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Instituto(de(Ciencias(Sociales(y(Humanidades
A l f o n s o ( V é l e z ( P l i e g o
V E I N T E ( A Ñ O S
1
NECROPOLÍTICA, 
VIOLENCIA Y EXCEPCIÓN 
EN AMÉRICA LATINA
Antonio Fuentes Díaz 
(Editor)
necropolítica, violencia y excepción en américa latina2
BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA
ENRIqUE AgüERA IBáñEz
Rector
JOSÉ ALfONSO ESPARzA ORTIz
Secretario general
AgUSTíN gRAJALES PORRAS
Director del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades 
“Alfonso Vélez Pliego”
Noé Blancas
Corrección y formación
Julio Broca
Portada
Primera edición, 2012
D.R. © Antonio fuentes Díaz
D.R. © Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
 “Alfonso Vélez Pliego”
 Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
 Av. Juan de Palafox y Mendoza 208, Centro Histórico
 C.P. 72000, Puebla, Pue. Tel. 229 55 00, ext. 3131
ISBN: 
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
3
ÍNDICE
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5
Necropolítica: Los aportes de Mbembe 
para entender la violencia contemporánea 
Andrea Ivanna Gigena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Necropolítica y Excepción. 
Apuntes sobre violencia, gobierno 
y subjetividad en México y Centroamérica 
Antonio Fuentes Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
M. Foucault: Biopolítica, Tanatopolítica 
y Racismo desde el concepto de gobierno 
Myrna Edith Bilder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
La politización de la violencia 
Natatxa Carreras Sendra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
El reconocimiento cruel 
como técnica de subjetividad 
Mónica Zuleta Pardo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Biopolítica y vida. Lectura en clave 
de Colonialidad/Des-colonialidad 
Pablo Farneda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
necropolítica, violencia y excepción en américa latina4
5
INTRODUCCIÓN
El presente libro surgió de una triple coincidencia de los autores en 
el I Coloquio Internacional de Biopolítica organizado por la unipe 
en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en septiembre de 2011.
La primera coincidencia fue encontrarnos identiicados en una 
crítica a la categoría de biopolítica y al intento de hacerla dialogar 
con otras perspectivas, sobre todo, procedentes de la teoría poscolo-
nial y de la ilosofía política contemporánea, para tratar de entender 
lo que acontecía en Latinoamérica desde la particularidad de nues-
tros propios intereses académicos.
La segunda coincidencia fue la preocupación por entender los 
fenómenos de violencia en la región a partir de una serie de plan-
teamientos que inicialmente superaban o proponían una lectura 
alternativa a los estudios sobre el disciplinamiento y el control pobla-
cional, que la tradición foucaulteana había elaborado para explicar 
la formación de subjetividades y la instrumentalización del estado 
moderno, y desde luego, superar la explicación en los términos co-
munes de la criminología y las teorías liberal-funcionalistas sobre la 
desviación.
Una tercera coincidencia fue el haber dialogado, para la ela-
boración de nuestra caja de herramientas conceptuales, con dos 
planteamientos fundamentales para el entendimiento de la guber-
namentalidad actual. Por un lado, con aquellas discusiones que han 
enfatizado procesos de larga duración en la conformación del go-
bierno de las poblaciones y su vinculación con el régimen de acu-
mulación; y por otro, con las perspectivas críticas al canon de la 
soberanía, que han indagado sobre el establecimiento de estados 
de excepción en las democracias representativas contemporáneas, 
como forma normalizada de gestión.
necropolítica, violencia y excepción en américa latina6
Es así que en el presente libro las propuestas de abordaje sobre 
la violencia y el gobierno en la región se enfocan en las prácticas y 
contenciones que se sustentan más en la administración de la muer-
te que en la maximización de la vida al interior del topos político 
actual. En este sentido, los presentes trabajos establecen un diálo-
go principalmente con los aportes de Achille Mbembe y Giorgio 
Agamben, referidos a la producción política de la muerte.
Los artículos reunidos en este libro plantean, desde diferentes 
perspectivas, la relación entre el gobierno, la violencia y la muer-
te para los casos de México, Guatemala, El Salvador, Argentina y 
Colombia. Las aproximaciones ponderan diferentes fenómenos 
internos de cada una de estas sociedades. Cabe mencionar que los 
enfoques resultan en algunos casos complementarios, y en otros, 
contrastantes, en cuanto al debate de los alcances, límites y perti-
nencia de categorías como biopolítica, necropolítica y tanatopolítica, 
así como respecto a las teorías que estructuran los análisis presen-
tados por los autores. Sin embargo, los distintos abordajes sugie-
ren líneas para continuar en el entendimiento de la relación actual 
entre gobierno, violencia y muerte, así como para continuar con el 
diálogo abierto sobre la caracterización de estos acontecimientos 
en América Latina.
En “Necropolitica: los aporte de Mbembe para entender la vio-
lencia contemporánea”, Andrea Gigena plantea utilizar la analítica 
foucaulteana bajo otros horizontes de teorización aportados por el 
pensamiento poscolonial y descolonial. La autora se cuestiona cómo 
entender el ejercicio ininterrumpido del derecho a matar bajo el ar-
bitrio del biopoder en los mecanismos del Estado moderno, más 
allá de la paradoja introducida por una genealogía del racismo. El 
cuestionamiento le lleva a indagar en otras direcciones; siguiendo a 
Mbembe, la autora sostiene que la constitución misma de los esta-
dos, sobre todo en las poscolonias, ha sido a través de la instrumenta-
lización de la existencia humana y la destrucción material de cuerpos 
como elementos inherentes y constitutivos del espacio político so-
berano, experiencia que antecede a la paradoja del racismo y que 
no se constituye en términos biopolíticos. En ese sentido, llama la 
7
atención sobre la soberanía en términos de un ejercicio sistemático 
de violencia y terror sobre determinadas poblaciones, cuyo labora-
torio fue constituido por la experiencia colonial, una auténtica pro-
ducción de espacios de excepción y vida silvestre.
La noción de necropolítica (Mbembe, 2003) es un aporte im-
portante para entender una tecnología del poder cuyo objetivo es 
la regulación de poblaciones a través de la producción de sujetos 
disponibles y desechables. En ese sentido, Antonio Fuentes Díaz, 
en su análisis “Necropolítica y Excepción. Apuntes sobre violencia, 
gobierno y subjetividad en México y Centroamérica”, ubica tanto a 
la llamada “Guerra contra el narcotráico”, como a la violencia colec-
tiva de linchamientos y asesinatos de las maras, como manifestacio-
nes de una necropolítica funcional de la gubernamentalidad contem-
poránea en la región. La necropolítica, sostiene, supone relaciones 
sociales incadas en el ejercicio de la fuerza y en el giro autoritario 
de las prácticas, constituyéndose como una estructura del sentir que 
se irradia a todos los segmentos sociales. No implica subjetivaciones 
para el retorno a un supuesto cuerpo social, pieza clave en el mode-
lo de capital productivo que formaba trabajadores para el mercado, 
sino estrategias y prácticas que se entrelazan en la denegación/ex-
pulsión de la población excedente.
En esta etapa se comprende el papel que tiene la ideología de 
la Seguridad como principal forma de construcción del consenso; 
desde la gestión militarizada de la seguridad pública, las guerras pre-
ventivas, la vigilancia electrónica, hasta la construcción de nuevas 
iguras del enemigo.El autor señala que, en este proceso, la destruc-
ción del cuerpo, su retención en el dolor o su mutilación nos hablan 
de producción de vidas precarias, superluas al régimen de lexibili-
dad, y de la desvalorización de la fuerza de trabajo.
El artículo de Myrna Bilder, “M. Foucault: Biopolítica, Tana-
topolítica y Racismo desde el concepto de gobierno”, plantea que 
es necesaria una reformulación de la lectura del racismo en cuanto 
tecnología del poder, y no solo como una deriva descontrolada de la 
biopolítica, en la medida que a partir de la experiencia de los cam-
pos de concentración en la Alemania nazi y en Argentina, la muerte 
introducción
necropolítica, violencia y excepción en américa latina8
probó ser un in para transformar una sociedad a través de los efectos 
que la ausencia de un grupo inducía al resto.
La autora sostiene que esta experiencia quebró los postulados 
de igualdad, soberanía y autonomía que formaban el núcleo ideo-
lógico de la modernidad, articulando la muerte como una estra-
tegia de gobierno, con lo que la biopolítica devino tanatopolítica 
–entendida como la administración y regulación de la vida que 
requiere de la muerte.
La autora utiliza las relexiones de Agamben (2002) sobre 
la igura del musulmán para cuestionar si acaso la producción de 
subjetividades nulas, las políticas de exterminio y las experiencias 
concentracionarias deberían ser entendidas como mecanismos de 
gestión de los colectivos hoy día. Resalta la productividad de dicho 
mecanismo –al que denomina tanatopolítica, basándose en el con-
cepto acuñado por Agamben (1998)– en cuanto a la conducción 
y reorganización de las relaciones sociales, en las que se censuran 
aquellas subjetividades que se encuentren en tensión con el poder 
dominante.
Las investigaciones de Natatxa Carreras han abundado sobre 
los fenómenos que aquí nos interesa estudiar; consideramos que su 
aporte daría luces a las relexiones en torno a la producción de nuda 
vida y deshechabilidad, razón por la que decidimos convocarla para 
el presente libro. En “La politización de la violencia”, en diálogo con 
la teoría psicoanalítica, sostiene que la violencia tiene que entender-
se desde múltiples ámbitos, dada su relación con la actual cosiica-
ción de los cuerpos por condiciones de clase, vacíos legales, mercado 
y circulación; y que la violencia atraviesa la constitución psíquica de 
los sujetos en lo cotidiano.
Para Carreras, los procesos globales de la acumulación capitalis-
ta tienen su correlato en las transformaciones psíquicas, y ubica en 
lo contemporáneo la declinación del complejo de Edipo y las desga-
rraduras en la trama simbólica. Estas desgarraduras se acompañan 
como condición y consecuencia de la emergencia de iguras totalita-
rias y de la desechabilidad de grandes sectores sociales.
