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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE ECONOMÍA “LAS BURBUJAS ESPECULATIVAS COMO EFECTO DE LA INNOVACIÓN FINANCIERA A TRAVÉS DE LA HISTORIA” TESINA QUE PARA OBTENER EL GRADO DE LICENCIADO EN ECONOMÍA PRESENTA ALEJANDRA RUIZ NARVÁEZ DIRECTOR DE TESINA DR. EDUARDO RAMÍREZ CEDILLO CIUDAD DE MÉXICO, JUNIO, 2018 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A Beatriz, Índice General INTRODUCCIÓN ..............................................................................................................................................1 CAPÍTULO 1: PENSAMIENTO ECONÓMICO ANTE LA NATURALEZA DE LA BURBUJA .............................................3 1.1 ESTUDIOS GENERALES SOBRE LA BURBUJA Y LAS CRISIS .......................................................................3 1.1.1 La ilusión de la eficiencia de mercado y el precio justo ......................................................................4 1.1.2 Primeros pasos en el estudio de la burbuja y las crisis........................................................................6 1.1.3 Comprensión Keynesiana ante el optimismo, la crisis y la inestabilidad inherente ...............................9 1.1.4 Innovación financiera y comportamiento de las masas .................................................................... 15 1.2 LOS USOS DE LA HISTORIA ................................................................................................................ 23 CAPÍTULO 2: MARCO HISTÓRICO Y DESARROLLO DE LAS GRANDES BURBUJAS DURANTE EL SIGLO XX ............... 25 2.1 LOS AÑOS VEINTE: LA PRIMERA BURBUJA INMOBILIARIA Y LA GRAN DEPRESIÓN................................. 25 2.1.1 El auge de las tierras en Florida ...................................................................................................... 26 2.1.2 Optimismo estadounidense y las ganancias económicas .................................................................. 27 2.1.3 El crac de 1929 .............................................................................................................................. 28 2.1.4 Consecuencias y políticas gubernamentales ante la Gran Depresión................................................. 31 2.2 LOS OCHENTA: EL MERCADO ALCISTA Y LA CAÍDA DE 1987 ................................................................. 32 2.2.1 El gran “bull market” ..................................................................................................................... 33 2.2.2 Desastre de Wall Street en 1987 .................................................................................................... 34 2.2.3 Perspectivas y propagación de las consecuencias ............................................................................ 35 2. 3 JAPÓN: ASCENSO Y DESCENSO EN UNA ECONOMÍA DE CRÉDITO........................................................ 38 2.3.1 Gestación de una burbuja económica ............................................................................................. 39 2.3.2 Una economía de crédito insostenible ............................................................................................ 42 2.3.3 El fenómeno bursátil en territorio oriental ...................................................................................... 44 2.4 PUNTOCOM: LA NUEVA MANÍA DE LAS MASAS.................................................................................. 46 2.4.1 Sobrevaloración irracional en el mercado de valores ....................................................................... 47 2.4.2 La respuesta de Alan Greenspan .................................................................................................... 48 2.4.3 La agonía de las empresas de internet ............................................................................................ 50 2.5 EL MERCADO SUBPRIME: ¿UNA BURBUJA RECONOCIBLE? .................................................................. 51 2.5.1 El esplendor de las novedosas herramientas financieras .................................................................. 53 2.5.2 Relación crédito – garantía ............................................................................................................ 54 2.5.3 Alimentando la burbuja ................................................................................................................. 55 2.5.4 Explosión y el derrumbe mundial ................................................................................................... 58 CAPÍTULO 3: TEORÍAS, ETAPAS Y EFECTOS DE LAS BURBUJAS FINANCIERAS EN LA ECONOMÍA .......................... 60 3.1 TEORÍAS DE LA BURBUJA .................................................................................................................. 61 3.1.1 Teorías psicológicas y sociales ........................................................................................................ 61 3.2 SECUENCIA DEL AUGE-BURBUJA-ESTALLIDO ...................................................................................... 65 3.2.1 Fase de sigilo................................................................................................................................. 66 3.2.2 Fase de conocimiento. ................................................................................................................... 66 3.2.3 Fase de manía. .............................................................................................................................. 66 3.2.4 Fase de arrebato. .......................................................................................................................... 67 3.3 LOS EFECTOS DE LAS BURBUJAS FINANCIERAS EN LA ECONOMÍA Y POLÍTICAS APLICABLES................... 68 3.3.1 ¿Pueden las burbujas “crear” riqueza? ........................................................................................... 68 3.3.2 Los impactos negativos de las burbujas .......................................................................................... 70 3.3.3 Regulación financiera .................................................................................................................... 70 3.3.4 Recomendación de políticas........................................................................................................... 71 CONCLUSIONES ............................................................................................................................................ 74 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ...................................................................................................................... 77 1 INTRODUCCIÓN Uno de los problemas que ha resultado difícil de resolver a los largo del tiempo surge de la valuación de activos. En respuesta a este reto, se creó el término de la economía de libre mercado, en la que el precio de un activo es designado entre oferta y demanda de los compradores y los vendedores. Una parte busca comprar al menor precio posible y la otra, vender al mayor posible que pueda ofrecer: cuando la demanda es alta, los precios tienden a subir y viceversa. Los dos tipos de activos con mayor preponderancia -y dinero- en el mundo son las acciones corporativas y los bonos gubernamentales. De acuerdo a la economía clásica, el “precio es justo” porque está expuesto a la negociación entre un comprador y un vendedor -ambos racionales-, a un precio apropiado para el activo o bien. Desafortunadamente, la repetición de ciertos eventos específicos a lo largo de la historia sólo ha evidenciado, en frecuentes intervalos, que este sistema se comporta de una manera inesperada y frenética, golpeando de manera enérgica al mercado financiero. El proceso especulativo ha reincidido con el paso del tiempo, con pequeñas y menores variaciones, pero el ciclo se ha repetido a sí mismo una y otra vez. Para recalcar el punto, basta recordar la fiebre de los tulipanes en Holanda durante el siglo XVII; la burbuja de los mares del sur (South Sea Company), produciendo el desplome de 1720; el esplendor de las tierras en Florida en la década de los veinte, de la mano del ascenso y descenso estrepitoso del mercado de capitales a finales la misma década; el gran bull market (mercado alcista) en activos de 1982 a 1995; el auge japonés de los años ochenta; la puntocom de 1996 hasta 2000; y la mayor de todas, la crisis subprime en 2002-2007. Por si no fuera suficiente, la atmósfera de la burbuja tiene como trasfondo las múltiples -y oportunas- desregulaciones, que dan paso a todo el sistema para operar bajo sus propios criterios. Se vivió bajo el credo de los mercados desregulados que sólo trajeron repetidas pretensiones de los mercados financieros. Entonces, para entender el proceso de formación de las burbujas, es necesario indagar en el elemento humano: avaricia, externalidades, 2 expectativas y comportamiento en “manada”, pero sin dejar de lado el ámbito -no menos importante- de la innovación financiera. Este trabajo tiene como objetivo desenmarañar las burbujas financieras como fenómeno económico. El primer capítulo se enfocará en el pensamiento de aquellos economistas que trataron de entender a las burbujas: ¿por qué surgen?, ¿cómo es que parecen propagarse?, ¿cuáles son las consecuencias?, ¿cómo nos comportamos ante ellas?, ¿sólo están correlacionadas a los mercados financieros? y demás cuestionamientos que han surgido a lo largo del tiempo. Bajo este orden de ideas, nos adentraremos aquellas burbujas financieras alrededor del mundo que sobresalieron en la era moderna, es decir, desde la aparición de los mercados de capitales y finalizando en aquella famosa subprime. Se abordarán los inicios, desarrollos y consecuencias de las mismas, llevándonos a un tercer capítulo que intentará explicar los planteamientos modernos que de ellas se tiene. 