Logo Studenta

El-discurso-alegorico-en-Clemencia-de-Ignacio-Manuel-Altamirano

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

1 
 
 
 
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA 
DE MÉXICO 
 FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS 
SISTEMA ESCOLARIZADO 
 
 
EL DISCURSO ALEGÓRICO EN CLEMENCIA DE 
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO 
 
 
 
 
 
T E S I S 
 
 
 
 QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: 
 
 LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS 
HISPÁNICAS 
 
 
 
 
 P R E S E N T A : 
 
 
 
 
 LUIS ALBERTO OROPEZA GÓMEZ 
 
 
 
 
 
 ASESOR: MTRO. RICARDO MARTÍNEZ LUNA 
 
 
CIUDAD DE MÉXICO 2019 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal 
del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). 
El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea 
objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
2 
 
DEDICATORIA 
 
 
Quiero dedicar este trabajo a mi padre 
por esforzarse incansablemente en su labor como consejero y guía; 
a mi madre 
por su extraordinario don de la omnipresencia, 
por estar donde fuera, cuando fuera… siempre. 
Dedico también este cachito de mi vida 
a la mujer que ha prometido acompañarme 
en cada una de mis ideas locas, 
a la dama de las eternas puntas rojas. 
Y, por último, para cerrar este breve capítulo, 
quisiera gritarte a todo pulmón… 
que lo logramos, 
y que la única verdad irrefutable de la vida 
son el sacrificio y la felicidad, 
que como los amores incomprendidos 
se borran y se escriben siempre juntos. 
Berenice, te amo, 
por ser mi luz 
para entenderlo. 
 
 
 
 
 
 
3 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
Quiero agradecer a la Universidad Nacional Autónoma de México por abrirme las puertas 
y por formarme con los valores y principios de la institución. Asimismo, mi más sincero 
agradecimiento a la Facultad de Filosofía y Letras por su cobijo en el campo de las 
humanidades durante estos años de licenciatura, tiempo en el que he comprendido que 1) la 
ética y la templanza son y deben seguir siendo cualidades indiscutibles en los 
profesionistas, 2) que a pesar de que el mundo externo nos aparte, los egresados tenemos la 
obligación de dirigirnos con vocación y convicción, y 3) aquí comprendí que nunca, 
absolutamente nunca, debemos dejar de soñar, porque no existe mayor prisión que los 
barrotes con los que encerramos a nuestra propia imaginación. 
Quiero aprovechar para agradecer al catedrático, investigador, académico y valioso 
ser humano, al maestro Ricardo Martínez Luna, por su apoyo, paciencia, compromiso y 
comprensión en el desarrollo profesional de jóvenes estudiantes. 
También mi total gratitud a la catedrática y leal promotora de la educación 
universitaria, la maestra Rosaura Herrejón García por su notable compromiso y atención en 
este trabajo escrito. 
Sin duda, es para mí difícil resumir qué tan agradecido estoy con el doctor y 
extraordinario profesor Luis Alfonso Romero Gamez, por sus sabios consejos, amplia 
perspectiva y constante apoyo en este proyecto. 
De esta manera, agradezco el tiempo y la atención al reconocido doctor y poeta 
César Eduardo Gómez Cañedo, quien es visto por jóvenes escritores como un visionario de 
las letras mexicanas. 
Y para finalizar, mi profundo agradecimiento al doctor Héctor Fernando Vizcarra, 
por su sinceridad y apoyo en todo momento. 
4 
 
Tabla de contenido 
Índice 
El discurso alegórico en Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano 
Introducción………………………………………………………………………….... 5 
1. Contexto histórico-político……………………………………………………. 10 
1.1.México (1862-1875)………………………………………………………. 11 
1.2.El Estado Nación………………………………………………………….. 20 
2. La misión del escritor…………………………………………………………. 29 
2.1. Literatura empeñada: reivindicación de la literatura frente a la sociología..30 
2.2. Refrenar el vuelo de la imaginación: los escritores mexicanos……………33 
2.3. Ignacio Manuel Altamirano: hombre de su tiempo………………………..39 
3. Clemencia: la novela……………………………………………………………44 
3.1.Recepción y recuperación de la obra: interpretación de la época y lecturas 
contemporáneas……………………………………………………………..45 
3.2.Clemencia: historia, geografía y lengua…………………………………….56 
3.3.Personajes: Clemencia, la patria perdida; Valle, el modelo del ciudadano 
patriota………………………………………………………………………62 
Conclusiones…………………………………………………………………………….89 
Epílogo o brevísima biografía de El Maestro Altamirano………………………………95 
Anexo……………………………………………………………………………………100 
Bibliografía………………………………………………………………………………105 
 
 
 
5 
 
Introducción 
El siglo XIX significó una reformulación de las políticas nacionales y una muestra de los 
primeros resultados de la modernización en todo el mundo. En Europa, la economía de los 
países industrializados iba en crecimiento, por lo que estos globalmente se concebían como 
potencias, mientras que en su interior iban notándose las marcadas diferencias entre las 
clases altas y las clases pobres y, al mismo tiempo, iban afirmándose como las naciones con 
mayor fuerza en el planeta en comparación con los que se volverían dependientes de ellos. 
En América, en cambio, los pueblos conquistados apenas se rebelaban a sus opresores, 
negándose a la continuidad de ser sometidos. Durante el periodo decimonónico, las 
traiciones y las pruebas de lealtad fueron definitorias para el reconocimiento del heroísmo y 
la villanía, o de la distinción entre el modelo a imitar y lo que más bien iría en contra de la 
patria, contrapartes indispensables en la constitución de aquellos pueblos que querían 
mostrarse económica, política y, sobre todo, culturalmente independientes. No obstante, 
una tarea de unificación implicaba la participación de todos los integrantes de una misma 
sociedad, ¿pero cómo hacerlo cuando las guerras internas y las invasiones no habían hecho 
más que diseminar a la población? La constitución y solidez de un país no era suficiente sin 
el reconocimiento e identificación de los individuos como ciudadanos pertenecientes a 
dicha nación. Ante ello, la labor unificadora también la asumieron los intelectuales de la 
época, quienes desde entonces entendieron que el rasgo más distintivo en el hombre es su 
cultura, es decir, toda la colección de símbolos que lo definen como miembro de un mismo 
grupo. 
Formándose en México dos bandos, los liberales y los conservadores, eran 
justamente los primeros los que buscaban alcanzar un país libre y soberano. Los artistas, 
6 
 
para este caso los escritores, pretendían elaborar obras que enorgullecieran los elementos 
nacionales, alentaban un sentimiento patriótico, de modo que los individuos aceptaran 
positivamente su historia y su presente, y quisieran progresar sintiéndose ya pertenecientes 
entre sí. Ignacio Manuel Altamirano Basilio fue uno de esos intelectuales. Creador de 
múltiples obras, cabe rescatar Clemencia, una narración amorosa que incluye referencias 
conductuales y sugerencias de comportamiento para ser un ‘buen mexicano’, mostrando un 
modelo patriótico a seguir por el ciudadano nacional. 
La novela ha sido revisada recientemente desde el polo histórico-social, tomando a 
un solo personaje, Clemencia, y omitiendo los aciertos estilísticos (Cruz Aparicio, 2018); 
desde la comparación literaria, alejándose del contexto (García Sánchez, 2012); y desde el 
marco de vida de Ignacio Manuel Altamirano con una perspectiva muy general de sus obras 
(Bleznick, 1948). Se ha revisado también la particularidad de los personajesrespecto a sus 
características opuestas, entre Fernando Valle y Enrique Flores o Isabel y Clemencia 
(Gutiérrez León, 1971), o también se han extraído datos más generales que brinda la obra 
sobre los códigos de conducta de hombres y mujeres de la época. 
La literatura no se trata de ignorar o sobrevalorar el entorno. Una obra literaria no es 
una mera respuesta al ambiente, ni una pieza cultural independiente a él. Ante ello, además 
de describir las diferencias, similitudes o contrariedades entre los personajes, hay que 
encontrar el posible propósito del autor de acuerdo a lo que buscaba simbolizar en cada uno 
de ellos o, al menos, con los principales. Difícilmente se atienden los recursos estilísticos 
empleados para la construcción y significación de Clemencia y Fernando Valle, cuyo 
discurso se basa en la dependencia, maximizando así lo que pretenden proyectar, según los 
intereses de Altamirano en ‘su misión como escritor’. 
7 
 
