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EL MURO DE LA ANOREXIA -Domenico Cosenza - Tamara Fonte Cadiz

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Título original: Il muro dell’anoressia
© Domenico Cosenza.
© de la traducción: Del prólogo y la traducción: Silvia Grases Mondelo, 2013.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018.
Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: GEBO511
ISBN: 9788424938246
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción,
distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas
por la ley. Todos los derechos reservados.
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Índice
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
1. DEL SÍNTOMA AL TRASTORNO Y RETORNO...
2. DEL DÉFICIT DEL YO AL RECHAZO DEL OTRO...
3. ENTRE NARCISISMO Y DEPENDENCIA...
4. LA RESPUESTA DE LACAN...
5. DESARROLLOS DE LA ORIENTACIÓN LACANIANA...
6. LAS CUATRO FUNCIONES DEL RECHAZO...
7. LÍNEAS DE ORIENTACIÓN EN LA CURA...
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS
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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
por
SILVIA GRASES
Hacia 1997, en los preliminares de la creación de una unidad de atención de la anorexia y
de los trastornos de la alimentación en una clínica del área de Barcelona, me encontré
con Francisco Burgos, médico psiquiatra formado en la enseñanza de Lacan. Ese
proyecto inicial no llegó a ponerse en funcionamiento, pero posibilitó nuestro encuentro.
A lo largo de los años se fue forjando entre nosotros no solo una gran amistad, sino
también un proyecto de investigación y tratamiento en torno a la anorexia, que tiempo
después dio paso a la fundación de la asociación EBA en Barcelona, en septiembre de
2000.
En el tiempo previo a la creación de EBA, mi interés por la anorexia y el deseo de
saber, de entender algo del enigma que representaba me condujo hasta Italia, donde
Fabiola De Clercq, autora de un libro testimonial de su vida entre la bulimia y la anorexia,
había fundado la asociación ABA. Mi primer viaje a Milán tuvo lugar a principios del año
2000. Llegué con la idea de conocer ABA, a su fundadora, a su director, Massimo
Recalcati, y a su equipo. Me recibió Domenico Cosenza, quien tenía ya una importante
experiencia de trabajo con pacientes anoréxicas. Ese fue nuestro primer encuentro.
Domenico me enseñó la asociación e improvisó para mí una primera «lección» sobre la
posición anoréxica y su relación con la época. Por entonces, tanto mi conocimiento de la
lengua italiana como de la enseñanza de Lacan eran rudimentarios, pero lo que capté sin
lugar a dudas fue la pasión que animaba el trabajo y la investigación que allí
desarrollaban. Así fue como el deseo que se jugaba por ambas partes posibilitó cierta
transmisión, a pesar de las dificultades. Desde entonces, Domenico, Paco y yo nos
seguimos encontrando en nuestros viajes a Italia, estableciendo lazos de trabajo y de
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amistad. Posteriormente, en las visitas de Domenico Cosenza a Barcelona como docente
del Seminario del Campo Freudiano, siempre nos reencontrábamos para continuar una
interesante conversación sobre la clínica de la anorexia, nuestras investigaciones, las
dificultades surgidas y las invenciones posibles.
Hoy, en mi lectura de El muro de la anorexia encuentro una obra madura que ordena
y resignifica el trabajo y las producciones teóricas y clínicas que Cosenza ha elaborado a
lo largo de estos años. El lector encontrará una excelente orientación de lectura en la
introducción elaborada por el autor, con el estilo detallado y riguroso que le caracteriza.
Estilo impregnado de pasión, pues Cosenza disfruta de poner a prueba enseñanza y
transmisión, y eso se hace patente tanto en su labor como docente como en sus textos
escritos. Esta pasión es la que le permite no solo no retroceder ante los aspectos más
oscuros y confusos del tema, sino ofrecer un retrato bien documentado, a la par que
original, a partir del cual es posible, y así nos lo demuestra, encontrar los resortes que
posibilitarán al clínico abrir brechas en ese muro que permitan un trabajo sobre el goce,
aspecto nodal del problema.
La anorexia plantea un reto al psicoanálisis, porque el goce anoréxico es refractario a la
palabra. El psicoanálisis nos permite una lectura de la posición anoréxica, pero también
desvela amargamente que, en su clínica tradicional, encuentra un límite para operar algún
tipo de rectificación o moderación del goce en la anorexia mental. Este es el enorme reto
que aborda este libro. Para enfrentarlo, hay que tener la valentía de reconocer esta
ineficacia como punto de partida, pues solo desde el reconocimiento de esta falla es
posible reescribir el problema de otro modo. Creo que es una buena manera de aceptar el
desafío que Lacan lanzó a los psicoanalistas respecto a saber estar a la altura de la
subjetividad de su época.
Este es el desafío que Cosenza acepta, como nos muestra ya el título de su obra. El
muro es el nombre de esta dificultad y de este reto. El muro es el nombre de la posición
anoréxica de rechazo. El muro es el nombre del goce anoréxico. El muro es también
producción de la época: los muros mudos de la sociedad industrial y capitalista, que
segregan, separan, y que nuestros jóvenes se empeñan en humanizar, grafitear, hacer
hablar. Por eso el autor toma el muro como reto, como causa, como objeto de
investigación, para centrarse en el abordaje de su naturaleza impenetrable, constituida por
el rechazo. La declinación del rechazo en cuatro modalidades o funciones provee un
primer mapa para aproximarse a este muro, y situar posibles brechas que resquebrajen su
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carácter impenetrable. Mapa que necesariamente deberá articularse con cada paciente en
singular.
Este es el camino que permite pensar el abordaje clínico y el problema de la
intervención sobre el goce y, en consecuencia, la técnica. En este sentido, este libro tiene
un precedente importante en el estudio sobre el problema de la técnica lacaniana
realizado por el autor, publicado hace unos años.1 El objetivo de ese trabajo era
«explorar el funcionamiento del dispositivo analítico y la función que en él ejercita el
analista en la enseñanza de Jacques Lacan»,2 y, sin duda, uno de los aspectos
fundamentales que el libro abordaba era el problema de la interpretación y del acto en la
enseñanza lacaniana en la medida en que esta nos descubre cada vez más el núcleo de
goce y sinsentido que habita el corazón del hablanteser. Cosenza afirmaba entonces que
la técnica en psicoanálisis no era algo neutro, sino el síntoma de la teoría de la causalidad
psíquica, y que en Lacan hay un trabajo de «continua reconducción de la técnica
analítica a la lógica del inconsciente en acto en la experiencia singular de un
psicoanálisis».3 La forma en que el autor aborda en el presente libro el problema de la
anorexia y abre vías de intervención constituye la mejor demostración de esas palabras.
Por estas razones, El muro de la anorexia es un libro fundamental para el
psicoanalista que acepta el reto que plantea la clínica en el siglo XXI. El muro del goce
impenetrable caracteriza a los llamados nuevos síntomas que proliferan en nuestra época.
Como el autor matiza, la anorexia tiene una especificidad propia que no ha de diluirse en
el conjunto de manifestaciones sintomáticas actuales. Y sin embargo, este libro transmite
una orientación de trabajo en la clínica actual, porque la anorexia, nos dirá el autor,
revela la estructura real del síntoma, su núcleo de goce residual sin relación con el
significante. En este sentido, conviene resaltar que este texto da cuenta de la ética del
analista, de los efectos de su posición frente a un problema teórico y clínico de absoluta
actualidad y muestra un trabajo que, rigurosamente fundamentado en la enseñanza
lacaniana, resulta radicalmente innovador, con efectos sobre la espinosa cuestión de la
rectificación del goce.
Barcelona, 6 de marzo de 2013
6
A PACO BURGOS,
AMIGO Y COMPAÑERO DE AVENTURA
EN LA CLÍNICA DE LA ANOREXIA
ORIENTADA POR EL PSICOANÁLISIS DE LACAN.
EN RECUERDO DE NUESTROS ENCUENTROS, CON SILVIA,
ENTRE MILÁN Y BARCELONA,
SIEMPREVIVOS EN MI MEMORIA.
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AGRADECIMIENTOS
Este libro no habría sido posible sin la decisiva contribución de algunas experiencias que
me han formado en el trabajo con sujetos que sufren de anorexia y bulimia. La primera
de estas, a la que dirijo mi agradecimiento, está ligada al trabajo que desarrollo hace
ahora ya más de una década como psicoterapeuta y como director científico en la
comunidad terapéutica La Vela de Moncrivello, cerca de Vercelli. A todos los colegas del
equipo, empezando por Laura Ciccolini, que es la responsable clínica, va mi
agradecimiento por la pasión clínica con la que tratamos de sostener a las pacientes en el
intento de afrontar situaciones cuando menos problemáticas, a menudo en los límites de
la intratabilidad.
En segundo lugar, quiero dar las gracias a todos los colegas con los que he compartido
la experiencia clínica de ABA (Associazione per lo studio e la ricerca sull’anoressia, la
bulimia e i disordini alimentari), de los que he aprendido mucho y con los que he
compartido momentos importantes para mi formación, en especial en el periodo de mi
dirección científica de la institución, de octubre de 2002 a noviembre de 2006. En
particular, quiero dar las gracias, por su solidaridad al compartir las responsabilidades
institucionales, además de por la amistad que nos une, a Anna Maria Speranza, con la
que he compartido todas las decisiones más importantes en calidad de director de ABA,
hasta el momento de nuestras dimisiones.
En tercer lugar, mi agradecimiento a mis colegas del Istituto Freudiano y de la Scuola
Lacaniana di Psicoanalisi (SLP) con los que he dado inicio al Departamento sobre
Patologías Alimentarias, y en particular al presidente del Istituto Freudiano, Antonio Di
Ciaccia, que ha aceptado con entusiasmo mi idea de iniciar esta nueva experiencia; y
también a Maurizio Mazzotti, que la ha sostenido con convicción en calidad de
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presidente de la SLP, y a Carole Dewambrechies La Sagna, que ha aceptado con pasión
y disponibilidad ayudarme a dirigirlo.
