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Y tú qué crees_ (Crecimiento personal) ( PDFDrive )

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EVA SANDOVAL
 
¿Y TÚ
 QUE
 CREES?
CONVIÉRTETE EN EL CREADOR
 DE TU PROPIA VIDA
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
 Estados Unidos – México – Perú – Uruguay – Venezuela
1.ª edición: Marzo 2015
 
Copyright © 2015 by Eva Sandoval
All Rights Reserved
 
© 2015 by Ediciones Urano, S.A.
Aribau, 142, pral. – 08036 Barcelona
www.mundourano.com
www.edicionesurano.com
 
Depósito Legal: B 2543-2015
ISBN EPUB: 978-84-9944-817-6
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares
mediante alquiler o préstamo público.
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http://www.edicionesurano.com
 
 
 
 
 
Dedicado a ti, 
 que escuchaste demasiadas veces 
 y demasiado alto:
«¡No puedes!»
 
 
 
 
 
«Sé el cambio que quieres ver en el mundo.»
Gandhi
Contenido
Portadilla 
Créditos 
Dedicatoria 
Cita 
Prólogo: Un viaje al poder personal 
I. Creer es crear 
1. Cómo las creencias nos acercan o alejan de nuestros deseos
2. Una nueva caja de creencias
3. Si es tan fácil cambiar, ¿por qué nos cuesta tanto?
4. La abundancia y el ruido de la nevera
II. Sin miedo 
5. Adiós, monstruos
6. Aprender a aceptar
7. El motorista, el Miedo y la Muerte
8. Del miedo a la confianza
III. El valor de actuar 
9. El riesgo y la vida
10. Permiso para soñar
11. ¿Cuándo es el momento para cambiar?
12. Llegar adonde quieres
13. Todo es posible
14. El poder de elegir
IV. El poder de las palabras 
15. Lo que dices es lo que creas
16. Esfuerzo o amor
17. Todo es perfecto
V. Seguir tu propio camino 
18. Ser, hacer, tener (en este orden)
19. Cultivar nuestras prioridades sin miedo
20. Permitir que suceda
VI. Con amor 
21. Amar desde la libertad
22. Claves de la comunicación amorosa
23. El arte de escuchar
24. Animar es dar vida
25. Amar sin condiciones
VII. El valor de quererte 
26. ¿Estás contigo?
27. Los demás son tu espejo
28. Confía en ti
VIII. De la carencia al poder persona 
29. Perdonar desde el corazón
30. Interpreta el pasado a tu favor
31. Observar en lugar de juzgar
32. Dar gracias, soñar y recibir
33. Eres tu propia luz
Epílogo: No hagas lo que está bien, haz lo que amas 
Cita 
Agradecimientos 
Prólogo: 
 Un viaje al poder personal
 Hasta hace sólo seis años, yo me dedicaba, como muchas personas, a vivir según los
patrones sociales establecidos. Trabajaba ocho horas al día, de lunes a viernes,
dejando de lado lo que me gustaba. Principalmente buscaba ganar mucho dinero y
tener éxito. Creía que ésa era la fórmula perfecta para ser feliz, aunque lo que hacía
era gastarme el dinero para anestesiarme de una vida infeliz que deseaba olvidar.
Cuando monté mi primera empresa, tenía apenas veintiún años. Luego tuve tres
negocios más. El primero fue una compañía de sistemas de seguridad que instalaba
controles para que los trabajadores ficharan en su trabajo. Es difícil imaginar una
actividad más prosaica. Otra empresa que tuve trabajaba con cámaras y circuitos
cerrados de televisión.
Paralelamente estuve una temporada trabajando en Nintendo. Como vendía con
mucha facilidad, me ventilaba el trabajo en un par de horas y el resto del tiempo me
anestesiaba nuevamente. Es decir, necesitaba distraerme para olvidar que lo que
hacía no me gustaba.
Con ese fin me dedicaba a hablar de los demás, criticar, discutir, beber alcohol…
Por aquel entonces ganaba mucho dinero, y la gente me decía que, aunque no
estuviera contenta con mi trabajo, tenía que aguantar.
Pero eso me hacía sentir inmensamente infeliz. Anhelaba encontrarme a mí misma,
y ganar tanto dinero no me ayudaba. Estaba atrapada en un triángulo, con el trabajo,
el dinero y la libertad en sus vértices. Tenía la creencia de que el dinero sólo se
consigue trabajando y que no se podía trabajar y ser libre al mismo tiempo. Por lo
tanto, siguiendo la lógica de ese triángulo, llegué a la conclusión de que si yo era
libre no tendría dinero.
Aún no había dado mi salto de fe.
Cuando decidí dejar mi último trabajo, no lo anuncié a mi familia porque no
habrían entendido que abandonara una actividad en la que ganaba tanto dinero
trabajando tan poco. La realidad era que ya no podía más, y sentía que había llegado
el momento de tomar una decisión.
Aun sintiendo mucha inseguridad, conseguí renunciar a mi trabajo en Nintendo.
De repente, me di cuenta de que todos los empleos y las empresas que había
tenido habían sido un fracaso personal. Me levantaba por la mañana sin ganas de
salir de la cama y, una vez en la oficina, deseaba que el tiempo pasara cuanto antes.
Y lo peor de todo era que tenía totalmente asumido aquello de que «ganarás el pan
con el sudor de tu frente».
A los niños les decimos a menudo, cuando se lo están pasando bien, que
aprovechen ahora que son pequeños, porque luego, cuando sean mayores, se les
acabará el placer. Tal vez por eso cuando de adultos disfrutamos demasiado
tendemos a parar, porque pensamos que algo malo nos sucederá por divertirnos
tanto.
¿Habría alguna manera de romper el triángulo y vivir como yo quería? ¿Era
posible ganar dinero y seguir siendo yo misma?
Un amanecer diferente
Al tomar mi decisión, no sólo dejé la vida empresarial, sino todo lo que había sido
mi mundo hasta entonces.
Abandoné todos mis bienes materiales, dejando que todo se hundiera, hasta el
punto de no tener una casa donde dormir. Acabé pasando dos noches en la playa.
Aunque suene raro, fue una de las experiencias más bonitas de mi vida. El primer
despertar en la playa resultó magnífico. Como la mayoría de las personas, yo
pensaba que si no hacía lo correcto un día me encontraría en la calle, sin nada, y que
eso sería terrible.
A partir de ese amanecer, me di cuenta de que no necesitaba gran cosa para vivir,
porque ¡estaba viva de verdad! Por primera vez sentía que era yo misma. Dio la
causalidad*, además, de que la playa en la que desperté era naturista, y eso significó
para mí descubrir una libertad que hasta entonces me había sido vetada.
Tuve la certeza de que lo que quería era encontrarme a mí misma, pues me había
dado cuenta de que no sabía quién era. Entonces me dije: «Voy a estar siempre
donde quiero estar». Con todas las consecuencias.
En mi época de trabajópata, yo había sido una coleccionista de libros de
autoayuda, y solía pensar que alguno de ellos me solucionaría la vida, pero eso no
sucedía porque aún no había pasado a la acción.
Uno de esos libros se titulaba La biología de la creencia, de Bruce H. Lipton,
pero lo había dejado en mi estantería sin leer porque el título me recordaba a las
clases del colegio.
Al quedarme sin dinero, desmonté mi piso y lo vendí todo. Metí en tres cajas lo
que me quedaba, incluyendo algunos libros. Transportando una de ellas a un trastero,
de repente cayó un volumen. Y era La biología de la creencia. Recordé que cuando
había comprado esta obra, tres años antes, la librera me había dicho: «Este libro es
para ti».
«Ahora tengo tiempo», pensé, «es el momento de darle una oportunidad».
Al hacerlo, descubrí lo que realmente pasaba conmigo: yo era un producto de mis
propias creencias , y, a su vez, éstas no eran mías, sino del mundo en el que había
vivido.
Por primera vez leí sobre el PSYCH-K*, del que Bruce hablaba al final del libro.
Poco después encontré un taller en Barcelona donde se enseñaban estas nuevas
herramientas de cambio.
Al descubrir que había vivido según unas creencias limitadoras, pude
reprogramarlas. Empecé a disfrutar mucho de todo lo que me sucedía. Tuve más
contacto con la naturaleza, iba a menudo a las montañas y aprendí a escalar, a
disfrutar de cada momento, de cada sonrisa, de cada paso. Entendí que la vida es lo
que ocurre a cada instante y dejé de buscar para encontrar.
Mi nueva relación con la naturaleza, conmigo misma y con la vida me hizo
entender que había malgastado mucho tiempo, tambiénlos sábados y domingos por la
mañana en los que me quedaba en la cama con resaca, deseando que no llegara el
lunes para volver a empezar.
Cuando haces lo que realmente quieres, 
 todo lo que necesitas aparece
Fue entonces cuando decidí ser instructora de PSYCH-K, la herramienta que había
descubierto para mí misma y que me había dado el valor de cambiar. De repente
sentí que podía ofrecerla al resto del mundo.
El curso para ser instructora se hacía en Denver y tenía un precio de cinco mil
dólares más el viaje y la estancia, pero yo estaba arruinada y tampoco tenía ninguna
tarjeta de crédito con la que poder pagarlo.
Aun así, decidí confiar y seguir viviendo. Pronto descubriría que, cuando haces lo
que realmente quieres, todo lo que necesitas aparece. De forma casi mágica, fui
cumpliendo los requisitos para entrar en la certificación: había que mandar un vídeo;
me saqué el pasaporte electrónico el mismo día y sin cita previa; una amiga me dejó
su tarjeta Visa para pagar el billete a Denver, y otra persona, en un sorprendente acto
de confianza, me ofreció el dinero para la matrícula sin ni si quiera llegar a
pedírselo.
Pude asistir al curso de PSYCH-K gracias a toda una serie de causalidades que se
juntaron para que pudiera lograr mi objetivo. Por otra parte, no hablaba un inglés lo
bastante fluido para comprender el curso, pero eso, una vez más, no fue un
impedimento, sino una oportunidad para aprender el idioma además de las
herramientas del cambio.
Cómo funciona nuestro sistema de creencias
Cuando una persona dice que «ser feliz es difícil», se trata simplemente de una
creencia. Si hubiéramos crecido en un ambiente en el que nos hubieran dicho que la
felicidad forma parte de nosotros, nos parecería muy fácil y natural ser felices. En
cambio, si creemos que la vida es un valle de lágrimas, viviremos en un valle de
lágrimas.
Para huir de todas estas trampas, lo importante es que hagamos lo que tenemos
ganas de hacer y no lo que los demás esperan de nosotros.
De hecho, si actúas con amor a ti mismo, estarás amando al mismo tiempo a los
demás. Paradójicamente, si todos fuéramos un poco más egoístas, el mundo iría
mejor. No se trata de pisar a nadie ni de competir, sino de entender que, si no nos
queremos, tampoco seremos capaces de querer a los otros como lo merecen.
No se puede dar lo que no se tiene.
Cuando alguien se esfuerza por hacer algo que en realidad no desea, se queda con
una desagradable sensación de vacío. En cambio, si todos los seres del planeta
hicieran lo que quieren, de todo corazón, el poder volvería a cada uno.
Recuperando el poder personal, tus sueños se hacen realidad.
Ha llegado el momento de ponernos en acción.
 * No creo en las casualidades, sino en que todo tiene una causa.
 * Método originado por Rob Williams para reprogramar creencias.
 
