Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 1 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍA L e c t u r a 2 Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. Pp 133-157 Con la lectura de este capítulo de Leahey (1993) puedes estudiar el tema de La revolución científica de la Unidad I titulada Origen Filosófico y Científico de la Psicología, con esta lectura explorarás las rupturas y tradiciones que surgieron en el conocimiento a partir del siglo XVI. UU NN II DD AA DD II .. O R Í G E N E S F I L O S Ó F I C O S Y C I E N T Í F I C O S D E L A P S I C O L O G Í A Los dos siglos posteriores a 1600 fueron literalmente revolucionarios. El período se abre con la Revolución Científica del siglo xvii y se cierra con las revoluciones políticas en la América colonial y en la Francia monárquica. Las revoluciones científicas y filosóficas sentaron las bases de la revolución política. Desde una perspectiva histórica amplia, dichos siglos fueron testigos de la cristalización del mundo occidental tal como hoy día le conocemos. Las incipientes naciones-estado del Renacimiento empezaron a consolidarse gracias a tiranos de talante más o menos ilustrado, como Luis XIV (1638-1715) de Francia y Federico el Grande (1712-1786) de Prusia. Las ideologías de la libertad y la revolución, que forman parte tan principal de la política moderna, fueron formuladas por vez primera por los filósofos de la Época de la Ilustración. La moderna economía industrial y el capitalismo se gestaron en la Revolución Industrial de la Inglaterra de fines del XVI I I . De todos estos cambios cabe abstraer una tendencia general, de enorme importancia para la Psicología. Para el pensador medieval o renacentista, el mundo era un lugar relativamente misterioso, organizado según una gran jerarquía, que iba de Dios al mundo material, pasando por el hombre, en donde cada acontecimiento tenía un significado especial. El mundo era profundamente espiritual. En el siglo XVll esta concepción se vio atacada y sustituida por otra: la científica, matemática y mecanicista. Los científicos de la Naturaleza demostraron la índole mecánica de los fenómenos celestes y terrestres y, en consecuencia, de los cuerpos de los animales. Por último, el enfoque mecanicista fue extrapolado al hombre mismo. De esta suerte, las disciplinas que se ocupaban del estudio de la Humanidad, desde la Política a la Psicología, podían quedar sujetas al método científico, Y resultaba legítimo buscar leyes naturales tanto en la mente humana como en los cielos. Hacia 1800 era general la creencia en que el universo, así como la humanidad, constituían máquinas sometidas a leyes naturales. En este proceso, la antigua concepción del mundo y de su relación con la humanidad como una trama de símbolos de significado místico se volatilizó. Dividiremos el estudio de este período en dos partes. La primera abarca desde aproximadamente 1600 a 1700, y contempla la instauración de la U I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 2 ciencia moderna y la reconstrucción de la Filosofía sobre bases nuevas (aunque familiares). El segundo período, de 1700 a 1800, suele conocerse como la Ilustración. En esta época, los principios de la ciencia y la razón se aplicaron a los asuntos humanos, inclusive al estudio de la mente y la conducta humanas. LA REVOLUCION CIENTIFICA La Revolución Científica eclipsa todo lo posterior al ascenso del cristianismo y reduce el Renacimiento y la Reforma al rango de meros episodios, de simples desplazamientos internos en el sistema de la cristiandad medieval. BUTTERPIELD, 1965. No cabe dudar de la importancia de la Ciencia en el mundo moderno, y ninguna Historia de Occidente —y en especial ninguna Historia de la Ciencia— puede pasar por alto la Revolución Científica, aunque la Psicología no formara parte de esta revolución. El resultado de tal revolución es incuestionable. Supuso desplazar la Tierra del centro del universo, e hizo de éste una gran máquina, totalmente independiente de los sentimientos y necesidades del hombre. Destronó las actitudes filosóficas de la escolástica y la esotérica mentalidad mágica de la alquimia, sustituyéndolas por una investigación pública de regularidades matemáticamente exactas y confirmables por experimentos. Asimismo, propuso que el hombre podía mejorar su suerte mediante la aplicación de la razón y del experimento, más que por la oración y la devoción (Rossi, 1975). Sin embargo, las raíces de la revolución científica y sus métodos de avance se debaten en un confusionis- mo lamentable, empeorando cada vez más esta situación con cada nueva aportación de la investigación histórica. Resulta harto cómodo —y tal ha solido ser el camino tradicional— escribir la más temprana historia de la Ciencia como si se hubiera tratado de una progresión gradual y sin pausa hacia la ciencia moderna, en la que los grandes precursores científicos y materialistas habrían rechazado la superstición y la alquimia en favor de las matemáticas, el experimento y el mecanicismo. Empero, tan ejemplarizante historia no se mantiene ya en pie. Lejos de rechazar la alquimia, Newton le consagró más tiempo que a la Física (Westfall, 1975). Algunos de los Padres de la Iglesia Católica consideraron que el mecanicismo vindicaba a Dios, en lugar de destruirle. Galileo estuvo fuertemente influido —al igual que Newton— por el neoplatonismo renacentista, y se inspiró en los filósofos medievales para muchas de sus ideas científicas. Francis Bacon puede ser elegido como una figura adecuada para ilustrar los torbellinos de controversia en torno a la formación de la ciencia moderna. A Bacon se le considera, convencionalmente, como una de las grandes figuras de la ciencia primitiva, debido a su rechazo de la escolástica, de Aristóteles, del neoplatonismo místico y de todas las otras formas de autoridad heredada y preconcebida. En su lugar, Bacon encareció la autoridad de la observación frente a todo tipo de hipótesis, prefigurando el posterior menosprecio de Newton hacia la especulación. Bacon fue también importante por llamar la atención sobre el valor de la artesanía y la tecnología. El artesano opera directamente sobre el mundo y no tiene sitio para hipótesis superfluas, de suerte que su sabiduría puede servir como modelo para la ciencia y como instrumento para el perfeccionamiento de la Humanidad. Bacon es, en consecuencia, moderno por apelar a la observación y a la aplicación como ingredientes básicos de la ciencia. Sin embargo, Bacon resultaba a ratos un conservador un tanto aristotélico. No aceptaba el sistema cosmológico heliocéntrico de Copérnico, porque era demasiado hipotético y matemático. Del mismo modo, rechazó la física de Galileo, porque Galileo estudiaba el movimiento ciñéndose a unas pocas variables tratadas matemáticamente. Como Aristóteles y los científicos me- dievales, Bacon sentía una gran desconfianza hacia las matemáticas y quería explicar todos los aspectos de cada fenómeno. Se ha alegado también que, a pesar de sus ataques a la magia y la alquimia, el deseo de Bacon de que la ciencia sea útil deriva de las metas prácticas de la alquimia, a saber, de la transmutación del plomo en oro (Rattansi, 1972). Por último, Thomas Kuhn (1976) ha argüido que Bacon queda totalmente fuera de la Revolución Científica. Las únicas ciencias que experimentaron una revolución durante el siglo xvli fueron las ciencias «clásicas» y ya matematizadas de la Astronomía y la Física, por las que Bacon no sintió el menor interés. Sitúase, en cambio, a la cabeza de las ciencias más puramente empíricas y «baconianas», como la Química, que no fueron matematizadas hasta el siglo. Laerudición histórica actual ha demostrado que no sólo Bacon, sino cada figura de la Revolución Científica, es susceptible de presentarse como moderna o medieval, y —con escasas excepciones— como crucial o trivial. Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 3 Debemos concluir que la Revolución Científica exigió mucho tiempo y que ninguna figura aislada puede pretender el título de portavoz a carta cabal de la ciencia moderna. Cabe fechar el comienzo de la revolución en 1453, con la publicación de la Revolución de las órbitas celestes, de Copérnico, quien proponía que el sol, y no la Tierra, era el centro del sistema solar. Con todo, la física de Copérnico era aristotélica, y su sistema no contaba con más apoyo en los datos que el viejo sistema tolomeico, aunque algunos consideraran atractiva su simplicidad. Galileo Galilei (1564-1642) fue el portavoz más efectivo del nuevo sistema, apuntalándolo con su nueva física, que permitió dotar de sentido a la propuesta heliocéntrica, y aportando pruebas telescópicas de que la luna y otros cuerpos celestes no eran más «celestiales» que la Tierra. Sin embargo, Galileo, como Copérnico, no pudo abandonar el viejo presupuesto griego de que el movimiento de los planetas tenía que ser circular, a pesar de que su amigo Johann Kepler (1571-1630) demostró que las órbitas planetarias eran elípticas. La unidad definitiva de la física celeste y terrestre, y la victoria final de la nueva cosmovisión nacida de la ciencia, se produjo con los Principia Mathematica, de Newton, publicados en 1687. Las leyes del movimiento de Newton colocaron la clave del arco en la idea de que el universo era una gran máquina. La analogía con la máquina había sido propuesta por Galileo y René Descartes, y rápidamente se convirtió en una concepción popular del universo. Originalmente, fue planteada como un apoyo a la religión contra la" magia y la alquimia: Dios, el maestro ingeniero, había fabricado una máquina perfecta y la había echado a funcionar. Los únicos principios operativos eran, por tanto, mecánicos, y no secretos: las maquinaciones mágicas no pueden afectar a las máquinas. Empero, implícita en la concepción mecanicista halla la posibilidad de que Dios esté muerto y que haya legado tras de sí un universo frío e impersonal. El propio Newton parece haber sospechado esto, ya que en su propia concepción mecanicista del mundo persisten varias imperfecciones, que requieren que Dios se mantenga presente, activo y vigilante para garantizar que las cosas funcionen sin tropiezos. Desgraciadamente para Dios, Su imagen de Mecánico Remendón del Cosmos, que se afana de un lado para otro con el fin de mantener a los planetas en el buen camino, resulta absurda. El mecanicismo, más consecuente, de Descartes y Galileo triunfó, respaldado por la física de Newton. Este punto de vista fue de consecuencias fatales para la vieja concepción medieval de Dios como ser siempre presente que se manifiesta a sí mismo en signos y portentos. Dos importantes concepciones del conocimiento se disociaron en el siglo XVII, con implicaciones que más tarde se revelarían decisivas para la Psicología. ¿Debía la ciencia ser pura y abstracta, o aplicada y útil? La vieja tradición platónica respaldaba la primera concepción: en palabras del platónico Henry More, el valor de la ciencia no debe medirse por «la ayuda que os puede procurar a vuestra espalda, cama y mesa» (Rattansi, 1972). Wundt y Titchener defendieron este punto de vista para la Psicología. En el siglo xvii, sin embargo, se desarrolló una tradición según la cual la ciencia tenía que ser útil, tradición que halló su más vigoroso exponente en Bacon, aunque no esté claro si su inspiración procedía de la magia, de la tradición artesanal o del celo puritano por las buenas obras. En el siglo xviii esta segunda tradición estaba ya firmemente afianzada en Inglaterra y Norte- américa, orientándose progresivamente hacia el antiintelectualismo. El em- presario inglés Richard Arkwright escribía: «Es bien sabido que los más útiles descubrimientos que se han hecho en todas las ramas del arte y de la manufactura no han sido obra de filósofos especulativos encerrados en sus gabinetes, sino de mecánicos de ingenio... familiarizados de forma práctica con el objeto de sus descubrimientos» (Bronowski y Mazlish, 1960). William James defendió esta orientación en Psicología. Durante la Revolución Científica emergió una importante distinción epistemológica, que venía a reavivar una vieja idea atomista. Algunas cualida- des sensoriales de los objetos son fácilmente mensurables: su número, peso, tamaño, figura y movimiento. Otras, en cambio, no lo son: el color, la textura, el olor, el sabor o el sonido. Si la ciencia ha de ser una empresa cuantificable y matemática —como anhelaban Galileo y Newton—, entonces sólo puede tratar con el primer tipo de cualidades, llamadas cualidades primarias, que los atomistas habían atribuido a los átomos propiamente dichos. Estas cualidades objetivas deben contraponerse a las cualidades secundarias subjetivas, que existen sólo en la percepción humana y constituyen el resultado subjetivo del impacto de los átomos en los sentidos. Así, por ejemplo, el color es una propiedad secundaria, ya que las personas totalmente daltónicas ven todo como gris. El color es una propiedad de la respuesta de la visión a las ondas luminosas, y no una realidad intrínseca al objeto coloreado. La Psicología se fundó como un estudio de la conciencia y, por tanto, incluyó en su objeto todas las propiedades sensoriales. Sin embargo, cuando los conductistas se rebelaron contra la psicología introspectiva, se adhirieron Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 4 con pleno conocimiento de causa al modelo de la Física, considerando que el objeto de conocimiento de la Psicología era la conducta, es decir, el movimiento de un organismo en el espacio. La conducta, como el movimiento, es una cualidad objetiva y primaria. Tales cualidades primarias, así al menos lo creían los conductistas, siguiendo los pasos de Newton Y Galileo, eran los únicos datos adecuados para la ciencia. La subjetividad fue desterrada, primero de la Física en el siglo xvii, y más tarde de la Psicología, en el xx. Es imposible subestimar el cambio en la concepción del mundo forjado por la Revolución Científica. La Ciencia proporciona las bases de casi todo el pensamiento del siglo xx, desde la ciencia política a la Filosofía o la Física. Ha puesto en manos del hombre una poderosa tecnología, que ha cambiado la faz de la tierra y llevado al hombre a la luna. La Psicología, en cuanto ciencia, llegó tarde al tren de la Revolución, pero ello no impidió que quedase afectada por los presupuestos del mecanicismo, progreso tecnológico y objetividad. Es debido a la Revolución Científica por lo que la cosmovisión medieval- renacentista nos resulta en la actualidad tan ajena. Un destacado filósofo, E. A. Burtt (1954), contrapone las dos concepciones del modo siguiente: El científico escolástico se asomaba al mundo de la Naturaleza y éste le parecía un mundo perfectamente sociable y humano. Era finito en extensión. Estaba hecho a la medida de sus necesidades. Era clara y completamente inteli- gible, inmediatamente presente a las facultades racionales de la mente; se componía fundamentalmente y era inteligible a través de aquellas cualidades que resultaban más vivas e intensas en su propia experiencia inmediata: el color, el sonido, la belleza, la alegría, el calor,el frío, la fragancia y su plasticidad a los proyectos e ideales. Ahora el mundo es una máquina matemática infinita y monótona. No sólo ha perdido su alto lugar en una teleología cósmica, sino que todas aquellas cosas que constituían la sustancia misma del mundo físico para los escolásticos —las cosas que lo hacían vivo, digno de ser amado y espiritual— se amontonan y apiñan en las reducidas posiciones de extensión fluctuantes y temporales, que llamamos... sistemas nerviosos humanos... Se trató sencillamente de un cambio de incalculables consecuencias en el punto de vista sobre el mundo sostenido por la opinión inteligente de Europa. LA RECONSTRUCCION DE LA FILOSOFIA Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍA El Renacimiento profesó veneración por los autores clásicos, llegando incluso al extremo de proclamar que el mundo moderno jamás alcanzaría la perfección del clásico, tan grandes parecían los antiguos. La ciencia moderna evidenció, sin embargo, que los clásicos no eran perfectos. Además los viajes de exploración del siglo xvi habían descubierto realidades nuevas y maravillosas, desconocidas para los antiguos. En 1636, Tomás Campanella escribía: «Dado que la exploración del globo se ha traducido en descubrimientos que han destruido muchos de los datos sobre los que reposaba la filosofía antigua, una nueva concepción de la realidad vendrá exigida de modo inevitable» (Hazard, 1963). Aunque los temas de siempre se conservaron, dos concepciones filosóficas abiertamente nuevas surgieron en breve plazo como respuesta. La primera filosofía que prescindió de los clásicos fue el racionalismo de René Descartes; la segunda, el empirismo de John Locke. La tradición racionalista continental La verdad a partir de la duda: René Descartes (1596-165C) Descartes fue un típico hombre renacentista: soldado, preceptor, científico, matemático, filósofo y psicólogo especulativo. En tres áreas su influencia se ha revelado profunda y duradera: en su reformulación del racionalismo, en su concepción mecanicista del mundo y en, su concepción dualista de los seres humanos. Examinemos por turno cada una de ellas. Como lo fuera para el racionalismo de Platón, el telón de fondo filo- sófico inmediato del programa de Descartes fue el escepticismo. El Renacimiento tardío produjo toda una legión de escépticos, en la línea de Montaigne. Como los sofistas, no estaban seguros de que los hombres pudieran alcanzar la Verdad absoluta. A diferencia de los sofistas, sin embargo, los escépticos renacentistas no consideraban que la Humanidad fuera la medida de todas las cosas. Por el contrario, pensaban que los sentidos humanos eran tan débiles, la razón humana tan frágil, que las personas necesitaban de la fe en Dios para ser capaz de cualquier logro. Como