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1 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS SISTEMA ESCOLARIZADO EL DISCURSO ALEGÓRICO EN CLEMENCIA DE IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO T E S I S QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS P R E S E N T A : LUIS ALBERTO OROPEZA GÓMEZ ASESOR: MTRO. RICARDO MARTÍNEZ LUNA CIUDAD DE MÉXICO 2019 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 DEDICATORIA Quiero dedicar este trabajo a mi padre por esforzarse incansablemente en su labor como consejero y guía; a mi madre por su extraordinario don de la omnipresencia, por estar donde fuera, cuando fuera… siempre. Dedico también este cachito de mi vida a la mujer que ha prometido acompañarme en cada una de mis ideas locas, a la dama de las eternas puntas rojas. Y, por último, para cerrar este breve capítulo, quisiera gritarte a todo pulmón… que lo logramos, y que la única verdad irrefutable de la vida son el sacrificio y la felicidad, que como los amores incomprendidos se borran y se escriben siempre juntos. Berenice, te amo, por ser mi luz para entenderlo. 3 AGRADECIMIENTOS Quiero agradecer a la Universidad Nacional Autónoma de México por abrirme las puertas y por formarme con los valores y principios de la institución. Asimismo, mi más sincero agradecimiento a la Facultad de Filosofía y Letras por su cobijo en el campo de las humanidades durante estos años de licenciatura, tiempo en el que he comprendido que 1) la ética y la templanza son y deben seguir siendo cualidades indiscutibles en los profesionistas, 2) que a pesar de que el mundo externo nos aparte, los egresados tenemos la obligación de dirigirnos con vocación y convicción, y 3) aquí comprendí que nunca, absolutamente nunca, debemos dejar de soñar, porque no existe mayor prisión que los barrotes con los que encerramos a nuestra propia imaginación. Quiero aprovechar para agradecer al catedrático, investigador, académico y valioso ser humano, al maestro Ricardo Martínez Luna, por su apoyo, paciencia, compromiso y comprensión en el desarrollo profesional de jóvenes estudiantes. También mi total gratitud a la catedrática y leal promotora de la educación universitaria, la maestra Rosaura Herrejón García por su notable compromiso y atención en este trabajo escrito. Sin duda, es para mí difícil resumir qué tan agradecido estoy con el doctor y extraordinario profesor Luis Alfonso Romero Gamez, por sus sabios consejos, amplia perspectiva y constante apoyo en este proyecto. De esta manera, agradezco el tiempo y la atención al reconocido doctor y poeta César Eduardo Gómez Cañedo, quien es visto por jóvenes escritores como un visionario de las letras mexicanas. Y para finalizar, mi profundo agradecimiento al doctor Héctor Fernando Vizcarra, por su sinceridad y apoyo en todo momento. 4 Tabla de contenido Índice El discurso alegórico en Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano Introducción………………………………………………………………………….... 5 1. Contexto histórico-político……………………………………………………. 10 1.1.México (1862-1875)………………………………………………………. 11 1.2.El Estado Nación………………………………………………………….. 20 2. La misión del escritor…………………………………………………………. 29 2.1. Literatura empeñada: reivindicación de la literatura frente a la sociología..30 2.2. Refrenar el vuelo de la imaginación: los escritores mexicanos……………33 2.3. Ignacio Manuel Altamirano: hombre de su tiempo………………………..39 3. Clemencia: la novela……………………………………………………………44 3.1.Recepción y recuperación de la obra: interpretación de la época y lecturas contemporáneas……………………………………………………………..45 3.2.Clemencia: historia, geografía y lengua…………………………………….56 3.3.Personajes: Clemencia, la patria perdida; Valle, el modelo del ciudadano patriota………………………………………………………………………62 Conclusiones…………………………………………………………………………….89 Epílogo o brevísima biografía de El Maestro Altamirano………………………………95 Anexo……………………………………………………………………………………100 Bibliografía………………………………………………………………………………105 5 Introducción El siglo XIX significó una reformulación de las políticas nacionales y una muestra de los primeros resultados de la modernización en todo el mundo. En Europa, la economía de los países industrializados iba en crecimiento, por lo que estos globalmente se concebían como potencias, mientras que en su interior iban notándose las marcadas diferencias entre las clases altas y las clases pobres y, al mismo tiempo, iban afirmándose como las naciones con mayor fuerza en el planeta en comparación con los que se volverían dependientes de ellos. En América, en cambio, los pueblos conquistados apenas se rebelaban a sus opresores, negándose a la continuidad de ser sometidos. Durante el periodo decimonónico, las traiciones y las pruebas de lealtad fueron definitorias para el reconocimiento del heroísmo y la villanía, o de la distinción entre el modelo a imitar y lo que más bien iría en contra de la patria, contrapartes indispensables en la constitución de aquellos pueblos que querían mostrarse económica, política y, sobre todo, culturalmente independientes. No obstante, una tarea de unificación implicaba la participación de todos los integrantes de una misma sociedad, ¿pero cómo hacerlo cuando las guerras internas y las invasiones no habían hecho más que diseminar a la población? La constitución y solidez de un país no era suficiente sin el reconocimiento e identificación de los individuos como ciudadanos pertenecientes a dicha nación. Ante ello, la labor unificadora también la asumieron los intelectuales de la época, quienes desde entonces entendieron que el rasgo más distintivo en el hombre es su cultura, es decir, toda la colección de símbolos que lo definen como miembro de un mismo grupo. Formándose en México dos bandos, los liberales y los conservadores, eran justamente los primeros los que buscaban alcanzar un país libre y soberano. Los artistas, 6 para este caso los escritores, pretendían elaborar obras que enorgullecieran los elementos nacionales, alentaban un sentimiento patriótico, de modo que los individuos aceptaran positivamente su historia y su presente, y quisieran progresar sintiéndose ya pertenecientes entre sí. Ignacio Manuel Altamirano Basilio fue uno de esos intelectuales. Creador de múltiples obras, cabe rescatar Clemencia, una narración amorosa que incluye referencias conductuales y sugerencias de comportamiento para ser un ‘buen mexicano’, mostrando un modelo patriótico a seguir por el ciudadano nacional. La novela ha sido revisada recientemente desde el polo histórico-social, tomando a un solo personaje, Clemencia, y omitiendo los aciertos estilísticos (Cruz Aparicio, 2018); desde la comparación literaria, alejándose del contexto (García Sánchez, 2012); y desde el marco de vida de Ignacio Manuel Altamirano con una perspectiva muy general de sus obras (Bleznick, 1948). Se ha revisado también la particularidad de los personajesrespecto a sus características opuestas, entre Fernando Valle y Enrique Flores o Isabel y Clemencia (Gutiérrez León, 1971), o también se han extraído datos más generales que brinda la obra sobre los códigos de conducta de hombres y mujeres de la época. La literatura no se trata de ignorar o sobrevalorar el entorno. Una obra literaria no es una mera respuesta al ambiente, ni una pieza cultural independiente a él. Ante ello, además de describir las diferencias, similitudes o contrariedades entre los personajes, hay que encontrar el posible propósito del autor de acuerdo a lo que buscaba simbolizar en cada uno de ellos o, al menos, con los principales. Difícilmente se atienden los recursos estilísticos empleados para la construcción y significación de Clemencia y Fernando Valle, cuyo discurso se basa en la dependencia, maximizando así lo que pretenden proyectar, según los intereses de Altamirano en ‘su misión como escritor’. 7 La pregunta eje de esta investigación será entender lo que representa Clemencia como personaje dentro de la novela, ya que profundizar en ella ofrecerá, a su vez, una significación distinta de Fernando Valle. ¿Es el personaje Clemencia una alegoría cuyo sentido figurado alude a una referencia simbólica de alcance nacional, es decir, a la patria misma? De ser esto así, ¿es la muerte de Fernando Valle un suicidio romántico, como propone Adriana Sandoval en su texto Fernando Valle: un suicida romántico, en Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano? ¿O puede traducirse como un sacrificio, en vista de que Clemencia implica más que un personaje femenino? Esta respuesta, a su vez, implica que Fernando Valle refleja un modelo del ciudadano patriota. Para llegar a una conclusión favorable, se discutirá con los argumentos de Sandoval (2007), Lander (2001), Gomáriz (2001), Gutiérrez León (1971) y Abud (2003), quienes –a fin de que esta introducción no se vuelva excesivamente extensa– abordan a un personaje protagonista, sea Fernando Valle o Clemencia para interpretar su significado y posible función. En lo que respecta a este trabajo, se comprobará que la acción final de Fernando Valle puede ser vista como un sacrificio por su gran amor, Clemencia, quien dadas sus cualidades y función dentro de la novela, seguramente significa mucho más que una mujer coqueta del México decimonónico, inscribiéndose en ella dos sentidos, uno preciso y otro figurado, cuya alusión literaria obedece a algún tropo del discurso. Se demostrará, además, que el entendimiento de ambos personajes es mediante su interrelación. Los objetivos de esta investigación son claros. La revisión histórica no sólo es prudente, sino requerida para el conocimiento de las necesidades sociales y artísticas, convirtiéndose