3 CAPÍTULO 1: PENSAMIENTO ECONÓMICO ANTE LA NATURALEZA DE LA BURBUJA Antes del siglo XIX, los mercados de valores eran tan pequeños que parecían insignificantes para el conjunto de la sociedad, pero el fin del siglo XX marcó un antes y un después en el desarrollo de los mercados de valores modernos y que a su vez, fue determinante para concebir de una nueva forma el riesgo comercial y la diversificación. Este “nuevo” mercado permitió sentar las bases para la separación entre los dueños de las empresas y sus gestores -que pudieron emprender negocios arriesgados sin exponer su capital propio-, representando el desarrollo de la ingeniería financiera humana. Bastantes son los economistas teóricos que tienen una concepción común por el cual un boom se convierte en una burbuja y luego estalla, que será explorado más adelante a detalle. En muchos casos, existe base legítima de una expectativa de crecimiento (como la electrificación generalizada, la expansión de los automóviles en los años 1920, o la introducción de la computadora personal y el internet en los noventa), que lleva a la inversión de nuevo dinero y produce el auge. Este apogeo se expande en una burbuja, mientras que la base original de la inversión es gradualmente desplazada por un momentum buying (momento de compra) cuando los especuladores invierten solamente porque el precio del activo que está subiendo sin tener en cuenta los méritos de la organización. Conforme los precios suben, más especuladores son succionados por este vacío. Eventualmente, cuando el valor del activo alcanza proporciones épicas -y sin soporte-, la burbuja explota y la crisis se presenta. La importancia que tiene el término “crisis” es que siempre irá asociado a una gran destrucción. Lo intrigante de las crisis como resultado de una burbuja especulativa, “es que aunque se sabe dónde va a caer, pocos saben dónde y cómo va a golpear” (Janeway, 1990). 1.1 ESTUDIOS GENERALES SOBRE LA BURBUJA Y LAS CRISIS La crisis financiera es, por principio, el hundimiento de una creencia colectiva. Una de las verdades fundamentales de las finanzas es que, ciencia o no, son creadas por personas con formaciones especializadas que se encargan de generar el ambiente propicio, mediante el uso de la racionalidad científica, para disimular que las finanzas están, en principio, gobernadas por las fuerzas elementales de la opinión y las creencias. 4 Pese a su sofisticación, algunos modelos sólo valen por las hipótesis que las sustentan, más que por su acertada aplicación a la práctica y evento por el cual las creencias financieras se derrumban, pero que también son útiles a la hora de justificar un cambio de paradigma. Prueba de ello es que “las creencias financieras renacen rápidamente de su devastación para dar lugar de nuevo al movimiento frenético de los participantes” (Kindleberger, 1978). Una cosa es segura en cualquier caso: cuando una creencia financiera se hunde, se produce un gran fracaso y se requiere de la participación de agentes externos, capaz de poder comunicar que todos ellos piensan lo mismo. En las finanzas, esta participación toma la forma de un suceso contundente y evidente para todos: una quiebra. 1.1.1 La ilusión de la eficiencia de mercado y el precio justo Muchos de los estudios económicos actuales, están obsesionados en mostrar cómo y por qué los mercados funcionan -y funcionan bien-. La preocupación de eso data desde los orígenes de la propia economía, empezando con el escocés Adam Smith que en su tratado de 1776, La Riqueza de las Naciones, incluyó la metáfora más que famosa de la mano invisible para capturar el vistoso milagro en el que los egoístas y divergentes intereses de los agentes económicos, de alguna manera, convergían en un estable y autorregulado sistema económico, es decir, a la eficacia económica. Smith, sin embargo, no incluyó en su saber muchas de las vulnerabilidades del capitalismo. Esto era entendible: como otros economistas, él centraba su estudio en tratar de explicar cómo los mercados capitalistas eran exitosos, más no por qué fallaban. Entrado ya el siglo XIX, muchos economistas orientaron su análisis al refinamiento de las ideas de Smith. De hecho, si los economistas de aquél siglo tuvieran un consenso, todos abogarían por la idea de que los mercados fundamentalmente se autorregulan, siempre moviéndose hacia cierto “equilibrio mágico”. Un puñado de economistas como David Ricardo, Jean-Baptiste Say, Léon Walras y Alfred Marshall, pulieron los fundamentos de Smith y comenzaron a construir y a sentar las bases matemáticas para probar este punto. La fe en la estabilidad fundamental de los mercados dieron ascenso a un importante corolario: si los mercados son fundamentalmente autorregulados y la 5 sabiduría colectiva siempre es correcta, entonces el precio de los activos comprados y vendidos en el mercado es correcto y justificado. Los economistas de principios del siglo XX intentaron darle a esta teoría algo de validez científica basándose en el trabajo del matemático francés Louis Bachelier, cuya obra Théorie de la Spéculation, alegaba que “el precio de un activo refleja de forma fiel toda la información conocida acerca del mismo” (Bachelier, 1900). De acuerdo al autor, no existe ningún activo sobre o subvaluado ya que el mercado es un reflejo perfecto de los fundamentos subyacentes. Esto quiere decir que un cambio dramático en los precios de los activos solamente es una respuesta racional y automática a nueva información. Sin embargo, uno de los grandes logros intelectuales de mediados del siglo XX -debido a Gerard Debreu de la Universidad de California en Berkeley y a Kenneth Arrow, de la de Stanford, por el que ambos fueron galardonados con el premio Nobel de Economía- consistía en fijar un conjunto de condiciones sin las cuales, la mano invisible de Adam Smith no podía funcionar. Entre ellas se incluía un gran número de condiciones poco realistas: información perfecta, competencia perfecta y una póliza que asegurara cualquier riesgo posible. Aunque se reconociera que todos estos supuestos son existentes en el mercado, si el mundo real no se alejaba de tales supuestos, la mano invisible de Smith seguiría sirviendo como descripción fiel de la economía… pero esta ilusión se basaba más en la fe, que en la ciencia. Al final, el modelo tuvo grandes fallos y no pudo comprobarse que la autorregulación del mercado pudiera desmoronarse. En teoría, la Gran Depresión debió haber puesto un fin a este tipo de afirmaciones, pero los departamentos académicos de economía y finanzas inyectaron nueva vida a esta falacia. La mayoría del crédito -si se puede encontrar una palabra- va al departamento de economía de la Universidad de Chicago. Ahí, un profesor llamado Eugene Fama y otros simpatizantes de las políticas económicas del laissez-faire, dedicaron su tiempo a construir elaborados modelos matemáticos dirigidos a demostrar que los mercados son racionales y eficientes. Su teoría postulaba que el precio de cualquier activo en cierto tiempo dado, es siempre el correcto donde, toda la información pública era inmediata y correctamente incorporada al precio del activo y que cualquier cambio futuro en el precio dependería enteramente de cosas aún no conocidas. Este pensamiento engendró la teoría random walk (caminata aleatoria): cuando se trata de elegir 6 acciones, no hay ningún motivo para tratar de vencer al mercado y bajo esta lógica, es mucho mejor simplemente seleccionar acciones al azar manteniendo esa elección, ignorando el movimiento de las mismas. Los economistas que siguieron esta corriente en los años de la posguerra le dieron el beneficio de la duda, aceptando que los mercados pueden ser más o menos eficientes, dependiendo de ciertas variables. Pero el grueso del empuje, es decir, que los mercados son eficientes e incorporan todos los elementos conocidos a los precios, se mantuvo como un dogma en las escuelas de negocios y las secretarías de economía. Para 1970, la hipótesis de los mercados eficientes había sido aceptada convencionalmente, siendo predicada por los académicos de la Universidad de Chicago y otras partes. Durante años, se han venido apilando las pruebas necesarias de que los mercados, de una u otra manera, presentan errores repetidamente. Aunque, con el paso del tiempo, el precio de las acciones ha mantenido cierta relación razonable con la información, no se puede decir lo mismo de sus alzas y bajas. Por tal, uno de los resultados irrefutables de los mercados eficientes (aquellos que reflejan toda la información necesaria) reside en que no se puede vencer al mercado, inclusive, invirtiendo grandes sumas de dinero en la investigación y estudios del comportamiento del mismo. 