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La danza de las emociones familiares Terapia Emocional Sistémica aplicada con niños - Mercedes BERMEJO BOIXAREUA-1 - Gloria Ramos Dado

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© 2018, Mercedes Bermejo Boixareu
© 2018, Editorial Desclée De Brouwer, S.A.
Henao, 6 – 48009
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ISBN: 978-84-330-3834-0
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Agradecimientos
A mis pacientitos, por su valentía, por todo lo que me han enseñado, por su gran
capacidad de superación, y su cariño. Y a sus papis, por confiar en mí. Gracias de todo
corazón.
A mi pareja, Edu, mi inestimable compañero de vida, aventuras y proyectos de vida. Por
ayudarme a hacer realidad mis sueños. Por creer en mí.
A mis hijos, Martina y Marcos, por ser, por existir, por enseñarme lo apasionante que es
descubrir la vida.
A mis padres, por brindarme el amor incondicional que tanto me ha permitido crecer con
amor y salud.
A mis hermanos, mis compañeros de vida más longevos, por ser, estar, compartir, y
ayudarme en los momentos difíciles. Y a mis amadas y maravillosas sobris (Marta y
Paula), y cuñados (Franco, Gabriela, Gustavo, Inés, Mica, y Paco). Por hacerme tan feliz
al existir.
A mi familia de Argentina, que a pesar de la distancia ocupan un lugar muy grande en mi
corazón.
A mi familia de Barcelona, por haberme dejado los mejores recuerdos de mi infancia.
A Pili, por hacer posibles todos mis proyectos, cuidarme, cuidarnos a todos. Por ser parte
de la familia.
A mis queridos calis, por hacerme reír y llorar durante más de 25 años. Por seguir
acompañándome y apoyándome a pesar de mi dedicación plena en mi proyecto familiar
y profesional.
A mis compañeros y compañeras de Psicólogos Pozuelo, por crear y cuidar nuestro
subsistema familiar. Por vuestra implicación, dedicación, y profesionalidad.
A mis amigas de la facultad, y todas las personas que sabéis que me habéis acompañado
a lo largo de mi trayectoria, que habéis confiado en mí, y sois parte de mi vida.
A Loretta Cornejo, por sus valiosas aportaciones en el desarrollo de mi trayectoria
4
formativa y profesional, por su cercanía, humildad, y extraordinaria generosidad. Gracias
por haberme brindado la oportunidad de elaborar este libro.
Como autora concienciada y comprometida con la igualdad de
género, y por lo tanto con el uso de un lenguaje igualitario, quiero
aclarar que el uso del artículo neutro en la redacción de este libro
obedece a la finalidad de ofrecer una lectura más ágil y fácil para
todos y todas.
5
 
Prólogo
Juan Luis Linares
Mercedes Bermejo, en este bonito libro, es convicta y confesa de trasgredir dos de las
limitaciones históricas de la terapia familiar al ocuparse tanto de las emociones como de
los niños. Que lo haga simultáneamente de ambos temas la sitúa de pleno en el campo de
una fecunda y estimulante heterodoxia.
De que esos límites, rayanos a veces en el tabú, existieron, querría dar testimonio
personal, especialmente en lo que a las emociones se refiere. Cuando, en 1981, estuve en
el Mental Research Institute (M.R.I.) de Palo Alto en el curso de un programa de
formación, pude detectar un explícito escepticismo respecto a la utilidad de la
focalización y el manejo de aspectos emocionales en terapia. No había motivos para
sorprenderse, puesto que Watzlawick no dudaba en referirse a ello, tanto por escrito
como verbalmente, manifestando lo inadecuado de aludir a lo que las personas “sienten”
en vez de a lo que “piensan”. También Minuchin mostraba sus preferencias por lo que se
“hace” en detrimento de lo que se “siente”. Y es un lugar común en la historia de la
terapia familiar que Bateson consideraba a las emociones un concepto dormitivo, en lo
que para él constituía el colmo de la descalificación. A este respecto, y en honor a la
complejidad de estos temas, hay que hacer constar que Nora Bateson asegura que su
padre nunca afirmó tal cosa y que tal creencia se debe al sesgo intelectualizante
introducido por Watzlawick,
En cualquier caso, me considero testigo directo del relativo descrédito que, en el M.R.I.
de los años 80, afectaba a una figura como Virginia Satir, precisamente por su
espectacular y desacomplejado trabajo con las emociones. Por eso constituyó para mí
una revelación cuando, en el congreso de Praga de 1987, pude verla personalmente como
animadora de la ceremonia inaugural. En el imponente escenario del palacio de
congresos, presidido por rígidos miembros de la nomenclatura checa, Virginia Satir
introdujo un divertidísimo deshielo, premonitorio de la revolución de terciopelo,
6
haciendo interactuar en clave corporal y emocional a aquellos formales burócratas con
sus informales colaboradoras californianas.
Y como, afortunadamente, la historia de las trasgresiones es tan densa como la de la
humanidad, ya en los años 90 del pasado siglo se celebró en Sorrento, Italia, un congreso
de terapia familiar, organizado por Andolfi y en el que yo participé, bajo el sugestivo
título de “Sentimenti e Sistemi”. De hecho, la terapia familiar europea ha sido siempre
más sensible al discurso reconocedor de la importancia de las emociones que la
americana, sumida aún hoy en los excesos intelectualizantes del postmodernismo. Y es
en esa tradición donde se sitúa la autora, lo cual la aproxima inevitablemente a las
terapias humanistas, para cuya integración en el universo sistémico el presente libro
puede ser considerado un significativo aporte.
Mención especial merece la cuestión de los niños.
Es evidente que, si la terapia familiar tiene un sentido, es precisamente para tratar a los
niños. Así se reconoció desde los orígenes, cuando los menores problemáticos y sus
aparentemente caprichosos intercambios de síntomas, inspiraron algunas de las primeras
teorizaciones y especialmente las que tenían que ver con la cibernética. ¿Cómo no iba a
estimular la reflexión sobre la familia observar que el hermano de un niño curado
individualmente de una fobia escolar desarrollaba, por ejemplo, una enuresis? Y, sin
embargo, una vez promulgados los primeros dogmas de la terapia familiar, resultó difícil
sustraerse a ellos, incluyendo el que ordenaba trabajar con la familia en su conjunto y,
ciertamente, no con alguno de sus miembros.
En cualquier caso, el posicionamiento de los pioneros en este asunto no fue monolítico, y
la terapia estructural, con Minuchin a su cabeza, escribió muy pronto páginas sublimes
de intervenciones terapéuticas con niños.
En esta tradición se sitúa también la autora cuando manifiesta su interés por el niño
como objeto de aproximación terapéutica, pero sin renunciar a ocuparse de la familia.
Contrasta así con las estereotipadas declaraciones que, desde ámbitos burocráticos de
protección infantil, hacen bandera de la atención al “interés superior del menor”, a la vez
que, lastimando burdamente a la familia, lo revictimizan sin consideración alguna.
En este libro emociones y niños son los dos ejes conductores de una reflexión compleja
que transcurre a través de múltiples vías, alternando teoría y práctica. Una teoría que
recala en una importante revisión bibliográfica de la que se extraen originales
conclusiones, y una práctica que desciende al detalle de numerosas sugerencias concretas
7
de gran utilidad. Estoy seguro de que el lector sabrá apreciarlo.
8
Terapia Emocional Sistémica (T.E.S.)
Vi una flor en el desierto y sorprendido
tiré de sus raíces para descubrir de dónde venía,
entonces comprendí que estaba conectado
con el resto del universo.
Salvador Minuchin
En primer lugar, me gustaría, como lectores de esta guía, personas que creéis en la
familia, agradeceros formar parte del maravilloso grupode personas preocupadas por los
problemas de la infancia, de la adolescencia, por las relaciones humanas, y de cómo
estas afectan a las familias, y repercuten directamente en el bienestar de los menores. En
definitiva, gracias por vuestro interés, implicación, esperanza de cambio y promoción del
buen trato hacia la infancia.
Este libro, va dirigido tanto a profesionales familiarizados con el campo de la
psicoterapia sistémica, como a los que ya forman parte de ella, a los interesados en
conocerla, a los profesionales de la salud, de la educación, incluso para padres y madres.
Ha sido escrito desde los conocimientos teóricos y la experiencia profesional de la
aplicación clínica desde el paradigma sistémico ultramoderno1, unido a la influencia
humanista y relacional.
No es un manual técnico ni académico, sino una hoja de ruta para profesionales, y que a
su vez pretende hacer una reflexión, concienciación, y conexión con los niños, niñas,
adolescentes, padres y madres de la actualidad. A través de estas líneas quiero proponer
un patrón de trabajo que incorpore, entienda, respete y tenga en cuenta al menor a partir
de intervenciones tanto individuales como familiares, considerando las diferentes
tipologías familiares, las características de la historia moderna, así como los factores
socioeconómicos de la actualidad. Incorporando, a su vez, aspectos emocionales y
relacionales a través de un modelo de intervención sistémica-emocional-relacional
(Modelo SER) de la Terapia Emocional Sistémica. Este modelo enfatiza en el respeto y
cuidado a los niños, niñas y adolescentes, considerando que el niño no es un adulto en
miniatura. Por lo tanto, en oposición a la tendencia al adultismo que con frecuencia
9
encontramos en nuestra sociedad, defendiendo la relevancia de la normatividad y
afectividad como principios básicos de la educación, pero sin necesidad de ejercer
ningún tipo de violencia o abuso sobre los menores.
Con este libro quiero transmitiros mi metodología de trabajo con la finalidad de ampliar
vuestros conocimientos sobre la psicoterapia, crear nuevas raíces profesionales,
estableciendo relaciones simétricas con las familias, con el objeto de poder buscar
nuevas fuentes, así como otros caminos adaptados a vuestro estilo que os ayuden a
acoplaros a la danza de la familia. En definitiva, a través de estas páginas, espero
ayudaros a crecer, personal y profesionalmente.
