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1 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 A mi hijo, Ismael A La Güera A mis padres, Armando y Juana 3 Agradezco el apoyo y la confianza recibidos por la maestra María del Carmen Alanis Figueroa, magistrada presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, destacada mujer y ejemplar funcionaria pública, de quien recibí aliento y motivación para cumplir con este paso y seguir dando más. 4 Un abrazo y mi sincero agradecimiento, por su paciencia y generosidad, a Jorge Meléndez Preciado, periodista, colega, amigo y asesor de este trabajo de titulación Por sus observaciones, sugerencias, solidaridad, atención y sensibilidad, a mis sinodales: Licenciada Carmen Avilés Solís Licenciada Emma Gutiérrez González Licenciada María Alicia Garro Paulín Maestro José Alfredo Andrade García 4 Índice 4 Introducción 5 1. La Leica era de mi papá 19 2. Cruzar todos los días la frontera 27 3. Yo veía esa foto y no “cactaba” 39 4. El águila caída 55 5. El estilo jornalero 64 6. ¿Un retrato? –le preguntó al migrante a mitad del desierto 84 7. Elsa: ¡Bravo! Buena foto, buenas nalgas 91 8. El Sur: trabajar en cualquier lado 104 9. Ahora, todo mundo tiene cámara y todo mundo toma fotos 115 Reflexiones 130 Bibliografía 131 6 Introducción Son dos las razones que dan fundamento a la elaboración del presente trabajo de titulación: El interés personal y profesional por la fotografía, como arte y quehacer informativo. Y la revaloración que, como género, debe de tener la entrevista en el ejercicio actual del periodismo. Los caminos de la fotografía y la entrevista han sido azarosos, si se considera que el primero surgió en México como actividad dedicada a ilustrar o adornar páginas de la prensa de finales del siglo XIX y principios del XX, y que la segunda, como género autónomo, se practica escasamente en el diarismo, por el poco aprecio que se le tiene y el alto nivel de especialización que se requiere. Cierto día, el escritor y periodista Gabriel García Márquez dijo que la entrevista es como esos floreros de las abuelas, que cuestan una fortuna y son el lujo de la casa, pero que nunca se sabe dónde ponerlos. Y esto ocurre con frecuencia en los medios, en los que a la entrevista se le tiene sólo como una especie de hada madrina, como simple método es decir, como simple método para obtener la información de la que se nutren todos los géneros del periodismo, como dice el ilustre nobel colombiano, quien reflexiona: Otra cosa que me preocupa de la entrevista es su mala reputación de mujer fácil. Cualquiera cree que puede hacer una entrevista, y por lo mismo el género se ha convertido en un matadero público donde mandan a los primerizos con cuatro preguntas y una grabadora para que sean periodistas por obra y gracia de sus tompiates. El entrevistado tratará siempre de aprovechar la oportunidad de decir lo que quiere y lo peor de todo bajo la responsabilidad del entrevistador. El cual, por su parte, tiene que ser muy zorro para saber cuándo le han dicho la verdad. Es el juego del gato y el ratón, hoy consagrado en su etapa primaria por las entrevistas en directo y a boca de jarro, que casi siempre se aprovechan para aprender. O para foguear novatos armados, cuyo peor mérito para ser periodistas 7 es que no se asustan de nada y van a la guerra con ametralladoras magnetofónicas sin preguntarse hasta dónde y hasta quién pueden llegar las balas (García 2001). A la fotografía periodística se le sigue considerando material de relleno, y se apela hoy a ciertas características técnicas que ésta debe de cumplir, para figurar como vil paje de ese fenómeno llamado infografía, que devanea sus trapos de moda por las pasarelas de los medios impresos del mundo. Si bien es cierto que la fotografía adquiere relevancia para la prensa en las primeras décadas del siglo pasado, con el aliento que dan al fotoperiodismo publicaciones estadounidenses, como Time y Life, y, años después, periódicos mexicanos, como Unomásuno y La Jornada, la misma parece desdibujarse ahora y hacerse borroso ese interés en la imagen estética, ética y social que permitió el florecimiento de una rica generación de fotoperiodistas, como Guillermo Castrejón, Ulises Castellanos, Marco Antonio Cruz, Rogelio Cuéllar, Andrés Garay, Frida Hartz, Fabrizio León, Francisco Mata Rosas, Víctor Mendiola, Rubén Pax, Pedro Valtierra, Raúl Ortega, Duilio Rodríguez, Martha Zarak, Christa Cowrie y Elsa Medina, elegida para la entrevista de este trabajo, por su sensibilidad humana y profesional y por ese ejemplo de lucha que ella representa, para ocupar un lugar en este mundo en el que no sólo se debe saber ver, sino, también, escribir con la luz (Valtierra 2004: 55). Elsa se reconoce alumna y amiga del célebre artista de la imagen Nacho López, ya fallecido, pero, también, parte de esa rica escuela de fotoperiodistas forjados en La Jornada, a quienes, en su momento, admiraba, y con quienes, poco a poco, llegó a codearse. Medina se ha convertido en voz autorizada en el mundo del fotoperiodismo, y su agenda profesional la lleva de un lado a otro del país y del extranjero a impartir talleres sobre esta actividad. De ella y de mucho de sus compañeros de generación se sabe poco, por lo que el interés de la entrevista se enfocó en conocer parte de la vida y obra de esta sobresaliente fotógrafa mexicana. Antes del presente trabajo, sólo se tenían de ella algunas referencias biográficas, que se resumen en los siguientes datos: 8 Originaria del Distrito Federal (1952). En su infancia tomaba fotos de familia, de los viajes de vacaciones de ésta, sin que naciera en ella la vocación por la fotográfica. Su primer interés profesional es el diseño, el cual estudia en la Universidad Iberoamericana, sin llegar a concluir la carrera, que deja trunca en 1970, cuando se casa y traslada a vivir a la ciudad de Tijuana, Baja California. Allá se inscribe en la Universidad Estatal de San Diego, Estados Unidos, en donde toma clases de fotografía. En 1980 rompe su relación matrimonial y regresa a la ciudad de México, en donde ingresa a trabajar en un despacho de diseño gráfico. Participa, después, en un proyecto del Consejo Nacional de Población (Conapo), que consistía en tomar imágenes de comunidades en cinco estados del país. Los conocimientos técnicos sobre la fotografía, adquiridos en San Diego, dejaron de satisfacerle, porlo que ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para profundizar en la reflexión humanística de la imagen, que sentía le hacía falta. Permanece sólo un semestre en la nueva carrera, pero de inmediato se inscribe en los talleres que, sobre el análisis de la imagen, impartía el reconocido fotógrafo Nacho López, en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), de la UNAM. En 1986 ingresa al periódico La Jornada. Entre 1993 y 1994 participa en la fundación del hermano de éste, el diario El Sur, en Acapulco, Guerrero en donde trabaja hasta 1999. En su última época como colaboradora de La Jornada se desempeña como corresponsal en la ciudad de Tijuana, a donde regresa a vivir con su hijo Adrián, por algunos años. 9 Su trabajo como fotoperiodista es reconocido nacional e internacionalmente. De ella se dice que su incursión en el diarismo abrió puertas a otras mujeres (Salazar 2007). Ha participado en más de medio centenar de exposiciones colectivas e individuales, entre ellas, Collettiva di Fotografe Messicane Contemporanee, montada en Italia, en 1988; Memoria del tiempo, llevada a varias ciudades de Europa; A la deriva, organizada en San Luis Potosí, en 2001; Mujeres vistas por mujeres, itinerante por América Latina; Ecos y 20 años de fotoperiodismo en México, en el Centro de la Imagen. Como fotoperiodista, hizo coberturas en Haití, Nicaragua, Guatemala, El Salvador y en Chiapas, durante el conflicto armado de 1994. Obtuvo el segundo lugar en el concurso Mujeres vistas por mujeres, organizado en 1988 por la Comunidad Económica Europea. Ganó los primeros lugares en los concursos Dos culturas, un solo origen y Fenómenos meteorológicos y sus consecuencias. Actualmente, imparte talleres en el país y en el extranjero sobre fotoperiodismo y motivación artística en niños. Sus imágenes han sido publicadas en numerosos libros y revistas, como en la obra del español Claudi Carreras, Conversaciones con fotógrafos mexicanos, en el que comparte espacio con más de una veintena de los mejores y más destacados fotógrafos del país. Desde 2003 participa activamente en el programa permanente de promoción de resiliencia en niños y jóvenes en las Aldeas Infantiles SOS, de la ciudad de Tijuana, mediante la impartición del taller Fotografía y Sensibilización Visual. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores. La entrevista es uno de los géneros fundamentales del periodismo, el cual ofrece la posibilidad de interiorizar en la vida y personalidad de personajes, como Elsa, y de obtener información de actualidad sobre su profesión. 