 
I
CREER ES CREAR
 
«Tanto si crees que puedes 
 como si crees que no puedes, 
 estás en lo cierto.»
Henry Ford
1
Cómo las creencias nos acercan 
 o alejan de nuestros deseos
 El título del libro que tienes en tus manos no es nada arbitrario. La pregunta «¿y tú
qué crees?» es quizá la más trascendente que nos podamos hacer, ya que nuestro
mundo tiene la amplitud o estrechez de nuestras creencias.
Toda creencia es una supuesta verdad —sin comprobación alguna o con la única
comprobación de la propia experiencia— creada por la mente, que nos lleva a
interpretar lo que sucede a través de ese prejuicio.
Dos personas en las mismas condiciones conseguirán resultados opuestos según
sean sus creencias. Así como el seductor triunfa en una cita amorosa porque cree que
va a lograrlo, otro fracasa repetidamente porque tiene la creencia negativa, siempre
encendida como un piloto automático, de que va a ser rechazado.
Lo mismo sucede en el entorno profesional, en las finanzas, en nuestro desarrollo
personal o en cualquier otro ámbito que incida en nuestra felicidad.
«Las creencias son los filtros preseleccionados y organizados con los que cribamos la realidad
circundante, nuestra capacidad particular de ver o creer que el mundo es así y no de otra forma.»
Richard Bradler, comunicador
Toda creencia se acaba convirtiendo en una supuesta y extendida verdad para
quien la cree, aunque proceda de una programación errónea y normalmente infantil.
Algunas creencias a revisar
Seguro que más de una vez has oído —tal vez incluso las hayas utilizado— estas
afirmaciones clásicas del catálogo de creencias negativas:
 
«Todo en la vida cuesta esfuerzo.»
 
«Nadie te regala nada.»
 
«Quien bien te quiere te hará llorar.»
 
«Más vale malo conocido que bueno por conocer.»
 
«Todo lo bueno se acaba.»
¿Te has preguntado alguna vez por la veracidad de estas creencias? Y, lo que es
más importante, aunque conscientemente tengas claro que no te favorecen en
absoluto, ¿están activas en tu subconsciente? ¿Te limitan de algún modo? ¿Te
separan de lo que quieres?
Es posible que aún no te hayas dado cuenta.
Las creencias están activas en el subconsciente y condicionan nuestros
pensamientos y actos, definiendo nuestra realidad. Una creencia es verdad para
quien la tiene, pero puede no serlo para otro.
Hay muchas personas que no ven satisfechos sus deseos, que viven un proyecto
fallido tras otro, que, pese a hacer terapia, leer libros y asistir a seminarios, sienten
que están como al principio. Llegan a pensar que tienen mala suerte, que el destino
no les ha sonreído, que les falta algo que otros tienen… Sin embargo, su suerte
raramente cambiará a no ser que tomen consciencia de las creencias limitadoras
que condicionan su vida.
Puedes desperdiciar tu existencia en un trabajo que detestas por culpa de una
creencia limitadora. Por ejemplo, dejaste de bailar o de pintar o de tocar un
instrumento o de dar saltos por la creencia de que «los artistas se mueren de
hambre», obviando que miles de personas en el mundo han conseguido ganar dinero
disfrutando de su pasión.
No obstante, como eres preso de esta creencia, en lugar de seguir tu vocación
interior te resignas a una vida aburrida y sin sentido, haciendo cosas que no te
motivan ni te gustan.
Otro ejemplo muy extendido son las creencias sobre los ricos.
Si te convences de que un millonario es necesariamente una mala persona, alguien
que roba a los pobres para su beneficio o algún otro prejuicio de este tipo, ¿vas a ser
rico?
Poco probable, porque estarías actuando en contra de tus creencias. ¡Por eso
leemos tantos libros de autoayuda que tratan de cómo conseguir fortuna y hacerse
rico y seguimos sin ser ricos!
Libérate de la información de segunda mano
Una vez que sabemos que las falsas creencias son tus frenos a la hora de conseguir lo
que deseas, llega la buena noticia. Y es que, mediante la consciencia, es decir,
sabiendo que estas creencias limitadoras existen y operan en ti, vas a desactivarlas.
«Libérate de todas las creencias, de todas las normas. Advierte que vives completamente a base de
creencias. Libérate de la información de segunda mano. Ve claramente lo que hay en ti de hermoso.
Todo lo que hay de hermoso en ti es bueno. Contempla la situación con la mente abierta, libre de
habladurías. La solución se encuentra en la situación. Así pues, ve claramente la situación con la
mente abierta. Entonces llegará la decisión sin elección.»
Jean Klein, Beyond knowledge
La pregunta que surge automáticamente es: «Y ¿cómo lo hago? ¿Cómo me libero
de mis creencias?».
Las creencias acerca de nosotros mismos y del mundo que limitan nuestra vida
están a menudo guardadas en el subconsciente. Son el efecto acumulado de una vida
de programación.
Es importante entender que están ahí porque un día nos resultaron útiles. Tal vez
sirvieron, hace mucho tiempo, por ejemplo, para modelar a nuestros padres y a
nosotros mismos, pero ahora ya no nos sirven.
Gracias a la consciencia empiezas a observar la creencia y se obra el milagro:
dejas de identificarte con ella. Ahí empieza la transformación.
Del mismo modo que, en la infancia, al descubrir cómo se conciben los hijos
adquirimos una nueva perspectivasobre la vida, cuando tomamos consciencia de
nuestros prejuicios e ideas preconcebidas, nos apoderamos de una nueva visión
sobre la realidad y de lo que somos capaces de hacer.
Al cambiar nuestras creencias limitadoras por otras que nos favorezcan,
recuperamos nuestro poder personal y nuestro mundo da un giro de ciento ochenta
grados.
Puedo, gracias
Una vez desenmascaradas las creencias limitadoras, procedemos a sustituirlas por
una programación amable, positiva y respetuosa con nuestros sueños y nuestra
autoestima.
Plantéate estas nuevas creencias —puedes añadir otras que tengan un significado
especial para ti— para sustituir los viejos frenos que sólo tenían como objetivo
«protegerte».
A partir de ahora mismo…
 
