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PREGUNTAS_QUE_DIOS_QUIERE_HACERTE_HOY_TR

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Título del original en inglés: 20 Questions God Wants to Ask You, Pacific Press
Publishing Association, Nampa, Idaho, E. U. A., 2008.
Dirección editorial: Martha Bibiana Claverie
Traducción: Claudia Blath
Diagramación y tapa: Nancy Reinhardt
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Printed in Argentina
Primera edición
MMIX-5M
Es propiedad. Copyright de la edición en inglés © Pacific Press® Publishing
Association, Nampa, Idaho, USA (2008). Esta edición en castellano se publica
con permiso de los dueños del Copyright. Todos los derechos reservados.
©Asociación Casa Editora Sudamericana (3009).
Queda hecho el depósito que marca la ley 11. 733.
ISBN 978-987-567-531-6
Fitzgerald, Troy
20 preguntas que Dios quiere hacerte /Troy Fitzgerald / Dirigido por Bibiana
Claverie - 1a ed. - Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009.
252 p.; 21 x 14cm.
Traducido por: Claudia Blath
ISBN 978-987-567-521-6
1. Espiritualidad cristiana. I. Claverie, Bibiana, dir. II. Claudia Blath, trad. III. Título.
CDD 248. 5
Se terminó de imprimir el 30 de abril de 3009 en talleres propios (Av. San
Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).
Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes
y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica,
mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.
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Dedicatoria
Este libro está dedicado a Cameron, mi hijo primogénito: Tu
amor por Dios es muy real, y siempre me sorprendo por la mane-
ra en que respondes a la voz del Señor en tu vida. Eres una ins-
piración para mí; y si bien siempre seré tu papá, me siento hon-
rado de tenerte como amigo. Que tus respuestas a las preguntas
de Dios siempre te guíen a un amor más profundo y a la fidelidad
duradera.
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Índice
Introducción | 7
CAPÍTULO 1 Las encrucijadas que acechan detrás de los
arbustos
"¿Dónde estás tú?" | 13
CAPÍTULO 2 Identidad perdida o recibida
"¿Dónde están los que te acusaban?" | 25
CAPÍTULO 3 Amor no envano
"Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?" | 41
CAPÍTULO 4 La claridad de la cueva
"¿Qué haces aquí?" | 57
CAPÍTULO 5 Descanso inconfundible
"A esta hija de Abraham... ¿no se le debía desatar de
esta ligadura en el día de reposo?" | 73
CAPÍTULO 6 Gracia extraordinaria en gente común
"¿Qué es eso que tienes en tu mano?" | 85
CAPÍTULO 7 El Señor habla
"¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba Iα tierra?" | 99
CAPÍTULO 8 Badenes
"¿Dónde está tu hermano?" | 111
CAPÍTULO 9 Aprecio no es gratitud
"Y los nueve, ¿dónde están?" | 123
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CAPÍTULO 10 Controles de realidad
"¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros
mientras camináis; '" | 133
CAPÍTULO 11 Mateo, Marcos, Lucas, Ed y Juan
"¿Quién decís que soy yo?" | 143
CAPÍTULO 12 Puede, pudo, podrá
"¿Crees esto?" | 155
CAPÍTULO 13 La ley de la expectativa
"¿Quieres ser sano?" | 167
CAPÍTULO 14 Predica lo que practicas
"¿Sabéis lo que os he hecho?" | 179
CAPÍTULO 15 La única opción viable
 "¿Queréis acaso iros también vosotros?" | 191
CAPITULO 16 Revelación completa, restauración completa
"¿Me amas?" | 203
CAPÍTULO 17 Sólo un profeta promedio, normal
"¿Quién irá por nosotros?" | 213
CAPÍTULO 18 El gozo de escuchar tu nombre
"¿A quién buscas?" | 223
CAPÍTULO 19 El Maestro de los maestros hace que sea tangible
"¿Qué está escrito en Iα ley? ¿Cómo lees?" | 233
CAPÍTULO 20 Casi sin nombre
"¿Qué quieres que te haga?" | 245
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20 PREGUNTAS QUE DIOS QUIERE HACERTE
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Introducción
l objetivo del juego Veinte preguntas es descubrir la identidad
de un objeto haciendo preguntas que dan lugar a una respuesta
por "Sí" o por "No". Cada respuesta, por identificación y elimina-
ción, funciona como una pista en relación con lo que puede ser el
objeto. Afortunadamente, las reglas establecen que los jugadores
deben deducir la identidad del objeto en no más de veinte pregun-
tas. (Me alegra que sean veinte preguntas y no cincuenta. )
E
Pienso que el juego es fastidioso. Hay algo reconfortante y efi-
caz en una respuesta directa. Nada de adivinanzas, nada de insi-
nuaciones; solo comunicación directa y clara sin giros ni matices.
No me interesa unir los complicados pedazos solo para obtener
una simple respuesta. La única cualidad que salva el juego es que
los jugadores se vean forzados a formular preguntas reflexivas para
obtener más información.
En este libro, en cambio, es Dios quien hará las preguntas. Y no
es un juego; de hecho, responder estas preguntas puede transfor-
mar tu vida.
Las preguntas son lo que yo llamo las herramientas del poder de
la comunicación humana. Las preguntas están cargadas del poder
que motiva a la gente a tener toda clase de reacciones:
Las preguntas provocan:
-Ah, sí, ¿qué vas a hacer con esto? —pregunta el matón en el
patio de recreo.
Las preguntas invitan:
—¿Te gustaría salir este sábado de noche? —le suplica el joven a
la señorita.
Las preguntas investigan:
—¿Dónde estaba usted a las once de la noche el 27 de julio de
2005? —el oficial le pregunta al sospechoso.
Las preguntas desautorizan:
—¿Es verdad que ella no tiene ninguna experiencia en adminis-
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tración? —pregunta el compañero de trabajo en la sala de descanso.
Las preguntas examinan:
—¿Por qué quieres cambiar tu especialidad? —le pregunta la sa-
bia madre a su hija confundida.
Un poderoso atributo de las preguntas es que a menudo trans-
miten un mensaje en vez de recopilar información. Por ejemplo,
cuando mi padre me advertía sobre mi mala conducta, me pregun-
taba:
—Troy, ¿quieres una paliza?
¿Qué clase de pregunta es esa? Es cierto que las advertencias
a menudo vienen camufladas con apariencia de pregunta, porque
una pregunta es un método más eficaz de obtener una respuesta.
Quizás el mayor valor de una pregunta es que busca la verdad.
Indagar es una de las partes más activas del lenguaje, y posible-
mente el componente más poderoso de la comunicación humana.
Los médicos hacen preguntas a los pacientes; los abogados inte-
rrogan a los testigos; los niños les preguntan a los maestros; los
padres cuestionan a los adolescentes. La vida está salpicada con la
búsqueda de lo que es real, verdadero y auténtico. Y nadie ha sido
más cuestionado que Dios.
Durante siglos los seres humanos se han cuestionado, en voz
alta, los curiosos pensamientos que saturan sus mentes. Yo soy uno
de ellos. Es natural que cuando no tenemos toda la información
nos hagamos preguntas. La muerte trágica de un niñito vapuleó
a mi comunidad, dejando a la gente dolorosamente confundida y
enojada con Dios. Al final del funeral, un miembro de iglesia me
dijo:
—Tengo algunas preguntas que hacerle a Dios con respecto a
esto, pastor.
Yo también las tenía. Para mí es casi imposible explicar el de-
sastre; pero ¿y Dios? ¿Por qué Dios no responde directamente las
preguntas de la humanidad? Sin adivinanzas. Sin Veinte preguntas.
Respuestas directas para los que desean saber.
Desdichadamente, Dios no va a descender personalmente para
ocupar el banquillo de los testigos ni presentarse en la tribuna de
prensa para un evento mediático. Creo que debe haber algo más
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20 PREGUNTAS QUE DIOS QUIERE HACERTE
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importante para Dios que responder nuestras preguntas.
Consideremos las preguntas que Dios nos hace.¿Qué quiere
saber Dios? ¿Qué respuesta directa busca Dios de nosotros? Más
importante que nuestras preguntas dirigidas Dios podrían ser las
preguntas que él nos hace a nosotros. Tal vez, el secreto de un ca-
minar más profundo con Dios yace en nuestras respuestas a las
preguntas que Dios nos plantea. Hay cientos de esas preguntas re-
gistradas en la Escritura. Las preguntas de Dios desafían la mente y
exponen la voluntad. Cuando Dios pregunta, podemos estar segu-
ros de que lo que Dios quiere es una respuesta honesta, y tal vez sea
solo eso lo que necesitemos.
Las preguntas que Dios hace se convierten en eventos decisi-
vos, en los que la respuesta que le damos puede llegar a constituir
un momento que transforme nuestra experiencia. Adán y Eva;
Moisés; Elias-, los discípulos; María. Examinemos las situaciones
hipotéticas en las que Dios hace una pregunta y descubre una "di-
visoria de aguas continental" entre la vida y la muerte, la esperanza
y la desesperación, al igual que entre el crecimiento y el fracaso;
una respuesta decisiva de un lado al otro de la vida. Las preguntas
que Dios presenta producen un cambio profundo en la vida-, son
interrogantes que alteran el estado mental.