9
Es interesante que la perspectiva desarrollada en este artículo 
permite mostrar que las formas de gobierno y las relaciones sociales 
incadas en la excepcionalidad –que acompañan al neoliberalismo–, 
generan procesos psíquicos de declinación simbólica que reestruc-
turan subjetividades especulares y narcisitas.
Mónica Zuleta aborda la noción de “reconocimiento cruel”, al 
que entiende como una técnica de subjetividad que conformó la 
idea de una sociedad civil liberal en Colombia. En su artículo “El re-
conocimiento cruel como técnica de subjetividad”, sostiene que fue 
a través de acontecimientos de guerra y del mercadeo de la muerte 
que se dio en el país el giro de la “coacción” a la “libertad”, giro que 
conformó una sociedad civil liberal vinculada a la guerra y a la muer-
te, a través de decisiones individuales, y en base a cálculos de costo-
beneicio. Funda su análisis en dos acontecimientos, el Bogotazo y la 
Violencia, que se remontan a 1948.
Un punto central es la demostración de que el “reconocimiento 
cruel”, como técnica de gobierno, genera, a través de la muerte, el 
advenimiento del individuo libre y la esfera civil.
En “Biopolítica y vida: lecturas en clave de Colonialidad/Des-
colonialidad”, Pablo Farneda señala que el papel de la biopolítica 
como optimización de la productividad de la vida solo puede ser 
entendida en base a la modernidad colonial. El artículo argumenta 
que la biopolítica encuentra su fundamento en la conquista y co-
lonización de América, donde, además, fue ensayada, a través del 
genocidio, la regulación por muerte de los genocidios biopolíticos 
contemporáneos. Asimismo, invita a formular nuevas preguntas so-
bre la biopolítica desde perspectivas latinoamericanas, que despla-
cen y reconiguren nuevos modos de pensar estas problemáticas.
El presente libro pretende estimular la discusión sobre las con-
diciones actuales de violencia, gobernabilidad y subjetivación en 
que se vive el presente en la región, desde un enfoque crítico que 
centre su interés en perspectivas de largo plazo, más allá de las ex-
plicaciones coyunturales sobre la inseguridad, la democracia y el 
Estado de derecho
introducción
necropolítica, violencia y excepción en américa latina10
Agradezco el apoyo del doctor Agustín Grajales Porras, direc- 
tor del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso 
Vélez Pliego”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 
por su disposición para la utilización de los recursos que este Insti-
tuto brinda, y por el apoyo para la publicación del presente libro.
Antonio Fuentes Díaz 
Puebla, Puebla 
25 de septiembre de 2012
11
NECROPOLÍTICA: LOS APORTES 
DE MBEMBE PARA ENTENDER 
LA VIOLENCIA CONTEMPORÁNEA
AndreA IvAnnA GIGenA
InGresAndo
Este trabajo parte de dos circunstancias teóricas fundamentales. La 
primera tiene que ver con el convencimiento de que la analítica fou-
caultiana tiene una notable potencialidad para dar cuenta de múl-
tiples procesos políticos contemporáneos, a través del estudio de 
las prácticas que los constituyen (su historicidad, su singularidad y 
aquello que producen). La segunda se relaciona con la necesidad de 
inscribir esta analítica en “una nueva temporalidad discursiva” (Bha-
bha, 2002), en el horizonte de teorización abierto por las “episte-
mologías del sur”, en la medida que le dan una nueva impronta y un 
mayor potencial para su uso como caja de herramientas conceptual 
en contextos donde perviven estructuras de dominación colonial, 
como nuestra América Latina.
Cuando reiero a las “epistemologías del sur” remito tanto al 
pensamiento poscolonial como al descolonial. El primero es un es-
cenario de teorización que surge en la mitad del siglo xx en el marco 
de las experiencias de luchas anticoloniales en Asia y África.1 El pen-
1 Siguiendo a Mbembe (2008a), tres grandes momentos distinguen la 
constitución de esta corriente. Primero, la relexión que precedió y acompañó 
las luchas anticoloniales en África, centradas en textos novelísticos, poéticos 
y militantes producidos por la diáspora africana y negra de habla francesa 
(Fanon, Senghor, Césaire, Glissant). El segundo, en la década de los 80, 
necropolítica, violencia y excepción en américa latina12
samiento descolonial, por otra parte, emerge en los años 90 como 
una corriente intelectual crítica que pretende constituir un “para-
digma otro” respecto de la modernidad y el orden de dominación 
global establecido con la colonización de América, y que se extiende 
hasta la actualidad.2
Asimismo, este trabajo parte de la necesidad de relexionar sobre 
un conjunto de acontecimientos que vienen sucediendo en nuestra 
región y que denominaré, genérica y provisoriamente, de “violen-
cia masiva y muertes”, cuyas referencias más paradigmáticas son: los 
genocidios producidos por diversos gobiernos dictatoriales, los fe-
minicidios, las masacres, mutilaciones y desplazamientos forzosos 
de poblaciones producidos por las dinámicas de conlictos que, por 
lo general, se atribuyen al narcotráico o a grupos armados que fun-
cionan con autonomía de los Estados-nación, entre otros. Claro que 
de “alta teorización” cuando el pensamiento poscolonial se moldea juntoa la historiografía y la crítica literaria (Said, Bhabha, Spivak, entre otros). 
Finalmente, el tercero está marcado por la radicalización de la globalización 
y su presión sobre los recursos naturales y la vida humana (Mbembe, 2008). 
Pese a ser un campo de relexión muy heterogéneo, el común denominador es 
que consideran a las experiencias de las luchas anticoloniales como instancias 
performativas tanto del sujeto colonizado como del colonizador.
2 Esta corriente está integrada por una importante diversidad de autores que 
proceden de heterogéneas disciplinas y que reivindican como fuentes de su 
pensamiento a ciertas corrientes emergidas en América y Estados Unidos en 
los últimos 60 años: la teología, la ilosofía y la sociología de la liberación, 
la teoría de la dependencia, los debates latinoamericanos sobre modernidad/
postmodernidad, la teoría feminista chicana, el grupo de estudios subalternos 
de EE.UU., entre otros.
Todos distinguen entre el colonialismo –sistema de dominación político-
administrativo correspondiente a determinados periodos históricos y lugares 
concretos donde se ejerció dominio imperial– y la colonialidad –estructura 
de dominio subyacente al control ejercido durante la colonización española y 
lusitana en América, que permanece y se extiende, en múltiples dimensiones 
y regiones, una vez acabada esta. Y se diferencian de la anterior perspectiva 
porque teorizan a partir del marco de problematización abierto por esta 
última. Todos sus referentes cuestionan la “eurocentricidad”, esto es, las 
históricas conexiones entre poder, conocimiento y distribución territorial que 
establecieron a Europa como centro (Gigena, 2011).
13
mi intención no es problematizar acerca de la conceptualización de 
estos acontecimientos, ni en su tipiicación. Más bien me interesa 
problematizar sobre el modo de abordarlos analíticamente, a partir 
de la noción de necropolítica desarrollada por Achille Mbembe.
Este autor camerunés radicado en Sudáfrica inscribe la analítica 
foucaultiana en una singular clave de interpretación, la poscolonial, 
para indicar que la muerte3 es una tecnología especíica, de origen 
colonial, de gestión de determinadas poblaciones en el mundo. Lo 
que trataré de desandar, entonces, son los argumentos conceptuales 
y metodológicos que sostienen esta perspectiva, para lo cual me baso 
privilegiada, pero no exclusivamente, en el texto denominado, justa-
mente, Necropolítica.4
Allí, donde FoucAult no pudo
Si bien con frecuencia suele atribuirse a Foucault, sin más, la noción 
de “biopolítica”, el concepto es anterior a él. Edgardo Castro (2011) 
indica que el origen del término puede encontrarse en 1905, en los 
escritos del sueco Rudolf Kyellen, y que a partir de allí deben distin-
guirse dos orientaciones: una que prima desde principios del siglo 
xx hasta la década de los 70, y que considera al Estado y la sociedad 
3 En general, y siguiendo a Foucault (2000), entiendo a la muerte en un sentido 
amplio. Matar es el homicidio pero también es exponer a la muerte (llevar a 
los ciudadanos a una guerra por ejemplo), multiplicar los riesgos de muerte, 
invisibilizar, expulsar, excluir (la muerte política). En Mbembe hay una 
preeminencia analítica por el homicidio y otras prácticas de violencia sobre 
los cuerpos.
4 El texto en el que el autor presenta la temática fue publicado por primera vez 
en 2003 en inglés (“Necropolitics”, Revista Public Culture) y luego, en 2006, 
fue traducido por esa misma producción al español (en España). Quisiera 
destacar un gesto en la escritura de Mbembe que sortea algunos atisbos de 
violencia epistémica: al menos en buena parte de sus últimas obras publicadas 
en inglés, el autor escribe en un lenguaje no sexista. Sin embargo, esto se pierde en 
las traducciones (castellano o portugués) de esos mismos textos.
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina14
como un organismo, “una realidad biológica”.5 La otra, que conside-
ra el modo en que la política toma a la vida biológica de los hombres 
como objeto de su poder (el biopoder). Esta última orientación es la 
que corresponde a la discursividad foucaultiana, y tiene la particula-
ridad de abrir el debate sobre la politización de la vida.
Recordemos, muy brevemente, que para Foucault el biopoder 
toma a su cargo la vida, desde lo orgánico a lo biológico, del cuerpo 
a la población; así lo deine:
…el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, 
en la especie humana, constituyen rasgos biológicos fundamen-
tales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una 
estrategia general de poder; en otras palabras, cómo, a partir del 
siglo xviii, la sociedad, las sociedades occidentales modernas, to-
maron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hom-
bre constituye una especie humana (Foucault, 2004: 15).
