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GENEALOGÍAS DE LA DIFERENCIA GENEALOGÍAS DE LA DIFERENCIA Tecnologías de la salvación y representación de los africanos esclavizados en Iberoamérica colonial MARÍA EUGENIA CHAVES –editora– Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Autores Primera edición: noviembre de 2008 ISBN: XXXX-XXX-XXX-XXX-X Número de ejemplares: __ Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia Editorial Pontificia Universidad Javeriana Transversal 4ª núm. 42-00, primer piso Edificio José Rafael Arboleda S.J. Teléfono: 3208320 ext.4752 www.javeriana.edu.co/editorial Bogotá, D. C. Corrección de estilo: ____________________ Diagramación: María del Pilar Palacio Cardona Montaje de cubierta: ____________________ Impresión: _____________________ Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana. CATALOGACIÓN Tabla de contenido Reconocimientos 8 Introducción 10 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII María Cristina Navarrete 22 II Guerra justa y gobierno de los esclavos: la defensa de la esclavitud negra en Bartolomé de Las Casas y Alonso de Sandoval Juliana Beatriz Almeida de Souza Traducción de María Eugenia Chaves Maldonado 58 III Esclavización y mancha de sangre en el mundo atlántico del siglo XVII: discursos y trayectorias Hebe Mattos 88 IV El negro en un pensamiento colonial de principios del siglo XVII: diferencia, jerarquía y sujeción sin racialización Eduardo Restrepo 118 V La creación del “Otro” colonial. Apuntes para un estudio de la diferencia en el proceso de la conquista americana y de la esclavización de los africanos María Eugenia Chaves 178 VI El viaje danteso de los etíopes: la construcción del ser esclavo en el periodo Colonial Catalina Ariza Montañez 244 Autores / Colaboradores 290 Reconocimientos A la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional, ASDI, a través de su De- partamento de Cooperación en Investigación, SAREC, que financió mi proyecto de investigación: “The Colour of Citizenship in Latin America. Racial Discourses and the Dynamics of Gender in the Transition from Colonial to Post-colonial Regimes”, entre enero de 2005 y diciembre de 2007. Fondos de esta institución hicieron posi- ble el trabajo de archivos en la Biblioteca Británica en Londres, en la Biblioteca Real en Estocolmo y en la Biblioteca de la Universidad de Upsala. Gracias a los fondos proveídos por ASDI, pude organizar el panel: “Genealogías de la diferencia ‘racial’: formas de dominación y estrategias de resistencia desde la experiencia de la diáspora africana en Latinoamérica”, en el contexto del Congreso de LASA (Latin American Studies Association) en Puerto Rico, en marzo de 2006. En este espacio nació la idea de esta compilación. A los autores que colaboraron en este volumen por su paciencia y su dedicación en las repetidas revisiones, observaciones y diálogos que esta empresa conjunta nos exigió. A los editores, en particular a Carmen Millán, quien acompañó los primeros contactos. A José Luís Guevara y a Nicolás Morales Thomas que creyeron en este proyecto y lo apoyaron desde el primer momento. Introducción 11 Este libro de carácter colectivo se ha forjado a fuego lento y ha sido producto de una serie de encuentros y discusiones a lo largo de los últimos tres años. A quienes colaboramos en este volumen nos convocó una incomodidad compartida: la de constatar que “lo racial”, como idea y como concepto, se aplicaba al análisis social de la época colonial sin beneficio de inventario, naturalizando su significación como un a priori histórico. Esta incomodidad se hizo más patente cuando en el año 2004 inicié un estudio comparado de las dos versiones de la obra que el jesuita Alonso de Sandoval había escrito en Cartagena de Indias entre 1627 y 1647. La versión más temprana de su obra se titula Naturaleza, policía sagrada y profana, costumbres y ritos, disciplina y catecismo evangélico de todos los ætíopes (1987, 1627); y, la más tardía De instaurata æthiopium salute. Historia de AEthiopia (1647). El objetivo del jesuita es el de explicar el origen y las costumbres de “todos los etíopes” con el objetivo de defender su capacidad de recibir el evangelio y la importancia de su ministerio. Sandoval pasó la mayor parte de su vida evangelizando a los africanos esclavizados que llegaban al puerto de Cartagena de Indias. Sin embargo, su obra desarrolla una argumentación erudita sobre el lugar de los “etíopes” en el concierto humano, estableciendo para ello un discurso de alteridad que tiene que ver tanto con el carácter del ser mismo de los africanos, como con su estatuto de esclavizados en la sociedad colonial. En 2005 organicé un panel en el Congreso de la Asociación de Estudios Latinoa- mericanos en el que convoqué al antropólogo Eduardo Restrepo, con quien veníamos discutiendo la obra de Sandoval desde tiempo atrás, y a la historiadora brasilera Hebe Mattos. Con su participación se pudo ampliar el interrogante sobre la forma en la cual se construyeron los saberes sobre la diferencia de los africanos en la experiencia colonial lusitana durante el siglo XVI y XVII. Más tarde se unieron a este esfuerzo la historiadora colombiana María Cristina Navarrete, quien estaba realizando un estudio en el Archivo Vaticano sobre las cartas annuas jesuitas correspondientes al Colegio de Cartagena de Indias, y la antropóloga Catalina Ariza, cuya tesis de maestría se había dedicado a estudiar la relación entre el pensamiento aristotélico y la obra de Sandoval, y la aplicación de este discurso en el gobierno de los esclavos de una plantación colom- biana en el siglo XVIII. Finalmente, tuvimos la suerte de contar con la participación de la historiadora brasilera Juliana Beatriz Almeida de Souza quien estudia la relación entre los discursos de Bartolomé de Las Casas y Alonso de Sandoval. De esta forma, se ha logrado articular una visión sobre la obra de Alonso de Sandoval que se gesta desde distintos puntos de vista y espacios disciplinarios. De hecho, los capítulos que componen este libro no intentan defender un enfoque único o unificado sobre la obra 12 Genealogías de la diferencia de Sandoval y su importancia en la definición de los discursos de diferenciación durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, responden a un interés común: el de contribuir a descifrar los códigos que permitieron construir la diferencia de los africanos escla- vizados en la Iberoamérica colonial. La lectura de su obra plantea una interrogante fundamental: ¿es posible identificar el saber que sobre los africanos esclavizados se construye en el mundo colonial con los conceptos de raza y de relaciones raciales? ¿Es posible definir las condiciones de subalternización, genocidio y secuestro que impone la trata esclavista de africanos durante los siglos de colonización ibérica, como afincadas en actitudes “racistas”? Si aceptamos que el marco de significación de las diferencias anclado en los conceptos de raza y de diferencias raciales emerge desde mediados del siglo XVIII en el contexto de la decadencia del poder colonial ibérico y de la conso- lidación de nuevas potencias coloniales del norte de Europa, la aplicación de estos conceptos resulta evidentemente anacrónica. Este anacronismo tiene implicaciones graves, en tanto oculta, pasa por alto o banaliza el peso histórico que más de trescientos años de ejercicio colonial tuvieron en la estructuración de formas de significación y de saberes sobre la diferencia. La narrativa de la historia corre el riesgo, por lo tanto, de cerrarse sobre sí misma y sobre los límites que le ha impuesto el imperio de la razón cartesiana y el saber iluminista ‒de los cuales adquiere su estatuto como disciplina‒ y que tuvo como premisa negar la validez de todas las formas previas de saber. Es claro que el interés que despiertala obra de Sandoval no es nuevo ni se inaugura con este libro. Desde la publicación que hiciera Enriqueta Vilar Vilar de la versión de 1627, su trabajo ha sido objeto de varios estudios, entre los más recientes el de Olsen y el de Maya. Efectivamente, la obra de Sandoval puede ser estudiada desde diferen- tes puntos de vista y se convierte en una fuente de información para acercarnos a las prácticas coloniales referidas a la población afro-descendiente, extremadamente rica. Sin embargo, existe la necesidad de seguir produciendo estudios sistemáticos sobre su obra. Los artículos que aquí se compilan, no aspiran a llenar este vacío, modestamente intentan articular nuevas preguntas para la investigación dirigidas a desentrañar los mecanismos que permitieron crear e imponer las identidades de la esclavitud colonial y sus prácticas de dominio y de explotación. En este sentido, las presentes reflexiones pueden aportar a una discusión que en los últimos años ha venido adquiriendo fuerza en el campo de los estudios latinoame- ricanos. A partir de trabajos seminales de filósofos e historiadores latinoamericanos como Edmundo O´Gorman, Enrique Dussel y Aníbal Quijano, hemos asistido a la emergencia de nuevas corrientes de crítica cultural, en particular articuladas al colectivo internacional e interdisciplinario denominado latino/latinoamericano/modernidad/ colonialidad (Castro-Gómez, 13) que invitan a re-pensar la historia colonial y las consecuencias de larga duración que sus procesos han tenido y tienen en las relaciones 13 Introducción sociales, espaciales, simbólicas y epistemológicas hasta la actualidad. La colonialidad es la palabra con la que estos estudiosos identifican esta permanencia. La colonialidad es uno de los elementos constitutivos y específicos del patrón mundial de poder capitalista. Se funda en la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder, y opera en cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas de la existencia cotidiana y a escala social. Se origina y mundializa a partir de América. Con la constitución de América (Latina), en el mismo momento y en el mismo movimiento histórico, el emergente poder capitalista se hace mundial, sus centros hegemónicos se localizan en las zonas situadas sobre el Atlántico –que después se identificarán como Europa-- , y como ejes centrales de su nuevo patrón de dominación se establecen también la colonialidad y la modernidad. En otras palabras: con América (Latina) el capitalismo se hace mundial, eurocentrado y la colonialidad y la modernidad se instalan, hasta hoy, como los ejes constitutivos de este específico patrón de poder (Quijano, 94). Diferente de colonización, en tanto éste último término se refiere a una serie de hechos y procesos históricos que se inician con la conquista hispana de América y terminan con los procesos independentistas, la colonialidad, en palabras de filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres, se define de la siguiente manera: Colonialidad no significa lo mismo que colonialismo. Colonialismo denota una relación política y económica, en la cual la soberanía de un pueblo reside en el poder de otro pueblo o nación, lo que no constituye a tal nación en un imperio. Distinto de esta idea, la colonialidad se refiere a un patrón de poder que emergió como resultado del colonialismo moderno, pero que en vez de estar limitado a una relación formal de poder entre dos pueblos o naciones, más bien se refiere a la forma como el trabajo, el conocimiento, la autoridad y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí, a través del mercado capita- lista mundial y de la idea de raza. Así pues aunque el colonialismo precede a la colonialidad, la colonialidad sobrevive al colonialismo (131). A partir de estas ideas seminales, el grupo trabaja otra serie de conceptos que complejizan la reflexión extendiendo la idea de “colonialidad”, no solo a las relaciones sociales, sino al ámbito del poder, de la producción de saber y de la construcción de subjetividades y de discursos ontológicos que reproducen formas de diferenciación y subalternización (Maldonado-Torres, 127-167). Por otro lado, también se establece 14 Genealogías de la diferencia que la crítica decolonial se inicia en el momento en el que se implanta el sistema mundo moderno/colonial con la conquista de América (Mignolo, 25-46). Esta construcción teórica y sus desarrollos descansan fuertemente en la asociación entre colonialidad y la emergencia de un sistema de diferenciación que se inicia con la integración de América a la representación moderna del mundo en el siglo XVI, y que se articula alrededor de la idea de “raza”. En este sentido, las interrogantes que han inspirado el presente volumen quieren llamar la atención sobre la necesidad de ahondar en el espesor histórico que tiene la enunciación de la diferencia de los “otros” coloniales, para identificar los quiebres y las continuidades que han dado sentido al fenómeno de la colonialidad y entender mejor sus consecuencias hasta el día de hoy. Las palabras “raza”, “racismo” y “relaciones raciales” se convierten en conceptos en la medida en que responden a ese espesor histórico y tienen la fuerza para proyectar un horizonte de futuro. En consecuencia, toda aplicación de estos conceptos a marcos de significación necesita una revisión profunda. En un pasaje de uno de sus libros, últimamente traducido al español, el semiólogo argentino Walter Mignolo explica: Cuando en el término “raza” (principalmente en el siglo XIX) reemplazó a “etnia” y así se puso el acento en la “sangre” y el “color de la piel” en desmedro de otras características de la comunidad, “raza” se transformó en sinónimo de “racismo”. El “racismo” surge cuando los miembros de cierta raza o etnia tienen el privilegio de clasificar a las personas e influir en las palabras y los conceptos de ese grupo. El racismo ha sido una matriz clasificatoria que no solo abarca las características físicas del ser humano (sangre y color de piel, entre otras) sino que se extiende al plano interpersonal de las actividades humanas, que comprende la religión las lenguas […] y las clasificaciones geopolíticas del mundo (42). Más adelante, justifica el uso de estos conceptos. Se refiere a que cuando América se integró como una cuarta entidad a la división tripartita del mundo de raigambre medieval, esta integración ya llevaba la impronta del “racismo”: No debería sorprender entonces, que en los mapamundis del siglo XVII Europa aparezca en la parte superior izquierda; Asia en la superior derecha, y Africa y América , en la parte inferior (casi siempre representadas por medio de mujeres desnudas o semidesnudas). Si eso no es categorización racial de los pueblos y de las divisiones continentales, entonces ¿qué es racismo? (Mignolo, 52). 15 Introducción Negar el hecho de que el proceso colonial ibérico generó prácticas genocidas de exclusión y dominación y formas de subjetivación para justificar tales prácticas, es necio. Sin embargo, el peso de los conceptos está definido por sus condiciones histó- ricas de emergencia. Si vamos a aplicar un concepto que se define como tal durante el siglo XVIII a realidades coloniales desde el siglo XVI, deberíamos pensar seriamente en la pregunta que hace Mignolo al finalizar la cita: “¿Qué es el racismo?” A la que necesariamente deben sumarse otras dos: cuando aplicamos esta terminología, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿A qué espesor histórico, a “qué conjunto de enunciaciones, juegos de conceptos y series de elecciones teóricas” (Foucault, La arqueología 305) estamos prestando esta conceptualización? El título de esta compilación alude a un ejercicio “genealógico” que permita enten- der las condiciones de positividad que permitieron que ciertas enunciaciones fueran posibles y tuvieran efectos concretos, es “poner al día la regularidad de una práctica discursiva”(Foucault, La arqueología, 243): La genealogía sería entonces, respecto y en oposición a los proyectos de una inscripción de los saberes en la jerarquía de los poderes propios de la ciencia, una especie de tentativa de liberar de la sujeción a los saberes históricos, es decir, de hacerlos capaces de oposición y de lucha contra la coerción de un discurso teórico, unitario, formal y científico” (Foucault, La genealogía, 24). Creo que esta tarea es imprescindible para responder las preguntas planteadas. Los estudios que se presentan en este volumen, más que haber llenado los objetivos que la tarea mencionada requiere, aspiran a dejar planteadas ciertas ideas cuyo desarrollo podría, eventualmente, llevar a cumplir con este propósito. En este sentido, este libro se constituye en un espacio de encuentro interdisciplinario en donde la experiencia luso-hispana de la diáspora africana en el contexto colonial temprano se analiza a partir de los fuertes nexos históricos que la definen, pretendiendo mostrar ciertos elementos que dan forma a las tramas complejas del saber sobre la diferencia colonial que hizo posible la sujeción y esclavización de los africanos en el nuevo mundo. El libro se abre con el capítulo de la historiadora colombiana María Cristina Na- varrete, quien pone en relación la información de las cartas annuas que se produjeron en el Colegio de Cartagena durante el siglo XVII y los argumentos que Sandoval desarrolla en su obra. Navarrete encuentra que en estas fuentes la representación de los africanos esclavizados se construyó mediante el argumento de su capacidad para recibir el evangelio. Señala que otra faceta importante de la misión jesuita fue la de mantener congregaciones de negros ladinos. Esta labor se reflejó, según muestra la au- tora, en la implementación de mecanismos de control social que pretendían introducir 16 Genealogías de la diferencia y mantener a esta población dentro de los parámetros de la civilidad. Finalmente, la autora discute el acontecimiento que para Cartagena supuso la llegada al puerto en un barco negrero, de un representante del rey de Arda, y lo paradójico que resultaba la presencia de un embajador africano que era recibido con pompa y homenajes, mientras sus compañeros de travesía eran sometidos a los rigores del tráfico y la esclavización. Navarrete concluye entonces que en el siglo XVII, los poderes esclavistas y coloniales hispanos no definían el estatuto de esclavitud con referencia a un criterio racial, sino que se consideraba la esclavitud como un suceso coyuntural y aceptado en función de la salvación de las almas y la aplicación de métodos adecuados de conversión. El esfuerzo erudito de Sandoval, aunque no alcanzara el reconocimiento que tuvo el de su compañero de orden Joseph de Acosta, quien escribió sobre la naturaleza de los nativos americanos y definió un sistema de evangelización acorde, puede equipararse a éste. La obra de Sandoval, por otro lado, se inscribe en un contexto histórico aún fuertemente influenciado por la experiencia de las campañas de Reconquista y muy cercano a las guerras lusitanas en territorio africano que se desarrollaron durante el siglo XVI. La historiadora brasilera Juliana Beatriz Almeida de Souza parte del estudio de los capítulos de la Historia de las Indias en los que Bartolomé de las Casas desarrolla su posición respecto al tráfico esclavista. La autora muestra que la opinión del dominico es la de condenar, no el tráfico en sí mismo, sino la “ceguedad” de los cristianos que se dedicaban a esta labor, ignorando los preceptos divinos y humanos que debían pautar la misión de convertir a los pueblos al cristianismo. La autora muestra la forma en que Las Casas ataca la visión de la época según la cual se diferenciaba entre los territorios americanos considerados un espacio no contaminado por la infidelidad y