1.1.2 Primeros pasos en el estudio de la burbuja y las crisis El teórico político que se convirtió en economista, John Stuart Mill, en su extensa lectura Principios de Política Económica, trata de generalizar cuáles son las causantes del auge especulativo y los declives que se han vuelto recurrentes en su periodicidad. El lenguaje que utiliza para describir este fenómeno es anticipado a economistas del comportamiento como Shiller. Las burbujas, como creía Mill, comienzan cuando existe un shock externo –un nuevo mercado, por ejemplo- que establece especulación directamente en el trabajo. Conforme los precios suben, la expectativa de los otros agentes es que la riqueza se propague dando entrada a numerosos imitadores y la especulación no sólo va más allá de lo que se justifica con las expectativas del alza en precios, sino se extiende a sí misma a articulaciones sin límite aparente, siendo así que el aumento de los precios engendra más ganancias y una burbuja autosostenible se forma. La burbuja sola no crea una crisis, bajo este orden, Mill reconoce que: 7 “El crédito y la deuda crean un rol esencial. Conforme la burbuja se va fortaleciendo, una gran expansión del crédito toma lugar. Aquellos agentes contagiados por la euforia emplean más crédito libremente, bajo un espectro de inusuales y grandes ganancias donde el sentimiento de riesgo y aventura predomina. A la vez, esto supone que aquellos agentes no inmiscuidos en el mercado toman créditos más grandes y a mayor plazo. Invariablemente, el auge concluye cuando una falla inesperada de un puñado de firmas argumenta una desconfianza generalizada en el mercado, desprendiendo incertidumbre y haciendo que el crédito siguiente sea inseguro. Incapaces de pagar sus deudas, las firmas colapsan y las bancarrotas se amplían en el mercado. Conforme los créditos se evaporan, los precios caen, el pánico se abre en el mercado, una crisis comercial sobreviene y la baja en los precios excede a su propia alza. El desplome del mercado se esparce por todo el sector financiero al resto de la economía, destruyendo negocios, llevando al desempleo y contribuyendo a una condición de más o menos empobrecimiento” (Mill, 1848). John Stuart Mill proveyó una muy buena aproximación de un modelo clásico del ciclo auge- caída, complementado con características que no son aplicables al mundo en el que nosotros vivimos hoy en día. No obstante, él expone que un shock externo o un catalizador del boom produce una manía especulativa llevada por la psicología, más no por fundamentales. Es un mecanismo que se retroalimenta y manda los precios a niveles exorbitantes donde el crédito es accesible para casi todos que culmina en el inevitable crash del sistema financiero, seguido por los daños colaterales a la economía real de empresas y trabajadores. A las ideas de este último, siguieron otros serios pensadores que trataron de generalizar los denominados ciclos del empleo. Uno de ellos y de los más importantes, fue William Stanley Jevons, cuya teoría puede resultar un poco cómica desde un punto de vista del siglo XXI -donde no es nada reveladora-, creía que alguna “ruptura” externa al mercado, pone en movimiento algunos eventos que culminan en crisis. Estas periódicas rupturas, Jevons creía, eran causadas por… manchas solares. Estas variaciones solares rompían el clima del planeta, el cual afectaba a la producción de agricultura, que cambiaba eventualmente poniendo a naciones avanzadas (las que dependían de este sector) fuera del balance, como Gran Bretaña. Con tales rupturas, el ímpetu especulativo florecía antecediendo a la crisis. Tan absurdo como suene ahora, la tesis subyacente de Jevons -que las crisis nacen de eventos completamente externos y de una forma separada al capitalismo- tiene una tremenda aplicación para el siglo XIX y continúa resonando hoy en día. El problema, como Jevons decía, no es que se origina dentro del sistema, sino fuera de él -en este caso, fuera de este espacio-. Las manchas solares (la causa externa), van de la mano con las ideas de aquellos miembros de la 8 escuela clásica de economía, donde sostienen básicamente que los mercados se autorregulan. Es decir, ellos pueden ser interrumpidos por eventos externos que son necesariamente elásticos y no pueden colapsar. Otra visión fue ofrecida por un pensador más controversial. Contrario a Mill y Jevons -como la mayoría de los economistas del siglo XIX-, Karl Marx creía que la crisis era en parte inherente al capitalismo y el inminente signo de ella era un colapso inevitable. De hecho, si Adam Smith escribió para alabar al capitalismo, Karl Marx escribía para destrozarlo. Históricamente, Marx creía en la lucha constante entre dos clases sociales antagónicas: la clase capitalista o burguesía, propietaria de las empresas y otros medios de producción; y la siempre creciente clase del proletariado. El análisis central de Marx se basa en un argumento en el que el valor real de los bienes depende de la labor humana que está incluida en ellas. Conforme los capitalistas sustituyen a los trabajadores por máquinas en un intento por bajar costos, las ganancias caen de forma perversa. Este declive podría estimular a los capitalistas a cortar los costos aún más, eventualmente llevando a la economía a una crisis que nace de la sobreproducción y del desempleo. En este punto, una brutal sacudida desencadena olas de bancarrotas y consolidaciones. En su Manifiesto Comunista (publicado a la par en que Mill mostró sus Principios de Política Económica), Marx acertó en que las crisis comerciales, por su retorno periódico, ponen de forma más amenazante la prevalencia de la clase burguesa causando que la crisis sólo se intensifique. La explicación a lo previo surge porque en un lado, la burguesía se ve forzada a la destrucción de la masa productiva del trabajo; por el otro, conquista nuevos mercados y explota más los antiguos, disminuyendo las explicaciones de cómo una crisis puede ser prevenida. Si de ello se trata, la burbuja que aquí se forma, tiene como eje la especulación sobre los factores del capital. Es decir, la burguesía esperando crecientes ganancias dado el reemplazo de mano de obra por maquinaria, invierte más en esta causando que los trabajadores no puedan tener mayor propensión al consumo que, a su vez, tiene como consecuencia un menor consumo y por ende, ganancias inferiores a las esperadas por los propietarios de los medios de producción. La burbuja nuevamente culmina en la inevitable e inherente crisis que advierte el autor. En su estimación, “el capitalismo es el caos encarnado que inevitablemente hará inmersión en el abismo, llevando a la economía con él” (Marx, 1848). 9 Además de ser un destacado pensador económico-político, Marx concibió al capitalismo como un sistema que seguramente se gobernaba a sí mismo. El capitalismo, como él advirtió, está “condenado” -cosa que aún en nuestros días no ha sido enteramente comprobado-, pero su punto más importante y extenso (la crisis es endémica al capitalismo) trajo una importante reflexión: después de Marx, los economistas tuvieron que cuidar la posibilidad de que “el capitalismo contenía las propias semillas de su destrucción” (Stiglitz, 2003). Las crisis no están en función de algo banal como la apertura de nuevos mercados o cambios psicológicos de los inversores, mucho menos en manchas solares: el capitalismo es la crisis. Joseph Stiglitz introdujo el nivel de inestabilidad e incertidumbre que no habían tenido precedentes en la historia humana, de cual, se hablará más adelante. Pero la visión de Marx no fue sabiamente compartida. La mayor corriente de economistas del siglo XIX y principios del XX progresaron con la idea de que el mercado se autorregula, que es una entidad que autocorrige y que lo hará mediante sus propios dispositivos, generalmente para moverse hacia el equilibrio con estabilidad y pleno empleo como resultado. Por seguro, las crisis van y vienen, pero ellas no duran eternamente. Esta pintoresca confianza desapareció durante la Gran Depresión, evento que transformó la disciplina de los economistas, así como las políticas gubernamentales. Por esta razón, la Gran Depresión fue un gran telar de debate sobre cómo manejar la crisis. Lo que pasó hace durante los años noventa formó una inmediata respuesta a la crisis 2007 – 2008, y continúa tomando políticas económicas y monetarias hoy en día. 1.1.3 Comprensión Keynesiana ante el optimismo, la crisis y la inestabilidad inherente Un economista que emergió de la Gran Depresión -y para muchos, el más destacado del último siglo- fue John Maynard Keynes. Hijo de un respetado economista británico, Keynes nació en el año que Marx murió. Fue a Eton y Cambridge, donde rápidamente se distinguió en las matemáticas y finalmente en la economía, escribiendo de todo sobre políticas monetarias y la ciencia de la probabilidad. Concluída La Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, su obra cumbre de 1936 y parteaguas en las escuelas clásicas y neoclásicas, Keynes le dijo a George Bernard Shaw 10 que el texto revolucionaría la teoría económica severamente de acuerdo a la concepción que tenía el mundo acerca de los problemas económicos... y así fue. Mucha de la agenda económica del siglo XX fue explícita o implícita al compromiso sus ideas. A finales de los años treinta del siglo pasado, la mayoría de los economistas clásicos creían que el mercado era capaz de regularse a sí mismo. Más aún, asumían que el pleno empleo era el estado natural de la economía y que cuando esos salarios van demasiado alto, la economía necesariamente se contrae. El conocimiento general era que si los salarios caían, los empresarios contratarían de nuevo, atraídos por el prospecto de incrementar sus ganancias y se evitaría de esta forma un gran desempleo. Este ciclo comenzaba de nuevo, hipótesis contrastante a la de Marx. Keynes se aproximó a este problema de manera distinta. De acuerdo con él, lo que realmente determina los niveles de empleo, es la demanda efectiva (la demanda colectiva de bienes y servicios dentro de una economía particular manifestada en el gasto de la renta); si los salarios eran recortados y los trabajadores eran despedidos, la gente consumiría menos y la demanda desfallecería. En contraparte, si aumenta la renta de una comunidad, también aumentará su consumo, pero en menor grado que aquella. Por lo tanto, “para que exista una demanda suficiente para mantener el nivel de empleo, se debe verificar un nivel e inversión equivalente a la diferencia entre la renta y el consumo” (Keynes, 1936). Este ingenioso pensamiento daba forma a toda una nueva corriente -al menos a lo que se anticipó Marx, claro está-. Conforme la demanda decrecía, los empresarios se volverían más reacios a invertir, lo cual sólo podría acabar en recortar salarios o bien, en el despido de más trabajadores. De manera similar, los consumidores ordinarios ahorrarían más y gastarían menos, paradoja que después vino a ser conocida como la paradoja del ahorro. Este tipo de economías a las que Keynes teorizó, mostraron el cumplimiento de un ciclo. Mientras que la economía entraba en un equilibrio de subempleo, un estado de suspensión en el cual los trabajadores permanecían desempleados y las empresas cerraban, propició una caída de la demanda por debajo de la oferta efectiva de bienes. Las empresas se vieron forzadas a cortar precios, a deshacerse del inventario de los bienes que no se vendían a precio de deflación - sumamente severo durante la Gran Depresión- conduciendo a una caída más acentuada en las ganancias y flujos de efectivo. 