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Universidad ARCIS – Universitat Autónoma de Barcelona Magíster en Psicología Social INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA SOCIAL DE FREUD Tesis para optar al grado de Magíster en Psicología Social Autor: Pablo A. Rojas L. Profesor Guía: Carlos Pérez S. 2 ÍNDICE INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................ 3 EL APARATO PSÍQUICO ............................................................................................................. 8 a) Para entender la lógica freudiana ..................................................................................... 9 a.1) La realidad de lo psíquico ........................................................................................ 10 b) La génesis del Aparato Psíquico ...................................................................................... 14 b.1) El Aparato Psíquico primitivo .................................................................................. 14 b.2) La identidad perceptiva o respuesta “alucinatoria” .............................................. 16 b.3) La direccionalidad del Aparato Psíquico ................................................................ 19 b.4) Los orígenes de la represión .................................................................................... 21 b.5) La identidad de pensamiento o el largo rodeo hacia la satisfacción .................... 23 c) La dinámica psíquica ....................................................................................................... 27 c.1) La represión ............................................................................................................... 27 c.2) Inconsciente – Preconsciente – Consciente ............................................................ 29 c.3) Sobre el sueño ........................................................................................................... 33 c.4) Ello – Yo – Superyó ................................................................................................... 37 LA CULTURA ............................................................................................................................. 46 a) Complejo de Edipo ........................................................................................................... 47 b) Concepto y génesis de la cultura .................................................................................... 51 b.1) La búsqueda de la felicidad y las fuentes del dolor ............................................... 52 b.2) “Dios – prótesis” o los logros culturales ................................................................. 56 b.3) El otro o el problema de la libertad individual ...................................................... 57 b.4) Eros y pulsión de muerte .......................................................................................... 59 A MODO DE CONCLUSIÓN .................................................................................................... 64 BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................................................... 66 3 INTRODUCCIÓN Vivimos tiempos sombríos. La integración mundial, tal cual Marx anticipó, es ya una realidad innegable. Pero esa integración no ha sido precisamente una bendición para el común de los mortales. Y cuando digo “el común de los mortales” hablo de aquél que se desloma trabajando en un empleo que, la mayor parte de las veces, no tiene ningún sentido ni constituye ninguna satisfacción para él. Hablo de aquél que mantiene, con ese trabajo, al tres y al cuatro, ni tan mal ni tan bien, su casita, sus hijitos y sus pequeñas satisfacciones. Hablo de aquél que sufre cotidianamente la violencia de no poder enfermarse porque (en el mejor de los casos) su cobertura de salud es misérrima, o de no poder envejecer porque la pensión es tan miserable que, con suerte, alcanza para no morir de inanición. Hablo de aquél que vive la inseguridad de perder, el día menos pensado, ese trabajo y quedar de patitas en la calle con la vida, literalmente, destrozada. Hablo de aquél que resulta económicamente rentable para las instituciones comerciales…así que puede endeudarse y consumir sin demasiadas trabas. Por otra parte, no puedo dejar de señalarlo, para los “no integrados” la integración mundial tampoco ha sido motivo de regocijo: hambrunas, desnutrición, masacres, epidemias, son pan de cada día. Lo único que pueden consumir del primer mundo son sus bombas y sus balas. El mundo que vivimos no es, ni objetiva ni éticamente hablando, un buen lugar para vivir. Pero sucede algo extraño: el común de los integrados no suele relacionar sus miserias cotidianas con las causas sociales objetivas que las provocan. Al contrario, las achacan a ellos mismos o, genéricamente, a “las circunstancias”. La vida, como contenido, parecería ser resultado, simplemente, de una combinatoria entre las acciones del individuo que la vive y el azar. Lo que me pasa, me pasa porque he sido flojo o porque he sido esforzado, porque he sido torpe o porque he sido brillante, porque he sido descuidado o porque he sido puntilloso, etc. Por supuesto, habría un agregado a esas acciones que afecta decisivamente la vida: la “suerte”, las “circunstancias”. Me he esforzado toda mi vida, soy sumamente inteligente…pero me tocó nacer en Ruanda y ser tutsi…los hutus me exterminaron. Tuve la suerte de nacer en Inglaterra, en una familia acomodada, pude estudiar tranquilamente en Oxford…soy gerente comercial de una transnacional. En esta combinatoria hay un campo que manejamos (nuestras acciones) y 4 otro que nos es dado (nuestras “circunstancias”). Por supuesto, la idea es que esas circunstancias, que están ahí dadas, sean modificadas mediante el esfuerzo de nuestras acciones. Las “circunstancias”, por lo tanto, dificultarían o facilitarían la consecución del objetivo de nuestras acciones, mas no lo determinarían en esencia. Parece, entonces, que lo que conseguimos en la vida es exactamente lo que nos merecemos en base a nuestras acciones. Eso que “conseguimos en la vida” sería la realización, considerada como resultado, de nuestro propio hacer. La vida misma, con sus éxitos y sus fracasos, con sus logros y sus pérdidas, sería algo esencialmente individual. Y la responsabilidad de esa vida sería, por lo tanto, primariamente individual. No estoy diciendo ninguna novedad al señalar que esta concepción del individuo como constructor de sí mismo, como amo y señor de su destino, como único rector de sus acciones, ha sido puesta en duda, de forma sumamente efectiva, tanto en filosofía como en psicología. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, cualquier propuesta, en psicología, que pretendiese un mínimo de originalidad, presentaba de alguna forma este “descentramiento del individuo”. Una de esas propuestas, sin duda de las más fructíferas, es la freudiana. Lo esencial de la teoría de Freud es que relaciona el devenir del individuo particular con un campo histórico y social que lo trasciende y lo determina. Habitualmente, al pensar en Freud, se piensa en alguien sentado detrás de un diván, escuchando lo que dice un paciente e interviniendo magistralmente en el momento preciso. Por extensión, al pensar en psicoanálisis, se piensa en una técnica de intervención terapéutica de alcance individual. Ninguna de esas apreciaciones es completamente correcta. Freud, según muchos testimonios contemporáneos, era un terapeuta mediocre1. Sus pacientes dejaban de ir a atenderse luego de poco tiempo de comenzado el tratamiento. Ninguno de sus famosos “casos clínicos”, según su propio relato, dura más de unos cuantos meses. Es más, con el paso de los años, Freud recurrió cada vez con mayorasiduidad en la práctica de derivar pacientes a otros analistas tras sólo unas cuantas sesiones. El psicoanálisis como tal, por otra parte, ateniéndonos estrictamente a las concepciones freudianas, no es simplemente una técnica terapéutica, sino también un método de investigación de lo psíquico y, además, una determinada 1 Véase, por ejemplo, Rodrigué, E. “Sigmund Freud – El Siglo del Psicoanálisis” (1996), Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 1996. 