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♦ A FRED SPIER EL L U G A R D E L H O M B R E E N EL C O S M O S La G ran H is to r i a y el fu tu ro de la h u m a n id a d ® L I B R O S de H I S T O R I A m F R E D S P I E R E L L U G A R D E L H O M B R E E N E L C O S M O S l a G r a n H i s t o r i a Y E L F U T U R O D E LA H U M A N I D A D T R A D U C C I Ó N DE T O M Á S F E R N Á N D E Z AÚ Z Y B E A T R I Z E G U I B A R CRÍTICA B A R C E L O N A Este libro está dedicado a W illiam H ardy M cN e il l : el historiador que más admiro del mundo. Nos hallamos inmersos en el vasto proceso evolu tivo que (probablemente) se inició con la Gran Explo sión y que avanza hacia un futuro que nos es descono cido -somos parte de un conjunto de sucesos en el que la materia y la energía se transforman haciendo que las estrellas se constituyan y disgreguen y dando nacimiento a un sistema solar que finalmente acabará por desaparecer (aunque no antes de haber borrado todo vestigio de vida)-. Éste es el esquema general en el que el planeta Tierra ha visto surgir a las socieda des humanas y asistido al inicio de un devenir cuyo final todavía no divisamos. (W illiam H. M cN eill, The Global Condition, 1992, pp. xiv-xv). PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS La mayor enseñanza filosófica, la impresión que más vino a sacudir los cimientos de nuestras ideas pre concebidas, fue contemplar la pequenez de la Tierra... Ni siquiera las fotos logran transmitir ajustadamente esa conmoción, dado que siempre aparecen enmarca das. Pero cuando uno echa un vistazo por la ventanilla del vehículo espacial, se puede ver poco menos que la mitad del universo... Eso significa encontrarse frente a una negrura y una cantidad de espacio muy superior a la que jamás llegará a verse en una fotografía enmarcada... No se trataba sólo de lo pequeña que era la Tierra, sino de lo grande que era todo lo demás. (Declaraciones del astronauta del Apolo 8 William Anders; véase Andrew L. Chaikin y Victoria Kohl, Voices From the Moon, 2009, p. 158.) Este libro trata de la Gran Historia, es decir, de un enfoque de la disciplina histórica en el que el pasado humano queda contextua- lizado en el marco de la historia cósmica, desde el comienzo del universo hasta la aparición de las formas de vida que actualmente conocemos en la Tierra. Es una obra que ofrece un tratamiento teo rético nuevo a dicha Gran Historia y que logrará brindar al lector, Micheletto Máquina de escribir Biblioteca Sapiens Historicus 10 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS o al menos eso espero, no sólo una mejor comprensión del pasado, sino una visión más clara de los retos clave a que habrá de enfren tarse la humanidad en un próximo futuro. Lo que me ha impulsado a investigar con vistas a la elaboración de la teoría subyacente a la Gran Historia ha sido la honda preocu pación que me produce la incidencia que tiene en las condiciones de vida hoy reinantes en el planeta Tierra todo cuanto los humanos hemos venido haciendo desde el principio de los tiempos. Y a su vez, esta preocupación medioambiental es una consecuencia direc ta de los cohetes Apolo que se enviaron a la Luna a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo xx. La misión que más duradera impresión ha dejado en mi ánimo fue la realizada en diciembre del año 1968, al partir hacia la Luna el cohete Apolo 8, como primera misión tripulada, y recorrer diez veces la órbita de nuestro satélite antes de regresar a la Tierra. Tuve ocasión de con templar, desde los Países Bajos, las emocionantes transmisiones que en esas fechas llegaban hasta nosotros en blanco y negro, y en directo desde el espacio, mientras yo mismo tomaba fotografías apostado frente al televisor con una cámara montada sobre un trípo de. Todo esto ocurría antes de que existieran aparatos domésticos capaces de efectuar grabaciones de vídeo o de que pudieran encon trarse cualquier otro tipo de dispositivos aptos para captar de forma permanente las imágenes emitidas por la televisión. Tenía la sensa ción de estar asistiendo a acontecimientos de enonne importancia, pero no estaba seguro de que alguien pensara en conservar aquellas imágenes, como tampoco lo estaba de que pudiera después hacér melas llegar si así lo deseara. Tomé instantáneas del lanzamiento y de la primera retransmisión en directo desde el espacio, en la que figuraban ya las primeras y toscas imágenes de la Tierra y de la su perficie lunar vistas desde la órbita del satélite. En la pantalla del televisor familiar, la imagen espacial de la Tierra parecía una man cha blanca, resultado de alguna sobreexposición de la cámara del Apolo. Me producía una gran curiosidad saber lo que realmente es PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 11 taban viendo los astronautas, el aspecto que presentaba el «viejo planeta Tierra» visto desde el espacio -ya que así se había referido a él el comandante Frank Borman durante la célebre transmisión realizada desde la órbita lunar en la Nochebuena de ese año-.' No tuve que esperar mucho. Pronto recibirnos en casa el número de Time Magazine correspondiente al 10 de enero de 1969, en el que aparecía una selección de las imágenes que habían tomado los astronautas. La primera fotografía del «álbum lunar» era el famoso «amanecer terrestre», que en aquella ocasión llevaba el siguiente pie: «Las formidables imágenes del Apolo 8». Al observar esa foto grafía sentí una emoción que no había experimentado antes y que tampoco he vuelto a vivir desde entonces. Modificó en un segundo la perspectiva que yo tenía de la Tierra, hasta el punto de que ya nunca volvió a ser la misma. Arranqué cuidadosamente la instantá nea, la fijé en la pared de mi habitación y la estuve observando du rante años. Todavía conservo esa imagen, y desde luego constituye para mí un gran tesoro. En mi educación no había existido nada que hubiera podido pre pararme para esta nueva forma de contemplar la Tierra. En el cole gio había recibido la clásica educación holandesa -posiblemente la educación característica de todo el Occidente europeo-, lo que implicaba aprender latín y griego antiguo además de algunos idio mas modernos como el inglés, el francés y el alemán, a lo que había que sumar las matemáticas, la física, la química, la geografía y la historia. Sin embargo, todos aquellos fragmentos de conocimiento discreto carecían de la más mínima relación recíproca, y tampoco se nos