Mi agradecimiento se dirige también a Pierre-Gilles Guéguen, mi director de tesis en el
Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII, dado que este libro
retoma, reelaborándola, una tesis sostenida allí por mí; y también a Jacques-Alain Miller,
director del departamento, de cuya lectura de los fundamentos del psicoanálisis depende
en gran parte este trabajo.
Luisella Brusa, Maurizio Fadda y Angelo Villa han leído a petición mía el manuscrito
antes de su publicación, dándome indicaciones valiosas, por las cuales les estoy
reconocido.
Finalmente, un sincero agradecimiento para mi mujer, María, y para mi hijo,
Alessandro, a los que dedico este libro por la paciencia con la que han sostenido en estos
años, de diferentes maneras, mi investigación.
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INTRODUCCIÓN
Este libro gira en torno al problema de la anorexia mental, pensada como síntoma que
encarna una peculiar posición del sujeto. Por tanto, no simplemente como síndrome
específico de una constelación de trastornos de la conducta y de la cognición. De hecho,
el interrogante clínico sobre el estatuto sintomático de la anorexia, sobre la lógica que lo
sostiene, sobre las funciones que lo caracterizan y sobre su funcionamiento atraviesa de
inicio a fin esta investigación. Desde esta perspectiva, encuentra su lugar en el surco de la
tradición iniciada por Freud, diferenciándose críticamente del enfoque, hoy dominante en
el tratamiento de la anorexia y de la bulimia, de las terapias cognitivo-conductuales.
En cualquier caso, el encuentro con la anorexia mental como síntoma introduce, en la
relación del clínico con la tradición analítica, una tensión problemática cuyos efectos se
localizan ampliamente tanto en la literatura del sector como en lo vivo de la experiencia
del tratamiento. La lectura de esta «tensión», que concierne en general a la difícil
relación entre el sujeto anoréxico y la cura, y en particular a la relación entre la anoréxica,
el psicoanalista y la práctica freudiana en su conjunto, es uno de los focos fundamentales
de este trabajo. Una lectura crítica del problemático encuentro entre anorexia y
psicoanálisis, que haga emerger lo logrado y lo fallido en este encuentro y en los efectos
que ha producido en la historia de la clínica, y un intento de interpretación de esta
dificultad, que vaya hacia una reformulación del enfoque analítico de la anorexia
mental, son algunos de los objetivos clave que aquí nos proponemos.
Sabemos que Freud debía al encuentro con la histeria la invención del psicoanálisis
como talking cure y que la práctica freudiana fue en su origen el efecto de un buen
encuentro entre la palabra de la histérica, por un lado, y la escucha y la interpretación del
psicoanalista, por el otro. La razón fundamental de tal logro, junto al efecto de novedad
introducido por la práctica freudiana, está ligada a la peculiar estructura del síntoma
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histérico y, en general, del síntoma neurótico: su funcionar para el sujeto mismo como
sustitución simbólica, que se manifiesta en la conversión somática de la histérica o en la
rumiación del pensamiento del obsesivo, de un deseo inconsciente reprimido. La histérica
produce su síntoma como fenómeno al que atribuye un sentido enigmático, y demanda al
analista en la transferencia, es decir, suponiéndole un saber sobre la verdad de tal enigma,
que lo interprete. Al analista corresponde la tarea, salvo raros casos, de no satisfacer la
demanda de sentido de la histérica, remitiéndole a ella misma el trabajo de interpretación
del enigma de su síntoma.
No encontramos nada de esto en la práctica clínica cuando nos las tenemos que ver
con la anorexia mental, excepto en aquellas formas en que es la histeria la que se
manifiesta bajo las vestiduras del síntoma anoréxico. La anoréxica no vive su condición
como un problema. Por el contrario, tiene una relación egosintónica, de plena
identificación y libre de interrogación enigmática respecto de su síntoma. Por esta razón
no demanda nada a nadie a ese respecto, no tiene nada que decir sobre ello, no desarrolla
transferencia alguna ni tiene la más mínima intención de deshacerse de su síntoma, que,
además, vale para ella más que ella misma. El clínico choca con este muro cuando se
encuentra en su camino a un sujeto en anorexia mental. Al contrario que la histérica, que
se abre a la escucha freudiana tras haber sido considerada como incomprensible e
intratable por los cuadros psicopatológicos orgánicos de la psiquiátrica de finales del siglo
XIX, la anoréxica sitúa entre ella y el Otro una barrera impermeable de división, insensible
a la llamada del sentido y de la interpretación. En este sentido, la anoréxica no se limita a
confundir y a dejar en un estado de impotencia a la medicina, a poner contra las cuerdas
a la nutrición clínica y a volver marginal la eficacia de la psicofarmacología. Su desafío
más radical y nuevo se dirige, precisamente, a la herencia de las prácticas de cura
surgidas de la cepa freudiana, a las curas por la palabra, a las psicoterapias dinámicas y,
en última instancia, a la noble madre de todas ellas: el psicoanálisis.
Por consiguiente, este libro quiere ser en lo esencial una lectura del muro
impermeable de la anorexia, que separa al sujeto anoréxico, inmerso en el goce de su
síntoma, del lazo con el Otro. División que reencontramos en cada ocasión, siempre en
una modalidad singular e irreductible, en el encuentro clínico con la anorexia mental, allí
donde el sujeto anoréxico, envuelto en su síntoma, aparece como desconectado y
eclipsado del campo de la palabra y del lenguaje.
Lo que aquí queremos afirmar, y se trata de una tesis que atraviesa este trabajo, es
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que la fenomenología clínica del sujeto en anorexia mental muestra en acción, en los
repetidos rituales en torno al peso y al cuerpo, en la ausencia de reconocimiento de la
enfermedad y de demanda de cura, en la reducción a cero del alcance evocativo de la
palabra, en la ausencia de transferencia que la caracteriza, una estructura y un
funcionamientosintomático de nuevo género, irreductible (con la excepción de los
cuadros de las formas histérico-neuróticas de anorexia) a la estructura clásica del síntoma
como mecanismo de sustitución simbólica inconsciente o como metáfora del sujeto. Más
bien, prevalece la encarnación de un núcleo de goce autista desconectado del
inconsciente en su forma clásica utilizada por la tradición psicoanalítica en el trabajo con
el sujeto neurótico.
Esto nos conduce a compartir la tesis de una ineficacia sustancial del psicoanálisis
como hermenéutica codificada del sentido inconsciente y de la fantasmática
psicosexual en el tratamiento del sujeto en anorexia mental, señalada críticamente en
numerosos puntos, a partir de la década de 1960, por las madres fundadoras de la clínica
contemporánea de la anorexia mental: Hilde Bruch y Mara Selvini Palazzoli. Respecto a
ese psicoanálisis, que también desde nuestro punto de vista se sitúa en el surco de la
enseñanza de Jacques Lacan, la crítica de Bruch y Selvini Palazzoli constituye un punto
de no retorno.
La diferencia consiste en el hecho de que, mientras que para Selvini Palazzoli,
paradigmáticamente, el fracaso de esa práctica del psicoanálisis —y evidentemente para
ella, a partir de un cierto momento, también de su práctica de orientación kleiniana—
simplemente comportará la ineficacia del psicoanálisis y el paso a la terapia sistémico-
familiar, no podemos decir que sea lo mismo, por razones muy diferentes, ni para Bruch
ni mucho menos para la perspectiva lacaniana a partir de la que nos orientamos.
De hecho, en lo que nos concierne, la clínica de la anorexia mental empuja hacia una
práctica del psicoanálisis, en general, no centrada ya en la hermenéutica del sentido
inconsciente del síntoma, sino en el tratamiento del goce real sin sentido en el núcleo del
síntoma.
Desde esta perspectiva, la anorexia asume, pues, un valor paradigmático, puesto que
pone en cuestión el fundamento mismo de la clínica psicoanalítica clásica (precisamente
el síntoma como formación sustitutiva semántica, aunque sea de una semántica
psicosexual), poniendo en cuestión, al mismo tiempo, la práctica analítica como
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tratamiento simbólico que se basa en el síntoma como vía de apertura al inconsciente del
sujeto.
En este sentido, este libro trata de la anorexia como forma clínica singular, y hace de
ella la encarnación de un enigma que interroga a la psicopatología psicoanalítica en su
conjunto respecto a sus fundamentos. Desde esta perspectiva, podríamos decir que se
trata aquí de realizar respecto a la anorexia una operación en ciertos aspectos análoga a la
producida por Freud con la histeria a finales del siglo XIX, indagada ya sea como
síndrome en sí mismo ya sea como cuestión por el conjunto de la psicopatología
psiquiátrica de la época. Por tanto, más que limitarnos a constatar su naturaleza
irreductible a la noción tradicional de síntoma, queremos sostener aquí que la anorexia
mental revoluciona la noción misma de síntoma. Es decir, no se limita a encarnar, tras
las toxicomanías, en función del impacto epidémico que las caracteriza en las sociedades
actuales, una de las más impactantes entre las nuevas formas del síntoma. De hecho, esta
perspectiva, que precisamente pone de relieve el alcance en el cuadro diacrónico de la
historia de las transformaciones de las formas sintomáticas, no nos parece, sin embargo,
que capte el núcleo central de la cuestión anoréxica. Es necesario, a mi parecer, ir más
allá del paradigma histórico de las nuevas formas del síntoma, para llegar a la conclusión
de que, más radicalmente, la anorexia mental revela, de forma inédita, la estructura
real del síntoma en cuanto tal, tal como la tradición psicoanalítica lo ha entendido desde
Freud hasta nuestros días. Una estructura en cuyo núcleo se sitúa, en efecto, no un
mecanismo de sustitución significante reconducible a un sentido, ideal en la base de toda
práctica hermenéutica de la psicoterapia y del psicoanálisis, sino más bien un residuo de
goce intratable y privado de una relación sustancial con el significante. De eso se da uno
cuenta en particular al término del análisis de un neurótico, frente a lo que permanece de
la construcción sintomática que, durante largos años, lo ha hecho sufrir y lo ha satisfecho
al mismo tiempo: un goce residual y desconectado, que revela finalmente al sujeto que no
tiene ninguna relación sustancial con el envoltorio significante que lo ha envuelto en la
construcción de su fantasma.
