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Resumen de Devoto

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Resumen de Tradicionalismo, Conservadurismo, Catolicismo de DEVOTO.
COMENZAR POR LAS VANGUARDIAS
La idea de generación es útil para definir a un conjunto de jóvenes que emergían en la Argentina de los años 20, con toda la soberbia de las vanguardias, buscando ocupar un lugar bajo el sol del mundo intelectual argentino. La idea de nuevo acompaña la exaltación a la juventud, presente ya desde la Reforma Universitaria y un contexto europeo en el que la guerra había ampliado la ya precedente exaltación de los jóvenes.
Se ha dicho sobre estas vanguardias en la Argentina que eran mucho más estetizantes y muchos menos políticas que las europeas; lo que quizás era el resultado de que el clima cultural e ideológico argentino era mucho menos exasperado. Aquella observación genéricamente acertada sería, con todo, susceptible de dos precisiones. Una, recordar en la comparación con los fenómenos europeos lo ya dicho acerca del futurismo italiano el cual la política tan visible era, también y, sobre todo, un pretexto estético. La otra, señalar cuánto ese esteticismo de la vanguardia literaria argentina fue, para mucho, un tránsito hacia una politización creciente hacia fines de la década. Para algunos jóvenes nacionalistas el pasaje por la vanguardia literaria martinfierrista será una etapa previa a la de su militancia política e incluso, ya enfrascados en ella, intentarán promover iniciativas que aspiraban a mantener juntas ambas actividades. La primera vía será la experiencia de La Nueva República, la segunda, la de Criterio. 
Un símbolo de la nueva generación fue la revista Martin Fierro. Como todo conjunto, el mismo es siempre heterogéneo. Muchas cosas podían salir de la generación martinfierrista: desde la colaboración en la revista Criterio hasta la participación de un diario que estaba enormemente distante de aquella como Crítica. Quiénes integraron la revista Martin Fierro (creada en 1924), hicieron un punto de honor la escisión entre literatura y política. Probablemente esta elección, estetizante y apolítica, preservaba la unidad del grupo, que era heterogéneo. Prueba de esto es el hecho de que el cierre definitivo de la revista haya sido el resultado de los contrastes que produjo entre sus integrantes la exitosa movilización, promovida por Borges, de apoyo a la candidatura de Yrigoyen. Posición que el director Evar Méndez, funcionario alvearista, no podía dejar pasar silenciosamente. 
Buena parte de los intelectuales emblemáticos, la luego llamada “cultura nacional”, escribirán sus primeros trabajos en Martin Fierro: de Ernesto Palacio a Julio Irazusta, de Raúl Scalabrini Ortiz a Leopoldo Marechal. Ello no indica mucho sobre la continuidad entre sus opciones ideológicas de ese entonces con sus posiciones posteriores, más allá del nativismo de argentinos viejos y de la búsqueda, desde el cosmopolitismo, de una mentalidad y una sensibilidad argentina. 
De entre los futuros nacionalistas, la figura de más peso en la publicación es la de Ernesto Palacio. Julio Irazusta tiene una colaboración ocasional. Palacio nació en Buenos Aires en 1900. Abogado de la UBA, anarquista político en su juventud universitaria, había sido, como tantos otros, partidario de la Reforma del 18, y luego se había desilusionado de ella. 
Martin Fierro pronto se disolvería por la propuesta borgiana (apoyo a la candidatura de Yrigoyen) pero de ningún modo hubiera podido ser el hogar de una propuesta nacionalista reaccionaria. 
LA NUEVA REPÚBLICA
En la segunda mitad de la presidencia de Alvear, comenzaron a aflorar las primeras voces periodísticas nacionalistas. Ello muestra que de figuras individuales se pasaba a grupos consolidados con una proyectualidad política de confrontación al sistema liberal.
La primera publicación periódica, aunque no la más importante, fue La Voz Nacional. El éxito de la publicación fue escaso. El periódico dejó de publicarse en noviembre de 1925, a los ocho meses de su aparición. 