Descubrí otra faceta interesante acerca del poder de las pre-
guntas de Dios. En cada ejemplo de la Escritura, las preguntas que
Dios hace a la gente revelan lo que es importante para él. En cierto
modo, los interrogantes de Dios revelan un atisbo de su carácter.
Podemos aprender mucho acerca de una persona simplemente
examinando la clase de preguntas que formula. Las preguntas que
Dios plantea son ventanas a su corazón y puertas de entrada a su
plan para nuestra vida.
Consideremos por algunos momentos cuando Dios enunció
una pregunta, y veamos si podemos descubrir algo acerca de él, así
como también algo de nosotros mismos:
"¿Dónde estás tú?" Dios quiere saber cuán lejos estás de él.
"¿Dónde están los que te acusaban?" Dios quiere que le res-
pondas en voz alta, para que puedas escuchar la verdad eterna de la
gracia de sus propios labios.
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INTRODUCCIÓN
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"Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?"
"¿Quién decís que soy yo?" El futuro del movimiento cristiano
depende totalmente de tu respuesta.
"¿Por qué estáis así amedrentados?" Jesús nos invita a men-
cionar alguna cosa que sea más grande que su promesa y provisión
para nuestro futuro.
"¿Por qué te ríes?" Dios quiere saber por qué te resulta chistoso
su plan para tu vida.
"¿Crees esto?" El Salvador te interroga a las puertas de la muer-
te en relación con la solidez de tu creencia en la resurrección.
"¿A quién buscas? " Cristo te recuerda que debes ser deliberado
en cuanto al centro de tu vida.
" ¿Sabéis lo que os he hecho? " Dios te pone a prueba en relación
con su principal lección sobre el servicio.
"¿Qué es eso que tienes en tu mano?" Dios se pregunta si tienes
lugar en tu vida para que él haga cosas extraordinarias con tu rutina
diaria habitual.
Escucha las preguntas que Dios te hace, y luego respóndele.
Respóndele abierta y honestamente. Quizá te sientas tentado a
esperar hasta que tu repuesta parezca correcta o más apropiada.
Piensa, reflexiona y examina tu corazón; pero, porfavor, responde.
Elias le imploraba al desorientado pueblo de Dios preguntando:
"¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?"
(1 Rey. 18: 31). Elias es terriblemente directo. Su pregunta expone
el problema de ellos y apela a que hagan algo al respecto. La tris-
te verdad de la tendencia humana a demorar la acción surge de su
respuesta: "Y el pueblo no respondió palabra" (vers. 21).
Responder estas preguntas ha llenado mi vida con más signi-
ficado y gozo que ninguna cosa que podría haber provenido de las
explicaciones que sospecho que Dios pudiera darme, algún día, en
el cielo. Mi oración es que todos los que lean este libro escuchen
algunas de las preguntas que Dios les formula; que lo miren fija-
mente a los ojos y que le respondan.
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“¿Dónde estás tu?”
?
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C A P Í T U L O 1
Las encrucijadas que
acechan detrás de los
arbustos
"¿Dónde estás tú?"
"Y oyeron Ia voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire
del día; y el hombre y su mujer se escondieron de Iα presencia de Jehová
Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le
dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto. y tuve miedo,
porque estaba desnudo; y me escondí" (Gén. 3: 8-10).
J onás —el perro (no el profeta)— fue uno de los regalos de com-promiso que le entregué a mi esposa después que me dio el "Sí".
Tal vez nunca me perdone a mí mismo por haberle comprado es
perro. Durante nuestro último año en la universidad, mi esposa y
yo dejábamos a Jonás dentro del departamento mientras íbamos a
clase. Durante esos breves momentos, se las arreglaba para cau-
sar más estragos en nuestro departamento que una bomba nuclear.
Estoy exagerando solo un poco. En una oportunidad, encontré el
contenido de nuestros armarios desparramados por toda la casa. El
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cereal ensuciaba los pisos de madera como bolitas de granizo que
cubren la tierra. Las frutas y las verduras, parcialmente comidas,
descansaban cómodamente en nuestro único sofá. Una lata vacía
de sopa de tomate se acurrucaba con toda tranquilidad en mi almo-
hada, mientras que la mayor parte del contenido embadurnaba el
edredón celeste de plumas.
Cuando vi el desorden, el bramido de mi garganta —la inten-
sidad de mi furia— ¡me asustó hasta a mí! Llamé a Jonás, pero no
obedeció a mi voz. (Ahora saben por qué lo llamamos Jonás. ) Probé
con varios tonos, esperando poder hacerlo salir de su escondite.
Determiné que había muerto de un ataque cardiaco, causado por
mi diatriba, o que quizá se había quedado temporalmente sordo.
Finalmente lo encontré debajo de la cama. Y cuando examiné su
cara manchada de tomate, vi dos cosas: temor y vergüenza. El temory
la vergüenza encadenaban a ese dulce cachorrito debajo de la cama.
Aunque quería retorcerle el cuello, percibí que Jonás sabía que lo
que había hecho estuvo mal, pero no tenía idea de qué hacer al res-
pecto, aparte de esconderse.
Cuando nos metemos en líos, quizá las únicas opciones parecen
ser pelear o huir. ¿El temor y la vergüenza alguna vez te forzaron a
esconderte? Si es así, sabes cómo es cuando en lo único que puedes
pensar es en lo que hiciste, por qué lo hiciste y en lo que va a pasar
después. Toda la experiencia se hunde en el foso de tu estómago
como una tonelada de ladrillos. Y cuando se trata de Dios, la opción
de "pelear" es un poco menos deseable que la opción de "huir",
entonces te escondes. Con frecuencia me pregunto por qué es más
fácil esconderse en vez de hacerle frente a Dios cuando pecamos.
Quizá la verdad de nuestra condición sea demasiado difícil de ad-
mitir, o quizá sea demasiado fácil de evitar. Enfrentarse a Dios en
el momento del fracaso es aterrador.
Un amigo que luchó contra la adicción al alcohol me confesó:
—Evitaba las reuniones porque había escuchado historias ho-
rribles de cómo te hacen afrontar la verdad acerca de ti mismo.
Si huir de Dios nos permite aplazar la verdad, es difícil no es-
capar.
¿Has considerado por qué razón robar es una opción tan atract-
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tiva para los niños? Una vez le hice una pregunta directa a un joven
en un centro de detención juvenil:
—¿Por qué robaste el reproductor de CD?
—Queríaconseguir un reproductor de CD sin tener que pagarlo
—respondió.
Los beneñcios a corto plazo de robar son que conseguimos co-
sas sin pagar. Los efectos a largo plazo son dañinos, pero ¿quién
ve los resultados a largo plazo en el momento de la pasión? Así es
cuando afrontamos la verdad de nuestro abatimiento. Si podemos
evitar la vergüenza por un momento, tal vez la podamos evitar para
siempre.
Tratemos de imaginar lo que debió haber sido para Adán y para
Eva después de desobedecer a Dios en el jardín del Edén. El sonido
de la voz de Dios los llama.
—¿Qué dirá?
—¿Qué pensará?
—¿Qué va a hacer?
—¿Qué deberíamos decir?
Es útil analizar las partes clave de la historia (ver Gén. 3: 8 - 3: 9)).
Adán y Eva son creados por Dios, habitan en el Edén y disfrutan
de la comunión natural con su Creador. Pero, incrustado entre la
belleza del Edén, un peligroso enemigo espera el momento per-
fecto para impartir su plaga egoísta a la raza humana. Lucifer había
sido desterrado del cielo a la tierra; ahora hace de los hijos creados
de Dios su blanco principal para probar ante el universo que Dios
es injusto, arbitrario y prepotente. La lucha cósmica de voluntades
arde furiosamente en el Edén: Eva es tentada por la idea de llegar a
ser como Dios, y Adán es puesto a prueba para desobedecer a Dios
y serle leal a Eva. La serpiente siembra en Eva una desconfianza
fatal en la palabra de Dios, que finalmente termina en traición. Eva
compra la mentira, y Adán elige a Eva. Los subalternos del maligno
chocan los cinco y celebran una victoria de último minuto para su
equipo. Adán y Eva, vencidos por el horror de su traición y de su
desobediencia, huyen cuando escuchan los pasos de Dios en el jar-
dín. Dios, por supuesto, es sumamente consciente de la elección de
ellos, y no obstante, viene para estar con ellos en el jardín. Y aquí
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LAS ENCRUCIJADAS QUE ACECHAN DETRÁS DE LOS ARBUSTOS
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tenemos la primera pregunta de Dios a la humanidad:
—¿Dónde estás tú?
¿Por qué nos escondemos de un Padre que todo lo ve y huimos
del único que puede ayudarnos? Cuando no hemos orado hones-
tamente por un tiempo, ¿por qué nos resistimos a conversar con
Dios? Cuando hemos pecado, quizá solo en los lugares más recón-
ditos de nuestra mente, todavía nos escondemos, aunque sabemos
que Dios lo sabe. ¿Por qué? En la parte más profunda de la expe-
riencia humana, lo que nos hace pecar —el egoísmo— aún reina y
trata de proteger al yo de la presencia de Dios.
