Logo Studenta

Wheelan, Capítulo 11

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

11 
Comercio y globalización: 
las buenas noticias sobre las 
fábricas asiáticas donde se 
explota a los obreros 
Imagine un invento espectacular: una máquina que puede conver­
tir el grano en un equipo estéreo. Al funcionar a potencia máxima, 
puede convertir cincuenta sacos de maíz en un lector de CD, o pul­
sando un interruptor convertirá quinientos sacos de soja en un se­
dán de cuatro puertas. Por si fuera poco, esta máquina es todavía 
más versátil, pues si se la programa adecuadamente puede conver­
tir el software de Windows en los vinos franceses más exquisitos, 
o un Boeing 747 en suficiente fru� y verdura fresca para alimentar
a una ciudad durante meses. Lo más asombroso de este invento, es
que puede montarse en cualquier lugar del mundo y programarse
para convertir cualquier cosa que crezca o que se produzca en un
lugar en cosas que suelen ser muy dificiles de conseguir.
Lo que más llama la atención, es que también funciona en los 
países pobres. Las naciones en vías de desarrollo pueden poner 
en la máquina lo que consiguen producir -materias primas, pro­
ductos textiles baratos o bienes básicos manufacturados- y obtener 
bienes que de otra forma les serían negados: alimentos, medi­
camentos o bienes de producción más avanzada. Evidentemente, 
los países pobres que tuvieran acceso a esta máquina crecerían 
más rápido que los países que no lo tuvieran. Cabría esperar que 
263 
264 La economía al desnudo 
poner esta máquina al alcance de los países pobres formaría parte 
de nuestra estrategia para sacar a miles de millones de personas de 
todo el planeta de la pobreza absoluta. 
Sorprendentemente, este invento ya existe. Recibe el nombre de comercio. 
Si escribo libros para ganarme la vida y utilizo mis ingresos para 
comprar un coche fabricado en Detroit, no hay nada particular­
mente controvertido en dicha transacción. Salgo ganando algo y 
la empresa automovilística también sale ganando algo. Esto es lo 
que se trataba en el capítulo l. Una economía moderna está cons­
truida sobre el comercio. Pagamos a otros para hacer o fabricar 
cosas que nosotros no podemos hacer, cualquier cosa, desde fabri­
car un coche hasta extirpar un apéndice. Y lo que es importante: 
pagamos a otros para que hagan cualquier cosa que nosotros 
podríamos hacer pero elegimos no hacer, generalmente porque tene-­
mos algo mejor en que invertir nuestro tiempo. Pagamos a otros 
por preparar café, hacer bocadillos, cambiar el aceite, limpiar la 
casa e incluso pasear al perro. Starbucks, uno de los negocios 
de mayor éxito de los últimos diez años, no se creó sobre la base de 
ninguna innovación tecnológica. Sencillamente, esta empresa .se 
dio cuenta de que la gente muy ocupada pagará regularmente 
varios dólares por una taza de café antes que preparárselo o tomar 
el brebaje que lleva varias horas en algún lugar de la oficina. 
La forma más fácil de apreciar los beneficios del comercio es 
imaginarse la vida sin comercio. Usted se levantaría por la maña­
na temprano en una casa pequeña y con corrientes de aire que ha 
construido usted mismo. Se vestiría con una ropa que ha tejido 
usted mismo tras esquilar a las tres ovejas que pacen en su jardín 
trasero. Entonces recogería unos granos de café del cafetal esmi­
rriado que no crece demasiado bien en Minneapolis, al tiempo 
que espera que su gallina haya puesto un huevo durante la noche 
para que pueda tener algo para comer durante el desayuno. En 
resumen, nuestro estándar de vida es alto porque podemos con­
centrarnos en el trabajo que hacemos mejor y comerciar para ob­
tener todo lo demás. 
Comercio y globalización 265 
¿Por qué habrían de ser este tipo de transacciones diferentes si 
el origen de un producto es Alemania o India? En realidad, no lo 
son. Hemos cruzado una frontera política, pero las economías no 
han cambiado de ninguna forma importante. Las personas y las 
empresas hacen negocios las unas con las otras porque ambas se 
benefician de hacerlos. Esto es así para el operario de una fábrica 
de Nike de Vietnam, el operario del automóvil de Detroit, un 
francés que come una hamburguesa McDonald's en Burdeos o 
un norteamericano que consume un fino borgoña en Chicago. 
Cualquier explicación racional sobre el comercio debe empezar 
con la idea de que las personas del Chad, de Togo o de Corea del 
Sur no son diferentes de usted o de mí; estas personas hacen cosas 
que esperan mejorarán su vida. El comercio es una de estas cosas. 
Paul Krugman ha señalado: «Podría decirse -y yo lo diría- que la 
globalización, no movida por la bondad humana, sino por el mo­
tivo del beneficio, ha hecho mucho más bien a la gente que toda 
la ayuda externa y los créditos blandos jamás proporcionados por 
gobiernos bien intencionados y agencias internacionales». A con­
tinuación, añade resignado: «Sin embargo, al decir esto, sé por 
experiencia que acabo de garantizarme una avalancha de cartas 
de protesta»1 • 
Tal es la naturaleza de la «globalización», el término que ha 
venido a representar el aumento del flujo internacional de bienes 
y servicios. Los estadounidenses y la mayoría de los demás habitan­
tes del planeta tienen más posibilidades que nunca de comprar 
bienes o servicios de otra: nación y de vender bienes y servicios al 
extranjero a cambio. A finales de los años ochenta me encontraba 
viajando por Asia mientras escribía una serie de artículos para un 
diario de New Hampshire. En un lugar relativamente remoto de 
Bali, me sorprendió tanto encontrar un Kentucky Fried Chicken 
que escribí un artículo al respecto. «El Coronel Sanders ha conse­
guido establecer restaurantes de comida rápida en los lugares más 
remotos del mundo», escribí. Si me hubiera dado cuenta de que 
la idea de la «homogeneización cultural» se iba a convertir en un 
punto álgido de malestar civil diez años más tarde, habría podido 
hacerme rico y famoso como uno de los primeros comentaristas 
266 La economía al desnudo 
de la globalización. En vez de ello, me limité a señalar: «En este 
entorno relativamente inalterado, Kentucky Fried Chicken pare­
ce estar fuera de lugar»2• 
Ese restaurante de KFC era más que la curiosidad que aparenta­
ba ser. Era una señal tangible de lo que muestran claramente las 
estadísticas: el mundo está creciendo de una forma más interde­
pendiente económicamente. Las exportaciones mundiales como 
proporción del PIB mundial han escalado del 8% de 1950 a más del 
26% de hoy3. Las exportaciones de EE.UU. vistas como una frac­
ción del PIB crecieron del 5 a más del 10% durante el mismo 
período. No tiene ningún valor que el grueso de la economía esta­
dounidense aún consista en bienes y servicios producidos para el 
consumo nacional. Al mismo tiempo, debido al tamaño impresio­
nante de dicha economía, Estados Unidos es el mayor importador 
del mundo. Exportamos el doble de valor de bienes y servicios que 
Japón y casi la misma cantidad que toda la Unión Europea. Estados 
Unidos tiene mucho que ganar con un sistema de comercio inter­
nacional abierto, y lo mismo le ocurre al resto del mundo. 