Platón, Descartes no aceptó ni la creencia de los escépticos en la imposibilidad de alcanzar el conocimiento ni su escasa estima por la razón humana. Para Descartes la utilización adecuada de la luz de la razón, implantada por Dios, constituía el camino hacia la verdad. Mientras servía en el ejército del Emperador de Alemania, Descartes consagró un día, en una habitación calentada por una estufa, a meditar sobre sus propios pensamientos y formuló los principios básicos de su U I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 5 filosofía. Dejando a un lado a los clásicos como un caso desesperado de confusión, y siguiendo el ejemplo de los escépticos, decidió dudar sistemáticamente de todo hasta encontrar algo que fuera tan diáfanamente verdadero que no pudiera dudarse de ello. Descartes descubrió que podía dudar de la existencia de Dios, de la validez de sus sensaciones, de la existencia de su cuerpo. Prosigió por esta vía, hasta que descubrió que de una cosa no podía dudar: de su propia existencia como ser autoconsciente y pensante. No se puede dudar de que se duda, porque, al hacerlo, uno se percata de la acción misma supuestamente dudosa. Dudar es un acto del pensar, y Descartes expresó su primera verdad indudable en el famoso Cogito, ergo sum. Pienso, luego existo. Descartes construyó entonces su filosofía sobre esta simple verdad. A partir de su propia existencia, Descartes estableció la existencia de Dios por medio de argumentos cuya validez, fuerza lógica e incluso sinceridad han sido puestas en duda desde el el momento mismo en que los formuló por primera vez. Dios fundamen- tado, el resto era coser y cantar. Descartes estableció la existencia del mundo y de su propio cuerpo, y la exactitud general de la percepción. Esquivaremos las engorrosas cuestiones de la metafísica cartesiana para atender a los rasgos más destacados del enfoque de nuestro filósofo. En primer lugar, Descartes creía a pies juntillas que un método correcto de razonamiento puede descubrir y probar lo que es verdad. El primer trabajo filosófico publicado por Descartes fueron las Regías para la dirección del ingenio, sobre el método de conducir correctamente la Razón y de buscar la Verdad en las Ciencias (1637). Descartes sostenía que sólo hay una vía adecuada para buscar la verdad, a saber, el descubrimiento por la razón de verdades intuitivamente obvias y la deducción a partir de ellas de las demás verdades. Este método se sitúa en el extremo opuesto método de inducción de Bacon, ya que es un método racionalista. La fe de Descartes en la razón iba a tener consecuencias duraderas y revolucionarias. Numerosos pensadores posteriores opinaron que Descartes se equivocó en sus conclusiones concretas, pero conservaron un respeto total por su método de aceptar como verdadero sólo lo que es evidente para la razón, rompiendo de raíz con la sofística, la superstición, el prejuicio, la propaganda y el derecho divino de los reyes. Aunque Descartes hizo profesión de fe en Dios y la Iglesia, el florete de la razón que había forjado sirvió a la causa de los librepensadores de todo el mundo. Conviene también señalar que, al enaltecer la razón, Descartes no condenó totalmente los sentidos, como hiciera Platón. Parte de su método incluía el acopio de todas las observaciones pertinentes para la cuestión debatida. Descartes se limitó a recalcar que los hechos resultaban de poco valor hasta no ser ordenados correctamente por la razón. Ciertamente, Descartes no apreciaba los hechos como fines en sí, sino como auxiliares para descubrir una verdad más general. Descartes no fue el primero que justificó su propia existencia a partir de la actividad mental. Ya San Agustín había afirmado: «Si me engaño, existo»; y Parménides argüía: «Porque es lo mismo pensar y ser». De suerte que es lícito ubicar a Descartes en la tradición racionalista introspectiva: la verdad es evidente antes que nada en mí. en mi propia conciencia, en mi pensamiento. Después de Descartes, sin embargo, la introspección se convirtió en la principal herramienta filosófica tanto del racionalista como del empirista. Los filósofos disentían sobre lo que encontraban en la mente, pero todos ellos se volvían hacia ella en busca de la verdad. En consecuencia, a partir de Descartes la filosofía se fue haciendo cada vez más psicológica, buscando conocer la mente a través de la introspección, hasta que en el siglo xix se fundó la Psicología como el estudio científico, más que especulativofilosófico, de la conciencia conocida por medio de la introspección. El método tuvo además implicaciones revolucionarias más amplias. La filosofía dejó de ser ejercitada rumiando interminablemente los textos antiguos, ya fueran éstos la República, el de Ánima o la Biblia. En vez de ello, los filósofos comienzan por analizar la mente, o la experiencia, o la voluntad, tal y como ellos las entienden. Se trata de una ruptura decisiva con la tradición escolástica y renacentista consistenteen estudiar textos, y señala un retorno al filosofar de mayor libertad especulativa propio de los griegos. Esta ruptura queda subrayada por el hecho de que, en su inmensa mayoría, los filósofos modernos no fueron profesores académicos: Descartes, por ejemplo, se sustentó a sí mismo durante un tiempo con la vida de soldado. Además, estos filósofos abandonaron el latín en beneficio de sus lenguas nativas, como vehículo de sus escritos y publicaciones. Cada vez en mayor grado, los filósofos dejaron de preocuparse por convencer al mundo académico oficial; en su lugar, buscaron el público más amplio Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 6 de las personas que sabían leer. La Filosofía y la Ciencia escaparon paulatinamente al control de la Iglesia y del Estado merced al cúmulo de publicaciones en lenguas vernáculas. Por último, la filosofía cartesiana resulta racionalista en su innatismo. Platón había creído que el conocimiento de las Formas era innato en el alma humana. Descartes sustituyó las Formas por ideas claras y distintas, a las que de inmediato reconocemos como verdaderas; y además, estas ideas no proceden de los sentidos, sino de «ciertos indicios de verdad que existen de modo natural en nuestras almas». Así pues, las verdades de principio de las que no cabe dudar son innatas. Como para Platón, sólo se trata de ideas potenciales, que requieren ser actualizadas por medio de la experiencia. Descartes sostuvo que la idea de Dios es innata —ciertamente, nunca vemos a Dios—, pero es obvio que los niños no tienen todavía esta idea. Descartes ilustra esto por medio de una analogía con ciertas enfermedades hereditarias; éstas no están presentes en el nacimiento, pero la disposición a desarrollarlas sí lo está. Descartes también habla de ideas innatas en otro sentido: no en cuanto conceptos, tal el concepto de Picos, sino como ciertas formas innatas de pensar. Sabemos, por ejemplo, que si A = B y B= C, entonces A = C. No aprendemos esto a través de la experiencia; por tanto, debe ser innato. Se trata de una forma innata de pensar y, en consecuencia, nuestras mentes están dispuestas, de tal suerte, por naturaleza, que conciben cosas según ciertas pautas establecidas. Esta clase de innatismo cobrará un vigoroso desarrollo en Emmanuel Kant; el rechazo de la primera clase de innatismo constituyó el punto de partida del em- pirismo de Locke. Los primeros trabajos de Descartes tuvieron lugar en el campo de la Ciencia, y no en el de la Filosofía, pero omitió publicar su relación de los mismos, a la que tituló El Mundo, tras enterarse de la condena de Galileo por la Iglesia en 1532. Algunas de sus ideas científicas se publicaron más tarde, en 1644, dentro de los Principios de Filosofía. En sus detalles, la física de Descartes recuerda a la de los presocráticos. Su descripción del mundo es en gran medida especulativa, sustentada a veces en una información obsoleta e ignorante de los avances de su época, tales como las leyes de Kepler sobre los movimientos de los planetas. Reposa más sobre la argumentación abstracta que sobre la prueba empírica, como cabía esperar de un racionalista. Sin embargo, aunque sus detalles fueran erróneos, su concepción básica triunfó en toda la línea. Con la colaboración de Newton nos ha suministrado nuestra concepción moderna del mundo. Desde su más temprana educación, Descartes había quedado fuertemente impresionado por las matemáticas, así que su concepción del mundo se hizo matemática. Concebía el mundo, la totalidad del universo material, como una máquina compleja que obedecía a leyes deterministas y matemáticas cognoscibles a la mente. En el mundo material no hay nada más que materia extensa; no hay colores, ni gustos, n: ángeles, ni demonios. Dios ha creado la máquina perfecta y la ha puesto en funcionamiento. La razón humana puede comprender las leyes naturales y usarlas para su provecho, pero éstas son fijas e insensibles. La explicación cartesiana de la máquina del mundo era en