¿Cómo vamos a resolver el problema? ¿No es escondiéndonos
un poco de Dios, como nos rehusamos a ver al médico cuando nos
lastimamos? El pecado no solo corta nuestra relación con Dios sino
también nos desanima haciéndonos creer que es imposible solu-
cionar el problema.
La pregunta que Dios le hizo a Adán y a Eva es la misma pregun-
ta que condena el corazón de los pecadores de todo el mundo hoy:
"¿Dónde estás tú?" Detrás de los arbustos del temor y la vergüenza,
Adán y Eva luchaban contra uno de los interrogantes humanos más
profundos: ¿Admito mi pecado y pido ayuda? ¿O salvo la dignidad,
y trato de resolver el problema por mi cuenta?
El sabio una vez escribió: "Hay camino que al hombre le parece
derecho, pero su fin es camino de muerte" (Prov. 14: 12). "Fíate de
Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia"
(Prov. 3: 5). Al final de la vida de Salomón, él se dio cuenta de qué
modo nuestra mente puede jugarnos una mala pasada. La trampa
más sorpresiva, en el cuaderno de estrategias del pecado, es con-
vencernos de que podemos resolver nuestros propios problemas
del pecado. La verdad es que podemos, pero la solución es menos
que ideal: "La paga del pecado es muerte", nos dice Pablo (Rom.
6: 23). Y, además, señala que "todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios" (Rom. 3: 23). El pecado cuesta, y no hay otra salida
que pagar el precio.
Hay dos maneras de afrontar el pecado. Podemos pagarlo
por nuestra cuenta (paga del pecado: muerte), o podemos hacer
que Alguien lo pague ("siendo aún pecadores, Cristo murió por
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20 PREGUNTAS QUE DIOS QUIERE HACERTE
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nosotros" [Rom. 5: 8]). De cualquier modo, alguien tiene que morir
para pagar nuestro pecado. La pregunta es: ¿Quién paga por ti?
Parados frente a las encrucijadas de la vida y la muerte, Adán
y Eva se escondieron detrás de los arbustos. Fue decisión suya.
Enfrenta al que conoce tu vergüenza; o escóndete de Dios y re-
suelve solucionar el problema del pecado por tu cuenta... de algún
modo, de alguna forma. ¿Qué sucede cuando salimos de detrás de
los arbustos en busca de ayuda?
•Elevamos una oración honesta, por tanto tiempo esperada, y
nos desahogamos en detalle.
•Pasamos al altar del llamado.
•Pedimos a un amigo de confianza que nos ayude a encontrar
auxilio para nuestra adicción secreta.
•Pedimos a una persona que odiamos que nos perdone.
•Invitamos a un fiel creyente a orar con nosotros.
•Le confesamos a nuestro cónyuge, hijo o padre que nos equi-
vocamos.
Admitir nuestro pecado es exponerse; un punto sin retorno.
Un alumno vino a mi oficina y comenzó a hablar de trivialidades
hasta que se abrió completamente:
—Estoy luchando con la pornografía.
Uno no puede volver atrás y redefinirlo, ni decir: "Estaba bro-
meando". No se puede explicar, de todos modos. No puede ser
mala interpretación ni falta de comunicación. Sencillamente es
demasiado honesto para racionalizarlo. Pero pregúntenle a alguien
que rompa el silencio del pecado, con Dios o con los demás, ¡y les
dirá que es liberador confesar la verdad!
¿Cómo es cuando tratamos de esconder y solucionar un proble-
ma por nuestra cuenta?
•Trabajamos incesantemente: parecemos y actuamos como
ocupados.
•Nos centramos en los fracasos de los que nos rodean.
•Nos distraemos con una vida social.
•Conversamos con los demás solo sobre cosas insignificantes y
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LAS ENCRUCIJADAS QUE ACECHAN DETRÁS DE LOS ARBUSTOS
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por cortos períodos de tiempo.
•Nos sumergimos en largos períodos de evasion (películas, de-
portes, novelas, Internet).
•Nos dedicamos a ejercicios temporales que nos hacen sentir
bien, como el sexo o las compras.
• Nos rodeamos de personas que no hablan ni se preocupan de
cuan perdidos y vacíos estamos.
• Nos unimos a personas que nunca nos desafiarán a conectar-
nos verdaderamente.
¿Adán y Eva realmente se estaban escondiendo de Dios? Dios
¿no sabía dónde estaban? ¿De algún modo el pecado interrumpió
el "dispositivo de posicionamiento global" en la mente de Dios?
Dios sabía dónde estaban. Adán y Eva sentían temor porque co-
menzaron a caer en la cuenta de las implicancias de su desobedien-
cia. Las palabras del Creador resonaban en su mente: "De todo ár-
bol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás" (Gén. 2: 16, 17). Dios sabía que sus hijos estaban solos y
perdidos; eternamente. Su pecado los separó de la vida más allá de
su comprensión relativamente inocente. La razón por la que Dios
los llamó en el jardín preguntando "¿Dónde estás tú?" (Gén. 3: 9)
es que la pregunta es monumental; una cuestión de vida o muerte.
La respuesta bien puede ser: "Estoy aquí, escondido, lleno de ver-
güenza y temor, y necesito ayuda"; o: "Estoy bien. No te preocupes
por mí; todo saldrá bien sin ayuda".
A veces me he puesto a pensar que ser ciego sería espantoso.
Pero imagínate que eres ciego y que piensas que puedes ver sin
problemas. Al menos los ciegos usan un perro, un bastón o alguna
clase de ayuda. Los ciegos que piensan que pueden ver son inacce-
sibles para que se los ayude. William Barclay afirma que los pecados
que Dios desprecia más son los que nos ponen fuera de su alcance
para salvarnos: la hipocresía, la autosuficiencia y la justificación
propia. 1 Lo que a Diosle enferma el estómago sobre Laodicea se
convierte en una acusación sorprendente para todos los que son
ciegos pero piensan que ven perfectamente: "Tú dices: Yo soy rico,
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20 PREGUNTAS QUE DIOS QUIERE HACERTE
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y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes
que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo"
(Apoc. 3: 17). La salvación puede venir cuando nos damos cuenta de
que necesitamos un Salvador. Sin embargo, qué difícil es salvarse
cuando no vemos la necesidad de ayuda.
Cuando Adán y Eva salieron de detrás de los arbustos. Dios ya
había comenzado la obra de redención. Por supuesto, estaban las
preguntas: "¿Qué hicieron?"; "¿Quién les dijo que estaban des-
nudos?"; "¿Comieron del árbol que les ordené que no comiesen?"
Aunque Dios conocía las respuestas a todas estas preguntas, Adán
y Eva necesitaban pronunciar las palabras que condenaban la obra
del pecado para los siglos venideros.
Justo delante de sus ojos y con sus propias manos, se realiza
el sacrificio. Por primera vez en la historia del universo, la sangre
de una criatura viviente cae al suelo, solo insinuando el verdade-
ro costo del pecado. En ese momento Adán y Eva escogieron entre
dos opciones. Podían pagar por su pecado o podían permitir que
Alguien pagara por ellos. Tiempo después el Cordero, el que anhe-
laban en el Jardín, pendía de la cruz. Aunque ver sangre era común
para la humanidad para ese entonces, los ángeles y algunos otros
seres presenciaron el evento al que señalaba el sacrificio del Edén.
Alguien tenía que pagar. Pablo dice:
"Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación
a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino
a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pe-
cadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán
constituidos justos" (Rom. 5: 18, 19).
"Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si
uno murió por todos, luego todos murieron" (3 Cor. 5: 14).
¿Dónde estás tú? Dios llama a cada corazón que se esconde detrás
de cualquier arbusto en el que encontremos refugio. ¿Resistirás el
llamado que Dios te hace? ¿O saldrás de los arbustos y te aferrarás
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LAS ENCRUCIJADAS QUE ACECHAN DETRÁS DE LOS ARBUSTOS
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al Padre, que ya te ha abierto un mejor camino para afrontar tu pe-
cado? Tal vez recuerdes las palabras de Cristo: "Venid a mí todos
los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mat.
11: 28). Al menos diecisiete veces en los evangelios Jesús implora a
la gente que venga a él.
O quizás aún tengas miedo de cómo podría reaccionar el Padre
ante tu admisión de culpa. Jesús dice:
"Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le
echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi volun-
tad, sino la voluntad del que me envió. Yesta es la voluntad del Padre,
el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino
que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha
enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna;
y yo le resucitaré en el día postrero" (Juan 6: 37-40).
La pregunta de Dios revela su corazóny su voluntad para tu vida.
¿Qué expresa la pregunta "¿Dónde estás tú?" sobre el corazón de
Dios? Expresa el amor casi increíble que ha demostrado en su vo-
luntad de abrazarte y ocuparse de tu vergüenza pagando él mismo
por ella. ¿Qué dice esta pregunta acerca de la voluntad de Dios
para tu vida? Dice que él desea volver a establecer la intimidad del
Edén.
Pero tú debes responder. Desde donde estés y desde donde has
estado, responde a su llamado. Responde su pregunta con una ora-
ción, un canto, un pensamiento, una carta, una confesión sincera,
una catarata de lágrimas o gritos de gozo; simplemente responde.