La pregunta eje de esta investigación será entender lo que representa Clemencia 
como personaje dentro de la novela, ya que profundizar en ella ofrecerá, a su vez, una 
significación distinta de Fernando Valle. ¿Es el personaje Clemencia una alegoría cuyo 
sentido figurado alude a una referencia simbólica de alcance nacional, es decir, a la patria 
misma? De ser esto así, ¿es la muerte de Fernando Valle un suicidio romántico, como 
propone Adriana Sandoval en su texto Fernando Valle: un suicida romántico, en 
Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano? ¿O puede traducirse como un sacrificio, en 
vista de que Clemencia implica más que un personaje femenino? Esta respuesta, a su vez, 
implica que Fernando Valle refleja un modelo del ciudadano patriota. Para llegar a una 
conclusión favorable, se discutirá con los argumentos de Sandoval (2007), Lander (2001), 
Gomáriz (2001), Gutiérrez León (1971) y Abud (2003), quienes –a fin de que esta 
introducción no se vuelva excesivamente extensa– abordan a un personaje protagonista, sea 
Fernando Valle o Clemencia para interpretar su significado y posible función. 
En lo que respecta a este trabajo, se comprobará que la acción final de Fernando 
Valle puede ser vista como un sacrificio por su gran amor, Clemencia, quien dadas sus 
cualidades y función dentro de la novela, seguramente significa mucho más que una mujer 
coqueta del México decimonónico, inscribiéndose en ella dos sentidos, uno preciso y otro 
figurado, cuya alusión literaria obedece a algún tropo del discurso. Se demostrará, además, 
que el entendimiento de ambos personajes es mediante su interrelación. 
Los objetivos de esta investigación son claros. La revisión histórica no sólo es 
prudente, sino requerida para el conocimiento de las necesidades sociales y artísticas, 
convirtiéndose ésta en el primer objetivo a desarrollar en este trabajo: ¿qué sucedía en 
México durante la segunda mitad del siglo XIX, entre 1862 y 1875? y ¿cuál era el propósito 
de los escritores de la época? Bien se sabe que el arte es la objetivación de la cultura, de las 
8 
 
percepciones, los pensamientos y las emociones, por lo que no resulta extraño repasar que 
una de las principales preocupaciones de la época consistía en la formación y 
autoconvencimiento de una identidad mexicana que diera solidez al estado. Por ello, el 
segundo objetivo será responder a las preguntas ¿qué es identidad?, ¿cómo se construye?, 
¿qué es el Estado y qué es Nación? y ¿cómo se consigue el logro del Estado-Nacional? 
Éstos son los cuestionamientos que habrá que definir para entender las razones que llevan a 
la creación de dichas obras, en especial la que es de nuestro interés, Clemencia de 
Altamirano, poniendo atención en los conceptos de otras ciencias o disciplinas, tales como 
cultura, mente, lengua, realidad, con el cuidado necesario. El tercer objetivo de esta 
investigación será demostrar la razón por la cual Altamirano utilizó una alegoría literaria 
para fomentar un sentimiento patriótico, pues ¿quiénes más pueden asumir la misión social 
y cultural sino aquellos que podían hacer de la simbología elementos de identificación? Los 
artistas, ya fueran pintores (José Guadalupe Posada, pintor, grabador y caricaturista), 
músicos (por ejemplo, Francisco González Bocanegra en la letra del Himno Nacional 
Mexicano) y literatos (Ignacio Ramírez con su contribución a los periódicos de la época), 
tenían un proyecto nacional y distintos modos de promover aquella identidad. Todas las 
piezas circundan a la obra con el fin de profundizarla más adelante, y encontrar, según la 
evolución de los argumentos, la alegoría en Clemencia y su función y, con ello, una nueva 
interpretación a la acción de Valle previo a morir. El cuarto y último objetivo a cumplir en 
este trabajo es ser fuente primaria de consulta para investigaciones futuras, texto inmediato 
para las nuevas generaciones, funcional y entendible para otros investigadores o tesistas. 
Para lograr estos propósitos, el presente trabajo se dividirá en tres apartados 
generales. El primero remite a un breve estudio del contexto histórico político de México 
durante la segunda mitad del siglo, acentuando la diferenciación entre el país como Estado, 
9 
 
es decir, una figura política y el país como Nación, es decir, una construcción cultural. El 
segundo se centrará en la descripción de los exponentes literarios del periodo, enfocándose 
en Ignacio Manuel Altamirano, autor guerrerense cuya obra Clemencia dio pie a esta 
investigación. Y el tercero atiende al análisis pleno de la novela. En este apartado, el lector 
se encontrará con tres subdivisiones temáticas: los elementos contextuales que rodean la 
historia de la obra, tal como la lengua, la historia y la geografía mexicanas; la recepción 
durante el periodo que tuvo la obra en cuestión; la descripción física, sociológica y 
psicológica de los personajes, de acuerdo con el modelo tridimensional de Lajos Egri, y la 
relación de Clemencia y Fernando Valle en función de la alegoría que representa la 
primera. Además, el lector se encontrará con un epílogo o brevísima biografía de El 
Maestro Altamirano, que tiene el propósito de plantear su vida en unas cuantas líneas, en 
auxilio de todos aquellos estudiantes que no pueden encontrar biografía y análisis en una 
misma obra. 
Después de haber encontrado en la presente introducción un brevísimo repaso 
histórico y artístico, de haber expuesto la problemática a resolver y tesis a defender, de 
haber presentado los objetivos a cumplir y la estructura de la investigación, es momento de 
que el lector acompañe este estudio hasta su desenlace. 
 
 
 
 
 
 
10 
 
1. Contexto histórico-político 
 “… El nacionalismo es de origen criollo, a pesar de que tuvo manifestaciones variadas. El hecho de 
que los criollos se denominaran a sí mismos simple y llanamente ‘americanos’ llevaba implícito 
este incipiente nacionalismo.” 
Miguel Ángel Gallo T. 
 
 
Imagen extraída de https://warfarehistorynetwork.com/daily/military-history/viva-el-cinco-de-
mayo-the-battle-of-puebla/ con fines exclusivamente académicos. 
https://warfarehistorynetwork.com/daily/military-history/viva-el-cinco-de-mayo-the-battle-of-puebla/
https://warfarehistorynetwork.com/daily/military-history/viva-el-cinco-de-mayo-the-battle-of-puebla/
11 
 
1.1. México (1862-1875) 
El objetivo de este capítulo es contextualizar al lector en los acontecimientos sociales que 
rodearon la creación de la obra (conflictos, ideologías y resoluciones), situaciones que 
seguramente dieron paso a un sentimiento o impulsaron una idea para escribir; se centrará 
en la importancia histórica del periodo conocido como República Restaurada. 
La promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos el 5 
de febrero de 1857 selló el triunfo liberal frente al bando conservador, que establecía un 
régimen democrático, carente de un mandato centralizado.
1
 Aquélla exigía el 
reconocimiento deuna autonomía política, es decir, una delimitación geográfica con juegos 
de economía a su interior, comandada por sujetos provenidos de su propio espacio. La 
misión libertadora derrotó entonces al centralismo, que era la resistencia al cambio radical e 
impugnaba la continuación del viejo gobierno monárquico. Negaba que el nuevo territorio 
fuera capaz de sostenerse a sí mismo de acuerdo con su tradición. Sus miembros eran afines 
al clasicismo, corriente que, según su composición, los mantuvo poseedores de la lengua y 
de la pragmática, y sabedores de la filosofía y de la literatura clásica, siempre resistentes al 
dinamismo. En su lugar, se hallaba el éxito del federalismo que proponía un gobierno que 
se repartiría en tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, distribución que 
permanece hasta nuestros días. Se conformaba efectivamente por los liberales, hombres 
románticos que idealizaban la posibilidad de construir una nación a pesar de las dificultades 
recién acontecidas. En ella se estableció que: 
 
1
 Planificada apenas un año anterior por el Congreso Constituyente, su decreto evidenció la victoria 
por la instauración de un territorio geopolíticamente libre, objetivo de la Independencia de 1810: un 
macromovimiento libertario socio-político-ideológico, resuelto en una revuelta masificada en la que 
habían figurado las castas más desafortunadas de la época, y que buscaba el desprendimiento con el 
yugo español. 
12 
 
En este estatuto se garantizaron los derechos del hombre: libertad y derecho a la protección 
de las leyes, libertad de educación y de trabajo, libertad de expresión, de petición, de 
asociación, de tránsito, de propiedad; se incluyó también la igualdad ante la ley y el derecho 
de no ser detenido por más de tres días sin justificación. (Zoraida, 2010: 121) 
 
La invasión francesa es la consecuencia de la derrota de los conservadores en la 
Guerra de Reforma, que comprende de 1858 a 1861, trayendo consigo las Leyes de 
Reforma. Sebastián Lerdo de Tejada y Melchor Ocampo junto a Juárez acordaron que éstas 
consistirían principalmente en la “nacionalización de bienes del clero, separación de la 
Iglesia y del Estado, supresión de órdenes religiosas (cofradías, congregaciones y 
hermandades), matrimonio y registro civiles, secularización de cementerios y, finalmente, 
libertad de cultos.” (Zoraida, 2010: 123) La también llamada Guerra de los Tres Años 
provocó una “crítica situación financiera”, catástrofe aprovechada por Francia, pues los 
conservadores vencidos acudieron con el emperador, Napoleón III, para negociar las 
posibilidades de su fuerza y restaurar en México el viejo gobierno monárquico. 
Más allá de esa propuesta, la invasión francesa realmente fue la resolución para 
hacer cobrar al país la exorbitante cantidad que se debía hasta entonces, déficit que había 
afectado de sobre manera a la sociedad mexicana. La deuda de México con España, 
Inglaterra y Francia ascendía a $82, 315,447.00 por las tres naciones. El primer país no dio 
uso a las armas como exigencia de pago debido a su situación interna, afectada 
continuamente por levantamientos. Aunque eso no implica que en el fondo el gobierno 
español anhelara recuperar su viejo territorio, como lo había hecho en 1829, tras la fallida 
empresa del brigadier Barradas. El segundo conocía la situación de México y estaba 
dispuesto a atacar, más como una presión al país por conseguir la liquidación de su deuda. 
Pero recibir lo que merecía no era más que una posibilidad, por lo que el riesgo era mucho 
para una intervención así. No sucedió de esa forma con Francia, nación a la que se debía 
13 
 
menos. Más bien, justamente Napoleón III, apodado “El pequeño”, veía en México “un 
campo fértil” y “un país desgarrado por las luchas intestinas, en grave crisis económica, sin 
un ejército poderoso, carente de una marina” (Garfias, 1992: 13-14). En afán de un 
beneficio propio, protegiendo los intereses de cada uno, los tres países se reunieron el 31 de 
octubre de 1861 en La Convención de Londres para acordar la invasión en México y 
asegurar de algún modo el pago de la deuda. Ocurrió, pues, el ataque, apoyado 
ostentosamente por tropas españolas, en las que aparecían dos brigadas de infantería con un 
total de 5373 gendarmes; con una caballería compuesta por 173 hombres, más un amplio 
número de soldados por parte de la nación española, que, fuertemente, arremetía con un 
total de 6234 hombres dispuestos a caer en combate. Francia no fue la excepción, pues 
estaba distinguida por 9 compañías del 2º Regimiento: 
1 batería de artillería de montaña. 
1 batallón de Zuavos. 
1 pelotón de Cazadores de África. 
1 destacamento de 100 hombres del tren de equipajes. 
1 sección de ambulancia ligera, compuesta de: 3 médicos, 2 oficiales de administración y 24 
enfermeros. 
1 sección de 21 obreros. 
1 destacamento de 20 zapadores. 
Con un efectivo de 300 hombres. (Garfias, 1992: 18) 
 