sí poco satisfactoria, su naturaleza especulativa dejaba de lado los hechos. Le estaba reservado a Newton conseguir una verdadera comprensión del mecanismo de la física. Su éxito y la visión de Descartes han venido guiando a la Ciencia desde entonces. En buena medida, la historia posterior de todas las ciencias no ha consistido en otra cosa que en su formulación en términos mecánicos, a comenzar por la Física, siguiendo con la Química y terminando en nuestra propia época por la Biología. Ni tampoco ha escapado el hombre a la visión de Descartes, lo que nos lleva a la cuestión de su psicología. Si el mundo material, tal como objetivamente existe, posee con exclu- sión de cualquier otra la propiedad primaria de la extensión, es evidente que el mundo tal como lo experimentamos subjetivamente posee otras muchas propiedades secundarias: color, olor, gusto, sonido, alegría, dolor, temor. En consecuencia, además del mundo material, que incluye al cuerpo, hay un mundo subjetivo de la conciencia y la mente. Quizás este segundo mundo sea también espiritual, pues Dios y el alma no son materiales. En cualquier caso, por lo que respecta al conocimiento humano, hay dos mundos: uno objetivo, cognoscible científicamente y material-mecánico —el mundo tal y como realmente es—; y el mundo subjetivo de la conciencia humana, conocido a través de la introspección —el mundo de una persona en cuanto ser pensante. Así pues, Descartes planteó un dualismo de la mente y del cuerpo, percibidos como entidades diferentes, la una física —el cuerpo— y la otra no física —la mente—. Estas dos entidades interactúan entre sí: la mente adquiere información acerca del mundo material a través de los Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 7 sentidos; los deseos del cuerpo se sienten en la conciencia, mientras que la mente puede dirigir las acciones del cuerpo. La naturaleza exacta del dualismo cartesiano ha sido muy discutida. A los ojos de muchos de sus contemporáneos pareció que Descartes había eliminado el alma cristiana, pues la única propiedad que de modo positivo le asignaba era la conciencia o el pensamiento, no la inmortalidad. Además, sus pruebas de la existencia de Dios se antojaban endebles. Descartes proclamó su ortodoxia, pero la supresión de sus trabajos científicos primerizos sugiere una cierta heterodoxia. La cuestión sigue abierta todavía. Algunos arguyen que Descartes era un cristiano sincero, cuyo sistema contenía los gérmenes del ateísmo materialista. Otros sostienen que Descartes fue en su fuero interno un mecanicista a ultranza, que creía que la conciencia subjetiva era únicamente un proceso cerebral, pero que procuró ocultar sus verdaderas ideas del celo inquisitorial de las autoridades de la Iglesia y el Estado. En cualquier caso, la consecuencia más importante de su psicología fue su mecanicismo. En cuanto entidad material, Descartes concibió el cuerpo como una máquina, ofreciendo detalladas teorías mecánicas sobre cómo se producen la sensación y la acción cuando el cuerpo y la mente interactúan a través de la glándula pineal, el asiento de la mente. Al igual que su física, la fisiología de Descartes era especulativa e incompatible con la información existente ya en su época sobre el sistema nervioso. Lo que de veras importa es la concepción cartesiana del cuerpo humano en cuanto máquina que engloba muchas facultades anteriormente asignadas al alma. Como Aristóteles y los psicólogos de las facultades de la Edad Media, Descartes disertó sobrela memoria, la imaginación y el sentido común. Sin embargo, y al contrario que ellos, Descartes asignó tales facultades al cuerpo, dolido a entender que, aunque parezcan ser actividades mentales, pueden explicarse como actividades corporales. Por ello, Descartes procuró explicar lo más que pudo de la mente en términos materialistas y mecanicistas y dentro del ámbito científico, reservando como mucho la conciencia de sí mismo a la filosofía. De aquí que Descartes se propusiera, o no, ofrecer una teoría completamente materialista y mecanicista de la actividad mental humana, potenciara en sumo grado la incorporación de la mente a la ciencia mecánica. En el siglo xvtu nos encontraremos con psicologías totalmente mecanicistas. Descartes sugirió también la posibilidad de comparar las mentes humana y animal. Consideraba a los animales como simples autómatas mecánicos, carentes de almas conscientes de sí mismas, y apeló a la singularidad del lenguaje humano para apoyar su punto de vista. Los seres humanos, por poco inteligentes que sean, poseen un lenguaje creativo, capaz de expresar el pensamiento racional y reflexivo. Los animales, por el contrario, poseen, en el mejor de los casos, señales vocales, que denotan simples estados físicos, tales como el miedo. En la década de 1950, el lenguaje se convirtió en un problema especial para la Psicología, y al menos un lingüista siguió los pasos de Descartes en el tratamiento del lenguaje como una capacidad innata y exclusivamente humana. Descartes, en fin, se nos antoja una figura paradójica. Por su hincapié en la razón como contrapuesta a la percepción, en las ideas innatas como contrapuestas a la experiencia, en la verdad absoluta como contrapuesta al relativismo, resulta un racionalista. En cambio, por su concepción mecanicista del mundo y del cuerpo humano, su psicología vendría, en última instancia, a apuntalar el empirismo y el conductismo. El corazón tiene sus razones que la razón no conoce: Blas Pascal (1623-1662) Si Descartes prefigura al racionalista seguro de sí mismo de la Ilus- tración, Pascal anuncia al existencialista angustiado de fechas recientes. Para Descartes, la duda desembocaba en la triunfante certeza de la razón; para Pascal, la duda llevaba a una duda peor. Decía Pascal: «...Me he sumergido en la infinita inmensidad de los espacios, de los que apenas conozco nada y que nada saben de mí, y he sentido pánico...» (Bronowski y Mazlish, 1960). Pascal detestaba el racionalismo excesivo de Descartes y obtenía consuelo y verdad de su fe en Dios. Para Pascal, lo que es esencial en los hombres no es la razón natural, sino la voluntad y la capacidad para la fe: es decir, el corazón. De esta suerte, Pascal se asemeja a los primeros escépticos cristianos, como, por ejemplo, Montaigne. Pero Pascal es cartesiano por el valor que atribuye a la conciencia de sí mismo, como queda de relieve en la siguiente afirmación de los Pensamientos: «El hombre sabe que es miserable. Así que es desdichado porque sabe que es miserable; pero es grande porque lo sabe... El hombre no es más que un junco, la cosa más frágil de la Naturaleza; pero un junco que piensa». Pascal dudaba de la capacidad Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 8 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I ORIGEN FILOSÓFICO Y CIENTÍFICO DE LA PSICOLOGÍA del hombre para desentrañar la Naturaleza, o para comprenderse a sí mismo: el hombre es miserable. Y con todo, la singular conciencia que tiene de sí mismo lo eleva por encima de la Naturaleza y los animales, ofreciéndole la salvación a través de la fe en el Dios cristiano. La angustia de Pascal y su necesidad de fe resuenan en todos los existencialistas modernos, sin exceptuar a ateos como Sartre. Al mismo tiempo, Pascal era un científico y matemático que investigó el vacío y contribuyó a establecer la teoría de la probabilidad. Como ma- temático, fue un niño prodigio. A los diecinueve años construyó las pri- meras calculadoras mecánicas, algunas de las cuales todavía se conservan. Aunque su propósito era modesto —ayudar a su padre, un funcionario de impuestos, a hacer cálculos— su implicación fue profunda. Pascal llegó a escribir: «La máquina aritmética produce efectos que se aproximan más al pensamiento que todas las acciones de los animales» (Bronowski y Mazlish, 1960). Pascal fue el primero en intuir que la mente humana podía concebirse como una máquina de procesamiento de la información, susceptible de ser remedada por las computadoras, concepto que resulta central en la psicología cognitiva contemporánea. En la época de Pascal, y para alguien con una sensibilidad como la suya, semejante implicación revestía caracteres sobrecogedores, ya que significaba que la razón —a la que Descartes dejaba al margen de su sistema mecánico— no podía ser exceptuada. Quizá los animales, criaturas totalmente mecánicas según Descartes, sí razonan. En consecuencia, Pascal proclamó que el libre albedrío, y no la razón, es lo que distingue al hombre de los animales. Es el corazón, no el cerebro, lo que hace al hombre humano. La generalización del determinismo: Baruch Spinoza (1652-1677) Spinoza fine un pensador reñido con su propia época. Judío de nacimiento, pero excomulgado por no creer en Yavé, formuló una filosofía que identificaba a Dios con la naturaleza, y que veía en el Estado un simple pacto entre los hombres, susceptible de revocación. Sufrió el rechazo de su propio pueblo, fue denunciado por