ésta en el primer objetivo a desarrollar en este trabajo: ¿qué sucedía en México durante la segunda mitad del siglo XIX, entre 1862 y 1875? y ¿cuál era el propósito de los escritores de la época? Bien se sabe que el arte es la objetivación de la cultura, de las 8 percepciones, los pensamientos y las emociones, por lo que no resulta extraño repasar que una de las principales preocupaciones de la época consistía en la formación y autoconvencimiento de una identidad mexicana que diera solidez al estado. Por ello, el segundo objetivo será responder a las preguntas ¿qué es identidad?, ¿cómo se construye?, ¿qué es el Estado y qué es Nación? y ¿cómo se consigue el logro del Estado-Nacional? Éstos son los cuestionamientos que habrá que definir para entender las razones que llevan a la creación de dichas obras, en especial la que es de nuestro interés, Clemencia de Altamirano, poniendo atención en los conceptos de otras ciencias o disciplinas, tales como cultura, mente, lengua, realidad, con el cuidado necesario. El tercer objetivo de esta investigación será demostrar la razón por la cual Altamirano utilizó una alegoría literaria para fomentar un sentimiento patriótico, pues ¿quiénes más pueden asumir la misión social y cultural sino aquellos que podían hacer de la simbología elementos de identificación? Los artistas, ya fueran pintores (José Guadalupe Posada, pintor, grabador y caricaturista), músicos (por ejemplo, Francisco González Bocanegra en la letra del Himno Nacional Mexicano) y literatos (Ignacio Ramírez con su contribución a los periódicos de la época), tenían un proyecto nacional y distintos modos de promover aquella identidad. Todas las piezas circundan a la obra con el fin de profundizarla más adelante, y encontrar, según la evolución de los argumentos, la alegoría en Clemencia y su función y, con ello, una nueva interpretación a la acción de Valle previo a morir. El cuarto y último objetivo a cumplir en este trabajo es ser fuente primaria de consulta para investigaciones futuras, texto inmediato para las nuevas generaciones, funcional y entendible para otros investigadores o tesistas. Para lograr estos propósitos, el presente trabajo se dividirá en tres apartados generales. El primero remite a un breve estudio del contexto histórico político de México durante la segunda mitad del siglo, acentuando la diferenciación entre el país como Estado, 9 es decir, una figura política y el país como Nación, es decir, una construcción cultural. El segundo se centrará en la descripción de los exponentes literarios del periodo, enfocándose en Ignacio Manuel Altamirano, autor guerrerense cuya obra Clemencia dio pie a esta investigación. Y el tercero atiende al análisis pleno de la novela. En este apartado, el lector se encontrará con tres subdivisiones temáticas: los elementos contextuales que rodean la historia de la obra, tal como la lengua, la historia y la geografía mexicanas; la recepción durante el periodo que tuvo la obra en cuestión; la descripción física, sociológica y psicológica de los personajes, de acuerdo con el modelo tridimensional de Lajos Egri, y la relación de Clemencia y Fernando Valle en función de la alegoría que representa la primera. Además, el lector se encontrará con un epílogo o brevísima biografía de El Maestro Altamirano, que tiene el propósito de plantear su vida en unas cuantas líneas, en auxilio de todos aquellos estudiantes que no pueden encontrar biografía y análisis en una misma obra. Después de haber encontrado en la presente introducción un brevísimo repaso histórico y artístico, de haber expuesto la problemática a resolver y tesis a defender, de haber presentado los objetivos a cumplir y la estructura de la investigación, es momento de que el lector acompañe este estudio hasta su desenlace. 10 1. Contexto histórico-político “… El nacionalismo es de origen criollo, a pesar de que tuvo manifestaciones variadas. El hecho de que los criollos se denominaran a sí mismos simple y llanamente ‘americanos’ llevaba implícito este incipiente nacionalismo.” Miguel Ángel Gallo T. Imagen extraída de https://warfarehistorynetwork.com/daily/military-history/viva-el-cinco-de- mayo-the-battle-of-puebla/ con fines exclusivamente académicos. https://warfarehistorynetwork.com/daily/military-history/viva-el-cinco-de-mayo-the-battle-of-puebla/ https://warfarehistorynetwork.com/daily/military-history/viva-el-cinco-de-mayo-the-battle-of-puebla/ 11 1.1. México (1862-1875) El objetivo de este capítulo es contextualizar al lector en los acontecimientos sociales que rodearon la creación de la obra (conflictos, ideologías y resoluciones), situaciones que seguramente dieron paso a un sentimiento o impulsaron una idea para escribir; se centrará en la importancia histórica del periodo conocido como República Restaurada. La promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos el 5 de febrero de 1857 selló el triunfo liberal frente al bando conservador, que establecía un régimen democrático, carente de un mandato centralizado. 1 Aquélla exigía el reconocimiento deuna autonomía política, es decir, una delimitación geográfica con juegos de economía a su interior, comandada por sujetos provenidos de su propio espacio. La misión libertadora derrotó entonces al centralismo, que era la resistencia al cambio radical e impugnaba la continuación del viejo gobierno monárquico. Negaba que el nuevo territorio fuera capaz de sostenerse a sí mismo de acuerdo con su tradición. Sus miembros eran afines al clasicismo, corriente que, según su composición, los mantuvo poseedores de la lengua y de la pragmática, y sabedores de la filosofía y de la literatura clásica, siempre resistentes al dinamismo. En su lugar, se hallaba el éxito del federalismo que proponía un gobierno que se repartiría en tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, distribución que permanece hasta nuestros días. Se conformaba efectivamente por los liberales, hombres románticos que idealizaban la posibilidad de construir una nación a pesar de las dificultades recién acontecidas. En ella se estableció que: 1 Planificada apenas un año anterior por el Congreso Constituyente, su decreto evidenció la victoria por la instauración de un territorio geopolíticamente libre, objetivo de la Independencia de 1810: un macromovimiento libertario socio-político-ideológico, resuelto en una revuelta masificada en la que habían figurado las castas más desafortunadas de la época, y que buscaba el desprendimiento con el yugo español. 12 En este estatuto se garantizaron los derechos del hombre: libertad y derecho a la protección de las leyes, libertad de educación y de trabajo, libertad de expresión, de petición, de asociación, de tránsito, de propiedad; se incluyó también la igualdad ante la ley y el derecho de no ser detenido por más de tres días sin justificación. (Zoraida, 2010: 121) La invasión francesa es la consecuencia de la derrota de los conservadores en la Guerra de Reforma, que comprende de 1858 a 1861, trayendo consigo las Leyes de Reforma. Sebastián Lerdo de Tejada y Melchor Ocampo junto a Juárez acordaron que éstas consistirían principalmente en la “nacionalización de bienes del clero, separación de la Iglesia y del Estado, supresión de órdenes religiosas (cofradías, congregaciones y hermandades), matrimonio y registro civiles, secularización de cementerios y, finalmente, libertad de cultos.” (Zoraida, 2010: 123) La también llamada Guerra de los Tres Años provocó una “crítica situación financiera”, catástrofe aprovechada por Francia, pues los conservadores vencidos acudieron con el emperador, Napoleón III, para negociar las posibilidades de su fuerza y restaurar en México el viejo gobierno monárquico. Más allá de esa propuesta, la invasión francesa realmente fue la resolución para hacer cobrar al país la exorbitante cantidad que se debía hasta entonces, déficit que había afectado de sobre manera a la sociedad mexicana. La deuda de México con España, Inglaterra y Francia ascendía a $82, 315,447.00 por las tres naciones. El primer país no dio uso a las armas como exigencia de pago debido a su situación interna, afectada continuamente por levantamientos. Aunque eso no implica que en el fondo el gobierno español anhelara recuperar su viejo territorio, como lo había hecho en 1829, tras la fallida empresa del brigadier Barradas. El segundo conocía la situación de México y estaba dispuesto a atacar, más como una presión al país por conseguir la liquidación de su deuda. Pero recibir lo que merecía no era más que una posibilidad, por lo que el riesgo era mucho para una intervención así. No sucedió de esa forma con Francia, nación a la que se debía 13 menos. Más bien, justamente Napoleón III, apodado “El pequeño”, veía en México “un campo fértil” y “un país desgarrado por las luchas intestinas, en grave crisis económica, sin un ejército poderoso, carente de una marina” (Garfias, 1992: 13-14). En afán de un beneficio propio, protegiendo los intereses de cada uno, los tres países se reunieron el 31 de octubre de 1861 en La Convención de Londres para acordar la invasión en México y asegurar de algún modo el pago de la deuda. Ocurrió, pues, el ataque, apoyado ostentosamente por tropas españolas, en las que aparecían dos brigadas de infantería con un total de 5373 gendarmes; con una caballería compuesta por 173 hombres, más un amplio número de soldados por parte de la nación española, que, fuertemente, arremetía con un total de 6234 hombres dispuestos a caer en combate. Francia no fue la excepción, pues estaba distinguida por 9 compañías del 2º Regimiento: 1 batería de artillería de montaña. 