◆ Puedo ser feliz disfrutando de lo que deseo, aunque los que amo no estén de acuerdo.
◆ Ayudaré a los demás en lo que me pidan, y lo haré siempre que eso no condicione mi
bienestar.
◆ Puedo atraer dinero haciendo lo que me gusta y sin esfuerzo, aunque la mayoría no lo
haga.
◆ Puedo tener lo que deseo sólo con pensarlo, aunque parezca imposible.
◆ Elijo mirar hacia dentro y encontrar mis propios valores y mi poder personal.
◆ Elijo amarme y amar a otros sin condiciones.
◆ Decido manifestar mis peticiones y convertirme en abundancia, prosperidad, equilibrio y
amor.
◆ Puedo hacer lo que deseo sin dañar a nadie.
La base de esta nueva programación para realizarte es cambiar el horizonte de
frenos mentales encabezado por afirmaciones como: «No se puede porque…», «es
que…», «si hubiera…», «ojalá…».
Vamos a eliminar estas excusas y evasivas de nuestro mapa mental.
A partir de ahora te dirás: «Puedo, gracias».
2
Una nueva caja de creencias
 El mundo cambia constantemente —ya lo decía Heráclito: «Todo fluye, nada
permanece»— y nosotros cambiamos con él. Y así como hoy tendría poco sentido
llamar a una operadora para hacer una conferencia al extranjero, tampoco lo tiene
recurrir a viejas creencias limitadoras. La mayoría de ellas están obsoletas y son las
causantes de muchos de nuestros problemas, disgustos, frustraciones, depresiones,
etc.
¿Cómo detectarlas?
Lo que creemos genera lo que vivimos. Por eso, observando nuestra realidad
podremos ser conscientes de qué creencias tenemos.
Otra manera de conocerlas es prestando atención a tu diálogo interno.
¿Qué te dices interiormente cuando crees que te has equivocado? Básicamente hay
dos opciones:
◆ «¡Seré tonto!» / «Siempre me pasa igual…» / «¡Todo me sale al revés!» / «Soy un
inútil.» / «Nunca llegaré a nada.» / «¡Pobre de mí!» (Hay muchas más variantes de este
pensamiento negativo.)
◆ «¡Qué maravilla que me haya dado cuenta!»
Según la interpretación que le demos a la supuesta equivocación, nos sentiremos
realizados o fracasados, creeremos que hemos crecido o bien que hemos dado un
paso atrás.
Eso dependerá de cuál sea nuestra creencia.
DOS HERMANOS, DOS CREENCIAS
Cuentan que un padre tenía dos hijos gemelos de signo opuesto. Uno era un pesimista
empedernido; el otro, un optimista que siempre veía el lado bueno de las cosas. Al llegar ambos a la
mayoría de edad, un amigo le aconsejó que, para compensar las diferencias entre sus estados de
ánimo, hiciera al pesimista un regalo impresionante y al optimista algo espantoso.
Dicho y hecho, la mañana de su dieciocho cumpleaños el padre hizo salir de casa a los gemelos
para que descubrieran sus regalos, que había tapado en la calle con sendas mantas.
El pesimista descubrió una potente moto japonesa y rompió a llorar, mientras se lamentaba:
«Me regalas esto porque quieres que me mate».
A continuación, el optimista levantó su manta y debajo apareció un enorme excremento de
caballo. El chico empezó a gritar y a saltar lleno de entusiasmo.
Su hermano pesimista le espetó entonces: «¿De qué te alegras, imbécil?». A lo que el optimista le
respondió: «Si aquí hay este excremento, es que enseguida viene mi caballo».
Fábula tradicional
¿De dónde vienen las creencias?
La mayor parte de nuestra programación viene de nuestros padres, madres, abuelos,
abuelas, hermanos, hermanas, amigos, amigas, profesores, profesoras, cuidadores y
cuidadoras*. Y esa información fue incorporada a tu software interior entre los cero
y los seis años, mayormente, cuando no tenías ningún filtro y la diste por buena.
Tal como apunta el doctor Bruce Lipton, la frecuencia con la que vibran nuestras
ondas cerebrales en nuestros primeros años de vida es muy baja. El cerebro admite
mucha información a gran velocidad, porque estamos presentes al cien por cien,
totalmente inmersos en la experiencia. Somos como esponjas.
Antes —durante la gestación—, y después también, se puede programar, pero,
según Lipton, la inmensa mayoría de nuestras creencias tienen su origen en ese
periodo de los cero a los seis años.
Aviso para navegantes: prestemos atención a lo que decimos a los niños, porque
es información que se fijará en ellos. Un ejemplo clásico sería el padre que riñe a su
hijo pegándole en el brazo mientras le repite: «¡No se pega!». Estamos sembrando de
confusión la mente de ese niño.
Greatest hits de los pensamientos limitadores
De adultos, tenemos la oportunidad de liberarnos de esos prejuicios e ideas
preconcebidas cuando somos capaces de reconocerlos.
En el primer capítulo hemos listado algunos, pero vamos a ver unos cuantos más,
por si te suenan. Ten en cuenta que, si están operando en ti, son lo que mueve tu vida,
así que es muy fácil que digas: «Eso no es una creencia, es la realidad».
Estamos de acuerdo, porque es lo mismo: lo que crees es lo que creas. Esos
pensamientos limitadores configuran tu realidad y la de muchos, por eso los
corroboras sin parar.
Ordenados por géneros, vamos a ver los Greatest hits de una programación
limitadora:
a) Creencias típicas de la programación infantil que provocan estancamiento:
◆ «Estás mejor calladita.» / «¡Tú qué vas a saber!» / «No aciertas una.»
◆ «Todo lo que tocas lo rompes.» / «Quietecita estás más mona.»
◆ «Nunca aprenderás.» / «Nunca cambiarás.» / «Acabarás de barrendero.» (Como si eso
fuera algo malo…)
◆ «Así no llegarás a ninguna parte.» / «Si haces las cosas a tu manera, fracasarás.» / «La
curiosidad mató al gato.» (Toma ya, a cortar todo tipo de iniciativa y convertirnos en
autómatas.)
b) Creencias que consiguen que la vida sea como es:
◆ «La vida es dura.» / «Toda la vida trabajando para esto.» (Se oye mucho en los
entierros.)
◆ «Sin esfuerzo no se consigue nada.» (Pero ¡venga a jugar a la lotería! ¿Para qué?)
◆ «Todo en la vida tiene un precio.»
◆ «Nadie te regala nada.»
◆ «No te fíes de nadie.»
c) Creencias que impiden disfrutar de la vida:
◆ «Ganarás el pan con el sudor de tu frente.»
◆ «A partir de los treinta/cuarenta/cincuenta años (según la generación), vamos para
abajo.»
◆ «Nunca es suficiente, siempre puedes ser mejor.» (Ésta es una de las que causa profunda
insatisfacción.)
◆ «Cuando todo va bien, desconfía, que algo malo pasará.» (Es decir, que nunca se puede
estar tranquilo.)
d) Creencias que nos cierran el paso a las relaciones sentimentales:
◆ «El amor duele.»
◆ «Piensa mal y acertarás.»
◆ «Si quieres a alguien, no se lo demuestres o te hará daño.» (¡Pues estamos apañados si
no podemos demostrar el amor por miedo!)
◆ «Más vale malo conocido que bueno por conocer.»
◆ «Quien bien te quiere te hará llorar.» (Ya sabes, a aguantar lo que te echen, porque eso
significa que te quieren.)
◆ «Sólo hay un amor verdadero.» (En esto, Disney y Hollywood se llevan la palma.)
La lista podría seguir sin fin, porque nuestra programación está cargada de estas
frases lapidarias que hemos oído y creído.
Al borrar de nuestro software interno todos estos prejuicios, cambia
automáticamente lo que nos sucede fuera. Dejamos de aplicarnos la cancioncilla
limitadora para que pueda sonar la gran música de la vida.
LAS DOS GUITARRAS
Si hay dos guitarras en una misma habitación y tocamos una de las cuerdas, vibrará la misma
cuerda en la otra, porque ambas son guitarras. El instrumento que no estamos tocando resuena
también. Del mismo modo, sialguien te dice que eres un inútil, esa información resonará dentro de
ti sólo si tú albergas esa misma creencia.
CONCLUSIÓN: si un hecho exterior resuena dentro de ti de forma negativa, si te remueve por
dentro, ponte a revisar tus creencias.
Construyendo una nueva caja de creencias
En el ejemplo de las guitarras hemos hablado de una emoción negativa, pero también
el amor, la abundancia, la amistad, el equilibrio, la calma, la belleza… resuenan o
no dentro de nosotros en función de lo que tengamos programado.
Darnos cuenta, por ejemplo, de que no hemos activado la prosperidad en nuestro
interior es el primer paso para conseguir que la prosperidad se active.
Si hemos vivido a partir de información encorsetada y de segunda mano, ha
llegado el momento de construir una nueva caja de creencias que nos sirva para la
vida que queremos llevar, ya que, como hemos visto, al cambiar nuestras creencias
cambiamos nuestra realidad.
Cada persona debe decidir qué hay en su nueva carta de navegación. Mientras
observas cuáles son tus creencias, aquí tienes algunas que te pueden ser útiles. Las
puedes copiar como punto de partida. De hecho, copiar es otra de las cosas que se
castigan en el colegio, cuando, en realidad, es una forma de cooperación.
◆ «Haga lo que haga, todo me sale bien.»
◆ «Las personas son maravillosas.»
◆ «La vida me regala todo lo que le pido.»
◆ «Me merezco lo mejor.»
◆ «Soy un ser maravilloso y querido.»
◆ «Puedo hacer todo lo que quiera.»
◆ «La vida es para disfrutarla.»
Ahora sigue tú. ¿Qué quieres poner en tu nueva caja de creencias?
 * Fíjate en este detalle: si lo hubiera puesto todo en masculino —padres, abuelos, hermanos…—, tu cerebro
probablemente hubiera incluido a los dos. Pero, si lo pongo en femenino y hablo sólo de madres, abuelas,
hermanas…, tu cerebro excluiría el masculino. Eso es un ejemplo claro de programación. A partir de ahora, como
ya lo sabes, los utilizaré aleatoriamente y siempre que no se especifique, incluirá a los dos.
3
Si es tan fácil cambiar, 
 ¿por qué nos cuesta tanto?
 Vivimos un momento en el que las librerías están llenas de manuales de autoayuda;
hay infinidad de carteles anunciando terapias y cursos para cambiar tu vida, y se
proyectan cientos de películas y documentales que nos relatan historias de personas
que han triunfado, y a la mayoría de ellas les ha costado lo suyo, pero ahora nos
dicen lo facilísimo que es.
A la creencia limitadora de que «es difícil cambiar» o «las personas no cambian»
ahora hay que añadir un sentimiento de incomprensión y frustración cuando las cosas
no salen como deseamos. Entonces es lícito que nos preguntemos: «Si es tan fácil
cambiar, ¿por qué nos cuesta tanto?».
Nuevamente, el motivo por el que nos cuesta cambiar está oculto en nuestra
programación:
◆ Creemos que si cambiamos dejaremos de ser nosotros mismos . Genial, de eso se trata,
de que mejoremos, y mejorar implica dejar atrás lo que fuimos para ser mejores.
◆ Tememos que los que nos quieren, si cambiamos, dejen de querernos . Cambiar conlleva
riesgos que asumir, como, por ejemplo, perder a ciertas personas que desean que seamos
siempre del mismo modo.
CRUZAR EL RÍO DEL CAMBIO
El neurocientífico Joe Dispenza, autor de, entre otros libros, Deja de ser tú, comentó en su última
visita a España que cuando cruzas el río del cambio te enfrentas a dos peligros:
 
1) LOS DEMÁS. A la gente no le gusta que cambiemos, aunque sea por una cuestión de
supervivencia. Se han acostumbrado a que seamos de determinada manera y les inquieta no
tenernos controlados tal como nos conocen. Por eso, cuando empezamos a nadar hacia la otra
orilla, nos gritarán que volvamos. Por eso: NUNCA ESCUCHES A LOS DEMÁS CUANDO TE HAS
DECIDIDO A CAMBIAR.
 
2) NUESTROS PROPIOS TEMORES. Dispenza afirma que el cambio es como cruzar un río de agua
gélida. Muchos se tiran al agua y al llegar a la mitad del río dicen: «¡Está fría!», y regresan
adonde estaban, a su zona de confort. Nadie nos dijo que el cambio sería incómodo. Por eso, la
segunda ley sería: NUNCA ESCUCHES TUS MIEDOS CUANDO TE HAS DECIDIDO A CAMBIAR.
 
