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Formación y trabajo docente en perspectiva históric a: del modelo tecnocrático del desarrollismo de los ´60 al modelo de la profes ionalización en los ´90 1 Myriam Feldfeber* Introducción La idea de que la formación continua debe de servir fundamentalmente para mantener útiles y rentables los recursos humanos del país constituye una de las trampas fundamentales que enfrentan los sistemas educativos (Petrella, S/F), en el marco de los imperativos para lograr una inserción competitiva en los mercados globales y de una creciente mercantilización de lo social, que incluye el campo educativo. “La nueva economía necesita de nuevos conocimientos. Esos conocimientos necesitan nuevas habilidades” señalaba el economista Lester Thurow, uno de los gurúes del mundo político y empresarial. Las nuevas tendencias en materia de política educativa, orientadas por el objetivo de la formación de recursos humanos competitivos, parten de un diagnóstico que da por sentado el proceso de globalización y la necesidad de insertarse “creativamente” en este proceso sin cuestionar la forma que asume en el contexto actual. Asimismo estas tendencias sostienen que el conocimiento constituye un bien accesible a todos y por lo tanto se transforma en un poderoso factor de transformación social. De acuerdo con el Paradigma de la Sociedad del Conocimiento, este es el factor más importante, tanto en los procesos educativos como económicos o sociales, que permitirá la inserción competitiva en el marco de la globalización. El conocimiento, que es un bien que no se agota en su consumo sino que, por el contrario, se enriquece con el uso, y su expansión se produce a la vez que se crea más información. Desde esta perspectiva, los países que no sean capaces de lograr un buen sistema educativo pasarán a ser los postergados en la sociedad del conocimiento. La propuesta de CEPAL y UNESCO publicada en 1992, centrada en la conceptualización de “la educación y el conocimiento como ejes de la transformación productiva con equidad” jugó un papel destacado en la formulación de las políticas educativas de la región desde este paradigma, en el que se privilegia la formación en competencias para el desarrollo de la denominada moderna ciudadanía. Sin embargo, es necesario poner en tela de juicio tanto el carácter novedoso e inevitable del proceso de globalización -que llega en algunos casos a su naturalización2- como la idea de que se trata de un nuevo fenómeno que traerá de por sí beneficios a los países que se inserten “creativamente” a través del conocimiento en el nuevo orden internacional. “Los límites objetivos de la mundialización pueden ser reconsiderados a la luz de políticas diferentes a las que hoy son presentadas como las únicas posibles y cuyos contenidos y efectos sociales también serían diferentes. La forma de la mundialización depende entonces, en definitiva, de la lucha de clases” (Amin, 2001). El proceso histórico demuestra que la globalización está lejos de ser una novedad en esta parte del mundo y es un fenómeno de muy antigua data que da cuenta del carácter globalizante del capitalismo. Esto no implica desconocer la existencia de tres nuevos aspectos que le han dado a la fase actual del desarrollo capitalista un dinamismo extraordinario: el vertiginoso crecimiento de los flujos financieros internacionales; la cobertura geográfica sin precedentes que ha alcanzado este proceso y la extraordinaria universalización de las imágenes y mensajes audiovisuales en una creciente homogenización cultural al servicio de la 1 Este texto se basa en la ponencia presentada en el panel “De la formación de recursos humanos para el desarrollo en los ´60 a la calificación de sujetos competentes para la transformación productiva con equidad en la globalización de los ´90”, VIII Congreso Iberoamericano de Historia de la Educación Latinoamericana, organizado por la SAHE, 30 de octubre al 2 de noviembre de 2007. Y fue publicado en la Revista Nuestra Idea de AMSAFE, Año 1 N° 1, 2009 . 2 Henry Kissinger afirmó que la globalización es como la lluvia: “¿acaso es posible evitar la lluvia?” En: PETRELLA, Ricardo. Los principales retos económicos de la globalización actual, 2005. creación de un “sentido común” neoliberal que exalta los valores del mercado. Adicionalmente, los desarrollos tecnológicos favorecieron la aceleración de estas tendencias (Borón, 1999). La globalización no es un hecho consumado sino un proceso en marcha (Ianni, 1998). Este proceso carece de la unidad de efectos que generalmente se da por sentada e incluyen segregación, separación y marginación social progresivas: “la globalización divide en la misma medida que une: las causas de la división son las mismas que promueven la uniformidad del globo” (Bauman, 1999: 8); la mundialización capitalista es polarizante por naturaleza (Amín, 2001). Las consecuencias humanas del proceso de globalización ponen en evidencia que mientras algunos disfrutan de la libertad de movimiento y despliegan toda su potencialidad, otros quedan fijados en su territorio. En consecuencia, el “acceso a la movilidad global” se ha convertido en uno de los factores más importantes de estratificación. La anulación tecnológica de las distancias