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loscuatroacuerdos - Jose Madero

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Los Cuatro 
Acuerdos 
 
 
 
Un libro 
de sabiduría tolteca 
Dr. Miguel Ruiz 
Los CUATRO ACUERDOS 
 
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de 
conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero, de hecho, 
eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las 
prácticas de sus antepasados. 
La conquista europea, unida a un agresivo abuso del poder personal por parte de algunos aprendices, 
hizo que los naguales se vieran forzados a esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en la 
oscuridad. Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca fue conservado y transmitido de una generación a 
otra por distintos linajes de naguales. Ahora, el doctor Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del 
Águila, comparte con nosotros las profundas enseñanzas de los toltecas. 
 
«No hay razón para sufrir. La única razón por la que sufres es porque así tú lo exiges. Si observas tu 
vida encontrarás muchas excusas para sufrir, pero ninguna razón válida. Lo mismo es aplicable a la felicidad. 
La única razón por la que eres feliz es porque tú decides ser feliz. La felicidad es una elección, como también 
lo es el sufrimiento». 
 
Dr. Miguel Ruiz 
DR. MIGUEL Ruiz 
 
 
 
 
 
 
 
Los Cuatro Acuerdos 
 
 
 
Un libro de sabiduría tolteca 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EDICIONES URANO 
 
Argentina - Chile - Colombia – España 
México - Venezuela 
Título original : The Four Agreements 
Editor original : Amber-Allen Publishíng, California 
Traducción : Luz Hernández 
 
 
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del 
Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por 
cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución 
de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. 
 
 
© 1997 by Miguel Ángel Ruiz © 1998 by EDICIONES URANO, S.A. 
Aribau, 142, pral. - 08036 Barcelona 
http ://www. edicionesurano.com 
 
ISBN: 84-7953-253-X Depósito legal: B. 5.331-2002 
 
Fotocomposición: Autoedició FD, S.L. - Muntaner, 217 - 08036 Barcelona 
Impreso por Romanyá Valls S.A. - Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona) 
 
Impreso en España - Printed in Spain 
 
 
 
 
 
 
 
Al Círculo de Fuego; 
los que ya se han ido, 
los que están presentes 
y los que aún tienen que llegar. 
 
 
 
 
 
Índice 
 
 
 
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 
 
Los toltecas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 
 
Introducción: Espejo Humeante . . . . . . . . . . . . . . 11 
 
1. La domesticación y el sueño del planeta . . . . . . . . . . . 11 
 
2. El Primer Acuerdo: Sé impecable con tus palabras . . . . . . . 11 
 
3. El Segundo Acuerdo: No te tomes nada personalmente . . . . . . . 11 
 
4. El Tercer Acuerdo: No hagas suposiciones . . . . . . . . . 11 
 
5. El Cuarto Acuerdo: Haz siempre tu máximo esfuerzo . . . . . . . 11 
 
6. El camino tolteca hacia la libertad: Romper viejos acuerdos . . . . 11 
 
7. El nuevo sueño: El Cielo en la Tierra . . . . . . . . . . . 11 
 
Oraciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 
Agradecimientos 
 
Me gustaría expresar mí humilde agradecimiento a Sarita, mí madre, que me enseñó el amor 
incondicional; a José Luís, mi padre, que me enseñó disciplina; a mi abuelo, Leonardo Macías, que me 
entregó la llave para acceder a los misterios toltecas, y a mis hijos Miguel, José Luís y Leonardo. 
Deseo expresar mi más profundo afecto y aprecio a Gaya Jenkins y Trey Jenkins por su dedicación. 
Me gustaría hacer extensiva mi más honda gratitud a Janet Milis, editora y creyente. También estaré 
permanentemente agradecido a Ray Chambers por iluminarme el camino. 
Me gustaría manifestar mí respeto a mi querida amiga Gíni Gentry, una «mente» increíble cuya fe me 
llegó al corazón. 
Me gustaría también reconocer la contribución de las numerosas personas que generosamente 
entregaron su tiempo, su corazón y sus recursos para apoyar estas enseñanzas. Una lista parcial incluye a: 
Gae Buckiey, Teo y Peggy Suey Raess, Christinea Johnson, Judy «Red» Fruhbauer, Vickí Molinar, David y 
Linda Dibble, Bernadette Vigil, Cynthia Wootton, Alan Clark, Rita Pisco Rivera, Catherine Chase, Stephanie 
Bureau, Todd Kaprielian, Glenna Quígley, Alan Hardman, Cindee Pascoe, Tink y Chuck Cowgill, Roberto y 
Diane Paez, Siri Gían Singh Khalsa, Heather Ash, Larry Andrews, Judy Silver, Carolyn Hipp, Kim Hofer, 
Mersedeh Kheradmand, Diana y Sky Ferguson, Keri Kro-pidlowski, Steve Hasenburg, Dará Salour, Joaquín 
Galvan, Woodie Bobb, Rachel Guerrero, Mark Gershon, Collette Michaan, Brandt Morgan, Katherine Kilgore 
(Kítty Kaur), Michael Gilardy, Laura Haney, Marc Cloptin, Wendy Bobb, Edwardo Fox, Yari Jaeda, Mary 
Carroll Nelson, Amari Magdelana, JaneAnn Dow, Russ Venable, Gu y Maya Khalsa, Mataji Rosita, Fred y 
Marión Vatínelli, Diane Laurent, V. J. Polích, Gail Dawn Price, Barbara Simón, Patti Cake Torres, Kaye 
TKompson, Rarnín Yazdani, Linda Lightfoot, Terry «Petie» Gorton, Dorothy Lee, J, J. Frank (Julio Franco), 
Jennifer y Jeanne Jenkins, George Gorton, Tita Weems, Shelley Wolf, Gígí Boyce, Morgan Drasmin, Eddíe 
Von Sonn, Sidney de Jong, Peg Hackett Cancienne, Germaíne Bautista, Pilar Mendoza, Debbie Rund 
Caldweil, Bea La Scalla, Eduardo Rabasa y el Cowboy. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
01 
Los toltecas 
 
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de 
conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero, de hecho, 
eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las 
prácticas de sus antepasados. Formaron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en 
Teotihuacan, la ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en el 
que «el hombre se convierte en Dios». 
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a esconder su sabiduría ancestral y a 
mantener su existencia en secreto. La conquista europea, unida a un agresivo mal uso del poder personal por 
parte de algunos aprendices, hizo necesario proteger el conocimiento de aquellos que no estaban preparados 
para utilizarlo con buen juicio, o que hubieran podido usarlo mal intencionadamente para obtener un beneficio 
personal. 
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca fue conservado y transmitido de una generación a otra por 
distintos linajes de naguales. Aunque permaneció oculto en el secreto durante cientos de años, las antiguas 
profecías vaticinaban que llegaría el momento en el que sería necesario devolver la sabiduría a la gente. 
Ahora, el doctor Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del Águila, ha sido guiado para divulgar las 
poderosas enseñanzas de los toltecas. 
El conocimiento tolteca surge de la misma unidad esencial de la verdad de la que parten todas las 
tradiciones esotéricas sagradas del mundo. Aunque no es una religión, respeta a todos los maestros 
espirituales que han enseñado en la Tierra, y, si bien abarca el espíritu, resulta más preciso describirlo como 
una manera de vivir que se distingue por su fácil acceso a la felicidad y el amor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
02 
INTRODUCCIÓN 
 
Espejo Humeante 
 
Hace tres mil años había un ser humano, igual que tú y que yo, que vivía cerca de una ciudad rodeada 
de montañas. Este ser humano estudiaba para convertirse en un chamán, para aprender el conocimiento de 
sus ancestros,pero no estaba totalmente de acuerdo con todo lo que aprendía. En su corazón sentía que 
debía de haber algo más. 
Un día, mientras dormía en una cueva, soñó que veía su propio cuerpo durmiendo. Salió de la cueva a 
una noche de luna llena. El cielo estaba despejado y vio una infinidad de estrellas. Entonces, algo sucedió en 
su interior que transformó su vida para siempre. Se miró las manos, sintió su cuerpo y oyó su propia voz que 
decía: «Estoy hecho de luz; estoy hecho de estrellas». 
Miró al cielo de nuevo y se dio cuenta de que no son las estrellas las que crean la luz, sino que es la luz 
la que crea las estrellas. «Todo está hecho de luz –dijo–, y el espacio de en medio no está vacío.» Y supo 
que todo lo que existe es un ser viviente, y que la luz es la mensajera de la vida, porque está viva y contiene 
toda la información. 
Entonces se dio cuenta de que, aunque estaba hecho de estrellas, él no era esas estrellas. «Estoy en 
medio de las estrellas», pensó. Así que llamó a las estrellas el tonal y a la luz que había entre las estrellas el 
nagual, y supo que lo que creaba la armonía y el espacio entre ambos es la Vida o Intento. Sin Vida, el tonal y 
el nagual no existirían. La Vida es la fuerza de lo absoluto, lo supremo, la Creadora de todas las cosas. 
Esto es lo que descubrió: todo lo que existe es una manifestación del ser viviente al que llamamos Dios; 
todas las cosas son Dios. Y llegó a la conclusión de que la percepción humana es sólo luz que percibe luz. 
También se dio cuenta de que la materia es un espejo –todo es un espejo que refleja luz y crea imágenes de 
esa luz–, y el mundo de la ilusión, el Sueño, es tan sólo como un humo que nos impide ver lo que realmente 
somos. «Lo que realmente somos es puro amor, pura luz», dijo. 
Este descubrimiento cambió su vida. Una vez supo lo que en verdad era, miró a su alrededor y vio a 
otros seres humanos y al resto de la naturaleza, y le asombró lo que vio. Se vio a sí mismo en todas las 
cosas: en cada ser humano, en cada animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en las nubes, en la 
Tierra... Y vio que la Vida mezclaba el tonal y el nagual de distintas maneras para crear millones de 
manifestaciones de Vida. 
En esos instantes lo comprendió todo. Se sentía entusiasmado y su corazón rebosaba paz. Estaba 
impaciente por revelar a su gente lo que había descubierto. Pero no había palabras para explicarlo. Intentó 
describirlo a los demás, pero no lo entendían. Vieron que había cambiado, que algo muy bello irradiaba de 
sus ojos y de su voz. Comprobaron que ya no emitía juicios sobre nada ni nadie. Ya no se parecía a nadie. 
El los comprendía muy bien a todos, pero a él nadie lo comprendía. Creyeron que era una encarnación 
de Dios; al oírlo, él sonrió y dijo: «Es cierto. Soy Dios. Pero vosotros también lo sois. Todos somos iguales. 
Somos imágenes de luz. Somos Dios». Pero la gente seguía sin entenderlo. 
Había descubierto que era un espejo para los demás, un espejo en el que podía verse a sí mismo. 
«Cada uno es un espejo», dijo. Se veía en todos, pero nadie se veía a sí mismo en él. Y comprendió que 
todos soñaban pero sin tener consciencia de ello, sin saber lo que realmente eran. No podían verse a ellos 
mismos en él porque había un muro de niebla o humo entre los espejos. Y ese muro de niebla estaba 
construido por la interpretación de las imágenes de luz: el Sueño de los seres humanos. 
Entonces supo que pronto olvidaría todo lo que había aprendido. Quería acordarse de todas las 
visiones que había tenido, así que decidió llamarse a sí mismo «Espejo Humeante» para recordar siempre 
que la materia es un espejo y que el humo que hay en medio es lo que nos impide saber qué somos. Y dijo: 
«Soy Espejo Humeante porque me veo en todos vosotros, pero no nos reconocemos mutuamente por el 
humo que hay entre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejo eres tú, el soñador». 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
03 
Es fácil vivir con los ojos cerrados, 
interpretando mal todo lo que se ve... 
 