Pueden distinguirse dos condiciones de posibilidad de la emergen-
cia del biopoder. Por un lado, la mutación, en la teoría clásica de la 
soberanía y el consecuente desplazamiento en su modo de ejercicio 
del poder, desde el hacer morir o dejar vivir hacia el hacer vivir o 
dejar morir. Esto dista de ser una simple inversión de términos,6 ya 
que el poder se ejerce desequilibradamente en cada binomio. Para 
el primero, se ejerce asimétricamente por la muerte: “…el soberano 
ejerce su derecho sobre la vida desde el momento en que puede ma-
5 Para esta primera orientación, Castro distingue (siguiendo a Esposito y Cu-
tro) tres etapas: a) la organicista (hasta la década de los 30, fundamentalmente 
en lengua alemana), “…dominada por el esfuerzo de pensar el estado como un 
organismo viviente”; b) la humanista (de los años 60, predominantemente en 
lengua francesa), que “busca explicar la historia de la humanidad partiendo 
de la vida, sin reducir por ello la historia a la naturaleza”; y c) la naturalista 
(mediados de los 60, predominantemente en lengua inglesa), en la cual “se 
entiende por biopolítica la utilización de los conceptos y los métodos de la 
biología en el campo de la ciencia política” (Castro, 2011: 35-36).
6 La sutileza en el uso de los verbos da cuenta de esto, no se trata de hacer morir 
y hacer vivir (o viceversa) sino de hacer y dejar, lo que denota el carácter activo 
del primero y el carácter pasivo-ausente del segundo.
15
tar” (Foucault, 2000: 218); mientras que para el segundo se ejerce 
desequilibradamente a favor de la vida.
Por otro lado, el biopoder emerge por la constitución de un nue-
vo campo de intervención: la población, entendida como un conjun-
to de procesos que deben regularse en sus aspectos naturales y a partir 
de ellos. Para ello se entrelazan dos tecnologías: las disciplinarias (a 
partir el siglo xvii), la anatomopolítica del cuerpo humano, centra-
das en el cuerpo de los individuos; y las regulatorias (desde el siglo 
xviii), la biopolítica de la población, centradas en el cuerpo-especie 
(Foucault, 2002: 2004).7 Así, el biopoder opera en un doble juego 
de producción-regulación. Es productivo por su vocación de interve-
nir para “hacer vivir”. Es regulador por su vocación para determinar 
cómo vivir: una vida más segura, más productiva y menos azarosa.
Frente a un poder organizado en torno de la vida, con énfasis en 
la vida: ¿cómo entender entonces el ejercicio interrumpido (y escan-
daloso) del derecho a matar ejercido bajo el arbitrio del biopoder? 
El palabras del propio Foucault: “¿cómo es posible que un poder 
político mate, reivindique la muerte, exija la muerte, haga matar, dé 
orden de matar, exponga a la muerte no sólo a sus enemigos sino a 
sus ciudadanos?” (2000: 230). En sus respuestas a este interrogante 
aparecen las tensiones conceptuales que originaron, luego, extendi-
das correctivas a su pensamiento. Pero veamos cómo es que Fou-
cault responde a la pregunta por la muerte.
Según el autor, el racismo de Estado explica la “aparente” para-
doja de un poder que se ejerce sobre la vida promoviendo, al mismo 
tiempo, aquelloque la anula: una multiplicidad de muertes. Ape-
lando a la raza se han podido sostener prácticas de borramiento y 
7 Si bien son dos tecnologías distintas, no deben considerarse antitéticas 
o excluyentes. Más bien actúan en diferentes niveles pero entrelazadas. 
La tecnología disciplinaria descompone, clasiica, establece secuencias o 
coordinaciones óptimas, ija los procedimientos del adiestramiento en base a 
esas secuencias y controla el grado de ajuste en relación a un modelo óptimo. 
La tecnología de regulación no impide ni proyecta una acción (estableciendo 
un modelo óptimo), sino que controla su manifestación en un marco de 
límites aceptables (Foucault, 2004).
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina16
exterminio de algunos sujetos con el in de asegurar la homeostasis 
poblacional:
Sin duda, fue el surgimiento del biopoder lo que inscribió el ra-
cismo en los mecanismos del Estado. En ese momento, el racismo 
se inscribió como mecanismo fundamental del poder, tal como 
se ejerce en los Estados modernos y en la medida en que hace que 
prácticamente no haya funcionamiento del Estado que, en cierto 
momento, en cierto límite y en ciertas condiciones, no pase por él 
(Foucault, 2000: 230)
De ahí que Foucault (2002) sostenga que el racismo moderno es es-
tatal y biologizante. A partir del mismo se ejercen dos funciones. La 
primera es fragmentar a la especie humana, introduciendo diferen-
cias jerárquicas en un “continuum biológico”. La segunda es estable-
cer una relación positiva con respecto a la muerte para los grupos 
que integran las posiciones inferiores de la jerarquía, para quienes, 
incluso, la muerte podrá ser “solicitada por necesidad”:
…puede comprenderse por qué el racismo se desarrolla en las so-
ciedades modernas que funcionan en la modalidad del biopoder; 
se comprende también por qué el racismo va a estallar en una serie 
de puntos privilegiados, que son precisamente los puntos en que 
se requiere de manera indispensable el derecho a la muerte (Fou-
cault, 2000: 232).
La identidad entre el racismo y el Estado moderno tiene, entonces, 
como principal función, asegurar la normalización,8 la regularidad, 
la homogeneidad y la homeostasis poblacional. Y lo que se produce 
es una política racial de alteridad, la constitución de sujetos “dispen-
sables”, “desechables”, a quienes se puede dejar morir o hacer morir 
para “defender” y resguardar la propia población. 
Esta respuesta, este lugar y función dado a la muerte por Fou-
cault, ha resultado insuiciente para muchos autores como Giorgo 
8 Se parte del comportamiento de hechos concretos maniiestos en curvas de 
normalidades estadísticas frente a las cuales: “… [se hará] interactuar esas 
diferentes distribuciones de normalidad y procurar que las más desfavorables 
se asimilen a la más favorables” (Foucault, 2004: 83).
17
Agamben y Achille Mbembe, quienes, desde genealogías de pen-
samientos diferentes pero continuando el paradigma biopolítico, 
han propuesto nuevas claves de interpretación para la muerte y la 
violencia. Agamben, a través de la noción de nuda vida y el estado 
de excepción;9 Mbembe, mediante la necropolítica (Mbembe, 2006 
[2003]). Voy a destacar aquí sólo el segundo, atendiendo a que otros 
autores ya han establecido las limitaciones del primer autor italiano 
en la medida que: “…ocluye las dimensiones coloniales de lo que ge-
néricamente se diagnostica como la crisis política de occidente” (De 
Oto y Quintana, 2010: 52).10
9 La propuesta de Agamben busca corregir o completar el pensamiento de 
Foucault en dos sentidos relacionados. Por un lado, extender el análisis 
biopolítico hacia los espacios que el autor considera de dominio, por 
excelencia, de la biopolítica: los campos de concentración y exterminio, sobre 
los cuales Foucault no profundizó. Por el otro, recuperar los elementos de los 
que Foucault prescindió para explicar el ejercicio del poder moderno: lo 
jurídico-institucional, la soberanía. Esto signiica extender el análisis al punto 
en el que se intersectan lo “jurídico” y lo “político”. Así, la diferenciación que 
sostuviera Foucault entre gobierno soberano y gobierno biopolítico se deshace 
para que se puede explicar, en su entrecruzamiento, el estado de excepción y el 
homo sacer (Castro, 2011; Karmy Bolton, 2011).
Para Agamben, la política en la modernidad se caracteriza por la incorporación 
de la vida desnuda al cálculo político occidental (paradigma biopolítico) y la 
constitución del estado de excepción (paradigma soberano) como regla. En 
la arqueología de la vida desnuda aparece el homo sacer, una igura del derecho 
romano arcaico bajo cuyo arbitrio una vida puede ser suprimida “sin necesidad 
de ofrecer sacriicios y sin cometer homicidio” (Castro, 2011). Esta particular 
intersección, del orden jurídico y del orden político, da como resultado una 
zona de “irreductible indiferenciación” (entre inclusión/exclusión, bíos/zoé, 
publico/privado).
Esta reconiguración del paradigma biopolítico es considerada la “matriz 
originaria sobre la cual se funda Occidente” (Karmy Bolton, 2011: 6).
10 Para una crítica relativa al carácter eurocentrismo del pensamiento de Giorgo 
Agamben, puede consultarse a Walter Mignolo (2007), “El pensamiento 
decolonial: desprendimiento y apertura. Un Maniiesto”, en Castro-Gómez, 
Santiago y Ramón Grosfoguel (comps.) (2007), El giro decolonial. Relexiones 
para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Bogotá: Siglo del 
Hombre Editores; y De Oto y Quintana (2010), “Biopolítica y colonialialidad. 
Una lectura crítica de Homo Sacer”, Revista Tabula Rasa, 12, Bogotá.
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina18
GeneAloGíA del necropoder: 
rAcIsmo y experIencIA colonIAl
Tributario del pensamiento foucaulteano y en interlocución con 
Agamben, Mbembe (2006) airma que las experiencias políticas 
contemporáneas deben abordarse desde categorías diferentes de 
 de nociones “menos abstractas” como vida y/o muerte. Así, y frente 
al privilegio dado por las teorías normativas al concepto de “razón”, 
el autor enuncia:
Mi interés se centra en esas iguras de la soberanía cuyo proyecto 
central no es la lucha por la autonomía, sino la instrumentaliza-
ción generalizada de la existencia humana y la destrucción mate-
rial de cuerpos y poblaciones humanos. Esas iguras de soberanía no 
tienen nada que ver con un episodio de locura exacerbada o con 
la expresión de una ruptura entre los impulsos y los intereses del 
cuerpo y los de la mente. Por el contrario, son, como los campos 
de exterminio, lo que constituye el nomos del espacio político en 
el que aún vivimos (Mbembe, 2006: 34; énfasis agregado).