presentaban unidos en una perspectiva única. Esto había de terminado que la extraordinaria visión de nuestro planeta azul y blanco, rodeado de un negrísimo espacio y alzándose sobre el in hóspito y grisáceo paisaje lunar, me cogiera totalmente despreveni do. Aquellas imágenes venían a mostrar por primera vez lo distinta que es la Tierra de sus inmediaciones cósmicas.2 También hizo que la gente de todo el mundo se preguntara qué efecto estábamos ejer 12 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS ciendo en el ámbito de nuestro domicilio espacial. Esto condujo a un incremento sin precedentes de la conciencia medioambiental y desembocó, entre otras cosas, en la creación del primer Día de la Tierra -efemérides iniciada en el año 1970- La publicación ecologista más influyente de esa época fue el estudio que encargó en 1970 un grupo independiente de intelec tuales que se denominaban a sí mismos el Club de Roma debido a que habían comenzado a reunirse en esa antigua ciudad. Elabora do en el Instituto Tecnológico de Massachusetts bajo la dirección de Dennis Meadows y financiado por la Fundación Volkswagen, el informe final se publicó con el siguiente título: Los límites del crecimiento. Informe del Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad [sic]. Se tradujo a muchos idiomas, y entre otros al holandés. En ese escrito se prestaba una gran atención a cinco va riables que se juzgaban de importancia: el crecimiento demográfi co, la producción de alimentos, las manufacturas industriales, la escasez de recursos naturales y la inevitabilidad de la polución. La conclusión resultante venía a señalar que todos aquellos facto res, combinados de uno u otro modo, terminarían actuando como un elemento capaz de dar al traste con el bienestar de los seres humanos en un futuro próximo. En Holanda se prestó una aten ción particularmente grande a este estudio, y la publicación cons tituyó un notable éxito de ventas. De acuerdo con Frits Bóttcher, miembro del Club de Roma y natural de Holanda, ese interés se debió al hecho de que los Países Bajos tenían por entonces los más altos ingresos por hectárea del mundo y a que por consiguiente estaban ya notando en su vida cotidiana muchos de los problemas que allí se debatían.3 Éste es el título que figura en la traducción española del documento origi nal (The Limits to Growth: A Reportfor the Club ofRome Project on the Predica- rnent ofMankind, aunque el calco «predicamento de la humanidad» está descami nado, puesto que debería decir «las dificultades» a que ha de enfrentarse la humanidad, ya que tal es el significado del «predicament» inglés. (N. de los t.) PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 13 Mientras tenían lugar todos estos acontecimientos, nadie de mi entorno inmediato, incluyendo a los profesores de la institución de enseñanza secundaria a la que asistía -y más tarde a los de la universidad-, mencionó jamás el profundo cambio de perspectiva que habían provocado las imágenes del planeta Tierra contemplado desde el espacio, ya que todo el mundo optaba por aferrarse a los programas educativos establecidos. Dadas las circunstancias, no tuve más remedio que guardarme para mis adentros la mayoría de mis reflexiones y sentimientos. Sin embargo, comencé a experi mentar lo que hoy describiría como la más angustiada desafección. No sólo me hallaba cada vez más preocupado por los problemas medioambientales, sino que también anhelaba saber cómo podía haber llegado la humanidad a quedar entrampada en semejante si tuación. Uno de los párrafos de la introducción holandesa a The Li- mits to Growth acabaría espoleando aquella curiosidad mía por la historia humana, ya que en él se afirmaba que únicamente alcanza ríamos a modificar eficazmente la situación en que nos hallábamos, encauzándola a mejor, si conseguíamos comprender la forma en que dichas circunstancias diferían de las vigentes en los anteriores períodos de la historia -esto es, los períodos que habían conferido a los humanos su actual forma, tanto en términos biológicos como culturales-.4 En aquella época no existía aún un estudio académico que se centrara en la historia del medio ambiente, y yo tampoco conocía ningún texto de historia del mundo que pudiera ayudarme a este respecto. Así las cosas, inicié una larga pesquisa intelectual para tratar de comprender mejor la historia humana, una búsqueda que alcanzaría su punto culminante tan pronto como me familiaricé con la Gran Historia. Para mí, la Gran Historia se ha convertido en una maravillosa manera de explicar el modo en que han llegado a existir las cosas, es decir, tanto yo mismo como la totalidad de lo que me rodea.5 En la Gran Historia pueden abordarse todas las interrogantes que tra tan de averiguar cómo y por qué tal o cual aspecto del presente ha 14 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS terminado adoptando la forma que en efecto presenta. A diferencia de todas las demás disciplinas académicas, la Gran Historia inte gra la totalidad de los estudios relacionados con el pasado, aunán dolos desde una perspectiva novedosa y coherente. Dadas sus ca racterísticas, la Gran Historia me ha proporcionado una nueva y plenamente satisfactoria forma de recuperar mis vínculos sociales. Y a juzgar por el gran número de estudiantes que año tras año eligen voluntariamente alguno de los cursos de Gran Historia que se im parten, es probable que también a ellos les ofrezca una vinculación similar. La fecha de nacimiento de la mayor parte de mis estudian tes es muy posterior a la clausura del programa espacial Apolo. Para ellos, los viajes a la Luna son parte de la historia pasada. No obstante, son muchos los cursos universitarios -especialmente en la rama de humanidades- que apenas han experimentado cambios desde finales de la década de 1960. Y, por consiguiente, son tam bién muy numerosos los estudiantes que podrían seguir experimen tando una sensación de desvinculación similar a la que yo viví. A lo largo de los últimos treinta años, y estimulado por la fo tografía del amanecer terrestre, me he esforzado en conseguir una desapasionada visión histórica de conjunto fundada en una perspectiva teorética. Pese a que tal enfoque sea extremadamente común en las ciencias naturales -los estudiosos de esta esfera del conocimiento no sabrían realizar de ningún otro modo su labor científica-, todavía hoy son mayoría los historiadores y los científi cos sociales que tienden a