1 batallón de Zuavos. 1 pelotón de Cazadores de África. 1 destacamento de 100 hombres del tren de equipajes. 1 sección de ambulancia ligera, compuesta de: 3 médicos, 2 oficiales de administración y 24 enfermeros. 1 sección de 21 obreros. 1 destacamento de 20 zapadores. Con un efectivo de 300 hombres. (Garfias, 1992: 18) Juárez entonces mandó a llamar al pueblo, exigiéndole valentía y defensa a la Patria, porque, aunque hizo lo posible por impedir un combate, sí dejó en claro que ningún invasor “intentase humillar a México, desmembrar su territorio, o tal vez extinguir su nacionalidad.” (Garfias: 19) Los primeros enfrentamientos sucedían en diversos campos, siempre unos con numeroso ejército, siempre otros con infranqueable resistencia, de tal modo que Francia se había visto con un contrincante que no doblaría las armas: “El poblado estaba prácticamente desierto, lo cual confirmaba las sospechas de los jefes franceses acerca de que los conservadores los habían engañado con falsas promesas de que 14 el pueblo se volcaría en favor de ellos al considerarlos los libertadores de un gobierno opresor.” (Garfias: 40) Pero al entrar las tropas europeas, se encontraron con una resistencia comandada por el general de la Guarnición Nacional, Ignacio Zaragoza, y la derrota francesa en Puebla –el entonces ejército más poderoso del mundo– fue eminente. Aproximadamente a las nueve de la mañana del día 5 de mayo de 1862, las tropas mexicanas vieron levantarse el polvo, causado por una "columna francesa" que parecía dirigirse "hacia la Garita de Peaje, donde se detuvo, lo cual hizo comprender que el ataque se realizaría sobre los cerros de Loreto y Guadalupe" (Garfias: 44). Zaragoza había previsto un ataque al centro de la ciudad, por lo que dispuso del General Miguel Negrete justamente en Loreto y Guadalupe; próximo a él, el General Felipe Berriozábal en la falda del cerro; el Coronel Lamadrid en barrio de Sola; el General Porfirio Díaz en la ladrillera de Azcárate; y el General Alvarez no lejos de Díaz. Las balas se pronunciaron por ambos bandos, la polvareda incrementó y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo se hicieron presentes, con estrategia y corazón los mexicanos, con preparación y armamento los invasores; pero ni aun así pudieron estos contener la línea, porque los franceses terminaron retrocediendo al menos por tres veces, finalizando con: “482 bajas [francesas]; de ellas 15 oficiales muertos, 20 heridos, 162 soldados muertos y 285 heridos y dispersos (...) Las bajas mexicanas fueron 4 oficiales y 79 de tropa muertos, 17 oficiales y 115 de tropa heridos y 12 dispersos (...).” (Garfias: 52) El conflicto terminó a las 17:00 horas, con victoria momentánea para el ejército mexicano. Las noticias no se hicieron esperar. Un periódico de nombre La Unión valoraba mucho más en su publicación la gallardía del General Negrete sobre la del propio Ignacio Zaragoza. Aun así, la hazaña del valeroso militar fue recordada años después, durante la República Restaurada, como un símbolo nacional, bajo la denominación de La Batalla de 15 Puebla del 5 de mayo. Pero se trató de una gloria efímera, ya que el disgusto de Napoleón III consistió en integrar treinta mil soldados mása cargo de Federico Forey, y así el diez de junio de 1863 caía el ejército mexicano, ocasionando el escape de Juárez de la Ciudad de México a Monterrey con el fin de reorganizarse. 2 Una vez establecido cuál sería el tipo de gobierno, el 19 de julio de ese mismo año se convocó a una Junta Suprema de Gobierno, en la que se eligió al archiduque Maximiliano de Habsburgo como encargado de tal empresa. 3 La Junta de Notables sirvió para decidir el futuro de México. En ella se dijo que debido a la unión de un federalismo y una libertad, se encaminaba siempre a la anarquía, de allí que la monarquía sería la medida justa para el país. El gobierno se establecería, entonces, en una “Monarquía moderada”. Los desacuerdos no tardaron en aparecer, sobre todo porque el austriaco tomó muy serio su papel como nuevo dirigente del país. Apegado a una concepción patriótica, se negó a las demandas del Nuncio Papal, que implicaban “suprimir la tolerancia de cultos y la nacionalización de los bienes del clero”. No conforme con ello, para 1865, Maximiliano exponía el Código Civil: “(…) una ley devolvía las tierras a los pueblos indígenas y las otorgaba a los que no las tenían. Su ley laboral previó una jornada máxima de 10 horas, la anulación de deudas mayores de 10 pesos, la prohibición de castigos corporales y la limitación de tiendas de raya.” (Zoraida: 127); además de dedicarse a permitir el libre 2 Napoleón III envió una carta al General Federico Forey, en la que le explicaba la manera correcta de comportarse ante los mexicanos dada la nueva situación que la nación enfrentaba. Ver anexo: figura 1. 3 Ante esta decisión, hubo molestia por parte de Forey, quien esperaba algún cargo importante tras sus acciones militares. Pero fue un acto no concedido por Napoleón III. Resulta natural la negativa, dado quizá por el carácter que tenía el militar, mismo que puede notarse en el manifiesto que da al pueblo mexicano después de recibir las órdenes ya expuestas, discurso que finaliza con “Pero declararé enemigos de su patria a aquellos que se muestren sordos a mi voz conciliadora y los perseguiré donde quiera que se refugien”, voz que conserva un tono muy diferente al precedido por Napoleón. Esta exposición también puede seguirse en Villegas, 2010. 16 tránsito de la educación y de la investigación científica. Maximiliano de Habsburgo, similar a Juárez, promueve la libertad de cultos y la nacionalización de bienes eclesiásticos, lo que evidentemente trajo consigo el disgusto por parte de la Iglesia Católica; incluso, le ofrece al mexicano un importante cargo en la nueva administración, pero esta oferta es declinada por el reconocido Benemérito de las Américas. Los sucesivos enfrentamientos ocurridos durante el siglo XIX, tanto con naciones europeas como conflictos internos, a causa de la promesa independiente, proclamaban con persistencia la implementación de un proyecto de nación, que diera estabilidad económico- politico-social al país, mismo que sólo vio la luz una vez que Juárez se erigió en el poder de 1867 a 1871 y venciera con ello al ejército francés. Napoleón III temía una guerra con Prusia, de allí que retirara sus tropas de las aduanas, siendo que aún las administraba, lo que trajo consigo un déficit económico y un descontrol al interior del país. No tardó Porfirio Díaz en tomar la capital, al tiempo que las tropas de Maximiliano aminoraban. El gobierno con rasgos liberales, la reafirmación en la separación de la Iglesia y el Estado, la culminación de la Guerra Civil norteamericana que tuvo inclinación por Juárez en el poder mexicano y la repentina decisión de Napoleón III de retirar sus tropas contribuyeron a reducir el número de simpatizantes de Maximiliano. La opción de abdicar del emperador y los viajes de su esposa Carlota a Europa buscando ayuda evidenciaban la pronta caída del imperio francés. Mientras tanto, Juárez, que se había resguardado en el Paso del Norte, Chihuahua, avanzaba hacia el sur recuperando territorio nacional hasta que sólo quedaban Puebla, Ciudad de México y Querétaro, nuevo centro del imperio después de que Maximiliano abandonara el Castillo de Chapultepec. Los franceses se vieron rodeados por los republicanos, quienes aminoraron sus vías de escape y sus diferentes recursos. Después de difíciles tres meses, Maximiliano ya se 17 hallaba sentenciado al pelotón, dícese que por una traición del coronel Miguel López, sólo defendido por un par de juristas que lo exigían con vida. Pero Juárez los rechazó porque debía hacer lo correcto y, como mexicano, cumplir su deber, mandándolo a fusilar el 14 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, Querétaro, junto a los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, consolidando con ello la victoria Juarista y la Restauración de la República: “En sus últimas palabras Maximiliano hacía votos porque su sangre ‘sellara las desgracias de mi nueva patria’.” (Zoraida: 128) Las prontas elecciones pusieron a Juárez nuevamente en la presidencia, sólo que ahora aparecían a la par dos bandos enfrentados entre sí, seguramente a consecuencia de las decisiones electorales: los intelectuales que apoyaban la Reforma, pertenecientes a la generación del Benemérito de las Américas y los militares que, como Díaz, sobrevaloraban la intervención y ambicionaban el poder. Está claro que a Juárez se deben los cimientos de la inclusión del país en el proceso de modernización, como la exploración de nuevas técnicas agrícolas y el desarrollo de la industria nacional, siempre encabezado por el estandarte de la educación: 4 “Las mismas causas obstaculizaron la normalización de la vida económica, aunque la minería se modernizó, lentamente, se inició la industrialización mejorando la producción agrícola, pero los frutos se cosecharían en el Porfiriato.” (Zoraida: 139) Hay un pronunciamiento de la “gratuidad, laicidad y obligatoriedad” (Gallo, 2000: 122) de los niveles de educación, desde la primaria, la secundaria, la preparatoria y la 4 La importancia de Benito Pablo Juárez García en la historia mexicana se debe a que él también fomentó la inclusión del país a la modernización, bajo la imagen dignificada de las naciones europeas. Más allá de la recuperación de los impuestos, “la reorganización de la administración y la hacienda” en palabas de Josefina Zoraida, y las relaciones que únicamente mantenía con Estados Unidos de América, Juárez se destacó por la construcción de escuelas, método que él consideraba estructural para alcanzar la modernización. 