5 concepción de la dinámica psíquica en la que lo inconsciente cumple un papel determinante2. Al realizar un examen más profundo de la teoría freudiana, esa “concepción de la dinámica psíquica” resulta ser, en Freud mismo, una consideración sobre el fenómeno humano considerado como una totalidad. Lo que Freud crea es su propia concepción filosófica acerca de la condición humana. Una concepción que rompe violentamente con las corrientes psicológicas en boga en su época al situar las determinaciones del individuo en un campo que lo trasciende objetivamente: lo inconsciente. Ahora bien, la caracterización freudiana de ese campo que trasciende al individuo ha sido objeto de un fuerte debate incluso durante la vida de Freud. Sus distintas concepciones metapsicológicas (inconsciente, represión, pulsión de vida, pulsión de muerte, principio de placer, principio de realidad, ello, yo, superyó, complejo de Edipo, etc.) han sufrido el más variado tipo de interpretaciones (desde el biologicismo extremo que tanto le critica Clara Thompson hasta la caracterología esotérica de Carl G. Jung), el rechazo directo (Reich o la escuela culturalista respecto de la última metapsicología) o simplemente han sido condenadas a un olvido tendencioso (por parte de la escuela inglesa, por ejemplo). Desde mi punto de vista, esa variedad de interpretaciones, a veces directamente contrapuestas, es por sí misma un reflejo de la riqueza de la propuesta freudiana. Dentro de este contexto (la fertilidad y la riqueza de la teoría de Freud), creo que es posible sustentar la siguiente idea: el pensamiento freudiano contempla la condición humana como una totalidad o, dicho de otra forma, la teoría freudiana de la psique puede ser considerada, por derecho propio, una teoría sobre la condición humana. Consecuentemente, en un sentido muy profundo, esa teoría puede ser considerada una verdadera psicología social, si es que por “psicología social” estamos entendiendo una preocupación por el ser humano en tanto ente social. La teoría freudiana es concepción de lo humano en la que lo esencial es el conflicto entre las aspiraciones pulsionales y las restricciones que la sociedad impone, tanto a nivel genérico como individual, a esas aspiraciones. Tanto las aspiraciones como las restricciones que se les oponen resultan ser lo propiamente humano, configuran el campo en el que la vida humana se desenvuelve. Ese campo, interna e intrínsecamente conflictivo, que Freud caracteriza como la cultura, 2 Cf. Freud, S. “Dos artículos de enciclopedia: <<Psicoanálisis>> y <<Teoría de la libido>>” (1923 [1922]) en Obras Completas Vol. XVII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 231. 6 se articula en los particulares que lo viven efectivamente (la consciencia, el yo) a través del mecanismo de socialización que Freud llama Complejo de Edipo. Es ese conflicto fundante el que configura el campo de lo histórico y lo social, el que determina al individuo desde más allá de sí mismo y organiza (filogenética y ontogenéticamente) la condición humana. Creo que la teoría freudiana ofrece el sustento suficiente como para que se la entienda de esa forma (es más, creo que entenderla así serviría para entender de manera global la sociedad global en la que vivimos) y explicitar dicha lectura es el objetivo central de este trabajo: exponer, de una forma sistemática, el entramado conceptual del pensamiento freudiano que permite caracterizarlo como una teoría de la condición humana y, en tanto tal, una psicología social por derecho propio. Por supuesto, no tengo ninguna pretensión de originalidad al realizar estos planteamientos. Se han hecho antes por personas mucho más inteligentes y filosóficamente más competentes que yo. Mi intención principal, como ya he señalado, consiste en exponer la teoría freudiana como una concepción global de la condición humana. A tal efecto me propongo leer y revisar, dentro de toda la obra freudiana, principalmente dos series de textos que habitualmente se suelen distinguir como textos “metapsicológicos” y textos “culturales”. Se suele llamar “metapsicológicos” (Freud mismo tiene una definición más técnica al respecto) a aquellos textos que tratan de caracterizar al ser humano en tanto objeto del psicoanálisis. También podríamos decir que “metapsicológicos” son aquellos textos en los que Freud trata, explícitamente, de exponer sus concepciones sobre la condición humana. Se puede llamar “culturales”, por su parte, a aquellos textos en que Freud se dedica a caracterizar a la cultura, a la civilización, en tanto el campo en el cual esa condición humana se desenvuelve. Decir que los primeros refieren al individuo y los segundos a la sociedad sería una simplificación muy poco acertada. Al contrario, ambos refieren a lo mismo, lo humano propiamente tal, sólo que considerado desde distintos ángulos. La distinción no es banal y tampoco es abstracta. Si la lectura que propongo es viable, entonces habrá una relación interna entre ambas series de textos. Deberían implicarse mutuamente: la exploración en unos debería llevarnos necesariamente a los otros y viceversa. Si eso es cierto, no debería importar mucho por cual comencemos, el resultado final debería ser el mismo. Por un asunto didáctico me va a interesar comenzar revisando los textos metapsicológicos. Creo que está sumamente arraigado en el sentido 7 común (en general, no sólo del profesional en psicología) hacer una relación directa entre Freud y psicoanálisis, y entre psicoanálisis e intervención clínica individual. Y hay razones de peso para eso, mal que mal, es en el ámbito clínico donde el psicoanálisis ha tenido mayor resonancia práctica. Por eso habría que atacar ese problema primero. Al revés, también está sumamente arraigada en el sentido común (del profesional en psicología) la consideración de los textos “culturales” de Freud como chocheras de viejo. Respetables sólo porque provienen del “gran maestro” que ya había hecho su contribución decisiva: la clínica psicoanalítica. De lograr evidenciar la relación interna entre textos “metapsicológicos” y textos “culturales”, esas “chocheras de viejo” se verían bajo una luz absolutamente distinta y su consideración como tales se revelaría como una torpe simplificación. Se restablecería la unidad del pensamiento freudiano. Mi propuesta entonces es examinar las categorías con que Freud caracteriza su metapsicología hasta que develen sus raíces en la historia del género humano, en la cultura. Inconsciente, consciencia, ello, yo, superyó, complejo de Edipo, pulsión, principio de placer, principio de realidad, son todos conceptos aplicables al individuo particular que, sin embargo, deberían evidenciar sus raíces (incluso sus analogías) en la cultura. Por otra parte, al examinar las consideraciones específicamente culturales (por ejemplo, el conflicto entre las aspiraciones pulsionales y las restricciones sociales, o el grado en el que los individuos comunes y corrientes podrían soportar el aumento de las restricciones) ellas nos deberían mostrar como protagonista central al individuo particular que vive esa cultura. La cultura evidenciaría ser, a nivel genérico, un síntoma, tal cual lo es el yo a nivel particular. 8 EL APARATO PSÍQUICO Tratar de caracterizarla concepción freudiana de Aparato Psíquico no resulta para nada una tarea simple. En parte por la complejidad intrínseca del tema, en parte porque dicha concepción se fue modificando y sutilizando en la medida en que Freud fue trabajando en ella a lo largo de casi medio siglo. En consecuencia, sus opiniones respecto de distintos planteamientos o problemas teóricos se fueron modificando, sutilizando y afinando en el curso de los años. Por lo tanto, hay que ser cuidadoso en la explicitación del contexto histórico conceptual al momento de caracterizar su teoría. De forma general, podríamos decir que la intención central de Freud era crear una teoría psicológica que diese cuenta de la dinámica psíquica. Esto es, independizándose de la biología, crear una base conceptual que le permitiese una interpretación de lo psíquico en términos puramente psicológicos. De hecho, dicha base conceptual le permitió formular problemas y manejarlos en términos internos a su propio entramado teórico. Cada nueva problemática era enfrentada con una hipótesis interpretativa que debía ser articulable con el resto de la teoría. Para un pensador de la talla de Sigmund Freud, ese era un trabajo que debía realizarse de forma sumamente minuciosa. No dejar cabos sueltos, dar una explicación comprehensiva, hacer encajar delicadamente todas las piezas. La pretensión freudiana de presentar un entramado teórico coherente para el psicoanálisis fue un trabajo que le llevó toda la vida y que nunca dejó de plantearle nuevas inquietudes. Como él mismo señala: ...el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones. Como lo enseña palmariamente el ejemplo de la física, también los “conceptos básicos” fijados en definiciones experimentan un constante cambio de contenido.3 La primera exposición detallada que Freud realiza de su concepción del Aparato Psíquico se remonta a 1900 y está contenida en el Capítulo VII de “La interpretación de los sueños”. Sin embargo, antes de abocarnos a su examen directo, resulta conveniente, 3 Freud, S. “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915) en Obras Completas Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1995. p. 113. 9 como paso previo, realizar una breve explicitación de la forma de entender el pensamiento freudiano que se ha utilizado…y que no tiene por qué ser la única posible. a) Para entender la lógica freudiana Lo primero a tener en cuenta para comprender la lógica freudiana es que el Aparato Psíquico es concebido como un funcionar, no como una cosa. Es una dinámica, un movimiento, no un algo. Un funcionar que no es sino funcionando, una dinámica que no es nada sin el movimiento que la constituye, sin el cual simplemente deja de ser. Lo psíquico sólo es en la medida en que funciona. El Aparato Psíquico freudiano resulta ser, en su formulación teórica, la caracterización de un funcionamiento. Freud imagina un sujeto que es, él mismo, como tal, conflictivo. Un sujeto que es tensión, acumulación de tensión, descarga. Que es inercia de la descarga hasta más allá de la tensión original, que es restitución defensiva que evita la aniquilación y ejerce la vida. Todo esto en él mismo. No a la manera de principios exteriores que entran en relación y se actualizan en el sujeto: él mismo es esos principios contrapuestos o, con mayor rigor, su actuación, su perpetuo movimiento. El sujeto freudiano no es ya un alma racional, un yo consciente, asaltado por las pasiones y por el mundo. El inconsciente resulta una realidad más antigua y más real que la consciencia, sus contenidos son los contenidos reales. El sujeto no es un alma con cuerpo, la corporalidad “interna” (el propio cuerpo) y “externa” (el mundo) pasan a formar parte de manera sustancial del conflicto que lo constituye, de lo propiamente psíquico, que aparece como el campo de las mediaciones en que el sujeto es.4 Esta cita nos pone en la pista de un segundo elemento nuclear para caracterizar la lógica con que Freud concibe el Aparato Psíquico: la idea de conflicto interno. Habíamos dicho, en primer lugar, que era una dinamicidad, un funcionar. Ahora, en segundo lugar, podemos agregar que este funcionar no es un funcionar pacífico ni transparente ante sí mismo. Es, fundamentalmente, imperativamente, un funcionar conflictivo. Es un conflicto. El Aparato Psíquico concebido por Freud es una dinamicidad, dividida internamente y enfrentada consigo misma. Al Aparato le aparece un otro radical, enemigo, que se le opone, lo perturba, lo coarta y lo invade. Pero, al esclarecer 4 Pérez Soto, C. (1996) “Sobre la condición social de la psicología”. Ediciones ARCIS-LOM. Santiago. 