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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS “DOS “DOS CUERPOS ENLAZADOS: LA MUERTE DE DIOS EN „TEMBLOR DE CIELO‟ DE VICENTE HUIDOBRO” T E S I S QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURA HISPÁNICAS PRESENTA HUGO SOTO DE LA VEGA ASESORA: DRA. SUSANA GONZÁLEZ AKTORIES MÉXICO, 2013 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A mi hijo Tristán. “Et comme ainsi tu es venu sur terre par tristesse, tu auras nom Tristan.” A mis padres, Martín Soto y Graciela de la Vega. Soy el reflejo conjugado de sus almas… pero también soy yo. A mi abuelo Felipe de la Vega (1920-2006). In memoriam. … et Deus erat Verbum. JUAN 1:1 Et Verbum caro factum est… JUAN 1:14 Dos cuerpos enlazados domestican la eternidad. VICENTE HUIDOBRO, Temblor de cielo iv ADVERTENCIA La escritura de toda tesis, como en general sucede con todo acto creativo, es en muchos sentidos un proceso único y singular. De entre todas las peculiaridades que marcaron el trayecto de este trabajo, resulta pertinente señalar al menos dos de ellas antes de que el lector incursione en estas páginas. La primera de ellas, y la que en buena medida cifró el carácter de la otra y quizá de toda la tesis, fue la dilación. Vicisitudes que no vienen a cuento atestiguaron diversos episodios de lecturas, olvidos, regresos, cambios de pareceres y descubrimientos que al fin concluyen después de algo más de un lustro dando punto final a esta tesis. El señalamiento anterior, que bien pudiera parecer innecesario, encuentra justificación al explicar en buena medida el porqué de la otra particularidad. Así, la segunda tiene que ver con que, si bien en un inicio el proyecto era centrar la atención en una obra única —Temblor de cielo— y explicar el papel que juega la muerte de Dios en ella, como se quiso anunciar en el título, con el paso del tiempo y con el objeto de Advertencia v profundizar en la lectura de éste poema y de explicar más claramente qué se entiende por muerte de Dios, se hizo indispensable ampliar la perspectiva y fijar la atención en otras obras y otros autores. Por lo tanto, el resultado fue una tesis que rastrea el tema de la muerte de Dios en la literatura occidental y en la obra de Huidobro en general, para así determinar el papel particular que juega este tema en el proyecto poético del creacionista por antonomasia y por ende en la Ítaca en que se convirtió Temblor de cielo. Sin adelantar mucho, según el parecer del sustentante de esta tesis, el análisis de la obra en cuestión ganó profundidad antes de perderla con la ampliación del corpus, y es precisamente por esto que en lugar de pretender dar la última palabra sobre Temblor de cielo, en estas páginas lo que se logró fue arrojar luz sobre una obra que había sido un tanto olvidada por la crítica, mostrar las honduras abismales de sus alcances estéticos y señalar algunos caminos por los que es necesario transitar si se aspira a profundizar en la lectura y comprensión de este poema de largo aliento. vi NOTA PRELIMINAR A lo largo de esta tesis, siempre que se cite textualmente algún fragmento de obra poética de Huidobro, se tomará como base el texto establecido por Cedomil Goic en la edición crítica dirigida por él como parte del proyecto de la Colección Archivos.1 Para abreviar las constantes referencias que se hagan al texto de Temblor de cielo consignado en dicha edición, así como para orientar mejor al lector con respecto a la ubicación de una determinada línea del poema, sólo se incluirán cuatro datos entre paréntesis al concluir cada cita en sustitución de las notas al pie que de otro modo serían legión. Los datos incluidos en sendos paréntesis serán los siguientes: i) abreviatura del título: TC ii) parte del poema de donde fue tomado el fragmento citado, la cual será denominada con un número romano debido a que las distintas partes de la obra no fueron enumeradas de origen y 1 Vicente Huidobro, Obra poética, Madrid / Barcelona / La Habana / Lisboa / París / México / Buenos Aires / São Paulo / Lima / Guatemala / San José / Caracas, ALLCA XX, 2003 (Col. Archivos, 45). Nota preliminar vii carecen de título2 iii) el número de página iv) el número de líneas que abarque según la enumeración que se hace en la edición consultada. De tal forma, la referencia a la eventual cita de las primeras líneas del poema quedaría como sigue: “Ante todo hay que saber cuántas veces debemos abandonar nuestra novia y huir de sexo en sexo hasta el fin de los tiempos” (TC, I, 841, 1-2). En esta tesis, todas las traducciones de las citas textuales que se hagan en alguna lengua extranjera son mías, a menos que se indique lo contrario. 2 N. B. Según anota Cedomil Goic, se elimina la separación existente entre el primero y el segundo apartado del poema tanto en la edición de Hugo Montes (Vicente Huidobro, Obras completas, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1976), como en la antología realizada por Luis Navarrete Orta (Vicente Huidobro, Obras selectas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1989). viii INTRODUCCIÓN Vicente Huidobro, figura central de las vanguardias no sólo en Hispanoamérica sino también en Europa fue, en palabras de Octavio Paz, “el iniciador de la poesía moderna en nuestra lengua”.1 A pesar de haber sido merecedor de este tipo de reconocimientos, resulta inexplicable el hecho de que gran parte de su obra aún no haya despertado la atención que la crítica le adeuda. Basta una breve revisión de la bibliografía generada en torno a la figura del poeta chileno para darse cuenta de que la mayoría ha centrado su atención de manera insistente en una obra única: Altazor o El viaje en paracaídas. No se quiere aquí soslayar o cuestionar la importancia de esta obra ni el edificio crítico construido sobre un pilar tan luminoso y seductor, antes bien a lo que aspira esta tesis es a auxiliar de alguna manera al lector que busque ascender a las alturas frecuentadas por el alto azor. El problema no es el edificio, el problema no es siquiera la fascinación, harto comprensible y justificable. El peligro estriba en no superar un deslumbramiento que ha durado ya más de ochenta años. Sí, el edificio debe ser construido, pero no adelgazarse hasta comprometer su estabilidad, antes bien debe 1 Octavio Paz, “La Generación de 1927 y el grupo de Contemporáneos”, en Enrique Hülsz Piccone y Manuel Ulacia (eds.), Más allá del litoral, México, FFyL-unam, 1994, p. 16 (Cátedras). Introducción ix apuntalar nuevos soportes que le den mayor solidez. Sólo así, esta pequeña Babel crítica podrá seguir creciendo y estar más cerca de Huidobro —ese pequeño dios—; sólo cuando se entiendaque este intento por arañar el cielo —Altazor— no fue el primero ni el único del antipoeta y mago, se estará más cerca de rendir a El vuelo en paracaídas el tributo que se merece. Así, el objeto de estudio de los capítulos subsecuentes no es exclusivamente Altazor, sino además algunos manifiestos y Temblor de cielo, poema que no ha generado todo el andamiaje crítico que El vuelo en paracaídas, y que pareciera haber vivido siempre a la sombra o al amparo de éste. Olvido peor es el sufrido por el resto de la obra poética de Huidobro, pues la crítica no parece haber correspondido los constantes esfuerzos compilatorios que se han concretado en diversas antologías,2 dos ediciones de Obras completas,3 y la edición crítica coordinada por Cedomil Goic.4 La idea es, pues, prefigurar una revalorización de Temblor de cielo, ya que, hasta ahora, en los mejores casos, sólo se le ha considerado como una adenda de Altazor, a pesar de que el propio Huidobro declarara que “Temblor de cielo es acaso más maduro, más 2 Cfr., entre otras, Vicente Huidobro, Antología poética, ed., introd. y notas de Hugo Montes, Madrid, Castalia, 1990 (Clásicos Castalia, 179); Obra selecta, selección, pról., cronología, bibliografía y notas de Luis Navarrete Orta, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1989; Poesía y poética, 1911-1948. Antología comentada por René de Costa, Madrid, Alianza, 1996 (El Libro de Bolsillo. Literatura, 1788). 3 Cfr. Vicente Huidobro, Obras completas, pról. de Braulio Arenas, Santiago de Chile, Zig-zag, 1964, y Obras completas de Vicente Huidobro, ed. de Hugo Montes, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1976. 