11 Keynes reconocía que las decisiones económicas que se hacían no eran meramente cálculos matemáticos, sino que “son impulsivos y condicionados por eventos inciertos y contingentes acentuando los espíritus animales que se veían tambaleados por el optimismo espontáneo” (Akerlof & Shiller, 2009). “No importa si las muestras fundamentales justifican un retorno a la prosperidad, bajo este esquema, la economía se verá inmersa permanentemente en un estado de letargo” (Keynes, 1936). Para Keynes, la solución era simple: el gobierno debería llenar el vacío y crear demanda, revertir el espiral descendente. Mientras que los gobiernos adoptaban las recetas Keynesianas para sacar a la economía del bache donde se encontraba, los más entusiastas y optimistas creían que podrían usar estas ideas para mantenerse lo más aproximado posible al pleno empleo, previniendo de esta manera una depresión a toda costa y manteniendo el equilibrio. En 1965 una historia en el Times mencionó a Keynes como un visionario. El título de esta historia We are all Keneysians Now, capturó el ánimo de una era y que, a manera de ironía un poco perversa, fue escrita por el conservador Milton Friedman. Friedman después desconoció su comentario, y por una buena razón: él era padre de la escuela económica monetarista, la cual sostiene que la inestabilidad dentro de cualquier economía puede explicarse por las fluctuaciones en la oferta del dinero. Friedman y su coautora, la economista Anna Jacobson Schwartz, tenían una diferente interpretación de la Gran Depresión respecto a Keynes. De acuerdo con ellos, La Gran Depresión no fue causada por un colapso en la demanda, como Keynes afirmaba, sino “fue una consecuencia del descenso en la cantidad de depósitos y reservas en los bancos, que se desplomaron cuando los ahorradores y clientes se exaltaron por el pánico bursátil, retirando todos sus ahorros por lo que los bancos cerraron” (Friedman & Schwartz, 1965). De acuerdo con los monetaristas, este colapso en la oferta de dinero, o como ellos llamaron Gran Contracción, causó que la demanda agregada colapsara, reduciendo el gasto, el ingreso, los precios y eventualmente el empleo. Friedman y Schwartz se opusieron inicialmente a la intervención del gobierno -especialmente porque se quería gastar “a la Keynes”-, creyendo que una caída en la oferta de dinero se pudo evitar si la Reserva Federal hubiera recortado drásticamente las tasas a las cuales se prestaban los bancos. Más importante, los monetaristas culpaban a la Reserva Federal por no actuar como prestamista de última instancia mediante la creación de líneas de crédito accesibles a todos los 12 bancos e instituciones financieras no viables. Si la Reserva Federal hubiera prevenido esas olas de impago de los bancos empezada la década de 1930, “la Gran Depresión no hubiera sido tan grande y la nación hubiera sufrido de una recesión ordinaria antes de la recuperación” (Friedman & Schwartz, 1965). La interpretación monetarista de la Gran Depresión tiene cierto mérito: el colapso de la oferta de dinero en los años treinta ciertamente exacerbó el “momento de la verdad” en el crédito, pero la Reserva Federal sólo lo empeoró. Otros historiadores económicos como el notable Peter Temin, quien se ha encargado de estudiar el rol del equilibrio general a lo largo de la historia, ratifica que el colapso de la demanda agregada fue el primer catalizador del desastre. Este pensador argumenta que Keynes tuvo en razón en gran parte: “sólo el incremento del gasto público podría sostener a la demanda agregada, aún cuando una política monetaria agresiva hubiera contribuido a una eventual recuperación” (Temin, 1989). Fue así que las ideas de Friedman y no las de Keynes, se convirtieron increíblemente en las más influyentes durante los 1970 – 1980. Las grandes creencias de los economistas en el poder del gobierno para estimular la demanda fueron conservadas, pero la mayor parte de lo que escribió Keynes fue ignorado. Existió un postkeynesiano, Hyman Minsky, profesor de economía en la Universidad de Washington que dedicó su vida a construir un modelo que edificara una teoría fundamental del legado de Keynes y la comprensión de las crisis financieras. La tesis de Minsky sostiene que en tiempo de prosperidad se genera una euforia especulativa conforme incrementa el acceso al crédito, llegando a un punto donde los beneficios no pueden pagarlo y detonando una crisis gracias al impago. Como consecuencia, se origina una contracción en los préstamos -aún cuando algunos sí puedan pagarlo- y la economía entra en recesión. En su Teoría de la Inestabilidad Inherente, argumentó que “las oscilaciones expansivas y contractivas en el sistema financiero son parte integral del proceso de los ciclos económicos” (Minsky, 1982), es decir, son inevitables en el libre mercado pero que existe excepción a la regla siempre y cuando exista intervención del Estado. Minksy tiene un poderoso argumento: que el capitalismo es por su propia naturaleza inestable y propensa al colapso. Según él, la inestabilidad es una falla que se origina en las instituciones financieras inescapable del capitalismo y que lo hacen posible mediante el empoderamiento de inversiones fuera de control, especialmente los bancos: 13 “Estas empresas, que juegan un rol crítico en las economías modernas uniendo a acreedores y deudores en una compleja red, es una especial y marcada característica del mundo moderno donde las fuerzas financieras interactúan con variables de producción y consumo por una parte; y ventas, empleo y precios por otra” (Keynes, 1936). Todos estos marcados contrastes en la economía de la posguerra, las ecuaciones y modelos desarrollados por los arquitectos de la síntesis neoclásica tenían un pequeño -o casi nada- de lugar en las decisiones que tomaban los bancos y otras instituciones financieras, más allá del hecho de que su fallo podría desquebrajar a la economía a largo plazo. Minsky concebía que mientras los bancos y las instituciones financieras se volvieran más complejas e independientes, llevarían al sistema abajo. La pieza central de este análisis fue la deuda: cómo es acumulada, distribuida y valuada. Siguiendo a Keynes, notó que “la deuda era una parte dinámica del sistema que necesariamente estaba envuelta a lo largo del tiempo” (Minsky, 1982). De nuevo, por Keynes, Misnky reconoció que este dinamismo inyectaba incertidumbre a los cálculos económicos. En los “buenos tiempos”, la promesa de un continuo crecimiento y ganancias permanecían inciertas; pero en los “malos tiempos”, la incierto era cómo hacer frente a las obligaciones de crédito, reducir el riesgo y su exposición al acumular capital. En sí, esta visión no es totalmente revolucionaria, pero la hipótesis de la Inestabilidad Inherente tiene otra dimensión. Categorizó las empresas de una cierta economía en tres grupos, de acuerdo a la naturaleza de financiamiento que utilizaran: alto riesgo, especulativa y Ponzi. Las empresas de alto riesgo son aquellas que podían que podían hacer pago del interés y del principal de sus deudas con su flujo de efectivo corriente. Las empresas especulativas, son aquellas en las que su ingreso cubriría el pago de intereses más no del principal; por lo que tendrían que esperar un giro en sus flujos de efectivo, vendiendo nueva deuda para pagar la anterior. Las Ponzi son las más inestables porque sus ingresos no cubrían el principal ni el pago de intereses; su única opción era refinanciamiento, esperando un aumento en el valor de los activos que habían emitido con dinero prestado. Cuando existía un boom especulativo, Minsky creía que el número de empresas de alto riesgo disminuían, mientras que las Ponzi aumentaban. Suponía que las de alto riesgo se nivelaban con efectivo gracias a inversiones conservadoras, comenzando a prestar a las especulativas y a las Ponzi. El activo que fuera el eje central de la especulación -hipotecas, por ejemplo-, 14 propiciaba un aumento en los precios, orillando a las empresas a pedir más deuda. Mientras el monto de la deuda se iba convirtiendo poco a poco en algo inservible, el sistema se convertía cada vez más en una receta para el desastre financiero. En la visión de Minsky, este “gatillo” podría ser la quiebra de una firma -como fue la falla de los fondos de alto riesgo de los grandes bancos que marcaron el final de la burbuja subprime. Cuando las pirámides de deuda comenzaron a desmoronarse y el crédito comenzó a sufrir grandes estragos, Minsky percibió que las instituciones financieras, corporaciones y consumidores “sanos” se encontraban cortos de efectivo e incapaces de pagar su deuda si vendían los activos