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Duelo y Espiritualidad - Ulises Villanueva Moreno

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Duelo y espiritualidad
23
Cuadernos del
Centro
de Humanización de la Salud
(Religiosos Camilos)
Editorial
Sal Terrae
Santander - 2012
José Carlos Bermejo
DUELO
Y ESPIRITUALIDAD
© 2012 by José Carlos Bermejo
www.josecarlosbermejo.es
© 2012 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-I
39600 Maliaño (Cantabria)
Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201
salterrae@salterrae.es / www.salterrae.es
Imprimatur:
X Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
20-04-2012
Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
www.mariaperezaguilera.es
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida, total o parcialmente,
por cualquier medio o procedimiento técnico
sin permiso expreso del editor.
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 978-34-293-2010-7
Depósito Legal: SA-246-2012
Impresión y encuadernación:
Gráficas Calima – Santander
www.graficascalima.com
Dedicado a los voluntarios
del Centro de Escucha «San Camilo»,
que acompañan generosamente a personas
(adultos y niños)
que han perdido a un ser querido.
Y a los nuevos Centros de Escucha
para la atención al duelo
nacidos en España y en América.
Gracias.
José Carlos
«Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo».
– Salmo 22
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
CAPÍTULO 1
La dimensión espiritual en el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
1. Significado de la dimensión espiritual
y la experiencia en el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
2. Necesidades espirituales y duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
3. Caminos de cultivo de la experiencia trascendente . . . 33
4. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
CAPÍTULO 2
Miedo, angustia y duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
1. Miedo y angustia ante la muerte y el duelo . . . . . . . . 42
2. ¿Exorcizar el miedo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
3. Diálogos con dolientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
CAPÍTULO 3
La esperanza y el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
1. Espera y esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
2. Esperanza y fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
3. Valor sanante de la esperanza humana . . . . . . . . . . . . 78
4. La esperanza en el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
5. La esperanza ante la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
6. Diálogos con dolientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
— 7 —
— 8 —
CAPÍTULO 4
El más allá. La fe en la resurrección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
1. Creer en algo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
2. Qué significa creer en la resurrección . . . . . . . . . . . . . 104
3. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
CAPÍTULO 5
Los ritos y el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
1. La función de los ritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
2. El funeral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
3. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
CAPÍTULO 6
Orar con el corazón roto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
1. La oración en medio del sufrimiento . . . . . . . . . . . . . 138
2. Las frases de siempre. ¿Por qué las usamos? . . . . . . . . 141
3. Celebrar el morir y la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
4. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
Cerrando el libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Introducción
«El más difícil no es el primer beso, sino el último».
– Paul Géraldy
En el año 1997, a las actividades del Centro de Humanización
de la Salud, de los religiosos camilos (formación y publicaciones
en su mayoría), le añadimos una gran novedad: iniciamos el ser-
vicio del Centro de Escucha «San Camilo», especialmente desti-
nado a atender a personas en duelo. Un sencillo proyecto, un pe-
queño grupo de personas, un coordinador, unos espacios para la
atención individual y grupal... y, eso sí, una formación creciente
y esmerada para los cada vez más numerosos voluntarios.
Quince años después, podemos decir que hemos atendido a
miles de personas en duelo, que hemos convocado en Jornadas
anuales y cursos intensivos también a miles de personas intere-
sadas, que hemos escrito unos cuantos libros sobre el duelo y que
seguimos aprendiendo sobre el tema y admirándonos ante el
misterio del corazón humano dolorido.
Además de los estudios de investigación con el rigor propio
de los cuestionarios y entrevistas, yo, personalmente, voy viendo
cómo, efectivamente, sirve de ayuda el hecho de compartir el su-
frimiento. La solidaridad ante el corazón herido es un deber éti-
co, pero lo es también de salud, de prevención de patologías aso-
ciadas al duelo no afrontado o resuelto, así como una obligación
de intervención social cuando hablamos de duelos complicados
y patológicos.
— 9 —
En este contexto, cada vez soy más consciente de la impor-
tancia de la dimensión espiritual en el proceso de elaboración del
duelo. Tanto porque queda «tocada» por el dolor de la pérdida
como porque es un ámbito de recursos importantes con los que
el ser humano puede trabajar para vivir saludablemente la ad-
versidad y dejarse habitar por el dinamismo de la esperanza.
El duelo por la pérdida de un ser querido es un indicador del
vínculo que hemos mantenido con la persona fallecida. No hay
vínculos significativos sin duelo. No podemos vincularnos con
lazos de amor y pretender que no nos duela perder a una perso-
na a la que queremos. O nos pierden o perdemos, o les duele o
nos duele. De este dolor no nos escapamos. «El dolor del duelo
forma parte de la vida exactamente igual que la alegría forma
parte del amor; es quizá el precio que pagamos por el amor, el
coste de la implicación recíproca»1 o, más precisamente, el pre-
cio que pagamos por la pérdida de vínculos significativos.
He querido preparar este cuaderno de lectura y trabajo indi-
vidual y grupal porque cada vez existen más iniciativas de acom-
pañamiento en el duelo, pero siento el deber de ofrecer un re-
curso para ayudar a trabajar la dimensión espiritual. Soy cristia-
no, religioso camilo, vivo en Europa, de modo que no dudaré en
enfocar el tema desde la tradición cristiana. Pero no rechazo
cualquier otro recurso, creencia, costumbre, religión... con que
puedan contar los dolientes. Sencillamente, esta es una opción y
un límite de este material.
Lo escribo con temor y temblor, porque soy consciente de lo
delicado que es tanto el hablar del duelo (sobre todo dirigiéndose
a dolientes, cosa que he hecho con frecuencia en diferentes países)
como el hablar de la dimensión espiritual, y de la esperanza en
particular, apostando por que lo que se dice o se escribe esté bien
enraizado en el corazón y no sean meras palabras huecas que, di-
chas al doliente, pueden sonar como campanas al aire.
Y confieso –como no puede ser de otra manera– una verdad
sobre estas páginas. Si el lector ha leído alguna otra de las cosas que
— 10 —
1. PARKES, C.M., Il lutto: studi sul cordoglio negli adulti, Feltrinelli, Milano 1980,
p. 18.
yo he escrito (son bastantes los libros y artículos sobre temáticas
relativas a la humanización, el sufrimiento, el morir, etc.), encon-
trará en estas páginas algunas repetidas. Sí. Y entonces, ¿por qué
las recojo aquí, si ya las he publicado? Porque este libro-cuaderno
quiere ser una herramienta de trabajo en la que se contengan con
un cierto orden elementos útiles para la reflexión y la formación
de quienes acompañan en el duelo. No quiere ser algo totalmente
original ni nuevo en mi proceso de reflexión e investigación. Su
novedad consisteen que las reflexiones sobre el sufrimiento, sobre
el acompañamiento, sobre el duelo, sobre la muerte o la esperan-
za, están centradas precisamente en torno al tema que da título a
este trabajo: la dimensión espiritual en el duelo.
Confío en que la recopilación de estas reflexiones sea, aun
no conteniendo grandes novedades, útil y estratégicamente
oportuna. Lo he preparado siguiendo un cierto sentido del de-
ber para aquellos que trabajan el duelo. Casi tengo que decir
que me duele la omisión de la dimensión espiritual en la cre-
ciente bibliografía sobre el abordaje del duelo. ¿No la hace, en
cierto sentido, sospechosa de algún tipo de problema en el que
estamos inmersos?
El director de la unidad de duelo en Medellín, Montoya Ca-
rrasquilla, con quien he compartido estrategias e ideas en torno
a la intervención en el duelo, dice: «En ninguna situación como
en el duelo, el dolor producido es total: es un dolor biológico
(duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social
(duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el do-
lor de los otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un
ser querido duele el pasado, el presente y, especialmente, el fu-
turo. Toda la vida, en su conjunto, duele»2.