1996. p. 135. 10 teóricamente las relaciones que el Aparato mantiene con ese “otro”, resulta no ser un otro ajeno, sino él mismo puesto como otro, la otredad que aparece como ajena no es sino un otro de sí. En una primera aproximación, podríamos decir que los términos más generales de dicho conflicto son, por un lado, las aspiraciones pulsionales y, por otro, las restricciones sociales. Hay una aspiración a la descarga y un dique que la restringe. Lo que el dique permite es una descarga indirecta y aplazada, pero segura. Las aspiraciones pulsionales, por supuesto, no se conforman jamás con eso y siguen esforzando hacia la descarga directa, inmediata, mortal. Explicitemos, finalmente, que, a la base de este conflicto existe un evidente condicionamiento histórico: las aspiraciones más íntimas del Aparato Psíquico no son satisfechas porque se enfrentan a una realidad objetiva que no le permite la satisfacción que anhela. a.1) La realidad de lo psíquico En 1922 Freud caracteriza el psicoanálisis de la siguiente forma: Psicoanálisis es el nombre: 1) de un procedimiento que sirve para indagar procesos anímicos difícilmente accesibles por otras vías; 2) de un método de tratamiento de perturbaciones neuróticas, fundado en esa indagación, y 3) de una serie de intelecciones psicológicas, ganadas por ese camino, que poco a poco se han ido coligando en una nueva disciplina científica.5 Habitualmente se considera que el primer trabajo “psicoanalítico” de Freud es “Estudios sobre la histeria”6 (en conjunto con Josef Breuer), publicados el año 1895. La caracterización de 1922 se apoya, entonces, en más de veintisiete años de trabajo “psicoanalítico”. La novedad de la propuesta freudiana, en 1895, tiene que ver con la consideración de los síntomas histéricos como significando algo más allá de sí mismos, más allá de su pura materialidad evidenciada empíricamente. Para Freud, al contrario que la mayoría de las psicologías del siglo XX, lo realmente importante no es el síntoma 5 Freud, S. “Dos artículos de enciclopedia: <<Psicoanálisis>> y <<Teoría de la libido>>” (1923 [1922]) en Obras Completas Vol. XVII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 231. 6 Freud, S. y Breuer, J. “Estudios sobre la histeria” (1893-95) en Obras Completas Vol. II. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1993. 11 como tal, sino la causa oculta de ese síntoma, causa que lo determina tanto cualitativa (en su forma específica) como cuantitativamente (en la intensidad que puede adquirir). La consideración pasa, así, de la manifestación sintomática a su origen oculto7. Lo que hará será teorizar sobre ese origen oculto. El síntoma resulta ser una manifestación psíquica llena de sentido: nos “dice” algo acerca de su origen de forma indirecta y deformada. El origen de los síntomas es, en este momento de la obra teórica de Freud, una situación efectivamente acaecida en la vida del neurótico o de la neurótica: el trauma. Vivencia real, empírica, que ha sido expulsada del ámbito de la consciencia por ser incompatible con ésta8, sigue presionandopor manifestarse, presión que se cristaliza en los síntomas (el trauma reprimido “retorna” en los síntomas). Los síntomas son, entonces, formaciones psíquicas de compromiso entre dicha presión y los estándares restrictivos de la consciencia. Por supuesto, no cualquier vivencia tiene el potencial de llegar a convertirse en un trauma. Las vivencias que son proclives a generar traumas tienen dos características principales: a) ocurren en la infancia y b) tienen un contenido sexual9. Durante la infancia, el futuro neurótico, ha vivido, de forma objetiva, una situación de alto e intenso contenido sexual que, por lo mismo, no es aceptable para la consciencia. Dicha vivencia es, entonces, reprimida, quedando latente en lo inconsciente. Pero “latente” no significa “tranquila”, desde lo inconsciente busca expresarse de formas indirectas, encubiertas…y así aparecen los síntomas.10 Desde un punto de vista terapéutico resulta, entonces, inútil atacar los síntomas directamente pues la energía psíquica que ha cargado a ese síntoma sencillamente se desplazará (sustitución de síntoma) creando un nuevo síntoma, pues la causa que, en primer término, originó el síntoma, ha quedado intacta. Lo que Freud propone, en términos de terapia es la “catarsis” de los “afectos estrangulados”: traer a la consciencia la situación traumática reprimida, volviendo a conectar los montos afectivos, que habían devenido inconscientes por causa de la situación traumática, con las representaciones que “les corresponden”, facilitando así la descarga (“abreacción”) de dichos montos afectivos 7 Véase, a este respecto, Freud, S. “La etiología de la histeria” (1896) en Obras Completas Vol. III. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1994. pp. 191-196. 8 Cf. Freud, S. “Las neuropsicosis de defensa” (1894) en Obras Completas Vol. III. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1994. pp. 47-52. 9 Cf. Freud, S. “La etiología de la histeria” (1896) en Obras Completas Vol. III. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1994. pp. 198-201. 10 Ibíd. pp. 208-210. 12 y la reelaboración consciente de la situación traumática originaria, la cual, desde el momento en que deviene consciente, deja de tener el poder de formar síntomas.11 En resumen, los neuróticos están enfermos por algo que ha sido expulsado de la consciencia y que retorna distorsionado…lo que habría que hacer sería reelaborar eso inconsciente y causante de los síntomas. El problema es que “eso inconsciente” se vuelve teóricamente mucho más complejo cuando Freud desecha su idea de que el trauma es una situación que aconteció efectivamente en la vida del neurótico. En 1897, en una carta a Wilhelm Fliess12, Freud señala que “ya no cree en su neurótica”13. Ha empezado a sospechar que aquello que sus pacientes le cuentan como evento traumático no es un hecho que haya sucedido realmente (o, al menos, no en todos los casos). Freud señala cuatro grupos de motivos que le han llevado a dicha sospecha (sospecha que, con el tiempo, se convertirá en clara e indudable certidumbre): Por eso he de presentarte históricamente los motivos de mi descreimiento. Las continuas desilusiones en los intentos de llevar mi análisis a su consumación efectiva, la deserción de la gente que durante un tiempo parecía mejor pillada, la demora del éxito pleno con que yo había contado y la posibilidad de explicarme los éxitos parciales de otro modo, de la manera habitual: he ahí el primer grupo {de motivos}. Después, la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia de la histeria, en todos cuyos casos debiera observarse idéntica condición, cuando es poco probable que la perversión contra niños esté difundida hasta ese punto (la perversión tendría que ser inconmensurablemente más frecuente que la histeria, pues la enfermedad sólo sobreviene cuando los sucesos se han acumulado y se suma un factor que debilita la defensa). En tercer lugar, la intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de realidad, de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto (…). En cuarto lugar, la reflexión de que en las psicosis más profundas el recuerdo inconsciente 11 Cf. Freud, S. y Breuer, J. “Estudios sobre la histeria” (1893-95) en Obras Completas Vol. II. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1993. pp. 30-37. 12 Freud, S. “Fragmentos de la correspondencia con Fliess” (1950 [1892 -99]) en Obras Completas Vol. I. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 301. 13 Sin embargo, el terminar de creerse, él mismo, esa afirmación, le llevó bastante más tiempo del que pudiésemos suponer. De hecho, la primera exposición pública de su nueva concepción se daría recién ocho años después en el segundo de sus “Tres ensayos de teoría sexual” (1905). Para una caracterización del cambio de opiniones de Freud respecto de ese tema, realizada por el propio Freud, véase Freud, S. “Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis” (1906 [1905]) en Obras Completas Vol. VII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1993. 