4 Vicente Huidobro, Obra poética, ed. crítica de Cedomil Goic (coord.), Madrid / Barcelona / La Habana / Lisboa / París / México / Buenos Aires / São Paulo / Lima / Guatemala / San José / Caracas, ALLCA XX, 2003, p. 1292 (Col. Archivos, 45). Introducción x fuerte, más hecho”.5 La revalorización no podrá venir de otro lado que no sea de una lectura atenta y concienzuda del texto, de una interpretación que justifique la razón por la que ha de situársele al mismo nivel que El vuelo en paracaídas, y que le dé su justo valor como poema autónomo e independiente, en lugar de relegarlo como un mero apéndice de la “obra cumbre”. Por lo anterior, el objetivo fundamental de esta tesis es prefigurar la concreción de dicha lectura. Como se verá a lo largo de los apartados por venir, de la lectura de Temblor de cielo se desprenden dos ejes temáticos fundamentales: la muerte de Dios y el potencial creador de la palabra poética. El simple señalamiento de ambos no representa en sí ninguna aportación; cualquier lector medianamente avezado podrá identificarlos si incurre en el poema con la atención necesaria. Sin embargo, lo que no queda del todo claro es el vínculo que los anuda y los mantiene cohesionados. De lo que se trata entonces es de descubrir la relación que enlaza a estos dos elementos dentro del poema. Del binomio, la muerte de Dios se perfila como el tema fundamental del poema, relegando a la palabra creadora, al menos en inicio, a un aparente segundo plano, y así lo confirma el mismo Huidobro: “he querido anunciarlo [el sepulcro de Dios] en Temblor de cielo, libro que desgraciadamente no ha sido comprendido. ‘¿Oyes clavar el ataúd del cielo?’, etc., etc.”6 Pero esta afirmación del creacionista por antonomasia, 5 Vicente Huidobro, Epistolario: correspondencia con Gerardo Diego, Juan Larrea y Guillermo de Torre, 1918-1947, ed. de Gabriela Morrelli, Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2008, p. 255 (Epístola, 7). Introducción xi corroborada fácilmente al leer el poema, nutre también la idea de que la muerte de Dios es el detonante de toda el despliegue poético que ahí se cifra, sus punto de partida y conclusión. Hay que tener en cuenta que Temblor de cielo se publicó en 1931, y que para entonces la preocupación sobre la muerte de Dios, particularmente en la poesía, ya había sido hasta cierto punto superada, por lo menos en Europa, donde la catástrofe ya se había intuido y cantado en la poesía romántica desde principios del siglo XIX. Poetas como Jean Paul (1763-1825), Alfred de Vigny (1797-1863) y Gérard de Nerval (1808-1855) escribieron sendos textos al respecto. Posteriormente, a finales de ese mismo siglo y de forma más razonada, aunque sin abandonar del todo la palabra poética, Nietzsche se asume como el nuevo profeta encargado de pregonar a los cuatro vientos la “buena nueva”: Dios ha muerto. Así pues, el primer paso que se dará en este estudio buscará aclarar qué implicaciones tiene el que un poeta de las vanguardias, del periodo entre guerras y latinoamericano, haya considerado imprescindible la tarea de revivir el trauma de la orfandad divina, muy especialmente desde la poesía, no desde el ensayo, no desde la filosofía. En consecuencia, se rastrearán las posibles similitudes y se analizarán las diferencias que indefectiblemente existan entre los primeros planteamientos poéticos de la muerte de Dios en el romanticismo y la obra de Vicente Huidobro. El siguiente paso será entonces sopesar si tales diferencias tienen de alguna manera relación con el pensamiento de Nietzsche, ya que éste media, al menos 6 Idem. Introducción xii temporalmente, entre el planteamiento romántico de la muerte de Dios y el de Huidobro. Al concluir este breve recorrido —si bien no del todo exhaustivo, pero que sí atraviesa por los hitos más importantes de la muerte de Dios en la literatura occidental—, se contará con las herramientas críticas necesarias para evaluar si ese otro elemento del binomio, el potencial creador de la palabra poética, estuvo presente desde siempre cuando otras voces poéticas y otros pensadores se dieron a la tarea de abordar el tema de la muerte de Dios. En ese sentido también se estará en condiciones de establecer hasta qué punto la obra de Vicente Huidobro es tributaria de sus antecesores en abordar el tema de la muerte de Dios, y en qué medida se separa de ellos para reclamar una originalidad y una autonomía propias, las cuales podrían introducir un nuevo factor, el de las facultades generatrices de la poesía, al ya de por sí complejo problema de la muerte de Dios. Ya sea que la obra del creacionista por antonomasia halle antecedentes claros en los textos revisados, o que, por el contrario, se erija como una un algo más auténtico y original, el siguiente paso consistirá en buscar resonancias del tema de la muerte de Dios, no ya en obras de otros autores, sino en la del propio Huidobro. Lo anterior con el propósito de analizar el papel que juega dicho tema en el proyecto poético del autor, así como de contextualizar Temblor de cielo en el marco de la obra huidobriana. Para tal propósito se hará una breve revisión de tres manifiestos —“Non serviam”, “La Poesía” y “Las últimas siete Introducción xiii palabras del poeta”—, textos sobremanera interesantes para los propósitos de esta tesis porque además de abordar, al menos tangencialmente, el tema de la muerte de Dios, en ellos están muy presentes las reflexiones del antipoeta y mago sobre las facultades creadoras de la poesía. Por tanto, al conjugarse en estos manifiestos los dos asuntos que, como queda dicho más arriba, conforman los principales ejes temáticos de Temblor de cielo, su lectura y análisis se antojan provechosos para los fines últimos de esta tesis. Asimismo, como parte del rastreo del tema de la muerte de Dios en la obra del creacionista, no se puede pasar por alto el caso de Altazor, pues la crítica no ha dejado de señalar en repetidas ocasiones la presencia de dicho tema en El viaje en paracaídas. Cabe mencionar que el análisis quede esta última obra se ha proyectado se limitará a identificar el papel que juega en ella el tema de la muerte de Dios, sin profundizar en otros asuntos que por supuesto merecerían un mayor desarrollo, pero que, al no ser Altazor el objeto de estudio central en esta tesis, no hallarán lugar en estas páginas, siendo quizá el tema de futuras reflexiones. Creo necesario señalar aquí que el intertexto bíblico, una constante a considerar en prácticamente toda la tesis, tendrá un papel preponderante sobre todo durante la revisión de los antecedentes del tema de la muerte de Dios, tanto en poemas y manifiestos del propio Huidobro como de sus antecesores. Lo anterior se hace pertinente sobre todo por instancias del propio tema —la muerte de Dios—, pero también por la propia historia personal del autor, pues es sabido que su educación tuvo lugar en Introducción xiv un colegio jesuita —del que se haría expulsar durante su adolescencia—, lo cual es indicio cierto no sólo de su conocimiento de la literatura bíblica, sino de su sólida formación dentro de una fe de la que habría de renegar en su edad adulta, siendo esto último quizá el origen de su preocupación por la extinción de la Divinidad. Así, al concluir las lecturas que rastrearán el tema de las exequias celestes y de la creación poética en la obra del antipoeta y mago, y contando con los elementos de los que se habrá hecho acopio a lo largo de los primeros apartados, se estará en condiciones de prefigurar las intenciones y significaciones que adquiere el tema de la muerte de Dios y sus motivos en Temblor de cielo, lo cual permitirá esbozar una respuesta a la interrogante planteada más arriba, explicando cómo se conjugan las facultades creadoras de la poesía y la muerte de Dios en el poema en cuestión. Se insiste en que con esto quizá se podrá arrojar luz sobre aquellos aspectos poco explorados de Temblor de cielo, los cuales derivarán hacia las conclusiones en una reflexión sobre la peculiaridad de introducir en este contexto una figura femenina. Se evidenciará con todo ello la relevancia de este poema de largo aliento al interior de la obra huidobriana, lo que posibilitará el replanteamiento de los vínculos temáticos fundamentales que la unen no sólo con otros textos del autor, sino que también la pueden ubicar en su unicidad más claramente en el devenir literario de su tiempo, más allá de la tradición hispanoamericana, en donde al chileno merecidamente se le ha Introducción xv adjudicado, como hiciera Octavio Paz, un lugar estratégico y determinante. xvi AGRADECIMIENTOS Quiero agradecer antes que nada a todos cuantos lean esta tesis. Ojalá que mis desvelos hayan producido algo que resulte de su interés y les sirva como guía en ese laberinto de alturas donde mora el Antipoeta y Mago, y en donde muchas veces perdí el rumbo. Quizá en el extravío nos encontremos. En ese sentido, quisiera agradecer también a la primera en leer esta tesis, la Dra. Susana González Aktories, pues fue mucho gracias a su atenta y generosa lectura, como a sus invaluables consejos, que logré al fin llevar este proyecto a buen termino. (Vilen Dank, Susana.) Asimismo, doy gracias mis sinodales, la Dra. Irene Artigas, la Dra. Yanna Hadatty, el Dr. Rafael Mondragón, y el Mtro. Israel Ramírez, por el tiempo que tomaron en leerme, por sus comentarios y sugerencias igualmente valiosos. Deseo también expresar aquí mi reconocimiento a los profesores del Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, quienes, cuando tuve el privilegio de ser su alumno, supieron descubrirme Agradecimientos xvii mundos y bellezas insospechados, compartiendo conmigo su erudición, su amor y su pasión por la palabra y por los libros. Quiero mencionar especialmente al Dr. Bulmaro Reyes, de quien aprendí la importancia del rigor en trabajo académico y quien halló la forma de motivarme como nadie más. Mención aparte merece también el profesor Antonio Muciño, porque me enseñó que la erudición no está peleada con la humildad, y por la generosidad y el empeño puestos en cada clase como si fuera la primera. Expreso también mi especial admiración y respeto por la Dra. Ceclia Rojas, por la calidad de sus clases, su generosidad y la confianza que depositó en mí. Mi gratitud va también para quienes tuvieron a bien acompañarme, no sólo como estudiantes sino como amigos, en ese loco viaje de aprender literatura, y al lado de quienes tuve el gusto de escribir uno de los capítulos más maravillosos de mi vida. Aunque temo excluir a muchos, no puedo dejar de mencionar a Mariana Flores, al “Compañero” Alejandro Arteaga, a Ricardo Castro y a Anita Piña. Este trabajo no hubiera llegado a termino de no haber sido por el apoyo constante e incondicional de familiares y amigos entrañables. Agradezco muy especialmente a mis padres, Martín y Graciela —a quienes dedico esta tesis—; a mis hermanos, Iván y Sandra; a mis tíos y tías; a mis primos, y a mi hijo Tristán, Agradecimientos xviii por estar siempre a mi lado, por su cariño, por creer en mí. Gracias. No puedo terminar estas líneas sin antes reconocer el esfuerzo y el sacrificio de los miles de universitarios que dieron vida al movimiento estudiantil de 1999-2000, consolidado en el Consejo General de Huelga, gracias al cual la máxima casa de estudios, la Universidad Nacional Autónoma de México, la universidad más importante de América Latina, sigue siendo hoy pública y gratuita. A pesar de que considero a todos mis compañeros, me es necesario hacer mención especial de Melina, Bere, Marco, Rafa, Pedro, Juan, Sergio, Cuauhtémoc, Citlali, y Julia, al lado de quienes cumplí también un deber muy importante como universitario. “Por mi raza hablará el espíritu” Hugo Soto de la Vega. Ciudad Universitaria, a 20 de mayo de 2013. 