Y bien, lo que en el neurótico se muestra al término de un análisis y de forma residual
y subjetivada, en la clínica de la anorexia mental, por el contrario, se muestra desde el
principio de forma macroscópica y desubjetivada: la desconexión entre el goce, en el que
el sujeto está inmerso, y el campo del Otro. Desconexión presente «a la entrada», antes
aun del inicio de cualquier tipo de tratamiento. En este sentido podríamos decir que, de
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forma paradójica, la anorexia mental al inicio del tratamiento dice la verdad de la
neurosis aislada al final del análisis, que es, en la estructura del síntoma del sujeto, un
goce irreductible al campo no solo del sentido, sino también del significante, sin lazo con
el Otro.
Desde nuestra perspectiva, por tanto, la cuestión fundamental, a partir de tales
premisas, consiste en dar vida a una práctica del psicoanálisis que se centre no en el
sentido (que la conduce a lo largo de una deriva imaginaria y sugestiva), ni
exclusivamente en el significante o en su orden estructural-simbólico (puesto que ello
impide tratar el síntoma en su punto de mayor insistencia), sino en el goce real que
condensa. De aquí nuestra separación de las formas posmodernas de psicoanálisis
ancladas todas ellas al mero significante, como los enfoques narrativos y
deconstructivistas, y aún más del purismo sistémico abrazado por Selvini Palazzoli tras el
abandono del psicoanálisis. El problema es cómo, a partir de una práctica que opera a
través del funcionamiento de la palabra y en el campo del significante, como es el
psicoanálisis, es posible llegar a hacer mella en lo real del goce que está en el corazón del
síntoma, transformándolo.
El problema del psicoanálisis y de las psicoterapias dinámicas consiste, en primer lugar,
en operar, a partir del funcionamiento de la palabra, sobre el goce real que está en la base
del síntoma, poniendo, pues, en escena un uso no fundamentalmente semántico de la
palabra, sino más bien ligado a su dimensión de acto. En mi opinión, a partir de esta
nueva base, la práctica del psicoanálisis puede abordar lo real sintomático de la anorexia
mental.
El muro impermeable de la anorexia es el objeto de esta investigación. En qué consiste
tal impenetrabilidad en el corazón del síntoma anoréxico es el interrogante fundamental
que nos planteamos. Al mismo tiempo, aparece aquí la cuestión práctica, ligada al
tratamiento, sobre cómo abrir una brecha en este muro que nos permita, en el trabajo
con cada paciente anoréxica, ir al núcleo de su síntoma. La lectura del muro sintomático
de la anorexia orientará, de hecho, al clínico sobre el punto y el modo de probar a
introducir una brecha para encontrar allí algo del sujeto que ha permanecido cerrado,
como encapsulado en su interior.
En esta operación hemos elegido un hilo conductor central en la experiencia clínica con
los sujetos anoréxicos y bulímicos, que reencontramos en todos los aspectos de la
compleja fenomenología de su síntoma: el rechazo que caracteriza su posición de fondo,
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desde el momento en que el síntoma empieza a «tomar cuerpo» en su existencia.
Rechazo del alimento, del vínculo, del propio cuerpo como sexuado, de la propia imagen
en el espejo. No obstante, hacer del rechazo la clave de la lectura principal del muro
anoréxico parecería una elección fácil, casi obvia, si no resultase en realidad
controvertida y problemática. Interrogar el rechazo anoréxico más allá de su obviedad
aparente, mostrar su corazón enigmático, individuar sus funciones esenciales, localizar su
pulsación en elpunto más impenetrable del muro de la anorexia mental será, por tanto, el
itinerario que trazaremos. En este sentido, el rechazo de la anorexia mental es la
cuestión clave de la presente investigación, que intenta entrar en esta controversia,
analizarla en detalle y llegar a una formulación esencial sobre la naturaleza del rechazo
anoréxico. Esto, tanto a la luz de la literatura clínica, como a partir de mi experiencia
consolidada con pacientes anoréxicas y bulímicas, como analista en la consulta privada y
en institución.
Una primera operación esencial, a este respecto, consiste en distinguir el espesor real
del rechazo anoréxico del negativismo de la conducta de las pacientes con el síntoma
desencadenado, sin reducir el primero al segundo. Es una tesis de fondo: el rechazo en el
corazón de la anorexia mental no es reducible al negativismo de la conducta
anoréxica. Se trata, de hecho, de un rechazo más radical, sobre cuya base se inicia la
fenomenología del negativismo anoréxico, así como una adhesividad complaciente, que
reencontramos típicamente en la historia del sujeto, antes del exordio de la anorexia
mental. Negativismo anoréxico y adhesividad complaciente y conformista a la demanda
del Otro no son sino las dos caras de la misma moneda, que reencontramos en la
fenomenología y en la anamnesis histórico-clínica de cada una de nuestras pacientes, si
bien siempre en una versión singular. Aclarar bien este punto nos permite no
malinterpretar la cura de la anorexia considerándola, como sucede en las terapias
cognitivo-conductuales, una normalización de este negativismo de la conducta y de la
cognición, y dejando de lado el punto neurálgico de la cuestión anoréxica. Y en efecto,
nuestra idea de la cura de la anorexia mental no es la idea de una ortopedia
normalizadora del negativismo anoréxico. Dirección que a menudo colude, en el
momento en que se realiza, con la otra vertiente fenomenológica del síntoma anoréxico,
el ideal-superyoico del conformismo de un falso Sí en el que se mata al sujeto
precisamente al deber responder adhesivamente a la demanda del Otro, ya sea un
progenitor o un terapeuta.
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De forma muy diferente, este trabajo se presenta como una analítica del rechazo
anoréxico que evidencia, más allá del negativismo de la conducta, antes que nada, la
pluralidad funcional que pone en juego para el sujeto, de modo diferente en cada caso, y
en última instancia su núcleo estructural. Con la expresión «pluralidad funcional»
queremos referirnos a las cuatro funciones fundamentales que, en la anorexia mental,
ejerce el rechazo para el sujeto que es portador; las hemos expuesto con el auxilio de
ejemplificaciones clínicas en el sexto capítulo de este trabajo, en el que será ilustrado el
rechazo anoréxico como demanda, como defensa, como modalidad de separación y
como goce. Con ello pensamos poder ofrecer al clínico una rejilla de referencia que
pueda funcionar como soporte útil para el diagnóstico y la orientación de la cura de las
pacientes anoréxicas y bulímicas.
Por otro lado, con la expresión «núcleo estructural» queremos referirnos a la
dimensión constitutiva de la anorexia mental, respecto a la cual nuestra posición se aleja
de la perspectiva más difundida en el ámbito clínico, que podríamos remontar a las tesis
de Hilde Bruch. Según la psiquiatra estadounidense, en esencia el rechazo anoréxico se
presenta como un negativismo secundario que aparece con la patología ya
desencadenada y que tiene una función fundamentalmente defensiva. Defender un Yo
frágil y deficitario, en el corazón de la posición del sujeto anoréxico: esta es la tarea clave
que la «madre fundadora» de la clínica contemporánea de la anorexia mental asigna al
rechazo. Desde esta perspectiva, toda la partida terapéutica con el sujeto anoréxico se
jugaría sobre el terreno del Yo: se trataría de vencer la barrera del negativismo defensivo
de la paciente y de transformar o reforzar, según la gravedad psicopatológica del caso,
ese Yo deficitario.
Pues bien, nuestra perspectiva se aleja de forma clara de la de Bruch y de la
orientación dominante en la cura de la anorexia mental, al menos por tres razones. La
primera, ya esbozada, es la no aceptación de reducir el rechazo anoréxico a una forma de
negativismo secundario. La segunda es la no aceptación de reducir el rechazo anoréxico
fundamental a la única función de defensa. Por esta razón hemos avanzado la tesis de
una cuádruple función del rechazo en la anorexia mental. La tercera y principal razón es
que distinguimos el rechazo puesto en escena por la anoréxica en lo vivo de su
experiencia patológica, que llamamos secundario, de una dimensión constitutiva del
rechazo en el sujeto anoréxico, activa mucho antes del exordio de la anorexia, que, por el
contrario, consideramos primaria. De hecho, desde nuestra perspectiva, que aprovecha la
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enseñanza clínica de Lacan, en el corazón del muro anoréxico no encontramos el déficit
del Yo, sino un fundamental rechazo del Otro, que ha de entenderse como irresuelta
inscripción del sujeto en el campo del Otro simbólico y de sus leyes. Con esta fórmula,
acuñada por Jacques-Alain Miller para definir el núcleo estratégico de las nuevas formas
del síntoma y, en particular, la posición anoréxica, queremos mostrar cómo en la base de
la anorexia mental se puede individuar un defecto de incorporación simbólica en la
experiencia estructuradora del sujeto en la infancia, cuyas manifestaciones sintomáticas
toman la forma de la anorexia mental, sobre todo en las chicas, generalmente en el
segundo tiempo de la adolescencia.
Sobre estas bases, el Yo del sujeto va al encuentro de un desarrollo anormal, no tanto
en el sentido de su carencia como de un exceso de centralidad de su dimensión narcisista-
especular, alimentada por los ecos imperativos del Superyó arcaico de los padres, sin un
sólido anclaje a la dimensión simbólica del ideal del Yo.