Así también, cada persona hace una experiencia muy parti-
cular del dolor, también interpelándose por el sentido último
de la vida, con ocasión de la pérdida. Todos nos hacemos un
poco filósofos al dolernos por un ser querido; todos nos pre-
guntamos –acaso secretamente– por las cosas más fundamen-
— 11 —
2. MONTOYA CARRASQUILLA, J., Pérdida, aflicción y luto, Litoservicios, Medellín
2008.
tales de nuestra vida y su sentido. Así expresaba el poeta ma-
drileño Sabines la conciencia de la muerte de su padre, una
conciencia no siempre dada, debida a las múltiples transfor-
maciones de cuanto acompaña al morir y de la tendencia a la
desaparición de ritos y presencias.
«Te enterramos ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados,
por tus pies y por tu cabeza,
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
Ayer te enterramos en la tierra, ayer».
¿Y quién no se hace «filósofo» al tomar conciencia de la rea-
lidad de la muerte de un ser querido?
Al pensar en este material, tengo en cuenta a quienes viven
el duelo, pero especialmente a quienes desean acompañarlo. Mu-
chos duelos son acompañados por la solidaridad más natural de
la familia o la amistad. Otros necesitan ser acompañados profe-
sionalmente, y en este acompañamiento la dimensión espiritual
se ha de manejar con naturalidad y sabiduría. Algunos autores
hablan de «duelo complicado», como es sabido, e incluyen en es-
te el duelo crónico, el retrasado, el exagerado, el enmascarado,
como formas distintas de vivencia del dolor de manera comple-
ja3. Estos duelos, cuando se tiene la suerte de encontrar buenos
recursos y el coraje de pedir ayuda, son acompañados por psicó-
— 12 —
3. Cf. WORDEN, J.W., El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia,
Paidós, Barcelona 1997.
logos, counsellors, médicos y otros profesionales que, cada vez
más, se forman específicamente para ello.
Entiendo que estos profesionales han de desarrollar lo que
hoy se llama «inteligencia espiritual» y que comporta, entre otras
cosas, la capacidad de captar el mundo interior, la apertura al
misterio, a la lectura de lo subjetivo, el reconocimiento de lo sa-
grado y valioso (el mundo de los valores), la elaboración de un
sistema de creencias y su manejo y vivencia saludable, y la vin-
culación afectiva y el cultivo de relaciones de implicación. Pues
bien, confío en que expertos en duelo sean expertos en humani-
dad, expertos en lo más genuino de la condición humana: ex-
pertos en la dimensión espiritual del ser humano.
Un límite de este libro: no haré diferencias entre distintos ti-
pos de duelo. No relacionaré la dimensión espiritual en el duelo
complicado o en el patológico, en el encubierto o en el retarda-
do, en el crónico o en el exagerado... Tampoco distinguiré entre
pérdida de un ser querido por muerte súbita, por accidente, por
asesinato, tras enfermedad, por suicidio... Tendrían que ser ulte-
riores trabajos los que, de manera diferenciada, estudiaran las re-
laciones entre espiritualidad y cada uno de los tipos de duelo o
formas de perder a un ser querido.
Me uno a Cicely Saunders, referente obligado en el mundo
de los cuidados paliativos, cuando dice: «Uno no se acostumbra
a ver el dolor en los ojos de las personas, y estoy convencida de
que la separación es el peor dolor de todos, y que en muchos as-
pectos la muerte es más fácil de afrontar que el duelo»4.
Anselm Grün, monje benedictino alemán, uno de los auto-
res más leídos en estos últimos años por quienes buscan una es-
piritualidad al alcance de todos, no duda en afirmar que «nues-
tro duelo debe ser diferente»5. Nuestro duelo debe ser distinto
del de quienes carecen de esperanza. La esperanza en lo que nos
espera en la hora suprema marca nuestra forma de abordar la
propia muerte, así como la de las personas queridas.
— 13 —
4. SAUNDERS, C., «Velad conmigo». Inspiración para una vida en Cuidados Paliati-
vos, SECPAL, Madrid 2011, p. 81.
5. GRÜN, A., Y después de la muerte, ¿qué?, Sal Terrae, Santander 1009, p. 153.
CAPÍTULO 1
La dimensión espiritual y el duelo
«La mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida
es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate, sin
otras manos que le acaben que las de la melancolía».
– Miguel de Cervantes
En estos últimos años, de la mano de varios autores1, se está re-
clamando la atención sobre la inteligencia espiritual, quizás
aprovechando el tirón del impacto de la expresión «inteligencia
emocional»2 introducida por Daniel Goleman y en el marco de
la teoría de las diferentes inteligencias múltiples, de Gardner3.
En efecto, la capacidad de silencio, de asombro y de admi-
ración, de contemplar y de discernir, de profundidad, de tras-
cender, de conciencia de lo sagrado y de comportamientos vir-
tuosos como el perdón, la gratitud, la humildad o la compa-
sión... son elementos propios de lo que entendemos por «inte-
ligencia espiritual».
Todos estos aspectos reflejan sabiduría del corazón, de ese co-
razón que tiene razones que a veces la razón no entiende. La for-
mación del corazón constituye un reto universal para humanizar
nuestra vida y, de manera muy especial, el acompañamiento en
el sufrimiento que produce la pérdida de un ser querido.
— 15 —
1. ZOHAR, D. – MARSHALL, I., Inteligencia espiritual, Plaza & Janés, Barcelona
1997; VÁZQUEZ, J.L., La inteligencia espiritual o el sentido de lo sagrado,
Desclée de Brouwer, Bilbao 2010.
2. BERMEJO, J.C., Inteligencia emocional, Sal Terrae, Santander 20105.
3. GARDNER, H., Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica, Paidós, Barce-
lona 1995.
Así, también se habla de competencia espiritual para referirnos
con ella no solo al conocimiento, sino a la capacidad efectiva de
desplegar las siguientes cinco tareas en el momento necesario:
– La conciencia del mundo interior, es decir, la capacidad
de hacer conscientemente conscientes los procesos inte-
riores, ser capaces de verbalizarlos, conocer el mundo in-
terior, visualizar el propio futuro.
– La apertura al misterio, es decir, la experiencia de hambre
de silencio y soledad, de ver más allá de lo que vemos, de
interpretar la profunda insatisfacción personal, de leer el
tiempo subjetivo.
– El reconocimiento de lo sagrado y valioso, es decir, la ca-
pacidad de comprender las cuestiones últimas, descubrir
los valores (justicia, verdad, dignidad, vida...), generar es-
calas de valores, renunciar a uno mismo en función de los
mismos, responder a los misterios de la vida, tales como
la belleza, el sufrimiento, la muerte, el amor...
– La construcción de un sistema de creencias coherentes, es
decir, la elaboración de lo que heredamos, delas creencias
que todos tenemos, la capacidad de ayudar a identificar-
las, matizarlas, razonarlas, etc.
– La vinculación afectiva, es decir, el tejido profundo de co-
municación verbal y no verbal, la intimidad emocional, las
relaciones intensas con uno mismo y con los demás, la im-
plicación emocional en la relación, el uso de los sentimien-
tos como fuente de compromiso, la capacidad de enseñar a
vivir rupturas sin destruir a los demás ni a uno mismo, el
sentido de pertenencia que genera compromiso ético, etc.
En este contexto reflexivo y en el marco del acompañamien-
to en el duelo, la inteligencia espiritual, es un elemento esencial
de la sabiduría del corazón. Todas estas capacidades han de estar
presentes en quien desee acompañar al que vive el duelo por la
pérdida de un ser querido sin reducir la intervención a mera clí-
nica psicológica.
— 16 —
Y al hablar de la inteligencia y competencia espiritual, somos
interpelados, cada vez más, a detectar con rigor las necesidades
espirituales de las personas ante las que deseamos desplegar la
hospitalidad compasiva4. Van surgiendo herramientas especiali-
zadas, profesionalizando también el acompañamiento en esta di-
mensión5, si bien más centrados en el final de la vida que en la
experiencia del duelo.
Hemos de reconocer que la creciente bibliografía sobre el
duelo es cada vez más rigurosa en la exploración del dinamismo
interno del sufrimiento de quien ha perdido a un ser querido;
pero es frecuente que esta literatura se centre más en la dimen-
sión psicológica que en los aspectos espirituales; y más frecuen-
temente aún se omiten los aspectos religiosos. Sobre este asunto
caben muchas interpretaciones. Una de ellas, muy sencilla, pue-
de responder a esa especie de reparo que parecemos tener mu-
chos de los que vivimos en estas coordenadas espacio-tempora-
les y que nos lleva a acentuar el miedo a ser tildados de algo que
genere rechazo (impulsivo, más que otra cosa) como consecuen-
cia de la reflexión espiritual. Algo tan misterioso como es la
muerte podemos estar reduciéndolo a mero problema.