centrarse en el análisis de los detalles a costa de perder de vista el panorama general. El enfoque con el que yo abordo el estudio de la historia me ha llevado a elaborar una ex plicación de los asuntos que los humanos dirimimos en este planeta que resulta por tanto notablemente diferente de otras narrativas his tóricas mejor afianzadas. En el capítulo 2 expondremos el enfoque teorético con el que abordamos el estudio de la Gran Historia. Dicho enfoque se basa en el conocimiento que he ido adquiriendo a lo largo de las diversas PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 15 fases de mi carrera académica. Lo primero que hice fue culminar los estudios de bioquímica, especializándome en lo que por enton ces se llamaba «ingeniería genética» vegetal. Este tipo de investi gación prometía proporcionar unos conocimientos capaces de con tribuir a impulsar la producción de alimentos mundial.6 Sin embargo, no conseguía librarme del persistente temor de que aque llo no alcanzara a resolver los problemas que mencionaba el infor me publicado en The Limits to Growth. De este modo, y una vez terminados mis estudios de bioquímica, decidí no hacer carrera en este campo, pese a que me ofrecieran varias plazas para cursar un doctorado en la materia. En lugar de perseverar en la bioquímica, comencé entonces a cambiar de orientación, en un intento de hallar una solución a la pregunta de por qué los seres humanos han llega do a verse en el apuro en que actualmente se encuentran. Trabajé durante aproximadamente un año en una empresa eco lógica holandesa denominada Gaiapolis. Esto me permitió apren der muchas cosas relacionadas con el movimiento ecologista ho landés y con la vida en general. También comencé a realizar viajes por Europa, Oriente Próximo y África, lo que me ayudó a familiari zarme un poco más con el modo en que se vive en las zonas más pobres del mundo. En el año 1979, durante un periplo en tren por el centro de Sudán, conocí al antropólogo cultural alemán Joachim Theis, cuyos juiciosos análisis sobre la situación de las distintas lo calidades sudanesas me incitó a sumergirme en el estudio de la an tropología cultural. El primer libro de antropología que leí fue el manual de introducción general a la materia escrito por Marvin Ha- rris -Culture, People, Nature-, obra que me pareció fascinante. En el año 1988 tuve la gran fortuna de conocer personalmente a este enigmático antropólogo. Gracias al generoso respaldo de mis padres, estudié antropolo gía cultural e historia social en Holanda a finales de los años ochen ta y principios de los noventa. En ese período de tiempo realicé un dilatado estudio de la religión y la política en Perú en el que abarca 16 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS ba la totalidad de su historia conocida, centrándome particularmen te en una aldea rural concreta, la de la parroquia de San Nicolás de Bari, en el distrito de Zurite, una población situada cerca de la anti gua capital inca de Cuzco. La idea central que recorría mi inves tigación consistía en averiguar cómo se relacionaba con la naturale za una comunidad integrada mayoritariamente por campesinos autosuficientes, cómo había sido el curso de su historia y, sobre todo, cómo y en qué medida había influido el mundo exterior en aquella zona. Al no existir todavía en Holanda la carrera de estu dios medioambientales, decidí centrarme en el análisis de la reli gión local andina, con la esperanza de que en ella vinieran a expresarse un buen número de ideas y prácticas medioambientales (y comprobé que, efectivamente, era así). Durante esta época, el antropólogo cultural Mart Bax, es decir, la persona encargada de supervisar mi trabajo en Perú, comenzó a familiarizarme con un enfoque histórico orientado al examen de los procesos que en ella se desarrollan y que había venido elaborando el sociólogo alemán Norbert Elias, poniéndome asimismo al co rriente de las reflexiones que él mismo había aportado a esa teoría en los ámbitos de la religión y la política. Más tarde, recibí también el respaldo crítico del sociólogo holandés Johan Goudsblom, quien se convertiría en el segundo supervisor de mi tesis doctoral. Una de las cosas más importantes que aprendí en ese tiempo fue que una gran parte de la historia de la aldea de los Andes peruanos que había estado estudiando se hallaba inextricablemente unida a los proce sos clave de la historia general humana. Sinteticé mis investigacio nes en dos libros.7 Sólo ahora, sin embargo, tras haber desarrollado el modelo teorético que explico en el presente libro, he logrado una comprensión más plena de la muy racional manera en que aquellos campesinos peruanos explotaban su entorno natural. En el año 1992, una vez terminada mi tesis doctoral, se evaporó súbitamente en Holanda todo interés por Latinoamérica al derrum barse el comunismo en el centro y el este de Europa. En lugar de PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 17 apoyar la investigación y la ayuda al desarrollo de aquellos países que habían sido escenario de las disputas políticas durante la guerra fría, los gobiernos de la Europa occidental comenzaron de pronto a financiar todos los esfuerzos encaminados a integrar a la Europa central en la Unión Europea. Esto determinó que me resultara prác ticamente imposible realizar nuevas investigaciones en el Perú. Por fortuna, fue en esa misma época cuando Johan Goudsblom comen zó a familiarizarse con el innovador curso de Gran Historia que ha bía empezado a impartir por entonces David Christian -gracias a una visita realizada en 1992 a la Universidad de Macquarie, en Síd- ney, Australia-, En ese curso participaban conferenciantes de mu chas disciplinas, desde astrónomos a científicos sociales, y todos ellos aportaban un retazo concreto a la vasta panorámica histórica. Esta iniciativa también me atraía enormemente, dado que podía ofrecerme con toda exactitud el tipo de visión histórica de conjunto que había estado buscando. En el año 1993, Goudsblom y yo empe zamos a preparar el primer curso de Gran Historia que jamás se hu biera impartido en la Universidad de Ámsterdam, curso que seguía de cerca el modelo establecido por el enfoque de Christian. En 1994 dimos nuestro primer curso de Gran Historia, y desde entonces ha venido impartiéndose año tras año sin interrupciones.8 En noviembre de 1992, tuve la gran fortuna de coincidir en Ámsterdam con William Hardy McNeill, un conocido especialista