13 no se abre paso, de suerte que el secreto de las vivencias infantiles no se trasluce ni en el delirio más confundido.14 No es mi intención pronunciarme sobre la justeza o la contundencia de los motivos esgrimidos por Freud15 sino, más bien, intentar explicitar las consecuencias teóricas de la renuncia de Freud a esta “teoría de la seducción”16 como causante del trauma. Esas consecuencias se anticipan en el tercer grupo de motivos: Freud comienza a tratar los relatos y las mentiras de los pacientes como si fueran verdad17. Digámoslo con otras palabras: la realidad psíquica resulta ahora tanto o más importante que la realidad material, empírica. La vivencia traumática originaria no pierde ningún valor por el hecho de no haber acontecido “efectivamente”. Al contrario, es tan real como si fuera real o, mejor, es real. Este paso lleva a Freud directamente, aunque quizás sin proponérselo, a derribar la barrera que la epistemología científica moderna establece entre sujeto y objeto. En la lógica freudiana, los objetos son los objetos que son porque así han sido constituidos desde el sujeto. El trauma es el trauma real que es porque ha sido psíquicamente constituido como tal, sin importar si fue un acontecimiento que “de hecho” ocurrió o no. Es la realidad psíquica la que lo hace real y efectivo. La realidad psíquica resulta ser toda la realidad. Si lo anterior es cierto, el trauma, como evento subjetivo, debe tener algún sentido subjetivo. Ese sentido, que iremos caracterizando a todo lo largo de este trabajo, es servir de máscara que oculta la aspiración subjetiva por el placer, la descarga total, la felicidad como tal. Es ese deseo el que es profundamente incompatible con los estándares conscientes, en la medida en que, por un lado, esos estándares representan la introyección psíquica de las restricciones sociales y, por otro, dicho deseo es esencialmente antisocial. La vida psíquica resulta ser, así, la encarnación de un conflicto entre la aspiración a la gratificación total, en sí antisocial, y los resguardos y restricciones que sostienen la vida en comunidad limitando dicha aspiración y reutilizando sus energías en trabajo 14 Freud, S. “Fragmentos de la correspondencia con Fliess” (1950 [1892 -99]) en Obras Completas Vol. I. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. pp. 301-302. 15 Un trabajo, polémico, al respecto puede encontrarse en Moussaieff, J. “El asalto a la verdad” (1984). Ed. Seix Barral. Barcelona. 1985. 16 Cf. Freud, S. “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) en Obras Completas Vol. VII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1993. p. 173. 17 Freud, S. “Mis tesis sobre el papel de la sexualidaden la etiología de las neurosis” (1906 [1905]) en Obras Completas Vol. VII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1993. pp. 265-268. 14 socialmente productivo. La psicología de Freud no es, entonces, simplemente una terapia. Es, en pleno derecho, una profunda teoría sobre la condición humana. b) La génesis del Aparato Psíquico Podríamos decir que, en el origen mítico18 del Aparato Psíquico, lo único que hay es energía, energía impulsada por una tendencia ineludible: la descarga. Esa energía, en los primeros trabajos de Freud19, corresponde simplemente a los impulsos eléctricos que se transmiten entre las neuronas. Progresivamente, la forma de conceptualizar dicha energía se va complejizando y recibe nuevas denominaciones (v. gr. pulsión, libido) pero siempre se mantiene como el fundamento de lo psíquico. Lo psíquico es el campo (independiente por derecho propio) que dicha energía estructura y en el que desenvuelve su dinámica. En un sentido general, podríamos decir que la forma en que esa energía se organiza en nosotros, en pos de su tendencia, es lo que Freud llamará “Aparato Psíquico”. Es conveniente destacar, para evitar malentendidos a posteriori, que la energía que Freud concibe al fundamento de lo psíquico no es algo etéreo, inasible o “no decible”. Al contrario, abundan los ejemplos que permiten afirmar que dicha energía es, para Freud, algo real en un sentido concreto y material. b.1) El Aparato Psíquico primitivo La energía, dijimos, tiene una tendencia ineludible: descargar. Las excitaciones que ingresan a este circuito y lo perturban son contrarrestadas inmediatamente con la descarga. Si, por alguna razón, aumenta la cantidad de energía al interior de este circuito, aumentará también la presión por liberarse de ella, por volver al nivel mínimo, “original”, de energía. Esa presión es sumamente relevante: ella es la que gatilla la constitución del Aparato Psíquico como tal. El Aparato Psíquico resulta ser, precisamente, una organización de la energía cuya función central es tramitar las excitaciones, de tal forma que, cuando aumente la presión por descargar, exista una vía de evacuación a través de la cual dichas excitaciones puedan ser eliminadas. Freud concibe la forma original de tramitación de la energía como rápida y directa: a la excitación energética se sucede inmediatamente una descarga. El modelo de 18 Ese origen cambiará en “Más allá del principio de placer” (1920) por la “paz de lo inorgánico”. 19 Cf. Freud, S. “Proyecto de psicología” (1950 [1895]) en Obras Completas Vol. I. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. 15 esta tramitación original de la energía (modelo que es, y Freud lo sabe20, sólo una ficción teórica) es el arco reflejo21. Esta organización es la más simple que quepa imaginar: la respuesta de descarga es automática, sólo se conserva el mínimo energético necesario para estructurar esta “vía de evacuación”. ...el aparato [psíquico] obedeció primero al afán de mantenerse en lo posible exento de estímulos, y por eso en su primera construcción adoptó el esquema del aparato reflejo que le permitía descargar en seguida, por vías motrices, una excitación que le llegaba desde fuera.22 La simplicidad de dicha tramitación de la energía es, al mismo tiempo, el punto de partida y el fundamento de todo el intento freudiano por dar una explicación de la vida psíquica. La lógica de la tramitación de la energía hacia la descarga se mantiene a lo largo de toda su obra, pero sus concepciones sobre la forma en que esa tramitación se realiza son sutilizadas para dar cabida a las complejidades de la dinámica psíquica en el ser humano. Si consideramos al arco reflejo como un circuito unidireccional de descarga, un primer agregado que tenemos que hacer, al momento de utilizarlo como fundamento de la explicación de la vida psíquica, para dejar de concebirlo simplemente como un circuito y comenzar a comprenderlo como un organismo, tiene que ver con que las fuentes de las excitaciones que perturban al organismo no sólo tienen un origen externo, sino también, y principalmente, un origen interno. La característica central de las fuentes de origen externo (que posibilita, como veremos, la simplicidad de su tramitación) es que su actuar es siempre momentáneo, afectan “de un solo golpe”, después de lo cual desaparecen. Pensemos, por ejemplo, en la estimulación dolorosa que puede provocarnos la percepción del fuego o de algún objeto afilado sobre nuestra piel. Estas fuentes de origen externo son poco consideradas por Freud pues el circuito del arco reflejo basta por sí solo para explicar el mecanismo con que se enfrenta las excitaciones que provienen desde ellas: la tramitación de la excitación lleva directamente a la descarga. 20 Cf. Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 587. 21 Ibíd. pp. 531-535; pp. 557-559. De hecho, para Freud, el arco reflejo es el modelo basal sobre el que edificará toda la subsecuente complejización del Aparato Psíquico. 22 Ibíd. p. 557. 16 Las fuentes de origen interno, en cambio, lo ocupan sobremanera debido a que el organismo no puede evitarlas de ninguna forma, son fuente constante de perturbación pues su actuar es permanente. Las excitaciones no dejan de fluir desde ellas, aumentando constantemente la cantidad de energía y, en consecuencia, la presión por descargar. El organismo, al no poder huir de sí mismo, está obligado a realizar alguna clase de acción motriz que cancele dichas excitaciones y restablezca los niveles energéticos al mínimo posible. Las excitaciones de origen interno son, por lo tanto, el motor que pone en movimiento el Aparato Psíquico al plantear requerimientos de los que no es posible escapar y que, en consecuencia, obligan a la actividad dirigida del organismo en pos de la descarga. b.2) La identidad perceptiva o respuesta “alucinatoria” Freud imagina al bebé en su estado de indefensión primera, incapaz de satisfacer por sí mismo ninguna necesidad o resolver ningún requerimiento. Es otro, un adulto, el que satisface las necesidades del bebé posibilitando la descarga de energía hacia la que éste último está esforzando. La excitación impuesta por la necesidad interior buscará un drenaje en la motilidad que puede designarse “alteración interna” o “expresión emocional”. El niño hambriento llorará o pataleará inerme. Pero la situación se mantendrá inmutable, pues la excitación que parte de la necesidad interna no corresponde a una fuerza que golpea de manera momentánea, sino a una que actúa continuadamente. Sólo puede sobrevenir un cambio cuando por algún camino (en el caso del niño, por cuidado ajeno) se hace la experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno.23 Notemos que esta descarga produce satisfacción, y la satisfacción no es algo vivencialmente indiferente. La satisfacción es una experiencia placentera, gratificante, asociada al hecho de la descarga. La descarga de energía produce “alguien” que vivencia esa descarga como placer. “Alguien” vive una experiencia placentera en la descarga. Esa experiencia placentera es, entonces, el origen (mítico) de una organización del Aparato Psíquico en lo que podríamos comenzar a llamar un “alguien”. Al hablar de un “alguien” 23 Ibíd. p. 557. El destacado es de Freud. 