Supongo que esto también significa que voy a recibir correo 
protestando. Prácticamente toda la teoría y las pruebas sugieren 
que los beneficios del comercio internacional superan de lejos a 
los costes. El tema bien merece todo un libro. Algunos buenos li­
bros abarcan todos los temas, desde la estructura administrativa 
de la OMC hasta la suerte de las tortugas marinas atrapadas en las 
redes de los langostinos. Sin embargo, las ideas básicas subyacen­
tes a los costes y los beneficios de la globalización son simples 
y transparentes. De hecho, ninguna cuestión actual ha provocado 
tanta polémica gratuita. El caso del comercio internacional se 
compone de las ideas más básicas de la economía. 
El comercio nos hace más ricos. El comercio ostenta la distinción 
de ser una de las ideas más importantes de la economía y también 
una de las menos intuitivas. En una ocasión le aconsejaron 
a Abraham Lincoln comprar raíles para vías de hierro baratosa 
Gran Bretaña para terminar la red de ferrocarril transcontinental, 
Comercio y globalización 267 
y respondió: «A mi parecer, si compramos los raíles a Inglaterra, 
nosotros tendremos las vías y ellos el dinero, pero si fabricamos las 
vías aquí, tendremos nuestras vías y nuestro dinero»4. Para enten­
der los beneficios del comercio, debemos encontrar la falacia de 
la economía de Lincoln. Permítame parafrasear su postura y ver si 
queda clara la deducción lógica: si compro carne al carnicero, yo 
tendré la carne y él obtendrá mi dinero, pero si yo crío una vaca 
en mi patio durante tres años y la descuartizo yo mismo, tendré la 
carne y tendré el dinero. ¿Por qué no crío una vaca en mi patio? 
Porque supondría una pérdida de tiempo impresionante, un 
tiempo que podría haber utilizado para algo mucho más produc­
tivo. Comerciamos con otros porque nos deja tiempo libre y recursos para 
hacer cosas que se nos dan mejor. 
Arabia Saudita puede producir petróleo más barato de lo que 
puede producirlo Estados Unidos. Por su parte, Estados Uni­
dos puede producir maíz y soja más barato de lo que puede pro­
ducirlos Arabia Saudita. El comercio de maíz por petróleo es un 
ejemplo de ventaja absoluta. Cuando países distintos son mejores 
en producir cosas diferentes, ambos pueden consumir más espe­
cializándose en lo que hacen mejor para, a continuación, comer­
ciar. La gente de Seattle no debería cultivar su propio arroz, sino 
que debería construir aviones (Boeing), escribir software (Micro­
soft) y vender libros (Amazon.com), y dejar el cultivo del arroz a 
los agricultores de Tailandia o Indonesia. Por su parte, dichos 
agricultores pueden disfrutar los beneficios de Microsoft Word a 
pesar de no disponer de la tecnología o las habilidades necesarias 
para producir este software. Los países, al igual que las personas, 
tienen ventajas naturales diferentes. Tiene el mismo sentido para 
Arabia Saudita el cultivar verduras como lo tiene para Michael 
Jordan repararse él mismo el coche. 
De acuerdo, pero ¿qué ocurre con los países que no hacen 
nada especialmente bien? Al fin y al cabo, los países son pobres 
porque no son productivos. ¿Qué puede ofrecer Bangladesh a Es­
tados Unidos? Parece que un negocio interesante, debido a un 
concepto llamado ventaja relativa. Los trabajadores de Bangla-
268 La economía al desnudo 
desh no tienen que ser mejores que los trabajadores norteamerica­
nos al producir cualquier cosa para obtener ganancias del comer­
cio, sino que nos suministran bienes a nosotros de modo que poda­
mos invertir nuestro tiempo en especializamos en aquello que 
hacemos mejor. Veamos un ejemplo. En Seattle viven muchos inge­
nieros. Estas personas tienen doctorados en ingeniería mecánica 
y probablemente sepan más acerca de fabricar zapatos y camisas que 
prácticamente cualquiera de Bangladesh. Entonces, ¿por qué ha­
bríamos de comprar camisas importadas y zapatos fabricados por 
trabajadores con poca formación de Bangladesh? Porque los inge­
nieros de Seattle también saben cómo diseñar y construir aviones 
comerciales. De hecho, eso es lo que hacen mejor, lo que significa 
que construir jets es lo que crea el máximo valor a cambio de su 
tiempo. Importar camisas de Bangladesh les libera de tener que 
hacerlas, y el mundo saca mejor provecho de ello. 
La productividad es lo que nos hace ricos. La especialización es 
lo que nos hace más productivos. El comercio nos permite espe­
cializamos. Nuestros ingenieros de Seattle son más productivos 
construyendo aviones de lo que lo son cosiendo camisas, y los tra­
bajadores del textil de Bangladesh son más productivos fabrican­
do camisas y zapatos que produciendo cualquier otra cosa ( o que 
si no trabajaran en una fabrica textil). Yo me dedico a escribir. Mi 
esposa lleva una empresa de consultoría de software. Una mujer 
maravillosa llamada Clementine está cuidando a nuestras hijas. 
No empleamos a Clemen porque es mejor que nosotros en criar a 
nuestras hijas (si bien hay momentos en que creo que lo es). Em­
pleamos a Ciernen porque nos permite trabajar durante el día en 
los trabajos que hacemos bien y este es el mejor arreglo para nues­
tra familia, además de serlo para Ciernen, para los lectores de este 
libro y para los clientes de mi esposa. 
El comercio hace el uso más eficiente de los recursos escasos 
del mundo. 
El comercio genera perdedores. Si el comercio traslada los benefi­
cios de la competencia a los lugares más recónditos de la Tierra, 
Comercio y globaliz.ación 269 
entonces los escombros de la destrucción creativa no pueden es­
tar lejos. Trate de explicar los beneficios de la globalización a los 
trabajadores del sector del calzado de Maine que se han quedado 
sin empleo porque los puestos de trabajo de su fábrica se han tras­
ladado a Vietnam. (Recuerde que me encargaba de escribir los 
discursos del gobernador de Maine; Yo he tratado de explicarlo). 
El comercio, igual que la tecnología, puede destruir los puestos de 
trabajo, especialmente los puestos de trabajo poco especializados. 
Si un trabajador de Maine gana 14 dólares la hora por algo que 
puede hacerse en Vietnam por 1 dólar la hora, hará bien en ser 
catorce veces más productivo. Si no lo es, una empresa que quiera 
maximizar los beneficios escogerá Vietnam. Los países pobres 
también pierden puestos de trabajo. Las industrias que han sido 
protegidas de la competencia internacional durante décadas y 
por ello han adoptado todos los malos hábitos derivados de no 
tener que competir, pueden ser aplastadas por la competencia efi­
caz de fuera que no se detiene ante nada. ¿Cuánto le habría gus­
tado de haber sido el fabricante de Thumbs-Up Cola en India que 
Coca-Cola entrase en el mercado en 1994? 