a precios de mercado. Mientras más y más personas se apresuraban a vender todos sus activos, los precios de estos comenzaron a caer en espiral, creando más auge en el ciclo de ventas incendiarias, llevando incluso a una mayor caída de los precios. Conforme el nivel de demanda agregada iba por debajo de la oferta de bienes, más tiempo la economía sufría deflación en los precios. Irving Fisher, economista de la Gran Depresión que acuñó el término deuda-deflación para describir este proceso, observó que el precio de los bienes caía más rápido que la reducción de la deuda y que el valor real de la deuda privada ascendería con el paso del tiempo. Señala dos factores que son esenciales en el auge y la depresión: 1) las perturbaciones ocasionadas por la deuda y 2) los niveles de los precios que brotan de esta. Por último, propone que: “La situación económica empeora cuando la mayoría de los deudores se ven obligados a adoptar medidas drásticas para la reducción de la deuda, lo cual conduce a ventas de urgencia de los activos que propician una contracción de los depósitos en moneda, dado que se pagan los préstamos bancarios y tiene lugar una desaceleración en la circulación del dinero que concluye en una caída del nivel general de precios. Bajo este esquema, como la deflación tiene una carga mayor en las deudas de las personas, existe una caída más grande en el valor neto de las empresas, lo que eliminaría los incentivos a la actividad empresarial y desembocaría en una reducción del producto, el intercambio comercial y el empleo. Después de este punto, el pesimismo, así como la falta de confianza de los consumidores provocan el atesoramiento y una mayor desaceleración en la circulación que afectarán más adelante a las tasas de interés y la economía se desploma. En octubre de 1929 y marzo de 1933, por ejemplo, las liquidaciones de activos redujeron el valor nominal de la deuda privada en un 20%. Pero gracias a la deflación, la carga real de esas deudas se incrementó hasta un 40%.” (Fisher, 1933). 15 Para evitar caer de nuevo de una Gran Depresión, Fisher (y por tal, Hyman Minsky) aconsejaron que el Banco Central debería tomar el puesto de prestamista en última instancia, proveyendo el financiamiento necesario para los bancos, corporaciones e incluso, individuos. En casos extremos, Fisher argumentó que el Estado debería perseguir la reflación (estimulación de la masa monetaria mediante el incremento de la masa monetaria) para reavivar a la economía alimentándola con dinero fácil. Eso fue exactamente lo que pasó en nuestro propio tiempo. Mientras corría el año de 2008, cuando la crisis financiera era más profunda, los creadores de la política estadounidense obtuvieron lecciones de la Gran Depresión y actuaron bajo estas normas. Dejaban que miles de bancos y corporaciones se fueran todavía más abajo (como Herbert Hoover lo hizo en principios de los 1930), dejando que la Reserva Federal otorgara líneas de crédito como nunca antes. Eso hizo posible que los bancos de inversión, aseguradoras, fondos de alto riesgo, entre otros, eludieran su insolvencia y eventualmente, interrumpieran el ciclo vicioso de una aterradora fuga de ventas con caídas en los precios. 1.1.4 Innovación financiera y comportamiento de las masas Algunas desviaciones de las variables fundamentales se mantienen durante mucho tiempo, como es el caso de las burbujas tecnológicas e inmobiliarias. La ineficiencia del mercado conlleva costes enormes: puede irse demasiada inversión a una empresa y demasiada poca a otra. A pesar de ello, los costes de las burbujas pertenecen a una magnitud de orden mayor, no sólo durante su existencia, también durante el periodo en que se sufren sus secuelas. Mientras se convive con la burbuja, se desperdicia todo tipo de recursos en cantidades a menudo difíciles de dilucidar ya que resulta demasiado complicado identificar una burbuja antes de su estallido. “Las burbujas manifiestan el optimismo irracional que algunas veces acorrala a la economía, un optimismo irracional que también va acompañado de un pesimismo no menos irracional. Así pues, suele ser difícil predecir el inicio de una burbuja, o saber cuándo se terminará. Sin embargo, sí existen ciertas circunstancias que permiten vislumbrar una crisis o recesión. En las últimas cuatro décadas, se han experimentado alrededor de cien crisis alrededor del mundo, y muchas de ellas han sido arrastradas por alguna forma de desregulación demasiado apresurada.” (Shiller, 2000). 16 En 1993, John Kenneth Galbraith señaló: “La economía de la libre empresa está dada mediante recurrentes episodios de especulación. Estos grandes y pequeños eventos, envuelven notas bancarias, bonos, hipotecas, arte y otros activos que son objeto, a lo largo los años y siglos, parte de la historia. Mientras más obvias sean las figuras, serán más especulativas; los episodios en los que los activos son comprados el día de hoy, valen más mañana. Este incremento da por sentado la atracción de nuevos compradores; los nuevos compradores quieren asegurar fuertemente su incremento. Entonces, más individuos son atraídos y se compra aún más dando paso a que el incremento de los mismo continúe. Las especulación está construida en sí y proviene de su propio momento.” (Galbraith, 1954). Según el autor, en estos booms se pueden observar dos situaciones. Por un lado, se encuentran los inversionistas creyentes en que algunos nuevos precios son de mejora, donde las circunstancias están controladas y que están a espera de que el mercado siga a la alza, tal vez indefinidamente. Ellos, adelantándose a cualquier situación, prevén un nuevo mundo en donde las reglas pueden haber cambiado y siendo el grupo “más astuto”, se encuentran alerta a que exista una probabilidad de que el mercado alcista, eventualmente, llegará a su fin. Su meta es sostenerse en la onda de alza con el objetivo de salirse antes del momento en que la especulación siga su curso. Astutos -o suertudos- los especuladores pueden salirse a tiempo. En la otra situación, se hallan aquellos que pensaron que la tendencia continuaría a la alza por siempre y que, posteriormente, se ven envueltos en una caída de mercado desesperante donde la baja en los precios es aún más fuerte. Por tal, está en la naturaleza de los booms especulativos tener un colapso decisivo como resultado a la fuga repentina y planificada de algunos de los implicados en este escenario y que, por pequeña que sea su participación, dará lugar a la reversión definitiva. Habrá reiteradas ocasiones para ver que esta regla frecuentemente se repite. Uno de los puntos más importantes a destacar es que Galbraith se adentró en la psicología de las masas con respecto a la especulación y al orden en que un individuo se ve arrastrado por ganancias rápidas durante el auge, donde expone que este se ve envuelto bajo dos fuerzas irresistibles: una correspondiente al interés personal que ha desatado su vehemente creencia y otra que consiste en la disfrazada opinión con base a los conocimientos de los expertos en finanzas, pero que ambas convergen en un disparatado deseo donde todo movimiento de activos es resultado de su sobresaliente intuición. De acuerdo a su tesis, los dos factores que 17 contribuyen a la mentalidad de la burbuja son: 1) la corta memoria financiera (o ignorancia de la historia) que provoca que los inversores sean irreflexivos sobre los desastres financieros previos y 2) la tendencia a asignarse una mayor inteligencia que los individuos inmiscuidos en proporción a los ingresos de los activos que ellos controlan. Sin embargo, puede sumarse un tercer factor -que sólo podrá ser analizado después de la década de los ochenta- que contribuye a la formación de la burbuja y que nace de la conciencia y/o expectativa de que el gobierno y los bancos centrales “sacarán del apuro” a los especuladores mediante una activa intervención con políticas monetarias y fiscales si es que la burbuja estalla (también conocido como Greenspan Put). Hay amplia evidencia de esto en Estados Unidos. Ejemplos recientes de este comportamiento de la Reserva Federal son: 1. El colapso del mercado de activos en 1987. 2. El surgimiento de la burbuja puntocom 1999. 3. El colapso de la crisis hipotecaria en 2007. En este rubro, puede decirse entonces que el gobierno ha inundado a los bancos con dinero barato (bajas tasas de interés) para que lo distribuya entre el público, proporcionando apoyo a los especuladores -muy apalancados-, proveyendo acuerdos siempre que el mercado ha fallado. Como sea, parece ser que hay ciertos indicadores que muestran la alta volatilidad con salvajes movimientos a la alza y a la baja que podrían -por lo menos algunas veces- presagiar el final de la burbuja. Como conclusión, Galbraith argumenta que es impráctico intentar proscribir la euforia financiera de las masas ya que parece estar incrustada en el psyche humano. Muchos economistas, posteriormente, hallaron grandes lagunas a la hipótesis de los mercados eficientes, no a través de evidencia anecdótica, sino a través de un riguroso análisis estadístico. Su crítico más acérrimo es el economista de Yale, Robert Shiller que, a inicios de los 1980 llevó a cabo una investigación que demostró que los precios de las acciones presentan muchísima más volatilidad de la que le es posible explicar a la hipótesis de los mercados eficientes. Hacia el final de la misma década, él y otros críticos habían amasado ya una considerable cantidad de evidencia que demostraba que el precio de los activos raramente se encuentra en un estado de equilibrio siendo, más bien, sumamente fluctuante. La premisa era que cualquier día, los 18 inversionistas pueden reaccionar demasiado optimistas hacia un