1. Significado de la dimensión espiritual
y la experiencia en el duelo
El mundo del acompañamiento está en constante progreso. Uno
de los avances significativos es precisamente la superación del
asistencialismo y la consideración de las múltiples causas que
concurren en los procesos de sufrimiento, así como la necesidad
de realizar procesos de acompañamiento centrados en las perso-
nas y no solo en la resolución de problemas.
La creciente conciencia de que la verdadera salud es una ex-
periencia biográfica, más que una simple disfunción en algún ór-
— 17 —
4. BERMEJO, J.C., Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido, Desclée
de Brouwer, Bilbao 2012.
5. BENITO, E. – BARBERO, J. – PAYÁS, A., El acompañamiento espiritual en cui-
dados paliativos, SECPAL, Madrid 2008.
gano o la ausencia de traumatismos, está contribuyendo a re-
pensar modelos de intervención que contribuyen también a la
humanización del mundo de la intervención social y de la salud,
que se empeña igualmente en generar salud en las relaciones, en
la sociedad, en cada una de las personas. Esto abre un gran es-
pacio a la comprensión del sufrimiento del duelo, que en prin-
cipio no es una patología, pero sí una experiencia tan especial
que comporta una forma de dolor total.
La concepción holística de la persona y la responsabilidad
comunitaria son características esenciales del acompañamiento
tal como lo entendemos hoy. Está en juego la dimensión espiri-
tual en el acompañamiento psicológico, en la asistencia sanitaria,
en la intervención social..., porque están en juego los valores,
porque están en juego las personas. Para la aclaración termino-
lógica nos asomaremos especialmente a la reflexión hecha en
contextos más de cuidados paliativos que de duelo, si bien con-
sideramos dicha reflexión universalizable.
Es necesario subrayar, una vez más, que la dimensión espiri-
tual y la dimensión religiosa, íntimamente relacionadas e inclu-
yentes, no son necesariamente coincidentes entre sí. Mientras
que la dimensión religiosa comprende la disposición y vivencia
de la persona de sus relaciones con Dios dentro del grupo al que
pertenece como creyente y en sintonía con modos concretos de
expresar la fe y las relaciones, la dimensión espiritual es más vas-
ta, abarcando además el mundo de los valores y de la pregunta
por el sentido último de las cosas, de las experiencias6.
La dimensión espiritual, pues, abarca la dimensión religiosa,
la incluye en parte. En ella podemos considerar como elementos
fundamentales todo el complejo mundo de los valores, la pre-
gunta por el sentido último de las cosas, las opciones funda-
mentales de la vida (la visión global de la vida).
Angelo Brusco, dice que «espiritualidad es el conjunto de as-
piraciones, convicciones, valores y creencias capaces de organizar
en un proyecto unitario la vida del hombre, causando determi-
— 18 —
6. BERMEJO, J.C., Acompañamiento espiritual en cuidados paliativos, Sal Terrae,
Santander 2009, pp. 20ss.
nados comportamientos. De esta plataforma de interrogantes
existenciales, principios y valores parten caminos que llevan a
elevadas metas del espíritu. Es el caso de la espiritualidad religio-
sa, que radica tales principios y valores en la relación con un ser
trascendente. En la religión cristiana, este ser trascendente es el
Dios que por medio de Jesús nos ha sido revelado: un Dios con
el cual establece el creyente una relación de amor y del que saca
la fuerza para realizar su proyecto de vida en el ámbito de todas
las dimensiones del ser»7.
La Organización Mundial de la Salud dice que «lo espiritual
se refiere a aquellos aspectos de la vida humana que tienen que
ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. No
es lo mismo que “religioso”, aunque para muchas personas la di-
mensión espiritual de sus vidas incluye un componente religio-
so. El aspecto espiritual de la vida humana puede ser visto como
un componente integrado junto con los componentes físicos,
psicológicos y sociales. A menudo se percibe como vinculado
con el significado y el propósito»8.
En el siguiente testimonio de una persona en duelo, pode-
mos identificar cómo está presente la dimensión espiritual sin
que llegue a concretarse en categorías religiosas.
«Cuando me dieron la noticia de que mi mujer había muer-
to, sentí que el mundo se me caía encima; aunque a medida
que pasa el tiempo veo las cosas de otra manera. Pero hay ra-
tos y días en los que pienso que es mejor no levantarme de la
cama; pero así es la vida, y hay que afrontar las cosas tal co-
mo son. A ratos pienso que la vida no es justa, y me cabreo
con ella y conmigo mismo. Veo la cara oscura de la realidad,
de la vida, y tengo ratos en que me pregunto: ¿por qué a mí?,
¿por qué ahora?, ¿por qué no puedo vivir con ella? Y pregun-
tas así que me dan la impresión de que me hacen daño».
— 19 —
7. BRUSCO, A., Madurez humana y espiritual, San Pablo, Madrid 2002, p. 37.
8. WHO, Cancer Pain Relief and Palliative Care, Report of a WHO Expert
Commitee (Technical Report Series, 804), WHO, Geneva 1990.
Verificar que preguntas como «¿Qué sentido tiene levantar-
me de la cama?» o «¿Por qué a mí?» están en el corazón mismo
de la dimensión espiritual interpelada por el dolor del duelo.
Cuando la dimensión espiritual llega a cristalizar en la profe-
sión de un credo religioso; cuando el mundo de los valores, de
las opciones fundamentales, de la pregunta por el sentido, cris-
talizan en una relación con Dios, entonces hablamos de dimen-
sión religiosa. Muchos elementos pertenecen, pues, a la dimen-
sión espiritual, irrenunciable para toda persona; pero no todos
los individuos dan el paso de la fe: la relación con Dios, la pro-
fesión de un credo, la adhesión a un grupo que comparte y con-
celebra el misterio de lo que cree.
Si bien contamos con «ministros» religiosos para atender a la
dimensión espiritual y religiosa de quienes se adhieren a un gru-
po determinado, elcuidado o la atención de la dimensión es-
trictamente espiritual no es tarea exclusiva de los llamados
«agentes de pastoral» (ya sean sacerdotes, pastores, capellanes, re-
ligiosos o seglares), sino que es tarea de todo profesional estar
atento a la dimensión espiritual de las personas a las que atien-
de, de modo especial en medio del sufrimiento, cuando esta di-
mensión cobra una especial relevancia.
En el siguiente testimonio puede verse cómo la intensidad de
la experiencia del duelo es vivida también en clave religiosa. La
fe afecta a la experiencia, y el doliente la expresa también en tér-
minos de experiencia de relación con Dios.
«Mi hijo tenía 34 años cuando se suicidó. Estaba en un mo-
mento depresivo; parecía ser, aunque yo nunca he estado
muy convencida del tema, que tenía un trastorno bipolar. El
domingo, después de comer, me miró con una cara que des-
de luego me dejó petrificada y me dijo “Tengo angustia”. Yo
le quité importancia diciéndole que el psicólogo no le había
dado importancia y traté de entretenerle. Le dije: “Venga,
vamos a tomarnos el poleo” (siempre lo hacíamos) y vemos
alguna película que te guste. Era domingo y siempre le gus-
taba ver películas (él escribía guiones también). Yo estaba en
la cocina, cogí las dos tazas de poleo para llevarlas al salón
y sentarnos... y en eso cogió y se tiró por la ventana. Fue lo
— 20 —
que tardé en llevar las tazas de la cocina al salón. Antes se
cortó las venas con un cuchillo. Dejó una especie de oración
pequeñita que decía (porque era creyente): “Dios mío, te pi-
do fuerzas porque tengo ideas de suicidio o algo así... Sabes
que soy profundamente orgulloso”. Una cosa un poco rara,
porque por un lado decirle eso a Dios y quitarse la vida...
