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Tesis Introducción a la Psicología Social de Freud - P Rojas

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Universidad ARCIS – Universitat Autónoma de Barcelona 
Magíster en Psicología Social 
 
 
 
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA 
SOCIAL DE FREUD 
Tesis para optar al grado de Magíster en Psicología Social 
 
 
 
 
 
 
Autor: Pablo A. Rojas L. 
Profesor Guía: Carlos Pérez S. 
 
2 
 
ÍNDICE 
INTRODUCCIÓN ........................................................................................................................ 3 
EL APARATO PSÍQUICO ............................................................................................................. 8 
a) Para entender la lógica freudiana ..................................................................................... 9 
a.1) La realidad de lo psíquico ........................................................................................ 10 
b) La génesis del Aparato Psíquico ...................................................................................... 14 
b.1) El Aparato Psíquico primitivo .................................................................................. 14 
b.2) La identidad perceptiva o respuesta “alucinatoria” .............................................. 16 
b.3) La direccionalidad del Aparato Psíquico ................................................................ 19 
b.4) Los orígenes de la represión .................................................................................... 21 
b.5) La identidad de pensamiento o el largo rodeo hacia la satisfacción .................... 23 
c) La dinámica psíquica ....................................................................................................... 27 
c.1) La represión ............................................................................................................... 27 
c.2) Inconsciente – Preconsciente – Consciente ............................................................ 29 
c.3) Sobre el sueño ........................................................................................................... 33 
c.4) Ello – Yo – Superyó ................................................................................................... 37 
LA CULTURA ............................................................................................................................. 46 
a) Complejo de Edipo ........................................................................................................... 47 
b) Concepto y génesis de la cultura .................................................................................... 51 
b.1) La búsqueda de la felicidad y las fuentes del dolor ............................................... 52 
b.2) “Dios – prótesis” o los logros culturales ................................................................. 56 
b.3) El otro o el problema de la libertad individual ...................................................... 57 
b.4) Eros y pulsión de muerte .......................................................................................... 59 
A MODO DE CONCLUSIÓN .................................................................................................... 64 
BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................................................... 66 
 
3 
 
INTRODUCCIÓN 
 
 Vivimos tiempos sombríos. La integración mundial, tal cual Marx anticipó, es ya 
una realidad innegable. Pero esa integración no ha sido precisamente una bendición para 
el común de los mortales. Y cuando digo “el común de los mortales” hablo de aquél que 
se desloma trabajando en un empleo que, la mayor parte de las veces, no tiene ningún 
sentido ni constituye ninguna satisfacción para él. Hablo de aquél que mantiene, con ese 
trabajo, al tres y al cuatro, ni tan mal ni tan bien, su casita, sus hijitos y sus pequeñas 
satisfacciones. Hablo de aquél que sufre cotidianamente la violencia de no poder 
enfermarse porque (en el mejor de los casos) su cobertura de salud es misérrima, o de no 
poder envejecer porque la pensión es tan miserable que, con suerte, alcanza para no 
morir de inanición. Hablo de aquél que vive la inseguridad de perder, el día menos 
pensado, ese trabajo y quedar de patitas en la calle con la vida, literalmente, destrozada. 
Hablo de aquél que resulta económicamente rentable para las instituciones 
comerciales…así que puede endeudarse y consumir sin demasiadas trabas. Por otra parte, 
no puedo dejar de señalarlo, para los “no integrados” la integración mundial tampoco ha 
sido motivo de regocijo: hambrunas, desnutrición, masacres, epidemias, son pan de cada 
día. Lo único que pueden consumir del primer mundo son sus bombas y sus balas. 
 El mundo que vivimos no es, ni objetiva ni éticamente hablando, un buen lugar 
para vivir. 
 
 Pero sucede algo extraño: el común de los integrados no suele relacionar sus 
miserias cotidianas con las causas sociales objetivas que las provocan. Al contrario, las 
achacan a ellos mismos o, genéricamente, a “las circunstancias”. La vida, como 
contenido, parecería ser resultado, simplemente, de una combinatoria entre las acciones 
del individuo que la vive y el azar. Lo que me pasa, me pasa porque he sido flojo o porque 
he sido esforzado, porque he sido torpe o porque he sido brillante, porque he sido 
descuidado o porque he sido puntilloso, etc. Por supuesto, habría un agregado a esas 
acciones que afecta decisivamente la vida: la “suerte”, las “circunstancias”. Me he 
esforzado toda mi vida, soy sumamente inteligente…pero me tocó nacer en Ruanda y ser 
tutsi…los hutus me exterminaron. Tuve la suerte de nacer en Inglaterra, en una familia 
acomodada, pude estudiar tranquilamente en Oxford…soy gerente comercial de una 
transnacional. En esta combinatoria hay un campo que manejamos (nuestras acciones) y 
4 
 
otro que nos es dado (nuestras “circunstancias”). Por supuesto, la idea es que esas 
circunstancias, que están ahí dadas, sean modificadas mediante el esfuerzo de nuestras 
acciones. Las “circunstancias”, por lo tanto, dificultarían o facilitarían la consecución del 
objetivo de nuestras acciones, mas no lo determinarían en esencia. Parece, entonces, que 
lo que conseguimos en la vida es exactamente lo que nos merecemos en base a nuestras 
acciones. Eso que “conseguimos en la vida” sería la realización, considerada como 
resultado, de nuestro propio hacer. La vida misma, con sus éxitos y sus fracasos, con sus 
logros y sus pérdidas, sería algo esencialmente individual. Y la responsabilidad de esa 
vida sería, por lo tanto, primariamente individual. 
 No estoy diciendo ninguna novedad al señalar que esta concepción del individuo 
como constructor de sí mismo, como amo y señor de su destino, como único rector de sus 
acciones, ha sido puesta en duda, de forma sumamente efectiva, tanto en filosofía como 
en psicología. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, cualquier propuesta, en psicología, 
que pretendiese un mínimo de originalidad, presentaba de alguna forma este 
“descentramiento del individuo”. Una de esas propuestas, sin duda de las más fructíferas, 
es la freudiana. Lo esencial de la teoría de Freud es que relaciona el devenir del individuo 
particular con un campo histórico y social que lo trasciende y lo determina. 
 
 Habitualmente, al pensar en Freud, se piensa en alguien sentado detrás de un 
diván, escuchando lo que dice un paciente e interviniendo magistralmente en el momento 
preciso. Por extensión, al pensar en psicoanálisis, se piensa en una técnica de 
intervención terapéutica de alcance individual. Ninguna de esas apreciaciones es 
completamente correcta. Freud, según muchos testimonios contemporáneos, era un 
terapeuta mediocre1. Sus pacientes dejaban de ir a atenderse luego de poco tiempo de 
comenzado el tratamiento. Ninguno de sus famosos “casos clínicos”, según su propio 
relato, dura más de unos cuantos meses. Es más, con el paso de los años, Freud recurrió 
cada vez con mayorasiduidad en la práctica de derivar pacientes a otros analistas tras 
sólo unas cuantas sesiones. El psicoanálisis como tal, por otra parte, ateniéndonos 
estrictamente a las concepciones freudianas, no es simplemente una técnica terapéutica, 
sino también un método de investigación de lo psíquico y, además, una determinada 
 
1 Véase, por ejemplo, Rodrigué, E. “Sigmund Freud – El Siglo del Psicoanálisis” (1996), Ed. Sudamericana. Buenos 
Aires. 1996. 
5 
 
concepción de la dinámica psíquica en la que lo inconsciente cumple un papel 
determinante2. 
 Al realizar un examen más profundo de la teoría freudiana, esa “concepción de la 
dinámica psíquica” resulta ser, en Freud mismo, una consideración sobre el fenómeno 
humano considerado como una totalidad. Lo que Freud crea es su propia concepción 
filosófica acerca de la condición humana. Una concepción que rompe violentamente con 
las corrientes psicológicas en boga en su época al situar las determinaciones del individuo 
en un campo que lo trasciende objetivamente: lo inconsciente. 
Ahora bien, la caracterización freudiana de ese campo que trasciende al individuo 
ha sido objeto de un fuerte debate incluso durante la vida de Freud. Sus distintas 
concepciones metapsicológicas (inconsciente, represión, pulsión de vida, pulsión de 
muerte, principio de placer, principio de realidad, ello, yo, superyó, complejo de Edipo, 
etc.) han sufrido el más variado tipo de interpretaciones (desde el biologicismo extremo 
que tanto le critica Clara Thompson hasta la caracterología esotérica de Carl G. Jung), el 
rechazo directo (Reich o la escuela culturalista respecto de la última metapsicología) o 
simplemente han sido condenadas a un olvido tendencioso (por parte de la escuela 
inglesa, por ejemplo). Desde mi punto de vista, esa variedad de interpretaciones, a veces 
directamente contrapuestas, es por sí misma un reflejo de la riqueza de la propuesta 
freudiana. 
 