1 I. PRIMEROS SIGNOS DE LA MUERTE DE DIOS QUE ENCUENTRAN ECO EN LA OBRA DE HUIDOBRO Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas. J. L. BORGES, “La esfera de Pascal” NO HAY MUERTE DE DIOS, sino muertes de Dios: las de cada poeta que, desde finales del siglo XVII hasta principios del siglo XX, en variadas latitudes y circunstancias, se valen de esta metáfora para cantar la nada y el dolor que ésta les causa. El tema de la muerte de Dios, a pesar de haber sido abordado una y otra vez, o precisamente por eso, nunca es el mismo. En Occidente, los primeros que incurrieron en el tema de la catástrofe celeste fueron los escritores románticos a finales del siglo XVIII, y no lo abandonaron en buena parte del siglo siguiente ―e incluso entre ellos el tratamiento nunca fue único―, de modo que sus ecos aún se perciben en las obras de Rimbaud y Baudelaire, iniciadores de la poesía moderna. Posteriormente, son incluso narradores los que abordan el tema, como Dostoievski en Los hermanos Karamásov (1879-1880), y marcan un nuevo hito en el tratamiento del luto divino, ampliando sus alcances, de la literatura a la filosofía. Asimismo, Nietzsche, por esas mismas fechas y con otra perspectiva, desde luego, hizo lo propio al Capítulo I 2 grado de haber trascendido, entre otras cosas, por ser el “asesino” de Dios por antonomasia. Por su parte, las vanguardias hispanoamericanas, cuya heredad principal fue recibida del romanticismo europeo, volvieron al tema y, adueñándoselo, con estilo propio, ya entrados en el siglo XX, poetas como César Vallejo,1 Pablo Neruda2 y, por supuesto, Vicente Huidobro, entre otros, cantaron su propia versión de la “buena nueva”. Este brevísimo recorrido no es ni mucho menos exhaustivo: sólo pretende ilustrar cómo la muerte de Dios, tema romántico, multiforme y multifronteya desde sus inicios, fue transformándose a través de los años, a medida que muchos otros se embarcaron en él, cada uno a su tiempo, con un cariz distinto, hablando de otra cosa y de lo mismo, convirtiendo al primitivo monstruo policéfalo en una hidra cuyas cabezas parecieran seguir brotando todavía. Lo que sigue no es el trabajo hercúleo por decapitar en absoluto al monstruo; es más una exploración que busca seguirle la pista a una sola de sus facetas ―Temblor de cielo― con la finalidad de situarla y caracterizar a las que la circundan, identificando sus semejanzas y diferencias, particularizando sus individualidades. En síntesis, lo que se presenta a continuación será un reconocimiento por algunos de los hitos más importantes del tema de la muerte de Dios, comenzando con el romanticismo para seguir después con Nietzsche, siempre con la mira de llegar a Temblor de cielo de Vicente Huidobro. Lo 1 Vid. Gutiérrez Girardot, “César Vallejo y ‘la muerte de Dios’”, en Cuestiones, México, FCE, 1994, pp. 45-65 (Tierra Firme). 2 Cfr. La espada encendida. Capítulo I 3 anterior, con la finalidad de enmarcarlo en un contexto literario adecuado que nos permita apreciarlo en sus reales dimensiones y comprender a profundidad lo que significa la muerte de Dios en el poema que da origen a esta tesis. Quizá entonces, en un impulso heroico, se podrá reclamar como propia esta cabeza al monstruo ―volviendo a la metáfora. Una vez dicho lo anterior, la primera parada en el itinerario será una revisión del tema en tres poetas románticos que resultan particularmente interesantes para los propósitos de esta tesis, debido a que éstos, lo mismo que Huidobro, como se verá más tarde –sobre todo en el análisis del manifiesto “Las siete palabras del poeta”–, eligen cifrar en la orfandad de Jesucristo, el Divino Verbo, la crisis espiritual por la que atraviesa la conciencia de Occidente ante la pérdida de toda certidumbre, i. e., ante la muerte de Dios. De tal forma, los elegidos son: Jean Paul Richter, Alfred de Vigny y Gérard de Nerval. 1. HUIDOBRO Y LA MUERTE DE DIOS EN EL ROMANTICISMO A. Apocalipsis: Paralelismos entre el “Sueño” de Jean Paul y Temblor de Cielo El primer poeta en abordar la muerte de Dios del que se tenga noticia es Johann Paul Friedrich Richter (1763-1825), mejor conocido con el nombre de Jean Paul. Este escritor, de origen alemán y de filiación romántica, fue el autor de un célebre texto titulado: “Rede des toten Christus vom Weltgebäude herab, daß kein Gott sei” (“Sermón de que Dios no existe, dicho desde la Capítulo I 4 torre del mundo por Cristo muerto”), también conocido como el “Sueño”, a secas, debido quizá a la traducción con que Madame de Staël lo dio a conocer al publico francés —y por ende al resto de Europa— en su libro De l’Allemagne (1810-1813), donde apareció bajo el título de “Un songe”.3 El “Sermón” fue publicado originalmente en alemán en 1796 y, como ya se dijo, es quizá el primero en dar cuenta de la muerte del Creador. Existe una versión previa que data de 1789, donde no es Cristo, sino Shakespeare, poeta por excelencia para los románticos, quien anuncia la “buena nueva”.4 El texto en cuestión es la escalofriante reconstrucción de lo que, según Jean Paul, soñó una noche de verano en la cumbre de una montaña. Una cita aislada del texto difícilmente podría reflejar todo el patetismo que envuelve la narración. ¿Qué cosa más terrible sino el hecho de que sea precisamente Jesucristo, el Salvador, el que prometió a sus seguidores la redención y el perdón de sus pecados, y el que entregó su propia vida en la cruz para redimir las almas de todos los pecadores, qué cosa más terrible, pues, que sea precisamente Él el encargado de proclamar la muerte de Dios ―su Padre―, y justo en el Apocalipsis, en el día del Juicio Final, donde los muertos de épocas enteras despiertan para descubrir, de los propios labios del ansiado Redentor, que ya nunca hubo nada ni más que nada? Quizá haya sido por esto, por aumentar aun más el grado de patetismo, que Jean Paul haya 3 Cfr. la nota de Michel Birx en Gérard de Nerval, Les fille de feu. Petits châteaux de Bohême. Promenade et souvenirs, París, Librairie Générale Française, 1999, p. 105, n. 2 (Le Livre de Poche. Classique, 9632). 4 Vid. Béguin, El alma romántica y el sueño, México, FCE, 1994 p. 233 (Lengua y Estudios Literarios); y Paz, Los hijos del limo: del romanticismo a Capítulo I 5 decidido elegir en última instancia a Cristo y no a Shakespeare como el único personaje capaz de transmitir la angustia y el desamparo de saber que Dios ha muerto. Uno de los pasajes que podrían dejar más en claro de lo que se habla y que logra transmitir con mayor precisión esta carga de angustia es el pasaje en que Cristo, después de haber anunciado a las almas redivivas la noticia, describe cómo buscó a su Padre por todos los rincones del universo sin tener éxito alguno: Ich ging durch die Welten, ich stieg in die Sonnen und flog mit den Milchstraßen durch die Wüsten des Himmels; aber es ist Kein Gott. Ich stieg herab, soweit das Sein seine Schatten wirft, und schaute in den Abgrund und rief: “Vater, wo bist du?” aber ich hörte nur den ewigen Sturm, den niemand regiert, und der schimmernde Regenbogen aus Wesen stand ohne eine Sonne, die ihn schuf, über dem Abgrunde und tropfte hinunter.5 Después, son los espíritus de los niños despiertos de su sueño de muerte los que vuelven a interrogar al Nazareno para recibir otra vez una respuesta negativa: “‘Jesus! Haben wir keinen Vater?’ — Und er antwortete mit strömenden Tränen: ‘Wir sind alle Waisen, ich und ihr, wir sind ohne Vater’.”6 Una vez dicho esto se desata la vanguardia, en Obras completas, t. I, La casa de la presencia. Poesía e Historia, México, Círculo de Lectores/FCE, 2003, p. 373. 5 Jean Paul, “Sermón de que Dios no existe, dicho desde la torre del mundo por Cristo Muerto”, en Sueños, trad. de Jorge Arturo Ojeda, México, Ediciones Coyoacán, 2000, pp. 48-49 (Reino Imaginario, 104): “ ―Fui por los mundos, subí los soles y volé con las vías lácteas por los desiertos del cielo, pero no hay Dios. Bajé tanto cuanto el ser lanza su sombra, miré en el abismo y grité: Padre, ¿dónde estás? Pero sólo escuché la tormenta eterna que nadie gobierna. El brillante arcoíris estaba sin el sol que lo había creado y goteaba sobre el abismo.” 