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Munchembled, R (2010) Una historia de la violencia Del final de la Edad Media a la actualidad Madrid, España Paidós - Nancy Mora

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Una historia 
de la violencia
Rober! Mxichembled
Del final de la Edad Medo a la actualidad
Rj»>5 C«Tíe<!»í
Robert Muchembled, profesor 
en la Universidad Paris-Nord, 
profesor visitante en la 
Universidad de Michigan en Ann 
Arbor, y antiguo miembro del 
Institute for Advanced Study de 
Princenton, es autor de más de 
veinte obras traducidas a 
diversas lenguas, entre Las que 
se cuentan Una historia del diablo 
y El orgasmo en Occidente. Sus 
investigaciones se centran en 
diversos aspectos de la historia 
social, como la arquitectura del 
poder, la criminalidad o el estudio 
de La brujería.
Una historia cultural de la 
violencia que nos muestra 
la evolución de la 
brutalidad y el homicidio 
desde los inicios del siglo 
xiii hasta nuestros días.
En la actualidad la violencia 
ha adquirido un gran 
protagonismo en la vida 
pública, hecho que se ha 
convertido en objeto de estudio 
por parte de sociólogos y 
políticos. Sin embargo, a 
diferencia de la opinión 
dominante, Robert 
Muchembled nos explica que 
la brutalidad y el homicidio 
iniciaron un descenso 
constante a partir del siglo Xlll, 
lo cual parece abonar la teoría 
de «la civilización de las 
buenas costumbres», de la 
domesticación e incluso la 
sublimación progresiva de la 
violencia.
¿Cómo explicar esta 
incontestable regresión de la 
agresividad? ¿Qué 
mecanismos se pusieron en 
marcha en Europa para 
disminuir la violencia?
El control social cada vez 
mayor de los adolescentes 
varones solteros, así como la 
educación coercitiva de esos 
grupos de edad, son los 
elementos centrales de la 
explicación. La violencia
masculina desaparece 
paulatinamente del espacio 
público para concentrarse en 
la esfera doméstica, mientras 
que la abundante literatura 
popular de la época 
—precursora de los medios de 
comunicación de masas 
actuales— asume un rol 
catártico: los duelos de Los 
tres mosqueteros, o el género 
policíaco surgido en el siglo 
XIX son una muestra de la 
sublimación de las pulsiones 
violentas.
Sin embargo, parece que los 
primeros años del siglo XX han 
presenciado un notable 
resurgir de la violencia, y por 
ello —nos dice Muchembled— 
quizá debamos preguntarnos 
si el hombre volverá a ser un 
lobo para el hombre.
PAIDÓS CONTEXTOS
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de la Antigüedad
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G Anders. Nosotros, los hijos de tacliinann Caria abierta a Klaus l achinann
R P Otón, hi etica explicada a tojo el mundo
R Muchenibled, ('na historia de la violencia Dil final de la l-dad Media a la actualidad
\ XI •.Ks.ir» i <!i nnfin hn>}i)r\t'hh tfHuA th' hlo\fíh/j >>nnftih¡
ROBERT MUCHEMBLED
UNA HISTORIA 
DE LA VIOLENCIA
Del final de la Edad Media a la actualidad
pa
Título original: Une histoire de l<¡ violente 
Publicado en lengua francesa poi [.ditions du Seuil
I iK'cií'))] Je Xuria Pela I oi).scr¿.
1 ‘ edición, octubre 20lo
Xo se permite la reproducción total o parí tal de este libro, ni su incorporación a un sistema 
mi orinal ico. ni su transmisión en cualquier forma o por c ualqtiicr medio, sea este cleci ramio, 
mecánico, poi fotocopia, por grabación u oíros méiodo.s. sin el permiso ;>re\ 10 i por escrito 
dei editor l.a infracción de los de) <-< líos mencionados puede ser con.sriluina de debió ceñirá 
la propiedad ínielei t nal i Art 270 i sigua ules del (.odigo ]\nal1
rd 1 .diuotis du Senil. JOOS
'T- 2010 de la traducción. Xtiria Petit I'ensere
it) 2010 de loda.s I as ediciones en castellano
llspasa Libros, S [..1’ ,
Pasco de Picoletes. -1 2S001 Madrid
Paidos i-s un sello editorial di’ I Apasa 1 abros S J. I'.
u \i u paidos lom
ISBX- 9?S X4-49* 242 I 5
Depósito legal M ÍS001-20I0
Impreso en Talleres Brosm.ic, S I.
Pl. bul Arroyoniolinos, I.calle! , 11 - 28912 Musióles (Madrid)
Sumario
Introducción....................................................................................... 9
1. ¿Qué es la violencia?.................................................................... 17
¿La violencia es innata?............................................................... 19
Violencia y virilidad...................................................................... 23
El esperma y la sangre: una historia de honor........................... 37
2. El espectacular declive de la violencia desde hace siete siglos , , 47
Fiabilidad de las cuentas del delito............................................ 47
Siete siglos disminuyendo............................................................. 56
La «fábrica» de los jóvenes machos............................................ 59
3. Las fiestas juveniles de la violencia (siglos XI11-xvi i)................... 65
Una cultura ele la violencia....................... 66
Fiestas sangrientas y juegos brutales.......................................... 73
Violencias juveniles........................................................................ 92
4. La paz urbana a finales de la Edad Media.................................. 109
Ciudades pacificadoras................................................................. 110
El cncauzamiento de la juventud................................................. 122
La violencia se paga cara............................................................. 131
5. Caín y Medea. Homicidio y construcción de los géneros
sexuados(1500-1650)............................................................. 151
Una revolución judicial.................................................................154
La persecución del hijo indigno: la progresión del tabú 
de la sangre 166
8 UNA HISTORIA Olí LA VIOLENCIA
6. El duelo nobiliario y las revueltas populares. Las metamorfosis
de la violencia............................................................... 201
El duelo, una excepción francesa................................................. 205
Jóvenes nobles, hacia delante....................................................... 212
Violencias populares y frustraciones juveniles........................... 227
7. La violencia domesticada (1650-1960) ...................................... 245
La sangre prohibida...................................................................... 248
La ciudad civilizadora....................................................... 262
Violencia y mutaciones del honor en el mundo rural............... 279
8. Estremecimientos mortales y literatura negra
v criminal (siglos xvi-xx)......................................................... 301
El diablo sin duda... El nacimiento de la novela negra ....... 302
De! asesino sanguinario al bandido bienamado......................... 311
Sangre de tinta.............................................................................. 324
9. El retorno de las bandas. Adolescencia y violencia
contemporáneas........................................................... ............ 337
La muerte en este jardín............................................................... 3 39
De la delincuencia juvenil............................................................. 348
El rebelde sin causa o el eterno retorno...................................... 355
¿Es posible acabar con la violencia?................................................. 369
Bibliografía escogida.......................................................................... 375
Introducción
Desde el siglo xm hasta el siglo xxi, la violencia física y la brutalidad 
de las relaciones humanas siguen una trayectoria descendente en toda 
Europa occidental. La curva de los homicidios registrados en los archi­
vos judiciales así lo atestigua. Al altísimo nivel inicial observado hace 
setecientos años, le sucede una primera disminución, hasta aproximada­
mente la mitad, entre los años 1600 y 1650, seguida de un desplome es­
pectacular: el número de casos se divide entre diez en tres siglos hasta los 
años 1960, si bien en las décadas siguientes conoce una subida relativa 
aunque innegable.1 Durante todo ese período, sin embargo, la criminali­
dad registra algunas constantes dignas de estudio en cuanto al sexo y la 
edad. Afecta muy poco a las mujeres, que hoy son responsables aproxi­
madamente de un 10 % de los delitos, con pocas variaciones desde finales 
de la Edad Medía; los implicados son sobre todo varones jóvenes, entre 
los 20 y los 30 años. Hasta el siglo xix, es más frecuente en los Estados 
meridionales que en los países del norte. Actualmente, una frontera in­
visible separa todavía el mundo occidental del antiguo bloque soviético, 
principalmente Rusia, donde la tasa de homicidios alcanzó el 28,4 por 
cien mil habitantes en el año 2000, mientras que en la Comunidad Euro­
pea fluctuaba entre 1,9 y 0,7 antes de la ampliación.2
1. Los especialista, lo constatan un .i ni muñiente, pufo las explicaciones de conjunto no pasan todavía 
del estadio de las hipótesis Véase Manuel Lisncr. «1 .otig-li-rm histórica! tiende in Molent crime», ( rime 
n/¡d A Rri'irii of Reu;ireJ\ n." 30, 2003, págs 83 142. con abundante btbhogralía.
2 Ibid., véanse también Jean-Claudc (íhesnais. /Intuiré Je la rmlence en (\eident de IS'DOci mu/tum, 
cd. revisada y aumentada. París. Hachctte, 1082. acerca de ¡atropa hacia 1930 (mapa pág. 57i y hacia 
1978 (pags 01 (Ai,, k-m, «Les morís \ lolciiles dans le monde», VopidiUion ct Suuclés, n,” 395, noviembre
10 t \ \ IIM ()RI \ Di I \ \ K )| I \( I \
La única conclusión que comparte la mayoría de investigadores 
constata la emergencia en el Viejo Continente de un poderoso modelo 
de gestión de la brutalidad masculina, especialmente juvenil. Sí se cxclu- 
yen las guerras, que son tributarias de otro tipo de análisis, el hombre es 
cada vez menos un lobo para el hombre en dicho espacio, por lo menos 
hasta el último tercio del siglo xx. Los cambios observados a partir de 
esa fecha podrían reflejar un preocupante cambio ele tendencia.
