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Guía de intervención en casos de violencia de género - Inmaculada Romer Sabater - Julio Suarez Perez

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© Inmaculada Romero Sabater (coord.)
Rebeca Álvarez López
Sofía Czalbowski
Trinidad N. Soria López
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ISBN 978-84-907777-9-4
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Solo se ve lo que se mira y solo se mira
lo que se está preparado para ver
Alphonse Bertillon
8
1.
2.
3.
1.1. Concepto de violencia de género
1.2. Contexto sociocultural de desigualdad. La
socialización diferencial
1.3. Invisibilización y naturalización de la violencia de
género
2.1. Origen de la violencia contra las mujeres
2.2. Dinámica y mantenimiento de la violencia
2.2.1. Dinámica de la violencia. 2.2.2. Modelos explicativos.
2.2.3. Dificultades para abandonar una relación violenta.
2.3. Efectos de la violencia de género en la salud
2.3.1. Efectos en la salud física. 2.3.2. Efectos en la salud
psicológica. 2.3.3. Efectos sociales.
2.4. La paradoja de la mujer maltratada
2.4.1. Su estilo de comportamiento. 2.4.2. Su concepción del
amor, sus sentimientos hacia el agresor.
3.1. Modelos de intervención: principios básicos y
objetivos
3.2. Nuestra propuesta del proceso de intervención
psicológica
3.2.1. Establecimiento del vínculo terapéutico. 3.2.2. Proceso de
evaluación. 3.2.3. Tratamiento por fases 3.2.4. Intervención
grupal.
Índice
Relación de autoras
Prólogo
Introducción
Los conceptos
La violencia de género: cómo se genera y se mantiene. Su efecto en la vida de
las mujeres
La intervención psicológica con mujeres víctimas de violencia de género
9
5.
4.2.1. Los duelos. 4.2.2. Resiliencia.
4.3. Consecuencias de la exposición a la violencia de género
4.3.1. Impacto de la violencia de género en la madre gestante y en las primeras etapas de
la vida. 4.3.2. Impacto de la violencia de género en las etapas evolutivas. 4.3.3. Impacto
de la violencia de género sobre el desempeño del rol maternal. 4.3.4. Implicaciones del
divorcio sobre los vínculos paterno–materno–filiales en los casos de violencia de género.
4.4. Evaluación
4.4.1. Cómo llegan a consulta los niños, niñas y adolescentes expuestos a la violencia de
género. Servicios en los que pueden participar. 4.4.2. Métodos de evaluación. 4.4.3.
Modelo propuesto de material básico para una evaluación.
4.5. Posibles intervenciones con madres gestantes; madres, niños, niñas y
adolescentes expuestos a la violencia de género
4.5.1. Intervención con madres gestantes y la díada bebé. 4.5.2. Intervención con niños,
niñas y adolescentes expuestos a la violencia de género. 4.5.3. Intervención con madres y
sus hijos e hijas. 4.5.4. Intervenciones con adolescentes. 4.5.5. Intervenciones con las
madres. 4.5.6. Cómo se pone en juego el proceso de intervención en un caso práctico.
4.6. La cuestión de la transmisión intergeneracional de la conducta violenta.
Posibilidades de prevención
5.1. La importancia de los profesionales que intervienen con víctimas de
violencia de género
5.2. Los efectos de ser testigo
5.3. Autocuidados
5.4. La formación de los equipos profesionales
Los profesionales
Ideas fuerza
Bibliografía
10
Relación de autoras
Inmaculada Romero Sabater (Coord.)
Psicóloga especializada en violencia de género y psicoterapia psicoanalítica. Trabajó
durante 18 años en un centro de acogida para mujeres maltratadas de la Comunidad
de Madrid. Actualmente, es psicóloga de la Dirección General de la Mujer de la
Comunidad de Madrid, coordinando los recursos de atención psicológica a las
mujeres víctimas de violencia de género, así como docente en distintas instituciones
en materia de violencia de género. Es autora de diversas publicaciones especializadas
en materia de violencia de género.
Rebeca Álvarez López
Psicóloga especializada en violencia sexual contra las mujeres. Especialista en
psicotraumatología y en prevención de violencia de género. Ha trabajado en la
Dirección General de la Mujer en la Subdirección de Asistencia a Víctimas de
Violencia de Género de la Comunidad de Madrid. Investigadora y formadora en
materia de igualdad de oportunidades, violencia de género y violencia sexual.
Actualmente psicóloga en CIMASCAM (Centro de Atención a Mujeres Víctimas de
Violencia Sexual de la Comunidad de Madrid).
Sofía Czalbowski
Psicóloga especialista en niños y su familia. Ha trabajado en el programa MIRA de la
Red de Centros de la Comunidad de Madrid y ha estado dirigiendo el Servicio de
atención a menores hijos e hijas de víctimas de violencia de género de Alcorcón.
Investigadora de Save the Children en la Comunidad de Madrid para el proyecto
Daphne de la Unión Europea en la temática de la infancia expuesta a la violencia de
género. Autora de libros para la sensibilización y prevención de la violencia de
género y de diversas publicaciones sobre el tema.
Trinidad N. Soria López
Psicóloga especialista en psicología clínica y en psicoterapia. Especializada en
psicotraumatología (trauma complejo y disociación), psicología positiva y terapia de
reencuentro. Veinte años de experiencia en psicoterapia individual, grupal y
comunitaria con mujeres víctimas de la violencia de género. Docente y formadora en
entidades públicas y privadas relacionadas con la violencia de género y la psicología
11
clínica y de la salud. Actualmente es psicóloga y coordinadora técnica del Punto
Municipal del Observatorio Regional de la Violencia de Género (PMORVG) de Las
Rozas (Madrid).
María Teresa Villota Alonso
Psicóloga especializada en violencia de género, así como en diagnóstico y
tratamiento, psicoterapia psicoanalítica. Ha trabajado coordinando el Punto
Mancomunado del Observatorio de Violencia de Género en la Sierra Norte de
Madrid. Responsable de la coordinación técnica del Programa Mira, atención
individual y grupal de mujeres maltratadas. Actualmente trabaja en el PMORVG
Missem (Mancomunidad Intermunicipal de Servicios Sociales del Este de Madrid)
en intervención con mujeres víctimas de violencia de género, colaborando en talleres
dirigidos a la prevención y sensibilización de la violencia de género.
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Prólogo
Comienzo planteando que este es un libro riguroso, abarcativo de las variadas (y son
muchas) facetas que pueden incluirse en un análisis exhaustivo sobre la violencia de
género, pero, sobre todo, que es un texto necesario.
Porque lleva su marca en el orillo. Resulta evidente que está escrito por personas
que saben “qué se traen entre manos”. Que han dedicado mucho esfuerzo para integrar
enfoques, aclarar conceptos, actualizar datos. Y que, cuando anticipan que tratarán de
pronunciarse con claridad, es porque se atreven a hacerlo. O sea, se comprometen a
implicarse con uno de los puntos neurálgicos más polémicos: reconocer que la
perspectiva de género no solamente es útil, sino indispensable para entender en
profundidad de qué se trata.
Así lo plantean e indagan sobre:
Por qué no es indiferente lo que se piense sobre el origen y las causas de la
violencia de género
Por qué todos los modelos no sonigualmente válidos.
Por qué es necesaria la capacitación personal específica en la materia.
De modo que no hay lugar a malentendidos, como lo apuntan “la intervención que
realicemos con las mujeres víctimas de violencia depende fundamentalmente de cómo
nos posicionemos los profesionales”, lo cual no permite escudarse detrás de la socorrida
frase que define a la violencia como estructural sin detenerse a explicar qué se pretende
decir con ello.
Habrá entonces que recalar en la primera infancia, abordar la socialización
diferencial y rastrear los gérmenes de la desigualdad que se van sembrando
paulatinamente en una cultura predominantemente machista y patriarcal como la nuestra.
Recorrer los ítems de cómo se va construyendo una subjetividad femenina
“abonada” en ideales de cuidado al otro, al sometimiento como contrapartida de la
docilidad, a mandatos confusos y contradictorios sobre el ejercicio de la agresividad en
tanto chicas y después mujeres, al sostenimiento de la “ilusión del amor romántico”
como anhelo insustituible. Este nos va guiando, incluyendo mitos y prejuicios que
obstaculizan la visibilización de esta aberrante modalidad de discriminación,
desvalorización o deshumanización de quienes la padecen.
Nos va abriendo una a una las muñecas rusas de las emociones: la del miedo, la de
la vergüenza, la de la culpa… dejando al descubierto los efectos de la violencia en toda
13
su dimensión. Una aproximación acertada y comprensible de los cuadros de estrés
postraumático y otras posibles secuelas psicopatológicas. Pero, además, aporta un
modelo de intervención que marca cuáles serán las condiciones y objetivos desde los
cuales puede pensarse este proceso, comparando diferentes propuestas.
Subraya la importancia del vínculo terapéutico como lo que es: el espacio para
reconstruir una representación de si misma, tan dañada, que solamente desde la
confianza, aunque sea muy frágil, puede restablecer otra modalidad de relación, siendo
escuchada y legitimada en la dolorosa experiencia que narra, contenida y acompañada en
la búsqueda de una significación que alivie el sinsentido.
Como bien dicen las autoras, colaborando en este “ponerle palabras” hasta poder
integrar lo sucedido en un relato que vaya cicatrizando las heridas, que deje abierto un
nuevo proyecto de vida donde lo vivido no esté negado ni disociado, sino que forme
parte de los avatares de una existencia que se propone encontrar otros caminos, inciertos,
sin duda, porque la lectura del texto revela claramente la complejidad inherente a un tema
que nos compete y nos compromete. Incluso, en tanto que testigos de la violencia,
integrando equipos e instituciones donde, circulan continuamente la violencia y su
“radiactividad”.