6 Ibid., pp. 50-51: “—Jesús, ¿no tenemos padre? ”Y él respondió con lágrimas torrenciales. Capítulo I 6 una serie de cataclismos anunciando la inminente llegada del fin del mundo, y a Cristo sólo le resta clamar en vano a la nada por su Padre: “O Vater! o Vater! wo ist deine unendliche Brust, daß ich an ihr ruhe?”7 Más adelante, incluso dice envidiar a aquellos que aún no son conscientes del colapso divino y pueden morir tranquilos encomendándose al amparo del Creador, aunque bien sabe que todos habrán de despertar a la terrible realidad de que Dios no existe. Así pues, cuando el templo donde todo esto sucede comienza a derruirse, y una campana distante anuncia lo que será la última hora del universo, termina el sueño ―y el “Sueño”― de Jean Paul. Si se ha tomado tanto espacio para resumir esta narración, fue para dejar más en claro cuán angustiosa y patética ―stricto sensu― puede llegar a ser la lectura de este sueño ―o pesadilla. Aunado a lo anterior, la forma en que está escrito el texto contribuye también a crear un ambiente de angustia que todo lo envuelve. A lo largo del relato, y sobre todo al principio, las descripciones de los escenarios son muy prolijas; en cambio, Jean Paul es muy parco al dar cuenta de las acciones, de lo que sucede y de su propio actuar dentro del sueño. Detal forma, la narración presenta un conglomerado de imágenes que se suceden unas a otras y en donde las acciones apenas se intercalan y pasan inadvertidas la mayor parte del tiempo. Da träumte mir, ich erwachte auf dem Gottesacker. Die abrollenden Räder der Turmuhr, die eilf Uhr schlug, hatten mich erweckt. Ich suchte im ”—Todos somos huérfanos. Ni vosotros ni yo tenemos padre.” Capítulo I 7 ausgeleerten Nachthimmel die Sonne, weil ich glaubte, eine Sonnenfinsternis verhülle sie mit dem Mond. Alle Gräber waren aufgetan, und die eisernen Türen des Gebeinhauses gingen unter unsichtbaren Händen auf und zu. An den Mauern flogen Schatten, die niemand warf, und andere Schatten gingen aufrecht in der bloßen Luft. In den offenen Särgen schlief nichts mehr als die Kinder. Am Himmel hing in großen Falten bloß ein grauer schwüler Nebel, den ein Riesenschatte wie ein Netz immer näher, enger und heißer herein zog.8 En el fragmento anterior sólo hay cuatro verbos conjugados en primera persona (en redondas; cursivas en la traducción), i. e., cuyo sujeto sea el Jean Paul personificado ―el que sueña el sueño― de los cuales solamente erwachte (desperté) implica una acción concreta por parte del personaje Richter. Mientras tanto, el resto de estos verbos está destinado a cumplir una función meramente descriptiva: suchte, träumte, glaubte (busqué, soñé, creí). Lo cual se traduce en que sólo la primera oración implica una acción ―si es que despertar puede considerarse una― y que lo demás sólo sea una yuxtaposición de oraciones descriptivas con elementos muy disímbolos: un reloj, el cielo vacío, tumbas destapadas, muros que vuelan, etc.; como una serie de fotografías que se suceden vertiginosamente una detrás de la otra sin un orden aparente, o como las imágenes de un sueño que no puede 7 Ibid., pp. 52-53: “Oh padre, oh padre, ¿dónde está tu pecho amplio para que en él yo descanse?” 8 Ibid., pp. 46-47: “Soñé que despertaba en un sembrado de Dios. Las ruedas giratorias del reloj de la torre me habían despertado con el toque de las once. Busqué el sol en el cielo vacío de la noche pues creí que la luna lo había ocultado en un eclipse. Todas las tumbas estaban destapadas. Manos invisibles abrían y cerraban las puertas de la casa de los huesos. Por los muros volaban sombras que nadie había proyectado y otras sombras iban rígidas en el puro aire. En los féretros abiertos dormían solamente los niños. Del cielo pendía una niebla gris y bochornosa con grandes pliegues que una sombra Capítulo I 8 recordarse con exactitud. En efecto, la hipótesis de que Jean Paul se vale de esta aglomeración asindética para imprimir a su narración un carácter más onírico es bastante plausible. Sin embargo, la yuxtaposición de imágenes inconexas y la carencia de acciones resulta en una narración creativa, sí, pero también muy inestable, pues, por momentos, no se sabe del todo bien qué es lo que pasa, lo que sin duda contribuye a generar en el lector una cierta carga de incertidumbre que confluye y engrandece el cauce de preeminente angustia hasta aquí discutido. Ahora bien, el “Sueño” guarda algunas similitudes con Temblor de cielo que es importante señalar desde ahora. Una de las similitudes más importantes y que diferencia ambos textos del resto en abordar la muerte de Dios, es su carácter eminentemente apocalíptico. Como se advirtió más arriba, diversos son los elementos en el “Sermón” de Jean Paul que ponen de relieve el momento en el que Cristo proclama la muerte de Dios ―el Apocalipsis― y que lo anterior tuvo el claro propósito de enfatizar el dramatismo y la carga trágica del anuncio de la buena nueva. Huidobro, por su parte, también habla de la resurrección de los muertos y del juicio final: “Los espectros salen uno a uno de cada ola que se levanta. Vosotros que estáis allí escondidos, llegó la hora de temblar ante la voracidad de la muerte” (TC, I, 847, 218-220). Otro elemento, aunque no es exclusivamente apocalíptico pues también se hace presente en los evangelios justo cuando Cristo muere,9 es la alusión al sol gigantesca jalaba como una red siempre más cercana, angosta y caliente”. Las cursivas son mías. 9 Vid. San Mateo 27:45; San Marcos 15:33, y San Lucas 23:44-45. Capítulo I 9 eclipsado que, como se vio en el pasaje anteriormente citado del “Sermón”, introduce Jean Paul como un elemento de su sueño. En el Libro de las Revelaciones, Juan el profeta, describe cómo, en el momento en que el Cordero rompe el sexto sello, el sol se vuelve negro “como ropa de luto”, y agrega que la luna se torna roja “como la sangre”.10 Es, pues, a partir de Jean Paul, que el sol negro se convierte en el símbolo por excelencia de la muerte de Dios, sobre todo durante el romanticismo: “Ich suchte im ausgeleerten Nachthimmel die Sonne, weil ich glaubte, eine Sonnenfinsternis verhülle sie mit dem Mond”.11 Ahora bien, el sol negro, como tal, no aparece en Temblor de cielo, aunque sí se hace alusión a este pasaje bíblico de forma indirecta, al mencionar, por ejemplo, una luna color rojo: “Mirad, mirad hay un incendio en la luna” (TC, I, 847, 215). Tal mención de la luna puede asociarse directamente con el pasaje citado más arriba, en donde la luna se torna roja. Asimismo, es necesario destacar cómo la angustia también es un punto de encuentro entre ambos textos. Si bien Huidobro no elige a Cristo como el encargado de anunciar el colapso divino ―papel que se reserva para él mismo―, el clima apocalíptico de Temblor de cielo no deja de arrastrar, por eso, una fuerte carga de angustia. Aunado a lo anterior y también como en el “Sermón” de Jean Paul, el aspecto formal contribuye en gran medida a potenciar el carácter angustioso de los versos del antipoeta y mago. En efecto, y como bien podrá confirmarlo cualquier lector, 10 Apocalipsis 6:12. 11 Jean Paul, loc. cit., pp. 46-47: “Busqué el sol en el cielo vacío de la noche pues creí que la luna lo había ocultado en un eclipse”. Capítulo I 10 por muy avezado que sea, tampoco en Temblor de cielo ―mucho menos que en el “Sermón”― queda claro qué es exactamente lo que se cuenta, o si es que se está contando algo del todo. Huidobro, muy al estilo creacionista, que ya había ensayado desde Pagodas ocultas, y que está muy presente en Altazor, sobre todo en el “Prefacio”, pareciera que no hace sino acumular imágenes y metáforas de forma aparentemente inconexa y sin mayor orden que el que demanda su propia inspiración. Lo anterior provoca que el lector “se pierda” constantemente pues ―hablando con rigor― no hay un “argumento” inteligible que ordene el flujo irrefrenable de metáforas e imágenes; lo que sí hay es una cierta evolución de éstas, elementos constantes que van sufriendo cambios: soles que se ponen, penumbras, senos que crecen y estallan, aves que se ahogan y resucitan, diálogos sueltos que nunca tienen respuesta, pero que ya no dicen los mismo: La boca de un hombre amado sobre un tambor. Los senos de la niña inolvidable clavados en el mismo árbol donde picotean los ruiseñores. Y la estatua del héroe en el polo. Destruirlo todo, todo, a bala y a cuchillo. Los ídolos se baten bajo el agua. ―Isolda, Isolda, cuántos kilómetros nos separan, cuántos sexos entre tú y yo [TC, I, 841, 17-24]. Por si el descontrol no fuera poco, también la prosodia del poema, siempre a caballo entre prosa y poesía, contribuye a completar el cuadro de desconcierto. Sobre el aspecto formal del Capítulo I 11 poema aún queda mucho por decir, pero de momento baste con remarcar que vuelve a serla angustia un punto de encuentro ―el principal, desde mi punto de vista― entre Temblor de cielo y la saga de poemas románticos que abordan el tema de la muerte de Dios. Es importante señalar que existen otros elementos apocalípticos en Temblor de cielo que si bien cuentan con un claro intertexto bíblico, no están presentes en el “Sermón” de Jean Paul. Uno que, como se verá en los apartados finales, juega un papel preponderante en el poema del que