10 Desde la academia, desde las aulas de nuestra facultad, se aprende y se entiende que la entrevista no sólo es un género del periodismo ‐quizá el más importante‐, sino, además, un método esencial para la obtención de información. Y la información se obtiene a partir de esa búsqueda persistente, incesante y eterna que hace el periodista de las respuestas a las preguntas universales que dan cimiento a nuestra profesión: qué, quien, dónde, cuándo, cómo y porqué. Como género, el cultivo de la entrevista en los medios tiene una parcela estrecha y, muchas veces, árida; como método, es una práctica ordinaria, si se toma en cuenta que más de las terceras partes de la información que llega a los periódicos es resultado de entrevistas o interrogatorios, como sostiene Romero (2006: 71). Acierta la autora cuando dice que una de las funciones principales del periodista es preguntar, y cuando hace la siguiente definición: La entrevista, entendida como la conversación entre dos o más personas con la finalidad de obtener información, es un instrumento esencial en el trabajo del periodista para la recopilación de los datos que serán el sustento de sus trabajos periodísticos. La información obtenida de esta manera puede ser presentada al lector de muy distintas maneras: tal vez, el periodista seleccione las declaraciones obtenidas y las redacte como simple nota informativa; o bien, las utilice junto con otras declaraciones y las refuerce con datos contextualizados para elaborar un reportaje; pero también podrá querer presentarnos al entrevistado tal y como él lo vio para conseguir que el lector tenga la impresión de que está en el lugar donde ocurrió la conversación. Esta última forma de presentar el texto no es nota informativa, ni reportaje, constituye un género periodístico al cual también se le denomina entrevista. Con base en esta explicación, establece que, en el periodismo, la entrevista adopta dos modalidades: como técnica de recopilación de datos y como género periodístico (Romero 2006: 72). El presente trabajo transita por esos dos caminos, en un intento de equilibrio entre información, testimonio y opinión del personaje. 11 Al final ‐parafraseando a Halperín (2007)‐ el resultado que queda es la historia pública de una conversación privada. O, como dice Guillermoprieto (1999: 70), Cada entrevista es una violación a la intimidad de la otra persona… Considerando las anteriores reflexiones, podría entenderse la reacción del escritor, poeta y periodista Rudyard Kipling, cuando le preguntaron sobre su negativa a ser interrogado. ¿Qué por qué me niego a ser entrevistado? ¡Porque es una inmoralidad! Es un delito, en la misma medida que es una ofensa a mi persona y una agresión, y como tal merece el mismo castigo. Es una vileza y una cobardía. Ningún hombre respetable pediría una cosa así; y menos aun la concedería (5). La entrevista ha sido considerada como uno de los géneros tardíos del periodismo, junto con el reportaje. Cuando aparece la entrevista, ya se conocía la noticia (la nota informativa), la crítica, el comentario, el ensayo, el artículo e incluso el editorial (Díaz 2000: 138). Las primeras entrevistas se hicieron en el siglo XIX, aunque existen discrepancias sobre cuál fue la primera. Díaz (2000: 138) sostiene que fue la de James Gordon Bennet Jr., publicada en el New York Herald, en 1836; pero Silvester (1997) dice que el mérito es para Horace Greeley, del New York Tribune, quien entrevistó al líder mormón Brigham Young, en 1859. La entrevista, en su definición más simple, es un ejercicio de preguntas y de respuestas, en el que, en un lado, está el entrevistador, y, en el otro, el entrevistado. En la práctica periodística, cumple dos funciones: como método de recopilación de datos y como género. A través de la entrevista el periodista busca obtener información de alguna persona normalmente experta, bien para completar un reportaje, bien para presentarla como un texto único en el que el 12 entrevistado aporta su versión sobre determinados acontecimientos de los que normalmente es un experto (Armentia y Caminos 2003: 25) En uno y otro, su fin es obtener información: en el primero, sirve a los propósitos de todos los géneros periodísticos, es decir, acceder a información, y, en el segundo, a la interiorización en la vida y obra de personas o personajes, mediante técnicas, estilos, tipos y estructuras diversas. Abundan las definiciones sobre la entrevista y, como dice Guillermoprieto (1999: 67), Hay infinidad de variantes, porque lo que hacemos no es más que entrevistar. Todo es ir a preguntar. Si uno no abre la boca, no reportea. Desde el momento en que uno abre la boca ya está en situación de entrevista.Cualquier actividad periodística, dice Benítez (1983: 142), difícilmente podrá prescindir de la inquisición y de la pregunta. Charla, plática, diálogo o conversación, como se le nombra a veces, el origen de la palabra entrevista se toma del francés entrevue, (documentada por primera vez en 1498), de donde pasa al inglés (hacia 1514), para designar una ceremonia cortesana especial. La acepción común de encuentro entre dos personas la adquiere en 1603, y su uso en el periodismo ocurre en 1869 (Díaz 2000: 147). Romero (2006: 72) dice que la entrevista es tan común que no hay día que no se reciba información por medio de ella. Y en esto coincide Halperín (2007), cuando señala: … todo lo que el periodista no obtiene de su experiencia directa –es decir la mayor parte de lo que escribe, lo que no surge de los cables y los despachos, de los otros medios y de los archivos, sólo lo consigue sobre la base de conversaciones con infinidad de personas conocidas y anónimas. Por lo tanto, cada día, el periodista entrevista casi tanto como respira. 13 Como género, la entrevista es un quehacer periodístico que requiere de preparación y conocimientos sobre la técnica y los temas que se abordan, así como de cierta experiencia y pericia. Al respecto, Benítez (1983: 142) hacer referencia a un viejo manual de periodismo en el que se expone que sólo a los jueces y a los periodistas les es lícito preguntarlo todo; pero el juez tiene autoridad para exigir la respuesta y el periodista ha de obtenerla por habilidad de preguntar. Lipcovich (2005: 114), por su parte, asegura que, en la entrevista, lo que hace el periodista es ejercer su autoridad profesional, como lo hacen el médico, el juez o el psicólogo en sus funciones respectivas. Existen muchas reglas que pueden guiar al periodista a hacer la entrevista perfecta, pero las circunstancias y los entrevistados son dos variables que pueden determinar el destino de la misma. La mejor fórmula para asegurar el éxito es saber qué se va a preguntar, a quién se va a preguntar, cuándo se va preguntar, dónde se va preguntar, cómo se va a preguntar y porqué se va a preguntar. Si el periodista no sabe o no tiene clara ninguna de estas preguntas, nunca recibirá las respuestas a las mismas y su trabajo estará condenado al fracaso. Romero (2006: 87) ilustra lo anterior con aquella frustrada entrevista de Elena Poniatowska al escritor francés François Mauriac, quien terminó echando a ésta cuando admitió no haber leído ninguno de los libros de él. ‐ ¿Ha leído usted algunas obras mías? ‐ No, señor Mauriac. Apenas voy a comenzar. Ayer compré Nido de Víboras… Pero, dígame usted, ¿Cuál es su mejor libro? ‐ De nada serviría que le conteste, señorita, usted no conoce mi pensamiento. No hay conversación posible… Como ninguno otro, la entrevista es el género que pone en contacto al periodista con la persona. 14 Ryszard Kapuscinski decía que No hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos Y es, en este sentido, como se establece ese vínculo entrevistador‐ entrevistado, tan necesario en la profesión, porque el del periodista es un trabajo con la gente (Kapuscinski 2002: 39). Lipcovich (2005: 111) sostiene que en la práctica de las entrevistas periodísticas puede advertirse que la particularidad del vínculo entrevistador‐entrevistado tiene un papel fundamental, pero lamenta: …la entrevista periodística en tanto vínculo intersubjetivo no ha sido suficientemente abordada, hasta donde me ha sido dado investigar. En un registro que califica como “hiperrealista”, el profesor argentino cita un comentario de García Márquez, sobre la entrevista, para dar cimiento a su teoría de la intersubjetividad: Las entrevistas son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y sólo salen bien si esas personas se quieren. De lo contrario, el resultado final será un sartal de preguntas y respuestas, de las cuales puede salir un hijo en el peor de los casos, pero jamás saldrá un buen recuerdo (Leñero y Marín 1986). Guillermoprieto (1999: 71) aporta una definición, cercana a la anterior, cuando dice que una entrevista es una seducción, todo depende de hasta qué tanto está el entrevistado dispuesto a caer en nuestras redes. Y este amor puede expresarse de diversos modos y formas, de acuerdo con los propósitos del entrevistador: para obtener información noticiosa o de opinión, o para conocer la vida y la obra de las personas o personajes. En la mayoría de los casos, las entrevistas son directas, personales, cálidas e íntimas, pero, en otros, median esas frías celestinas llamadas teléfono, videoconferencia, internet o correo, que hacen de ese amor del que se hablaba antes, una relación a distancia. 