17 pasamos del ámbito de la simple descarga de energía al ámbito de la vivencia. Un circuito era un modelo esquemático del circuito de energía desde la excitación a la descarga; un organismo era una unidad capaz de tramitar excitaciones, de origen externo o interno, hacia la descarga; un “alguien” vivencia la tramitación de la excitaciones como placero como displacer. El Aparato Psíquico es ahora comandado por una tendencia que lo lleva a huir de las vivencias displacenteras y buscar las placenteras. A esa tendencia Freud la denomina “deseo”. El deseo es el primer paso del organismo en las complejidades de la psique propiamente humana. Elucidamos (…) las consecuencias psíquicas de una vivencia de satisfacción, y entonces ya pudimos introducir un segundo supuesto, a saber, que la acumulación de la excitación (…) es percibida como displacer, y pone en actividad al aparato a fin de producir de nuevo el resultado de la satisfacción; en esta, el aminoramiento de la excitación es sentido como placer. A una corriente de esa índole producida dentro del aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo; hemos dicho que el deseo, y ninguna otra cosa, es capaz de poner en movimiento al aparato, y que el decurso de la excitación dentro de éste es regulado automáticamente por las percepciones de placer y de displacer.24 El aumento de energía, entonces, es vivenciado como displacer, mientras que su disminución es vivenciada como placer. Ahora bien, la asociación entre descarga y experiencia placentera no es simplemente momentánea, al contrario, se instaura como una modificación permanente en este Aparato Psíquico primitivo: el impacto de la vivencia de satisfacción es lo suficientemente poderoso como para crear una huella mnémica. Ella conserva la percepción de la experiencia placentera mucho después de haber cesado la vivencia original. La satisfacción experienciada encarna el deseo del Aparato Psíquico y éste, en la forma de dicha huella mnémica, busca mantenerla dentro de sí. De ahí en adelante, la primera barrera de defensa contra el displacer será la reinvestidura de la huella mnémica de la percepción de la experiencia de satisfacción, se buscará una identidad perceptiva25 con la vivencia placentera originaria. Para alcanzar esta identidad perceptiva no es requerida una acción efectiva dirigida a la transformación 24 Ibíd. p. 588. El destacado es de Freud. 25 Ibíd. p. 558, p. 591. 18 de las condiciones reales que generan el displacer (lo anterior implicaría otra organización del Aparato Psíquico, ya volveremos sobre eso): la huella mnémica de la satisfacción, al ser reinvestida, funciona como sustituta de la satisfacción misma. Parte de los montos de energía que esforzaban por ser descargados son utilizados en dicha investidura. Así, se carga energéticamente el recuerdo en un esfuerzo por hacerlo tan atractivo para las tendencias anímicas a la descarga como lo fue la situación placentera originalmente vivenciada. En vez de descargar, entonces, el Aparato retrocede a la huella mnémica en un intento por recrear la satisfacción que alguna vez tuvo. Disminuye así la presión al encontrarse una descarga sustituta y una satisfacción sustituta al interior mismo del Aparato Psíquico. A esta tramitación de la energía es lo que podemos llamar una satisfacción “alucinada” o una respuesta (a las presiones que esfuerzan hacia la descarga) “alucinatoria”. Es un mecanismo análogo al que se utiliza cuando, en ausencia de la persona amada, se vuelcan los afectos sobre una foto o algún otro objeto que funciona como sustituto (“recuerdo”) de la ausente. Se trata esa foto o ese objeto con el cariño y el cuidado con que se trataba a la persona amada en la esperanza que el dolor (displacer) causado por la separación se vea, de esta forma, aliviado. Notemos, y esto resulta sumamente importante para su constitución posterior, que, de ahí en más, el Aparato Psíquico, para conservar la huella mnémica, debe conservar también, en todo momento, el quantum de energía a ella asignado. Al conservar la huella mnémica ha creado una modificación permanente de sí mismo: conserva la memoria de la experiencia placentera al precio de renunciar para siempre a la posibilidad de la descarga directa y automática. Ya nunca podrá deshacerse de esa energía, ella es ahora parte de él. Él mismo se ha alterado y modificado definitivamente: en su esfuerzo por alcanzar la satisfacción ha encontrado un sustituto en el recuerdo de la experiencia placentera, un sustituto potencialmente siempre disponible. Un imán del deseo, interior a sí mismo, constitutivo y constituyente de la futura complejización del Aparato Psíquico. Podemos decirlo con otras palabras: la forma primigenia en que el Aparato Psíquico consigue introducir y mantener la experiencia de satisfacción en sí mismo es la memoria. La memoria de la satisfacción sirve ahora de imán interno para la tendencia a la descarga. El Aparato Psíquico intenta satisfacerse por el camino más directo: percibiendo el recuerdo que atesora como idéntico26 a la percepción de la satisfacción. 26 De ahí el término “identidad perceptiva”. 19 Aparece aquí un primer agregado de importancia que hacer al esquema del arco reflejo: la memoria o, también, las huellas mnémicas27. El Aparato Psíquico está constituido como un arco reflejo que tiene la particularidad de poder modificarse y guardar dentro de sí la historia de dichas modificaciones en la forma de huellas mnémicas. Un “arco que transporta su historia”28 según la feliz frase de Rodrigué. Sin embargo, esta tramitación del displacer no resiste aumentos mayores en la presión que esfuerza a la descarga. La satisfacción “alucinada” sólo puede manejar pequeños montos de energía, su capacidad de contención desborda muy rápidamente. Para resolver ese problema es requerida una nueva forma de organización del Aparato Psíquico. b.3) La direccionalidad del Aparato Psíquico Llegados a este punto estamos en condiciones de explicitar una distinción conceptual a la que, hasta el momento, nos hemos referido en repetidas ocasiones pero sólo de forma implícita: la dirección del movimiento de la energía al interior del Aparato Psíquico. Sucede que no es lo mismo orientarse hacia la descarga que orientarse hacia el recuerdo de la vivencia de la descarga. En su caracterización de punto en cuestión, Freud se apoya, nuevamente, en el esquema del arco reflejo: la secuencia de excitaciones que transcurre desde la estimulación hacia una descarga motora puede ser llamada progresiva o progrediente. Al revés, la secuencia que transcurre en sentido contrario, es decir, que comienza en la estimulación y termina en la percepción (y no en la descarga motora), puede ser llamada regrediente. Considerando esta denominación, podemos decir que la tendencia más primitiva del Aparato Psíquico (la descarga directa) es puramente progresiva. En cambio, en el caso de la satisfacción “alucinada”, la tendencia es claramente regrediente. Lo primero que nos salta a la vista es que este aparato [psíquico] (…) tiene una dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. Por eso asignamos al aparato un extremo sensorial y un extremo motor; en el extremo sensorial se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en 27 Sobre las diferencias entre memoria y huellas mnémicas véase Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. pp. 531-542. 28 Rodrigué, E. “Sigmund Freud – El Siglo del Psicoanálisis” (1996). Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 1996. p. 355. 20 el extremo motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico transcurre, en general, desde el extremo de la percepción hacia el de la motilidad.29 Los ejemplos más claros de movimientos psíquicos progresivos son, entonces, en general, todas aquellas actividades dirigidas a un fin: desde ir a acostarse hasta ir a comprar el pan, desde ir a orinar hasta ira trabajar. Hay una estimulación (interna o externa) que es percibida por el Aparato Psíquico y, en función de ella, se realiza una determinada actividad motora asociada, directa o indirectamente, con la descarga de energía. Lo que ocurre en el sueño alucinatorio no podemos describirlo de otro modo que diciendo lo siguiente: La excitación toma un camino de reflujo. En lugar de propagarse hacia el extremo motor del aparato, lo hace hacia el extremo sensorial, y por último alcanza el sistema de las percepciones. Si a la dirección según la cual el proceso psíquico se continúa en la vigilia desde el inconsciente la llamamos progrediente, estamos a decir que el sueño tiene carácter regrediente. Esta regresión es entonces, con seguridad, una de las peculiaridades psicológicas del proceso onírico; pero no tenemos derecho a olvidar que no es propia exclusivamente de los sueños. (…) (…) Así, llamamos “regresión” al hecho de que en el sueño la representación vuelve a mudarse en la imagen sensorial de la que alguna vez partió. (…) a mi juicio el nombre de “regresión” nos sirve en la medida en que anuda ese hecho por nosotros conocido al esquema del aparato anímico provisto de una dirección.30 Al revés que en el caso del progresivo, los ejemplos más claros de movimientos psíquicos regresivos están relacionados frecuentemente con la inactividad corporal: pensar, fantasear, recordar, soñar. Hay una estimulación (primariamente interna) que irrumpe en la percepción y se mantiene en ella, sin generar directamente una actividad motora orientada a la descarga. 29 Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. pp. 530-531. 30 Ibíd. pp. 536-537. Los destacados son de Freud. 