Sal de detrás de los arbustos y responde la primera pregunta de
Dios: "¿Dónde estás tú?"
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR Y ESTUDIAR
1. ¿El temor y la vergüenza alguna vez te forzaron aesconderte?
¿Cómo se resolvió esa situación? ¿Cuáles fueron las consecuencias
a corto o largo plazo?
2. Cuando hacemos algo que no debiéramos, ¿por qué crees que
nuestro primer pensamiento es escondernos? ¿Tratar de escon-
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20 PREGUNTAS QUE DIOS QUIERE HACERTE
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demos resulta útil?
3. ¿En qué áreas de tu vida se te hace más difícil cederle el con-
trol a Dios?
4. Si entregaras completamente toda tu vida a Dios, ¿qué crees
que te pediría cambiar de tu forma de vida? ¿Estarías dispuesto a
hacer ese cambio?
5. ¿Cuáles son las implicancias, para tu vida, de reconocer que
Dios ya sabe "dónde estás", que conoce cada detalle de lo que ocu-
rre en tu vida? ¿Cómo te hace sentir eso?
REFERENCIA
1 William Barclay, The Mind of Jesus (Nueva York: HarperCollins, 1960), pp. 127, 138.
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LAS ENCRUCIJADAS QUE ACECHAN DETRÁS DE LOS ARBUSTOS
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“¿Dónde están los que te acusaban?”
?
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C A P Í T U L O 2
Identidad perdida
o recibida
"¿Dónde están los que te acusaban?"
"Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al tem-
plo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los
escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y
poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendi-
da en el acto mismo de adulterio. Yen Iα ley nos mandó Moisés apedrear
a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para
poder acusarle.
"Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y
como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo; El que de vosotros
esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E incli-
nándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
"Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno,
comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús,
y la mujer que estaba en medio. Ederezándose Jesús, y no viendo a na-
die sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?
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¿Ninguno te condenó?
"Ella dijo: Ninguno, Señor.
"Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más"
(Juan 8: 1-11).
E n el libro Don't Just Stand There, Pray Something [No te quedesallí parado, ora algo], 1 Ronald Dunn cuenta la historia de una
mujer que sale de un centro comercial en busca de su auto. Al llegar
al auto, descubre que las llaves descansaban seguras en el encendi-
do, y las puertas, por supuesto, cerradas. Al pensar en el pastel que
dejó en el horno en casa, frenéticamente trata de subirse. Entra co-
rriendo al centro comercial en busca de una percha de alambre...
porque todos saben que una percha puede abrir un auto. Con una
mirada de determinación sale de estampida del centro comercial
nuevamente, con una percha de alambre. No sabe realmente qué
hacer, pero como es una mujer de fe, comienza a orar. En un minu-
to se acerca un hombre. Cabello despeinado. Sin afeitar. Tatuado.
Usa vaqueros rasgados y una camiseta acribillada de agujeros. Si
bien podría haber parecido peligroso para algunos, ella ve algo di-
ferente.
—¿Usted sabe cómo usar una de estas? —pregunta ella, exten-
diéndolela percha a él.
—¿Esta es una trampa? —él la mira con sospecha.
Ella le explica.
—Me quedaron las llaves adentro del auto, y necesito llegar a
casa. Dejé un pastel en el horno.
Con una mirada heroica en el rostro, él toma rápidamente la
percha y salta hasta la puerta del conductor con una destreza fe-
lina. Como un habilidoso ingeniero, transforma la percha en una
herramienta de precisión. Es como si la hubiese hecho para ga-
narse la vida. Con algunos movimientos rápidos y fluidos, la traba
salta, él abre la puerta y le presenta el auto abierto con una cortés
reverencia.
Ella está tan llena de asombro por la habilidad de este hombre
que exclama:
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—¡Alabado sea Dios! Usted es un hombre bueno. Debe ser
cristiano.
Bajando la mirada tímidamente, responde:
—Señora, no soy un buen hombre, y decididamente no soy cris-
tiano. Acabo de salir de la cárcel por robar autos.
Sin inmutarse, ella exclama:
—Bueno, ¡alabado sea Dios por haberme enviado un profe-
sional!
Quizá conozcas a alguien así, una persona que ve las virtudes
más positivas de cada uno. La mayor parte del tiempo no vemos lo
mejor de las personas; vemos lo peor. Si existen dos verdades que
están profundamente arraigadas en nuestra experiencia humana,
son nuestra necesidad de justicia y nuestro amor de misericordia.
Amamos la justicia cuando alguien que la merece la recibe, y abra-
zamos la misericordia cuando nosotros, que la necesitamos, la re-
cibimos.
Por ejemplo, consideremos algunos criminales condenados
que caminan por las calles de hoy: Gregory Wallis cumplió 17 años
de una sentencia de 50 años; Michael Anthony Williams cumplió 23
años de una sentencia de prisión perpetua; y Alejandro Fernández
cumplió 10 años de una sentencia de muerte. ¿Cómo te sientes al
saber que estos hombres fueron condenados por crímenes violen-
tos y que cumplieron menos de la mitad del tiempo?
Actualmente están en la calle caminando libremente, como
debe ser. Estos hombres fueron liberados, no prematuramente,
sino mucho después de lo debido porque fueron condenados so-
bre la base de identidad equivocada y, en algunos casos, por falso
testimonio. Fueron exonerados solo después de realizar pruebas
de ADN con nueva tecnología, gracias al ferviente esfuerzo de una
organización llamada Innocence Project [Proyecto Inocencia].
Recientemente, más de doscientas personas que fueron condena-
das falsamente, sentenciadas y que cumplieron sentencia fueron
puestas en libertad.
Nuestra sed de justicia y nuestro amor por la misericordia son
primordiales por lo que somos como seres humanos. Pensemos
en las historias de nuestra vida cuando experimentamos la gracia,
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IDENTIDAD PERDIDA O RECIBIDA
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y además consideremos los momentos en que nos pusimos total-
mente de parte de la justicia. ¿Cuál es la conexión, si la hay, entre
estas dos experiencias? Si alguna vez hubo un evento en la Biblia
que transmitió un mensaje de justicia y misericordia, es en el capí-
tulo ocho del Evangelio de Juan. Surgen varias cosas de esta histo-
ria, y demandan cuidadosa atención.
Primero, Jesús está enseñando a la mañana temprano en el
templo, donde se enseñaban y ejecutaban las mismas leyes y sis-
temas de aprendizaje sobre la salvación. Segundo, de acuerdo con
la ley judaica, el que es testigo debe arrojar la primera piedra. Una
cosa es acusar a alguien de un delito que merece la muerte, pero es
una experiencia aleccionadora convertirse en parte del proceso de
ejecución.
Ocuparse de los testigos falsos demandaba la siguiente acción:
"Los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hu-
biere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como
él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti"
(Deut. 19: 18, 19). Además, es deber del esposo presentar los car-
gos, no de los"mirones" más religiosos de la ciudad.
Otro hecho importante en esta historia es que todas las partes
implicadas en el adulterio deben morir, como lo declara Levítico
20: 10: "Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su próji-
mo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos".
Pero Jesús, al verse frente a este problema aparentemente
complicado, lo resuelve nivelando las reglas del juego, al decir en
cierto sentido: "Muy bien, si ustedes quieren jugar con la letra de la
ley, entonces examinemos tocios las letras". Así que Jesús escribió
todas las letras que se aplican a la vida de cada uno en el suelo, para
que toda la comunidad lo vea.
Evidentemente, todo este suceso no tenía nada que ver con la
mujer, aparte de ser un títere perfecto para usar en contra de Jesús.
Pero entonces Jesús declara: " El que de vosotros esté sin pecado
sea el primero en arrojar la piedra". Esta es la regla, y era poco co-
mún para la multitud. Quizá la característica más penetrante de
esta escena sea que todos son descubiertos por lo que en realidad
son. La mujer es una adúltera, deshecha y abusada, pero pecado-
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ra de todos modos. La pecaminosidad de los líderes religiosos se
da a conocer; la verdad demanda que dejen caer sus piedras y se
vayan. Todos se van porque, aunque quizá no sean adúlteros, pro-
bablemente hubiesen querido serlo en un determinado momento.
Elena de White describe esta escena en El Deseado de todas las gen-
tes: "Aquellos hombres que se daban por guardianes de la justicia
habían inducido ellos mismos a su víctima al pecado, a fin de po-
der entrampar a Jesús. [... ] Pero cuando sus ojos, siguiendo los de
Jesús, cayeron sobre el pavimento a sus pies, cambió la expresión
de su rostro. Allí, trazados delante de ellos, estaban los secretos
culpables de su propia vida. El pueblo, que miraba, vio el cambio
repentino de expresión, y se adelantó para descubrir lo que ellos
estaban mirando con tanto asombro y vergüenza". 2
No había suficientes piedras en el patio aquella mañana para
administrar justicia a todos los que la merecían. Como esto era evi-
dente para todos, se fueron de a uno, desde el más viejo hasta el
más joven.
El climax de esta historia es cuan gloriosamente se revela Jesús
como el Hijo de Dios, que demanda justicia y hace misericordia.