Juárez entonces mandó a llamar al pueblo, exigiéndole valentía y defensa a la Patria, 
porque, aunque hizo lo posible por impedir un combate, sí dejó en claro que ningún invasor 
“intentase humillar a México, desmembrar su territorio, o tal vez extinguir su 
nacionalidad.” (Garfias: 19) Los primeros enfrentamientos sucedían en diversos campos, 
siempre unos con numeroso ejército, siempre otros con infranqueable resistencia, de tal 
modo que Francia se había visto con un contrincante que no doblaría las armas: “El 
poblado estaba prácticamente desierto, lo cual confirmaba las sospechas de los jefes 
franceses acerca de que los conservadores los habían engañado con falsas promesas de que 
14 
 
el pueblo se volcaría en favor de ellos al considerarlos los libertadores de un gobierno 
opresor.” (Garfias: 40) 
Pero al entrar las tropas europeas, se encontraron con una resistencia comandada por 
el general de la Guarnición Nacional, Ignacio Zaragoza, y la derrota francesa en Puebla –el 
entonces ejército más poderoso del mundo– fue eminente. Aproximadamente a las nueve de 
la mañana del día 5 de mayo de 1862, las tropas mexicanas vieron levantarse el polvo, 
causado por una "columna francesa" que parecía dirigirse "hacia la Garita de Peaje, donde 
se detuvo, lo cual hizo comprender que el ataque se realizaría sobre los cerros de Loreto y 
Guadalupe" (Garfias: 44). Zaragoza había previsto un ataque al centro de la ciudad, por lo 
que dispuso del General Miguel Negrete justamente en Loreto y Guadalupe; próximo a él, 
el General Felipe Berriozábal en la falda del cerro; el Coronel Lamadrid en barrio de Sola; 
el General Porfirio Díaz en la ladrillera de Azcárate; y el General Alvarez no lejos de Díaz. 
Las balas se pronunciaron por ambos bandos, la polvareda incrementó y los 
enfrentamientos cuerpo a cuerpo se hicieron presentes, con estrategia y corazón los 
mexicanos, con preparación y armamento los invasores; pero ni aun así pudieron estos 
contener la línea, porque los franceses terminaron retrocediendo al menos por tres veces, 
finalizando con: “482 bajas [francesas]; de ellas 15 oficiales muertos, 20 heridos, 162 
soldados muertos y 285 heridos y dispersos (...) Las bajas mexicanas fueron 4 oficiales y 79 
de tropa muertos, 17 oficiales y 115 de tropa heridos y 12 dispersos (...).” (Garfias: 52) 
El conflicto terminó a las 17:00 horas, con victoria momentánea para el ejército 
mexicano. Las noticias no se hicieron esperar. Un periódico de nombre La Unión valoraba 
mucho más en su publicación la gallardía del General Negrete sobre la del propio Ignacio 
Zaragoza. Aun así, la hazaña del valeroso militar fue recordada años después, durante la 
República Restaurada, como un símbolo nacional, bajo la denominación de La Batalla de 
15 
 
Puebla del 5 de mayo. Pero se trató de una gloria efímera, ya que el disgusto de Napoleón 
III consistió en integrar treinta mil soldados mása cargo de Federico Forey, y así el diez de 
junio de 1863 caía el ejército mexicano, ocasionando el escape de Juárez de la Ciudad de 
México a Monterrey con el fin de reorganizarse.
2
 
Una vez establecido cuál sería el tipo de gobierno, el 19 de julio de ese mismo año 
se convocó a una Junta Suprema de Gobierno, en la que se eligió al archiduque 
Maximiliano de Habsburgo como encargado de tal empresa.
3
 La Junta de Notables sirvió 
para decidir el futuro de México. En ella se dijo que debido a la unión de un federalismo y 
una libertad, se encaminaba siempre a la anarquía, de allí que la monarquía sería la medida 
justa para el país. El gobierno se establecería, entonces, en una “Monarquía moderada”. Los 
desacuerdos no tardaron en aparecer, sobre todo porque el austriaco tomó muy serio su 
papel como nuevo dirigente del país. Apegado a una concepción patriótica, se negó a las 
demandas del Nuncio Papal, que implicaban “suprimir la tolerancia de cultos y la 
nacionalización de los bienes del clero”. No conforme con ello, para 1865, Maximiliano 
exponía el Código Civil: “(…) una ley devolvía las tierras a los pueblos indígenas y las 
otorgaba a los que no las tenían. Su ley laboral previó una jornada máxima de 10 horas, la 
anulación de deudas mayores de 10 pesos, la prohibición de castigos corporales y la 
limitación de tiendas de raya.” (Zoraida: 127); además de dedicarse a permitir el libre 
 
2 Napoleón III envió una carta al General Federico Forey, en la que le explicaba la manera correcta 
de comportarse ante los mexicanos dada la nueva situación que la nación enfrentaba. Ver anexo: 
figura 1. 
3
 Ante esta decisión, hubo molestia por parte de Forey, quien esperaba algún cargo importante tras 
sus acciones militares. Pero fue un acto no concedido por Napoleón III. Resulta natural la negativa, 
dado quizá por el carácter que tenía el militar, mismo que puede notarse en el manifiesto que da al 
pueblo mexicano después de recibir las órdenes ya expuestas, discurso que finaliza con “Pero 
declararé enemigos de su patria a aquellos que se muestren sordos a mi voz conciliadora y los 
perseguiré donde quiera que se refugien”, voz que conserva un tono muy diferente al precedido por 
Napoleón. Esta exposición también puede seguirse en Villegas, 2010. 
16 
 
tránsito de la educación y de la investigación científica. Maximiliano de Habsburgo, similar 
a Juárez, promueve la libertad de cultos y la nacionalización de bienes eclesiásticos, lo que 
evidentemente trajo consigo el disgusto por parte de la Iglesia Católica; incluso, le ofrece al 
mexicano un importante cargo en la nueva administración, pero esta oferta es declinada por 
el reconocido Benemérito de las Américas. 
Los sucesivos enfrentamientos ocurridos durante el siglo XIX, tanto con naciones 
europeas como conflictos internos, a causa de la promesa independiente, proclamaban con 
persistencia la implementación de un proyecto de nación, que diera estabilidad económico-
politico-social al país, mismo que sólo vio la luz una vez que Juárez se erigió en el poder de 
1867 a 1871 y venciera con ello al ejército francés. Napoleón III temía una guerra con 
Prusia, de allí que retirara sus tropas de las aduanas, siendo que aún las administraba, lo que 
trajo consigo un déficit económico y un descontrol al interior del país. No tardó Porfirio 
Díaz en tomar la capital, al tiempo que las tropas de Maximiliano aminoraban. El gobierno 
con rasgos liberales, la reafirmación en la separación de la Iglesia y el Estado, la 
culminación de la Guerra Civil norteamericana que tuvo inclinación por Juárez en el poder 
mexicano y la repentina decisión de Napoleón III de retirar sus tropas contribuyeron a 
reducir el número de simpatizantes de Maximiliano. La opción de abdicar del emperador y 
los viajes de su esposa Carlota a Europa buscando ayuda evidenciaban la pronta caída del 
imperio francés. Mientras tanto, Juárez, que se había resguardado en el Paso del Norte, 
Chihuahua, avanzaba hacia el sur recuperando territorio nacional hasta que sólo quedaban 
Puebla, Ciudad de México y Querétaro, nuevo centro del imperio después de que 
Maximiliano abandonara el Castillo de Chapultepec. 
Los franceses se vieron rodeados por los republicanos, quienes aminoraron sus vías 
de escape y sus diferentes recursos. Después de difíciles tres meses, Maximiliano ya se 
17 
 
hallaba sentenciado al pelotón, dícese que por una traición del coronel Miguel López, sólo 
defendido por un par de juristas que lo exigían con vida. Pero Juárez los rechazó porque 
debía hacer lo correcto y, como mexicano, cumplir su deber, mandándolo a fusilar el 14 de 
junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, Querétaro, junto a los generales Miguel 
Miramón y Tomás Mejía, consolidando con ello la victoria Juarista y la Restauración de la 
República: “En sus últimas palabras Maximiliano hacía votos porque su sangre ‘sellara las 
desgracias de mi nueva patria’.” (Zoraida: 128) 
Las prontas elecciones pusieron a Juárez nuevamente en la presidencia, sólo que 
ahora aparecían a la par dos bandos enfrentados entre sí, seguramente a consecuencia de las 
decisiones electorales: los intelectuales que apoyaban la Reforma, pertenecientes a la 
generación del Benemérito de las Américas y los militares que, como Díaz, sobrevaloraban 
la intervención y ambicionaban el poder. Está claro que a Juárez se deben los cimientos de 
la inclusión del país en el proceso de modernización, como la exploración de nuevas 
técnicas agrícolas y el desarrollo de la industria nacional, siempre encabezado por el 
estandarte de la educación:
4
 “Las mismas causas obstaculizaron la normalización de la vida 
económica, aunque la minería se modernizó, lentamente, se inició la industrialización 
mejorando la producción agrícola, pero los frutos se cosecharían en el Porfiriato.” (Zoraida: 
139) Hay un pronunciamiento de la “gratuidad, laicidad y obligatoriedad” (Gallo, 2000: 
122) de los niveles de educación, desde la primaria, la secundaria, la preparatoria y la 
 