A largo plazo, el comercio facilita el crecimiento y una econo­
mía creciente puede absorber a los trabajadores desplazados. Las 
exportaciones aumentan y los consumidores se vuelven más ricos 
con las importaciones baratas. Ambas cosas crean demanda de nue­
vos trabajadores en cualquier parte de la economía. Las pérdidas 
de puestos de trabajo en Estados Unidos relacionadas con el comer­
cio tienden a ser reducidas en relación con la capacidad de la econo­
mía de producir nuevos puestos de trabajo. Un estudio post-NAFTA 
concluyó que se había perdido una media de 37.000 puestos de tra­
bajo al año de 1990 a 1997 a causa del comercio libre con México, 
mientras que en el mismo período la economía estaba creando 
200.000 puestos de trabajo al mes5• Si bien «a largo plazo» es una de 
esas expresiones sin corazón -junto con «costes de transición» o 
«deslocalización a corto plazo»- que minimizan demasiado el sufri­
miento y los trastornos humanos. Se espera que los trabajadores del 
calzado de Maine tengan que pagar sus hipotecas a corto plazo. La 
triste realidad es que tampoco pueden salir ganando a largo plazo. 
270 La economía al desnudo 
Los trabajadores desplazados, a menudo tienen un problema de 
habilidades. (Son muchos más los trabajadores que quedan obsole­
tos por las nuevas tecnologías que los que lo son por el comercio). 
Si una industria se concentra en un área geográfica, como suele 
ocurrir, los trabajadores despedidos pueden perder de vista sus co­
munidades y su forma de vida. 
The New York Times informó sobre el caso de Newton Falls, una 
comunidad en el norte del estado de Nueva York que creció en 
tomo a una papelera que abrió en 1894. Un siglo más tarde, la 
empresa cerró, en parte debido a la competencia extranjera cre­
ciente. No fue nada agradable: 
Desde octubre -tras fracasar un último intento desesperado 
de salvar la fábrica- Newton Falls se ha acercado cada vez más a lo que 
sería un caso de u·iste sociología rural: un pueblo moribundo, en el 
que la poca gente que queda es testimonio lastimoso de una comuni­
dad a la que se le está acabando la cuerda como a un reloj abandona­
do, que se acerca inexorablemente a su última vuelta6. 
De hecho, las ganancias económicas del comercio superan 
a las pérdidas, pero los ganadoresrara vez extienden un cheque a 
los perdedores. Además, a menudo los perdedores pierden terri­
blemente. ¿Qué consuelo supone para un trabajador del calzado 
de Maine que el comercio con Vietnam vaya a hacer al país mu­
cho más rico? Él es rnás pobre, y probablemente lo será siempre. De 
hecho, volvemos a la misma polémica sobre el capitalismo del prin­
cipio del libro y en el capítulo 8. Los mercados crean un orden 
nuevo, más elicaz, desu-uyendo el viejo orden. No hay nada agra­
dable en ello, especialmente para las personas y las empresas equi­
padas para el antiguo orden. El comercio internacional hace a los 
mercados más grandes, más competitivos y más perjudiciales. 
Mark Twain auticipó el dilema fundamental: «Estoy totalmente 
a favor del progreso, son los cambios lo que no me gusta». 
Marvin Zonis, un asesor internacional y profesor de la escuela 
de negocios de la Universidad de Chicago, ha calificado los bene-
Comercio y globalización 271 
ficios potenciales de la globalización de «inmensos», especialmen­
te para los más pobres entre los pobres. También ha señalado: «La 
globalización lo trastoca todo en todas partes. Desbarata los patro­
nes de vida establecidos, entre esposo y esposa, padres e hijos, 
entre los hombres y las mujeres, los mayores y los jóvenes y entre 
el jefe y los trabajadores».7 Podemos reciclar o incluso recolocar a
los trabajadores. Podemos proporcionar asistencia para el desarro­
llo a las comunidades perjudicadas por la pérdida de una industria 
principal. Podemos aseguramos de que nuestras escuelas enseñan 
el tipo de habilidades que hacen a los trabajadores adaptables a 
cualquiera que sea la exigencia que les plantea la economía. En 
resumen, podemos asegurarnos de que los ganadores extiendan 
cheques (aunque sea indirectamente) a los perdedores, compar­
tiendo al menos parte de sus ganancias. Es una buena política y es 
lo que hay que hacer. 
El proteccionismo salva puestos de trabajo a corto plazo y ra/,entiza el 
crecimiento económico a largo plazo. Podemos salvar los puestos de 
trabajo de los trabajadores del calzado de Maine. Podemos prote­
ger los lugares como Newton Falls. Podemos hacer rentables las 
fábricas de acero de Gary, Indiana. Lo único que tenemos que 
hacer es deshacemos de su competencia extranjera. Podemos eri­
gir barreras comerciales que detengan la destrucción creativa en 
la frontera. Entonces, ¿por qué no lo hacemos? Los beneficios del 
proteccionismo son evidentes; podemos destacar los puestos que 
se salvarán. Lamentablemente, los costes del proteccionismo son 
más sutiles. Es difícil contar unos puestos de trabajo que jamás se 
crean o ingresos más altos que jamás se cobran. 
Para entender los costes de las barreras comerciales, plantee­
mos una pregunta peculiar: ¿sería mejor Estados Unidos si tuvié­
ramos prohibido comerciar cruzando el río Misisipi? La lógica del 
proteccionismo sugiere que lo seríamos. Para aquellos de noso­
tros que estuvieran al este del Misisipi, se crearían nuevos puestos 
de trabajo, aunque dejaríamos de tener acceso a cosas como los 
aviones Boeing o los vinos del norte de California. Sin embargo, casi 
cada trabajador especializado al este del Misisipi ya tiene trabajo, y hace-
272 La economía al desnudo 
mos cosas en /,as que somos mejores que en construir aviones o fabricar vino. 
Mientras tanto, los trabajadores del oeste, que ahora son muy bue­
nos en la construcción de aviones o fabricar vino, tendrán que dejar 
sus trabajos para fabricar los bienes que normalmente se producen 
en el este. No serán tan buenos en estos trabajos como la gente que 
los está haciendo ahora. Prevenir el comercio a través del Misisipi 
supondría atrasar el reloj de la especialización. Se nos negarían 
productos superiores y nos veríamos obligados a realizar trabajos 
en los que no somos especialmente buenos. En resumen, seríamos 
más pobres porque seríamos menos productivos colectivamen­
te. Éste es el motivo por el que los economistas están a favor del co­
mercio no sólo más allá del Misisipi, sino también más allá del 
Atlántico y del Pacífico. El comercio global hace que avance el reloj 
de la especialización, mientras que el proteccionismo impide que 
esto ocurra. 