Nuestra tesis es que la estructura de este rechazo primario en el corazón de la anorexia
mental se individua en los dos niveles gramaticales de la expresión «rechazo del Otro».
Antes que nada, en el sentido subjetivo del genitivo, se trata de un rechazo por parte del
Otro, que proviene del Otro. En la estructura simbólica del Otro progenitor podemos
individuar un punto de ceguera inconsciente, una confusión fundamental, un muro que
no permite a los padres reconocer, incluso con todo el amor que, por lo general, vuelcan
en su hija, el espacio singular de su subjetividad emergente. Hay algo de «demasiado
lleno» en este Otro progenitor, que no le permite liberar en su discurso un lugar vacío
para la hija, sin tenerlo que llenar de un investimiento excesivo en el plano narcisista.
Esto vuelve muy problemático que ella pueda ocupar a su manera, como sujeto, este
lugar vacío. En este sentido, el rechazo del Otro es el rechazo inconsciente de la
singularidad del sujeto como otro, diferente e irreductible al marco del narcisismo que se
impone en la investidura parental inconsciente sobre la hija. Es al mismo tiempo el
rechazo de los mensajes provenientes del sujeto anoréxico dentro del sistema familiar,
que Selvini Palazzoli ha puesto en evidencia con agudeza en la fase sistémica de su
investigación. A partir de esta base podemos encuadrar también la dificultad materna de
posicionamiento en las relaciones de feedback primarias con la hija y sus respuestas
incongruentes sobre cuya base, en opinión de Bruch, se generan a continuación los
principales síntomas disperceptivos de la anorexia mental.
En segundo lugar, en el sentido objetivo del genitivo, es el sujeto anoréxico el que
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rechaza al Otro, el que pone entre él y el Otro un muro, un «No» fundamental. Este
«No» no es por lo general, en la anorexia mental, el de la anorexia histérica, en la que el
rechazo tiene en realidad una función esencial de demanda y se funda sobre un «Sí»
primario, producido en su encuentro con el deseo del Otro. Tal rechazo es primario y se
produce en el sujeto en el primer tiempo de su encuentro con el Otro, en la interaccióncon la madre, allí donde la futura anoréxica no encuentra en la posición materna el
espacio de una falta en la que recortarse un lugar sin tenerla que llenar y ser asimilada
por ella. Para encontrar un lugar en este Otro demasiado lleno, la futura anoréxica es
llamada a morir como sujeto singular, uniformándose al Otro y deviniendo su apéndice.
La solución anoréxica que el sujeto encontrará será la de adherirse a la ley aberrante de
su Otro familiar, oponiendo al mismo tiempo un rechazo fundamental que encontrará en
el síntoma, y en el tratamiento del cuerpo que lo caracteriza, su manifestación llamativa
en la pubertad. No se trata, por tanto, en este rechazo, de una operación verdaderamente
separadora. Se trata más bien de una seudoseparación que acaba con el sancionar para el
sujeto un estado de las cosas, una división de las aguas. Un límite no simbólico sino
somático se traza entre la anoréxica y la madre, entre el dominio materno y el propio
dominio. La solución anoréxica consistirá, en efecto, en hacer del propio cuerpo un reino,
desenganchado de la ley del Otro y sometido a una tiranía y a un control absoluto, del
que la anoréxica piensa que es la soberana. El principio de fondo que rige esta operación
es el de hacer del propio cuerpo lo que el Otro familiar ha hecho de ella como sujeto:
reducirlo a la mínima expresión, con un control minucioso e ininterrumpido. El goce
anoréxico se instala en esta articulación y deviene eso a lo que la anoréxica no puede
renunciar. Por esta razón, el encuentro con un Otro regulado y no aberrante, con un Otro
estructurado a partir del funcionamiento de la ley simbólica, que le hace un lugar como
sujeto singular, deviene para la anoréxica un peligro del que huir, un factor de
desestabilización de su reino sintomático. En efecto, aceptar el encuentro con un Otro
regulado y deseante significa para el sujeto anoréxico aceptar perder parte del goce pleno
que obtiene del control de su síntoma, junto a los efectos de poder y control sobre los
familiares que el ejercicio de la enfermedad produce.
Es en esta articulación donde encontramos el muro de la anorexia mental. Lo
encontramos en la cura, cuando al sujeto anoréxico se le prefigura en un momento
determinado del tratamiento la elección fundamental entre un goce cierto, aunque autista
y destructivo, como el que el síntoma le ofrece, y la reapertura de una existencia regida
18
por la incerteza estructural del deseo, en la que ponerse en juego en el lazo con el Otro.
Ante esta montaña muchas retroceden, huyen o asientan su existencia en una
estabilización sintomática menos invalidante.
El texto está subdividido en siete capítulos. En el primero afrontamos el problema de la
anorexia mental como síntoma, distinguiendo esta noción de la de trastorno,
predominante en el enfoque nosográfico del DSM-IV y en las terapias cognitivo-
conductuales. La peculiaridad de la anorexia mental como síntoma será indagada aquí,
tanto en su vertiente subjetiva como en su estatuto de síntoma social. Se pondrá aquí en
evidencia una transformación clave de la noción de síntoma, del estatuto de metáfora
sustitutiva al estatuto fundamental de condensador de goce, al que la clínica de la
anorexia mental, por su especificidad, a nuestro parecer, contribuye.
El segundo capítulo es una lectura crítica de la contribución de las «madres
fundadoras» de la psicoterapia de la anorexia mental, Hilde Bruch y Mara Selvini
Palazzoli, y en particular interroga su controvertida relación con el tratamiento
psicoanalítico de la anorexia. Emerge aquí una neta línea de demarcación entre un
psicoanálisis como hermenéutica codificada del sentido sexual inconsciente, ineficaz en la
cura de la anorexia mental, y una práctica del psicoanálisis orientada sobre lo real fuera-
de-sentido del síntoma, como la que proponemos.
El tercer capítulo realiza un recorrido por las dos orientaciones de ámbito
psicodinámico-psicoanalítico que consideramos más interesantes actualmente, junto con
la lacaniana, respecto a la lectura y el tratamiento de la anorexia y de la bulimia: la línea
de la paidopsiquiatría psicodinámica francesa, de la que Evelyne y Jean Kestemberg,
Bernard Brusset y Philippe Jeammet son sus mayores exponentes, y el grupo de trabajo
de orientación kleiniano-bioniano coordinado en la Tavistock Clinic de Londres por
Gianna Polacco Williams.
El cuarto capítulo está dedicado a una reconstrucción del pensamiento de Jacques
Lacan sobre la anorexia mental y contiene la individuación de tres paradigmas aislables
en tres fases históricamente diferentes de su enseñanza y de su investigación
psicoanalítica.
El quinto capítulo es un intento de exposición de las principales contribuciones actuales
sobre la clínica de la anorexia mental realizadas por analistas de orientación lacaniana
19
particularmente dedicados a este campo, posteriores a Lacan. Junto a los trabajos de los
psiquiatras y psicoanalistas franceses Augustin Menard, a caballo entre las décadas de
1980 y 1990, y Carole Dewambrechies La Sagna, serán analizadas las contribuciones de
Massimo Recalcati y de la psicoanalista argentina Nieves Soria.
El sexto capítulo está dedicado al tratamiento del tema del rechazo anoréxico y de sus
funciones fundamentales en la clínica. Se aislarán las cuatro funciones del rechazo como
demanda, como defensa, como modalidad de separación y como goce, a la luz de
situaciones clínicas.
Finalmente, el séptimo y último capítulo se referirá a la cura de la anorexia mental en
su orientación analítica renovada, según la experiencia del autor en el tratamiento de
sujetos anoréxicos y bulímicos, así como a las indicaciones que ha extraído de la
enseñanza avanzada de Lacan.
20
1
DEL SÍNTOMA AL TRASTORNO Y RETORNO:
REPENSAR LA ANOREXIA MENTAL
Los ejemplos y referencias citados bastan para demostrar cómo el comportamiento alimentario anormal en
relación con la comida en la anorexia mental no puede reducirse a un indicio de la presencia o ausencia de hambre
o apetito: es, por el contrario, un síntoma que, en una investigación más profunda, revela múltiples significados
en estrecha relación con la confusión y los conflictos interiores que sufren estos pacientes.
HILDE BRUCH, Eating Disorders:
Obesity, Anorexia Nervosa,
and the Person Within
I.I. SÍNTOMA O TRASTORNO
La psicopatología contemporánea se caracteriza por una separación constitutiva entre dos
grandes directrices que hunde sus raíces en el origen de su historia y que se expresa de
forma evidente también en el campo de la anorexia mental. La primera de ellas encuentra
hoy su expresión más sistemática en el plano nosográfico en el enfoque descriptivo y
clasificatorio del DSM-IV y, a nivel terapéutico, en los enfoques cognitivo-conductuales.
El hecho de que hoy el sistema del DSM-IV esté implosionando, también en lo que
concierne al ámbito de los trastornos alimentarios, a causa de sus contradicciones
internas y porque que en la actualidad no responde ni siquiera a los criterios de algunos
de los más reconocidos exponentes de las terapias cognitivo-conductuales dedicados a
este ámbito de la experiencia clínica,1 no cambia la sustancia del problema.