del tiempo y el espacio lejos de homogeneizar la condición humana, tienden a polarizarla (Bauman, 1999). Desde esta perspectiva, el rol del conocimiento para la inserción competitiva en una economía global debe ser puesto en cuestión. La premisa de que a mayor educación mayor empleo encuentra sustento en países con estrategias de desarrollo que privilegian las industrias y los servicios de alto valor agregado, lo que permitiría absorber y demandar recursos humanos cada vez más calificados. Sin embargo este no es el caso de la mayoría de los países de América Latina, que se especializan en general en la producción de materias primas y de bienes primarios de bajo valor agregado. Por lo tanto, una mayor capacitación de la gente no impacta directamente en el empleo y en la competitividad de la economía. En este sentido -y aún cuando asumiéramos la premisa ya cuestionada de que los objetivos de la educación puedan reducirse a un ajuste adaptativo a los requerimientos de la producción y del trabajo (Riquelme, 2006)- las expectativas sobre la educación y las demandas al sistema educativo no encuentran correlato con el estado actual de desarrollo de los sistemas productivos y de los mercados de trabajo, ni con las políticas que pudieran ayudar a revertirlo. También es necesario poner a discusión la premisa de que el Paradigma de la Sociedad del Conocimiento supondría la superación de las desigualdades por las formas de regulación social del mercado capitalista, en tanto que al ser el conocimiento un bien supuestamente disponible y apropiable por todos, podrían eliminarse las diferencias y las desigualdades. Esta perspectiva olvida que en sociedades fuertemente desiguales y cada vez más dualizadas, el conjunto de los excluidos de los bienes materiales y culturales de la sociedad es cada día mayor (Frigotto, 1995). Es por ello que la sociedad del conocimiento genera junto con su potencial transformador, una acumulación de desigualdades significativas no sólo al interior de cada país o región sino también entre países o grandes regiones. Se postula que la ignorancia es la causa más directa de la pobreza y que el saber genera riqueza. Sin embargo, la principal ambigüedad del conocimiento científico-tecnológico consiste en que se ha transformado en la principal fuente de riqueza y riesgo simultáneamente, pero ha generado una riqueza que se distribuye en forma jerárquica y un riesgo que se distribuye en forma democrática (Gutiérrez, S/F). Este enfoque no es nuevo, sino que reconoce antecedentes en el llamado paradigma de la educación para el desarrollo de la década del ´60. Tal como lo analiza Gentili (1995), el discursoeducativo del neoliberalismo se configura a partir de una reformulación de los enfoques economicistas de la Teoría del Capital Humano. En efecto, también en aquel paradigma se consideraba a la educación como un “insumo” necesario para impulsar y sostener el proceso de desarrollo. Sin el “capital humano” necesario, el desarrollo económico no es viable, y por lo tanto la educación adquiere un rol clave como tributario del sistema económico. Sin embargo, mientras que en la década del ´60 los requerimientos hacia el sistema educativo se centraban más en el desarrollo de capacidades técnicas, en el paradigma de los ´90, si bien sigue presente el imperativo de la formación técnica, se enfatiza en la necesidad de desarrollar las capacidades de los individuos para desenvolverse en una economía en la cual el manejo de la información y el conocimiento ha adquirido un lugar de privilegio. Por otra parte, es necesario también valorar el contexto en el que ambos paradigmas se desarrollaron: mientras que en los ´60 se pensaba en términos de un modelo de pleno empleo en el marco de un Estado de Bienestar que garantizaba (al menos en teoría) la provisión de una serie de bienes y servicios a la población, en los ´90 el modelo tomó como base la flexibilización laboral y la necesidad de que los trabajadores pudiesen adaptarse rápidamente a los requerimientos cambiantes del “mercado”, en un contexto en el que el Estado modificó su rol en la prestación de los servicios sociales que caracterizó a la etapa del Estado de Bienestar. Adicionalmente, en lo que hace al contexto regional, también es necesario marcar algunas diferencias. En la década del ´60, en pleno auge del modelo de industrialización por sustitución de importaciones en América Latina, el sistema económico requería del desarrollo de capacidades técnicas que permitieran fabricar bienes que anteriormente se importaban. En cambio, a partir de los ´90 se trata de promover el desarrollo de habilidades y competencias en la fuerza de trabajo que permitan insertarse de manera competitiva en los mercados globales. El aspecto contradictorio que presenta este enfoque en la actualidad es que luego de la experiencia de liberalización de los ´90 la región en general ha retrocedido a un patrón de especialización basado en la explotación y exportación de recursos naturales, que tiene bajos requerimientos de mano de obra, y en particular de mano de obra calificada. En base a estas consideraciones, el trabajo analiza las políticas referidas a la formación y el trabajo docente en perspectiva histórica, comparando los modelos tecnocráticos