los cristianos y sus obras fueron censuradas, incluso en el Estado tolerante de Holanda, en que vivía. Durante la Ilustración, fue admirado por su independencia de espíritu, pero se le rechazó por su filosofía panteísta. Más tarde, los románticos veneraron su aparente misticismo, mientras que los científicos vieron en él a un naturalista. La filosofía de Spinoza principia con la metafísica y termina con una reconstrucción radical de la naturaleza humana. Según Spinoza, Dios es esencialmente naturaleza, Si no existiera el mundo natural, no existiría nada, de forma que Dios (la Naturaleza) es el soporte y creador de todas las cosas. Pero Dios no es un ser separado y distinto de la Naturaleza; todas las cosas son parte de Dios, sin excepción, y Dios no es más que la totalidad del universo. De aquí que se considerara a Spinoza un ateo. Además, la Naturaleza es totalmente determinista. Según Spinoza, comprender algo significa desentrañar sus causas eficientes. Spinoza negó la existencia de causas finales, considerando que la teología era una proyección de los anhelos humanos de finalidad a la Naturaleza, que aplicamos únicamente a aquellos acontecimientos que nos es imposible explicar por causas eficientes, esto es, deterministas. Spinoza generalizó su análisis determinista a la naturaleza humana. La mente no es algo separado del cuerpo, sino que es producida por procesos cerebrales. Mente y cuerpo son una sola cosa, aunque puedan ser contemplados bajo dos aspectos: como procesos cerebrales fisiológicos o como sucesos mentales —pensamientos—. Spinoza no negó que la mente exista, pero la consideró como un aspecto de una naturaleza fundamentalmente material. De suerte que, para Spinoza, la actividad mental es tan determinista como la actividad corporal. Spinoza rechazó el dualismo cartesiano, y esa es la razón de que para él no exista el problema de la interacción. Sentimos que somos libres, pero se trata tan sólo de una ilusión. Si com- prendiéramos de modo adecuado las causas de la conducta y el pensa- miento humanos comprobaríamos que no somos libres. Al igual que no cabe culpar en modo alguno al río que sedesborda y arrasa una ciudad, así tampoco debe atribuírsele culpa a un asesino reincidente. La sociedad puede tomar medidas para controlar el río o al asesino, previniendo así una futura destrucción, pero se trata aquí de consideraciones pragmáticas más que morales. El concepto que de la responsabilidad se forma Spinoza exige, en consecuencia, una ciencia psicológica que desenmarañe las causas de la conducta humana, en la que presenta una sorprendente semejanza con la de B. F. Skinner. La teoría de la memoria de Spinoza, que afirma que las ideas experimentadas juntas quedan engarzadas mecánicamente, también recuerda a las teorías posteriores del aprendizaje, que asocian el estímulo y MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 9 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I ORIGEN FILOSÓFICO Y CIENTÍFICO DE LA PSICOLOGÍA la respuesta. No obstante, Spinoza procedió a definir una ética del control de sí mismo que trasciende del determinismo materialista y que, en cierto grado, entra en conflicto con el resto de su pensamiento. Según él, la acción y el pensamiento correctos dependen del control de las emociones corporales por la razón. La persona sabia es aquella que sigue los dictados de la razón con preferencia a los de las pasiones momentáneas y contrapuestas que proceden del cuerpo. La razón nos llevará a actuar guiados por un egoísmo inteligente: es decir, a ayudar a los demás como nos gustaría ser ayudados. La ética de Spinoza y su concepción de la humanidad son de pura raigambre estoica. El universo físico se halla más allá de nuestro control, pero nuestras pasiones no. De suerte que la sabiduría se identifica con el autocontrol racional, y no con el inútil esfuerzo por controlar la Naturaleza o a Dios. Spinoza también defendía que los Estados deben permitir la libertad de pensamiento, conciencia y palabra, ya que cada persona ha de ser libre para ordenar su mente como le parezca adecuado. Por todo esto, Spinoza fue cubierto de oprobio, incluso por los pensadores más avanzados de su época. Niveles de conciencia: Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) Leibniz fue a la vez matemático, lógico y metafísico. Inventó por sí solo el cálculo y soñó con un cálculo formal de conceptos que supusiera para el razonamiento verbal lo que las matemáticas han supuesto para las ciencias. Su metafísica es en extremo ardua. Podemos resumirla en que concebía el universo como compuesto de infinitas entidades geométricas de la dimensión de un punto, llamadas mónadas, cada una de las cuales está en cierta medida dotada de vida y posee algún grado de conciencia. Los animales y las personas están compuestos por mónadas, que coadyuvan a la constitución de una mónada más consciente y, por ende, más dominante. Así que, contrariamente a Descartes, Leibniz atribuye alma a los animales. La teoría de las mónadas de Leibniz condujo a una solución del problema mente-cuerpo que gozó de una aceptación cada vez más general en los dos siglos siguientes. Descartes había dicho que la mente y el cuerp3 interactúan. Sin embargo, no estaba claro cómo el espíritu podía actuar sobre la materia, y viceversa, lo que desembocaba en una concepción llamada ocasionalismo, según la cual Dios se encargaba de que al ocurrir un evento corporal, también ocurriera un evento mental, y viceversa. Esto también introducía dificultades, al atribuir a Dios el estar pendiente de que el cuerpo y el alma se mantuvieran coordinados. Leibniz propuso una respuesta que desde entonces ha venido denominándose el paralelismo mente-cuerpo (o psicofísico). Su razonamiento era que Dios había creado el universo —la infinidad de mónadas— de tal forma que se daba una armonía preestablecida entre las mónadas. Leibniz se sirvió de la analogía de los dos relojes. Imaginémonos dos relojes idénticos y perfectos, con las manecillas marcando la misma hora y puestos en marcha al mismo tiempo. A partir de entonces habrá siempre acuerdo entre los relojes y se reflejarán el uno al otro, pero no estarán causalmente conectados. Ambos seguirán un curso idéntico, pero paralelo, y, por tanto, no interactuarán. Lo mismo ocurre con la mente y el cuerpo. La conciencia —la mente— refleja exactamente lo que ocurre en el cuerpo, pero sólo debido a la armonía preestablecida por Dios, y no por una conexión causal. De hecho, Leibniz extrapoló este esquema al conjunto del universo, sosteniendo que las mónadas nunca interactúan, pero muestran coordinación en sus imágenes del universo gracias a la perfecta armonía de Dios. Aunque la base metafísica del paralelismo psicofísico fue desechada posteriormente, la doctrina pro- piamente dicha prendió a medida que el conocimiento fisiológico del cuerpo y el desarrollo de la Física demostraron que el interaccionismo y el ocasionalismo no eran plausibles. Leibniz también reintrodujo las causas finales en la filosofía. El mundo material está gobernado por causas eficientes, como argüía Spinoza, pero dado que Leibniz creía en sus mónadas inmateriales, se hacía preciso un segundo tipo de causación. Leibniz postuló que las mónadas muestran una tendencia a perfeccionarse a sí mismas, a actualizar su potencialidad, con- cepción que recuerda a Aristóteles. De hecho, cada vez que las mónadas no interactúan, el único modo en que pueden cambiar —y reflejar así los cambios del universo— es por medio del desarrollo interno. En conciencia, las mónadas son intencionales y evolucionan hacia un fin: su pro-a perfección. Este desarrollo es natural y espontáneo; no es causado por nada exterior a la mónada. También aquí, una vez desechado el aparato metafísico, la idea conservó su influencia, especialmente en la psicología del desarrollo. Algunos psicólogos del desarrollo, y sobre todo Jean Piaget, creen que el desarrollo infantil es una progresión espontánea y natural, relativamente inafectada por el entorno. Esto, desde luego, se halla en el extremo opuesto a las concepciones empiristas, que consideran al niño como un ser ampliamente modelado por el medio ambiente. También en oposición a los empiristas, Leibniz defendió las ideas MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 10 innatas. Al igual que Descartes, creía que muchas ideas, como la de Dios y las verdades matemáticas, no podían derivarse de la experiencia, porque eran demasiado abstractas. Dichas ideas tienen por fuerza que ser innatas. Leibniz expresó su concepción mediante su famosa metáfora de la estatua. La mente, cuando nace, es comparable a un bloque de mármol. El mármol tiene vetas, y puede ocurrir, por ejemplo, que las vetas tracen la figura de Hércules en el mármol. Se requieren determinadas actividades para producir la estatua, pero en cierto sentido Hércules está «innato» en el mármol. De modo análogo, las disposiciones innatas del niño para ciertos tipos de