Nunca minimiza el pecado de la mujer, porque "la paga del pecado"
aún es la muerte, y alguien necesita pagar. Pero Jesús, en vista de su
propio sacrificio, desestima su caso porque él pronto ha de ponerse
en su lugar y ha de morir. Nadie en la tierra es más consciente del
precio del pecado que Cristo. De hecho, la arrogancia moral podría
ser uno de los pecados más despreciables, porque es muy difícil
salvar a alguien que no cree que necesite ser salvo.
En aquella mañana en particular, el patio se vacía y, después de
que todos se fueron, Jesús hace preguntas a la mujer que le cam-
biarán la vida: "¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te
condenó?"
¿Qué nos dicen estos interrogantes acerca de Cristo? Queremos
que nos juzgue él porque será justo. Queremos que nos juzgue él
porque, aunque conozca lo peor de nosotros, quiere lo mejor para
nosotros.
Y, en el caso de esta mujer sorprendida en el acto del adulterio,
Cristo le ofrece una oportunidad para asumir una nueva identidad.
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¿Cuál es su respuesta a las preguntas que parten la vida en dos?
"Ninguno, Señor".
Pero existe un obstáculo que a menudo entorpece la certeza de
nuestra salvación, nuestro andar en libertad y nuestra comprensión
de que en Cristo nadie nos condena, y esa es la realidad. Yo quiero
creer con seguridad que la gracia y la misericordia de Dios me sal-
varán, pero conozco lo peor de mí, y sé que Dios también lo sabe.
Esa es la verificaciónde la realidad. Porque si bien me encantaría
recibir misericordia, también tengo un sentido de lo que es justo.
Ese conocimiento hace que creer en la gracia de Dios sea una de las
cosas más difíciles de lograr. La creencia de que cumplir con todas
las reglas y las regulaciones —la vida del legalismo— es diez veces más
fácil que el salto de fe que exige de nosotros el descansar en la mise-
ricordia de Dios. Quizá la noción de que la salvación es gratuita atra-
viesa la garganta del cínico, porque interiormente sabemos que nada
es gratis. Conocer lo que cuesta la salvación y quién pagó por ella es
lo que hace que la experiencia sea valiosa y real. Además, nada para-
liza tanto nuestro caminar con Dios como no responder la pregunta:
"¿Dónde están los que te acusaban?" Para responder a esta pregunta
debemos confiar plenamente en el proceso judicial del Cielo; y aun-
que algunos podrían aceptar instantáneamente este fallo en nuestro
favor, a otros les podría llevar un poco más de tiempo.
Como me he sentado junto a la cama de santos que observan
que la muerte se acerca, he notado que algunos confían en su hogar
eterno en el cielo mientras que otros tiemblan ante la noción de
que tal vez sus nombres no estén escritos en el Libro de la Vida.
Algunos simplemente se quedan mirando su historial inconsis-
tente de devoción a Dios y los embarga la duda. A veces somos
conscientes y receptivos; y luego están los valles, esas épocas de
desinterés o de debilidad.
La pregunta que Dios plantea abre toda una serie de otros inte-
rrogantes que debemos resolver para darle una respuesta a él:
• ¿Cómo podemos sentirnos seguros de nuestra salvación con
un caminar con Dios tan tumultuoso?
• Sabiendo que Cristo conoce lo peor de nosotros pero desea lo
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mejor, ¿cómo podemos caminar con confianza?
• ¿Cómo funciona realmente este principio de "Vete, y no pe-
ques más"?
Primero, ya sea que nos sintamos bien o no al respecto, asumir
una nueva identidad implica una elección. Debemos escoger.
La mujer tuvo que elegir creer que acababa de pasar de muerte
a vida. Tuvo que creerlo y recibirlo. "¿Dónde están los que te acu-
saban? " Si queremos sentirnos salvos, debemos elegir creer que es
verdad y pronunciar las palabras: "Nadie es quién para condenar,
y el Único que puede condenarme está ocupando mi lugar". El acto
de recibir este don ha sido un enigma para muchos, como registra
Juan: "En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el
mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engen-
drados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,
sino de Dios" (Juan 1: 10-13).
Empecé a comprender la transición de la desesperación a la
confianza cuando trabajaba en una colonia de verano en el Parque
Nacional Yosemite. Los acampantes baqueanos emprendieron via-
je por un sendero hasta un hermoso descampado, donde los cam-
pistas pasarían la noche bajo las estrellas. Yo me fui con la vieja ca-
mioneta hasta el descampado, para comer y entonar algunos cantos
con los chicos. A través de los árboles podía ver cómo se arremo-
linaban los jóvenes cuando revisaban si los caballos estaban ata-
dos correctamente. Cuando pasé a un caballo en particular, olí algo
extraño. Aunque estaba parado en medio de 18 caballos sudorosos,
seguí el olor hasta uno de ellos y descubrí que la montura estaba
empapada. No necesité acercarme más para deducir que alguien
había mojado el caballo.
Se me ocurrió revisar mentalmente la lista de adolescentes mo-
chileros, y ninguno tenía problemas médicos ni nada que pudiera
imaginarme. Entonces caí en la cuenta de que había un niño de 10
años (lo llamaremos Josué) que se sumó al grupo. Observé el des-
campado y localicé a Josué, que esperaba haciendo fila, sostenien-
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do una bandeja de acero inoxidable frente a él con las piernas cru-
zadas y con mirada aprehensiva. Si cualquiera de esos adolescentes
se enteraba de lo ocurrido, hubiese sido indescriptible la vergüen-
za que podrían haberle infligido con una pocas burlas descuidadas.
Me acerqué rápidamente a la fila y me paré entre Josué y los demás
campistas, y le dije:
—Josué, necesitamos hablar un momento. ¿Puedes venir con-
migo, por favor?
Conduje al asustado muchacho al descampado lejos de los de-
más, y en cuanto estuvimos fuera de su alcance, las lágrimas co-
menzaron a rodar por su rostro lleno de polvo.
—Josué, ¿qué pasó? ¿Por qué... mojaste el caballo? —le pre-
gunté.
El dique de contención de la desesperación y la vergüenza se
rompió, y se largó a llorar a lágrima viva.
—Tuve que ir... y las ¡ah, ah, ah!, chicas estaban justo ahí... y ¡ah,
ah, ah!, los osos estaban... "
Al comienzo del campamento les dije a todos los chicos que no
entraran solos en el bosque, debido a los osos. Ahora bien, los ado-
lescentes tomaron esas advertencias de otra manera que un niño
de 10 años. Además, más aterrador que cualquier oso sería la pre-
sencia de una adolescente en cualquier parte a cien metros de las
instalaciones naturales en los bosques. El tuvo que ir, pero le daba
mucha vergüenza decirlo enfrente de las chicas, y estaba muy asus-
tado por la caminata en el bosque; atrapado en su aprieto, se hizo
pis encima del caballo.
Traté de buscar una manera de cambiarle la ropa, pero el sol
se estaba poniendo y tenía puesta la única ropa que había llevado,
a menos que regresáramos al campamento. Entonces escuché el
sonido del arroyo a unos 25 metros detrás de nosotros, y lo llevé
hasta el riachuelo. Allí me agaché hasta el agua y lo salpiqué con una
rociada de agua fría del arroyo, y él chilló:
—¡Ey, me estás mojando todo!
Nos salpicamos el uno al otro de acá para allá. Encontré un espa-
cio en el arroyo lo suficientemente profundo para mojarlo de veras.
Luché con él, dando vueltas en el arroyo, por unos instantes, re-
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sistiendo la corriente, por supuesto, y ocasionalmente simulando
una centrifugadora en el agua hasta que estuvo empapado. Ambos
volvimos caminando al campamento, completamente empapados.
Josué se salvó de pasar vergüenza, y cuando los demás preguntaron
qué nos había ocurrido, solo dijimos:
—Nos mojamos.
Quizás esto es lo que Pablo quiso decir cuando expresó: "Porque
el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió
por todos, luego todos murieron... De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas... Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él"
(2 Cor. 5: 14-31).
Escoge creer que esto es cierto. Decide que, sin importar cómo
te sientas, lo que hayas hecho o hasta lo que pudieras saber que
Dios conoce de ti, su misericordia es real. Y recibir esa misericor-
dia es una decisión que tomas de creer que es verdad.
La segunda etapa para obtener plena confianza en nuestro ca-
minar con Dios tiene que ver con cómo hablamos de lo que hemos
elegido. Necesitamos profesar con descaro nuestra nueva postura
en Cristo de todas las formas posibles. Juan afirma esta actividad
diciendo:
"Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que he-
mos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon
nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifes-
tada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna,
la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y
oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comu-
nión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es conel
Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que
vuestro gozo sea cumplido" (1 Juan 1: 1-4).
Dilo. Coméntalo. Decláralo. Aun si no tiene mucho sentido,
profesa lo que Dios dice que es verdad acerca de nuestra identidad:
"Soy un hijo de Dios. Libre. Vuelto a nacer. Perfecto en él". Creo
que necesitamos aceptar el hecho de que no siempre nos sentire-
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mos de este modo. Tal vez por esto Jesús le hizo una pregunta, a
la mujer, con una respuesta tan obvia. Quizás haya poder con solo
decirlo en voz alta. Responder esta pregunta en voz alta quizá tenga
más impacto de lo que podríamos imaginarnos de entrada.