Toda la población tenemos una función que desempeñar para asegurar que los niños y
niñas disfruten de su infancia. A pesar de que hemos avanzado mucho en este sentido en
los últimos años, aún queda mucho por hacer, por crear un mundo más apropiado para
ellos. Cierto es que la crisis mundial, los vertiginosos ritmos de vida de la sociedad
actual, las amplias jornadas laborales, los avances en unas áreas, como la tecnología, el
papel de la mujer en nuestra sociedad, y retrocesos en otras, como los valores, las
dificultades de conciliación familiar… Todo ello nos ha obligado a modificar nuestra
manera de funcionar, de relacionarnos, por lo tanto, también ha requerido un cambio en
el contexto terapéutico, y una adaptación en el modelo de intervención desde el
paradigma sistémico.
Asimismo, la educación en nuestro país ha sufrido constantes cambios sin lograr una
estabilidad, sin haber un consenso político, ni un análisis coherente del origen de este
fracaso. Del mismo modo tampoco se considera la relevancia que tiene la psicología en
los aspectos relacionados con el ámbito educativo, lo que ha generado un estancamiento
en la educación tradicional, mayor presencia de pedagogías alternativas, a veces no
eficaces, un desconocimiento y desorientación por parte de los padres, además de las
resistencias del sistema general hacia un avance de la educación. Todo ello requiere de
una concienciación social, una mayor participación de la comunidad educativa en las
escuelas, una reflexión general, así como una inversión y relevancia al cuidado y
bienestar de las familias.
El bienestar infanto-juvenil, es el resultado de un proceso, que es más que la suma
de los aportes y las responsabilidades individuales de los padres y de los miembros
de una familia. Los buenos tratos infantiles son el resultado de las competencias que
las madres y los padres tienen para responder a las necesidades del niño, y también
10
de los recursos que la comunidad ofrece a las familias para apoyar esta tarea. J.
Barudy (2005).
Es importante reconocer la tediosa labor que padres, madres y cuidadores primarios,
asumen a diario con el cuidado de su familia, y en la educación de sus hijos teniendo en
cuenta las presiones sociales, profesionales y estéticas que con frecuencia no permiten
educar adecuadamente, o mantener y aplicar valores. Llegando a repetir patrones
disfuncionales de sus familias de origen, cayendo con frecuencia en la sensación de
supervivencia, más que una sensación de vivir con calidad. Por consiguiente, ante el
pesimismo y exasperación con que llegan a menudo las familias a consulta es importante
transmitir esperanzas, teniendo en cuenta que el ser humano, si no dispone de ciertas
habilidades puede llegar a adquirirlas. Cuando una familia llega a consulta por primera
vez no conozco nada de su historia ni de su problemática, pero hay algo que ya sé sobre
esa familia sin habernos ni siquiera conocido. Sé que es una familia valiente, que sufre,
con ganas de generar cambios para sentirse mejor, que sabe pedir ayuda, que dispone de
una parte sana que quiere estar bien, y que es consciente de la necesidad de construir
vínculos familiares distintos. Y eso es muy meritorio y digno de rescatar y reforzar, ya
que al mismo tiempo florecen sentimientos de culpa, frustración, malestar,
incapacidad… que, como profesionales, es importante que podamos redefinir.
La familia es la institución social donde conviven las personas mayor tiempo, y esta
constituye, con frecuencia, una fuente de apoyo y en ocasiones, por el contrario, una
fuente potente de tensiones psicológicas. Por ello conviene normalizar la necesidad de
revisar el “estado actual de la familia”. Al igual que nuestros coches se revisan
periódicamente, o los niños asisten a sus revisiones médicas, ¿por qué no revisar la
institución social más antigua y permanente de nuestra sociedad? Con frecuencia nos
encontramos que padres o tutores nos traen a consulta a los niños como quien deja su
coche en el taller y espera que le avisen cuando ya esté “reparado”. Ponderar la
importancia que supone la implicación familiar resulta clave en el éxito del tratamiento,
por ello es relevante poder transmitir la importancia del “trabajo en equipo” desde el
encuadre inicial.
Como cualquier corriente centrada en aspectos relacionales, la Terapia Emocional
Sistémica (T.E.S.) no sigue un método rígido y predeterminado de tratamiento, ni un
patrón único de intervención, ya que se trata de una orientación abierta, y flexible a
introducir cambios en su desarrollo, respetando en todo momento los aspectos éticos y
11
deontológicos2 de la práctica clínica.
12
1.1. Introducción a la Terapia Emocional Sistémica (T.E.S.)
Cuando no somos capaces de cambiar
una situación nos encontramos
con el desafío de cambiarnos
a nosotros mismos.
Viktor Frankl
La Terapia Familiar Sistémica tradicional se ha basado, fundamentalmente, en un
enfoque orientado hacia los adultos, haciendo uso de la oratoria, el discurso adulto, y las
narrativas familiares, dejando, por lo tanto, al menor en un segundo plano; bien por
evitar etiquetarle, o bien, frecuentemente, por la inexperiencia del profesional con
menores, o bien sí se ha incorporado al menor en las sesiones, pero desde una postura no
tan considerada con su etapa evolutiva. Es frecuente que en estas sesiones familiares con
menores, se haga uso de un lenguaje adulto, en el que el menor con frecuencia se
desconecta a los pocos minutos del inicio de la sesión. Por no hablar de su nivel de
adherencia al tratamiento en estos casos, donde muchos profesionales, desde sus
dificultades para vincularsecon los menores, optan por no convocar a los menores a
pesar de presentar síntomas severos, no entender lo que ocurre, y sin disponer de un
profesional que le acompañe en la búsqueda de recursos más funcionales para su vida.
¿Por qué tratamos a los niños, o a los animales, de una forma que nunca
haríamos con adultos?
Cuando trabajamos con familias con menores de edad, el terapeuta debe asegurarse de
que su práctica esté enmarcada en el ámbito terapéutico teniendo en cuenta las
características y ciclo evolutivo del niño o adolescente, evitando exponer al menor a
riesgos o situaciones que pudieran ser perjudiciales para este. Por ello, es fundamental
ofrecer al niño un espacio de seguridad, respeto y confianza, entendiendo que nuestra
labor como terapeutas requiere, no solo de una base teórico-práctica, sino de una
implicación ética a lo largo de todo el proceso terapéutico, de afecto y empatía con los
menores, así como, por supuesto, de un espíritu de entusiasmo e ilusión.
Por todo ello, a través de este libro se exponen teorías, modelos y métodos de trabajo
adaptados a diferentes etapas de desarrollo del niño, ciclo vital de la familia, planteando
un abordaje inclusivo que permite estudiar los sistemas emocionales más significativos
13
para el ser humano, como la familia nuclear, la familia extensa, el contexto social,
educativo y económico, ofreciendo un modelo de intervención que incluya al menor y le
permita disponer de su espacio terapéutico individual. Además, que recoja y acompañe a
la familia, convocándola con regularidad, y que incorpore estructuras emocionales en su
intervención.
Es importante resaltar el reconocimiento científico que la Terapia Familiar Sistémica
Individual (TIS) está adquiriendo en los últimos años. Maestros tan relevantes como
Bowen3, Canevaro4 o Selvini Palazzoli y Viaro, entre otros, resaltan la necesidad de
poder dar esos espacios individuales a los miembros del sistema que con frecuencia lo
necesitan, con la convicción de que, al cambiar a uno de los miembros de la familia, se
modifica a todo el sistema familiar. No obstante, esta aproximación sistémica5, en el año
1.989, establece entre sus criterios que el demandante haya superado la fase de
desvinculación en el momento de inicio de la terapia, es decir, que esté confirmada la
existencia de alguno de estos índices6: existencia de relaciones externas estables y
duraderas, capacidad de economía económica y física, capacidad de una vida externa al
núcleo familiar. No contemplando, por lo tanto, el abordaje terapéutico individualizado
con niños o niñas.
En muchos casos, los terapeutas de familia especializados en infancia y adolescencia,
nos vemos obligados a hacer terapia de pareja, con hermanos, individual con uno de los
progenitores, y en los últimos tiempos es frecuente encontrarnos trabajando con otros
miembros cercanos, como pueden ser: la cuidadora, la pareja del padre o de la madre que
convive con el menor, o los abuelos. Igualmente, hay otros sistemas que afectan a
nuestros niños y que también debemos tener en cuenta. Estos son: el sistema escolar,
sanitario, deportivo o recursos locales, la familia extensa, la comunidad de vecinos, y por
supuesto, el sistema político. Por ello no podemos abordar exclusivamente el núcleo
familiar, sino que debemos coordinarnos con los diferentes sistemas implicados para
lograr mayor objetividad y precisión del motivo de consulta. Además de hacerlo desde
una perspectiva más humanista y relacional, que garantice la perdurabilidad del
tratamiento, evitando quedarnos en niveles de intervención superficiales e inestables en
el tiempo.
En definitiva, a través de este libro quiero hablar en nombre de todas esas voces que
aún no pueden hablar, o que no encuentran las palabras para expresar lo que les
ocurre, lo que necesitan, lo que les genera malestar. Me refiero a aquellos niños y niñas
14
que interiorizan tensiones familiares, que requieren de un espacio donde poder entender,
expresar y canalizar todo aquello que les hace sufrir. Y que a su vez requieren de
recursos y estrategias para poder afrontar los conflictos que puedan estar viviendo. Por
todo ello, a partir de la Terapia Emocional Sistémica (T.E.S.) quiero transmitir la
relevancia de que niños, niñas y adolescentes dispongan de su espacio terapéutico.