Veamos un pensamiento relacionado con esto. Estados Unidos 
castiga a los países que se portan mal, tales como Irak, imponiéndo­
les sanciones económicas. En el caso de sanciones graves, les prohi­
bimos casi todas las importaciones y exportaciones. Cortamos el 
comercio internacional como un castigo. Se le prohíbe a Irak co­
merciar con lo que tiene, petróleo, a cambio de lo que necesita, 
que es básicamente cualquier otra cosa. (Las sanciones han permi­
tido la venta de algo de petróleo para la importación de alimentos 
y medicinas). La ironía del furor antiglobalización es que quienes 
protestan exigen esencialmente que impongamos sanciones al 
mundo en vías de desarrollo. ¿Es Irak una nación próspera con 
trabajadores seguros y un medio ambiente limpio? No. En todos los 
aspectos es un país pobre al que se ha hecho aún más pobre. Según 
a quién creamos, las sanciones son responsables de las muertes de 
entre 100.000 y 500.000 niños8. Ésta parece una estrategia rara para 
hacer que el mundo en vías de desarrollo salga ganando, y también 
nos perjudica a nosotros. ¿Cuál fue uno de los mayores mercados 
del arroz de Tejas antes de la Guerra del Golfo? Irak. 
El comercio disminuye el coste de los bienes para los consumidores, lo 
que es lo mismo que aumentar sus ingresos. Olvide a los trabajadores 
Comercio y globalización 273 
del sector del calzado por un momento y piense en el calzado. 
¿Por qué fabrica Nike calzado en Vietnam? Porque resulta más 
barato que hacerlo en Estados Unidos y esto significa un calzado 
menos caro para el resto de nosotros. Una paradoja del debate del 
comercio es que las personas que manifiestan que se preocupan 
por los oprimidos niegan el hecho de que las importaciones bara­
tas son buenas para los consumidores de ingresos bajos (y para el 
resto de nosotros). Las mercancías más baratas tienen el mismo 
impacto en nuestras vidas que los ingresos elevados. Podemos per­
mitirnos el comprar más. Lo mismo ocurre, evidentemente, en 
otros países. 
Las barreras comerciales son un impuesto, por bien que un im­
puesto oculto. Suponga que el gobierno estadounidense impusiera 
un impuesto de 8 centavos por cada litro de zumo de naranja ven­
dido en Norteamérica. Los conservadores contrarios al gobierno 
protestarían y lo mismo harían los liberales, quienes generalmente 
no están de acuerdo en que se graven impuestos a los alimentos y 
la ropa, puesto que dichos impuestos son regresivos, lo que quiere 
decir que son más costosos (como porcentaje de los ingresos) 
para las personas desfavorecidas. Bien, en realidad el gobierno añade 
8 centavos al coste de cada litro de zumo de naranja, aunque no lo hace 
de una forma tan transparente como un impuesto. El gobierno impone 
unos aranceles sobre las naranjas y el zumo de naranja de Brasil 
que pueden llegar a alcanzar el 63%. En Brasil hay zonas práctica­
mente ideales para el cultivo de cítricos, que es exactamente lo 
que preocupaba a los agricultores estadounidenses, de modo que 
· el gobierno los protege. Los economistas calculan que los arance­
les sobre las naranjas y el zumo de naranja brasileños limitan la
oferta de las importaciones, con lo que añaden cerca de 8 centa­
vos al precio de un litro de zumo de naranja. La mayoría de los
consumidores no tienen ni idea de que el gobierno está tomando
dinero de sus carteras y enviándoselo a los agricultores de Flori­
da9. Esto no consta en la descripción del producto.
Bajar las barreras comerciales tiene el mismo efecto sobre los 
consumidores que reducir los impuestos. El precursor de la Orga-
274 La economía al desnudo 
nización Mundial del Comercio fue el Acuerdo General sobre Co­
mercio y Aranceles (GATI). Después de la Segunda Guerra Mun­
dial, el GATI fue el mecanismo por el que los países negociaron 
parareducir los aranceles globales y abrir el camino a un comer­
cio mayor. En las ocho rondas de negociaciones celebradas entre 
1948 y 1995, los aranceles medios de los países industrializados 
cayeron del 40 al 4%. Se trata de una reducción masiva sobre el 
«impuesto» pagado sobre todas las importaciones. También ha 
obligado a los productores nacionales a vender sus mercancías 
más baratas y hacerlas mejores para mantenerlas competitivas. Si 
entra usted hoy en un concesionario de automóviles, tendrá ma­
yores ventajas que en 1970 por dos motivos. En primer lugar, hay 
una mayor selección de coches de importación excelentes. En se­
gundo lugar, Detroit ha respondido fabricando también coches 
mejores. El Honda Accord es el modelo con el que uno sale ga­
nando, lo mismo que el Ford Taurus, que es mejor de lo que ha 
sido jamás. 
El comercio también es bueno para los países pobres. Si hubiéramos 
explicado pacientemente los beneficios del comercio frente a las 
protestas de Seattle, Washington, Davos o Genoa, quizás habrían 
dejado de lado sus cócteles Molotov. De acuerdo, quizás no. Lo 
que ha impulsado las protestas antiglobalización ha sido el ·hecho 
de que el comercio mundial fuera algo impuesto por los países 
ricos al mundo en vías de desarrollo. Si el comercio es mayormen­
te bueno para Estados Unidos, entonces tiene que ser básica­
mente malo para todos los demás. En este momento del libro te­
nemos que reconocer que el pensamiento de suma cero suele ser 
erróneo cuando se trata de economía, y así es en este caso. Los re­
presentantes de las naciones en vías de desarrollo fueron los 
que lamentaron más amargamente la interrupción de las conver­
saciones de las OMC de Seattle. Algunos creyeron que la adminis­
tración Clinton organizaba las protestas en secreto para sabotear 
las conversaciones y proteger los intereses de los grupos norte­
americanos, tales como las organizaciones de trabajadores. De he­
cho, tras el fracaso de las conversaciones de la OMC en Seattle, el 
entonces secretario de la ONU, Kofi Annan, criticó a los países 
Comercio y globalización 275 
industrializados por erigir barreras comerciales que excluían a las 
naciones en vías de desarrollo de los beneficios del comercio glo­
bal e hizo un llamamiento a un «Nuevo Acuerdo Global»10• 
El comercio permite a los países pobres el acceso a los merca­
dos del mundo desarrollado, que es donde se encuentra el mayor 
número de consumidores del mundo ( o al menos los que tienen 
dinero para gastar). Consideremos el impacto de la Ley de Creci­
miento y Oportunidades para África, una ley aprobada en 2000 
que permitía a los países más pobres de África exportar productos 
textiles a Estados Unidos con unos aranceles bajos o inexistentes. 
En el período de un año, las exportaciones textiles de Madagascar 
a Estados Unidos aumentaron un 120%, las de Malawi subieron 
un 1.000%, las de Nigeria un 1.000% y las de Sudáfrica un 47%. 
