad blanco del ordenamiento y control social. El cuerpo subalterno siempre fue el objeto de la intervención violenta, porque dicho cuerpo contenía en potencia su valor latente como fuerza de trabajo. vIolencIA y medIAcIón Se tiene entonces, un primer eje para explicar la emergencia de la violencia espectacular y atroz, ubicado en las prácticas articuladas en un proceso de larga duración de origen colonial, en donde no se constituyó la mediación burguesa a través de la igura del ciuda- dano, sino a través de otra forma que resultaba funcional tanto a la organización productiva y como a la interpelación diferenciada de segmentos de población dentro de esos marcos estatales. Esta forma de mediación incorporaba el recurso de la fuerza, tornándola indis- pensable en la organización productiva de las economías coloniales, lo que derivó en la conformación de subjetividades socializadas en el ejercicio del poder no disciplinario, de manera especial en aquellos segmentos subalternos que no tuvieron una cobertura histórica bajo el techo estatal –población nativa y afrodescendiente. Estas prácticas no biopolíticas, históricamente conformadas, son reforzadas en el contexto actual por las abruptas transforma- ciones provocadas por los cambios en el régimen de acumulación, y por la implementación de políticas estatales para adecuarlo. Aquí radicamos el segundo eje para explicar la emergencia de las nuevas violencias en la región. Este segundo eje enfoca la emergencia de la violencia contem- poránea como resultado de las transformaciones macrosociales que afectaron la reproducción social de amplios
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