Está interesado, entonces, en analizar las prácticas que producen 
muertes a través de un ejercicio sistemático de la violencia y el te-
rror sobre determinadas poblaciones. Esto es el necropoder. Y este 
énfasis analítico lo distingue tanto de Foucault y Agamben como de 
Sintéticamente, apunto que Mignolo, por un lado, indica que las elaboraciones 
de Agamben son: “…importantes, pero tardías, regionales y limitadas” en la 
medida que ignoran la constitución del mundo moderno/colonial como el 
tiempo inaugural de las prácticas de la “desechabilidad” humana. Prácticas que, 
además, desbordan aquello que la noción de “nuda vida” contiene (2007: 41-42).
De Oto y Quintana, por otra parte, extienden todavía más la crítica de 
Mignolo: “Sin embargo, el núcleo de nuestra crítica a Agamben, si bien 
está asociada al problema concreto que se pone en juego cuando se ignora 
el carácter instituyente del colonialismo para la modernidad y para la teoría 
política, se reiere a que su visión comprime la heterogeneidad del mundo 
moderno colonial, y las distintas formas de disposición de la vida que se 
inauguran en ese marco, a la huella dejada por una marca ontológica de la 
tradición del derecho romano. En ese sentido, la lectura de Agamben no llegatarde. Llega desde una marca epistemológica que no incorpora capilarmente 
los cuerpos coloniales en su trama conceptual” (2010: 66).
19
muchos/as autores/as inscriptos/as en las corrientes poscoloniales 
y descoloniales que con mucho menor frecuencia han desandado 
abordajes relativos al ejercicio de la violencia y las prácticas de la 
muerte, de tan signiicativas emergencias y particulares visibilidades 
en nuestras sociedades.11
Pero veamos la trama del pensamiento de Achille Mbembe. En 
primer lugar, es necesario destacar que el necropoder está siempre e 
indisolublemente ligado al racismo: “Al in y al cabo, mucho más que 
el pensamiento de clase (la ideología que deine la historia como una 
lucha económica entre las clases), la raza ha sido la sombra omni-
presente en el pensamiento y la práctica política de occidente, sobre 
todo cuando se trata de imaginar la inhumanidad de los extranjeros” 
(Mbembe, 2006: 36).
El racismo es conceptualizado, entonces, como una “economía 
psíquica”, una “práctica de la imaginación” porque se sustenta sobre 
una idea que la ciencia ya ha podido rebatir y que, sin embargo, per-
dura: que la raza existe. Se articula, además, sobre un “accidente”: 
el color de la piel. Este racismo, como explicaré luego con profun-
didad, encuentra su origen en las experiencias coloniales y, actual-
mente –en la “Modernidad Global”– se reproduce como efecto de 
una multiplicidad de micro prácticas relativas a la circulación de las 
cosas, las migraciones y las guerras (Mbembe, 2005).12
Si bien es cierto que en el marco del pensamiento biopolítico la 
asociación de la muerte con el racismo no es novedosa (tanto Fou-
cault como Agamben realizan estas operaciones), lo signiicativo de 
Mbembe es inscribir la genealogía del racismo en una temporalidad 
alternativa a aquella que sostiene que el biopoder tiene su origen en 
las formaciones socio-políticas de Europa occidental. En este senti-
do, se acerca a Homi Bhabha, quien plantea: “La eurocentricidad 
11 Una excepción son las producciones de Rita Laura Segato (2006) y, más 
recientemente, de Karina Bidaseca (2011), quienes analizan las estructuras 
de la violencia y sus raíces coloniales especíicamente en relación a los 
feminicidios en Latinoamérica.
12 Me detendré en estos aspectos más adelante, al referir la cuestión de la 
estatalidad en la conceptualización de la necropolítica.
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina20
de la teoría foucaultiana de la diferencia cultural se revela en su in-
sistente espacialización del tiempo de la modernidad” (2002: 293), 
temporalidad que deja fuera los espacios coloniales de los siglos xix 
y xx. Como corolario, la “raza” aparece como una “ensoñación ar-
caica”, como un acontecimiento “premoderno” que se hace presente 
en el holocausto judío (shoá) de modo extratemporal.
Esto nos lleva a destacar un segundo elemento en el pensamien-
to de Mbembe: que las experiencias coloniales se constituyen, in-
defectiblemente, en la grilla de inteligibilidad para la violencia y el 
terror contemporáneo que se resumen en la necropolítica. En relación 
a esto, el autor distingue dos hiatos, uno relacionado con la empresa 
colonial en América, a partir del siglo xvii, y el otro producido con 
la colonización en Asia y África desde el siglo xix.
Es oportuno y correcto advertir aquí, sin embargo, que el co-
lonialismo no ha sido un tema totalmente ausente en la obra de 
Foucault:13
El racismo va a desarrollarse, en primer lugar, con la colonización, 
es decir, con el genocidio colonizador; cuando haya que matar 
gente, matar poblaciones, matar civilizaciones […]. Destruir no 
solamente al adversario político, sino a la población rival, esa es-
pecie de peligro biológico que representan para la raza que somos, 
quienes están frente a nosotros […]. En líneas generales, creo que 
el racismo atiende a la función de muerte en la economía del bio-
poder, de acuerdo con el principio de que la muerte de los otros 
signiica el fortalecimiento biológico de uno mismo en tanto 
miembro de una raza o población (Foucault, 2000: 232-233).
Sin embargo, como ya han advertido muchos/as intelectuales pos-
coloniales y descoloniales, esto no puede hacernos sugerir que Fou-
cault considerara que el racismo tenía sus antecedentes en la expe-
riencia colonial, ni que hubiera un solo tipo de racismo, ni que el 
racismo funcionara solo fuera de Europa. De hecho, Foucault pri-
vilegió la consideración de que en el corazón mismo de Europa se 
13 El tema aparece referido en Historia de la Sexualidad ([1975] 2002) y 
Defender la Sociedad ([1976] 2000).
21
racializaron las relaciones con “la aristocracia en el siglo xvii”, con 
“la burguesía del xviii”, con “los pobres en el siglo xix” y, inalmen-
te, con “los judíos en el siglo xx” (Castro-Gómez, 2007). Entonces:
Lo que parece querer decir Foucault es que las colonias fueron 
uno de los laboratorios en los que se probó el racismo en tanto 
que dispositivo biopolítico de guerra. No está diciendo que el ra-
cismo nace con el colonialismo, ni que el colonialismo es la condi-
ción de posibilidad del racismo; lo que dice es que la experiencia 
colonial europea coadyuva a desarrollar el discurso del racismo 
(Castro-Gómez, 2007: 158; énfasis original).
Volviendo entonces a Mbembe, y como ya indiqué, las experien-
cias coloniales sí son un antecedente de una misma lógica racista 
que reconoce dos hitos. En relación al primero, sentencia Mbem-
be: “Cualquier relato histórico del surgimiento del terror moderno 
necesita tratar la esclavitud, que podría ser considerada como uno 
de los primeros casos de experimentación biopolítica” (Mbembe, 
2006: 39). En las antípodas de Agamben, que considera el exter-
minio producido por el nazismo como el punto paradigmático de 
experimentación biopolítica, para nuestro autor el régimen escla-
vista de las plantaciones asumen ese carácter y los/as esclavos/as se 
coniguran como las: “iguras emblemáticas y paradójicas del estado 
de excepción” (Mbembe: 2006:39).
En la plantación la paradoja de la subjetividad del/la esclavo/a 
se plantea en que, por un lado su humanidad queda reducida a una 
“sombra”:
La condición de esclavo resulta de una pérdida triple: la pérdida 
de un “hogar”, la pérdida de los derechos sobre el propio cuerpo 
y la pérdida del estatus político. Esto es idéntico a la dominación 
absoluta, la alienación mental y la muerte social (la expulsión to-
tal de la humanidad) (Mbembe, 2006: 39).
Pese a esto, como el/la esclavo/a es necesario/a en tanto fuerza de 
trabajo, se lo/la deja vivir en un “estado de lesión”. Esto implica la 
disposición de sus cuerpos para ejercitar la violencia (azotes, ejecu-
ciones, violaciones) y, a su vez, para constituirlos como escenario y 
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina22
protagonistas de un espectáculo de violencia “destinado a provocar 
el terror” en otros/as.
Por otro lado, sin embargo, en la plantación los/as esclavos/as 
desarrollan los ínimos elementos de una subjetivación de resisten-
cia, que airma su humanidad. Así:
…el esclavo sigue siendo capaz de incorporar cualquier objeto, 
instrumento, lenguaje o gesto a una representación y estilizarlo. 
Por medio de la ruptura con su desarraigo y el puro mundo de las 
cosas del que es solo un fragmento, el esclavo es capaz de mostrar 
las capacidades proteicas de los lazos humanos mediante la músi-
ca y el propio cuerpo, que es supuestamente la posesión de otro 
(Mbembe, 2006: 39-40).
Muerte, crueldad y profanación son las prácticas que Mbembe re-
conoce para este primer hito. Luego, más tarde, el terror encuentra 
un nuevo antecedente en el sistema colonial establecido en Asia y 
África desde ines del siglo xix y hasta mediados del siglo xx. Allí la 
racionalidad occidental “encarna” en la síntesis entre la masacre y 
la burocracia imperial aplicada en las colonias, proceso legitimado 
por el racismo eugenésico, higiénico,degenerativo en boga (Mbem-
be, 2006).
Entonces, en síntesis, en su genealogía del racismo, Mbembe 
no niega los vínculos entre modernidad y terror ya establecidos por 
otros autores: las prácticas (y sus mutaciones) de castigo del ancien 
régime que estudió Foucault; las prácticas del terror ejercidos durante 
la revolución francesa; la “industrialización de la muerte” producto 
de la integración de la racionalidad instrumental y la racionalidad 
productivo-administrativa de los Estados modernos (fábrica, ejérci-
tos, prisión) en el nazismo, y hasta violencia que supone el relato de la 
emancipación marxista que: “…tenía como objetivo la erradicación de 
la básica condición humana de pluralidad” (2006: 38).