Esta perspectiva, que no casualmente diversos autores han definido como
neokraepeliana, encuentra en el enfoque biomédico del sufrimiento psíquico, al que
Kraepelin ofreció la más detallada sistematización clínica en la historia de la psiquiatría, la
21
llave de acceso a la etiología y a la terapéutica. Reconducir la psicopatología y la
psiquiatría a la medicina y a sus fundamentos biológicos, situar en el centro de la práctica
psiquiátrica la universalidad de la enfermedad mental desincorporada de la singularidad
del sujeto que la padece, y construir el tratamiento a través de procesos estandarizados
de tipo farmacológico y ortopédico-reeducativo que apunten a volver a la «normalidad
cognitivo-conductual» el trastorno en cuestión: son estas las líneas generales de
orientación que caracterizan este enfoque. Este se presenta, al mismo tiempo,
particularmente afína las exigencias de valoración cuantitativa y de control social que
caracterizan cada vez más a los dispositivos de poder de las sociedades avanzadas.2 Esta
es la perspectiva hegemónica hoy, tanto a nivel teórico (es la más enseñada en las
universidades estadounidenses y europeas) como a nivel terapéutico (es la más utilizada
en las instituciones de tratamiento en el campo de los denominados trastornos de la
alimentación o eating disorders).
La otra directriz psicopatológica, irreductible al enfoque biomédico si bien no carente
de relación con él, la constituye el psicoanálisis y la operación que Freud ha situado como
fundamento de la clínica psicoanalítica: el sujeto del inconsciente y su singularidad, como
factor estructurante de la relación del ser humano con aquello de lo que padece. En los
enfoques cognitivo-conductuales el sujeto no tiene lugar en el tratamiento, que se
resuelve en un trabajo de readaptación metódico y prescriptivo de la conducta
trastornada del paciente a la realidad y a una normalidad estadística. En efecto, la noción
de trastorno (disorder) y la terapéutica coherentemente dirigida a normalizar esta
alteración de la conducta se construyen a condición de elidir al sujeto portador de este
sufrimiento. Por el contrario, una psicopatología orientada por la enseñanza de Freud no
puede dejar de reconducir el sufrimiento psíquico o las conductas en exceso a la relación
con el sujeto que es su portador y a su historia. Por ello, desde la perspectiva del
psicoanálisis las terapias cognitivoconductuales, a pesar de la mensurabilidad de sus
procedimientos y de sus resultados, son ciegas, porque insisten en los efectos (trastornos
de la conducta y errores cognitivos) sin ponerlos en relación con la causa inmanente a su
producción, única operación que hace posible, en primer lugar, su lectura.
La operación freudiana, por tanto, es lo contrario de la kraepeliana: si en esta última el
sujeto es separado de la enfermedad de la que es portador, y de algún modo
desresponsabilizado del problema de su causa, Freud reintroduce al sujeto en el corazón
de la «enfermedad» de la que es portador, haciendo de ella su enigma,
22
responsabilizándolo en su decir en torno a lo que la ha causado. La noción de síntoma,
retomada por Freud del léxico de la medicina pero reinventada a la luz del psicoanálisis,
expresa esta operación de implicación del sujeto en el malestar que padece y cuya causa
le resulta enigmática. En este sentido, la noción freudiana de síntoma deviene la
alternativa, en el campo psicopatológico, a la noción de trastorno.
I.2. LA ANOREXIA COMO SÍNTOMA
Esta breve introducción nos permite encuadrar el horizonte contemporáneo en el que se
sitúa la clínica de la anorexia mental: entre una clínica del trastorno (en los diferentes
aspectos que componen el síndrome: trastorno de la alimentación, de la percepción de la
imagen corporal, etc.) y de su normalización a través de procedimientos estandarizados,
como el practicado por las terapias cognitivo-conductuales, y una clínica del síntoma
como construcción singular y de su subjetivación por parte de aquel que lo padece,
propia de las psicoterapias dinámicas y en particular del discurso y de la práctica del
psicoanálisis.
Elegir la vía del psicoanálisis en la lectura y en el tratamiento de la anorexia significa de
forma preliminar partir de la tesis de que «la anorexia es síntoma, no entidad».3 Esto
significa afirmar, en otras palabras, que la anorexia no es un simple cuadro nosográfico,
sino el resultado de un proceso de construcción inconsciente en el que el sujeto que la
padece está implicado, aunque no lo sabe y se niega a reconocerlo, como suele ocurrir en
el tratamiento de estas pacientes. Es un intento de solución, que se produce por lo
general en chicas en el periodo puberal-adolescente, respecto a un problema fundamental
que las concierne y en el que se anudan, en cada ocasión de forma singular, la relación
del sujeto con la imagen de sí y de su cuerpo, su posición en el vínculo social y su
experiencia de satisfacción libidinal, con lo que esta tiene de traumático. Es en el marco
de esta absoluta dificultad del sujeto para mantenerse entero en su relación con la
identidad, el vínculo y la satisfacción, dificultad que se revela de forma llamativa cuando
el síntoma se ha desencadenado, donde trataremos de desarrollar nuestra lectura de la
anorexia mental y de su tratamiento.
En segundo lugar, esta perspectiva gira en torno a la tesis de que es necesario localizar
y poner de relieve la «posición subjetiva»4 característica de la anorexia del paciente para
23
poder entender y tratar el malestar de este, a partir de su decir respecto a su condición. Si
no se mantienen firmes estos dos puntos cardinales, se disuelve la idea misma de
causalidad psíquica, tal como pudo surgir en el descubrimiento del inconsciente, dejando
el campo libre a un determinismo biológico y al condicionamiento social sin límites. Pero
la solidez de estas tesis es el fruto sedimentado de décadas de experiencia de tratamientos
analíticos con sujetos anoréxicos. Estas tesis se componen de tres corolarios que derivan
de ellas y respecto a los que las orientaciones analíticas convergen. En primer lugar, la
afirmación de la singularidad del síntoma anoréxico, en contraste con la universalidad
del trastorno: la anorexia puede ser entendida únicamente en relación al sujeto que es su
portador y a su historia singular, irreductible a otras. En segundo lugar, la afirmación de la
pluralidad diferencial de formas del síntoma anoréxico. En tercer lugar, el relieve dado a
la dimensión enigmática de la anorexia como síntoma subjetivo, factor que contrasta
con la fenomenología espontánea de la condición anoréxica y con su tendente negación
del inconsciente y de su historia pasada. La anorexia podrá devenir para el sujeto un
síntoma enigmático solo cuando se haya iniciado la cura, a la inversa de lo que sucede
con el sujeto neurótico que nos trae su síntoma como enigma ya desde el primer
encuentro.
No por casualidad, el paso de la anorexia del estatuto de enfermedad y de trastorno al
estatuto de síntoma en el que el sujeto descubre estar implicado sin saberlo, la
sintomatización5 de su condición es, en el discurso del paciente, uno de los primeros
efectos importantes del tratamiento analítico en su fase preliminar: es ya un resultado del
tratamiento que a menudo requiere un tiempo no despreciable, y raramente constituye un
dato de partida.
I.3. LA ANOREXIA Y LA FORMA CLÁSICA DEL SÍNTOMA NEURÓTICO
Este orden de consideraciones nos hace entender que afirmar el estatuto sintomático de
la anorexia comporta una tensión problemática entre la fenomenología del malestar
anoréxico y el estatuto clásico del síntoma freudiano. En efecto, si este último, por
ejemplo en la forma del síntoma histérico, se presenta como una condición que divide al
sujeto, del que la histérica se queja y respecto al cual surge en ella un interrogante
enigmático sobre su causa, la condición anoréxica se presenta más bien, de manera más
24
habitual, en la forma de un estado egosintónico que no genera la queja de la paciente ni
un interrogante enigmático.6 Esto se percibe con mayor evidencia en la forma de la
anorexia restricter, en la que la paciente, renunciando a la comida y a satisfacer el
apetito, se vive como la dueña de su síntoma, haciéndose la ilusión de ejercer un férreo
control sobre él, y goza narcisistamente de este dominio respecto a su empuje pulsional
hacia el objeto. Pero también en las formas anoréxicas con vómito, así como en las
bulimias, a pesar de que a menudo emerja, de forma evidente, una condición depresiva
de malestar que da vida a la queja, localizamos por lo general al inicio de los tratamientos
una queja desincorporada del enigma, difícil de transformar en una demanda enigmática
de saber acerca de la causa de la propia condición. Esta constatación clínica ha llevado a
diversos autores dedicados a la clínica de la anorexia y de la bulimia a hablar de un
síntoma desubjetivado,desconectado del inconsciente, sin demanda y desenganchado de
la dinámica de la transferencia. Características estas que plantean no pocos problemas en
lo que respecta al diagnóstico y el tratamiento.
I.4. UNA NUEVA EPIDEMIOLOGÍA
Para clarificar mejor el estatuto actual de la cuestión anoréxica es importante tener
presentes las transformaciones que se han dado, en el curso de medio siglo, en la difusión
y en las características epidemiológicas del síntoma. Lo haremos distinguiendo cuatro
escansiones histórico-temporales que ofrecen un claro despiece de la rápida metamorfosis
realizada.
Una primera escansión, que podríamos llamar la época de las moscas blancas, puede
aún localizarse claramente en el texto de 1963 de Selvini Palazzoli La anorexia mental.
En una Italia recién llegada a la era del boom económico y que formaba parte del grupo
de potencias económicas del mundo capitalista, tras los duros años de la posguerra y de
la reconstrucción, en un momento de transición y de transformación de la estructura
económico-social (de agrícola a industrial) y familiar (de patriarca a nuclear), las
pacientes anoréxicas se encontraban aún raramente en los hospitales, y todavía menos en
las consultas privadas de psicoanalistas y psicoterapeutas. Con una clara prevalencia de
mujeres y adolescentes, al inicio del síntoma presentaban una anorexia de naturaleza casi
exclusivamente restrictiva, sin prácticas purgativas.