conocimiento han de ser activadas, bien sea por la experiencia, bien por la propia reflexión del niño sobre la vida mental. Examinemos, por último, la teoría de la percepción de Leibniz, pues aquí Leibniz desbrozó el camino tanto a la psicofísica como a la psicología fundacional de Wundt (McRae, 1976). En primer lugar, Leibniz distinguió las petites perceptions de la perception. La petite perception es un estímulo —por utilizar un término actual— tan débil que no se percibe. Sirviéndonos de la metáfora más frecuente en Leibniz, nadie oye el sonido de una gota de agua que cae en la playa; he aquí una petite perception. Y sin embargo una ola que se estrella en la playa no es sino cientos de gotas que caen sobre ésta, lo que no impide que oigamos su fragor. De esta suerte, nuestra percepción del estallido de la ola está compuesta de muchas petites perceptions, cada una de ellas demasiado diminuta para ser oída, pero que en conjunto forman una experiencia consciente. Esta doctrina señala elcamino hacia la psicofísica, o estudio sistemático de la relación cuantitativa entre la intensidad del estímulo y la experiencia, que examinaremos en el capítulo 6. La teoría de Leibniz también implica la existencia del inconsciente o, como escribe Leibniz, de «cambios en el alma misma de los que no somos conscientes». Modificado en el siglo xtx y prohijado por Freud, el concepto de inconsciente estaba llamado a tener un impacto formidable en la Psicología. Leibniz también diferenció entre percepción y sensación. Una percepción es una idea tosca y confusa, en realidad no consciente, que los animales, como los humanos, pueden poseer. Sin embargo, a una persona le es posible depurar y aguzar sus percepciones hasta percatarse de ellas. Reflexivamente en su conciencia. Entonces se convierten en sensaciones•. Este proceso de refinamiento se llama apercepción. La apercepción también parece que interviene en la unificación de las pequeñas percepciones para convertirlas en percepciones. Este proceso de unificación, destacado por Leibniz, no es un proceso de mera agregación. Más bien, las percepciones son propiedades emergentes, que proceden de masas de pequeñas percepciones. Si combinamos luces azules y amarillas, por ejemplo, no tenemos la experiencia separada del azul y el amarillo, sino en su lugar la del verde, una experiencia emergente que no está presente en las luces más simples que la constituyen. La atención es el componente más importante de la apercepción para Leibniz, quien distinguió dos tipos, la pasiva y la activa. Si uno está ab- sorto en alguna actividad, puede no advertir otros estímulos, como que le esté hablando un amigo, hasta que el estímulo se vuelva tan intenso que automáticamente atraiga su atención. Aquí el cambio de atención es pasivo, porque el nuevo estímulo capta la atención. La atención puede también ser voluntaria, como cuando en una reunión uno se centra en una persona con exclusión de todas las demás. A veces Leibniz vinculó estrechamente la apercepción a la atención voluntaria, al considerar aquélla como un acto de la voluntad. Este es también el sentido en que Wundt usó el término apercepción. La memoria también interviene en la atención, porque, cuando esta- mos pendientes de algo, debemos fijarlo en la mente mediante la memoria. Leibniz cita un ejemplo sencillo, utilizado en la investigación del siglo xx, sobre la memoria ecoica y la atención. Si un amigo nos habla mientras estamos absortos en otra cosa, ocurre a veces que nuestra primera respuesta es «¿Qué?», pero ello no impide que a renglón seguido podamos contestar la pregunta de nuestro amigo. Esto demuestra que la pregunta no fue atendida en un primer momento, pero que de algún modo se almacenó en la memoria, por lo que fue posible atenderla posteriormente; en forma análoga, una vez que nuestra atención ha quedado prendida, podemos, por lo común, recordar haber • La acepción que da Leibniz a este concepto se sitúa, a grandes rasgos, en el extremo opuesto a la que le asigna la Psicología actual. Hoy día, una sensación hace referencia a un proceso sensorial receptor, mientras que una percepción es un evento cerebral central, o también mental. Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍA U I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 11 oído antes un ruido, aunque éste haya sido débil. . Más adelante veremos todas estas ideas matizadas y elaboradas en la teoría de la apercepción de Wundt. La tradición empirista británica Al otro lado del Canal de la Mancha se estaba fundando el empirismo moderno. En Inglaterra la atmósfera era muy diferente, menos agobiada por la metafísica y más interesada por las cosas tal y como son. Los em- piristas son más descriptivos en su forma de enfocar la mente. Descartes, Spinoza y Leibniz querían todos ellos perfeccionar el espíritu, proponiendo algún método que evitara el error. Los empiristas se interesaban más por cómo funciona de ordinario la mente, y no por cómo debería funcionar idealmente. Las leyes de la vida social: Thomas Hobbes (1588-1679) La importancia de Hobbes deriva de haber sido el primero en com- prender y expresar la nueva concepción científica de los seres humanos y de su lugar en el universo. Hobbes escribió: «Puesto que en apariencia la vida no es sino un movimiento de miembros... ¿por qué no podemos decir que todos los autómatas... tienen una vida artificial? Pues, ¿qué es el corazón sino un muelle; y los nervios, sino muchas cuerdas; y las articu- laciones, sino otros tantos engranajes que llevan el movimiento a todo el cuerpo?» (Bronowski y Mazlish, 1960). Contemporáneo de Hobbes, Des- cartes creía que los animales, pero no los hombres, eran por entero má- quinas. Hobbes llegó mucho más lejos proclamando que la sustancia es- piritual es una idea carente de sentido. Sólo la materia existe, y las acciones de las personas, en no menor grado que las de los animales, están totalmente determinadas. En un punto Hobbes y Descartes estaban de acuerdo: en que la Filo- sofía debía construirse según el modelo de la Geometría. De hecho, fue el encuentro accidental de Hobbes, a la edad de cuarenta años, con las elegantes pruebas de Euclides, lo que le impulsó a filosofar. Por lo demás, Hobbes es un auténtico empirista. Creía que todo conocimiento hunde en última instancia sus raíces en la percepción sensorial. Sostuvo un nominalismo radical, considerando a los universales como apenas otra cosa que nombres adecuados, que agrupan recuerdos de percepciones sensoriales. Descartó los argumentos de la metafísica, considerándolos meras disputas escolásticas sobre conceptos carentes de sentido. Separó tajantemente la filosofía, que es racional y significativa, de la teología, que es irracional y sin sentido. Su doctrina psicológica más interesante es la que afirma que el lenguaje y el pensamiento se hallan íntimamente relacionados, y son quizás incluso idénticos. En su obra más importante, Leviathan (1651), Hobbes escribió: «El entendimiento no es otra cosa que la concepción causada por el habla». Además, afirma que «los niños en absoluto poseen razón, hasta que no han alcanzado el uso del lenguaje». Hobbes fue el primero del amplio, y todavía existente, linaje de filósofos británicos que identifican el pensamiento correcto con el uso correcto del lenguaje. Para la psicología, se trata de problema antiguo y todavía no resuelto: el de si el pensamiento es un habla manifiesta o encubierta, o si, en cambio, el habla se limita a revestir los conceptos abstractos. Hobbes estaba a todas luces a favor de lo primero. Sin embargo, el verdadero interés de Hobbes se centraba en la ciencia política, que reivindicó haber inventado. Opinaba que si el hombre es una máquina determinista como las estrellas y los planetas, entonces la ciencia de los asuntos humanos resultaba tan hacedera como la astronomía y la física. Como alguien que había tenido que pasar por la guerra civil inglesa, deseaba colocar el gobierno sobre una firme base racional, para evitar en el futuro errores análogos. En el Leviathan, Hobbes toma como punto de partida un lugar común del liberalismo moderno: que las personas son creadas a grandes rasgos en igualdad de capacidades físicas y mentales. Sin embargo, si no hubiera gobierno, cada persona buscaría su propio provecho a costa del de sus prójimos. Fuera de la sociedad organizada —escribía Hobbes: «hay siempre guerra de todos contra todos... y la vida del hombre es solitaria, sucia, brutal y breve». La solución para los hombres consiste en reconocer que su propio interés racional se sitúa en un estado regulado, que proporcionará la seguridad, los frutos del trabajo y otros beneficios. Ello significa reconocer la existenciade Leyes de la Naturaleza; por ejemplo, la de que cada persona debe renunciar a la total libertad y al derecho igual a todas las cosas que engendra la guerra, y «debe contentarse con tanta libertad contra los demás hombres, como la que él concedería a los