◆ Tenemos miedo a salir de nuestra zona de confort y asumir riesgos porque creemos que
vamos a salir mal parados.
◆ Creemos que nos falta flexibilidad para dar un giro radical a nuestra vida, cuando si algo
caracteriza al ser humano es su prodigiosa capacidad de adaptación. Eso nos ha dado una
ventaja evolutiva frente a especies en apariencia más fuertes que nosotros.
Convertirse en agente de cambio
En realidad, da igual el motivo por el que te cueste cambiar. Lo único importante es
la voluntad de hacerlo y pasar a la acción. Cuando nos ponemos por delante un gran
objetivo que implica una realidad muy distinta a la que estamos viviendo, nos asusta
dar el primer paso, pero, una vez que lo damos, seremos capaces de dar grandes
zancadas sin despeinarnos.
Vivir el cambio y dejarnos llevar por él nos prepara para asumir retos cada vez
más grandes. Aunque parezca paradójico: sólo cambiando lograrás cambiar.
Si en tu mente existe el pensamiento de cambio, si has alumbrado esa posibilidad, es
porque tienes las herramientas para llevarlo a cabo. Y no sólo las herramientas
mentales, sino también las físicas.
Para arrancar sólo hay que reinterpretar el miedo, que se proyecta al futuro —«si
no hago esto, me sucederá aquello»— y además lo crea. Cada temor puede
convertirse en una fuerza, en un aliado para recuperar tu poder personal.
Para convertirnos en agentes del cambio, podemos transmutar el miedo en estas
claves:
◆ En la vida todo cambia constantemente. Si nosotros no lo hacemos, no estamos fluyendo
con la vida.
◆ Si no fluimos con la vida, vamos a sufrir.
◆ Si estamos sufriendo ahora, es porque no hemos cambiado.
◆ El cambio no implica sufrimiento, sino la creación de nuevas circunstancias.
◆ Cambiar forma parte de nuestra naturaleza. Por eso hay que abrazar el cambio y amarlo,
sin temor.
«Yo soy yo y mis circunstancias. Luego, si cambio yo, propicio asimismo un cambio en mis
circunstancias. También, si creo nuevas circunstancias, cambio yo.»
Álex Rovira
Las barreras invisibles
Incluso cuando una persona ve de forma clara que tiene una gran oportunidad ante
ella, enseguida llegan las excusas y justificaciones, que son una preparación del
terreno para retrasar o no hacer aquello que deseamos hacer.
Expresiones como «espero que sea así», «ya veremos qué me dicen», «según los
resultados que tenga», «ojalá», etc., siguen un mismo patrón de pensamiento.
Pertenecen al antiguo paradigma en el que eres víctima de las decisiones de otros o
de las circunstancias, obviando que las verdaderas decisiones son las nuestras y que
las circunstancias favorables las podemos crear nosotros.
Estas muletillas son barreras invisibles que se interponen entre tú y lo que deseas,
que solamente se abren y te dan paso cuando codificas de otra manera tus
pensamientos y actos.
¿Cuántas veces has comprendido algo y ha ocurrido? ¿Cuántas veces te has
rendido y justo entonces ha aparecido lo que buscabas?
Es como cuando quieres recordar el nombre de un actor, y, al dejar de pensar en
ello, entonces el nombre te viene a la mente.
Si buscas algo, estás evidenciando que no lo tienes. Mucho más poderoso que
buscar es encontrar. Buscar es otra barrera invisible. A menudo se acompaña de
ansiedad, que nos impide encontrar.
LA BAÑERA DE ARQUÍMEDES
Cuando dejas de pensar en un problema aparece la solución. Como Arquímedes ante el reto que le
planteó el rey Herón II, que necesitaba saber si una corona que le había entregado un orfebre era
de oro puro. El pensador griego no tenía la posibilidad de fundir la corona para calcular su masa
y volumen, pero, mientras tomaba un baño para relajarse, se fijó en cómo el agua se desplazaba a
medida que introducía su cuerpo en la bañera. Corrió hasta palacio y sumergió la misma cantidad
de oro que el rey había entregado al orfebre para que hiciera su corona. Luego lo comparó con la
corona y vio que la altura del agua era menor, con lo que la única explicación eraque la densidad
de ésta era diferente. Esto descubrió el engaño, y el orfebre acabó confesando que había sustituido
un poco de oro por plata.
Más allá de las lúcidas conclusiones de Arquímedes, lo importante es que la solución al
problema se le ocurrió justamente cuando no estaba pensando en él, como una puerta que se abre
con facilidad cuando no la fuerzas.
Otra barrera invisible es querer entenderlo todo antes de tiempo, ya que eso puede
limitar la creación de la novedad.
Si un pintor empieza a pintar un cuadro, no verá la imagen definitiva hasta el final.
Querer tener la pintura completa con la primera pincelada sería inútil, ya que la
energía creativa necesita fluir, no que le pongamos diques. Cada cosa será entendida
en su justo momento.
Lo mismo sucede en cualquier otro ámbito de la realidad.
Si nos limitamos a observar, como Arquímedes en la bañera, sin tratar de
entenderlo todo, disfrutaremos de lo que estamos viviendo con el corazón, en lugar
de con la cabeza. Cuando la cabeza interfiere en la necesidad de entender, se
ralentizan los procesos que están por terminar.
Eliminar la necesidad de entender nos abre las puertas al fluir y nos procura una
libertad que es nuestra por naturaleza.
Cuando abandonas el control, das paso a las posibilidades, a abrir las barreras, a
conectar contigo. Empiezas a confiar en que creas lo que crees. Y entonces sucede
algo maravilloso: dejas de ser una víctima de las circunstancias para convertirte en
un creador de las mismas y de tu propia vida.
4
La abundancia 
 y el ruido de la nevera
 La tendencia natural del ser humano es el optimismo. Las predicciones negativas y
toda la programación limitadora que hemos visto en anteriores capítulos son
aprendidas. No nacimos así. Si hubiéramos nacido sin esperar lo mejor, jamás nos
hubiéramos puesto de pie, ¡y lo hicimos!
Aprendimos a usar las manos y a manipular objetos y logramos hablar porque lo
mejor estaba en nuestra programación esencial. Luego, poco a poco, casi sin darnos
cuenta, empezamos a repetir los mensajes derrotistas de los mayores.
La buena noticia es que esta programación es reversible. Cambiar los problemas
por oportunidades sólo es una cuestión de actitud. Empecemos analizando cómo
abordamos las situaciones importantes de nuestra vida. La pregunta clave es:
«¿Estoy esperando que ocurra lo mejor?».
Si la respuesta es negativa, el cambio empieza por reajustar nuestras expectativas.
¿Estás esperando resultados? ¿Que alguien te llame? ¿Que venga mucha gente a tu
taller? ¿Que apruebes? ¿Que tu libro se publique? ¿Que te sonrían? ¿Que te den el
trabajo? ¿Que te llegue la oportunidad? ¿Que te elijan?
Recuerda que somos creadores, así que, sencillamente, Espera que Ocurra lo
Mejor.
Una persona con una programación negativa diría cosas del tipo: «Sí, claro…, y
¿qué pasa si luego no ocurre?», «¿para qué hacerse ilusiones?».
Sin embargo, ese posicionamiento revelaría claramente que no está esperando lo
mejor, ya que la mente se ha instalado en un modo de imposibilidad y/o escasez.
La abundancia es nuestro estado natural
Con la mentalidad de escasez sucede lo mismo que con la nevera: su motor está casi
siempre en marcha para enfriar. Tanto que a menudo nos damos cuenta de que hace
ruido cuando deja de hacerlo. Somos capaces de filtrar el murmullo del motor hasta
no oírlo siquiera, y es cuando de repente se hace el silencio que decimos: «Uf, ¡qué
tranquilidad!».
Piensa en la nevera cada vez que sientas escasez, porque para mantenerte en la
falta de abundancia necesitas el ruido constante de las palabras y frases aprendidas
que repites una y otra vez y que van creando tu realidad.
Sin esos mensajes repetidos de escasez aflora la abundancia, pues ése es nuestro
estado natural.
La naturaleza es abundancia, la vida es abundancia, y tu cuerpo es abundancia. Si
sólo te das cuenta de eso algunas veces es por el ruido de tus pensamientos
limitadores aprendidos.
Apaga el motor de la nevera disfrutando de un amanecer o de un paseo por la
montaña, mirando a un niño, sintiendo tus manos, conversando con un amigo,
amando…, e irás contemplando la abundancia que ya eres.
Y lo más curioso es que se necesita más energía para mantenerse en la escasez, la
cual es aprendida, que para conectar con la abundancia, que es natural en nosotros.
No ves la abundancia porque probablemente pasas más tiempo quejándote que
amando en silencio.
Toma consciencia del ruido de tu mente y podrás transformarlo en silencio y
abundancia cada vez más a menudo. La escasez es uno de los disfraces del miedo,
un miedo aprendido que el amor sana.
El más es una ilusión
Estamos saliendo, cada uno a su ritmo, del paradigma del TENER / HACER / SER,
ese que dice: «Para ser alguien has de hacer algo en la vida» o: «Tanto tienes, tanto
vales».
La mayoría de las personas hacen constantemente cosas que creen que las harán
felices y casi siempre están en busca de algo: las vacaciones, el ascenso, el premio,
la publicación, el fin de semana, la pareja, el dinero, la posición social…
En nuestra sociedad es poco común disfrutar de las cosas sólo porque sí, ya que
el ego repite este mantra: «Siempre puedes tener, hacer o ser más».
Si el hecho de buscar implicara bienestar o paz interior, ese estado sería ideal.
Pero suele ocurrir lo contrario. Es decir, ese más impide disfrutar de lo que somos y
tenemos, porque el más no está aquí, sino en algún lugar futuro, y por tanto es una
ilusión.
La queja o la frustración no es más que un ruido de fondo, como el de la nevera,
que nos murmulla: «Cuando tenga dinero, seré feliz», «cuando encuentre pareja,
viviré con plenitud», «con el ascenso sentiré que me he realizado».
Hemos otorgado a las cosas futuras un poder que no tienen. Tu bienestar, tu paz
interior, tu seguridad, tu tranquilidad, tu felicidad, o como la quieras llamar, no está
en el futuro, sino en tu interior.
La clave del cambio no está en las cosas que pasan, sino en la oportunidad que
nos dan las cosas que pasan para crecer y abrir nuevas vías a la realización.
¿QUÉ ES LA FELICIDAD?
«La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero, si vuelves la
atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro.»
Viktor Frankl
Cambiar a una casa más grande, tener más dinero, conseguir pareja… no te va a
hacer más feliz de por sí. Disfrutar de ello, de las cosas que vives, eso sí que te va a
hacer más feliz.
Vamos a introducir una creencia nueva en nuestra caja de herramientas: veo la
oportunidad de cambio en las cosas que pasan.
Los demás también crean lo que creen
Un mismo mensaje se puede interpretar de siete mil millones de maneras diferentes,
tantas como personas somos en el planeta. Por eso, preocuparnos por lo que los
demás piensen de nosotros es tan cansado como querer hablar todos los idiomas de
la tierra.
Las personas comprendemos en función de lo que tenemos dentro, de nuestro
sistema de creencias. Por eso, al interactuar con alguien, saldrá lo que éste albergue
en su interior. ¿Tiene amor? Lo que le digas lo interpretará amorosamente. ¿Tiene
rabia y frustración? Eso verá en lo que le dices.
No tiene sentido seguir con el piloto automático de culpar o responsabilizar a los
demás con reproches del tipo: «¡Mira lo que me ha dicho!». Así como cuando
exprimimos una naranja sale zumo de naranja, cada persona nos ofrecerá lo que lleve
dentro en cada momento vital.
Por eso no sirve de nada censurar las reacciones de los demás. Lo que sí podemos
hacer, si amamos a alguien, es darle las herramientas para cambiar.
En lugar de enfadarnos con la persona que creemos que ha hecho algo, podemos
asumir la oportunidad de ayudarla a superarse. Y eso lo lograremos creyendo en la
capacidad del otro para hacer las cosas de forma diferente.
 