Eso y el orgullo. Había ahí un caos que no supo digerir. Y
en cuanto a su estado actual, pienso que está en un sitio es-
tupendo en donde vamos a estar todos no por méritos pro-
pios, sino porque Dios nos quiere por encima de todo... Pe-
ro me cuesta aceptar la decisión que tuvo para suicidarse,
porque no me gusta y también porque es muy doloroso pen-
sar que la vida que tú has favorecido a través tuyo y llevar-
la adelante y, de pronto, ¡pumba!, te dejo y me quito de en
medio... Eso me cuesta mucho. He sentido y siento rabia.
Contra Dios también. Lo que no he hecho, digamos, es
abandonar mi relación con Dios. Digamos que es más bien
un proceso de noche oscura, que para mí es oscurísima; y si
la imagen de Dios en un momento dado la tengo que borrar
porque en ese momento hay que vivir sin imágenes, como di-
ce san Juan de la Cruz, que hay que vivir sin imágenes pa-
ra experimentar otras cosas desde el interior... Es que en es-
te momento no tengo ninguna imagen. ¿Cómo lo encajo?
Porque si yo he hecho algo, ha sido rezar por estos hijos. Y
me parece que es como si hubiese fallado... Pero, bueno,
siempre he tenido esa fe profunda. Y lo que más me ha do-
lido es sentirme un poco abandonada por Dios. Hago medi-
tación todos los días. Hablo con Él. Si es que no sé qué ha-
cer, Dios mío, ¿con quién hablo? Para mí es una fuerza, es
una energía, es un Dios amor, y en este momento me cuesta
mucho encajar esto. A los hijos no se les da nunca una pie-
dra cuando te piden pan... Y Tú, ¿por qué me das esto? Nun-
ca te lo he pedido. Esta idea me cuesta mucho».
Son muchos los elementos de la vida espiritual utilizados por
esta persona creyente en la lectura de su experiencia: la vida co-
mo don, la libertad como variable que pone algún límite ante la
— 21 —
gestión de la propia vida, la espera en el más allá, la relación con
Dios, las preguntas por el sentido...
Torralba refiere que poco a poco se está introduciendo en
ciertos contextos culturales «lo que ya se ha denominado el pa-
radigma de lo espiritual. La cuestión del espíritu está adquirien-
do un peso específico en la reflexión en torno al cuidar, pues se
ha puesto de relieve que el ejercicio de cuidar no puede referirse
exclusivamente a la exterioridad del ser humano, sino que re-
quiere también una atención a su realidad espiritual, es decir, a
lo invisible del ser humano». Y añade que, incluso en culturas
pragmáticas y utilitaristas, «la cuestión del espíritu está adqui-
riendo una cierta trascendencia».9 No ha sido así aún, según mi
percepción, en el abordaje del duelo.
Por otro lado, como dice Martín Velasco, hemos pasado del
«Dios está aquí», seguro, natural y dado por supuesto, al «¿dón-
de está Dios?». Del «todo habla de Dios» al «estamos sin noticias
de Dios»10.
Santo Tomás vincula la felicidad a la contemplación espiri-
tual o la contemplación de Dios, pero dejando claro que la ac-
ción es también camino de acceso a la bienaventuranza; y así di-
ce que «el fin de la vida humana es la bienaventuranza o felici-
dad, que [...] consiste primaria y esencialmente en la visión in-
mediata de Dios. No obstante, el ser humano puede alcanzar
también una bienaventuranza, si bien imperfecta, en esta vida
por el conocimiento de la verdad y la práctica de las virtudes»11.
Ejercicios
– Realizar una tormenta de ideas con las palabras que es-
pontáneamente se asocien a la dimensión espiritual y re-
ligiosa y, después de haber elaborado una larga lista, in-
— 22 —
9. TORRALBA, F., «Lo ineludiblemente humano. Hacia una fundamentación de
la ética del cuidar»: Labor Hospitalaria 253 (1999), p. 267.
10. MARTIN VELASCO, J., La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 2007,
p. 10.
11. FERRER, J.J. – ÁLVAREZ, J.C., Para fundamentar la bioética, Desclée De
Brouwer – UPC, Bilbao 2003, p. 47.
tentar discriminar entre las que más específicamente se re-
fieren a la dimensión espiritual y las que se refieren a la di-
mensión religiosa. Constatar cuántas categorías tienen re-
lación con los aspectos espirituales que comparten cre-
yentes y no creyentes, así como creyentes de diferentes re-
ligiones o confesiones.
– Explorar la dimensión espiritual en la vivencia del duelo.
Preguntarse: ¿qué pasa cuando perdemos a un ser queri-
do? ¿Cómo se ve afectado nuestro espíritu?
– Leer el siguiente testimonio de duelo e identificar ele-
mentos de la dimensión espiritual presentes en el mismo:
«Lo que más me duele es pensar que estoy sola, porque en rea-
lidad es como me siento: muy sola. Tengo gente que me acom-
paña: mi familia, mis amigas, compañeras....; pero me falta
lo más importante: “Mi amor”. No tengo a la persona a la
que contaba mis secretos, la única persona que podía saber
las cosas que yo pensaba y la que me ayudaba a subir las es-
caleras tan resbaladizas de esta bella vida, como él acostum-
braba a decirme.
Me duele en el alma cuando llegan las siete de la tarde y no
viene a buscarme. Mi teléfono ya no suena como antes, ya no
sale su nombre en la pantalla, y sé que jamás volverá a salir.
Me duele irme a la cama y pensar que jamás voy a vol-
ver a verlo ni a estar con él, que jamás me dará un abrazo ni
me acariciará como lo hacía; que jamás me volverá a dar un
beso ni a decirme que me quiere»12.
2. Necesidades espirituales y duelo
Aclarada la diferencia entre dimensión espiritual y dimensión re-
ligiosa, nos proponemos adentrarnos en el mundo de las necesi-
dades espirituales. Es un tema este explorado también con más
— 23 —
12. Verificar cómo en el testimonio se puede apreciar lo que la persona refiere co-
mo «dolor del alma» y la valoración de la experiencia de los abrazos y besos
como sacramento del amor, valor fundamental.
frecuencia en el ámbito del final de la vida, donde el mundo lai-
co se está interesando por la dimensión espiritual y por identifi-
car modos tanto de diagnosticar como de responder a las necesi-
dades en todas y cada una de las dimensiones de la persona.
A este respecto, no es infrecuente topar con dificultades a la
hora de nombrar las necesidades espirituales, cayendo con cierta
frecuencia en las puras necesidades, que otros calificarían de psi-
cológicas. Salvadas las necesidades específicamente religiosas, re-
lacionadas con la celebración de la fe, numerosas necesidades
pueden ser descritas por la psicologíay por la reflexión sobre la
espiritualidad. Ahora bien, la identificación de algunas de ellas
como específicamente espirituales refleja un modo de considerar
al hombre y un punto de partida desde el que queremos com-
prender a la persona: una visión holística.
Si consideramos la reflexión que se está produciendo en es-
tos últimos años, la laguna de la dimensión espiritual en el abor-
daje del duelo no solo es patente, sino que constituye un claro lí-
mite científico en la metodología. La guía de duelo de la Socie-
dad Española de Cuidados Paliativos, por ejemplo, al describir
los niveles asistenciales en el duelo, refiere: «De acuerdo con la
bibliografía consultada, podríamos hablar de diferentes niveles
de atención, tales como a) el acompañamiento (nivel 1), llevado
a cabo principalmente por voluntarios entrenados para ello; b) el
asesoramiento o counselling (nivel 2), efectuado por profesiona-
les sanitarios (médicos, psicólogos, enfermeras, trabajadores so-
ciales...); y c) la intervención especializada en duelo (nivel 3), di-
rigida a dolientes de «alto riesgo» –duelo complicado, trastornos
relacionados con el duelo...–, realizada por personal sanitario es-
pecializado (psicólogos y psiquiatras)»13. Cualquier doliente se
preguntará recorriendo la guía: ¿qué ha pasado?; ¿por qué la psi-
cología se ha «apropiado» del duelo y no se refiere la dimensión
de misterio de la muerte, las preguntas por el sentido que sur-
gen, la esperanza en el más allá o, cuando menos, el anhelo de
re-encuentro experimentado por tantas personas?