Lo que hace, más bien, es trastocar los límites que los autores 
inscriptos en epistemologías eurocéntricas reconocen a la Moder-
nidad. Él inscribe en la concepción de que la misma es anterior a la 
23
Ilustración14 y su origen debe rastrearse en los “laboratorios” –los sis-
temas de “plantaciones” y la trata de esclavos– instaurados en Amé-
rica, mucho antes de la colonización imperial en Asia y África:
La crítica postcolonial demuestra que nuestra modernidad glo-
bal necesita ser analizada en contexto mucho antes del siglo xix, 
comenzando por el período en el cual la mercantilización de la 
propiedad privada ocurrió de la mano de la mercantilización 
de las personas durante la trata de esclavos (Mbembe, 2008a:s/d) 
[La traducción es mía].
lA sInGulArIdAd del necropoder
A través del análisis del conlicto palestino-israelí, la Guerra del Gol-
fo y régimen del apartheid en Sudáfrica, Mbembe (2006) airma que 
en la modernidad reciente se articulan lo disciplinar, lo biopolítico 
y lo necropolítico, y que esta articulación logra alcanzar un dominio 
“absoluto” sobre determinadas poblaciones. La ocupación colonial 
del territorio palestino en la modernidad reciente es, para el autor, el 
caso emblemático de esta articulación.
Con esto se deja sentado que el ejercicio de la violencia y el te-
rror –la necropolítica–, no es la contraparte de la biopolítica –el co-
constitutivo del biopoder para asegurar la homeostasis poblacional, 
que se ejerce a través del racismo de Estado–, como sugería Foucault 
14 Esta interpretación ha sido desarrollada particularmente en el marco del 
pensamiento descolonial a través y a partir de Enrique Dussel, quien considera 
que la modernidad empieza con el descubrimiento de América y distingue, 
para la misma, dos etapas. La primera, la colonial, inicia en el siglo xv con el 
imperio de España y Portugal, junto al desarrollo del mercantilismo mundial 
y la consolidación de un ethos cristiano, humanista y renacentista. La segunda 
modernidad, la ilustrada, está asociada a los imperios de Holanda, Francia e 
Inglaterra (desde el siglo xvii) y luego a Estados Unidos (siglo xx). Cada 
etapa generó un modo particular de subjetividad. En la primera se formó 
el “ego conquiro” (“yo conquistador”), antecedente del “ego cogito” de la 
segunda etapa, que aparece unido al surgimiento de la burguesía europea y a 
la consolidación del modo de producción capitalista (Dussel, 2000).
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina24
y quienes profundizaron en la tanotopolítica (Agamben). El necro-
poder es, más bien, una tecnología política diferenciada que tiene 
por in la masacre poblacional, y, además, es una tecnología que des-
borda los límites de la estatalidad. Consideraré estas dos cuestiones 
con mayor detalle en lo sucesivo.
Proponer al necropoder como una tecnología especíica, diferen-
ciada de aquellas que identiicara Foucault15 –y no su necesaria con-
traparte–, es una apuesta metodológica que trasciende el contenido 
eurocéntrico de la analítica foucaulteana, sin soslayar su potencial 
como caja de herramienta analítica-metodológica. Quien realiza 
esto, en el marco del pensamiento descolonial, aún sin referir al tema 
especíico de la violencia y la muerte, es el intelectual colombiano 
Santiago Castro-Gómez. Él ha conceptualizado e investigado sobre 
las tecnologías (y los dispositivos) propias de la experiencia colonial 
en Latinoamérica, articulándolas con aquellas que investigó Fou-
cault para la Europa pos Ilustración.
Para sostener esto, Castro-Gómez se basa en la premisa de que 
la discursividad foucaulteana es eurocéntrica en su contenido pero 
no en su forma. Y es eurocéntrica porque Foucault no pudo ver la di-
ferencia colonial, arguyendo que las diferentes tecnologías de poder 
se originaron en Europa para extenderse luego al resto del mundo. 
Además, porque se concibe al colonialismo:
…como un fenómeno derivado de la formación de los estados 
nacionales al interior de Europa. Esto signiica, paradójicamen-
te, que el colonialismo es un fenómeno intraeuropeo. […] y como 
consecuencia de lo anterior, para Foucault solo puede hablarse 
de colonialismo, en sentido estricto, desde inales del siglo xviii 
y durante todo el siglo xix, es decir, cuando se consolida plena-
15 Las tecnologías deben entenderse como la dimensión estratégica de los 
prácticas, articuladas en un dispositivo: los medios en virtud de los cuales 
se cumplirán determinados ines (Castro-Gómez, 2010). A través de 
las mismas se producen los procesos de subjetivación. Foucault distingue 
entre las tecnologías gubernamentales, las del yo, las del poder (dominación), 
las de la producción y las de los signos (Foucault, 1996b). Las tecnologías 
pastorales y soberanas también se articulan con las citadas.
25
mente la hegemonía de algunos estados nacionales en Europa 
(Castro-Gómez, 2007:164).
Pero haciendo una abstracción del contenido, la metodología fou-
caulteana puede articularse con los enfoques de la colonialidad y el 
pensamiento poscolonial, en una unión de mutuas correctivas. Al 
igual que Castro-Gómez, esta es la apuesta de Mbembe, al considerar 
a la necropolítica como un “tipo especíico de poder”, como una tecno-
logía en sentido foucaulteano, al igual que el poder soberano, pastoral, 
biopolítico o el de la gubernamentalidad. Cada uno puede abordarse 
de manera autónoma o atendiendo, cuando es posible, a sus articula-
ciones y sus singulares manifestaciones en contextos locales.16
Ahora bien, ¿cuál es la especiicidad que Mbembe le reconoce a 
la tecnología del necropoder?: la gestión de las multitudes, particular-
mente diaspóricas, y la extracción de los recursos naturales a través del 
ejercicio de masacres poblacionales que no discriminan entre enemigos 
internos y externos. Para dejar claramente sentado esto, el autor indica:
…las nuevas tecnologías de la destrucción están menos interesa-
das en inscribir a los cuerpos en los nuevos aparatos disciplina-
res que en inscribirlos, cuando llega el momento, en el orden de 
la economía radical que ahora se representa con la ‘masacre’ […] 
iguras humanas que están vivas, sin duda, pero cuya integridad 
corporal ha sido reemplazada por piezas, fragmentos, arrugas e 
incluso heridas inmensas que son difíciles de cerrar. Su función es 
mantener ante los ojos de la víctima, y de las personas que lo ro-
dean, el mórbido espectáculo de la mutilación (Mbembe, 2006: 
48; énfasis agregado).
Aquí es signiicativo que al introducir el necropoder como una tecno-
logía especíica, Mbembe produce un viraje conceptual hacia Frantz 
16 Así, por ejemplo, para Castro-Gómez, la colonialidad del poder es una 
tecnología que opera sobre lo étnico-racial; la colonialidad del saber, sobre lo 
epistémico; y la colonialidad del ser, sobre lo ontológico. Pueden articularse 
(o no) y pueden hacerlo (o no) en términos de una descolonialidad. Es decir, 
una lucha descolonial étnico-racial no produce necesaria y automáticamente 
una descolonialidad del saber o del ser (Gigena, 2011).
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina26
Fanon, de quien retoma la “lectura espacial de la ocupación colo-
nial”. Fanon se vuelve indispensable porque, sibien la discursividad 
foucaulteana tiene operatividad para su abordaje, “no resuelve, por 
ensalmo, el problema del signiicado de los fenómenos de violencia 
en el África contemporánea” (2007: 361).
A partir de allí, Mbembe indica que los territorios coloniales 
han sido construidos por el imaginario europeo como zonas de 
frontera, de guerra y desorden, legitimando la política de terror apli-
cada durante su dominio imperial. Esto se sustentó en: “la negación 
racial de cualquier lazo de unión entre el conquistador y el nativo” 
(Mbembe, 2006: 41), la asimilación de la vida nativa, del coloniza-
do, a la vida animal.
En las lecturas de los procesos de subjetivación en perspectiva 
descolonial, De Oto y Quintana (2011) realizan una operatoria si-
milar. Recurren a Fanon para abordar la colonialidad del tiempo y la 
producción de subjetividades basándose en la premisa de que antes 
que el reconocimiento del otro y de la diferencia, lo que se produce 
mediante las tácticas de la animalización17 son sujetos absolutamen-
te “disponibles” y “desechables”:
En este sentido, el colonizador no puede sino expresarse en lengua-
je zoológico cuando habla del colonizado. Y en tal instancia, tal 
como lo veremos más adelante, las palabras exceden la dimensión 
retórica y adquieren un carácter performativo; en consecuencia, 
animalizar es una actividad que produce eventos, que describe una 
práctica y que organiza la humanidad a partir de unos límites men-
tados políticamente (De Oto y Quintana, 2011: 122).
Como corolario, asistimos a una economía general de la violencia. Se 
trata de un problema de gobierno en general que modula esa violen-
cia, permitiendo emerger espacios de resistencia, de modo tal que la 
gestión de los mismos genere mayor productividad (Mbembe, 2007). 
17 Los autores consideran que la táctica de la animalización conigura la 
biopolítica cuando se la inscribe en la historicidad colonial. Distante de esto, 
Mbembe remite la “animalización” a la necropolítica, en tanto tecnología 
especíica y diferencia de la biopolítica.
27
Esta política del terror: “Lejos de constituir una disfunción respecto 
a la lógica general de formación del Estado, sería al mismo tiempo un 
recurso y un modo de acción política” (Mbembe, 2007: 358). Pero la 
necropolítica desborda, también, los límites de la estatalidad.