JOHN LENNON 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
04 
1 
 
La domesticación y el sueño del planeta 
 
Lo que ves y escuchas ahora mismo no es más que un sueño. En este mismo momento estás soñando. 
Sueñas con el cerebro despierto. 
Soñar es la función principal de la mente, y la mente sueña veinticuatro horas al día. Sueña cuando el 
cerebro está despierto y también cuando está dormido. La diferencia estriba en que, cuando el cerebro está 
despierto, hay un marco material que nos hace percibir las cosas de una forma lineal. Cuando dormimos no 
tenemos ese marco, y el sueño tiende a cambiar constantemente. 
Los seres humanos soñamos todo el tiempo. Antes de que naciésemos, aquellos que nos precedieron 
crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el sueño del planeta. El sueño 
del planeta es el sueño colectivo hecho de miles de millones de sueños más pequeños, de sueños personales 
que, unidos, crean un sueño de una familia, un sueño de una comunidad, un sueño de una ciudad, un sueño 
de un país, y finalmente, un sueño de toda la humanidad. El sueño del planeta incluye todas las reglas de la 
sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, 
sus escuelas, sus acontecimientos sociales y sus celebraciones. 
Nacemos con la capacidad de aprender a soñar, y los seres humanos que nos preceden nos enseñan a 
soñar de la forma en que lo hace la sociedad. El sueño externo tiene tantas reglas que, cuando nace un niño, 
captamos su atención para introducir estas reglas en su mente. El sueño externo utiliza a mamá y papá, la 
escuela y la religión para enseñarnos a soñar. 
La atención es la capacidad que tenemos de discernir y centrarnos en aquello que queremos percibir. 
Percibimos millones de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra atención para retener en el primer 
plano de nuestra mente lo que nos interesa. Los adultos que nos rodeaban captaron nuestra atención y, por 
medio de la repetición, introdujeron información en nuestra mente. Así es como aprendimos todo lo que 
sabemos. 
Utilizando nuestra atención aprendimos una realidad completa, un sueño completo. Aprendimos cómo 
comportarnos en sociedad: qué creer y qué no creer; qué es aceptable y qué no lo es; qué es bueno y qué es 
malo; qué es bello y qué es feo; qué es correcto y qué es incorrecto. Ya estaba todo allí: todo el conocimiento, 
todos los conceptos y todas las reglas sobre la manera de comportarse en el mundo. 
Cuando íbamos al colegio, nos sentábamos en una silla pequeña y prestábamos atención a lo que el 
maestro nos enseñaba. Cuando Íbamos a la iglesia, prestábamos atención a lo que el sacerdote o el pastor 
nos decía. La misma dinámica funcionaba con mamá y papá, y con nuestros hermanos y hermanas. Todos 
intentaban captar nuestra atención. También aprendimos a captar la atención de otros seres humanos y 
desarrollamos una necesidad de atención que siempre acaba siendo muy competitiva. Los niños compiten por 
la atención de sus padres, sus profesores, sus amigos: «¡Mírame! ¡Mira lo que hago! ¡Eh, que estoy aquí!». 
La necesidad de atención se vuelve muy fuerte y continúa en la edad adulta. 
El sueño externo capta nuestra atención y nos enseña qué creer, empezando por la lengua que 
hablamos. El lenguaje es el código que utilizamos los seres humanos para comprendernos y comunicarnos. 
Cada letra, cada palabra de cada lengua, es un acuerdo. Llamamos a esto una página de un libro; la palabra 
página es un acuerdo que comprendemos. Una vez entendemos el código, nuestra atención queda atrapada 
y la energía se transfiere de una persona a otra. 
Tú no escogiste tu lengua, ni tu religión ni tus valores morales: ya estaban ahí antes de que nacieras. 
Nunca tuvimos la oportunidad de elegir qué creer y qué no creer. Nunca escogimos ni el más insignificante de 
estos acuerdos. Ni siquiera elegimos nuestropropio nombre. 
De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con la 
información que otros seres humanos nos transmitieron del sueño del planeta. La única forma de almacenar 
información es por acuerdo. El sueño externo capta nuestra atención, pero si no estamos de acuerdo, no 
almacenaremos esa información. Tan pronto como estamos de acuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo 
llamamos «fe». Tener fe es creer incondicionalmente. 
Así es como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen todo lo que dicen los adultos. 
Estábamos de acuerdo con ellos, y nuestra fe era tan fuerte, que el sistema de creencias que se nos había 
transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra vida. No escogimos estas creencias, y aunque quizá 
nos rebelamos contra ellas, no éramos lo bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase. El resultado es 
que nos rendimos a las creencias mediante nuestro acuerdo. 
Llamo a este proceso «la domesticación de los seres humanos». A través de esta domesticación 
aprendemos a vivir y a soñar. En la domesticación humana, la información del sueño externo se transfiere al 
sueño interno y crea todo nuestro sistema de creencias. En primer lugar, al niño se le enseña el nombre de 
las cosas: mamá, papá, leche, botella... Día a día, en casa, en la escuela, en la iglesia y desde la televisión, 
 
05 
nos dicen cómo hemos de vivir, qué tipo de comportamiento es aceptable. El sueño extremo nos enseña 
cómo ser seres humanos. Tenemos todo un concepto de lo que es una «mujer» y de lo que es un «hombre». 
Y también aprendemos a juzgar: Nos juzgamos a nosotros mismos, juzgamos a otras personas, juzgamos a 
nuestros vecinos... 
Domesticamos a los niños de la misma manera en que domesticamos a un perro, un gato o cualquier 
otro animal. Para enseñar a un perro, lo castigamos y lo recompensamos. Adiestramos a nuestros niños, a 
quienes tanto queremos, de la misma forma en que adiestramos a cualquier animal doméstico: con un 
sistema de premios y castigos. Nos decían: «Eres un niño bueno», o: «Eres una niña buena», cuando 
hacíamos lo que mamá y papá querían que hiciéramos. Cuando no lo hacíamos, éramos «una niña mala» o 
«un niño malo». 
Cuando no acatábamos las reglas, nos castigaban; cuando las cumplíamos, nos premiaban. Nos 
castigaban y nos premiaban muchas veces al día. Pronto empezamos a tener miedo de ser castigados y 
también de no recibir la recompensa, es decir, la atención de nuestros padres o de otras personas como 
hermanos, profesores y amigos. Con el tiempo desarrollamos la necesidad de captar la atención de los 
demás para conseguir nuestra recompensa. 
Cuando recibíamos el premio nos sentíamos bien, y por ello, continuamos haciendo lo que los demás 
querían que hiciéramos. Debido a ese miedo a ser castigados y a no recibir la recompensa, empezamos a 
fingir que éramos lo que no éramos, con el único fin de complacer a los demás, de ser lo bastante buenos 
para otras personas. Empezamos a actuar para intentar complacer a mamá y a papá, a los profesores y a la 
iglesia. Fingimos ser lo que no éramos porque nos daba miedo que nos rechazaran. El miedo a ser 
rechazados se convirtió en el miedo a no ser lo bastante buenos. Al final, acabamos siendo alguien que no 
éramos. Nos convertimos en una copia de las creencias de mamá, las creencias de papá, las creencias de la 
sociedad y las creencias de la religión. 
En el proceso de domesticación, perdimos todas nuestras tendencias naturales. Y cuando fuimos lo 
bastante mayores para que nuestra mente lo comprendiera, aprendimos a decir que no. El adulto decía: «No 
hagas esto y no hagas lo otro». Nosotros nos rebelábamos y respondíamos: «¡No!». Nos rebelábamos para 
defender nuestra libertad. Queríamos ser nosotros mismos, pero éramos muy pequeños y los adultos eran 
grandes y fuertes. Después de cierto tiempo, empezamos a sentir miedo porque sabíamos que cada vez que 
hiciéramos algo incorrecto recibiríamos un castigo. 
La domesticación es tan poderosa que, en un determinado momento de nuestra vida, ya no 
necesitamos que nadie nos domestique. No necesitamos que mamá o papá, la escuela o la iglesia nos 
domestiquen. Estamos tan bien entrenados que somos nuestro propio domador. Somos unos animales auto-
domesticados. Ahora nos domesticamos a nosotros mismos según el sistema de creencias que nos 
transmitieron y utilizando el mismo sistema de castigo y recompensa. Nos castigamos a nosotros mismos 
cuando no seguimos las reglas de nuestro sistema de creencias; nos premiamos cuando somos «un niño 
bueno» o «una niña buena». 
Nuestro sistema de creencias es como el Libro de la Ley que gobierna nuestra mente. No es 
cuestionable; cualquier cosa que esté en ese Libro de la Ley es nuestra verdad. Basamos todos nuestros 
juicios en él, aún cuando vayan en contra de nuestra propia naturaleza interior. Durante el proceso de 
domesticación, se programaron en nuestra mente incluso leyes morales como los Diez Mandamientos. Uno a 
uno, todos esos acuerdos forman el Libro de la Ley y dirigen nuestro sueño. 
Hay algo en nuestra mente que lo juzga todo y a todos, incluso el clima, el perro, el gato... Todo. El Juez 
interior utiliza lo que está en nuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo que hacemos y dejamos de hacer, 
todo lo que pensamos y no pensamos, todo lo que sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos algo que 
va contra el Libro de la Ley, el Juez dice que somos culpables, que necesitamos un castigo, que debemos 
sentirnos avergonzados. Esto ocurre muchas veces al día, día tras día, durante todos los años de nuestra 
vida. 
Hay otra parte en nosotros que recibe los juicios, y a esa parte la llamamos «la Víctima». La Víctima 
carga con la culpa, el reproche y la vergüenza. Es esa parte nuestra que dice: « ¡Pobre de mí! No soy 
suficientemente bueno, ni inteligente ni atractivo, y no merezco ser amado. ¡Pobre de mí!». El gran Juez lo 
reconoce y dice: «Sí. No vales lo suficiente». Y todo esto se fundamenta en un sistema de creencias en el 
que jamás escogimos creer. Y el sistema es tan fuerte que, incluso años después de haber entrado en 
contacto con nuevos conceptos y de intentar tomar nuestras propias decisiones, nos damos cuenta de que 
esas creencias todavía controlan nuestra vida. 
Cualquier cosa que vaya contra el Libro de la Ley hará que sintamos una extraña sensación en el plexo 
solar, una sensación que se llama miedo. Incumplir las reglas del Libro de la Ley abre nuestras heridas 
emocionales, y reaccionamos creando veneno emocional. Dado que todo lo que está en el Libro de la Ley 
tiene que ser verdad, cualquier cosa que ponga en tela de juicio lo que creemos nos hace sentir inseguros. 
Aunque el Libro de la Ley esté equivocado, hace que nos sintamos seguros. 
 