En este sentido, el contexto terapéutico supone un espacio donde poder entender, en
primer lugar, donde poder decidir, donde aprender alternativas, recibir acompañamiento
en la elección y apoyo en el desarrollo de dichas elecciones. No obstante, es fundamental
incorporar a los padres, o tutores del menor, en este proceso. Ya que ellos también
necesitan su espacio para entender, para buscar alternativas más sanas, para aprender a
desarrollar una parentalidad positiva, así como un acompañamiento en el ensayo o error.
Por ello es importante que las familias encuentren las soluciones que más encajen con su
cultura, sus tradiciones, sus valores, su forma de ser, de estar, de comunicarse, y que
estás no sean impuestas por un profesional externo.
Asimismo, es frecuente que el menor represente a través de un síntoma aquello que la
familia no está pudiendo elaborar, que pueda poner palabras a aquello que los adultos no
están pudiendo decir, o que busque acciones de compensación como consecuencia de la
carencia de nutrición afectiva que necesita para crecer. Los niños, desde su riqueza
interior, suelen utilizar diferentes canales para comunicarse y expresar su malestar, por
lo que es importante no hacer uso exclusivo de canales verbales en la interacción con
ellos. Los dibujos, juegos, el uso de la imaginación y de la fantasía pueden ser útiles para
permitir a los niños comunicar sus ideas, sentimientos o pensamientos, dándole un
significado relacional a su estado emocional. El problema no debe etiquetarse en el niño,
pero la solución sí está en la familia. Por eso es importante implicar a la familia a lo
largo de todo el proceso de terapia.
15
La incorporación de aspectos emocionales en la Terapia Familiar Sistémica con niños ha
sido un tema poco discutido hasta la actualidad, basada principalmente, en dar un
discurso más amplio a las problemáticas y patologías individuales, originadas en la
comunicación deficiente del sistema familiar, buscando su naturaleza y origen en
aspectos intergeneracionales, con un terapeuta orientado a producir cambios a través de
diferentes técnicas y estrategias. El terapeuta sistémico clásico suele ser directivo,
plantea objetivos a corto plazo, prescribe tareas sobre la conducta, con la finalidad del
cambio, con el posible riesgo de encontrarse con las resistencias de la familia, el miedo
al cambio, la negación, la confrontación, o llegando a entrar en una escalada simétrica.
Si bien es cierto, algunos autores del paradigma sistémico han incorporado aspectos
afectivos en su práctica clínica con adultos. Como es el caso de Carl Withaker, a partir
de su modelo simbólico-experiencial, aplicado principalmente con familias
profundamente afectadas por acontecimientos como la guerra o la presencia de un
miembro psicótico, a través de una participación emotiva por parte del terapeuta.
En 1959 surge el constructo de la EE (Emoción Expresada), concepto desarrollado por
George Brown (Institute of Social Psyquiatry: Medical Research Council), donde se
establece una correlación entre las variables crítica, hostilidad, y sobreimplicación
familiar, como índice indirecto de recaídas en pacientes con esquizofrenia, identificando
que las relaciones familiares son un buen factor de pronóstico del curso del trastorno.
16
Son numerosos, y de gran interés, los estudios que se han llevado a cabo a posteriori.
Relevantes también las aportaciones de Murray Bowen7, psiquiatra norteamericano,
creador de la Teoría Familiar Sistémica que ve a la familia como una unidad emocional,
con una perspectiva emocional sistémica, usando el pensamiento sistémico para describir
las interacciones que se dan dentro de esta unidad familiar. Igualmente Jim Framo, quea
su llegada a Italia desde EEUU, en 1971, sorprendió con sus recursos afectivos en el
contexto terapéutico, mostrando calidez, una inmensa empatía y cercanía con sus
pacientes. Maurizio Andolfi también recoge en “Historias de la Adolescencia”8, su
última publicación, la convicción de que en torno al problema de un menor están
implícitos los sentimientos y emociones de todo el sistema familiar. O como propone
Juan Luis Linares en el trabajo con familias multiproblemáticas9, destacando la
importancia de tener en cuenta los espacios emocionales, cognitivos y pragmáticos,
generando espacios donde se compartan emociones, sin cuestionar directamente valores
ni creencias, propiciando el desarrollo de ritos familiares conjuntos.
Alfredo Canevaro10, psiquiatra argentino radicado en Italia, propone “elevar la
intensidad emocional” en las sesiones familiares, abordando temas emocionales que
despierten emociones profundas, fomentando la proxemia (disciplina que estudia la
percepción de la distancia física y emocional dentro de la comunicación, verbal o no
verbal) en la expresión de sentimientos, y así fomentar una comunicación más auténtica.
Pero sin duda, la terapeuta familiar que más ha abordado en sus investigaciones y
trayectoria profesional las estructuras emocionales ha sido Virginia Satir11, reconocida
mundialmente como una de las pioneras de la terapia familiar. Satir ha estudiado a fondo
las relaciones familiares, proponiendo un modelo de cambio sustentado en la reflexión
sobre las relaciones humanas. Conocida por su especialización en la comunicación
humana y autoestima, promoviendo y favoreciendo el encuentro físico, a través de la
presentación de ejercicios donde la persona encuentre nuevas alternativas en su
comunicación; como la introducción de la representación de las esculturas familiares,
método de exploración de emociones más profundas e inconscientes, teniendo en cuenta
que las emociones mantienen los patrones patológicos en la familia.
No quiero dejar de aprovechar la ocasión para mencionar a uno de los pioneros de la
Terapia Familiar Sistémica, Salvador Minuchin, que falleció hace tan solo unos días, y
muchos sistémicos aún estamos apenados por su ausencia. Creador de la escuela
17
estructural, que comento más en detalle en el capítulo 5, sobre historia de la Terapia
Familiar Sistémica, y uno de los terapeutas familiares más famosos e influyentes, que
propuso hacer un trabajo con las familias restaurando y estableciendo jerarquías y límites
claros12.
Sin embargo, la Terapia Emocional Sistémica (T.E.S.) supone un cambio de perspectiva
aportando una visión epistemológica y metodológica amplia, con una orientación en el
entrenamiento e implementación del trabajo terapéutico con niños, niñas y adolescentes,
adaptando el espacio terapéutico al menor, acompañando a la familia, tomando como
referencia la historia y pilares básicos del paradigma sistémico. Desde una visión
terapéutica circular y neutral13, donde ya desde la entrevista inicial se generan cambios
a través de preguntas circulares, donde además entendemos el síntoma o conductas
disfuncionales, dentro de un contexto familiar. En un momento de ciclo vital, junto con
otros factores contextuales, como un sistema complejo de relaciones y vínculos que
influyen en la aparición o mantenimiento de dicho síntoma que presenta el paciente
identificado, siendo con frecuencia el niño, niña o adolescente. De este modo, a través de
estas líneas, se incorporan nuevos desarrollos conceptuales enriquecidos con una mirada
sistémica más humanista, que consiste en el uso de técnicas orientadas hacia un cambio
emocional profundo, y dejando espacio y flexibilidad para la expresión de la propia
creatividad.
Desde hace más de diez años, en colaboración con mi equipo, venimos implementando,
y desarrollando un modelo de referencia en nuestra práctica clínica: el Modelo de
intervención SER (Sistémica-Emocional-Relacional), enmarcado dentro de la Terapia
Emocional Sistémica (T.E.S.), publicado a su vez en la revista científica Mosaico14. Se
trata de un modelo basado en una metodología de trabajo que tiene una mayor
consideración por el niño, niña o adolescente, incorporándole en las sesiones, adaptando
dichas sesiones a la etapa evolutiva del menor, dedicándoles asimismo un espacio
individual, tan valioso para poder ayudarle, e implicando a la familia a lo largo de todo
el proceso. En el capítulo 2 presentaré con más detalle el modelo de intervención SER, a
través de sus fases, técnicas y herramientas prácticas para la aplicación en el contexto
terapéutico.
Finalmente, concluyo este apartado recordando que al trabajar con niños y niñas estamos
interviniendo directa e indirectamente con todos los representantes del sistema familiar,
con sus emociones, creencias, mitos familiares, esquemas vitales, legados familiares…
18
Las personas estamos capacitadas para crecer y cambiar, y por ende las familias. Por
ello, el trabajo coordinado y conjunto con el sistema familiar es fundamental, de tal
manera que los cambios que vayan sucediendo debemos procurar que encajen y sean
respetados en el sistema al que pertenece. El niño necesita tener una sensación de
pertenencia, para así sentirse seguro en la familia y, con ello, en la vida.
19
1.2. Las emociones desde la Terapia Familiar Sistémica. Entenderlas y
promoverlas como herramienta de cambio
La libertad se aprende ejerciéndola.
Clara Campoamor
En nuestra cultura, controlar emociones se ha considerado con frecuencia un mérito,
fomentando la baja expresión emocional, sobre todo de cara a la educación de los hijos.
Ha sido en los últimos años cuando la psicoterapia ha dado un giro volviendo hacia una
psicología más humanista, recuperando las emociones y los sentimientos como parte
integral de la interacción humana, ampliando recursos específicos relacionados con el
manejo consciente del mundo afectivo interpersonal.
Desde la ortodoxia sistémica se ha evitado el abordaje de las emociones, llegando a
calificarlo como “proceso dormitivo” según Bateson (1973), o directamente han sido
ignoradas por la teoría de la comunicación, o no tenidas en cuenta por la Escuela
Estructural de Minuchin. Según afirma el doctor Juan Luis Linares, psiquiatra y
psicólogo sistémico:
Intervenir en el campo emocional significa un serio desafío para el terapeuta
sistémico formado en el culto de la prescripción y, sobre todo, de la reformulación y
la narrativa, cuando no, explícitamente, en el desprecio doctrinario de las
emociones. Sin embargo, estas poseen en el lenguaje analógico un refinadísimo
instrumento, capaz de singularizar su expresividad hasta extremos inimaginables en
cualquier otro canal comunicacional. La persona que moviliza y pone en juego su
inteligencia emocional tiene mayor poder de convicción, resulta más creíble y
aumenta considerablemente su capacidad de influir a los demás. Cualidades todas
ellas preciosas para un terapeuta.