4
La importancia de Benito Pablo Juárez García en la historia mexicana se debe a que él también 
fomentó la inclusión del país a la modernización, bajo la imagen dignificada de las naciones 
europeas. Más allá de la recuperación de los impuestos, “la reorganización de la administración y la 
hacienda” en palabas de Josefina Zoraida, y las relaciones que únicamente mantenía con Estados 
Unidos de América, Juárez se destacó por la construcción de escuelas, método que él consideraba 
estructural para alcanzar la modernización. 
18 
 
profesional. Por tanto, el 3 de febrero de 1868 se inaugura la Escuela Nacional Preparatoria, 
que difunde una educación positivista, encabezada entonces por Gabino Barreda, 
quien distinguía también tres estadios sucesivos de desarrollo: el teológico o religioso militar, 
representado por la época en que el dominio social lo detentaban los grupos conservadores 
del clero y el ejército; el metafísico o anárquico-liberal, identificado con el periodo de la 
lucha entre liberales y conservadores y el triunfo de los primeros; el positivismo o 
“científico”, que tras la victoria de los reformadores liberales en 1867 encarnaba la nueva era 
sustituyendo al orden teológico y al desorden metafísico (Gallo, 2000: 122), 
 
quien igualmente se había basado en el positivismo comtiano, constituido por fases muy 
parecidas. 
A esta época, en que por fin había entrado de nuevo al poder, se le conoce como 
República Restaurada, periodo que se caracteriza por la introducción de México a un 
Mercado Mundial, y por la emergente aglomeración de la heterogeneidad poblacional en el 
adjetivo “mexicano”, que debía trascender su significado meramente civil hacia una 
semántica cultural con ayuda de remembranzas históricas: 
Después de los años de guerra, nuevamentela economía estaba desquiciada; la producción 
era escasa y la ausencia de inversiones privadas frenaba el desarrollo. Muy precarios eran los 
ingresos públicos y las reservas del erario se agotaban, siendo además muy difícil obtener 
créditos foráneos. Juárez dirige sus primeros pasos hacia la superación de esta situación 
desastrosa. (Gallo, 2000: 118) 
 
Es decir, la República Restaurada es la reactivación, inmediata a la derrota gala, del 
propósito de convertir una superficie con individuos en su interior en una república, con un 
gobierno democrático, cuya unidad prometa un funcionamiento constante en las relaciones 
nacionales. La República Restaurada es la continuación del proyecto de nación iniciado por 
Juárez en su primera llegada al poder en 1858. Dicha integración también beneficiaba en el 
reconocimiento global, pues aminoraba las posibilidades de invasiones posteriores: 
Se puede afirmar que hasta bien entrada la década de 1870 es cuando en la mayoría de los 
países latinoamericanos se establecen gobiernos más o menos estables. Es también a partir de 
ese momento cuando se presenta un periodo de relativo crecimiento económico mundial en el 
cual estos países se incorporan más plenamente al mercado mundial, si bien como países 
19 
 
productores de materias primas y como receptores de mercancías y de inversiones directas de 
las potencias económicas internacionales. (Gallo, 2008: 320); 
 
pues: 
En la República Restaurada (1867-1876) se dan los primeros pasos hacia la centralización del 
Estado liberal; se institucionalizan las medidas reformistas y otras que se van dictando; 
afloran las pugnas por el poder entre los grupos de tendencia liberal; se impulsa una 
trascendental reforma educativa y de renovación cultural nacionalista acorde con el proyecto 
de modernización capitalista del país. (Gallo, 2000: 118) 
 
No obstante la victoria ya aludida de Juárez de 1871, terminaron resintiéndola los 
otros candidatos, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, quien en esa ocasión había 
decidido postularse. La dirección nacional precisamente se vio interrumpida cuando intentó 
reelegirse, provocando la oposición con el Plan de la Noria el 8 de noviembre, encabezada 
por otro oaxaqueño, el general Porfirio Díaz, quien defendía las contradicciones 
constitucionales al pretender retener la presidencia. Pero todas las protestas y 
levantamientos se vieron aminoradas con la muerte repentina de Juárez, debido a una 
enfermedad del corazón, el 19 de julio de 1872. Esto provocó que Sebastián Lerdo de 
Tejada entrara al poder, de acuerdo a lo establecido en la propia Constitución, por tratarse 
del presidente de la Suprema Corte de Justicia. 
Hombre apegado a las ideas juaristas, Sebastián Lerdo de Tejada siguió fielmente 
las normas constitucionales, agregando, incluso, las Leyes de Reforma a este máximo libro 
legislativo. A su vez apoyó la implementación de la educación, ya intencionado 
anteriormente por Juárez; una labor que, aunque había sido principio de un desarrollo 
nacional durante el siglo XIX, sólo se pudo realizar con plenitud al inicio de la República 
Restaurada. Haya sido el ansia de poder o el anhelo de mejorar el país, al concluir su 
mando presidencial, Lerdo de Tejada pretendió reelegirse, pero “el presidente de la 
Suprema Corte, José María Iglesias, declaró fraudulentas las elecciones que habían elegido 
20 
 
a Lerdo.” (Zoraida, 2010: 132) No obstante, el desacuerdo de Díaz siguió hasta que logró 
derrocarlo para ocupar su lugar. Tras lo acontecido y con más fuerza que antes, se levantó 
en armas con el Plan de Tuxtepec y así, el extraordinario militar, obtenía la presidencia el 
24 de noviembre de 1876, mismo que, al término de su gobierno, se lo cedía a Manuel 
González Flores. La historia del país volvió a tomar otro giro, ya que Díaz retomó el poder 
y permaneció ahí treinta años, periodo que denominamos como Porfiriato. Fue un pasaje 
histórico que incluyó ahora de manera abrupta a México en su proceso de modernización. 
La disputa entre la Iglesia y el Estado finalizó en la organización de una sociedad secular:
5
 
Se concibe así un Estado laico, libre de trabas propiamente corporativas (Iglesia, ejército), 
centralizado pese a ser federal; presidencialista a pesar de la clásica división de poderes; 
árbitro supremo de las querellas por el poder; conciliador con el clero y los conservadores; 
garante de la paz social con miras a la inversión extranjera. (Gallo, 2000: 120) 
 
Primeramente importaba y exportaba productos, formando así parte de un Mercado 
global, ahora a extensa imitación de Francia. Justamente un periodo definido por el 
hartazgo de su pueblo y que dio pie a otro acontecimiento histórico que ahora no nos 
compete revisar. 
 
1.2. El Estado Nación 
La dificultad de definir el término Estado se da porque permite ser estudiado desde un 
enfoque multidisciplinario: actualmente es muy tomado en cuenta por la ciencia política 
que, si no discrepa, sí se diferencia del ángulo sociológico que, por ende, se distingue a su 
vez del filosófico. No obstante, considero pertinente la continua redefinicion de términos 
 
5
 La organización de la Nación apuntaba a un objetivo modernizador, cuyo progreso también 
consistía en la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado, una limitada participación 
eclesiástica en las decisiones institucionales. Se trata de la formación de un Estado laico que, por 
ende, implicaba una educación ya no fundamentada en preceptos religiosos, así como sus 
festividades acompañadas de la calendarización de conmemoraciones civiles. 
21 
 
tan añejos con fines académicos, como pedestal para futuras investigaciones, con posibles 
ramificaciones especializadas –casi igual a como lo haría un diccionario–, en lugar de estar 
brincando de enfoque en enfoque hasta hallar el que se adecúe a las exigencias de mi objeto 
de estudio. 
En caso de no presentar un significado apropiado, puede confundirse aún con 
nación, en vez de entenderse como un componente suyo, acompañado de una identificación 
social, para reafirmar que Altamirano pretendió unificar simbólicamente con ayuda de un 
patriotismo en su obra a una sociedad dirigida por un gobierno perteneciente a un estado 
inaplicable a los requerimientos sociales. Pero esto se detallará más adelante. Si bien las 
comarcas definitorias sirven para encerrar lo que es o lo que podría ser, también restringen 
y mantienen fuera lo que difícilmente sería o lo que definitivamente nunca podría ser. 
Ejemplifico. Estado no es sinónimo de nación ni de gobierno, mucho menos lo es de 
sociedad, población, territorio o soberanía. Con frecuencia tiende a confundirse el 
concepto con sus componentes. Un amplio catálogo de pensadores, entre ellos Hobbes, 
Rousseau y Locke, hablaron de un previo estado de naturaleza, en el que un montón de 
individuos reunidos en un grupo otorgaron el poder a uno solo de ellos –o varios 
encargados en distintas posiciones jerárquicas– para ser gobernados en el tan llamado 
"contrato social". 
Por otro lado, Norberto Bobbio, citado por Enrique Florescano, dice que el estado 
"es un ordenamiento jurídico que tiene como finalidad general ejercer el poder soberano 
sobre un determinado territorio y al que están subordinados de manera necesaria los 
individuos que le pertenecen." (Bobbio en Florescano, 1996: 16) De aquí puede aclararse 
algo. El estado es un constructo mecánico moderno –pues necesita que sus constituyentes 
humanos lo hagan andar constantemente–, que relaciona subordinadamente a gobernantes y 
22 
 