 
06 
Por este motivo, necesitamos una gran valentía para desafiar nuestras propias creencias; porque, 
aunque sepamos que no las escogimos, también es cierto que las aceptamos. El acuerdo es tan fuerte, que 
incluso cuando sabemos que el concepto es erróneo, sentimos la culpa, el reproche y la vergüenza que 
aparecen cuando actuamos en contra de esas reglas. 
De la misma forma que el gobierno tiene un Código de Leyes que dirige el sueño de la sociedad, 
nuestro sistema de creencias es el Libro de la Ley que gobierna nuestro sueño personal. Todas estas leyes 
existen en nuestra mente, creemos en ellas, y nuestro Juez interior lo basa todo en ellas. El Juez decreta y la 
Víctima sufre la culpa y el castigo. Pero ¿quién dice que este sueño sea justo? La verdadera justicia consiste 
en pagar sólo una vez por cada error. Lo que es verdaderamente injusto es pagar varías veces por el mismo 
error. 
¿Cuántas veces pagamos por un mismo error? La respuesta es: miles de veces. El ser humano es el 
único animal sobre la Tierra que paga miles de veces por el mismo error. Los demás animales pagan sólo una 
vez por cada error. Pero nosotros no. Tenemos una gran memoria. Cometemos una equivocación, nosjuzgamos a nosotros mismos, nos declaramos culpables y nos castigamos. Sí fuese una cuestión de justicia, 
con eso bastaría; no necesitamos repetirlo, Pero cada vez que lo recordamos, nos juzgamos de nuevo, 
volvemos a considerarnos culpables y nos volvemos a castigar, una y otra vez, y otra, y otra más. Si estamos 
casados, también nuestra mujer o nuestro marido nos recuerda el error, y así volvemos a juzgarnos de nuevo, 
nos castigamos otra vez y nos volvemos a sentir culpables. ¿Acaso es esto justo? 
¿Cuántas veces hacemos que nuestra pareja, nuestros hijos o nuestros padres paguen por el mismo 
error? Cada vez que recordamos el error, los culpamos de nuevo y les enviamos todo el veneno emocional 
que sentimos frente a la injusticia; hacemos que vuelvan a pagar por ello. ¿Eso es justicia? El Juez de la 
mente está equivocado porque el sistema de creencias, el Libro de la Ley, es erróneo. Todo el sueño se 
fundamenta en una ley falsa. El 95 por ciento de las creencias que hemos almacenado en nuestra mente no 
son más que mentiras, y si sufrimos es porque creemos en todas ellas. En el sueño del planeta, a los seres 
humanos les resulta normal sufrir, vivir con miedo y crear dramas emocionales. El sueño externo no es un 
sueño placentero; es un sueño lleno de violencia, de miedo, de guerra, de injusticia. El sueño personal de los 
seres humanos varía, pero en conjunto es una pesadilla. Si observamos la sociedad humana, comprobamos 
que es un lugar en el que resulta muy difícil vivir, porque está gobernado por el miedo. En el mundo entero, 
vemos sufrimiento, cólera, venganza, adicciones, violencia en las calles y una tremenda injusticia. Esto existe 
en diferentes niveles en los distintos países del mundo, pero el miedo controla el sueño externo. 
Si comparamos el sueño de la sociedad humana con la descripción del Infierno que las distintas 
religiones de todo el mundo han divulgado, descubrimos que son exactamente iguales. Las religiones dicen 
que el Infierno es un lugar de castigo, de miedo, de dolor y de sufrimiento, un lugar donde el fuego te quema. 
Cada vez que sentimos emociones como la cólera, los celos, la envidia o el odio, experimentamos un fuego 
que arde en nuestro interior. Vivimos en el sueño del Infierno. 
Si consideramos que el Infierno es un estado de ánimo, entonces nos rodea por todas partes. Tal vez 
otras personas nos adviertan que si no hacemos lo que ellas dicen que deberíamos hacer, iremos al Infierno. 
Pero ya estamos en el Infierno, incluso la gente que nos dice eso. Ningún ser humano puede condenar a otro 
al Infierno, porque ya estamos en él. Es cierto que los demás pueden llevarnos a un Infierno todavía más 
profundo, pero únicamente si nosotros se lo permitimos. 
Cada ser humano, hombre o mujer, tiene su sueño personal, que, al igual que ocurre con el sueño de la 
sociedad, a menudo está dirigido por el miedo. Aprendemos a soñar el Infierno en nuestra propia vida, en 
nuestro sueño personal. El mismo miedo se manifiesta de distintas maneras en cada persona, por supuesto, 
porque todos sentimos cólera, celos, odio, envidia y otras emociones negativas. Nuestro sueño personal 
también puede convertirse en una pesadilla permanente en la que sufrimos y vivimos en un estado de miedo 
constante. Sin embargo, no es necesario que nuestro sueño sea una pesadilla. Podemos disfrutar de un 
sueño agradable. 
Toda la humanidad busca la Verdad, la justicia y la belleza. Estamos inmersos en una búsqueda eterna 
de la Verdad porque sólo creemos en las mentiras que hemos almacenado en nuestra mente. Buscamos la 
justicia porque en el sistema de creencias que tenemos no existe. Buscamos la belleza porque, por muy bella 
que sea una persona, no creemos que lo sea. Seguimos buscando y buscando cuando todo está ya en 
nosotros. No hay ninguna Verdad que encontrar. Dondequiera que miremos, todo lo que vemos es la Verdad, 
pero debido a los acuerdos y las creencias que hemos almacenado en nuestra mente, no tenemos ojos para 
verla. 
No vemos la Verdad porque estamos ciegos. Lo que nos ciega son todas esas falsas creencias que 
tenemos en la mente. Necesitamos sentir que tenemos razón y que los demás están equivocados. Confiamos 
en lo que creemos, y nuestras creencias nos invitan a sufrir. Es como si viviésemos en medio de una bruma 
que nos impide ver más allá de nuestras propias narices. Vivimos en una bruma que ni siquiera es real. Es un 
sueño, nuestro sueño personal de la vida: lo que creemos, todos los conceptos que tenemos sobre lo que 
somos, todos los acuerdos a los que hemos llegado con los demás, con nosotros mismos e incluso con Dios. 
 