En algunas corrientes terapéuticas existe el interés por parte de los profesionales de
generar cambios, en la conducta, eliminando conductas disfuncionales, trabajando sobre
los pensamientos y comportamientos humanos, sin entender ni tener en cuenta las
estructuras emocionales subyacentes, necesarias para poder acompañar a la familia en su
sufrimiento. Algunos terapeutas suelen cambiar de tema cuando sus pacientes se
emocionan o hablan de emoción. Es necesario entender que el cambio no se produce
20
solo desde la voluntad de cambio, hay que establecer la conexión con las estructuras
emocionales de base, para poder entender, elegir, cambiar, y para prevenir recaídas. Lo
que supone que, si no cambiamos las estructuras emocionales de fondo, por más que
cambiemos las creencias, la tendencia a la acción natural se impondrá. Hay que trabajar
con la experiencia emocional, y así activar los circuitos emocionales inmersos.
Desde la Terapia Familiar Sistémica se abordan las dinámicas preferentemente desde lo
cognitivo y conductual, a través de las interacciones y acciones, y apenasse ha teorizado
la parte emocional. Desde la Escuela de Palo Alto se habla de la secuencia de
comunicaciones, pero nos perdemos las emociones que sustentan dichas conductas y
pensamientos. Algunos autores del paradigma sistémico, como Murray Bowen, Carl
Whitacker, o Virginia Satir sí centraron más sus investigaciones en las emociones y el
efecto de estas sobre las interacciones familiares, entendiendo la cognición como función
codeterminada por el conjunto de emociones primarias y secundarias. Whitacker, daba a
sus pacientes guantes de boxeo, bates de baseball y espadas, para gestionar las
emociones primarias. Satir hacía esculturas, dinámicas creativas y corporales, trabajaba
la autoestima a través del contacto, entre otras de sus técnicas.
Como sostiene el profesor Esteban Laso, de la Universidad de Guadalajara (Méjico), las
emociones son la melodía que sostiene la danza patológica familiar. Por lo tanto, para
realizar cambios profundos y permanentes en el tiempo dentro del sistema familiar es
importante el contacto con emociones más profundas. Las emociones hacen posible el
proceso de normalización, olvidando la etiqueta psicopatológica del paciente, buscando
en la historia de la familia comprender el mundo interior de cada uno de sus miembros.
Y de este modo reconstruir los vínculos afectivos más auténticos.
Conviene tener en cuenta la complejidad y multidimensionalidad del fenómeno
emocional, ya que, el sistema emocional dirige el sistema de las relaciones humanas. Las
emociones acompañan al proceso de aprendizaje y de cambio, entendiendo que conocer
el sistema emocional propicia a buscar alternativas, más eficaces y permanentes en el
tiempo. Por ello la narrativa de la familia es el resultado del significado que hace de la
experiencia relacional.
A partir del esquema de funcionamiento humano que probablemente todos conocéis:
Conducta/ Pensamiento/ Emoción, explico a las familias, alumnos, docentes y maestros,
el funcionamiento básico de las personas en sus relaciones sociales, tomando conciencia
de su manera de vincularse con el otro.
21
Marcelo R. Ceberio y Juan Luis Linares15 lo denominan “un juego de tres planos de
recursividades que se sinergizan: el racional o de pensamiento, el cibernético o
pragmático, y el emocional. Tales recursividades se producen en el proceso narrativo:
observamos lo que nosotros mismos construimos y construimos los que estamos
observando”.
Experiencia relacional humana
El terapeuta debe tener en cuenta estos tres planos de actuación, legitimando las
experiencias emocionales de las personas con las que estamos interviniendo, así como
conectando y dando sentido a cada uno de ellos (ver esquema en la página 34). Estos
son:
Conducta: Todas las personas estamos continuamente desarrollando conductas, o bien a
través del lenguaje, o bien a través de actitudes o comportamientos, o bien a través de
nuestro cuerpo, como pueden ser los síntomas psicosomáticos.
Pensamiento: Dichas conductas, normalmente, tienen su origen en pensamientos. Es
decir, lo que habitualmente conocemos como “pienso y entonces actúo”. Pero en algunos
casos, las conductas son más impulsivas, más frecuentemente en menores, donde aún no
está desarrollado el córtex prefrontal y es más difícil lograr una adecuada
autorregulación. Aunque a todos nos vendrá a la cabeza algún adulto, incluso nosotros
mismos en algún momento, donde se haya dado la situación de no pensar antes de actuar
o decir algo.
Emoción: Las emociones son innatas y universales, y poseen diferentes niveles de
intensidad. Esta es un área que, principalmente en adultos, en muchas ocasiones está
desconectada de las dos anteriores. Socialmente tenemos interiorizados algunos
mandatos sociales que es frecuente escucharlos en consulta: “Los hombres no lloran”,
“Las personas fuertes no les afectan estas cosas”, “Ya llevo un año, ya debería estar
bien”, “La gente normal no se preocupa por estas cosas”, “No llores que te pones feo”,
“Cuando sonríes estás más guapa”, a través de los cuales subyace la idea de “no
permiso” a sentir y expresar emociones “negativas”.
Una de las cosas que más valoro del trabajo con menores es que esta “barrera” con el
mundo emocional, salvo algunos casos, no existe. No tienen tantos prejuicios,
resistencias ni mecanismos de defensa. Lo cual permite un trabajo terapéutico más fácil,
22
directo y natural. En el trabajo con niños es preciso conectar con sus estados
emocionales y descubrir su capacidad para conectarlo con sus conductas de manera tan
espontánea. El trabajo terapéutico muchas veces está centrado en el área del pensamiento
y procesamiento de la información. Fomentar la emoción primaria es positivo per se.
Esto debe hacerse en terapia en un entorno protegido y con una alianza terapéutica
afianzada.
Teniendo en cuenta la plasticidad cerebral, la integración de la emoción y la cognición,
dentro de la complejidad de la relación, las emociones se trasforman en sentimientos.
Los sentimientos dependen de un aprendizaje en la relación con el otro. Según Joseph
Ledoux16 (1999): “Una vez que tu sistema emocional aprende algo no lo olvida jamás”.
A través de la psicoterapia se enseña al neocórtex a inhibir la amígdala autorregulando la
emoción. El sistema límbico continúa enviando señales de alarma mientras la corteza
prefrontal ha aprendido una respuesta más sana.
En términos generales, dentro de todas las emociones que pueden existir, suelo destacar
las más básicas para posteriormente poder analizar el funcionamiento familiar
emocional. Pero antes conviene destacar que no existen emociones buenas o malas,
positivas o negativas ya que como seres humanos necesitamos sentir las diferentes
emociones, siendo lo más importante saber cómo gestionarlas, pero no evitarlas. Un niño
que no siente enfado o miedo puede tener muchos inconvenientes adaptativos.
Necesitamos vivir con todas las emociones, son respuestas adaptativas químicas, y como
dijo Darwin, gracias a ellas podemos evolucionar. Las principales son:
Alegría. Es la emoción socialmente más agradable, que invita a compartir con el otro.
Socialmente es la más aceptada, incluso la más respetada, y en algunas ocasiones
impuesta. Tenemos que mostrarnos contentos, si no podemos exponernos al rechazo del
otro. Al mismo tiempo, el niño, con el paso del tiempo, va perdiendo libertad cada vez
antes, su vida deja de ser creatividad. Los niños pierden antes su capacidad de jugar, de
simbolizar y expandir su fantasía y, por lo tanto, su alegría. A los adultos cada vez nos
cuesta más permitir a los niños gritar, saltar, cantar y bailar, quizás porque puede
romperse algo, quizás porque molesten, o porque probablemente deberían estar haciendo
otras cosas, como hacer los deberes, comer rápido, ir al colegio, lavarse los dientes o
meterse en la cama. El niño obediente es elogiado por los padres, profesores, y
familiares, en cambio el niño juguetón es etiquetado como “revoltoso”, “malo”, o
incluso en los últimos tiempos como “hiperactivo”. Pero al mismo tiempo la felicidad
23
debe ser una búsqueda, no un estado. Con frecuencia escucho en consulta el deseo de los
padres de que su hijo sea “feliz”, evitando al mismo tiempo que se caigan, sufran, se
equivoquen, se enfaden, o se hagan daño. Es fácil caer en la “sobreprotección” de los
hijos, evitando situaciones vitales necesarias para estar preparados para afrontar el día a
día, y por ende la vida.
Enfado. Como decía Aristóteles, cualquiera puede enfadarse, eso es muy sencillo, pero
enfadarse con la persona adecuada, en el momento oportuno, en el grado exacto, con el
propósito justo, y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo. El enfado
es una respuesta a la frustración o a un sentimiento de invasión del self. Puede
combinarse para producir sentimientos de odio, amargura, resentimiento o irritación…
Es probablemente la emoción más asociada al género masculino y, en ocasiones, menos
aceptada en el femenino. Con frecuencia, cuando llega un papá a sesión y se muestra
muy enfadado y poco colaborador,tiendo a “acompañarle” a un nivel emocional más
profundo, y le pregunto: “¿Qué te tiene tan triste para que lo exteriorices con tanto
enfado?”. Suelo disponer de un dibujo donde en el centro hay una cara dibujada del
enfado, y alrededor aparecen otras caras mostrando otras emociones, que son las que
podrían estar detrás del enfado (frustración, miedo, vergüenza, celos, decepción, culpa,
…), y les pido que me indiquen realmente cuál es la que están sintiendo, y que a través
de la máscara del enfado están encubriendo. Poder poner palabras a las emociones
conlleva una reestructuración cognitiva, con una función organizativa y adaptativa del
comportamiento, tanto a nivel individual como a nivel relacional, que a su vez afecta
directamente en la conducta de los miembros del sistema. El autoconcepto permite tener
una mejor autoconciencia de mis emociones, y por lo tanto permite conocer la reacción
cognitiva y en consecuencia poder gestionar de una manera más saludable nuestro
comportamiento.