 Dentro de este contexto (la fertilidad y la riqueza de la teoría de Freud), creo que 
es posible sustentar la siguiente idea: el pensamiento freudiano contempla la condición 
humana como una totalidad o, dicho de otra forma, la teoría freudiana de la psique puede 
ser considerada, por derecho propio, una teoría sobre la condición humana. 
Consecuentemente, en un sentido muy profundo, esa teoría puede ser considerada una 
verdadera psicología social, si es que por “psicología social” estamos entendiendo una 
preocupación por el ser humano en tanto ente social. La teoría freudiana es concepción 
de lo humano en la que lo esencial es el conflicto entre las aspiraciones pulsionales y las 
restricciones que la sociedad impone, tanto a nivel genérico como individual, a esas 
aspiraciones. Tanto las aspiraciones como las restricciones que se les oponen resultan ser 
lo propiamente humano, configuran el campo en el que la vida humana se desenvuelve. 
Ese campo, interna e intrínsecamente conflictivo, que Freud caracteriza como la cultura, 
 
2 Cf. Freud, S. “Dos artículos de enciclopedia: <<Psicoanálisis>> y <<Teoría de la libido>>” (1923 [1922]) en 
Obras Completas Vol. XVII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 231. 
6 
 
se articula en los particulares que lo viven efectivamente (la consciencia, el yo) a través 
del mecanismo de socialización que Freud llama Complejo de Edipo. Es ese conflicto 
fundante el que configura el campo de lo histórico y lo social, el que determina al 
individuo desde más allá de sí mismo y organiza (filogenética y ontogenéticamente) la 
condición humana. 
 Creo que la teoría freudiana ofrece el sustento suficiente como para que se la 
entienda de esa forma (es más, creo que entenderla así serviría para entender de manera 
global la sociedad global en la que vivimos) y explicitar dicha lectura es el objetivo 
central de este trabajo: exponer, de una forma sistemática, el entramado conceptual del 
pensamiento freudiano que permite caracterizarlo como una teoría de la condición 
humana y, en tanto tal, una psicología social por derecho propio. 
 
 Por supuesto, no tengo ninguna pretensión de originalidad al realizar estos 
planteamientos. Se han hecho antes por personas mucho más inteligentes y 
filosóficamente más competentes que yo. Mi intención principal, como ya he señalado, 
consiste en exponer la teoría freudiana como una concepción global de la condición 
humana. A tal efecto me propongo leer y revisar, dentro de toda la obra freudiana, 
principalmente dos series de textos que habitualmente se suelen distinguir como textos 
“metapsicológicos” y textos “culturales”. Se suele llamar “metapsicológicos” (Freud 
mismo tiene una definición más técnica al respecto) a aquellos textos que tratan de 
caracterizar al ser humano en tanto objeto del psicoanálisis. También podríamos decir 
que “metapsicológicos” son aquellos textos en los que Freud trata, explícitamente, de 
exponer sus concepciones sobre la condición humana. Se puede llamar “culturales”, por 
su parte, a aquellos textos en que Freud se dedica a caracterizar a la cultura, a la 
civilización, en tanto el campo en el cual esa condición humana se desenvuelve. Decir 
que los primeros refieren al individuo y los segundos a la sociedad sería una 
simplificación muy poco acertada. Al contrario, ambos refieren a lo mismo, lo humano 
propiamente tal, sólo que considerado desde distintos ángulos. 
 La distinción no es banal y tampoco es abstracta. Si la lectura que propongo es 
viable, entonces habrá una relación interna entre ambas series de textos. Deberían 
implicarse mutuamente: la exploración en unos debería llevarnos necesariamente a los 
otros y viceversa. Si eso es cierto, no debería importar mucho por cual comencemos, el 
resultado final debería ser el mismo. Por un asunto didáctico me va a interesar comenzar 
revisando los textos metapsicológicos. Creo que está sumamente arraigado en el sentido 
7 
 
común (en general, no sólo del profesional en psicología) hacer una relación directa entre 
Freud y psicoanálisis, y entre psicoanálisis e intervención clínica individual. Y hay 
razones de peso para eso, mal que mal, es en el ámbito clínico donde el psicoanálisis ha 
tenido mayor resonancia práctica. Por eso habría que atacar ese problema primero. Al 
revés, también está sumamente arraigada en el sentido común (del profesional en 
psicología) la consideración de los textos “culturales” de Freud como chocheras de viejo. 
Respetables sólo porque provienen del “gran maestro” que ya había hecho su 
contribución decisiva: la clínica psicoanalítica. De lograr evidenciar la relación interna 
entre textos “metapsicológicos” y textos “culturales”, esas “chocheras de viejo” se verían 
bajo una luz absolutamente distinta y su consideración como tales se revelaría como una 
torpe simplificación. Se restablecería la unidad del pensamiento freudiano. 
 Mi propuesta entonces es examinar las categorías con que Freud caracteriza su 
metapsicología hasta que develen sus raíces en la historia del género humano, en la 
cultura. Inconsciente, consciencia, ello, yo, superyó, complejo de Edipo, pulsión, principio 
de placer, principio de realidad, son todos conceptos aplicables al individuo particular 
que, sin embargo, deberían evidenciar sus raíces (incluso sus analogías) en la cultura. Por 
otra parte, al examinar las consideraciones específicamente culturales (por ejemplo, el 
conflicto entre las aspiraciones pulsionales y las restricciones sociales, o el grado en el que 
los individuos comunes y corrientes podrían soportar el aumento de las restricciones) 
ellas nos deberían mostrar como protagonista central al individuo particular que vive esa 
cultura. La cultura evidenciaría ser, a nivel genérico, un síntoma, tal cual lo es el yo a 
nivel particular. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
8 
 
EL APARATO PSÍQUICO 
 
 Tratar de caracterizarla concepción freudiana de Aparato Psíquico no resulta 
para nada una tarea simple. En parte por la complejidad intrínseca del tema, en parte 
porque dicha concepción se fue modificando y sutilizando en la medida en que Freud fue 
trabajando en ella a lo largo de casi medio siglo. En consecuencia, sus opiniones respecto 
de distintos planteamientos o problemas teóricos se fueron modificando, sutilizando y 
afinando en el curso de los años. Por lo tanto, hay que ser cuidadoso en la explicitación 
del contexto histórico conceptual al momento de caracterizar su teoría. 
 
 De forma general, podríamos decir que la intención central de Freud era crear 
una teoría psicológica que diese cuenta de la dinámica psíquica. Esto es, 
independizándose de la biología, crear una base conceptual que le permitiese una 
interpretación de lo psíquico en términos puramente psicológicos. De hecho, dicha base 
conceptual le permitió formular problemas y manejarlos en términos internos a su propio 
entramado teórico. Cada nueva problemática era enfrentada con una hipótesis 
interpretativa que debía ser articulable con el resto de la teoría. Para un pensador de la 
talla de Sigmund Freud, ese era un trabajo que debía realizarse de forma sumamente 
minuciosa. No dejar cabos sueltos, dar una explicación comprehensiva, hacer encajar 
delicadamente todas las piezas. La pretensión freudiana de presentar un entramado 
teórico coherente para el psicoanálisis fue un trabajo que le llevó toda la vida y que 
nunca dejó de plantearle nuevas inquietudes. Como él mismo señala: 
 
 ...el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones. 
Como lo enseña palmariamente el ejemplo de la física, también los “conceptos básicos” 
fijados en definiciones experimentan un constante cambio de contenido.3 
 
 La primera exposición detallada que Freud realiza de su concepción del Aparato 
Psíquico se remonta a 1900 y está contenida en el Capítulo VII de “La interpretación de 
los sueños”. Sin embargo, antes de abocarnos a su examen directo, resulta conveniente, 
 
3 Freud, S. “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915) en Obras Completas Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1995. p. 113. 
9 
 
como paso previo, realizar una breve explicitación de la forma de entender el 
pensamiento freudiano que se ha utilizado…y que no tiene por qué ser la única posible. 
 
a) Para entender la lógica freudiana 
 Lo primero a tener en cuenta para comprender la lógica freudiana es que el 
Aparato Psíquico es concebido como un funcionar, no como una cosa. Es una dinámica, 
un movimiento, no un algo. Un funcionar que no es sino funcionando, una dinámica que 
no es nada sin el movimiento que la constituye, sin el cual simplemente deja de ser. Lo 
psíquico sólo es en la medida en que funciona. El Aparato Psíquico freudiano resulta ser, 
en su formulación teórica, la caracterización de un funcionamiento. 
 
 Freud imagina un sujeto que es, él mismo, como tal, conflictivo. Un sujeto que es 
tensión, acumulación de tensión, descarga. Que es inercia de la descarga hasta más allá 
de la tensión original, que es restitución defensiva que evita la aniquilación y ejerce la 
vida. Todo esto en él mismo. No a la manera de principios exteriores que entran en 
relación y se actualizan en el sujeto: él mismo es esos principios contrapuestos o, con 
mayor rigor, su actuación, su perpetuo movimiento. 
 El sujeto freudiano no es ya un alma racional, un yo consciente, asaltado por las 
pasiones y por el mundo. El inconsciente resulta una realidad más antigua y más real que 
la consciencia, sus contenidos son los contenidos reales. El sujeto no es un alma con 
cuerpo, la corporalidad “interna” (el propio cuerpo) y “externa” (el mundo) pasan a 
formar parte de manera sustancial del conflicto que lo constituye, de lo propiamente 
psíquico, que aparece como el campo de las mediaciones en que el sujeto es.4 
 
 Esta cita nos pone en la pista de un segundo elemento nuclear para caracterizar la 
lógica con que Freud concibe el Aparato Psíquico: la idea de conflicto interno. Habíamos 
dicho, en primer lugar, que era una dinamicidad, un funcionar. Ahora, en segundo lugar, 
podemos agregar que este funcionar no es un funcionar pacífico ni transparente ante sí 
mismo. Es, fundamentalmente, imperativamente, un funcionar conflictivo. Es un 
conflicto. El Aparato Psíquico concebido por Freud es una dinamicidad, dividida 
internamente y enfrentada consigo misma. Al Aparato le aparece un otro radical, 
enemigo, que se le opone, lo perturba, lo coarta y lo invade. Pero, al esclarecer 
 