¿Úómo ha conseguido la «fábrica» europea controlar v modelar la 
agresividad individual? Algunos especialistas en ciencias humanas con­
sideran esta última como un factor puramente biológico. Un enfoque 
histórico distingue esa noción de la noción de violencia, que es su con­
ceptúa lización ética por parte de una civilización.1 El hecho de que las 
variables de sexo y edad relativas al gesto homicida havan cambiado 
poco desde hace siete siglos en Occidente parece confirmar a primera 
vista la tesis de la naturaleza predadora y mortífera del ser humano. Pero 
el declive secular de la curva de crímenes de sangre resulta esencialmen­
te de una lenta evolución de orden cultural. Traduce sobre todo la dismi­
nución de los conflictos que oponen a los varones jóvenes, los ele la élite 
—que se mataban con frecuencia en duelos—■ v los del pueblo —entre 
ios c nales proliferaban las confrontaciones viriles y los combates con 
arma blanca en los lugares colectivos—. Las explicaciones hay que bus­
carlas en la mutación radical del concepto masculino del honor y en el 
apaciguamiento de las relaciones humanas, primero en la plaza pública, 
y luego, más lentamente, en la vida familiar, durante un proceso de «ci­
vilización de las costumbres», del cual Norbert Elias se ha convertido en 
teórico.4
La agresividad masculina es una realidad biokígica también muy po­
derosamente orientada por la sociedad, la religión y el Estado... La baja 
representación de las mujeres en ese marco también es debida a ambos 
factores. Se matan o se hieren poco entre ellas, y son golpeadas con rela­
tiva moderación por los hombres, que evitan muchas veces ensañarse 
con su rostro, su vientre y sus órganos reproductores, liste fenómeno se 
explica tal vez por un mecanismo natural de inhibición, útil para la su­
pervivencia de la especie. A el se añaden, sin embargo, unos modelos 
culturales imperativos que exigen que las hijas de Eva muestren una dul­
zura específica de su sexo, que renuncien a la brutalidad y que no lleven 
armas. I fasta hoy, la cultura de la violencia es fundamentalmente mascu­
5 Vu.iM-. m.is ,i<k Lmle. i .iiuinlo I
IX 1 R( )I)l'( ( |( )X 11
lina en nuestro universo. liste libro se propone demostrar que, a pesar de 
todo, se ha transformado radicalmente entre 1300 y 2000. Gracias a la 
institución judicial, pasa lentamente del estatus de lenguaje colectivo 
normal creador de lazos sociales, que sirve para validar las jerarquías de 
poder y las relaciones entre las generaciones o los sexos en las comuni­
dades de base, al estatus de tabú fundamental. Occidente inventa así la 
adolescencia a través de una tutela simbólica reforzada sobre los mucha­
chos solteros. El movimiento viene a completar los efectos de un nuevo 
sistema educativo destinado a encauzar de forma más estricta una franja 
de edad que parece especialmente turbulenta, insumisa y peligrosa a los 
ojos de los poderes o de los individuos establecidos, liste aspecto de la 
«civilización de las costumbres», que hasta ahora ha sido poco analiza­
do, pretende limitar la agresividad «natural» de las nuevas generaciones 
masculinas imponiéndoles el tabú del asesinato, con el consentimiento 
creciente de los adultos de su parroquia.
La principal ruptura se sitúa hacia 1650, cuando se instaura en toda 
la Europa traumatizada por interminables guerras una intensa devalua­
ción de la visión de la sangre. A partir de ese momento, la «fábrica» 
occidental modifica los comportamientos individuales a menudo bruta­
les, en especial entre los jóvenes, a través de un sistema de normas y re­
glas de educación que desprestigia los enfrentamientos armados, los 
códigos de venganzapersonal, la rudeza de las relaciones jerárquicas y la 
dureza de las relaciones entre los sexos o entre generaciones. Ello produce 
al cabo de los siglos una verdadera transformación de la sensibilidad 
colectiva frente al homicidio, que finalmente lo convierte en un podero­
so tabú durante la época industrial.
Cuesta bastante realizar esa mutación, salvo con buena parte de los 
habitantes de las ciudades, que se dejan «desarmar» más fácilmente. 
Y es que la «paz urbana» va había conseguido, al final de la Edad Media, 
moderar la violencia mejor que en otros lugares: un dispositivo basado 
en multas v sanciones diversas yugulaba la agresividad de los jóvenes 
locales, dándoles un sentido de autocontrol precoz, mientras que a los 
solteros peligrosos nacidos fuera de la ciudad se los marcaba y se los des­
terraba, es decir, en cierto modo se los enviaba a matar a otra parte. 
Otros grupos sociales desarrollaron prácticas feroces de resistencia. En 
primer lugar, los nobles exigieron el derecho de matar en nombre del 
honor. La cultura del duelo, establecida en el transcurso del siglo xvi, 
asegura la transición entre la ley de la venganza sanguinaria y el monopo­
lio estatal de la violencia unes codifica la agresividad aristocrática, lo
12 UNA I [JSTORIA DE LA VJOI I N< IA
tarde, de la nación. El mundo campesino, ampliamente mayoritario has­
ta el siglo xix, se opone durante mucho tiempo de forma obstinada a la 
erosión de sus tradiciones viriles fundadoras, como revela un amplio ci­
clo de revueltas armadas, a veces muy graves. Sin embargo, acaba acep­
tando, aunque muy lentamente, la prohibición de la sangre que ofrece a 
los adultos nuevos medios de contener las ansias de los mozos impacien­
tes por ocupar su lugar bajo el sol. Más recientemente, la brutal emer­
gencia, a finales del siglo xx, del problema planteado por los jóvenes al­
borotadores de los suburbios da la impresión de que lo reprimido vuelve. 
¿Es posible que el proceso se esté invirtiendo y desemboque en una 
«descivilización» de las costumbres?
Me parece que ha llegado el momento de intentar hacer una síntesis 
de un fenómeno capital para la comprensión de la Europa contemporá­
nea, tras prácticamente cuarenta años de trabajo personal y numerosas 
líneas de investigación. El método paciente del historiador, capaz de 
hurgar durante mucho tiempo para descubrir indicios, con la nariz pe­
gada a los archivos, debe ampliarse y confrontarse con la de otros espe­
cialistas de las ciencias sociales. Los datos puntuales, locales o regiona­
les, sólo adquieren pleno sentido al cruzarse recíprocamente, antes de 
pasar por la criba de explicaciones más generales. También resultan in­
dispensables las comparaciones entre los diversos países para los cuales 
existen suficientes trabajos accesibles, así como un cambio de escala que 
sitúe la mirada en el largo plazo, a fin de evitar la miopía documental y 
los prejuicios nacionales. El sentido histórico no se construye con una 
ciencia guiada por leyes infalibles, sino con un «bricolajc» artesano de 
conceptos, de técnicas a veces importadas y de informaciones laboriosa­
mente recogidas. Las páginas siguientes tratan, por tanto, de componer 
un fresco multisecular utilizando innumerables fragmentos de la reali­
dad del pasado, que pierden su brillo si no se relacionan entre sí. Estu­
diado minuciosamente por mí sobre el terreno durante varias décadas, el 
condado de Artois sirve como ejemplo de laboratorio para tratar de pe­
netrar el enigma que plantea la permanencia, desde hace siete siglos, de 
las estructuras de la violencia homicida en Europa occidental, sobre el 
trasfondo de la espectacular disminución de los actos criminales que 
registra la justicia. El descubrimiento del principal paradigma que asocia 
prioritariamente el fenómeno con los varones jóvenes sólo ha sido posi­
ble después de esta operación. El hecho es bien conocido por los espe­
cialistas de la era industrial, pero ha sido casi siempre ignorado o desde- 
[XlRODl'l ( l().\ 13
parecido crucial cuando escribí mi tesis sobre la violencia en Artois, en 
los años ochenta. Para interpretarlo coi rectamente, tuve que salir del 
campo estrictamente criminal y ampliar la perspectiva a los procedimien­
tos globales utilizados por una sociedad para garantizar su perennidad, 
frente al temible desalío de pasar el testigo a las nuevas generaciones por 
parte de los adultos que envejecen. Poco a poco, la que era mi hipótesis 
de trabajo y se convirtió en el eje de mí reflexión se fue precisando, fue 
tomando forma la idea de que la gestión de la violencia masculina al esti­
lo occidental se instauró a finales de la Edad Media para resolver de otra 
forma esta cuestión. Más que el incesto, es la prohibición de la violencia 
masculina la que poco a poco se convierte en obsesión.
Pero esta prohibición se impone sin inhibir del todo el potencial 
agresivo de los mozos, un potencial necesario para las guerras «justas» 
de una civilización cada vez más conquistadora a partir de los grandes 
descubrimientos. Dicho potencial agresivo es desviado, encauzado y 
controlado a través de la moral y de la religión, haciéndose más útil que 
destructivo. Pero el mecanismo a veces se atasca. No en tiempos de un 
conflicto generalizado que diezma las filas de los hombres jóvenes, sino 
al contrario, durante los períodos de paz y de fuerte crecimiento demo­
gráfico, porque los interesados tienen entonces dificultades de inserción 
cada vez mayores. Este es el caso de Francia hacia 1520, 1610, 1789, 
1 910 y, hace unos años, en 2005, en los suburbios. Las condiciones, evi­
dentemente, pueden variar según los países y más aún según las regiones 
o localidades, lo cual impide formular una explicación perentoria. Pero 
al menos parece existir, desde finales de la Edad Media, una fuerte corre­
lación general entre los brotes de violencia juvenil y el mal funciona­
miento, por diversas razones, de los procedimientos de gestión del reem­
plazo generacional en el territorio europeo.
Los dos primeros capítulos presentan sucesivamente una definición 
de la complejísima noción de violencia y una visión panorámica de su 
espectacular declive desde hace siete siglos, particularmente sensible en 
lo que atañe al homicidio. Los siete capítulos siguientes desarrollan una 
trama más cronológica, no sin ciertos solapamientos, pues las tradicio­
nes antiguas siguen muchas veces coexistiendo con ¡as novedades. El 
capítulo 3 describe las fiestas juveniles de la violencia, procedentes de la 
civilización agraria tradicional, hasta su puesta en entredicho durante el 
siglo xvi!. Sin embargo, a partir de entonces ceden lentamente el terreno, 
tiñendo hasta nuestros días tinas costumbres que ahora ya se consideran 
salvajes, algo une va imperaba en las poderosas ciudades de los siglos xiv 
14 l'XA HISTORIA ¡>r. l.A \ IOI.¡.X( IA
asegurada por un sistema de multas. De ella trata el capítulo 4, donde 
vemos que dicho sistema garantizaba una paz urbana original, cuya 
eficacia disminuye en la época de Lotero y ('alvino, por efecto tanto de 
los monarcas conquistadores como de las Iglesias violentamente anta­
gonistas.