18 profesional. Por tanto, el 3 de febrero de 1868 se inaugura la Escuela Nacional Preparatoria, que difunde una educación positivista, encabezada entonces por Gabino Barreda, quien distinguía también tres estadios sucesivos de desarrollo: el teológico o religioso militar, representado por la época en que el dominio social lo detentaban los grupos conservadores del clero y el ejército; el metafísico o anárquico-liberal, identificado con el periodo de la lucha entre liberales y conservadores y el triunfo de los primeros; el positivismo o “científico”, que tras la victoria de los reformadores liberales en 1867 encarnaba la nueva era sustituyendo al orden teológico y al desorden metafísico (Gallo, 2000: 122), quien igualmente se había basado en el positivismo comtiano, constituido por fases muy parecidas. A esta época, en que por fin había entrado de nuevo al poder, se le conoce como República Restaurada, periodo que se caracteriza por la introducción de México a un Mercado Mundial, y por la emergente aglomeración de la heterogeneidad poblacional en el adjetivo “mexicano”, que debía trascender su significado meramente civil hacia una semántica cultural con ayuda de remembranzas históricas: Después de los años de guerra, nuevamentela economía estaba desquiciada; la producción era escasa y la ausencia de inversiones privadas frenaba el desarrollo. Muy precarios eran los ingresos públicos y las reservas del erario se agotaban, siendo además muy difícil obtener créditos foráneos. Juárez dirige sus primeros pasos hacia la superación de esta situación desastrosa. (Gallo, 2000: 118) Es decir, la República Restaurada es la reactivación, inmediata a la derrota gala, del propósito de convertir una superficie con individuos en su interior en una república, con un gobierno democrático, cuya unidad prometa un funcionamiento constante en las relaciones nacionales. La República Restaurada es la continuación del proyecto de nación iniciado por Juárez en su primera llegada al poder en 1858. Dicha integración también beneficiaba en el reconocimiento global, pues aminoraba las posibilidades de invasiones posteriores: Se puede afirmar que hasta bien entrada la década de 1870 es cuando en la mayoría de los países latinoamericanos se establecen gobiernos más o menos estables. Es también a partir de ese momento cuando se presenta un periodo de relativo crecimiento económico mundial en el cual estos países se incorporan más plenamente al mercado mundial, si bien como países 19 productores de materias primas y como receptores de mercancías y de inversiones directas de las potencias económicas internacionales. (Gallo, 2008: 320); pues: En la República Restaurada (1867-1876) se dan los primeros pasos hacia la centralización del Estado liberal; se institucionalizan las medidas reformistas y otras que se van dictando; afloran las pugnas por el poder entre los grupos de tendencia liberal; se impulsa una trascendental reforma educativa y de renovación cultural nacionalista acorde con el proyecto de modernización capitalista del país. (Gallo, 2000: 118) No obstante la victoria ya aludida de Juárez de 1871, terminaron resintiéndola los otros candidatos, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, quien en esa ocasión había decidido postularse. La dirección nacional precisamente se vio interrumpida cuando intentó reelegirse, provocando la oposición con el Plan de la Noria el 8 de noviembre, encabezada por otro oaxaqueño, el general Porfirio Díaz, quien defendía las contradicciones constitucionales al pretender retener la presidencia. Pero todas las protestas y levantamientos se vieron aminoradas con la muerte repentina de Juárez, debido a una enfermedad del corazón, el 19 de julio de 1872. Esto provocó que Sebastián Lerdo de Tejada entrara al poder, de acuerdo a lo establecido en la propia Constitución, por tratarse del presidente de la Suprema Corte de Justicia. Hombre apegado a las ideas juaristas, Sebastián Lerdo de Tejada siguió fielmente las normas constitucionales, agregando, incluso, las Leyes de Reforma a este máximo libro legislativo. A su vez apoyó la implementación de la educación, ya intencionado anteriormente por Juárez; una labor que, aunque había sido principio de un desarrollo nacional durante el siglo XIX, sólo se pudo realizar con plenitud al inicio de la República Restaurada. Haya sido el ansia de poder o el anhelo de mejorar el país, al concluir su mando presidencial, Lerdo de Tejada pretendió reelegirse, pero “el presidente de la Suprema Corte, José María Iglesias, declaró fraudulentas las elecciones que habían elegido 20 a Lerdo.” (Zoraida, 2010: 132) No obstante, el desacuerdo de Díaz siguió hasta que logró derrocarlo para ocupar su lugar. Tras lo acontecido y con más fuerza que antes, se levantó en armas con el Plan de Tuxtepec y así, el extraordinario militar, obtenía la presidencia el 24 de noviembre de 1876, mismo que, al término de su gobierno, se lo cedía a Manuel González Flores. La historia del país volvió a tomar otro giro, ya que Díaz retomó el poder y permaneció ahí treinta años, periodo que denominamos como Porfiriato. Fue un pasaje histórico que incluyó ahora de manera abrupta a México en su proceso de modernización. La disputa entre la Iglesia y el Estado finalizó en la organización de una sociedad secular: 5 Se concibe así un Estado laico, libre de trabas propiamente corporativas (Iglesia, ejército), centralizado pese a ser federal; presidencialista a pesar de la clásica división de poderes; árbitro supremo de las querellas por el poder; conciliador con el clero y los conservadores; garante de la paz social con miras a la inversión extranjera. (Gallo, 2000: 120) Primeramente importaba y exportaba productos, formando así parte de un Mercado global, ahora a extensa imitación de Francia. Justamente un periodo definido por el hartazgo de su pueblo y que dio pie a otro acontecimiento histórico que ahora no nos compete revisar. 1.2. El Estado Nación La dificultad de definir el término Estado se da porque permite ser estudiado desde un enfoque multidisciplinario: actualmente es muy tomado en cuenta por la ciencia política que, si no discrepa, sí se diferencia del ángulo sociológico que, por ende, se distingue a su vez del filosófico. No obstante, considero pertinente la continua redefinicion de términos 5 La organización de la Nación apuntaba a un objetivo modernizador, cuyo progreso también consistía en la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado, una limitada participación eclesiástica en las decisiones institucionales. Se trata de la formación de un Estado laico que, por ende, implicaba una educación ya no fundamentada en preceptos religiosos, así como sus festividades acompañadas de la calendarización de conmemoraciones civiles. 21 tan añejos con fines académicos, como pedestal para futuras investigaciones, con posibles ramificaciones especializadas –casi igual a como lo haría un diccionario–, en lugar de estar brincando de enfoque en enfoque hasta hallar el que se adecúe a las exigencias de mi objeto de estudio. En caso de no presentar un significado apropiado, puede confundirse aún con nación, en vez de entenderse como un componente suyo, acompañado de una identificación social, para reafirmar que Altamirano pretendió unificar simbólicamente con ayuda de un patriotismo en su obra a una sociedad dirigida por un gobierno perteneciente a un estado inaplicable a los requerimientos sociales. Pero esto se detallará más adelante. Si bien las comarcas definitorias sirven para encerrar lo que es o lo que podría ser, también restringen y mantienen fuera lo que difícilmente sería o lo que definitivamente nunca podría ser. Ejemplifico. Estado no es sinónimo de nación ni de gobierno, mucho menos lo es de sociedad, población, territorio o soberanía. Con frecuencia tiende a confundirse el concepto con sus componentes. Un amplio catálogo de pensadores, entre ellos Hobbes, Rousseau y Locke, hablaron de un previo estado de naturaleza, en el que un montón de individuos reunidos en un grupo otorgaron el poder a uno solo de ellos –o varios encargados en distintas posiciones jerárquicas– para ser gobernados en el tan llamado "contrato social". Por otro lado, Norberto Bobbio, citado por Enrique Florescano, dice que el estado "es un ordenamiento jurídico que tiene como finalidad general ejercer el poder soberano sobre un determinado territorio y al que están subordinados de manera necesaria los individuos que le pertenecen." (Bobbio en Florescano, 1996: 16) De aquí puede aclararse algo. El estado es un constructo mecánico moderno –pues necesita que sus constituyentes humanos lo hagan andar constantemente–, que relaciona subordinadamente a gobernantes y 22 gobernados de una misma población, dentro de un territorio o espacio geográfico delimitado, en el que se remarca –y se avala– el poder una y otra vez por medio de instituciones jurídicas (Florescano, 1996) y por medio de un modo gubernamental soberano: pendiente de un mandato democrático, cuyosindividuos solventan su calidad de miembros de acuerdo a la preservación y ejecución de sus derechos y deberes para con el estado. El territorio, el gobierno y la población son los componentes principales del estado (Ramírez Millán, 2000: 48); sin embargo, su sola existencia no garantiza su participación relacional en esta estructura. Por ejemplo, el territorio no importa únicamente porque esté geográficamente delimitado sino porque las instituciones jurídicas tengan poder en él: “Los estudiosos del Estado dicen que un requisito para la existencia de éste es la concentración del poder en el conjunto del territorio.” (Florescano, 1996: 456) Justo sobre esa vertiente, la población se destaca por la característica de reconocimiento de los individuos que la conforman –no simbólicamente– de un presente común, regidos por el mismo sistema político, y que comparten además derechos y obligaciones a seguir: todo desde un punto económico-político. El gobierno es la cabeza mandataria que toma las decisiones finales más convenientes para el desarrollo regularmente político del estado. Puede tratarse de un mandato monárquico, cuyo poder total cae en una sola persona o en un conjunto de ellas, que también suele estar caracterizado por una centralización del poder, tal como era México previo a la Independencia. O bien puede ser un gobierno democrático, en el que la población elige a sus representantes, a la par que decide cuál es el mejor camino para su país. Es un principio basado en la idea platónica de la República o res (cosa) pública, en el que la sociedad interactuaría con la política de forma más cotidiana, como en el método pretendido por México posterior a su autonomía. 