gobernados de una misma población, dentro de un territorio o espacio geográfico 
delimitado, en el que se remarca –y se avala– el poder una y otra vez por medio de 
instituciones jurídicas (Florescano, 1996) y por medio de un modo gubernamental 
soberano: pendiente de un mandato democrático, cuyosindividuos solventan su calidad de 
miembros de acuerdo a la preservación y ejecución de sus derechos y deberes para con el 
estado. 
El territorio, el gobierno y la población son los componentes principales del estado 
(Ramírez Millán, 2000: 48); sin embargo, su sola existencia no garantiza su participación 
relacional en esta estructura. Por ejemplo, el territorio no importa únicamente porque esté 
geográficamente delimitado sino porque las instituciones jurídicas tengan poder en él: “Los 
estudiosos del Estado dicen que un requisito para la existencia de éste es la concentración 
del poder en el conjunto del territorio.” (Florescano, 1996: 456) Justo sobre esa vertiente, la 
población se destaca por la característica de reconocimiento de los individuos que la 
conforman –no simbólicamente– de un presente común, regidos por el mismo sistema 
político, y que comparten además derechos y obligaciones a seguir: todo desde un punto 
económico-político. El gobierno es la cabeza mandataria que toma las decisiones finales 
más convenientes para el desarrollo regularmente político del estado. Puede tratarse de un 
mandato monárquico, cuyo poder total cae en una sola persona o en un conjunto de ellas, 
que también suele estar caracterizado por una centralización del poder, tal como era México 
previo a la Independencia. O bien puede ser un gobierno democrático, en el que la 
población elige a sus representantes, a la par que decide cuál es el mejor camino para su 
país. Es un principio basado en la idea platónica de la República o res (cosa) pública, en el 
que la sociedad interactuaría con la política de forma más cotidiana, como en el método 
pretendido por México posterior a su autonomía. 
23 
 
El estado es la estructura política de la Nación, actúa como el esqueleto sin la 
carnosidad simbólica que sólo puede proporcionar la cultura del hombre: “Por encima de su 
desarrollo histórico, el Estado es estudiado en sí mismo, en sus estructuras, funciones, 
elementos constitutivos, mecanismos, órganos, etcétera, como un sistema complejo (…)” 
(Bobbio, 1987: 70) No es de extrañarse, por tanto, que el cambio radical del gobierno 
central al gobierno federal fuera inaplicable a una tradición mandataria de poder 
centralizado durante trescientos años en un México decimonónico que, previo a su 
conquista, contaba con principios de civilización completamente disímiles, tanto al 
impuesto como al propuesto posterior a su Independencia: en la Nueva España se utilizó 
una estructura política indistintamente europea (Florescano: 18). La nación, por tanto, es el 
complemento del estado, la parte abstracta que da base simbólica al logro del Estado 
Nacional: “la idea de nación se identificó con las fechas fundadoras de la república, con los 
héroes que defendieron a la patria, con la bandera, el escudo y el himno nacional en cultos 
cívicos (…)” (Florescano: 495). Normalmente, los autores coinciden en definir a la nación 
como una “comunidad imaginada” (Benedict Anderson, en Florescano, 1996), en la que los 
participantes saben de la presencia y reconocimiento similar de los mismos signos por parte 
de los demás miembros sin la necesidad de verificar la existencia de cada uno de ellos. La 
idea del estado como una unidad-sistema difícilmente tendrá progreso sin la parte 
intangible que comprende a la nación, como un integrador de los sujetos con su sistema, 
pues éste garantiza su protección y prosperidad. Pero no se consigue un Estado Nacional 
sin la interacción de un estado con la nación, y ésta no se alcanza si los miembros que 
supuestamente la conforman no la construyen y reafirman constantemente: es decir, si un 
puñado de hombres no es más que un grupo humano no puede llamarse ‘sociedad’, o 
conjunto de individuos que apremian o castigan modos específicos de comportamiento en 
24 
 
beneficio de la preservación del propio grupo. Lo que relaciona a los sujetos entre sí es el 
factor cultural denominado identidad. 
Por lo tanto, la identidad, como producto cultural, es una construcción de 
identificación social-individual simbólica, basada en una cultura determinada (Giménez, 
2010; Pani, 2010; Gutiérrez Martínez, 2010; Gellner, 1983; Béjar y Rosales, 1999). Es 
decir, es un acto volitivo que refuerza las relaciones de convivencia al interior de un grupo 
en exposición de las similitudes y diferencias de los unos con los otros y/o con algún otro 
grupo: “Por eso suelo repetir siempre que la identidad no es más que el lado subjetivo (o 
mejor, intersubjetivo) de la cultura, la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y 
contrastiva por los actores sociales en relación con otros actores.” (Giménez, 2010: 35-36) 
Su subordinación al concepto cultura se da por la elección, uso, valía, funcionalidad y 
tradición de ciertos símbolos “que son compartidos y relativamente duraderos” (Giménez, 
2010: 36), extraídos del infinito cajón simbólico que implica la cultura: 
la cultura es la organización social del sentido, interiorizado de modo relativamente estable 
por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivado en 
‘formas simbólicas’, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente 
estructurados, porque para nosotros, sociólogos y antropólogos, todos los hechos sociales se 
hallan inscritos en un determinado contexto espacio-temporal. (Giménez: 38) 
 
 Su origen radica en el yo, en constante autoconstrucción, siempre dependiente y 
existente a partir de un tercero que lo reconozca. Así, el individuo, en ese juego social, 
adquiere significados colectivos que sirven para pertenecer o excluirse. Es decir: “(…) las 
identidades se construyen precisamente a partir de la apropiación, por parte de los actores 
sociales, de determinados repertorios culturales considerados simultáneamente como 
diferenciadores (hacia afuera) y definidores de la propia unidad y especificidad (hacia 
adentro).” (Giménez: 5) En un mismo ser se encuentra el yo, acompañado todo el tiempo 
por el nosotros y el otro, validado el primero por aquella frase existencialista de Descartes 
25 
 
"Pienso, luego existo", secundada por su integración y finalizado por su reconocimiento, 
respectivamente. Por eso, resulta importante conseguir una unificación social durante el 
siglo XIX, en la que el individuo se sienta relacionado y perteneciente a una colectividad 
gracias a un logro sinonímico. 
Una misión identitaria, entonces, se refiere a una búsqueda simbólica donde encajen 
varios actantes, generando el bucle ya mencionado de individuo-colectividad, en donde uno 
–y todos– se sienta miembro o participante de su grupo, perteneciente o identificado a una 
realidad previamente objetivada. No es obligatorio creer que Altamirano tenía 
conocimiento sobre estas definiciones terminológicas, que mejor dicho han venido 
puliéndose hasta nuestros días, más bien que su contribución es un ‘fomento’ a la identidad 
a través de una pieza cultural, ya que habría elaborado, en su construcción personal del 
mundo, un modelo de ‘mexicano’ o ‘mexicanidad’, que él mismo determinaría como 
correcto o adecuado a la situación. Entonces, si individuo es con el todo y el todo es por sus 
partes, la identidad se construye por medio de unos símbolos electos en una sociedad, 
misma que vigila las conductas de sus integrantes. Esto es lo que bien puede referirse a 
sociedad identificada. Y esta última, acompañada de una historia, un pueblo –con el que 
lógicamente cuenta– y unos símbolos que la caracterice, es lo que puede entenderse como 
nación, que, a su vez, sostenida por un esqueleto político, consigue el cénit moderno del 
Estado Nacional. 
Cabe decir que los conceptos desarrollados no eran entendidos de esa forma, pero 
siempre hubo la preocupación por constituir una estructura política que diera un 
reconocimiento extranacional, forzando de cierta manera un puñado de símbolos que se 
consideraran como nacionalespara agrupar la heterogeneidad de la población. ¿Pero qué es 
el Estado y la Nación, en función de una República Restaurada, encabezada por un 
26 
 
presidente mexicano, Benito Juárez? Porque la definición conceptual presentada, aunque 
oportuna, no era repetida de esa forma durante la época. Pareciera que a la derrota de los 
franceses y la recuperación del poder de Juárez, él crea que la República es la unión del 
pueblo y del gobierno, mientras que nación es toda la simbología de esa República. 
El Estado-Nación encuentra su “significante” en el Estado, mientras que su parte 
simbólica, abstracta, obtiene su “significado” en la nación. Porque la entrada triunfante de 
Juárez en la Ciudad de México determinó el comienzo de una nueva época en la historia 
mexicana. O’ Gorman al respecto alude lo siguiente. Hubo más de una imposición 
monárquica en este periodo, la primera basada en una absoluta y la segunda bajo los 
preceptos del liberalismo de Maximiliano. La denominada República Restaurada no es el 
triunfo de una fuerza nacional sobre otra –aunque así lo parezca tras la derrota francesa–, 
sino sobre sí misma, en la definitiva imposición de la República, tanto en su forma de 
gobierno, como en la simbología de mexicanidad, dice. Una segunda Independencia 
Nacional no significaba el descanso del héroe tras la victoria, sino más bien la atención en 
la serie de dificultades venideras después de la permanencia de la buscada libertad. No es 
extraño suponer, por tanto, que O’ Gorman definiera a la República Restaurada como la 
Conquista de la Nacionalidad, aunque: “Y es que no se trata ya de una ‘consumación’, sino 
de una tarea; pero de una tarea que, en principio, no tiene fin, puesto que su meta era 
convertir a México en una nación moderna, es decir, en un ente histórico nunca 
completamente hecho, sino en permanente trance de irse haciendo” (Edmundo O’ Gorman, 
en Matute, 1993: 544); sobre todo porque no implicaba el salto brusco de la monarquía a la 
república, como lo fue la caída de la Nueva España, sino la afirmación de aquélla misma ya 
existente. 
27 
 