activo, sobrevalorando su precio extremadamente. Al día siguiente, pueden entrar en pánico y deshacerse del activo por debajo del precio justo. Lo importante aquí es que estos movimientos no son racionales; son impulsos irracionales de la multitud. Shiller dilucidó que si bien los mercados no están totalmente locos, sí contienen una cantidad considerable de malinterpretaciones sumamente considerables que dominaban los movimientos del mercado. El cuestionar el mito del mercado eficiente era una cosa; el explicar por qué los mercados eran ineficientes era otra totalmente diferente. Ese trabajo correspondía a los practicantes de un nuevo campo: la psicología del comportamiento financiero (behavioral finance). Los académicos de este campo, explicó Shiller posteriormente, desarrollan modelos de la psicología humana y cómo se relacionan estos a los mercados financieros. En años recientes, estos campos han atraído a incontables economistas que realizan experimentos en tiempo real que determinan cómo los participantes en la bolsa de valores pueden contribuir a generar comportamientos erráticos como las burbujas de activos y los pánicos financieros. En su libro El Nuevo Orden Financiero, tiene una concepción propia de las crisis financieras donde hace hincapié en que el mundo actual se caracteriza por la inseguridad económica, admitiendo: “Los avances recientes de la economía financiera, la tecnología de la información y la ciencia de la psicología, actualmente nos permiten diseñar nuevos inventos para gestionar los riesgos tecnológicos y económicos inherentes al capitalismo: inventos que los pensadores anteriores no pudieron haber imaginado.” (Shiller, 2004). En otra de sus publicaciones previas, Exuberancia Irracional, Shiller concluye diciendo que el auge del mercado de valores fue desmesurado, así como la atención que la sociedad prestaba a dicho tema y que le atribuía más importancia de la que debería, ya que, comúnmente estos agentes participantes creían -casi ciegamente y sin fundamento real- que el funcionamiento de este mercado mantendría estable la economía mediante la resolución de los problemas intrínsecos al capitalismo y que, de una u otra forma, haría ricos a todos, recalcando que “los mercados de valores son grandes e importantes, pero no tanto como pensamos” (Shiller, 2000). De acuerdo con el economista, la tecnología ha moldeado a las instituciones, basando su fundamento en que la finanzas actuales -que no sólo abarcan las bolsas de valores y la banca, sino también los seguros y las finanzas públicas- se alimentan de teorías matemáticas y 19 psicológicas que han producido inventos económicos que realmente funcionan porque las ideas que los sustentan son sólidas y aplicables a cualquier persona que quiera involucrarse en el mundo financiero. Las finanzas, como él expone: “Se sustentan en la apropiada valuación de activos y la gestión de riesgos a los que puede asignars e cierta probabilidad donde el terreno financiero siempre tiene un “as bajo la manga” mediante la propuesta de planes y acuerdos que atenúan los efectos negativos en los que pueden verse envueltos los individuos. Es decir, la economía no hubiera despegado de manera tan espectacular de no haber existido diversos sistemas de gestión de riesgo que se fueron perfeccionando desde la década de los ochenta y mucho menos existirían las novedosas compañías que hoy en día se consideran vitales en la economía. Mismas compañías en las que muchos habrían considerado demasiado arriesgado invertir.” (Shiller, 2000). Con respecto al riesgo, Shiller hace énfasis en que las finanzas no siempre han sabido delimitar el peligro moral al que podrían verse sometidas y se encuentra a favor de que los conceptos que han sido aceptados para la medición del riesgo debieran verse modificados. Para el autor, el hecho de que los riesgos a futuro sean hipotéticos, propicia que sea difícil tener una concepción y una perspectiva real de la medición del mismo, por lo cual resulta sumamente difícil que la gente adopte las precauciones necesarias para ello ya que las constantes transformaciones de los mercados financieros, ocasionando que algunas veces y en eventos específicos, la teoría financiera sea obsoleta. Por tal, Shiller sostiene que la invención de nuevos instrumentos financieros es algo obligatorio si se quieren evitar los riesgos de mayor alcance que afectan nuestra subsistencia. En ausencia de la tecnología financiera, recalca, “el mundo sería un lugar menos estimulante” (Shiller, 2004) y que fueron estos mismos avances en materia bursátil (futuros, opciones, swaps, crédito al consumo, gestión de riesgo, variedad de hipotecas, préstamos para el desarrollo) los que han proporcionado los periodos más deslumbrantes en la historia mundial de las finanzas, no sin dejar atrás uno de los temas más recientes en la teoría: el factor humano. Esta nueva variable a la ecuación que es el behavioural finance (comportamiento financiero), engloba principios de psicología y otras ciencias sociales corrigiendo aquél factor que antes fuera ignorado en las matemáticas financieras. El fundamento culminante de esta teoría recae en el framing, término acuñado por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky, utilizado para encuadrar los patrones que conforman las reacciones del hombre ante ciertos puntos de referencia, asociaciones y categorías mundiales que influyen en la toma de decisiones. 20 El progreso financiero ha tenido que batallar con varios impedimentos, inicialmente con la excesiva especulación que provoca la volatilidad de los mercados y como ejemplo de ello, se puede traer a explicación el auge del mercado de valores gracias al surgimiento de las puntocom a finales de la década de los 1990 y que alcanzó su punto máximo a comienzos del año 2000, beneficiando a empresas con inversiones desmedidas y con estados financieros alterados. Poco después del fulgor suscitado, los mercados colapsaron. El volumen de riqueza que se perdió entre 2000 y 2002 sólo en Estados Unidos, se puede medir en billones de dólares y que equivaldría a la destrucción de todas las viviendas de aquél país. Aunque exista un quebranto de la economía de esta magnitud y aunque los mercados de valores tengan riesgos permanentes, siempre se espera que pueda subsanarse con algún nuevo mercado alcista. Para el académico, otro de los obstáculos presentes en la innovación financiera surge de información privilegiada por parte de unos cuantos, así como acuerdos secretos y engaños. Por ejemplo, grandes corporaciones han sido fraudulentas y sin principios éticos, ganando grandes cantidades de dinero confundiendo a inversionistas; gestionando mal sus cuentas; desarrollando estrategias sumamente arriesgadas y contraproducentes para sus accionistas. Aunque no se puede generalizar, cierto es que esta suma de factores han sido clave para que muchas personas pierdan todo e incluso las mismas empresas vayan a la quiebra. Lo que se debe advertir entonces es que lo desconocido siempre tiene un riesgo latente y además, inevitable. Las nuevas tecnologías siempre son peligrosas, pero se ha tratado de controlar los accidentes antes de que pasen o cuando están propagándose y conforme pasan los años, estos accidentes han sido reducidos de manera considerable. “El desafío de la economía de hoy es mejorar y democratizar la tecnología financiera, no revertir este progreso” (Shiller, 2004). La competencia es la fuerza por excelencia de la ceguera ante el riesgo y el entusiasmo colectivo. Lo característico de las finanzas de mercado, es que la mayoría de sus instituciones están viciadas y han sido manipuladas. Los operadores financieros, cometidos a una competencia intensa y que les incita a mantener altos ingresos mediante la oferta de rendimientos que proveen a sus clientes, olvidan la contraparte central de este último: el riesgo. De esta manera se cumplen sus propias expectativas: la afluencia de inversores, y por tanto de liquidez, hace subir los precios en estos mercados, después las plusvalías y finalmente los beneficios. Todos los mecanismos competitivos, en todos los niveles de la estructura financiera, 21 convencen hasta a los operadores más “conservadores” para que abandonen sus viejas cautelas y se unan a la euforia general. A razón de Frédéric Lordon, la fuerza que mueve las finanzas está regida por ideas como “obtener más”, “ir todavía más allá”, que a grosso modo, puede decirse que es la ley normal del capitalismo, pero cierto es que las finanzas de mercado se distinguen a la perfección una “puesta de valor en capital”. Es decir, los capitalistas de la economía real saben a ciencia cierta cuánto se puede esperar como media y sobre todo, lo difícil que resulta superar esa media. Motivo por el cual se busca la inclusión de las empresas al mercado accionario para obtener un aumento sumamente significativo de la rentabilidad de su corporación… aunque esto no es nada comparado a lo que se podría obtener mediante las finanzas de mercado. “La rentabilidad financiera es la forma más adictiva del beneficio; es instantánea y explosiva. Cuando se liquida una posición que ya generó suficiente ganancia de acuerdo a su diferencial de compra-venta, es considerada automáticamente como una posición ganadora, inmediata y algunas veces gigantesca, que convierte la rentabilidad financiera en algo más impresionante. El mercado financiero permite obtener grandes beneficios sin necesidad de realizar un esfuerzo extraordinario para la extracción del valor real del capital y en proporciones que no siempre se alcanzan tras superar numerosos obstáculos en otros sectores. Este tipo de mercado se ha convertido en el polo magnético del capitalismo, un foco