Este es un libro que, en síntesis, describe, explica y enseña a pensar en la violencia
de género como lo que es: una lacra a la que estamos expuestas aún no queriendo
saberlo.
Nora Levinton Dolman. Psicoanalista
Doctora en Psicología. Experta en subjetividad femenina
14
Introducción
Son muchos los cambios sociales y legislativos que se han producido en nuestro país en
los últimos tiempos en el ámbito de la violencia de género, en cuanto a medidas de
sensibilización, prevención, protección e intervención. Con la entrada en vigor en el año
2004, de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral
contra la Violencia de Género y la puesta en marcha de las distintas leyes autonómicas en
materia de violencia de género, se han iniciado diversas acciones dirigidas a la protección
integral y a la prestación de atención a las mujeres víctimas de violencia de género. Las
leyes recogen un conjunto integral de medidas encaminadas a garantizar los derechos
sociales y económicos, estableciendo un sistema integral institucional, coordinando los
recursos e instrumentos de los poderes públicos, favoreciendo la colaboración de
entidades y organizaciones sociales y promoviendo medidas de sensibilización,
prevención y detección de la violencia.
Pero, a la vez que ha habido muchos avances, como en cualquier proceso de
cambio, hay retrocesos y resistencias. En este sentido, advertimos un cierto hartazgo en
la sociedad con respecto a los temas de igualdad y de violencia contra las mujeres, como
si ya hubiéramos alcanzado la igualdad real entre mujeres y hombres, y no hubiera nada
más que reivindicar. Da la impresión de que algunos sectores de la sociedad se han
saturado con los datos estremecedores de la violencia contra las mujeres y se detecta una
cierta corriente en contra, expresada a través de afirmaciones como:
Las cifras están hinchadas y deformadas.
Las leyes defienden de forma injusta a las mujeres.
Las mujeres ponen denuncias falsas.
Las mujeres manipulan y mienten.
Quienes realmente maltratan son ellas.
Las mujeres obtienen beneficios por ser víctimas.
Y en un largo in crescendo va aumentando el tono denigrante hacia las mujeres.
Ante estas actitudes, se empezó hablando de una corriente neomachista, pero tal vez
sea más acertado decir que se trata del machismo de siempre, que ante las amenazas que
supone el movimiento de las mujeres, se ha reafirmado.
Esta corriente podría estar afectando del mismo modo a los profesionales y las
profesionales (en adelante, utilizaremos la denominación profesionales para referirnos
tanto a hombres como a mujeres). De alguna manera, el campo de la violencia de género
15
se ha popularizado, se ha puesto tristemente de moda y, por lo mismo, se ha trivializado.
Si a esto añadimos el descrédito de las posiciones feministas, y de los “asuntos de
mujeres” en general, vemos como cada vez más profesionales, sin formación específica
y generalmente sin experiencia en este ámbito en concreto, se acercan al campo de la
violencia de género y ejercen y actúan sin la capacitación necesaria, a nuestro juicio, para
una intervención óptima. Añadamos también, que en la violencia de género, es donde
más presentes están todos los prejuicios, ideas irracionales y estereotipos que, si no se
revisan y se cuestionan personalmente, en un esfuerzo de introspección y de trabajo
personal, van a filtrarse en la intervención con las mujeres, resultando iatrogénicas.
Por todo ello, necesitamos hacernos algunas preguntas, que nos ayuden a situarnos
en nuestro quehacer profesional.
Este texto trata de pronunciarse con claridad respecto a varias cuestiones en el
ámbito de la intervención psicológica con víctimas de la violencia de género: a la hora de
trabajar con la mujer, ¿es indiferente lo que pensemos acerca de la violencia de género,
sobre su origen y sus causas?, ¿todos los modelos valen por igual?, ¿es realmente
imprescindible tener una perspectiva de género para trabajar la recuperación con una
mujer maltratada?, ¿es necesaria una capacitación personal específica?, ¿cualquier
profesional con cierta formación puede trabajar con víctimas de la violencia de género?,
¿es necesaria una actitud comprometida en defensa de las mujeres, o ese es un tema ya
caduco que nada tiene que ver con el trabajo profesional?, ¿dónde estamos?, ¿hacia
dónde tenemos que ir?
Así, en este texto tratamos de dar respuesta a estas preguntas, intentando, desde
nuestra experiencia y formación, posicionarnos sin ambigüedad con respecto a estas
cuestiones:
Cómo entender la violencia de género y a sus víctimas.
Cuáles nos resultan los modelos psicológicos más pertinentes.
Cómo diseñar un tratamiento para víctimas de la violencia de género.
Qué capacitaciones especiales deberían tener los profesionales que atienden a
estas víctimas.
Este texto está dirigido tanto a profesionales que estén empezando su práctica con
mujeres víctimas de la violencia de género y, a modo de guía, necesiten un marco general
en el que situarse y desde el cual empezar a cuestionar y pensar, a la vez que adquirir
nociones y técnicas básicas de intervención como también a los que ya tienen experiencia
en este campo, ya que les puede resultar de utilidad compartir las reflexiones de otras
profesionales basadas en su práctica clínica.Después de muchos años de trabajo al lado de las mujeres, hemos comprobado que
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la intervención que realicemos con las mujeres víctimas de violencia depende
fundamentalmente de cómo nos posicionamos los profesionales. En función de nuestra
actitud ante la violencia de género y ante las mujeres, así interpretaremos quién es la
mujer, qué le está pasando, por qué se mantiene en una relación de violencia, por qué
perdona a su agresor, por qué no denuncia y, dependiendo de cómo nos situemos ante
ella, o bien la culpabilizaremos o por el contrario, le acompañaremos en su proceso de
recuperación. En el primer caso, contribuiremos a su revictimización y a perpetuar la
relación de violencia y sometimiento, condenándola a vivir bajo una situación de
violencia. En el segundo caso, colaboraremos para que la mujer pueda reflexionar y
decidir sobre su situación de violencia, empoderarse y recuperar el control de su vida.
Si la revictimizamos, daremos a entender que el problema está solo en la mujer y la
intervención será solo individual, psicológica o psiquiátrica. Entenderemos que la mujer
es libre y adulta, y por ello, responsable de decidir si sigue con su agresor o no. Si la
acompañamos, tendremos en cuenta que la naturaleza del problema tiene que ver con
aspectos sociales y culturales, es decir estructurales, cuestionando el contexto patriarcal
en el que vivimos; entenderemos que la mujer no es del todo libre, sino que está
aterrorizada y sometida en una relación desigual, legitimada por el propio sistema.
Una vez finalizado este texto, hemos sido conscientes de que nosotras, también,
estamos atrapadas en la misma falla de abordaje que está presente en la sociedad: una
vez más hablamos y pensamos desde las víctimas e invisibilizamos al responsable, el
maltratador. Este mecanismo, protege y refuerza el sistema patriarcal del que es producto
la violencia de género, y protege y refuerza la figura del hombre que ejerce dicha
violencia. Dejamos, para tratar en una reflexión posterior, el tema de los agresores.
Queremos finalizar esta introducción señalando que en este documento
conceptualizamos la violencia de género y un modo de trabajo avalado tanto por nuestra
experiencia profesional como por la investigación, la bibliografía y la evidencia de
muchos años de trabajo por parte de un considerable grupo de profesionales
comprometidos con la violencia de género.
A lo largo del texto aparecen viñetas clínicas, fruto de la recopilación de nuestro
trabajo diario. Las viñetas son utilizadas con fines didácticos y han sido modificadas para
proteger la identidad de las mujeres.
Queremos agradecer especialmente la colaboración de María de Miguel Iglesias, por
haber estado implicada en la creación y desarrollo de este libro en los dos primeros años,
gracias por acompañarnos. A Nora Levinton, por escribir un prólogo lleno de tanta
realidad y cariño. Y a las primeras revisoras externas del texto, Paloma Blázquez Arriaga,
Julia Herce Mendoza, Evelyn Lizana, Belén López Peso y M.a Dolores San Martín
Zorrilla, gracias por el tiempo dedicado.
17
18
1.1.
1
Los conceptos
Concepto de violencia de género
Definir una realidad tan compleja como la violencia de género en la relación de pareja
resulta bastante complicado. Prueba de ello, existe una diversidad de términos acuñados
en la literatura científica para referirse a ella. En concreto, las investigaciones publicadas
en habla inglesa se refieren a este tipo de violencia con múltiples denominaciones, siendo
las más frecuentes: domestic violence, violence against women, intimate partner
violence, marital violence, battered women, family violence, wife assault o wife abuse,
entre otras. De la misma manera, las investigaciones en castellano utilizan términos como
violencia de género, violencia contra las mujeres, violencia familiar o intrafamiliar,
violencia doméstica, violencia conyugal, violencia machista o mujeres maltratadas,
principalmente. A pesar de que las diferentes denominaciones que adopta este tipo de
violencia suelen ser utilizadas indistintamente, la realidad es que cada una de ellas sugiere
una idea diferente sobre la naturaleza del problema, sus causas, e incluso sus soluciones
(Alonso, 2007; Medina, 2002).
La Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993 y ratificada en la IV Conferencia
Mundial sobre las Mujeres (Beijing, 1995) define violencia contra las mujeres como
“todo acto de violencia, basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda
tener por resultado un daño o sufrimiento físico, psicológico o sexual para las mujeres,
así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad,
tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. Señala que esta violencia
incluye la violencia física, psicológica y sexual que se produce en la familia, incluidos los
malos tratos, la violación por el marido, el abuso sexual de las niñas en el hogar, la
violencia relacionada con la dote, la mutilación genital femenina y otras prácticas
tradicionales nocivas para la mujer, los actos de violencia perpetrados por otros
miembros de la familia y la violencia referida a la explotación; la violencia física,
psicológica y sexual perpetrada dentro de la comunidad en general: la violación, el abuso
sexual, el acoso y la intimidación sexuales en el trabajo o en instituciones educacionales,
el tráfico de mujeres y la prostitución forzada; Y la violencia física, psicológica o sexual
19
perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra.
En la Declaración se reconoce, asimismo, que la violencia contra la mujer es una
manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y
mujeres, que han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, a la
discriminación contra la mujer y a la interposición de obstáculos contra su pleno
desarrollo y que es uno de los mecanismos sociales fundamentales por los que se fuerza
a la mujer a una situación de subordinación respecto al hombre.
Esta Declaración marcó un hito histórico por tres razones esenciales. En primer
lugar, porque colocó a la violencia contra las mujeres en el marco de los Derechos
Humanos. En segundo lugar, porque amplió el concepto de violencia contra las mujeres,
incluyendo tanto la violencia física, psicológica o sexual como las amenazas de sufrir
violencia y tanto en el contexto familiar como de la comunidad o del Estado. Y en tercer
lugar, porque resaltó que se trata de una forma de violencia basada en el género, de
modo que el factor de riesgo para padecerla es ser mujer (Heyzer, 2000).
Por todo ello, esta definición se ha convertido en marco de referencia para
posteriores abordajes del tema y para el resto de organismos e instituciones que se
ocupan de su estudio, así como parte integrante de los motivos que justifican las medidas
de protección para prevenir, sancionar y erradicar este tipo de violencia así como para
prestar atención integral a las víctimas (como la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de
diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la violencia de género u otras
legislaciones de las Comunidades Autónomas).
De todas estas formas de violencia que padecen las mujeres, la más frecuente, la
más invisible y, probablemente, la más destructiva, es la que proviene de una pareja
actual o anterior. Las investigaciones demuestran sistemáticamente que una mujer tiene
mayor probabilidad de ser lastimada, violada o asesinada por su compañero afectivo que
por otra persona (Amnistía Internacional, 2002; Naciones Unidas, 2006; Organización
Mundial de la Salud, 2005).
Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (2013), la violencia
contra la mujer es “un problema de salud global de proporciones epidémicas”. Cerca del
35% de todas las mujeres experimentarán hechos de violencia, ya sea en la pareja o fuera
de ella, en algún momento de sus vidas. El estudio revela que la violencia dentro de la
pareja es el tipo máscomún de violencia contra la mujer, ya que afecta al 30% de las
mujeres en todo el mundo.
Para evitar confusiones, tan frecuentes en este ámbito, vamos a intentar definir
algunos aspectos que nos ayuden a acercarnos con más claridad a estas diferentes
realidades. Se hace necesario este detenimiento, ya que los conceptos de violencia de
género en la relación de pareja expresados en convenciones internacionales, en las
distintas leyes orgánicas o de ámbito autonómico, o en la propia experiencia en el trabajo,
20
no siempre coinciden. La falta de una clara definición en estos términos tiene,
lógicamente, repercusiones en la intervención que se haga en esta problemática.
Vamos a intentar aportar algo de claridad a esta cuestión.
La violencia de género es la que ejercen los hombres sobre las mujeres por el hecho
de serlo, por ser consideradas por sus agresores carentes de derechos mínimos de
libertad, respeto y capacidad de decisión. Algunos ejemplos serían las agresiones
sexuales, las violaciones en situación de guerra, la mutilación genital femenina, el acoso
sexual en el trabajo, los abusos sexuales en la infancia o adolescencia o la violencia en la
relación de pareja, además del maltrato que ejerce el padre hacia los hijos e hijas con el
fin de dañar a la madre.
Cuando la violencia contra la mujer es cometida por la pareja o expareja (novio,
exnovio, marido, exmarido, pareja de hecho o compañero íntimo actual o anterior), se
suele producir el error de denominarla como violencia familiar, violencia doméstica o
violencia en la pareja.
La violencia familiar hace referencia a todas las formas de abuso que se desarrollan
en el contexto de las relaciones familiares:
Incluye distintas manifestaciones de violencia contra la mujer según la
Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de Naciones
Unidas: los malos tratos ejercidos por la pareja, el abuso sexual de las niñas por
sus familiares, la mutilación genital femenina, la violencia relacionada con la
dote…
Incluye también la violencia ejercida por los diferentes miembros de una
familia: el maltrato a los niños y niñas, el abuso de los hijos e hijas hacia sus
progenitores, la violencia contra las personas ancianas… es decir, la ejercida
por cualquier miembro de la familia sobre cualquier otro miembro.
Vemos que dentro de la familia son posibles diferentes tipos de violencia, por lo que
podría resultar confuso emplear el concepto general (violencia familiar) para referirse a
cualquiera de las formas posibles que pueden producirse dentro de la familia. Con lo
cual, reservaremos el concepto de violencia familiar para la violencia que se produce
entre los miembros de una familia, excepto en los casos de los hombres que maltratan a
sus parejas por el hecho de ser mujeres, a los que nos referiremos siempre con el
concepto de violencia de género en la relación de pareja o violencia contra las mujeres
en la relación de pareja.
En el sentido estricto del término, la violencia doméstica se circunscribe a aquella
cometida entre personas que conviven en el mismo domicilio (habitualmente miembros
de una misma familia), lo que induce a pensar en actos violentos que ocurren en el
21
espacio privado e íntimo del hogar, ocultando quién ejerce esa violencia y para qué.
Dado que el maltrato hacia la mujer por su pareja es un grave problema social que puede
producirse tanto dentro como fuera de la casa (en el instituto, en la calle, en casas de
amistades…), tampoco resulta muy clarificador este concepto.
El término violencia en la pareja alude a un conjunto complejo de distintos tipos de
comportamientos violentos, actitudes, sentimientos, prácticas, vivencias y estilos de
relación entre los miembros de una pareja (o expareja) íntima que produce daños,
malestar y pérdidas personales graves a uno de ellos (Andrés-Pueyo, 2009). Por tanto,
con este concepto nos podríamos estar refiriendo tanto a la violencia ejercida por el
hombre contra la mujer, como por la mujer contra el hombre, o por parejas del mismo
sexo, aunque los datos actuales nos indican que este tipo de violencia es soportada en
una proporción mucho mayor por las mujeres e infligida por los hombres (Krug,
Dahlberg, Mercy, Zwi y Lozano, 2002).
Además, existen diferentes tipos de violencia en la pareja. Así, Perrone y Nannini
(1997) distinguen entre violencia agresión y violencia castigo.
La violencia agresión se refiere a una relación de tipo simétrico en donde ambos
miembros de la pareja buscan tener el mismo estatus de fuerza y poder, y se esfuerzan
por establecer y mantener la igualdad entre sí. Específicamente se trata de una violencia
bidireccional, recíproca y pública, siendo habitual que las agresiones (cruzadas) sean
conocidas por el entorno. La identidad de ambos está preservada, es decir, el otro existe
como miembro de la relación, y ninguno está anulado frente al poder del otro. Ambos
aceptan la confrontación y la lucha, y son conscientes de lo que ocurre, pudiendo
expresar temor y dolor por lo que les sucede.
La violencia castigo describe una relación de tipo complementaria (asimétrica), en
donde las partes no tienen igual estatus. Así, la relación se basa en la utilización de la
desigualdad entre ambos, lo cual da lugar a una violencia unidireccional e íntima
(secreta), donde está comprometida la identidad de la persona que ocupa la posición de
“abajo”. El miembro de la pareja que ejerce la violencia se define como existencialmente
superior al otro, lo cual es “aceptado” generalmente por el que la recibe. En ocasiones,
este último se protege y se defiende de la violencia que sufre previamente, utilizando otra
forma denominada resistencia a la violencia (Johnson y Ferraro, 2000).
Otras veces, uno de los miembros de una pareja se comporta de manera cruel y
mezquina con el otro, pero la violencia no está conectada a un patrón general de control
o sometimiento, sino que surge en el contexto de una pelea específica o de un conflicto
puntual. Es una violencia circunstancial.
Por tanto, utilizar el concepto general (violencia en la pareja) para referirse a
cualquiera de las formas específicas de violencia en la pareja señaladas, también podría
resultar impreciso. Asimismo, aunque la desigualdad estructural entre mujeres y hombres
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se encuentra presente en todas las formas de violencia indicadas, estas se organizan en
torno a pautas cualitativamente diferentes y requieren modos de intervención
diametralmente distintos (Ibaceta, 2011).
Para resolver estas dificultades se sugiere evitar los términos que dan o pueden dar
origen a interpretación (familiar, doméstica y en la pareja…) y sustituirlos por otros más
claros e inequívocos. Una posibilidad de carácter descriptivo es utilizar alguno de estos
conceptos: violencia contra las mujeres en la relación de pareja, violencia de género en la
relación de pareja o mujeres maltratadas por su pareja.
Cuando hablamos de malos tratos a mujeres, hablamos de violencia de género en la
relación de pareja. Es la violencia física, psicológica o sexual que sufre una mujer por
parte de un hombre cuando les une una relación de afectividad, de pareja o de expareja,
siempre que se dé una relación asimétrica y, por lo tanto, un abuso de poder de manera
sistemática del hombre sobre la mujer. Es decir, existe una relación de malos tratos
cuando están presentes a la vez varias características:
Que los roles sean desiguales en cuanto al ejercicio de la violencia. Hay que
tener en cuenta que, en ocasiones, las mujeres ejercerán violencia y habrá que
analizar si esta es de ataque, defensiva o cruzada.