Como indican De Oto y Quintana (2011), a partir de las lectu-
ras poscoloniales y descoloniales podemos trascender las versiones 
restringidas de buena parte de la analítica foucaulteana –empezan-
do por el propio Foucault– que ubican la cuestión de la regulación 
de los cuerpos y las poblaciones dentro de la historicidad del Estado-
nación moderno y europeo:
… al restringir la política exclusivamente a la dialéctica súbditos-
soberano en el marco del estado-nación, el proceso colonizador ini-
ciado en 1492 queda ocluido en las dimensiones (necro) políticas 
que supone y que serán cruciales para los capítulos fundacionales 
de “Europa” –tanto en sus aspecto históricos, como políticos y ilo-
sóicos (De Oto y Quintana, 2011: 111).
Lo mismo plantea Chatterjee, un intelectual poscolonial indio, al 
referir a las distintas implicancias que la obra de Foucault tiene cuan-
do trasciende su lugar de origen, el contexto europeo e ilustrado:
Lo interesante es que muchas de estas técnicas de la biopolítica 
han aparecido en situaciones coloniales y no necesariamente en 
Europa. Surgieron en una coyuntura colonial porque precisa-
mente allí no había una noción de ciudadanía, nadie en las co-
lonias era ciudadano, pues era un problema lidiar con individuos 
que tuvieran una carga ética. Por eso, era más fácil concebir a las 
poblaciones como masas (Chatterjee, 2006: 21).
Pero Mbembe, además de inscribir el necropoder en el horizonte de 
inteligibilidad del colonialismo y la colonialidad que anteceden la 
conformación del sistema estatal moderno europeo, lo inscribe fue-
ra de las estatalidades hoy vigentes (el Estado-nación). Así, el necro-
poder aparece asociado a la producción de un modo de soberanía no 
estatal (Mbembe, 2008b) y a un modo de gestión de las multitudes 
que sustituye el “mando colonial” que las potencias imperiales euro-
peas ejercieron sobre África desde mediados del siglo xix.
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina28
Esto nos lleva a considerar, nuevamente, las articulaciones con-
temporáneas del poder necrótico y el racismo. Como indiqué ante-
riormente, las prácticas del racismo contemporáneo se maniiestan 
en: la movilidad de las cosas (circulación inanciera y circulación de 
personas), las migraciones y las guerras. En cualquiera de los tres 
ámbitos las cosas (capital, mercadería, recursos naturales) siempre 
adquieren mayor valor que las personas:
…Este es uno de los motivos por los que las formas resultantes 
de violencia tienen como principal objetivo la destrucción física 
de personas (masacres de civiles, genocidios, distintas formas de 
asesinato) y la explotación primaria de cosas. Estas formas de vio-
lencia (de las que la guerra no es sino una faceta) contribuyen al 
establecimiento de la soberanía fuera del Estado y están basadas 
en una confusión entre poder y hechos, entre asuntos públicos y 
gobierno privado (Mbembe, 2008b: 168-169; énfasis agregado).
En esos tres ámbitos privilegiados de las prácticas raciales, la soberanía 
estatal se observan en una serie de aspectos que son administrados en 
el marco y por inlujo de la globalización, tales como: la desregula-
ción de los lujos inancieros y la estricta regulación de la circulación 
de personas (control de migraciones, por ejemplo). No casualmente 
Mbembe sentencia respecto de la política de los visados:
Gracias a los objetivos de algunos países y a diversas formas de 
categorización, se ha diseñado un mapa legal de movimientos 
que coincide, en su mayor parte, con el mapa racial del mundo 
(2005: 363-264).
Pero aparecen muchas otras prácticas soberanas desancladas o que 
trascienden los Estados-nación, particularmente (pero no de modo 
exclusivo) relacionadas con el ejercicio de la guerra, que, junto con la 
pobreza, son consideradas las formas de violencia extrema en nues-
tros tiempos. Así, queda sentado que el racismo necrótico explica no 
solo el poder homicida del Estado sino también el poder homicida 
de otras “maquinarias de poder” capaces de ejercer soberanía.
La “máquina de guerra” es un concepto que Mbembe toma de 
Deleuze y Guattari para referir a la modalidad que asumen ciertos 
29
“actores” en las guerras contemporáneas (Palestina, Kosovo y Áfri-
ca). Se trata de segmentos contingentes de gentes armadas, con una 
gran capacidad de movilidad y metamorfosis (en relación a su con-
formación y sus objetivos):
Posee los rasgos de una organización política o de una compañía 
mercantil. Funciona por medio de la captura y la depredación, y 
puede incluso acuñar su propio dinero. Para avivar la extracción 
y la exportación de los recursos naturales situados en el territorio 
que ellas controlan, las máquinas de guerra establecen vínculos 
directos con las redes transnacionales (Mbembe, 2006: 46).
Tanto para los Estados –que pueden convertirse incluso en una má-
quina de guerra– como para las máquinas de guerra no estatales, la ane-
xión, ocupación, liberación y/o autonomía territorial han dejado de 
tener importancia o preeminencia. Es el cuerpo, racializado desde 
las experiencias coloniales, donde se instituye el nuevo campo/esce-
nario de las batallas para la extracción de los recursos naturales de un 
territorio y para ejercer, sin más, la violencia. Y así:
La ecuación que rige las guerras actuales es la de la relación entre 
los recursos y la vida. Se trata de guerras de prelación donde se 
oponen dos tipos de materialismos: el materialismo de las riquezas 
–especialmente minerales– y el materialismo de los cuerpos. Salvo 
las guerras que aspiran a la aniquilación física del enemigo (geno-
cidios), la mayoría de las guerras tienencomo objetivo el cuerpo 
del otro, y se esfuerzan en mutilarlo (Mbembe, 2005: 364-365).
Esto es posible porque: “el cuerpo del otro –y especialmente su co-
lor– es lo que hay más inmediato, lo más visual, lo más material” 
(Mbembe, 2005: 365). Y la inalidad se resume, si es que esta palabra 
resulta apropiada, en: “mantener ante los ojos de la víctima, de las 
personas que la rodean, el mórbido espectáculo de la mutilación” 
(Mbembe, 2006: 48). Aquello mismo que Segato (2006) ha deno-
minado “la dimensión expresiva de la violencia”, la cual prima sobre 
su dimensión instrumental.
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina30
sAlIendo, A modo de conclusIón
El necropoder es, inalmente, “el sometimiento de la vida al poder de 
la muerte”.
La apuesta de Achille Mbembe de postular los espacios co-
loniales como grilla de inteligibilidad del terror contemporáneo, 
como principio explicativo y horizonte genealógico, devela un he-
cho fundamental que hasta ahora no he destacado: la violencia ha 
sido el punto de fuga del orden legal y subjetivo europeo –desde su 
temprana constitución, con el descubrimiento de América, hasta 
su consolidación pos ilustración–. Para marginar la emergencia de 
las hostilidades y las guerras en su interior, las hizo emerger en su 
versión más descarnizada en las colonias (Mbembe, 2006).
Es por esto que los territorios bajo dominio imperial han sido 
por excelencia el estado de excepción –Mbembe apela a la noción es-
tado de excepción y estado de sitio siguiendo los conceptos de Carl 
Smith antes que la elaboración de Agamben. Allí, las confrontacio-
nes han sido siempre absolutas y las prácticas de subjetivación han 
implicado, como coralario, la reducción del colonizado a la condi-
ción del “enemigo absoluto”, bestializado y considerado desprovisto 
de cualquier atisbo de subjetividad capaz de acercarlo al colonizador. 
Racismo mediante, esas prácticas se actualizan en las experiencia vi-
tales contemporáneas, privilegiadamente en las territorialidades y 
subjetividades de herencia colonial a donde los cuerpos son ahora 
los nuevos escenarios para la violencia y el terror.
A la luz de esta producción intelectual, podemos pensar muchos 
–si no todos– de los fenómenos de violencia en nuestra América. Fe-
nómenos que expropian a los sujetos el control de su cuerpo y los ins-
criben en una economía general del terror que se hace visible, que se 
vuelve espectáculo y, con ello, adquiere todo su potencial productivo. 
Su fundamento es la negación de la humanidad y la diferencia del 
otro; su estrategia, el “encono” contra esa pretendida in-humanidad. 
Con todo esto, Mbembe llama la atención sobre la erradicación de la 
pluralidad que implica el ejercicio del necropoder.
31
El signiicativo aporte analítico de este autor africano, particu-
larmente en su obra relativa a la necropolítica, es señalar que, frente 
al contexto de ex colonias y en el marco de la colonialidad, podemos 
tomar las herramientas foucaulteanas para abordar diferentes fenó-
menos, pero a condición de asumir que, si bien la metodología es 
propicia, el contenido de sus investigaciones (tecnologías y disposi-
tivos) no son suicientes para aprehender nuestras realidades.
Esto nos invita a investigar y problematizar sobre las tecnologías 
especíicas que operan en nuestros contextos, develar sus singulares y 
contingentes racionalidades, inscribiéndolas siempre en una perspec-
tiva de larga duración (en una genealogía de lo colonial). También, nos 
planeta un gran desafío (tanto en las academias, como en los ongs, en 
los Estados y organismos internacionales y entre la poblaciones mis-
mas): producir categorías sociológicas y jurídicas que vuelvan social y 
“jurídicamente inteligibles” (Segato, 2006; Bidaseca, 2011) los fenó-
menos de la violencia contemporánea que nos atraviesan.