del desarrollismo en la década del ´60 y de la profesionalización y autonomía de los docentes en el marco de la globalización de los ´90 a través de dos documentos referentes en el proceso de formulación de políticas educativas en América Latina en ambas décadas: la Conferencia sobre Educación y Desarrollo Económico- social en América Latina, realizada en 1962 y el documento de CEPAL/UNESCO “Educación y Conocimiento: ejes de la transformación productiva con equidad” publicado en 1992. Sostenemos que en ambos modelos, y más allá de las especificidades de cada coyuntura, el docente es considerado “objeto” de la política desde una racionalidad heterónoma que lo aleja del lugar del saber y contradice la supuesta profesionalización que formalmente se busca promover. Los docentes como “técnicos” al servicio de la form ación de los recursos humanos en los ´60 En Latinoamérica, el acuerdo de mayor envergadura para la educación fue el Proyecto Principal de Educación para la expansión y el mejoramiento de la educación primaria, que se desarrolló entre 1957 y 1966. En 1962 se desarrolló en Santiago de Chile la Conferencia sobre Educación y Desarrollo Económico y Social en América Latina en la cual se reunieron los Ministros de Educación y de Planeamiento Económico de la Región. En ella se propuso « impulsar el progreso económico para mejorar rápidamente las condiciones de vida y para que los beneficios de este mejoramiento se extiendan a todos los sectores sociales. En esos propósitos ha de tener una participación muy activa la educación: los mejores planes de desarrollo económico se frustrarían irremediablemente de no contar con hombres preparados en las distintas esferas de la actividad humana y ese condicionamiento requiere esencialmente para que sea fecundo, sistemas educativos eficaces” (UNESCO, 1962: 5) La conferencia constituye un ejemplo elocuente de las llamadas orientaciones economicistas que cobraron fuerza en la década de los ´50 dentro del modelo desarrollista (Rama, 1984). La especulación metafísica de las concepciones espiritualistas, fue reemplazada por una especulación realista y empresaria de la educación, considerando que la educación es un fenómeno susceptible de análisis “objetivo” y “científico” y la planificación cobró un lugar central como herramienta para transformar las obsoletas estructuras educativas a las necesidades del desarrollo (Finkel, 1977). La Teoría de Capital Humano como teoría de desarrollo y como teoría educativa cobró fuerza hacia fines de la década de los ´50 y los ´60 (Frigotto, 1995). La educación pasó a considerarse como una forma específica de capital cuya acumulación se materializa en seres humanos y cuya productividad se expresa en la actividad laboral de quien la ha recibido. “Gran parte de lo que consideramos como consumo constituye una inversión en capital humano (...) dicha inversión en capital humano explica la mayor parte del impresionante aumento de los ingresos reales del trabajador (Schultz, 1961, En: Blaug 1972: 29). En tanto forma de capital, la educación contribuye al crecimiento económico y los diversos niveles de educación condicionan la productividad y por ende los ingresos de los sujetos: “nadie ignora que una población educada es la base indispensable de una democracia auténtica, de la participación efectiva del pueblo en los asuntos nacionales, del desarrollo industrial y agrícola, de una mayor producción y de un mayor ingreso por habitante y, por lo tanto, del bienestar social y económico que deriva de niveles de vida superiores” (UNESCO, 1962) Desde el punto de vista económico, la educación como factor de desarrollo era considerada como una inversión que debía ser planificada en términos de costo-beneficio. La educación se presentaba como un elemento esencial, tanto para elevar la productividad y la producción, como para “lograr que los beneficios del desarrollo no se concentren en unas pocas manos”. “La educación para el desarrollo no sólo significa proporcionar la competencia técnica necesaria para el desempeño de nuevas ocupaciones, sino también alentar nuevas formas de competencia social y política, nuevos tipos de obligaciones y compromisos, así como nuevas motivaciones para el trabajo productivo y autodisciplinado y para el ejercicio responsable de la ciudadanía” (UNESCO, 1962 : 55). Dentro del Paradigma Desarrollista, con la planificación como herramienta central, se enfatizaba la formación de docentes capaces de programar y evaluar los aprendizajes en términos de conductas observables y mensurables (Davini, 1991). La tarea del docente era visualizada como una tarea políticamente "neutra".3 El modelo profesional se correspondía con el del técnico que debe desempeñarse eficazmente en función del diseño elaborado por los expertos4, o el de un “práctico idóneo” que aplicaba prescripciones diseñadas por diferentes especialistas que trabajaban en la administración o el planeamiento educativo, colocando en otros la autoridad del saber (Southwell, 1997). En la Conferencia de 1962 se señalaban los problemas relativos a la falta de personal docente titulado: “en lo que atañe al magisterio primario las informaciones existentes, relativas a dieciséis países latinoamericanos en 1957, muestran que de un total