A partir de allí, la victoria de la República significó una explosión literaria en la que 
el nacionalismo y los honores a Juárez, por ejemplo, eran la temática principal, como A 
Juárez, de Juan de Dios Peza, Al Señor de la Victoria, de Manuel M. Flores, o la Gran 
Prosa por el triunfo de la República, del mismísimo Carlos Pellicer varios años después, 
por ejemplificar. Bajo esta concepción de la contemporaneidad decimonónica, tanto el 
state-building como la nation-building fueron la preocupación principal del periodo, regido 
por Juárez a la caída del mandato de Maximiliano de Habsburgo. 
Como se mencionó desde el apartado anterior, el cenit de una modernización –que 
más tarde se vería reiterada por Díaz, aunque en un tono más político desahuciando al 
aspecto social– consistía en la constitución definitiva de un Estado-Nación, que no se viera 
perfectamente delineada en la forma de un vaso pero carente de agua, por ejemplificar, 
razón por la que se precisó de una simbología impuesta y dirigida por los grupos de poder, 
justo por contar con esa unión que difícilmente existía en la masa social. Morelos –bastante 
tiempo atrás– integró el escudo nacional, cuya labor era exclusión e inclusión, en aquel 
proceso identitario; asimismo, “Una imagen religiosa venerada por la gente criolla, la 
virgen de Guadalupe, fue el primer símbolo que tendió un puente integrador en esa 
sociedad profundamente dividida” (Florescano, 1996: 213), considerando, con semejante 
fuerza, la relevancia que implica para una cultura la formación de héroes dignos a seguir 
por la comunidad: “(…) Cuauhtémoc se convirtió en el primer indígena al que se le otorgó 
la condición de héroe nacional en la épica historiográfica y simbólica creada por el 
liberalismo.” (Florescano, 1996: 438) 
El valor de los hombres también reafirmaba aquella noción de mexicanidad, sobre 
puesta con el levantamiento de la República Restaurada. Quizá fue el ferviente patriotismo 
en Juárez, figura central de nuestro periodo histórico, o sencillamente su humanidad, lo que 
28 
 
lo motivó a negarse a cualquier reunión con Maximiliano de Habsburgo, pese a sus 
invitaciones, pues probablemente lo relacionaba con una rendición mexicana. En ese 
fomento simbólico contribuyeron enormemente los intelectuales de la época, que 
justamente incluían dichos signos en su arte, tratando de impactar a los espectadores y que 
ellos también formaran parte de esa “comunidad imaginada” (Florescano, 1996), que le 
diera volumen al Estado. Sobre todo la literatura, cuya difusión se buscaba masificar. 
Al concluir este capítulo, el lector tendrá una visión panorámica de la Invasión 
francesa, de la difícil situación del país en aquel entonces y de los motivos por los cuales se 
buscaba unificar urgentemente el territorio nacional. Asimismo, es imprescindible conocer 
este periodo histórico que no sólo rodea la publicación de la obra en cuestión, Clemencia 
(1869), sino que, también, es contexto literario dentro de la novela. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
29 
 
2. La misión del escritor 
“(…) es necesario apartar sus disfraces y buscar en el fondo de ella el hecho histórico, el estudio 
moral, la doctrina política, el objeto social, la predicación de un partido o de una secta religiosa; en 
fin, una intención profundamente filosófica y trascendental en las sociedades modernas. La novela 
hoy, suele ocultar la Biblia de un nuevo apóstol, o el programa de un audaz revolucionario.” 
Ignacio Manuel Altamirano 
 
 
Imagen extraída de la portada del Primer Tomo de El Renacimiento (1869), periódico literario, con 
fines exclusivamente académicos. 
 
30 
 
2.1. Literatura empeñada: reivindicación de la literatura frente a la 
sociología 
El objetivo de este segundo capítulo es contextualizar al lector en la situación literaria 
dentro del marco de estudio, dar a conocer la importancia de la función social de la 
literatura y presentar al autor de la obra que será trabajada, no sólo como su escritor, sino 
también como eje rector de su campo y sus contemporáneos. 
A menudo la literatura es paciente de operaciones metodológicas relacionadas a la 
interdisciplinariedad, a fin de conseguir un análisis más profundo, sin atreverse a reconocer 
que sólo se contextualiza el objeto de estudio dándole mayor peso a un solo elemento: “Y 
nosotros verificamos que lo que la crítica moderna superó no fue la orientación sociológica, 
siempre posible y legítima, sino el sociologismo crítico, la tendencia devoradora de explicar 
todo por medio de los factores sociales.” (Cândido, 2007: 30) 
La sociología de la literatura es ejemplo de esta multiplicidad de factores, ya que 
ofrece tricotomías que priorizan a uno y otro de los involucrados con el quehacer literario. 
António Cândido explica que según la clase de relación se pondrá en primer lugar un 
elemento sobre otro. Es decir, en la relación autor-público-obra, es este segundo el que “da 
sentido y realidad a la obra, y sin él el autor no se realiza (…) De este modo, el público es 
factor de ligación entre el autor y su propia obra” (Cândido: 2007: 66), por lo que el análisis 
podría acentuar en la llamada recepción y relaciones de oferta y demanda en la época. En 
cuanto al vínculo entre autor-obra-público, se entiende que es aquélla la que “vincula el 
autor al público” (Cândido: 66) y por ende el análisis se centra en la constitución de la obra. 
Y por último, en la relación obra-autor-público, es el creador literario “el agente que 
desencadena el proceso, definiendo una tercera serie interactiva” (Cândido: 66), por lo que 
31 
 
su estudio podría competer a la sociología o incluso a la antropología literaria. La relación 
más pertinente para continuar en el área del arte pareciera ser la que se expuso en segundo 
lugar: autor-obra-público, en la que seentiende que es la obra el motivo que inicia todo. En 
ella se centra el estudio: se reconoce el estilo del autor, se identifican las cualidades de un 
público lector y no lector, y se valora su complejidad a partir de su autenticidad y unicidad 
en el panorama literario. Considero, entonces, que para el análisis de Clemencia de 
Altamirano vale la pena dicha interacción piramidal, en la que las bases de público y autor 
apunten a una revisión más adecuada de una obra en particular, formándose con ello una 
dependencia entre cada una de sus partes. 
 
 
 
 
 
A sabiendas de que el contexto tiene cierta repercusión en los intereses de un 
público receptor del arte –más que en espera de él–, este factor se vuelve si no 
determinante, sí indispensable en el estudio de una obra, sobre todo de Clemencia, 
considerando que el contexto puede ofrecer el seguimiento, ruptura o innovación de 
ideologías y tradiciones literarias definitorias de la época. El autor es un individuo situado 
en un contexto que termina siendo afectado por él. Sin embargo, no es un cuerpo 
meramente absorbente, sino que toda su experiencia pasa por su filtro de subjetividad, de 
modo que responde a esos estímulos por medio de una pieza cultural, reinterpretando su 
realidad, volviéndose afectante de la misma. Por tanto, la obra adquiere una importancia 
que va más allá de reunir al contexto y al autor, tomando el objetivo que se le ha asignado, 
 
PÚBLICO AUTOR 
OBRA 
32 
 
teniendo un propio sentido de existencia. Y al ser un objeto independiente significa que 
cuenta con su propia estructura, sus propios símbolos y sus propias leyes, que pueden ser 
mejor entendidas al revisarse los otros elementos, como contexto y público que justifiquen 
su creación, pero obra que por sí misma puede ser objetivada. Lo que los estudiosos llaman 
factores externos dejan de serlo una vez que son interpretados por un sujeto y éste los 
codifica otra vez en su creación, convirtiéndose así éstos en factores internos en aquel 
nuevo microcosmos, que se ajusta a las propias reglas de los elementos que allí interactúan. 
El problema es que se cree que en las obras nacionalistas la relación causa-
consecuencia es ambiente-tipo de expresión, o mejor dicho, que el exterior definirá lo que 
habrá en ellas; pero contrario a esto, obras de gran trascendencia como Clemencia prueban 
que, al menos, la escritura es un comienzo a la lectura o análisis de un nuevo microcosmos 
situado en un macrocosmos –que es la realidad– y que busca una finalidad. 
Lastimosamente, esta clase de pensamiento se asocia con la suposición de que los 
románticos nacionalistas mexicanos carecían de creatividad. Y es que no la necesitaban. 
Suelen ser historias simples con personajes no más complejos que sólo buscan destacar los 
símbolos nacionales a fin de alcanzar una ansiada identidad mexicana. Hay escasa 
innovación literaria. Sacrificar la fantasía y la riqueza poética para poner en su lugar 
atención en escenarios y acciones realmente significativas para los lectores de la época no 
es, en función de esta investigación, detenimiento u obstáculo alguno, sino un nuevo eje de 
estudio. 
Este peso “del sentimiento de misión”, si fue un obstáculo para la imaginación creadora o 
resultó perjudicial al vuelo de la fantasía o la audacia poética, que son al final signos de 
madurez en una literatura, como escribe también el crítico brasileño, favoreció en cambio ‘la 
expresión de un contenido humano, bien significativo de los estados de espíritu de una 
sociedad que se estructuraba sobre bases modernas’. Es por ello, añade, por lo que ‘el 
nacionalismo artístico no puede ser condenado o alabado en abstracto, pues es fruto de 
condiciones históricas –casi imposición en los momentos en que el Estado se forma y 
33 
 
adquiere fisonomía en los pueblos antes desprovistos de autonomía o unidad’.” (Ruedas de la 
Serna, 2014: 11-12) 
 
Criticada tantas veces esta forma de hacer literatura, Clemencia no podría ser objeto 
de análisis vista desde esta postura. Lo cierto es que este tipo de novelística se enfocaba en 
otro tipo de problemas. La literatura empeñada de Cândido como aquella que reivindica el 
prestigio literario de una obra, distanciándose del historicismo o del socioligismo, rectifica 
a la vez que en los románticos la palabra está comprometida con su presente y con su 
patria, sin necesidad de perderse en la novedad metodológica que cae en la frase vulgar de 
“el fin justifica los medios”. 
 