15 En la entrevista se dan diversas combinaciones, es decir, puede participar un entrevistador y un entrevistado; más de un entrevistador y un entrevistado; un entrevistador y más de un entrevistado, o más de un entrevistador y más de un entrevistado. Para hacer una entrevista, el periodista debe prepararla, mediante la selección del o los temas; la elección de la persona o personaje; la elaboración de un cuestionario, y la definición de objetivos, subordinados éstos a los principios de interés e importancia del periodismo. En algunos casos, la entrevista es un ejercicio espontáneo de preguntas y de respuestas, en el que el periodista se guía por ciertos conocimientos generales que posee sobre la temática a abordar, y en el que el entrevistado es un experto, un erudito, un especialista o un personaje público conocedor de lo que se quiere que hable. Los temas que se abordan en la entrevista son específicos y especializados, o lindan sobre actividades de las personas y las trivialidades de la vida, como ocurre en el espectáculo y el entretenimiento. En una u otra circunstancia, la tarea del periodista es obtener información, y buscará que el entrevistado dé respuestas puntuales o que se explaye, cuando sus palabras e historias acusan riqueza en datos y vivencias. Existen diferentes técnicas y recursos para formular preguntas, desde las más amigables, hasta las más agresivas, como, se dice, esgrimió la periodista italiana Oriana Fallaci en su célebre conversación con el zorro de la política exterior estadounidense Henry Kissinger (Fallaci 1986). Independiente de lo anterior, lo fundamental, lo esencial, lo necesario es el conocimiento que el periodista debe de tener, tanto del entrevistado, como de los temas. Hace algunos años, un novel estudiante de periodismo tropezó en uno de los pasillos de la vieja sede de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales con el escritor y periodista Luis Suárez, en ese momento, encumbrado en la gloria de su carrera. 16 El joven universitario vio la oportunidad de entrevistar al personaje y ganar reconocimiento entre sus compañeros de carrera, quienes, a lo lejos, observaban la escena. Imberbe, sin experiencia y sin preparación, el alumno empezó –y ahí terminó su lance‐ con la peor de las preguntas: ‐ Oiga, por casualidad, ¿es usted Luis Suárez? ‐ Por casualidad, ¡no! Yo soy Luis Suárez –respondió éste, despectivo y arrogante, antes de dar media vuelta y alejarse con su cauda de reconocimientos y fama ofendidas. En el periodismo, la entrevista es un género informativo independiente y autónomo, por derecho propio. Bajo ninguna circunstancia es un reportaje, como algunos autores suponen. En la entrevista, la base, el fundamento lo constituyenel quién y el qué; en el reportaje, el porqué. Decía el maestro Fernando Benítez, en el atardecer de su vida como académico, y con palabras que sus alumnos no sabían si eran prestadas o regalo de su ingenio, que el periodista debía reunir una serie de cualidades, entre ellas, la fortaleza del tigre, la agilidad de la gacela, la memoria del elefante y la mirada aguda y certera del águila. Tenía razón en todo, particularmente en lo último, porque si una cualidad debe tener el periodista que entrevista es la de saber observar y poner toda su atención en el personaje, en sus gestos, en sus actitudes, en el lugar y en la atmósfera de la entrevista. Un buen periodista —y, por tanto, un buen entrevistador— no da vacaciones a su atención. La atención va con él, vocacional y profesionalmente, y la curiosidad permanente se despertará de inmediato ante el menor aleteo de intriga agazapado en una jornada aparentemente común, ante la intuición de que palpita en algún lado una posible noticia, una novedad, algo que supone interés (Perlado 1995). 17 Se dice que Fallaci definía a la pregunta como la parte más importante de la entrevista. Lo cierto es que pregunta y respuesta tienen cada una su trono en ese reino del periodismo conocido como entrevista. La entrevista con Elsa Medina es de semblanza: sobre ciertos momentos de su vida personal y profesional, que la han hecho destacar como mujer ejemplar y como una de las fotoperiodistas mexicanas más importantes de la segunda mitad del siglo pasado y de lo que va del actual. Durante cinco horas, la víspera de un largo viaje a Buenos Aires, Argentina, la fotógrafa acepta hablar, casi con la certeza de que cada palabra suya carecerá de interés e importancia, para algo o para alguien, un rasgo, quizá, de su modestia y de su introvertida personalidad. Son nueve los momentos en los que ‐en preguntas y respuestas‐ se develan vivencias, conocimientos, prácticas, experiencias, actividades y reconocimientos de esta destacada mujer. En La Leica era de mi papá se describe el principal rasgo de la personalidad del personaje; se habla de las horas previas a su viaje a Argentina; se recrea la atmósfera del lugar; se identifican objetos y personajes circunstanciales, como su mascota; se incursiona en la intimidad de su vida, en las condiciones de su vivienda, en sus años de formación y en sus primeras aproximaciones a la fotografía. En Cruzar todos los días la frontera se ubica al personaje en los años en que se traslada a esa ciudad, y éste habla de sus experiencias, de sus estudios técnicos sobre la fotografía en San Diego; de cómo era la vida en la frontera, en esa época, y de cómo es ahora, desde una perspectiva crítica. 18 En Yo veía esa foto y no “cactaba” se aborda el regreso a la ciudad de México, sus primeros trabajos, sus inquietudes y reflexiones sobre el contenido de las imágenes, y lo que significó para ella conocer y ser alumna y amiga del célebre fotógrafo Nacho López. En El águila caída, la fotógrafa cuenta la historia de una imagen de los sismos de 1985 que la ayudó a abrir las puertas del periódico en el que ella anhelaba trabajar: La Jornada. En El estilo jornalero narra su experiencia profesional en ese medio, lo que en esa época representó el aliento al fotoperiodismo mexicano y las expectativas que tienen ahora las nuevas generaciones de periodistas que ejercen la fotografía. En Elsa: ¡Bravo! Buena foto, buenas nalgas se recrea el ambiente climático y de crisis económica y política en el que se publica en la primera plana de La Jornada una de las fotografías de Elsa que marcan un hito en la historia reciente del periodismo mexicano: la de un joven semidesnudo refrescando su cuerpo en un caluroso día de primavera bajo el chorro de una fuente de la ciudad de México. En El Sur: trabajar en cualquier lado, Elsa cuenta su experiencia en el proyecto periodístico El Sur, diario fundado en Acapulco, Guerrero, y del cual fue socia, y habla de su última etapa en este medio antes de regresar a vivir a Tijuana. En ¿Un retrato? –le preguntó al migrante a mitad del desierto se aborda la historia de la foto tomada a un migrante zacatecano, que la proyecta en el tiempo como la gran fotoperiodista que es. En Ahora, todo mundo tiene cámara y todo mundo toma fotos se abre un espacio de reflexión sobre el fotoperiodismo y el papel personal del personaje en esta actividad; sobre la ética y la técnica, la realidad y la subjetividad en la fotografía y la perspectiva de género. 19 Luis Jorge Gallegos. Elsa Medina 1992 19 1. La Leica era de mi papá Elsa Medina dice ser una mujer tímida y nerviosa. Uno casi se lo cree, cuando cae en el pozo de sus ojos almendrados: tristes, a veces; melancólicos, casi siempre, y con cierto aire infantil, cuando ríe. Pero, su obra la contradice, pues revela la historia de una profesional arrojada, que arriesga y busca siempre lo que el fotógrafo es capaz de ver. Ese arriesgar y esa búsqueda han llevado a Elsa a lugares tan increíbles e inseguros, como el desierto fronterizo, la inhóspita serranía y la convulsa selva tropical, muchas de las veces bajo su riesgo y cuenta; otras tantas, con la solidaria compañía de colegas, y algunas, tomada de la mano de su hijo. A sus casi 58 años, es una persona llena de vigor y entusiasmo; de decisión en lo que hace y proyecta, y de impulso creativo en tareas que le den nuevo sentido a su vida. Como lo hace esta tarde, con ese apremio de todo periodista cuando la víspera prepara su próximo viaje. En unas horas viajará a Argentina. Permanecerá allá doce días. Y le falta cabeza para terminar de armar sus maletas; elegir la ropa, los materiales a utilizar en el taller que impartirá a niños de ese país sobre fotografía y sensibilización visual; decidir, junto con su amigo el Chato –conectado vía celular‐ qué cámara y qué rollos va a llevar; descargar y eliminar archivos de su laptop, que acusa signos de saturación, y atender llamadas de amigos y parientes que le cancelan visitas o que le desean buen viaje y que le dicen Querida, ojalá todo te salga bien, o que le hacen encargos y le piden que si encuentra a fulano o a perengana Haz el favor de darle saludos y, con toda confianza, que vas de nuestra parte. 