de 436.000 maestros (el 80 por ciento de todos los de AméricaLatina), sólo 221.200, es decir, el 51 por ciento, había recibido preparación específica para la docencia. El problema del personal docente no titulado tiene todavía mayores dimensiones en el nivel secundario. Alguna estimación a este respecto muestra que sólo un 30 por ciento del profesorado de educación secundaria ha cursado los estudios específicos correspondientes” (UNESCO; 1962: 75-76). Desde esta perspectiva, esto imposibilitaba una auténtica selección del profesorado. También se señalaba que la calidad de la formación regular de los maestros primarios en las escuelas normales era bastante satisfactoria si se juzgaba a través de la duración de los estudios que se les exigían: en casi todos los países latinoamericanos los planes vigentes comprendían alrededor de seis años, después de la escolaridad primaria. “Quizás las mayores deficiencias en la preparación del magisterio nacen de la misma causa ya señalada al aludir a la composición del profesorado; tal como acontece en educación secundaria, es muy reducida la proporción de profesores de escuelas normales verdaderamente especializados1 en su materia, o con formación de rango universitario” (UNESCO; 1962). 3 Esta supuesta neutralidad fue señalada en las conclusiones de la Conferencia con respecto al papel del educador en el proceso de desarrollo económico: “para el educador el proceso del llamado desarrollo económico es completamente neutral: lo que le importa y más debe interesarle es la conformación final de ese proceso, es decir, el del tipo de estructura social en que termine” (UNESCO, 1962). En la década de los '70 las teorías críticas cuestionaron esta supuesta neutralidad señalando el papel social de la escuela en tanto reproductor de las relaciones de poder dentro de la sociedad y del profesor como agente de las clases dominantes. 4 Retomamos la conceptualización del docente como técnico o como profesional desarrollada por Rodrigo Vera (1989). Se atribuían muchos de los problemas a la insuficiente remuneración, en especial de los maestros primarios, destacando que en algunos países ni siquiera podían cubrir el mínimo vital que exigía el sostenimiento de su familia y a la falta de seguridad y de estabilidad en el desempeño de la función docente por la carencia de regulaciones legales que las garantizasen, o por incumplimiento de ellas, cuando estas regulaciones estaban presentes. También se señalaba la falta de atención que se prestaba a la labor de perfeccionamiento del profesorado en ejercicio. Esta se vinculaba con la ausencia de estímulos para el profesor debido a la ausencia de sistemas de promoción adecuados para el acceso a puestos directivos que consideren en primer término una labor profesional sobresaliente y los estudios realizados. En Argentina el proceso de terciarización de la formación docente se desarrolló en la década del '60. Por resolución n° 1111 del 21 de noviembre de 1968, la Secretaría de Estado de Cultura y Educación suprimió la inscripción de alumnos en el primer año del ciclo del magisterio. Esta decisión supuso la interrupción de la formación docente en el nivel secundario, aunque sin determinar la forma de su reemplazo. En el año 1969 la Secretaría de Estado de Cultura y Educación volvió al rango de Ministerio y se decidió establecer el nuevo sistema de formación docente (resolución n° 2321 del año 1970), el cual se concibió en Instituciones de Nivel Superior No Universitario: los Profesorados. En la Resolución se aprobó con carácter experimental el Plan de Estudios de la carrera de Profesor de Nivel Elemental y la estructura y organización de los Institutos Superiores de Formación Docente. Emilio Mignone, Subsecretario de Educación e impulsor de la reforma, destacaba la necesidad de jerarquizar al maestro elevando su formación al nivel terciario: "hace cien años cuando el analfabetismo era la regla y resultaba notorio quien había recibido instrucción primaria, el maestro, con preparación secundaria, ocupaba una posición cultural destacada. Hoy cuando vive rodeado de personas que han egresado de la enseñanza media, un maestro solamente con ese nivel de capacitación no puede ejercer influencia cultural alguna, salvo excepciones personales o en los casos de zonas alejadas” (Mignone, 1972: 172). También justificaba la elevación de la formación docente al nivel terciario, por el hecho de que “la decisión vocacional para una profesión como la docente, aún para el nivel elemental, debe realizarse al concluir los estudios medios. De lo contrario a veces se desperdician vocaciones y en otros casos siguen la carrera jóvenes que carecen de aptitudes”5 El contexto político fue la autodenominada Revolución Argentina (1966-1973), gobierno de facto que se propuso en el campo de la educación el objetivo de estructurar un sistema “que asegure una formación integral, moderna y dinámica de la personalidad con igualdad de oportunidades respetando los valores de la cultura y la tradición nacional”6. Argumentos economicistas también justificaron la necesidad de elevar la formación al nivel terciario: los recursos humanos formados en las escuelas que podían ser absorbidos por el mercado laboral, es decir, la cantidad de egresados de