2.2. Refrenar el vuelo de la imaginación: los escritores mexicanos 
El romanticismo es una ideología decimonónica con repercusiones artísticas –regularmente 
literarias y pictóricas– que exaltaba los sentimientos y las emociones, el sueño y la noche, y 
que, en un plano general, implicaba la exteriorización de la subjetividad del individuo 
cuando, apenas el siglo anterior, “se rindió culto a la razón y la ciencia” (Illades, 2005: 11). 
Traído a América desde Europa seguramente entre las lecturas de los intelectuales 
mexicanos, terminó por ramificar la corriente romántica, pues no puede hablarse sino de 
varios romanticismos, y no de uno que esté forzosamente atado a doctrinas filosóficas, 
políticas o temáticas (Illades, 2005: 13). Más bien hay que ubicar el tipo de romanticismo 
de acuerdo con las preocupaciones artísticas que refleje la obra cultural, ya que de allí 
desemboca su análisis. Pero es cierto reconocer también que dadas las circunstancias de 
expresión del ‘yo’ interno, se formó la base perfecta para darle paso al nacionalismo 
mexicano. 
34 
 
El nacionalismo resultó propicio por tratarse de la liberación de un sentimiento, a la 
vez que aparentaba funcionar como método para unificar lo desunido, la sobradamente 
heterogénea población a causa del mestizaje, de la jerarquía social y de la división de 
principio de siglo del centralismo y del federalismo. Por eso es adecuado suponer el 
‘nacionalismo’ como una corriente ideológica –dado por su sufijo -ismo– que vino acorde 
al romanticismo, que pretendía poner el logro nacional por sobre cualquier cosa, incluso 
encima de los propios individuos. De más está decir que alcanzado primero un Estado más 
sólido durante la República Restaurada, hacía falta complementarlo con la parte de la 
“comunidad imaginada” o la Nación, empresa encargada a las clases altas, preferentemente 
a los intelectuales, por todo el siglo XIX, para unificar a la población, y no la misión en la 
sociedad misma. 
Durante la República Restaurada se tomó entonces la batuta para la formación de 
símbolos nacionales que repercutieron psicológicamente en los individuos, forjando así una 
unión para lograr el tan mencionado Estado-Nacional: “(…) existe en la mente de los 
miembros de una colectividad, y como tal requiere de puntos de referencia comúnmente 
llamados símbolos.” (Pani, 2010: 40) Y es que es mucho más complicado unificar “en un 
Estado nacido de dos pueblos que por razones de conquista viven juntos” (Pani, 2010: 44); 
motivo suficiente por el cual la educación resultó imprescindible al funcionar como un 
conducto que integrara fechas conmemorativas y personajes históricos como parte de una 
adquisición del conocimiento. 
Se figura natural que la difusión simbólica exigiera de organismos que los avalaran. 
De allí la creación de instituciones que respaldaran la cultura mexicana, tales como “El 
35 
 
Instituto Nacional de Geografía y Estadística (1833), la Academia de Letrán (1836),
6
 el 
Liceo Hidalgo (1849) y la Academia Mexicana de la Lengua (1875),
7
 entre otras” (Illades, 
2005: 20). El Liceo Hidalgo
8
 fue casa del segundo romanticismo mexicano, en el que 
aparecieron intelectuales como “Ignacio Ramírez, José María Bárcena, José Tomás de 
Cuéllar, Francisco Zarco, Francisco González Bocanegra, Vicente Riva Palacio, José Martí, 
Ignacio Manuel Altamirano, Antonio García Cubas, Francisco Pimentel, Francisco Sosa, 
José María Vigil,Justo Sierra y Manuel Acuña” (Illades, 2005: 61). Ésta consistía en una 
presentación de todos los elementos nacionales posibles expuestos en una literatura 
regularmente poética o novelística. Podemos decir que su auge en este país ocurrió durante 
este periodo. Pero posiblemente los mayores alcances de la literatura no se dieron por un 
incremento en el número de lectores –pues ello involucraría una masificación de ellos–, 
sino una expansión en las clases sociales que tenían acceso a ella. 
Al ser la identidad un proceso psicológico que se objetiva en la simbología y el 
comportamiento de los individuos, resulta natural que se buscaran distintos medios para 
 
6 La Academia de Letrán fue una de las agrupaciones de jóvenes intelectuales más influyentes en la 
historia de las letras mexicanas. Nació por José María Lacunza “en un cuarto del antiguo Colegio de 
San Juan de Letrán” (González, 1990: 139), en donde concurrían varios de sus pocos amigos para la 
lectura y crítica de sus propias composiciones, y paulatinamente fueron agregándose más 
integrantes, entre los que destacan grandes figuras de la literatura nacional, como Quintana Roo e 
Ignacio Ramírez, además de realizarse con mayor frecuencia las reuniones entre amigos para hacer 
de las letras un verdadero deleite. Se estima que sus “juntas semanarias” ocurrieron durante veinte 
años, desde “1836 hasta 1856” (González, 1990: 140). 
7
 Fundada en 1875, la Academia Mexicana de la Lengua sirvió como una extensión de la Real 
Academia Española, del otro lado del mar, en donde también existían hablantes del español. 
Además de enfocar la atención hacia otros lados adonde no podía llegar aquélla, su función 
principal consistía en registrar, perdurar y calificar el uso de la lengua española, así como permitir 
“la conservación del idioma, que venía a ser símbolo y síntesis de la patria.” (González, 1990: 185) 
8
 El Liceo Hidalgo tenía el propósito de continuar con la misión de la Academia de Letrán: 
desarrollar la literatura nacional. Nacido el grupo el 15 de septiembre de 1850 como 
conmemoración de la fecha de Independencia, José María Tornel y Francisco Granados Maldonado 
fueron quienes le dieron vida a este segundo grupo literario en México. Al igual que la Academia de 
Letrán, se trataba de reuniones rutinarias que promovían el arte nacional, así como condicionar el 
ingreso por medio de un escrito literario, fuera prosa o verso, como petitorio para formar parte del 
Liceo Hidalgo. 
36 
 
impulsar un sentimiento nacionalista, y que éste se reflejara hacia el interior y exterior de 
los sujetos. Algunos intelectuales se encargaron de ello. Acompañaron del oficio de escritor 
a sus actividades profesionales –normalmente burócratas– sin que una conflictuara con la 
otra, logrando incluso generar vínculos no antes vistos en el círculo de la literatura 
mexicana, aun sobre bandos políticos: “Si el status de escritores efectivamente los resaltaba 
como grupo de esas otras actividades –la política, la burocracia, la abogacía, etc.–, no 
sentían, sin embargo, que hubiese incompatibilidad entre su vocación por la literatura y sus 
otras actividades profesionales.” (Ruedas de la Serna, 2014: 8) Encontraron en la escritura 
el modo perfecto para enseñar deleitando, alimentando un sentimiento patriótico, al mismo 
tiempo que alcanzaban una mayor diversidad de lectores. Con esa misma esperanza nació 
un sinfín de antologías, no sólo de literatura, sino de cualquier otro arte o ciencia que 
acaparaba a sus más grandes exponentes, con la única intención de seguir degustando el 
orgullo nacional. Estos hombres sentían un compromiso consigo mismos, pero más aún con 
la sociedad, inclusive sobre ésta, con la patria, por la que uno debía sacrificarse y dar la 
vida, atribuyéndose en esta labor de aprendizaje una misión del escritor, empresa 
impostergable, pues todo país que se jacte de serlo, debe colindar perfectamente el Estado y 
la Nación en uno solo, rasgo que lo caracteriza, a imagen de Europa, como un país 
moderno. 
La misión del escritor es entonces la denominación que se adjudicaban algunos 
intelectuales de la época que, preocupados por la constitución de un país sólido, veían en la 
educación una vía modernizadora. El cargo público complementaba aquella 
responsabilidad, asumiendo constantemente un sentido del deber. Educar era progresar, 
educar era modernizar, y lo hacían deleitando en una estética en particular insertando 
símbolos que repercutirían en los individuos; significaba enseñar al pueblo que la unidad 
37 
 
social es indispensable en un México en desarrollo para avanzar. La misión del escritor se 
fundamentaba en que el equilibrio interno refuerza la imagen al exterior como país 
independiente, con la edificación de una literatura e instituciones que avalaran un orgullo 
nacional, a viva semejanza de un listado de países del Viejo Mundo que se jactaban de 
haber alcanzado la modernidad. La base de todo, entonces, es la palabra, que se 
materializaba justamente en literatura, como representación del pensamiento y del 
sentimiento de una sociedad, de acuerdo con Lafragua en su texto “Carácter y objeto de la 
literatura”, y se convierte en una prueba clara de civilización, según Luis de la Rosa en su 
escrito “Utilidad de la literatura en México”. La palabra como el origen del mundo y como 
imprescindible para la interacción humana son premisas suficientes por la que tomaron a 
aquélla como vía predilecta de expresión patriótica, más aún cuando sus difusores tenían un 
sentido del deber, impulsado posiblemente tras ver el fascinante progreso de su modelo 
modernizador: Francia, pues “como reacción emanada del nuevo sentimiento nacional, nace 
la voluntad de formar una cultura nuestra, en contraposición a la europea. Para volver la 
espalda a Europa, México se ha acogido al nacionalismo… que es una idea europea.” 
(Ramos, 1963: 83) 
Esta actividad intelectual tiene como propósito instruir a los lectores por medio de 
una literatura con símbolos nacionales para que los individuos los creyeran, aceptaran y 
practicaran, dándole así una credibilidad a su calidad de mexicanos. Posiblemente muy en 
el fondo los escritores de la época no podían verse en un México modernizado a causa de 
las características que de alguna manera había impuesto Europa. Ya sea la unidad social, la 
constitución de una literatura nacional o el establecimiento de instituciones que reforzaran 
políticamente el interior del país, ellos no podrían progresar en un lugar que no contara con 
aquellos requisitos. Esta labor consistía esencialmente en la inclusión de símbolos que 
38 
 