25
Podemos localizar una segunda escansión en el texto maduro de divulgación La jaula
dorada, escrito por Hilde Bruch en 1978. Es la época de la anorexia como enfermedad
de elección de las chicas de buena familia del mundo occidental. Efectivamente, la
década de 1970 marca la difusión del fenómeno de la anorexia mental a un nivel casi
epidémico, empezando por Estados Unidos y, en particular, en la realidad de los college
de las escuelas superiores y de las universidades estadounidenses. La psiquiatra
estadounidense subraya la connotación social de este fenómeno y su distribución no
casual:
[...] esa enfermedad existe y está afectando a chicas de familias de buena posición y exquisita educación no
solo en Estados Unidos, sino también en muchos otros países prósperos.7
Se trata de un síndrome difundido entre las clases burguesas emergentes en el mundo del
capitalismo avanzado, por tanto, no solo en Norteamérica y Europa, sino también en
Japón; «raramente o casi nunca —escribía la autora— afecta a los pobres y no ha sido
descrita en los países subdesarrollados».8 En nueve de cada diez casos afecta a las
mujeres, generalmente en el paso por la pubertad, y se configura como una patología del
género femenino. Según Bruch, «la difusión del morbo debe atribuirse a factores
sociopsicológicos»,9 entre los que asume especial relevancia el efecto difusor mediático,
sobre todo de la moda y de la televisión, en la relación de las jóvenes con su cuerpo, en
particular respecto al ideal de delgadez femenina como icono de deseabilidad, acentuado
por la comunicación de masas.
Las décadas de 1980 y 1990 iniciarán una nueva época en la historia de la difusión del
síntoma anoréxico, que transformará de forma radical las características del síntoma y las
coordenadas de su divulgación. Precisamente en la época en la que la anorexia mental
será reconocida también por la psiquiatría oficial como un síndrome dependiente de la
cultura (culture bound), encontrando sitio en el DSMIV10 junto a síntomas más exóticos
como el del amok en el Lejano Oriente (Malasia, Laos), o el ataque de nervios entre los
latinos del Caribe, su cuadro empieza a hacerse más complejo. En primer lugar, las
formas con prácticas purgativas, con vómito o sin él, predominan sobre las anorexias
restrictivas puras, y la bulimia deviene el auténtico fenómeno clínico epidémico de estos
años.11 El consumo desregulado de la sustancia alimentaria ocupa ahora el centro de la
escena; tanto en su versión bulímica de llenado y vaciado del cuerpo, casi únicamente
26
exclusivo de las mujeres y con exordio generalmente en la pubertad, como en la
devoración sin purgación que caracteriza a la obesidad y su impresionante difusión, ya
sea entre mujeres o entre hombres, y a menudo con exordio infantil, en las últimas
décadas. También los parámetros sociológicos se modifican. La anorexia y la bulimia ya
no son, solamente, prerrogativa de una determinada clase social, sino que se difunden y
se estratifican incluso en las capas populares de los países desarrollados, ampliamente
insertados ahora en el circuito de la comunicación de masas y no privados, por lo
general, de aquello que permita satisfacer las necesidades básicas de supervivencia, entre
ellas la comida.
Una cuarta escansión, en la que estamos aún actualmente inmersos, propia del inicio
del tercer milenio, se caracteriza, en mi opinión, por algunos fenómenos que se han
empezado a individuar y a estudiar a nivel clínico y epidemiológico. En primer lugar,
asistimos a un debilitamiento del paradigma de la monosintomaticidad y a una
difusión progresiva del fenómeno de la comorbilidad, del poliabuso de sustancias y de
las patologías correlacionadas. Es cada vez más frecuente, por ejemplo, encontrar
pacientes bulímicas que al mismo tiempo abusan de sustancias estupefacientes, de la
cocaína o el alcohol, y que, por tanto, ya no encuentran en la patología alimentaria por sí
sola un amarre compensatorio suficiente para tratar su angustia y su malestar. En
segundo lugar, tiende a perfilarse más claramente el hecho de que, salvo algunas
excepciones, en el pasado hubo una idealización sin fundamento de la inteligencia de la
paciente anoréxica, que todavía podemos encontrar en las páginas de La jaula dorada.
La adhesividad del rendimiento intelectual de la anoréxica se presenta, en efecto, en la
clínica más como una operación vacía de adecuación a la demanda del Otro, que como la
manifestación de una efectiva intencionalidad intelectual y de una investigación personal.
A menudo, y no por casualidad, la paciente anoréxica, diligentísima estudiante desde
pequeña, en un determinado momento abandona sin más el estudio para dedicarse
totalmente a cultivar su síntoma. Crisis, por tanto, del mito de la inteligencia de la
anoréxica.
En tercer lugar, asistimos a un proceso de globalización del síntoma anoréxico-
bulímico que traspasa las fronteras de los países del mundo capitalista avanzado, para
radicarse también en áreas en vía de desarrollo, sometidas a un progresivo proceso de
occidentalización. Es el caso, por ejemplo, de su difusión, si bien no homogénea, en la
cuenca del Mediterráneo (por tanto, no solo en la Europa mediterránea, sino también en
27
el norte de África y parte de Oriente Próximo, en particular, Turquía e Israel), que
estudios recientes han mostrado que no es menos importante que la cuantificada en los
países del norte de Europa.12
Por último, estamos asistiendo a una transformación que afecta a la relación entre
anorexia y realidad virtual y que se está desarrollando a través del uso del canal de
Internet. Se trata de un fenómeno en línea con los desarrollos más avanzados de las
tecnologías aplicadas a los medios de comunicación, que plantea nuevos problemas no
únicamente a nivel clínico, sino sobre todo a nivel político-social: el nacimiento de las
comunidades virtuales de anoréxicas y bulímicas. Este nuevo fenómeno está dando vida,
en mi opinión, a una politización de la anorexia-bulimia como fenómeno colectivo,
diferente del cuadro de referencia feminista en el que algunas autoras han querido leerla e
incluirla en las décadas precedentes. De hecho, en mi opinión no nos encontramos aquí
frente a un fenómeno, la difusión de sitios pro-ANA, que celebran las virtudes de la
anorexia y la bulimia, legibles como síntoma de la irreductibilidad de la posición y de la
lucha femenina en un mundo falocéntrico, dominado por el poder y los valores
masculinos. La rápida difusión de sitios proANA, en los que las pacientes entran en
contacto entre ellas vinculándose en torno a una exaltación de la identidadanoréxica y
bulímica y desarrollando, de hecho, una acción política de difusión propagandista
militante del síntoma, pone de manifiesto también en este ámbito una tendencia interna
del discurso social contemporáneo: la construcción de lazos sociales en torno a enseñas
identificatorias correlacionadas no con la historia subjetiva, sino con identidades genéricas
a menudo representadas por una condición sintomática. Este fenómeno puede tomar la
forma de una muestra de solidaridad contra la enfermedad, o bien ser sostén de la
misma. Esta cuarta escansión epidemiológica caracteriza la entrada en la época de la
anorexia-bulimia como comunidad virtual identitaria, cuya inquietante deriva se pone
de manifiesto cuando el núcleo destructivo del síntoma anoréxico, el rechazo del Otro, es
elevado a la dignidad política de factor de agregación y de misión. Desde esta
perspectiva, en efecto, el «comunitarismo identitario» de los sitios pro-ANA se revela
como un agente autosegregador destructivo, no encaminado, por tanto, a una lucha
mutua y solidaria contra el síntoma (como, por ejemplo, el modelo de Alcohólicos
Anónimos), sino, por el contrario, a un reforzamiento colectivo y exclusivo de la pasión
por el síntoma como vía alternativa al lazo social.
28
1.5. ANOREXIAS Y NUEVAS FORMAS DEL SÍNTOMA (NFS)
1.5.1. El paradigma de las nuevas formas del síntoma
Hace más de una década que la orientación lacaniana introdujo una nueva matriz de
investigación psicopatológica y de lectura de la dimensión social del síntoma, resumida en
el paradigma de las «nuevas formas del síntoma». Definición introducida por Hugo Freda
y Bernard Lecoeur con particular referencia a la experiencia clínica en el campo de las
toxicomanías, de la que he encontrado un importante relanzamiento en el curso impartido
por Jacques-Alain Miller con Eric Laurent El Otro que No Existe y sus Comités de Ética
(1996-1997), donde se desarrolla una lectura del Otro contemporáneo y de las nuevas
formas de malestar de la civilización a la luz de la última enseñanza de Lacan. Entre las
nuevas formas del síntoma, junto a las toxicomanías, a las nuevas formas depresivas y a
los ataques de pánico, también encuentran sitio la anorexia y la bulimia. El intento de esta
formulación no es tanto el de introducir, junto a las neurosis y a las psicosis, una nueva
estructura o categoría diagnóstico-nosográfica, como el de poner de relieve algunas
transformaciones que el Otro contemporáneo, cuya estructura simbólica se ha
encontrado con importantes cambios respecto a épocas precedentes, ha producido en la
formación de los síntomas socialmente difundidos en la época actual. Las grandes
epidemias de toxicomanías de las décadas de 1960 y1970, así como la gran difusión
entre las jóvenes de la anorexia y, sobre todo, de la bulimia en las décadas de 1980 y
1990, devienen legibles en el marco de estas transformaciones del estatuto del Otro.
Sobre este punto, el paradigma de las nuevas formas del síntoma encuentra un punto de
intersección sustancial con la línea de investigación etnopsiquiátrica, en particular con el
estudio de Gordon que indaga sobre la relación de continuidad/discontinuidad entre
síntoma histérico y anorexia-bulimia, correlacionándola con el paso de la sociedad
capitalista clásica a su forma posmoderna.13
En particular, en el paso de una sociedad capitalista de tipo disciplinar (el paradigma es
la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del siglo XIX), centrada en la prohibición del
goce, a una sociedad posdisciplinar como es la del capitalismo avanzado, fundada sobre
la centralidad del consumo del objeto y del derecho al goce, como ha subrayado Jacques-
Alain Miller,14 deviene así, a nuestro parecer, más claramente legible la relación entre las
29
denominadas nuevas formas del síntoma y las formas clásicas del síntoma neurótico
analizadas por Freud.