4 Pérez Soto, C. (1996) “Sobre la condición social de la psicología”. Ediciones ARCIS-LOM. Santiago. 1996. p. 
135. 
10 
 
teóricamente las relaciones que el Aparato mantiene con ese “otro”, resulta no ser un otro 
ajeno, sino él mismo puesto como otro, la otredad que aparece como ajena no es sino un 
otro de sí. 
 En una primera aproximación, podríamos decir que los términos más generales de 
dicho conflicto son, por un lado, las aspiraciones pulsionales y, por otro, las restricciones 
sociales. Hay una aspiración a la descarga y un dique que la restringe. Lo que el dique 
permite es una descarga indirecta y aplazada, pero segura. Las aspiraciones pulsionales, 
por supuesto, no se conforman jamás con eso y siguen esforzando hacia la descarga 
directa, inmediata, mortal. 
 Explicitemos, finalmente, que, a la base de este conflicto existe un evidente 
condicionamiento histórico: las aspiraciones más íntimas del Aparato Psíquico no son 
satisfechas porque se enfrentan a una realidad objetiva que no le permite la satisfacción 
que anhela. 
 
 a.1) La realidad de lo psíquico 
 En 1922 Freud caracteriza el psicoanálisis de la siguiente forma: 
 
 Psicoanálisis es el nombre: 1) de un procedimiento que sirve para indagar 
procesos anímicos difícilmente accesibles por otras vías; 2) de un método de tratamiento 
de perturbaciones neuróticas, fundado en esa indagación, y 3) de una serie de 
intelecciones psicológicas, ganadas por ese camino, que poco a poco se han ido coligando 
en una nueva disciplina científica.5 
 
 Habitualmente se considera que el primer trabajo “psicoanalítico” de Freud es 
“Estudios sobre la histeria”6 (en conjunto con Josef Breuer), publicados el año 1895. La 
caracterización de 1922 se apoya, entonces, en más de veintisiete años de trabajo 
“psicoanalítico”. 
 La novedad de la propuesta freudiana, en 1895, tiene que ver con la 
consideración de los síntomas histéricos como significando algo más allá de sí mismos, 
más allá de su pura materialidad evidenciada empíricamente. Para Freud, al contrario 
que la mayoría de las psicologías del siglo XX, lo realmente importante no es el síntoma 
 
5 Freud, S. “Dos artículos de enciclopedia: <<Psicoanálisis>> y <<Teoría de la libido>>” (1923 [1922]) en 
Obras Completas Vol. XVII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 231. 
6 Freud, S. y Breuer, J. “Estudios sobre la histeria” (1893-95) en Obras Completas Vol. II. Ed. Amorrortu. Buenos 
Aires. 1993. 
11 
 
como tal, sino la causa oculta de ese síntoma, causa que lo determina tanto cualitativa (en 
su forma específica) como cuantitativamente (en la intensidad que puede adquirir). La 
consideración pasa, así, de la manifestación sintomática a su origen oculto7. Lo que hará 
será teorizar sobre ese origen oculto. 
 El síntoma resulta ser una manifestación psíquica llena de sentido: nos “dice” algo 
acerca de su origen de forma indirecta y deformada. El origen de los síntomas es, en este 
momento de la obra teórica de Freud, una situación efectivamente acaecida en la vida del 
neurótico o de la neurótica: el trauma. Vivencia real, empírica, que ha sido expulsada del 
ámbito de la consciencia por ser incompatible con ésta8, sigue presionandopor 
manifestarse, presión que se cristaliza en los síntomas (el trauma reprimido “retorna” en 
los síntomas). Los síntomas son, entonces, formaciones psíquicas de compromiso entre 
dicha presión y los estándares restrictivos de la consciencia. 
 Por supuesto, no cualquier vivencia tiene el potencial de llegar a convertirse en un 
trauma. Las vivencias que son proclives a generar traumas tienen dos características 
principales: a) ocurren en la infancia y b) tienen un contenido sexual9. Durante la 
infancia, el futuro neurótico, ha vivido, de forma objetiva, una situación de alto e intenso 
contenido sexual que, por lo mismo, no es aceptable para la consciencia. Dicha vivencia 
es, entonces, reprimida, quedando latente en lo inconsciente. Pero “latente” no significa 
“tranquila”, desde lo inconsciente busca expresarse de formas indirectas, encubiertas…y 
así aparecen los síntomas.10 
 Desde un punto de vista terapéutico resulta, entonces, inútil atacar los síntomas 
directamente pues la energía psíquica que ha cargado a ese síntoma sencillamente se 
desplazará (sustitución de síntoma) creando un nuevo síntoma, pues la causa que, en 
primer término, originó el síntoma, ha quedado intacta. Lo que Freud propone, en 
términos de terapia es la “catarsis” de los “afectos estrangulados”: traer a la consciencia 
la situación traumática reprimida, volviendo a conectar los montos afectivos, que habían 
devenido inconscientes por causa de la situación traumática, con las representaciones que 
“les corresponden”, facilitando así la descarga (“abreacción”) de dichos montos afectivos 
 
7 Véase, a este respecto, Freud, S. “La etiología de la histeria” (1896) en Obras Completas Vol. III. Ed. Amorrortu. 
Buenos Aires. 1994. pp. 191-196. 
8 Cf. Freud, S. “Las neuropsicosis de defensa” (1894) en Obras Completas Vol. III. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1994. pp. 47-52. 
9 Cf. Freud, S. “La etiología de la histeria” (1896) en Obras Completas Vol. III. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1994. pp. 198-201. 
10 Ibíd. pp. 208-210. 
12 
 
y la reelaboración consciente de la situación traumática originaria, la cual, desde el 
momento en que deviene consciente, deja de tener el poder de formar síntomas.11 
 En resumen, los neuróticos están enfermos por algo que ha sido expulsado de la 
consciencia y que retorna distorsionado…lo que habría que hacer sería reelaborar eso 
inconsciente y causante de los síntomas. El problema es que “eso inconsciente” se vuelve 
teóricamente mucho más complejo cuando Freud desecha su idea de que el trauma es una 
situación que aconteció efectivamente en la vida del neurótico. 
 En 1897, en una carta a Wilhelm Fliess12, Freud señala que “ya no cree en su 
neurótica”13. Ha empezado a sospechar que aquello que sus pacientes le cuentan como 
evento traumático no es un hecho que haya sucedido realmente (o, al menos, no en todos 
los casos). Freud señala cuatro grupos de motivos que le han llevado a dicha sospecha 
(sospecha que, con el tiempo, se convertirá en clara e indudable certidumbre): 
 
 Por eso he de presentarte históricamente los motivos de mi descreimiento. Las 
continuas desilusiones en los intentos de llevar mi análisis a su consumación efectiva, la 
deserción de la gente que durante un tiempo parecía mejor pillada, la demora del éxito 
pleno con que yo había contado y la posibilidad de explicarme los éxitos parciales de otro 
modo, de la manera habitual: he ahí el primer grupo {de motivos}. Después, la sorpresa 
de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a 
mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia de la histeria, en todos cuyos 
casos debiera observarse idéntica condición, cuando es poco probable que la perversión 
contra niños esté difundida hasta ese punto (la perversión tendría que ser 
inconmensurablemente más frecuente que la histeria, pues la enfermedad sólo sobreviene 
cuando los sucesos se han acumulado y se suma un factor que debilita la defensa). En 
tercer lugar, la intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de realidad, 
de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto (…). En 
cuarto lugar, la reflexión de que en las psicosis más profundas el recuerdo inconsciente 
 
11 Cf. Freud, S. y Breuer, J. “Estudios sobre la histeria” (1893-95) en Obras Completas Vol. II. Ed. Amorrortu. 
Buenos Aires. 1993. pp. 30-37. 
12 Freud, S. “Fragmentos de la correspondencia con Fliess” (1950 [1892 -99]) en Obras Completas Vol. I. Ed. 
Amorrortu. Buenos Aires. 1992. p. 301. 
13 Sin embargo, el terminar de creerse, él mismo, esa afirmación, le llevó bastante más tiempo del que pudiésemos 
suponer. De hecho, la primera exposición pública de su nueva concepción se daría recién ocho años después en 
el segundo de sus “Tres ensayos de teoría sexual” (1905). Para una caracterización del cambio de opiniones de 
Freud respecto de ese tema, realizada por el propio Freud, véase Freud, S. “Mis tesis sobre el papel de la 
sexualidad en la etiología de las neurosis” (1906 [1905]) en Obras Completas Vol. VII. Ed. Amorrortu. Buenos 
Aires. 1993. 
13 
 
no se abre paso, de suerte que el secreto de las vivencias infantiles no se trasluce ni en el 
delirio más confundido.14 
 