Como indicó un comentarista, «puestos de trabajo reales para 
gente real» 11• 
El comercio allana el terreno para que los países pobres pue­
dan hacerse más ricos. A menudo, las industrias exportadoras pa­
gan unos sueldos más altos que cualquier puesto de trabajo de 
cualquier otro lugar de la economía, pero esto sólo ocurre al prin­
cipio. Los nuevos trabajos de exportación crean más competencia 
por los trabajadores, lo que hace aumentar los sueldos en todas 
partes. Incluso los ingresos del campo pueden subir. Al dejar los 
trabajadores las zonas ·rurales para acceder a oportunidades mejo­
res, hay menos bocas que alimentar de lo que pueda cultivarse en 
las tierras que dejan atrás. También están ocurriendo otras cosas 
importantes. Las empresas extranjeras introducen capital, tecno­
logía y nuevas habilidades. Eso no sólo consigue que los trabajado­
res de la exportación sean más productivos, sino que se contagia a 
otras áreas de la economía. Los trabajadores «aprenden haciendo», 
y luego se llevan con ellos sus conocimientos. 
En su excelente libro The Elusive Quest far Growth (La elusiva
búsqueda del crecimiento), William Easterly explica la historia del na­
cimiento de la industria de la confección de Bangladesh, una in­
dustria que se creó casi po,r accidente. La empresa Daewoo de 
276 La economía al desnudo 
Corea del Sur era un importante productor textil en los años se­
tenta. Estados Unidos y Europa habían reducido las cuotas de im­
portación de los productos textiles de Corea del Sur, de modo que 
Daewoo, una empresa siempre dedicada a maximizar los benefi­
cios, eludió las restricciones comerciales trasladando algunas ope­
raciones a Bangladesh. En 1979, Daewoo firmó un acuerdo de co­
laboración para fabricar camisas con la empresa de Bangladesh 
Desh Garments. Lo más importante fue que Daewoo se llevó a 
130 trabajadores de Desh a Corea del Sur para formarlos. En otras 
palabras, Daewoo invirtió en el capital humano de sus trabajado­
res de Bangladesh. Lo interesante del capital humano, contraria­
mente a lo que ocurre con las máquinas o el capital de financia­
ción, es que no puede retirarse. Una vez que estos trabajadores de 
Bangladesh supieron cómo hacer camisas, no se les podía obligar 
a olvidarlo y no lo olvidaron. 
Más tarde, Daewoo cortó las relaciones con su socio de Bangla­
desh, pero las semillas de una industria exportadora en auge ya 
estaban sembradas. De los 130 empleados que habían recibido 
formación en Daewoo, 115 se marcharon durante los años ochen­
ta para crear sus propias empresas de confección exportadoras. 
Easterly afirma de forma convincente que la inversión de Daewoo 
fue una pieza esencial para lo que acabó convirtiéndose en una 
industria de la confección exportadora de 3.000 millones de dóla­
res. Por si acaso alguien creyera que las barreras comerciales se 
construyen para ayudar a los más pobres de entre los pobres, o 
que los republicanos son más reacios a proteger intereses especia­
les, debería señalarse que la administración Reagan cortó las cuo­
tas de importación de los productos textiles de Bangladesh en los 
años ochenta. Me sentiría muy comprometido si tuviera que expli­
car la lógica económica de limitar las oportunidades de exporta­
ción de un país que tiene un PIB per cápita de 350 dólares. 
Más popularmente, las exportaciones baratas fueron el camino 
a la prosperidad para los «tigres» asiáticos -Singapur, Corea del 
Sur, Hong Kong y Taiwán (y antes aun para Japón)-. India, en cam­
bio, que se ha mantenido sorprendentemente cerrada, ha sido uno 
Comercio y gwbalización 277 
de los grandes países del mundo con un rendimiento inferior a 
sus capacidades durante décadas. (Por desgracia, Gandhi, como 
Lincoln, fue un gran líder y un mal economista. Gandhi propuso 
que la bandera de India tuviera una rueca como símbolo de la 
autosuficiencia económica del país). También China ha utilizado 
las exportaciones como trampolín de lanzamiento para su creci­
miento. De hecho, si las treinta provincias que componen China se 
contaran como estados independientes, los veinte países de creci­
miento más rápido de todo el mundo entre 1978 y 1995 habrían 
sido chinos. Para hacerse una idea del logro que ha supuesto este 
desarrollo: si se tardaron cincuenta y ocho años en duplicar el PIB 
per cápita en Gran Bretaña a partir del inicio de la Revolución In­
dustrial, en China, el PIB per cápita se ha venido duplicando cada 
diez años. Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn, corresponsales en 
Asia de The New York Times durante más de diez años, han escrito 
recientemente: 
Nosotros y otros periodistas escribimos sobre el trabajo de los ni­
ños y las condiciones laborales opresivas tanto de China como de 
Corea del Sur. Sin embargo, al mirar atrás, vemos que nos preocupá-
bamos excesivamente. Aquellas fábricas que explotaban a los trabaja-
dores ayudaron a generar la riqueza necesaria para solventar los pro-
blemas que creaban. Si los estadounidenses hubieran reaccionado a 
las historias de terror de los años ochenta refrenando las importacio-
nes de losproductos de estas fábricas, ni las regiones del sur de China 
ni Corea del Sur habrían registrado tanto progreso como el que tie-
nen en la actualidad12. 
China y el sureste asiático no son casos únicos. La consultoría 
AT Kearney llevó a cabo un estudio sobre cómo ha afectado la 
globalización a treinta y cuatro países en vías de desarrollo, y llegó 
onclusión de que los países que se han globalizado más rápi­
an aumentado del 30 al 50% más en los últimos veinte años 
que � países menos integrados en la economía mundial. Esos 
países ta�bién se han beneficiado de una mayor liberta_? política 
y han obtB(lido unas puntuaciones más elevadas en el Indice de 
Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Los autores calculan 
278 La economía al desnudo 
que unos 1.400 millones de personas lograron salir de la pobreza 
absoluta como resultado del crecimiento económico asociado a la 
globalización. Ahora bien, también hubo malas noticias. Los altos 
índices de globalización también se han asociado a índices mayo­
res de desigualdad de ingresos, corrupción y degradación medio­
ambiental. Hablaré sobre el respecto más adelante. 
Pero hay un modo fácil de exponer los argumentos a favor de 
la globalización. Si no debe haber más comercio e integración 
económica, ¿qué opción se propone? Quienes se oponen con más 
fuerza al comercio global deben responder a una pregunta basada 
en un punto sacado a la luz por el economista de Harvardjeffrey 
Sachs: ¿existe algún ejemplo en la historia moderna de un solo 
país que se haya desarrollado con éxito sin comerciar ni integrar­
se en la economía global? 13 
No, no existe. 
Ésta es la razón por la que Tom Friedman ha sugerido que 
sería mejor que entender a la coalición antiglobalización como 
«la coalición para hacer que los pobres del mundo empobrezcan». 