El capítulo 5 cuenta el nacimiento, entre 1500 y 1650 aproximada­
mente, de una nueva sensibilidad inducida por esas fuerzas vivas. En 
toda Europa, la atención de la justicia criminal se concentra en el homi­
cidio y el infanticidio, lo cual se manifiesta en la multiplicación de las 
penas de muerte contra sus autores. Estos últimos son mavoritariamente 
jóvenes de ambos sexos. La «fábrica» occidental se pone así a construir 
de forma radicalmente nueva los dos géneros sexuados y a exigir un res­
peto creciente por la vida humana. Sin embargo, aparecen poderosas 
resistencias. El capítulo 6 examina dos de las más feroces, por parte de 
los nobles y de los campesinos. Los primeros imponen una cultura bru­
tal renovada, inventando las reglas del duelo que los Estados belicosos, 
entonces dominantes, aceptan porque ese tipo de enfrentamiento cruelpermite, en el fondo, una despiadada selección de los mejores oficiales. 
I m cuanto a los campesinos rebeldes, deseosos de conservar sus tradicio­
nes viriles, la represión es implacable.
Desde 1650, y hasta la década de 1950, se abre una era de violencia 
domesticada que es objeto del capítulo 7. (ion exclusión de las fases de 
guerra, las sociedades europeas están regidas ahora por un tabú de la 
sangre absolutamente imperativo que las distingue claramente de Esta­
rlos Unidos. Sólo un ínfimo «residuo» juvenil, calificado de crapuloso, 
salvaje y bárbaro, atestigua lo contrario. La mayoría de los jóvenes ma­
chos acepta dócilmente la prohibición de matar. Las muchachas que la 
transgreden deshaciéndose del feto o del recién nacido hallan una indul­
gencia creciente a lo largo de los siglos por parte de los jueces, los jura­
dos v la opinión pública, porque se las considera cada vez más como 
víctimas de la sociedad. La civilización dispone de muchos vectores para 
imponer a las nuevas generaciones sus mensajes éticos y morales o pro­
longarlos en forma de reflejos condicionados.
Consagrado a la novela negra y policíaca del siglo XVI a mediados 
del xx, el capítulo S muestra cómo el gusto por la sangre pasa de la rea­
lidad a lo imaginario y se convierte en un fantasma, para pacificar mejor 
las costumbres de los lectores ofreciéndoles al mismo tiempo un medio 
para dar rienda suelta a estremecimientos morrales. De forma más am­
bigua, ese genero camaleóníco permite también soñar la violencia, con­
IX I K( )l)l '< ( l( )X 15
convertirla en operativa y útil a la colectividad en caso necesario. Con­
tradicción interna de nuestra cultura: la exaltación literaria del asesina­
to, por ejemplo en Fdntomas, poco antes de la Primera Guerra Mundial, 
encuentra salidas lícitas en los conflictos «justos» y patrióticos. La agre­
sividad juvenil queda, pues, más encauzada o desviada que propiamente 
erradicada. Reaparece cada vez que los procedimientos de contención se 
debilitan, cuando los conflictos entre las generaciones se intensifican.
El capítulo 9, que trata de la reaparición espectacular de las bandas 
juveniles a partir de 1945, nos recuerda que la adolescencia contempo­
ránea está ligada a la violencia, sobre todo en sus márgenes mal integra­
dos, pero tal vez también de forma más amplia, como demuestran las pe­
leas entre los hinchas de los equipos de fútbol. En nuestra época, la 
ineficacia creciente de los procedimientos de transmisión de la antorcha 
social a los más jóvenes por parte de los más viejos, cuya esperanza de 
vida es mucho más larga que antes y que a veces están tentados de con­
servar interminablemente el poder, revela inquietantes fracturas. La ex­
plicación principal de las oleadas recientes de brutalidad destructiva en 
los suburbios reside, sin duda, menos en una supuesta «descivilización» 
de las costumbres que en las cada vez mayores dificultades con que se 
enfrentan los más desfavorecidos, especialmente entre las nuevas gene­
raciones de ambos sexos, para hacerse con su parte del pastel social en 
un período fuertemente marcado por el desempleo y el miedo al futuro. 
¿Es posible que el ciclo occidental de control de la agresividad juvenil, 
que comenzó hace medio milenio, se esté acabando ante nuestros ojos?
CAPITULO
1
¿Qué es la violencia?
[ya palabra violencia aparece a principios del siglo xni; deriva del latín 
vis, que significa «fuerza», «vigor», y caracteriza a un ser humano de ca­
rácter iracundo y brutal. También define una relación de fuerza destina­
da a someter o a obligar a otro. En ios siglos siguientes, la civilización 
occidental le concedió un lugar importantísimo, ya fuera denunciando 
sus excesos y declarándola ilegítima en nombre de la ley divina que pro­
híbe matar a otro hombre, ya fuera atribuyéndole un papel positivo emi­
nente y caracterizándola como legítima, para validar la acción del caba­
llero, que vierte la sangre en defensa de la viuda y el huérfano, o para 
hacer lícitas unas guerras justas de los reyes cristianos contra los infieles, 
los revoltosos y los enemigos del príncipe. Hasta mediados del siglo xx, el 
continente vivió inmerso en la violencia. Esta no sólo permitía responder 
a los desafíos del islam, y especialmente a la amenaza turca, sino que pre­
sidía con frecuencia las relaciones entre monarcas y señores, pequeños o 
grandes. La guerra interna a partir del siglo xvi entre Estados o entre re­
ligiones cristianas antagonistas, se impuso durante más de medio milenio, 
se trasladó a todo el escenario mundial en el siglo xvm y culminó con las 
terribles deflagraciones planetarias de la primera mitad del siglo xx. Las 
generaciones nacidas después de 1945 son las primeras que la han visto 
desaparecer de las regiones occidentales, mientras que ciertas fronteras 
del este del continente han continuado sufriendo sus estragos, o al menos 
permaneciendo bajo su amenaza. La Unión Europea representa, desde 
hace poco, un oasis en este campo y constituye el único gran conjunto del 
globo que ha erradicado de su suelo la pena de muerte para todos los 
delitos, incluidas las violencias mortales. Tras exorcizar lenta y dolorosa-
18 ISA HISTORIA DI. 1 A VIO1.I \( JA
El objeto de este libro es tratar de comprender cómo la cultura occi­
dental ha llegado en siete siglos a yugular una violencia mortífera multi­
forme, que hasta hace muy poco aún formaba parte de su trama profun­
da. ¿Quien sabe si en ciertas épocas no fue más cruel y más destructiva 
que en otras civilizaciones? Porque los temibles guerreros que produjo 
su suelo llevaron el hierro v el fuego a otros pueblos con las Cruzadas, la 
conquista de América por los españoles en el siglo xvi y al resto del mun­
do en la época de la colonización, antes de transmitir la antorcha a Es­
tados Unidos de América en el siglo XX. Una verdadera «cultura de la 
guerra» preside desde sus orígenes el desarrollo de Occidente, y se in­
tensifica incluso a partir de los grandes descubrimientos.
Este no es el tema de estas páginas. Pero es innegable que Europa 
fue la cuna de otras violencias, pues se basó en una ética viril que erige 
la fuerza bruta en modelo de comportamiento, particularmente en la 
sociedad profundamente desigual de la Edad Media y del Antiguo Régi­
men. Al segundo género tan sólo le cabe el papel de mujer débil y desar­
mada, obligatoriamente dependiente, protegida por unos machos que 
obtienen de ella el placer y quieren que les dé hijos para continuar su 
linaje. Nobles o plebeyos, poderosos o débiles, todos los hombres son 
educados en el marco de una «cultura de la violencia» basada en la nece­
sidad de defender la honra masculina contra los competidores. La bru­
talidad de las relaciones humanas compone un lenguaje social universal, 
considerado como normal y necesario en Occidente hasta el siglo XV11 
por lo menos. Antes de ser lentamente monopolizada por el Estado y la 
nación, la violencia conforma la personalidad masculina según el mode­
lo noble de la virilidad y el virtuosismo en el uso de las armas que se 
exige a todos los aristócratas, dibujando en negativo y por oposición el 
modelo de la débil mujer. Hasta el desarme de las poblaciones en gene­
ral, lenta y difícilmente conseguido por orden de los príncipes a partir 
del siglo xvii, cualquier varón comparte esa ética y maneja la navaja o la 
espada con destreza, sin mostrar gran respeto por la vida humana. 
A partir del Siglo de las Luces, los esfuerzos de las autoridades civiles y 
religiosas por devaluar ese tipo de actitud empiezan a dar sus frutos. Las 
grandes revueltas campesinas armadas, que pasan a sangre y fuego regio­
nes enteras, se hacen menos frecuentes y el número de los homicidios 
perseguidos por los tribunales disminuye en todas partes: en Francia, en 
Inglaterra, en los Países Bajos, en Suecia... Lentamente se impone una 
nueva cultura del tabú de la sangre y del rechazo de la violencia, no sin 
algunas recrudescencias brutales, y con grandes variaciones cronológi-
,01’1I > I.A Vf( )I ! N( IA- 19
Las ciencias sociales, producto eminente del genio occidental desde 
el siglo xix, se han ocupado recientemente de la cuestión de la violencia 
homicida. Su discurso común de devaluación de ese fenómeno «crimi­
nal» ignora generalmente sus aspectos sociales es truct unidores y las for­
mas positivas que podía tener a los ojos de los actores y de las autori­
dades de la Edad Media o del siglo x\'i. Es preciso seguir esta pista si 
se desea entender el problema y descubrir las causas de sus mutaciones 
extraordinarias desde hace medio milenio. Podemos preguntarnos pri­
mero si la violencia es innata o si resulta de una construcción cultural, 
antes de intentar precisar la relación estrecha que mantiene con la virili­
dad en la historia occidental, lo cual conduce finalmente a reflexionar 
sobre la relación simbólica que se ha establecido entre el esperma y la 
sangre para definir el honor masculino en nuestra cultura.