— 24 —
13. http://www.secpal.com/guiasm/index.php?acc=see_guia&id_guia=1. 
Consultada en abril 2012.
En efecto, si nos atenemos al siguiente ejemplo, no es fácil
delimitar si la necesidad de perdón surgida del sentimiento de
culpa hemos de situarla únicamente a nivel psicológico o a nivel
espiritual. O si esta distinción en realidad es inútil, y más vale
responder a la persona centrándose en ella, en su experiencia, en
sus recursos, entre los cuales está también el mundo de los valo-
res (dimensión espiritual).
«A veces me echo la culpa a mí misma de la muerte de mi
marido. Sé que es irracional, que no es así, pero no lo puedo
evitar. Tuvimos suficiente dinero para cuidarnos la salud,
para llevar una vida medianamente en orden. No siempre lo
hicimos. Por eso me digo muchas veces que deberíamos haber
compartido más tiempo, haber dedicado más tiempo a ha-
blar entre nosotros, a pasarlo juntos, con los amigos o con la
familia, a hacernos revisiones periódicas de la salud, a com-
partir con nuestros hijos... Después de que enfermó, me digo
a mí misma que todos en la familia podríamos haber estado
más tiempo con él; me siento culpable hasta de haber ido a
dormir algunos días por la noche a casa, en lugar de estar
siempre con él en el hospital, aunque realmente no lo necesi-
taba; me echo la culpa de aquellas tontas discusiones que te-
níamos algunas veces por las cosas más normales del mundo,
como si aquello hubiera podido contribuir a que enfermara
y muriera».
Es claro en el testimonio que categorías como «culpa», «per-
dón», «libertad», «amor que unía y sigue uniendo»... están colo-
reando la experiencia del doliente. Estamos en el corazón de la
dimensión espiritual del ser humano.
Refiriéndose al final de la vida, De Hennezel y Leloup14 afir-
man algo extensible al acompañamiento en el duelo anticipado
y pos-mortem: «Profesemos o no una religión, la preparación pa-
— 25 —
14. DE HENNEZEL, M. – LELOUP, J.Y., El arte de morir. Tradiciones religiosas y es-
piritualidad humanista frente a la muerte, Helios, Barcelona 1998, p. 38.
ra acompañar a las personas que finalizan su vida debería tomar
en consideración la dimensión espiritual del ser humano. No so-
lo no tendríamos que avergonzarnos, sino que deberíamos saber
que hay ahí una eficacia de otro orden, la eficacia del corazón».
Cada vez somos más conscientes de la importancia de detec-
tar las necesidades espirituales15. Dice Gómez Sancho que enten-
der el asunto de que las necesidades espirituales y religiosas no
son sinónimas tiene una gran importancia práctica. No es asun-
to exclusivo del sacerdote o pastor intentar hacer frente a este ti-
po de necesidades. Todos los componentes del equipo pueden y
deben, en uno u otro momento, ayudar a la persona en unos as-
pectos de su recorrido tan importantes como intangibles16.
Aun así, poco avanzada parece estar la construcción de herra-
mientas para detectar las necesidades espirituales. Parece que nos
movemos en un terreno aún poco explorado. Ni siquiera está su-
ficientemente definido el concepto de «necesidad espiritual».
Barbero17 afirma que el concepto de necesidad es ambiguo.
En principio, «necesidad» se refiere clásicamente a un objeto cu-
ya falta puede ser llenada por el objeto mismo. Pero ya Maslow
nos invita a tomar conciencia de la diversidad de necesidades,
que –con todos sus límites– él clasifica de manera jerárquica: fi-
siológicas, de seguridad, de amor y pertenencia, de estima y re-
conocimiento y de autorrealización.
La no satisfacción de necesidades físicas suele entrañar sufri-
miento, y normalmente su satisfacción viene dada por objetos.
Sin embargo, las necesidades psicológicas hacen referencia a re-
laciones interpersonales, y la satisfacción viene más por la vía de
la relación. También hablamos de necesidades espirituales, y su
no satisfacción entraña sufrimiento igualmente. De la misma
manera, aspectos relacionados con la espiritualidad y las creen-
— 26 —
15. Cfr. LARRÚ, J.Mª, «Las necesidades espirituales y la ética en las Unidades de
Cuidados Paliativos», en AAVV., La medicina paliativa, una necesidad socio-
sanitaria, Hospital de San Juan de Dios, Bilbao 1999, pp. 299-322.
16. GÓMEZ SANCHO, M., Cuidados paliativos: Atención Integral a Enfermos
Terminales, Vol. II, ICEPSS, Canarias 1988, p. 800.
17. Cf. BARBERO, J., «El apoyo espiritual en cuidados paliativos»: Labor Hospita-
laria 263 (2002), pp. 6-7.
cias pueden influir en la vida biológica de la persona, incluyen-
do su prolongación. Ramón Bayés, en el capítulo sobre el duelo
de su obra Psicología del sufrimiento y de la muerte, refiere un es-
tudio realizado con población judía y no judía inmediatamente
antes y después de la celebración de la principal fiesta anual del
primer grupo, la Pascua judía, encontrando que la mortalidad
descendía drásticamente antes de la celebración de la Pascua, pa-
ra ascender en una cantidad similar después de ella, mientras que
las tasas de mortalidad del grupo no judío de comparación no
mostraban, en el mismo período, ninguna variación. La diferen-
cia detectada entre ambos grupos era estadísticamente significa-
tiva, y la conclusión provisional fue que algunos individuos ju-
díos eran capaces de prolongar su vida hasta después de la cele-
bración de su principal fiesta anual18.
Algunos autores nos pueden ayudar a definir o concretar las
necesidades espirituales, aunque se han desarrollado más en el
ámbito de los enfermos avanzados, por la importancia que estos
le dan a la dimensión espiritual. C. Jomain19 define las necesida-
des así: «necesidades de las personas, creyentes o no, a la bús-
queda de un crecimiento del espíritu, de una verdad esencial, de
una esperanza, del sentido de la vida y de la muerte, o que están
todavía deseando transmitir un mensaje en su vida».
Cecily Saunders20 se refiere a lo espiritual como el campo del
pensamiento que concierne a los valores morales a lo largo de to-
da la vida, donde se dan cita recuerdos de defecciones y cargas
de culpabilidad, apetencia de poner en primer lugar lo priorita-
rio, de alcanzar lo que se considera como verdadero y valioso,
rencor por lo injusto, sentimiento de vacío, etcétera.
Así también M. Hay habla de espiritualidad en términos
operativos: la capacidad de trascender las realidades de funcio-
namiento de uno (física, sensorial, racional y filosófica), a fin
de amar y ser amado dentro de la propia comunidad, para dar
— 27 —
18. BAYÉS, R., Psicología del sufrimiento y de la muerte,Martínez Roca, Barcelo-
na, 2001, pp. 186-187.
19. JOMAIN, C., Morir en la ternura, San Pablo, Madrid 1987.
20. SAUNDERS, C., «Spiritual Pain»: Journal of Palliative Care 4 (1988), p. 3.
significado a la existencia y manejarse con las exigencias de la
vida21.
Citemos finalmente a Speck22, que describe la espiritualidad
desde tres dimensiones: a) la capacidad de trascender lo material;
b) la dimensión que tiene que ver con los fines y valores últimos;
y c) el significado existencial que cualquier ser humano busca.
Worden, a pesar de lo limitado que es el planteamiento en rela-
ción a la dimensión espiritual, dice: «uno de los objetivos del ase-
soramiento psicológico del duelo es ayudar a los clientes a en-
contrar significado en la muerte de ser querido»,23 reconociendo
que uno de los modos de hacerlo que tienen las personas es la va-
riable espiritual.
Ahora nos planteamos: ¿tienen que ver la dimensión espiri-
tual y las necesidades espirituales con el duelo? La respuesta no
puede ser más que afirmativa.