El comercio se basa en el intercambio voluntario. Las personas hacen 
cosas que les proporcion·an un beneficio. Esta cuestión tan eviden­
te, a menudo se pierde en el debate de la globalización. McDonald's 
no abre un restaurante en Bangkok y a continuación obliga a la 
gente a punta de pistola a comer allí. La gente come allí porque 
quiere. Además, si no quiere comer allí, no tiene que hacerlo. Y si 
nadie come allí, el restaurante perderá dinero y cerrará. ¿Acaso 
McDonald's cambia las culturas locales? Sí. Esto me llamó la aten­
ción hace diez años, cuando escribí sobre Kentucky Fried Chicken 
en Bali. Escribí, «los indonesios tienen su propia versión de comida 
rápida, que es mucho más práctica que las cajas de cartón del coro­
nel y los platos de poliestireno. Una comida comprada en un tende­
rete se envuelve en una hoja de banano y en periódico. La gran 
hoja verde mantiene el calor, es impermeable a la grasa y puede 
doblarse formando un paquete bien apañado». 
Comercio y globalización 279 
Por lo general, las hojas de banano del mundo parecen estar 
perdiendo ante el cartón. No hace demasiado tiempo asistí a una 
reunión de negocios con mi esposa en Puerto Vallarta, México. 
Puerto Vallarta es una ciudad preciosa que se extiende desde la 
montaña hasta el océano Pacífico. El centro de la ciudad es un 
paseo que transcurre paralelo al mar. Hacia la mitad de ese paseo, 
hay un punto que se adentra en el océano, y al final de ese punto, 
en lo que calcularía que es una de las piezas inmobiliarias más 
valiosas de la ciudad, se encuentra un restaurante Hooters. Cuan­
do nuestro grupo descubrió esta exportación estadounidense de 
triste fama, un hombre refunfuñó: «Esto está mal». 
Probablemente, un Hooters en todas las grandes ciudades del 
mundo no sea lo que se imaginaba Adam Smith. Marvin Zonis ha 
señalado: «Ciertos aspectos de la cultura popular norteamericana 
-la depravación y la ordinariez, la violencia y la sexualidad- son
valores eminentemente molestos»14• La amenaza de la «homoge­
neización cultural» -la peor de la cual proviene de Norteaméri­
ca- es un argumento común contra la globalización, pero es un
problema que nos hace regresar a un punto crucial del capítu­
lo 1: ¿quién decide? No me alegré al ver un Hooters en Puerto
Vallarta, pero tal y como he dicho bastantes páginas más atrás, no
soy yo quien hace que funcione el mundo. Más importante aún,
no vivo ni voto en Puerto Vallarta. Tampoco lo hacen los manifes­
tantes que tiran piedras en Seattle y Genoa.
¿Acaso están legitimados para limitar la proliferación de los 
restaurantes de comida rápida y elementos similares? Es cierto 
que presentan extemalidades clásicas. Los restaurantes de comi­
da rápida provocan tráfico y basura, son feos y pueden contribuir 
a la expansión urbana descontrolada. (Antes de mi valioso trabajo 
de oposición a una nueva estación en Fullerton Avenue, formé 
parte de un grupo que trataba de evitar que un McDonald's pu­
diera cruzar la calle y acercarse más). Éstas son decisiones locales 
que podrían tomar las personas afectadas -aquéllas que podrían 
comer en el entorno seguro y limpio de un restaurante McDonald's 
y aquéllas que pueden tener envoltorios de comida rápida llenan-
280 La economía al desnudo 
do sus alcantarillas-. El comercio libre concuerda con uno de nues­
tros valores liberales más fundamentales: el derecho a tomar 
nuestras propias decisiones privadas. 
Ahora hay un McDonald's en Moscú y un Starbucks en la Ciu­
dad Prohibida de Pekín. Stalin jamás habría permitido lo primero 
y Mao jamás habría consentido lo segundo. Vale la pena reflexio­
nar al respecto. 
Es posible que el argumento de la homogeneización cultural 
no sea verdadero. La cultura se transmite en todas direcciones. 
Actualmente, puedo alquilar películas iraníes en mi videoclub. 
Recientemente, en la radio pública nacional se emitió un progra­
ma sobre artesanos y artistas de regiones remotas del mundo que 
están vendiendo sus obras por Internet. Uno puede conectarse a 
Novica.com y encontrar un mercado global virtual de artesanía. 
Katherine Ryan, que trabaja para Novica, explicó: «Hay una co­
munidad de Perú en la que la mayoría de los artistas han ido a 
trabajar a las minas de carbón y ahora, debido al éxito de un artis­
ta en Novica, éste ha podido hacer regresar a muchos miembros 
de su familia y vecinos al negocio del tejido y han dejado de ser 
mineros. Ahora están haciendo lo que su familia hizo durante ge­
neraciones, que es tejer tapices increíbles» 15.John Micklethwait y 
Adrian Wooldridge, autores del artículo sobre globalización A Fu­
ture Perfect, señalan que en el reino de los negocios, una empresa 
finlandesa que antes era poco conocida como Nokia ha sido capaz 
de tumbar a gigantes estadounidenses como Motorola. 
Todavía no estamos más que calentando motores cuando se 
trata de los efectos secundarios de la globalización. Un Hooters 
en Puerto Vallarta es un leve dolor de cabeza en comparación con 
los horrores de las fábricas explotadoras de Asia, pero los rigen los 
mismos principios. Nike no emplea mano de obra a la fuerza en 
las fábricas vietnamitas. ¿Por qué están dispuestos los trabajadores 
a aceptar un dólar o dos al día? Porque es mejor que cualquier otra 
opción que tengan. Según datos del Instituto de Economía Inter­
nacional, el sueldo medio que pagan las empresas en los países 
Comercio y globalización 281 
de ingresos bajos es dos veces el salario medio de las fábricas na­
cionales. 
Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn describieron una visita con 
Mongkol Latlakorn, un trabajador tailandés cuya hija de quince 
años estaba empleada en una fábrica de Bangkok confeccionando 
ropa para exportarla a América. 
A la hija le pagan dos dólares al día por un turno de nueve horas, 
seis días a la semana. En alguna ocasión se ha pinchado las manos 
con las agujas y los jefes le han vendado las heridas para que pueda 
volver al trabajo. 
«Qué horrible», murmuramos nosotros conmovidos. 
Mongkol nos miró desconcertado. «Está bien pagado -dijo-. 
Espero que pueda mantener este trabajo. Se dice que están cerran­
do muchas fábricas y ella cuenta que hay rumores de que su fábri­
ca podría cerrar.Espero que no ocurra. No sé qué sería de ella si 
cerraran» 16. 
El mensaje implícito de las protestas antiglobalización es que 
de alguna manera el mundo desarrollado sabe qué es lo mejor 
para la gente de los países pobres -dónde deberían trabajar en 
qué tipos de restaurantes deberían comer-. Tal y como lia indica­
do The Economist «Los escépticos desconfían de los gobiernos, los 
políticos, la burocracia internacional y los mercados por igual. De 
este modo acaban instaurándose a sí mismos en jueces, invalidan­
do así no sólo a los gobiernos y a los mercados sino también las 
preferencias voluntarias de los trabajadores afectados más directa­
mente. Parece algo excesivo» 17. 