las escuelas normales excedía la capacidad de absorción del sistema. De acuerdo con las estimaciones del Subsecretario de Educación existían en el año 1970, 250.000 maestros sin posibilidades de ejercer. Así afirmaba que: “es verdad que éstos han adquirido una formación cultural, pero su preparación profesional no los habilita en la práctica para ganarse la vida con su ejercicio”. La carrera de Profesor de Nivel Elemental poseía una duración de dos años académicos, incluyendo un cuatrimestre de práctica en forma de residencia en una escuela elemental. El plan de estudios respondía a una lógica deductiva: la práctica se realizaba una vez adquiridos los conocimientos teóricos. Se buscaba profesionalizar la docencia a través de la elevación de la formación de los maestros al nivel terciario y la extensión de los años de estudio. En palabras de Mignone: “por causas que no es el caso analizar aquí, la docencia ha visto paulatinamente disminuido su status, su retribución y 5 Discurso del Sr. Subsecretario de Educación Dr. Emilio F. Mignone sobre el nuevo Programa de Formación, perfeccionamiento y actualización docente, pronunciado en la Ciudad de Paraná el 13 de Junio de 1970, en el Acto de Conmemoración del Centenario de la Primera Escuela Normal Argentina. 6 Decreto n° 46 del 17 de junio de 1970. Junta de Co mandantes en Jefe. su prestigio. Es imprescindible revertir esta situación. (...) Un paso importante en la dignificación del maestro, lo constituirá la elevación de su nivel cultural y académico, a través del sistema de formación esbozado y el adecuado equilibrio entre la oferta y la demanda de profesionales de la docencia”. La Terciarización de la formación respondió a la tendencia mundial de mayor profesionalización de la docencia, basada en el modelo desarrollista que buscaba optimizar la formación de recursos humanos. Aún cuando esta reforma no ha sido suficientemente evaluada, se sostiene que no logró revertir algunos problemas tradicionales de la formación tales como la disociación teoría-práctica, la trama de funcionamiento endogámico de las instituciones y la escasa distancia entre la institución formadora y el nivel para el cual se forman los docentes. Si bien significó una notable apertura al modelo institucional por el ingreso de nuevos profesores provenientes de otros circuitos sociales y académicos, la esfera de conducción burocrático-administrativa de la formación docente permaneció diluida junto con la gestión de las escuelas medias en la Dirección Nacional de Educación Media y Superior (DINEMS) lo que le quitó un perfil propio a la gestión de la formacióndocente (Davini, 1995: 86). También se objetó la atomización que sufrió la formación docente, dada por la existencia de materias de corte pedagógico, psicológico y didáctico desvinculadas entre sí; conjuntamente con una práctica convencional de la enseñanza, desplazada hacia la última etapa de la carrera y frecuentemente inadecuada al contexto de la escuela (Menim, 1987). A su vez, al implementarse los cambios durante el gobierno de facto, los docentes no tuvieron participación alguna en la discusión del proceso de reforma, hecho que contribuyó a relegar a los docentes al lugar de responsables de aplicar eficazmente lo planificado en otras esferas. La Teoría de Capital Humano así como el modelo Tecnicista, que se transformó en tecnocrático (Davini, 1991), fue objeto de numerosas y diversas críticas (Bourdieu; Frigotto, 1995; Finkel, 1997, entre muchos otros autores). Sin embargo, los modos en que se concebía la relación entre educación y cambio social, el lugar sectorial que se le otorga a la educación como variable que por si sola puede superar la desigualdad social y la lógica tecnocrática que oculta el carácter relativo y conflictivo de la relación educación-trabajo (Riquelme, 2006) persisten en las reformulaciones de los ´90 a pesar de las distinciones que presentamos en el apartado anterior. La “profesionalización” de los docentes para la for mación de sujetos competitivos en los ´90 El discurso sobre la profesionalización de la docencia que orientó las propuestas de reforma de los ´90 articuló viejas y nuevas demandas hacia la docencia dentro de los imperativos del Paradigma de la Sociedad del Conocimiento. Estas demandas fueron promovidas tanto desde los gobiernos como del saber “experto”, de los técnicos de los organismos internacionales y de agencias no gubernamentales quienes han propuesto cambios en los sistemas de formación y en la organización del trabajo docente desde una retórica profesionalizante. La apelación a una docencia profesionalizada no constituyó un hecho novedoso, pero resurgió con fuerza en las décadas de los ´80 y de los ´90. En Estados Unidos, el debate sobre la profesionalización de la docencia a partir de presiones corporativas, acompañó la discusión sobre las políticas educativas del proyecto de la nueva derecha (Tenti Fanfani, 1995). Informes tales como “A Nation At Risk”, elaborado a pedido del Presidente Reagan en 1983, criticaron la mediocridad de la escuela norteamericana atribuyendo parte de la responsabilidad a la incompetencia de los profesores. Estos informes han ejercido gran influencia en el reconocimiento público y status otorgado a la enseñanza (Burbules