estadounidense en historia del mundo. Desde esa fecha McNeill ha venido brindándome su más generoso y crucial apoyo. Y digo cru cial no sólo porque me ayudara a agudizar mis puntos de vista, e incluso a escribir este libro (McNeill cuestionó en varias ocasiones mi trabajo, instándome a hacerlo mejor a su peculiar manera, siem pre inimitable y tremendamente positiva), sino también porque es muy posible que de lo contrario no hubiera logrado sobrevivir a los caprichos de la vida académica, dado que me había aventurado a embarcarme en el estudio de la Gran Historia y que ésta era una disciplina que por entonces no contaba con ningún puerto seguro en EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS el ámbito universitario. Este libro le está dedicado, como una pe queña muestra de la enorme gratitud que siento por todo lo que ha hecho por mí. En 1994, mientras me dedicaba a organizar el primer curso de la nueva disciplina, comprendí que al hacerlo estaba estructurando también la Gran Historia misma. Esta emocionantísima intuición fue el hilo conductor que me llevó a escribir el libro The Structure o f Big History (1996), en el que propongo una estructura general aplicable a la totalidad de la historia. En octubre del año 1996, du rante una visita al Instituto de Santa Fe de Nuevo México -donde realicé la presentación de mi libro-, tomé contacto con el estudio de los sistemas complejos. Pese a que a lo largo de los años poste riores esta materia empezaría a adquirir unas proporciones cada vez mayores y más imponentes, fui incapaz de utilizarla para concebir una síntesis válida aplicable a la Gran Historia. En el año 2000, el astrofísico estadounidense Eric Chaisson participó en nuestro curso y dio una espléndida conferencia. Fue entonces cuando Chaisson me dio a conocer sus revolucionarios puntos de vista sobre la ener gía y la complejidad al ofrecerme una copia del manuscrito en el que estaba trabajando, pidiéndome al mismo tiempo que le comen tara mis impresiones. Este texto iba a proporcionarme materia so bre la que reflexionar durante varios años. El avance decisivo que me condujo a elaborar el enfoque que actualmente defiendo tendría lugar en febrero del año 2003, mien tras impartía en Amsterdam el curso anual de Gran Historia que ya he mencionado. Tras regresar de una charla, mi esposa Gina -que es estadounidense y me había preparado una deliciosa cena italia na- me hizo la sencilla pregunta de por qué la Gran Historia se había desarrollado de ese modo. Y al tratar de explicarme lo más clara y sucintamente posible, comprendí de pronto que nadie me había planteado antes esa pregunta de ese modo. Vi asimismo que la contestación podía ser a un tiempo simple y elegante. Este libro recoge la respuesta que entonces di a la pregunta de Gina. El primer I'KI :i A( l() Y AC JKAI)l C IMII N IOS 19 t nmpeiulio de dicho cnlbciuc vio la luz en el año 2005, fecha en la qun |iiil>liqué un articulo en una revista rusa en lengua inglesa titu- kiiln Social Evolution & History. £1 artículo llevaba el siguiente en- • Hluvmniento: «llow Big History Works: Energy Flows and the Midi' muí I)cmise o f Complexity». La argumentación que contiene • nlc libro es a un tiempo una reelaboración y un refinamiento de la que presentaba en dicho artículo. Soy plenamente consciente del hecho de que nuestro conoci miento científico continúa evolucionando. Aun no tomando como teleiencía sino los quince años que llevo dedicados a la enseñanza »li la ( irán Historia es fácil constatar que se han producido transfor ma! Iones fundamentales, como el repentino descubrimiento de la m a lea la oscura en cosmología. Por consiguiente, el contenido de la i Iniii I listona no deja de experimentar modificaciones semejantes, lo que determinará que muchos de los «hechos» que presentamos • u este libro estén condenados a resultar obsoletos en algún instante lili uro. Con todo, espero que mi nueva teoría de la historia revele del más duradera. Y en caso de que no sea así, deseo de todo cora zón que este libro contribuya a estimular los esfuerzos encamina do’» n sustituirla por un enfoque mejor. I ín el campo de la Gran Historia es claramente imposible revisar minuciosa y personalmente la totalidad de las fuentes existentes. Además de leer todo cuanto sea posible, la solución que he adopta do pura paliar esta limitación ha consistido en comunicar mis ideas ii los especialistas de los distintos campos de conocimiento implica- i lt is campos que van desde la astronomía a las ciencias sociales-, y muchos de ellos me han brindado respuestas absolutamente ines timables. Pese a que esto haya contribuido a que la actualización de los conocimientos que poseo en todas estas áreas diferentes sea lo más elevada posible, es obvio que no puedo garantizar que los punios de vista que presento en este libro correspondan en todos Ion casos a lo último y más excelente que la ciencia haya produci do. Asimismo, son muchas las personas que han influido en mi 20 I I I ( IC A K 1)1 I I IO M irn i I N I I C O S M O S pensamiento antes de empezar a escribir esta obra. Sin ellas, el pre sente texto habría sido sin duda muy distinto, caso de haber llegado a materializarse. Además, son también muchos los estudiosos que han contribuido a este proyecto al prestarle un respaldo crítico. Debo por tanto gratitud a muchísima gente, y por un gran número de razones -y lamentablemente algunas no se encuentran ya entre nosotros-. Las mencionaré aquí en orden alfabético: Waltcr Alvarez, Mart Bax, Craig Benjamín, Charles Bishop, Maurice Blessing, Svetlana Borinskaya, Julián Cconucuyca F., Ernst Collcnteur, Lennart Dek, Carsten Dominik, Randy van Duuren, Dennis Flynn, André Gunder Frank, Adriana Galijasevic, Tom Gehrels, el señor y la señora Louis Giandomcnico, Arturo Giráldez, Leonid Grinin, Huib Henrichs, Ed van den Heuvel, Flenry Hooghiemstra, Teije de Jong, Machiel Keestra, Bram Knegt, Mareel Kooncn, L. W. Labordus, Alexander Malkov, Koen Martens, John R. McNeill, Akop Nazaretyan, Juan Víctor Núñez del Prado, Don Ostrowski, Maarten Pieterson, Robert Pirsig, Nikolai Poddubny, Harry Priem, Esthcr Quaedackers, Lucas Reijnders, Richards Saunders, GeiUan Savonije, André Schram, Vaclav Smil, M. Estellic Smith, Graeme Snooks, Jan Spier, Paul Storm, Egbert Tellegen, Joachim Thcis, Machiel van der Torre, Bart Tromp, Antonio Vélez, Erik Verbeeek, John de Vos, Jan Weerdenburg, Jos Werkhovcn, Peter Westbroek y Ralph Wijers. He