En efecto, mientras en estas últimas el sujeto sufre los efectos del veto de una ley
simbólica que se ha inscrito al precio de una ingente pérdida de goce que perdura en la
vida del neurótico en forma de repetición, las nuevas formas del síntoma se presentan
como formaciones en las que la ley simbólica, o no se ha inscrito (y aquí estamos en el
campo de las psicosis), o bien se ha instalado de forma carente, y no es capaz de frenar
un empuje hacia el goce inmediato y desregulado. Es lo que Lacan sostuvo en el escrito
de la década de 1970 «Radiofonía», donde hablaba de una ascensión del objeto (a) al
cenit social,15 y que Miller ha interpretado recientemente como un posicionamiento de
(a) en el lugar de agente del discurso ultramoderno.16 Esto significa que, dentro de este
discurso, al sujeto se le ordena sobre todo gozar y que el empuje al goce ha devenido un
imperativo de deber gozar que penetra de por sí en el funcionamiento del lazo social.
Lacan preconizó ya en su escrito Los complejos familiares en la formación del
individuo el declive de la imago paterna en las sociedades capitalistas y, en conexión con
este declive, el desarrollo de patologías ligadas a una separación fallida del objeto
materno, caracterizadas por la búsqueda de un goce pleno y nostálgico que reconstituya
la experiencia primaria de reencuentro de la imago materna. Y en el marco de estas
formas patológicas había inscrito no casualmente, y con gran anticipación respecto al
desarrollo en masa de estos fenómenos psicopatológicos, junto a las toxicomanías y a las
neurosis gástricas, también la anorexia mental.17
En efecto, la crisis de la función paterna en el discurso social contemporáneo es el
reverso, la otra cara de la moneda, del empuje al goce sin límites que este discurso
promueve continuamente. Y las denominadas nuevas formas del síntoma se presentan
como construcciones sintomáticas que unen, a la búsqueda de un goce sin límites, una
precariedad, cuando no incluso un rechazo, de la función simbólica en la existencia. En
términos freudianos se podría nombrar como un fracaso parcial o total en el
atravesamiento del Edipo y en la constitución del ideal del Yo, efecto de la no avenida
separación subjetivante del Otro materno como mítico objeto omnipotente, sin falta.
1.5.2. El enigma del goce anoréxico
30
En efecto, si se prescinde de una lectura de la anorexia que sitúe en el centro el modo de
gozar que ella comporta en relación con el Otro materno, la fenomenología podría
engañar y conducir a desconectarla radicalmente de conductas toxicómanas, así como de
la bulimia, posiciones en las que es evidente, en el plano descriptivo, un empuje al goce
caracterizado por una dependencia desregulada de una sustancia. De hecho, la sustancia
que hace gozar a la anoréxica se presenta como invisible, como no objetivable, pero no
por esto menos irresistible. En torno a esta cuestión, reductible no a la complejidad de las
prácticas de control del cuerpo y de evitación que el sujeto pone en acto, sino más bien a
la base de las mismas, se construye el enigma del goce anoréxico, que tanto ha
interrogado —y continúa haciéndolo— a los clínicos más dedicados a este campo. Selvini
Palazzoli, pionera en la teoría psicodinámica y en la psicoterapia de la anorexia mental,
en una de las últimas entrevistas concedidas a sus alumnos antes de su muerte, sitúa
precisamente en el encuentro con tal enigma el punto de partida de toda su parábola
clínica, desde la formación médica juvenil hasta los estudios de psiquiatría, desde el
psicoanálisis hasta las diversas etapas de desarrollo de la terapia sistémico-familiar,
desarrollada toda ella a lo largo del hilo conductor de la anorexia mental:
Así nació y creció en mí aquella pasión, aquella obsesión de entender a cualquier precio por qué jóvenes
bonitas se reducían a ese estado y además se mostraban satisfechas.18
Podemos considerar el enigma del goce anoréxico como el hilo conductor de este trabajo
nuestro y como otro modo, más clínico y menos metafórico, de decir lo que
encontramos cuando nos topamos con el muro impermeable de la anorexia mental. En
este recorrido, la enseñanza de Lacan nos ayudaráde modo particular a abrirnos paso,
siguiendo las indicaciones de su respuesta al enigma que la anoréxica encarna en su modo
singular de gozar. Respuesta también enigmática en cierto sentido, pero de cualquier
modo sorprendente por la nueva luz que proyecta sobre la cuestión, y que intentaremos
clarificar y volver transmisible a lo largo del texto.
La respuesta, contraria a la intuición, de Lacan es que la anoréxica en realidad no es
aquella que rechaza comer; lo que más bien sucede en la anorexia mental es que el sujeto
come un objeto inaudito: la nada. Y que esta operación le restituye un goce pleno y sin
límites, al que no está dispuesta a renunciar a ningún precio. Se tratará, en el curso de
nuestra investigación, de mostrar el valor clínico de la respuesta de Lacan al enigma de la
31
anorexia, articulando de modo claro la lógica que su fórmula condensa de modo casi
oracular.
1.5.3. NFS, anorexia mental y rechazo del Otro
De forma análoga al toxicómano, la anoréxica muestra de manera radical, en su posición
de rechazo, aquel rechazo del Otro que atraviesa como una matriz las NFS y que forma
un todo con la búsqueda espasmódica de un «goce sin Otro»,19 autista, fuera de la
significación fálica, es decir, desconectado de la relación con el deseo del Otro.
A la luz de este rechazo del Otro y de su peculiaridad estructural es posible enmarcar
la clínica contemporánea de las NFS, desde la perspectiva de la orientación lacaniana,
como una clínica del narcisismo y, al mismo tiempo, como una clínica de la
compulsividad desregulada, «de la descarga a través del acto», como resume en una
eficaz fórmula François Ansermet.20
De hecho, lo que la anoréxica rechaza comer no es en primer lugar, más allá de toda
evidencia descriptiva, la comida. Ni eso de lo que en última instancia se nutre es la
identificación con la imagen narcisista del cuerpo delgado. Más bien se trata «del rechazo
a comer el significante».21 Es a la incidencia simbólico-metaforizante del Otro a lo que la
anoréxica opone su rechazo para preservar la integridad mítica de un pleno goce no
contaminado por la huella del significante. A la luz de esta doble operación, de rechazo
hacia el Otro y de preservación sin límite de un goce pleno, a la que Lacan nos remite
cuando afirma que la anoréxica come la nada, la anorexia mental se inscribe con pleno
derecho en el cuadro de las NFS.
1.5.4. Dos tesis preliminares sobre las NFS: formas de desilusión fetichista,
autoterapias superyoicas
Desde esta perspectiva, pueden sernos útiles para empezar dos definiciones que hemos
formulado en estos últimos años, en particular a la luz de la experiencia clínica en el
campo de la anorexia-bulimia y de la obesidad, en torno al estatuto de las NFS, para
clarificar el lugar de la anorexia dentro de ellas. La primera tesis localiza como rasgo
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unificador en las NFS una desilusión fetichista. Esta fórmula traduce, por un lado, la
degradación simbólica de la palabra y la desconfianza hacia el Otro ampliamente
localizable en la clínica de las NFS: es este el lado marcado por la «desilusión», tomada
no en su acepción crítico-desmistificadora, sino, por el contrario, en el sentido de una
degradación en la relación con el Otro que lleva a una deriva de denegación de su
función.22 Por el otro, pone el acento en el empuje a un goce ciego del objeto (ya sea
una sustancia, como en la fenomenología de las toxicomanías o en la bulimia, ya sea el
cuerpo mismo fetichizado e invadido por el goce en modalidades diferenciales como en la
anorexia, en las formas depresivas y en los ataques de pánico) en posición imaginaria de
fetiche condensador del goce: es este el lado «fetichista» tomado en su acepción
perversa, valorado por los Kestemberg, en el que el sujeto no sitúa el fetiche como
condición del deseo, sino como condensación objetivada del goce.
La segunda tesis sobre las NFS define su estatuto, en particular el de aquellas formas
reconducibles al cuadro de las dependencias patológicas (toxicomanía y alcoholismo,
anorexia-bulimia, obesidad), como formas de autoterapia superyoica.23 Con esta
definición hemos querido indicar, en un doble movimiento, la existencia de un hilo
conductor localizable sobre todo en la clínica de las NFS que toma la forma de las
dependencias patológicas. Por un lado, en efecto, el sujeto encuentra a través de la
producción del síntoma, por ejemplo el desencadenamiento de la anorexia, su solución
«autónoma» a una condición existencial que no consigue sostener, prescindiendo del
paso a través del Otro de la palabra y, en este sentido, ocupándose de sí mismo de modo
autoterapéutico. Por otra parte, un rasgo que se localiza a menudo en esta clínica es la
ausencia de demanda de cura y la dificultad extrema de activación de una transferencia
simbólica, con la que se empareja un autonomismo narcisista mortífero del sujeto y una
egosintonía que la acompaña, en particular en los comienzos del síntoma toxicómano y
anoréxico. Por otro lado, y de forma más radical, como el decurso procesual de las NFS
revela inexorablemente, el supuesto dominio yoico-narcisista del síntoma se revela al
sujeto como una ilusión, puesto que es dirigido por un empuje superyoico a la repetición
sin límite y por una lógica más allá del principio del placer que no tarda en mostrar su
economía mortífera y autodestructiva. Cualquier historia clínica de una paciente
anoréxica grave encarna en su decurso patológico, de modo singular, este doble
movimiento.
33
1.6. LA ANOREXIA COMO «SOLUCIÓN»
En cada caso, los diferentes enfoques psicoanalíticos y las psicoterapias de orientación
psicodinámica parecen reencontrarse con la tesis según la cual anorexia y bulimia, antes
aun que trastornos o problemas, se caracterizan por el hecho de haber sido, para el
sujeto, tratamientos, soluciones. Es cierto que se trata de soluciones patológicas;
soluciones que conducen a la muerte,24 suicidios no violentos.25 Concretamente, nos las
tenemos que ver con tratamientos producidos por el sujeto pero no subjetivados, sobre
los que es necesario operar en la cura un tratamiento de segundo grado que haga posible
una subjetivación, un reconocimiento y una elaboración simbólica de sus causalidades
inconscientes, para desactivar la inclinación autodestructiva que los atraviesa.