 
II
SIN MIEDO
 
«La cueva donde temes entrar contiene 
 el tesoro que estás buscando.»
Joseph Campbell
5
Adiós, monstruos
 El miedo es un monstruo que se alimenta y crece según el protagonismo que le vamos
dando en nuestra vida. Si creemos queno podemos hacer frente a aquello que
tememos, el miedo se asienta y va ocupando cada vez más espacio.
Éste es el motivo por el que las fobias empiezan siendo pequeñas y pueden acabar
comprometiendo la libertad de una persona. Hay millones de personas que se sienten
incapaces de tomar un ascensor, de subir a un avión o de hablar en público.
¿De dónde salen estos frenos? Sin duda, de una programación que se ha instalado
por alguna razón en nuestro software mental y que nos advierte de aquello que nos
podría pasar si…
UNA FÁBULA SOBRE EL MIEDO
Cuentan que un día un peregrino se encontró con la Peste y le preguntó adónde iba:
—A Damasco —le contestó ésta—, a matar a cinco mil personas.
Pasó una semana y cuando el peregrino se volvió a encontrar con la Peste, que regresaba de su
viaje, la interpeló indignado:
—¡Me dijiste que ibas a matar a cinco mil personas, y mataste a cincuenta mil!
—No —respondió la Peste—. Yo sólo maté a cinco mil. El resto se murió de miedo.
Fábula árabe
Afortunadamente, disponemos de un remedio muy seguro y eficaz para sacarnos
de encima los cepos y cadenas que nos impiden caminar con ligereza.
Haz cada día algo que te dé miedo
El miedo pierde toda su fuerza cuando se comprende. Cuando vas más allá de lo que
temes, suceden cosas maravillosas. Descubres dentro de ti fuerza, poder, creatividad
y amor.
En lugar de teorizar sobre este sentimiento tan humano, vamos a ver algunas
maneras sencillas de desafiarlo:
◆ Llamar a esa persona que tienes en mente.
◆ Decir aquello que no te atreves a decir.
◆ Ponerte una ropa que te dé miedo llevar por lo que pensarán de ti.
◆ Decir algo fuerte que te gustaría decir a alguien.
Cada vez que haces algo que te da miedo, sales de tu zona de confort, lo cual te
conecta contigo mismo, con tu poder personal, y te procura la sensación de estar
inmensamente vivo.
Es una práctica poco común, ya que generalmente va en contra de nuestra
educación. Pero eso no significa que sea difícil de hacer.
Cuando desafíes al miedo, te darás cuenta de que no pasa nada. No se abrirá una
brecha gigante bajo tus pies, como le ocurre a Indiana Jones en sus películas, y te
caerás al centro de la tierra. No te señalarán ni se reirán de ti. (Reírse, por cierto,
mejoraría el estado de ánimo de los implicados, y no les vendría nada mal.) No
ocurrirá nada de todo eso.
Lo único que sucederá, además de vencer al miedo, es que cambiarás la
perspectiva de las cosas e irás aumentando tu energía y tu poder personal.
Cuando ya te hayas acostumbrado a los pequeños retos, puedes saltar a los de más
envergadura, como, por ejemplo:
◆ Llamar a alguien con quien se peleó tu familia hace años, y que nunca te hizo nada, para
ir a verle.
◆ Desnudarte delante de alguien física y/o emocionalmente.
◆ Saltar desde muy alto.
◆ Aprender un idioma o un instrumento especialmente complicado.
◆ Dejar ese trabajo que te amarga la vida.
Actuando de este modo, cada vez estarás más cerca de ti mismo y de lo que
realmente deseas, porque habrás eliminado los miedos injustificados. Al quitar todos
estos frenos y piedras del camino, tu vida se volverá más ligera que antes, más
alegre y auténtica. Entrarás en el nuevo mundo de posibilidades que se abre ante los
que se atreven a apostar por una vida auténtica sin miedo.
Y, sobre todo, hagas lo que hagas, hazlo cuando sientas que es el momento de
hacerlo.
6
Aprender a aceptar
 Uno de los miedos más comunes es el miedo al abandono, que a menudo tiene su
origen en la infancia.
Si en algún momento de nuestra niñez nos sentimos abandonados, cosa bastante
habitual, lo gestionamos de la manera que mejor supimos: bloqueando ese
sentimiento para evitar el dolor. Y como niños seguimos con nuestras vidas.
Ahora de adultos ese miedo vuelve a salir para ser transformado. Y ésta es la
buena noticia: sale ahora porque ya tenemos la capacidad de transformarlo y
hacerlo desaparecer. Pero, en lugar de eso, nuestra educación hace que le
coloquemos la etiqueta correspondiente: ansiedad, depresión… y nos escudemos en
ella.
Hay demasiadas personas infelices a causa de este tipo de temores. En lugar de
transitar el miedo, viviéndolo, transformándolo y dejándolo atrás, se frenan justo
antes de llegar. Eso da más fuerza al miedo, paralizándonos o ayudando a que ocurra
justamente aquello que tememos.
PROFECÍA DE AUTOCUMPLIMIENTO
Este oráculo vital en clave negativa tiene lugar cuando estamos tan convencidos de que nos
sucederá algo malo que, de forma inconsciente, favorecemos que acabe haciéndose realidad.
El primer paso para que las cosas nos salgan bien es dejar de elaborar profecías que predicen
nuestros actos de forma negativa. Mirar la situación de manera positiva, en cambio, nos permite
dar forma al futuro que deseamos.
Si sientes miedo al abandono —de tu pareja, familia, amigos o compañeros de
trabajo—, lo primero de todo ten esto presente: ese miedo es infantil, y ya no eres
un niño.
Ya no hay gigantes
La vida puede ser una encrucijada constante, pero siempre está llena de
posibilidades. Tienes muchos caminos que escoger; busca el tuyo propio, pero elige
uno. Muévete. Cuando haces eso, el miedo queda atrás. Desaparece y en su lugar se
abre un espacio para la confianza y el amor.
A lo largo de la vida vamos recibiendo a unos compañeros de camino y
despidiendo a otros. Es natural, y no un drama. Hay personas que tienen un gran
significado y relevancia en cierto momento de nuestra vida, pero que dejan de tener
ese papel en otro momento muy distinto.
Aprende a dar la bienvenida a quien llama a tu puerta y a dejar marchar a quien
necesite emprender otro rumbo.
Si alguien te abandona, déjale ir. Es su decisión y debes respetarla.
Elegimos las personas con las que compartimos nuestro tiempo igual que ellas
nos eligen a nosotros. Saber aceptar con naturalidad las diferentes etapas vitales
nos ayuda a entender que cada una de ellas tiene sus compañeros de viaje. ¡Y
algunos repiten!
¿Te has fijado en que aquellas personas que están siempre en movimiento, amando
lo que encuentran a cada paso, tienen más amigos que el resto? Son personas que
también saben amarse a sí mismas.
Si te amas y valoras los regalos del camino, cada vez encontrarás a más personas
que no te abandonarán, sino que te amarán tal como tú haces, porque, recuerda: las
personas son espejos de nosotros mismos.
Al dejar de tener miedo y actuar, descubrirás una fuerza interior que seguramente
desconocías. Esa fuerza está bloqueada por nuestro ego, que nos protege del dolor.
El miedo al abandono, al rechazo, a lo que dirán de ti… es un antiguo dolor que
puedes superar si lo haces desde tu corazón de adulto. De niños vemos a los mayores
como gigantes y necesitamos su protección, aunque demasiadas veces, en lugar de
protegernos, nos asustan, gritan, castigan o maltratan.
Tu mente actual tiene el recuerdo antiguo, piensa que vas a sentirte tan mal como
cuando te sentiste abandonado o rechazado, pero has crecido, y una vez más: ¡ya no
hay gigantes!
El miedo a perder nos limita
El miedo a perder algo no impide que lo pierdas, pero sí que lo disfrutes. Disfrutar
de algo es incompatible con el pánico a perder ese algo. El temor pone tu sistema en
alerta para huir o luchar, entiende que hay un peligro y se prepara para combatirlo.
Ese estado de angustiosa alerta es incompatible con el verdadero disfrute de
aquello que amamos.
Si en tu infancia, para que hicieras algo que tú no querías hacer, te amenazaban
así: «Guarda tus juguetes a la de una, a la de dos, a la de…», si insistieron en que
cuidaras tanto algo hasta el punto que nunca lo llegaste a sacar de su caja para
mantenerlo nuevo…, tal vez ésos sean los motivos por los que hoy te cuesta disfrutar
de las cosas, las personas e incluso de la vida.
Nuevamente, hay que elegir entre el temor infantil o la libertad de la madurez.
Plantéate esta pregunta: ¿de qué sirve luchar por mantener algo si no lo disfrutas?
Es como esos avaros que se pasan la existencia custodiando su tesoro mientras viven
en la miseria. ¿Es ésta la clase de vidaque quieres llevar? ¿Vivir una existencia de
prevención para no perderla?
Tal vez la estás perdiendo igual, pero con el agravante de que no te procura
ningún placer mientras la tienes.
Cuando asumimos que aquello que etiquetamos como pérdidas forma parte del
camino y dejamos que la vida siga su curso, todo cambia. Dejamos de sufrir por lo
que perderemos y celebramos todo lo que hay en la mesa del Aquí y Ahora.
Es momento de cambiar el miedo a perder por DISFRUTAR.
Yo lo siento así, como un mantra para gozar del momento presente:
Ha llegado el momento de vivir,
de usar lo que tenemos,
de sentir a corazón abierto,
de ensuciarnos con alegría.
Y, si algo se pierde,
tal vez está en mejores manos ahora.
Da igual si lo que tienes aquí va a durar un año, un día o una hora. Si lo disfrutas,
lo perpetuarás en tus sentidos.
Cuando temes, mueres; cuando amas, vives.
Cada instante es único y tiene lo que tiene. Si aprendes a vivir cada momento con
todo lo que hay, nunca sentirás que pierdes, porque no te faltará nada.
Cambiar tu manera de relacionarte con las personas, las cosas y la vida es una
decisión: DECIDE DISFRUTAR y la vida te proveerá de todo lo que necesitas.
«Sólo posees aquello que no puedes perder en un naufragio.»
Proverbio indio
Los abusos de poder
¿Te has preguntado alguna vez por qué soportamos tan fácilmente los abusos de
poder? La respuesta es muy sencilla: por miedo. Sin embargo, lo hacemos de manera
inconsciente, porque no tenemos una relación adulta con los que ejercen poder sobre
nosotros: jefes, padres, autoridad, médicos, etc., sino que nos relacionamos con ellos
como niños.
Muchas personas fatigan cada día a los demás con sus quejas, críticas y juicios a
su jefe o superior, pero fuera de eso no actúan ni tampoco hacen lo que quieren.
Relacionarnos de manera infantil con los que ejercen poder sobre nosotros influye
en nuestra vida día a día, sobre todo de lunes a viernes en muchos casos.
Nos sentimos mal, estamos enfadados e incluso nos enfermamos unas cuantas
veces al año. Pero la verdadera medicina sería preguntarnos por qué lo soportamos
y qué podemos hacer para cambiarlo.
Hay varias razones por las que el miedo nos paraliza, no nos deja actuar y hace
que no hagamos lo que queremos en nuestra vida.
EL BOICOT DEL MIEDO
«La pura verdad es que cuando estás asustado te vuelves más tonto. Los profesores lo ven todos los
días con los estudiantes a los que no se les dan bien los exámenes. La ansiedad que provocan los
exámenes paraliza a los alumnos que, con manos temblorosas, marcan las respuestas equivocadas
porque, a causa del pánico, no pueden acceder a la información almacenada en el cerebro que tan
cuidadosamente han ido adquiriendo durante el semestre.»
Doctor Bruce H. Lipton
Esto se puede interpretar como: si no eres feliz no es porque «seas así», como
decía Darwin, o porque «tú lo has elegido», como afirma parte de la psicología
moderna. Sigues infeliz porque no eres consciente de que no ser feliz es una
creencia y no sabes cómo cambiarla.
El paradigma del elefante
¿Te has fijado en las caras de las personas por la calle o en el trabajo? ¿Cuál es su
actitud? ¿Cómo definirías su estado de ánimo en general?
El otro día me fijé en un hombre de unos treinta y cinco años que estaba
esperando en una parada de autobús. Parecía un niño sometido, con temor a ser
abandonado; alguien, en cualquier caso, que no podía hacer lo que quería. Su
expresión era de estar resignado a hacer lo que otros le mandaban (la sociedad, el
Gobierno, sus familiares, su pareja…), en lugar de hacer lo que realmente deseaba.
En el paradigma del elefante, popularizado por Jorge Bucay en uno de sus libros,
el animal es atado de pequeño a una estaca y, cuando comprueba que no puede
escapar, se queda allí para toda la vida, obviando que ahora es grande y fuerte y
podría arrancar la estaca en cualquier momento.
Los adultos como el hombre del autobús son, sin saberlo, elefantes enormes
atados a cosas que podrían arrancar de un soplido.
Esta incapacidad infantil es muy común entre los que fuimos obligados a hacer lo
que no queríamos cuando éramos niños. Nos obligaban a ponernos el abrigo porque
hacía frío, aunque nosotros no lo sintiéramos; a comer lo que era bueno para
nosotros, aunque nos asqueara; a irnos a dormir cuando estábamos disfrutando de una
noche espectacular, y, por supuesto, a levantarnos de la cama cuando tan a gusto
estábamos durmiendo. El miedo a no ser queridos, a ser abandonados, hacía que
aceptáramos estar atados a la estaca.
Yo misma, de niña, sólo era libre en mi cabeza. Y ¿dónde estoy ahora? En los
pensamientos que comparto con quien sostiene estas páginas. Todo empieza en la
consciencia, cuando te das cuenta de que podrías derribar la estaca y empezar a vivir
la existencia que deseas.
7
El motorista, el Miedo y la Muerte
 Sin duda, uno de los grandes miedos presentes en nuestra sociedad es el miedo a la
muerte.
Hay muchísimas interpretaciones sobre lo que sucede después de la vida, en
función de las creencias religiosas y la cultura, y son tan variadas que van desde una
transformación hasta un game over absoluto, es decir, se acabó la partida.
No voy a entrar en los detalles de las diferentes y múltiples interpretaciones, pero
sí vamos a explorar de qué manera el miedo a la muerte condiciona nuestra vida.