contraído igualmente una deuda de gratitud con todos aque llos conferenciantes que no he mencionado en las líneas anteriores, así como con un gran número de estudiantes y con otras personas que han realizado aportaciones que quizá no logro recordar ahora con exactitud o que acaso no tengo ya presentes. Estoy particularmente agradecido a David ( hristian por los mu chos y maravillosos debates que hemos mantenido; a William Mc Neill por su infalible apoyo y sus siempre sabias objeciones; a Bob Moore por sus críticas constructivas, por las excelentes correccio nes idiomálicas con las que ha pulido mi inglés en todos los capítu n<l I A('ll) VA(il(AI)l l IMII N|(IS 21 los y por el decisivo apoyo que me lia prestado para conseguir que este libro terminara viendo al lin la luz; a Crie Chaisson por señalar algunos errores cruciales y realizar importantes sugerencias; a Ka- rcl van Dam y a Gijs Kalsbeek por comentar con todo cuidado el manuscrito; a Frank Niele por sus perspicaces críticas, gracias a las cuales conseguí mejorar notablemente la forma en que ahora enfo co el estudio de la energía; a Barry Rodrigue, por los infatigables esfuerzos con que ha eliminado mis errores estilísticos, ofreciéndo me al mismo tiempo un gran apoyo y los más estimulantes comen tarios; a Jeanine Meerburg por el incondicional respaldo que ha prestado a este proyecto (y al de la Gran Historia); a mi padre y a mí madre por su afectuosa ayuda e interés; al Instituto de Estudios In- tcrdiseiplinarios por ofrecerme la oportunidad de escribir este libro; y por último, aunque desde luego no sean por ello menos importan tes, a mi esposa, Gina, por el inagotable interés, estímulo y cálido apoyo que siempre me ha brindado, y a nuestros hijos Louis y Giu- lia, por su paciencia y curiosidad. Como es obvio, ninguna de las personas que acabo de mencionar ha de ser considerada responsa ble, en forma alguna, de los puntos de vista que he manifestado en este libro. F red S pikr Capítulo 1 INTRODUCCIÓN A LA G R A N HISTORIA Introducción Este libro habla de la Gran Historia, es decir, de aquel enfoque de la historia que sitúa a la historia humana en el contexto de la his toria cósmica, desde el comienzo del universo hasta el actual estado de la vida en la Tierra. En lo que es una iniciativa que supone la adopción de un nimbo radicalmente nuevo respecto de la forma académicamente establecida de comprender la historia humana, la Gran Historia enmarca el examen del pasado de nuestra especie en el íntegro conjunto de la historia natural acaecida desde la Gran Explosión. Con dicha iniciativa, la Gran Historia nos brinda el rela to científico moderno por el que se viene a dar cuenta de cómo han llegado la totalidad de las cosas a ser como actualmente son. En consecuencia, la Gran Historia ofrece una comprensión fundamen talmente nueva del pasado humano, lo que nos permite orientarnos en el tiempo y en el espacio de un modo que no había sido explora do hasta la fecha por ninguna otra forma de historia académica. Además, el enfoque de la Gran Historia nos ayuda a crear un marco teorético nuevo en el cual puede integrarse, al menos en principio, la totalidad del conocimiento científico. 24 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS Debemos la acuñación de la expresión «Gran Historia» al histo riador David Christian.1 En la década de 1980, Christian elaboró un curso transdisciplinar en la Universidad de Macquarie, en Sídney, Australia, en el cual se pedía a una serie de estudiosos -cuyas disci plinas abarcaban desde la astronomía a la historia- que dieran con ferencias relativas a la porción del pasado global en que ellos esta ban especializados. Dicha asignatura ha terminado convirtiéndose en un modelo para imitar por otros cursos universitarios, entre los cuales cabe mencionar los que yo mismo he venido impartiendo desde el año 1994, primero en la Universidad de Amsterdam y más tarde también en la Universidad Técnica de Eindhoven, en Holanda. Pese a que todos los conocimientos que se enseñan en los cursos de Gran Historia puedan obtenerse fácilmente en otros ámbitos académi cos, es francamente raro que éstos se presenten en forma de una narra ción histórica unitaria. Esto se debe en gran medida al hecho de que a lo largo de los últimos doscientos años las universidades han ido di vidiendo el conocimiento en un número de especialidades y departa mentos cada vez mayor. No obstante, desde la década de 1980, hay un conjunto de académicos, de historiadores a astrofísicos, que se dedican a elaborar una serie de grandes síntesis históricas enteramente no vedosas -síntesis que exponen en los libros y artículos que publican- En las páginas que siguen trato de explicar en qué consiste la Gran Historia. En el emergente campo de la erudición en Gran His toria, este libro constituye una explicación nueva de nuestro pasado global. Sugerimos aquí, tomando fundamentalmente como base los trabajos del astrofísico estadounidense Eric Chaisson, una teoría histórica del conjunto de los acontecimientos conocidos, una teoría que nos llevará a comprender la historia humana como una parte de este vasto esquema. En el capítulo 2 presentaremos este enfoque teorético, mientras que en los capítulos posteriores lo iremos aplicando a la Gran Historia. En este primer capítulo examinaremos un selecto conjunto de temas vitales para la mejor comprensión de la Gran Historia. INTRODUCCION A LA GRAN HISTORIA 25 E l estudio del pa sa d o Para entender el planteamiento histórico que se propone en este libro es importante abordar antes que nada la cuestión de cómo pue de estudiarse el pasado. El historiador de Harvard, Donald Os- trowski, formula sucintamente como sigue la respuesta que él apor ta: «Lo cierto es que no podemos estudiar el pasado precisamente por ser una cosa pretérita, es decir, algo que se ha evaporado».2 Al afirmar esto, Ostrowski apunta al innegable hecho de que única mente en el presente es posible hallar todo cuanto sabemos de la historia, dado que si ese conocimiento no se encontrara a nuestro alcance aquí y ahora, ¿cómo podríamos averiguar nada al respecto? Esto es tan cierto en el caso de la historia del universo como en el de la nuestra propia, la historia de las personas.3 La idea de que todo el conocimiento histórico reside en el presente no constituye un punto de vista nuevo entre los historiadores. Con todo, es raro que se afir me con tan rotunda claridad.4 Según espero saber