África, cuyos habitantes, por la influencia mahometana, eran considerados pecadores y, por lo tanto, “sujetos naturales” de la esclavización. Su capítulo muestra el paralelismo existente entre la posición lascasiana y la de Sandoval, en tanto los dos pensadores parten de la opinión de que la esclavitud africana no es cuestionable, sino solamente sus métodos, de allí el interés de los dos misioneros por investigar tanto las condicio- nes de la captura y la trata, como la aplicación de las prácticas de evangelización y de bautismo. La autora concluye que las obras de Las Casas y de Sandoval representan dos momentos del debate acerca de la legitimidad del tráfico y de la esclavización de los africanos. El primero se inscribe en las reflexiones sobre la legitimidad de la guerra justa y de los procesos de conquista tanto en África como en América; el segundo, en el proceso de constitución del proyecto jesuita de evangelización en relación con el gobierno de los esclavos. Hebe Mattos, por su parte, dirige el análisis a los inicios de las campañas de exploración lusitanas en África y a las guerras que se libraron por el control del terri- torio durante los siglos XVI y XVII. En este contexto, el cautiverio se convierte en el método para integrar a los vencidos al imperio y a la fe católica. Mattos nos enseña, 17 Introducción sin embargo, que los africanos fueron integrados a las campañas lusitanas de formas diversas. No solamente fueron esclavizados, sino que se integraron a los ejércitos como soldados y oficiales. En tal calidad fueron objeto de reconocimientos y mercedes rea- les, situación que contradecía los discursos de limpieza de sangre en vigencia. Opina, no obstante, que la marca del color no fue utilizada para justificar la esclavización, sino el discurso de la guerra justa y de la legitimidad de los procesos del cautiverio. Muestra, en este sentido, que hacia el siglo XVII existía en la América lusitana un movimiento liderado por pardos y negros libres que desarrollaron una crítica, no de la institución esclavista, sino de las condiciones de la guerra y del cautiverio de africanos. Esta crítica, que igualmente se puede detectar en la obra de Sandoval, se inscribe en el debate general sobre la legitimidad del cautiverio, que había adquirido actualidad en el siglo XVII. Sandoval invierte un ingente esfuerzo intelectual en definir la naturaleza de los “etíopes” y desarrolla una discusión erudita que, en términos filosóficos y en el marco de la escolástica, se convierte en una indagación ontológica. Los siguientes tres capítulos indagan sobre los criterios que Sandoval desarrolló para definir la “naturaleza” de los africanos y su condición de esclavitud. Eduardo Restrepo nos presenta un análisis del discurso de Sandoval que cuestiona el funcionamiento de una relación simple entre la alteridad que el jesuita propone para los africanos y los criterios referidos tanto al “color negro”, como a aquellos usados para identificar su origen y pertenencia. Gracias a un análisis textual denso, Restrepo encuentra que este autor construye un régimen de negrura en el que lo “negro” no puede entenderse como una idea totalizadora, sino que adquiere diferentes significados. Lo mismo puede decirse de los términos de procedencia usados en su obra como los de “etíope” o “africano”; o aquellos de pertenencia como “casta” o “nación”. Concluye que no existe una relación entre los términos de procedencia o pertenencia y las diferentes “formas de negrura” que se definen. Restrepo se detiene en el análisis de los argumentos que Sandoval esgrime para definir el origen del color de los africanos y encuentra que esta marca de dife- renciación que se constituye a partir de una interpretación bíblica, es para el jesuita una condición que la conversión al cristianismo puede revertir. Para Restrepo, en la obra de Sandoval la identidad de los africanos esclavizados no se articula alrededor de la apreciación del color. En este sentido, coincide con Navarrete, Almeida de Souza y Mattos en que son las condiciones de la guerra justa las que justifican sucautiverio. Su análisis termina cuestionando que exista una relación entre la emergencia del colonia- lismo y la racialización de las poblaciones como una forma de imponer mecanismos de subalternización. Mi capítulo retoma el esfuerzo de Sandoval por definir, a nivel ontológico, la natu- raleza de los “etíopes” como una tarea necesaria y previa a la justificación de su misión evangelizadora y a la estructuración de un sistema de conversión adecuado. Intento 18 Genealogías de la diferencia mostrar que los discursos de diferenciación de los africanos no usan los conceptos de raza o relaciones raciales. Sin embargo, a diferencia de lo que opinan los autores de los capítulos precedentes, intento mostrar que la diferencia de los africanos esclavizados se construyó en un sistema de saber y dentro de una serie de relaciones de significación, que toman el color como una marca para descifrar la naturaleza del ser de los “negros”. Para ello, estudio la obra de Sandoval y la relaciono con la de otros eruditos hispanos de los siglos XVI y XVII y encuentro que los discursos de alteridad tuvieron dos ver- tientes, la una asociada con un pensamiento clasificatorio y de comparación fundado en la oposición entre civilidad y barbarie, y la otra, afincada en la similitud, en donde las marcas corporales como el color se convierten en signos de la naturaleza del ser. La obra de Sandoval se adhiere a ésta segunda vertiente. Luego analizo la transformación que estos discursos sufren en el siglo XVIII, cuando ya la relación entre la marca del color oscuro y las características de inferioridad estaban naturalizadas. A partir del siglo XVIII, los discursos de diferenciación coloniales se centran en el problema del mestizaje y de la “mancha de color vario”. El discurso de la pureza de sangre que había estado ausente en los saberes de la alteridad de los siglos anteriores, se potencia en su significado literal. Las mezclas deben ser estudiadas de acuerdo con el menor y mayor grado de sangres indígena, negra o blanca que conllevan. Este problema ya no es de tipo ontológico, sino fisiológico y epistemológico. Mis conclusiones, por lo tanto, establecen que el signo del color y su construcción como una marca del ser para definir la alteridad de los africanos y justificar su supuesta inferioridad, fueron elementos que Sandoval definió como antecedentes necesarios y previos a su argumentación, tanto en relación con los métodos de evangelización, como en relación con su crítica de las prácticas de cautiverio y bautismo. En el capítulo con el que se cierra este libro, Catalina Ariza estudia la influencia del pensamiento de Aristóteles en la obra de Sandoval, al mismo tiempo que define los quiebres que el jesuita hace con estos fundamentos filosóficos. Muestra la forma en que Sandoval establece el color oscuro de los “etíopes” como una característica intrínseca de su naturaleza, independiente de los atributos del alma o del clima. Para Ariza, la moralidad cristiana creó una ruptura ontológica entre el ser de los amos y el ser de los esclavos. La autora también establece las relaciones que le permiten a Sandoval concluir que los africanos están purgando una culpa original que puede redimirse a través del bautismo. La esclavización sería un estadio necesario en este proceso. De forma sugerente, la autora utiliza sus conclusiones respecto a la obra de Sandoval para acercarnos al uso que estos discursos tuvieron en las prácticas esclavis- tas en la América hispana. Ariza analiza las relaciones entre amos y esclavos en una hacienda colombiana de la segunda mitad del siglo XVIII y muestra la complejidad que adquieren las realidades coloniales en relación con los marcos discursivos dentro de los cuales se enuncian, adquieren sentido y efecto. 19 Introducción Esperamos, con estos trabajos, contribuir a una discusión que está ya en marcha desde los fundamentales aportes de Edmundo O`Gorman (Invención) continuados por los estudios de Walter Mignolo, Serge Gruzinski Claudio Cañizares Esguerra , Jaime Borja , entre otros. Solamente a partir de la producción de más estudios pun- tuales de este tipo, será posible llevar la discusión a los límites de los marcos de saber que nos contienen y nos definen como académicos ahora. Es decir, retomando a los teóricos del nuevo pensamiento crítico latino/latinoamericano, realizar un ejercicio de decolonización. Este ejercicio empero, debe desentrañar los mecanismos que sub- yacen a aquellas subjetividades que forman nuestro ser colonial. Únicamente así será posible mirar más allá de la racionalidad moderno/colonial y neo-colonial que nos gobierna y que gobierna nuestros discursos. Este libro colectivo, lejos de proponer un conocimiento acabado, muestra inquietudes investigativas que seguirán su curso. Al respecto, el erudito contemporáneo colombiano, Gonzalo Soto Posada, inspirado en San Agustín señala: […] el trabajo nunca esta terminado. Es un viaje que tiene que estar signado por lo de Agustín: “busquemos como buscan los que aún no han encontrado y encontremos como encuentran los que aún han de buscar”. Hay que habi- tar el mundo desde la duda como gozosa búsqueda ad infinitum. Desde este horizonte, la hermeneútica mora los textos desde Babel, no desde Pentecostés (Soto, 193). Con este volúmen confiamos unirnos a esta gozosa búsqueda. Bibliografía Borja, J. (2002). Los indios medievales de Fray Pedro de Aguado. Construcción del idólatra y escritura de la historia en una crónica del siglo XVI. Bogotá: CEJA. Cañizares-Esguerra, J. (2001). How to Whrite the History of the New World. Histories, Epistemologies, and Identities in the Eighteenth-Century Atlantic World. Stanford: Stanford University Press. Foucault, M.. (1991). La arqueología del saber. Bogotá: Siglo XXI. ________. (1992). La genealogía del racismo: de la guerra de las razas al racismo de Estado. Madrid: La Piqueta. Maldonado-Torres, N. (2007). “Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”. El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica 20 Genealogías de la diferencia más allá del capitalismo global. Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel, Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana-Instituto Pensar, pp.127-167. Maya, A. (1998). “Brujería y reconstrucción étnica de los esclavos en la Nueva Gra- nada, siglo XVII”. 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Naturaleza, policia sagrada i profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los etíopes. Edición, traducción e in- troducción: Enriqueta Vilar Vilar (ed. y trad.). Un tratado sobre la esclavitud. Madrid: Alianza. _________. (1647) De instaurata æthiopium salute. Historia de AEthiopia. Madrid. Soto, G. (2007). Filosofía Medieval. Bogotá: Sociedad San Pablo. Vilar Vilar, Enriqueta (edición, introducción y notas). 1987. Alonso de Sandoval. Un Tratado sobre la Esclavitud. Madrid: Alianza Universidad. I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII 23 María Cristina Navarrete Etíope, “hombre de rostro quemado”, es eltérmino utilizado por el padre Alonso de Sandoval, en su obra Naturaleza, policia sagrada y profana, costumbres y ritos, disci- plina i catechismo evangélico de todos los etíopes (6), al que se refiere como “Tratado de cómo se ha de restaurar la salvación de los negros”. Otros autores de los siglos XVI y XVII también usan el término “etíope” para referirse a los negros. El mismo Alonso de Sandoval, en el capítulo II, titulado “De la naturaleza de los etíopes, que comúnmente llamamos negros”, explica la utilización que hace del nombre “etíope”. Al respecto, dice que Etiopía fue llamada por algunos doctores “Ethera”, esfera, cielo, o elemento del fuego y explica que Plinio tomó la denominación “etíope” del hijo de Vulcano, mientras otros afirmaban que etíope venía del verbo “cremo”, que significa quemar, de allí concluye que era lo mismo decir etíopes que hombres de rostro quemado (69).1 Los etíopes o gente de rostro quemado, como llamaba el padre Sandoval a los pobladores del África negra, sufrieron las consecuencias del desastre demográfico de la población indígena del Nuevo Mundo. En la segunda mitad del siglo XVI y durante los siglos coloniales fueron traídos forzosamente a los territorios de la América española. Dos puertos, Cartagena y Veracruz, fueron habilitados para recibir los barcos atibo- rrados de africanos sometidos a cautiverio, procedentes de áreas geográficas diversas con culturas, lenguas y religiones diferentes. 1 Al respecto ver Luz Adriana Maya, Brujería y reconstrucción de identidades entre los africanos y sus descen- dientes en la Nueva Granada, siglo XVII. Bogotá: Ministerio de Cultura,2005, p.p.228. Para un análisis de los significados del término etíope en Alonso de Sandoval ver Eduardo Restrepo, “El negro en un pensamiento colonial de principios del siglo XVII: diferencia, jerarquía y sujeción sin racialización”, en: María Eugenia Chaves (ed.). Genealogías de la diferencia: tecnologías de la salvación y representación de los africanos esclavizados en Iberoamérica colonial. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2008. 24 María Cristina Navarrete La condición de sometimiento expuso a los recién llegados a la pérdida de sus legados culturales que se vieron enfrentados a un proceso de transculturación.2 Era necesario, que entre otras cosas, adoptaran la religión del grupo dominante. Sin embargo, no existió una legislación explícita en el siglo XVI que promoviera la cris- tianización de los africanos esclavizados en el Nuevo Mundo. Hubo que esperar hasta el siglo XVII para que la preocupación por la evangelización de los etíopes se hiciera evidente. En este siglo, la cuestión religiosa de los esclavos quedó en manos de frailes y sacerdotes doctrineros. Ninguna institución en forma oficial se responsabilizó por la suerte espiritual de los cautivos (Laviña, 45 y 47). Los obispos, propietarios de esclavos y los mismos párrocos tuvieron enormes dificultades en la puesta en marcha de las doctrinas dirigidas a la evangelización de los africanos esclavizados, debido a lo cual, la Compañía de Jesús decidió asumir la responsabilidad sobre esta labor. En las ciudades donde tenía colegios, la Compañía decidió asignar a un padre y a un hermano para que recorrieran los campos y catequi- zaran a los esclavizados que en ellos trabajaran, y a otro padre para que los atendiera en la ciudad, éste último debía conformar una parroquia de negros, conseguir una iglesia para celebrar misa y predicar a los esclavos los días de fiesta y por la tarde enseñar el catecismo. Con los más aprovechados debía fundar una congregación (Pacheco Los jesuitas,246). Acorde con estos principios, los jesuitas, específicamente en Cartagena, fueron quienes emprendieron una labor catequizadora impregnada de humanitarismo. Esta estuvo en manos del padre Alonso de Sandoval, quien desempeñó el “ministerio de los negros” desde 1605, cuando se instaló la casa de la Compañía en Cartagena, hasta 1652 año de su muerte.3 Lo acompañó en esta empresa el padre Pedro Claver a partir de 1616.4 Después de la muerte de los dos jesuitas, los miembros de la orden 2 Por transculturación se entienden los fenómenos resultantes cuando grupos de individuos con culturas diferentes entran en contacto, con los consiguientes cambios en los patrones de la cultura original de uno de los grupos o de ambos, cfr. Meleville Herskovits, El hombre y sus obras. México: Fondo de Cultura Económica, 1952, p.p. 565. 3 Datos sobre la vida y obra de Alonso de Sandoval en Juan Manuel Pacheco, “El maestro de Claver: Padre Alonso de Sandoval”. Revista Javeriana, 42, 1954, p.p. 146-155; y Juan Manuel Pacheco, Los jesuitas en Colombia, T. 1. Bogotá: Editorial San Juan Eudes, 1959, p.p. 247-268. 4 El padre Sandoval recurrió al general de la Compañía solicitándole el nombramiento de un colaborador en su labor catequizadora; el provincial le nombró al padre Claver. Pedro Claver recibió su ordenación sacerdotal en Cartagena en 1616 y se le destinó a acompañar al padre Sandoval en la evangelización de los esclavos. A esta labor se dedicó hasta su muerte en 1654. Cfr. Juan Manuel Pacheco, “San Pedro Claver apóstol y bienhechor de los negros”. Revista de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, No.29-30, 1973, p.p.88; y Juan Eguren, “Sandoval frente a la raza esclavizada”. Revista de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica, No. 29-30, 1973, p.p. 76. 25 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII continuaron atendiendo las necesidades espirituales y físicas de los bozales y ladinos de la gobernación.5 Como producto de su labor misional, Sandoval escribió un tratado sobre cómo realizar la cristianización de los esclavos recién llegados de África, con base en informaciones que obtuvo sobre las condiciones de su trasporte y sus formas de vida en África a través de lecturas eruditas, de correspondencia con jesuitas que vivían en África, de conversaciones con viajeros, mercaderes de esclavos, pilotos y capitanes de navíos, y a través de la propia experiencia en el contacto con las diversas castas de africanos arribados a Cartagena.6 El presente artículo está basado en una investigación breve organizada a partir del estudio de un texto particular, las Cartas Annuas, cuya escritura está investida de una especial significación. Estas cartas permiten interpretar la representación que los jesuitas del colegio de Cartagena tenían sobre los etíopes del siglo XVII. Para tal estudio han sido de gran valor las ideas de Roger Chartier, en particular su concepto de representación.7 Al referirse a los historiadores del antiguo régimen, lo explica de la manera siguiente: Construir la noción de representación como el instrumento esencial del análisis cultural es otorgar una pertinencia operatoria a uno de los conceptos centrales manejados en estas sociedades. La operación de conocimiento está así ligada al utillaje nocional que los contemporáneos utilizaban para volver menos opaca a su entendimiento su propia identidad (Chartier, 57). La labor de los jesuitas ha podido conocerse y trascender históricamente gracias a que la Orden tenía entre sus responsabilidades dar cuenta de su trabajo misional a 5 Por bozal se entendía al esclavo africano recién llegado que todavía no conocía los rudimentos de la fe, de la lengua castellana y de la cultura. Ladino era el que ya tenía conocimientos sobre la cultura española. 6 Por casta se entendía la “nación”, es decir, el grupo africano cultural, lingüístico y/o político de donde procedía el esclavo. También se usó para significar el resultante del cruce de español con indígena o negro y todos sus mestizos. Al respecto ver Restrepo (op. cit.) y María E. Chaves, “La creación del otro colonial. Aportes para un estudio de la diferencia en el proceso de la conquista americana y de la esclavización de los africanos”, en: María Eugenia Chaves (ed.). Genealogías de la diferencia: tecnologías de la salvacióny representación de los africanos esclavizados en Iberoamérica colonial. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2008. 7 El concepto de representación también es entendido en este artículo de la manera como lo expresa Álvaro Acevedo Tarazona, “Los retornos de la historiografía. La historia política y del acontecimiento”. Historia y Espacio, Cali: Universidad del Valle, No.23,2004, p.p.128: “Otra función de la historia es entenderla como representación, es decir, cómo aquello que ocurrió en tal época fue percibido por los contemporáneos de esa época y posteriores... no sólo a la manera de una representación de las grandes ideas... sino cómo la gente común entiende el mundo”. 