21 b.4) Los orígenes de la represión La vivencia placentera originaria no es el único resabio de experiencia primordial que deja su impronta perenne en el joven Aparato Psíquico. Otra experiencia que deja una marca indeleble es la correspondiente a la vivencia del displacer, de la acumulación de energía que no es descargada, de la ausencia de satisfacción, del dolor. La necesidad acuciante choca con los condicionantes externos que impiden su satisfacción; el bebé, incapaz de modificar esos condicionantes, debe esperar por el adulto que le permita evacuar sus excitaciones. La descarga no es ni puede ser instantánea: el joven Aparato se encuentra con que el displacer es una probabilidad mucho más cierta que el placer. Así, la percepción de esta vivencia de displacer, al ser integrada en el Aparato Psíquico, en la forma de huella mnémica, ofrece un contrapunto a la huella mnémica correspondiente a la percepción de la satisfacción originaria. Entre ambos “términos” transcurrirán los procesos psíquicos. Ahora bien, la investidura de la huella mnémica de la vivencia de displacer no debe ser percibida con la facilidad con la que lo es su opuesta, la huella mnémica de la percepción de la vivencia de satisfacción, pues ello incurriría en violenta contradicción con la tendencia primaria del Aparato Psíquico: el deseo que huye del displacer y busca el placer. La percepción directa de la investidura de la huella mnémica del displacer conduciría a revivir la experiencia dolorosa, siendo que el Aparato Psíquico se esfuerza justamente hacia lo contrario: la experiencia placentera. Supongamos que sobre el aparato primitivo actúa un estímulo perceptivo que es la fuente de una excitación dolorosa. (…) en este caso no quedará inclinación alguna a reinvestir por vía alucinatoria o de otra manera la percepción de la fuente de dolor. Más bien subsistirá en el aparato primario la inclinación a abandonar de nuevo la imagen mnémica penosa tan pronto como se evoque de algún modo, y ello porque el desborde de su excitación hacia la percepción provocaría displacer.31 Encontramos aquí la expresión explícita de un conflicto inherente al Aparato Psíquico primitivo: por un lado, la huella mnémica correspondiente a la vivencia dolorosa no puede ser simplemente desechada porque es la impronta que ha quedado de una vivencia importante, justamente el tipo de vivencia que, de ahí en más, se intentará evitar; por otro lado, dicha huella no se puede mantener directamente asequible a los procesos 31 Ibíd. p. 589. 22 psíquicos del Aparato porque, al ser investida y percibida, contrariaría su tendencia básica. La respuesta que da Freud, en 1900, a este problema, resultará determinante en la subsecuente elaboración teórica de su esquema de la psiquis. Dicha respuesta consiste, básicamente, en escindir los procesos del Aparato Psíquico, manteniendo la huella mnémica del displacer en un lugar otro, ajeno al transcurrir “habitual” de los procesos psíquicos (aquellos procesos de los que el Aparato es capaz de percatarse directamente). El Aparato huirá, entonces, activamente, de una marca de recuerdo que le es propia. Hay, por lo tanto, una utilización permanente de energía en una actividad interna a lo psíquico que resulta constituyente de su subsecuente complejidad: al “extrañarse” de su propia huella mnémica del displacer, impronta que es fruto de la percepción de las vivencias que ha sufrido, el Aparato Psíquico produce una diferencia interna a sí mismo. Ha creado un ámbito, en su propio interior, del que no tiene conocimiento alguno, pero que no por eso deja de ejercer una influencia gravitante en el decurso de los procesos anímicos “habituales” (éstos huyen de ahí). Se cumplen así los dos requerimientos: Por una parte, la huella mnémica del displacer no ha sido desechada. Por otra, al quedar confinada a ese “lugar otro”, dicha huella mnémica ya no contraría la tendencia básica del Aparato Psíquico. El extrañamiento respecto del recuerdo, que no hace sino repetir el primitivo intento de huida frente a la percepción, es facilitado también por el hecho de que el recuerdo, a diferencia de la percepción, no posee cualidad suficiente para excitar a la consciencia y atraer de ese modo sobre sí una investidura nueva. Este extrañamiento que el aparato psíquico realiza fácilmente y de manera regular respecto de del recuerdo de lo que una vez fue penoso nos proporciona el modelo y el primer ejemplo de la represión psíquica.32 En resumen, podemos decir que la huella mnémica del displacer ha sido reprimida. La represión ha consistido en hacer de esa huella mnémica constituyente una otredad respecto del funcionamiento ordinario del Aparato Psíquico. No se la ha destruido, no se la ha cancelado, es parte integral de Aparato pero a éste le aparece como algo ajeno. La represión ha instalado una división interna: está el transcurrir habitual y 32 Ibíd. pp. 589-590. El destacado es de Freud. 23 eso “otro” que se le enfrenta, desde sí mismo, como lo más temido, como su opuesto y su contrario. No puedo dejar de señalar que, fácilmente, podemos hacer una analogía entre el “extrañamiento” sufrido por la huella mnémica de la percepción del displacer y eventos cotidianos como, por ejemplo, hacerse el leso respecto de ciertas cosas cuando nos conviene, negarnos a reconocer signos evidentes de situaciones que nos pueden causar sufrimiento, recordar acontecimientos poco gloriosos bajo una luz mucho más favorable para nosotros, o directamente olvidar hechos dolorosos de nuestras vidas. Para Freud, situaciones como éstas mostrarían la relación de continuidad entre los procesos psíquicos primarios y los procesos psíquicos habituales en la adultez33. b.5) La identidad de pensamiento o el largo rodeo hacia la satisfacción La satisfacción “alucinada”, dijimos, respuesta primaria del Aparato psíquico frente a las presiones que esfuerzan hacia la descarga,sólo es capaz de tramitar pequeños montos de energía. El primer desear pudo haber consistido en investir alucinatoriamente el recuerdo de la satisfacción. Pero esta alucinación, cuando no podía ser mantenida hasta el agotamiento, hubo de resultar inapropiada para producir el cese de la necesidad y, por lo tanto, el placer ligado con la satisfacción.34 Ahora bien, las necesidades humanas más básicas (comida, abrigo, sexo, p. ej.) exigen movilizaciones de energía que exceden sobradamente las posibilidades de la “alucinación”. Para poner un ejemplo cotidiano, podemos sentarnos e imaginar una comida mirando un menú, pero eso no saciará nuestro apetito35. El Aparato Psíquico primitivo, tal como está estructurado, insistirá en su esfuerzo por escapar del displacer provocado por el aumento de la excitación, hacia el placer implicado en la disminución 33 Freud caracteriza ese parecido con la vida adulta como la “táctica del avestruz”. Ibíd. p. 590. 34 Ibíd. p. 588. 35 Quizás vale la pena destacar que, en el caso del ser humano, el esfuerzo no va dirigido simplemente a saciar la necesidad fisiológica de la nutrición. No, cuando el ser humano tiene hambre busca comer en plato, con cubiertos, mientras conversa con un otro. Menos que eso es considerado un descenso en la escala de la humanidad. El punto es que las necesidades humanas son históricas, no fisiológicas, y eso las hace muchísimo más complejas. 24 de la misma, de la única forma que conoce: buscando la identidad perceptiva con la vivencia de satisfacción primera. Al no encontrar salida, la cantidad de energía que pugna por descargar irá aumentando y, consecuentemente, aumentará la presión por hacer efectiva dicha descarga. Básicamente, esto sucede porque su mecanismo no está orientado a crear las condiciones de satisfacción de la necesidad que pugna por ser satisfecha, sino sólo a volver a vivenciar una satisfacción previamente percibida. La respuesta “alucinatoria” enfrenta sus propios límites. La memoria no basta, hay que hacer algo. La “alucinación” debe ser sustituida por el trabajo. Sin embargo, el trabajo implica una dificultad en la tramitación de la energía que el esquema del Aparato Psíquico primitivo no es capaz de resolver por sí mismo: la transformación de la energía, que esfuerza por descargar, en actividades (transformación de las condiciones externas) que llevan a la descarga sólo de forma indirecta. Dicha transformación permitiría la utilización de la energía en vez de su simple descarga pero, al mismo tiempo, implicaría perturbaciones energéticas mayores pues dichas actividades suelen ser displacenteras en alto grado. Al enfrentar este problema, el problema del trabajo, el Aparato Psíquico primitivo debe superar un doble escollo: por un lado, si lo que intenta es modificar el mundo externo, necesita tener a su disposición todos los recuerdos de sus experiencias (único recuento que posee de dicho mundo externo), sin importar la cualidad ni la cantidad del monto afectivo asociado a dichos recuerdos; por otro, debe ser capaz de sobrellevar la realización de actividades físicas en sí displacenteras. Este doble problema tiene, en Freud, una sola solución, la cual podemos resumir de la siguiente manera: lo que debe surgir es el pensamiento. Bien visto, en el primer caso, para poder disponer de los recuerdos de las distintas experiencias vividas por el Aparato, lo que debe suceder es que tanto la cantidad de la investidura energética asociada a cada una de ellas, como la cualidad de la misma (tendencia a huir en el caso de las displacenteras, tendencia a revivirlas “alucinatoriamente” en el caso de las placenteras), sean inhibidas en su descarga, dejando sólo su contenido (representación) disponible para su examen por parte de los procesos habituales del Aparato Psíquico. En otras palabras, para poder