 No es mi intención pronunciarme sobre la justeza o la contundencia de los 
motivos esgrimidos por Freud15 sino, más bien, intentar explicitar las consecuencias 
teóricas de la renuncia de Freud a esta “teoría de la seducción”16 como causante del 
trauma. 
 Esas consecuencias se anticipan en el tercer grupo de motivos: Freud comienza a 
tratar los relatos y las mentiras de los pacientes como si fueran verdad17. Digámoslo con 
otras palabras: la realidad psíquica resulta ahora tanto o más importante que la realidad 
material, empírica. La vivencia traumática originaria no pierde ningún valor por el hecho 
de no haber acontecido “efectivamente”. Al contrario, es tan real como si fuera real o, 
mejor, es real. Este paso lleva a Freud directamente, aunque quizás sin proponérselo, a 
derribar la barrera que la epistemología científica moderna establece entre sujeto y 
objeto. En la lógica freudiana, los objetos son los objetos que son porque así han sido 
constituidos desde el sujeto. El trauma es el trauma real que es porque ha sido 
psíquicamente constituido como tal, sin importar si fue un acontecimiento que “de 
hecho” ocurrió o no. Es la realidad psíquica la que lo hace real y efectivo. La realidad 
psíquica resulta ser toda la realidad. 
 Si lo anterior es cierto, el trauma, como evento subjetivo, debe tener algún sentido 
subjetivo. Ese sentido, que iremos caracterizando a todo lo largo de este trabajo, es servir 
de máscara que oculta la aspiración subjetiva por el placer, la descarga total, la felicidad 
como tal. Es ese deseo el que es profundamente incompatible con los estándares 
conscientes, en la medida en que, por un lado, esos estándares representan la 
introyección psíquica de las restricciones sociales y, por otro, dicho deseo es 
esencialmente antisocial. 
 La vida psíquica resulta ser, así, la encarnación de un conflicto entre la aspiración 
a la gratificación total, en sí antisocial, y los resguardos y restricciones que sostienen la 
vida en comunidad limitando dicha aspiración y reutilizando sus energías en trabajo 
 
14 Freud, S. “Fragmentos de la correspondencia con Fliess” (1950 [1892 -99]) en Obras Completas Vol. I. Ed. 
Amorrortu. Buenos Aires. 1992. pp. 301-302. 
15 Un trabajo, polémico, al respecto puede encontrarse en Moussaieff, J. “El asalto a la verdad” (1984). Ed. Seix 
Barral. Barcelona. 1985. 
16 Cf. Freud, S. “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) en Obras Completas Vol. VII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1993. p. 173. 
17 Freud, S. “Mis tesis sobre el papel de la sexualidaden la etiología de las neurosis” (1906 [1905]) en Obras 
Completas Vol. VII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1993. pp. 265-268. 
14 
 
socialmente productivo. La psicología de Freud no es, entonces, simplemente una terapia. 
Es, en pleno derecho, una profunda teoría sobre la condición humana. 
 
b) La génesis del Aparato Psíquico 
 Podríamos decir que, en el origen mítico18 del Aparato Psíquico, lo único que hay 
es energía, energía impulsada por una tendencia ineludible: la descarga. Esa energía, en 
los primeros trabajos de Freud19, corresponde simplemente a los impulsos eléctricos que 
se transmiten entre las neuronas. Progresivamente, la forma de conceptualizar dicha 
energía se va complejizando y recibe nuevas denominaciones (v. gr. pulsión, libido) pero 
siempre se mantiene como el fundamento de lo psíquico. Lo psíquico es el campo 
(independiente por derecho propio) que dicha energía estructura y en el que desenvuelve 
su dinámica. En un sentido general, podríamos decir que la forma en que esa energía se 
organiza en nosotros, en pos de su tendencia, es lo que Freud llamará “Aparato Psíquico”. 
 Es conveniente destacar, para evitar malentendidos a posteriori, que la energía 
que Freud concibe al fundamento de lo psíquico no es algo etéreo, inasible o “no decible”. 
Al contrario, abundan los ejemplos que permiten afirmar que dicha energía es, para 
Freud, algo real en un sentido concreto y material. 
 b.1) El Aparato Psíquico primitivo 
 La energía, dijimos, tiene una tendencia ineludible: descargar. Las 
excitaciones que ingresan a este circuito y lo perturban son contrarrestadas 
inmediatamente con la descarga. Si, por alguna razón, aumenta la cantidad de energía al 
interior de este circuito, aumentará también la presión por liberarse de ella, por volver al 
nivel mínimo, “original”, de energía. Esa presión es sumamente relevante: ella es la que 
gatilla la constitución del Aparato Psíquico como tal. El Aparato Psíquico resulta ser, 
precisamente, una organización de la energía cuya función central es tramitar las 
excitaciones, de tal forma que, cuando aumente la presión por descargar, exista una vía 
de evacuación a través de la cual dichas excitaciones puedan ser eliminadas. 
 Freud concibe la forma original de tramitación de la energía como rápida y 
directa: a la excitación energética se sucede inmediatamente una descarga. El modelo de 
 
18 Ese origen cambiará en “Más allá del principio de placer” (1920) por la “paz de lo inorgánico”. 
19 Cf. Freud, S. “Proyecto de psicología” (1950 [1895]) en Obras Completas Vol. I. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1992. 
15 
 
esta tramitación original de la energía (modelo que es, y Freud lo sabe20, sólo una ficción 
teórica) es el arco reflejo21. Esta organización es la más simple que quepa imaginar: la 
respuesta de descarga es automática, sólo se conserva el mínimo energético necesario 
para estructurar esta “vía de evacuación”. 
 
 ...el aparato [psíquico] obedeció primero al afán de mantenerse en lo posible 
exento de estímulos, y por eso en su primera construcción adoptó el esquema del aparato 
reflejo que le permitía descargar en seguida, por vías motrices, una excitación que le 
llegaba desde fuera.22 
 
 La simplicidad de dicha tramitación de la energía es, al mismo tiempo, el punto de 
partida y el fundamento de todo el intento freudiano por dar una explicación de la vida 
psíquica. La lógica de la tramitación de la energía hacia la descarga se mantiene a lo largo 
de toda su obra, pero sus concepciones sobre la forma en que esa tramitación se realiza 
son sutilizadas para dar cabida a las complejidades de la dinámica psíquica en el ser 
humano. 
 
 Si consideramos al arco reflejo como un circuito unidireccional de descarga, un 
primer agregado que tenemos que hacer, al momento de utilizarlo como fundamento de 
la explicación de la vida psíquica, para dejar de concebirlo simplemente como un circuito 
y comenzar a comprenderlo como un organismo, tiene que ver con que las fuentes de las 
excitaciones que perturban al organismo no sólo tienen un origen externo, sino también, 
y principalmente, un origen interno. 
 La característica central de las fuentes de origen externo (que posibilita, como 
veremos, la simplicidad de su tramitación) es que su actuar es siempre momentáneo, 
afectan “de un solo golpe”, después de lo cual desaparecen. Pensemos, por ejemplo, en la 
estimulación dolorosa que puede provocarnos la percepción del fuego o de algún objeto 
afilado sobre nuestra piel. Estas fuentes de origen externo son poco consideradas por 
Freud pues el circuito del arco reflejo basta por sí solo para explicar el mecanismo con 
que se enfrenta las excitaciones que provienen desde ellas: la tramitación de la excitación 
lleva directamente a la descarga. 
 
20 Cf. Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos 
Aires. 1992. p. 587. 
21 Ibíd. pp. 531-535; pp. 557-559. De hecho, para Freud, el arco reflejo es el modelo basal sobre el que edificará 
toda la subsecuente complejización del Aparato Psíquico. 
22 Ibíd. p. 557. 
16 
 
 Las fuentes de origen interno, en cambio, lo ocupan sobremanera debido a que el 
organismo no puede evitarlas de ninguna forma, son fuente constante de perturbación 
pues su actuar es permanente. Las excitaciones no dejan de fluir desde ellas, aumentando 
constantemente la cantidad de energía y, en consecuencia, la presión por descargar. El 
organismo, al no poder huir de sí mismo, está obligado a realizar alguna clase de acción 
motriz que cancele dichas excitaciones y restablezca los niveles energéticos al mínimo 
posible. 
 Las excitaciones de origen interno son, por lo tanto, el motor que pone en 
movimiento el Aparato Psíquico al plantear requerimientos de los que no es posible 
escapar y que, en consecuencia, obligan a la actividad dirigida del organismo en pos de la 
descarga. 
 
 b.2) La identidad perceptiva o respuesta “alucinatoria” 
 Freud imagina al bebé en su estado de indefensión primera, incapaz de 
satisfacer por sí mismo ninguna necesidad o resolver ningún requerimiento. Es otro, un 
adulto, el que satisface las necesidades del bebé posibilitando la descarga de energía hacia 
la que éste último está esforzando. 
 
 La excitación impuesta por la necesidad interior buscará un drenaje en la 
motilidad que puede designarse “alteración interna” o “expresión emocional”. El niño 
hambriento llorará o pataleará inerme. Pero la situación se mantendrá inmutable, pues la 
excitación que parte de la necesidad interna no corresponde a una fuerza que golpea de 
manera momentánea, sino a una que actúa continuadamente. Sólo puede sobrevenir un 
cambio cuando por algún camino (en el caso del niño, por cuidado ajeno) se hace la 
experiencia de la vivencia de satisfacción que cancela el estímulo interno.23 
 
 Notemos que esta descarga produce satisfacción, y la satisfacción no es algo 
vivencialmente indiferente. La satisfacción es una experiencia placentera, gratificante, 
asociada al hecho de la descarga. La descarga de energía produce “alguien” que vivencia 
esa descarga como placer. “Alguien” vive una experiencia placentera en la descarga. Esa 
experiencia placentera es, entonces, el origen (mítico) de una organización del Aparato 
Psíquico en lo que podríamos comenzar a llamar un “alguien”. Al hablar de un “alguien” 
 
23 Ibíd. p. 557. El destacado es de Freud. 
17 
 
pasamos del ámbito de la simple descarga de energía al ámbito de la vivencia. Un circuito 
era un modelo esquemático del circuito de energía desde la excitación a la descarga; un 
organismo era una unidad capaz de tramitar excitaciones, de origen externo o interno, 
hacia la descarga; un “alguien” vivencia la tramitación de la excitaciones como placero 
como displacer. El Aparato Psíquico es ahora comandado por una tendencia que lo lleva a 
huir de las vivencias displacenteras y buscar las placenteras. A esa tendencia Freud la 
denomina “deseo”. El deseo es el primer paso del organismo en las complejidades de la 
psique propiamente humana. 
 