y Densmore, 1992). El movimiento acerca de la profesionalización docente en EEUU surgió a finales de la década de 1980 dentro de la segunda oleada de reformas educativas en el marco del discurso acerca de la excelencia educativa, la eficacia y la eficiencia (Labaree, 1999). Los procesos de descentralización educativa han impulsado el movimiento de profesionalización de los docentes a través de modelos basados en la autonomía en el trabajo en el marco del discurso de la competitividad y de la introducción de la lógica del mercado en el campo educativo. Este discurso es retomado en el Documento de CEPAL y UNESCO “Educación y conocimiento: ejes de la transformación productiva con equidad” (1992) formulado sobre la base del trabajo de CEPAL “Transformación Productiva con Equidad” del año 1990. En el documento se señala que para que América Latina salga de la crisis es necesario aceptar el reto de la competitividad económica. Para esto se debe generar una transformación productiva mediante la incorporación del progreso técnico. Esto requiere de mayor inteligencia y mayor creatividad, que surgen como producto de la actividad educativa. Para la transformación, la equidad social es condición para el crecimiento económico: no habrá crecimiento ni transformación productiva sin equidad. La estrategia proponía como objetivo “contribuir a crear, en el decenio próximo, ciertas condiciones educacionales, de capacitación y de incorporación del progreso científico- tecnológico que hagan posible la transformación de las estructuras productivas de la región en un marco de progresiva equidad social”. Se consideraba que dicho objetivo sólo podrá alcanzarse mediante una amplia reforma de los sistemas educacionales y de capacitación laboral existentes en la región y mediante la generación de capacidades endógenas para el aprovechamiento del progreso científico-tecnológico. La propuesta se articulaba en torno a los objetivos de ciudadanía y competitividad, a criterios de políticas centrados en la equidad y el desempeño, y a lineamientos de reforma institucional basados en la integración nacional y la descentralización. De acuerdo con esta perspectiva, la interrelación entre sistema educativo, la capacitación, la investigación y el desarrollo tecnológico permitirían la transformación productiva, la equidad social y la democratización política. El documento propuso establecer nuevos mecanismos de regulación política donde el Estado, a la vez que otorga mayor autonomía a los establecimientos para el mejoramiento de la calidad, dispone de medios eficaces para evaluar el cumplimiento de las metas así como resguardar las orientaciones globales del sistema y su equidad. El Estado debe aumentar sus capacidades normativas y de orientación del conjunto del sistema, proporcionando un marco estable de políticas y reglas para la acción de los establecimientos. La profesionalización y el protagonismo de los educadores, constituyó uno de los siete ámbitos de política propuestos. El informe señalaba que existen básicamente dos exigencias en relación con un sistema eficiente de recursos humanos: el compromiso con una educación de calidad y la capacidad para administrar en forma autónoma y responsable los establecimientos y recursos a su cargo, profesionalizando urgentemente los cargos docentes. Para ello se proponía atender a los procesos de reclutamiento, formación y capacitación de los docentes. También se planteaba la necesidad de revisar el sistema de remuneraciones docentes y establecer incentivos en función de la productividad. Para los directores se proponía una redefinición de su rol en el marco de la autonomía institucional. La evaluación del rendimiento de los docentes se inscribió dentro del objetivo de propiciar una gestión institucional responsable. Esto implicaba garantizar la existencia de un eficaz mecanismo de información y evaluación del rendimiento escolar y docente, para que “los usuarios puedan demandar” que se eleve la calidad de enseñanza, los establecimientos mejoren su desempeño y las autoridades puedan centrar su acción donde los rendimientos sean más bajos y afecten la equidad del sistema en su conjunto. En cuanto a las condiciones laborales de los docentes, el trabajo reconocía que es necesario asegurar estabilidad en el cargo y dedicación exclusiva y que los salarios insuficientes conspiran contra la eficiencia de la educación al favorecer el doble empleo y la rotación del personal. Asimismo se criticaba la existencia de un escalafón de sueldos en tanto genera problemas de falta de flexibilidad y competitividad. En este sentido, se proponía recurrir al uso de esquemas de incentivos y bonificaciones para completar el sueldo de base. Se reconocía la necesidad de incentivar a los docentes más experimentados y motivados para que trabajen con los sectores más desfavorecidos. Otra opción formulada en el documento, es el establecimiento de una bonificación por "productividad" en función de la evaluación: “aunque no se puede medir el rendimiento pedagógico o académico en forma tan precisa como el rendimiento físico, es posible diseñar criterios sencillos de evaluación” (CEPAL/UNESCO, 1992:185). Por último se señalaba que los establecimientos educativos deben tener libertad para