07 
Toda nuestra mente es una bruma que los toltecas llamaron mitote. Nuestra mente es un sueño en el 
que miles de personas hablan a la vez y nadie comprende a nadie. Esta es la condición de la mente humana: 
un gran mitote, y así es imposible ver lo que realmente somos. En la India lo llaman maya, que significa 
«ilusión». Es nuestro concepto del «yo». Todo lo que creemos sobre nosotros mismos y el mundo, todos los 
conceptos y programas que tenemos en la mente, todo eso es el mitote. Nos resulta imposible ver quiénes 
somos verdaderamente; nos resulta imposible ver que no somos libres. 
Esta es la razón por la cual los seres humanos nos resistimos a la vida. Estar vivos es nuestro mayor 
miedo. No es la muerte; nuestro mayor miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de estar vivos y de 
expresar lo que realmente somos. Hemos aprendido a vivir intentando satisfacer las exigencias de otras 
personas. Hemos aprendido a vivir según los puntos de vista de los demás por miedo a no ser aceptados y de 
no ser lo suficientemente buenos para otras personas. 
Durante el proceso de domesticación, nos formamos una imagen mental de la perfección con el fin de 
tratar de ser lo suficientemente buenos. Creamos una imagen de cómo deberíamos ser para que los demás 
nos aceptaran. Intentamos complacer especialmente a las personas que nos aman, como papá y mamá, 
nuestros hermanos y hermanas mayores, los sacerdotes y los profesores. Al tratar de ser lo suficientemente 
buenos para ellos, creamos una imagen de perfección, pero no encajamos en ella. Creamos esa imagen, 
pero no es una imagen real. Bajo ese punto de vista, nunca seremos perfectos. ¡Nunca! 
Como no somos perfectos, nos rechazamos a nosotros mismos. El grado de rechazo depende de lo 
efectivos que hayan sido los adultos para romper nuestra integridad. Tras la domesticación, ya no se trata de 
que seamos lo suficientemente buenos para los demás. No somos lo bastante buenos para nosotros mismos 
porque no encajamos en nuestra propia imagen de perfección. Nos resulta imposible perdonarnos por no ser 
lo que desearíamos ser, o mejor dicho, por no ser quien creemos que deberíamos ser. No podemos 
perdonarnos por no ser perfectos. 
Sabemos que no somos lo que creemos que deberíamos ser, de modo que nos sentimos falsos, 
frustrados y deshonestos. Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El resultado es un 
sentimiento de falta de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los demás 
se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien descubra que no somos lo que pretendemos ser. También 
juzgamos a los demás según nuestra propia imagen de la perfección, y naturalmente no alcanzan nuestras 
expectativas. 
Nos deshonramos a nosotros mismos sólo para complacer a otras personas. Incluso llegamos a dañar 
nuestro cuerpo para que los demás nos acepten. Vemos a adolescentes que se drogan con el único fin de no 
ser rechazados por otros adolescentes. No son conscientes de que el problema estriba en que no se aceptan 
a sí mismos. Se rechazan porque no son lo que pretenden ser. Desean ser de una manera determinada, pero 
no lo son, y esto hace que se sientan culpables y avergonzados. Los seres humanos nos castigamos a 
nosotros mismos sin cesar por no ser como creemos que deberíamos ser. Nos maltratamos a nosotros 
mismos y utilizamos a otras personas paraque nos maltraten. 
Pero nadie nos maltrata más que nosotros mismos; el Juez, la Víctima y el sistema de creencias son los 
que nos llevan a hacerlo. Es cierto que algunas personas dicen que su marido o su mujer, su madre o su 
padre las maltrató, pero sabemos que nosotros nos maltratamos todavía más. Nuestra manera de juzgarnos 
es la peor que existe. Si cometemos un error delante de los demás, intentamos negarlo y taparlo; pero tan 
pronto como estamos solos, el Juez se vuelve tan tenaz y el reproche es tan fuerte, que nos sentimos 
realmente estúpidos, inútiles o indignos. 
Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo. El límite del maltrato que tolerarás de otra 
persona es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo más 
probable es que te alejes de esa persona. Sin embargo, si alguien te maltrata un poco menos de lo que 
sueles maltratarte tú, seguramente continuarás con esa relación y la tolerarás siempre. 
Si te castigas de forma exagerada, es posible que incluso llegues a tolerar a alguien que te agrede 
físicamente, te humilla y te trata como si fueras basura. ¿Por qué? Porque, de acuerdo con tu sistema de 
creencias, dices: «Me lo merezco. Esta persona me hace un favor al estar conmigo. No soy digno de amor ni 
de respeto. No soy suficientemente bueno». 
Necesitamos que los demás nos acepten y nos amen, pero nos resulta imposible aceptarnos y amarnos 
a nosotros mismos. Cuanta más autoestima tenemos, menos nos maltratamos. El abuso de uno mismo nace 
del auto-rechazo, y éste de la imagen que tenemos de lo que significa ser perfecto y de la imposibilidad de 
alcanzar ese ideal. Nuestra imagen de perfección es la razón por la cual nos rechazamos; es el motivo por el 
cual no nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos y no aceptamos a los demás tal como son. 
 
 
 
 
 
 
08 
El preludio de un nuevo sueño 
 
Has establecido millares de acuerdos contigo mismo, con otras personas, con el sueño que es tu vida, 
con Dios, con la sociedad, con tus padres, con tu pareja, con tus hijos; pero los acuerdos más importantes 
son los que has hecho contigo mismo. En esos acuerdos te has dicho quién eres, qué sientes, qué crees y 
cómo debes comportarte. El resultado es lo que llamas tu personalidad. En esos acuerdos dices: «Esto es lo 
que soy. Esto es lo que creo. Soy capaz de hacer ciertas cosas y hay otras que no puedo hacer. Esto es real 
y lo otro es fantasía; esto es posible y aquello es imposible». 
Un solo acuerdo no sería un gran problema, pero tenemos muchos acuerdos que nos hacen sufrir, que 
nos hacen fracasar en la vida. Si quieres vivir con alegría y satisfacción, debes hallar la valentía necesaria 
para romper esos acuerdos que se basan en el miedo y reclamar tu poder personal. Los acuerdos que surgen 
del miedo requieren un gran gasto de energía, pero los que surgen del amor nos ayudan a conservar nuestra 
energía e incluso a aumentarla. 
Todos nacemos con una determinada cantidad de poder personal que se renueva cada día con el 
descanso. Desgraciadamente, gastamos todo nuestro poder personal primero en crear esos acuerdos, y 
después en mantenerlos. Los acuerdos a los que hemos llegado consumen nuestro poder personal, y el 
resultado es que nos sentimos impotentes. Sólo nos queda el poder justo para sobrevivir cada día, porque 
utilizamos la mayor parte de él en mantener los acuerdos que nos atrapan en el sueño del planeta. ¿Cómo 
podemos cambiar todo el sueño de nuestra vida cuando ni siquiera tenemos poder para cambiar hasta el 
acuerdo más insignificante? 
Si somos capaces de reconocer que nuestra vida está gobernada por nuestros acuerdos y el sueño de 
nuestra vida no nos gusta, necesitamos cambiar los acuerdos. Cuando finalmente estemos dispuestos a 
cambiarlos, habrá cuatro acuerdos muy poderosos que nos ayudarán a romper aquellos otros que surgen del 
miedo y agotan nuestra energía. 
Cada vez que rompes un acuerdo, todo el poder que utilizaste para crearlo vuelve a ti. Si los adoptas, 
estos cuatro acuerdos crearán el poder personal necesario para que cambies todo tu antiguo sistema de 
acuerdos. 
Necesitas una gran voluntad para adoptar los Cuatro Acuerdos. Pero si eres capaz de empezar a vivir 
con ellos, tu vida se transformará de una manera asombrosa. Verás cómo el drama del Infierno desaparece 
delante de tus mismos ojos. En lugar de vivir en el sueño del Infierno, crearás un nuevo sueño: tu sueño 
personal del Cielo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
09 
2 
 
EL PRIMER ACUERDO 
 
Sé impecable con tus palabras 
 
El Primer Acuerdo es el más importante y también el más difícil de cumplir. Es tan importante que sólo 
con él ya serás capaz de alcanzar el nivel de existencia que yo denomino «el Cielo en la Tierra». 
El Primer Acuerdo consiste en ser impecable con tus palabras. Parece muy simple, pero es sumamente 
poderoso. 
¿Por qué tus palabras? Porque constituyen el poder que tienes para crear. Son un don que proviene 
directamente de Dios. En la Biblia, el Evangelio de San Juan empieza diciendo: «En el principio existía el 
Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Mediante las palabras expresas tu poder creativo; lo 
revelas todo. Independientemente de la lengua que hables, tu intención se pone de manifiesto a través de las 
palabras. Lo que sueñas, lo que sientes y lo que realmente eres, lo muestras por medio de las palabras. 
No son sólo sonidos o símbolos escritos; son una fuerza. Constituyen el poder que tienes para expresar 
y comunicar, para pensar y, en consecuencia, para crear los acontecimientos de tu vida. Puedes hablar. 
¿Qué otro animal del planeta puede hacerlo? Las palabras son la herramienta más poderosa que tienes como 
ser humano, el instrumento de la magia. Pero son como una espada de doble filo: pueden crear el sueño más 
bello o destruir todo lo que te rodea. Uno de los filos es el uso erróneo de las palabras, que crea un Infierno 
en vida. El otro es la impecabilidad de las palabras, que sólo engendrará belleza, amor y el Cielo en la Tierra. 
Según cómo las utilices, las palabras te liberarán o te esclavizarán aún más de lo que imaginas. Toda la 
magia que posees se basa en tus palabras. Son pura magia, y si las utilizas mal, se convierten en magia 
negra. 
Esta magia es tan poderosa, que una sola palabra puede cambiar una vida o destruir a millones de 
personas. Hace años, en Alemania, mediante el uso de las palabras, un hombre manipuló a un país entero de 
gente muy inteligente. Los llevó a una guerra mundial sólo con el poder de sus palabras. Convenció a otros 
para que cometieran los más atroces actos de violencia. Activó el miedo de la gente, y de pronto, como una 
gran explosión, empezaron las matanzas y el mundo estalló en guerra. En todo el planeta los seres humanos 
han destruido a otros seres humanos porque tenían miedo. Las palabras de Hitler, que se basaban en 
creencias y acuerdos generados por el miedo, serán recordadas durante siglos. 
La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente se están plantando semillas. Las 
semillas son opiniones, ideas y conceptos. Tú plantas una semilla, un pensamiento, y éste crece. Las 
palabras son como semillas, ¡y la mente humana es muy fértil! El único problema es que, con demasiada 
frecuencia, es fértil para las semillas del miedo. Todas las mentes humanas son fértiles, pero sólo para la 
clase de semilla para la que están preparadas. Lo importante es descubrir para qué clase de semillas es fértil 
nuestra mente, y prepararla para recibir las semillas del amor. 
Fíjate en el ejemplo de Hitler: Sembró todas aquellas semillas de miedo, que crecieron muy fuertes y 
consiguieron una extraordinaria destrucción masiva. Teniendo en cuenta el pavoroso poder de las palabras, 
debemos comprender cuál es el poder que emana de nuestra boca. Si plantamos un miedo o una duda en 
nuestra mente, creará una serie interminable de acontecimientos. Una palabra es como un hechizo,y los 
humanos utilizamos las palabras como magos de magia negra, hechizándonos los unos a los otros 
imprudentemente. 
Todo ser humano es un mago, y por medio de las palabras, puede hechizar a alguien o liberarlo de un 
hechizo. Continuamente estamos lanzando hechizos con nuestras opiniones. Por ejemplo, me encuentro con 
un amigo y le doy una opinión que se me acaba de ocurrir. Le digo: «iMmmm! Veo en tu cara el color de los 
que acaban teniendo cáncer». Si escucha esas palabras y está de acuerdo, desarrollará un cáncer en menos 
de un año. Ese es el poder de las palabras. 
Durante nuestra domesticación, nuestros padres y hermanos expresaban sus opiniones sobre nosotros 
sin pensar. Nosotros nos creíamos lo que nos decían y vivíamos con el miedo que nos provocaban sus 
opiniones, como la de que no servíamos para nadar, para los deportes o para escribir. Alguien da una opinión 
y dice: «¡Mira qué niña tan fea!». La niña lo oye, se cree que es fea y crece con esa idea en la cabeza. No 
importa lo guapa que sea; mientras mantenga ese acuerdo, creerá que es fea. Estará bajo ese hechizo. 
Las palabras captan nuestra atención, entran en nuestra mente y cambian por entero, para bien o para 
mal, nuestras creencias. Otro ejemplo: quizás pienses que eres estúpido, y tal vez lo hayas creído desde 
siempre. Este acuerdo es muy difícil de romper, y es posible que te lleve a realizar muchas cosas con el único 
fin de convencerte de que realmente eres estúpido. Puede que hagas algo y te digas a tí mismo: «Me gustaría 
ser inteligente, pero debo de ser estúpido, porque si no lo fuera, no habría hecho esto». La mente se mueve 
en cientos de direcciones diferentes y podríamos pasarnos días enteros atrapados únicamente por la creencia 
en nuestra propia estupidez. 
10 
Pero un día alguien capta tu atención y con palabras te hace saber que no eres estúpido. Crees lo que 
esa persona dice y llegas a un nuevo acuerdo. Y el resultado es que dejas de sentirte o de actuar como un 
estúpido. Se ha roto todo el hechizo sólo con la fuerza de las palabras, Y a la inversa, si crees que eres 
estúpido y alguien capta tu atención y te dice: «Sí, realmente eres la persona más estúpida que jamás he 
conocido», el acuerdo se verá reforzado y se volverá todavía más firme. 
 