tuvieran impacto en el individuo y, por tanto, que le instruyeran, fomentando con ello un 
sentimiento patriótico. Descripciones de una geografía americana, cualidades físicas y 
morales de los personajes, pasajes de trascendencia histórica y hazañas de valerosos 
hombres abundaban en esta literatura. Varios son los nombres que actuaron como 
dirigentes de tal misión unificadora. Algunos de ellos fueron recopilados en antologías, 
pues la selección de los “mejores escritores contemporáneos” es siempre una reafirmación 
de la existencia de una literatura propia y de su simbología. Regularmente tenían expresión 
en pequeños folletines dentro de periódicos, con lo que veían concretarse, además de una 
relación más cercana con el pueblo, su reiterado ‘enseñar deleitando’. Personajes como José 
María Lafragua, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Acuña, Justo 
Sierra, Vicente Riva Palacio, José Tomás de Cuéllar, Guillermo Prieto y José María 
Bárcena aparecen con frecuencia en las compilaciones de escritores de la época. Y las 
veladas literarias que formaron, grupos con intereses particulares, sirvieron para difundir y 
compartir una literatura propia, además de que se cimentaba la posibilidad de 
institucionalizar la cultura,naciendo así organizaciones –como las antes mencionadas– que 
daban renombre a un país en constante introspección y reconocimiento del exterior. 
Aunque hoy en día tenemos múltiples definiciones de literatura, durante el siglo 
XIX no variaba tanto, pues iba acorde a la función que desempeñaba. La considerada como 
romántica y liberal buscaba educar a un pueblo diverso: “La realidad, al comenzar la 
independencia, era ésta: una raza heterogénea, dividida geográficamente por la extensión 
del territorio” (Ramos, 1963: 54) en una misma dirección. Cargada de sumas referencias e 
imágenes, pretendía que el lector notara que aquello de lo que gozaba el Viejo Mundo 
también podría encontrarlo en sus tierras americanas. El resultado era, pues, asumir un 
sentido del deber para con la nación que consistía en la reconstrucción de la realidad a 
39 
 
través de la literatura, muy semejante a como sugiere Alvaro Matute (2013: 22) en cuanto a 
la importancia del historiador como creador de verdades, siendo éste no sólo un descriptor 
de la historia sino un inventor de ella, dado por su título –o literato o intelectual– frente a la 
sociedad. Hija triunfante de la imprenta, la novela fue la expresión narrativa más frecuente 
que, como conducto simbólico, era de fácil acceso, económico y entendible para una masa 
social disgregada y analfabeta: 
La novela es el libro de las masas. (…) Quizás la novela está llamada a abrir el camino a las 
clases pobres para que lleguen a la altura de este círculo privilegiado y se cofundan con él. 
Quizás la novela no es más que la iniciación del pueblo en los misterios de la civilización 
moderna, y la traducción gradual que se le da para el sacerdocio del porvenir. ¡Quién sabe! El 
hecho es que la novela instruye y deleita a ese pobre pueblo que no tiene bibliotecas, y que 
aún teniéndolas, no poseería su clave. (Altamirano, 1988: 56) 
 
 
 
2.3. Ignacio Manuel Altamirano: hombre de su tiempo 
Sabido es que el contexto es determinante en el individuo, más todavía cuando su ser 
sensible tiene voz en alguna expresión artística, una interesante propuesta de análisis que 
implica entender la afectación que provoca el exterior en la interioridad del sujeto, y que 
éste responda a su propia realidad con una obra literaria que funcione como una pieza 
cultural, dado por el alto contenido simbólico, y con Altamirano no fue la excepción. 
Hombre de armas y de letras,
9
 Ignacio Manuel Altamirano nació en Tixtla, 
Guerrero, el 13 de noviembre de 1834; proveniente de una clase social baja pero 
perseverante en el estudio, tempranamente se vio influido por la tendencia romántica, 
ideología que afectó, durante el siglo XIX, la percepción del mundo, la conducta y los 
 
9
 Participante de diversas contiendas bélicas, como coronel “de la brigada del ejército juarista 
comandado por Vicente Jiménez, destacándose también en la intervención francesa y en total 
desacuerdo con el imperio de Maximiliano, además de su posición diplomática ‘de la 
administración porfirista’.” (Salazar, en Ignacio Jiménez Mena Duque y Tonatiuh Mena Jiménez, 
2009: 445), Altamirano rescató la imagen quijotesca del hombre que, aunque prodigioso con la 
pluma, fuese también fuerte y aguerrido en la guerra por su patria. Esta referencia es rescatada por 
Huberto Bátis, en la obra Índices de El Renacimiento: semanario literario mexicano. 
40 
 
productos culturales de los individuos. Discípulo de Ignacio Ramírez, el Nigromante,
10
 
creció en un país que daba sus primeros pasos como independiente, amenazado por 
conflictos internos que apelaban a una restauración monárquica e invasiones extranjeras. 
Así que la situación y la instrucción de su maestro lo hicieron formar parte de los hombres 
ilustres que tomaron muy en serio la urgencia de implementar un proyecto de nación para 
fomentar el sentimiento patriótico, de alguna manera, en una masa social heterogénea e 
inculta. 
Altamirano encontró, entonces, voz en el arte, específicamente en la literatura, 
aprovechando un romanticismo que le permitía exaltar sus sentimientos, dirigiéndolo hacia 
una expresión nacionalista, llena de referencias patrióticas, que sí motivaban una 
construcción nacional desde una postura liberal. Prestó especial atención al modelo que se 
aplicaba en la edificación de su país. Desde su posición como escritor, descalificaba aquello 
que iba contra sus principios, porque solía verse a Europa, específicamente a Francia, con 
el fin de imitarla. Defendía, por tanto, que esos elementos debían encontrarse en el entorno, 
y no acudir a estilos de vida que no se acoplaban a la suya. Entendía que la dirección que 
proponían las cabezas políticas de forzar una homogeneidad social resultaba ineficaz en una 
nación que debía hallar la identidad en sí misma. Aceptaba también que la unidad social 
 
10
 Nacido en San Miguel El Grande, Guanajuato, el 22 de junio de 1818, desde muy joven se dio a 
conocer por sus ideas liberales y progresistas en la Academia de Letrán, la que, si bien es cierto que 
mantenía un aire clasicista, también lo es que veía con recelo a un joven de talento prodigioso pero 
con una ideología diferente, lo que lo orilló a mantenerse al margen de éste y otros grupos 
intelectuales, predicando solo su filosofía y dedicándose al periodismo y a la docencia. Proveniente 
de una familia pobre, fue una de las figuras intelectuales más emblemáticas de todo un México 
decimonónico, y reconocido como el Voltaire de México y más tarde como el Nigromante por la 
aportación de su sabiduría en todas las ciencias de la época, tuvo discípulos en el Instituto Literario 
de Toluca que, como Altamirano, valoraron su cátedra aun con su marcado acento liberal. 
Perseguido y encarcelado en varias ocasiones por defender a muerte sus ideas políticas, murió 
tranquilamente recostado sobre su cama el 15 de junio de 1879, y sus exequias que no pudieron ser 
saldadas por su familia que se hallaba en grave pobreza, fueron realizadas por el gobierno mexicano 
entonces dirigido por el general Porfirio Díaz. 
41 
 
soñada sólo sería posible si la población reconocía que compartía símbolos, intereses y 
rasgos con su colectivo. Pionero también en las Veladas Literarias,
11
 éstas consistían en la 
reunión de poetas y escritores de la época con el mero propósito de compartir sus escritos e 
impulsar la literatura mexicana. Porque el desarrollo del arte en un país es característico de 
cultura y civilización, y no sólo de manifestación artística, como lo defiende Luis de la 
Rosa en “Utilidad de la literatura en México”, ensayo que, si no se oponía, sí se distanciaba 
de lo dicho en el Prefacio a Cromwell de Víctor Hugo. Aunque también poeta, encontró 
afinidad con la narrativa, particularmente con la novela, considerándola como la literatura 
de las masas o la forma de llegar a nuevos lectores e instruirlos así con figuras patrióticas. 
Sus historias eran divididas en partes que se presentaban cada determinado tiempo en los 
periódicos, garantizando con ello un amplio alcance. 
Algunos de los más importantes lectores eran las madres o amas de casa, quienes 
eran deleitadas con anécdotas amorosas al mismo tiempo de que eran receptoras de signos y 
conductas nacionalistas, con la intención de que educaran bajo ese margen a sus propios 
hijos, futuros jóvenes dirigentes del país. Afortunadamente, Altamirano siempre tuvo 
participación e influencia en los periódicos, teniendo voz del nacionalismo que buscaba 
infundir: “Funda diversos periódicos y colabora en muchos más. Publica El Correo de 
 
11
 Nacidas las Veladas Literarias por Luis Gonzaga Ortiz, quien a favor de su amigo y poeta, “el 
dramaturgo español Enrique de Olavarría y Ferrari” (Castorena, en Ignacio Mena Duque y Tonatiuh 
Mena

Otros materiales