20 Ocurre en su departamento de Xola, una vivienda habitada por su familia desde hace 30 años, primero por sus abuelos y después por sus padres, y que por dentro y por fuera muestra el triste paso de los años, con paredes descarapeladas e incoloras; pasillos y cuartos siempre a contraluz; techos altos y muros gruesos, que hacen más fríos los días de invierno. Elsa viste una sudadera roja, de felpa gruesa, y una cazadora café que compró en San Diego, en uno de sus numerosos viajes a la frontera norte y su febril incursión en los outlets de aquel lado. Se queja del frío de la casa, justificando, así, su atuendo. Y en algún momento se quita la cazadora, cuando ve que es la misma que lleva puesta en una fotografía publicada en el libro Conversaciones con fotógrafos mexicanos, de Claudi Carreras (2007), un profesor español de fotografía que entrevistó hace algunos años a veintidós fotógrafos mexicanos, entre ellos a Elsa, en una primera aproximación –les explicaba él‐ sobre la construcción de la identidad del género “fotografía latinoamericana”. Los dos se hicieron amigos. Y, de vez en vez, aquélpromueve la obra de ella, y la ayuda a abrir puertas en la comunidad española en México, donde se reconoce y adquiere el trabajo de la mexicana. El frío se siente distinto en la casa de Elsa: es pesado y silencioso. Sólo los maullidos de una gata negra y una taza de buen café caliente distienden, por momentos, esa atmósfera abrumadoramente densa. Se llama Nochka y es una gata negra, lustrosa, con principios de calvicie y entrada en edad. Vagaba en las azoteas y deambulaba en la calle. Una amiga rusa, Sveta Starostenko, de rostro y cuerpo de portada de revista, la adoptó cuando murió otra gata que Elsa tenía. La adoraba. Fue su mascota por años. Y apareció esa felina oscura, indolente y carente de modales, que se trepa donde le pega la gana y agarra y mordisquea lo que quiere, como si fuera un niño travieso o un diputado toma tribunas. 21 Elsa ve cuando la gata ataca un cojín, pero la observa calma. El animal ronronea. Nadie le dice nada. Está feliz. Y alza la cola, triunfante, y la agita impune. ‐ Me gustan mucho los gatos y los perros –comenta ella, camino a la cocina. ‐ ¿Por qué Nochka? ‐ Mi amiga rusa la llamó así; creo que por su color. No sé qué quiere decir, pero, es algo sobre la noche: nochecita. En una de las paredes del cuarto‐taller de Elsa cuelga un cuadro: un óleo de trazos gruesos y ondulantes en torno a la difuminada figura de lo que parece ser un gato, en inciertos colores pastel; y otro de una mujer, sin boca y ojos dilatados, acompañada por un gato misterioso junto a una ventana en cuya base el marco reposan un tenedor y una caracola rosada. ‐ ¿Por eso, los cuadros? ‐ Ese me lo regaló una amiga –dice, al regresar de la cocina y con el índice dirigido al primero‐. El otro es de una chava –señala el segundo‐. Los dos son de Tijuana. En otra de las paredes cuelga un cuadro más, igual de indescifrable que los anteriores. En el soporte quedó plasmado el cuerpo desnudo de una mujer, al frente de un fondo dividido en dos planos cúbicos. Elsa dice haber propuesto a la autora hacer negocio con los gringos. ‐ Ella hizo un cuadro, así, chiquito –habla de la pintora, sin mencionar nunca su nombre‐; un acrílico, creo, de un perrito chihuahua de una amiga de su mamá. Y lo vendió. Yo le dije Hay que hacer eso con los gringos, venderles pinturas y fotos de sus mascotas. ‐ Es un negocio, eso de los gatos, ¿no? ‐ Y el de los perros, ¡claro! Un retrato así, padre, moderno, diferente; un estudio fotográfico. Y eso, en gringolandia, se vende mucho. ‐ ¿No has visto una tienda de gatos que está aquí, en la Roma? ‐ No. Ahí puedes llevar a tus gatos, ¿o qué? ‐ Venden cualquier cosa para gatos. 22 Elsa corta el diálogo, para llamar a la gata. Con voz condescendiente y maternal le pide que se acerque a saludar. El animal la ignora, como lo hacen todos los gatos, y se va a lo suyo, a arañar y morder lo que encuentre. ‐ ¡Qué bonita! ‐ Está preciosa, ¿verdad? –remata. ‐ ¿Qué le pasó en la cabeza? ¿La mordieron? ‐ Tiene poco cabello –dice con preocupación‐. Yo creo que le vamos a poner un implante –y no se sabe si lo dice en broma o en serio. Elsa se sienta y abre su laptop. Dice tener muchos archivos que ordenar. Habla de su proyecto de montar un cuarto oscuro en lo que ahora es su cuarto‐taller. El aparente desorden parece agobiarla, porque, donde se mire, hay carpetas, cajas, fólders y demás embalajes con registros fotográficos. Cuenta y muestra que acaba de comprar un estante metálico, para ordenar los cientos o miles de negativos que guarda, dispersos, en todos los rincones de su casa. Hay cajitas en cuyos lomos se lee Chiapas, Haití, Guatemala, Tijuana, El Salvador, Terremoto 1985… ‐ ¿Cuántos negativos tienes? ‐ ¡Uuuf! No sé –exclama y mira en su rededor, como si hiciera un recuento a simple vuelo de pájaro. Sorprende que en las paredes de la casa de Elsa cuelguen más cuadros que fotografías. En los muros del pasillo central se asen dos de ellas, grandes, amarillentas, casi incoloras y abatidas por el tiempo y la luz. Hay muebles y estantes, con libros sobre temas diversos, muchos de ellos sobre fotografía. Elsa es una apasionada de la lectura; desde joven la adquirió. Parte de su formación descansa en ese interés que le viene desde sus primeros años en las aulas. 23 Ve el libro de Claudi Carreras, el del fotógrafo español, y antes de terminar de hojearlo, exclama que las fotos de Marco Antonio Cruz están ¡súper bien impresas! ‐ Me sorprende –dice‐, porque los archivos los mandamos por correo electrónico. Y, ¡fíjate!, cómo salieron. ‐ Se ve que es una impresión cara, por la calidad del papel. ‐ Sí. A las mías, como que les faltó punch. ‐ ¿Cuándo se hizo el libro? ‐ Hace como tres años, creo. Fue rapidísimo. Me entrevistó y al año ya estaba el libro. Modificó algunas cositas, pero nos mandó los textos, para ver si queríamos cambiar algo. Él dice que hubo una persona que cambió todo, pero, no dijo el nombre. ‐ Seguramente a ese fotógrafo no le gustó leerse. ‐ No. Y hay otro detalle. Si te fijas en el libro, no aparece la foto de Daniela Rossell. Ella es la del libro Ricas y famosas. Esa chava es una rica y, ahora, muy famosa, porque empezó a fotografiar a sus amigas de la high society. Hizo un libro, unas fotos ¡impresionantes!, ¡impresionantes!, así, de sus amigas. Entonces, ¡uta!, los burgueses se le fueron encima. Creo que hasta la amenazaron. Está interesante. Yo no la conozco, personalmente… Se queda callada. Y hace gestos de no querer seguir con el tema. La gata se va del cuarto. Y llega una amiga de Elsa, que, dice ésta, le va a ayudar a ordenar todo lo de su viaje. ‐ Pensé que los cuadros eran tuyos. ‐ No –regresa a la plática‐. De repente, como que la casa estaba saturada. Quité adornos y los guardé. Espero ponerlos hasta que tenga espacio. Necesito hacer un cambio. Han pasado muchos años y hay muchas cosas que… ‐ ¿Cuántos años llevas viviendo aquí? ‐ ¡Híjole! Muchos, como 30; bueno, mi familia. Aquí vivía mi papá, de chavo. De niños, vivimos una época aquí, y luego nos fuimos. Aquí vivía mi abuela. Ella murió, pero la casa se quedó. Es una casa de 24 renta congelada. He visto abogados y abogados, y dicen que no se puede hacer nada. ‐ Como, ¿para qué? ‐ El edificio está intestado. Me explicaron que es un bien mostrenco, sin dueño o propietario conocido, como dicen. Entonces, aquí estamos, mientras. ‐ Pero, pueden comprar la propiedad, ¿no? ‐ Sí, mediante un juicio que se llama de prescripción positiva, porque nadie la reclama. Se supone que se puede hacer. Pero, consulté con varios abogados y me han dicho que no; entonces, no sé. Ahorita tenemos el asunto en stand by. ‐ ¿Cuántas personas viven en el edificio? ‐ Son cuatro departamentos y sólo están ocupados tres. Uno lo tienen como almacén, con puros archivos muertos. Elsa toma de nuevo el libro del español. Lo hojea. Y se pierde en las fotos de sus colegas. ‐ A Claudi le cuentas que empezaste a tomar fotos desde tu niñez. ¿Qué tan niña lo hiciste? ‐ Ya ni me acuerdo. Es mentira, no le hagas caso –dice entre risas, pero enmienda‐. No, no es cierto… Lo que le dije fue que, a veces, sí tomaba fotos, cuando salía con la cámara de mi papá. Él me prestaba su cámara. Tenía una Olympus. También tuvo una Leica, chiquita, que yo ni sabía que era Leica. A veces nos la prestaba. Quién sabe qué fue de esa cámara. En los viajes, yo tomaba fotos, pero no pensaba que iba a ser fotógrafa; pero sí, tomaba las fotos del viaje. ‐ ¿Era un asunto muy familiar? ‐ Pues, sí. ‐ ¿Curiosidad de tu parte? ‐ Era, como,el recuerdo del viaje, sin pensar que yo iba a ser fotógrafa, sin pretensiones de ningún tipo, ni estéticas ni de nada; simplemente, de recuerdo, como lo hace todo mundo, ¿no? ‐ ¿Alguien en tu familia se dedicó a la fotografía? 