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Veamos ahora lo que significa la palabra «impecabilidad». Significa «sin pecado». «Impecable» 
proviene del latín pecatus, que quiere decir «pecado». El prefijo im significa «sin», de modo que «impecable» 
quiere decir «sin pecado». Las religiones hablan del pecado y de los pecadores, pero entendamos qué 
significa realmente pecar. Un pecado es cualquier cosa que haces y que va contra ti. Todo lo que sientas, 
creas o digas que vaya contra ti es un pecado. Vas contra ti cuando te juzgas y te culpas por cualquier cosa. 
No pecar es hacer exactamente lo contrario. Ser impecable es no ir contra ti mismo. Cuando eres impecable, 
asumes la responsabilidad de tus actos, pero sin juzgarte ni culparte. 
Desde este punto de vista, todo el concepto de pecado deja de ser algo moral o religioso para 
convertirse en una cuestión de puro sentido común. El pecado empieza con el rechazo de uno mismo. El 
mayor pecado que cometes es rechazarte a ti mismo. En términos religiosos, el auto-rechazo es un «pecado 
mortal», es decir que te conduce a la muerte. En cambio, la impecabilidad te conduce a la vida. 
Ser impecable con tus palabras es no utilizarlas contra ti mismo. Si te veo en la calle y te llamo estúpido, 
puede parecer que utilizo esa palabra contra ti, pero en realidad la utilizo contra mí mismo, porque tú me 
odiarás por ello y tu odio no será bueno para mí. Por tanto, si me enfurezco y con mis palabras te envío todo 
mi veneno emocional, las estoy utilizando en mi contra. 
Si me amo a mí mismo, expresaré ese amor en mis relaciones contigo y seré impecable con mis 
palabras, porque la acción provoca una reacción semejante. Si te amo, tú me amarás. Si te insulto, me 
insultarás. Sí siento gratitud por ti, tú la sentirás por mí. Si soy egoísta contigo, tú lo serás conmigo. Si utilizo 
mis palabras para hechizarte, tú emplearás las tuyas para hechizarme a mí. 
Ser impecable con tus palabras significa utilizar tu energía correctamente, en la dirección de la verdad y 
del amor por ti mismo. Si llegas a un acuerdo contigo para ser impecable con tus palabras, eso bastará para 
que la verdad se manifieste a través de ti y limpie todo el veneno emocional que hay en tu interior. Pero llegar 
a este acuerdo es difícil, porque hemos aprendido a hacer precisamente todo lo contrario. Hemos aprendido a 
hacer de la mentira un hábito al comunicarnos con los demás, y aún más importante, al hablar con nosotros 
mismos. No somos impecables con nuestras palabras. 
En el Infierno, el poder de las palabras se emplea de un modo totalmente erróneo. Las usamos para 
maldecir, para culpar, para reprochar, para destruir. También las utilizamos correctamente, por supuesto, pero 
no lo hacemos muy a menudo. Por lo general, empleamos las palabras para propagar nuestro veneno 
personal: para expresar rabia, celos, envidia y odio. Las palabras son pura magia –el don más poderoso que 
tenemos como seres humanos– y las utilizamos contra nosotros mismos. Planeamos vengarnos y creamos 
caos con las palabras. Las usamos para fomentar el odio entre las distintas razas, entre diferentes personas, 
entre las familias, entre las naciones... Hacemos un mal uso de las palabras con gran frecuencia, y así es 
como creamos y perpetuamos el sueño del Infierno. Con el uso erróneo de las palabras, nos perjudicamos los 
unos a los otros y nos mantenemos mutuamente en un estado de miedo y duda. Dado que las palabras son la 
magia que poseemos los seres humanos y su uso equivocado es magia negra, utilizamos la magia negra 
constantemente sin tener la menor idea de ello. 
Por ejemplo, había una vez una mujer inteligente y de gran corazón. Esta mujer tenía una hija a la que 
adoraba. Una noche llegó a casa después de un duro día de trabajo, muy cansada, tensa y con un terrible 
dolor de cabeza. Quería paz y tranquilidad, pero su hija saltaba y cantaba, alegremente. No era consciente de 
cómo se sentía su madre; estaba en su propio mundo, en su propio sueño. Se sentía de maravilla y saltaba y 
cantaba cada vez más fuerte, expresando su alegría y su amor. Cantaba tan fuerte que el dolor de cabeza de 
su madre aún empeoró más, hasta que, en un momento determinado, la madre perdió el control. Miró muy 
enfadada a su preciosa hija y le dijo: «¡Cállate! Tienes una voz horrible. ¿Es que no puedes estar callada?». 
Lo cierto es que, en ese momento, la tolerancia de la madre frente a cualquier ruido era inexistente; no 
era que la voz de su hija fuera horrible. Pero la hija creyó lo que le dijo su madre y llegó a un acuerdo con ella 
misma. Después de esto ya no cantó más, porque creía que su voz era horrible y que molestaría a cualquier 
persona que la oyera. En la escuela se volvió tímida, y si le pedían que cantase, se negaba a hacerlo. Incluso 
hablar con los demás se convirtió en algo difícil. Ese nuevo acuerdo hizo que todo cambiase para esa niña: 
creyó que debía reprimir sus emociones para que la aceptasen y la amasen. 
Siempre que escuchamos una opinión y la creemos, llegamos a un acuerdo que pasa a formar parte de 
nuestro sistema de creencias. La niña creció, y aunque tenía una bonita voz, nunca volvió a cantar. Desarrolló 
un gran complejo a causa de un hechizo; un hechizo lanzado por la persona que más la quería: su propia 
 
11 
madre, que no se dio cuenta de lo que había hecho con sus palabras. No se dio cuenta de que había utilizado 
magia negra y había hechizado a su hija. Desconocía el poder de sus palabras, y por consiguiente no se la 
puede culpar. Hizo lo que su propia madre, su padre y otras personas habían hecho con ella de muchas 
maneras diferentes: utilizar mal sus palabras. 
¿Cuántas veces hacemos lo mismo con nuestros propios hijos? Les lanzamos opiniones de estetipo y 
ellos cargan con esa magia negra durante años y años. Las personas que nos quieren emplean magia negra 
con nosotros, pero no saben lo que hacen. Por ello debemos perdonarlos, porque no saben lo que hacen. 
Otro ejemplo: Te despiertas por la mañana sintiéndote muy contenta. Te sientes tan bien, que te pasas 
dos horas delante del espejo arreglándote. Entonces, una de tus mejores amigas te dice: «¿Qué te ha 
pasado? Estás horrorosa. Mira tu vestido; haces el ridículo». Ya está; con eso es suficiente para enviarte a lo 
más profundo del Infierno. Quizás esa amiga te hizo este comentario sólo para herirte, y lo consiguió. Te dio 
una opinión que llevaba tras ella todo el poder de sus palabras. Si aceptas esa opinión, se convierte en un 
acuerdo, y entonces tú misma pones todo tu poder en esa opinión, que se convierte en magia negra. 
Los hechizos de este tipo es difícil romperlos. La única manera de deshacer un hechizo es llegar a un 
nuevo acuerdo que se base en la verdad. La verdad es el aspecto más importante del hecho de ser 
impecable con tus palabras. La espada tiene dos filos: en uno están las mentiras que crean la magia negra, y 
en el otro, está la verdad que tiene el poder de deshacer los hechizos. Sólo la verdad nos hará libres. 
 