La incertidumbre tiene mucho que ver con ese miedo tan limitador. Si supieras
que la muerte es una dulce y placentera transformación que te conduce hacia un lugar
mejor, donde te reencontrarás con todos tus seres queridos, ¿tendrías miedo?
Seguramente la respuesta es «no».
Sin meterme en lo que sucederá después de la vida, voy a darte una buena noticia:
Si estás leyendo esto, significa que estás vivo, y, si estás vivo, no estás muerto.
¡Así de simple! La muerte forma parte del futuro, y preocuparse por el futuro es
dejar de vivir el presente, y eso sí que puede matarte.
El pasado, el futuro y las dudas
Recuerdo una vez que vi un chico que conducía una moto. Por lo visto, se había
enfadado mucho con un coche que estaba aparcado en doble fila y se dedicó a
descargar toda su ira contra el vehículo, lo cual era bastante cómico, porque el
conductor no estaba allí, y el chico, mientras iba maldiciendo, conducía la moto
mirando hacia atrás.
Mientras tanto, a diez metros, dos mujeres cruzaban un paso de cebra en medio de
una conversación, por decirlo de alguna manera. Una de ellas era más joven y
parecían madre e hija. La primera le estaba diciendo a la segunda algo como: «Como
sigas así, no vas a conseguir nada» en un tono bastante duro.
En medio de su enfado, cuando el motorista por fin volvió a mirar hacia delante,
se encontró de frente con las dos mujeres. Al ver la moto, las mujeres empezaron un
curioso baile de movimientos hacia delante y hacia atrás, lo que impedía que el
motorista pudiera decidir hacia qué lado girar la moto para no chocarlas, situación
muy curiosa, por cierto. Acabaron topando levemente con la moto, pero todo se
quedó en un susto y sólo se hicieron unos rasguños.
Para mí fue un perfecto ejemplo de que estar en el pasado, como el motorista, o en
el futuro, como la madre y la hija, no sólo te impide vivir el presente, sino que
incluso puede quitártelo.
Hay dos cosas claras en esta historia, la importancia de vivir el presente y el
peligro que supone el miedo, ya que puede hacer que te atropellen.
Si las mujeres, cuando giran la cabeza y ven una moto dirigiéndose hacia ellas,
siguen caminando hacia una dirección, la moto se mueve ligeramente hacia el otro
lado y la circunstancia se convierte en una oportunidad de agradecimiento: doy
gracias por poder seguir mi camino. Pero lo que sucede normalmente es que aparece
el patrón de víctima: además de ir adelante y atrás, con lo que confunden al
motorista, emiten juicios negativos como:
◆ «Casi me atropella.»
◆ «Estos motoristas van como locos.»
◆ «La vida es muy peligrosa.»
Las mujeres, además de proyectarse hacia el futuro en lugar de estar atentas al
presente, al ver la moto empezarona pensar: «Ay, ay, ay, que me atropella». No sólo
se habían trasladado al futuro, obviamente, porque la moto aún no había llegado al
paso de peatones, sino que encima estaban creando la posibilidad del atropello, y
eso es lo que las hacía dudar en sus movimientos en lugar de moverse en una
dirección para estar seguras.
Otra profecía de autocumplimiento.
Mi intención con esta anécdota es que tomes consciencia de que el futuro no existe
—a no ser que lo crees— y que el pasado ya queda atrás.
Si quieres hacer algo con tu futuro, mejor crea desde el presente lo que quieres en
lugar de lo que temes. ¿Lógico verdad? Y, antes de empezar con las predicciones,
pregúntate: «¿Qué es lo que creo?». Y toma consciencia de que eso es lo que creas.
El efecto oso
Después de hacer muchas sesiones con personas a las que les han diagnosticado una
enfermedad considerada incurable —lo enfatizo porque dudo que haya algo
incurable sólo porque lo diga otro—, lo que más decían era: «Cuando me
comunicaron lo que tenía, me dieron un susto de muerte».
Bruce H. Lipton habla sobre esto en su libro La biología de la creencia,
concretamente en el capítulo 6, «El miedo mata». Si eres de esas personas que
necesitan ver para creer, este libro te ayudará a creer.
Ahora, hagamos un ejercicio de imaginación.
Estás paseando por una montaña tranquilamente, en un día soleado y precioso,
disfrutando de la naturaleza, de ti, de tu cuerpo. Pasas por un camino lleno de
árboles grandiosos, escuchando los pájaros y oliendo el perfume de plantas
aromáticas que te recuerdan a cuando eras pequeña. Hueles, respiras, sientes…, y de
repente te acuerdas de un amigo y de vuestra conversación. Él te dijo que en esas
montañas hay un oso muy grande y muy peligroso.
Nada más pensar en eso, oyes un ruido extraño y ves unos matorrales moviéndose.
¿Qué crees que ha pasado? ¿Por qué no sigues oliendo las plantas? ¿Es que los
magníficos árboles ya no están aquí? ¿Por qué no sigues caminando tranquilamente?
¿Qué ha cambiado del exterior?
Nada.
¿Y en el interior?
Todo.
Antes de que apareciera el oso imaginario, estabas en el presente. Ahora estás en
el futuro y tu sistema está preparado para huir o luchar. Como consecuencia de eso,
has dejado de disfrutar de la montaña.
Eso es exactamente lo que nos pasa en la vida: dejamos de disfrutar de ella por
el miedo a algo que probablemente sólo existe en nuestra cabeza.
Los osos de Crestone
En un viaje al estado de Colorado, en Estados Unidos, decidí pasar unos días en las
montañas de Crestone, y antes de ir me dijeron que había osos.
Mi idea sobre los osos era que son animales fieros, carnívoros y muy peligrosos.
Me decía a mí misma: «Vamos, si te encuentras con uno puedes despedirte de este
mundo». Y eso que soy de la generación del oso Yogui, predecesor de Winnie the
Pooh, osos ambos muy dulces y amorosos, pero mi percepción de esos animales por
aquel entonces era muy distinta.
Al llegar a Crestone, atraída por las inmensas y preciosas montañas, empecé a
adentrarme en los bosques y, a cierta altura, encontré unas señales con información
donde ponía algo como: «Zona de osos. Por favor, respétenlos».
Pensé: «¡Sí, hombre, en todo caso que nos respeten ellos y no se nos coman!». Un
pensamiento propio de alguien de una ciudad como Barcelona, donde lo más
peligroso es cruzar la calle.
En la señal había toda una explicación sobre cómo actuar cuando te encuentras
con un oso: «Sobre todo, no correr, y hablarle normalmente». Yo me decía
irónicamente: «Claro, puedo charlar con él y decirle: “Eh, Winnie the Pooh, ¿qué
haces tú por aquí? ¿Te apetece un café?”».
Y luego ponía: «Si se pone de pie, no significa que vaya a atacarte». Y yo: «¡Eso!
Me voy a esperar a comprobarlo, o mejor se lo pregunto…».
Todo eran pensamientos de alguien que cree que los osos atacan sí o sí.
Decidí bajar de la montaña y busqué un lugar donde dormir. Entonces conocí a
una chica que alquilaba habitaciones y aproveché para preguntarle sobre los osos.
Me dijo: «Aquí son parte de la familia, muchas veces bajan aquí al pueblo en busca
de comida». Y a continuación: «Yo llevo aquí toda mi vida y jamás hemos tenido
ningún incidente con ellos. Además, son vegetarianos». «¡Menos mal!», pensé.
Llegué a la conclusión de que, en Crestone, el concepto que tienen sobre los osos
es completamente diferente del mío. Y decidí hacer una excursión al día siguiente.
A medio camino, empezaron a asaltarme pensamientos negativos y me di cuenta
de que mi sistema se estaba empezando a poner en estado de huida o lucha. Como en
la escena que he descrito en el anterior capítulo, empecé a oír sonidos raros e
incluso a ver huellas en el suelo. «¿Eh? ¿Huellas en el suelo?». Nunca antes había
visto una huella de oso, y mi sistema interpretó esa huella como la del oso
imaginario.
Entonces pensé: «Cuántas cosas debemos ver como una amenaza cuando tenemos
miedo y en realidad no lo son».
Sinceramente, por lo que sé ahora, y ya que hablamos de los osos, si te encuentras
con uno lo último que quieres es que huela que le tienes miedo, porque eso es lo que
puede hacer que ataque. Si percibe tu inseguridad, puede atacar fácilmente,
especialmente si lleva una cría de osito, porque una persona asustada puede hacer
cualquier cosa.
En cambio, si se siente seguro, seguirá su camino igual que si se hubiera cruzado
con un árbol. Entonces, ¿qué es más peligroso: el oso o el miedo al oso? ¿La muerte
o el miedo a la muerte?
Los americanos dicen: «Cruzaremos el puente cuando lleguemos a él», porque un
puente no se puede cruzar antes. Con nuestros queridos osos y la muerte pasa lo
mismo. Ya hablaremos de ellos cuando se crucen en nuestro camino. Hasta entonces,
se trata de seguir caminando.
No necesitamos tener miedo. No sirve para nada. Cuando lleguemos al puente, ya
veremos cómo es y lo cruzaremos en ese momento.
«No hay que temer a la vida, sino a no haber empezado nunca a vivir.»
Marco Aurelio
Miedo a lo desconocido
Como acabamos de ver, el miedo es lo que nos impide hacer, tener o ser lo que
queremos. Y, como en el caso de la muerte, tememos sobre todo lo que
desconocemos, lo cual es absurdo. ¿Para qué tener miedo a lo que no sabemos si es
malo o bueno?
Debido a nuestra programación infantil, probablemente, hemos etiquetado lo
desconocido como «malo» o «peligroso», una creencia apoyada por dichos
populares como «más vale malo conocido que bueno por conocer».
Muchas personas piensan innecesariamente en la muerte, pero ¿qué pasa con la
vida? ¿No será el miedo a la muerte una excusa para eludir nuestra responsabilidad
con la vida? ¿Cómo queremos vivirla? ¿Qué estamos haciendo para que sea tal como
soñamos?
El antídoto del miedo a la muerte es vivir la vida y disfrutarla. Eso hará
desaparecer cualquier miedo que sin duda está en el futuro, nunca en el presente.
Hay personas que pasan la mayor parte de sus días haciendo algo que no les gusta
para pagar su seguro médico por si les pasa algo, o incluso para costear su propio
ataúd y entierro. Se proyecta la atención al futuro, donde está el fin, pero no hay vida
en esta clase de planes. La muerte está presente incluso en muchas de nuestras
expresiones del día a día: «Esto está de muerte», «tengo un hambre que me muero»,
«me muero por ir allí», etc.
Ya está bien de morirse antes de tiempo. Mientras no lleguemos al puente, ¿qué tal
si nos decidimos de una vez a celebrar la vida?
Empecemos ya a disfrutar.
8
Del miedo a la confianza
 Si, como decíamos en el capítulo anterior, lo desconocido nos provoca temor porque
hemos sido programados para etiquetarlo de forma negativa, la mejor manera de
vencer el miedo es desarmarlo y entenderlo. Entonces desaparece.
Volviendo por última vez a la muerte, cualquiera que haya conocido a personas
que trabajan en el sector funerario sabe que estas personas conviven perfectamente
con esta realidad, y muchas de ellas son capaces de hacer incluso chistes sobre ello.
Los enterradores son famosos, justamente, por su sentido del humor.
Lo mismo sucede con cualquier otro temor que supongaun obstáculo para vivir
plenamente.
Según el filósofo hindú Jiddu Krishnamurti, «una de las causas mayores del temor
es que no queremos enfrentarnos a nosotros tal como somos». Cuando prestamos
atención a cómo somos y sentimos, de repente lo desconocido se vuelve conocido y
los miedos pierden su fuerza de intimidación.
¿Y TÚ QUÉ TEMES?
«¿Conoce usted sus propios temores? Temor de perder el trabajo, de no tener suficientes alimentos
o dinero, de lo que los vecinos o el público piensen de usted, de no tener éxito, de perder su
posición en la sociedad, de ser despreciado o ridiculizado; temor al dolor y a las enfermedades, a
ser dominado, a no saber nunca qué es el amor o a no ser amado, a perder la esposa o los hijos;
temor a la muerte, a vivir en un mundo que es como la muerte, de completo aburrimiento, de no vivir
según la imagen que los otros han fabricado de usted, de perder su fe —todos éstos y otros
innumerables temores—. ¿Conoce usted sus temores particulares? Y ¿qué hace usted con ellos
generalmente? Usted huye de ellos, ¿no es verdad? ¿O bien inventa ideas o imágenes para
ocultarlos? Pero huir del temor es sólo acrecentarlo.»
Jiddu Krishnamurti
La magia de la confianza
El opuesto del miedo es la confianza, la energía olvidada en nuestra forma moderna
de vida. Pero, en la conexión entre las personas, especialmente entre las familias,
abunda más la preocupación que la confianza.
La preocupación está tan presente en la programación de nuestra sociedad que
muchas personas han hecho de ella una forma de querer. Para muchas parejas amar a
alguien es preocuparse de todo lo malo que le puede suceder, lo cual incluye desde
enfermedades hasta la posibilidad de conocer a otro u otra.
Sin embargo, ¿es ése el amor que queremos vivir?
Cuando un niño está jugando y sus padres le gritan: «¡Cuidado, que te vas a
caer!», con lo que el niño se acaba poniendo nervioso y cumple la profecía, lo están
amando a través de la preocupación, es decir, de los oráculos negativos.
¿Qué sentido tiene esto? ¿Por qué utilizamos el tiempo hablando de otras
personas, de sus situaciones y de lo que nos preocupa respecto a ellas? ¿Qué
estamos haciendo?
Una vez oí decir a alguien que «preocuparse es rezar para que ocurra lo que no
quieres que ocurra».
Afortunadamente, tenemos otra manera de actuar, hablar y sentir. Podemos hacerlo
diferente y generar confianza.
Cuando empecé a apostar por la confianza, que, por cierto, es un recurso
maravilloso, universal y libre, adiestré a mi entorno para que dejaran de emitir
mensajes del tipo:
◆ «¡Ten cuidado!»
◆ «¿Llevas paraguas? Va a llover…»
◆ «No te fíes de nadie.»
◆ «Piénsatelo bien antes de hacerlo.»
Les pedí que dejaran de emitir esta clase de mensajes y los sustituyeran por otros
que transmitieran confianza y pronósticos positivos:
 