25 ‐ No. Mi papá como que tomaba fotos de cosas que veía y le interesaban. ‐ ¿No tienes ningún antecedente cercano? ‐ No. ‐ Entonces, ¿por qué te interesas en la foto? ‐ Yo empecé… ¿Cómo empecé? –duda divertida‐. Bueno, hay cosas, como que ya no me acuerdo de ellas. Pero, empecé tomando clases de pintura en la secundaria…, en la prepa. No me acuerdo. Y me gustaba la foto. Tomé un curso en la prepa, antes de entrar a la universidad; un curso bien raro… ‐ ¿En qué prepa? ‐ Estuve en la Universidad del Valle de México. Y cuando iba a entrar a la Universidad Iberoamericana, tomé un curso. El propósito era tomar fotos, las mandábamos a revelar y nos daban los contactos. Fue mi primer curso de foto. No me acuerdo ni del maestro, ni de dónde nos veíamos, ni de los alumnos. No me acuerdo de nada. ¡Qué impresión!, ¿verdad? ‐ Me imagino. ‐ Porque, tampoco me acuerdo que hayamos visto las fotos; sólo los contactos. ‐ ¿Recuerdas algo de tus primeras clases? ‐ No, sólo que salíamos y tomábamos fotos. Cuando tomé mis primeras clases formales fue cuando me fui a vivir a Tijuana. Entonces, yo tomé tres años. Estudié un año de diseño industrial y había tomado unos meses de pintura. Lo de diseño fue en la Ibero y lo de pintura, en la época de la prepa; eran clases particulares. Pinté algunos cuadros. Ya se perdieron, quién sabe dónde. Luego tomé un curso de acuarela. Tampoco tengo nada de eso. No tengo ningún recuerdo. Me interesaba como que esa parte del arte, de la pintura, del diseño. Pero, después, me fui a Tijuana. Elsa Medina. Tríptico 26 Elsa Medina. Frontera MéxicoEstados Unidos 2006 28 2. Cruzar todos los días la frontera Aquí empieza la patria, reza el lema del escudo de la ciudad de Tijuana. Es la ciudad más occidental de América Latina y la primera del norte mexicano, antes del cruce a Estados Unidos. El origen de su nombre es un misterio. Se atribuye a un rancho propiedad de una mujer a quien llamaban Tía Juana, pero en los archivos catastrales no existe registro de esa propiedad. Algunos historiadores dicen que el nombre tiene sus raíces en la antigua lengua local yumana. Existe otra teoría que atribuye a los primeros nativos llamar al Cerro Colorado, uno de los más altos y de tierra rojiza de la región, tijuan o ticuan, que significa tortuga recostada. A mediados de los años setentas, cuando Elsa y su esposo Adrián hacen maletas para mudarse a Tijuana, esta ciudad, fundada a finales del siglo XIX, mostraba la vitalidad y el dinamismo de un conglomerado urbano pujante y en pleno desarrollo. Las naves industriales de la maquila se integraban al paisaje fronterizo, al igual que los hoteles, centros de consumo de alcohol y, más tarde, de drogas. Las señales de televisión llegaban ya a los hogares y las grandes carreteras trazaban caminos hacia el progreso, como la panorámica TijuanaEnsenada. Hubo alborozo en los setentas cuando las aeronaves de la capital del país hicieron chirriar sus llantas en la pista del nuevo y recién inaugurado aeropuerto internacional Abelardo L. Rodríguez, en la mítica Mesa de Otay. 29 Ese mismo año, un incendio devoró y obró cenizas del Hipódromo de Agua Caliente, reconstruido y reabierto cuatro años después, cuando Elsa ya andaba por allá, en esa ciudad de inviernos suaves y veranos cálidos, parecidos o similares a los del Mediterráneo, y en donde lo mismo se cruzaba en las calles con chinos, españoles, franceses, italianos, canadienses, cubanos, argentinos, guatemaltecos, libaneses, coreanos y japoneses, o con cardúmenes de gringos zambullidos y aleteando alegres en el jolgorio, la cerveza y el alcohol. Elsa dice que cuando se va a vivir a Tijuana, lo primero en lo que piensa es en seguir sus estudios. Se inscribe en la carrera industrial arts, artes industriales. ‐ Yo pensaba que era igual que diseño industrial, pero, para nada – recuerda. ‐ ¿A qué te enfrentaste? ‐ Eran técnicas industriales, pero, ahí había foto; entonces, me metí a foto. ‐ ¿Dónde fue? ‐ En San Diego, en la Universidad de San Diego. Hice mi examen. Cuando llegué a Tijuana, luego, luego me metí a estudiar un curso de verano. Hice cosas de cerámica y, después, el inglés, el toefl. Más tarde entré a la universidad, casi a los cuatro meses de haber llegado a la frontera. No era la carrera que yo quería, pero la tomé por la foto. Lo demás eran técnicas industriales, de inyección, de plásticos y todo. Estaba suave, porque en la Ibero usé todas las máquinas del mundo, como la sierra cinta y el torno; o sea, como que eso era parte de la carrera. En ese sentido, estuvo muy rico, porque ves maquinotas que hacen cosas y dices Sí la puedo hacer. Pero me fue muy mal –dice con voz y gestos adustos‐, porque, no sé cuántas oportunidades te daban. Y me dijeron que si no me apuraba, me iban a sacar. Lo hice y medio le agarré la onda a la universidad, porque el sistema es muy distinto al de acá. Fui con una consejera, con mi lista de materias de la universidad. Yo le decía que ya había cursado tal y tal materia. Ella me preguntaba qué 30 hacía en la Ibero y yo le explicaba. ¡Ah! Esta materia equivale a tal, decía. Y me la acreditaban. Los gringos son muy prácticos para eso. Yo creo que es algo que hay que aprenderles, porque, sin bronca, ¿eh? Eso me servía, porque, aparte de que te acreditaban, ya tenías puntos de tu carrera. Cuando yo llegué allá, era muy diferente. Acá, en México, era primer semestre, segundo, tercero, cuarto…, todo parejo. Allá, no. Tú escogías tus materias. Para mí era, como, rarísimo. Al principio estaba muy desorientada. ‐ ¿Terminaste la carrera? ‐ Estudié tres años en San Diego, pero, ya al final, sólo estudiaba materias que me interesaban. Unas las tenía que tomar a fuerzas, como la de inglés, foreing language, porque, como extranjero, tenías que hacerlo, tenías que tomar eso. Y, bueno, tomé materias de diseño de maderas, de esmaltes, de joyería. Me encantaba todo eso y la foto. Me salí de la universidad, porque mi hijo Adrián creció y ya no podía llevarlo conmigo. Me salí y empecé a trabajar en Tijuana, en un despacho de diseño, con un gringo amigo mío, pero que trabajaba para un mexicano. Hacía fotitos, de vez en cuando. Fueron mis primeros pasos, con muchas fallas, pero los daba. ‐ ¿Qué edad tenías entonces? ‐ Como 24 ó 25 años, porque llegamos a Tijuana, cuando yo tenía como 23. ‐ Con lo que viste en la Iberoamericana y en San Diego, ¿nunca te interesaste por la pintura o la acuarela? ‐ No se me antojaban. Lo que sí me llamaba la atención era la joyería, el barro, la cerámica. Porque, aun cuando sólo fueron unos meses, en el curso de verano fue como que, muy intenso. Era padre, porque, tenías todo. La escuela se llamaba South Western State College. Yo disfrutaba las instalaciones y todo lo que había ahí. ‐ Eso lo hiciste antes de la universidad, ¿no? ‐ Sí, en lo que empezaban las clases en la universidad. Era verano y me metí a ese curso. Fueron dos meses de ir diario a hacer cosas de barro. Era muy padre. Ya no lo volví a hacer, pero me gustó mucho y, algún día, a lo mejor lo repito. Entonces, sí me gustaba esa parte 31 de estar en contacto con elarte, con la parte artística. En San Diego tenían fotografía en la carrera de Periodismo, pero ni sabía que existía. Yo me clavé en el Diseño. Averigüé en otras carreras, como en la de Arte, por ejemplo. Esa carrera era la que yo quería. Ahí estudié foto, pero la enseñanza era muy técnica. Obviamente, me sirvió mucho, porque sí aprendí mucha técnica. Sí veíamos parte de la forma, pero, era, como, de pasadita, porque todo era técnico: el revelado, los tonos, la impresión. Yo iba a la universidad. Cruzaba la frontera todos los días. Iba con mi hijo, que estaba chiquito. Lo dejaba en la guardería de la universidad. ‐ ¿Tenías derecho a ese servicio? ‐ Sí, pero pagaba; lo llevaba conmigo y lo dejaba en la guardería de la universidad, la cual era para estudiantes. Yo tenía que ir también, pero a cuidar a otros niños. Les ponía actividades. Eso me gustaba, porque te daban a escoger qué querías hacer. Iban otros papás. Siempre había muchos papás y mamás. Yo siempre escogía cosas, como ponerlos a hacer dibujos. El último año en San Diego sólo llevaba dos materias, pero Adrián ya no podía estar en la guardería, porque llegó al tope de edad. Me desorienté y ya no supe qué hacer. Dejé de ir a la universidad. No terminé nada. Me puse a chambear con estos cuates del despacho de publicidad, amigos. Había un diseñador que me dio clases en la universidad. Alan Miller, se llamaba. Era bien reaccionario, súper republicano, pero era mi maestro de diseño. ‐ Aquél fue tu primer vínculo con Tijuana. ‐ Sí. Yo había vivido en Los Ángeles cuando estaba más chica, porque mis tíos vivían allá y mi papá quería que yo aprendiera a hablar inglés. Entonces, cuando salí de sexto de primaria, me mandó un año a allá. Vivía en un lugar que se llama Pico Rivera, un barrio donde radican muchos chicanos. Había una escuela que se llamaba Rivera Junior High School, y era, pues, muy chicana. Había un ambiente medio grueso. Y yo era muy tímida. Para mí fue duro, al principio, pero, sí, aprendí inglés. Mucha gente hablaba español, pero, ¡claro que aprendí inglés! Estuve ahí un año y, después, me 32 regresé. Nunca fui a Tijuana. Cuando lo hice, llegué a un lugar nuevo. Yo no conocía a nadie, y como que tenía mi mundo de casada en Tijuana y mi mundo de alumna en la universidad. ‐ Personalmente, ¿cómo eras en esa época? ‐ Tranquila, fresa. ‐ ¿Tímida, decías? ‐ Tímida. Siempre he sido, como, tímida –ríe nerviosa‐, aunque no me lo creas. Sí, timidona. Pero siempre me gustó estudiar y, sí, buscarle. ‐ ¿Cómo recuerdas a la Tijuana de esa época? ‐ Era mucho más fácil vivir, porque todo era más fácil. Cruzar al otro lado era facilísimo, no tenías que hacer las colas de ahora. El dólar estaba a 12.50 pesos de entonces. Muchas cosas eran baratas al otro lado de la frontera. Había esa relación entre la gente que te permitía ir y venir; la posibilidad de comprar cosas allá y acá. Yo, por ejemplo, iba al otro lado a la lavandería. Subía la ropa al coche y me iba a la universidad. A veces iba a la lavandería en San Diego y, otras, en Tijuana. Yo prefería ir a San Diego, porque era más barato y era mejor, como que más limpio. Entonces, te haces a la vida fronteriza. ‐ ¿Ya hacías fotos sobre la vida en Tijuana? ‐ No estaba metida en hacer fotos documentales. Hacía retratos de las hijas de mis amigos. Eso sí lo empecé a hacer allá, pero no hice foto documental. Hacía la foto clásica de la escuela: que si el retrato, que si el estudio, que si el paisaje. Era otra cosa, o sea, era otra necesidad la mía. A Tijuana no llegaban los periódicos, más que en el centro de la ciudad. Llegaba el Excélsior. En esa época todavía no salía el Unomásuno. Yo siempre leía el periódico en mi casa. Iba y lo compraba, porque, sí, te acostumbras. Luego salió el Unomásuno y, de vez en cuando, llegaba alguno. La gente decía ¡Ay! Mira este periódico nuevo. Todavía no existía el Centro Cultura Tijuana (Cecut). Estaba la Casa de la Cultura, en plena remodelación. El Día de Muertos casi no se festejaba, por ejemplo; era rarísimo. Ahora, es un boom tremendo, por la influencia de los mixtecos y el intercambio con el otro lado. Muchas comidas no las encontrabas. 33 Era difícil encontrar nopales, cosas así. Hoy encuentras de todo. El otro día platicaba con un amigo y me contó que había comido unos huauzontles. ¡Imagínate! Antes era imposible encontrarlos; nadie los conocía. En 20 ó 30 años, Tijuana cambió muchísimo; creció mucho. El tráfico es horrible. Antes no había tanto tráfico, ni la ciudad era lo peligrosa que es ahora. A mí nunca me ha dado miedo andar en coche manejando en Tijuana. Yo aquí no manejo, no tengo coche, pero cuando voy allá, mi hijo me presta el suyo, porque es muy difícil moverse. La reciente vez que estuve allá no quise salir de noche, porque te encuentras con muertitos. Por donde vive mi hijo pasas cerca en un hotel, en donde están los de la Preventiva. Y lo piensas antes de pasar por ahí, porque dices No vaya a haber un atentado. ‐ ¿En qué año te regresas? ‐ Me regresé… ¡Híjole!, mano. Tengo que hacer una cronología de mi vida. Me regresé por el 79 o el 80. ‐ Pero, regresabas a Tijuana, ¿no? ‐ Iba de vez en cuando, porque mis tíos se fueron a vivir a San Diego y yo tenía mucha relación con la gente de allá. Cuando entré a trabajar a La Jornada, mi hijo se fue a Tijuana, con su papá, quien se quedó allá. ‐ Eso fue en el 86, ¿no? ‐ Sí. Entre el 80 y el 86 iba de vez en cuando, pero no tanto. Ya no me acuerdo. Mi hijo es el que se iba de vacaciones con el papá, en el verano; cada verano se iba. Una vez en el 86, cuando ya estaba en La Jornada, fui allá, de enviada. Yo tenía muchas amistades en Tijuana y en San Diego; a mis tíos, en San Diego, y a una hermana de mi papá. Ya no era difícil estar allá, porque conocía gente. Ahí empecé a ir y venir, ir y venir. Luego fui corresponsal, pero eso fue en el 97, casi tres años. Y es que moverse en Tijuana es difícil. Al principio no tenía coche; luego, sí. Era la época de los bíper. Yo trabajaba con los fotógrafos de allá; con el corresponsal del periódico, no. ‐ ¿Cómo registras los cambios en Tijuana, después de tantos años? 34 ‐ Lástima que no tenga fotos, para poder verlo gráficamente. Tengo muy poquitas fotos de aquella época, de cuando estaba en la universidad. Tengo fotos del río Tijuana, cuando empezaba la canalización. Ahora, todo está construido. La ciudad ha crecido; es inmensamente grande. Hay cerros y cerros llenos de casas; las puedes ver desde el avión. Hay violencia. Pero, también, está el lado cultural. Antes había pocas opciones y, de pronto, está la parte oficial y los grupos independientes. Hay muchos grupos que hacen cosas súper interesantes. Tijuana está en el arte contemporáneo, está en un lugar importante en el mundo. Veo a la ciudad como producto de esa contradicción, de esa existencia de extremos. Por un lado, así, como mucha droga, mucha droga, y, por el otro, encuentras organizaciones no gubernamentales. También hay muchas sectas religiosas, muchísimas; muchos lugares para adictos. La vida en Tijuana no es fácil, pero es una ciudad noble. ‐ ¿Qué tan importante es la fotografía allá? ‐ Últimamente, bastante, igual que el arte contemporáneo, la foto contemporánea y la foto documental. En el periódico Frontera hay chavos buenísimos que vienen de la Universidad, como, aquí, en la ciudad de México. También empezó a salir gente de las universidades, y en el Cecut hubo mucho impulso cuando estaba Teresa Vicencio,la actual directora de Bellas Artes. Hubo personas, como Javier Ramírez Limón, que coordinaba los talleres en el Centro de la Imagen. Él se fue a vivir allá e hizo varias cosas importantes. Ya no está en el Cecut. En pocos años le dio un fuerte impulso a muchos proyectos. Hay muchos fotógrafos que participan en exposiciones. Sí se necesita rigor en ciertas cosas. En el Cecut lo había y eso generó influencias, porque del otro lado está San Diego, con un Museo de Arte Contemporáneo en La Joya. Hay exposiciones y fotógrafos importantes. La gente que puede cruzar va. Y si hay la posibilidad, inclusive, hasta Los Ángeles. ‐ ¿No tuviste problemas para integrarte a la comunidad local de fotógrafos? 35 ‐ De alguna manera, sí. Lo que pasa es que, cuando estaba en La Jornada, no me daba tiempo de participar en exposiciones, pero sí en talleres y con cierto grupo de fotoperiodistas. Ahora estoy participando en un proyecto internacional, Aldeas Infantiles SOS, Hay en todo el mundo, hay muchísimas. Se fundó después de la segunda Guerra Mundial. El director es muy amigo mío. Él se hizo director, cuando yo regresé a la ciudad de México. Cuando estuve en Tijuana veía un letrerito, pero nunca se me ocurrió ir, por ejemplo, a tomar fotos. A mi regreso, él es director y me invita a participar en actividades culturales. Ahí doy talleres para niños y, de alguna manera, nos vinculamos con gente que hace música, con gente de la Orquesta Sinfónica, que va a la aldea; con gente de la Universidad, que están en la fotografía y otros amigos. Entonces, sí tengo relación con ese sector, con algunos artistas plásticos… Pero, Tijuana es muy grande. ‐ ¿Qué es lo que haces en los talleres? ‐ Le doy a los niños clases de sensibilización visual. Los hago participar en ejercicios. La idea empezó con la aldea y era como experimentar, hacer actos creativos, activar la energía, producir y crear. Les doy técnicas de laboratorio, con papel fotográfico. Se pueden hacer cosas padrísimas: quimigrama, fotograma, luminograma. Dibujan con luz, literalmente. El papel de foto lo meten a los químicos. Hacemos cámara estenopeica, que son las cámaras de cartón, con un hoyito en su lado frontal y papel sensible en el interior. No teníamos una ampliadora, entonces, y como que era muy difícil meterte a amplificar. Son 40 niños, pero tenemos esa cámara y hacemos foto directa para sus historias. Nos falta meternos más a eso. No tenemos presupuesto, pero, también, no nos hemos movido mucho. Ya tenemos tiempo haciéndolo y mucho trabajo ahí. Eso es con los niños, y, qué más. ‐ ¿Niños de qué edades o de qué zonas? ‐ Los que van a los talleres son niños de siete a 17 años que están a cargo del estado, porque fueron abandonados o porque los padres están en la cárcel. No son huérfanos. Son niños que están ahí con 36 sus hermanos. En Aldeas Infantiles hay niños desde siete hasta 18 años. Cuando llegan a esta edad, se pueden ir, pero si no quieren, se quedan, cumpliendo ciertas reglas, claro. La idea de los talleres es que los niños experimenten el acto creativo. Puede ser una especie de catarsis, pero, también, una vinculación con la libertad creativa. El año pasado les daban clases de inglés; antes, de poesía o teatro. ‐ ¿Qué me dices de esa técnica llamada resiliencia que, se comenta, usan ahí? ‐ Se usa ahí, porque el director de la aldea, que es psicólogo, trabaja mucho con la resiliencia, que está muy de moda. Es un término de la física, que se refiera a la capacidad que tiene un cuerpo para no romperse ante un golpe. En las ciencias sociales, se dice que es la capacidad que tiene una persona o un grupo para recuperarse frente a la adversidad. En la psicología se usa, y se supone que con la resiliencia hacemos definiciones de vida, para poder resistir los embates de la misma. Pero hay unos que son muy fuertes, o sea, muy traumáticos, como en el caso de los niños de la guerra, cuyos padres se mueren, o aquéllos que han sido abusados sexualmente o abandonados. Estos niños tienen traumas que, de acuerdo con algunas teorías psicológicas, se pueden