Para todo esto, es necesario trascender las epistemológicas 
eurocéntricas. Es necesario superar las versiones estrechas y extra-
temporáneas que atribuyen al Estado la condición de ser la unidad 
de inteligibilidad por excelencia de la historia moderna; historia re-
ducida, por otra parte, a la modernidad europea ilustrada. Es nece-
sario, en última y primera instancia, volver sobre nuestras historias 
y legados coloniales.
necropolítica: los aportes de mbembe
necropolítica, violencia y excepción en américa latina32
33
NECROPOLITICA Y EXCEPCIÓN. APUNTES 
SOBRE GOBIERNO, VIOLENCIA Y SUBJETIVIDAD 
EN MÉXICO Y CENTROAMÉRICA
AntonIo Fuentes díAz
IntroduccIón
El presente artículo hace una lectura sobre la proliferación de la vio-
lencia en México, Guatemala y El Salvador. Se enfocará en tres ca-
sos especíicos de la violencia, presentes en la región, para sustentar 
transformaciones en la subjetividad y en la regulación poblacional, 
bajo el contexto del neoliberalismo y la acumulación lexible. La dis-
cusión tomará como eje la noción de necropolítica y la pertinencia de 
su uso para analizar el ejercicio del poder, la violencia y la goberna-
bilidad de los sistemas políticos aludidos. Se sostiene que la violen-
cia muestra la mutación de las formas de la gobernabilidad incada 
en un modelo de subjetivación disciplinario del trabajo (fordismo), 
hacia la gerencia de riesgos propio de las sociedades de control (neo-
liberalismo). Señala que la atrocidad sobre el cuerpo puede leerse 
como un vaciamiento político de la vida.
nuevAs vIolencIAs
En México y Centroamérica, a las anteriores formas de violencia ta-
les como la desaparición forzada, la guerrilla y el paramilitarismo, se 
aúnan nuevas, como la violencia colectiva, el sicariato, la violencia de 
las maras y del narcotráico; todas ellas, utilizando la vejación cor-
necropolítica, violencia y excepción en américa latina34
poral y la atrocidad en dimensiones muy naturalizadas. Estas nuevas 
violencias presentan un carácter difuso y ubicuo. De las atrocidades 
producidas por los métodos de contrainsurgencia en los periodos 
de guera civil –El Salvador y Guatemala– hoy se tienen violaciones 
a los derechos humanos y vejaciones corporales más difusas y en es-
cenarios aparentemente menos politizados. La violencia así banali-
zada induce a pensar en transformaciones en la subjetividad y en las 
formas en que se ejercía la mediación de las relaciones sociales en 
etapas previas. Para desarrollar esta perspectiva voy a mencionar tres 
fenómenos presentes en la región: el tráico de sustancias ilegales, 
la violencia colectiva y la violencia ejercida por las organizaciones 
juveniles denominadas “maras”. Es de resaltar que una de las caracte-
rísticas comunes a este tipo de violencia es su atrocidad espectacular.
GuerrA contrA el nArcotráFIco
En México, a partir de 2006, con el arribo de Felipe Calderón al 
gobierno de la República, se implementó la llamada “Guerra contra 
el narcotráico”, en la cual han perdido la vida cerca de 47 mil 515 
personas durante el sexenio (pgr, 2012). La producción de tales 
muertes estaba preigurada desde el inicio de esta política.
En diciembre de 2006, en la toma de posesión del Poder Ejecu-
tivo, Felipe Calderón sostuvo: “restablecer la seguridad no será fácil, 
ni rápido, […] tomará mucho tiempo, […] costará mucho dinero, e 
incluso y por desgracia, vidas humanas” (Presidencia de la Repúbli-
ca, 2006).
Uno de los indicadores del nivel de violencia en el país es la tasa 
de homicidios. De acuerdo con las cifras reportadas por el Instituto 
Nacional de Estadística Geografía e Informática (inegi), así como 
por el Sistema Nacional de Seguridad Pública (snsp) para los últi-
mos doce años, se muestra una contratendencia al comportamien-
to presentado en este rubro a partir de 2008 (Gráica I). Los datos 
constatan un incremento del doble de homicidios registrados para 
35
años previos a partir de esta fecha. De acuerdo con algunas investi-
gaciones (Escalante, 2011), el incremento notable en el número de 
homicidios tiene una correlación directa con los operativos militares 
implementadosdurante la llamada “Guerra contra el narcotráico”.
 
. . . . . . . . . . 
. 
 . . . . . . . . . . 
 
 
Gráfica I. Tasa de homicidios en México, - 
INEGI SNSP 
Fuente: Elaborado en base a datos del inegi y de la snsp
En este escenario de confrontación armada contra algunos grupos 
vinculados a organizaciones criminales, se generó un incremento 
de violencia que se puede interpretar como síntoma de una redistri-
bución del poder entre grupos de crimen organizado y agentes del 
Estado en la regulación del ilegalismo, así como del establecimiento 
de nuevos equilibrios comerciales para la colocación de productos 
ilegales en el mercado transnacional.
Algunas de las respuestas provenientes de los grupos vinculados 
al tráico de sustancias ilegales, tanto por el embate de las fuerzas 
gubernamentales como por su competencia interna por mercados, 
estuvieron signadas por la atrocidad: cuerpos mutilados en plazas y 
avenidas, cadáveres colgados de puentes peatonales, cabezas cerce-
nadas colocadas en los exteriores de ediicios públicos que pertene-
cían a las instituciones de seguridad, entre otros.
necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno...
necropolítica, violencia y excepción en américa latina36
No obstante, sostengo que la emergencia de estas prácticas atro-
ces y su espectacularidad, rebasan el contexto del combate al trái-
co de sustancias ilegales, y que se encuentran difuminadas en otros 
ámbitos y con otros actores. Se puede airmar que estas prácticas 
preexisten al fenómeno desatado por la “Guerra contra el Narco-
tráico”, y que, más bien, esta se anidó en una sensibilidad de alta 
tolerancia a la violencia previamente establecida y difuminada en 
espacios íntimos. Esto no debe obviar el fenómeno de profesionali-
zación en el ejercicio de la violencia, como sería el caso de los grupos 
de exmilitares guatemaltecos y mexicanos1 que se han incorporado 
a las organizaciones criminales, aportando el adiestramientro mi-
litar para la eicacia en dichas actividades, sino más bien permitir 
entender que se trata de un fenómeno que va más allá de una mani-
festación de coyuntura, que constituye una “estructura del sentir”2 
(Williams, 1980) que implica una alta tolerancia a la violencia y una 
desvalorización corporal.
Para explayar más esta tesis, me voy a referir a dos fenómenos 
presentes en la región centroamericana y México, el caso de la vio-
lencia colectiva conocida como linchamiento y la violencia ejercida 
por las maras.
1 El grupo conocido como Los Zetas se formó de la incorporación de exmilita-
res guatemaltecos pertenecientes a los grupos especiales adiestrados en con-
trainsurgencia conocidos como Kaibiles. Varias de las técnicas en la ejecución 
de víctimas rivales de Los Zetas tienen el sello de la “daga Kaibil”. También en 
años posteriores se incorporaron exmilitares mexicanos pertenecientes a los 
Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales, gafes, élite entrenada para 
combate antiguerrillero.
2 Para Raymond Williams, la estructura del sentir hace referencia al tono, la 
pulsión o el latido de una época. No solo tiene que ver con su conciencia oi-
cial, sus ideas, sus leyes, sus doctrinas, sino también con las consecuencias que 
tiene esa conciencia en la vida mientras se la está viviendo. Un sistema vívido 
de signiicados y valores. Algo así como el estado de ánimo de toda una socie-
dad en un período histórico.
37
vIolencIA colectIvA
En México, desde la década de los 80 del siglo xx hasta el año 2011, 
han ocurrido cerca de 785 linchamientos (Gráica II); en Guatema-
la, de acuerdo con las cifras reportadas por la minugua (2004) y la 
Procuraduría de los Derechos Humanos de Guatemala (2011), 
entre 1996 y 2011 ocurrieron 1,117 linchamientos. En ambos paí-
ses los linchamientos se han convertido en un procedimiento natu-
ralizado y recurrente para sancionar acciones consideradas delitos 
o violaciones graves a valores comunitarios. Sancionan principal-
mente ofensas en contra de bienes y propiedades; en segundo lugar, 
ofensas en contra de la integridad física de las personas; y por últi-
mo, valores comunitarios (Fuentes Díaz, 2008). En sus despliegues, 
pueden ser eventos multitudinarios y altamente ritualizados, o es-
pontáneos y con escasos participantes. En ambos casos, la víctima 
es numéricamente inferior a los sancionadores. La consumación de 
los linchamientos presenta innumerables vejaciones corporales: gol-
pizas, ahorcamientos, laceraciones, lapidaciones e incineraciones, 
entre las más comunes. De acuerdo con la literatura referida a este 
fenómeno, aparecen en sectores con una alta vulnerabilidad social y 
en contextos signados por una elevada desconianza en los sistemas 
de justicia, por la incertidumbre y el miedo (Fuentes Díaz, 2001, 
2006, 2008; Vilas, 2001).
Fuente: Elaboración propia a partir de base de datos construida
necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno...
necropolítica, violencia y excepción en américa latina38
Para el caso de México, es de notar la correlación entre el aumento 
en el número de linchamientos (Gráica II), con el aumento en el 
número de la tasa de homicidios (Gráica I) a partir de 2008. Tal 
despegue en los datos nos hace suponer un aumento generalizado 
en las condiciones de violencia social en el país, exacerbada por la 
política de “Guerra contra el narcotráico”.
La explosividad en las relaciones sociales previamente existente 
tuvo lugar por la intensiicación en las condiciones de vulnerabilidad 
de amplios segmentos a partir de las modiicaciones macroestructu-
rales, ocasionadas por el modelo de acumulación lexible (apertura 
neoliberal desde 1982), lo que arrojó a condiciones de incertidum-
bre a millones de personas. Sobre dicha circunstancia se erigió la po-
lítica de la “Guerra contra el narcotráico”, obviando el terreno frágil 
y poroso de la fragmentación social existente.
lAs “mArAs”
De la misma manera, la violencia ejercida por las bandas juveniles 
conocidas como “maras” ha asolado a El Salvador, Guatemala y el 
sur de México. Las dos principales maras son la Mara Salvatrucha 
y la Mara 18 st., formadas originalmente por jóvenes centroameri-
canos que vivían en Los Ángeles, Estados Unidos. Estos grupos son 
constituidos principalmente por hombres jóvenes de sectores popu-
lares, agrupados en unidades barriales llamadas “clikas” desde donde 
controlan una parte de su territorio.