¿La \ lOl.l'.NClA l.S INNATA?
En términos legales, la violencia designa los delitos contra las perso­
nas, que comprenden el homicidio, los golpes y heridas, las violaciones, 
etc. La clasificación de estos fenómenos no es idéntica ni en todos los 
países ni en todas las épocas, lo cual complica la tarca de los historiado­
res. Los especialistas del Antiguo Régimen no incluyen generalmente 
el infanticidio, con el pretexto de que está especialmente infradocu- 
mentado. Hoy, los delitos contra los bienes constituyen una categoría 
aparte, si bien ciertos robos van acompañados de brutalidades graves, a 
veces incluso mortales. En cuanto a las estadísticas, recientes o antiguas, 
de los países anglosajones, distinguen claramente dos tipos de homi­
cidio: voluntario o involuntario, y denominan al segundo »¿anslaughter. 
Esa ausencia de armonización ilustra profundas diferencias en la con­
sideración del tema según los países, y más aún según los períodos estu­
diados.
Ahora bien, sus características generales plantean un enigma impor­
tante. Desde el siglo Xlil, el perfil tipo de los culpables se ha modificado 
muy poco a pesar de una bajada considerable, constatada en toda Euro­
pa, de la curva que los concierne. Las mujeres son muy minoritarias. Los 
más numerosos son hombres de entre 20 v 29 años. Bajo el Antiguo Ré­
gimen, sus víctimas presentaban a menudo características idénticas, y los 
enfrentamientos mortíferos se producían casi siempre por cuestiones de 
< b*r* v'híM; (b* i'ítí'I'W'i An o rb’ híM-irw 1 rpnrp»;í>n Lin ib* Inc amiYK 
20 l'X'A HISTORIA Di. I.A VlOLI’.NCIA
más. El claro declive de la violencia sanguinaria a partir del siglo XVII 
parece ligado a la vez a la pacificación general del espacio público y al 
abandono por parte de los hijos de buena familia de esos enfrentamien­
tos, sustituidos por el duelo entre iguales, antes de que en una etapa ul­
terior también éste fuese criminalizado.1 En nuestra época, los principa­
les autores de violencias mortíferas siguen siendo hombres jóvenes, con 
pocos estudios y principalmente de extracción popular o pobres.2 Esto 
revela no sólo una división económica y social, sino también una impor­
tante diferencia cultural, pues los comportamientos violentos han sido 
erradicados más rápida y fácilmente por la educación, la moral y la pre­
sión ambiental entre los herederos de las capas superiores.
Estas observaciones permiten pensar que la violencia no es un fenó­
meno puramente innato. Se distingue de la agresividad, que es una po­
tencialidad de violencia cuyo poder destructor puede ser inhibido pol­
las civilizaciones cuando éstas así lo deciden y hallan una aceptación 
suficiente entre los interesados para imponer sus puntos de vista. A prin­
cipios del siglo XX), por ejemplo, los jóvenes de condición humilde tienen 
mucho menos que perder que los hijos de buena familia, cuya reputa­
ción y carrera pueden verse arruinados si son denunciados ante la justi­
cia por herir o matar a alguien. Para los primeros, en cambio, la sensa­
ción de injusticia o de frustración debilita los condicionamientos morales 
y éticos relativos a la prohibición ele derramar sangre humana que las 
instancias de socialización inculcan a todos.
Nuestra civilización ha resuelto esta importante contradicción prac­
ticando un uso semántico muy vago del concepto de violencia. Al mismo 
tiempo, lo ha marcado globalmente con el sello de lo prohibido. Los 
especialistas distinguen, en efecto, dos acepciones antagónicas del tér­
mino. La primera definición identifica la violencia en el corazón de la 
vida: todos los seres vivos se mueven por comportamientos depredado­
res y de defensa cuando se ven amenazados. Pero el hombre no es un 
animal corriente y no tiene la voluntad consciente de destruir a su seme­
jante. Esta visión humanista, heredada a la vez del cristianismo y de la 
Ilustración filosófica, no es compartida por todos los investigadores. 
Hay psicoanalistas, psicólogos y otólogos que detectan en el hombre una 
agresividad específica, l’reud desarrolla esta idea oponiendo la pulsión 
de muerte (Tánatos) a la de vida (Eros). Basa su reflexión en el comple­
jo de Edipo, ligado al «asesinato» fantasmático del padre. Erieh Eromm, 
1 M I .jsbcl «I ong lej’iii hrtoi’Ji :tl I rcii<K jii violen! i rime» ní,r^ i’i
A?l I [ S 1 A \ IOÍ I N( I V 21
por su parte, clasifica las formas de violencia humana en dos grupos, 
unas normales y otras patológicas. Entre las primeras figuran las que 
se expresan en el juego o están destinadas a asegurar la conservación de 
la existencia, por miedo, frustración, envidia o celos, pero también, con 
una dosis de patología, por un impulso vengativo o perdida de esperan­
za. Orientada por pulsiones de muerte, la segunda categoría incluye la 
violencia compensatoria «en los individuos afectados de impotencia», el 
sadismo y la sed de sangre «arcaica» productora de la embriaguez del 
crimen. El autor afirma sin ambages que el hombre es el tínico primate 
capaz de matar y torturar a miembros de su especie sin ninguna razón, 
por puro placer. Nuestros semejantes pueden «gozar de ser violentos 
y de masacrarse unos a otros», añade Daniel Sibony. El neurólogo, psi­
quiatra y etólogo Boris Cyrulnik sostiene la teoría de una violencia espe­
cífica del hombre, pues éste, a diferencia del animal, puede representar­
se mundos imaginarios, lo cual a veces lo lleva a cometer genocidios, 
cuando identifica «razas inferiores» que hay que destruir.’
Algunas teorías otológicas derivadas de la observación de los com­
portamientos animales, más sulfurosas cuando se aplican a los humanos, 
como hizo Konrad Lorenz, relacionan los mecanismos de la agresión 
con la defensa del «territorio» individual o de grupo.4 Estas teorías han 
sido enérgicamente rechazadas por investigadores que consideran que el 
instinto agresivo no es el principio organizador de las sociedades huma­
nas: de ser así, habría llevado a un callejón sin salida en el orden biológi­
co y la especie habría desaparecido. Sus características esenciales serían, 
por el contrario, la cooperación y la solidaridad. Ambas posiciones deri­
van de filosofías irreconciliables. Oponen a los herederos de Thomas 
Hobbcs,5 según el cual «el hombre es un lobo para el hombre» y por 
tanto debe abandonarse a un Estado absoluto, que es el único capaz de 
protegerlo, y a los partidarios de la bondad natural del hombre, repre­
sentados por Rousseau y los filósofos ilustrados. Entre ambos extremos 
se hallan los herederos de una teología pesimista de la naturaleza huma­
na, profundamente marcada por la agresividad, y que no ven salvación
1 Siginuml Prcud, Miilant' dau\ la etrih'nili<»¡. I’ari.s, Pl11, IU, I, ein i con as ubi as del I undndor del psi 
coaiiah.sis; I ’rir b i rom ni, /.< ( a tu ¡A l'l'ttfti’w b; prop< iimiiii au uic» ef au París, Pa\oi, 1979. c-s [recial 
niciilc pags. 25 42, 212 215 Véanse lambiei) ídem. / ,< I’.um/di ,A <A /ruin l’.iiis. Rolx ri I atloni. 1975. 
Daniel Sibonv. París, Senil. 199S. Bcrris ( a rulnik. Mrwojrr j< paroh d iueuitif.París,
I lachcilc. I 983. ídem. / a \au\,¡u( i du París, I lacheilc. 1995, Roben Miu liembled. «Anlliropologic 
de la Molence dans la brame moderne <\\ X'. JH' Mcclei». Hería-de e\i/ihe\e, ¡1." IOS. serie general. 1987. 
págs 51 33.\ Veroniquc l.e Goa/ioii, Id\dden<<., París. Le (.avalle) Bien, 2004. pags. 2b 2/
22 lxa historia di: la vk)[.i:\( i \
más que en la fe: «Lo religioso siempre está destinado a apaciguar la 
violencia, a impedir que se desencadene»; «les dice verdaderamente a 
los hombres lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer para evitar 
el retorno de la violencia destructora» e impulsa a una comunidad en 
crisis a elegir una «víctima propiciatoria» cuyo sacrificio permite resta­
blecer el orden perturbado/'
Esta discusión no entra dentro del campo de los intereses ni de las 
competencias del historiador. Lo único que éste puede hacer es observar 
que los siglos pasados nos han legado una doble concepción de la violen­
cia, legítima cuando la ejercen las instituciones, como los Estados cuan­
do deciden la guerra o las Iglesias cuando decretan persecuciones contra 
los «herejes», o ilegítima cuando se ejerce individualmente, violando las 
leyes y la moral. Esta ambigüedad fundamental traduce el hecho de que 
la violencia humana tiene que ver a la vez con lo biológico y con lo cul­
tural. Aunque el estudio de la dominación sexual, necesaria para la re­
producción de la especie, tiñe de forma inconsciente y automática el 
«reflejo agresivo milenario», este es normalmente desviado o reprimido 
por las reglas y las prohibiciones parcnralcs y sociales. Impuestas a todos 
desde Ja infancia, estas últimas producen automatismos para asegurar la 
supervivencia y la protección de la colectividad. Esta teoría presenta el 
interés de no definir el delito de sangre como un intangible absoluto, 
sino como la transgresión por un individuo de las normas que le dicta su 
cultura, en unas condiciones que dependen de las oportunidades de éxi­
to que ésta le deja. Particularmente insoportable para los hombres jóve­
nes, un bloqueo excesivo es por tanto susceptible de reactivar la agresi­
vidad, si es cierro que ésta depende de un mecanismo inconsciente de 
supervivencia del organismo frente a peligros o señales hostiles proce­
dentes del medio. La noción de territorio se puede utilizar con pruden­
cia, pues el hombre, si bien no es un animal, tampoco es puro espíritu. 