26 María Cristina Navarrete través de las Cartas Annuas. Para el historiador contemporáneo éstas se constituyen en fuente primaria que permite descifrar, entre otras cosas, las representaciones que la narrativa de las Cartas expresan sobre los etíopes. La reflexión que se desarrolla en las páginas que siguen parte de varios interrogantes que intentarán ser resueltos mediante una lectura interpretativa juiciosa de las cartas de la provincia jesuítica del Nuevo Reino y Quito, correspondientes al colegio de Cartagena, durante el siglo XVII. Entre estas interrogantes se van desarrollar cuatro en particular. La primera de ellas busca explicar lo que eran las Cartas Annuas, su significado para la Compañía de Jesús. La segunda, aprovecha la información que las Cartas ofrecen sobre el contexto en el que se instalaban las casas, los colegios o se desarrollaba la labor misional para describir la vida social y la casa jesuítica de Cartagena. La tercera, está relacionada con el propósito central del artículo y tiene que ver con las representaciones jesuíti- cas sobre la población etíope que manifiestan las Cartas. La cuarta, da cuenta de un hecho inusitado en el devenir histórico de la ciudad: la presencia de un embajador del reino africano de Arda en 1657. La quinta, intenta resolver las inquietudes que condujeron a un debate sobre la legalidad de los bautismos de los bozales celebrados por los jesuitas en Cartagena. Las Cartas Annuas De manera breve y sencilla se puede afirmar que las Cartas Annuas eran docu- mentos que relataban los hechos principales acontecidos en una provincia jesuítica y que eran enviados cada año al general de la Orden en Roma. Las Cartas se nutrían de los escritos que anualmente remitían las casas y colegios regionales a su respectivo provincial. Estas crónicas o relaciones sirvieron para preservar la historia de la Orden; eran historia domus, es decir, historia de la casa, escrita por cada una de las comuni- dades. No eran literalmente cartas puesto que no pertenecían al orden epistolar, más bien, eran crónicas de carácter histórico. El jesuita Juan Manuel Pacheco dice que entre los miembros de la Compañía de Jesús se llamaban Cartas Annuas a las extensas relaciones en las que se consignaban los principales sucesos de cada una de las casas de la provincia (Pacheco, “San Pedro”, 89). Las Cartas Annuas hacen parte de la tradición narrativa milenaria de la que habla Lawrence Stone (449). Aunque no pertenecen a una “historia científica” a la manera de Ranke, en su calidad de historia domus se constituyeron en una especie de cróni- cas con una composición narrativa de gran validez histórica. Fue un modelo ideado por los jesuitas que se convirtió en elemento de cohesión de la Orden. Actualmente, 27 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII cuando cierto número de “nuevos historiadores”, al decir de Stone, está regresando a lo narrativo (451-465), las Cartas Annuas adquieren una nueva dimensión. A pesar de la oposición de algunos historiadores contra una forma tradicional de narración histórica que deja de lado la historia estructural, es cierto que el relato nunca ha podido ser totalmente abandonado. Su valor se reafirma actualmente cuando los historiadores han emprendido una búsqueda de nuevas formas narrativas (Burke, 304). Las Cartas Annuas son documentos valiosos para el historiador del mundo colonial hispanoamericano. Se constituyen en fuentes primarias de importancia porque con- signan datos bastante fidedignos sobre el acontecer social de las poblaciones donde las casas y colegios de jesuitas estaban inscritos. De allí su utilidad para la historia urbana. Son también fuentes para el conocimiento regional y adquiere carácter antropológico pues se trata de misiones en territorios de indígenas.8 Sobre el origen e importancia de las Cartas Annuas podría decirse mucho más, sin embargo, aquí nos limitaremos a anotar que su emergencia se enlaza con la fundación de la Compañía de Jesús cuando san Ignacio elevó la correspondencia al nivel de órgano ordinario de gobierno (Lamalle, 93). Este hecho tendría innegable valor para la conservación de los documentos y la existencia de un archivo para preservarlos. A pesar de que en los primeros tiempos los compañeros de san Ignacio eran pocos, el santo instituyó un medio para prevenir los obstáculos de la dispersión y movilidad. Por órdenes del Papa o por invitación de los príncipes europeos, los jesuitas eran enviados a regiones tan diversas como Polonia, Portugal, India, Brasil y Japón. Era vital para el fundador y cabeza de los jesuitas conservar un control suficiente de sus miembros, para quienes no era menos importante sentirse parte de una orden dotada de caracteres específicos, entre los que se destacaba la formación de un espíritu de cuerpo. Un medio eficaz era la correspondencia asidua entre los inferiores con su supe- rior: una circulación de noticias que mantuviera al corriente a los unos del trabajo de los otros. Los superiores, en primer lugar el General y los provinciales, tenían la responsabilidad de crear esta atmósfera. En la Constitución de la orden se estableció la frecuencia de las cartas. Originalmente, quien estaba en misiones fuera de su sede debía escribir cada semana a su provincial; los provinciales seguirían la misma norma con el General si vivían en el mismo país; si no, escribirían mensualmente. Los superiores de las casas y colegios escribirían a Roma mensualmente y el General se esforzaría por responder a los provinciales, al menos, una vez al mes (Lamalle,94). Con los peligros que representaba el transporte por mar, se tomaron dos medidas preventivas que se 8 Como dice el antropólogo colombiano Eduardo Restrepo, “las Cartas Annuas son documentos de gran valor para entender no sólo las representaciones sobre los esclavizados sino también porque arrojan luces sobre los diferentes aspectos de la cotidianidad y la institucionalidad en las que estaban inmersos”. Comunicación personal, agosto, 2006. 28 María Cristina Navarrete convirtieron en una fórmula de escritura de las cartas. Una, era mencionar a la cabeza de la carta la fecha de la última recibida de Roma y la fecha del último correo escrito. Era importante el enlace entre las crónicas, la anterior y la que se escribía, para que no quedaran vacíos de información. La otra, consistía en enviar las cartas al menos por duplicado, por dos vías y rutas diferentes. En ocasiones se escribieron tres copias, con el objeto de dejar una en el archivo provincial. Aún así, siempre se perdieron cartas. Los inicios de las cartas propiamente dichas, como relaciones de los hechos de las casas y colegios, fueron modestos. Se establecieron las correspondencias cuatrimes- trales, redactadas casa por casa, a menudo por uno de los miembros más jóvenes de la comunidad, comisionado por el padre rector. Con el crecimiento de la Orden, y después de una breve fase de transición de cartas semestrales, se dio origen a las Cartas Annuas. El esquema clásico de su escritura era organizar la relación casa por casa. Con el crecimiento de las provincias se optó, hacia finales del siglo XVII, por una redacción más unitaria distribuida en capítulos según las actividades principales, espiritualesy apostólicas. Cuando el mismo superior asumía la responsabilidad de la redacción introducía, además del relato histórico, una descripción geográfica y etnográfica de la provincia correspondiente. Los asuntos tratados en las Cartas Annuas eran vastos: descripción de la vida de la casa y de la comunidad, sus conflictos, los festejos del colegio, noticias sobre incendios, epidemias, espectáculos teatrales y las nuevas construcciones emprendidas durante el año. Toda casa o colegio hacía su crónica anual. En ésta incluían: las muertes de sus miembros acaecidas durante el año; una relación de los nuevos huéspedes recibidos y las razones de su llegada; y acontecimientos sobresalientes como guerras, terremotos o pestes. Podría decirse que la orden hubiera establecido una especie de guión que debían seguir todas las comunidades, para dar homogeneidad a los diversos relatos. Generalmente las escribía un cronista pero el superior era responsable, aunque no siempre apareciera su firma. Las Cartas Annuas se hacían circular entre las principales casas de la provincia y se leían públicamente en el refectorio durante las comidas. En el Archivo de la Compañía de Jesús (ARSI)9 de Roma se encuentran las Car- tas Annuas del siglo XVII, de la provincia jesuítica del Nuevo Reino y Quito. Son documentos de gran valor para el estudio histórico y antropológico de los africanos, llamados “etíopes” en ese entonces, recién llegados a Cartagena, puerto de entrada 9 La sigla equivale a Archivium Romanum S. I. Para la provincia del Nuevo Reino y Quito, específicamente en el siglo XVII, existen varias cartas aunque su secuencia no cubre todos los años de esa centuria. Es probable que en algunos años no se hubieran escrito, que para otros se hubieran perdido o que cubrieran un período de varios años. Las cartas del siglo XVII se encuentran en los tomos 12 al 15. El tomo 12 recoge las cartas de 1605, 1606, 1608-9, 1611-12, 1615, 1642-52. El tomo 13, las de 1655-1693, 1694- 1698, 1695-1720. En el tomo 14 hay cartas de 1587 a 1673 y en el tomo 15 de 1673 a 1735. 