de atracción con poder inigualable.” (Lordon, 2009). Lordon, contrariamente a los supuestos de la teoría económica convencional, asume que el interés por algún bien no se disipa con su obtención, siendo que, en realidad, es un deseo por el beneficio que no conoce la saciedad. De hecho, se podría considerar que la adquisición de aquellos objetivos antes deseados, suben los estándares de satisfacción que no deberán rebajarse: sólo continuará buscando nuevas metas. Este principio común es denominado como high yield, que en términos financieros hace referencia a un “alto rendimiento”, tal vez pueda entenderse bajo este esquema como “rendimiento aún más alto”. Por lo tanto, high yield, hace alusión a ese incesante proceso de identificación de las nuevas clases de activos cuyo rendimiento superior va a marcar la diferencia, convirtiéndose en aquel nuevo punto a superar hasta olvidar el origen de su rentabilidad: el riesgo. Bajo este orden, la burbuja, que en cierta forma es una anormalidad dentro de una irregularidad -aquél momento característico donde se ejerce una alta rentabilidad insólita-, deslumbra a los agentes participantes estableciendo las nuevas estrategias de inversión a seguir en el mercado 22 haciendo que se asiente con mayor fuerza este “nuevo régimen” donde parece desvanecerse el problema de riesgo que conlleva este cambio obligatorio de tendencia. Por lo tanto, la idea obsesiva del high yield produce una distorsión sistemática de las alternativas riesgo- rendimiento. La burbuja acentúa y prolonga esa distorsión, ya que permite justificar su propia interpretación de los acontecimientos arrastrando a los individuos a una inevitable explosión de la misma. “Las finanzas son el universo del rally, es decir, del entusiasmo colectivo, de la avalancha y de la aglomeración: todos en el mismo sentido. Por esta razón, las finanzas viven sometidas a la fatalidad de los rendimientos crecientes -cuanto más apunta una dinámica en determinado sentido, más seguimiento tiene por parte de los agentes y más amplitud adquiere- y de la reacción excesiva (overshoot): nuestra industria tiene tendencia al exceso.” (Lordon, 2009). La promesa genérica de los productos derivados, como él concibe, se remontan al argumento en el que los riesgos de crédito pueden descartarse. En otras palabras, que no existe un riesgo para el cual no haya un producto específico que pueda cubrirlo o combatirlo y que ha sido la insignia de la “innovación” y “progreso”. Las burbujas y la crisis, el ascenso y la caída, ilustran que, los excesos corrigen a los excesos, así como las bajas violentas “enmiendan” a las alzas extremas. Si se aborda el enfoque de Joseph E. Stiglitz bajo este contexto, el argumento es simple: “la bolsa no siempre es un fiel reflejo de la realidad económica” (Stiglitz, 2003). De acuerdo a sus ideas, las burbujas son arriesgadas porque, cuando explotan -inevitablemente-, pueden provocar un mayúsculo caos. En este sentido, las familias, sintiéndose más pobres, realizan un consumo mínimo y algunas pueden llegar incluso a arruinarse. Las empresas, parte de cuya riqueza se origina en inversiones, pueden sentirse repentinamente más pobres, menos capaces y menos dispuestas a obtener préstamos e invertir. Los precios, muestra de la asignación eficiente de los recursos y que constituyen un componente esencial para incrementar la confianza en una economía de mercado, se verán afectados como consecuencia de esta diferencia entre oferta y demanda. Si bien es cierto que los precios se basan en la transparencia de la información, entonces sería factible pensar que las decisiones tomadas en función de dichos precios sería un juicio prudente y reflexivo porque, teóricamente, los recursos se están asignando de forma adecuada y se produce un crecimiento en la economía. Pero la cuestión 23 aquí es que si los precios se fijan básicamente al azar, en función de los impulsos irracionales de los especuladores del mercado, las inversiones se convertirán en puro ir y venir. Stiglitz, premio nobel de Economía, hace énfasis también en la dificultad para predecir con exactitud el comportamiento de los mercados ya que estriba en su naturaleza misma, más allá de su funcionamiento e independencia, dado que los precios dependen directamente de innumerables contingencias externas y con frecuencias inesperadas. En resumen: los mercados son imprevisibles, característica inherente y no accidental, de todos ellos. En su libro Los felices 90, expone el caso de las burbujas inmobiliarias: “El alza de los precios conduce a un aumento de las inversiones en este sector hasta llegar a un punto en que la generalidad no puede hacer caso omiso a la incoherencia que se presenta con un incremento de la oferta y un decremento de la demanda como consecuencia del aumento persistente de los precios Cuando explotaron las burbujas inmobiliarias en los primeros años de la década de los ochenta, el porcentaje de viviendas vacías en la ciudad norteamericana de Houston había alcanzado aproximadamente el 30%. Un patrón que se experimenta en las burbujas financieras es que a medida en que los precios siguen subiendo, el sostenimiento de ellas se hace cada vez más inverosímil.” (Stiglitz, 2003). Las burbujas suelen brotar cierta exuberancia irracional (cita de Alan Greenspan, quien reutilizó el término durante un discurso pronunciado el 6 de diciembre de 1996 y explicada en principio por Robert Shiller) cuando más de un particular invirtió millardos de dólares en activos que jamás habían registrado beneficios, que tampoco tenían esperanza a mediano plazo de lograrlos. Fácil: si se invierte más dinero, la burbuja seguirá desarrollándose a pasos agigantados. 1.2 LOS USOS DE LA HISTORIA Más allá de las teorías de la eficiencia de mercado y de inversionistas racionales, la historia económica es muy importante. No únicamente porque ella se repite a sí de una forma simplista y de manera cíclica, sino porque existe un paralelismo entre el pasado y el presente que es abundante. Mejor dicho, “la historia es útil porque su materia prima puede informar e influir en la economía a base de teorías y modelos” (Temin, 1989). Precisamente son estos modelos los que han ayudado a que se creen las condiciones idóneas para las burbujas en primer lugar. Los jugadores de mercados toman riesgos cada vez más altos y, descontrolados, estos pueden llegar a acumularse por años. 24 La historia promueve la humildad, cualidad que viene de la mano con pánicos, bancarrotas, desempleo y crisis que proclaman a viva voz que las antiguas reglas económicas no aplican más. En Memoirs of Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, Charles Mackay intenta hacer la primera aproximación a la historia de la crisis, donde el concluye que “los seres humanos han sido demasiado irracionales, propensos a crear exuberancia económica y euforia.” (Mackay, 1852). De esta manera, Mackay se anticipa a muchos de los términos y factores que se estudiarían más adelante por renombrados historiadores de la economía. Claramente, la mejor manera de entender este tipo de “fenómenos” es verlos como una frontera que se ha traspasado en diversas ocasiones, con origen distinto y consecuencias diferentes, extendiéndose a lo largo del globo. Tomando en cuenta este punto, el siguiente capítulo se tornará a la historia de las burbujas -y sus respectivos colapsos- que se produjeron durante el siglo XX, dando cabida especial al colapso subprime, cuyos estragos parecen sentirse en muchas familias estadounidenses hoy en día. 25 CAPÍTULO 2: MARCO HISTÓRICO Y DESARROLLO DE LAS GRANDES BURBUJAS DURANTE EL SIGLO XX 2.1 LOS AÑOS VEINTE: LA PRIMERA BURBUJA INMOBILIARIA Y LA GRAN DEPRESIÓN El estado psicológico de los participantes del mercado durante la década de los veinte se caracterizó por el optimismo y la confianza inspirado por sucesos parcialmente positivos en el mercado bursátil. Las ideas de una “nueva era” se hacían manifiestas en los cambios drásticos que se presentaron en los medios de comunicación y transporte. Un claro ejemplo de ello fue el surgimiento de las industrias automovilísticas y de la radio; el automóvil reemplazó a los trenes como vehículo de traslado de productos y gradualmente “transformó la cultura y la geografía del país; se pavimentaron caminos, se construyeron carreteras y se erigieron garajes para alojar el creciente parque vehicular, que pasó de siete a veintitrés millones en los años veinte.” (Chancellor, 1999). No es extraño que ante tal escenario las acciones de General Motors incrementaran su precio más de diez veces entre 1925 y 1928. La radio, lanzada por Westinghouse en 1920, sedujo a inversionistas con posibilidades ilimitadas de difusión informativa. La industria estaba dominada por la Radio Corporation of America (RCA), la cual subió de menos de dos dólares por acción en 1921, a más de 110 en 1929, convirtiéndose en la acción más intercambiada dentro la bolsa de valores. (Rapp, 2009). Este periodo de desarrollo económico ha dado pie al surgimiento de una explicación más o menos consensuada de lo que pasó en el mercado accionario durante esta década. Una burbuja se formó en un periodo de rápido crecimiento junto a un elemento irracional -la manía- en coordinación con la expansión del crédito que apalancó a los inversionistas. A continuación, se explicará lo que pasó con una población altamente optimista, con acceso a grandes cantidades de dinero y excesivamente endeudada y vivió bajo ilusión del “sueño americano”, que posteriormente se derrumbaría como un castillo de naipes. Para comprender el crecimiento exponencial del mercado accionario a finales de los 1920, es necesario dar un vistazo a lo ocurrido años antes en Florida. 