disponer efectivamente de los recuerdos, para que sean útiles al fin de la transformación de las condiciones materiales existentes, deben estar vaciados de afecto. Sólo así es posible una actividad psíquica (el pensamiento) que se dedique a examinarlos y ordenarlos voluntariamente 25 según la razón consciente. El pensamiento no es viable, en tanto actividad psíquica, si los contenidos que debe manejar están ligados directamente a investiduras afectivas, dolorosas o placenteras, pues, siguiendo su tendencia originaria, el Aparato huiría o perseguiría dichos contenidos sin preocuparse por la modificación del mundo externo. En otras palabras, se impondría la asociación libre y no la razón consciente. En el segundo caso, lo que debe ocurrir es que esa energía que ha quedado disponible, al ser inhibida su descarga, sea utilizada en la realización de actividades motoras voluntarias (en sí displacenteras) orientadas a la creación de las condiciones materiales que hagan posible la satisfacción de la descarga y la cancelación de la necesidad. El pensamiento es el que guía dichas actividades, amparado en su “conocimiento” del mundo externo (que no es sino el recuento de experiencias del propio Aparato Psíquico) y en la capacidad de inhibición de los montos afectivos que ha posibilitado su propia constitución. La inhibición necesaria para la realización de actividades displacenteras no es sino una extensión de la inhibición de la descarga ya lograda respecto de la carga afectiva de los recuerdos. Sucede que, antes de enfrentarse al trabajo como tal, efectivo, el Aparato Psíquico se enfrenta a la representación psíquica, displacentera por cierto, de ese trabajo. Si consigue manejar psíquicamente dicha representación, entonces conseguirá manejar la realización efectiva de la misma, el trabajo como tal. En resumen, las aspiraciones básicas del Aparato Psíquico primitivo entran en oposición directa con las condiciones del mundo externo, enfrentando aquél la disyuntiva de modificarse o perecer; la respuesta que elabora consiste en recubrir el primer sistema de funcionamiento (que tiende a la liberación y la descarga de energía) por un segundo sistema cuyo funcionamiento está basado, por un lado, en su capacidad de mantener inhibidas o ligadas (quiescentes) las investiduras energéticas y, por otro, en poder movilizar dichas investiduras y utilizarlas en la transformación del mundo. La tendencia básica del primer sistema se mantiene incólume: frente al aumento de excitación, la descarga, sin miramiento alguno por los condicionantes externos que favorecen o, más frecuentemente, coartan la posibilidad de la misma. Pero ahora, el segundo sistema, cual paraguas, oculta la tendencia básica del primer sistema y se orienta, precisamente, hacia la consideración de esos condicionantes externos36. El pensamiento es considerado por 36 Esta orientación vale tanto en un sentido receptivo (examen) como en un sentido activo (modificación). 26 Freud como el sistema de funcionamiento que recubre el sistema primitivo de funcionamiento (el simple desear) y le permite sobrevivir y mantenerse en el enfrentamiento a ese mundo externo que malamente le puede ofrecer de forma gratuita una satisfacción inmediata a sus necesidades. El objetivo de este segundo sistema es, entonces, dar curso a la tendencia a la descarga a través de formas que contrarían dicha tendencia. Su propósito es conservar la aspiración originaria a la descarga y a la satisfacción cuando se ve enfrentado a una realidad que le niega dicha posibilidad. Este segundo sistema no elimina al primero, lo que hace es subsumirlo dentro de sí y oscurecer su tendencia primaria detrás de un funcionar aparentemente opuesto. Lo que así consigue es preservar la tendencia original, condenada a la destrucción de no poder responder a las exigencias que la realidad le impone. El esfuerzo del Aparato Psíquicopor mantenerse, encarnado en este segundo sistema, ha conseguido dominar la tendencia a la descarga directa. Esto produce un cambio trascendental en sus perspectivas: la restricción autoimpuesta sobre las aspiraciones individuales le permite utilizarse a sí mismo como instrumento para crear un mundo. De ahí en adelante, la forma en que perseguirá sus objetivos será absolutamente distinta a la primitiva simplicidad del circuito unidireccional de la descarga. La valoración originariamente concedida al alivio de la tensión ha dado paso a una valoración de la seguridad en la obtención de dicho alivio. No sólo importa el placer, importa que lo podamos asegurar en el transcurso del tiempo. La única forma de hacer esto es, como decía, construir un mundo en el que el placer sea posible. Ése es el horizonte que se ofrece al ser humano para renunciar a sus aspiraciones de satisfacción inmediata. Pero, importante destacarlo desde un principio, no es un horizonte meramente individual. La génesis del Aparato Psíquico resulta ser el proceso de alumbramiento tanto de la cultura37 como del individuo (encarnación particular de esa cultura). Ya esta primera y abstracta consideración del Aparato Psíquico freudiano nos lleva indefectiblemente desde el individuo a la cultura sin solución de continuidad. 37 Voy a preferir el término “cultura” al término “sociedad” en consideración a las resonancias que el primero tiene dentro de la obra freudiana (v. gr. “El malestar en la cultura”). 27 c) La dinámica psíquica c.1) La represión La identidad de pensamiento, habíamos dicho, implica una nueva forma de funcionar del Aparato Psíquico o, más rigurosamente, implica una nueva constitución del mismo en la que coexisten dos formas de funcionar contrapuestas: una más primitiva que tiende a la descarga directa, otra más elaborada, que se superpone a la primera y que es capaz de manejar la tramitación de la energía, inhibiendo su descarga. La denominación que Freud da a estos dos modos de funcionar es, correspondientemente, proceso primario y proceso secundario. La coexistencia de ambos procesos implica, por una parte, una división al interior del Aparato Psíquico y, por otra, que ese mismo Aparato Psíquico está constituido conflictivamente. Hay todo un ámbito de la vida psíquica que ahora está oscurecido para el transcurrir habitual del pensamiento y que, cuando aparece, es vivido como algo extraño y ajeno. El proceso secundario recubre al primario pero, aunque de esa forma consigue preservarlo, es incapaz de satisfacer la primigenia aspiración a la descarga absoluta, aspiración que no ceja jamás en su empeño por cancelarse. El equilibrio entre ambos procesos es siempre precario, altamente inestable; un matrimonio por conveniencia que sólo se sostiene a trancas y barrancas. La vivencia misma del placer ha cambiado. Para el proceso secundario la aspiración inconmesurada al placer resulta ser una perspectiva tan amenazante como el displacer mismo. Sucede que ambas alternativas atentan contra la preservación del Aparato Psíquico como tal pues ambas tienden a la disolución de todo lo constituido a través de la ligazón de energías. Al revés, la inhibición de la descarga y la utilización de la energía resultante en actividades displacenteras, anatema para el proceso primario, puede resultar altamente gratificante para el proceso secundario. La división es tan tajante que podemos decir que lo que es placentero para un proceso, puede ser vivido como displacentero por el otro. Pero ¿cómo puede ser esto posible? Para contestar esa pregunta debemos, primero, caracterizar lo que en Freud podemos llamar la “dinámica de la represión”. 28 Lo reprimido no es idéntico a lo inconsciente, es parte de lo inconsciente38. La censura en sentido fuerte se ubica entre el inconsciente y el preconsciente. Tomando a lo no reprimido como aquello que queda susceptible de consciencia (y llamado a tal ámbito de susceptibilidad “preconsciente”) establecemos tal censura que, de dejar pasar las representaciones, supondría el escenario ideal de toda aspiración pulsional, esto es, emerger a la consciencia. La pregunta entonces es cómo eso investido en el inconsciente no trata de llegar al preconsciente. En términos sistemáticos, la represión opera como la censura que no permite que los contenidos del inconsciente pasen a la consciencia. Representaciones que son rechazadas por ésta quedan en lo inconsciente cono “reprimidas”. Freud agrega, a esta consideración, otra en términos dinámicos, en la que la represión es una sustracción de investidura (represión propiamente dicha) o de contrainvestidura (represión primordial). Sucede que eso reprimido ha conservado la investidura inconsciente y el traslado de un sistema a otro consiste en la mudanza de investiduras. No hay una transcripción nueva sino procesos de desinvestidura o de reinvestidura. En la represión propiamente dicha, a una representación preconsciente se le sustrae su investidura, “recibiéndola del inconsciente o conservando la investidura inconsciente que ya tenía”39. Además, para reforzar el estado de “reprimida” de esta representación, es necesaria una contrainvestidura que la atraiga hacia lo inconsciente, manteniendo así el funcionamiento de la represión desde los dos sistemas al mismo tiempo: la represión primordial. En la represión primordial opera la represión de un contenido inconsciente que aún no ha recibido investidura alguna del preconsciente, por lo que una sustracción de investidura no cabe y sólo es necesario el proceso de contención y mantención de la represión que produce la contrainvestidura. Así como hay un proceso de represión excluyente (represión propiamente dicha), hay otro incluyente, o de sujeción (la represión primordial). El paso siguiente es que la investidura sustraída de la representación se aplica a la contrainvestidura. El movimiento general consiste en que la angustia producida por la investidura libidinal rechazada es dominada en una sustitución que se entramó por un lado con lo reprimido y por otro mediante sustitución por desplazamiento. En el sistema consciente la contrainvestidura se muestra en la formación sustitutiva que se genera alrededor de lo que en una etapa anterior sólo se había realizado mediante la represión de la representación sustitutiva. 