—"¿Dónde están los que te acusaban?"
—"Ninguno, Señor".
Un joven, que era adoptado, compartió conmigo lo raro que era
decir su nuevo nombre. Al cambiar de un hogar adoptivo a otro,
finalmente fue adoptado por una familia que le dio una nueva vida
y un nuevo nombre: Kyle O'Conner.
—Al principio era algo extraño —decía; pero cuanto más me es-
cuchaba al decirlo con mi propia voz —"Kyle O'Conner"— tanto más
comenzaba a creer que tenía una nueva vida.
Finalmente, cuando elijas creer y profesar descaradamente lo
que Dios ha hecho por ti, camina intencionalmente con él, que obra
esta salvación en ti, como insta Pablo:
"Amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en
mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia,
ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es
el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su bue-
na voluntad" (Fil. 2: 12, l3).
Ocúpate de ella. Practícala. Camina. Vive. Da. Comparte.
Trabaja. Canta. Sirve. Ora. Jesús le ordenó a la mujer: "Vete, y no
peques más". Vete, y vive de manera diferente; no a pesar de tus
fracasos sino a la pura luz de tu nueva identidad: ¡inocente!
Se cuenta la historia de un abogado melancólico que se mudó a
una nueva ciudad para comenzar una nueva práctica de la abogacía.
Los vecinos del lugar a menudo lo observaban caminar solo de no-
che, con la cabeza gacha y la postura encorvada. Un día le confesó a
un artista que en el pasado había cometido un error crítico, del que
no podía librarse. El fracaso lo perseguía. El artista no dijo nada,
pero pocas semanas después invitó al desalentado abogado a ver
un retrato en su estudio. El abogado aceptó, y cuando contempló
la pintura, se sorprendió al ver un retrato de sí mismo... salvo que
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en el retrato era alto y seguro de sí mismo, con la cabeza en alto. La
ambición, la visión y el coraje estaban escritos en todas partes de
su rostro en el retrato. Después de captar esta visión de lo que el
artista podía ver en él, una visión de lo que podría llegar a ser nació
en su corazón. El abogado se dijo: "Si el artista puede ver eso en
mí, entonces yo también puedo. Si él piensa que yo puedo ser ese
hombre, entonces seré ese hombre". Todos los días el abogado veía
el retrato, y con el tiempo su porte cambió.
Cuando elegimos creer en la gracia de Dios hacia nosotros y la
profesamos, caminamos y vivimos a la luz de la visión que Dios tie-
ne de nosotros, nuestra confianza en la justicia y la misericordia de
Dios aumentará.
Puede ser que experimentar la seguridad de la salvación sea
muy similar a hacer una taza de té. Yo me ofrecí a enseñar a los jó-
venes cómo preparar una taza de té.
—Primero, consigan una taza de agua caliente y un saquito de té.
Luego, metan el saquito en el agua... y lo sacan.
Los jóvenes murmuraron.
—No, tienes que dejarlo adentro más tiempo.
Efectivamente, se notaba muy poco color y sabor en el agua. Así
que lo dejé adentro por cinco segundos.
—No,... más tiempo—gritaron.
Algunos rastros de color comenzaron a filtrarse del saquito al
agua. Pero, al dejar el saquito en el agua, con el tiempo, el sabor y el
color del agua cambiaron significativamente.
A medida que nos empapamos de la verdad, esta verdad casi in-
creíble de la justicia y la misericordia de Dios, la buena noticia nos
satura, y nuestra confianza crece cuando decidimos creer en ella,
profesarla y caminar en ella. Como la mujer, podemos irnos y dejar
atrás la identidad y asumir una nueva. Acostumbrarnos al nuevo
nombre y posición lleva tiempo y algo de esfuerzo. Pero es real.
Siempre que lucho por vivir con la certeza de mi posición en
Cristo, reflexiono en un momento de mi niñez cuando jugué en
un torneo de fútbol contra los Hombres Diminutos. Estos chicos
eran más grandes de edad, más rápidos, más fuertes, y tenían un
vocabulario distinto que intimidaba a la mayoría de los jóvenes es-
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colares. Hacían zancadillas, empujaban, abucheaban y aporreaban
a mi equipo en el césped. íbamos a perder. En el entretiempo, el
entrenador reunió al equipo para infundirnos ánimo. Estas charlas
nunca fueron útiles para mí, especialmente cuando estaban llenas
de clichés huecos, como "Ustedes son los ganadores" o "Pase lo que
pase allí, solo den lo mejor de ustedes" o "No importa si ganan o
pierden, sino que se diviertan". No estábamos ganando, lo mejor
que hacíamos no era suficientemente bueno y no era divertido. De
modo que, cuando nuestro entrenador comenzó con "Quiero que
todos sepan que pase lo que pase en el segundo tiempo, todos son
ganadores de primer orden", puse los ojos en blanco y me salió una
mueca de frustración.
—Se los digo muy en serio, chicos —alegó nuestro entrenador—,
¡ustedes son ganadores!
—El marcador dice tres a cero, y a menos que esté contando mal,
vamos a perder—contesté.
—Yo sé eso, pero de lo que ustedes no se dan cuenta es que el
equipo con el que están jugando ni siquiera está en la liga ni en la
division de ustedes. Además, algunos de sus jugadores destrozaron
las instalaciones del torneo y, como resultado, su equipo, aunque
está en el campo de juego, ha sido descalificado. ¡Ustedes ya gana-
ron! ¡Su nombre está en el trofeo!
Todos dirigimos la mirada a la mesa cubierta al lado del campo
de juego, que escondía los premios que se presentarían al final del
juego.
El entrenador dijo:
—No quise decirles esto hasta el entretiempo. Pero se los estoy
diciendo ahora: salgan y jueguen como si hubiesen ganado.
En cierto modo, este es el mensaje que Cristo tenía para la mu-
jer sorprendida en adulterio. Pero para que ella verdaderamente se
alejara con una nueva identidad, tenía que responder a la pregun-
ta que le hizo Jesús: "¿Dónde están los que te acusaban?" Cuando
respondemos esta cuestión, se nos hace pasar a un nuevo mundo
en el cual creemos totalmente y caminamos seguros en la miseri-
cordia que se nos dio. "Vete, y no peques más" es un mandamiento
para vivir con el conocimiento de que ya hemos ganado.
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PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR Y ESTUDIAR
1. Tus acusadores más insistentes, ¿son internos o externos?
2. ¿Estás de acuerdo con esta declaración: "La mayoría obtiene
lo que merece en la vida"? ¿Por qué sí o por qué no?
3. ¿Por qué crees que Jesús rehusó condenar a la mujer sor-
prendida en adulterio, siendo que ella era obviamente culpable?
¿Qué dice esto acerca de Jesús? ¿Qué dice de la mujer?
4. ¿La sociedad podría funcionar si actuara sobre el principio
de la gracia de Dios? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Existe un estándar
para los individuos y otro para la sociedad en general, en la manera
de relacionarnos con los que son culpables de transgredir la ley?
5. ¿Te resulta más fácil aceptar la gracia o dar de gracia? ¿Por
qué?
REFERENCIAS
1 Ronald Dunn, Don't Just Stand There, Pray Something (San Bernardino, Calif.: Here's Life
Publishers, 1991), pp. 21-23.
a Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Bs.As.: Asociación Casa Editora Sudamericana,
1990), p. 435.
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“Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?”
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C A P Í T U L O 3
Amor no en vano
"Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?"
"Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, ha-
ced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad
por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale
también Iα otra; y al que te quite Iα capa, ni aun Iα tunica le niegues. A
cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que
te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así
también haced vosotros con ellos.
"Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque tam-
bién los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os
hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo
mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito te-
néis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir
otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no
esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del
Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues,
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misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso" (Luc.
6: 27-36).
Chindohgu es el arte japonés de la invención no vana. Estascreaciones no son inútiles porque al principio parecen ab-
surdas, pero tienen una forma extravagante de hacer que el trabajo
se haga. Por ejemplo, está el guante dedal de látex con cerdas para
cuando nos olvidamos el cepillo de dientes y necesitamos usar el
dedo. Otro chindohgu muestra un pequeño ventilador que funcio-
na a pila, que se sujeta a un par de palillos para enfriar los fideos
al comer (yo casi me hiperventilé enfriando mis fideos). Otra in-
vención, que tuvo que haber estado en la lista de los diez mejores
chindohgus, es un aparato que se sujeta a un auto y que funciona
como cuerda de tender ropa, para que mientras uno conduce por la
ciudad pueda secar la ropa mojada.
Quizá mi creación preferida sea las pantuflas limpiadoras he-
chas de tela de franela, que serán usadas en las cuatro patas por un
gato doméstico común. Las pantuflas gatunas quitan el polvo del
piso o de cualquier lado que el gato decida cruzar. Se podría au-
mentar la efectividad de esa invención incluyendo algunas mues-
tras extra de hierba de los gatos cafeinada y acelerar verdadera-
mente el proceso de limpieza.