29 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII al continente suramericano. De allí la importancia de la correspondencia de esta provincia, en la que intervenían la casa, y posterior colegio de Cartagena, con la Casa General de la Compañía en Roma. La primera casa de la Compañía que se fundó en lo que sería el territorio colombia- no, fue la de Cartagena. En 1604, por el mes de julio llegaron en los galeones cuatro sacerdotes y dos hermanos para su fundación. La ciudad los recibió con muestras de afecto y benevolencia. Para 1605 ya estaba fundada la casa.10 Ese mismo año llegó a esta sede el padre Alonso de Sandoval procedente de Lima. Sandoval había nacido en Sevilla pero desde niño su familia se trasladó a Lima donde su padre ocupaba un importante puesto al servicio de la burocracia colonial. Desde su integración a la casa de la Compañía en Cartagena hasta su muerte a mediados del siglo XVII, dedicaría su vida a la atención de los africanos recién venidos de su tierra y a la preparación de su obra Naturaleza, policía sagrada i profana, costumbres i ritos, disciplina i catecismo evangélico de todos los etíopes, publicada en Sevilla, en 1627. Los años siguientes continuó trabajando en su obra, y en 1647 se editó una versión corregida y aumentada del primer tomo de su libro mejor conocido con el título De instauranda aethiopum salute. Historia de Aetiopía, naturaleza, policía sagrada y profana, costumbres, ritos y catecismo evangélico, de todos los Aetíopes con que se restaura la salud de sus almas, publicado en Madrid. Es importante destacar que la obra de Alonso de Sandoval es una fuente importante en el campo de los estudios africanistas. Gracias a ésta, es posible indagar sobre el origen, las culturas de procedencia y las lenguas de los africanos traídos como esclavos al Nuevo Mundo. Sus aportes son valiosos en las áreas de antropología, historia y sociología.11 Una vez en Colombia, Sandoval participó en algunas misiones en las zonas de in- fluencia de la Compañía en la provincia de Cartagena como Urabá, Santa Marta y la zona minera antioqueña de Cáceres, Remedios y Zaragoza. Estuvo en Lima recogiendo 10 El 22 de junio de 1605, el arzobispo del Nuevo Reino escribió carta al rey en la que informa la llegada de doce religiosos de la Compañía, uno de los cuales murió en el viaje y los once restantes fueron repar- tidos entre Cartagena y Santafé. Suplicó a su majestad el envío de por lo menos dos docenas de religiosos puesto que se necesitaban en diversos ministerios: predicadores, confesores, sacristanes, porteros y otros más para ir a las misiones. Archivo General de Indias. Santafé. No. 225. 11 Para el conocimiento de las distintas versiones de la obra de Sandoval ver: Eduardo Restrepo, “De Instauranda Aethiopum Salute: sobre las ediciones y características de la obra de Alonso de Sandoval”, en: Tabula Rasa, 3,2005 quien estudia las características de las dos ediciones que se publicaron en vida de Sandoval; y Chaves (2007). Cfr. Eduardo Restrepo, (op. cit.); María Eugenia Chaves (op. cit.). Para otros análisis de la obra de Sandoval ver el libro de Margaret Olsen, Slavery and Salvation in Colonial Cartagena de Indias. Gainsville: University Press of Florida, 2004. También, la segunda parte del libro de Luz Maya, Brujería y reconstrucción de identidades entre los africanos y sus descendientes en la Nueva Granada, siglo XVII. Bogotá: Ministerio de Cultura, 2005, p.p.215-498 titulada “Los idólatras y los cimarrones frente a la evangelización en la Nueva Granada, siglo XVII”. 30 María Cristina Navarrete información para su libro de 1617 a 1619. Fue nombrado procurador general de la provincia en 1620 y rector del colegio de Cartagena en 1623. Durante el ejercicio de su actividad sacerdotal, tuvo problemas con la Inquisición por no expresarles “el debido respeto”, específicamente cuando era rector del colegio y con el obispo, porque éste argumentaba que los jesuitas se excedían en su competencia de bautizar a los esclavos, lo que debería ser efectuado por los curas párrocos.12 En 1610, los superiores del padre Sandoval lo describían como un sacerdote de treinta y dos años, dotado de buenas fuerzas, quien desde junio de 1595 pertenecía a la Compañía; en cuanto al tiempo y los estudios realizados, se decía que tenía dos años de Artes, dos de Teología y dos de Moral. No era graduado en Letras y en la Compañía había recibido los votos de escolar. Entre los ministerios en que se había ejercitado en el desempeño de sus funciones sacerdotales estaban la lectura en latín, el de ministro procurador de la provincia y el de “obrero13 de españoles y negros”.14 La acción de Sandoval fue definitiva en la escritura de las Cartas Annuas. Específicamente, las de la primera mitad del siglo XVII reflejan su influencia. Aunque no mencionan su nombre, la narrativa de las cartas manifiesta sus ideas, además de ser protagonista importante de los hechos de este período relacionados con la esclavitud.15 Los últimos años de su vida, Sandoval padeció una grave enfermedad infecciosa adquirida por contagio y que cubrió su cuerpo de llagas y tumores. De ésta murió en Cartagena en 1652. La ciudad y el colegio de Cartagena en las Cartas Annuas Una de las más importantes características de las Cartas Annuas fue la descrip- ción del medio donde estaba inscrita la casa, el colegio o la misión de los jesuitas. Se convertían en un verdadero estudio geográfico y antropológico que permitía recons- truir las condiciones del medio ambiente y de sus habitantes. A ello se agregaban los acontecimientos significativos que habían marcado el período descrito en aspectos naturales, sociales o políticos. De esta forma, es posible discernir el comportamiento 12 González, Fernán E. S. J: (s/f. : 5-6). 13 Actualmente en la Compañía de Jesús se utiliza el término “operario”. 14 Archivum RomanumSocietatis Iesu. En adelante: ARSI. Catálogo general de los colegios, residencias y misiones. 15 Las Cartas Annuas de aquellos años mencionan sin especificar sus nombres a “dos padres fervorosos y de singular caridad y celo de la salvación de estos pobres (esclavos)”; hacían alusión a los padres Sandoval y Claver. Cfr. Pacheco (op. cit., 89) 31 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII de las epidemias, los efectos de las guerras o las invasiones extranjeras y las luchas entre los representantes del poder. En la primera mitad del siglo XVII, las Cartas Annuas de la provincia jesuítica del Nuevo Reino y Quito inician su relato presentando un estado general de la provincia para posteriormente dar cuenta de los sucesos de cada una de las casas y colegios. En lo que respecta a la casa de Cartagena, reseñan las características de la ciudad y la importancia de su puerto. Según las cartas de la primera década del siglo, la ciudad de Cartagena estaba entre las principales y su puerto el más famoso de las Indias; tendría más de trescientos vecinos para un total de unos dos o tres mil españoles que tenían a su servicio de tres a cuatro mil esclavos negros. Había en ella hospital, cárcel y un presidio de soldados con doscientos hombres, tres fuertes poblados de gente y dos galeras. A su puerto arribaban navíos extraordinarios venidos de España, México y de las islas Canarias, Terceras, Barlovento y naos de contratación de Portugal, Cabo Verde, los ríos y puertos africanos desde donde embarcaban gran cantidad de esclavos, muchos de ellos para ser trasladados a Perú. Era puerto obligado de los galeones del rey que cada año arribaban por la plata de Perú y el oro del Nuevo Reino y de las flotas que cada dos años despachaban de España con gruesas cantidades de mercadurías y en las que se movilizaban entre dos mil y cuatro mil personas. Cuando llegaban las flotas y galeones, se congregaba en la ciudad gran cantidad de gente y ésta adquiría un ambiente festivo y a la vez violento. En la comarca vecina a la ciudad y en las cercanías del río Grande de la Magdalena había poblaciones, que junto con las de Santa Marta y Caracas demandaban la presencia de los jesuitas.16 Dentro de la ciudad y fuera de ella, en las estancias y pueblos comarcanos había alrededor de ocho mil esclavos negros de servicio, en 1609.17 El pueblo de Tolú, el obispado de Santa Marta, el río de la Hacha, Mompox, Tenerife y los llanos del río Grande de la Magdalena, por su parte, concentraban gran cantidad de población na- tiva. Para acudir a tanta gente estaban los cuatro padres y dos hermanos jesuitas que habían llegado asignados de Castilla, los cuales trabajaban como obreros espirituales infatigables.18 La Carta Annua de 1609 calculaba que cada año entraban dos o tres mil esclavos africanos con destino a Cartagena porque en esta ciudad se encontraba 16 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1605 y de 1606. Tomo I, parte I. No. 12. Folio 14-15 y 29v. 17 Según la Carta de 1605 había en la ciudad de tres a cuatro mil esclavos negros, en la de 1606 se dice que había dentro de la ciudad y fuera de ella en estancias y pueblos de seis a siete mil negros, y en la de 1608-1609 el número ascendió a ocho mil. 18 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1606. Tomo I, parte I. No. 12. Folio. 29v. Otros datos sobre la ciudad y la fundación de la casa de la Compañía en Cartagena pueden consultarse en Pacheco (Op. Cit. Los jesuitas en, p.p. 90-99. 