Si La Voz Nacional pasó con poca trascendencia, distinto será el caso de La Nueva República, nacida en 1927 de un grupo inicialmente muy heterogéneo, compuesto por: católicos tradicionales, conversos recientes, maurrasianos, conservadores, antipersonalistas e yrigoyenistas, nacionalistas de actuación flamante y empíricos puros. Por ello, las fronteras entre conservadurismo y temprano nacionalismo eran lábiles y permeables.
Una reunión tan heterogénea debía decantarse y así sucedió: rápidamente abandonaron las conversaciones Mario Jurado y Carmelo Pellegrini, radicales yrigoyenistas, dado que lo que podía reunir a ese heterogéneo grupo de personas era la oposición a cualquier retorno del caudillo popular.
El staff de la nueva publicación quedó compuesto por Rodolfo Irazusta como Director, Ernesto Palacio como Jefe de Redacción y Juan Carulla, Julio Irazusta y Mario Lassaga como redactores permanentes. La revista llevaba como subtítulo: “órgano del nacionalismo argentino”. 
¿Quiénes eran estos jóvenes? El Director, Rodolfo Irazusta era por entonces un joven entrerriano con ciertos antecedentes en el radicalismo no yrigoyenista de su provincia. En 1923 cayó bajo la influencia de Maurras. Hombre más preocupado por la acción y la reflexión sobre la política concreta que por la labor intelectual de largo plazo, y desde luego, sin simpatías hacia los estetas. Enemigo acérrimo del liberalismo y adversario encendido de la democracia, del “vulgo” o “populacho”, conspiró contra Yrigoyen apoyando activamente la revolución de Uriburu. En 1933 publica La Argentina y el imperialismo británico, junto a su hermano. 
El jefe de la redacción era Ernesto Palacio, quién también había escrito en Martin Fierro. De aquel joven martinfierrista hasta este de La Nueva República media un catolicismo militante. Su conversión lo habría llevado a abandonar sus tareas literarias para acercarse a los problemas de la teoría y de la acción política. Pero, en realidad, Palacio estaba lejos de abandonar las prácticas literarias, y acerca de su conversión al catolicismo, lo habría hecho como un instrumento funcional para la acción política. Por entonces, Palacios estaba bastante influido por Maurras, quién también usaba el catolicismo como elemento decorativo.
Mucho más interés que sus compañeros tenía Palacio hacia los fenómenos de masas. Además, hablará de la defensa del orden y las jerarquías, del catolicísimo y del espíritu clásico, oposición a la Revolución Francesa. Algo habrá de Palacio de revuelta antioligarquía, que puede explicar su posterior adhesión al peronismo. Era una figura no desprovista de ambigüedades, también en el plano de sus ideas, entre un reaccionarismo clásico y algunas vetas populistas, las que se expresaban, a su vez, en esa doble mirada hacia el maurrasianismo y hacia el fascismo, que caracterizan su pensamiento.
En sus opciones políticas prácticas, fue opositor a Yrigoyen y un fervoroso promotor del golpe de Uriburu, aunque pronto se arrepentirá de esto último. 
Otro de los miembros era Juan Emiliano Carulla. Anarquista en su juventud, fue colaborador de La Protesta y de otros periódicos de izquierda. En La Nueva República publicaría artículos sobre temas históricos, políticos y culturales. Amigo de Uriburu, se atribuye un rol principal en la conspiración que derrocara a Yrigoyen. A diferencia de algunos de sus amigos, él no se apartó de Uriburu tras el golpe. A mediados de 1932, Carulla fundó un diario que pretendía continuar con los principios del golpe de septiembre de 1930. Tras varias experiencias del género en la década del 30, viró hacia posiciones aliadófilas durante la Segunda Guerra Mundial y, en lo interno, hacia posiciones conservadoras y antiperonistas.
Desde una perspectiva contemporánea, la figura más relevante de La Nueva República fue Julio Irazusta. Era, entre todos, el que menos interés tenía por la política práctica. Un viaje a Europa, en la década del 20, fue fundamental en su formación intelectual. Fue influido por Maurras (aunque en menor medida que su hermano).