Conocidos por su alto nivel de violencia –por ejemplo, el in-
greso a la mara o “brinco” exige de un asesinato–, las maras han es-
tablecido controles paralelos en importantes zonas de El Salvador y 
Guatemala; este control se usa en parte para atentar contra propie-
dades (robos) o bien en contra de personas (asesinatos y violacio-
nes). Abundantes son los casos de extorsión a comercios y hogares 
que estos grupos ejercen bajo sentencia de muerte en caso de no 
“cooperar” con ellos.
39
Es difícil medir el número de integrantes de las maras pero al-
gunos estudios realizados los calculan en varios miles de jóvenes 
(Cruz, 2001). Las maras se han tornado una expresión que ha im-
pactado la opinión pública, enfocándolas en últimos años como un 
problema de seguridad interna en Centroamérica y México (Zúñi-
ga, 2008). En 2004, el entonces presidente de Guatemala, Oscar 
Berger, planeó una reunión con la Mara Salvatrucha y la 18 para 
un diálogo conjunto, con la inalidad de establecer un alto a los 
asesinatos intestinos entre ambas bandas así como a los daños co-
laterales al resto de la población. En dicha ocasión, Berger declara-
ba la incapacidad de las fuerzas oiciales de contener las relaciones 
conlictivas y los controles territoriales que estos grupos ejercían en 
Guatemala hacia aquellos años (Rodríguez, 2004). Recientemente, 
se han vinculado con el tráico de sustancias ilícitas y con el tráico 
ilegal de personas hacia los Estados Unidos, lo que ha potenciado 
su reactividad (Pérez, 2006).
Para Zúñiga (2008), la violencia juvenil en El Salvador es unproblema estructural que se revela generacionalmente; los datos so-
bre la cantidad de homicidios en el país muestran un ascenso impor-
tante para los grupos de edad entre 15 a 24 años durante el periodo 
de 2001 a 2006 (Gráica III). Mientras que para 2001 la cantidad de 
personas asesinadas entre 20 y 24 años fue de 585, para 2006 fue 
de 924 (incremento de un tercio). Por otro parte, el número de per-
sonas asesinadas entre los 15 y 19 años pasó de 309 en 2001 a 598 en 
2006 (incremento duplicado).
necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno...
necropolítica, violencia y excepción en américa latina40
Gráica III. 
Número de homicidios en El Salvador por año, 
según grupos de edad de las víctimas (2001-2006)
Fuente: Elaborado en base a los informes oiciales del Instituto de Medicina Legal de El Sal-
vador para los años 1999, 2001, 2002, 2003, 2004,2 005 y 2006. Tomado de Zúñiga, 2008
En un estudio sobre las tasas de homicidio realizado por Santacruz 
(2005), se determinó que para poblaciones jóvenes, sobre todo en el 
rango de los 20 a 24 años, la tasa alcanzaba 114 homicidios por cada 
100,000 habitantes, diez veces más que la tasa mundial.
De acuerdo con la investigación de Zúñiga (2008: 97), las maras 
reieren a una identidad formada en entornos comunitarios donde 
privan la desconianza, el miedo y la frustración, elementos caracte-
rísticos de comunidades que viven en la exclusión. Para estos secto-
res de jóvenes, la violencia es una parte normalizada de las relaciones 
sociales, que atraviesa desde la propia corporalidad (el marcaje por 
tatuajes) hasta la eliminación del contrincante como única media-
ción con el Otro. En San Salvador, en junio de 2010, miembros de 
una mara incendiaron un ómnibus con pasajeros a bordo, fallecien-
do calcinados 11 de sus ocupantes (Iraheta, 2010).
41
Sostengo que estos hechos –las ejecuciones de los grupos del 
tráico de sustancias ilegales, la política de “Guerra contra las dro-
gas” del gobierno mexicano, la violencia colectiva, y la violencia de 
las maras– revelan un nuevo tipo de subjetividad, que es producto 
de una mediación diferente de las relaciones sociales, subjetividad 
que no solo se expresa como crisis, sino que tiende a hacerse perma-
nente y que presenta diicultades para ser explicada en términos de 
una regulación política de la vida.
cAstIGo, espectAculArIdAd y medIAcIón
Un aspecto que resalta en este nuevo tipo de violencia –linchamien-
tos, ejecuciones de los grupos de tráico de sustancias ilegales, las eje-
cuciones de las maras–, es la reaparición de las vejaciones corporales 
como espectáculo. ¿Qué revela la necesidad de castigar públicamen-
te, o de exhibir restos humanos en calles y plazas públicas? De acuer-
do con Foucault (1993), el cambio del castigo desde el suplicio a la 
benignidad disciplinaria, fue parte importante de la extensión del 
Estado y de la construcción de la hegemonía en la Europa moderna.
La desaparición del sufrimiento como espectáculo y la asepsia 
de violencia en el espacio público fueron procesos vinculados con 
esta conformación estatal, lo que signiicó la construcción de una 
mediación en términos de disciplinamiento. En esta constitución 
se hallaron iguras como la individualidad y la ciudadanía, sobre las 
cuales se articuló la mediación del estado burgués. Durante este pro-
ceso el castigo tendió a ocultarse dentro del proceso judicial penal, 
lo que llevó a retirarlo de la exhibición pública y a volverlo parte 
de una conciencia abstracta incada en la interiorización del código 
legal. Dicho proceso se correspondió con el surgimiento y estableci-
miento de formas de sensibilidad distintas, vinculadas a ese proceso 
de construcción estatal (Spieremburg, 1984), lo que permitió, en 
términos de organización administrativa y control, legitimar el mo-
nopolio de la violencia (Weber, 1979).
necropolítica y excepción. apuntes sobre gobierno...
necropolítica, violencia y excepción en américa latina42
colonIAlIsmo, vIolencIA y FuerzA de trAbAjo
Ahora bien, el mantenimiento y emergencia de las vejaciones cor-
porales en los ajusticiamientos públicos, en los asesinatos selectivos 
de las maras y en las ejecuciones vinculadas a los grupos del narco-
tráico en México y Centroamérica, quizá digan algo acerca de los 
matices del poder del Estado, la manera en cómo se constituyó y la 
forma en que opera funcionalmente.
Desde la perspectiva que se argumenta en este trabajo, y ha-
ciendo una lectura desde los fenómenos expuestos, en los Estados 
estudiados se estableció un sistema de relaciones sociales que no se 
constituyeron subjetivamente dentro de los cánones disciplinarios 
liberal burgueses, generándose sociedades sin la totalización panóp-
tica de las relaciones sociales. No es casual que la fuerza y el control 
autoritario hayan prevalecido como un fuerte componente de sus 
sistemas políticos y que se hayan constituido en una forma –cultural 
también–: lo popular autoritario (Fuentes Díaz, 2008). El control 
de poblaciones en tales Estados se ejerció a través de la fuerza, y en 
algunos casos, del terror –como en Guatemala–, más que a través de 
la subjetividad disciplinaria. Se podría hablar de la emergencia 
de Estados bifurcados (Mahmood, 1998).
La economía en el ejercicio del poder tendió a la centralidad 
de la fuerza como forma fundamental de las relaciones sociales. Por 
ello sostengo que el modelo de análisis biopolítico no da cuenta de 
la complejidad de las relaciones sociales en formas estatales y socie-
dades poscoloniales.
Desarrollaré con mayor detalle lo antes dicho. La estructura 
productiva en México y Centroamérica durante el periodo colonial 
(economía de hacienda o plantación), hacía de la compulsión física 
de la fuerza de trabajo el eje de la valorización. Esto irradió al res-
to de las sociedades una cultura política autoritaria y una subjeti-
vación no disciplinaria en el ejercicio del poder, que permitía una 
estructura de sentimiento de alta tolerancia al dolor y a la violencia. 
Por ello, puede sugerirse que, a diferencia del modelo foucaultiano, 
en los Estados estudiados –México, Guatemala y El Salvador–, la 
43
construcción de la mediación no se vertebró en los parámetros de 
abstracción burguesa (individualidad, ciudadanía), sino en formas 
particulares en las que el eje autoritario, necesario como forma pro-
ductiva, hizo de la corporalidad blanco del ordenamiento y control 
social. El cuerpo subalterno siempre fue el objeto de la intervención 
violenta, porque dicho cuerpo contenía en potencia su valor latente 
como fuerza de trabajo.
vIolencIA y medIAcIón
Se tiene entonces, un primer eje para explicar la emergencia de la 
violencia espectacular y atroz, ubicado en las prácticas articuladas 
en un proceso de larga duración de origen colonial, en donde no 
se constituyó la mediación burguesa a través de la igura del ciuda-
dano, sino a través de otra forma que resultaba funcional tanto a la 
organización productiva y como a la interpelación diferenciada de 
segmentos de población dentro de esos marcos estatales. Esta forma 
de mediación incorporaba el recurso de la fuerza, tornándola indis-
pensable en la organización productiva de las economías coloniales, 
lo que derivó en la conformación de subjetividades socializadas en el 
ejercicio del poder no disciplinario, de manera especial en aquellos 
segmentos subalternos que no tuvieron una cobertura histórica bajo 
el techo estatal –población nativa y afrodescendiente.
Estas prácticas no biopolíticas, históricamente conformadas, 
son reforzadas en el contexto actual por las abruptas transforma-
ciones provocadas por los cambios en el régimen de acumulación, 
y por la implementación de políticas estatales para adecuarlo. Aquí 
radicamos el segundo eje para explicar la emergencia de las nuevas 
violencias en la región.
Este segundo eje enfoca la emergencia de la violencia contem-
poránea como resultado de las transformaciones macrosociales que 
afectaron la reproducción social de amplios

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