La ventaja relativa de los trabajadores de los países pobres es la mano 
de obra barata. Es todo lo que pueden ofrecer. No son más produc­
tivos que los trabajadores norteamericanos, no tienen mejor for­
mación, ni tienen acceso a una tecnología mejor. Se les paga muy 
poco en comparación con los estándares occidentales porque 
282 La economía al desnudo 
cumplen muy poco los estándares occidentales. Si las empresas 
extranjeras se ven obligadas a aumentar significativamente los 
sueldos, ya no supondrá ninguna ventaja tener fábricas en el mun­
do en vías de desarrollo. Las empresas sustituirán a los trabajado­
res por máquinas o se trasladarán a algún lugar donde una mayor 
productividad justifique unos sueldos más elevados. Si las fábricas 
que explotan a los obreros pagasen unos salarios decentes para el estándar 
occidental, no existirían. No hay nada bonito en que la gente esté 
dispuesta a trabajar muchas horas en malas condiciones por va­
rios dólares al día, pero no nos dejemos confundir por la causa y 
el efecto. Las fábricas que pagan salarios bajos no son las causan­
tes de los sueldos bajos de los países pobres, sino más bien pagan 
sueldos bajos porque dichos países apenas ofrecen otras alternati­
vas a los trabajadores. La gente que protesta también podría tirar 
piedras y botellas contra los hospitales, porque allí hay mucha 
gente enferma que sufre. 
Tampoco tiene ningún sentido decir que mejoraremos las 
condiciones de la gente que trabaja en malas condiciones en 
esas fábricas negándonos a comprar los productos que hacen. 
La industrialización, por muy primitiva que sea, pone en marcha un 
proceso que puede hacer más ricos a los países pobres. Kristof y 
WuDunn llegaron a Asia en los años ochenta. «Igual que mu­
chos occidentales, llegamos a la región indignados por las fábri­
cas que explotaban a los trabajadores -recordaban catorce años 
más tarde-:-. Sin embargo, con el tiempo, llegamos a aceptar el 
punto de vista que sostenían mayoritariamente los asiáticos: que 
la campaña contra las fábricas extranjeras amenaza con perjudi­
car a la gente a la que pretende ayudar. Detrás de su suciedad, 
estas fábricas son una clara señal de la revolución industrial 
que está empezando a reestructurar Asia». Tras describir las ho­
rribles condiciones -trabajadores a los que se niegan las pausas 
para acudir al baño, expuestos a productos químicos peligrosos, 
obligados a trabajar siete días a la semana- concluyen: «Los tra­
bajadores asiáticos se horrorizarían ante la idea de que los con­
sumidores norteamericanos boicotearan determinados juguetes 
o prendas como protesta. La forma más simple de ayudar a los
Comercio y globalización 283 
asiáticos más pobres sería comprar más productos de las fábricas 
en que trabajan y no menos» 18 • 
¿No le convence? Paul Krugman ofrece un triste ejemplo de 
buenas intenciones que fracasaron rotundamente: 
En 1993 se descubrió que en Bangladesh trabajaban niños en la 
fabricación de prendas de confección para Wal-Mart y el senador 
Tom Harkin propuso una prohibición legal a las importaciones de 
países que empleaban a trabajadores menores de edad. El resultado 
directo fue que las fábricas textiles de Bangladesh dejaron de em­
plear a niños. Ahora bien, ¿acaso regresaron los niños a la escuela? 
¿Volvieron a sus hogares felices? No, según Oxfam, se comprobó que 
los niños trabajadores desplazados acabaron en trabajos aún peores o 
en las calles, y un número importante se vio forzado a ejercer la pros­
titución 19• 
¡Uy! 
Las preferencias cambian con los ingresos , especialmente en lo referen­
te al medio ambiente. La gente pobre se preocupa por cosas dife­
rentes que la gente rica. En estándares globales, pobre no signi­
fica conformarse con un Ford Fiesta cuando en realidad usted 
quería el BMW. Ser pobre es ver a tus hijos morir de malaria 
porque no puedes permitirte una mosquitera que cuesta 5 dóla­
res. Para muchas personas del mundo, 5 dólares son los ingresos 
de cinco días. Por los mismos estándares, cualquiera que lea este 
libro es rico. La forma más rápida de acabar con cualquier deba­
te que tenga sentido sobre la globalización, es esgrimir la carta 
del medioambiente. Sin embargo, hagamos un simple ejercicio 
para ilustrar por qué puede suponer un error terrible el impo­
ner nuestras preferencias medioambientales al resto del mundo. 
He aquí el ejercicio: pida a sus amigos que le nombren el proble­
ma medioambiental más apremiante. 
Es casi seguro que, al menos dos de ellos, dirán el calentamiento 
global y ninguno mencionará el agua limpia. Sin embargo, el acceso 
inadecuado al agua potabl,e -un prob'-ema que se remedia fácilmente mejrr 
284 La economía al desnudo 
rando los estándares de vida- mata a dos millones de personas cada año y 
hace enfermar gravemente a medio millón más. ¿El calentamiento global 
es un problema grave? Sí. ¿Sería su principal preocupación si los 
niños de su ciudad murieran rutinariamente de diarrea? No. La 
primera falacia en lo respectivo al comercio y el medioambiente es 
que los países pobres deberían cumplir los mismos estándares 
medioambientales que el mundo desarrollado. (El debate sobre la 
seguridad del puesto de trabajo es prácticamente idéntico). Produ­
cir cosas genera residuos. Recuerdo el primer día de un curso de 
economía medioambiental cuando el profesor visitante Paul Port­
ney, director de Recursos para el Futuro, señaló que el simple he­
cho de mantenemos vivos requiere que generemos residuos. El 
reto está en sopesar los beneficios de lo que producimos frente a los 
costes de producirlo, incluida la contaminación. Alguien que viva 
confortablemente en Manhattan puede ver estos costes y beneficios 
de otra forma que alguien que se esté muriendo de hambre en el 
Nepal rural. De esta forma, las decisiones comerciales que afectan 
al medioambiente de Nepal deberían de tomarse en Nepal, recono­
ciendo que los problemas medioambientales que atraviesan los lí­
mites políticos se resuelven del modo en que siempre lo hacen, que 
es a través de acuerdos multilaterales y organizaciones. 
La noción de que el desarrollo económico es inherentemente 
malo para el medioambiente puede ser igualmente errónea. A cor­
to plazo, puede que alguna actividad económica genere residuos. 
Si producimos más, contaminaremos más. Sin embargo, también es 
cierto que a medida que nos volvemos más ricos prestamos más 
atención al medioambiente. Aquí tenemos otra pregunta. ¿En qué 
año alcanzó la calidad del aire de Londres (la ciudad de la que te­
nemos los mejores datos de polución a largo plazo) su peor nivel? 