A finales de 1930 retornó al país y pudo comprobarde cerca el fiasco de la aventura uriburista. En 1934 aparece, como respuesta al pacto Roca-Runciman, el célebre La Argentina y el imperialismo británico, escrito con su hermano. De esta época data también su amista con Raúl Scalabrini Ortiz y su acercamiento al radicalismo, al cual se afilia y será candidato a diputado provincial en 1939. Fue luego un decidido antiperonista. 
Entre sus influencias, no debe omitirse la de Edmund Burke y al sistema político ingles en general. Enemigo por temperamento del autoritarismo y de los gobiernos despóticos, asi como de las diferencias raciales o religiosas y respetuoso de las divergencias ideológicas, encarnó los mejores rasgos de una época proyectado en un nacionalismo tradicionalista, nostálgico del pasado agrario, elitista y moralizante.
A los escritores mencionados habría que agregar a otros dos colaboradores ocasionales: Cesar Pico y Tomás Casares, provenientes de la más rígida ortodoxia católica. 
El grupo se mantenía unido por sus enemigos comunes: la democracia radical y en especial, Yrigoyen. Además, compartían el pensamiento tradicionalista católico, al menos en las formas, ya que era el catolicísimo el que parecía brindar la única cosmovisión disponible para negar de plano la modernidad y el liberalismo, planteando un articulado conjunto de proposiciones para discutir el individualismo y defender un orden jerárquico.
Ya en el primer número de La Nueva República, Ernesto Palacio desarrollaba las ideas matrices del grupo en el artículo “Organicemos la Contrarrevolución”, en el que critica al liberalismo. Según el polémico abogado, la infección demagógica que se propagaba como una epidemia por todo el país, dejaba espacio para la amenaza del obrerismo bolchevizante. La organización de la contrarrevolución consistiría, entonces, en una doble tarea: la destrucción de loso sofismas democráticos y liberales y la lucha “sin cuartel contra los enemigos de la nacionalidad y el orden”. Los fundamentos de la propuesta política se hacen también evidentes en otro artículo escrito por el mismo Palacio: “Nacionalismo y Democracia”, de 1928. Allí se expresaba que el nacionalismo consistía en una “restauración de los principios políticos tradicionales, de la idea clásica de gobierno, en oposición a los errores del doctrinarismo democrático” y que sus verdades fundamentales eran el orden, la autoridad y la jerarquía. Por otra parte, señalaba que no era nacionalismo el “indianismo artificial y literario” ni tampoco el “sospechoso americanismo antiyanqui”. 
Ya se dijo que uno de los enemigos de este grupo era la democracia. Sin embargo, los miembros de La Nueva República no proponían la reforma constitucional, sino la del sistema electoral establecido por la Ley Sáenz Peña. Rodolfo Irazusta remarcaba insistentemente que nuestra Constitución republicana y el régimen democrático eran incompatibles. Por lo tanto, en la idea central de restringir el sufragio, no hay una especificidad que distinga a los jóvenes nacionalistas de muchos conservadores. Como lo exhibirá el programa de gobierno de La Nueva República, la idea era excluir del cuerpo electoral a los analfabetos y establecer el voto uninominal por circunscripciones, en perfecta sintonía con el pensamiento conservador. Deducía además que suprimir la democracia era restablecer el republicanismo. 
Si el rostro del modelo político diseñado por Rodolfo Irazusta es a esta altura bastante preciso -antidemocrático, tradicionalista, elitista y autoritario-, lo es menos con la conexión entre ese modelo y el pasado nacional. No era posible no colisionar con la tradición liberal. En 1929 Irazusta critica al liberalismo apoyado en una visión diferente de la historia argentina. Pero todavía no mostraba su faceta revisionista, como más adelante lo haría. Una de las grandes diferencias entre este Irazusta y el revisionista es el papel que se le da a Rosas: La Nueva República no iba nunca más allá de una reivindicación parcial de la figura de Rosas, en la que se alababa su resistencia a la intervención anglofrancesa. 