En un estudio realizado por la Fundación «Vidal i Barraquer»
de Barcelona24 sobre la espiritualidad, la religión y las creencias y
su posible ayuda en el duelo, la conclusión es diferenciada, y la
respuesta es que ayudan, sí, pero hasta cierto punto. A unos les
resulta de gran ayuda, a otros no, y otros encuentran dificultades
en esta dimensión. Para responder con más precisión, el estudio
presenta una breve clasificación en función de si los participan-
tes del mismo eran o no muy creyentes o practicantes. Tomo de
estos autores su reflexión:
1. Un primer grupo lo forman aquellos que se consideran
creyentes y/o practicantes y manifiestan que la fe, la reli-
— 28 —
21. HAY, M., «Principles in building spiritual assessment tools»: American
Journal of Hospice Care (1989), pp. 25-31.
22. SPECK, P.W., «Spiritual issues in palliative care», en DOYLE, D. – HANKS,
G.W.C., Oxford Textbook of Palliative Medicine, Oxford University Press,
Oxford 1993.
23. WORDEN, W., El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia,
Paidós, Barcelona 2004, p. 89.
24. ESCARRÀ, A. – FONT, J. – PALANQUES, M. – SAGNIER, E. – VALLS, M.,
“Ambivalencia, duelo, espiritualidad”, en 
http://www.aiempr.org/pdf/AMBIVALENCIA-DUELO-
ESPIRITUALIDADresumenAIEMPR2009.pdf, 
consultado en marzo de 2012
giosidad, etc. sí les ayudan en el proceso de elaboración
del duelo.
2. El segundo grupo lo forman aquellos que eran creyentes
y/o practicantes, pero que tras la experiencia del falleci-
miento de un ser querido presentan una tendencia a tener
dificultades u oposiciones a la hora de creer en Dios, en la
religión y en las prácticas. Son personas que no abando-
nan del todo su religiosidad, pero en las que se produce
un cierto distanciamiento y una serie de planteamientos
que pueden dificultar la maduración de su duelo. Son,
mayoritariamente, los que creen en un Dios que premia a
los buenos y castiga a los malos, que es lo que aprendie-
ron en el catecismo de pequeños.
3. El tercer grupo lo forman aquellos que habían dejado de
ser creyentes y/o practicantes, o que no lo habían sido
nunca (un único caso en el estudio), y siguen mantenien-
do esta actitud, exceptuando a una persona a la que el fa-
llecimiento de un familiar le supuso volver a la fe, a un re-
encuentro con Dios y con personas creyentes.
Es frecuente, en todo caso, encontrar sentimientos de rabia
dirigidos a Dios, así como cultivar sentimientos de esperanza de
reencuentro y de que el ser querido viva en el «cielo», en térmi-
nos familiares para los cristianos, o alguna forma de superviven-
cia en la naturaleza o en el cosmos.
Es frecuente también en el duelo que surjan expresiones reli-
giosas en relación al problema del mal, es decir: si Dios existe y
es bueno, ¿por qué permite que sucedan las cosas que a mí me
duelen y me parecen injustas?
En función de las experiencias del pasado, de la educación
recibida, del tipo de fe y de conciencia y cultivo de la dimensión
espiritual, hay personas en duelo que lo elaboran con sentimien-
tos de frustración y rabia proyectada hacia Dios, y otras que lo
viven en relación con un Dios providente que es fuente de espe-
ranza, refugio, relación, garantía de confianza en que el amor tie-
ne una palabra más poderosa que la muerte.
— 29 —
El trabajo de Yoffe muestra cómo los credos religiosos esti-
mulan la superación de las pérdidas de seres queridos por medio
de la fe, la plegaria, la meditación, los rituales, las creencias so-
bre la vida y la muerte, buscando ayudar a los que sufren a su-
perar su malestar y aumentar los sentimientos positivos y el bie-
nestar psicológico, afectivo y espiritual25. La autora refiere cómo
Pargament y Koening (1997) tomaron de Lazarus y Folkman
(1986) la noción de afrontamiento y desarrollaron el concepto
de afrontamiento religioso, definiéndolo como aquel «tipo de
afrontamiento en que se utilizan creencias y comportamientos
religiosos para prevenir y/o aliviar las consecuencias negativas de
sucesos de vida estresantes, tanto como para facilitar la resolu-
ción de problemas»26. En el afrontamiento religioso positivo in-
cluyeron ítems tales como: la apreciación de Dios como benevo-
lente, la intención de colaborar con Dios, la búsqueda de una re-
lación de mayor contacto con Dios, la búsqueda de apoyo espi-
ritual por parte de la congregación religiosa y los representantes
de la misma, la confianza absoluta en Dios, el ofrecer ayuda es-
piritual a otras personas, la purificación religiosa por medio de la
oración, y el pedir y otorgar el perdón, entre otros.
En su trabajo, Yoffe cita a Pargament y Brant (1988) cuando
dicen que, «aunque las creencias y las prácticas religiosas no es-
tán reservadas solamente para los momentos de pérdida y dolor,
las personas se vuelven hacia la religión en busca de ayuda en
aquellas situaciones de la vida que son más estresantes. Muchos
de los mecanismos religiosos parecen estar diseñados específica-
mente para ayudar a las personas en los momentos más difíciles
de su vida. Tal vez no sería sorprendente descubrir que la religión
es particularmente beneficiosa para momentos de gran dolor»27.
— 30 —
25. YOFFE, L., Efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamien-
to de duelos, en 
http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/
Psico7/7Psico%2012.pdf, consultado en abril de 2012.
26. YOFFE, L., Efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamien-
to de duelos, en: 
http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/
Psico7/7Psico%2012.pdf , consultado en abril de 2012, p. 197.
Los diversos sujetos entrevistados, dice Joffe, hicieron espe-
cial mención de la función que desempeñan los distintos repre-
sentantes de las comunidades religiosas en los duelos. Dichos
clérigos, a partir de su diversa formación religiosa, de la ética de
los valores de la religión profesada y desde un profundo senti-
miento de compasión por el dolor ajeno, suelen en general estar
capacitados para brindar acompañamiento a aquellos que sufren
enfermedades y han de morir, como a sus familiares que se pre-
paran para afrontar dicha pérdida; brindan consuelo a los que,
enfrentados con la muerte de sus seres queridos, deben transitar
y atravesar las distintas etapas del duelo. El consuelo y el acom-
pañamiento de curas, rabinos, pastores y lamas pueden ser vistos
como promotores de alivio del malestar físico y psicológico y del
aumento de sensaciones y estados de mayor paz, bienestar, ar-
monía y calma espiritual.
Este tipo de ayuda espiritual puede ser considerado como un
tipo de asistencia que permite a los sujetos religiosos que atravie-
san duelos por la pérdida de seres queridos lograr una mayor com-
prensión del sentido de la vida, estimular en ellos una conexión
más positiva consigo mismos y con los demás y con el presente, a
partir de valores éticos y espirituales presentes en cada religión.
En cuanto a los creyentes cristianos, hemos de decir que nos
sentimos habitados por el Espíritu de Jesús que ha sidoderrama-
do en nuestros corazones (Rm 5,5) y que nos da el querer y poder
caminar tras las huellas de Jesús «interpretando lo que vaya vi-
niendo» (cf. Jn 16,13). La llamada de Jesús a seguirle nos invita a
morar con él (Mc 3,14), a permanecer a su lado (Lc 22,28), a co-
mulgar con su estilo de vida itinerante y desinstalado (Mc 6,8ss),
a seguir en todo momento su ejemplo (Jn 13,15)28.
— 31 —
27. YOFFE, L., Efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamien-
to de duelos, en: 
http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/
Psico7/7Psico%2012.pdf, consultado en abril de 2012, pp. 198-199.
28. Cf. LOIS, J., «Espiritualidad del seguimiento», en Conceptos fundamentales del
cristianismo, Trotta, Madrid 1993, pp. 420-431.
Ejercicios
– Dar espacio en la reflexión a la pregunta por la diferencia
entre la dimensión psicológica y la dimensión espiritual,
sin intención de establecer una clara dicotomía, sino pen-
sando en elementos del ser humano que van más allá de
lo contemplado en la psicología.
– Reflexionar sobre las necesidades espirituales de las perso-
nas en duelo: ¿cuáles serían, si tuviéramos que hacer una
lista?
– Identificar a personas en duelo que cultiven la dimensión
espiritual y religiosa y a personas sin esta característica. Si
es posible, buscar elementos de la vivencia del dolor de la
pérdida en términos de diferencias explicables también en
función de esta variable.