sanar a partir de varias cosas. Una, es la forma en que se acoge al niño, por ejemplo, o a la persona que sufrió el trauma; otra, es qué hacer en los casos de abusos, pues una de las cosas que se debería de hacer es castigar al culpable y darle total apoyo a la víctima. Si los niños que tuvieron esos traumas tienen un nuevo espacio en donde los quieran, los críen y los llenen de atención, además de que puedan expresarse por medio del arte, tenemos una combinación que ayuda a sanar esas heridas. ‐ Y, ¿aquí entra la fotografía? ‐ La fotografía y otras actividades, como el teatro. El teatro se usa muchísimo. Yo no analizo lo que hacen los niños; no soy psicóloga. Pero, sí ves cómo cambia la personalidad de cada quien o de los niños más retraídos, de los que son víctimas de la intolerancia o de la frustración. Cuando a algunos le salen mal las cosas, se enojan, 37 avientan las cosas y se salen. Son niños muy rebeldes, pero, la Aldea funciona, porque yo he visto cambios en niños radicales. Hay otros que reinciden; niños que los papás llevaban a robar y que su vida ha sido así ‐ ¿Qué tipo de obras llegan a elaborar? ‐ Muchas. Y hacemos exposiciones ahí. Ya deberíamos de hacer un libro, porque hay mucho material. Algunos trabajos se han publicado en Fahrenheit, una revista de arte contemporáneo. ¡Salieron padrísimo! Elsa saca la revista de uno de sus libreros. La hojea. Y muestra el trabajo de los niños. Dice que uno de ellos es un quimigrama. ‐ Está chiquito, pero lo hicieron grandotote. Unas personas de San Diego organizaron, también, un curso de poesía, e hicieron un trabajo que lo acompañaron con quimigramas. Hicieron un libro, pero no tengo un ejemplar; no tengo el libro, ni la referencia. Este taller lo voy a dar en Argentina. Ya lo di en Antigua, Guatemala. La primera vez que lo di en Tijuana, fueron tres semanas; todos los días, en vacaciones, porque los niños no tienen dónde ir de vacaciones. A veces, sí, porque a mí me tocó acompañarlos a San Felipe, a un Bungaló, todo con vista al mar. Entonces, sí salen de vacaciones. Les procuran una vida digna, con todo, y van a diferentes escuelas. Cada niño va a diferente escuela. Hacen su tarea y todo. Cuando yo estoy allá, organizamos alguna exposición, algún evento. Nos ha acompañado Julieta Venegas en la Universidad Autónoma de Baja California. Si hay alguna exposición, me llevo a algunos de los niños. ‐ En Guatemala y en Argentina, ¿los niños tienen el mismo perfil? ‐ No, son perfiles diferentes. Por ejemplo, también di un taller en el Faro de Oriente, en Iztapalapa. Fue mini‐mini. ‐ ¿Sabes cuántos niños estarán contigo en Argentina? ‐ Es un taller abierto. No son de alguna institución, como los de la Aldea. La convocatoria es abierta. Es, como, un curso, en un centro cultural. La gente se inscribe y va. Así es. 38 Las maletas para el viaje a Argentina aún no están listas. Siempre es un conflicto decidir qué llevar o que dejar. Elsa está en ese transe, como cuando la vida la puso de regreso, después de sus primeros años en Tijuana. Elsa Medina. Tríptico 39 Elsa Medina. Nacho López 1983 40 3. Yo veía esa foto y no “cactaba” El nombre Nacho López pareciera un haz de evocaciones, por cómo se le encandilan los ojos a Elsa, cuando lo escucha. Y esque dice que Nacho le abrió los ojos, la enseñó a ver. Ella conoció el trabajo de Nacho antes de su primer encuentro personal con éste. Ocurrió un día de 1981, cuando fue a ver las 150 fotografías de la exposición colectiva montada en el Museo de Arte Moderno, en la que participaba él. Una a una las fue viendo, hasta quedar maravillada cuando se topó con aquella visión gélida de un carrito de raspados. ‐ Yo la veía y la veía y me preguntaba ¿Qué tiene esa foto? ‐ ¿Qué había de especial en esa foto? ‐ Eran unos hielos para raspados y botellas de los sabores. En ese momento vi la foto y me interesó mucho entender porqué estaba ahí, cómo estaba hecha y… ¡Era increíble! –dice con los ojos puestos en el techo. ‐ ¿Qué te llamó la atención? ‐ Pues, no entendía la metáfora. Entonces decía ¿Qué tiene esa foto de importante o de interesante? ‐ No captabas... ‐ No cactaba el concecto –ríe de sí misma, al deformar las palabras‐, pero me gustaba la foto; y, además, nada más ver los tonos y la forma en que estaba hecha… Son fotos que te impactan. ‐ ¿Sólo eso? ‐ No. Después entendí que era una metáfora de la muerte: el carrito era como el féretro y las botellas, las velas. Pero, en ese momento, yo no podía ver eso. Tienes que aprender a ver la foto. La foto te enseña a ver; Nacho me enseñó a ver. 41 Si algo tenía Nacho, es como dice Saldaña (2001), una mirada profunda, un especial cuidado para captar la luz y sombra del drama. En ese entonces, cuando Elsa vio la fotografía de los raspados, Nacho cargaba con más de sesenta años y la celebridad y la fama que la fotografía periodística le había dado desde la década de los cincuenta. Fotógrafo, camarógrafo, guionista, fotorreportero, articulista y maestro. Ese era Nacho cuando Elsa lo conoció: un constructor de imágenes, con inquietudes sociales y estéticas (López 2007: 452). Nacho era un inquieto tamaulipeco nacido en 1923 en una familia de cuatro hijos procreados por Ernesto López Osorio y María Bocanegra Elizarraras. Para entonces, López Osorio trabajaba como gerente regional en la Compañía Colgate Palmolive, lo que obligaba a la familia a frecuentes cambios de residencia en Tampico, Ciudad de México, Orizaba y Mérida. En cada ciudad, su trabajo era promover las ventas de Palmolive y publicitar los productos de esta empresa jabonera. Nacho acompañaba a su padre tomando fotos de los aparadores que montaban para la compañía y, coincidencias de la vida, Elsa también tomó fotos para la trasnacional, al regreso de su primera aventura en Tijuana. Lo hizo cuando cierto día decidió dejar a su esposo y hacer maletas con ropa, recuerdos y vivencias, cargando con ellas desde la frontera al altiplano. Fue en el alba de los años ochenta. Despertaba una década de esperanza y entusiasmo. La humanidad parecía más ingeniosa, más inventiva y más trabajadora que nunca… Las mujeres invadían territorios reservados hasta entonces a los hombres, se recordaría después (Yapp 2001). Y ese fue el momento en el que Elsa regresa de la mano y la solidaridad infantil de su hijo, a una ciudad capital, síntesis entonces de la desgracia 42 nacional por los excesos de la amarga borrachera de corrupción y desatinos administrativos de la administración del presidente José López Portillo. El hombre había ofrecido administrar la abundancia petrolera y defender al peso como un perro, pero terminó como un niño lloroso, hundido por su irresponsabilidad, su desenfrenada soberbia e intolerancia a la crítica. Se vivían los dos últimos años de su gobierno y los primeros de la prometedora década del cambio. Los precios del petróleo se precipitaban hacia un fondo de zozobra, al igual que el valor del peso. La inflación llegaba a niveles superiores al 50%. La vorágine política del relevo presidencial y los cuestionamientos mediáticos por su desempeño gubernamental sacaban de quicio al primer mandatario, quien un día decide no pagar más para que le peguen y ordena el retiro de la publicidad a algunos medios, entre ellos a la revista Proceso (López P. 1988: 1210). En este ambiente, Elsa obtiene el primer empleo, a su regreso de Tijuana, en un despacho de diseño; al fin y al cabo, algo había aprendido en la Universidad Iberoamericana y en San Diego. ‐ ¿Cómo cuánto tiempo trabajé ahí? –arquea las cejas‐. No me acuerdo, fíjate. Yo creo que no fue mucho, como seis meses. ‐ ¿Conocido o desconocido? ‐ ¿Qué? ‐ El despacho. ‐ No, desconocido. Me invitó un amigo de unos amigos. Él era quien tenía su despacho de diseño. Entonces yo hacía de todo. Hacía pegoteo ‐era la época del pegoteo‐, le hacía fotos, lavaba las tazas del café, ponía el café, contestaba el teléfono. Hacía de todo. Entonces, ahí trabajé como seis meses; no me acuerdo. Tiempo después, encuentra trabajo en el Consejo Nacional de Población, un ente público creado en 1974, con la misión de regular los fenómenos que afectan a la población en cuanto a su volumen, estructura, dinámica y 43 distribución en el territorio nacional, con el fin de lograr que ésta participe justa y equitativamente de los beneficios del desarrollo económico y social (5). ‐ Me invitaron a participar en un proyecto especial, interesante. Recorrí cinco estados en un mes. Estuvo padrísimo, porque hice foto en muchas comunidades. Fue como mi primer trabajo documental. ‐ ¿Lo que aprendiste en San Diego lo empezaste a aplicar profesionalmente acá? ‐ Sí. ‐ Después trabajé en Multivisión Audiovisual, que está cerca de aquí – se refiere a su casa‐. Hacía audiovisuales, transparencias, efectos especiales. ‐ ¿Tiene algo qué ver con la televisora? ‐ No. Es una empresa privada. Ahí empecé a viajar. En el proyecto anterior, en el Conapo, también lo hice. Desde entonces he tenido trabajos en los que he viajado. Porque en Multivisión me iba que a Guadalajara, que a Monterrey… Y era tomar fotos para los audiovisuales, los comerciales de Colgate y Palmolive. Entonces, hacía transparencias y hacía fotos de las líneas de producción; muy padre, pero me tenían súper vigilada. No podía hacer otra cosa, más que lo que querían. ‐ ¿Qué aprendiste ahí? ‐ A cómo hacer efectos especiales, y me gustaba mucho. Hubo una época en la que hice puros efectos. La empresa sigue ahí, pero ya no hacen audiovisuales. Está aquí –vuelve a hacer una indicación de cercanía, con el brazo derecho‐ en Obrero Mundial, saliendo del Viaducto. Ahí trabajé un rato y, después, hasta los nueve meses aguanté. No aguanté más, porque el ambiente, no, no… Dije Esto no es para mí. El reencuentro con un amigo de la infancia, Gilberto Zúñiga, quien había estudiado fotografía en Estados Unidos, la conduce más tarde por el camino del trabajo libre, el freelancer. 