Además de los artículos teóricos o doctrinarios, el periódico incluía comentarios de actualidad. En los análisis de realidad argentina se hacían evidentes ciertas constantes, como la condena al liberalismo, al régimen democrático y a los partidos políticos, desprecio hacia las mayorías y una visión apocalíptica de los extranjeros.
El cuestionamiento al régimen democrático tenía también argumentos económicos. Acusaba Rodolfo Irazusta a lo gobiernos insensibles a los reclamos de los productores agropecuarios, que tanto contribuían a la riqueza del país. El origen de esta política debía buscarse, para él, en el predominio de la población urbana sobre la rural, que llevaba a los políticos a buscar sus votos en las ciudades. La reivindicación del mundo rural, ante el crecimiento del mundo urbano, es también una constante de las derechas europeas, y con éstas coincidía Irazusta.
En cuanto a los temas de política exterior, aparece una visión crítica hace los Estados Unidos y su política imperialista. No hay, en cambio, referencias al imperialismo británico, que empezará a ser denunciado recién a medida que los efectos de la crisis económica mundial se hagan evidentes a lo largo del año treinta.
En lo interno, las críticas dedicadas desde el periódico al radicalismo no fueron, durante la presidencia de Alvear, mayores que aquellas que se dirigían a la democracia en general. Es más, una buena parte de los ministros de ese gobierno obtenían una evaluación positiva de su labor. Con Yrigoyen fueron, en cambio, menos prudentes ya que éste resumía en su persona todo lo que ellos consideraban los vicios de la democracia. 
De las propuestas de la primera etapa quedan como testimonios dos programas, el que sirvió de presentación al grupo, y uno entregado a Yrigoyen cuando éste asumió la presidencia. Este último abarcaba todas las áreas del Estado, y a excepción de la limitación en el sufragio, no proponía modificaciones radicales a la estructura estatal. A la restricción del derecho al sufragio se agregaba la limitación al derecho de asociación, la reforma del Código Penal, la implementación de la enseñanza religiosa obligatoria, la supresión de la Reforma Universitaria, etc. En otros aspectos, como el económico, el programa era menos innovador, reflejando sus deudas e interacciones con el mundo conservador. No aparecía ningún atisbo de corporativismo, que surgiría recién en las propuestas presentadas a Uriburu.
AMIGOS Y ENEMIGOS. LOS OBJETIVOSO DE LA POLÉMICA NACIONALISTA.
 Los jóvenes de La Nueva República generaron todo tipo de polémicas. Los socialistas recibieron las críticas más mordaces. Sin embargo, el responsable último de todos los males era el régimen demoliberal, cuya consecuencia natural, imaginaban, era el triunfo del socialismo en un plazo no muy largo. 
Por supuesto que las críticas también iban dirigidas al mundo universitario, visto como parte del campo enemigo por su reformismo progresista, por ser un “bolchevismo larvado”, entre otras cuestiones. 
Además, el periódico fue utilizado para dirimir internas dentro del propio nacionalismo. Las dos disputas más polémicas fueron una de Julio Irazusta contra Manuel Gálvez y otra de Ernesto Palacio contra Leopoldo Lugones. Lugones los acusó de nacionalistas imitadores de “mala cosa europea”, influidos por odios sectarios que disminuían la grandeza de la patria, que era totalidad, al transformarla en una secta. La respuesta de Palacio asumía el monopolio del nacionalismo para su propio grupo. La discusión con Gálvez fue ejemplar. Para él, la obra del gobierno de Yrigoyen merecía reconocimiento en muchos aspectos: desde la neutralidad ante el conflicto social, producto de su obrerismo, hasta la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, o hasta la reivindicación de su política de educación popular. Un lugar central en la apología de Gálvez lo ocupaba la posición de Yrigoyen ante la Iglesia Católica, ya que lo consideraba un buen cristiano. Irazusta se oponía a las leyesobreras de Yrigoyen por considerar que atentaban contra la productividad. A su vez, Yrigoyen era tal vez un buen católico, pero entre ello y su revolucionarismo no había necesaria incompatibilidad en las manos de un hábil demagogo.