◆ «Disfruta.»
◆ «Diviértete.»
◆ «Confía.»
◆ «Déjate llevar.»
Un día que le pedía a mi madre esto mismo, me dijo: «Pero ¿cómo no me voy a
preocupar, si soy tu madre?». Ella vive la preocupación como una forma de amor,
así se lo enseñaron. A su modo de entender, si no se preocupara por sus hijos
significaría que no los ama.
Lo entiendo y te quiero mucho, mamá, pero la energía de la preocupación es muy
inútil. Y, además de inútil, a menudo es contraproducente, porque si te preocupas,
pones energía en lo que no quieres, mientras que si confías, la pones en lo que SÍ
quieres.
Preocuparse o confiar
Una gran decisión es CONFIAR, porque cuando activas la confianza empiezan a
suceder cosas maravillosas. Pruébalo y lo experimentarás.
Lo que está claro es que NO nos ayuda en nada pensar en lo mal que estamos. Al
imaginar otra realidad, una en la que reina la confianza, estamos generando nuevas
posibilidades y por lo tanto estamos creando una nueva realidad.
Y, lo que es más importante, cada uno es responsable de su vida y debe evaluar
sus actos.
¿Cómo te sienta preocuparte por alguien? ¿Y confiar? ¿Y tú qué crees que te
sienta mejor?
La próxima vez que te preocupes, fíjate en lo que sientes y haz lo mismo la
próxima vez que confíes. Luego elige. Cuando confías en una persona, confías en la
vida y en ti, y entonces conectas con la magia desde la que TODO ES POSIBLE. ¿Y
si inicias ya el viaje soñado?
KIT DE VIAJE
«Tienes un cerebro en tu cabeza.
Tienes pies en tus zapatos.
Puedes dirigir tu cuerpo en cualquier dirección que elijas.
Dependes de ti.
Y sabes lo que sabes.
Por eso, te toca a ti decidir adónde quieres ir.»
Doctor Seuss
http://evasandoval.es/todo-es-posible/
 