La conciencia de una amenaza le viene de situaciones angustiantes: la 
superpoblación de una ciudad, la densidad de una multitud, el hecho de 
que se acerque un individuo armado o con una actitud sospechosa. La 
regulación de la distancia, de origen biológico, pero plástica y cultural­
mente modificada según las épocas, los lugares y los valores dominantes 
de una sociedad —también la podemos denominar el área de seguridad
í-> Rene C iir.inl, l.¡¡ \ 'ttden<e et te \<h re. P,in\. tírn.ssel, 1972, pags. JK, Í59.
7 I Icini l.aboni !. zl -¿n n/rz/c ¡A t<n<rnei hilrtidnilto/i t¡ <on hnda^se du e<»f¡[><>rtewe>it w/zg, París. 
( (4 . 19, (1, c^pcci-iliiu-iiie pags lii. 175 1,9 1 )vsmond Morris ( l he! Iif»íi¡f¡ Sexi's zl Htilitral <4
MnH u>!l¡ U n>nLiH. I .oí ñires. Nelwork Books. 199/) considera Liiiibrén i . .■ - 
ami i.s i.\ vioi.i x< i.-v 23
dentro de la cual un individuo no deja penetrar a un enemigo—, desem­
peña un papel importante en las interacciones agresivas;''
Los enfoques psicológicos comportan una parte de explicación que 
es útil tener en cuenta. La violencia se activa a causa de las frustraciones 
o las heridas narcisistas que tienen que ver con el amor propio y la au­
toestima. La intensidad de la respuesta brutal parece mayor en caso de 
insultos o de expresiones despectivas que emanen de una persona admi­
rada o de un representante de la autoridad, como un profesor o un poli­
cía.9 Aún es más viva en grupo, cosa que ha demostrado Gustave Le Bon 
a propósito de los fenómenos de masas.10 En efecto, los individuos, al 
sentirse entonces desinhibidos, experimentan una sensación de impuni­
dad ligada al anonimato, como puede constatarse en el seno de las ban­
das de alborotadores cubiertos con pasamontañas en los suburbios 
franceses a principios del siglo XXI. Algunos trabajos empíricos han de­
mostrado además que una alta densidad de población, por ejemplo en 
un parvulario, aumenta los comportamientos agresivos, ya que cada uno 
parece defender su territorio.11
VlOl.lNCIA Y VIRII.IDVO
Las teorías psicológicas o psicoanalíticas no explican por completo la 
violencia. Y es que ésta instaura una relación compleja con los demás; con 
la víctima en primer lugar, y luego con todas las instancias que deben te­
ner en cuenta sus formas y sus consecuencias para medir su alcance y 
yugularla. Toda sociedad intenta controlar los peligros que podrían po­
ner en entredicho su perennidad y establecer su propio umbral de tole­
rancia a la violencia. Lo hace de forma teórica a través de los valores do­
minantes en vigor y de la ley. y más concretamente mediante el ejercicio 
de la justicia penal. Así Luís Eréis, un jesuíta portugués que habitó en 
Japón, describe en 1585 las grandes diferencias de costumbres de ese país 
con Portugal en materia de agresividad, de homicidio y de su castigo:
S I dcvaid I 1 Lili, /.¡i Iiiiuhi'c. París, Senil. 19/ I
9 Alan D Berkowitz. //'<' Al'l’rtwth lu>iu /V; t e>¡lt<»i, arnuilo en la pagina web
del aniot ■ w alanbcrkoM. H/ <'
10 Gustare Le Bou, Pinho/r/¡7< di \ u París. I élix Alean. 19S5
! 1 ALnn Vernal, I 'ranck I lenry.( a ni Bouk i Abdeeiunir (.hal.it,«( ontribuiioii .1 la cotnpréhension 
des comporienienls .igrcssii'’el'■lolenis», l.i l<>nrnnlde\ un ”24 1. ociubre de2(X)6, págs 60-61
Í Apei iein. tas lies arlas a cabo con animales que \ k en en sociedades organizarías lian .sobrar ado el desarrollo
24 UNA HISTORIA DI: LA VIOLENCIA
4) Entre nosotros, es una injuria decirle a alguien en la cara que miente; 
a los japoneses les da risa y lo consideran un cumplido,
5) Nosotros no matamos sin una orden o una jurisdicción; en Japón, 
todo el mundo puede matar en su casa.
6) Entre nosorros, es asombroso matar a un hombre, y no lo es matar 
vacas, gallinas o perros; los japoneses se sorprenden de vemos matar ani­
males, pero para ellos matar hombres es algo corriente.
7) En Europa, no matamos para robar, al menos hasta una determinada 
suma; en Japón, se mata por hurtar una cantidad ridicula.
8) Entre nosotros, si un hombre mata a otro, si es en legítima defensa, 
la justicia lo absuelve; en Japón, el que ha matado debe morir a su vez, y si 
logra huir, matan a otro en su lugar.
24) Entre nosotros, matar moscas con la mano se considera sucio; en 
Japón, los príncipes y ios señores lo hacen arrancándoles las alas antes de 
tirarlas. [...]
58) Nosotros sucumbimos a la cólera y raras veces dominamos nuestra 
impaciencia; ellos, extrañamente, siempre permanecen moderados y reser­
vados.12 13
12 ¡tíu/i de !,ut\ l roe.. i ; , (/ í.S'5) xur ei»itradictni>¡\ de inoet<r\ entre linropéen1. et ¡iipontii'.. trad 
del portugués al francés por Xavier de (lastro, París. Ixlitiotis ('.handeigne, I993. págs 1 I 1 -1 B, 117.
13 Y ves iVl ichaud. «La violence de la vie». Uj Vióleme. Piins, PUL, 1986. pág. 37
14. V Le Gouziou, U¡ Violence. op at . pag. 81. En Inglaterra, en el si^’lo xm, el 90de los autores de 
homicidios eran hombres, scpíin lames Biichanan (oven, Socrctv and Homicide tu Ihirteenth-i.enture 
l.nsdiind, Stanion!. Siantord llnnvrsnv Press, 1977.
Además, la percepción del fenómeno varía en el seno de una misma 
civilización, sobre todo en función de los grupos sociales, las edades y el 
sexo. Prosperan incluso durante mucho tiempo verdaderas culturas de la 
violencia cuando las condiciones de vida son duras y la ley difícil de apli­
car, como fue el caso entre los pioneros de la frontera del Oeste america­
no en el siglo xix. Nuestro propio universo occidental, singularmente 
pacificado desde la misma época, conoce sin embargo culturas de este 
tipo: bandas de jóvenes delos suburbios, unidades militares de élite, 
adeptos a ciertos deportes, universos carcelarios, mundos populares que 
se enfrentan a condiciones de existencia muy duras...1’
La agresividad destructiva es, sin embargo, un asunto de hombres. 
En Europa las mujeres representan hoy el 10 % de los culpables de ho­
micidio, cifra similar a la de Inglaterra en el siglo xm, y las variaciones 
constatadas desde hace setecientos años son pocas. En Francia, repre­
sentan un 14% en las estadísticas del conjunto de crímenes y delitos 
cometidos en 2002, y son el 5 % de la población penitenciaria,1' En Chi­
i:s t.a vioi.r.NCbv 25
na, de 1736 a 1903, apenas representan más del 2 % de ¡os 22.553 auto­
res de homicidios conocidos, pero son un 11 % de las víctimas.” Sería 
tentador relacionar estos hechos con invariantes de la naturaleza huma­
na, como la dulzura femenina opuesta a la brutalidad viril. Pero las ex­
plicaciones ligadas a las hormonas masculinas particularmente activadas 
por el clima, en particular por el calor, no son muy convincentes. Las que 
invocan la agresividad depredadora inducida por la necesidad de asegu­
rar la supervivencia de la especie, inscrita en los genes del cazador ma­
cho, que lo llevan a destruir a sus competidores y a fecundar al máximo 
posible de hembras, constituyen afirmaciones perentorias imposibles de 
comprobar históricamente.1'’ Para el historiador, lo esencial se halla en la 
construcción del ser humano por su cultura. El lazo primordial no se 
establece entre la violencia y la masculinidad, pues esta es un dato bioló­
gico. Se establece con la virilidad, una noción definida por cada sociedad 
dentro del marco de la determinación de los géneros sexuales cuya exis­
tencia reconoce. Hasta una época reciente, Occidcntesólo admitía dos y 
establecía entre ellos una poderosa desigualdad funcional.
1 5. Janut I .ce. «1 lomn. ule el peine c.tpn.ile en ( June .1 la lin tle 1'1 aiipiru Anak.se st.nisi ie|iie piulinn 
mure <Jes donnees», \<>1 JO. n " ) 2. 1 WJ, paj’'-- UJ
16 \'canse los trabajos de P Morris, especialmente ¡helli/wa/i t A SiitluraH haory o) Man and 
V'ornilH. r>f> <.¡!