Para hacerlo más fácil, reduzcamos las opciones: 1890, 1920, 1975 y 
2001. La respuesta es 1890. Efectivamente, la calidad del aire de la 
ciudad es mejor actualmente que en cualquier momento desde 
1585. (No tiene nada de «limpio» cocinar sobre un fuego abierto). 
La calidad medioambiental es un producto de lujo en el sentido 
técnic.o de la palabra, lo que significa que le damos más valor a me­
dida que nos hacemos más ricos. Ahí residen los potentes benefi-
Comercio y globalización 285 
cios de la globalización: el comercio hace más ricos a los países, y los 
países más ricos se preocupan más por la calidad medioambiental y 
tienen más recursos a su disposición para gestionar la contamina­
ción. Loseconomistas calculan que muchos tipos de contami­
nación aumentan cuando un país se vuelve más rico (cuando cada 
familia se compra una motocicleta), para luego caer en las fases 
posteriores del desarrollo ( cuando prohibimos la gasolina con plo­
mo y exigimos motores más eficientes). 
Quienes critican el comercio han alegado que permitir a los paí­
ses tomar sus propias decisiones medioambientales llevará a una 
«carrera al desastre» en la que los países pobres compitan por los 
negocios saqueando sus entornos. Esto no ha ocurrido. El Banco 
Mundial concluyó recientemente, tras seis años de estudio: «Los re­
mansos de contaminación -países en vías de desarrollo que propor­
cionan un hogar permanente a las industrias sucias- no se han he­
cho realidad. Por el contrario, las naciones y las comunidades más 
pobres están actuando para reducir la contaminación porque han 
decidido que los beneficios de su reducción superan los costes»20• 
La pobreza es una mala pasada. El director de un instituto cer­
cano a los proyectos de viviendas Robert Taylor de Chicago me lo 
dijo en una ocasión en que estaba escribiendo un artículo sobre 
educación urbana. Él se refería al reto de enseñar a unos niños 
que habían crecido pobres y con privaciones. También habría po­
dido estar hablando de la situación del mundo. Muchas partes del 
mundo -lugares en los que rara vez pensamos y que visitamos aún 
menos- son desesperadamente pobres. Deberíamos de hacerlos 
más ricos. La economía nos dice que el comercio es un camino 
importante para hacerlo. Paul Krugman ha resumido de forma 
excelente la ansiedad por la globalización con un antiguo dicho 
francés: cualquiera que no sea socialista antes de los treinta no 
tiene corazón. Cualquiera que siga siendo socialista después de 
los treinta, no tiene cabeza. Escribe: 
Si compra usted un producto producido en un país tercermundis­
ta, ha sido fabricado por unos trabajadores a quienes se ha pagado 
286 La economía al desnudo 
increíblemente poco en comparación con los estándares occidenta­
les, y que probablemente trabajen en condiciones pésimas. Cualquiera 
que no se inmute por estos hechos, al menos en algún momento, no 
tiene corazón, pero eso no significa que los manifestantes tengan ra­
zón. Al contrario, cualquiera que piense que la respuesta a la pobreza 
del mundo es simplemente indignarse ante el comercio mundial, no 
tiene cabeza o elige no utilizarla. El movimiento antiglobalización ya 
ha perjudicado notablemente a la gente a la que afecta y provoca sus 
quejas para defenderse21 . 
A menudo, la tendencia hacia un comercio más global se des­
cribe como una fuerza imparable. No lo es. Ya hemos recorrido 
este camino con anterioridad, sólo para que la guerra y la política 
destruyeran el sistema comercial mundial. Uno de los períodos de 
globalización más rápidos tuvo lugar a finales del siglo XIX y prin­
cipios del xx.John Micklethwait y Adrian Wooldridge, autores de 
A Future Perfect, han puntualizado: «Mire cien años atrás y descu­
brirá un mundo que era más global que hoy en muchas medidas 
económicas: en el que se podía viajar sin pasaporte, en el que el 
estándar del oro era una divisa internacional y donde la tecnolo­
gía (coches, trenes, barcos y teléfonos) estaba haciendo que el 
mundo se volviera mucho más pequeño». Por desgracia, dicen: 
«Esa gran ilusión quedó hecha trizas en los campos de juego del 
río Somme»22 . 
Las barreras políticas siguen contando. Los gobiernos pueden 
cerrar de un portazo la puerta de la globalización, como lo hicie­
ron antes. Esto sería una vergüenza tanto para los países ricos 
como para los pobres. 
Notas 
l. Paul Krugman, «The Magic Mountain», The New York Times, 23 de enero 
de 2001.
2. Charles Wheelan, «Fast Food, Balinese Style», Valley News, 25 de enero de
1989, p. 18.
3. «The Battle in Seattle», The Economist, 27 de noviembre de 1999.
Comercio y globalización 287 
4. «Economic Nationalism: Bashing Foreigners in lowa», The Economist,
21 de septiembre de 1991.
5. Mary E. Burfisher, Sherman Robinson y Karen Thierfelder, «The Impact
of NAFTA on the United States», journal of Economic Perspectives, vol. 15,
n.0 1 (invierno de 2001).
6. Dan Barry, «A Mili Closes, and a Hamlet Fades to Black», The New York
Times, 16 de febrero de 2001.
7. Marvin Zonis, «Globalization», National Stratelfj Forum Review Strategi,c
Outlook 2001, National Strategy Forum, primavera de 2001.
8. David Cortright y George A. López, eds., The Sanctions Decade: Assessing
UN Strategi,es in the 1990s (Boulder, Colo.: Lynne Rienner, 2000).
9. Anthony De Palma y Simon Romero, «Orangejuice TariffHinders Trade
Pact for U .S. and Brazil», The New York Times, 24 de abril de 2000, p. Al.
10. «UN ChiefBlames Rich Nations for Failure ofTrade Talks», The New York
Times, 13 de febrero de 2000, p. 12.
11. Thomas Friedman, «Protesting for Whom?» The New York Times, 24 de
abril de 2001.
12. Nicholas D. Kristofy Sheryl WuDunn, «Two Cheers for Sweatshops», The
New York Times Magazine, 24 de septiembre de 2000, pp. 70-71.
13. Thomas Friedman, «Parsing the Protests», The New York Times, 14 de abril
de 2000, p. 31.
14. Zonis, «Globalization».
15. «Web Sites Provide Opportunity for Artisans Around the World to Sell
Their Wares Thus lncreasing Living Standards», National Public Radio,
11 de septiembre de 2000.
16. Kristof and WuDunn, «Two Cheers for Sweatshops».
17. «A Survey of Globalization», The Economist, 29 de septiembre de 2001.
18. Kristofy WuDunn, «Two Cheers for Sweatshops».
19. Paul Krugman, «Hearts and Heads», The New York Times, 22 de abril
de 2001.
20. «Economic Man, Cleaner Planet», The Economist, 29 de septiembre
de 2001.
21. Krugman, «Hearts and Heads».
22.John Micklethwait and Adrian Wooldridge, «Why the Globalization
Backlash Is Stupid», Foreign Policy, septiembre/octubre de 2001.

Continuar navegando