– Identificar la dimensión espiritual y, a ser posible, nom-
brar necesidades espirituales en el siguiente testimonio de
duelo:
«Murió nuestra niña. Me gustan los niños. La pureza que
muestran los bebés al nacer me facilita ver lo divino. Para
mí, la niñez de una persona termina cuando lo divino de
esa etapa deja de estar tan a flor de piel como para perci-
birlo fácilmente.
Carolina padecía de síndrome de Down. Lo supimos en
el transcurso del embarazo. Fueron días de incertidumbre y
confusión por lo inesperado. Nosotros, sus padres, sentimos en
nuestra alma a Carolina llamarnos: “quererme, que yo os
quiero”.
En las últimas horas en Cuidados Intensivos, yo sabía
que nada me reconfortaría, pero sí fui capaz de ir archivan-
do todo lo que me podía ser útil más adelante. Recuerdo ha-
ber agarrado del brazo a una amiga y suplicarle: “Esther, voy
a necesitar mucha ayuda. Por favor, ayúdame, consígueme
ayuda”. Creo en Dios, tengo fe, y siempre he creído que hay
una continuidad cuando la persona muere. Pero cuando su-
pe que se trataba de mi hija, no hallé consuelo, pese a todas
— 32 —
esas creencias. ¿Por qué?, ¿por qué a mí?, pensaba mientras
me dirigía al cementerio. Cuando, a las puertas de la capi-
lla, alguien recitaba un salmo que no pude escuchar, una co-
rriente de aire me atravesó, haciéndome sentir una paz que
me secó las lágrimas. A partir de ese momento regresé a mi fe,
que es lo que mantiene viva en mí la posibilidad de salir ade-
lante. Ahora necesito silencio, meditación, simplemente sen-
tirme a mí misma para conocerme mejor. Necesito compren-
der a Dios, saber interpretarlo. Mientras tanto, mi relación
con Carolina será alimentada por mi fe».
– Reflexionar y compartir sobre el siguiente fragmento de
Alba Payás29:
«Las experiencias traumáticas tienden a sacudir de forma ra-
dical las concepciones e ideas sobre las que se construye la for-
ma de ver el mundo. “Nunca pensé que algo así pudiera suce-
derme a mí: esta experiencia ha sido para mí un revulsivo. An-
tes me preocupaba por cosas insignificantes, ahora valoro más
las relaciones con la gente que amo”. También individuos en-
frentados a enfermedades graves y hospitalizaciones de larga
duración manifiestan tomarse la vida de otra forma y disfru-
tar más de ella: “Mi vida, desde la enfermedad, es más autén-
tica, más profunda, he cambiado mis prioridades”. Todos estos
cambios son ejemplo de cómo el trauma puede fomentar una
reestructuración de la escala de valores, de los esquemas men-
tales, en el sentido de mayor madurez y plenitud».
3. Caminos de cultivo de la experiencia trascendente
Para el creyente, hablar de espiritualidad es hablar de experien-
cia de Dios, porque, más que hablar sobre Dios, más que pensar
con la mente sobre Dios, es cuestión de sentirlo con el corazón.
— 33 —
29. PAYÁS, A., Las tareas del duelo, Paidós, Barcelona 2010, p. 70.
Las numerosas representaciones que nos hacemos de Dios pue-
den ser útiles, a la vez que limitadas. Por eso, Dios se nos hace
tanto más accesible cuanto más superamos sus representaciones,
sean del tipo que sean.
Así nos decía el testimonio citado más arriba, en boca de la
madre de quien se suicidó:
«He sentido y siento rabia. Contra Dios también. Lo que no he
hecho, digamos, es abandonar mi relación con Dios. Digamos
que es más bien un proceso de noche oscura, que para mí es os-
curísima, y de averiguar si la imagen de Dios en un momento
dado tengo que borrarla, porque en ese momento hay que vivir
sin imágenes, como dice san Juan de la Cruz, que hay que vi-
vir sin imágenes para experimentar otras cosas desde el interior.
Es que en este momento no tengo ninguna imagen».
A Dios, dice Boff, más que conocerle se le experimenta. La eti-
mología de la palabra «experiencia» nos proporciona la primera
clave para acceder a su comprensión. Ex-peri-encia es la ciencia o
el conocimiento (ciencia) que el ser humano adquiere cuando sa-
le de sí mismo (ex) y trata de comprender un objeto por todos los
lados (peri). La experiencia no es un conocimiento teórico o li-
bresco, sino que se adquiere en contacto con la realidad, que no se
deja penetrar fácilmente y que incluso se opone y resiste al ser hu-
mano30. Por eso, experimentar a Dios dentro de nuestra historia
individual y colectiva de duelo significa estar bien atento a la rea-
lidad impregnada por su presencia y por su ausencia.
Karlfried Graf Durkheim habla de cuatro lugares privilegia-
dos de apertura a lo trascendente:
■ la naturaleza
■ el arte
■ el encuentro
■ el culto (religión).
— 34 —
30. BOFF, L., Experimentar a Dios, Sal Terrae, Santander 2003, p. 41.
Así es: la contemplación de la naturaleza es un camino que nos
invita a trascender lo más próximo. La belleza de una flor, de un
paisaje, de una cascada..., incluso la fuerza de la naturaleza cuan-
do se producen catástrofes, nos reclaman un poder que nos supe-
ra, un origen que nos provoca la apertura a la trascendencia. Hay
muchas personas que, en medio del duelo, encuentran algún tipo
de consuelo en contacto con la naturaleza, en la contemplación de
las estaciones, donde también se experimenta el invierno, el oto-
ño... Hay también quienes, en medio del duelo, refuerzan el con-
tacto con la montaña, con el mar, con las plantas, recuperan la ex-
periencia de sentir la brisa en el rostro, como reforzando o viendo
nacer un nuevo contacto con nuestra condición de finitud y de
perteneciente a la naturaleza entera, también vegetal y animal.
Igualmente el arte. Tiene el poder de evocar algo más que lo
tangible. Una escultura es más que una escultura; un cuadro es
más que un conjunto de colores mezclados formando una ima-
gen; una pieza musical es mucho más que una suma de notas...
La armonía y la belleza que impregnan las obras de arte evocan
algo que nos trasciende, nos preparan el camino para abrirnos.
Usualmente se llama «arte» a la actividad mediante la cual el ser
humano expresa ideas, emociones o, en general, una visión del
mundo a través de recursos plásticos, lingüísticos, sonoros o mix-
tos. El arte expresa percepciones y sensaciones que tienen los se-
res humanos y que no son explicables de otro modo. Se conside-
ra que con la aparición del homo sapiens el arte tuvo en principio
una función ritual, mágico-religiosa, pero esta función cambió a
través del tiempo. Piénsese cuánto arte ha surgido asociado al
duelo: en la pintura, en la escultura (también en los cementerios),
en la música, en la poesía (las elegías...). Un modo saludable de
cultivar la dimensión trascendente y de contribuir a la realización
de las tareas del duelo por el camino dela expresión de senti-
mientos y de hondas aspiraciones de manera armónica.
No podemos obviar la importancia del culto como camino,
como acceso a la trascendencia y a la experiencia espiritual. Los
ritos sagrados nos remiten con símbolos a algunas realidades que
nos trascienden, particularmente en momentos importantes y
cruciales de la vida: inicio, transición, final, vínculos especiales...
— 35 —
En él expresamos nuestra relación con el Ser trascendente en
quien los creyentes fundamentamos la fuente de nuestra vida es-
piritual. En torno a los fallecidos y a la experiencia del duelo, los
ritos perviven de diferentes maneras, distintos según las culturas,
haciendo uso de símbolos que significan que estamos ante el
misterio, quizás ante lo sagrado; en todo caso, en un momento
de transición a una realidad nueva para los supervivientes. Con
los ritos, por otro lado, expresamos nuestro respeto y honramos
a la persona fallecida.