También es importante el efecto del enfado, como lo percibe el otro. Ante el enfado nos
sentimos atacados y la reacción adaptativa es contraatacar, pero de este modo corremos
el riesgo de entrar en una escalada sin fin. Cuando esto ocurre con los diferentes
miembros del sistema, respetando la jerarquía familiar, en el marco terapéutico, tiendo a
recordar a los adultos que les corresponde a ellos frenar dicha escalada. La capacidad de
autocontrol está muy vinculada a la corteza prefrontal, cuyo desarrollo se extiende hasta
la tercera década de la vida. Es por ello que en niños y adolescentes los mecanismos de
procesamiento de las emociones son distintos a los de los adultos.
24
Tristeza. Se trata de una respuesta universal a la pérdida. Como emoción básica se
puede combinar con otros aspectos de la experiencia para producir sentimientos de
angustia, pena, falta de esperanza o soledad. Sirve para reestablecerse de los motivos que
generan tristeza, por lo que tiene una función adaptativa. En procesos de duelo, la
tristeza es una fase “sine qua non” para poder elaborar una pérdida o trauma. A su vez,
suele ser una emoción más “aceptada” en el género femenino, por ello, en algunos casos,
conviene subir un escalón hacia arriba para darle palabras, y permiso, a ese enfado que
quizás no está pudiendo exteriorizar.
Miedo. Consiste en una reacción adaptativa para escapar del peligro. De manera sencilla,
podría catalogarse como la emoción más profunda, siendo el miedo más subyacente el
miedo al abandono, o a la invasión.
Por ello, debajo de muchas de nuestras conductas, hay pensamientos, respaldados en
emociones que, a un nivel más profundo, tienen su origen en el miedo al abandono. En
definitiva, miedo al rechazo, a no ser validado, reconocido.
Como terapeutas reguladores de las emociones es fundamental que conozcamos y
detectemos las emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, enfado) de la familia, con una
actitud acompañante en sintonía con dichos estados emocionales. Y que a su vez
25
diferenciemos las emociones “negativas” de las positivas, entendiendo que las negativas
(enfado, miedo, rechazo) inducen a comportamientos negativos con pocas alternativas,
mientras que las positivas (alegría, orgullo, satisfacción, bienestar) posibilitan una
activación generalizada que permite la apertura y búsqueda de contacto social. No
obstante, también conviene dar espacio y permitir aquellas emociones “negativas”
enquistadas que muchas veces no han tenido el espacio para poder ser liberadas, y
sustituidas por otras más funcionales.
Los miembros de un sistema familiar se influyen mutuamente con base en sus conductas,
pensamientos y emociones, y a veces surge lo que llamamos interdependencia emocional
familiar, que a menor diferenciación de sus miembros, mayor malestar individual. Con
frecuencia los miembros del sistema más dependientes del sistema absorben en mayor
medida la ansiedad del sistema, convirtiéndose en el miembro más vulnerable a sufrir
problemas como adicciones, accidentes, separaciones… y siendo, habitualmente, el
paciente identificado quien asume ese rol.
26
Desde la Terapia Emocional Sistémica, en el trabajo con niños, así como en sesiones con
adultos y en sesiones familiares, trabajamos en base en estas emociones, ayudándoles a
poner nombre a esas sensaciones, acompañándoles, valorando y validando los
sentimientos y pensamientos que puedan ir apareciendo, creando un espacio de
tolerancia y permiso a las emociones, por ello es importante ofrecer una buena
contención. Aquí cabría mencionar los procesos circulares emocionales, abordados por
una de las pioneras en Terapia Familiar Sistémica, Virginia Satir17, describiendo los
cuatro estilos de comunicación básicos, y narrando nuestro teatro interno con la
escenificación de todas nuestras posibles caras.
El niño, a diferencia del adulto, a medida que madura moldea y determina su existencia.
Si estas influencias exteriores son captadas como dañinas, el niño puede que restrinja sus
sentidos, bloquee sus emociones, se dificulten funciones de su cuerpo, e inhiba su
intelecto. Por ello debemos validar sus sentimientos, que en ocasiones son ignorados por
los adultos, permitiendo la expresión de sus emociones “negativas”.
En cambio, los niños que han vivido traumas; ya sea la pérdida de un ser querido, abuso
sexual o maltrato, bloquean sus emociones y no saben bien qué les ocurre ni cómo
expresarse, reprimiendo cualquier tipo de emoción, llegando a culpabilizarse sobre
cualquier acontecimiento externo ajeno a su responsabilidad.
Como forma de optimizar y promover los canales de comunicación en el seno familiar,
para poder cambiar una relación, es necesario modificar la estructura emocional
subyacente a la relación. Desde el modelo transgeneracional es lo que se conoce como el
proceso de pertenencia-diferenciación. Por ejemplo, en niños maltratados, estos quieren
mantenerse con sus familias maltratadoras. Esa manera de vincularse es interpretada
como amor. Razón por lo que es difícil hacer cambios, pero cuando logramos hacer
cambios desde la emocionalidad estos se sostienen en el tiempo. El encuentro emocional
favorece el proceso de diferenciación-individualización. Surge de la necesidad de
permitir volver para poder partir mejor. Solo se puede separar algo que ha estado
previamente unido.
Según Virginia Satir, centrada en el crecimiento personal y salud, en vez de enfermedad
y patología, define la resiliencia familiar cuando esta logra afrontar las transiciones
naturales y eventos catastróficos, crecer a través de ellos, lo que no logran otras familias
que se rinden y se bloquean ante las dificultades.
Leslie Greenberg18 plantea una clasificación de emociones:
27
• Emociones instrumentales
• Emociones primarias
• Emociones secundarias
Las emociones primarias son emociones que conectan directamente con nuestras
necesidades. Para saber lo que estamos sintiendo tenemos que darnos una narrativa de la
emoción primaria. La experiencia y expresión de las emociones primarias comporta una
información biológica que ayuda a la resolución de problemas, y a la construcción de
una definición de la realidad. Legitimar las emociones primarias ayuda a sanar.
Las emociones secundarias esconden nuestras verdaderas emociones y tienen que ver
con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Consisten en una capa protectora de la
identidad, que enmascara la emoción primaria. Suelen ser más intensas, aunque las
primarias son más profundas. Por ejemplo, “estoy triste, pero estoy harto de estar triste y
eso me enfada: emoción secundaria”. Las emociones secundarias son parte de una
estrategia defensiva, suelen generar malestar, pero a veces son adaptativas.
Las emociones instrumentales tienen una finalidad interpersonal, más o menos
consciente con una finalidad relacional. Por ejemplo, la expresión de tristeza y dolor que
puede comunicar un deseo de protección, o la rabia o resentimiento que ayudan a tomar
distancia y definir las fronteras interpersonales.
En términos evolutivos,Piaget se dio cuenta de que el niño no nace sabiendo sino que
aprende a pensar, aprende a saber. Por lo general los niños son más capaces de
aventurarse en la exploración del juego y relatos, algo que para los adultos puede resultar
algo más complejo. Normalmente nuestras reacciones suelen ser responder con amenaza
o castigo, pero estas son contraproducentes en la construcción del cerebro y no ayudan a
la cooperación. Por todo ello conviene valorar diferentes factores al intervenir con
familias, y hacer uso de técnicas emocionales adaptadas a cada caso: la edad,
temperamento, contexto, etapa evolutiva, fase de desarrollo…
Por otro lado, según Siegel19, hay un proceso del niño donde primero se establece
conexión con su mundo emocional para luego redirigir y generar cambios. Para ello el
adulto debe acompañarle en la integración de las funciones básicas de ambos
28
hemisferios. Durante los primeros años del niño, los padres ejercen de “espejo”,
interpretando su comportamiento, y en algunos casos sin tener en cuenta sus capacidades
motrices, perceptivas y de desarrollo. Por lo que el niño interioriza dicho juicio
bloqueándose cualquier proceso de sanación, sin permitir que las emociones sean
expresadas, que en muchas ocasiones derivan en síntomas que el niño asume, representa
y refleja como propio, a pesar de tratarse de los sentimientos del adulto que no está
siendo capaz de resolver.
En esta línea, desde el punto de vista transgeneracional es interesante poder explorar con
las familias, en concreto con los padres: cómo recuerdan ser consolados cuando eran
pequeños, por qué figuras de sus familias de origen o familia extensa, y cuánto de este
método sienten que lo están repitiendo con sus hijos. Esta sería una cuestión interesante
para valorar, y reflexionar con ellos, cómo les gustaría hacerlo distinto, o incluso darles
cierta información acerca de la parentalidad positiva y sus efectos sobre la salud de los
menores. Así como buscar alternativas y estrategias, adaptadas a las características de la
familia que permiten desarrollar ese maternaje, o paternaje deseado, y probablemente
ansiado por el subsistema filial.