Comentarios maliciosos se hacían acerca de otras figuras prestigiosas de la galaxia nacionalista, como Carlos Ibarguren. También se criticaba a Ricardo Rojas (cuando se buscaba enfatizar el carácter radicalizado y personalista del yrigoyenismo) y Diego Luis Molinar (nacionalista jacobino y plebeyo, contrario a las ideas de Mourras). Tanto Rojas como Molinar representaban el nacionalismo más democrático. 
UN MAURRASIANISMO BIEN TEMPERADO 
La Nueva República tenía una base católica, aristotélica e hispánica. Pero si el catolicismo servía como fundamento filosófico, era en el maurrasianismo donde debían buscarse las recetas para la acción política. Aunque la propuesta de los jóvenes nacionalistas era la de hacer una revista de ideas, no puede ignorarse que su significación, y su influencia, fue la de una revista de acción política. Al ser acusados de maurrasianos, los miembros de la revista tendían a negarlo o enmascararlo.
Un punto donde podría testearse el maurrasianismo es en el antisemitismo, que era núcleo central de la retórica del movimiento francés. Seguramente una lectura atenta de La Nueva República permite encontrar bastantes referencias antisemitas, pero ellas no ocupan de ningún modo los tonos ni el metraje de los de su modelo europeo. 
Desde luego que, en el tema de las formas políticas, las diferencias con sus homólogos franceses eran remarcables. La cerrada crítica a la modernidad (emparentada a la de los ideólogos de L´Action Francaise, de Mourras) se superponía a un reconocimiento de la tradición liberal, aunque fuese en una lectura restrictiva y conservadora de la misma.
Viendo la cuestión desde el tema de sus programas de gobierno, ellos tenían muchas cosas en común con las propuestas maurrisianas. Estas buscaban un utópico retorno al Antiguo Régimen. Pero Maurras y su movimiento se preveían de recetas para la acción política (que consistía en operar como un ariete para destruir los equilibrios del sistema político, a través de la agitación ideológica, en primer lugar por medio de la prensa). Los jóvenes de La Nueva República buscaban imitarlos pero eran más moderados, demasiado quizás para ser efectivamente contrarrevolucionarios antisistema. 
Ciertamente, en la segunda época del periódico, en especial luego del golpe de septiembre, los tonos cambiaron y también la estrategia política -ahora ya decididamente antipartidocracia, antiliberal y tendencialmente corporativa. Era ya otra revista.
La cuestión de la relación entre La Nueva República y L´Action Francaise se puede ver desde otra perspectiva. Mientras que la agitación callejera del grupo francés era constante, la de los jóvenes argentinos era inexistente más allá de la pluma. Seguramente, si La Nueva República nace como un movimiento de inspiración política y práctica maurrasiana, se ve atemperada por otros elementos, ante todo, la más distendida situación política y social argentina. Atemperan también a los jóvenes nacionalistas sus clivajes sociales, sus sensibilidades políticas -cercana en muchos puntos a los conservadores- y el catolicismo integrista de muchos de sus miembros.
En 1928, La Nueva República cerraba sus puertas. A mediados de los treinta el seminario reaparecía en un clima muy diferente. La radicalización de casi todos los actores políticos y la emergencia de múltiples vías conspirativas los llevarían hacia aguas más procelosas. Los hombres de La Nueva República, entre tanto, incrementarían su colaboración en otra revista: Criterio. 
LOS NACIONALISTAS BUSCAN UN PÚBLICO: CRITERIO
En marzo de 1928 aparecía Criterio, la cual no era, ni será después, una publicación típicamente nacionalista, sino un ámbito donde colaboraban diferentes grupos de orientación católica. Los jóvenes de La Nueva República, revelándose buenos discípulos de Maurras, intentarán hacer una operación muy semejante a la de aquél: aprovechar que con los católicos compartían la existencia de muchos enemigos en común, institucionales e ideológicos, para intentar encontrar en ellos adherentes para sus proyectos políticos. 