 Elucidamos (…) las consecuencias psíquicas de una vivencia de satisfacción, y 
entonces ya pudimos introducir un segundo supuesto, a saber, que la acumulación de la 
excitación (…) es percibida como displacer, y pone en actividad al aparato a fin de 
producir de nuevo el resultado de la satisfacción; en esta, el aminoramiento de la 
excitación es sentido como placer. A una corriente de esa índole producida dentro del 
aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo; hemos dicho 
que el deseo, y ninguna otra cosa, es capaz de poner en movimiento al aparato, y que el 
decurso de la excitación dentro de éste es regulado automáticamente por las percepciones 
de placer y de displacer.24 
 
 El aumento de energía, entonces, es vivenciado como displacer, mientras que su 
disminución es vivenciada como placer. Ahora bien, la asociación entre descarga y 
experiencia placentera no es simplemente momentánea, al contrario, se instaura como 
una modificación permanente en este Aparato Psíquico primitivo: el impacto de la 
vivencia de satisfacción es lo suficientemente poderoso como para crear una huella 
mnémica. Ella conserva la percepción de la experiencia placentera mucho después de 
haber cesado la vivencia original. La satisfacción experienciada encarna el deseo del 
Aparato Psíquico y éste, en la forma de dicha huella mnémica, busca mantenerla dentro 
de sí. 
 De ahí en adelante, la primera barrera de defensa contra el displacer será la 
reinvestidura de la huella mnémica de la percepción de la experiencia de satisfacción, se 
buscará una identidad perceptiva25 con la vivencia placentera originaria. Para alcanzar 
esta identidad perceptiva no es requerida una acción efectiva dirigida a la transformación 
 
24 Ibíd. p. 588. El destacado es de Freud. 
25 Ibíd. p. 558, p. 591. 
18 
 
de las condiciones reales que generan el displacer (lo anterior implicaría otra 
organización del Aparato Psíquico, ya volveremos sobre eso): la huella mnémica de la 
satisfacción, al ser reinvestida, funciona como sustituta de la satisfacción misma. Parte de 
los montos de energía que esforzaban por ser descargados son utilizados en dicha 
investidura. Así, se carga energéticamente el recuerdo en un esfuerzo por hacerlo tan 
atractivo para las tendencias anímicas a la descarga como lo fue la situación placentera 
originalmente vivenciada. En vez de descargar, entonces, el Aparato retrocede a la huella 
mnémica en un intento por recrear la satisfacción que alguna vez tuvo. Disminuye así la 
presión al encontrarse una descarga sustituta y una satisfacción sustituta al interior 
mismo del Aparato Psíquico. A esta tramitación de la energía es lo que podemos llamar 
una satisfacción “alucinada” o una respuesta (a las presiones que esfuerzan hacia la 
descarga) “alucinatoria”. 
 Es un mecanismo análogo al que se utiliza cuando, en ausencia de la persona 
amada, se vuelcan los afectos sobre una foto o algún otro objeto que funciona como 
sustituto (“recuerdo”) de la ausente. Se trata esa foto o ese objeto con el cariño y el 
cuidado con que se trataba a la persona amada en la esperanza que el dolor (displacer) 
causado por la separación se vea, de esta forma, aliviado. 
 Notemos, y esto resulta sumamente importante para su constitución posterior, 
que, de ahí en más, el Aparato Psíquico, para conservar la huella mnémica, debe 
conservar también, en todo momento, el quantum de energía a ella asignado. Al 
conservar la huella mnémica ha creado una modificación permanente de sí mismo: 
conserva la memoria de la experiencia placentera al precio de renunciar para siempre a 
la posibilidad de la descarga directa y automática. Ya nunca podrá deshacerse de esa 
energía, ella es ahora parte de él. Él mismo se ha alterado y modificado definitivamente: 
en su esfuerzo por alcanzar la satisfacción ha encontrado un sustituto en el recuerdo de 
la experiencia placentera, un sustituto potencialmente siempre disponible. Un imán del 
deseo, interior a sí mismo, constitutivo y constituyente de la futura complejización del 
Aparato Psíquico. 
 Podemos decirlo con otras palabras: la forma primigenia en que el Aparato 
Psíquico consigue introducir y mantener la experiencia de satisfacción en sí mismo es la 
memoria. La memoria de la satisfacción sirve ahora de imán interno para la tendencia a 
la descarga. El Aparato Psíquico intenta satisfacerse por el camino más directo: 
percibiendo el recuerdo que atesora como idéntico26 a la percepción de la satisfacción. 
 
26 De ahí el término “identidad perceptiva”. 
19 
 
 Aparece aquí un primer agregado de importancia que hacer al esquema del arco 
reflejo: la memoria o, también, las huellas mnémicas27. El Aparato Psíquico está 
constituido como un arco reflejo que tiene la particularidad de poder modificarse y 
guardar dentro de sí la historia de dichas modificaciones en la forma de huellas 
mnémicas. Un “arco que transporta su historia”28 según la feliz frase de Rodrigué. 
 
 Sin embargo, esta tramitación del displacer no resiste aumentos mayores en la 
presión que esfuerza a la descarga. La satisfacción “alucinada” sólo puede manejar 
pequeños montos de energía, su capacidad de contención desborda muy rápidamente. 
Para resolver ese problema es requerida una nueva forma de organización del Aparato 
Psíquico. 
 
 b.3) La direccionalidad del Aparato Psíquico 
 Llegados a este punto estamos en condiciones de explicitar una distinción 
conceptual a la que, hasta el momento, nos hemos referido en repetidas ocasiones pero 
sólo de forma implícita: la dirección del movimiento de la energía al interior del Aparato 
Psíquico. Sucede que no es lo mismo orientarse hacia la descarga que orientarse hacia el 
recuerdo de la vivencia de la descarga. En su caracterización de punto en cuestión, Freud 
se apoya, nuevamente, en el esquema del arco reflejo: la secuencia de excitaciones que 
transcurre desde la estimulación hacia una descarga motora puede ser llamada 
progresiva o progrediente. Al revés, la secuencia que transcurre en sentido contrario, es 
decir, que comienza en la estimulación y termina en la percepción (y no en la descarga 
motora), puede ser llamada regrediente. Considerando esta denominación, podemos decir 
que la tendencia más primitiva del Aparato Psíquico (la descarga directa) es puramente 
progresiva. En cambio, en el caso de la satisfacción “alucinada”, la tendencia es 
claramente regrediente. 
 
 Lo primero que nos salta a la vista es que este aparato [psíquico] (…) tiene una 
dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y 
termina en inervaciones. Por eso asignamos al aparato un extremo sensorial y un extremo 
motor; en el extremo sensorial se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en 
 
27 Sobre las diferencias entre memoria y huellas mnémicas véase Freud, S. “La interpretación de los sueños” 
(1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1992. pp. 531-542. 
28 Rodrigué, E. “Sigmund Freud – El Siglo del Psicoanálisis” (1996). Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 1996. p. 
355. 
20 
 
el extremo motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico 
transcurre, en general, desde el extremo de la percepción hacia el de la motilidad.29 
 
 Los ejemplos más claros de movimientos psíquicos progresivos son, entonces, en 
general, todas aquellas actividades dirigidas a un fin: desde ir a acostarse hasta ir a 
comprar el pan, desde ir a orinar hasta ira trabajar. Hay una estimulación (interna o 
externa) que es percibida por el Aparato Psíquico y, en función de ella, se realiza una 
determinada actividad motora asociada, directa o indirectamente, con la descarga de 
energía. 
 
 Lo que ocurre en el sueño alucinatorio no podemos describirlo de otro modo que 
diciendo lo siguiente: La excitación toma un camino de reflujo. En lugar de propagarse 
hacia el extremo motor del aparato, lo hace hacia el extremo sensorial, y por último 
alcanza el sistema de las percepciones. Si a la dirección según la cual el proceso psíquico 
se continúa en la vigilia desde el inconsciente la llamamos progrediente, estamos a decir 
que el sueño tiene carácter regrediente. 
 Esta regresión es entonces, con seguridad, una de las peculiaridades psicológicas 
del proceso onírico; pero no tenemos derecho a olvidar que no es propia exclusivamente 
de los sueños. (…) 
 (…) Así, llamamos “regresión” al hecho de que en el sueño la representación 
vuelve a mudarse en la imagen sensorial de la que alguna vez partió. (…) a mi juicio el 
nombre de “regresión” nos sirve en la medida en que anuda ese hecho por nosotros 
conocido al esquema del aparato anímico provisto de una dirección.30 
 
 Al revés que en el caso del progresivo, los ejemplos más claros de movimientos 
psíquicos regresivos están relacionados frecuentemente con la inactividad corporal: 
pensar, fantasear, recordar, soñar. Hay una estimulación (primariamente interna) que 
irrumpe en la percepción y se mantiene en ella, sin generar directamente una actividad 
motora orientada a la descarga. 
 