También es interesante recoger el trabajo realizado por Daniel Goleman20, en su libro
“Inteligencia Emocional”, donde Goleman establece 5 competencias emocionales
básicas necesarias para lograr una mayor confianza y seguridad en nuestras capacidades:
autoconciencia (habilidad para reconocer nuestras emociones y sus consecuencias),
autorregulación (nos permite autocontrolarnos y no dejarnos llevar por nuestros
sentimientos), automotivación (que nos permite dirigir nuestras emociones hacia un
objetivo y establecer metas), empatía (capacidad cognitiva de percibir lo que sienten los
demás),y, habilidades sociales (arte de relacionarse con los demás). Estas competencias
pueden abordarse y reforzarse desde el contexto terapéutico para mejorar la calidad de
vida de las familias.
La autora y terapeuta familiar Virginia Satir establece 8 niveles que representan la salud:
Niveles de salud según Virginia Satir:
1. Físico
2. Intelectual
29
3. Emocional
4. Sensorial
5. Interaccional
6. Nutricional
7. Contextual
8. Espiritual
En los casos donde la familia acude a consulta aludiendo al síntoma del menor como
motivo de consulta, para que el terapeuta pueda obtener información real de las
relaciones del sistema, de las reglas habituales, los secretos familiares, y la familia
escenifique la secuencia de interacciones disfuncionales entre los miembros, en un
primer momento de la terapia, no conviene retirar el síntoma. En los casos donde el niño
es el paciente identificado el síntoma será su mecanismo de defensa, su protección y
única herramienta que tiene para enfrentarse al mundo o de expresar su angustia. Por ello
es prioritario detectar a nivel individual cómo son expresadas estas reacciones afectivas
complejas, pero por supuesto también sus procesos cognitivos, así como su forma de
expresión corporal, somática y/o conductual. A nivel sistémico conviene identificar
además de las creencias intergeneracionales, los legados familiares, las funciones del
síntoma así como los factores mantenedores del mismo. Con frecuencia los niños
expresan conflictos que sus padres no son capaces de expresar o conectar con las
emociones devenidas de dichos conflictos, por lo que, no solo el niño sino también la
familia, necesita apoyo para expresar las emociones bloqueadas, y eso requiere de un
aprendizaje emocional, que en muchos casos se trata de un nivel de autoconciencia
totalmente desconocido para la familia.
Ejercicios en terapia
• Preguntar al inicio de la sesión cómo vienen cada uno de los
miembros. O, incluso, a través de preguntas circulares, preguntar
cómo creen que se siente otro de los miembros del sistema.
• Preguntar al finalizar la sesión cómo se van, qué se llevan de esta
30
sesión. O, incluso, preguntar, circularmente, cómo creen que se va
otro de los miembros del sistema.
• Explicar el esquema de “Experiencia relacional humana” y valorar
cómo tiende a relacionarse esta familia, recorriendo los tres modelos
de procesamiento para lograr una “conciencia” del funcionamiento
familiar.
• Clasificar el nivel de intensidad emocional que trae el paciente,
cuantificándolo y explorando sus variaciones con base en
acontecimientos externos, o reacciones de otros miembros del
sistema.
• Detectar indicadores previos a la emoción negativa resultante, así
como estrategias de prevención familiar.
• Evaluar la experiencia emocional familiar cuando se producen
situaciones de crisis, asignando roles alternativos a cada uno de los
miembros que respeten la estructura y homeostasis familiar.
• Dibujar la “línea emocional familiar” en una cartulina o pizarra,
enumerando las emociones más frecuentes y reacciones por parte de
los miembros.
• Establecer una reestructuración de los esquemas emocionales con
base en la modificación de cogniciones o conductas resultantes.
• Explorar las competencias emocionales de la familia, destacarlas y
reforzarlas.
• Valorar las competencias emocionales más insuficientes y establecer
objetivos comunes para reforzarlas.
• Establecer una reestructuración de los esquemas emocionales con
base en la modificación de cogniciones o conductas resultantes.
• Establecer “hipótesis sistémicas emocionales” de lo que puede estar
ocurriendo, dotando de circularidad al síntoma, sin señalar con dedo
acusador a un miembro del sistema. Ejemplo, “parece que cuando
papá y mamá están más enfadados Luis se pone más triste
haciéndose pis por la noche”.
• Asociar las emociones a la reacción que ejerce el cerebro, y el
cuerpo, a partir de estas, conectando las emociones con las
cogniciones, conductas y expresiones corporales.
• Escenificar a través de los famores (bloques de madera), Playmobil,
31
u otros objetos cómo se siente cada miembro de la familia, qué le
diría o pediría al otro, qué siente al alejarse o acercarse al otro… en
función del síntoma y/o motivo de consulta.
32
1.3. El apego desde una perspectiva sistémica-emocional-relacional
La autoestima puede ser remodelada
a cualquier edad. 
Virginia Satir
El interés profesional por la teoría del apego sigue creciendo a lo largo de los años,
trasladándolo a cada una de las corrientes epistemológicas de la psicología. Andolfi
(1989), considera que las necesidades insatisfechas en las relaciones con los miembros
significativos de la familia de origen quedan impresas en cada persona. Lo que conlleva
una demanda de satisfacción incompleta que permanece a lo largo del tiempo, generando
la búsqueda de dicha carencia emocional en otras relaciones, buscando así la
compensación de la ausencia original. Pero todos sabemos que buscar imitaciones nunca
logrará suplir al original, debido a que solo existe una similitud parcial de aquellas
personas que debían satisfacerlas.
Madres, padres y/o tutores legales tenemos un papel fundamental a la hora de establecer
un vínculo de apego seguro. Los vínculos de cuidado, afecto, y protección quetenemos
desde pequeños permanecen como señales que quedan grabadas para toda la vida en
nuestra memoria profunda, y a las que recurrimos continuamente como una forma de
repetición a la hora de vincularnos. La teoría del apego explica que estos modos de
relación y vinculación son transmitidos por padres e hijos, de generación en generación,
de tal modo que una vez que somos adultos solemos buscar compañeros, amigos o
parejas que reproduzcan este tipo de vínculos.
Llamamos vinculación a la cualidad de la relación afectiva bilateral y recíproca entre
madre, o cuidador primario, e hijo, que se desarrolla gradualmente en el primer año de
vida. Bowlby, uno de los más reconocidos psicólogos del desarrollo, plantea la
existencia innata de la conducta de apego en el recién nacido.
Cuando el apego ha sido conflictivo las emociones son difíciles y se pueden poner en
marcha mecanismos de defensa. El trabajo terapéutico busca crear experiencias
correctivas, buscar otra manera de relacionarse y de estar. Por esto el trabajo terapéutico
no es solo intelectual ni del conocimiento de la historia familiar, sino que incluye la
vivencia emocional, asumiendo, en algunas ocasiones, el vínculo sustitutivo del paciente,
siendo en ocasiones el terapeuta su “tutor resiliente”.
33
Framo (1996), a partir de la teoría de las Relaciones Objetales de Melanie Klein, indica
que “en las relaciones íntimas del presente ejercen una influencia decisiva en las fuerzas
transgeneracionales ocultas”. Es decir que, las dificultades familiares, parentales y
conyugales se consideran fundamentalmente, deseos de reparación, tendentes a afrontar,
corregir, dominar, revivir o anular paradigmas relacionales perturbadores procedentes de
las familias de origen. Como decía Haley, cuando hay coaliciones intergeneracionales
siempre hay disfuncionalidad, por ello la importancia de que haya una diferenciación
intergeneracional.
A través de las relaciones íntimas intentamos dar solución interpersonal a los conflictos
intrapsíquicos no resueltos. Muchos son los trabajos que han estudiado las dificultades
en el establecimiento de un vínculo seguro, así como las consecuencias que las
separaciones tempranas, o pérdida de un referente primario, pudieran originar en el
menor y en su manera de vincularse.
En relación al vínculo que se establece entre la persona cuidadora y el
niño, la Asociación Attachment Parenting International (API) establece
8 principios para asegurar un apego sano, conocidos como los 8
mandamientos de la Crianza con Apego:
1. Preparación para el embarazo, el parto y la crianza.
2. Alimentar con amor y respeto.
3. Responder con sensibilidad.
4. Practicar el contacto físico.
5. Facilitar un entorno física y emocionalmente seguro para el
descanso.
6. Proporcionar cuidados constantes con amor.
7. Usar la disciplina positiva.
8. Alcanzar un equilibrio entre la vida personal y familiar.
En gran medida, nuestra capacidad para reflexionar sobre la experiencia y nuestra
34
habilidad narrativa para contar historias coherentes sobre nuestras vidas está moldeada
por nuestras experiencias de apego familiares (Main et al., 1985; Crittendenn 1998).
Podemos describir los estilos de apego como modelos de comunicación “abiertos” o
“cerrados” en las familias, o como un conjunto de reglas comunicacionales (Minuchin,
1974), estableciendo diferentes modelos de apego familiar, que muestro a continuación:
Modelo familiar con apego seguro:
• La comunicación en la familia es aceptada.
• Estilo de comunicación asertiva en la comunicación.
• Aceptación en la expresión de emociones y sentimientos.
• Mayor nivel de empatía con el resto de miembros del sistema.
• Entorno seguro, de amor y respeto.
Modelo familiar con apego inseguro ambivalente o preocupado:
• Elevada intensidad emocional, dificultades para autorregularse.
• Estilo de comunicación agresivo o autoritario.
• Escala simétrica de acusaciones y agresiones entre sus miembros.
• Dificultades para tolerar emociones negativas en la comunicación
con otros miembros del sistema.
Modelo familiar con apego inseguro evitativo o negligente:
• Anulación de la expresión emocional, dificultades para identificar
y nombrar emociones.
• Comunicación más cerrada.
• Estilo de comunicación más permisivo, llegando a un nivel más
indiferente y negligente.
• Actitud evitativa o de rechazo entre sus miembros.