23 El estado es la estructura política de la Nación, actúa como el esqueleto sin la carnosidad simbólica que sólo puede proporcionar la cultura del hombre: “Por encima de su desarrollo histórico, el Estado es estudiado en sí mismo, en sus estructuras, funciones, elementos constitutivos, mecanismos, órganos, etcétera, como un sistema complejo (…)” (Bobbio, 1987: 70) No es de extrañarse, por tanto, que el cambio radical del gobierno central al gobierno federal fuera inaplicable a una tradición mandataria de poder centralizado durante trescientos años en un México decimonónico que, previo a su conquista, contaba con principios de civilización completamente disímiles, tanto al impuesto como al propuesto posterior a su Independencia: en la Nueva España se utilizó una estructura política indistintamente europea (Florescano: 18). La nación, por tanto, es el complemento del estado, la parte abstracta que da base simbólica al logro del Estado Nacional: “la idea de nación se identificó con las fechas fundadoras de la república, con los héroes que defendieron a la patria, con la bandera, el escudo y el himno nacional en cultos cívicos (…)” (Florescano: 495). Normalmente, los autores coinciden en definir a la nación como una “comunidad imaginada” (Benedict Anderson, en Florescano, 1996), en la que los participantes saben de la presencia y reconocimiento similar de los mismos signos por parte de los demás miembros sin la necesidad de verificar la existencia de cada uno de ellos. La idea del estado como una unidad-sistema difícilmente tendrá progreso sin la parte intangible que comprende a la nación, como un integrador de los sujetos con su sistema, pues éste garantiza su protección y prosperidad. Pero no se consigue un Estado Nacional sin la interacción de un estado con la nación, y ésta no se alcanza si los miembros que supuestamente la conforman no la construyen y reafirman constantemente: es decir, si un puñado de hombres no es más que un grupo humano no puede llamarse ‘sociedad’, o conjunto de individuos que apremian o castigan modos específicos de comportamiento en 24 beneficio de la preservación del propio grupo. Lo que relaciona a los sujetos entre sí es el factor cultural denominado identidad. Por lo tanto, la identidad, como producto cultural, es una construcción de identificación social-individual simbólica, basada en una cultura determinada (Giménez, 2010; Pani, 2010; Gutiérrez Martínez, 2010; Gellner, 1983; Béjar y Rosales, 1999). Es decir, es un acto volitivo que refuerza las relaciones de convivencia al interior de un grupo en exposición de las similitudes y diferencias de los unos con los otros y/o con algún otro grupo: “Por eso suelo repetir siempre que la identidad no es más que el lado subjetivo (o mejor, intersubjetivo) de la cultura, la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y contrastiva por los actores sociales en relación con otros actores.” (Giménez, 2010: 35-36) Su subordinación al concepto cultura se da por la elección, uso, valía, funcionalidad y tradición de ciertos símbolos “que son compartidos y relativamente duraderos” (Giménez, 2010: 36), extraídos del infinito cajón simbólico que implica la cultura: la cultura es la organización social del sentido, interiorizado de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivado en ‘formas simbólicas’, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados, porque para nosotros, sociólogos y antropólogos, todos los hechos sociales se hallan inscritos en un determinado contexto espacio-temporal. (Giménez: 38) Su origen radica en el yo, en constante autoconstrucción, siempre dependiente y existente a partir de un tercero que lo reconozca. Así, el individuo, en ese juego social, adquiere significados colectivos que sirven para pertenecer o excluirse. Es decir: “(…) las identidades se construyen precisamente a partir de la apropiación, por parte de los actores sociales, de determinados repertorios culturales considerados simultáneamente como diferenciadores (hacia afuera) y definidores de la propia unidad y especificidad (hacia adentro).” (Giménez: 5) En un mismo ser se encuentra el yo, acompañado todo el tiempo por el nosotros y el otro, validado el primero por aquella frase existencialista de Descartes 25 "Pienso, luego existo", secundada por su integración y finalizado por su reconocimiento, respectivamente. Por eso, resulta importante conseguir una unificación social durante el siglo XIX, en la que el individuo se sienta relacionado y perteneciente a una colectividad gracias a un logro sinonímico. Una misión identitaria, entonces, se refiere a una búsqueda simbólica donde encajen varios actantes, generando el bucle ya mencionado de individuo-colectividad, en donde uno –y todos– se sienta miembro o participante de su grupo, perteneciente o identificado a una realidad previamente objetivada. No es obligatorio creer que Altamirano tenía conocimiento sobre estas definiciones terminológicas, que mejor dicho han venido puliéndose hasta nuestros días, más bien que su contribución es un ‘fomento’ a la identidad a través de una pieza cultural, ya que habría elaborado, en su construcción personal del mundo, un modelo de ‘mexicano’ o ‘mexicanidad’, que él mismo determinaría como correcto o adecuado a la situación. Entonces, si individuo es con el todo y el todo es por sus partes, la identidad se construye por medio de unos símbolos electos en una sociedad, misma que vigila las conductas de sus integrantes. Esto es lo que bien puede referirse a sociedad identificada. Y esta última, acompañada de una historia, un pueblo –con el que lógicamente cuenta– y unos símbolos que la caracterice, es lo que puede entenderse como nación, que, a su vez, sostenida por un esqueleto político, consigue el cénit moderno del Estado Nacional. Cabe decir que los conceptos desarrollados no eran entendidos de esa forma, pero siempre hubo la preocupación por constituir una estructura política que diera un reconocimiento extranacional, forzando de cierta manera un puñado de símbolos que se consideraran como nacionalespara agrupar la heterogeneidad de la población. ¿Pero qué es el Estado y la Nación, en función de una República Restaurada, encabezada por un 26 presidente mexicano, Benito Juárez? Porque la definición conceptual presentada, aunque oportuna, no era repetida de esa forma durante la época. Pareciera que a la derrota de los franceses y la recuperación del poder de Juárez, él crea que la República es la unión del pueblo y del gobierno, mientras que nación es toda la simbología de esa República. El Estado-Nación encuentra su “significante” en el Estado, mientras que su parte simbólica, abstracta, obtiene su “significado” en la nación. Porque la entrada triunfante de Juárez en la Ciudad de México determinó el comienzo de una nueva época en la historia mexicana. O’ Gorman al respecto alude lo siguiente. Hubo más de una imposición monárquica en este periodo, la primera basada en una absoluta y la segunda bajo los preceptos del liberalismo de Maximiliano. La denominada República Restaurada no es el triunfo de una fuerza nacional sobre otra –aunque así lo parezca tras la derrota francesa–, sino sobre sí misma, en la definitiva imposición de la República, tanto en su forma de gobierno, como en la simbología de mexicanidad, dice. Una segunda Independencia Nacional no significaba el descanso del héroe tras la victoria, sino más bien la atención en la serie de dificultades venideras después de la permanencia de la buscada libertad. No es extraño suponer, por tanto, que O’ Gorman definiera a la República Restaurada como la Conquista de la Nacionalidad, aunque: “Y es que no se trata ya de una ‘consumación’, sino de una tarea; pero de una tarea que, en principio, no tiene fin, puesto que su meta era convertir a México en una nación moderna, es decir, en un ente histórico nunca completamente hecho, sino en permanente trance de irse haciendo” (Edmundo O’ Gorman, en Matute, 1993: 544); sobre todo porque no implicaba el salto brusco de la monarquía a la república, como lo fue la caída de la Nueva España, sino la afirmación de aquélla misma ya existente. 