Que estos roles sean fijos, no intercambiables, es decir, que es siempre el
hombre quien ejerce el control y el poder sobre la mujer.
Que sea un patrón de conductas, una dinámica. Hay que tener en cuenta que
un solo hecho circunstancial puede no ser considerado violencia de género,
pero sí puede considerarse el inicio de una relación de maltrato.
Que el objetivo de esa conducta sea el control masculino para lograr o
mantener la sumisión yel dominio sobre la mujer.
Que se dé en forma de proceso, de escalada de violencia.
Fuera de estas características, podrían existir otras motivaciones o explicaciones para
que en la pareja exista violencia y que no se trate de una situación de violencia de género.
Quedan muchas preguntas abiertas que están en debate y que dan muestra de la
prudencia que se debe mantener a la hora de valorar cada caso y cada situación.
La Ley Orgánica se refiere exclusivamente a la violencia de género en la relación de
pareja. La Ley de la Comunidad de Madrid amplía los supuestos de la violencia de
género, considerando no solo la violencia en el ámbito de la pareja, sino:
Violencia en la relación de pareja, presente o pasada.
Violencia sexual (agresiones, abusos sexuales y acoso sexual en cualquier
ámbito). Es importante señalar que los abusos pudieron tener lugar en la
23
infancia y adolescencia, y sus secuelas, en ocasiones, solo se visibilizan en la
edad adulta.
Mutilación genital femenina.
Trata de mujeres con fines de explotación sexual.
Inducción a ejercer la prostitución.
La ejercida sobre los hijos e hijas menores y otras personas dependientes con
la intención de hacer daño a la mujer.
La ejercida sobre mujeres con discapacidad física o psíquica (personas con
especial vulnerabilidad).
Hablamos entonces de mujeres maltratadas por su pareja cuando la violencia física,
psicológica o sexual es ejercida contra la mujer por el mero hecho de serlo, por su pareja o
expareja afectiva, siempre que se establezca una relación asimétrica y jerárquica y, por lo
tanto, un abuso de poder, de manera sistemática, intencionada y permanente del hombre sobre
la mujer.
La violencia física comprende cualquier acto no accidental que provoque o pueda
provocar lesiones físicas en el cuerpo de la mujer.
La violencia sexual comprende todo comportamiento de naturaleza sexual realizado sin
el consentimiento válido de la otra persona.
La violencia psicológica se refiere a aquellos actos deliberados que producen
desvalorización, intimidación, sentimiento de culpa o sufrimiento.
En ocasiones se han considerado como dos categorías distintas la violencia social y la
violencia económica, refiriéndose la primera a aislar a la víctima de su entorno social a través
del control de sus relaciones familiares y sociales, y la segunda al control de los recursos
económicos y patrimoniales (Labrador, Rincón, De Luis y Fernández-Velasco, 2004; Bosch,
Ferrer y Alzamora, 2006).
Existen leyes en otras comunidades autónomas, a saber:
Aragón (Ley 4/2007 del 22 de marzo); Canarias (Ley 16/2003 de 8 de abril) y
Cantabria (Ley 1/2004 de 1 de abril), cuyo objeto de la Ley incluye los malos
tratos físicos, psicológicos, sexuales, agresiones y abusos sexuales a niñas o
adolescentes o corrupción de las mismas, acoso sexual, tráfico o utilización de
la mujer con fines de explotación sexual, prostitución y comercio sexual,
mutilación genital femenina, violencia contra los derechos sexuales y
reproductivos de la mujer, maltrato económico, o cualesquiera otras formas
análogas que lesionen o sean susceptibles de lesionar la dignidad de la mujer.
Galicia (Ley 11/2007 de 27 de julio), cuyo objeto de la Ley incluye violencia
física, violencia psicológica, violencia económica, violencia sexual y abusos
24
1.2.
sexuales, acoso sexual, el tráfico de mujeres y niñas con fines de explotación,
cualquiera que fuera la relación que una a la víctima con el agresor y el medio
utilizado. Así como cualquier otra forma de violencia recogida en los tratados
internacionales que lesione o sea susceptible de lesionar la dignidad, la
integridad o la libertad de las mujeres.
Consideraciones especiales:
En opinión de las profesionales autoras de este texto, entendemos que hay
situaciones que no quedan recogidas en la legislación actual en materia de violencia de
género.
A nuestro juicio, en cualquier contexto en el que la mujer sea agredida por el hecho
de ser mujer debería considerarse que se trata de violencia de género,
independientemente del vínculo mantenido con el agresor.
Algunos de estos casos son:
Si se produce esta violencia en el contexto familiar, se considera jurídicamente
violencia familiar y no de género: un padre, un hermano o un tío que agrede a
su hija, hermana o sobrina por el hecho de ser mujer y considerar que está en
su derecho.
Si en el espacio público se produce una agresión, se consideran amenazas,
insultos o coacciones: por ejemplo, un hombre insulta a una mujer en un
incidente de tráfico conminándola a irse a su casa a fregar, que es lo único que
debe de hacer una mujer.
Las prácticas tradicionales nocivas para la mujer: las mujeres jirafa de
Tailandia; los pies reducidos de las mujeres en Japón; el secuestro de novias;
las mujeres quemadas con ácido; la lapidación; el matrimonio forzado; los
crímenes de honor; los abortos selectivos…
Contexto sociocultural de desigualdad. La socialización diferencial
A lo largo de la historia son muchos los ejemplos de “teorías” supuestamente científicas
que alimentaron los mitos sobre la feminidad devaluada, sobre la inferioridad de las
mujeres y la feminidad como sinónimo de fragilidad; la frenología, capitaneada por Gall a
finales del siglo XVIII, que defendía la relación entre el menor tamaño del cerebro
femenino y una menor capacidad intelectual; también Moebius (1900), cuya obra titulada
La inferioridad mental de las mujeres, ya indicaba claramente y desde el título mismo
su postura. Sus argumentos están centrados en el tamaño cerebral (Bosch et al., 2006).
25
Estas teorías han fomentado la diferencia entre sexos y están en la base de la
construcción de identidades, la desigualdad entre el hombre y la mujer y las relaciones de
género, pudiendo aparecer como una justificación natural de una desigualdad socialmente
establecida.
El concepto de género surge para poner en evidencia las causas estructurales en la
posición inferior de la mujer (Lassonde, 1997; Scott, 1996). Este concepto está en la
base de la teoría feminista. En la actualidad entendemos que el concepto de género
implica que lo femenino y lo masculino no está determinado por un hecho biológico (el
sexo), sino que es una construcción cultural. El género es un concepto que implica varias
dimensiones como la física, psíquica, social, política, cultural, económica, entre otras.
La Organización de las Naciones Unidas, en 1995, en los trabajos preparatorios de la
IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres celebrada en Beijing, adoptó la definición de
género oficialmente como herramienta de análisis de la realidad de todas las mujeres y
establece que el género es “la forma en que todas las sociedades del mundo determinan
las funciones, los valores y relaciones que conciernen al hombre y a la mujer”. Mientras
que el sexo hace referencia a los aspectos biológicos que se derivan de las diferencias
sexuales, el género es una definición de los hombres y las mujeres, construido
socialmente y con claras repercusiones políticas.
Entendiendo el concepto de género como una construcción sociocultural, podemos
hablar de violencia de género como aquella violencia que ocurre en diversos ámbitos
donde el hombre ejerce violencia sobre la mujer como forma de control, poder,
supremacía y dominio, consecuencia de una educación patriarcal donde se asignan roles
de desigualdad entre hombres y mujeres desde la infancia.
Así, crecemos bajo la presión de los mandatos de género y estos se materializan con
el cumplimiento de los roles que se nos han asignado socialmente. Los ideales y
mandatos de género prescriben para las mujeres el cuidado de las relaciones, subrayando
la valoración de las experiencias emocionales sobre otro tipo de proyectos, en contraste
con los roles establecidos para el género masculino, que prioriza conductas asociadas a la
fuerza y la racionalidad.
Así, se va construyendo, sin mucha conciencia, el ideal femenino de género en el
que el contenido prioritario estará dado por los rasgos que caracterizan a la maternidad:
cuidado, entrega, capacidadde detectar las necesidades del otro, empatía y dedicación
para preservar los vínculos (Levinton, 2000). Frente al ideal masculino, en el que los
rasgos que se priorizan giran en torno a ser autosuficiente, ser importante, ser
independiente y ser duro, poniendo especial énfasis en el espacio público y en centrarse
en sí mismo y cumplir los propios deseos.
“A los once años mi padre y mi madre me sacaron del colegio para cuidar de mis hermanos
porque mi madre enfermó. Me han educado para ser obediente, nunca me planteé no hacer lo que me
26
pedían. Han pasado cuarenta años y sigo cuidando de ellos. Les he dado mi vida. Cuando trato de
poner un límite me siento culpable. Mis hermanos siguieron sus estudios y mis padres alaban cada
cosa que hacen, a mí no me ve nadie, ni yo misma. Siento que me han robado la vida”.
La posibilidad de rastrear deseos “puros”, no contaminados por imposiciones del
formato de género, parece ilusorio, dado que las normas se transforman en ideales
vehiculizados a través de deseos. En otros términos, lo que es norma o imperativo
externo se incorpora a la subjetividad, convirtiéndose en ideal que moldeará el deseo.