Lo mismo ocurría en la China imperial, donde el sometimiento de las 
mujeres era aún más flagrante. Pero esas similitudes ocultan tratamien­
tos muy distintos del delito de sangre. En la sociedad aurocrática y con­
servadora del Imperio Medio, el orden social estaba construido además 
sobre la supremacía de los mayores. El tabú fundamental en materia de 
violencia, mortal o no, iba ligado al parricidio, que constituía el «mal 
absoluto desde el punto de vísta familiar, social, físico y metafísico». Se 
extendía al asesinato de los abuelos, al de los superiores o al de los her­
manos mayores, al asesinato del marido por la mujer, aunque la acción 
sólo hubiese sido un conato y el hijo o la esposa no hubiesen tenido sino 
un papel secundario en el asunto. No se excluía tampoco al parricida 
loco, pues ese crimen era considerado como el más excepcional. Repre­
sentaba la transgresión más extrema contra la autoridad paterna, «con­
cebida a la vez como el fundamento y el reflejo del orden celestial que se 
elevaba a través de peldaños sabiamente dosificados hasta el empera­
dor». El asesinato del padre o de Ja madre era en realidad muy raro: en 
casi dos siglos sólo se imputó a 58 hombres de un total de 22.162 culpa­
bles de homicidio y a 7 mujeres de un toral de 491. (ion excepción de la 
Anak.se
esposa, víctima en 844 casos, el homicidio familiar masculino, que repre­
senta el 17 % del total, se ejercía sobre todo contra parientes lejanos o 
muy lejanos, mientras que el 66% de las pocas mujeres sanguinarias 
habían matado a su cónyuge y el 15 % a otro miembro de su familia. El 
sistema chino se basaba en la definición de la sociedad como una exten­
sión de la familia y basaba su identidad en una «metáfora paternal». In­
culcada por las leyes morales y el culto de los antepasados, esta parece 
haber sido muy eficazmente defendida por la acción judicial. Las pocas 
ejecuciones capitales por parricidio constituían el espectáculo del mal 
absoluto y de su castigo. «Es como si los jueces sintiesen a intervalos re­
gulares la necesidad de proporcionar al cuerpo social la representación 
del peligro supremo y su erradicación.» Porque el crimen más remido, 
como la pedofilia actualmente, es el que representa una insoportable 
amenaza de destrucción de los valores colectivos en los que se basa la 
perennidad de una civilización. El castigo entonces supera totalmente al 
hecho reprimido para permitir una reparación general del tejido social y 
cultural dañado.17
El ejemplo chino permite comprender mejor la relatividad de la no­
ción de delito, que las sociedades siempre definen en función de los prin­
cipios fundamentales que quieren defender. Algunas han practicado la 
matanza de recién nacidos o el incesto ritual entre hermano y hermana, 
lo cual nos lleva a preguntarnos si la universalidad de los tabúes en estos 
campos no constituye esencialmente un absoluto inventado por las cien­
cias humanas en el marco de la promoción de nuestra propia cultura. En 
lo que a la prohibición bíblica del «no matarás» se refiere, esta no siem­
pre ha estado operativa en suelo europeo. Su verdadera promoción pue­
de incluso fecharse en tiempos de los monarcas absolutos, cuando se 
emprendió un gran esfuerzo teórico y judicial para «disciplinar» a las 
poblaciones angustiadas por las terribles guerras de religión, entre 1562 
y 1648. La vuelta al orden, en fechas que varían según los países, promo­
vió como crímenes inexpiables el homicidio masculino y el infanticidio 
femenino. La pena de muerte, aplicada mucho más frecuentemente que 
antes para esos delitos, ejerció una función simbólica de definición del 
peligro supremo y de su erradicación. Eso recuerda un poco el caso de la 
China imperial, pero es distinto en cuanto a sus objetivos esenciales.
Para reforzar la sacralidad de los soberanos y de los grandes, ante 
cuyo asesinato no se había vacilado, como en el caso de Enrique 111 y 
l'S 1 A Vl( >1.1 X< JA- 27
Enrique IV en Francia o ele Guillermo de Orange, que soñaba con ceñir 
la corona de los Países Bajos, los juristas europeos desarrollaron el con­
cepto de lesa majestad. Dicho concepto, aplicado primero al regicida, se 
extendió luego a otros delitos cometidos contra la autoridad monárqui­
ca o religiosa: moneda falsa, deserción, traición, brujería satánica... El 
suplicio de Ravaillac, descuartizado vivo por cuatro caballos en 1610, 
sirvió de modelo para definir el horror absoluto de su acción. Ese crimen 
sin parangón se vinculó estrechamente con el de parricidio, el más grave 
homicidio después del asesinato del príncipe, castigado con mutilacio­
nes previas a la ejecución —cortándole la mano al reo, por ejemplo—. 
La especia cu la ridad de los suplicios de los que habla Míchel Eoucaultls 
formó una cadena de significados que ligaba los atentados contra la per­
sona del rey con los atentados contra el padre, y más generalmente con 
el hecho de derramar sangre humana. A diferencia de la China imperial, 
se trataba de imponer un nuevo sistema estatal que demostrase su efica­
cia para proteger a los súbditos de los peligros vividos en el transcurso 
de las turbulentas décadas anteriores. Una de las expresiones más visi­
bles de su éxito fue proceder, muy lentamente, al desarme de la pobla­
ción, al encauzamiento de los excesos del duelo nobiliario y al castigo de 
los criminales más peligrosos. El sistema proporcionaba así una crecien­
te sensación de seguridad, (ionio el espectáculo de los sufrimientos de 
un regicida era excepcional y el suplicio de los homosexuales o la hogue­
ra de las brujas relativamente raros —salvo en los territorios germánicos 
para estas últimas—, fueron los autores de agresiones mortales y de in­
fanticidios los exhibidos más a menudo.
La primera mitad del siglo xvn asistió a un fuerte descenso de las ci­
fras de homicidios en Europa occidental, pero al mismo tiempolas pe­
nas capitales para los culpables aumentaron.1' La violencia sanguinaria y 
la muerte de recién nacidos, que antes se consideraban fenómenos bana­
les y que la justicia no perseguía con mucha dureza ni con gran eficacia, 
empezaron a adquirir ahora el estatus de crímenes absolutos y se relacio­
naron íntimamente con el concepto de lesa majestad. En el siglo xvju, las 
prioridades volvieron a cambiar y se hizo hincapié en los delitos contra 
los bienes, en una época de gran auge económico y comercial. Tanto 
en Inglaterra como en Francia, los dos grandes rivales en el escenario
18 iMichcl l'oucatili, Sitri etUer el punir \aiwú>ice di la ¡>n\i>n. París. íialiiniaid, 1075
19. Véanse capí lulo 2 \ R Muchcinlsleil, «l'ils de Caín, en I anís de Mcdcc I lonueidc el infanti 
CÍde devanf Ir Parlemcni dr París 11575-IMMl» /IhhJ.u O.. , 7007 
28 l XA HISTORIA DI. LA VlOl.l.Nt 1A
europeo y mundial, el robo se convirtió en el delito más inaceptable, y 
las penas de muerte contra los culpables se multiplicaron, sobre todo en 
Londres y París, las dos principales metrópolis comerciales europeas/*
Contrariamente a la teoría, hoy abandonada, del paso «de la violen­
cia al robo» entre el final de la Edad Medía y el Siglo de las Luces, el 
principal cambio no procede de una modificación en profundidad de las 
realidades criminales, sino de una evolución de la mirada represiva?1 La 
cultura occidental no ha cesado de adaptarse a las novedades desde hace 
medio milenio. La emergencia de un nuevo tipo de crimen absoluto y, en 
su estela, de una represión más intensa de las transgresiones relaciona­
das con él, traduce la mutación de los valores esenciales subyacentes al 
fenómeno. A principios del siglo xxi, la balanza judicial occidental se ha 
desplazado de nuevo. El crimen absoluto se ha establecido en torno a la 
preservación de la vida y la inocencia sexual de los niños. En una época 
en que la pena de muerte ha sido erradicada en Europa, es sintomático 
observar que los que reclaman posibles excepciones las invocan contra 
esa amenaza a los niños, definida hoy en día como el más incalificable de 
los crímenes que pueda cometer un ser humano.
La relatividad de la noción de delito invita a distinguir cuidadosamen­
te lo que puede ser debido a una patología individual cuando se produce 
un acto delictivo, de las definiciones de la transgresión o de los compor­
tamientos ilícitos construidos por el Estado, la justicia y las diferentes 
instancias de control de la colectividad en cuestión. La locura, por ejem­
plo, solo inspira a una mínima parte de ios culpables de homicidio. Una 
explicación más frecuente ve el origen del gesto sanguinario en frustracio­
nes nacidas de contradicciones entre los deseos individuales de los culpa­
bles y 1 as oportunidades de futuro que les ofrece la sociedad. Pero este 
discurso criminológico se aplica mejor a la época contemporánea que a 
los siglos anteriores. La octava observación del jesuíta Luís Proís señala la 
brutalidad del homicidio en Europa y se refiere al derecho de gracia del 
principe en caso de legítima defensa, mientras que los japoneses son im-
20 1X>uillas I las. Peler I anebaugli, |ohn O Rule. I P l’hompson \ ('.arl Win.slow. Alht<>n\ Tri e
( n>ne uml in L¡t!hicenth (.iHtw I mulres, .Alien l.ane, 1975, recd I la rmon dsworlh.
Pcneuiii. 19/7, pag 166, AnJri Abbi.mxJ v «’iii’s, ( r/wi i (/1 nwrwóíe crH rurni. o,i; xxjir \k<7ei. Pa 
ris. \rinand ( olin, 197 I
21 Beinadclle Boiitelei, «i lude par m>ihI,ij;i de la i ihnrnaliic dans le bailliage di Poní de l'Arclie
IXV ir .Witr sieilcsi- de la viokane an vol. vil marche icrs l‘c.siii>i|i)crk», Jt \urmandie, i. Xll.
196?. p.igs 2’ñ 262 1 a teoría ha sido recogida poi Pierre (.liaunu \ sus discípulos, v luego defendida poi 
Jeiis ( V lohansen \ 1 leunk Síes nsborg. «1 lasard oij nnopie Rellexion.s auioiir dedeos theones de 
I lusioire dti di olí». Annal< i l't . d>o<’!ete\. ( iriliu¡tn>n\. n ” -II. [9S6, pags 6()| 62-1, a proposito
ile lImamaiia. ames de ser abandonada por la rna\ ona de lo* cspectalisias 
placables en ese caso, como lo serán cada vez más los jueces occidentales 
en el transcurso del siglo xvn. Los imperios orientales, japoneses o chi­
nos, y las monarquías absolutas occidentales coinciden finalmente en de­
clarar ilegítima la violencia individual que desemboca en la muerte de un 
semejante. Refuerzan así su tutela sobre sus súbditos, blandiendo la ame­
naza de la pena capital para aquellos que se atrevan a ejercerla. No ocu­
rría así en las sociedades europeas uno o dos siglos atrás. Entonces esta­
ban menos controladas por el listado y concedían más espacio al poder 
local; consideraban la muerte de un ser humano con una cierta indiferen­
cia, en el marco de una cultura en la cual la violencia viril era normal.
Dentro de ese marco, la agresividad representaba un valor positivo. 