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Considera las relaciones humanas diarias, e imagínate cuántas veces nos lanzamos hechizos los unos 
a los otros con nuestras palabras. Con el tiempo, esto se ha convertido en la peor forma de magia negra: son 
los chismes. 
Los chismes son magia negra de la peor clase, porque son puro veneno. Aprendimos a contar chismes 
por acuerdo. De niños, escuchábamos a los adultos que nos rodeaban chismorrear sin parar y expresar 
abiertamente su opinión sobre otras personas. Incluso opinaban sobre gente a la que no conocían. Mediante 
esas opiniones, transferían su veneno emocional, y nosotros aprendimos que esta era la manera normal de 
comunicarse. 
Contar chismes se ha convertido en la principal forma de comunicación en la sociedad humana. Es la 
manera que utilizamos para sentirnos cerca de otras personas, porque ver que alguien se siente tan mal 
como nosotros, nos hace sentir mejor. 
Hay una vieja expresión que dice: «A la miseria le gusta estar acompañada», y la gente que sufre en el 
Infierno no quiere estar sola. El miedo y el sufrimiento son un aspecto importante del sueño del planeta; son la 
razón de que ese sueño nos continúe reprimiendo. 
Si hacemos una analogía y comparamos la mente humana con un ordenador, el chismorreo es 
comparable a un virus informático, que no es más que un programa escrito en el mismo lenguaje que los 
demás, pero con una intención dañina. Se introduce en el ordenador cuando menos te lo esperas, y en la 
mayoría de los casos, sin que siquiera te des cuenta. Una vez se ha introducido en él, tu ordenador no va 
demasiado bien o no funciona en absoluto, porque todo se lía y hay tal cantidad de mensajes contradictorios 
que resulta imposible obtener resultados satisfactorios. 
El chismorreo entre los seres humanos funciona de la misma manera. Por ejemplo, empiezas un curso 
con un nuevo profesor; es algo que esperabas desde hace mucho tiempo. El primer día te encuentras con 
alguien que anteriormente asistió a ese curso y te dice: «¡Ese profesor es un pedante y un pelmazo! No tiene 
ni idea, y además, es un pervertido, de modo que ve con cuidado». 
Las palabras de esa persona y las emociones que te transmitió cuando te hizo este comentario se te 
quedan inmediatamente grabadas; sin embargo, no eres consciente de qué motivos tenía para hacértelo. 
Quizás estaba enfadada por haber suspendido, o simplemente hacía suposiciones fundamentadas en el 
miedo y los prejuicios. Pero dado que has aprendido a ingerir información como un niño, parte de ti cree el 
chisme. Y en la clase, mientras el profesor habla, sientes que el veneno aparece en tu interior y te resulta 
imposible comprender que lo ves a través de los ojos de la persona que te fue con el chisme. Entonces, 
empiezas a hablar de ello con los otros integrantes del curso, hasta que acaban por ver al profesor del mismo 
modo: como un pelmazo y un pervertido. Realmente no soportas estar ahí, y pronto decides dejar de ir. 
Culpas al profesor, pero el culpable es el chisme. 
Un pequeño virus informático es capaz de generar un lío de este tipo. Una mínima información errónea 
puede estropear la comunicación entre las personas e infectar a todos aquellos que toca, que a su vez 
contagian a más gente. Imagínate que cuando otras personas te cuentan chismes, introducen virus 
informáticos en tu mente que hacen que pienses cada vez con menor claridad. Después imagina que, en un 
esfuerzo por aclarar tu propia confusión y para aliviarte del veneno, tú también chismorreas y contagias estos 
virus a otras personas. 
 
 
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Ahora, imagínate que esta pauta prosigue en una cadena interminable entre todos los seres humanos 
de la Tierra. El resultado es un mundo lleno de personas que sólo pueden obtener información a través de 
circuitos que están obstruidos por un virus venenoso y contagioso. Una vez más, este virus es lo que los 
toltecas denominaron mitote, el caos de miles de voces distintas que intentan hablar al mismo tiempo en la 
mente. 
Aún peores son los magos negros o «piratas informáticos», que extienden el virus intencionadamente. 
Recuerda alguna ocasión en la que tú mismo (o alguien que conozcas) estabas furioso con otra persona y 
deseabas vengarte de ella. Para hacerlo, le dijiste algo con la intención de esparcir el veneno y conseguir que 
se sintiera mal consigo misma. De niños actuamos de este modo casi sin darnos cuenta, pero a medida que 
vamos creciendo, nuestros esfuerzos por desprestigiar a la gente son mucho más calculados. Entonces, nos 
mentimos a nosotros mismos y nos decimos que la persona en cuestión recibió un justo castigo por su 
maldad. 
Cuando contemplamos el mundo a través de un virus informático, resulta fácil justificar incluso el 
comportamiento más cruel. No somos conscientes de que el mal uso de nuestras palabras nos hace caer más 
profundamente en el Infierno. 
 
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Durante años, las palabras de los demás nos han transmitido chismes y nos han lanzado hechizos, pero 
lo mismo ha hecho la manera en que utilizamos las palabras con nosotros mismos. Nos hablamos 
constantemente, y la mayor parte del tiempo decimos cosas como: «estoy gordo», «soy feo», «me hago 
viejo», «me estoy quedando calvo», «soy estúpido», «nunca entiendo nada», «nunca seré lo suficientemente 
bueno», «nunca seré perfecto». ¿Ves de qué modo utilizamos las palabras contra nosotros mismos? Es 
necesario que empecemos a comprender lo que son las palabras y lo que hacen. Si entiendes el Primer 
Acuerdo (Sé impecable con tus palabras), verás cuántos cambios ocurren en tu vida. En primer lugar, 
cambios en tu manera de tratarte y en tu forma de tratar a otras personas, especialmente aquellas a las que 
más quieres. 
Piensa en las innumerables veces que has explicado chismes sobre el ser que más amas para 
conseguir que otras personas apoyasen tu punto de vista. ¿Cuántas veces has captado la atención de otras 
personas y has esparcido veneno sobre un ser amado para hacer que tu opinión pareciese correcta? Tu 
opinión no es más que tu punto de vista, y no tiene por qué ser necesariamente verdad. Tu opinión proviene 
de tus creencias, de tu ego y de tu propio sueño. Creamos todo ese veneno y lo esparcimos entre otras 
personas sólo para sentir que nuestro punto de vista es correcto. 
Si adoptamos el Primer Acuerdo y somos impecables con nuestras palabras, cualquier veneno 
emocional acabará por desaparecer de nuestra mente y dejaremos de transmitirlo en nuestras relaciones 
personales, incluso con nuestro perro o nuestro gato. 
La impecabilidad de tus palabras también te proporcionará inmunidad frente a cualquier persona que te 
lance un hechizo. Solamente recibirás una idea negativa si tu mente es un campo fértil para ella. 
Cuando eres impecable con tus palabras,tu mente deja de ser un campo fértil para las palabras que 
surgen de la magia negra, pero sí lo es para las que surgen del amor. Puedes medir la impecabilidad de tus 
palabras a partir de tu nivel de autoestima. La cantidad de amor que sientes por ti es directamente 
proporcional a la calidad e integridad de tus palabras. Cuando eres impecable con tus palabras, te sientes 
bien, eres feliz y estás en paz. 
Puedes trascender el sueño del Infierno sólo con llegar al acuerdo de ser impecable con tus palabras. 
Ahora mismo estoy plantando una semilla en tu mente. Que crezca o no, dependerá de lo fértil que sea tu 
mente para recibir las semillas del amor. Tú decides si llegas o no a establecer este acuerdo contigo mismo: 
Soy impecable con mis palabras. Nutre esta semilla, y a medida que crezca en tu mente, generará más 
semillas de amor que reemplazarán a las del miedo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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El Primer Acuerdo cambiará el tipo de semillas para las que tu mente resulta fértil. 
 
Se impecable con tus palabras. Este es el primer acuerdo al que debes llegar si quieres ser libre, ser 
feliz y trascender el nivel de existencia del Infierno. Es muy poderoso. Utiliza tus palabras apropiadamente. 
Empléalas para compartir tu amor. Usa la magia blanca empezando por ti. Dite a ti mismo que eres una 
persona maravillosa, fantástica. Dite cuánto te amas. Utiliza las palabras para romper todos esos pequeños 
acuerdos que te hacen sufrir. 
Es posible. Lo es porque yo mismo lo hice y no soy mejor que tú. Somos exactamente iguales. 
Tenemos el mismo tipo de cerebro, el mismo tipo de cuerpo; somos seres humanos. Si yo fui capaz de 
romper esos acuerdos y crear otros nuevos, también tú puedes hacerlo. Si yo soy impecable con mis 
palabras, ¿por qué no tú? Este acuerdo, por sí solo, es capaz de cambiar toda tu vida. La impecabilidad de 
tus palabras te llevará a la libertad personal, al éxito y a la abundancia; hará que el miedo desaparezca y lo 
transformará en amor y alegría. 
Imagínate lo que es posible crear sólo con la impecabilidad de las palabras. Trascenderás el sueño del 
miedo y llevarás una vida diferente. Podrás vivir en el Cielo en medio de miles de personas que viven en el 
Infierno, porque serás inmune a él. Alcanzarás el reino de los Cielos con este acuerdo: Sé impecable con tus 
palabras. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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EL SEGUNDO ACUERDO 
 