Norma e ideal se funden, logrando así la aprobación del ideal (Levinton, 2000). La mujer
va construyendo su identidad en función de la introyección que hace de las normas,
creencias e ideales que le transmite el entorno que le rodea (Díaz-Benjumea, 2011).
En nuestra sociedad, de forma frecuente, ser mujer implica un estereotipo de todo lo
relacionado con lo emocional, con el apego y el cuidado de las relaciones interpersonales
(Dio Bleichmar, 1991). De la misma manera, la llamada masculinidad hegemónica
adjudica a los varones, por el hecho de serlo, autoridad sobre las mujeres y derecho de
disponibilidad, así como mayores derechos que ellas a imponer sus razones, a la libertad,
al uso del espacio y el tiempo y a ser sujetos de cuidados (Bonino, 2002).
Nos encontramos con una sociedad que mantiene un sistema de relaciones de género
que perpetúa la superioridad de los hombres sobre las mujeres y asigna diferentes
atributos, roles y espacios en función del sexo.
La educación basada en roles jerarquizados que ofrece la sociedad patriarcal es la
clave de la desigualdad sexista que sustenta las relaciones de maltrato. Consideramos que
es necesario educar para deconstruir esos roles y construir desde la infancia un sistema
de valores equivalentes, así como una ética del cuidado y del buen trato. Si no se pone
conciencia en este punto, repetiremos el modelo vigente que puede generar en el futuro
más maltrato y violencia. A nuestro juicio, este es el punto nuclear de la prevención en la
violencia de género.
Podemos definir en este punto el concepto de sociedad patriarcal, como aquel
sistema organizacional social en el que los puestos clave de poder se encuentran
mayoritariamente asignados a varones, dejando a las mujeres al margen. Lagarde (1996)
define el patriarcado como el orden social genérico de poder, basado en un modo de
dominación cuyo paradigma es el hombre. Este orden asegura la supremacía de los
hombres y de lo masculino sobre la inferiorización previa de las mujeres y lo femenino.
Es, asimismo, un orden de dominio de unos hombres sobre otros y de enajenación de las
mujeres (Bosch et al., 2006).
“Desde que me casé vivo con miedo a mi marido. Antes se lo tenía a mi padre. Tengo un
hermano enfermo que llevo a mis espaldas y no puedo decir ¡basta! Toda la vida igual, sin atreverme a
hablar, solo a obedecer y sintiendo que no hago lo suficiente. Escondida del mundo.
Sin derecho a nada. Toda mi familia depende de mí para tener su ropa limpia, servir comida…,
27
todos son importantes menos yo. Esto es lo que me ha tocado. Cuando opino sobre un tema me
dicen: ¡cállate que tú no sabes lo que dices!”.
La valoración social desigual de lo masculino y de lo femenino y los
comportamientos y los rasgos que se consideran como propios de cada sexo, no surgen
en cada generación, sino que son transmitidos de una a otra mediante la educación o a
través del llamado proceso de socialización.
La socialización es el proceso que se inicia desde el nacimiento y que perdura toda la
vida, a través del cual las personas, en interacción con otras, aprenden e interiorizan los
valores, las actitudes, las expectativas y los comportamientos específicos de cada
sociedad en la que han nacido, y que le permiten desenvolverse en ella. Así, se fomentan
unos comportamientos y se reprimen otros, al tiempo que se transmiten ciertas
convicciones de lo que significa ser hombre y ser mujer. De una forma explícita, unas
veces, e implícita y sutil, otras, se transmite un mensaje androcéntrico en el que se
percibe que ser hombre es ser importante y protagonista, mientras ser mujer significa
desempeñar un papel secundario y de comparsa.
Los mensajes recibidos a través de la socialización son diferentes para uno y otro
sexo y son interiorizados por cada persona que “los hace suyos”. Así, hombres y mujeres
terminamos pensando y comportándonos en consonancia con lo transmitido. Las claves
de esta socialización diferencial serían las siguientes: a los niños, chicos y hombres, se les
socializa para la producción y para progresar en el ámbito público y, en consecuencia, se
espera de ellos que sean exitosos en dicho ámbito, se les prepara para ello y se les educa
para que su fuente de gratificación y autoestima provenga del mundo exterior. Se les
reprime la esfera afectiva, se les potencian libertades, talentos y ambiciones que faciliten
la autopromoción; reciben estímulos y poca protección; se les orienta hacia la acción,
hacia lo exterior y lo macrosocial, hacia la independencia.
A las niñas, chicas y mujeres, se las socializa para la reproducción y para
permanecer en el ámbito privado, y en consecuencia, se espera de ellas que sean exitosas
en dicho ámbito; se las educa para que su fuente de gratificación y autoestima provenga
del ámbito privado. En relación a ello se fomenta la esfera afectiva, se reprimen sus
libertades, talentos y ambiciones que faciliten la autopromoción; reciben poco estímulo y
bastante protección; se las orienta hacia la intimidad, hacia lo interior y lo microsocial,
hacia la dependencia. La identidad de género acarrea la posibilidad de estructurarse de
una manera limitada, conteniendo un sentimiento y una representación de sí misma
parcial, además de minusvalorada (Díaz-Benjumea, 2011).
“En mi casa me decían: tienes que estar siempre bien, ser la mejor, saberlo todo…”.
Como puede verse, el escenario de actuación hacia el que se dirige la socialización
28
1.3.
para cada género es diferente, así como el prestigio social de cada uno de esos dos
mundos. Las valoraciones sociales están jerarquizadas porque están jerarquizados los
géneros. Los factores de género añaden un sesgo complementario en la percepción y la
identidad que se atribuye al otro género, cuestión esta que va a definir la forma de
relacionarse en la pareja heterosexual.
En definitiva, la socialización diferencial lleva a que los hombres y las mujeres
adopten comportamientos diferentes y desarrollen su actividad en ámbitos diferentes. Y
estas diferencias entre hombres y mujeres contribuyen a confirmar la creencia de que son
diferentes. Es decir, la socialización diferencial es un proceso que se autojustifica a sí
mismo.
“En mi vida todo lo que era mío lo he dejado a medias. Siempre intentando resolver los
problemas de los demás, ayudar. He ido por la vida con un cartel que pone ‘yo puedo con todo’”.
En relación con la violencia de género, mientras existe una correlación histórica y
cultural entre masculinidad, violencia, agresividad y dominio, fomentando este tipo de
comportamiento como prueba de virilidad, la socialización de las mujeres y las niñas
incorpora elementos como la pasividad, la sumisión o la dependencia, que las hacen
precisamente más vulnerables al padecimiento de comportamientos violentos como
víctimas (Bosch et al., 2006).
La sociedad patriarcal en la que vivimos atribuye a la violenciade género el carácter de
“normalidad”, al considerar natural la superioridad del hombre frente a la inferioridad de la
mujer, en consonancia con la atribución de roles diferentes a cada sexo.
A través de la socialización se fomentan y legitiman valores de dominación en los
varones, y de sumisión en las mujeres, que les pueden hacer ser participes de una relación en
la que esté presente la violencia de género.
Invisibilización y naturalización de la violencia de género
Una gran parte de la violencia que sufren las mujeres queda invisibilizada para todos,
incluso para aquellas que la padecen. Es un fenómeno opaco que muchas veces tiene
dificultada su detección, como si estuviera rodeado de una actitud de no ver, de no
querer ver, al tiempo que se le quita importancia y se le da carácter de normalidad.
Muchas mujeres que sufren esta violencia, los profesionales que las atienden y la sociedad
que lo contempla, no consideran como actos violentos sus formas iniciales, así se minimizan,
se justifican y se naturalizan.
29
Como muestra de esta realidad, podemos consultar los datos de la última
macroencuesta realizada por el Instituto de la Mujer en el año 2006. En ella se distinguía
el maltrato técnico, así considerado por el personal de investigación, cuando la mujer
contestaba afirmativamente a una serie de ítems relacionados con la violencia de género,
y el maltrato declarado cuando una mujer se reconoce y considera a sí misma como
maltratada.
En dicha macroencuesta, el 9,6% de las mujeres residentes en España mayores de
18 años eran consideradas técnicamente como maltratadas, mientras que solo un 3,6% se
consideraban a sí mismas como maltratadas. Según los datos de población podemos
inferir que más de un millón de mujeres han sufrido violencia de género sin codificarla
como tal, pero padeciendo las consecuencias.
Estos datos son determinantes a la hora de planificar recursos y llevar a cabo
programas para la prevención, sensibilización e intervención con mujeres víctimas de
violencia de género.
En la sociedad en general, y en los profesionales en particular, esta invisibilidad está
relacionada con las resistencias que muchas veces surgen para ver, identificar y reconocer la
violencia que sufren las mujeres. Actitudes prejuiciosas en relación a las cuestiones de género,
que dan lugar a mitos y creencias misóginas; resistencias que también tienen que ver con el
rechazo a identificarse con las víctimas, con querer preservarnos y pensar que este problema
nada tiene que ver con nosotros, que nos es ajeno y que estamos a salvo de padecerlo.
“En mi experiencia y desarrollo profesional me he encontrado con formas en el contexto de
violencia de pareja totalmente invisibilizados, ya que la sociedad no los ha reconocido como tales. Por
ejemplo, en el caso de las agresiones sexuales dentro del matrimonio. Muchas mujeres no lo viven
como tal hasta que pasado un tiempo se trabaja con ellas en intervención”.
En las mujeres que sufren violencia, la falta de visibilidad puede deberse a que el
abuso que aparece en la pareja lo hace de un forma indetectable, con unos primeros
incidentes de baja intensidad, que no pueden codificarse como violentos por “normales”
y por aislados. Una a una, esas conductas aisladas, banales, toleradas por invisibles, van
siendo más intensas y anteceden siempre y dan paso a situaciones cada vez más graves.