mostrar, en la Gran Historia, esta cuestión resulta quizá más imperiosa que en el ámbito de los relatos históricos tradicionales. Debido a que toda prueba de los hechos pasados no puede ser hallada sino en el presente, construir una historia del pasado impli ca inevitablemente interpretar esa prueba en función de una serie de procesos que se hallan a su vez provistos de una historia propia. Si lo hacemos se debe a que también consideramos que tanto el entor no en que nos encontramos inmersos como nuestra propia persona constituyen otros tantos procesos. En consecuencia, todas las expli caciones históricas son reconstrucciones de algún tipo, y por tanto es probable que sufran cambios a lo largo del tiempo. Esto significa también que el estudio de la historia no puede ofrecer certezas ab solutas, sino únicamente sugerir aproximaciones de la realidad que un día fue presente. En otras palabras, no existe ninguna crónica histórica verdadera. Al decir esto podría estar dando la impresión de que tenemos una infinita libertad de acción en lo tocante a pro 26 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS poner ideas sobre cómo haya de concebirse el pasado. En mi opi nión no es posible tal cosa. Como ocurre en cualquier otro campo de la ciencia, la principal prueba que ha de superar una reconstruc ción histórica pasa por mostrar si es o no capaz, y en qué medida, de encajar los datos existentes de un modo conciso y exacto. Aun así, no es posible soslayar el hecho de que todas las reconstrucciones constan de un número de datos escogido de entre los disponibles y situados en un contexto ideado por el propio historiador. La idea de que todo nuestro conocimiento del pasado reside en el presente significa asimismo que no sabemos nada de aquellas cosas que quizá llegaron efectivamente a suceder en épocas pretéri tas pero no han dejado rastro alguno en el presente. Y tampoco sa bemos nada de aquellos acontecimientos que, pese a haber dejado vestigios en el presente, resultan invisibles por estar tales vestigios todavía por descubrir o por ser efectivamente interpretados como tales restos pretéritos. Es muy posible que todo este material igno rado constituya la parte más voluminosa de cuanto haya venido a suceder en la historia, aunque nunca alcancemos a saberlo con se guridad. Quizá nos sorprenda saber que este aspecto del estudio del pasado -un aspecto que no deja de resultar bastante problemático- parece haber recibido muy poca atención por parte de los historia dores. Sin embargo, si lo que sucediera fuese lo contrario, es decir, si tuviéramos a nuestro alcance una información exhaustiva de todo cuanto ha ocurrido en el entero conjunto de las épocas e instantes del pasado, es claro que quedaríamos totalmente abrumados por el volumen de datos disponibles. Además, según ha argumentado Wil- liam McNeill, el arte de elaborar una reconstrucción histórica con vincente depende en considerable medida de lo que se deja a un lado.5 Por consiguiente, todas las reconstrucciones históricas son más bien un conjunto de mapas parcheados. Para elaborar una reconstrucción histórica razonablemente con vincente tenemos que hacer al menos dos cosas, a saber: 1) averi guar lo que pudo haber sucedido con los datos desde el momento en INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 27 que fueron generados, incluyendo en esa pesquisa el momento en que los hombres los descubrieron, y 2) determinar qué es lo que esos datos nos dicen del pasado. Los estudios académicos de la his toria se componen, siempre e indefectiblemente, de estos dos tipos de reconstrucción, aunque desde luego no siempre se haga constar de manera explícita. Por lo que hace a la Gran Historia, el gran éxito de ventas de Bill Bryson titulado Una breve historia de casi todo puede servir como un buen ejemplo, aunque fundamentalmente guarde relación con el primer tipo de relato histórico, mientras que la obra maestra de David Christian, Mapas del tiempo. Introduc ción a la «Gran Historia», nos ofrece un ejemplo de ambos tipos de reconstrucción histórica.6 Toda exposición académica del pasado se construye utilizando el razonamiento lógico -lo que incluye la elaboración de algún tipo de marco teorético-, circunstancia que puede formularse de manera implícita o explícita. Idealmente, todos los datos disponibles debe rían encajar en dicho marco. Sin embargo, en la práctica, es raro que suceda tal cosa, lo que a menudo da pie al surgimiento de largos de bates relacionados con la forma en que debiera evaluarse el pasado. Generaciones enteras de historiadores y filósofos han polemizado acerca de estas cuestiones generales. No tengo intención de propor cionar aquí una panorámica de estos problemas. Con todo, podría resultar útil tener en cuenta que la capacidad para reconocer pautas y elaborar mapas es una importante característica humana y que es ella la que nos permite elaborar reconstrucciones. Los seres huma nos poseen esa capacidad en una medida muy superior a la de cual quier otro animal.7 Es dicha facultad la que ha permitido que nuestra especie se haya convertido en lo que actualmente es. Por inciertas que puedan ser las reconstrucciones históricas, la verdad es que las únicas afirmaciones sólidas que podemos esgri mir guardan todas ellas relación con el pasado. Está claro que no tenemos a nuestro alcance ningún dato que nos indique lo que nos de parará el futuro. Por consiguiente, lo único que podemos hacer es 28 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS construir escenarios de futuro con mayores o menores probabilida des de materialización, basándonos en los datos obtenidos median te las observaciones realizadas en el presente. Cabría argumentar que es posible efectuar afirmaciones sólidas sobre el presente, pero por desgracia también el presente es una categoría bastante evanes cente. Aunque el presente sea el lugar «en el que transcurre la ac ción», tan pronto como hablamos de él se convierte en parte del pasado. Esto es también lo que sucede con los experimentos cientí ficos. Resulta que, en el momento mismo en que efectuamos las mediciones científicas, aquellos aspectos del presente que tratamos de aprehender desaparecen para siempre. No obstante, lo que sí conservamos -si hacemos bien nuestro trabajo- son los datos ob- servacionales, datos que pueden revelarse más o menos duraderos en función de lo bien que hayamos efectuado nuestra labor al regis trarlos. Por