Elaboración que tenga la fuerza y la eficacia de reducir, si no eliminar, el síntoma en
relación con los efectos destructivos que comporta para la vida del sujeto, permitiéndole
construir una respuesta propia y, al mismo tiempo, más singular y más abierta al
encuentro con el Otro respecto a la constituida por la anorexia y por la bulimia. Estas se
han presentado al sujeto como la única respuesta posible, la mejor solución disponible
frente a algo insostenible con lo que se ha topado en un momento dado de su
experiencia. Se trata, obviamente, de una solución inconsciente, que el sujeto ha
producido sin saberlo para tratar una dificultad insuperable surgida en su relación con el
Otro. Las coyunturas de desencadenamiento de esta dificultad insuperable las
localizamos en la experiencia de la cura, y en el marco de una amplia fenomenología es
posible reducir las invariantes estructurales a algunos puntos esenciales. Estos nos
remiten a una dificultad del sujeto para tratar simbólicamente tanto las experiencias
traumáticas de pérdida como las experiencias, no menos traumáticas, de manifestación
del deseo como empuje pulsional en exceso, goce incontrolable. No es casual, en este
sentido, el hecho de que la anorexia y la bulimia se desencadenen sobre todo en el
periodo puberal, cuando el cuerpo del adolescente se re-erotiza y coloca al sujeto en una
posición adulta, a pesar de que todavía no disponga plenamente del aparato simbólico
que le permita poderla ocupar. Esta desarmonía, que podemos localizar en la relación del
adolescente con su propio cuerpo en transformación y con su imagen, la volvemos a
encontrar, acentuada radicalmente, en los casos en los que se desarrollará una patología
anoréxico-bulímica. En estos casos, en efecto,la solución anoréxico-bulímica se presenta
precisamente como la respuesta a esta desarmonía insoportable y como el intento
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operado por el sujeto de anestesiar el encuentro con el deseo que atraviesa su cuerpo. En
este sentido, la anorexiabulimia se presenta fenomenológicamente como una solución
anestésica, dirigida a desincorporar la pulsión sexual de su orientación hacia el Otro, para
desviarla hacia la dirección autoerótica de una sustancia inanimada localizable y
controlable (la comida) o para orientarla narcisistamente sobre el goce de la imagen
corporal y de la autarquía del régimen de vida anoréxico. La egosintonía maligna que la
anestesia anoréxica lleva consigo se manifiesta de forma evidente en los efectos,
clasificados también por el DSM-IV como trastornos, que componen el cuadro del
síndrome: amenorrea, pérdida radical de peso, percepción alterada (dismorfopercepción)
de la imagen corporal. En el cuadro bulímico, destino temido y casi siempre cumplido en
los casos de anorexia, el sujeto encuentra una variante a la rígida autarquía pulsional de la
anorexia: en vez de congelar de raíz el empuje pulsional, lo realiza, pero a condición de
anular sus efectos, de reducir a cero los resultados, de borrar las huellas. La devoración
del objeto en la bulimia, también del objeto sexual como sucede en algunos casos, es
funcional y sostenible con la condición de que se produzca su evacuación sin residuos
por parte del sujeto. Por esta razón compartimos la tesis, elaborada a propósito de la
anorexia y de la bulimia por Bernard Brusset y posteriormente por Massimo Recalcati,26
de un mismo circuito anoréxico-bulímico que se mantiene unido por una misma lógica de
funcionamiento. En este circuito, el ideal anoréxico permanece invariable en el horizonte
de la bulimia como ideal superyoico perdido pero siempre por recuperar, mientras que el
fracaso bulímico funciona como espectro constante y aterrador para la anoréxica, que
incluso no consumiendo comida lo mantiene siempre en el centro de sus pensamientos.
1.7. LA ANOREXIA. DE LAS NFS A LA ESTRUCTURA REAL DEL SÍNTOMA
La solución anoréxica se presenta, sin embargo, ante la mirada del clínico, como una
operación protectora, precaria y peligrosa para el sujeto, pero al mismo tiempo como una
formación reveladora que ilumina el estatuto estructural del síntoma en la experiencia
humana. Por esta razón, definirla como una nueva forma del síntoma, limitándose a
enmarcarla en una perspectiva de época e históricocultural, como efecto de la crisis de la
función paterna y del sostenimiento del Otro simbólico en el mundo contemporáneo
occidentalizado, lo que en cualquier caso resulta oportuno y fecundo, puede implicar
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perder el alcance más radical de su configuración y de las consecuencias que comporta
en el campo de la clínica. En efecto, lo que la anorexia muestra en acto a través de la
potencia intransigente del rechazo del sujeto a alimentarse y a curarse es una separación
entre lo real autodestructivo en el que la paciente está encerrada y la palabra del Otro, el
orden simbólico. Esta heterogeneidad entre lo real del síntoma y el campo del Otro, que
en la clínica de la anorexia encontramos de forma masiva desde el primer encuentro con
la paciente, es lo que en el recorrido de los análisis aislamos, por lo general de forma
progresiva, al final del tratamiento y de forma residual: la irreductibilidad del objeto
parcial que causa el deseo del sujeto al campo del significante dentro del cual se ha
constituido su historia. Es lo que Freud, en Más allá del principio del placer, señalaba
cuando hablaba del objeto de la repetición que el trabajo de simbolización operado por la
interpretación no puede marcar, y que nombraba en Análisis terminable e interminable
—por tanto, al final de su parábola de investigación en el ámbito clínico— al hablar de
las «manifestaciones residuales» de la repetición que encontramos también al final del
tratamiento analítico. La otra diferencia radical consiste, por otro lado, en el hecho de
que, en la anoréxica, la separación macroscópica entre el goce sintomático que se adueña
de ella y de su palabra, que permanece vacía y no anclada al vínculo con el Otro, no es
subjetivada ni reconocida como propia durante buena parte del tratamiento. Precisamente
al contrario de lo que le sucede al neurótico, que, especialmente cuando inicia un
recorrido analítico, se muestra hipersensible a los desfases entre lo que dice desear y lo
que quiere sin conseguir decirlo, entre lo que demanda y lo que desea.
En este sentido, la anorexia como síntoma contemporáneo desvela, mostrándoselo al
clínico y no al sujeto que lo sufre, la estructura radical del síntoma como tal. Y de esta
manera, muestra todos los límites de una definición meramente metafórico-semántica del
síntoma y de una práctica de tratamiento de este meramente semántico-hermenéutica,
absolutamente centrada en la producción de sentido. Por tanto, en esta acepción la
anorexia tiene un alcance revelador porque revoluciona la noción de síntoma, mostrando
abiertamente, en el corazón de su trama, un goce irreductible al significante.
La dimensión protectora interna de la solución anoréxica, que permite al sujeto eludir
la angustia insoportable de un goce no tratable simbólicamente que se impone en las
coyunturas de desencadenamiento de la anorexia, está hecha de una soldadura narcisista
de lo real pulsional, que se positiviza en la identificación anoréxica del sujeto. Esto pone
en evidencia, al mismo tiempo, el tratamiento que se encuentra en la base del síntoma
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neurótico, radicalmente diferente respecto a la solución aportada, en la construcción del
síntoma anoréxico, al problema de la relación del sujeto con lo real pulsional. El síntoma
neurótico, en efecto, a través de la acción de la represión y del retorno de lo reprimido,
media en la relación del sujeto con lo real a través de un mecanismo simbólico de
sustitución significante. Esto le permite funcionar, para el sujeto, como lazo social, como
punto de conexión entre lo real del sujeto y el campo del Otro. Este es el sentido que
podemos dar, en el lenguaje de Lacan, a la definición freudiana del síntoma como
formación de compromiso.
El síntoma anoréxico, de una forma totalmente diferente, trata la relación del sujeto
con lo real pulsional a través de la construcción de una hipóstasis narcisista que le otorga
una identidad ligada a la enfermedad, desenganchándolo del vínculo con el Otro. Por esta
razón, las anoréxicas tienden progresivamente, en el curso de la enfermedad, a situarse
fuera del vínculo social, a suspender todas las actividades y relaciones vigentes antes de
la manifestación del síntoma, a abandonar la mesa y a encerrarse en un aislamiento
mortífero. Las relaciones extrafamiliares que ellas se permiten, como muestra la
tendencia contemporánea a la difusión de las comunidades virtuales de anoréxicas en
Internet, están más bien ligadas a relaciones narcisista-especulares que refuerzan la
identidad de goce ligada a sus síntomas. Por otra parte, sobre este eje se estructuran
muchas relaciones de pareja, para aquellas anoréxicas que tienen un compañero durante
la enfermedad: el partener no se configura como un partener de deseo, sino como un
complemento narcisista, un soporte, un sostén en la enfermedad. En suma, como un
partener de apoyo, en posición más anaclítica que erótica. Si el síntoma neurótico
produce un sujeto dividido, faltante, deseante, egodistónico, el síntoma anoréxico
consolida una identidad narcisista sin fisuras aparentes, animado por un ideal al mismo
tiempo euforizante y devastador de autosuficiencia y por un estado de egosintonía
mortífera fundamental.
1.8. PONER EL SÍNTOMA «ENTRE PARÉNTESIS»
Decíamos al empezar que el enfoque analítico de la anorexia mental diverge
estructuralmente del operado en las terapias cognitivo-conductuales. Esto se puede
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percibir de forma más concreta si intentamos analizar cómo se afronta, por lo general, el
problema del síntoma en los dos enfoques.
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