32 María Cristina Navarrete el derecho de descarga y el contrato de esclavos. Aquí los compraban para trasladarlos a Perú, México, islas de Barlovento y Tierra Firme. Cada armazón traía de trescientos a cuatrocientos bozales.19 Para ese año, los religiosos jesuitas eran conscientes de la severa disminución de la población indígena. En sus cartas daban cuenta de este hecho y hacían referencia a que los pueblos se iban reduciendo y en ellos se encontraba poca gente.20 En 1612 estaban llegando a la ciudad y puerto de Cartagena anualmente de doce a catorce navíos de esclavos procedentes de los ríos de Guinea, del puerto de Loanda, de San Tomé y de Cabo Verde en los que vendría un total de cuatro a cinco mil almas. El porcentaje de los que arribaban a Cartagena no era tanto en comparación con los que salían, por ejemplo, de Loanda, de donde sacaban “angolas” y “congos”, pues allí eran embarcados por año doce mil esclavos para diferentes partes.21 Para 1611 el colegio de jesuitas en Cartagena ya estaba constituido y en él residían seis padres y cinco hermanos coadjutores. Uno de los padres “leía” dos clases de latini- dad, otros dos eran “obreros de negros”, uno de ellos atendía los ladinos y el otro a los medio bozales y a los que lo eran totalmente.22 Los otros tres se ocupaban del ministerio de los españoles sin olvidarse de los morenos y viceversa. Igualmente, los padres de la casa se ocupaban de los sermones. El sermón donde más fruto se recogía era el de los domingos en la iglesia catedral, especialmente, por la gente necesitada que acudía y por la enseñanza de los ministerios que se hacía para los morenos, imposibilitados de aprenderlos por otra vía. Además, los jesuitas habían organizado en Cartagena una congregación de seculares a la que pertenecía lo más granado de la sociedad. Fuera de ésta, en el colegio había otra para los estudiantes y una tercera para los morenos. Estos últimos no tenían otro maestro ni a quien recurrir en sus miserias que al padre de su congregación.23 En 1615, el puerto de Cartagena seguía ganando importancia. De éste decían los jesuitas, era la llave de Tierra Firme, Perú y Nuevo Reino de Granada desde donde pasaban los africanos esclavizados. Ese año, el jubileo de las cuarenta horas fue sun- tuoso, para tal evento la iglesia fue adornada con lujo y las confesiones se lograron 19 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1608-1609. Tomo I, parte I. No. 12. Folio 55. Por armazón se entendía el barco o navío dispuesto para el tráfico de esclavos en el siglo XVII. 20 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1608-1609. Tomo I, parte I. No. 12. Folio 55. 21 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1611-1612. Tomo I, parte I. No. 12. Folio 90v 22 Aunque la Carta Annua no menciona expresamente los nombres de los jesuitas que atendían las necesidades espirituales de los esclavos, sin duda, a uno de los que hace referencia es el padre Alonso de Sandoval. El padre Pedro Claver se incorpora al ministerio de los negros en 1616. 23 ARSI. Cartas annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1611-1612. Tomo I, parte I. No. 12. Folio 90v. 33 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII en gran número. Por esas fechas el colegio de la Compañía tenía quince sacerdotes y siete hermanos que les colaboraban.24 Hacia finales del siglo XVII se produjo un cambio en la estructura de las Cartas Annuas consistente en darles un sentido más unitario que tenía como objetivo re- emplazar las descripciones casa por casa. No obstante, en la Carta Annua que recoge el período entre 1642 y 1652 se nota ya una nueva organización por capítulos. El capítulo quinto está dedicado al colegio de Cartagena. El padre Francisco Picco, quien firma la Carta, al referirse a la ciudad dice que era una de las principales de América, con el puerto más famoso a donde arribaban las flotas y galeones y concurrían con frecuencia navíos de comercio de Barlovento, Cuba, Santo Domingo, Jamaica, Nueva España; además del comercio con el Nuevo Reino que se realizaba por tierra y por el río Magdalena. Por ser el puerto principal de las Indias era el más codiciado por los enemigos de la corona española, por esto, su majestad había establecido allí un gobernador entrenado en asuntos de guerra con sargento mayor y capitanes de milicia y con presidio permanente.25 La ciudad estaba amurallada, sus castillos permanecían con centinelasy gran número de artillería. Así mismo, era cabeza del obispado y sede del tribunal de la Inquisición poseedora de una dilatada jurisdicción que com- prendía: el Nuevo Reino, las islas de Cuba, Española, Margarita y las gobernaciones de Venezuela y Tierra Firme. También gozaba de muchos conventos de religiosos y maravillosos edificios. El colegio de la Compañía había tenido desde su fundación glorioso nombre, por los religiosos que habían trabajado en beneficio de la ciudad y por el “ministerio de los negros” que con fruto habían atendido. Al respecto se había escrito mucho en libros y en Cartas Annuas antiguas. Hacia 1652 había cesado el tráfico de esclavizados en gran parte, como consecuencia de la secesión portuguesa de la corona española. Los contratos con los asentistas lusitanos habían dejado de existir y los factores y mercaderes de esa nación que habitaban la ciudad habían sufrido la persecución del tribunal de la Inquisición. Sin embargo, los pocos esclavos que llegaban al puerto eran atendidos con celo por los jesuitas. El colegio sólo tenía siete sacerdotes, incluyendo el rector y cinco hermanos coadjutores, los más de ellos ancianos que debían atender variados ministerios: asistencia a la Inquisición, el presidio y gran número de esclavos, puesto que en la ciudad ya no había casi indios de servicio.26 24 ARSI. Cartas annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1615. Tomo I, parte II. No. 12.Folio 167v-168. 25 Presidio en ese entonces era una guarnición de soldados. 26 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1642-1652. Tomo I, parte II. No. 12. Folios 201-202. 34 María Cristina Navarrete Como había quedado establecido desde su origen, las Cartas Annuas debían relatar los acontecimientos sobresalientes de cualquier índole. De allí que el padre Picco hiciera una crónica de lo que él consideraba un extraño prodigio de la natura- leza. La bahía de la ciudad de Cartagena tenía dos entradas diferentes, una llamada Bocagrande y otra, Bocachica; la diferencia de los nombres correspondía al servicio que cada una prestaba. Por Bocagrande entraban y salían las armadas y los barcos de comercio más grandes. Este caño de mar... poco a poco fue cegándose de arenas y... ha venido finalmente a cerrarse de modo que por donde antes entraban los navíos de alto borde, con muchas brasas de aguas... andan hoy los coches, las mulas y los hombres a pie enjuto. Y los mismos sitios donde azotaban los oleajes se ven poblados de incul- tas armazones, siendo caminos ya en tierra firme los que antes eran trasiego de galeones; con que todas las entradas a la bahía se han reducido a Bocachica.27 En otras palabras, el hecho que relata la carta es la sedimentación de la entrada al puerto por Bocagrande y la sustitución de ésta por la apertura de Bocachica, que en adelante se convirtió en la única vía de llegada a la bahía. En este mismo sentido, la Carta dedica un apartado a relatar los acontecimientos relacionados con la peste que sufrió la provincia de Cartagena, en 1651. Según el padre Picco, en ese año la ciudad experimentó, por razones desconocidas, una gravísima peste que causó la muerte a muchos de sus habitantes. Los médicos no hallaron en los libros de estudio ni en los años de experiencia un “ejemplar de achaque tan nocivo”. La enfermedad no cedió a su rigor con las medicinas. Andaba la muerte que no sólo igualaba al grande con el pequeño, al poderoso con el pobre, al que ocupaba el gran puesto con el más miserable [...] Muchos que vinieron de España y libraron de naufragio en el océano, en el mismo puerto encallaron con sus vidas, otros naufragaron antes del riesgo de los mares.28 Esta Carta de mediados de siglo merece especial consideración. Demuestra la grave crisis económica y social que estaba sufriendo la ciudad y provincia de Cartagena por 27 Ibíd. Folio 201v. 28 Ibíd. Folio 202. Jorge Conde, Espacio, sociedad y conflicto. Tesis de maestría. Barranquilla: Universidad Nacional, 1994, p.p. 102 dice que el contagio al que se alude fue una peste de fiebre amarilla que atacó la ciudad en 1651. El primer nombre que los españoles dieron a la fiebre amarilla fue el de “modorra pestilencial”; también se conocía con el nombre de “vómito negro”. 35 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII esa época. El estancamiento del tráfico de esclavizados obligó a aquellos mercaderes lusitanos que manejaban este tráfico, y que se salvaron de los tormentos propinados por el Santo Oficio con sus acusaciones de profesar la herejía judaizante, a abando- nar la ciudad y a perder sus haciendas. Esto afectó el comercio general de la ciudad, pues los portugueses eran los principales mercaderes. La falta de esclavos debida a la suspensión del tráfico y la epidemia que atacó la población en general, afectó el trabajo agrícola de las estancias, lo que trajo como corolario la escasez de productos para abastecer la ciudad y la provincia. La ciudad entró en un período de decadencia y con ella sus principales instituciones. Hasta el colegio de los jesuitas se vio afectado porque no volvió a nutrirse con nuevos sacerdotes y los que había eran ancianos o sufrieron la muerte con la epidemia. Esta fue otra causal de la ruina de la provincia. Como relata el padre Picco, gran parte de los habitantes perdieron la vida. De ella no escaparon los españoles y mucho menos la diezmada población indígena indefensa ante la presencia de un nuevo flagelo. La ciudad se quedó sin indios de servicio. Los esclavos negros también sufrieron las consecuencias de estos flagelos. A partir de 1660 y hasta 1694 no hay registro de Cartas Annuas, propiamente dichas, en el archivo de la Compañía en Roma.29 Las razones para este déficit no son claras. Podría ser que no se escribieran ante la decadencia de la ciudad o que sus ori- ginales se hubieran perdido. La correspondencia volvió a reanudarse en 1694 cuando se envió a la Casa General de Roma una que abarca hasta 1698. Esta Carta contiene generalidades sobre la provincia, persecuciones sufridas, milagros de san Ignacio y san Fracisco Javier, descripción del colegio de la Compañía de Santa Fe y de los colegios y sedes provinciales, relato de las misiones, expediciones y eventos singulares. Al tratar sobre el colegio de Cartagena, el cronista señalaba que podía servir de ejemplo de un colegio pobre de la provincia. De muy rico que había sido en otros tiempos se encontraba decaído, especialmente en cuestiones económicas. Una de las causas era la de haber tenido que construir a su costa y obligados por la gobernación de la provincia, la muralla y dos baluartes. El colegio se había fundado sobre la mu- ralla y quien dio la licencia original no vio en ello inconveniente. Con el tiempo, un gobernador adverso a la Compañía remitió informes de este hecho al Consejo de Indias y ordenó demoler la casa de la Compañía. Los jesuitas, para no derruir la casa donde habían vivido varones insignes, entre ellos el venerable Pedro Claver, tomaron la decisión de “levantar nueva y mejor muralla delante del mismo colegio por la parte que mira al puerto de Bocachica”.30 29 Con excepción del tomo I, No. 14, que recoge documentos sobre varios aspectos y hace relación de sucesos ocurridos entre 1587 y 1678. 