 
III
EL VALOR DE ACTUAR
 
«La promesa es una nube, 
 cumplirla es la lluvia.»
Proverbio árabe
9
El riesgo y la vida
 Como seres humanos tenemos la capacidad de correr riesgos, y eso significa salir de
nuestra zona de confort, donde casi todo es monótono y aburrido: hacer cada día lo
mismo, comer los mismos platos, irnos a dormir a la misma hora, leer el mismo tipo
de periódicos, revistas o libros…
¿Dónde queda la sorpresa? ¿Por qué renunciar a la magia de lo desconocido?
Por miedo a correr riesgos y dejar que pase cualquier cosa, lo cual es fantástico,
muchas personas se dejan arrastrar por la rutina, el aburrimiento y la muerte, en vez
de propiciar la magia, la alegría y la vida.
Parece que hayamos relegado la emoción a las películas y que vivamos a través
de ellas.
Arriesgándose, cada cual al nivel que desee, la vida puede ser emocionante. Lo
que ocurre es que por programación hemos convertido el riesgo y el peligro en
sinónimos. Y no lo son. Cuando de niños hacíamos algo que podía ser considerado
peligroso para un adulto, lo fuera o no para nosotros, éste interfería en esa acción
para prevenirnos de lo que imaginaba que podía pasar. Entonces, si nos subíamos a
un lugar y arriesgábamos nuestro equilibrio pudiendo caer, ni siquiera nos daban la
oportunidad de vivir la situación, porque ésta se asociaba directamente a peligro, y
nos gritaban: «¡Bájate de ahí, que te vas a caer!».
De adultos, ya no nos subimos a ningún sitio del que nos podamos caer. Pero
¿estás seguro de que te caerías?
Cuando vives a tu manera, te das cuenta de que el riesgo mejora tu vida
sustancialmente, porque te permite descubrir nuevos territorios (físicos y mentales) y
compartirlos con los demás, jugar, aprender, encontrar las respuestas que buscas.
Hay una tendencia social a hacer lo correcto que limita al ser humano. Te
propongo que al menos una vez al día te arriesgues a hacer algo que realmente te
apetezca.
«Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que
hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora.
Sueña.»
Mark Twain
Una conversación sobre el riesgo y la vida
Lo que voy a relatar sucedió en Montevideo, donde estaba dando un taller avanzado
un mes de noviembre. Era mi tercer viaje a esa ciudad. A la hora de la comida, vino
a visitarnos una facilitadora de PSYCH-K, que había hecho el taller la vez anterior y
a la que aquí llamaré Laura.
Se sentó a mi lado para conversar y me dijo: «Ya he visto tu foto en el Facebook
con la moto nueva. ¡Qué pasada!».
Se refería a la imagen que había colgado en la portada, mi nueva moto, una
preciosidad de 120 caballos. Aún se ven pocas mujeres encima de motos que pesan
180 kilos, así que llama bastante la atención.
«¿Te gusta?», le pregunté. A lo que ella me dijo: «¿Cómo te atreves a manejar
semejante máquina? ¿No te da miedo?». Y, sin esperar respuesta, prosiguió: «A mí
me dan mucho miedo, y mi hijo es un enamorado de las motos, pero yo no le dejo que
tenga una porque tengo mucho miedo».
Supongo que mi cara se transformó, porque sentí desde dentro una sensación que
no podía disimular, aunque quisiera. Me caracterizo por ser muy directa con las
cosas que quiero decir, y eso provoca todo tipo de reacciones en las personas que lo
experimentan.
Respiré hondo unas tres veces antes de decirle: «Sí, claro, como si no hubiera
riesgo en pasarse la vida haciendo algo que no te gusta. Eso sí que debería
aterrarnos, y no los accidentes».Laura escuchó las palabras como si no me hubiera oído y continuó: «Pero las
motos son muy peligrosas». Y empezó a enumerar las razones para considerar la
moto un peligro. La interrumpí y puse mi intención en expresar lo que sentía con
mucho amor, ya que es un tema delicado, sobre todo para una madre: «¿De qué vale
vivir muchos años si no haces lo que te gusta? Es muy triste pasar los días sin hacer
lo que te apasiona, mucho más triste que morirse, en mi opinión. Somos la
generación del “dedícate a algo seguro y olvídate de lo que te gusta”. Con razón
tenemos el índice de depresión más alto de la historia».
La cara de Laura empezó a mostrar una expresión de duda. Intenté que
comprendiera que conducir una moto no es sinónimo de peligro, del mismo modo
que no conducirla tampoco es sinónimo de vivir muchos años.
Muchas personas viven una vida desgraciada por un miedo infantil que les coarta
la felicidad, porque anula la libertad que nos pertenece por derecho de vida.
«Es que me da miedo que le pase algo», insistió Laura. A lo que le dije: «Ya lo sé
y me parece respetable, pero es tu miedo y no el de tu hijo. Te corresponde a ti
gestionarlo y no a él cargarlo».
A continuación, le mostré una pulsera rosa que aún llevaba en mi muñeca. Me la
habían puesto para pilotar en un circuito de carreras un mes atrás. Con la
satisfacción de estar cumpliendo uno de mis sueños, después de relatar mi pequeña
aventura, le expliqué: «Claro que sentí miedo. Pero me di cuenta de que no era mi
propio miedo, sino uno que había heredado. Por eso, tan pronto como decidí vivir la
experiencia, se esfumó. Cuando empecé a dar gas, ese falso miedo se convirtió en
pasión y en vida, y… ¡aquí estoy!».
Ella me escuchaba ahora con gran atención. Finalmente añadí: «La mayoría de las
visiones que tenemos sobre el peligro no son reales. Muchos jóvenes pasan horas
bebiendo alcohol y perdiendo el sentido, pero eso no nos parece tan peligroso como
pilotar una moto».
De esta conversación en Montevideo quedó una idea clara: nuestros miedos son
propios. Dejemos de traspasarlos a los que nos rodean para que puedan vivir sus
vidas exactamente como hayan elegido vivirlas.
En mi opinión, un verdadero peligro es vivir una vida sin hacer lo que amamos.
10
Permiso para soñar
 Hemos venido a este mundo para ser libres y felices, para compartir y amar, pero
poco a poco nos han ido entrenando y domesticando para encajar en lo que para
otras personas es su realidad y hemos ido perdiendo nuestro poder personal.
El ser humano es tan poderoso que puede crear cualquier cosa que quiera, y, de
hecho, lo hace a cada instante. Lo que ocurre es que la mayoría de las veces
actuamos desde la domesticación recibida, y no desde nuestro corazón. El resultado
es una vida previsible y sin alicientes.
Estamos aquí para conocernos y recuperar ese poder, para crear lo que queremos
y no lo que no queremos. Elegimos nuestra actitud frente a las situaciones de la vida,
porque somos creadores y no víctimas. El primer paso es cambiar desde dentro, y
contaremos con toda la fuerza del universo que está a nuestro favor y siempre lo
estuvo. Esa fuerza refleja lo que hay en nuestro interior.
La consciencia es lo primero que activaremos para poner en marcha lo que
queramos crear. Eso nos dará la opción de cambio, algo natural que nos proporciona
poder.
Para sintonizar la consciencia con el canal del poder personal, antes es necesario
que nos hagamos la pregunta: «¿Qué estamos creando?».
Si la realidad que estás creando con tus pensamientos, palabras y actos no es la
soñada, hay varias preguntas que te puedes hacer:
¿Estás viviendo la existencia de otros o la tuya propia?
◆ ¿Creas una realidad que no amas por miedo al rechazo si no haces lo correcto?
◆ ¿Qué pesa más en tus decisiones, el miedo o la ilusión?
◆ ¿Has dejado de soñar? ¿Para complacer a quién?
Responder a estas preguntas te ayudará a conocerte para saber dónde te
encuentras ahora mismo, y por lo tanto te servirá de punto de partida hacia donde
quieras ir.
Sueños infantiles y los boicoteadores
En nuestra infancia, soñamos con los ojos abiertos gran parte del día y lo hacemos
disfrutando de nuestras ilusiones, sin pensar que no lo vamos a conseguir o que es
muy difícil o que seguro que se estropea o que saldrá mal o que no lo merezco.
Soñamos sabiendo que somos aquello que soñamos, y ésa es la clave de hacer los
sueños realidad: cuando te identificas con tus sueños, nada ni nadie puede
interponerse entre tú y ellos, porque tú eres ellos y te conviertes en tu sueño. Aquí
radica la magia.
ALCANZAR LOS SUEÑOS DE LA INFANCIA
En uno de los vídeos más célebres de la era YouTube, el profesor universitario Randy Pausch anunciaba
ante sus alumnos que a sus cuarenta y seis años padecía un cáncer terminal. Esta charla en la Universidad
Carnegie Mellon, que se convertiría en el libro La última lección, tenía como destinatarios sobre todo a sus
tres hijos pequeños, a los que Pausch no vería crecer.
El título de la conferencia era: «Cómo alcanzar los sueños de la infancia», y se basaba en las siguientes
claves:
• Debemos creer que todo es posible, nunca hay que perder esa visión.
• Si no puedes alcanzar tus sueños, lograrás ya mucho intentando alcanzarlos.
• Los muros que nos frenan en nuestro camino están allí por una razón: sirven para saber cuánto
queremos lograr nuestros sueños.
• Nunca permitas que la diversión y el asombro te abandonen.
• Antes de llevar a cabo cualquier sueño, debes decidir entre ser una persona positiva o negativa.
• Jamás subestimes la importancia de hacer las cosas de forma divertida.
• Muestra gratitud a los demás.
• No te quejes, eso nunca ayuda a hacer realidad tus sueños.
• Trabaja duro para alcanzar todo lo que quieres.
• La experiencia es aquello que te queda cuando no obtienes lo que deseabas.
Está claro que de niños tenemos una capacidad asombrosa para soñar y crear
nuevas realidades. Quien sostiene este libro puede decirse entonces: «Ya soy adulto,
¿cómo lo hago?».
Para empezar, aléjate de todas aquellas personas que crean que no puedes
conseguir algo, y esto incluye amistades y familia. Estar cerca de quien no confía en
ti puede ser un freno constante para que no obtengas lo que quieres.
Es muy común que vengan a decirte lo difícil que es lo que quieres hacer, las
pocas personas que lo han conseguido o que seguro que viene alguien y lo estropea.
Son vampiros de sueños que, de forma inconsciente, intentan que no cumplas tus
deseos sólo porque ellos han renunciado a ellos hace tiempo. Creen que así te
ayudan a que no te decepciones.
Decide rodearte de personas positivas y que confíen en ti.
¿Cómo te hablas?
Para hacer realidad tus sueños, tan importante como rodearse de personas positivas
es hablarte a ti mismo con amor. Hay personas que no son conscientes de lo
duramente que se tratan a sí mismas y de lo poco que eso las ayuda a cumplir sus
deseos.
Cambiar un lenguaje interior —es decir, una forma de pensar— basado en el
sufrimiento y las limitaciones por otro que sea positivo y creativo es una vía directa
a recuperar tu poder personal.
Todo tu sistema responde a tus palabras, las digas en voz alta o en voz baja. De
hecho, tú eres la voz más importante a la que responde. Para que algo te afecte desde
fuera hay que repetirlo desde dentro, con frases del tipo: «Sí, tiene razón, soy un
desastre», o: «¿Lo ves? Todo me sale mal».
Acaba con esa clase de mensajes si no quieres moldear tu vida en clave de
alienación.
Hazte esta pregunta: «¿Dónde quieres poner tu atención?».
Cuesta lo mismo crear lo que quieres que lo que no quieres. Entonces…, ¿para
qué creas lo que no quieres?
La respuesta la encontramos en la domesticación que sufrimos al dejar que nos
guíen consignas negativas que ya hemos mencionado, como: «Piensa mal y
acertarás», «no te hagas ilusiones» o «la vida es dura».
Ahora, ¿cómo creo lo que quiero?
Poniendo atención a lo que vas a decir y pronunciar SÓLO lo que tenga un
carácter amoroso para ti y los demás, sea lo que sea. Todo se puede expresar con

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