Esta naturalización de los primeros incidentes violentos impide a las mujeres visibilizar y
detectar el abuso que están padeciendo, lo que las expone a graves secuelas físicas y
psicológicas, muchas veces sin ser conscientes de ello.
“He visto muchas cosas, me han hecho muchas cosas, y yo ni sentía ni padecía, no lo veía mal,
estaba tan acostumbrada a verlo, que no lo veía como malo; lo único que yo he tenido siempre claro
es que nadie me iba a volver a poner la mano encima. Era un poco el extremo al que podía llegar…, lo
que pasa es que no te das cuenta de que no solamente es el ponerte la mano encima, sino que es todo
el proceso que se ha ido llevando muchas cosas atrás antes, y de eso no te das cuenta. Tienes los ojos
30
muy cerrados porque cuando tú estás acostumbrada a ver algo siempre, no te das cuenta de que es un
error o que es algo malo, porque lo tienes tan asumido, tan pegado a ti… Incluso hay momentos de mi
vida que me pasan cosas y me resulta difícil diferenciarlo, porque me parecen de lo más normal, y
llega un momento en que no te resultan mal, estás, sencillamente, acostumbrada”.
La causa de la invisibilidad de la violencia de género remite a la “normalidad” de determinadas
conductas abusivas y a la habituación social a las mismas. Invisibilización que afecta tanto la
víctima como su entorno.
Entre las circunstancias invisibles y “normales” que pueden estar atrapando a las
mujeres en relaciones violentas, se sitúan los mandatos de género que están en la base de
la construcción de la identidad femenina. Según Dio Bleichmar (1991), en nuestra
sociedad, la forma de ser y de sentirse mujer viene determinada por un estereotipo de
feminidad tradicional en el que lo emocional queda sobredimensionado, del mismo modo
que el impacto que producen las pérdidas amorosas y las dependencias afectivas. La
función prescriptiva de los mandatos de género se sitúa en el núcleo mismo de la
subjetividad de las mujeres, condicionando por entero su psiquismo, regido por
motivaciones, deseos y prohibiciones que, muchas veces, escapan a su conciencia.
Este hecho añade una dificultad, a menudo insalvable, en la mujer que sufre malos
tratos de su pareja, ya que la sume en una red de ambivalencias y lealtades de obediencia
a estos mandatos de género aun a costa de su integridad.
“Cuando decidí separarme de mi marido, mis padres me dijeron que tenía que seguir con él, que
me quejaba de tonterías… que la vida era así… que volviese con él… que en mi casa ya no tenían
sitio para mí…”.
Tanto la normalización de la violencia como el sometimiento a los mandatos de
género se encuentran entre las causas de permanencia de una mujer en una relación de
abuso. Teniendo en cuenta estas consideraciones, es más fácil comprender a una mujer
maltratada: cómo actúa, cómo siente, cómo olvida, cómo perdona, cómo justifica y
minimiza la violencia. De lo contrario, se culpabiliza a la mujer de la permanencia en la
relación de abuso, responsabilizándola de la situación vivida.
“Me siento mal por no haberme dado cuenta, es como decir: “habiéndolo tenido en mi casa,
cómo no me he dado cuenta de no haberlo notado”, pero luego ves que como es algo tan normal, algo
que llevas tan dentro, que cargas con ello, que luego no te das cuenta, no lo percibes”.
Veremos, a partir de ahora, cómo afecta la invisibilidad de la violencia de género a
las mujeres que la padecen y a los profesionales que las atienden.
31
32
2
La violencia de género: cómo se genera y se
mantiene. Su efecto en la vida de las
mujeres
A la hora de analizar las distintas explicaciones que se han dado en torno al fenómeno de
la violencia de género, nos encontramos con un problema metodológico.
Por un lado, disponemos de explicaciones que, desde distintas disciplinas, marcos
teóricos o incluso posiciones ideológicas, pueden encontrarse acerca de cuál es el origen
de esta violencia. Así, contamos con teorías sociológicas, biologicistas, psicológicas, de
corte feminista, que, por poner solo algún ejemplo, sitúan el origen de la violencia contra
las mujeres en distintas circunstancias como el estrés, la vulnerabilidad o los modelos
violentos en la familia de origen, los niveles de testosterona masculinos, la psicobiografía
o psicopatología de las mujeres que sufren violencia o de los hombres que la ejercen, el
patriarcado y la desigualdad de hombres y mujeres que este provoca, y la presión de los
mandatos de género que conlleva.
“Mi madre es víctima de maltrato por parte de mi padre; recuerdo cómo le chillaba, cómo
la ponía en ridículo delante de la gente. Ahora sé que también un tío mío abusó de ella. Creo que
por eso siempre estaba comoausente, en su mundo y como enfadada con la vida”.
No obstante estas explicaciones, no puede obviarse que en los principios básicos de
todas las organizaciones nacionales e internacionales competentes en la materia, así como
toda la legislación en vigor, que tiene en cuenta las fuentes de la literatura científica
desarrollada en las últimas décadas, se señala la desigualdad de hombres y mujeres en la
sociedad como el origen de la violencia de género. Será esta, por tanto, la orientación que
guíe nuestro enfoque en este libro.
“Mi padre pegaba a mi madre. Le decía a mi hermano que si mi madre le levantaba la mano
que le metiera una silla en la cabeza. La mujer en mi casa no vale nada, solo sirve para fregar.
Ahora que estoy yo como mi madre, la entiendo y no soporto que mi padre se tire horas
hablando con mi exmarido y me diga que tiene que oírnos a los dos. No me ha protegido
nunca”.
33
Por otro lado, al analizar las razones que intentan explicar por qué las mujeres
maltratadas no abandonan las relaciones violentas, nos encontramos de nuevo con
numerosas explicaciones, que, además, se entremezclan en ocasiones con los orígenes
antes mencionados: podemos citar el aprendizaje de modelos en la familia de origen, la
dependencia femenina, la indefensión aprendida, el miedo, el sometimiento a los
mandatos de género, los modelos del amor, la propia biografía de la mujer, los efectos del
maltrato y las dificultades sociales.
“Mi infancia me ha marcado mucho y yo me preguntaba, por qué me muevo en las
mismas relaciones. Resulta que me he ido de un sitio que me maltrataban a otro peor que
también me maltratan, y lo ves después, claro, con mucha ayuda”.
“… yo he aguantado muchas cosas, y no sé por qué, yo creo que todo radica en mi infancia, el no ser
una hija querida, golpeada, maltratada, pues eso me condicionó a la hora de conocer a esta persona”.
Y, por último, al intentar abordar las secuelas físicas, psíquicas y sociales, es decir, el
impacto que la violencia tiene sobre la vida de las mujeres que la padecen, nos
encontramos de nuevo con los mismos conceptos que hemos visto anteriormente:
indefensión, miedo, efectos de la violencia en la familia de origen, sometimiento a los
ideales de género, secuelas del maltrato en la subjetividad de las mujeres…
“Me encuentro como si no hubiera hecho bien las cosas en mi vida, he hecho siempre lo
que mi familia quería y ahora no sé quien soy ni lo que tengo que hacer. Siento que mi vida no
es normal, no puedo estar tranquila, voy por la calle y tengo miedo a encontrármelo, así no
puedo vivir”.
Es decir, los mismos factores que hacen que una mujer entre en una relación de
maltrato (por ejemplo, su adhesión a los ideales de género y el modelo de amor
romántico, o el estilo de apego desarrollado en sus vínculos primarios) serán también un
factor determinante en el mantenimiento de esa relación, una causa fundamental que le
impida romperla. ¿Dónde situarlos metodológicamente, entre las causas que le hicieron
entrar en esa relación, en el origen de la violencia, en su establecimiento o en la dificultad
de la mujer para separarse?
Igualmente podemos decir en relación a los efectos del maltrato: el miedo, la
indefensión, la confusión… son efectos que la violencia tiene sobre el psiquismo de las
mujeres, y son, a la vez, algunas de las causas de que la mujer no pueda abandonar esa
relación.
“Me siento atormentada y todo esto me impide hacer nuevas cosas. A mí me encantaría
seguir estudiando, hacer muchas cosas, pero esto te mina y te impide desarrollarte y no sé como
34
2.1.
1.
renacer porque ya me ahoga”.
Nos enfrentamos, por tanto, a un problema estructural, de una enorme complejidad,
donde están presentes múltiples factores sociales y personales, y cuyas causas se
confunden con los factores que las mantienen, así como con los efectos que producen,
que actúan a su vez como causas y como factores de mantenimiento de la violencia de
género. Todos estos factores son inseparables, y ninguna de las explicaciones, ninguno de
los enfoques, agota la comprensión del fenómeno.
“Choco constantemente con una realidad que siento que se vuelve contra mí una y otra
vez, ya no soy la que era, siento que me agoto, que ya no puedo”.
Lo que se plantea a continuación es un mero acercamiento desde nuestro ámbito de
trabajo más cercano, y desde la experiencia que nos aportan nuestros años de trabajo: se
expondrá, por tanto, a lo largo de este texto, la perspectiva o el enfoque que nos ha
resultado más eficaz para lograr el objetivo de acompañar a las mujeres en su proceso de
recuperación, situándolas a ellas en el centro de dicho proceso.
Los modelos a los que se aluden, por consiguiente, aún siendo múltiples las
explicaciones que se plantean para la comprensión de las mujeres, no dan cuenta de toda
la complejidad del fenómeno.
Veamos, en primer lugar, cómo se origina la violencia contra las mujeres.