Era evidentemente preferible que no implicase la muerte del adversario, 
en virtud de la moral cristiana, pero esa desgracia, entonces frecuente, 
no causaba la marginación del culpable. Éste era fácilmente perdonado 
por una carta de indulto real, y tras pagar una multa y abonar una com­
pensación financiera a la familia de la víctima —denominada «paz de 
sangre»—, recuperaba su puesto en la parroquia y conservaba su hono­
rabilidad. Todavía mayor era la indulgencia que se aplicaba a los homi­
cidios de los mozos, ya que los adultos del lugar admitían sus excesos 
sanguinarios considerando que eran cosas propias de la juventud. Esa 
tolerancia explica porque las edades más implicadas en el homicidio van 
de los 20 a los 20 años. Durante su larga espera del matrimonio, tanto en 
los pueblos como en las ciudades, los mozos practican una cultura de 
bandas basada en la competición entre iguales para aumentar su valor 
ante las chicas y para compensar las frustraciones ligadas a ese estado 
incómodo, entre la infancia y una vida de adulto de pleno derecho. Su 
principal preocupación consiste en exaltar una virilidad que los hace 
existir ante los demás. Llevan armas, sobre todo puñales o espadas, que 
gustan de utilizar en combates destinados a probar su valor, infligiendo 
o recibiendo una herida, que debido a las infecciones v la ineficacia de la 
medicina de la época muv a menudo es mortal." Entrenados para el 
combate y formados en una ética guerrera igualmente viril, los jéwencs 
nobles no se diferencian fundamentalmente de los plebeyos en este terre­
no; no será hasta más tarde, durante el siglo X\ í, cuando se inventarán las 
reglas del duelo aristocrático.
30 IXA HISTOHíA DI. LA VIOI.LX'C IA
No todos los solteros matan. Sólo una pequeña minoría lo hace. Las 
tasas más altas de homicidio registradas en el siglo Xlll son de un poco más 
de cien muertes por cien mil habitantes, (ionio las mujeres están muy poco 
implicadas, podemos considerar que hay un máximo de cien asesinos por 
cada cincuenta mil hombres, sin distinción de edad, o sea, aproximada­
mente un 0,2 % del contingente. La edad de los jóvenes varones solteros 
no representa probablemente más que una quinta parte de la población 
masculina, dadas las condiciones demográficas de la época, y proporciona 
menos de la mitad de ese total. Lo cual significa que un chico soltero de 
cada mil, como máximo, es un asesino. Matar a un semejante no es, por 
tanto, algo banal, aunque la cosa sucede cien veces más a menudo que en 
la actualidad. El código viril masculino, que es la causa principal, impone 
con mucha mayor frecuencia la brutalidad, sí, pero sin consecuencias tan 
graves. El homicidio es la parte visible de un sistema de enfrentamien­
to entre iguales, que generalmente se resuelve con simples golpes o con 
exhibiciones y desafíos entre «gallitos». El homicidio es lo que nos per­
mite seguir la evolución de esa cultura de la violencia masculina, aunque 
sólo se trate de aquellos casos que desembocan en un resultado fatal.
Ahora bien, en la primera mitad del siglo xvii esa tasa se reduce a una 
media de diez asesinos por cada cienmil hombres. La caída es espec­
tacular. El número de jóvenes asesinos es diez veces menor que antes, lo 
cual refleja un retroceso de la cultura de la violencia viril y el incremento 
de una nueva intolerancia, canalizada por múltiples vías distintas a la de 
la justicia. La «fábrica» occidental está inventando la adolescencia como 
una edad peligrosa que hay que encauzar estrictamente para evitar sus 
excesos sanguinarios. El movimiento se acentúa vigorosamente más tar­
de, puesto que la tasa se establece alrededor del 1 % a mediados del siglo XX, 
cien veces menos que en ia Edad Media. Ello implica una disminución 
de la violencia mortífera juvenil de idénticas proporciones. Porque los 
actores principalmente afectados siguen siendo los mismos. En Inglate­
rra, a principios del siglo xxi, el homicidio es un hecho netamente mascu­
lino. En general, el culpable y la víctima se conocen, incluso son íntimos 
v se han peleado antes en casi la mitad de los casos. Su edad más frecuen­
te se sitúa entre los 16 y los 35 años. En la mayoría de los casos (el 28 %) 
se utiliza un arma blanca.2,
25 Sb.iin I.tuzc. Saiiilra XXalkl.iie \ S.iinani lid Pcgg. Munúr S<« /d! dftd / Aplwdi’hes tu
[’ tuh r'>td>iihn'4¡ Murder imj Miin/ert r\, (.nlloinpion, XX illaii, 2()()6, pags 14 17. \ 1 unid Biookinan, t:n 
¡k rstisHíJiu’4,1 iíiwtt. (Jt, Londres, Sagú Publii ations, 2005. pags. 54 55. sobre l.i cd.iil de los acusados v de
,qi'i. i s i.,\ \ [< i.v 31
El homicidio es una construcción social. I lov día, las autoridades y las 
fuerzas encargadas de la represión elaboran su definición concreta y su 
interpretación privilegiando ciertos aspectos y ocultando otros fenóme­
nos, como los fallecimientos provocados por la negligencia o la conduc­
ción peligrosa de los coches, y ello incluso antes de que un acusado sea 
sometido al proceso legal que decidirá si es culpable o no.24 * «El criminal 
se convierte en el doble inverso del hombre honrado», ya que el conjun­
to del ritual judicial permite al Estado «asegurar su autoridad de forma 
emocional y simbólica».2,1 El objetivo principal en ios delitos de sangre 
es la figura del varón joven que espera impaciente el momento de acce­
der a la madurez y a las ventajas de la vida adulta, pero que transgrede 
los códigos más sagrados matando a su semejante. La sociedad lo empu­
ja a definirse en relación a una etica de la virilidad, y al mismo tiempo lo 
insta a ser razonable y a adquirir el autocontrol indispensable para evitar 
ese crimen inexpiable. Le prohíbe el uso de la violencia física ilegítima, 
definida por oposición a la que se halla decretada por la colectividad y 
puesta a su servicio, como la guerra justa. Esta también sirve, por otra 
parte, para controlar el potencial explosivo de las nuevas generaciones 
enrolándolas en la defensa del bien común y del modelo del hombre 
adulto honrado. El desplome acelerado de las rasas de homicidio desde 
el siglo xvil prueba el éxito creciente del control social en este ámbito. El 
homicidio se ha convertido en un fenómeno residual en nuestras socie­
dades. La brutalidad física menos extrema también está codificada como 
anormal, definida como una desventaja para el éxito social ulterior de los 
hombres jóvenes. Tanto es así, que la agresividad se considera propia 
sobre todo de los marginales o los perdedores del sistema, estigmatiza­
dos a la vez por las autoridades —la policía, la justicia— y por los medios 
de comunicación modernos, que contribuyen todos juntos a aumentar la 
angustia de los ciudadanos honrados, asustados ante incomprensibles 
actos de salvajismo.
24 !. Brooknr.in, ( ihíentuiuíni^ / ule. np <//,pags 50íJ 510
f : I i.. I ...... ........ i . <
La repugnancia por la sangre y el tabú de la violencia constituyen las 
piedras angulares del sistema occidental desde que éste partió a la con­
quista del globo hace quinientos años. Marcados por el sello de la ilegiti­
midad absoluta en las relaciones internas de las sociedades, esa repug­
nancia y ese tabú permitieron a los Estados atribuirse el monopolio de la 
fuerza legítima, a través tanto de la guerra como de la pena de muerte 
32 UNA HISTORIA DI- LA VIOLENCIA
hasta su reciente abolición. También contribuyeron a asegurar la transmi­
sión menos conflictiva entre las generaciones, condicionando el contrato 
implícito entre ellas a la adquisición de mecanismos de pacificación de 
las costumbres por parte de los más jóvenes: la gestión del patrimonio 
debe continuar siendo garantizada según el modelo anterior, por «bue­
nos padres de familia», a fin de que los asesinos irreductibles, a menudo 
procedentes de medios pobres, se vean lícitamente excluidos de la «suce­
sión» normal. Cuando los jóvenes resultan demasiado numerosos, tras un 
período de paz y de progresión demográfica, las tensiones entre las gene­
raciones se agravan. La violencia juvenil aumenta. En Francia, produce 
los apaches de la belle époque que vuelven a sentirse tentados por los com­
bates con arma blanca o los «alborotadores» de los suburbios en 2005.