determinar total o parcialmentelas remuneraciones de sus maestros, en función de su propio proyecto educativo. Con respecto al proceso de formación, se prioriza la formación en servicio: "en vez de concentrarse en una larga formación académica, el proceso de formación debería contemplar una preparación pedagógica más breve, combinada desde el inicio con prácticas directas, en las que el alumno-maestro vaya asumiendo responsabilidades crecientes. Posteriormente a lo largo de la vida profesional, deberían existir oportunidades flexibles y estimulantes de perfeccionamiento continuo." (CEPAL/UNESCO,1992: 184). La profesionalización de la docencia es analizada en el marco de la flexibilización laboral. Dentro de esta perspectiva se sostiene que "las dos principales exigencias que un sistema eficiente de formación de recursos humanos impone a los educadores, esto es, el compromiso con una educación de calidad y la capacidad para administrar en forma autónoma y responsable los establecimientos y recursos a su cargo, ilustran la necesidad urgente de profesionalizar a los docentes" (CEPAL/UNESCO, 1992: 182). Estas demandas de autonomía y profesionalización se formulan en el marco del pasaje de una matriz estado céntrica a un paradigma societalista, donde el propio Estado a través de sus iniciativas apela a las comunidades como objeto de gobierno, convocan al activismo y a la participación de los sujetos y llaman a la asunción de crecientes responsabilidades, al tiempo que se abandona un lenguaje más social (De Marinis, 2005). A su vez la cultura de la gestión que da sustento a las demandas de autonomía recupera los modelos de la gestión empresarial en el nuevo espíritu del capitalismo. Las cualidades que el sistema educativo debería fomentar como punto de partida y como resultado de la gestión pueden recuperarse la literatura de la gestión empresarial de los ´90. Boltanski y Chiapello (2002) analizan estas cualidades que son presentadas como garantía del éxito: “la autonomía, la espontaneidad, la movilidad, la capacidad rizomática, la pluricompetencia (en oposición a la rígida especialización de la antigua división del trabajo), la convivencialidad, la apertura a los otros y a las novedades, la disponibilidad, la creatividad, la intuición visionaria, la sensibilidad ante las diferencias, la capacidad de escucha con respecto a lo vivido y la aceptación de experiencias múltiples, la atracción por lo informal y la búsqueda de contactos interpersonales”. Estas cualidades están sacadas directamente del repertorio de mayo de 1968. Sin embargo, estos temas, que en los textos de mayo de 1968 iban acompañados de una crítica radical del capitalismo y de la explotación de los trabajadores y del anuncio de su fin inminente, en la literatura de la nueva gestión empresarial se encuentran de algún modo autonomizados, constituidos como objetivos que valen por sí mismos y puestos al servicio de las fuerzas que antes trataban de destruir (Boltanski y Chiapello, 2002: 149, 150). Las nuevas modalidades de control que encierra la nueva gestión empresarial presentan puntos de contacto con las modalidades de control de los nuevos modos de gestión basados en la autonomía escolar. Frente a las formas de control, típicas de las sociedades disciplinarias, se propone que las personas se autocontrolen y que las fuerzas de control sean coherentes con el proyecto de la empresa (Boltanski y Chiapello, 2002). También las transformaciones en el trabajo impactan fuertemente en las demandas de autonomía. La flexibilización laboral, que constituye una de las consecuencias más visibles de la crisis del modelo de sociedad salarial (uno de los pilares del pacto social keynesiano desde la posguerra), conlleva profundas transformaciones en términos de constitución de identidad y garantía de los derechos de los trabajadores (Morgenstern de Finkel, 2000). Las condiciones que caracterizaron el modelo salarial fordista se han modificado, en especial aquellas vinculadas con la estabilidad en el empleo y la existencia de una protección social ligada a la idea de derecho. En el contexto de las transformaciones en el modelo productivo desde una lógica posfordista, la nueva organización económica y social basada en las tecnologías de la información apunta a descentralizar las funciones gerenciales, a individualizar el trabajo, a diferenciar los mercados a la medida del cliente, segmentando de esta forma el trabajo y fragmentando las sociedades (Castells citado en Finkel, 2000). El modelo es el del trabajador autónomo que implica un matiz capitalista como empresario de sí mismo; por eso mientras el capitalismo temprano se orientó a explotar el trabajo, el contemporáneo explota la responsabilidad (Beck, 2004). Es este criterio empresarial el que subyace a muchas de las propuestas de autonomía que recorren el campo educativo y que requieren de docentes “post- fordistas”, flexibles y competentes que respondan a las demandas y necesidades de la comunidad. Desde esta perspectiva cabe preguntarnos en qué medida las propuestas centradas en la autonomía de los docentes constituyen modos de potenciar su individualidad o por el contrario devienen en exigencia de individualización que, desde una situación de creciente vulnerabilidad y