se ocupa esta tesis, es la alusión a una mujer etérea, que por momentos parecieras ser la misma que en el Libro de las Revelaciones anuncia la llegada del fin del mundo: “Apareció en el cielo ―cuenta el profeta― una gran señal: una mujer envuelta en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza.”12 Por su parte, Huidobro escribe: “En el momento del partir definitivo vuelve a aparecer la joven con la cabeza rodeada de siete arcoíris arrastrando a su marcha el coro de suplicantes que se nutren de su aliento precioso” (TC, VII, 862, 769-762).13 El paralelo entre ambas imágenes es evidente, pero por ahora baste, en primer lugar como una clara muestra de que el intertexto apocalíptico juega un papel más complicado en Temblor de cielo que en el “Sueño” de Jean Paul, y, en segundo lugar, para ir dejando claro que la muerte de Dios en el poema de Huidobro no es la mera reedición pasiva y tardía de un tópico del 12 Apocalipsis 12:1-2. Las cursivas son mías. 13 Todas las cursivas en las citas textuales de Temblor de Cielo que figuren en esta tesis son mías. Capítulo I 12 romanticismo, sino que hay otros elementos, como el de esta mujer etérea, que perfilan desde ahora al texto huidobriano como un fenómeno aparte, a pesar de la presencia de ciertas coincidencias indudables. Es tiempo ya de dejar atrás los terrenos oníricos de Jean Paul y continuar con el recorrido que se ha trazado. Antes de abandonar el romanticismo, es el turno de analizar los textos de dos poetas más: “El Monte de los Olivos” (1862) de Alfred de Vigny, y “Cristo en el Monte de los Olivos” (1844) de Gérard de Nerval. B. La saga del Monte de los Olivos: antecedente de Temblor de cielo Mientras que el “Sueño” y Temblor de cielo son los únicos entre los hitos literarios que abordan la muerte de Dios en los que el Apocalipsis sirve de trasfondo a la declaración de la “buena nueva”, los poemas en que Vigny y Nerval dan su versión del anuncio del deceso del Creador no tienen por escenario el fin del mundo sino Getsemaní. Los textos de éstos últimos se inscriben en una importante serie de poemas del romanticismo francés que tienen por argumento el pasaje bíblico en que se narra lo ocurrido la noche en que Jesús ora a su Padre y le ruega que lo libre del trance que está a punto de enfrentar en la cruz, mientras sus discípulos duermen plácidamente a pesar de los ruegos de su Maestro por que permanecieran en vela.14 El final de este pasaje está marcado por el arribo de los soldados que vienen Capítulo I 13 a aprehender al Mesías guiados por Judas. Cabe mencionar que el Evangelio según San Lucas es el único que registra la aparición de un ángel que viene a reconfortar al Nazareno en su oración, así como el sudor sanguinolento que escurre por la frente de Cristo en el momento de mayor angustia.15 Es notable que este pasaje de los Evangelios fuera retomado por la poesía romántica francesa, en primera instancia por Larmartine con el poema “Getsemaní” (1833-1834), y que a la larga se convirtiera en un importante tópico cuyas resonancias se harán sentir incluso en poetas como Baudelaire o Rimbaud.16 Se ha de comprender, entonces, que la anécdota de estos poemas no varíe mucho; sin embargo, el ánimo a que mueve cada uno es muy diferente, pues: “Cada poeta interpreta la escena según su postura religiosa, desde la fe o desde la duda, convirtiendo las dudas y los dolores de Cristo en una alegoría de su propia actitud frente a la ausencia de Dios”.17 a) Blasfemia, soberbia y silencio: “El Monte de los Olivos” y Temblor de cielo Hollando ya el siguiente tramo de este recorrido, en “Le Mont des Oliviers” (“El Monte de los Olivos”) de Vigny la actitud imperante ante la ausencia de Dios es la angustia terrible por la 14 Vid. San Mateo 26:36-46; San Marcos 14:32-42, y San Lucas 22:39-46. 15 San Lucas, 22.43 y 45, respectivamente. 16 Vid. “La negación de San Pedro” (1852) en Las flores del mal, para el caso de Baudelaire, y “El justo…” (1871), para el de Rimbaud. 17 Javier del Prado, en VV. AA., Antología de poesía romántica francesa, ed. de Rosa de Diego, Madrid, Cátedra, 2000, p. 713, n. 63 (Letras Universales, 301). Capítulo I 14 que atraviesa Cristo, cuando llama y suplica a Dios, su Padre, y sólo recibe como respuesta un silencio perentorio. Ainsi le divin fils parlait au divin Père. Il se prosterne encore, il attende, il espère, Mais il renonce et dit : “Que votre Volonté Soit faite et non la mienne, et pour l’Éternité”. Une terreur profonde, une angoisse infinie Redouble sa torture et sa lente agonie. ―18 Así pues, al Jesús de Vigny no le queda otra salida más que una resignación atravesada de angustia y terror ante el porvenir, máxime a sabiendas de que Dios no existe, pues Su silencio es total. Muy pronto en el poema se anuncia el papel fundamental que juega el silencio en el drama: “Mais le ciel reste noir et Dieu ne répond pas”.19 Como se mencionó más arriba, el cielo negro, vacío, sin sol, es una metáfora que se ha empleado comúnmente en la literatura para simbolizar la muerte de Dios. En ese sentido, es sobremanera significativo que este “cielo negro” se enlace por medio de una conjunción copulativa (“y”) al silencio de Dios. De tal forma, Vigny transfiere al silencio divino el mismo peso simbólico del que está cargado el cielo oscuro y sin sol; en otras palabras, desde la perspectiva de Vigny, un Dios que no habla, que depone la palabra, que no se vale de ella para ordenar 18 Vigny, Œuvres complètes, t. I, Poésie. Théâtre, texto presentado, establecido y anotado por François Germain y André Jarry, Tours, NRF / Gallimard, 1986, p. 152, vv. 132-136 (Bibliothèque de la Pleiade): “Así le habló el divino hijo al divino Padre. / Se arrodilla de nuevo, aguarda, espera, / pero luego renuncia y dice: ‘que Su Voluntad / se haga y no la mía, y por la Eternidad.’ / Un terror profundo, una angustia infinita, / redobla su tortura y su lenta agonía […]”. 19 Ibid. p. 149, v. 13: “Mas sigue negro el cielo y Dios no responde”. Capítulo I 15 el cosmos y re-crearlo a cada instante, es un Dios sin vida. En una última reflexión, titulada “El Silencio”, con que concluye el poema, inmediatamente después de que se anuncia la llegada de los soldados romanos guiados por la antorcha de Judas, se nos presenta a un Cristo ―el Justo― que paga con silencio al silencio de la divinidad. Muet, aveugle et sourd au cri de Créatures, Si le Ciel nous laissa comme un monde avorté, Le Juste opposera le dédain à l’absence Et ne répondra plus que par un froid Silence Au Silence éternel de la Divinité.20 Nótese bien el papel aparentemente sumiso y resignado que juega el Cristo de Vigny. Albert Camus lee en esta actitud una expresión de la rebeldía romántica que busca en última instancia igualarse con Dios, pues Cristo ―finalmente una proyección de la actitud del poeta ante la ausencia del Creador― paga a su Padre con la misma moneda: le responde al silencio con el silencio, y a la crueldad con la soberbia. Aunque el argelino acota enseguida: “[…] on ne songe pas à contester le pouvoir, ni la place de la divinité. Ce blasphème est révérencieux, puisque toutblasphème, finalement, est participation au sacré”.21 20 Ibid., p. 153, vv. 145-149: “Mudo, ciego y sordo al lamento de las Criaturas, / si el Cielo nos dejó como un mundo abortado, / el Justo opondrá el desdén a la ausencia, / y ya no responderá más que con un frío Silencio / al Silencio eterno de la Divinidad”. 21 Camus, L’Homme révolté, París, Gallimard, 2006, p. 80 (Folio/Essais, 15): “no se está pensando en cuestionar ni el poder ni el lugar de la divinidad. Esta blasfemia [la de querer igualarse con Dios] es reverencial, ya que toda blasfemia es, en última instancia, una participación de lo sagrado”. Capítulo I 16 En efecto, toda blasfemia no es sino una injuria dirigida a la divinidad, esta blasfemia en específico, la de querer igualarse con Dios, no cuestiona en ningún momento Su existencia, antes bien la afirma: el blasfemo quiere igualarse con algo que existe, que sabe todopoderoso, eterno, infinito. A pesar de coincidir en la actitud blasfema, es de la carga reverencial de “El Monte de los Olivos” de la que se distancia Temblor de cielo. Como veremos más a detalle en los últimos dos apartados de la tesis, en el texto de Huidobro, el poeta se autoerige con las facultades de un profeta, mesías y salvador, éste sí cuestionando el poder de la divinidad, y aspirando a ocupar su lugar, no obstante la angustia que inevitablemente rezuma el texto. La figura del poeta en Temblor de cielo no asume, entonces, una actitud sumisa y resignada, antes bien rebasa la soberbia contestataria de Vigny al hacerse de la palabra abandonada por Dios y blandirla en contra Suya: “En la terraza de la última cima mi garganta estuvo tragándose todos los truenos del cielo […]” (TC, VI, 859, 658-659).22 Y más adelante agrega: […] yo podría entrar en Dios como el buzo en el mar. Pero no hay un Dios suficientemente profundo para mi corazón, para la angustia de este corazón habituado a las más grandes olas y el corazón prefiere vegetar en su puerto y podrirse entre las algas. No creas que tengo miedo [TC, VI, 860, 687-691]. 