demás contra él». El mejor estado para garantizar dichas libertades —seguía argumentando Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 12 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I ORIGEN FILOSÓFICO Y CIENTÍFICO DE LA PSICOLOGÍA Hobbes— es un despotismo absoluto, donde todos los miembros de una sociedad someten sus derechos y poderes a un soberano, ya sea rey o parlamento, que los regirá y protegerá, unificando sus múltiples voluntades en una sola. La idea de Hobbes de que la Ley Natural podía aplicarse a las perso- nas reviste considerable importancia para la Psicología. Según él, hay reglas inherentes a la naturaleza, que existen con independencia de que la humanidad las reconozca, y que gobiernan todo, desde el mecanismo planetario del sistema solar a los mecanismos biológicos de los animales, incluido el hombre. La actitud de Hobbes, sin embargo, no es totalmente científica, pues afirma que damos nuestro consentimiento racional a la observancia de las Leyes Naturales. Sólo en épocas de seguridad debemos observarlas; estamos autorizados a quebrantarlas si el gobierno u otras personas pretenden llevarnos a la ruina personal. Los planetas no pueden elegir entre obedecer o no las leyes del movimiento de Newton, y en este sentido las Leyes Naturales de Hobbes no son como las leyes de la física. Al correr de los años, otros pensadores se ocuparían de hacerlas cada vez más similares. El entendimiento humano: John Locke (1632-1704) John Locke fue amigo de los científicos Isaac Newton y Robert Boyle —en cuyos laboratorios trabajó—, miembro de la Sociedad Real, conse- jero y preceptor de políticos nobles y, en ocasiones, médico practicante. Como cabía esperar de tales antecedentes, Locke dio un giro práctico y empirista a su filosofía. Su obra más importante fue el Ensayo sobre el entendimiento humano (1690), que comenzó a escribir en 1671. A dife- rencia del racionalista Descartes, que buscaba la Verdad Platónica última. Locke quería comprender cómo funciona realmente la mente humana: cuáles son las fuentes de sus ideas y las limitaciones del conocimiento humano. La epistemología de Locke resulta así, en realidad, una psicología, por su énfasis en el cómo conoce la mente más que en el qué conoce. Locke aportó, pues, el espíritu científico a la filosofía, extirpándole la metafísica, con el fin de asegurarse de lo que puede ser conocido empíricamente sobre la mente humana. En la historia de la psicología, por tanto, Locke representa un punto importante de inflexión. A partir de él, el examen de la mente humana misma se vuelve importante, reemplazando a la especulación metafísica sobre lo que no puede ser conocido. ¿Qué pueden entonces conocer los hombres? Locke declaró: «Dado que el Espíritu, en todos sus pensamientos y Razonamientos, no tiene más objeto inmediato que sus propias Ideas... es claro que nuestro Conocimiento sólo versa sobre ellas». El espíritu no sabe de Formas y Esencias, sino sólo de sus propias ideas. ¿De dónde proceden éstas? Locke escribió: «A esto respondo con una sola palabra: de la Experiencia, en ella se funda todo nuestro conocimiento y de ella deriva. Nuestra Observación, ocupada, ya sea en los Objetos externos y sensibles, o en las operaciones internas de nuestras Mentes..., es lo que provee a nuestros Entendimientos de todos los materiales del pensamiento. Estas dos son las Fuentes del Conocimiento, de donde emanan todas las Ideas que tenemos, o podemos tener por naturaleza». Locke formula así el principio empirista de que el conocimiento deriva de la experiencia sola. En otros lugares, Locke se vale del conocido símil de la mente como una tabula rasa, o trozo de papel en blanco, sobre los que la experiencia escribe las ideas. Con todo, debemos añadir algunas importantes matizaciones a las tesis de Locke, pues no fue un empirista radical. Para empezar, la experiencia es de dos clases: la sensación de los objetos externos y la reflexión sobre las operaciones de nuestras mentes. Por consiguiente, podemos tener conocimiento tanto del mundo externo como de nuestro mundo interno y mental. El conocimiento directo de la mente resulta, por ello, posible a través de la introspección. Además, Locke no afirma que las operaciones mentales se adquieran merced a la experiencia. Las facultades del pensamiento, la memoria y la percepción son todas ellas innatas, como lo eran para Descartes. Los seguidores posteriores de Locke rechazaron ambas tesis. Ahora bien, es cosa sabida que Locke atacó las ideas innatas, dedicando el primer libro de su Ensayo a argumentar contra ellas. Sin embargo, ello no suponía un ataque a Descartes, como generalmente suele creerse. A quienes se oponía Locke era al numeroso grupo de autores ingleses que creían en principios morales innatos, viendo en ellos el fundamento de la moralidad cristiana. En consonancia con esto, podían afirmar que era una ley divina, implantada en el alma, el que una persona creyese en Dios; todo incrédulo era un depravado y un monstruo moral con tanto motivo como lo sería físico un niño de tres piernas. De hecho, Locke mismo fue denunciado desde todos los ángulos como un ateo peligroso por negar las verdades morales innatas. Su ataque contra MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 13 ellas se debió a que creía que la idea de moral innata y las verdades metafísicas constituían los pilares del dogmatismo. Las escuelas de su época se valían de las máquinas como base de la enseñanza. Los estudiantes debían aceptarlas y sólo a continuación demostrarlas. Locke abogó por el principio del descubrimiento. Los estudiantes debían mantener abiertas sus mentes, descubriendo la verdad a través de la experiencia y siguiendo sus propios talentos, en vez de embutírseles a la fuerza en el corsé de las máximas escolásticas. Considerar a Locke, como muchos hacen, el padre de la educación reglada, es un craso error. Los argumentos de Locke contra las ideas innatas no consiguieron abrir nuevos caminos frente al innatismo de Descartes o Leibniz, como aquél reconoció. Estos creían en las ideas innatas activadas por la experiencia, lo cual, según Locke, sólo se diferenciaba en aspectos triviales de su propia doctrina de las capacidades mentales innatas. De hecho, hay mucho de mecanismo mental innato y activo en la «mente vacía» de Locke. Como Descartes, Locke afirma que el lenguaje es un rasgo humano, característico de la especie. En su Ensayo escribió: «Habiendo concebido Dios al Hombre como una criatura sociable... le proveyó también del lenguaje... Los loros, y varios otros pájaros, pueden ser enseñados a articular sonidos lo suficientemente claros y distintos, y, sin embargo, de ninguna manera son capaces de Lenguaje.» Sólo los seres humanos saben usar sonidos articulados para representar ideas. En su obra sobre la educación, Locke sostiene que buena parte de la personalidad y de las habilidades del niño son innatas. Los motivos básicos del hombre —la búsqueda de la felicidad y la evitación de la desdicha— son de modo similar, «principios prácticos innatos», aunque no tengan, por supuesto, nada que ver con la verdad. Para Locke, la mente no era simplemente un espacio vacío que debe ser amueblado por la experiencia, sino más bien un complejo dispositivo de procesamiento de la información, preparado para convertir los materiales dela experiencia en conocimiento humano organizado. La experiencia directa nos suministra ideas simples, que son después elaboradas y combinadas por la maquinaria mental en ideas complejas. El conocimiento se produce cuando inspeccionamos nuestras ideas y vemos cómo concuerdan o discrepan. La piedra fundamental del conocimiento era, para Locke, como para Descartes, las proposiciones evidentes intuitivamente por sí mismas, aunque para el primero se trataban de verdades experimentadas como auto evidentes en vez de verdades descubiertas en el alma. Por ejemplo: sabemos directa e intuitivamente, sin posibilidad de error, que los colores negro y blanco no son lo mismo («discrepan»). Las formas más complejas de conocimiento surgen cuando deducimos consecuencias de las proposiciones evidentes. Como Descartes, Locke creía que, de esta forma, todo el conocimiento humano, incluso la ética y la estética, podía ser sistematizado geométricamente. Podemos concluir que las diferencias entre el empirista Locke y el ra- cionalista Descartes eran sobre todo diferencias de énfasis. Ambos deseaban superar la estéril filosofía escolástica; ambos intentaron lograr esto analizando la mente humana. Descartes estuvo más atado al pasado, buscando todavía con la razón pura la verdad trascendente. Locke apunta más hacia el futuro empírico. Reconoció los límites del conocimiento y la razón humanos; de hecho, una de sus razones para escribir el Ensayo fue mostrar lo que la humanidad podía esperar conocer, de forma que únicamente se planteara el estudio de las cuestiones fructíferas. En cierta forma, Locke fue menos empirista que