27 A partir de allí, la victoria de la República significó una explosión literaria en la que el nacionalismo y los honores a Juárez, por ejemplo, eran la temática principal, como A Juárez, de Juan de Dios Peza, Al Señor de la Victoria, de Manuel M. Flores, o la Gran Prosa por el triunfo de la República, del mismísimo Carlos Pellicer varios años después, por ejemplificar. Bajo esta concepción de la contemporaneidad decimonónica, tanto el state-building como la nation-building fueron la preocupación principal del periodo, regido por Juárez a la caída del mandato de Maximiliano de Habsburgo. Como se mencionó desde el apartado anterior, el cenit de una modernización –que más tarde se vería reiterada por Díaz, aunque en un tono más político desahuciando al aspecto social– consistía en la constitución definitiva de un Estado-Nación, que no se viera perfectamente delineada en la forma de un vaso pero carente de agua, por ejemplificar, razón por la que se precisó de una simbología impuesta y dirigida por los grupos de poder, justo por contar con esa unión que difícilmente existía en la masa social. Morelos –bastante tiempo atrás– integró el escudo nacional, cuya labor era exclusión e inclusión, en aquel proceso identitario; asimismo, “Una imagen religiosa venerada por la gente criolla, la virgen de Guadalupe, fue el primer símbolo que tendió un puente integrador en esa sociedad profundamente dividida” (Florescano, 1996: 213), considerando, con semejante fuerza, la relevancia que implica para una cultura la formación de héroes dignos a seguir por la comunidad: “(…) Cuauhtémoc se convirtió en el primer indígena al que se le otorgó la condición de héroe nacional en la épica historiográfica y simbólica creada por el liberalismo.” (Florescano, 1996: 438) El valor de los hombres también reafirmaba aquella noción de mexicanidad, sobre puesta con el levantamiento de la República Restaurada. Quizá fue el ferviente patriotismo en Juárez, figura central de nuestro periodo histórico, o sencillamente su humanidad, lo que 28 lo motivó a negarse a cualquier reunión con Maximiliano de Habsburgo, pese a sus invitaciones, pues probablemente lo relacionaba con una rendición mexicana. En ese fomento simbólico contribuyeron enormemente los intelectuales de la época, que justamente incluían dichos signos en su arte, tratando de impactar a los espectadores y que ellos también formaran parte de esa “comunidad imaginada” (Florescano, 1996), que le diera volumen al Estado. Sobre todo la literatura, cuya difusión se buscaba masificar. Al concluir este capítulo, el lector tendrá una visión panorámica de la Invasión francesa, de la difícil situación del país en aquel entonces y de los motivos por los cuales se buscaba unificar urgentemente el territorio nacional. Asimismo, es imprescindible conocer este periodo histórico que no sólo rodea la publicación de la obra en cuestión, Clemencia (1869), sino que, también, es contexto literario dentro de la novela. 29 2. La misión del escritor “(…) es necesario apartar sus disfraces y buscar en el fondo de ella el hecho histórico, el estudio moral, la doctrina política, el objeto social, la predicación de un partido o de una secta religiosa; en fin, una intención profundamente filosófica y trascendental en las sociedades modernas. La novela hoy, suele ocultar la Biblia de un nuevo apóstol, o el programa de un audaz revolucionario.” Ignacio Manuel Altamirano Imagen extraída de la portada del Primer Tomo de El Renacimiento (1869), periódico literario, con fines exclusivamente académicos. 30 2.1. Literatura empeñada: reivindicación de la literatura frente a la sociología El objetivo de este segundo capítulo es contextualizar al lector en la situación literaria dentro del marco de estudio, dar a conocer la importancia de la función social de la literatura y presentar al autor de la obra que será trabajada, no sólo como su escritor, sino también como eje rector de su campo y sus contemporáneos. A menudo la literatura es paciente de operaciones metodológicas relacionadas a la interdisciplinariedad, a fin de conseguir un análisis más profundo, sin atreverse a reconocer que sólo se contextualiza el objeto de estudio dándole mayor peso a un solo elemento: “Y nosotros verificamos que lo que la crítica moderna superó no fue la orientación sociológica, siempre posible y legítima, sino el sociologismo crítico, la tendencia devoradora de explicar todo por medio de los factores sociales.” (Cândido, 2007: 30) La sociología de la literatura es ejemplo de esta multiplicidad de factores, ya que ofrece tricotomías que priorizan a uno y otro de los involucrados con el quehacer literario. António Cândido explica que según la clase de relación se pondrá en primer lugar un elemento sobre otro. Es decir, en la relación autor-público-obra, es este segundo el que “da sentido y realidad a la obra, y sin él el autor no se realiza (…) De este modo, el público es factor de ligación entre el autor y su propia obra” (Cândido: 2007: 66), por lo que el análisis podría acentuar en la llamada recepción y relaciones de oferta y demanda en la época. En cuanto al vínculo entre autor-obra-público, se entiende que es aquélla la que “vincula el autor al público” (Cândido: 66) y por ende el análisis se centra en la constitución de la obra. Y por último, en la relación obra-autor-público, es el creador literario “el agente que desencadena el proceso, definiendo una tercera serie interactiva” (Cândido: 66), por lo que 31 su estudio podría competer a la sociología o incluso a la antropología literaria. La relación más pertinente para continuar en el área del arte pareciera ser la que se expuso en segundo lugar: autor-obra-público, en la que seentiende que es la obra el motivo que inicia todo. En ella se centra el estudio: se reconoce el estilo del autor, se identifican las cualidades de un público lector y no lector, y se valora su complejidad a partir de su autenticidad y unicidad en el panorama literario. Considero, entonces, que para el análisis de Clemencia de Altamirano vale la pena dicha interacción piramidal, en la que las bases de público y autor apunten a una revisión más adecuada de una obra en particular, formándose con ello una dependencia entre cada una de sus partes. A sabiendas de que el contexto tiene cierta repercusión en los intereses de un público receptor del arte –más que en espera de él–, este factor se vuelve si no determinante, sí indispensable en el estudio de una obra, sobre todo de Clemencia, considerando que el contexto puede ofrecer el seguimiento, ruptura o innovación de ideologías y tradiciones literarias definitorias de la época. El autor es un individuo situado en un contexto que termina siendo afectado por él. Sin embargo, no es un cuerpo meramente absorbente, sino que toda su experiencia pasa por su filtro de subjetividad, de modo que responde a esos estímulos por medio de una pieza cultural, reinterpretando su realidad, volviéndose afectante de la misma. Por tanto, la obra adquiere una importancia que va más allá de reunir al contexto y al autor, tomando el objetivo que se le ha asignado, PÚBLICO AUTOR OBRA 32 teniendo un propio sentido de existencia. Y al ser un objeto independiente significa que cuenta con su propia estructura, sus propios símbolos y sus propias leyes, que pueden ser mejor entendidas al revisarse los otros elementos, como contexto y público que justifiquen su creación, pero obra que por sí misma puede ser objetivada. Lo que los estudiosos llaman factores externos dejan de serlo una vez que son interpretados por un sujeto y éste los codifica otra vez en su creación, convirtiéndose así éstos en factores internos en aquel nuevo microcosmos, que se ajusta a las propias reglas de los elementos que allí interactúan. El problema es que se cree que en las obras nacionalistas la relación causa- consecuencia es ambiente-tipo de expresión, o mejor dicho, que el exterior definirá lo que habrá en ellas; pero contrario a esto, obras de gran trascendencia como Clemencia prueban que, al menos, la escritura es un comienzo a la lectura o análisis de un nuevo microcosmos situado en un macrocosmos –que es la realidad– y que busca una finalidad. Lastimosamente, esta clase de pensamiento se asocia con la suposición de que los románticos nacionalistas mexicanos carecían de creatividad. Y es que no la necesitaban. Suelen ser historias simples con personajes no más complejos que sólo buscan destacar los símbolos nacionales a fin de alcanzar una ansiada identidad mexicana. Hay escasa innovación literaria. Sacrificar la fantasía y la riqueza poética para poner en su lugar atención en escenarios y acciones realmente significativas para los lectores de la época no es, en función de esta investigación, detenimiento u obstáculo alguno, sino un nuevo eje de estudio. Este peso “del sentimiento de misión”, si fue un obstáculo para la imaginación creadora o resultó perjudicial al vuelo de la fantasía o la audacia poética, que son al final signos de madurez en una literatura, como escribe también el crítico brasileño, favoreció en cambio ‘la expresión de un contenido humano, bien significativo de los estados de espíritu de una sociedad que se estructuraba sobre bases modernas’. Es por ello, añade, por lo que ‘el nacionalismo artístico no puede ser condenado o alabado en abstracto, pues es fruto de condiciones históricas –casi imposición en los momentos en que el Estado se forma y 33 adquiere fisonomía en los pueblos antes desprovistos de autonomía o unidad’.” (Ruedas de la Serna, 2014: 11-12) Criticada tantas veces esta forma de hacer literatura, Clemencia no podría ser objeto de análisis vista desde esta postura. Lo cierto es que este tipo de novelística se enfocaba en otro tipo de problemas. La literatura empeñada de Cândido como aquella que reivindica el prestigio literario de una obra, distanciándose del historicismo o del socioligismo, rectifica a la vez que en los románticos la palabra está comprometida con su presente y con su patria, sin necesidad de perderse en la novedad metodológica que cae en la frase vulgar de “el fin justifica los medios”. 