 
29 Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1992. pp. 530-531. 
30 Ibíd. pp. 536-537. Los destacados son de Freud. 
21 
 
 b.4) Los orígenes de la represión 
 La vivencia placentera originaria no es el único resabio de experiencia 
primordial que deja su impronta perenne en el joven Aparato Psíquico. Otra experiencia 
que deja una marca indeleble es la correspondiente a la vivencia del displacer, de la 
acumulación de energía que no es descargada, de la ausencia de satisfacción, del dolor. La 
necesidad acuciante choca con los condicionantes externos que impiden su satisfacción; 
el bebé, incapaz de modificar esos condicionantes, debe esperar por el adulto que le 
permita evacuar sus excitaciones. La descarga no es ni puede ser instantánea: el joven 
Aparato se encuentra con que el displacer es una probabilidad mucho más cierta que el 
placer. Así, la percepción de esta vivencia de displacer, al ser integrada en el Aparato 
Psíquico, en la forma de huella mnémica, ofrece un contrapunto a la huella mnémica 
correspondiente a la percepción de la satisfacción originaria. Entre ambos “términos” 
transcurrirán los procesos psíquicos. 
 Ahora bien, la investidura de la huella mnémica de la vivencia de displacer no 
debe ser percibida con la facilidad con la que lo es su opuesta, la huella mnémica de la 
percepción de la vivencia de satisfacción, pues ello incurriría en violenta contradicción 
con la tendencia primaria del Aparato Psíquico: el deseo que huye del displacer y busca el 
placer. La percepción directa de la investidura de la huella mnémica del displacer 
conduciría a revivir la experiencia dolorosa, siendo que el Aparato Psíquico se esfuerza 
justamente hacia lo contrario: la experiencia placentera. 
 
 Supongamos que sobre el aparato primitivo actúa un estímulo perceptivo que es la 
fuente de una excitación dolorosa. (…) en este caso no quedará inclinación alguna a 
reinvestir por vía alucinatoria o de otra manera la percepción de la fuente de dolor. Más 
bien subsistirá en el aparato primario la inclinación a abandonar de nuevo la imagen 
mnémica penosa tan pronto como se evoque de algún modo, y ello porque el desborde de 
su excitación hacia la percepción provocaría displacer.31 
 
 Encontramos aquí la expresión explícita de un conflicto inherente al Aparato 
Psíquico primitivo: por un lado, la huella mnémica correspondiente a la vivencia dolorosa 
no puede ser simplemente desechada porque es la impronta que ha quedado de una 
vivencia importante, justamente el tipo de vivencia que, de ahí en más, se intentará evitar; 
por otro lado, dicha huella no se puede mantener directamente asequible a los procesos 
 
31 Ibíd. p. 589. 
22 
 
psíquicos del Aparato porque, al ser investida y percibida, contrariaría su tendencia 
básica. 
 La respuesta que da Freud, en 1900, a este problema, resultará determinante en la 
subsecuente elaboración teórica de su esquema de la psiquis. Dicha respuesta consiste, 
básicamente, en escindir los procesos del Aparato Psíquico, manteniendo la huella 
mnémica del displacer en un lugar otro, ajeno al transcurrir “habitual” de los procesos 
psíquicos (aquellos procesos de los que el Aparato es capaz de percatarse directamente). 
El Aparato huirá, entonces, activamente, de una marca de recuerdo que le es propia. Hay, 
por lo tanto, una utilización permanente de energía en una actividad interna a lo psíquico 
que resulta constituyente de su subsecuente complejidad: al “extrañarse” de su propia 
huella mnémica del displacer, impronta que es fruto de la percepción de las vivencias que 
ha sufrido, el Aparato Psíquico produce una diferencia interna a sí mismo. Ha creado un 
ámbito, en su propio interior, del que no tiene conocimiento alguno, pero que no por eso 
deja de ejercer una influencia gravitante en el decurso de los procesos anímicos 
“habituales” (éstos huyen de ahí). Se cumplen así los dos requerimientos: Por una parte, 
la huella mnémica del displacer no ha sido desechada. Por otra, al quedar confinada a ese 
“lugar otro”, dicha huella mnémica ya no contraría la tendencia básica del Aparato 
Psíquico. 
 
 El extrañamiento respecto del recuerdo, que no hace sino repetir el primitivo 
intento de huida frente a la percepción, es facilitado también por el hecho de que el 
recuerdo, a diferencia de la percepción, no posee cualidad suficiente para excitar a la 
consciencia y atraer de ese modo sobre sí una investidura nueva. Este extrañamiento que 
el aparato psíquico realiza fácilmente y de manera regular respecto de del recuerdo de lo 
que una vez fue penoso nos proporciona el modelo y el primer ejemplo de la represión 
psíquica.32 
 
 En resumen, podemos decir que la huella mnémica del displacer ha sido 
reprimida. La represión ha consistido en hacer de esa huella mnémica constituyente una 
otredad respecto del funcionamiento ordinario del Aparato Psíquico. No se la ha 
destruido, no se la ha cancelado, es parte integral de Aparato pero a éste le aparece como 
algo ajeno. La represión ha instalado una división interna: está el transcurrir habitual y 
 
32 Ibíd. pp. 589-590. El destacado es de Freud. 
23 
 
eso “otro” que se le enfrenta, desde sí mismo, como lo más temido, como su opuesto y su 
contrario. 
 
 No puedo dejar de señalar que, fácilmente, podemos hacer una analogía entre el 
“extrañamiento” sufrido por la huella mnémica de la percepción del displacer y eventos 
cotidianos como, por ejemplo, hacerse el leso respecto de ciertas cosas cuando nos 
conviene, negarnos a reconocer signos evidentes de situaciones que nos pueden causar 
sufrimiento, recordar acontecimientos poco gloriosos bajo una luz mucho más favorable 
para nosotros, o directamente olvidar hechos dolorosos de nuestras vidas. Para Freud, 
situaciones como éstas mostrarían la relación de continuidad entre los procesos psíquicos 
primarios y los procesos psíquicos habituales en la adultez33. 
 
 
 b.5) La identidad de pensamiento o el largo rodeo hacia la satisfacción 
 La satisfacción “alucinada”, dijimos, respuesta primaria del Aparato 
psíquico frente a las presiones que esfuerzan hacia la descarga,sólo es capaz de tramitar 
pequeños montos de energía. 
 
 El primer desear pudo haber consistido en investir alucinatoriamente el recuerdo 
de la satisfacción. Pero esta alucinación, cuando no podía ser mantenida hasta el 
agotamiento, hubo de resultar inapropiada para producir el cese de la necesidad y, por lo 
tanto, el placer ligado con la satisfacción.34 
 
 Ahora bien, las necesidades humanas más básicas (comida, abrigo, sexo, p. ej.) 
exigen movilizaciones de energía que exceden sobradamente las posibilidades de la 
“alucinación”. Para poner un ejemplo cotidiano, podemos sentarnos e imaginar una 
comida mirando un menú, pero eso no saciará nuestro apetito35. El Aparato Psíquico 
primitivo, tal como está estructurado, insistirá en su esfuerzo por escapar del displacer 
provocado por el aumento de la excitación, hacia el placer implicado en la disminución 
 
33 Freud caracteriza ese parecido con la vida adulta como la “táctica del avestruz”. Ibíd. p. 590. 
34 Ibíd. p. 588. 
35 Quizás vale la pena destacar que, en el caso del ser humano, el esfuerzo no va dirigido simplemente a saciar la 
necesidad fisiológica de la nutrición. No, cuando el ser humano tiene hambre busca comer en plato, con 
cubiertos, mientras conversa con un otro. Menos que eso es considerado un descenso en la escala de la 
humanidad. El punto es que las necesidades humanas son históricas, no fisiológicas, y eso las hace muchísimo 
más complejas. 
24 
 
de la misma, de la única forma que conoce: buscando la identidad perceptiva con la 
vivencia de satisfacción primera. Al no encontrar salida, la cantidad de energía que 
pugna por descargar irá aumentando y, consecuentemente, aumentará la presión por 
hacer efectiva dicha descarga. Básicamente, esto sucede porque su mecanismo no está 
orientado a crear las condiciones de satisfacción de la necesidad que pugna por ser 
satisfecha, sino sólo a volver a vivenciar una satisfacción previamente percibida. La 
respuesta “alucinatoria” enfrenta sus propios límites. La memoria no basta, hay que hacer 
algo. La “alucinación” debe ser sustituida por el trabajo. 
 Sin embargo, el trabajo implica una dificultad en la tramitación de la energía que 
el esquema del Aparato Psíquico primitivo no es capaz de resolver por sí mismo: la 
transformación de la energía, que esfuerza por descargar, en actividades (transformación 
de las condiciones externas) que llevan a la descarga sólo de forma indirecta. Dicha 
transformación permitiría la utilización de la energía en vez de su simple descarga pero, 
al mismo tiempo, implicaría perturbaciones energéticas mayores pues dichas actividades 
suelen ser displacenteras en alto grado. 
 