22 Todas las cursivas en las citas textuales de Temblor de Cielo que figuren en esta tesis son mías. Capítulo I 17 Por otra parte, siguiendo con las diferencias entre Temblor de Cielo y “El Monte de los Olivos”, Huidobro no menciona directamente la figura de Cristo como un personaje, se trata más bien de una suerte de identificación progresiva de la voz poética con el Mesías ―sobre la cual se abundará más tarde―, así como algunas imágenes con un claro intertexto evangélico, v. g.: “Aún suele verse el velero como una cruz en su Gólgota interminable” (TC, III, 849, 304). En cuanto al pasaje de Getsemaní, si se hace alusión a él, es sólo de forma tangencial: “la trompeta de todos lo que han sufrido, de todos los que han temblado en sudores de sangre sobre el terror o el desaliento […]” (TC, VII, 865, 892- 893).23 b) Parálisis moral y desesperanza: “Cristo en el Monte de los Olivos” y Temblor de cielo. Es el momento de hacer algunos comentarios sobre la contribución de Gérard de Nerval a la saga que se revisa en este apartado: “Le Christ aux Oliviers” (“Cristo en el Monte de los Olivos”). Como podrá suponerse y como puede dar fe todo aquel que haya leído este célebre poema, su argumento no varía demasiado del pasaje evangélico ya relatado. De tal forma, en los primeros versos, Cristo aparece elevando los brazos hacia cielo, atormentado por “mudos dolores”. Al poco tiempo, vuelve hacia donde encuentra a sus discípulos completamente dormidos y perdidos en vanos sueños 23 Vid. supra, nota 15. Capítulo I 18 de grandeza; pese a ello, Jesús les anuncia: “Non, Dieu n’existe pas!”24 Lo mismo que en la versión de Jean Paul, la cual de hecho inspiró los versos de Nerval,25 después de haber anunciado la “buena nueva”, el Cristo del poeta francés comienza a relatar su angustioso periplo a través de los lugares más recónditos del universo en busca de su Padre, así como el fracaso de su empresa, pues sólo encuentra caos, vacío y oscuridad. Después de esta narración desesperada, donde también respira una terrible sensación de angustia y desesperación, el Mesías lanza sendas quejas lastimeras al destino, al azar y, por su puesto, a su Padre, quien lo ha abandonado. Ya doblegado y desfalleciente, llama al único que permanecía despierto: “Judas! lui cria-t-il, tu sais ce qu’on m’estime, Hâte toi de me vendre, et finis ce marché: Je suis souffrant, ami! sur la terre couché… Viens! ô toi qui, du moins, as la force du crime!”26 Es revelador que, a diferencia de lo visto en el “Sueño” de Jean Paul, la actitud de Cristo ya no es sólo de resignación, sino que en esta ocasión ―y esto lo diferencia a su vez del poema de 24 Gérard de Nerval, “Le Christ aux Oliviers”, en Les filles de feu. Petits châteaux de Bohême. Promenade et souvenirs, introd., notas y dossier de Michel Brix, París, Librairie Générale Française, 1999 (Le Livre de Poche. Classique, 9632) pp. 105 y 369: “¡No, Dios no existe!” 25 De acuerdo con Michel Brix, en una versión preliminar del “Cristo en el Monte de los Olivos”, el poema es presentado como una imitación de Jean Paul. Posteriormente, dicha presentación se omite y en su lugar se introduce como epígrafe una cita aproximativa del “Sueño”: “Dieu est mort! le ciel est vide… / Pleurez! enfants, vous n’avez plus de père! —Jean Paul.” (Vid. Nerval, loc. cit., pp. 105, n. 2). 26 Ibid., pp. 107 y 371: “ ‘Judas ―le gritó―, tú sabes en cuánto me estiman; / anda a venderme, y cierra ese trato / ¡Estoy sufriendo, amigo!, Capítulo I 19 Vigny― va acompañada de una profunda desesperación y abatimiento ante el abandono celeste. Su desesperanza llega a tal punto, que incita a Judas a venderlo para así terminar su sufrimiento, e incluso siente envidia de él, pues el discípulo, a diferencia suya, aún tiene las fuerzas para emprender una acto criminal, no importa lo ruin y despreciable que éste sea, ya que incluso el crimen es preferible a la impotencia de su estado. Pero bien, ¿de dónde nace esta impotencia?, ¿por qué este Jesús se ve tan imposibilitado de hacer nada, al grado de envidiar al criminal que aún puede accionar, así sea para alcanzar los motivos más viles? Para responder a las preguntas que se acaban de plantear, no hay que perder de vista que la incapacidad del Redentor se presenta justo después de la revelación de que Dios no existe, y del descubrimiento de que, por ende, sólo el caos y el azar gobiernan el universo ―l’ancien chaos […] engloutissant les Mondes et les Jours!27 En efecto, si ya no hay Dios, tampoco hay un orden que rija el universo; si no hay Dios, ya no hay noción de lo que está bien o está mal, la ley de Dios queda abolida; nada está prohibido, pero al mismo tiempo nada está permitido: Si rien n’est vrai, si le monde est sans règle, rien n’est défendu; pour interdire une action, il faut en effet une valeur et un but. Mais, en même temps, rien n’est autorisé; il faut aussi valeur et but pour élire une autre action […] Si le destin n’est pas orienté par une valeur supérieure, sobre la tierra postrado… / ¡Ven, oh tú, que al menos tienes la fuerza del crimen!’ ” 27 Ibid., pp. 106 y 370: “el antiguo caos […] devorando los Mundos y los Días!” Capítulo I 20 si le hasard est roi, voici la marche dans les ténèbres, l’affreuse liberté de l’aveugle.28 Así se explica, pues, la parálisis y la impotencia del Cristo de Nerval. Al ser abandonado por los designios celestes, al sentirse desamparado de todo auxilio divino, toda su existencia y la totalidad de sus actos pierden sentido. Ya sólo es un hombre que no tiene niun valor ni una finalidad que guíen su quehacer cotidiano. Se ha convertido en un hombre consciente de los límites de su existencia, y de la condena mortal que pesa sobre él, y en consecuencia, sobre el resto de los hombres, puesto que él era su salvación y ahora ha descubierto que después de la muerte ya no hay nada: “Hélas! et si je meurs, c’est que tout va mourir!”29 ―pregunta en vano a su Padre. El dolor y la desesperanza son tan insoportables que el Nazareno de Nerval opta, como queda dicho, por ordenar su propia muerte. El obediente Judas va a cumplir el encargo de su maestro, y los soldados van a su vez a aprehender a Cristo para después crucificarlo. El poema termina cuando el césar pregunta a uno de sus oráculos por el nombre de ese nuevo dios o acaso demonio ―Cristo― que se impone sobre la tierra. Sin embargo, la pregunta no obtiene respuesta, pues sólo Dios, el que ya no existe, el que supuestamente dio alma al hombre después de haberlo formado con 28 Camus, op. cit., p. 97-98: “Si nada es verdad, si el mundo carece de reglas, entonces no hay nada proscrito; en efecto, para prohibir una acción, se necesitan un valor y una finalidad. Pero, al mismo tiempo, no hay nada permitido; también se necesitan un valor y una finalidad para elegir una otra acción. […] Si el destino no se orienta por un valor superior, si el azar es el rey, he ahí el andar en las tinieblas, la terrible libertad del que no puede ver”. 29 Nerval, loc. cit., pp. 106 y 370:“¡¿Ay, y si yo muero, todo va a morir?!” Capítulo I 21 barro, podía responderla: “Un seul pouvait au monde expliquer ce mystère: / ― Celui qui donna l’âme aux enfants du limon”.30 Pese a las diferencias que existen entre los textos de Vigny y Nerval, y para los intereses de esta tesis, podría decirse básicamente lo mismo de ambos poemas en su relación con Temblor de cielo; i. e., primero: que el punto de encuentro fundamental vuelve a ser la angustia, que, como se confirmará más adelante, parece ser un rasgo inherente a todos los textos que se abocan al canto de la muerte de Dios, lo cual tenga quizá su origen en los intertextos bíblicos, y, segundo: que pese a existir otras diferencias, la que causa el mayor contraste es la diferencia de actitudes entre los encargados de anunciar la “buena nueva”: mientras la figura de Cristo, tanto en Jean Paul como en Vigny y Nerval, es de un patetismo absoluto que mueve sobre todo a la angustia y a la desesperación; la personalización del poeta en Temblor de cielo, muestra una confianza desmedida en sí mismo, lo que lo lleva a querer usurpar facultades que sólo corresponderían a la divinidad, a saber, y sobre todo, su papel creador, valiéndose ante todo de la palabra poética. Resta todavía mucho que decir sobre este punto en particular, aunque será dejarlo señalado de momento a reserva de retomarlo en los últimos dos apartados de este volumen. Así pues, y para concluir con este breve recorrido por los autores románticos, se puede afirmar que, a pesar de guardar ciertas semejanzas con ellos —de entre las cuales la angustia parece ser la más sobresaliente—, Temblor de cielo no es de 30 Ibid., pp. 107 y 371: “Uno solo podía explicar al mundo el misterio / ― Capítulo I 22 ninguna manera una reedición de la saga de poemas románticos que cantaron, desde mediados del siglo XIX, la muerte de Dios, y que tuvieron en la figura de Cristo al portador de la “buena nueva”. Antes bien, introduce otros elementos, como son: el deponer en el poeta-narrador y no en Cristo el papel de anunciar la muerte de Dios; la actitud altiva y desafiante de este nuevo profeta; la presencia constante de una figura femenina de identidad proteica que se puede identificar, dependiendo el momento del poema, con la Virgen María, Eloísa, la Venus de Willendorf, Andrómeda, la Gran Puta de Babilonia, la mujer de Lot e incluso con san Sebastián o el mismo Cristo; y, muy especialmente, el claro intertexto con el mito de Tristán e Isolda, aspectos que sólo son particulares de Temblor de cielo y que se analizarán más a fondo tanto en capítulos sucesivos como en las