su predecesor Hobbes. Hobbes afirmaba que pensamos con nuestro lenguaje adquirido, que las palabras son sólo signos de las ideas. Locke insistió en que las palabras son sólo signos de las ideas. Para Locke, pues, la razón viene, en primer lugar, y sólo a continuación es encuadrada en palabras convencionales. Para Hobbes, más radical, no se puede pensar sin haber adquirido el lenguaje; la razón llega después. Locke fue, de ordinario, un escritor muy claro y rebosante de sentido común. Sin embargo, en un punto crucial fue ambiguo, alimentando el empi- rismo radical de sus sucesores británicos y causando un sinfín de quebra- deros de cabeza a sus comentaristas modernos. Como hemos visto, Locke establece que el conocimiento humano sólo versa sobre ideas. Sin embargo, ¿qué es una idea? Dos interpretaciones son posibles. La primera fue adop- tada por el primer comentarista de Locke, el obispo Berkeley, con implicaciones radicales que abordaremos en el próximo capítulo. Según este punto de vista, las ideas son objetos mentales, el moblaje de la mente, y nuestro conocimiento queda limitado a ellas. De forma que cuando alguien dice «Una bola de nieve es blanca», se está refiriendo tan sólo a l a imagen mental de una bola de nieve. Aunque es claro que Locke creía que las ideas se corresponden con las cosas del mundo, Berkeley demostró que esto no puede ser probado, de forma que no tenemos garantía de que nuestro co- nocimiento sea un conocimiento «real». El resultado es el escepticismo. Por otro lado, la mayoría, aunque no la totalidad, de los comentaristas modernos Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 14 siguen al filósofo escocés Reid y rechazan la interpretación de Berkeley. Sostienen que Locke entendía por idea una especie de acto mental, y en concreto un acto de percepción, por el que la mente conecta con el mundo externo. Así, cuando alguien dice «Una bola de nieve es blanca», se está refiriendo, no a una cierta imagen mental, sino a las bolas de nieve reales. La polémica incide sobre la ubicación que asignemos a Locke en la historia de la Psicología. En el siglo xix hubo en Europa dos grandes escue- las de Psicología académica, cada una de las cuales es congruente con una interpretación de la idea de Locke. Fue una la psicología del contenido, cuyo portavoz más autorizado fue E. B. Titchener. En esta psicología, las sensaciones eran consideradas como átomos irreductibles, constitutivos de la con-ciencia —el contenido elemental, o moblaje, de la mente—. Semejante teoría sigue los pasos de Berkeley. La otra psicología, que tuvo como portavoz a Franz Brentano, fue la psicología del acto, en la cual cualquier evento mental se interpretaba como un acto mental que se refería a alguna cosa del mundo externo. Esta teoría es una derivación de Reid. Titchener se percató de que aquí nos hallábamos ante dos formas rivales de concebir la mente. El ambiguo uso que hizo Locke del concepto de «idea» puede ser vinculado a cualquiera de los dos sistemas. Comoquiera que sea, lo que de veras resulta importante en Locke es su actitud empírica con respecto a la mente. Locke deseaba saber cómo funciona, y esto es una cuestión estrictamente psicológica, desembarazada de toda excrecencia metafísica. Locke no practicó una psicología científica, recogiendo datos y diseñando programas de investigación; creía que la mente podía conocerse a sí misma mediante la reflexión. Pero desbrozó el camino para una ciencia de la mente. EL SIGLO XVII: LOS GERMENES DEL CAMBIO Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍA El siglo xvll estableció los cimientos de la Ilustración del xviii. El universo mecanicista de raigambre newtonianocartesiana racionalizaba a Dios, el mundo y a la humanidad. No tenía cabida para los milagros, oráculos, visiones o para el dogmatismo metafísico. Proponía teorías de la huma- nidad, la sociedad y la ética que descartaban la naturaleza celestial del hombre, pero que aun así mantenían la esperanza de la posibilidad de fe- licidad aquí en la tierra. En el siglo xvii, Locke abandonó la metafísica en favor de la psicología, y Leibniz aventuró ideas que resultaban básicas para la psicología científica posterior. En el siglo xvili, tales simientes llegarían a fructificar, conforme la ciencia y la razón fueran sustituyendo a la religión, en tanto que instituciones intelectuales fundamentales de la sociedad moderna. Se proclamaría al hombre como una máquina carente de alma, y se cambiarían de arriba abajo las bases de las sociedades en nombre de la felicidad material. Hacia 1700 el orden mundano medieval había tocado a su fin. Tres fechas resultan especialmente simbólicas. En 1686, un popular autor francés, Fontenelle, acercó la ciencia al público ilustrado de Francia, deslumbrando a sus lectores. Aunque se presentaba a los hombres como una simple partícula mecánica en un universo también mecánico, el hecho de conocer este secreto fue toda una revelación de gran efecto edificante. La ciencia y las matemáticas se pusieron de moda. En 1687, aparecieron los Principia Mathematica Philosophiae Naturalis de Newton, que suponía la consagración de la concepción matemática del mundo como máquina. Pronto, la Ley Natural sería extrapolada a los seres humanos y a los gobiernos, con consecuencias revolucionarias. En 1688 sobrevino la Gloriosa Revolución en Inglaterra, con la deposición pacífica de Jacobo II y la entronización de Guillermo de Orange. En dicha revolución nació el estado liberal moderno: los reyes no son agentes designados por la mano divina, cuya voluntad sea ley absoluta. Son instrumentos del pueblo, reemplazables según la voluntad de éste. La revolución fue justificada filosóficamente por John Locke, en términos similares a los de la Declaración Norteamericana de Independencia noventa años después. La razón había prevalecido sobre la tradición y la fe. El triunfo de la razón en la Edad de la Razón estaba a la puerta. Y, sin embargo,una contracorriente de muy distinto espíritu se incubaba bajo la superficie. Los viajes de los descubridores habían hallado primitivas y ex- trañas culturas. Para Hobbes y Locke, aquellos salvajes representaban al hombre en un estado de naturaleza sin civilizar e infeliz. Locke escribió en su Segundo tratado sobre el Gobierno: «En el principio, todo el mundo era América.» Pero ¿eran infelices los indios? Vivían próximos a la Naturaleza, libres de artificios, obrando según el instinto natural. Quizá la felicidad estribaba en dejar de lado la razón, con sus modos de ser abstractos y artificiales, y en retornar al instinto del salvaje feliz. Comenzaba a perfilarse una reacción contra la razón. El poeta Chalieu escribía en 1708 que la razón es «una fuente inagotable de errores, veneno que corrompe los sentimientos naturales». J : J. Rousseau escribió que la razón <alimenta nuestro orgullo insensato... ocultándonos continuamente de nosotros mismos». Preguntábase U I O F C P MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 15 Rousseau: «¿Quién es menos bárbaro... la razón que nos extravía, o el instinto que guía (al indio) sin falta?» Chalieu afirmó que su propósito era «destruir los altares que han erigido en tu honor (en el de la Razón)». He aquí sembrada la simiente de la Rebelión Romántica contra la razón y en favor de la venida del Buen Salvaje. La tensión entre individuo y sociedad, sentida de modo tan lancinante por Sigmund Freud, fue creciendo a medida que la razón exigía más y más de los hombres. REFERENCIAS Bronowski, J., y Mazlish, B.: The western intellectual tradition. Nueva York, Harper & Row, Pub., 1960. Burtt, E. A.: The metaphysical foundations of modern science. Garden City, N.Y., Doubleday, 1954. (Trad. cast.: Fundamentos metafísicos de la ciencia moderna. Buenos Aires, Sudamericana, 1960.) Butterfieid, H.: The origins of modern science 1300-1800. Nueva York, The Free Press, 1965. (Trad. cast.: Los orígenes de la ciencia moderna. Buenos Aires, Sudamericana, 1969.) Hazard, P.: The European mirad 1680-1715. Nueva York, New American Library, 1963. Hobbes, T.: Leviathan. Nueva York, Collier Books, 1962. (Trad. cast.: Leviatán. Madrid, Editora Nacional, 1979.) Kuhn, T.: «Mathematical vs. experimental traditions in the development of physical science». The Journal of Interdisciplinary History, 1976, 7, 1-31. Locke, J.: An essay concerning human urderstanding (Peter Nidditch, ed.). Oxford, Clarendon Press, 1975. (Trad. cast.: Ensayo sobre el entendimiento humano. Madrid, Editora Nacional, 1978.) McRae, R.: Leibniz: Perception, apperception, and thought. Toronto, University of Toronto Press, 1976. Rattansi, R.: «The social interpretation of science in the seventeenth century», en P. Mathias (ed.), Science and Society 1600-1900. Cambridge, Cambridge University Press, 1972. Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H.(1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. NIDAD RIGEN ILOSÓFICO Y IENTÍFICO DE LA SICOLOGÍAU I O F C P
Compartir