2.2. Refrenar el vuelo de la imaginación: los escritores mexicanos El romanticismo es una ideología decimonónica con repercusiones artísticas –regularmente literarias y pictóricas– que exaltaba los sentimientos y las emociones, el sueño y la noche, y que, en un plano general, implicaba la exteriorización de la subjetividad del individuo cuando, apenas el siglo anterior, “se rindió culto a la razón y la ciencia” (Illades, 2005: 11). Traído a América desde Europa seguramente entre las lecturas de los intelectuales mexicanos, terminó por ramificar la corriente romántica, pues no puede hablarse sino de varios romanticismos, y no de uno que esté forzosamente atado a doctrinas filosóficas, políticas o temáticas (Illades, 2005: 13). Más bien hay que ubicar el tipo de romanticismo de acuerdo con las preocupaciones artísticas que refleje la obra cultural, ya que de allí desemboca su análisis. Pero es cierto reconocer también que dadas las circunstancias de expresión del ‘yo’ interno, se formó la base perfecta para darle paso al nacionalismo mexicano. 34 El nacionalismo resultó propicio por tratarse de la liberación de un sentimiento, a la vez que aparentaba funcionar como método para unificar lo desunido, la sobradamente heterogénea población a causa del mestizaje, de la jerarquía social y de la división de principio de siglo del centralismo y del federalismo. Por eso es adecuado suponer el ‘nacionalismo’ como una corriente ideológica –dado por su sufijo -ismo– que vino acorde al romanticismo, que pretendía poner el logro nacional por sobre cualquier cosa, incluso encima de los propios individuos. De más está decir que alcanzado primero un Estado más sólido durante la República Restaurada, hacía falta complementarlo con la parte de la “comunidad imaginada” o la Nación, empresa encargada a las clases altas, preferentemente a los intelectuales, por todo el siglo XIX, para unificar a la población, y no la misión en la sociedad misma. Durante la República Restaurada se tomó entonces la batuta para la formación de símbolos nacionales que repercutieron psicológicamente en los individuos, forjando así una unión para lograr el tan mencionado Estado-Nacional: “(…) existe en la mente de los miembros de una colectividad, y como tal requiere de puntos de referencia comúnmente llamados símbolos.” (Pani, 2010: 40) Y es que es mucho más complicado unificar “en un Estado nacido de dos pueblos que por razones de conquista viven juntos” (Pani, 2010: 44); motivo suficiente por el cual la educación resultó imprescindible al funcionar como un conducto que integrara fechas conmemorativas y personajes históricos como parte de una adquisición del conocimiento. Se figura natural que la difusión simbólica exigiera de organismos que los avalaran. De allí la creación de instituciones que respaldaran la cultura mexicana, tales como “El 35 Instituto Nacional de Geografía y Estadística (1833), la Academia de Letrán (1836), 6 el Liceo Hidalgo (1849) y la Academia Mexicana de la Lengua (1875), 7 entre otras” (Illades, 2005: 20). El Liceo Hidalgo 8 fue casa del segundo romanticismo mexicano, en el que aparecieron intelectuales como “Ignacio Ramírez, José María Bárcena, José Tomás de Cuéllar, Francisco Zarco, Francisco González Bocanegra, Vicente Riva Palacio, José Martí, Ignacio Manuel Altamirano, Antonio García Cubas, Francisco Pimentel, Francisco Sosa, José María Vigil,Justo Sierra y Manuel Acuña” (Illades, 2005: 61). Ésta consistía en una presentación de todos los elementos nacionales posibles expuestos en una literatura regularmente poética o novelística. Podemos decir que su auge en este país ocurrió durante este periodo. Pero posiblemente los mayores alcances de la literatura no se dieron por un incremento en el número de lectores –pues ello involucraría una masificación de ellos–, sino una expansión en las clases sociales que tenían acceso a ella. Al ser la identidad un proceso psicológico que se objetiva en la simbología y el comportamiento de los individuos, resulta natural que se buscaran distintos medios para 6 La Academia de Letrán fue una de las agrupaciones de jóvenes intelectuales más influyentes en la historia de las letras mexicanas. Nació por José María Lacunza “en un cuarto del antiguo Colegio de San Juan de Letrán” (González, 1990: 139), en donde concurrían varios de sus pocos amigos para la lectura y crítica de sus propias composiciones, y paulatinamente fueron agregándose más integrantes, entre los que destacan grandes figuras de la literatura nacional, como Quintana Roo e Ignacio Ramírez, además de realizarse con mayor frecuencia las reuniones entre amigos para hacer de las letras un verdadero deleite. Se estima que sus “juntas semanarias” ocurrieron durante veinte años, desde “1836 hasta 1856” (González, 1990: 140). 7 Fundada en 1875, la Academia Mexicana de la Lengua sirvió como una extensión de la Real Academia Española, del otro lado del mar, en donde también existían hablantes del español. Además de enfocar la atención hacia otros lados adonde no podía llegar aquélla, su función principal consistía en registrar, perdurar y calificar el uso de la lengua española, así como permitir “la conservación del idioma, que venía a ser símbolo y síntesis de la patria.” (González, 1990: 185) 8 El Liceo Hidalgo tenía el propósito de continuar con la misión de la Academia de Letrán: desarrollar la literatura nacional. Nacido el grupo el 15 de septiembre de 1850 como conmemoración de la fecha de Independencia, José María Tornel y Francisco Granados Maldonado fueron quienes le dieron vida a este segundo grupo literario en México. Al igual que la Academia de Letrán, se trataba de reuniones rutinarias que promovían el arte nacional, así como condicionar el ingreso por medio de un escrito literario, fuera prosa o verso, como petitorio para formar parte del Liceo Hidalgo. 36 impulsar un sentimiento nacionalista, y que éste se reflejara hacia el interior y exterior de los sujetos. Algunos intelectuales se encargaron de ello. Acompañaron del oficio de escritor a sus actividades profesionales –normalmente burócratas– sin que una conflictuara con la otra, logrando incluso generar vínculos no antes vistos en el círculo de la literatura mexicana, aun sobre bandos políticos: “Si el status de escritores efectivamente los resaltaba como grupo de esas otras actividades –la política, la burocracia, la abogacía, etc.–, no sentían, sin embargo, que hubiese incompatibilidad entre su vocación por la literatura y sus otras actividades profesionales.” (Ruedas de la Serna, 2014: 8) Encontraron en la escritura el modo perfecto para enseñar deleitando, alimentando un sentimiento patriótico, al mismo tiempo que alcanzaban una mayor diversidad de lectores. Con esa misma esperanza nació un sinfín de antologías, no sólo de literatura, sino de cualquier otro arte o ciencia que acaparaba a sus más grandes exponentes, con la única intención de seguir degustando el orgullo nacional. Estos hombres sentían un compromiso consigo mismos, pero más aún con la sociedad, inclusive sobre ésta, con la patria, por la que uno debía sacrificarse y dar la vida, atribuyéndose en esta labor de aprendizaje una misión del escritor, empresa impostergable, pues todo país que se jacte de serlo, debe colindar perfectamente el Estado y la Nación en uno solo, rasgo que lo caracteriza, a imagen de Europa, como un país moderno. La misión del escritor es entonces la denominación que se adjudicaban algunos intelectuales de la época que, preocupados por la constitución de un país sólido, veían en la educación una vía modernizadora. El cargo público complementaba aquella responsabilidad, asumiendo constantemente un sentido del deber. Educar era progresar, educar era modernizar, y lo hacían deleitando en una estética en particular insertando símbolos que repercutirían en los individuos; significaba enseñar al pueblo que la unidad 37 social es indispensable en un México en desarrollo para avanzar. La misión del escritor se fundamentaba en que el equilibrio interno refuerza la imagen al exterior como país independiente, con la edificación de una literatura e instituciones que avalaran un orgullo nacional, a viva semejanza de un listado de países del Viejo Mundo que se jactaban de haber alcanzado la modernidad. La base de todo, entonces, es la palabra, que se materializaba justamente en literatura, como representación del pensamiento y del sentimiento de una sociedad, de acuerdo con Lafragua en su texto “Carácter y objeto de la literatura”, y se convierte en una prueba clara de civilización, según Luis de la Rosa en su escrito “Utilidad de la literatura en México”. La palabra como el origen del mundo y como imprescindible para la interacción humana son premisas suficientes por la que tomaron a aquélla como vía predilecta de expresión patriótica, más aún cuando sus difusores tenían un sentido del deber, impulsado posiblemente tras ver el fascinante progreso de su modelo modernizador: Francia, pues “como reacción emanada del nuevo sentimiento nacional, nace la voluntad de formar una cultura nuestra, en contraposición a la europea. Para volver la espalda a Europa, México se ha acogido al nacionalismo… que es una idea europea.” (Ramos, 1963: 83) Esta actividad intelectual tiene como propósito instruir a los lectores