reflexiones finales, con el propósito de lograr una compresión más cabal de los alcances y significados últimos que la muerte de Dios tiene en él. 2. LA NECESIDAD DE TRASCENDER LA MUERTE DE DIOS: NIETZSCHE (DESDE UNA PERSPECTIVA EXISTENCIALISTA) Y TEMBLOR DE CIELO Friedrich Nietzsche es una figura imprescindible al hablar de la muerte de Dios. Como se dijo antes, se suele pensar en él como el “asesino de Dios” por antonomasia. Sin embargo, y como se ha visto a lo largo de este capítulo, Nietzsche estuvo lejos de ser el primero en anunciar la buena nueva, ya no se diga de ser el primer y único verdugo del Creador. De hecho, y como se verá a Aquel que dio el alma a los hijos del limo”. Capítulo I 23 continuación su preocupación no es tanto la ausencia de la deidad, sino el qué hacer una vez que el cielo ha quedado vacío. Lo que sigue a continuación no es una interpretación personal sobre el pensamiento de Nietzsche al respecto. Es, más bien, una breve exposición de la exégesis que hace Albert Camus a este propósito en un ensayo donde se da la tarea de analizar el papel que ha jugado la rebeldía en el desarrollo del hombre moderno: L’homme révolté.31 Ahí, la muerte de Dios es interpretada como un acto de rebelión del hombre en contra de todo lo divino, en contra de la metafísica en sí misma. A pesar de que el propósito de esta tesis no es interpretar la muerte de Dios en Temblor de cielo como parte del movimiento de rebeldía que, según Camus, marca el quid de la modernidad —je me révolte, donc nous sommes;32 contemplar la interpretación del argelino se vuelve pertinente cuando pare él los intelectuales (escritores, poetas, filósofos, etc.) que en un determinado momento tocan el tema de la orfandad celeste no están dando cuenta de un suceso único, sino que éstos representan distintos estadios de un proceso ―el del hombre enfrentado ante la ausencia absoluta de Dios―, y que en dicho proceso se pude incluso percibir cierta evolución. Aunado a lo anterior, la lectura que hace Camus de Nietzsche se vuelve asimismo pertinente al considerarse la estrecha relación que media entre Huidobro y la intelectualidad francesa de su tiempo, así como las influencias que el chileno pudiera haber adquirido en dicha relación. En ese sentido, José Quiroga hace un 31 Existe una traducción de Luis Echávarri publicada por las editoriales Alianza y Losada bajo el título de El hombre rebelde. 32 Camus, op. cit., p. 38: “me rebelo, luego existimos”. Capítulo I 24 señalamiento muy puntual de la que pudo haber sido la lectura que hacía Huidobro de Nietzsche; según el crítico: Por influencia de los escritores de Nord-Sud, Huidobro conoce otras versiones de Nietzsche. La lectura francesa del filósofo alemán era distinta a la visión latinoamericana […], y es más cercana a Altazor: Nietzsche no era el filósofo cuya obra daría la clave para una nueva literatura sin la “neurastenia” modernista, sino el poeta de la pérdida del “yo”, el hombre cuyo mejor emblema es el equilibrista. Nietzsche es el filósofo de la ruptura con la tradición filosófica, un crítico a la historia que escribe una filosofía asistemática y ajena a la argumentación. En Nord-Sud 4-5 (1917) encontramos un poema de Paul Dermée titulado “Nietzsche” que resume esta otra lectura en términos muy parecidos a los que, desde 1919, Huidobro concibe en Altazor […]33 Si bien median tres décadas entre la época activa de la revista Nord-Sud (ca. 1917-1918) y la publicación de El hombre rebelde (1951), no es del todo descabellado pensar en unaprobable relación, incluso de cierta influencia, entre la poesía de vanguardia francesa y la vertiente del pensamiento existencialista de Camus, máxime cuando el ateísmo y la relación del hombre con Dios son temas centrales en sus reflexiones. En ese sentido, me parece importante señalar que la crítica ha pasado por alto indagar sobre la posible prefiguración de la filosofía existencialista en la obra de Vicente Huidobro, y que, al no ser éste el lugar para ahondar al respecto, dicha hipótesis podría ser terreno fértil para futuras reflexiones. 33 José Quiroga, “El entierro de la poesía: Huidobro, Nietzsche y Altazor”, Modern Language Notes. Hispanic Issue, núm. 2, vol. 107, marzo, 1992, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, p. 350. Capítulo I 25 Así pues, antes de dar paso a la exposición de la lectura que hace Camus de Nietzsche, cabe mencionar por último lo que el propio autor de El extranjero hace explícito: que el apartado de El hombre rebelde dedicado a Nietzsche se centra en la última parte de la obra del filósofo alemán, es decir, en la que va de 1880 a su muerte, acaecida en 1900, y que, en ese sentido, dicho apartado bien puede considerarse como “un comentario” a La voluntad de poder.34 Según Camus, la cruzada de Nietzsche comienza en el nihilismo. De tal forma, el autor de Así habló Zaratustra no fue el encargado de “asesinar” a Dios, sino que ya Lo había encontrado muerto. En efecto, aceptó el nihilismo como la mayor herencia de su tiempo al darse cuenta de que, tanto para él como para el resto de sus contemporáneos, resultaba ya imposible creer en cualquier cosa: el pilar principal con que sostenía el edificio de la fe y del ser en Occidente ―Dios― se había derruido por completo. Ante un panorama tal, desde su punto de vista, se volvía indispensable encontrar una nueva forma de vivir, una libre de toda la angustia y la contradicción que había conducido a sus predecesores rumbo a la inmovilidad, la desesperanza o la locura35, ya que de lo contrario la humanidad desembocaría irremediablemente en un Apocalipsis. En consecuencia, la cuestión que había que resolver era, para Nietzsche, la siguiente: ¿se puede vivir sin creer en nada?, y la respuesta que ofrece, como 34 Camus, op. cit., p. 92, n. 1. 35 Para el caso de la locura, piénsese en la novela Los hermanos Karamásov de Fiodor Dostoievski, entre otras cosas importante precursor del existencialismo. En dicha novela, uno de los personajes principales, Iván Karamásov, pierde la razón como resultado de su negación sistemática de la existencia de Dios en aras de un valor supremo: la justicia. Capítulo I 26 se corroborará más adelante, es afirmativa, y esto se verá reflejado también en la obra de Huidobro, más específicamente en Temblor de cielo. Pero, para conseguir lo anterior, el pensador alemán consideraba que antes era necesario destruir todos los obstáculos que aún obstruían la instauración del nihilismo absoluto, hacía falta eliminar todos los paliativos que aún intentaban maquillar la muerte de Dios. En ese sentido, se trataba de librarse de todo vestigio del antiguo régimen y de instaurar un nuevo orden. De tal modo el filósofo alemán eligió ejercer una “negación metódica” en oposición a la “duda metódica” cartesiana, pues, desde la perspectiva de Camus, Nietzsche fue el autor del Discurso del método de su tiempo.36 Una vez aceptado el nihilismo y llevado hasta sus últimas consecuencias, se enfrentaba un mundo que marchaba sin conducción ni guía, ya que la ausencia del Todopoderoso y de la voluntad divina implicaba que el mundo ya no tenía unidad ni finalidad alguna. Debido a que todo en el mundo se juzga con respecto a lo que debería ser ―llámese bien, ley, cielo, Dios, etc.― y debido a que ese deber-ser se había desvanecido en la nada, este mundo no podía ser juzgado con respecto a cosa ni persona alguna. Sin embargo, Nietzsche no detiene ahí su cruzada por instaurar el nihilismo absoluto; muy al contrario, se decide a trascender el problema moral que arrastró a tantos otros rumbo a la locura o la desesperanza, y lo transforma en una conquista más en su cometido. Para hacerlo, parte del hecho de que la moral no es 36 Camus, op. cit., p. 92. Capítulo I 27 sino un “signo de decadencia”, pues está consagrada a negar una parte de la existencia humana, aquella de las pasiones y los llantos, y dedicada, asimismo, a imponer una imagen falsa y parcial del hombre, puesto que apela a una concepción completamente imaginaria de aquello que “debería ser” un mundo armonioso. Nietzsche consideró así que el ateísmo no era el síntoma más grave del nihilismo, sino, en palabras de Camus: “l’impuissance à croire ce qui est, à voir ce qui se fait, à vivre ce qui s’offre”.37 Hacía falta entonces, para instaurar una nueva moral, destruir todo sistema de valores que negara el mundo tal cual es y ofreciera una imagen incompleta de la realidad. Una vez que se ha prescindido de la existencia de Dios y de toda moral, en especial de la cristiana, el hombre se encuentra en ese momento completamente solo en el mundo; sin amo ni guía. Camus nos dice que Nietzsche, al contrario de los románticos, sabía bien que semejante libertad no podía ser fácil, ya que, sin Ley y sin Cielo, el hombre se convierte en el responsable de todo lo que vive, de todo lo que, nacido del dolor, está condenado a sufrir la vida.38 Es en este punto donde los románticos no supieron encontrar más que desesperanza y angustia ―Jean Paul, Vigny― al descubrirse huérfanos y responsables de encontrar por ellos mismos un orden y una ley nuevos para el mundo. De tal forma, Nietzsche se topa también con el dilema que abordara Fiodor Dostoievski en Los hermanos Karamásov, personificando, en 37 Ibid., p. 93: “la imposibilidad de creer lo que es, ver lo que se hace, vivir lo que se ofrece”. 