El origen de la nueva publicación debe contextualizarse en un proceso general de expansión de la presencia católica en la sociedad argentina que había acompañado al de una inmigración europea que proveería hombres y estructuras organizativas. Los Cursos de Cultura Católica, surgidos a comienzos de los años veinte y pensados inicialmente como un núcleo para una futura Universidad Católica, se convirtieron en un ámbito de reflexión que daría albergue a los principales del catolicismo ultramontano vernáculo y a destacados intelectuales extranjeros como Garrigou-Lagrange o Jacques Maritain.
El intenso movimiento intelectual generado en el campo católico culminaba con la aparición de Criterio. En la revista coexistirían, desde el momento inicial, la vieja generación de católicos convencionalmente llamados liberales, procedentes del estradismo, con la nueva procedente de “los Cursos” y los grupos nacionalistas. En esa ambivalencia estarían no pocas de las tensiones que surcarían el primer bienio de la publicación. 
Los conflictos mas estructurales proceden de la curiosa coexistencia de tres sectores ensamblados más por relaciones sociales que por compatibilidad de intereses intelectuales: el vanguardismo cultural, el catolicismo tradicional y el reaccionarismo político. 
Si para los intelectuales católicos la revista era un ámbito natural en el que poner esfuerzos, para los jóvenes martinfierristas o para los nacionalistas republicanos, la revista tenía además del interés político para estos últimos, otras ventajas, como la abundancia de medios económicos para su publicación. 
Los fundadores de Criterio eran nombres que compartían ámbitos de sociabilidad comunes y, más que un compromiso político o religioso, los mismos enemigos, en general, el mundo laico y de izquierda de la política argentina. La figura aglutinadora clave era Ernesto Palacio, pues fue él el que proveía el trait d´union entre vanguardia y reaccionarismo. Además, la revista tenía amplísima autonomía para tratar los temas (sobre todo independencia de la jerarquía eclesiástica) y ellos hacía que hubiese enfoques contradictorios.
Con los jóvenes de La Nueva República las tensiones no debían ser menores. En primer lugar, porque se trataba de un grupo con intereses homogéneos y con un creciente proyecto político dentro de una revista más heterogénea. Luego, porque ellos eran visualizados por muchos intelectuales como “maurrasianos” y a nadie escapaba la condena del Vaticano a L´Action Francais y el nacionalismo integral.
En el terreno de política de actualidad las disidencias eran, al principio, menores.
Entre los miembros de La Nueva República los colaboradores más asiduos eran Palacio, Caseres y Pico. Carulla, en cambio, tras una presencia importante en los primeros meses, desaparece luego y los Irazusta tuvieron una colaboración episódica. 
Uno de las diferencias entre los intelectuales católicos y los nacionalistas maurrasianos eran que, mientras los primeros preferían analizar la situación política caso a caso, más que apoyar o condenar en bloque un sistema, los segundos creían que la realidad se trataba de ideas, sistemas y movimientos políticos y no de hombres o disposiciones legislativas coyunturales.
La revista era más coherente al definir a sus enemigos: socialistas en política, y en el campo cultural el diario Critica y la revista Nosotros. También la figura de Ricardo Rojas y los intelectuales afines a él. En el campo internacional, eran críticos de la revolución mexicana y sus líderes por su feroz política antieclesiástica. 
En 1929, el clima de la revista comenzó a cambiar. No era ajeno a ello la situación política posterior al arribo a la segunda presidencia de Yrigoyen y la radicalización de las elites contra la democracia.Sin embargo, todo ello se agravaba en criterio por una sorda lucha entre el grupo nacionalista, por un lado, y la vieja guardia estradista y miembros del clero, por el otro. Esta lucha culminaría con el abandono por parte de los nacionalistas reaccionarios y los vanguardistas estéticos de la revista y es entonces que, en 1930, reaparecía La Nueva República, donde los nacionalistas hicieron escuchar su voz.

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