38 Sobre lo que sigue Cf. Freud, S. “Lo inconsciente” (1915), Apartado IV “Tópica y dinámica de la represión”, en Obras Completas Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1990. 39 Ibíd. p. 177. 29 Así, la contrainvestidura gastada es equiparable a la fuerza de la represión. El punto de vista económico es, entonces, prioritario. c.2) Inconsciente – Preconsciente – Consciente Todo lo anterior ha estado orientado, de una u otra forma, a caracterizar un funcionamiento en su dinámica interna. Pasemos ahora a caracterizar los términos del mismo. Si no realizamos esta última caracterización desde un principio fue, precisamente, para poder enfatizar lo esencial que resulta entender el Aparato Psíquico freudiano como una totalidad dinámica que, en su dinamicidad, se va imponiendo las determinaciones que nos aparecen como términos y no, como podría parecer a una mirada objetivista, un conjunto de entidades independientes que funciona coordinadamente. Los términos con los que Freud caracteriza al Aparato Psíquico, en sus textos publicados, entre “La interpretación de los sueños” y antes de “El yo y el ello” (es decir, aproximadamente entre 1899 y 1922), son los sistemas psíquicos Inconsciente, Preconsciente y Consciente. Estos sistemas tienen su “debut teórico” en el Capítulo VII de “La interpretación de los sueños” y su exposición más acabada (ya en tránsito hacia su superación) puede encontrarseen la serie de artículos sobre metapsicología de 1915. La denominación “sistema” es un indicador de la lógica con que Freud está pensando al Aparato Psíquico. Estos “sistemas” psíquicos son la “entificación” de la dinámica que regula la tramitación de los contenidos psíquicos. Según Freud, no es siquiera necesario pensarlos como lugares (en el sentido espacial de la palabra) sino, más bien, según un orden de procesamiento lógico. En rigor, no necesitamos suponer un ordenamiento realmente espacial de los sistemas psíquicos. Nos basta con que haya establecida una secuencia fija entre ellos, vale decir, que a raíz de ciertos procesos psíquicos los sistemas sean recorridos por la excitación dentro de una determinada serie temporal.40 La necesaria secuencialidad en la tramitación nos indica que la forma de esa tramitación, aunque complementaria intersistémicamente, es propia y peculiar intrasistémicamente. Esto último nos permite explicitar otra característica de los sistemas: como cada cual tiene su propia forma de tramitación, es posible hacer una clara 40 Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 530. 30 distinción cada uno de ellos. Sabemos perfectamente dónde “termina” uno y dónde “comienza” el otro. Esta distinción se explicita en la adjudicación, a cada sistema, de funciones que les son únicas y exclusivas (ya veremos cuáles). En primer lugar tenemos lo inconsciente. Lo inconsciente está constituido por los impulsos más originales, más reales, más radicales. Lo inconsciente es la realidad del Aparato Psíquico en su pureza más desnuda y brutal. La aspiración por el placer como tal, la descarga inmediata, completa, mortal. Lo inconsciente como tal, por lo tanto, resulta profundamente incompatible con los procesos psíquicos basados en la inhibición de la descarga, aquellos procesos que, hasta el momento, hemos caracterizado genéricamente como “proceso secundario”. Curiosamente, lo inconsciente posee, al mismo tiempo, una función que no está asociada al proceso primario, sino al secundario: la censura. La censura es la función inconsciente de mantener alejados de la consciencia los contenidos inconscientes. La censura, en si inconsciente, mantiene a lo inconsciente extrañado de la consciencia, condenado a un “otro lugar” desde el que sigue presionando por acceder a esta última. De ahí la conocida frase de Freud “Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido”41. En otras palabras, es lo inconsciente lo que reprime a lo inconsciente. Las determinaciones reales, las dinámicas constitutivas se dan todas a ese nivel, la consciencia resulta un añadido secundario respecto a lo inconsciente. La consciencia, el “proceso secundario” es, precisamente, “secundario” tanto si lo consideramos desde un punto de vista lógico (su dinámica se sustenta en la dinámica del proceso primario) como desde un punto de vista histórico (el proceso primario estuvo ahí antes que el proceso secundario). Sin embargo, esto no significa que “secundario” signifique “menos importante” para el funcionamiento del Aparato Psíquico. Al contrario, el proceso secundario es el que permite, al coartar los impulsos de satisfacción inmediata, la continuidad y la subsistencia del Aparato Psíquico como un todo. Entre los sistemas que funcionan según el proceso secundario podemos distinguir ahora el Preconsciente y el Consciente. Podemos describir al Preconsciente como el conjunto de representaciones que, vaciadas de sus montos afectivos (o, al menos, con éstos suficientemente reducidos), están potencialmente disponibles para su examen por parte de la consciencia. O, en otras palabras, todas aquellas representaciones a las que se puede acceder conscientemente sin 41 Cf. Freud, S. “Lo inconsciente” (1915) en Obras Completas Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1990. p. 161. 31 mayores problemas. O, también, el conjunto de representaciones que, como contenido, constituyen la función que, habitualmente, denominamos “memoria”. Complementariamente, podemos describir al sistema Consciente como marcado por la función de la atención: el hecho de, en determinado momento, “ser consciente de” determinadas representaciones. El sistema consciente no almacena ni se ve modificado por esas representaciones de las que “es consciente”. Al contrario, transita entre ellas rápidamente. Es tan lábil como la atención que dirigimos a una representación o a un conjunto de representaciones, sencillamente pasa por ellas. La consciencia no puede quedar fijada en ellas pues esto impediría que pudiese percatarse o “hacerse consciente de” cualesquiera otras representaciones. La representación gráfica que hace Freud de estos sistemas, dentro del viejo esquema del arco reflejo, es más o menos así42: La idea de esta representación gráfica, que coloca al Inconsciente43 al lado del Preconsciente – Consciente, y a este último separado de la Percepción (y no subsumiéndola como podría creerse) es poder caracterizar visualmente la dinámica del Aparato Psíquico, incluyendo en ella tanto fenómenos progresivos como regresivos. En el primer caso, si una estimulación energética es lo suficientemente poderosa no sólo para ser simplemente percibida44, sino para atraer sobre si la consciencia, consigue que la atención se vuelque sobre la representación que representa dicha estimulación45 y realiza alguna actividad motora cuyo fin sea la disminución de la energía perturbadora, su descarga. 42 Cf. Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 534. Los esquemas previos al aquí expuesto pueden encontrarse en las pp. 531 y 532. 43 En el esquema: P = Percepción; Hm = Huella Mnémica; Icc= Inconsciente; Pcc= Preconsciente – Consciente; M= Actividad Motora. 44 Puede parecer obvio, pero no todo lo que percibimos pasa a ser objeto de la consciencia. Por ejemplo, no somos conscientes de la percepción que tenemos de nuestros dientes a menos que alguno de ellos nos duela. 45 Por supuesto, la consciencia no tiene como objeto la estimulación como tal ni tampoco la percepción como tal. Lo que es objeto de la consciencia es la representación psíquica de la percepción de la estimulación. P Hm Icc Pcc M Hm 32 En el segundo caso, Freud va a utilizar lo inconsciente para situar allí el deseo formador de sueños. Para explicar este punto debemos realizar, previamente, una comparación económica de los estados psíquicos de vigilia y de sueño. En la vigilia, la función de la censura (como ya señalamos, sin que la consciencia tenga noticia alguna al respecto) está plenamente activa, impidiendo, en la medida de lo posible que ningún “retoño de lo inconsciente”46 traspase la barrera impuesta y devenga consciente. El mantener permanentemente una función como esa demanda un gasto considerable de energía psíquica, pero dicho gasto se ve compensado en la medida en que la actividad constante de la censura permite la utilización consciente de la energía (los montos afectivos extraídos de las representaciones inhibidas) en la realización de trabajos displacenteros. Es porque la censura nos extraña de las representaciones inconscientes, que podemos realizar acciones motoras orientadas a fines voluntariamente autoimpuestos: el trabajo que modifica las condiciones objetivas que impiden nuestra satisfacción. En el sueño, en cambio, la conexión entre consciencia y actividad motora desaparece. De hecho, la consciencia como tal (en el sentido de examen voluntario de representaciones) también desaparece. Al desaparecer el control consciente sobre la motilidad, el gasto
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