Los inventos chindohgu en realidad son más una cultura del arte
que un esfuerzo empresarial. Pero, lo que más me intrigaba acerca
de los chindohgus tenía que ver con la forma en que una idea irra-
cional y aparentemente inútil se había apoderado de mí. Cuanto
más pensaba en cada uno de ellos, más absurdo parecía.
Algunas de las cosas que dijo Jesús impactan y dan vuelta nues-
tro pensamiento, y si no tenemos paciencia con lo que él dice, se
desvanecen. Pero si nos detenemos y permitimos que estas ideas
fuertes se "adoben" un poco en nuestra mente, tiende a surgir una
verdad muy real y significativa.
Consideremos algunas frases clásicas de Jesús: "De cierto, de
cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre" (Juan 14: 12).
"Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que
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pierda su vida por causa de mí, éste la salvará" (Luc. 9: 24). "Pero yo
os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpa-
ble de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será cul-
pable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará ex-
puesto al infierno de fuego" (Mat. 5: 22). "De cierto os digo: Entre
los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el
Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es
que él" (Mat. 11: 11).
F. F. Bruce, en The Hard Sayings of Jesus [Los dichos difíciles de
Jesús], observa que las declaraciones como estas son difíciles:
"Porque para nosotros existen dos clases de dichos difíciles:
hay algunos que son difíciles de entender, y hay algunos que son
demasiado fáciles de entender. Cuando los dichos de Jesús que son
difíciles en el primer sentido son explicados en términos dinámi-
camente equivalentes, entonces probablemente se vuelvan difíci-
les en el último sentido. Mark Twain habló en nombre de muchos
cuando dijo que las cosas de la Biblia que le inquietaban no eran
las que no entendía sino las que sí entendía. Esto es especialmente
cierto de los dichos de Jesús. Cuanto mejor los entendemos, más
difíciles son de aceptar". 1
Hay una declaración que es difícil de explicar y difícil de prac-
ticar. Esta declaración de catorce palabras encabeza la lista de los
dichos difíciles de Jesús: "Sed, pues, vosotros perfectos, como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat. 5: 48).
Una primera lectura de esta declaración bloquea a los que la es-
cuchan porque parece irracional e imposible. ¡Jesús tiene que estar
bromeando, o debe querer decir alguna otra cosa! Es imposible que
pueda pensar que nosotros podríamos alcanzar esta perfección. Así
que nos vemos forzados a suponer que Jesús simplemente quiere
que tratemos de ser como Dios de todos modos, y el ejercicio de
intentarlo nos mantendrá humildes y "algo" morales en el proceso.
Esta interpretación es absolutamente insensata cuando pensamos
en ella, porque nadie va a tratar de hacer lo imposible mecánica-
mente y, además, nadie llegará a ser mejor persona debido a esto.
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No hay manera de considerar esta frase metafóricamente; por
eso es tan inquietante. Pero esta orden no está aislada; fue puesta
junto a una serie de preguntas que nos pueden ayudar a que esta
tenga sentido. Muchos de los dichos más difíciles de Jesús están
enmarcados por una pregunta o una serie de preguntas que expan-
den, explican o dan lugar a una declaración abrupta.
Cuando Cristo manda a sus seguidores que sean "perfectos", da
un ejemplo para responder con cuatro preguntas secuenciales que
establecen el mandato:
•Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
• ¿No hacen también lo mismo los publícanos?
• Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de
más?
• ¿No hacen también así los gentiles?
Cuando examinamos cuidadosamente el significado de la pala-
bra perfecto y su aplicación en las preguntas previas, lo que Cristo
llama a hacer a los creyentes es razonable y posible. Las preguntas
revelan tres cualidades del amor perfecto.
Primero, el amor perfecto es maduro. Barclay analiza el signi-
ficado de la palabra téleios o perfecto, notando que un hombre que
alcanza una estatura totalmente desarrollada es téleios en compara-
ción con un niño. Un alumno que se gradúa con un conocimiento
maduro es téleios en contraste con un alumno que acaba de comen-
zar la escuela. Es vital notar que perfecto no significa "impecable"
sino "totalmente desarrollado". 2
Después de pasar un fin de semana en una concentración
religiosa muy conmovedora, un alumno se acercó a mí con una
pasión renovada por ser perfecto en cada aspecto de su vida. Era
evidente que los presentadores bombardearona este joven con
suficiente temor y vergüenza para llevarlo a un punto de convic-
ción, pero le dieron muy pocas ideas de cómo esforzarse real-
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mente por conseguir la perfección.
—Así que, ¿qué vas a hacer para comenzar con esta tarea? —le
pregunté.
—Bueno, dejé de mirar television y prendí fuego a la música que
inspiraba pensamientos impuros en mi mente, y les conté a mis
amigos (los que tendían a debilitarme) que ya no iba a salir más con
ellos —me respondió rápidamente.
Todo lo que mencionó parecía ser una buena idea, pero su res-
puesta no comprendía el punto de perfección. En el sentido bí-
blico, la perfección no se trata tanto de lo que nos abstenemos y
evitamos sino más bien de lo que aceptamos. En otras palabras, el
amor perfecto no se trata de lo que no hacemos sino que es algo
que hacemos activamente. Lo que dice Jesús es que el amor perfecto
tiene que ver con cómo nos comportamos proactivamente con las
personas que nos lastiman o nos faltan el respeto. De modo que
traté de explicar este principio al joven; pero era evidente que yo
no estaba haciéndome entender de la manera que otros consiguie-
ron llegar a él con respecto a la perfección. Así que le di una botella
de agua.
—Mira los ingredientes y dime lo que no hay en el agua —le in-
diqué.
Inmediatamente invirtió la botella e hizo una pausa pensativa-
mente, luego sonrió y se volvió a sentar en la silla mirando el techo
y sacudiendo la cabeza.
—Creo que entendí —me dijo.
Cuando algo es considerado puro, en realidad significa que "tie-
ne un solo ingrediente". De nuevo, el llamado de Jesús al amor per-
fecto es un camino para algo que hacemos, no algo que no hacemos.
Aunque hay sectas de cristianos que se han propuesto llevar
una vida intachable, ellos también se equivocan. Pero un creyen-
te es maduro —perfecto— cuando actúa con gentileza, da generosa-
mente, piensa compasivamente y ora fielmente por la persona por la
que es difícil orar.
Una segunda cualidad revelada en las preguntas que hacía Jesús
es que el amor perfecto es eficaz. Algo es téleios, o perfecto, si al-
canza el propósito para el que fue planeado. Nosotros somos per-
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fectos cuando alcanzamos el propósito para el que fuimos creados.
Si tenemos un tornillo flojo (y algunos sugieren que esto es cierto
en muchos sentidos), lo que se necesita es un destornillador ade-
cuado. El mango tal vez no sea de nuestro color preferido; tal vez no
se ajuste bien a la forma de nuestra mano; de hecho, la punta puede
estar roma y ni siquiera ser del tamaño exacto de la cabeza del tor-
nillo. Pero, si el destornillador efectivamente ajusta el tornillo, es
télelos. Funcional. Eficaz. Útil para el propósito deseado.
Al final de la vida, hay muchos que se arrepienten del curso de
su vida porque sienten que tenían un propósito mayor para vivir
que el que eligieron. Después, hay otros que tal vez se lamenten por
algo específico, como fechorías u oportunidades perdidas, pero
tienen paz porque su vida sirvió a un propósito que fue noble.
Consideremos al apóstol Pablo en sus momentos finales, un
hombre que no fue intachable de ningún modo pero perfecto en
significado: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe" (2 Tim. 4: 7). Pablo tenía paz por la manera en
que había cumplido un propósito significativo y eficaz en su vida.
Su confianza nos recuerda la perfección a la que Cristo llama a sus
seguidores: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los cielos" (Mat. 5: 44, 45). "Mirad cuál amor nos ha dado el
Padre, para que seamos llamados hijos de Dios" (1 Juan 3: 1).
Leamos el siguiente pasaje de Efesios, y notemos el glorioso
propósito para el que fuimos creados y redimidos:
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales
en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor ha-
biéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio
de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza
de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,
en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con
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nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el
misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había pro-
puesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dis-
pensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los
cielos, como las que están en la tierra.
"En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestina-
dos conforme al propósito del que hace todas las cosas según el de-
signio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su glo-
ria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él
también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio
de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con
el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra heren-
cia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su
gloria" (Efe. 1: 3-14).
Es importante considerar nuestro propósito a la luz de la
creación y de la redención, porque nuestra redención supone que
somos de todo, menos impecables. Pero la tesitura general del
pasaje es un hermoso cuadro del propósito final de Dios para con
nosotros.
Finalmente, las preguntas que Dios hace captan cuan extraor-
dinario es el amor perfecto. Según Jesús, el amor humano común es
esperable, mientras que el amor extraordinario es distinto, y solo
puede provenir de una conducta divina.
"Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a
tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bende-
cid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos
de vuestro Padre que está en los cielos... Porque si amáis a los
que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también
lo mismo los publícanos? Y si saludáis a vuestros hermanos so-
lamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los genti-
les?" (Mat. 5: 43-47).