Origen de la violencia contra las mujeres
Para conocer cómo se origina, actúa y mantiene en sus distintas formas la violencia
contra las mujeres es necesario tener en cuenta qué razones dan lugar a que exista. Por
ello, a lo largo de la historia, diversos autores y enfoques de investigación han tratado de
dar una explicación en este sentido. Son teorías que van desde un corte más tradicional
hasta aquellas más integradoras, que tienen en cuenta distintas variables. Las que siguen
son las más relevantes:
Teorías biologicistas
Estas teorías consideran que la agresividad y la violencia son una condición innata en
el ser humano y que están genéticamente codificadas. Teorías como el instintivismo, la
herencia, las diferencias entre los sexos, la acción de las hormonas masculinas, el alcohol
o los estudios de condiciones cerebrales pertenecerían a este grupo. El instintivismo,
concluye que el instinto tiene una base motivacional para desarrollar conductas agresivas
35
2.
3.
y violentas y que nace de la naturaleza misma del hombre. Autores como Darwin, Freud
o Lorenz pertenecerían a ese grupo. Otros autores como Lambroso defienden las teorías
que apoyan que la herencia es la base de la violencia, y explican que existe una
inclinación biológica hacia este comportamiento en personas evolutivamente retrasadas.
También existe una corriente que plantea que la acción de hormonas masculinas como
la testosterona, el eje hipotálamo-hipófiso-gonadal (HHG), con diversos
neurotransmisores y otras sustancias actuarían como desencadenantes de
comportamientos agresivos. Por último, los postulados que apoyan el consumo de
alcohol como desinhibidor o la presencia de neurotransmisores como la acetilcolina y la
norepinefrina, así como las lesiones en la neocorteza frontal incrementarían los niveles de
violencia y agresividad.
Teorías ambientalistas o de aprendizaje
Estas teorías defienden que la violencia se desarrolla y aprende por un mecanismo
de asociación entre estímulo y respuesta. Sin embargo, en ese aprendizaje también están
presentes situaciones de extinción, generalización, discriminación, reforzamiento o
anticipación. Bandura y Walters (1974), teóricos del aprendizaje social, definen que la
violencia se instaura por un proceso de modelado tras la observación de acciones
violentas, entendiendo que se trata de un recurso eficaz y aceptable.
Teoría ecológica
Esta teoría explica que la violencia se puede provocar cuando interactúan causas
individuales, familiares, sociales y culturales. Según el Modelo Ecológico de
Bronfenbrenner (1987) aplicado a la violencia de género, existen tres contextos: el
macrosistema, donde se encuentran los sistemas de creencias culturales machistas que
sustentan la desigualdad; el exosistema, que incluye las instituciones intermedias que
median entre la cultura y el individuo, como sería la escuela, la iglesia o los organismos
judiciales, y que transmiten una serie de valores autoritarios y sexistas; y el
microsistema, que son aquellas variables más cercanas a la persona, como los roles, los
aspectos biográficos del individuo y de la familia, asícomo las características cognitivas,
afectivas, conductuales e interaccionales. La violencia, por lo tanto, estará constituida en
gran parte por las pautas culturales, mediatizadas por las instituciones y por la familia,
que a la vez, han moldeado estas características cognitivas a lo largo del desarrollo de la
persona.
36
4.
5.
Figura 2.1. Adaptación del Modelo Ecológico de Bronfenbrenner (1987).
Teorías psicológicas
Según Echeburúa (1994) y Rojas Marcos (1995), el hecho de padecer un trastorno
de personalidad antisocial, paranoide o narcisista pueden estar presentes en el desarrollo
de conductas violentas. También la presencia de rasgos de personalidad de dependencia
emocional, agresividad generalizada, problemas de control de la ira, déficit de autoestima,
celos… pueden dar lugar al origen de actitudes violentas. En último lugar, aunque
pequeña, hay una relación entre violencia y enfermedades mentales. La psicosis y el
consumo abusivo de drogas y alcohol pueden activar conductas violentas en personas
impulsivas y descontroladas.
Teoría de la perspectiva de género
37
2.2.
2.2.1.
Las teorías de la perspectiva de género plantean que desde el inicio de los tiempos el
mundo se ha movido y gestionado desde una visión androcéntrica a través del
patriarcado. Desde este sistema ha prevalecido y prevalece la desigualdad entre hombres
y mujeres, estando estas infravaloradas respecto a los hombres. Los comportamientos
violentos y agresivos responden a aquellas situaciones en las que los hombres han de
recuperar el equilibrio y el control que las teorías patriarcales defienden, donde las
mujeres debemos de estar sometidas y dominadas por los hombres.
Esta última teoría está en la base de este texto, así como en la de la legislación
actual, las organizaciones gubernamentales y los organismos competentes en materia de
violencia de género.
A continuación se expondrá un modelo de la dinámica de los malos tratos, una
explicación de cómo se instala la violencia en el seno de una pareja.
Dinámica y mantenimiento de la violencia
Dinámica de la violencia
Conceptualizar la violencia de género ha permitido visibilizar una realidad que estaba
negada. Esta visibilidad se ha centrado en lo obvio, las agresiones físicas, las lesiones que
pueden llegar en casos extremos hasta la muerte. Según Sanz (2004), “para cuando
observamos estos signos de malos tratos físicos, producidos en el espacio de afuera, en el
mundo que se ve, ya se ha producido otro tipo de violencia en el adentro, en lo
profundo, en el mundo que no se ve. Aparece antes que cualquier otro tipo de violencia y
es invisible tanto para el entorno que rodea a la víctima como para la mujer que lo
padece”.
“Al final dejé de ser yo. Ni siquiera me podía mirar al espejo… Y no solo cambié por fuera,
también cambié por dentro… Me hizo sacar lo peor de mí misma y me odio por ello…”.
En el inicio, estas conductas están normalizadas, están en la base de las relaciones
entre hombres y mujeres, invisibles por estar naturalizadas, y pueden llegar a la creencia,
en su observación y vivencia, de que en ellas se desarrollan prácticas recíprocamente
igualitarias. No son conductas que se manifiestan exclusivamente dentro de las relaciones
de pareja, sino que este tipo de comportamientos están presentes en lo más hondo de
todas las culturas que condicionan la posición de la mujer respecto a la del hombre, los
roles de cada uno y su interrelación en sociedad. Como dice Lorente (2005) “Mientras
que, parafraseando a Ortega, los hombres afirmarían ‘yo soy yo y mis circunstancias, las
mujeres solo han podido decir yo soy yo y tus circunstancias’”.
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“Yo creía que era lo normal, mi padre me decía que me tenía que enseñar las cosas del
sexo antes que nadie… No me di cuenta que eso no era normal hasta llegar al instituto…”.
“En el pueblo nos pegaban a todas, yo no sabía que no me tenían que pegar, estábamos
todas igual”.
Dentro de las relaciones afectivas está la violencia inicial que se encubre a través de
comportamientos indirectos de apariencia inofensiva, que se manifiestan a través de
gestos, silencios, reproches, palabras de desprecio, comentarios tendentes a la
desvalorización y la humillación, de forma frecuente y repetitiva.
“Ver que el carácter raro no era carácter raro, era maltrato”.
“Me decía: cariño ¿no ves que es por tu bien? Tú no sabes hacer estas cosas. Y yo me lo
creí”.
Estas conductas de maltrato suelen aparecer en el inicio de la relación, son de baja
intensidad en los primeros momentos, pero, poco a poco van aumentando sutilmente,
alternándose con manifestaciones amorosas. En este momento de la relación no hay
conciencia de maltrato. Lentamente se va creando un clima emocional de confusión,
temor y coacción.
Este tipo de violencia psicológica resulta muy difícil de detectar. Se trata de un
proceso que va destruyendo lentamente la integridad de la mujer, la víctima no sabe lo
que no funciona y trata de encontrar el origen de este comportamiento en algo que ella ha
dicho, hecho…, lo que le va sumiendo en una confusión entre su mundo interno y el
mundo externo, terminando por no saber qué está pasando. La percepción sobre ella
misma empieza a distorsionarse.
“Ni siquiera ahora sé lo que me hacía. Me sentía confusa y llena de dudas, incapaz de
pensar ni sentir por mí misma. No era como un insulto, ¿sabes? No era algo tan… directo. Te
sentías fatal y ni siquiera te había chillado”.
La dificultad para percibir esta naturalidad con la que se va instalando la violencia
invisible le impide identificarla y verbalizarla; lo que no es nombrado no se ve, pero
existe.
“Él me hizo ver que estaba enfermo y se iba con prostitutas, venía bebido muchas veces a
casa, no me decía nada, ni donde estaba, esto me desequilibraba. Por la mañana me decía que
me quería mucho, y por la noche se iba con prostitutas, yo no sabía qué pensar…”.
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Paralelamente a este proceso, la mujer necesita entender qué está sucediendo,
comienza a cuestionarse y culpabilizarse de las situaciones creadas en su relación, su vida
gira en torno a tratar de entender las conductas de su pareja, buscando diferentes causas
y motivos en hechos externos para poder justificar, cambiar, “salvar” su relación. Su
discurso puede resultar contradictorio y en muchas ocasiones difícil de entender incluso
para ella misma.
“Si hubiera podido entenderle mejor… si yo hubiera sido menos rígida, quizá las cosas
hubieran sido diferentes. Él tenía un problema, pero yo no supe entenderle y ayudarle en todos
esos años”.
“Tuvimos una pelea, pero yo también le provoqué porque yo ahora no me quedo callada, le
contesto… él quiere hablar y yo me voy… si me quedase a escucharle, no pasaría nada de
esto”.