 Al enfrentar este problema, el problema del trabajo, el Aparato Psíquico primitivo 
debe superar un doble escollo: por un lado, si lo que intenta es modificar el mundo 
externo, necesita tener a su disposición todos los recuerdos de sus experiencias (único 
recuento que posee de dicho mundo externo), sin importar la cualidad ni la cantidad del 
monto afectivo asociado a dichos recuerdos; por otro, debe ser capaz de sobrellevar la 
realización de actividades físicas en sí displacenteras. Este doble problema tiene, en Freud, 
una sola solución, la cual podemos resumir de la siguiente manera: lo que debe surgir es 
el pensamiento. 
 Bien visto, en el primer caso, para poder disponer de los recuerdos de las distintas 
experiencias vividas por el Aparato, lo que debe suceder es que tanto la cantidad de la 
investidura energética asociada a cada una de ellas, como la cualidad de la misma 
(tendencia a huir en el caso de las displacenteras, tendencia a revivirlas 
“alucinatoriamente” en el caso de las placenteras), sean inhibidas en su descarga, dejando 
sólo su contenido (representación) disponible para su examen por parte de los procesos 
habituales del Aparato Psíquico. En otras palabras, para poder disponer efectivamente de 
los recuerdos, para que sean útiles al fin de la transformación de las condiciones 
materiales existentes, deben estar vaciados de afecto. Sólo así es posible una actividad 
psíquica (el pensamiento) que se dedique a examinarlos y ordenarlos voluntariamente 
25 
 
según la razón consciente. El pensamiento no es viable, en tanto actividad psíquica, si los 
contenidos que debe manejar están ligados directamente a investiduras afectivas, 
dolorosas o placenteras, pues, siguiendo su tendencia originaria, el Aparato huiría o 
perseguiría dichos contenidos sin preocuparse por la modificación del mundo externo. En 
otras palabras, se impondría la asociación libre y no la razón consciente. 
 En el segundo caso, lo que debe ocurrir es que esa energía que ha quedado 
disponible, al ser inhibida su descarga, sea utilizada en la realización de actividades 
motoras voluntarias (en sí displacenteras) orientadas a la creación de las condiciones 
materiales que hagan posible la satisfacción de la descarga y la cancelación de la 
necesidad. El pensamiento es el que guía dichas actividades, amparado en su 
“conocimiento” del mundo externo (que no es sino el recuento de experiencias del propio 
Aparato Psíquico) y en la capacidad de inhibición de los montos afectivos que ha 
posibilitado su propia constitución. La inhibición necesaria para la realización de 
actividades displacenteras no es sino una extensión de la inhibición de la descarga ya 
lograda respecto de la carga afectiva de los recuerdos. Sucede que, antes de enfrentarse al 
trabajo como tal, efectivo, el Aparato Psíquico se enfrenta a la representación psíquica, 
displacentera por cierto, de ese trabajo. Si consigue manejar psíquicamente dicha 
representación, entonces conseguirá manejar la realización efectiva de la misma, el 
trabajo como tal. 
 
 En resumen, las aspiraciones básicas del Aparato Psíquico primitivo entran en 
oposición directa con las condiciones del mundo externo, enfrentando aquél la disyuntiva 
de modificarse o perecer; la respuesta que elabora consiste en recubrir el primer sistema 
de funcionamiento (que tiende a la liberación y la descarga de energía) por un segundo 
sistema cuyo funcionamiento está basado, por un lado, en su capacidad de mantener 
inhibidas o ligadas (quiescentes) las investiduras energéticas y, por otro, en poder 
movilizar dichas investiduras y utilizarlas en la transformación del mundo. La tendencia 
básica del primer sistema se mantiene incólume: frente al aumento de excitación, la 
descarga, sin miramiento alguno por los condicionantes externos que favorecen o, más 
frecuentemente, coartan la posibilidad de la misma. Pero ahora, el segundo sistema, cual 
paraguas, oculta la tendencia básica del primer sistema y se orienta, precisamente, hacia 
la consideración de esos condicionantes externos36. El pensamiento es considerado por 
 
36 Esta orientación vale tanto en un sentido receptivo (examen) como en un sentido activo (modificación). 
 
26 
 
Freud como el sistema de funcionamiento que recubre el sistema primitivo de 
funcionamiento (el simple desear) y le permite sobrevivir y mantenerse en el 
enfrentamiento a ese mundo externo que malamente le puede ofrecer de forma gratuita 
una satisfacción inmediata a sus necesidades. 
 
 El objetivo de este segundo sistema es, entonces, dar curso a la tendencia a la 
descarga a través de formas que contrarían dicha tendencia. Su propósito es conservar la 
aspiración originaria a la descarga y a la satisfacción cuando se ve enfrentado a una 
realidad que le niega dicha posibilidad. Este segundo sistema no elimina al primero, lo 
que hace es subsumirlo dentro de sí y oscurecer su tendencia primaria detrás de un 
funcionar aparentemente opuesto. Lo que así consigue es preservar la tendencia original, 
condenada a la destrucción de no poder responder a las exigencias que la realidad le 
impone. 
 El esfuerzo del Aparato Psíquicopor mantenerse, encarnado en este segundo 
sistema, ha conseguido dominar la tendencia a la descarga directa. Esto produce un 
cambio trascendental en sus perspectivas: la restricción autoimpuesta sobre las 
aspiraciones individuales le permite utilizarse a sí mismo como instrumento para crear 
un mundo. De ahí en adelante, la forma en que perseguirá sus objetivos será 
absolutamente distinta a la primitiva simplicidad del circuito unidireccional de la 
descarga. La valoración originariamente concedida al alivio de la tensión ha dado paso a 
una valoración de la seguridad en la obtención de dicho alivio. No sólo importa el placer, 
importa que lo podamos asegurar en el transcurso del tiempo. La única forma de hacer 
esto es, como decía, construir un mundo en el que el placer sea posible. Ése es el 
horizonte que se ofrece al ser humano para renunciar a sus aspiraciones de satisfacción 
inmediata. Pero, importante destacarlo desde un principio, no es un horizonte meramente 
individual. La génesis del Aparato Psíquico resulta ser el proceso de alumbramiento tanto 
de la cultura37 como del individuo (encarnación particular de esa cultura). 
 Ya esta primera y abstracta consideración del Aparato Psíquico freudiano nos lleva 
indefectiblemente desde el individuo a la cultura sin solución de continuidad. 
 
 
 
37 Voy a preferir el término “cultura” al término “sociedad” en consideración a las resonancias que el primero 
tiene dentro de la obra freudiana (v. gr. “El malestar en la cultura”). 
27 
 
c) La dinámica psíquica 
 
 c.1) La represión 
 La identidad de pensamiento, habíamos dicho, implica una nueva forma de 
funcionar del Aparato Psíquico o, más rigurosamente, implica una nueva constitución del 
mismo en la que coexisten dos formas de funcionar contrapuestas: una más primitiva que 
tiende a la descarga directa, otra más elaborada, que se superpone a la primera y que es 
capaz de manejar la tramitación de la energía, inhibiendo su descarga. La denominación 
que Freud da a estos dos modos de funcionar es, correspondientemente, proceso primario 
y proceso secundario. 
 La coexistencia de ambos procesos implica, por una parte, una división al interior 
del Aparato Psíquico y, por otra, que ese mismo Aparato Psíquico está constituido 
conflictivamente. Hay todo un ámbito de la vida psíquica que ahora está oscurecido para 
el transcurrir habitual del pensamiento y que, cuando aparece, es vivido como algo 
extraño y ajeno. El proceso secundario recubre al primario pero, aunque de esa forma 
consigue preservarlo, es incapaz de satisfacer la primigenia aspiración a la descarga 
absoluta, aspiración que no ceja jamás en su empeño por cancelarse. El equilibrio entre 
ambos procesos es siempre precario, altamente inestable; un matrimonio por 
conveniencia que sólo se sostiene a trancas y barrancas. 
 La vivencia misma del placer ha cambiado. Para el proceso secundario la 
aspiración inconmesurada al placer resulta ser una perspectiva tan amenazante como el 
displacer mismo. Sucede que ambas alternativas atentan contra la preservación del 
Aparato Psíquico como tal pues ambas tienden a la disolución de todo lo constituido a 
través de la ligazón de energías. Al revés, la inhibición de la descarga y la utilización de la 
energía resultante en actividades displacenteras, anatema para el proceso primario, puede 
resultar altamente gratificante para el proceso secundario. La división es tan tajante que 
podemos decir que lo que es placentero para un proceso, puede ser vivido como 
displacentero por el otro. Pero ¿cómo puede ser esto posible? Para contestar esa pregunta 
debemos, primero, caracterizar lo que en Freud podemos llamar la “dinámica de la 
represión”. 
 
28 
 
 Lo reprimido no es idéntico a lo inconsciente, es parte de lo inconsciente38. La 
censura en sentido fuerte se ubica entre el inconsciente y el preconsciente. Tomando a lo 
no reprimido como aquello que queda susceptible de consciencia (y llamado a tal ámbito 
de susceptibilidad “preconsciente”) establecemos tal censura que, de dejar pasar las 
representaciones, supondría el escenario ideal de toda aspiración pulsional, esto es, 
emerger a la consciencia. La pregunta entonces es cómo eso investido en el inconsciente 
no trata de llegar al preconsciente. 
 En términos sistemáticos, la represión opera como la censura que no permite que 
los contenidos del inconsciente pasen a la consciencia. Representaciones que son 
rechazadas por ésta quedan en lo inconsciente cono “reprimidas”. Freud agrega, a esta 
consideración, otra en términos dinámicos, en la que la represión es una sustracción de 
investidura (represión propiamente dicha) o de contrainvestidura (represión primordial). 
Sucede que eso reprimido ha conservado la investidura inconsciente y el traslado de un 
sistema a otro consiste en la mudanza de investiduras. No hay una transcripción nueva 
sino procesos de desinvestidura o de reinvestidura. 
 En la represión propiamente dicha, a una representación preconsciente se le 
sustrae su investidura, “recibiéndola del inconsciente o conservando la investidura 
inconsciente que ya tenía”39. Además, para reforzar el estado de “reprimida” de esta 
representación, es necesaria una contrainvestidura que la atraiga hacia lo inconsciente, 
manteniendo así el funcionamiento de la represión desde los dos sistemas al mismo 
tiempo: la represión primordial. En la represión primordial opera la represión de un 
contenido inconsciente que aún no ha recibido investidura alguna del preconsciente, por 
lo que una sustracción de investidura no cabe y sólo es necesario el proceso de contención 
y mantención de la represión que produce la contrainvestidura. 
 Así como hay un proceso de represión excluyente (represión propiamente dicha), 
hay otro incluyente, o de sujeción (la represión primordial). El paso siguiente es que la 
investidura sustraída de la representación se aplica a la contrainvestidura. El movimiento 
general consiste en que la angustia producida por la investidura libidinal rechazada es 
dominada en una sustitución que se entramó por un lado con lo reprimido y por otro 
mediante sustitución por desplazamiento. En el sistema consciente la contrainvestidura se 
muestra en la formación sustitutiva que se genera alrededor de lo que en una etapa 
anterior sólo se había realizado mediante la represión de la representación sustitutiva. 
 