La palabra "amar" en este pasaje no implica amistad, afecto ni
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pasión. El amor ágape es al que se refiere William Barclay como una
"bondad inconquistable" y una "buena voluntad invencible: pro-
curar el bien supremo de los demás sin importar quiénes sean ni lo
que nos hagan". 3
Jesús nunca nos pide que amemos a nuestros enemigos del mis-
mo modo que amamos a nuestros padres, amigos o compañeros. El
amor ágape extiende la gracia y la buena voluntad a las personas
que no las merecen y, en muchos casos, ni siquiera las piden.
No conozco a ningún padre en la actualidad —creyente, intere-
sado en la verdad o cínico— que no ame a su hijo hasta el punto de
dar su vida para salvarlo. Esta es una característica básica común de
las personas creadas a la imagen de Dios.
Jesús declara: "Es fácil", por lo tanto, ¿qué te diferencia del
resto del mundo? ¿Cómo brilla el rostro glorioso de Dios a través
de ti de manera que te caracterice como hijo del cielo?
En 1995 ocurrió algo notable:
Se produjo una escena en Burma, ahora llamada Myanmar,
que cincuenta años antes nunca nadie podría haberse imagina-
do. Ocurrió en el puente sobre el río Kwai. Durante la Segunda
Guerra Mundial, el ejército japonés había forzadoa los prisioneros
de guerra aliados de Gran Bretaña, Australia y los Países Bajos a
construir un ferrocarril. Los soldados japoneses cometieron mu-
chas atrocidades, y unos 16 mil aliados prisioneros de guerra mu-
rieron construyendo lo que se había dado en llamar el Ferrocarril
de la Muerte. Pero, después de la guerra, un ex oficial del ejército
japonés llamado Nagase Takashi emprendió una campaña perso-
nal para instar a su gobierno a admitir las atrocidades cometidas.
Después de muchos años de esfuerzo, el resultado de su cruzada fue
una breve ceremonia en 1995, en el puente de infausta memoria.
De un lado del puente había cincuenta japoneses, incluyendo cinco
veteranos de guerra, y el señor Takashi. Dieciocho maestros de es-
cuelas del Japón llevaban doscientas cartas escritas por niños, que
expresaban tristeza por lo que había ocurrido durante la guerra.
Del otro lado del puente había representantes de los solda-
dos aliados: dos soldados de Gran Bretaña que declararon por fin
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acabada la cuestión de hacía cincuenta años atrás; una joven de
Australia que fue a pronunciar, postumamente, el perdón de su
padre; el hijo de un prisionero de guerra que fue a hacer lo mis-
mo; y estaba el australiano David Barrett, de 73 años, que expre-
só que hizo el peregrinaje porque sentía que continuar odiando lo
destruiría. Los dos grupos comenzaron a caminar por los tablones
angostos del negro puente de hierro. Cuando se encontraron en el
centro, se dieron la mano, se abrazaron y derramaron lágrimas.
Yuko Ikebuchi, un maestro de escuela, les entregó las cartas de los
niños japoneses a los veteranos, y llorando dio media vuelta y se
fue corriendo sin decir una palabra. 4
Una historia así reproduce el rostro de Dios de un modo inequí-
voco, intrínsecamente extraordinario. Perfecto. Quizá lo que Jesús
está diciendo en este pasaje es que la gente nunca será más perfecta
que cuando despliegue incondicionalmente la buena voluntad y la
benevolencia. Podríamos asemejarnos a Dios de muchas maneras,
pero amar a nuestros enemigos expresa el rostro de Dios convivida
claridad.
Cuando observo las fotos de mis hijos cuando eran bebés, no
puedo distinguir a quién se parecen esos niños, pero a medida que
crecen y maduran, sus rostros tienen un parecido innegable con
mamá y papá. Así es con nosotros. Somos perfectos, más parecidos
a nuestro Padre celestial, cuando tomamos el mismo camino en
la forma de relacionarnos con nuestros enemigos. Jesús también
agregaría: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tu-
viereis amor los unos con los otros" (Juan 13: 35).
Así que, ¿es razonable esperar que la gente ame a sus enemi-
gos? Stephen Olford cuenta la historia de Peter Miller, que vivía
en Ephrata, Pennsylvania, y disfrutaba de la amistad de George
Washington. 5 En Ehprata también vivía un hombre llamado
Michael Whitman, un personaje malévolo que hacía todo lo posible
para oponerse al pastor y humillarlo. Un día, Michael fue arresta-
do por traición y sentenciado a muerte. Peter Miller viajó ciento
veinte kilómetros a pie hasta Philadelphia, a suplicar por la vida del
traidor.
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—No, Peter—le dijo el general Washington— no puedo conceder-
te la vida de tu amigo.
—¿Mi amigo? —exclamó el anciano predicador—. ¡Es el enemigo
más implacable que tengo!
—¿Qué? —exclamó Washington—. ¿Caminaste ciento veinte ki-
lómetros para salvar la vida de un enemigo? Eso cambia la pers-
pectiva del asunto. Te concedo el perdón.
Y lo hizo. Peter Miller se llevó consigo a Michael Whitman a
Ephrata, ya no como enemigo sino como amigo.
Ningún acto intensifica más el impacto de la fe cristiana. Si esta
clase de amor por los enemigos no fuese posible, la historia del
Calvario habría sido olvidada hace tiempo y borrada de la historia,
porque los que mantienen viva la historia de Cristo son los creyen-
tes comunes que actuaron como Dios lo haría para con sus ene-
migos; lo que fomentó aún más la creencia en Dios y en el Cristo
resucitado.
Sí. No solo tiene sentido: las únicas personas que posiblemente
podrían amar a sus enemigos son los que han bebido muy profun-
damente de la fuente de la gracia. Cuando consideramos cómo nos
perdona Dios, nos convertimos en creyentes de primera mano en
el poder de la gracia y en los únicos para quienes tiene sentido esta
clase de gracia.
Además, ¿es posible que los seguidores de Cristo demuestren
ese amor?
Sergei Kourdakov era el líder de una fuerza policial secreta de
la KGB en la Unión Soviética. Esta brigada de elite aterrorizaba a
los cristianos que se reunían secretamente para orar y estudiar la
Biblia. Sergei creció como huérfano en los hogares para niños a
cargo del Estado, y demostró ser un comunista ejemplar. Se con-
virtió en un líder brillante, y su devoción al comunismo hizo que
lo promovieran a la brigada policial de elite. A medida que la bri-
gada de Sergei allanaba los hogares donde se reunían los creyen-
tes, comenzó a notar una tendencia que le fastidiaba. Le habían
contado que los únicos que adherían a la tonta fe cristiana eran
personas viejas e ignorantes. Pero con cada allanamiento notaba
que más jóvenes profesaban su creencia en Cristo. En los mo-
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mentos de calma, secretamente admiraba su devoción y, aunque
estaba intrigado por el aplomo y el coraje de ellos, su confusion se
convirtió en enojo.
Sergei y sus hombres irrumpieron en una casa llena de jóvenes
creyentes, donde golpearon y se burlaron de los creyentes mientras
estos oraban a Dios. El brutal líder se quedó mirando con aprobación
mientras Víctor, el hombre más grande y más fuerte de su grupo, le-
vantó a una joven por encima de su cabeza y la arrojó contra la pared.
Cuando esta se desplomó en el suelo, Segei se reía:
—Apuesto a que la idea de Dios se le fue de la cabeza.
Pero, pocos días después allanaron otra casa de creyentes que
oraban, y encontró a la misma muchacha entre los asistentes.
Sergei no lo podía creer y, en su enojo, él mismo la golpeó.
Al regresar a la comisaría repasó los nombres de los cristianos y
continuó luchando con los índices crecientes de jóvenes, especial-
mente de esta muchacha, Natasha, que estaba seguro de que había
aprendido la lección. Mientras Sergei investigaba los registros de
Natasha, se enteró de que ella también había sido miembro de la
Liga de Jóvenes Comunistas. Seguía sin entender, ¿Qué le había
ocurrido, que hizo que se convirtiera en creyente cristiana? Sergei tenia
que saber más acerca de ella, así que la hizo traer para interrogarla.
Ella estaba asustada, pero respondió todas las preguntas con cora-
je. Expresó su perdón por los opresores y trató de compartir su fe
en Dios, pero Sergei la despidió, seguro de que nunca más la volve-
ría a ver.
Pero solo una semana después allanaron otra casa y hallaron a
Natasha orando con otros jóvenes creyentes. Cuando el airado gru-
po policial de Sergei avanzó sobre los cristianos, Víctor se interpu-
so entre los hombres y Natasha, y agitando un garrote, dijo:
—De veras, no la toquen. ¡Nadie la toque! Ella tiene algo que no-
sotros no tenemos.
Sergei le hizo señas a Natasha para que escapara por una puerta
lateral, pero la fe de ella nunca escaparía de su mente.
Sergei escribió: "Como pocas veces en mi vida, me conmoví
profundamente. ¡Natasha tenia algo! Había sido horriblemente
golpeada. Había sido advertida y amenazada. Había pasado por un
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sufrimiento increíble, pero aquí estaba de nuevo. Incluso el im-
placable Víctor había sido tocado y lo reconoció. Ella tenía algo
que nosotros no teníamos. Quise correr tras ella para

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