No te tomes nada personalmente 
 
Los tres acuerdos siguientes nacen, en realidad, del primero. El Segundo Acuerdo consiste en no 
tomarte nada personalmente. 
Suceda lo que suceda a tu alrededor, no te lo tomes personalmente. Utilizando un ejemplo anterior, si te 
encuentro en la calle y te digo: «¡Eh, eres un estúpido!», sin conocerte, no me refiero a ti, sino a mí. Si te lo 
tomas personalmente, tal vez te creas que eres un estúpido. Quizá te digas a ti mismo: «¿Cómo lo sabe? 
¿Acaso es clarividente, o es que todos pueden ver lo estúpido que soy?». 
Te lo tomas personalmente porque estás de acuerdo con cualquier cosa que se diga. Y tan pronto como 
estás de acuerdo, el veneno te recorre y te encuentras atrapado en el sueño del Infierno. El motivo de que 
estés atrapado es lo que llamamos «la importancia personal». La importancia personal, o el tomarse las 
cosas personalmente, es la expresión máxima del egoísmo, porque consideramos que todo gira a nuestro 
alrededor. Durante el periodo de nuestra educación (o de nuestra domesticación), aprendimos a tomarnos 
todas las cosas de forma personal. Creemos que somos responsables de todo. ¡Yo, yo, yo y siempre yo! 
Nada de lo que los demás hacen es por ti. Lo hacen por ellos mismos. Todos vivimos en nuestro propio 
sueño, en nuestra propia mente; los demás están en un mundo completamente distinto de aquel en que vive 
cada uno de nosotros. Cuando nos tomamos personalmente lo que alguien nos dice, suponemos que sabe lo 
que hay en nuestro mundo e intentamos imponérselo por encima del suyo. 
Incluso cuando una situación parece muy personal, por ejemplo cuando alguien te insulta directamente, 
eso no tiene nada que ver contigo. Lo que esa persona dice, lo que hace y las opiniones que expresa 
responden a los acuerdos que ha establecido en su propia mente. Su punto de vista surge de toda la 
programación que recibió durante su domesticación. 
Si alguien te da su opinión y te dice: «¡Oye: estás muy gordo!», no te lo tomes personalmente, porque la 
verdad es que se refiere a sus propios sentimientos, creencias y opiniones. Esa persona intentó enviarte su 
veneno, y si te lo tomas personalmente, lo recoges y se convierte en tuyo. Tomarse las cosas personalmente 
te convierte en una presa fácil para esos depredadores, los magos negros. Les resulta fácil atraparte con una 
simple opinión, después te alimentan con el veneno que quieren, y como te lo tomas personalmente, te lo 
tragas sin rechistar. 
Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia basura. Pero si no te lo tomas 
personalmente, serás inmune a todo veneno aunque te encuentres en medio del Infierno. Esa inmunidad es 
un don de este acuerdo. 
Cuando te tornas las cosas personalmente, te sientes ofendido y reaccionas defendiendo tus creencias 
y creando conflictos. Haces una montaña de un grano de arena porque sientes la necesidad de tener razón y 
de que los demás estén equivocados. También te esfuerzas en demostrarles que tienes razón dando tus 
propias opiniones. Del mismo modo, cualquier cosa que sientas o hagas no es más que una proyección de tu 
propio sueño personal, un reflejo de tus propios acuerdos. Lo que dices, lo que haces y las opiniones que 
tienes se basan en los acuerdos que tú has establecido, y no tienen nada que ver conmigo. 
Lo que pienses de mí no es importante para mí y no me lo tomo personalmente. Cuando la gente me 
dice: «Miguel, eres el mejor», no me lo tomo personalmente, y tampoco lo hago cuando me dice: «Miguel, 
eres el peor». Sé que cuando estés contento, me dirás: «¡Miguel, eres un ángel!». Pero cuando estés 
enfadado conmigo, me dirás: «¡Oh, Miguel, eres un demonio! Eres repugnante. ¿Cómo puedes decir esas 
cosas?». Ninguno de los dos comentarios me afecta porque yo sé lo que soy. No necesito que me acepten. 
No necesito que nadie me diga: «Miguel: ¡qué bien lo haces!», o: «¡Cómo eres capaz de hacer eso!». 
No, no me lo tomo personalmente. Pienses lo que pienses, sientas lo que sientas, sé que se trata de tu 
problema y no del mío. Es tu manera de ver el mundo. No me lo tomo de un modo personal porque te refieres 
a ti mismo y no a mí. Los demás tienen sus propias opiniones según su sistema de creencias, de modo que 
nada de lo que piensen de mí estará realmente relacionado conmigo, sino con ellos. 
Es posible que incluso me digas: «Miguel, lo que dices me duele». Pero lo que te duele no es lo que yo 
digo, sino las heridas que tienes y que yo he rozado con lo que he dicho. Eres tú mismo quien se hace daño. 
No me lo puedo tomar personalmente en modo alguno, y no porque no crea ni confíe en ti, sino porque sé 
que ves el mundo con distintos ojos, con los tuyos. Creas una película entera en tu mente, y en ella tú eres el 
director, el productor y el protagonista. Todos los demás tenemos papeles secundarios. Es tu película. 
La manera en que ves esa película se basa en los acuerdos que has establecido con la vida. Tu punto 
de vista es algo personal tuyo. No es la verdad de nadie más que de ti. Por consiguiente, si te enfadas 
conmigo, sé que eso está relacionado contigo. Yo soy la excusa para que tú te enfades. Y te enfadas porque 
 
15 
tienes miedo, porque te enfrentas a tu miedo. Sí no tuvieras miedo, no te enfadarías conmigo en modo 
alguno. Si no tuvieras miedo, no me odiarías en modo alguno. Si no tuvieras miedo, no estarías triste ni 
celoso en modo alguno. 
Si vives sin miedo, si amas, no hay lugar para ninguna de esas emociones. Si no tienes ninguna de 
esas emociones, lógicamente te sientes bien. Cuandote sientes bien, todo lo que te rodea está bien. Cuando 
todo lo que te rodea es magnífico, todo te hace feliz. Amas todo lo que te rodea porque te amas a ti mismo, 
porque te gusta como eres, porque estás contento contigo mismo, porque te sientes feliz con tu vida. Estás 
satisfecho con la película que tú mismo produces y con los acuerdos que has establecido con la vida. Estás 
en paz y eres feliz. Vives en ese estado de dicha en el que todo es verdaderamente maravilloso y bello. En 
ese estado de dicha, estableces una relación de amor con todo lo que percibes en todo momento. 
 
¥ 
 
Sea lo que sea lo que la gente haga, piense o diga, no te lo tomes personalmente. Si te dice que eres 
maravilloso, no lo dice por ti. Tú sabes que eres maravilloso. No es necesario que otras personas te lo digan 
para creerlo. No te tomes nada personalmente. Aun cuando alguien agarrase una pistola y te disparase en la 
cabeza, no sería nada personal. Incluso hasta ese extremo. 
Ni siquiera las opiniones que tienes sobre ti mismo son necesariamente verdad; por consiguiente, no 
tienes la menor necesidad de tomarte cualquier cosa que oigas en tu propia mente personalmente. La mente 
tiene la capacidad de hablarse a sí misma, pero también tiene la capacidad de escuchar la información que 
está disponible de otras esferas. Quizás a veces, cuando oyes una voz en tu mente, te preguntes de dónde 
proviene. Es posible que esta voz provenga de otra realidad en la que existan seres vivos con una mente muy 
similar a la humana. 
Los toltecas denominaron a estos seres «aliados». En Europa, África y la India los llamaron «dioses». 
Nuestra mente también existe en el nivel de los dioses; también vive en esa realidad y es capaz de 
percibirla. La mente ve con los ojos y percibe la realidad de cuando estamos despiertos. Pero también ve y 
percibe sin los ojos, aunque la razón apenas es consciente de esta percepción. La mente vive en más de una 
dimensión. Es posible que en ocasiones tengas ideas que no se originan en tu mente, pero las percibes con 
ella. Tienes derecho a creer o no lo que esas voces te dicen y a no tomártelo personalmente. Tenemos la 
opción de creer o no las voces que oímos en nuestra propia mente, del mismo modo en que decidimos qué 
creer y qué acuerdos tomar en el sueño del planeta. 
La mente también es capaz de hablarse y escucharse a sí misma. Tu mente está dividida, igual que lo 
está tu cuerpo. Del mismo modo en que puedes estrechar con una mano tu otra mano y sentirla, la mente 
puede hablar consigo misma. Una parte de tu mente habla y otra escucha. Cuando muchas partes de tu 
mente hablan todas al mismo tiempo, se origina un gran problema. A esto lo llamamos mitote, ¿recuerdas? 
Podemos comparar el mitote con un enorme mercado en el que miles de personas hablan y hacen 
trueques a la vez. Cada una tiene pensamientos y sentimientos diferentes; cada una tiene un punto de vista 
distinto. Todos los acuerdos que hemos establecido –la programación de la mente– no son necesariamente 
compatibles entre sí. Cada acuerdo es como un ser vivo independiente; tiene su propia personalidad y su 
propia voz. Hay acuerdos incompatibles, que se contradicen los unos a los otros, y el conflicto se va 
extendiendo hasta que estalla una gran guerra en la mente. El mitote es la razón por la que los seres 
humanos apenas saben lo que quieren, cómo lo quieren o cuándo lo quieren. No están de acuerdo con ellos 
mismos porque unas partes de la mente quieren una cosa y otras quieren exactamente lo contrario. 
Una parte de la mente pone objeciones a determinados pensamientos y actos y otra los apoya. Todos 
estos pequeños seres vivientes crean conflictos internos porque están vivos y cada uno tiene su propia voz. 
Únicamente si hacemos un inventario de nuestros acuerdos destaparemos todos los conflictos de la mente, y 
con el tiempo llegaremos a extraer orden del caos del mitote. 
 
¥ 
 
No te tomes nada personalmente porque, si lo haces, te expones a sufrir por nada. Los seres humanos 
somos adictos al sufrimiento en diferentes niveles y distintos grados; nos apoyamos los unos a los otros para 
mantener esta adicción. Hemos acordado ayudarnos mutuamente a sufrir. Si tienes la necesidad de que te 
maltraten, será fácil que los demás lo hagan. Del mismo modo, si estás con personas que necesitan sufrir, 
algo en ti hará que las maltrates. Es como si llevasen un cartel en la espalda que dijera: «Patéame, por 
favor». Piden una justificación para su sufrimiento. Su adicción al sufrimiento no es más que un acuerdo que 
refuerzan a diario. 
Vayas donde vayas, encontrarás a gente que te mentirá, pero a medida que tu consciencia se expanda, 
descubrirás que tú también te mientes a ti mismo. No esperes que los demás te digan la verdad, porque ellos 
también se mienten a sí mismos. Tienes que confiar en ti y decidir si crees o no lo que alguien te dice. 
 