por medio de una literatura con símbolos nacionales para que los individuos los creyeran, aceptaran y practicaran, dándole así una credibilidad a su calidad de mexicanos. Posiblemente muy en el fondo los escritores de la época no podían verse en un México modernizado a causa de las características que de alguna manera había impuesto Europa. Ya sea la unidad social, la constitución de una literatura nacional o el establecimiento de instituciones que reforzaran políticamente el interior del país, ellos no podrían progresar en un lugar que no contara con aquellos requisitos. Esta labor consistía esencialmente en la inclusión de símbolos que 38 tuvieran impacto en el individuo y, por tanto, que le instruyeran, fomentando con ello un sentimiento patriótico. Descripciones de una geografía americana, cualidades físicas y morales de los personajes, pasajes de trascendencia histórica y hazañas de valerosos hombres abundaban en esta literatura. Varios son los nombres que actuaron como dirigentes de tal misión unificadora. Algunos de ellos fueron recopilados en antologías, pues la selección de los “mejores escritores contemporáneos” es siempre una reafirmación de la existencia de una literatura propia y de su simbología. Regularmente tenían expresión en pequeños folletines dentro de periódicos, con lo que veían concretarse, además de una relación más cercana con el pueblo, su reiterado ‘enseñar deleitando’. Personajes como José María Lafragua, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Acuña, Justo Sierra, Vicente Riva Palacio, José Tomás de Cuéllar, Guillermo Prieto y José María Bárcena aparecen con frecuencia en las compilaciones de escritores de la época. Y las veladas literarias que formaron, grupos con intereses particulares, sirvieron para difundir y compartir una literatura propia, además de que se cimentaba la posibilidad de institucionalizar la cultura,naciendo así organizaciones –como las antes mencionadas– que daban renombre a un país en constante introspección y reconocimiento del exterior. Aunque hoy en día tenemos múltiples definiciones de literatura, durante el siglo XIX no variaba tanto, pues iba acorde a la función que desempeñaba. La considerada como romántica y liberal buscaba educar a un pueblo diverso: “La realidad, al comenzar la independencia, era ésta: una raza heterogénea, dividida geográficamente por la extensión del territorio” (Ramos, 1963: 54) en una misma dirección. Cargada de sumas referencias e imágenes, pretendía que el lector notara que aquello de lo que gozaba el Viejo Mundo también podría encontrarlo en sus tierras americanas. El resultado era, pues, asumir un sentido del deber para con la nación que consistía en la reconstrucción de la realidad a 39 través de la literatura, muy semejante a como sugiere Alvaro Matute (2013: 22) en cuanto a la importancia del historiador como creador de verdades, siendo éste no sólo un descriptor de la historia sino un inventor de ella, dado por su título –o literato o intelectual– frente a la sociedad. Hija triunfante de la imprenta, la novela fue la expresión narrativa más frecuente que, como conducto simbólico, era de fácil acceso, económico y entendible para una masa social disgregada y analfabeta: La novela es el libro de las masas. (…) Quizás la novela está llamada a abrir el camino a las clases pobres para que lleguen a la altura de este círculo privilegiado y se cofundan con él. Quizás la novela no es más que la iniciación del pueblo en los misterios de la civilización moderna, y la traducción gradual que se le da para el sacerdocio del porvenir. ¡Quién sabe! El hecho es que la novela instruye y deleita a ese pobre pueblo que no tiene bibliotecas, y que aún teniéndolas, no poseería su clave. (Altamirano, 1988: 56) 2.3. Ignacio Manuel Altamirano: hombre de su tiempo Sabido es que el contexto es determinante en el individuo, más todavía cuando su ser sensible tiene voz en alguna expresión artística, una interesante propuesta de análisis que implica entender la afectación que provoca el exterior en la interioridad del sujeto, y que éste responda a su propia realidad con una obra literaria que funcione como una pieza cultural, dado por el alto contenido simbólico, y con Altamirano no fue la excepción. Hombre de armas y de letras, 9 Ignacio Manuel Altamirano nació en Tixtla, Guerrero, el 13 de noviembre de 1834; proveniente de una clase social baja pero perseverante en el estudio, tempranamente se vio influido por la tendencia romántica, ideología que afectó, durante el siglo XIX, la percepción del mundo, la conducta y los 9 Participante de diversas contiendas bélicas, como coronel “de la brigada del ejército juarista comandado por Vicente Jiménez, destacándose también en la intervención francesa y en total desacuerdo con el imperio de Maximiliano, además de su posición diplomática ‘de la administración porfirista’.” (Salazar, en Ignacio Jiménez Mena Duque y Tonatiuh Mena Jiménez, 2009: 445), Altamirano rescató la imagen quijotesca del hombre que, aunque prodigioso con la pluma, fuese también fuerte y aguerrido en la guerra por su patria. Esta referencia es rescatada por Huberto Bátis, en la obra Índices de El Renacimiento: semanario literario mexicano. 40 productos culturales de los individuos. Discípulo de Ignacio Ramírez, el Nigromante, 10 creció en un país que daba sus primeros pasos como independiente, amenazado por conflictos internos que apelaban a una restauración monárquica e invasiones extranjeras. Así que la situación y la instrucción de su maestro lo hicieron formar parte de los hombres ilustres que tomaron muy en serio la urgencia de implementar un proyecto de nación para fomentar el sentimiento patriótico, de alguna manera, en una masa social heterogénea e inculta. Altamirano encontró, entonces, voz en el arte, específicamente en la literatura, aprovechando un romanticismo que le permitía exaltar sus sentimientos, dirigiéndolo hacia una expresión nacionalista, llena de referencias patrióticas, que sí motivaban una construcción nacional desde una postura liberal. Prestó especial atención al modelo que se aplicaba en la edificación de su país. Desde su posición como escritor, descalificaba aquello que iba contra sus principios, porque solía verse a Europa, específicamente a Francia, con el fin de imitarla. Defendía, por tanto, que esos elementos debían encontrarse en el entorno, y no acudir a estilos de vida que no se acoplaban a la suya. Entendía que la dirección que proponían las cabezas políticas de forzar una homogeneidad social resultaba ineficaz en una nación que debía hallar la identidad en sí misma. Aceptaba también que la unidad social 10 Nacido en San Miguel El Grande, Guanajuato, el 22 de junio de 1818, desde muy joven se dio a conocer por sus ideas liberales y progresistas en la Academia de Letrán, la que, si bien es cierto que mantenía un aire clasicista, también lo es que veía con recelo a un joven de talento prodigioso pero con una ideología diferente, lo que lo orilló a mantenerse al margen de éste y otros grupos intelectuales, predicando solo su filosofía y dedicándose al periodismo y a la docencia. Proveniente de una familia pobre, fue una de las figuras intelectuales más emblemáticas de todo un México decimonónico, y reconocido como el Voltaire de México y más tarde como el Nigromante por la aportación de su sabiduría en todas las ciencias de la época, tuvo discípulos en el Instituto Literario de Toluca que, como Altamirano, valoraron su cátedra aun con su marcado acento liberal. Perseguido y encarcelado en varias ocasiones por defender a muerte sus ideas políticas, murió tranquilamente recostado sobre su cama el 15 de junio de 1879, y sus exequias que no pudieron ser saldadas por su familia que se hallaba en grave pobreza, fueron realizadas por el gobierno mexicano entonces dirigido por el general Porfirio Díaz. 41 soñada sólo sería posible si la población reconocía que compartía símbolos, intereses y rasgos con su colectivo. Pionero también en las Veladas Literarias, 11 éstas consistían en la reunión de poetas y escritores de la época con el mero propósito de compartir sus escritos e impulsar la literatura mexicana. Porque el desarrollo del arte en un país es característico de cultura y civilización, y no sólo de manifestación artística, como lo defiende Luis de la Rosa en “Utilidad de la literatura en México”, ensayo que, si no se oponía, sí se distanciaba de lo dicho en el Prefacio a Cromwell de Víctor Hugo. Aunque también poeta, encontró afinidad con la narrativa, particularmente con la novela, considerándola como la literatura de las masas o la forma de llegar a nuevos lectores e instruirlos así con figuras patrióticas. Sus historias eran divididas en partes que se presentaban cada determinado tiempo en los periódicos, garantizando con ello un amplio alcance. Algunos de los más importantes lectores eran las madres o amas de casa, quienes eran deleitadas con anécdotas amorosas al mismo tiempo de que eran receptoras de signos y conductas nacionalistas, con la intención de que educaran bajo ese margen a sus propios hijos, futuros jóvenes dirigentes del país. Afortunadamente, Altamirano siempre tuvo participación e influencia en los periódicos, teniendo voz del nacionalismo que buscaba infundir: “Funda diversos periódicos y colabora en muchos más. Publica El Correo de 11 Nacidas las Veladas Literarias por Luis Gonzaga Ortiz, quien a favor de su amigo y poeta, “el dramaturgo español Enrique de Olavarría y Ferrari” (Castorena, en Ignacio Mena Duque y Tonatiuh Mena
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