Esta situación mantenida va generando en la mujer un progresivo estado de
confusión de emociones, distorsión de pensamientos, alteración en la percepción de la
realidad y bloqueo para actuar, lo que dificulta que la víctima pueda valorar y ser
consciente de que lo que está viviendo se relaciona con un proceso de maltrato. La mujer
va perdiendo autoestima y terminando por no entenderse a sí misma, lo que contribuye a
comportamientos autodestructivos que se pueden presentar bajo trastornos
psicosomáticos (enfermedades que afectan al cuerpo y están originadas por factores
psicológicos), ansiedad y estados de depresión reactivos que pueden llegar al suicidio.
“Un día quedamos con unas amigas a cenar. Nos íbamos de viaje juntas, lo comentamos
durante la cena, y él dijo si no recordaba que ese fin de semana habíamos decidido dejarlo para
nosotros… Yo le miré con cara de “¿qué dices?”, era mentira, pero lo contaba con tanta
seguridad… Al final cancelé el viaje con mis amigas. Fue una situación muy rara… pero lo dejé
pasar”.
Para comprender de modo más claro cómo opera la invisibilidad y naturalización de
la violencia contra las mujeres, veamos el modelo que se presenta en la figura 2.2.
Con lo expuesto acerca de la idea del proceso de instauración de la violencia, de su
visibilidad y naturalización, podemosimaginar un modelo con forma de pirámide, que
tendría una serie de escalones que corresponderían a la progresión temporal en la que se
va instalando la violencia en una relación: en la base se situarían las actitudes y los
comportamientos de desigualdad, de asimetría y de abuso, y, en progresión ascendente,
en el segundo escalón, la violencia psicológica; y, por último, la violencia física,
aumentando en gravedad los episodios violentos a medida que avanza la relación y se
asciende en la pirámide.
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“Todo era perfecto porque yo me sometía y me adaptaba a él, hacia conmigo lo que
quería. El día que dije basta me metió una paliza que me tuvieron que ingresar en el hospital”.
Figura 2.2. Pirámide de la violencia (Romero, 2004a, 2011a).
Desde el interior de esta pirámide, la mujer no percibe la progresión y el
agravamiento de la situación. La parte inferior queda oculta e invisible para ella misma y
para los demás.
“¿Por qué estaba ciega? No lo puedo entender… Ahora recuerdo un montón de cosas que
me hacía y me siento idiota por no haberlas visto antes. Y mi familia… Me cuentan cosas que
me hacía y les pregunto, pero, ¿por qué no me lo decíais?”.
Tenemos que tener en cuenta que estas fases no solo suceden temporalmente unas
antes que otras, sino que unas sirven de cimiento a las que le siguen. Por habituación, la
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exposición repetida a cualquier grado de violencia, incluso el más débil, afecta y
disminuye la conciencia crítica de percepción y de rechazo a la misma, distorsionando el
umbral de tolerancia y constituyendo una especie de anestésico ante la violencia. Por
ello, se van tolerando actitudes y actos que siempre se van agravando y llevan la relación
a la fase siguiente.
“… yo aguantaba tanto para que él me quisiera, yo aprendí a hacer de todo, guisaba fenomenal,
planchaba fenomenal, hacía todo para que me quisiera”.
Esta habituación, esta naturalización de los primeros incidentes violentos impide a las
mujeres, por un lado, detectar la violencia que están padeciendo, y por tanto, poder
abandonar la relación. De ese modo, la mujer malinterpreta las señales que recibe. Por
otro lado, expone a la mujer, sin tener conciencia de ello, a graves secuelas sobre su
salud física y psicológica.
“… Él estaba muy bien en casa… Yo le empecé a tolerar llegar tarde a casa, que me empujara, como
él me decía que yo estaba loca…”.
No podemos olvidar que incluso los primeros incidentes de baja intensidad van
provocando sentimientos de malestar en la mujer, con el consiguiente deterioro de su
autoestima, sintomatología ansiosa y depresiva, confusión, impotencia y desesperanza.
Especial complejidad presentan las situaciones donde estas manifestaciones se confunden
con conductas amorosas: posesividad, exclusividad, preocupación e interés por el otro,
autoridad, celos, control, pueden ser experimentados con mucha ambigüedad.
“No deja de llamarme continuamente al trabajo, de enfadarse por llegar tarde del trabajo,
viene a comprar conmigo, me cambia la cerradura de casa, me quita las tarjetas de crédito…”.
“Tengo miedo de él, él solo tiene que mirarme y siento que me controla, es muy agresivo,
yo lo sé mejor que nadie”.
“Me llamaba constantemente para decirme que me quería, se interesaba por las cosas de
mi trabajo, me alertaba de las personas que me querían hacer daño… Me sentía muy protegida y
querida en esos momentos. Ahora estoy sola”.
Estas situaciones no hacen más que confundir aún más a la mujer, así, causas y
efectos quedan entrelazados formando un círculo sin salida.
Estos primeros incidentes, que desde el inicio van dañando el concepto que tiene de
sí misma, anteceden siempre, y dan paso a situaciones más graves. Gravedad que la
mujer no podrá ver con claridad, al sufrir ya las secuelas del abuso.
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A)
“… yo intentaba apoyarle, pero fue un error porque él se aprovechaba de eso, de que yo me
aguantaba con lo que me echaban, yo creo que de eso se aprovechó él para hacer o que hizo”.
Actitudes de desigualdad
En la figura 2.3 señalamos ejemplos de las actitudes que pueden ir apareciendo en
cada una de las fases de la pirámide y los efectos que producen. Estas actitudes
corresponden en su mayoría a los micromachismos formulados por Bonino (2005).
Figura 2.3. Pirámide de la violencia desigualdad (Romero, 2004a).
Algunas de las actitudes de desigualdad presentes en los estadios iniciales de las
relaciones de abuso son los siguientes:
Intimidación: cualquier mirada, tono de voz, gesto, etc., puede servir para
atemorizar, especialmente si con anterioridad se ha recurrido a la violencia.
Control: de las decisiones, del dinero, de todo aquello que afecte a la mujer.
Explotación emocional: a base de insinuaciones, acusaciones veladas, dobles
mensajes. Se puede culpar a la mujer de cualquier disfunción familiar, hacerle
requerimientos emocionales abusivos, confundirla con cambios de humor
inexplicables.
Descalificaciones: desautorizaciones, dejarla en ridículo en público.
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Autoindulgencias: quitar importancia a la propia conducta abusiva, fingir que
no se comprende la situación, ni las reacciones de la mujer.
Pseudoapoyos: defender y apoyar las causas de la mujer, a la vez que se
boicotea cualquier avance en sus derechos.
Dar lástima y estimular la culpa en la mujer.
Engaños: negando lo evidente, incumpliendo promesas, mintiendo, adulando.
Paternalismo: conduce a la confusión de la mujer, a hacerla sentirse protegida
por la conducta de control y abuso.
“Me sentí apoyada cuando quise retomar mis estudios de doctorado… pero, al poco
tiempo empezó a quejarse de lo poco que estábamos juntos por mi “hobby”, que le dedicaba
mucho tiempo, que si era muy lista para unas cosas y para otras nada… Un día desapareció uno
de mis trabajos del ordenador, y ahora comprendo que no pudo ser casual… Al segundo año
dejé mis estudios”.
Como veíamos, estas conductas son difíciles de codificar como actos violentos,
muchas veces pasan desapercibidas y las mujeres no pueden defenderse de ellas, dando
lugar además a una cierta habituación. Muchas de estas conductas, incluso, pueden ser
ambiguas y confundirse con actitudes benévolas y protectoras. Es frecuente, por tanto,
que muchas mujeres “malinterpreten” estas conductas en sus agresores, y lo que es
control y dominio se entienda como carácter fuerte y varonil.
Padecer estas situaciones genera, a la larga, un gran malestar que puede expresarse a
través de estos síntomas:
Sobreesfuerzo psicofísico y malestar difuso, debido a los muchos
requerimientos que se le hacen a la mujer, al deterioro de su salud y al estrés.
“Estaba agotada, iba continuamente al médico y él tampoco sabía qué me pasaba. Me hizo
pruebas, me mandaba reconstituyentes pero yo seguía igual”.
Inhibición del poder personal: la mujer va aprendiendo a sentirse impotente e
indefensa, y llega a perder el control de su vida.
“Me confundía, perdí mi realidad, dejé de trabajar, dejé a mis amigos y amigas, me perdí.
Ahora no sé bien qué ha pasado, a veces sigo pensando que yo tengo la culpa de la ruptura, y
otras, no entiendo cómo he llegado hasta aquí”.
Parálisis: la situación anterior le lleva, poco a poco, a mostrarse pasiva y sin
iniciativa, con dificultad para retomar el control y tomar las decisiones
acertadas.
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B)
“Nunca me dejó trabajar, boicoteaba cualquier proyecto, desanimándome para llevarlo a
cabo. La relación empeoró los últimos dos años en los que él empezó a insultarme y
menospreciarme constantemente, me repetía “no sabes hacer nada, sin mí no eres nada…”.
“Yo traté de adaptarme a esta situación, trataba de entenderle, me refugié en mis hijas y
siempre pensé que él cambiaría. Pero, poco a poco, la situación era cada vez más crítica y yo
empecé a sentirme desconcertada ante las circunstancias”.
Inhibición de la lucidez mental: sobre todo las situaciones ambiguas y
confusas, los dobles mensajes, el caos y la incoherencia van generando en la
mujer la idea de estar enloqueciendo, con el consiguiente deterioro de su
autoestima.
“Yo me volví loca. Un día estaba comprando

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