consiguiente, resulta inevitable que todo estudio del presente se convierta en una reconstrucción del pasado. Esta es la razón de que el estudio de la historia deba considerarse el campo supremo y más importante de las ciencias. En realidad, el presente es una categoría todavía más problemá tica. A veces comento a mis estudiantes que al miramos unos a otros en el transcurso de nuestros encuentros no hacemos sino con templar las imágenes de nuestros respectivos pasados. No hay for ma de evitar esta conclusión. Todo cuanto percibimos de quienes nos rodean se basa en los datos sensoriales: en el marco de una rela ción entre el profesor y sus alumnos se trata fundamentalmente de luces y sonidos, aunque también intervengan los olores. Dichos da tos tardan un tiempo en llegar hasta nosotros. Al nivel del mar, la propagación del sonido en el aire, en las llamadas condiciones es tándar, se efectúa a una velocidad de unos 1.225 kilómetros por hora, mientras que, en el vacío, la luz viaja aproximadamente a 1.079.252.848 kilómetros por hora. Pese a que en el escenario pro pio de un aula los retrasos resultantes sean muy pequeños y por tanto virtualmente insignificantes en la práctica, lo cierto es que INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 29 existen. Por consiguiente, lo que sucede es que siempre estamos contemplando imágenes del pasado, mientras que el único presente al que podemos dar con seguridad tal nombre es el que hallamos en nuestro interior. Ahora bien, también esta afirmación resulta problemática. Uno podría preguntarse, por ejemplo, en qué lugar de nuestro interior se localiza ese presente. ¿Se asienta en nuestro cerebro, ámbito en el que supuestamente reside la conciencia de uno mismo y del mundo cir cundante? Desde luego, todo dato sensorial que percibamos, ponga mos por caso, con nuestros ojos o nuestros dedos, necesita imperati vamente cierto tiempo para alcanzar nuestro cerebro. Ahora bien, ¿a qué lugar exacto de nuestro cerebro llegan esos datos?, cabe pregun tarse. La conclusión que establezco, por tanto, es que los plantea mientos que habitualmente empleamos para referimos a un presente compartido y conocido no son más que construcciones humanas. Si lo que nos ocupan son las interacciones humanas directas, todo esto puede parecer un exceso de puntillosidad. Sin embargo, en la Gran Historia estos problemas adquieren muy pronto una dimensión abrumadora. ¿Qué podemos decir, por ejemplo, de esce narios de mayor tamaño, como el relacionado con la posición que ocupamos actualmente en el universo? Dada la enorme extensión del universo, toda señal luminosa necesita de un gran lapso de tiem po para llegar hasta nosotros. En general, cuanto mayor sea la dis tancia que haya viajado la luz antes de alcanzarnos, mayor será el período de tiempo que lleve existiendo. Por consiguiente, los astró nomos suelen decir que al captar la luz del cielo estamos sondeando el pasado.8 La conclusión inmediata es que, en la actual situación de nuestros conocimientos, resulta imposible obtener una visión general del universo en su fonna presente debido a que la mayor parte de la luz que el universo está emitiendo en este momento todavía no ha llegado hasta nosotros. El estudio de la historia implica inevitablemente emplear un mar co temporal que nos pennita ordenar los acontecimientos que estu 30 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS diamos en función de la secuencia temporal en que se han ido produ ciendo. A lo largo de los pasados siglos, los historiadores han dedicado un gran número de esfuerzos a construir un marco temporal fiable, un marco temporal que ha pasado a constituir el espinazo de la historia. Este marco temporal tiene su centro en la Tierra, y los acontecimien tos que se producen de manera recurrente mientras nuestro planeta órbita alrededor del Sol (determinando el número de años) y rota en torno a su propio eje (generando los días y las noches) nos proporcio nan un conjunto de referencias estables que permiten subdividir la flecha cronológica en días, semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios. Si estudiamos el período correspondiente a la historia humana reciente, digamos el que comprende los últimos diez mil años, estos movimientos de rotación resultan lo suficientemente estables como para no causar ningún problema grave. No obstante, tan pronto como iniciamos el examen de la historia de la Tierra, que abarca un lapso de tiempo estimado aproximadamente en unos cuatro mil seiscientos millones de años, descubrimos que la velocidad de la rotación de la Tierra en torno a su propio eje ha venido reduciéndose progresivamente, y tampoco podemos tener la seguridad de que la órbita que describe alrededor del Sol no se haya visto igualmente modificada a su vez. En otras palabras, si los años han podido ser muy distintos en épocas pretéritas, también los días y las noches debieron de ser significativamente más breves. Dado que en la Gran Historia queremos remontamos en el tiem po y rastrear los acontecimientos hasta llegar al comienzo del uni verso, suceso que según se piensa debió de ocurrir hace unos trece mil setecientos millones de años, y por tanto mucho antes de que llegaran a existir la Tierra y el Sol, todas estas cuestiones adquieren un carácter todavía más determinante. Está claro que el único modo de seguirle la pista a los vestigios de los acontecimientos cósmicos que todavía perduran consiste en observarlos en el presente y desde la perspectiva que nos ofrece el planeta Tierra. Por consiguiente, al elaborar nuestra reconstrucción de la Gran Historia resultará inevi INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 31 table utilizar un marco temporal terrestre que desemboque por su extremo final en el presente. Sencillamente no tenemos a nuestra disposición ningún otro marco que pueda servimos. El marco tem poral de nuestra Gran Historia estará por tanto necesariamente cen trado en nosotros mismos. Como es obvio, esto no significa que la evolución del universo se centre en la Tierra. Sólo significa que la explicación que nosotros damos de él gira en torno al presente. Este extremo podría necesitar de mayores matizaciones. A ex cepción de los meteoritos y otros objetos cósmicos, todos los datos que nos llegan del resto del universo se presentan en forma de ra diación electromagnética. En función de cuál sea la distancia que nos separa del acontecimiento y de nuestra velocidad relativa