• Falta de empatía y detección de las necesidades del otro.
No obstante, no todos los trastornos aparecen frente a separaciones prolongadas o
pérdidas totales: de hecho ha habido muchos estudios sobre las consecuencias de
35
hospitalizaciones breves en el niño pequeño, de ellas cabe destacar los estudios de
Robertson. La teoría del Apego nos permite comprender los modelos de comunicación
del niño y su familia, describir un conjunto de reglas comunicacionales, y establecer
unas pautas con base en la tipología de apego.
Según el tipo de apego, algunas de las técnicas más comunes en terapia
son:
• Apego seguro: expresión de las necesidades y los sentimientos
positivos y negativos, aceptados reaccionando con reflexión y
comprensión.
• Apego evitativo: dado que la comunicación puede dar lugar a
distorsiones, por lo que la dramatización, el role-playing, el manejo
del conflicto y disminución de escaladas simétricas pueden facilitar
las relaciones familiares.
• Apego ambivalente: nombrar emociones, ponerse en el lugar del
otro, el autocuidado y relajación, contemplar narrativas alternativas,
o mediante preguntas circulares pueden promover un modelo de
comunicación más sano, fomentando la consciencia sobre uno
mismo
y de otros en interacción.
Arelene Vetere y Rudi Dallos21 muestran la aplicación de la terapia narrativa vincular,
un enfoque integrador, que surge de la relación de tres sistemas de pensamiento de la
psicoterapia: la teoría de los sistemas, la teoría del apego y la teoría narrativa,
proporcionando un marco de cuatro fases o escenarios de la práctica:
Fases de intervención desde la terapia narrativa vincular*:
1. Crear una base segura, conectando de manera cálida con todos los
36
miembros familiares. Explorando a fondo los problemas apoyando lo
que funciona bien, procesando la experiencia emocional.
2. Explorar narrativas y experiencias de apego dentro de un marco
sistémico, fomentando la socialización y empatía. Contextualizar las
historias dentro de las tradiciones de apego generacionales.
3. Considerar alternativas y decidir acciones, contemplando narrativas
alternativas y respuestas emocionales, animando a los miembros del
sistema a tomar riesgos emocionales, por ejemplo, a través de
dramatizaciones. Reconocimiento de las heridas como oportunidad
para la curación.
4. Mantener la base terapéutica y explorar el futuro, consolidando los
cambios deseados, promoviendo una comunicación más satisfactoria,
y un continuo apoyo a todo aquello que funcione bien. Realizando un
trabajo preventivo frente a posibles recaídas y elaboración de
posibilidades en el futuro.
*Según el modelo integrador de Arelene Vetere y Rudi Dallos
No todos los vínculos de apego son iguales, existen tipologías de estilos de apego como
personas, teniendo en cuenta que no se crean de forma automática, sino que se van
estableciendo poco a poco, principalmente entre los dos o tres primeros años de vida.
Los niños que han establecido apegos inseguros tienen una mayor probabilidad de
experimentar problemas y desajustes en su desarrollo físico, cognitivo, emocional y
social.
Por lo tanto, como terapeutas debemos detectar el estilo de apego familiar de cada caso
que atendemos, establecer las pautas adecuadas para que la terapia sea una base segura
en la que se pueda desarrollar la confianza y desde la cual el niño o familiar pueda tomar
los riesgos emocionales para llegar a interacciones más saludables y satisfactorias.
De este modo, a través de la terapia, se trata de acompañar a las familias con modelos de
comunicación de apego inseguro para generar nuevos vínculos más seguros, creando un
ambiente de confianza,teniendo en cuenta la premisa de que el contexto terapéutico
sirve de modelo para establecer relaciones funcionales que posteriormente se
reproducirán en otros contextos fuera del entorno de terapia. Es por ello, que el
37
profesional debe evitar que se repitan los patrones de conducta habituales que generan
conflicto en los miembros del sistema, para poder reparar y ofrecer a sus miembros
alternativas para desarrollar estrategias afectivas sanas.
38
1.4. Etapas emocionales del niño, niña y adolescente
No hay causa que merezca más alta prioridad
que la protección y el desarrollo del niño,
de quien dependen la supervivencia,
la estabilidad y el progreso de todas las naciones y,
de hecho, de la civilización humana.
Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de la Infancia
Como afirma Laura Gutman: “Todo anhelo de felicidad depende de nuestras
experiencias primarias. Aquello que hemos sentido siendo niños –cuando el bienestar y
el placer deberían ser recibidos por parte del adulto que nos cuidaba porque no lo
podíamos generar por nuestros propios medios– va a condicionar la calidad de todo
nuestro abanico de percepciones. Durante la niñez se organizan las sensaciones básicas,
que luego van a ser el soporte de toda nuestra organización psíquica posterior: nuestras
creencias, opiniones, pensamientos, órdenes amorosos, sexualidad, seguridad interior,
libertad y despliegue.
Por ello la terapia debe estar adaptada a las circunstancias y características de cada
familia, así como a su etapa de ciclo vital. Cuando hablamos de un menor es
fundamental tener en cuenta sus diferentes áreas de desarrollo: como es el físico,
cognitivo, emocional y social, ya que, existen diversas teorías que explican el desarrollo
humano, y que no pueden ser explicadas desde una misma disciplina.
Aún se menciona principalmente a Piaget22 cuando hablamos del niño. Pero existe poca
literatura científica acerca del desarrollo emocional del niño, o de la inteligencia
emocional en la infancia. A pesar de que muchos eruditos de la psicología infantil siguen
defendiendo el conductismo como único paradigma efectivo. No obstante este libro no
trata de hacer una crítica, sino una reflexión, así como de ofrecer otras alternativas,
efectivas, aplicables en el terreno de la psicología infantil, así como destacar la
importancia de la incorporación de la familia en las intervenciones.
Conviene tener en cuenta los hitos de desarrollo de cada etapa evolutiva del niño,
considerando los diversos logros de acuerdo al vínculo con sus referentes primarios, así
como algunas variables culturales, de género o familiares, respetando la variabilidad e
individualidad de cada niño. Ya que, con frecuencia, me encuentro en sesión a padres
39
que exigen a sus hijos que procesen, entiendan y adquieran actitudes y habilidades que
aún no están capacitados para ello. Parte de mi labor profesional consiste en indicarles la
etapa evolutiva de su hijo y las actitudes más esperadas, teniendo en cuenta, además, de
la incoherencia o la tendencia que tenemos los adultos a exigir actitudes que luego
nosotros no respetamos, por ejemplo, cuando pedimos a nuestros hijos que no griten al
mismo tiempo que estamos haciéndolo en un tono elevado.
Para ello en el presente capítulo expongo algunas claves que nos permitirán valorar si el
desarrollo emocional del niño, niña o adolescente se encuentra ajustado a su momento
evolutivo de acuerdo a algunos indicadores claves en su desarrollo afectivo.
En alguna ocasión he visto a padres reclamando a sus hijos que les entiendan, o que
incluso se pongan en su lugar, cuando apenas habían cumplido los cuatro años. O
molestos porque sus hijos siempre quieren ganar o hacen trampas en el juego, o porque
mienten, o porque no recuerdan lo que han comido en el colegio, o porque son muy
egocéntricos… En casos de padres separados, también me encuentro con frecuencia que
uno de los padres se muestra molesto porque el menor no le cuenta lo que ha hecho con
el otro progenitor. Es importante que los adultos sepamos identificar en qué fase se
encuentra el niño o adolescente, tanto a nivel intelectual como emocional, así como
cuáles son sus capacidades básicas, los mensajes que deber recibir del adulto, qué ayudas
necesita para poder dar el paso a la siguiente fase, y qué tipo de recomendaciones o
prácticas tanto terapéuticas como pedagógicas son las más habituales en la interacción
con ellos.
Cuando hay una carencia de las necesidades fundamentales de la infancia, la nutrición y
protección, cuando estas no han sido o no están siendo cubiertas, con el objeto de
avanzar a etapas posteriores, surge la búsqueda de una compensación de la esencia
original. Se produce una vuelta al origen del vínculo más primitivo. Dicha regresión se
desarrolla para poder volver, para el progreso, y no tenemos por qué temer que se
perpetúe en el tiempo, sino acompañar al niño en dicho proceso regresivo, que
posteriormente le permitirá avanzar de manera más saludable.
Conviene tener en cuenta que, según Piaget, el criterio moral no se adquiere hasta los 5 o
6 años del niño. Previamente se produce una imitación, lo que les llega es la emoción
con la que el adulto le está hablando. El primer estadio de Kohlberg, psicólogo
estadounidense que profundizó en la teoría del desarrollo moral de Piaget, que llama
heteronomía, abarca un periodo en que la ley moral es impuesta por otros, y comprende,
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normalmente, entre los 4 y los 10 años de vida. La norma es concebida como algo
exterior y coercitivo. El mundo se divide en grandes categorías: bueno-malo, mentira-
verdad, correcto-incorrecto.
Por otro lado, la conciencia empática está en constante desarrollo a través de la infancia,
adolescencia y edad adulta, pero su desarrollo en la infancia dependerá, en gran medida,
del vínculo con sus figuras de referencia. El proceso de captar del otro, estados
emocionales, mensajes verbales y no verbales, y ejecutar las conductas apropiadas, es un
proceso tan complejo, que muchas veces ni siquiera los adultos somos capaces de
gestionar.
Como sostenía Murray Bowen: “Los niños desarrollan ciertos rasgos de personalidad
fijas según la posición que ocupan entre sus hermanos. El conocimiento de estos rasgos
es importante a la hora de determinar la parte que le toca a cada hijo en el proceso
emocional familiar, y determina los patrones familiares de la generación siguiente,
siendo indicadores relevantes a la hora de ayudar a una familia a reconstituirse en la
terapia”.