38 Nietzsche, apud Camus, op. cit., p. 97. Capítulo I 28 la figura atormentada de Iván Karamásov, este mismo callejón sin salida: “si nada es verdad, todo está permitido”. Pero el “primer nihilista perfecto de Europa”, como él mismo se hace llamar,39 no detiene aquí su marcha por alcanzar el nihilismo absoluto, sino que le da la vuelta a la impasse karamazoviana al trascender del “si nada es verdad, todo está permitido”, al “si nada es verdad, nada está permitido”. En efecto, Nietzsche llega entonces al mismo punto muerto de donde a su vez le fue imposible salir a Gérard de Nerval, ya que, como se vio en su momento, su Cristo, personificación de la reacción del poeta ante la muerte de Dios, se halla inmóvil, impotente, postrado, incluso incapaz del crimen, facultad que llega a envidiar del mismo Judas. Esto se debe a que la sensibilidad romántica de Nerval intuye, desde la poesía, la misma conclusión que Nietzsche alcanza en su negación metódica de todo lo que existe: “Il n’y a pas de liberté que dans un monde où ce qui est possible se trouve défini en même temps que ce qui ne l’est pas. Sans loi, point de liberté”.40 Sin un Dios sobre quien esté asentada la moral que dé sustento a toda ley, no hay libertad, se está preso en la inmovilidad y en la impotencia. Pero, como se dijo antes, Nietzsche se diferencia de los románticos e incluso de Dostoievski porque sabía las implicaciones de una libertad absoluta, y no sólo eso, sino que, consciente de ello, continuó el proceso de su empresa para desembocar en este preciso callejón sin salida con el propósito de seguir hasta las últimas 39 Nietzsche, La voluntad de poder, p. 32. Capítulo I 29 consecuencias, y que, en el límite, el hombre no tuviera más opción que renunciar a todo, al mundo preconcebido por todo sistema moral sustentado en Dios,y se lanzara a la creación de sus propios valores, a crear un mundo nuevo. Sí, crear, y todos los vínculos con el creacionismo que esta palabra pueda sugerir al lector de ahora en adelante no son en absoluto fortuitos. “Quand on ne trouve pas la grandeur en Dieu, dit Nietzsche, on ne la trouve nulle part; il faut la nier ou la créer”.41 En este orden de ideas, ya que, como se ha visto, no fue Nietzsche quien se dio a la tarea de destruir la grandeza de Dios, sino que de ello se encargó el mundo que lo circundaba, la tarea a la que se abocó el filósofo alemán fue entonces la de crear dicha grandeza prescindiendo de Dios. La empresa del autor de Así habló Zaratustra por crear esta grandeza se da entonces a partir de un movimiento de renunciación absoluta, uno que orille al hombre al extremo de la soledad y la máxima miseria del espíritu ―como la (del Cristo) de Nerval―, sólo así, según la interpretación de Camus, en el límite de este “ascetismo” (como este último lo llama), el hombre se verá forzado a la creación o a la muerte. Así pues, tras un largo proceso de negación y destrucción se vislumbra al fin el momento de la creación y la afirmación; Nietzsche le descubre entonces al hombre que: “la terre est sa 40 Camus, op. cit., p. 98: “Sólo hay libertad en un mundo donde lo que es posible se encuentra definido al mismo tiempo que lo que no lo es. Sin ley, no hay libertad”. 41 Idem : “Cuando no se encuentra la grandeza en Dios, dice Nietzsche, no se encuentra en ninguna parte; hace falta negarla o crearla”. Capítulo I 30 seule vérité, à laquelle il faut être fidèle, sur laquelle il faut vivre et faire son salut”.42 Pero para aceptar esta verdad, hace falta una aceptación total de todo lo que existe y de todo lo que está por venir; en palabras de Camus: “accepter l’inacceptable et se tenir à l’intenable”.43 Es por eso que Nietzsche afirmaba, como se vio antes, que el síntoma más peligroso del nihilismo no era el dejar de creer en Dios, sino la incapacidad de creer en lo que existe. Sólo mediante esta afirmación es posible dejar atrás el atolladero de un mundo sin Dios, sin ley, sin bueno ni malo, sin prohibiciones pero sin propósitos. Nietzsche, de acuerdo con la interpretación de Camus, le propone al hombre: “d’admettre son innocence, d’affirmer qu’il ne relève pas du jugement puisqu’on ne peut le juger sur aucune intention, et de remplacer par conséquent tous les jugements de valeur par un seul oui, une adhésion entière et exaltée à ce monde”.44 De tal forma se espera que una “alegría infinita” surja de la “desesperanza absoluta”, ya que, para ser libres, sólo hace falta aniquilar todo fin y propósito que quiera imponérsele al mundo, y, en cambio, amar, amarlo todo en tanto que el mundo es necesario. Según Camus, la definición paradójica de libertad que ofrece Nietzsche es: “L’adhésion totale à une nécessité totale”.45 Lo que hace falta entonces, según el pensamiento 42 Ibid., p. 99: “la tierra es su única verdad, a la que se debe ser fiel, sobre la cual hay que vivir y hallar salvación”. 43 Idem : “aceptar lo inaceptable y atenerse a lo insostenible”. 44 Idem: “admitir su inocencia [la del mundo], afirmar que no tiene nada que ver con ningún juicio, puesto que no se le puede juzgar intención alguna, y reemplazar, en consecuencia, todos los juicios de valor por un solo sí, por una adhesión entera y exaltada a este mundo” 45 Idem: “La adhesión total a una necesidad total”. Capítulo I 31 nietzscheano, es decir sí a este mundo tal cual es y a lo que se es en ese mundo tal cual es; decir sí, no sólo a “lo bueno”, sino también ―y sobre todo― a “lo malo”: a la carencia, el sufrimiento, el dolor, la muerte misma; a todo lo que es necesario que sea. Se trata, en pocas palabras, de hacer de la fatalidad el nuevo Dios, de abrazar y bendecir esta fatalidad que hace al mundo tal cual es, y de ya no odiarla más imponiendo a la existencia finalidades y propósitos que le son del todo ajenos. El mundo así, en tanto fatal y gratuito, también se hace divino, y el hombre, sólo mediante la afirmación total del orbe y su fatalidad, como de él mismo, es como finalmente puede aspirar a convertirse en Dios, sólo cuando está dispuesto a repetirlo todo y repetirse eternamente es como puede el hombre re-crear el mundo y a sí mismo, convertirse en artífice del mundo, en Creador: “Le message de Nietzsche se résume dans le mot création, avec le sens ambigu qu’il a pris”.46 La creación se revela así como el punto esencial de la relación que media entre la obra de Nietzsche y Huidobro con respecto a la Muerte de Dios. Para el filósofo, la creación es el único medio para superar el trauma de la orfandad espiritual del ser occidental, convirtiéndose así el hombre en una divinidad en sí misma. La pregunta que surge entonces es si la poética creacionista del poeta santiaguino cumple un papel similar cuando se enfrenta desde la poesía al problema del luto celeste. A mi parecer, la clave para hallar una respuesta a esta interrogante se encuentra precisamente en el ingrediente que Huidobro agrega 46 Ibid., p. 101: “El mensaje de Nietzsche se resume en la palabra Capítulo I 32 la cuestión: la poesía. Como se verá más a detalle en los capítulos II y III, para el antipoeta y mago, la poesía, una poesía renovada, es el único vehículo viable para superar el estado de orfandad y abandono espiritual cifrados en la muerte de Dios, y en ese sentido Altazor, pero sobre todo Temblor de cielo son la concreción más lograda de la empresa huidobriana por renovar la palabra poética, por restaurar las facultades creadoras que tuviera durante la creación al ser blandidas por Dios, para elevarse a sí mismo a un estado divino y crear así un mundo nuevo que deje atrás la inmovilidad y la angustia de sus antecesores. A lo largo de este capítulo quedó de manifiesto que el tema de la muerte de Dios no es nunca abordado de la misma manera. Pudo apreciarse asimismo la forma en que, desde sus primeras manifestaciones durante el romanticismo europeo, el tema fue transformándose a medida que distintos autores se confrontaron con una realidad abandonada, carente de todo fin ulterior y principio rector. Así, las posturas adoptadas dichos autores oscilaron entre la desesperanza, la inmovilidad y la locura —en el caso de los románticos—, cuando no en una ascesis de negación que pugnaba por llevar al ser humano hasta los límites de su resistencia que lo orillara a abandonar sus viejos valores y a abrazar un mundo nuevo nacido de sus propias facultades creadoras —Nietzsche. creación, con el sentido ambiguo que ha tomado esta palabra”. Capítulo I 33 Así, la obra de Huidobro se perfila no como la reedición de un problema ya abordado y superado con anterioridad por autores de otros tiempos y latitudes, sino como un aporte original que denota nuevos elementos, como lo son —hasta ahora— el de la palabra creadora y el poeta. 34 34 II. Antecedentes de la muerte de Dios en la obra de Huidobro EN LOS APARTADOS PRECEDENTES se hizo el esfuerzo por señalar ciertos hitos relevantes que permitan orientarse más fácilmente en el agreste territorio de los significados y las implicaciones múltiples de la muerte de Dios. Lo anterior tuvo, entre otros, el propósito de poder ubicar y diferenciar, una vez concluida la exploración, el lugar que ocupa Temblor de Cielo a lo interno de un territorio ya más andado y familiar, en donde incluso fue posible hallar cierto proceso de transformación. Sin embargo, antes de profundizar en el análisis del poema de largo aliento del que se ocupa esta
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