38 Sobre lo que sigue Cf. Freud, S. “Lo inconsciente” (1915), Apartado IV “Tópica y dinámica de la represión”, en 
Obras Completas Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1990. 
39 Ibíd. p. 177. 
29 
 
Así, la contrainvestidura gastada es equiparable a la fuerza de la represión. El punto de 
vista económico es, entonces, prioritario. 
 
 c.2) Inconsciente – Preconsciente – Consciente 
 Todo lo anterior ha estado orientado, de una u otra forma, a caracterizar 
un funcionamiento en su dinámica interna. Pasemos ahora a caracterizar los términos del 
mismo. Si no realizamos esta última caracterización desde un principio fue, precisamente, 
para poder enfatizar lo esencial que resulta entender el Aparato Psíquico freudiano como 
una totalidad dinámica que, en su dinamicidad, se va imponiendo las determinaciones 
que nos aparecen como términos y no, como podría parecer a una mirada objetivista, un 
conjunto de entidades independientes que funciona coordinadamente. 
 Los términos con los que Freud caracteriza al Aparato Psíquico, en sus textos 
publicados, entre “La interpretación de los sueños” y antes de “El yo y el ello” (es decir, 
aproximadamente entre 1899 y 1922), son los sistemas psíquicos Inconsciente, 
Preconsciente y Consciente. Estos sistemas tienen su “debut teórico” en el Capítulo VII de 
“La interpretación de los sueños” y su exposición más acabada (ya en tránsito hacia su 
superación) puede encontrarseen la serie de artículos sobre metapsicología de 1915. 
 La denominación “sistema” es un indicador de la lógica con que Freud está 
pensando al Aparato Psíquico. Estos “sistemas” psíquicos son la “entificación” de la 
dinámica que regula la tramitación de los contenidos psíquicos. Según Freud, no es 
siquiera necesario pensarlos como lugares (en el sentido espacial de la palabra) sino, más 
bien, según un orden de procesamiento lógico. 
 
 En rigor, no necesitamos suponer un ordenamiento realmente espacial de los 
sistemas psíquicos. Nos basta con que haya establecida una secuencia fija entre ellos, vale 
decir, que a raíz de ciertos procesos psíquicos los sistemas sean recorridos por la 
excitación dentro de una determinada serie temporal.40 
 
 La necesaria secuencialidad en la tramitación nos indica que la forma de esa 
tramitación, aunque complementaria intersistémicamente, es propia y peculiar 
intrasistémicamente. Esto último nos permite explicitar otra característica de los sistemas: 
como cada cual tiene su propia forma de tramitación, es posible hacer una clara 
 
40 Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 
1992. p. 530. 
30 
 
distinción cada uno de ellos. Sabemos perfectamente dónde “termina” uno y dónde 
“comienza” el otro. Esta distinción se explicita en la adjudicación, a cada sistema, de 
funciones que les son únicas y exclusivas (ya veremos cuáles). 
 En primer lugar tenemos lo inconsciente. Lo inconsciente está constituido por los 
impulsos más originales, más reales, más radicales. Lo inconsciente es la realidad del 
Aparato Psíquico en su pureza más desnuda y brutal. La aspiración por el placer como tal, 
la descarga inmediata, completa, mortal. Lo inconsciente como tal, por lo tanto, resulta 
profundamente incompatible con los procesos psíquicos basados en la inhibición de la 
descarga, aquellos procesos que, hasta el momento, hemos caracterizado genéricamente 
como “proceso secundario”. Curiosamente, lo inconsciente posee, al mismo tiempo, una 
función que no está asociada al proceso primario, sino al secundario: la censura. La 
censura es la función inconsciente de mantener alejados de la consciencia los contenidos 
inconscientes. La censura, en si inconsciente, mantiene a lo inconsciente extrañado de la 
consciencia, condenado a un “otro lugar” desde el que sigue presionando por acceder a 
esta última. De ahí la conocida frase de Freud “Todo lo reprimido es inconsciente, pero no 
todo lo inconsciente es reprimido”41. En otras palabras, es lo inconsciente lo que reprime 
a lo inconsciente. Las determinaciones reales, las dinámicas constitutivas se dan todas a 
ese nivel, la consciencia resulta un añadido secundario respecto a lo inconsciente. 
 La consciencia, el “proceso secundario” es, precisamente, “secundario” tanto si lo 
consideramos desde un punto de vista lógico (su dinámica se sustenta en la dinámica del 
proceso primario) como desde un punto de vista histórico (el proceso primario estuvo ahí 
antes que el proceso secundario). Sin embargo, esto no significa que “secundario” 
signifique “menos importante” para el funcionamiento del Aparato Psíquico. Al contrario, 
el proceso secundario es el que permite, al coartar los impulsos de satisfacción inmediata, 
la continuidad y la subsistencia del Aparato Psíquico como un todo. 
 Entre los sistemas que funcionan según el proceso secundario podemos distinguir 
ahora el Preconsciente y el Consciente. 
 Podemos describir al Preconsciente como el conjunto de representaciones que, 
vaciadas de sus montos afectivos (o, al menos, con éstos suficientemente reducidos), están 
potencialmente disponibles para su examen por parte de la consciencia. O, en otras 
palabras, todas aquellas representaciones a las que se puede acceder conscientemente sin 
 
41 Cf. Freud, S. “Lo inconsciente” (1915) en Obras Completas Vol. XIV. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1990. p. 
161. 
31 
 
mayores problemas. O, también, el conjunto de representaciones que, como contenido, 
constituyen la función que, habitualmente, denominamos “memoria”. 
 Complementariamente, podemos describir al sistema Consciente como marcado 
por la función de la atención: el hecho de, en determinado momento, “ser consciente de” 
determinadas representaciones. El sistema consciente no almacena ni se ve modificado 
por esas representaciones de las que “es consciente”. Al contrario, transita entre ellas 
rápidamente. Es tan lábil como la atención que dirigimos a una representación o a un 
conjunto de representaciones, sencillamente pasa por ellas. La consciencia no puede 
quedar fijada en ellas pues esto impediría que pudiese percatarse o “hacerse consciente 
de” cualesquiera otras representaciones. 
 
 La representación gráfica que hace Freud de estos sistemas, dentro del viejo 
esquema del arco reflejo, es más o menos así42: 
 
 
 
 
 
 
 
 La idea de esta representación gráfica, que coloca al Inconsciente43 al lado del 
Preconsciente – Consciente, y a este último separado de la Percepción (y no 
subsumiéndola como podría creerse) es poder caracterizar visualmente la dinámica del 
Aparato Psíquico, incluyendo en ella tanto fenómenos progresivos como regresivos. 
 En el primer caso, si una estimulación energética es lo suficientemente poderosa 
no sólo para ser simplemente percibida44, sino para atraer sobre si la consciencia, 
consigue que la atención se vuelque sobre la representación que representa dicha 
estimulación45 y realiza alguna actividad motora cuyo fin sea la disminución de la energía 
perturbadora, su descarga. 
 
42 Cf. Freud, S. “La interpretación de los sueños” (1900) en Obras Completas Vol. V. Ed. Amorrortu. Buenos 
Aires. 1992. p. 534. Los esquemas previos al aquí expuesto pueden encontrarse en las pp. 531 y 532. 
43 En el esquema: P = Percepción; Hm = Huella Mnémica; Icc= Inconsciente; Pcc= Preconsciente – Consciente; 
M= Actividad Motora. 
44 Puede parecer obvio, pero no todo lo que percibimos pasa a ser objeto de la consciencia. Por ejemplo, no somos 
conscientes de la percepción que tenemos de nuestros dientes a menos que alguno de ellos nos duela. 
45 Por supuesto, la consciencia no tiene como objeto la estimulación como tal ni tampoco la percepción como tal. 
Lo que es objeto de la consciencia es la representación psíquica de la percepción de la estimulación. 
P Hm Icc Pcc 
M 
Hm 
32 
 
 En el segundo caso, Freud va a utilizar lo inconsciente para situar allí el deseo 
formador de sueños. Para explicar este punto debemos realizar, previamente, una 
comparación económica de los estados psíquicos de vigilia y de sueño. 
 En la vigilia, la función de la censura (como ya señalamos, sin que la consciencia 
tenga noticia alguna al respecto) está plenamente activa, impidiendo, en la medida de lo 
posible que ningún “retoño de lo inconsciente”46 traspase la barrera impuesta y devenga 
consciente. El mantener permanentemente una función como esa demanda un gasto 
considerable de energía psíquica, pero dicho gasto se ve compensado en la medida en que 
la actividad constante de la censura permite la utilización consciente de la energía (los 
montos afectivos extraídos de las representaciones inhibidas) en la realización de trabajos 
displacenteros. Es porque la censura nos extraña de las representaciones inconscientes, 
que podemos realizar acciones motoras orientadas a fines voluntariamente 
autoimpuestos: el trabajo que modifica las condiciones objetivas que impiden nuestra 
satisfacción. 
 En el sueño, en cambio, la conexión entre consciencia y actividad motora 
desaparece. De hecho, la consciencia como tal (en el sentido de examen voluntario de 
representaciones) también desaparece. Al desaparecer el control consciente sobre la 
motilidad, el gasto

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