16 
Cuando realmente vemos a los demás tal como son sin tomárnoslo personalmente, lo que hagan o 
digan no nos dañará. Aunque los demás te mientan, no importa. Te mienten porque tienen miedo. Tienen 
miedo de que descubras que no son perfectos. Quitarse la máscara social resulta doloroso. Si los demás 
dicen una cosa, pero hacen otra y tú no prestas atención a sus actos, te mientes a ti mismo. Pero si eres 
veraz contigo mismo, te ahorrarás mucho dolor emocional. Decirte la verdad quizá resulte doloroso, pero no 
necesitas aterrarte al dolor. La curación está en camino; que las cosas te vayan mejor es sólo cuestión de 
tiempo. 
Si alguien no te trata con amor ni respeto, que se aleje de ti es un regalo. Si esa persona no se va, lo 
más probable es que soportes muchos años de sufrimiento con ella. Que se marche quizá resulte doloroso 
durante un tiempo, pero finalmente tu corazón sanará. Entonces, elegirás lo que de verdad quieres. 
Descubrirás que, para elegir correctamente, más que confiar en los demás, es necesario que confíes en ti 
mismo. 
Cuando no tomarte nada personalmente se convierta en un hábito firme y sólido, te evitarás muchos 
disgustos en la vida. Tu rabia, tus celos y tu envidia desaparecerán, y si no te tomas nada personalmente, 
incluso tu tristeza desaparecerá. 
Si conviertes el Segundo Acuerdo en un hábito, descubrirás que nada podrá devolverte al Infierno. Una 
gran cantidad de libertad surge cuando no nos tomamos nada personalmente. Serás inmune a los magos 
negros y ningún hechizo te afectará, por muy fuerte que sea. El mundo entero puede contar chismes sobre ti, 
pero si no te los tomas personalmente, serás inmune a ellos. Alguien puede enviarte veneno emocional de 
forma intencionada, pero si no te lo tomas personalmente, no te lo tragarás. Cuando no tomas el veneno 
emocional, se vuelve más nocivo para el que lo envía, pero no para ti. 
Ya puedes ver cuán importante es este acuerdo. No tomar nada personalmente te ayuda a romper 
muchos hábitos y costumbres que te mantienen atrapado en el sueño del Infierno y te causan un sufrimiento 
innecesario. Bastará con practicar el Segundo Acuerdo para que empieces a romper docenas de pequeños 
acuerdos que te hacen sufrir. Y si practicas además el Primer Acuerdo, romperás el 75 por ciento de estos 
pequeños acuerdos que te mantienen atrapado en el Infierno. 
Escribe este acuerdo en un papel y engánchalo en la nevera para recordarlo en todo momento: No te 
tomes nada personalmente. 
Cuando te acostumbres a no tomarte nada personalmente, no necesitarás depositar tu confianza en lo 
que hagan o digan los demás. Bastará con que confíes en ti mismo para elegir con responsabilidad. Nunca 
eres responsable de los actos de los demás; sólo eres responsable de ti mismo. Cuando comprendas esto, de 
verdad, y te niegues a tomarte las cosas personalmente, será muy difícil que los comentarios insensibles o los 
actos negligentes de los demás te hieran. 
Si mantienes este acuerdo, viajarás por todo el mundo con el corazón abierto por completo y nadie te 
herirá. Dirás: «Te amo», sin miedo a que te rechacen o te ridiculicen.Pedirás lo que necesites. Dirás SÍ o 
dirás NO –lo que tú decidas– sin culparte ni juzgarte. Siempre puedes seguir a tu corazón. Si lo haces, 
aunque estés en medio del Infierno, experimentarás felicidad y paz interior. Permanecerás en tu estado de 
dicha y el Infierno no te afectará en absoluto. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
17 
4 
 
EL TERCER ACUERDO 
 
No hagas suposiciones 
 
El Tercer Acuerdo consiste en no hacer suposiciones. 
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al hacerlo, creemos que lo que 
suponemos es cierto. Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o 
piensan –nos lo tomamos personalmente–, y después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno 
emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual siempre que hacemos suposiciones, nos 
buscamos problemas. Hacemos una suposición, comprendernos las cosas mal, nos lo tomamos 
personalmente y acabamos haciendo un gran drama de nada. 
Toda la tristeza y los dramas que has experimentado tenían sus raíces en las suposiciones que hiciste y 
en las cosas que te tomaste personalmente. Concédete un momento para considerar la verdad de esta 
afirmación. Toda la cuestión del dominio entre los seres humanos gira alrededor de las suposiciones y el 
tomarse las cosas personalmente. Todo nuestro sueño del Infierno se basa en ello. 
Producimos mucho veneno emocional haciendo suposiciones y tomándonoslas personalmente, porque, 
por lo general, empezamos a chismorrear a partir de nuestras suposiciones. Recuerda que chismorrear es 
nuestra forma de comunicarnos y enviarnos veneno los unos a los otros en el sueño del Infierno. Como 
tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos suposiciones y creemos que son ciertas; después, las 
defendemos e intentamos que sea otro el que no tenga razón. Siempre es mejor preguntar que hacer una 
suposición, porque las suposiciones crean sufrimiento. 
El gran mitote de la mente humana crea un enorme caos que nos lleva a interpretar y entender mal 
todas las cosas. Sólo vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No percibimos las cosas tal 
como son. Tenemos la costumbre de soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente, inventamos las cosas 
en nuestra imaginación. Como no entendemos algo, hacemos una suposición sobre su significado, y cuando 
la verdad aparece, la burbuja de nuestro sueño estalla y descubrimos que no era en absoluto lo que nosotros 
creíamos. 
Un ejemplo: Andas por el paseo y ves a una persona que te gusta. Se vuelve hacia ti, te sonríe y 
después se aleja. Sólo con esta experiencia puedes hacer muchas suposiciones. Con ellas es posible crear 
toda una fantasía. Y tú verdaderamente quieres creerte la fantasía y convertirla en realidad. Empiezas a crear 
un sueño completo a partir de tus suposiciones, y puede que te lo creas: «Realmente le gusto mucho». A 
partir de esto, en tu mente empieza una relación entera. Quizás, en tu mundo de fantasía, hasta llegues a 
casarte con esa persona. Pero la fantasía está en tu mente, en tu sueño personal. 
Hacer suposiciones en nuestras relaciones significa buscarse problemas. A menudo, suponemos que 
nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es necesario que le digamos lo que queremos. Suponemos 
que hará lo que queremos porque nos conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que debería hacer, nos 
sentimos realmente heridos y decimos: «Deberías haberlo sabido». 
Otro ejemplo: Decides casarte y supones que tu pareja ve el matrimonio de la misma manera que tú. 
Después, al vivir juntos, descubres que no es así. Esto crea muchos conflictos; sin embargo, no intentas 
clarificar tus sentimientos sobre el matrimonio. El marido regresa a casa del trabajo. La mujer está furiosa y el 
marido no sabe por qué. Quizá sea porque la mujer hizo una suposición. No le dice a su marido lo que quiere 
porque supone que él la conoce tan bien que ya lo sabe, como si pudiese leer su mente. Se disgusta porque 
él no satisface sus expectativas. Hacer suposiciones en las relaciones conduce a muchas disputas, 
dificultades y malentendidos con las personas que supuestamente amamos. 
En cualquier tipo de relación, podemos suponer que los demás saben lo que pensamos y que no es 
necesario que digamos lo que queremos. Harán lo que queremos porque nos conocen muy bien. Si no lo 
hacen, si no hacen lo que creemos que deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: «¿Cómo ha 
podido hacer eso? Debería haberlo sabido». Suponemos que la otra persona sabe lo que queremos. 
Creamos un drama completo porque hacemos esta suposición y después añadimos otras más encima de ella. 
El funcionamiento de la mente humana es muy interesante. Necesitamos justificarlo, explicarlo y 
comprenderlo todo para sentirnos seguros. Tenemos millones de preguntas que precisan respuesta porque 
hay muchas cosas que la mente racional es incapaz de explicar. No importa si la respuesta es correcta o no; 
por sí sola, bastará para que nos sintamos seguros. Esta es la razón por la cual hacemos suposiciones. 
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos para 
satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de comunicarnos. Incluso si oímos algo y no 
lo entendemos, hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas. Hacemos todo 
tipo de suposiciones porque no tenemos el valor de preguntar. 
 
18 
La mayoría de las veces, hacemos nuestras suposiciones con gran rapidez y de una manera 
inconsciente, porque hemos establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma. Hemos acordado que 
hacer preguntas es peligroso, y que la gente que nos ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos. 
Cuando creemos algo, suponemos que tenemos razón hasta el punto de llegar a destruir nuestras relaciones 
para defender nuestra posición. 
Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros. Suponemos que los demás 
piensan, sienten, juzgan y maltratan como nosotros lo hacemos. Esta es la mayor suposición que podemos 
hacer, y es la razón por la cual nos da miedo ser nosotros mismos ante los demás, porque creemos que nos 
juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos maltratarán y nos culparán como nosotros mismos hacemos. 
De modo que, incluso antes de que los demás tengan la oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos 
rechazado a nosotros mismos. Así es como funciona la mente humana. 
También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos, y esto crea muchos conflictos internos. Por 
ejemplo, supones que eres capaz de hacer algo, y después descubres que no lo eres. Te sobrestimas o te 
subestimas a ti mismo porque no te has tomado el tiempo necesario para hacerte preguntas y contestártelas. 
Tal vez necesites más datos sobre una situación en particular. O quizá necesites dejar de mentirte a ti mismo 
sobre lo que verdaderamente quieres. 
A menudo, cuando inicias una relación con alguien que te gusta, tienes que justificar por qué te gusta. 
Sólo ves lo que quieres ver y niegas que algunos aspectos de esa persona te disgustan. Te mientes a ti 
mismo con el único fin de sentir que tienes razón. Después haces suposiciones, y una de ellas es: «Mi amor 
cambiará a esta persona». Pero no es verdad. Tu amor no cambiará a nadie. Si las personas cambian es 
porque quieren cambiar, no porque tú puedas cambiarlas. Entonces, ocurre algo entre vosotros dos y te 
sientes dolido. De pronto, ves lo que no quisiste ver antes, sólo que ahora está amplificado por tu veneno 
emocional. Ahora tienes que justificar tu dolor emocional y echar la culpa de tus decisiones a los demás. 
No es necesario que justifiquemos el amor; está presente o no lo está. El amor verdadero es aceptar a 
los demás tal como son sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos significa que, en realidad, no nos 
gustan. Por supuesto, sí decides vivir con alguien, si llegas a ese acuerdo, siempre será mejor que esa 
persona sea exactamente como tú quieres que

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