caída social, son procesadas negativamente lo que en muchos casos contribuye a reforzar la defensa del status quo y a rechazar cualquier propuesta de cambio que es traducida en términos de pérdida. Esta situación de vulnerabilidad se agudiza con la posibilidad de pérdida de los derechos históricamente adquiridos por el sector docente cuando la autonomía se vincula – como sucedió en la Argentina de los ´90– con propuestas de derogación de los Estatutos docentes y flexibilización de las relaciones laborales. A modo de cierre Poner a discusión la conceptualización de los sistemas educativo como sistemas de producción y difusión de conocimientos así como la idea de “moderna ciudadanía” que se promovió desde el Documento de CEPAL-UNESCO nos permite poner en cuestión el modelo productivista que orientó – y en muchos casos aún orienta- las reformas de la década de los ´90. Estas reformas, en un contexto de exclusión social, vistieron con nuevos ropajes al modelo tecnicista que se instaló a mediados del siglo XX orientando los modos de construcción política en materia educativa. Las políticas de profesionalización docente, definidas desde una racionalidad técnica y, en tanto apéndices de la reforma, han sido diseñadas e implementadas desde una lógica tecnocrática con escasa participación de los docentes bajo el modelo top down: reformas diseñadas en las esferas centrales de gobierno con alta presencia de los equipos técnicos quienes, desde una concepción iluminista con respecto al saber, definieron lo que los docentes debían conocer y hacer, desconociendo su historia y sus saberes (Feldfeber, 2004). Las políticas implementadas, a través de una retórica modernizadora y de una lógica tecnocrática contribuyeron a soslayar, tras la aparente racionalidad y neutralidad del saber de los expertos, la discusión pedagógica y política acerca de qué docente formar, para qué sistema educativo y en función de qué proyecto de país. La perspectiva histórica nos señala la necesidad de superar las propuestas simplificadoras: por un lado la idea de que más educación implica de por sí más desarrollo y por otro que la educación debe estar al servicio de la formación de los recursos humanos competitivos que nos permitirán “insertarnos creativa y competitivamente en la globalización”. En el actual escenario cabe preguntarnos en qué medida las actuales políticas de desarrollo profesional constituyen un punto de ruptura respecto de los modelos tecnocráticos y de profesionalización de los docentes. Notas * Licenciada en Ciencias de la Educación UBA. Magister en Ciencias Sociales con orientación en educación (FLACSO). Profesora de Política Educacionaly Sociología de la Educación en las Facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Sociales e Investigadora del IIICE, UBA 1 Este texto se basa en la ponencia presentada en el panel “De la formación de recursos humanos para el desarrollo en los ´60 a la calificación de sujetos competentes para la transformación productiva con equidad en la globalización de los ´90”, VIII Congreso Iberoamericano de Historia de la Educación Latinoamericana, organizado por la SAHE, 30 de octubre al 2 de noviembre de 2007. 2 Henry Kissinger afirmó que la globalización es como la lluvia: “¿acaso es posible evitar la lluvia?” En: PETRELLA, Ricardo. Los principales retos económicos de la globalización actual, 2005. 3 Esta supuesta neutralidad fue señalada en las conclusiones de la Conferencia con respecto al papel del educador en el proceso de desarrollo económico: “para el educador el proceso del llamado desarrollo económico es completamente neutral: lo que le importa y más debe interesarle es la conformación final de ese proceso, es decir, el del tipo de estructura social en que termine” (UNESCO, 1962). En la década de los '70 las teorías críticas cuestionaron esta supuesta neutralidad señalando el papel social de la escuela en tanto reproductor de las relaciones de poder dentro de la sociedad y del profesor como agente de las clases dominantes. 4 Retomamos la conceptualización del docente como técnico o como profesional desarrollada por Rodrigo Vera (1989). 5 Discurso del Sr. Subsecretario de Educación Dr. Emilio F. Mignone sobre el nuevo Programa de Formación, perfeccionamiento y actualización docente, pronunciado en la Ciudad de Paraná el 13 de Junio de 1970, en el Acto de Conmemoración del Centenario de la Primera Escuela Normal Argentina. 6 Decreto n° 46 del 17 de junio de 1970. Junta de Co mandantes en Jefe. Bibliografía AMIN, Samir (2001) “Capitalismo, imperialismo, mundialización” En: SEOANE, J. y TADDEI, E. (comps.) Resistencias mundiales. De Seatte a Porto Alegre, Buenos Airs: CLACSO. BAUMAN, Zygmunt (1999) La globalización. Consecuencias humanas, Brasil: Fondo de Cultura Económica Argentina. BOLTANSKI L. y CHIAPELLO E. (2002) El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid: Akal. BORON, Atilio (1999). “Pensamiento único y resignación política: los límites de una falsa coartada”, En: BORON, GAMBINA Y MINSBURG (compiladores). Tiempos violentos. Neoliberalismo, globalización y desigualdad en América Latina, Buenos Aires: CLACSO / EUDEBA. BOURDIEU Pierre. Los tres estados del capital cultural. 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