30 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1694-1698. Tomo II. No. 13. Folio 384. 36 María Cristina Navarrete A pesar de las borrascas que amenazaron con llevar a la ruina al colegio, éste em- pezó su recuperación. Pasó a dirigirlo su antiguo procurador quien había mantenido sus haciendas en ascenso. Se empezó a fabricar una nueva iglesia, cuya construcción hubiera sido rápida de no haberse producido la invasión de la armada francesa, que compuesta por veinticinco navíos, asedió la ciudad a mediados de 1690. La mayoría eran navíos pequeños de piratas convocados para esta ocasión por el gobernador de Pitiguan,31 quien a su vez participaba en la armada. A su arribo, echaron a tierrade tres a cuatro mil hombres, batieron los muros de la ciudad con artillería gruesa y se tomaron, con poca resistencia, el castillo de Bocachica y el barrio de Getsemaní. Derribaron muchas casas, una de las cuales al caer derribó el retablo del altar mayor de la iglesia de los religiosos de san Juan de Dios. La ciudad estaba tan horrorizada que el pueblo pedía a voces capitular con el enemigo. Fue así como se pactó con algunas condiciones, por ejemplo, que los franceses no tocaran los templos ni las casas de religiosos y que no se agraviara a los eclesiásticos en su persona, hacienda y alhajas. Ajustadas las condiciones, salió el gobernador de la plaza con la gente de guerra y armas y gran multitud de mujeres, hombres y niños. Evacuada la gente de la plaza, entraron los franceses a recoger la plata y el oro de los vecinos y forasteros y, sin guardar su palabra, entraron a las casas de las órdenes religiosas y las despojaron de todo lo que había en ellas de valor; hicieron lo mismo con las iglesias, donde no dejaron ni las campanas.32 Esta crónica es un vívido relato de los sucesos de Cartagena por la invasión de los franceses. Sin duda se trató de un hecho que afectó a la población entera y que la mantuvo en vilo mientras sufría la presencia de los enemigos de la corona española, por ese entonces. No deja de llamar la atención que unos años más tarde, al comenzar un nuevo siglo, las coronas española y francesa unieran sus destinos. Por esta época el tráfico de esclavos se había restablecido sistemáticamente debido a los asientos firmados con extranjeros que volvían a introducir africanos al puerto cartagenero. Los ingleses y holandeses habían recibido autorización para extraer esclavos de la isla de Jamaica. Según los jesuitas, venían entre los cautivos muchos herejes y no pocos judíos porque habían aprendido la religión de sus primeros propietarios. De ello fue informado el Consejo de Indias y el tribunal del Santo Oficio. 31 No ha sido posible identificar el nombre moderno de la isla o gobernación a la que hace referencia el documento. Es posible que se trate de una isla en el Caribe. 32 ARSI. Cartas Annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1694-1698. Tomo II. No. 13. Folio 389v. 37 I Las Cartas Annuas jesuitas y la representación de los etíopes en el siglo XVII La representación de los etíopes en las Cartas Annuas Ante todo, es preciso decir que las Cartas Annuas relacionan la entrada masiva de los etíopes a territorios de la Audiencia del Nuevo Reino por el puerto de Cartagena con la disminución de la población indígena. La Carta de 1609 no duda en afirmar que después de que entraron los españoles al Nuevo Mundo, los naturales de la tierra se fueron acabando, había pocos pueblos y en ellos la gente escaseaba. En su lugar, se acudió al servicio de los africanos esclavizados traídos de Angola y de los ríos de Guinea. Se calculaba su población en unos ocho mil y se consideraba en asuntos reli- giosos, gente tan necesitada y desamparada como los indios “antes más capaz y dócil para recibir la fe por no tener adoración ninguna y más dispuesta para vivir conforme a razón”,33 ya que se consideraba que vivía tan ocupada en el servicio de sus amos que no les quedaba tiempo para desórdenes y vicios, además, gozaban de la asistencia de dos “obreros” dedicados especialmente a ellos, que trabajaban incansablemente. Las representaciones de las Cartas Annuas en cuanto a los etíopes tienen que ver con su religiosidad. A la vez que los consideraban urgidos de enseñanza religiosa, les parecían seres aptos para recibir la fe cristiana y vivir conforme a ella. La razón principal consistía en que carecían de religión, de allí la posibilidad de asimilar el cristianismo. Según esta visión, la actividad evangelizadora de los jesuitas servía como un mecanismo de control para prevenir que cayeran en malas costumbres. Estas ideas están lejos hoy en día de lo que implica la profundidad del sentido religioso de un grupo humano. No es posible concebir una cultura sin un proyecto religioso. Si bien el mundo religioso de los esclavizados recién llegados se quedó sin fundamentos sociales y culturales ante el extrañamiento de sus espacios propios, esta circunstancia no los hacía capaces y dóciles frente a nuevas creencias. El trabajo de apropiación y sincretismo debió ser comple- jo, lento e incompleto, dadas las condiciones de un nuevo aprendizaje lingüístico y de incorporación a un medio extraño en situación de sometimiento. Los africanos esclavizados crearon su propia versión del cristianismo a la luz de los aportes de sus creencias pre-existentes y la comprensión particular que efectuaban de los principios del cristianismo, en medio de las condiciones específicas del esclavismo. Para las Cartas Annuas de la primera mitad del siglo XVII –vale decir para los miembros de la provincia jesuítica del Nuevo Reino– la gente traída especialmente de Guinea y en ocasiones también de Angola, que venía en las cargazones de esclavos, se encontraba en extremo necesitada de asistencia religiosa. En su tierra eran bautizados a la ribera del mar, trescientos o cuatrocientos juntos, después de hacerles una plática que no comprendían. Con este bautismo se los embarcaba aherrojados, en carabelas 33 ARSI. Cartas annuas. Nuevo Reino y Quito. Carta de 1608-1609. Tomo I. Parte I. No. 12. Folio 55. 38 María Cristina Navarrete debajo de cubierta. Por el temor de la tripulación a ser asesinada y al levantamiento que pudiera presentarse en el navío, como muchas veces había sucedido, los etíopes eran traídos con cadenas y grillos, poco sustento y gran incomodidad. Creían que los embarcaban “para pesar en carnicerías”. Venían en tan malas condiciones que muchos morían durante la navegación. Según la Carta Annua de 1612, este número fluctuaba entre cuarenta y cincuenta, llegando en ocasiones hasta noventa, por cada navío.34 Muchos llegaban enfermos y apestados a Cartagena, donde fallecían otros tantos. Desembarcaban sin quien los asistiera a su arribo. Sus amos los tenían por incapaces, porque no sabían la lengua en que se les pudiera enseñar los misterios de la fe, ni quien los atendía sabía hacerlo en la suya. Según las Cartas Annuas se había esparcido la idea de que los bozales eran bestias que no podían recibir el bautismo, al no entender ni una palabra de la lengua española. En opinión de los jesuitas, la causa de ello eran las tantas y variadas lenguas que hablaban.35 Las imágenes que los jesuitas se iban formando de los esclavos bozales fluctuaban entre sentimientos de conmiseración por las condiciones infrahumanas en que eran transportados y el reconocimiento de sus capacidades humanas. Para ellos, el hecho de no hablar la lengua del dominador no los hacía incompetentes, lo que debían hacer quienes los acudían espiritualmente era enseñarles la fe cristiana en sus propias lenguas. Se trataba más bien de un problema de comunicación y no precisamente de falta de razón, por el contrario, se oponían a la opinión general de considerar bestias a los bozales. Uno de los padres de la Compañía, decía la Carta Annua de 1609 refi- riéndose al padre Alonso de Sandoval, se había aplicado con gran celo y amor a esta gente desamparada; con intérpretes de sus mismas lenguas, que eran muchas y variadas, catequizaba y si era menester bautizaba; y a los ya bautizados los confesaba.36 Dice Eduardo Restrepo (“De instauranda”, 15) que “desde 1607, hasta su muerte en 1652, Alonso de Sandoval dedicó gran parte de su labor como religioso en catequizar, bautizar y administrar otros sacramentos a miles de esclavos que eran desembarcados en el puerto de Cartagena”. Para este autor, el padre Sandoval sería el creador de una verdadera ‘tecnología misional’, resultado de largos años de experiencia, cuyo propósito estaba enfocado en la salvación espiritual de los etíopes.37 Cuando llegaba una armazón, el padre Sandoval visitaba el navío para informarse de qué naciones, lenguas
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