Para poder valorar a una familia con menores como integrantes de la misma, es
fundamental, previo a un abordaje familiar, conocer su capacidad cognoscitiva,
emocional y física. Como referencia, de manera sencilla, basándonos en la clasificación
de Pamela Levin23, a continuación, resumo las diferentes edades de desarrollo, en
términos afectivos, así como los mensajes o variables a tener en cuenta en la vinculación
con el niño, niña o adolescente:
Etapa 1. El poder de existir. (0-6 meses)
En esta etapa el bebé desarrolla su potencial de SER, sus capacidades básicas de
supervivencia son: llorar, succionar y ser tocado. Teniendo en cuenta que se trata de una
etapa simbiótica, las necesidades del bebé son: confiabilidad, rutinas, humores de la
figura de apego, quietud, ser acunado. Para ello el cuidador o cuidadores primarios
requieren de una intuición y atención por su parte.
Los mensajes que, de manera directa o indirecta, consciente o inconsciente necesita el
bebé en esta etapa de su referente primario son:
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• Está bien que seas alimentado, tocado y cuidado. Tienes derecho
a estar aquí.
• Me alegro de que seas niño o niña.
• Para mí está bien que tengas necesidades.
• Me gusta abrazarte, estar cerca de ti, tocarte.
• No tengas prisa, puedes tomarte el tiempo que necesites.
En el próximo apartado comentaremos las actividades, ejercicios o prácticas pedagógicas
a través de las cuales podemos reforzar y fomentar cada una de estas etapas de
desarrollo.
Etapa 2. El poder de hacer. (6-18 meses en niñas,a 24 en niños)
En esta etapa aparece una mayor movilidad del bebé, a través de conductas de gateo,
mirar, tocar, oler, llevarse el mundo a la boca. Comienza un proceso de diferenciación de
la figura de referencia, aunque muestre preferencia clara por él o ella. Implica vigilancia
mientras explora, mayor iniciativa y curiosidad por todo lo que le rodea, por
experimentarlo. Comienza a captar el espacio y sus conceptos (suave, duro, cerca, lejos,
tamaño grande, pequeño…). Aparece la intuición sobre las cosas y las personas, lo que
le permite manipular con sus encantos o sus lloros para conseguir lo que quiere en el
momento. Inicia el aprendizaje de la separación física de la figura vincular de referencia.
Requieren de cariño, amor y reconocimiento por lo que son. Puede que no sean capaces
de hablar o reivindicar sus derechos, pero aman, y necesitan ser amados.
Mensajes que, de manera directa o indirecta, consciente o inconsciente necesita el bebé
de sus figuras de referencia:
• Está bien que te muevas, explores, que sientas tus sentimientos,
y que seas cuidado mientras lo haces.
• Está bien que explores y experimentes.
• Puedes hacer cosas y conseguir apoyo al mismo tiempo.
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• Puedes ser curioso e intuitivo.
• Puedes conseguir atención y aprobación además de actuar de la
forma que realmente sientes.
Etapa 3. El poder de pensar. (2-3 años)
En esta fase hay una mayor separación, diferenciación del otro. Ya pueden aprender a
esperar. Incorporan mejor el NO, responden a límites, con afecto. Mayor presencia del
lenguaje adquirido: ya pueden pedir en vez de llorar.
Mensajes que, de manera directa o indirecta, consciente o inconsciente, necesita recibir
del adulto en esta etapa:
1. Está bien presionar y probar, descubrir límites, decir no y que te
separes de mí.
2. Puedes pensar por ti mismo. No tienes por qué cuidar de otros
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pensando por ellos.
3. No tienes por qué estar dudoso, puedes estar seguro sobre lo que
necesitas.
4. Puedes pensar sobre tus sentimientos y sentir sobre tus
pensamientos.
5. Puedes dejar que los otros se enteren cuando estés enfadado.
6. Me alegro de que seas mayor.
Etapa 4. El poder de construir su identidad. (3-6 años)
A lo largo de este periodo existe una mayor capacidad e interés por saber quién es, qué
clase de persona es. Aprende las reglas, normas, acerca del mundo y a estructurar su
tiempo. Aparece el maravilloso mundo de la fantasía. Mayor capacidad para elaborar y
entender un duelo, que además será el modelo de cómo elaborará futuros duelos a lo
largo de la vida. Sigue necesitando que el adulto le acompañe en el pensamiento, ya que
aún no entiende ni comprende las leyes de la responsabilidad, ni tiene un pensamiento
reflexivo, por lo que tenderá a repetir sus comportamientos. Así que, adultos, no nos lo
tomemos como algo personal, aún no disponen de la madurez cognitiva para razonar
adecuadamente todo lo que les pedimos o decimos. Por lo que tienden a expresar más
con su cuerpo que con su palabra, por lo que conviene que también los adultos seamos
capaces de entender lo que nos están pidiendo a través de su conducta.
Por ejemplo, en esa tendencia actual que hay de llevar a los niños al “rincón de pensar”
cuando el niño aún no tiene la capacidad de pensar por sí mismo sobre lo que está bien o
mal, sino que requiere que el adulto le explique y acompañe en dicho aprendizaje.
Los mensajes que, de manera verbal o no verbal, el niño o la niña necesita recibir en esta
fase de desarrollo:
1. Está bien que tengas tu propia visión del mundo, ser quien eres
y probar tu poder.
2. Está bien imaginar cosas sin tener miedo de que se harán realidad.
3. No tienes por qué asustarte, enfermarte, entristecerte o enfadarte
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para ser cuidado.
4. Puedes ser poderoso y tener necesidades.
5. Está bien saber las consecuencias de tus actos.
6. Está bien que explores quién eres tú.
7. Es importante para ti sacar consecuencias sobre quién eres.
Etapa 5. El poder de hacerse amigos. (6-12 años)
Esta etapa es muy amplia, ya que abarca muchos cambios en el desarrollo, pero se
caracteriza, principalmente por la influencia del contexto educativo y la socialización. Es
una etapa de asentamiento del equilibrio socio-afectivo. El niño está más centrado en el
mundo exterior y hacia el juego colectivo, pasa más tiempo con sus iguales. Surgen
conflictos, y son positivos, ya que les ayudan a madurar, mientras no perduren en el
tiempo, pero siguen requiriendo de la supervisión, con mayor distancia, y refuerzo del
adulto. Aparece el poder de logro, fomento de las expectativas, objetivos, metas… que
influirán en la consolidación de su autoestima.
En esta etapa, necesitan: pertenecer a un grupo, elegir a sus amigos con libertad,
desarrollar su autoestima, fomentar su pensamiento crítico, y que este sea respetado por
el adulto, cometer errores, experimentar nuevas vivencias, descubrir el mundo que le
rodea… En el próximo apartado comentaremos con más detalle cómo fomentar cada uno
de estos conceptos.
Etapa 6. El poder de regenerar. (12 a 18 años)
Se podría identificar con la adolescencia. La OMS define la adolescencia como el
periodo de crecimiento y desarrollo humano que se produce después de la niñez y antes
de la edad adulta, entre los 10 y los 19 años. Es una etapa que se caracteriza por una fase
de crecimiento y desarrollo acelerado añadido a diversos cambios biológicos. La
segregación de hormonas sexuales en este periodo genera diversos cambios físicos y de
comportamiento. El adolescente está más centrado en el mundo exterior y hacia los
pares, ya que pasan más tiempo con sus iguales. Tras haber tenido una mayor
dependencia del adulto durante la infancia pasa a una mayor independencia en la
adolescencia, pero sigue necesitando del adulto. De hecho, cuanto más necesita al adulto
mayor necesidad tiene que conflictuar con él. Es la fórmula para poder adquirir la
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seguridad e identidad que necesita, a través del adulto, de poder separarse
progresivamente. Cuanta mayor dependencia hay por parte del adolescente, mayor
percepción de riesgo hay en la separación, que a veces manifiesta a través del conflicto y
enfrentamiento con las figuras de autoridad.
En esta etapa existe una mayor influencia del contexto educativo y la socialización, con
un asentamiento del equilibrio socio-afectivo, lo que lleva en ocasiones a sufrir una
tormenta emocional. Suelen surgir conflictos, pero son positivos, ya que les ayudan a
madurar, mientras no perduren en el tiempo.
La mitad de los adolescentes duermen menos horas de las que deberían, bien porque
aprovechan la noche para conectarse a la tecnología, porque es su momento de soledad
sin que se sientan controlados por un adulto y se acuestan tarde, a pesar de que una etapa
de crecimiento donde el organismo requiere de más horas de descanso. Esta falta de
sueño conlleva a desarrollar somnolencia matutina, síntomas de irritabilidad, estrés y
depresión, incluso puede afectar al crecimiento del menor, ya que por la noche es cuando
más se segrega la hormona del crecimiento. Para ello los padres también deben fomentar
desde la infancia la adquisición de una higiene del sueño adecuada.
En la adolescencia aún no se ha madurado por completo el cerebro, siendo la corteza
prefrontal la estructura cerebral en desarrollo. Esta zona está vinculada directamente con
la impulsividad, donde hay una mayor tendencia a la exposición al riesgo en la
adolescencia. Algo similar ocurre con el procesamiento de las emociones, donde hay
funciones cognitivas en proceso de maduración, como son la atención, la capacidad de
planificación, la memoria a corto plazo, la capacidad de concentración… Esto justifica
muchas de las actitudes propias de la adolescencia como es la falta de orden, los cambios
de humor, la falta de motivación, así como la impulsividad.
Etapa de reciclar
Puede aparecer en cualquier momento de la etapa adulta. Nuestro desarrollo en una
época de la vida está conectado con otras etapas de la vida anterior y esto puede generar
regresiones y repeticiones.

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