44 ‐ Él me enseñó mucho sobre la fotografía de estudio. Entonces, durante un tiempo hice foto de producto; pero, también, era esa parte publicitaria, o sea, era como ir otra vez a lo mismo. Y me dije No, no, aquí no… Era el ambiente… Yo no podía con el ambiente. No me interesaba y, aparte…, no. ‐ ¿Qué era lo que pensabas de eso? ‐ La publicidad, todo falso, todo controlado. No hice mucho, pero hice proyectos. Sobre todo, mira: con él muchas veces era participar en sus chambas, y me llamaba y yo le ayudaba. Pero de repente ibas a entrevistas. Ahorita me empecé acordar de entrevistas a las que fui. Bueno, primero, una vez, cuando estaba buscando chamba, y yo pensaba que mi trabajo era por ahí. ‐ Pero, ya no seguiste con Gilberto. ‐ No. Él ya no hace foto,por cierto; porque hay otros fotógrafos que se llaman igual que él, Gilberto Zúñiga. En Tijuana hay como dos; éste es otro. El Gilberto de acá es mi amigo de la infancia. Él estaba clavadísimo en la parte comercial y a mí me interesaba la parte del contenido de la imagen, la parte social. Quería saber qué onda con la foto. ‐ Tomaste otro camino. ‐ Decidí que ya no era por ahí. Luego me metí a estudiar Filosofía y Letras un semestre, porque yo decía Quiero saber qué onda con la foto. También, en esa época, trabajé un año en la delegación Magdalena Contreras. ‐ ¿Ahí con quién? ‐ Con Amado Treviño. Fue mi compañero en la prepa. ‐ ¿Amado, el hijo? ‐ Ajá. Éramos amigos de la prepa. Entonces yo hacía ahí diseño y hacía foto. Hicimos un periódico. Yo se lo hacía. Se llamaba La Voz de Contreras. Yo se los formé y todo. Aparentemente, todo iba bien, pero, nuevamente, Elsa sintió la incomodidad profesional y a decir Esto no es para mí. ‐ Qué bueno que tuve esos trabajos –expresa con aire de sabiduría. 45 ‐ Pero dices que no te gustaron. ‐ Sí, pero también me di cuenta que eso no era para mí. Como que la burocracia, no. Trabajaba bastante y hacía el periódico y todo; y estaba rico, porque estaba dentro de lo que yo sabía hacer, pero no era lo que yo quería. Esto fue por el año 1983, recuerda Elsa. Para entonces ya estaba inscrita en los talleres de fotografía que impartía Nacho López. ‐ Recuerdo que cuando entré a trabajar con Amado les dije que necesitaba ir a mis talleres dos días o un día a la semana. Entonces, venía a los talleres. Estaba rico, porque era muy padre poder ir y luego irme a la chamba. En la delegación Contreras estuve como nueve meses, un año. ‐ Ya habías conocido a Nacho. ‐ Sí, después de aquella primera vez que vi su foto de los raspados en el Museo de Arte Contemporáneo. En ese tiempo yo empecé a decir Yo qué onda con la foto. Y por eso me metí a estudiar a la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM. Nunca hice los exámenes, porque no me daba tiempo de estudiar. Yo trabajaba, mi hijo estaba en la escuela, lo llevaba, lo traía, y había que pagar las cuentas. ‐ No tenías tiempo para ti. ‐ Tenía que hacer demasiadas cosas. No me perdía las clases, que me sirvieron mucho, pero cuando hice el primer examen dije No vuelvo a hacer un examen. Me dio pena, no pude contestar nada. Entonces dije No. Tenía un amigo en Filosofía que me decía Lo que pasa es que no tienes vocación. Entonces, yo sentía horrible, como coraje, y, claro, tenía razón. Si mi vocación hubiera sido esa, no me hubiera importado nada y me hubiera quedado ahí. Pero me sirvió, porque luego entré con Nacho, a los talleres de él, y muchos de los conceptos que vi en la carrera los volví a ver con él. ‐ ¿Cómo llegas a los talleres de Nacho? ‐ ¿Cómo estuvo?… Un amigo y yo estábamos buscando talleres; me metí a uno de audiovisuales. Luego, otro amigo me dijo que había unos talleres en el Centro Universitario de Estudios 46 Cinematográficos, el famoso CUEC. Ya ves que está aquí cerca. Entonces, me fui de volada. Llego y yo no sabía quién los daba, no sabía nada. Nada más fui a ver. La persona que estaba ahí me dijo que había tales y tales talleres y uno sobre Análisis de la Imagen, de Nacho López. Entonces dije Ese quiero. Ya después supe que Nacho era el de la foto de los hielos. ‐ No lo sabías en ese momento. ‐ O sea, como que no; en ese momento no lo relacioné, y así fue. Desde el primer día me quedé con la boca abierta, y cada vez más y más, porque, realmente, Nacho era un hombre así, ¿cómo le dicen?, adelantado a su época en esa cuestión… ‐ ¿Visionario? ‐ Pues sí, en la cuestión esa del análisis de la imagen y todo. Entonces, realmente fue muy importante. Fue un acierto, fue un privilegio, de verdad. Cuando llegué al CUEC me regresaron por un portafolios; querían que llevara fotos impresas. Me vine corriendo y, ya, las llevé, y, ya, me quedé. Y así lo conocí. De Nacho se dice que le preocupó siempre la enseñanza de la fotografía, y que pensaba en la necesidad de crear centros de estudios especializados o una escuela mexicana de la fotografía. Esta etapa de la academia le permitió conocer a mucha gente y tener un entorno de seguidores (Saldaña 2001). Para entonces, cuando ella lo conoció, Nacho se acercaba al crepúsculo de su vida. Habían transcurrido casi cuatro décadas desde el inicio de sus primeros estudios y trabajos en el cine y la fotografía. Son muchas historias que se cuentan sobre su llegada a la capital del país, en donde se incorpora como ayudante de camarógrafo en la Unión de Trabajadores de Estudios Cinematográficos y, después, como alumno del Instituto de Artes y Ciencias Cinematográficas de México, en 1945. Más tarde, Víctor De Palma, fotógrafo italoamericano, corresponsal de la revista Life, a quien Nacho consideró su primer maestro e impulsor en la 47 fotografía, lo contrata como asistente y laboratorista, cuando decide abrir el Estudio Fotográfico De Palma´s. Más tarde, De Palma recomienda a Nacho para sustituirlo en 1948 como maestro de técnica fotográfica en la Escuela de Periodismo de la Universidad Central en Caracas, residencia que aprovecha para hacer sus primeros trabajos como fotoperiodista (López 2007: 454). De regreso en México, a finales de aquel año, establece su primer estudio fotográfico FotoGráficas, y trabaja en la planeación de fotorreportajes. Entre 1950 y 1958 dedica esfuerzo e intelecto en el fotoperiodismo y hace de la ciudad capital su fuente de imágenes, de información. Sale a las calles, entra a las cantinas, a las iglesias, recorre colonias populares y busca imágenes y personajes del pueblo, para armar reportajes gráficos que acompaña, a veces, con textos y pies de foto. Sus trabajos se publican en las revistas Así, Mañana, Siempre! y Hoy. Conforme fue adquiriendo prestigio, sus fotos encuentran espacio en revistas internacionales, como U.S. Camera, Travel & Camera, Look Magazine y Life en español (López 2007: 456). Su lente registra ensayos, clases y funciones de grupos de danza contemporánea, actividad con la que tiene contacto por la participación en ésta de su hermana, la bailarina Rocío Sagaón. Surgen de ahí trabajos para la exposición colectiva La Danza en la Plástica Mexicana (1995), integrada por obra fotográfica y gráfica de Miguel Covarrubias, José Chávez Morado, Carlos Mérida y Arnold Belkin. Al año siguiente, es invitado por la Panamerican Union de la Organización de Estados Americanos (OEA), para participar en la exposición Así es México, en Washington, Estados Unidos, La exposición detona una fuerte discusión, por las imágenes que el fotógrafo lleva al vecino país. A Nacho se le acusa de denigrar a México, por sus registros de alto contenido social (Mraz 2007). 48 Nacho López quería hacer cine, pero esta vocación, que no cumplió del todo, marca favorablemente su trabajo fotográfico (Bartra 2007). Durante varios años se desempeña como director, camarógrafo y guionista para noticieros fílmicos, documentales y corto‐metrajes, insertado en proyectos institucionales, privados‐comerciales y otros personales. Y en ese mundo tuvo como amigos y compañeros a Álvaro Mutis, Gastón García Cantú, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Fernando Gamboa (López 2007: 457). Dicen que Tlatelolco 68 dejó en Nacho una marca profunda. Decidió entonces alejarse del cine comercial y publicitario y retomar la fotografía fija en blanco y negro. En 1969 funda su compañía Nacho López Producciones, S.A., con el propósito de realizar películas independientes
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