Igualmente nos interesa el encuentro como vía de acceso a la
experiencia espiritual de la trascendencia. En efecto, mediante la
comunicación, mediante el diálogo, una persona se puede hacer
instrumento del Espíritu para realizar un adecuado acompaña-
miento. Dice González Faus: «El diálogo es el camino más di-
recto para facilitar la liberación y el crecimiento personal y espi-
ritual. Tal vez porque constituye un reflejo del ser de Dios. Dios
es un diálogo eterno de amor. Y al dialogar a imagen y semejan-
za de Dios, se produce en los interlocutores un movimiento cen-
trífugo de la libertad para amar. Y en el diálogo de amor los
hombres se realizan como imágenes e hijos de Dios»31.
En el fondo, podemos decir que Dios emerge en toda la ex-
periencia del otro y en el amor al otro. El amor humano es reve-
lación, es comunicación del Amor más grande, que nos trascien-
de y nos permite decir con Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4,8).
Más aún, descubrir la sacralidad de cada encuentro interper-
sonal, la hondura y densidad del significado de la escucha, del si-
lencio, de la palabra y del lenguaje no verbal, hace que la expe-
riencia vivida en la relación interpersonal con los que sufren a cau-
sa de la exclusión sea verdadero culto a Dios, a través de la liturgia
de la caridad, donde los vasos sagrados para recoger el cuerpo ro-
to y la sangre que se derrama son las manos, los ojos, las orejas, el
rostro y el cuerpo entero del que celebra el encuentro32.
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31. GONZÁLEZ FAUS, J.I., «Antropología. Persona y comunidad», en Mysterium
Liberationis, II, Trotta, Madrid 1990, pp. 351-352.
32. Cf. BERMEJO, J.C., «La liturgia del encuentro. La relación de ayuda en los
procesos de integración»: Corintios XIII 84 (1997), p. 505.
Ejercicios
– Reflexionar sobre la forma privilegiada que cada cual tie-
ne de experimentar a Dios en su vida.
– Identificar de qué manera se hace presente Dios y se le ex-
perimenta en el encuentro con las personas en situación
de duelo.
– Dedicar unos minutos a mirar en silencio contemplativo
un objeto de la naturaleza (una flor, por ejemplo), una
obra de arte (un cuadro, por ejemplo), un diálogo con
una persona excluida (reproduciendo la conversación con
ella) o un rito sagrado (una liturgia), y tomar conciencia
de cómo remiten a la dimensión trascendente de la vida,
en qué medida no se agotan en lo que se ve, sino que re-
claman al mismo Dios. Pensar cómo esto ayuda o ha ayu-
dado en alguna experiencia de duelo.
– Leer el siguiente texto de Nouwen y reflexionar sobre él
individual o grupalmente, pensando en el acompaña-
miento en el duelo:
«Aunque el ministerio de la presencia es indudable mente
muy valioso, necesita ser balanceado de continuo con el mi-
nisterio de la ausencia. Esto es así porque pertenece a la esen-
cia de un ministe rio creativo el convertir constantemente el
sufri miento por la ausencia del Señor en una comprensión
más profunda de su presencia. Pero para que la ausencia pue-
da ser convertida en otra cosa, primero ha de ser experimen-
tada. Por eso los ministros no cumplen adecuadamente su co-
metido cuando testimo nian tan solo la presencia de Dios y se
muestran intolerantes para con la experiencia de la ausencia.
Si es cierto que los ministros son memoriales vivos de Jesu-
cristo, entonces ellos han de buscar los modos concretos que
hagan que no solo su presencia, sino también su ausencia, re-
cuerden a la gente a su Señor»33.
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33. NOUWEN, H.J.M., La memoria viva de Jesucristo, Guadalupe, Buenos Aires
1987, pp. 41-42.
4. Diálogo con un doliente
María ha perdido a su hijo
Presento a continuación un diálogo producido entre un counsellor
y una persona en duelo. No es una propuesta modelo de inter-
vención, sino un diálogo que nos pone en contacto directo con
el acompañamiento en el duelo y nos puede permitir realizar al-
gunos ejercicios siguiendo las indicaciones posteriores.
María tiene 64 años, es viuda (su marido murió hace 5 años) y tie-
ne un hijo de 33 años llamado Marcelo. Perdió a su hijo David, de
21 años, de muerte súbita (tenía el corazón muy débil, debido a una
malformación congénita), cuando estaba durmiendo. Ella lo encon-
tró muerto al día siguiente, cuando entró en la habitación a desper-
tarlo. La muerte ha sido hace cinco meses. Vive sola y sale muy po-
co. Últimamente se está aislando bastante de su entorno. María se
encuentra muy abatida y triste, al igual que tiene momentos de gran
rabia e impotencia. Esta es la cuarta sesión. La atiendo en el centro
de escucha.
A.1. ¡Hola, María! Siéntate, por favor. Cuéntame, ¿qué tal te
ha ido la semana pasada?
M.1. Cada día lo llevo peor, siento más su ausencia y me rebe-
lo contra un Dios injusto que se ha llevado a un alma ino-
cente. ¡Esto es un calvario!
A.2. Calvario, dices.
M.2. Sí, cada día que me levanto no encuentro sentido a seguir
aquí.
A.3. El vacío que ha dejado David es tan grande que te está
costando mucho ver sentido a tu vida. ¿Has pensado en
hacerte daño de alguna manera?
M.3. La verdad es que últimamente pienso muchas cosas y na-
da buenas; la verdad es que me quitaría de en medido si
no fuera por...
A.4. Si no fuera por...
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M.4. Por Marcelo. Él está sufriendo mucho, porque se querían
mucho, y el verme así, tan decaída, no le hace ningún bien.
A.5. Por lo que me dices, María, aun con tu gran sufrimiento,
existen cosas en tu vida por las que seguir luchando, co-
mo tu hijo Marcelo.
M.5. Sí, Marcelo es lo que me engancha a la vida; pero es de-
masiado dolor, y lo peor es que ya no puedo contar con
Dios, que me ha abandonado, que nos ha dejado sin lo
que más queríamos.
A.6. Sientes que Dios te ha abandonado y lo consideras muy
injusto. Te sientes muy sola y desvalida. ¿Has pensado qué
necesitas en estos momentos?
M.6. Necesitaría que me devolvieran a mi hijo: eso es lo que me
calmaría realmente.
A.7. Sé que ese sería tu mayor anhelo, pero eso no está ni en
tus manos ni en la mías...
M.7. Ya lo sé; si sé que no va a volver, que está muerto...; pero
me siento tan sola...
A.8. ¿Compartís vuestro dolor tú y tu hijo Marcelo? ¿Cómo os
apoyáis en estos momentos?
M.8. La verdad es que me estoy aislando de todos, y también
de él.
A.9. Entiendo que es muy duro todo lo que estás pasando y
que la soledad te angustia, pero ¿qué sentido tiene alejar-
te de él?
M.9. No lo sé. Quizás me abandono, y eso no me ayuda; pero
es que me cuesta salir de este sufrimiento; además, ¿qué le
voy a ofrecer a mi hijo, sino dolor y desesperanza?
A.10. Quizá permitiéndote romper la barrera que te has puesto
y comunicándole lo que sientes y lo que necesitas, puedas
sentirte mejor; además, imagino que él también lo estará
pasando muy mal y sosteniendo su dolor sin poder com-
partirlo contigo. Qué duro, ¿no?
M.10. Quizás estoy siendo injusta con él, y además es que le
echo mucho de menos.
A.11. Pues ¿qué mejor que estar con él a la hora de llenar ese va-
cío de soledad, compartiendo lo que os surja, entre otras
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cosas los buenos momentos compartidos con tu hijo Da-
vid? A lo mejor entre los dos encontráis maneras de ir
dando sentido atodo esto. ¿Cómo lo ves?
M.11. No lo sé, pero lo voy a pensar, mi hijo se lo merece, no
sé... (La conversación sigue).
Indicaciones para posibles reflexiones y ejercicios
– Detectar la dimensión espiritual y religiosa presente en la
vivencia de María de su pérdida. En qué medida afecta a
la elaboración del duelo.
– Valorar las intervenciones empáticas del counsellor que
pueden considerarse centradas en la persona y que reco-
gen el mundo de los significados.
– Reflexionar sobre el modo oportuno en que ha conside-
rado la posible ideación suicida.
– Identificar áreas fuertes y otras de posible mejora del frag-
mento de diálogo o de la posible intervención posterior.
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