La domesticación de la agresividad viril se produce en un conjunto 
mucho más amplio, a saber, dentro del pacto social y cultural fundador 
del Estado y del conjunto de la civilización occidental. La realidad de 
origen biológico se halla muy definida y orientada por las fuerzas de cohe­
sión dominantes para producir un modelo de súbdito que no ponga sin 
cesar en entredicho los valores o las normas de su comunidad, tanto na­
cional como local. La forja europea consigue la hazaña de producir cohe­
sión a partir de un elemento particularmente inestable: la sexualidad de 
los jóvenes machos.26 27
26 R. Much einbled. I.'( )r¡iiiw e! ÍOnidcHt h¡a<nre du jdaiMr du \ir wdf <¡ u<>\ Pan*.
Sctii!, 2005
27 Grahain I Baiker-Bcnliekl. Ihe ( tdture <d Sen\thdit\ \e\ ¡ind Soctely tu ¡■.¡‘¿htcenlh-Cciilun lirt-
Algunos autores han señalado que la represión del homicidio no sólo 
está ligada a la definición de la mascufinidad y a la progresión de la dis­
ciplina del sexo fuerte, sino también a una retormulación de los papeles 
viriles y femeninos en beneficio de los primeros. En Inglaterra, una nue­
va «cultura de la sensibilidad», aparecida en el siglo xviii en las obras de 
ficción sentimentales, pinta a los varones como cazadores o pescadores 
salvajes cuyas presas son las mujeres. Eso fue interpretado como un es­
fuerzo por hacer que el hombre de honor machísta y brutal se transfor­
mase en un ser sensible y prudente.2. En el siglo XIX, el rechazo cada vez 
mayor de la violencia se asocia estrechamente con el deseo de cambiar 
el modelo masculino para hacerlo más «natural». La tolerancia mostrada 
hacia el homicidio no premeditado (inanslaughter), castigado con un 
año de prisión como máximo, empieza a desaparecer, y el accidente mor­
tal no conduce ya sistemáticamente a la absolución. El número de los
4,)l'I, l.S I A ],V 33
acusados del sexo fuerte aumenta dos veces más deprisa que el de las 
mujeres entre 1805 y 1842, seña] de una «masculinizacíón» del delito y 
de los castigos, que refleja un movimiento a largo plazo de intensifica­
ción de la disciplina exigida a los hombres.2*
Visible en particular en las calles, en el lugar de trabajo y en casa, la 
modificación de los papeles masculinos induce la de los papeles femeni­
nos. El concepto de masculinidad hegcmóníca fue forjado por investiga­
dores anglosajones para explicar esas transformaciones en cadena que 
también afectan al niño. El conjunto depende del pivote viril. Hasta las 
mutaciones registradas a finales del siglo xx, la posición del varón, fuese 
cual fuere su estatus social, está muy correlacionada con la afirmación 
de su heterosexualidad, pero mucho menos que antes con la necesidad de 
exhibirla violentamente en el teatro de la vida cotidiana. Las mujeres, 
por su parte, deben mantenerse en su puesto para confirmar al hombre 
como tal. Esa pasividad exigida por las normas culturales construye a Ja 
mujer como un ser dulce e inerme, normalmente incapaz de violenciaasesina. La que se abandona a la agresividad parece anormal, por no 
decir totalmente otra. La madre que mata a su propio hijo todavía lo es 
más, es una loca, una desnaturalizada o está profundamente perturbada 
por lo que le sucede. Esa concepción atrae la atención sobre un acto tan 
monstruoso y aumenta en proporción las estadísticas registradas en la 
materia. En cuanto al niño, se lo considera ahora como inocente por 
naturaleza. SÍ mata a un semejante, pasa por ser profundamente malo o 
diabólico.21’ Existen, no obstante, fuertes diferencias sociales en la prácti­
ca, pues el proceso de pacificación de las costumbres y de redefinición de 
los roles masculinos y femeninos no penetra en todas las capas sociales 
con la misma intensidad ni a la misma velocidad, lo cual alimenta, en la 
era industrial, la denuncia de la brutalidad y la grosería del mundo obre­
ro o de la negativa de los campesinos a evolucionar, orientando de forma 
más precisa la represión judicial hacia esas categorías de la población.
28 Manin ) Wieilel. «The viannan i riinuiali/ation ol incn». cu Pielcr Spietvnbmn ubi.i. \fa>¡ antl 
Violttii'e Oetider, Honor. und¡n Xloili-nt Lurope ¡md Awrnn, Coluiiibtis. ()hn> Statc I 'imvrsirv 
Prcsb. 1998, pá^s. ¡98 2(B, 209; íilcni, Ativ/ <7 lilrtod ( ontc^hng Violerice ttt \'uloriún i -.ti gld n d. Cam­
bridge, Cambridge l’nívcrsiiy Press, 2004
C 1/ i .... . i 11 i ' I
Nuestra civilización ya no quiere plantear la cuestión de la violencia 
de las mujeres y probablemente quita importancia a la violencia que su­
fren. Desde hace varios siglos, prefiere insistir en la figura de la «mujer 
civilizadora» cuya misión es a la vez pacificar las costumbres, apartar al 28 
34 UX'A HISTORIA DI’ [.A VIOl.i XC1A
hombre de la violencia y refrenar la brutalidad de sus deseos sexuales, Sí 
bien es evidente que las mujeres desempeñan un papel fundamental en 
la transmisión cultural, nada prueba que siempre hayan concebido su 
papel como el de una ovejita dulce y obediente. En la Grecia contempo­
ránea, en Pouri, pegan con frecuencia a los lactantes para que se callen v 
golpean a sus hijos hasta la edad de 12 años, momento en el cual pasan a 
depender de la autoridad paterna. Reproducen así los castigos corpora­
les que conocieron en su infancia: ser colgadas por los pies y las muñecas 
de la viga maestra de la casa, o cabeza abajo de un árbol, a veces sobre un 
fuego destinado a «ahumar» a una criatura insoportable; clavar agujas 
en la palma de las manos; colocar huevos con la cáscara hirviendo aplas­
tados bajo las axilas. Eternas menores de edad, lo cierto es que todavía 
sufren malos tratos en la edad adulta, especialmente por parte de su sue­
gra. Un hijo irrespetuoso o perezoso también puede ser echado de casa 
a pedradas por su padre. Menos crueles son en Arnaía, donde los casti­
gos corporales siguen siendo severos y las bofetadas frecuentes, aunque 
los regalos las compensen. En ambas localidades, las niñas son educadas 
para que respeten los privilegios de sus hermanos, que serán quienes 
reciban la herencia?0
Las mujeres, en realidad, pueden ser violentas y mostrarse crueles 
cuando asisten a las ejecuciones capitales bajo el Antiguo Régimen, bru­
tales entre ellas o contra los hombres, utilizando uñas y dientes, tirándo­
se del pelo, dando patadas o puñetazos... Numerosos documentos así lo 
atestiguan, más a menudo a finales de la Edad Medía y en el siglo xvi que 
después. El proceso que condujo a minimizar la violencia de las mujeres 
se inició muv pronto en las ciudades?1 Se desarrolló más lentamente en 
el campo. Hasta este cambio, variable según los países y las regiones, la 
brutalidad banal constituía el trasfondo normal de la vida. La Grecia 
contemporánea proporciona simplemente un atisbo de lo que podía ser 
en general la violencia femenina antes de ser ocultada o negada. Aunque 
probablemente menos que los hombres, en particular bajo su forma san­
guinaria —aunque sólo fuese porque hasta el siglo xvn, a diferencia de 
los varones, no llevaban armas—, la mujer estaba inmersa en una «cultu­
ra de la violencia» que afectaba a toda la población. Los niños mismos 
eran educados para sufrirla y practicarla. Los niños pastores, por ejem-
V) Mane I‘.bsabcth f lanilman. «1.linter ct le PnrailisJ Violence ct tvrannie ¿once en Grcce contení- 
poraine», en ( eeile Datipli/n v Arlette íarge (dirs ¡. í)<- ? ? tolcuce et tlf\ le»t>ncs. París. Pocket, 1999, 
ptigs J2S 129.
pío, impedían acceder a su territorio a los rebaños de los otros pueblos 
con la honda en la mano, causando heridas terribles, a veces mortales, a 
rivales de su misma edad. Todo el mundo era violento a hítales de la 
Edad Media y principios de la Edad Moderna.1' Eos listados y las Igle­
sias no tenían entonces ni los medios ni la autentica voluntad de intentar 
poner coto a la violencia sanguinaria de la población, sobre todo porque 
ésta desempeñaba un papel cstructtirador en las sociedades locales, es­
tableciendo las jerarquías y contribuyendo a los intercambios entre los 
vecinos. No se trataba en absoluto de una ley de la jungla, [mes había 
unos códigos y unos rituales precisos que organizaban la brutalidad de 
las relaciones humanas. En ese universo de proximidad, un estricto sen­
tido del honor obligaba a los varones a vengar no sedo el suyo, que se 
basaba en la expresión pública de su virilidad, sino también el de todo 
su grupo familiar, vigilando estrictamente a las mujeres, para proteger su 
pureza sexual o su virtud. Las sociedades mediterráneas más atrasarlas 
han conservado esa concepción colectiva del honor que se halla también 
en la base del duelo entre aristócratas en la época de la monarquía abso­
luta." rXetualmente, en Calabria, «lo que caracteriza el honor lmasculi­
no] no es otra cosa que el dominio riel pene y la navaja. En electo, para 
ser un hombre de verdad, uno debe tener la potencia sexual que permite 
reproducirse, y por tanto asegurar la posteridad de su sangre \ de su 
nombre, y debe saber manejar la navaja, que sirve [tara la conservación 
del grupo».1'
La cultura juvenil de la violencia occidental de los siglos XV y \\l se 
basa en reglas idénticas. El arma blanca, espada o puñal, es una repre­
sentación simbólica del individuo, que sufre un larguísimo purgatorio 
entre la infancia y el matrimonio, y por lo tanto debe demostrar que es 
capaz de acceder a la edad viril. Los muchachos jóvenes vixen en bandas 
de iguales por la noche, al salir del trabajo, los domingos \ los días de 
fiesta. Su agresividad se vuelve esencialmente contra sus semejantes, que 
son sus competidores en el mercado matrimonial. El resto del tiempo, 
cortejan a las chicas, a menudo colectivamente. Se es tuerzan mucho por 
ganar sus favores sexuales pese a la estricta vigilancia que pesa sobre 
ellas, tanto por [■jarte de sus padres \ hermanos, como por [jarte de mu­
chas mujeres de todas las edades que rodean a las mocitas allí donde su
>2 i\ Muí licinhii-d. //,< < <h¡ i i .7 . < ipi-i i.ilrm ii.'< p.iijs ’kM2
O Jttjil , p.i.’.’s -0-0 A proyti’sn o i!i-!.i\ mh ii'ilaJ.i-s im-Jiii 11 .mi .i'' k.uiG l\i isti.m1, • Jn 7 i Icnnm 
V'.pia í/'< r.</ I oiulii-s, Wcnk-nli lil .lili! Xiiojson l'Jíó.i l\.n tnoni 1
36 I 'XA HISTORIA DI. 1 A VlOl.l'.X'í IA
virtud podría correr peligro, especialmente en las reuniones nocturnas, 
los campos, el lavadero, el molino, etc. La posición de los chicos mayores 
es incómoda; es la de un tercer grupo de población, además del de los 
hombres adultos dominantes y del de las mujeres, cuya sociabilidad mez­
cla las edades e incluye también a los niños impúberes. En este marco, 
las heridas infligidas y los homicidios cometidos por los jóvenes gallitos 
se tratan con mucha indulgencia por parte de los mayores, las autorida­
des locales, la justicia c incluso el propio rev, que otorga fácilmente su 
perdón?1 Posiblemente, es el precio que hay que pagar para evitar que 
los solteros frustrados y muy estrechamente tutelados se vuelvan más 
a menudo contra los machos establecidos

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