26 2.1.1 El auge de las tierras en Florida La gran burbuja inmobiliaria de Florida fue una manifestación reveladora de las tendencias especulativas de los Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial. Un sentimiento de seguridad y confianza se esparció por el territorio norteamericano y su población, provocando un boom inmobiliario en dicho estado y que eventualmente se tornaría insostenible. Si bien la locura inmobiliaria se propagó de forma general, Miami representó el punto de partida de esta tendencia. Existía entonces una intensa actividad que atraía a personas de todos los rincones del país a la locura especulativa en el ámbito de los bienes raíces. Son siete causas principales de este boom inmobiliario y especulativo: 1) el clima; 2) la accesibilidad geopolítica al densamente poblado noreste estadounidense; 3) el automóvil, que convertía a los Estados Unidos en una nación nómada; 4) la gran confianza nacional, inspirada por la prosperidad económica alcanzada durante la administración Coolidge; 5) el repudio a “la rutina misma, al humo, la congestión y la estandarización de la vida del siglo XIX” (Allen, 1931) que creaba el deseo de un estilo de vida con tendencias marcadamente burguesas; 6) el éxito obtenido por los desarrollos de resorts en el sur de California; 7) la creencia en una oportunidad fácil de enriquecimiento en el estado de Florida. A pesar de estas creencias populares, eventualmente la población comenzó a apartarse de esta noción de ingenuo optimismo, provocando un colapso del boom inmobiliario a finales de la primavera y durante el verano de 1926, cuando los “propietarios” comenzaron a incumplir los pagos que debían hacer. Donald Rapp señala cómo el apalancamiento sumado a factores externos -incluyendo un par de huracanes-, potencializaron este desplome: “Muchos de los poseedores de inmuebles descubrieron que las propiedades que adquirieron estaban precedidas por una serie de compraventas y únicamente con un 10% del costo del inmueble cubierto; sólo había dos opciones: quedarse con el inmueble y absorber una fuerte pérdida, o incumplir el pago. La mayor parte de los inmuebles tenía una gran cantidad de impuestos y obligaciones pendientes por pagar que superaban el valor de los mismos y la mayoría tenía solamente construcciones que se encontraban en obra negra. Al expandirse la deflación, un par de huracanes pusieron los toques finales a la explosión de la burbuja. Los huracanes dejaron 400 muertos, 3,600 heridos y 50,000 personas sin casa.” (Rapp, 2009). 27 Es importante señalar que esta angustia económica se presentó durante los años en que se vivía una cierta prosperidad en el resto del territorio norteamericano. Frederick Lewis Allen sintetiza en el siguiente fragmento el colapso inmobiliario de Florida: “Gran parte de los millones acumulados en “ganancias de papel” se esfumó. Los millones invertidos en los desarrollos inmobiliarios se hundieron a lo más profundo. La gran pirámide invertida de crédito se había derrumbado y la lección de la falsedad económica basada en un engaño de valores de inmuebles sustentado en planes exagerados y absurdas expectativas, habían llevado a una agonizante deflación.” (Allen, 1931). 2.1.2 Optimismo estadounidense y las ganancias económicas El boom económico de la década de los veinte es quizá tan importante en la historia de los booms como lo es la Gran Depresión en la de los busts (quiebras). Si bien gran parte de la atención académica se ha centrado en la Depresión, esta no hubiera tenido un impacto tan contundente de no ser por el auge que se presenció en los años veinte. A continuación se revisarán algunos de los factores que explican el surgimiento del boom en este periodo. Antes que nada, es necesario establecer algunos puntos contextuales sobre la situación social y política norteamericana. Estados Unidos y sus aliados apenas habían ganado la Primera Guerra Mundial, suscitando un fuerte desarrollo económico en el país, pasando de una economía agrícola a una nación industrializada. El sistema de la Reserva Federal, creado en 1913, visto por muchos como la solución al problema del ciclo de negocio, sería capaz de guiar a la economía con tal precisión que los booms y busts jamás volverían a ocurrir. La producción en masa era elevadísima mientras que los costos se reducían y muchas industrias surgirían como agentes de cambio mundial. El transporte estaba siendo revolucionado: los autos y trenes proporcionaban los medios para que el comercio interno creciera con costos cada vez más bajos. La mayoría de las industrias se encontraban en auge debido a que la inversión y el consumo eran incentivados por una ola optimismo económico. El progreso económico fue bastante considerable y se basó en incrementos reales de productividad y el precio de los activos bursátiles reaccionó favorablemente a estos sucesos. Resulta difícil definir el momento en el cuál el mercado bursátil dejó de responder a las realidades del contexto norteamericano y comenzó a hacerlo mediante procedimientos meramente especulativos. 28 “Las ganancias económicas en términos reales en el periodo de 1925 a 1929 fueron considerables. El PIB creció 13% en 5 años, la producción de autos se incrementó 23% en 3 años y la producción industrial 64% en 7 años. Durante los veinte, la producción y la productividad por trabajador en las industrias manufactureras se incrementaron cerca de un 43%. Los sueldos, salarios y precios se mantuvieron relativamente estables. […] A principios de 1928, la naturaleza del boom cambió. Hubo una fuga masiva hacia la fantasía, iniciándose la orgía especulativa. Había llegado el punto, como en todos los periodos de especulación, cuando las personas buscaban no ser persuadidos de la realidad, sino, buscar pretextos para escapar a un nuevo mundo de fantasía.” (Galbraith, 1954). Las cotizaciones bursátiles se mantuvieron al alza durante un largo periodo, particularmente desde marzo de 1928 a septiembre de 1929, dando ocasión a que el público contemplara sus ganancias como una riqueza efectiva más que meramente como ganancias que se podían disipar. Allen describe esto de la siguiente manera: “Los tenderos, repartidores, plomeros, costureras e incluso meseros estaban en el mercado. Hasta los intelectuales rebeldes lo estaban: si bien se quejaban vehementemente de los depresivos efectos de la estandarización y la producción en masa en los Estados Unidos, se encontraban prestos para participar de los beneficios. El gran bull market (mercado alcista) se había convertido en la locura nacional. La fiebre especulativa estaba infectando a todo el país. Las historias de millonarios de la noche a la mañana estaban en boca de todos.” (Allen, 1931). Es generalmente aceptado que el inicio del colapso económico se dio con la caída del mercado bursátil en octubre de 1929. Si bien la mayor parte de los análisis de la Gran Depresión centran su atención en los eventos del martes 29 de octubre del mismo año, se puede aprender mucho del estudio de las sesiones previas de intercambio a la fatídica fecha. 2.1.3 El crac de 1929 El 24 de octubre de 1929 - mejor conocido como “Jueves Negro”-, la bolsa de valores entró en un profundo estado de pánico, aparentemente sin ninguna causa inmediata. El historiador Edward Chancellor señala la falta de indicadores que permitieran la elaboración de medidas preventivas ante este súbito desplome del mercado bursátil: “A diferencia de pánicos bursátiles previos, este no fue precedido por contracciones en el mercado de dinero. Ningún fracaso bancario, industrial o de intercambio fungió como detonante y sin embargo el pánico existía” (Chancellor, 1999). 29 Muchas acciones perdían varios puntos porcentuales entre operaciones y el mercado parecía estar al borde de un colapso colosal. JP Morgan y otras instituciones ingresaron al mercado bursátil para realizar compras públicas con la finalidad de respaldar el precio de las acciones desplomadas y restablecer el “orden” anteriormente perdido. Para el final del día, el Dow Jones había recuperado la mayor parte de sus pérdidas y cerró solo seis puntos por debajo de 299. Cerca de 13 millones de acciones fueron intercambiadas en la Bolsa de Nueva York, cerca de tres veces el volumen normal. Muchos intermediarios trabajaron durante el fin de semana para estar al tanto del estatus de las operaciones del día anterior y calcular sus margin calls (llamadas de margen), mismas que debían enviar a los clientes. Para el lunes siguiente, el mercado cayó 38 puntos, llegando hasta 260 y para el siguiente día, todo el sector se encontraba en un pánico total. Charles Kindleberger comenta la consecución de los eventos descritos en este párrafo: “El colapso en la cotización de los valores bursátiles se hizo extensiva a la generalidad de las mercancías, porque los bancos se encontraron atrapados en el intento de evitar una liquidación forzada de los préstamos sobre operaciones comerciales, por lo que se vieron incapacitados para desarrollar su actividad crediticia habitual respecto a los comerciantes. Debido a ello, éstos fueron incapaces de formalizar la compra de las cantidades usuales de mercancías que normalmente llegaban a puerto de Nueva York en consignación y los precios de aquellas se hundieron. El declive de las cotizaciones de los valores bursátiles, de las mercancías y de las emisiones de renta fija de baja calidad, repercutieron en el sector bancario. Los bancos agrícolas tendieron a quebrar a partir de 1925 con la fluctuación a la baja de los precios de los productos agrarios y se hundieron más rápidamente en los meses precedentes al último trimestre de 1929.” (Kindleberger, 1992).
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