res pecto al punto que emite la radiación se precisará una determinada cantidad de tiempo para que esa información llegue hasta nosotros. Podría darse la circunstancia de que la radiación emitida por unos acontecimientos ocurridos hace mucho tiempo y en lugares muy remotos no llegara hasta nosotros sino en el momento presente, y por otro lado también pudiera suceder que la radiación de otros su cesos producidos en un instante más reciente y un punto más próxi mo nos alcanzara al mismo tiempo que la anterior. En cualquier caso, nada sabemos de otros acontecimientos que pudieran haber tenido lugar en un período reciente pero en algún lugar muy lejano, dado que esa radiación todavía no habría llegado hasta nosotros. De manera similar, tampoco sabemos nada de acontecimientos sucedi dos hace mucho tiempo en zonas próximas a la Tierra, debido a que esa radiación ya nos ha superado y no regresará jamás. Por todo lo dicho, nuestra capacidad para reconstruir el pasado del universo con la ayuda de la radiación electromagnética observa ble es limitada. Ni siquiera ciñéndonos a los últimos diez mil años de la historia humana, por ejemplo, podemos decir cómo se ha de sarrollado nuestra propia Vía Láctea, dado que todavía estamos es perando a que llegue hasta nosotros la mayor parte de la radiación. Y por lo que respecta a lo que ha sucedido en el universo durante el 32 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS período en que la vida humana en nuestro planeta ha empezado a adquirir dimensiones globales (es decir, aproximadamente en los úl timos quinientos años), la verdad es que no conocemos sino los datos del entorno cósmico situado a una distancia máxima de qui nientos años luz, lo que nos informa únicamente de una porción muy pequeña de nuestra galaxia. En otras palabras, cuanto más nos aproximamos al presente, menor es nuestro conocimiento del con junto general del universo. Y tan pronto como alcanzamos el pre sente, los únicos datos de que disponemos son aquellos que hablan de nuestra propia peripecia -puesto que todos los demás datos re miten a un pasado que ha desaparecido para siempre- Esta es la razón de que las crónicas de la Gran Historia hayan de centrarse necesariamente en la Tierra y en los seres humanos. Podría argumentarse que al haber estado los seres humanos ob servando el firmamento durante miles de años nos hallamos en po sesión de un conjunto de datos que de hecho nos permiten recons truir mayores retazos de la historia cósmica. Los registros de las explosiones estelares antiguas, por ejemplo, consignadas por los observadores de la época, unidas a las observaciones contemporá neas, hacen posible reconstruir la secuencia de los acontecimientos que tuvieron lugar una vez acabadas esas pirotecnias cósmicas. Sin embargo, esto no invalida el principio general, a saber, que si que remos estudiar datos empíricos del universo que se hayan generado en períodos cercanos al presente ha de tratarse de acontecimientos ocurridos en las inmediaciones de nuestro planeta. Quizá sea co rrecto suponer que el resto del universo se ha desarrollado de forma similar a la de nuestro entorno cósmico inmediato. De ser así, la perspectiva histórica que proponemos con nuestra Gran Historia tendría un alcance todavía mayor. Sin embargo, con las actuales técnicas de detección no es posible basar esa suposición en ningún dato empírico, y en consecuencia podríamos estar dando por válida una suposición errónea. Si queremos ceñirnos a una explicación propia de la Gran Historia que esté además basada en datos empíri- INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 33 eos, tendrá que tratarse por fuerza de una historia centrada en el planeta Tierra. En resumen, como los datos que usamos para reconstruir el pa sado se sitúan inevitablemente en el presente, nuestros análisis son siempre antropocéntricos y geocéntricos, al menos hasta cierto punto. Por tanto, el arte de realizar grandes análisis históricos de la historia cósmica consiste en primer lugar en reconocer este estado de cosas, y en segundo lugar en tratar consecuentemente los datos. No es fácil. Y sin embargo da la impresión de que es lo único razo nable que podemos hacer. Podemos dar la vuelta a la idea de que nuestro conocimiento del pasado reside en el presente diciendo que, si realmente queremos saber cómo se originó en su momento todo cuanto ahora observa mos, hemos de estudiar la Gran Historia. Por ejemplo, en el capítu lo 3 veremos que el origen de los componentes fundamentales que dan forma a la complejidad de las personas actuales, así como a la complejidad general que nos rodea, se remonta al surgimiento y la evolución del universo. Esta intuición, perfectamente básica, nos ofrece una contundente razón para explicar por qué la Gran Histo ria es importante para todas aquellas personas que se interesan en estudiar desde un punto de vista científico los orígenes de la totali dad de lo existente. La mayoría de las sociedades humanas ha comprendido esto de fonna intuitiva. Como ha resaltado a menudo David Christian, todas las sociedades conocidas han referido relatos en los que se detalla el modo en que ellas mismas y todo cuanto las rodea ha alcanzado a ver la luz. Desde un punto de vista académico, se considera que este tipo de narrativas es el llamado mitos de origen.9 Sin embargo, esto no quiere decir que debamos juzgar que se trata de relatos sin impor tancia. Al contrario, es frecuente que hayan sido el punto de partida para la utilización de referencias compartidas, el hallazgo de senti do, o la atribución de identidades y objetivos. Hasta hoy mismo, la mayoría de los seres humanos, o quizá todos, ha tenido contacto, 34 EL LUGAR DEL IIOMBRE EN EL COSMOS de un modo u otro, con este tipo de relatos. Desde luego no sabemos si todo el mundo los ha considerado siempre plenamente dignos de crédito. Sin duda, parece prudente conjeturar que la existencia de escépticos ha debido de ser una constante en todas las sociedades humanas. Sin embargo, quizá sospechemos igualmente que en la mayor parte de los grupos humanos primitivos, por no decir en to dos, la mayoría debía de compartir el grueso de esos planteamien tos, especialmente porque también debía de resultar muy frecuente que el número de cosmovisiones rivales disponibles fuese limitado, caso cíe que existiera efectivamente alguna alternativa. En el proceso que condujo a la aparición de las primeras socieda des estatales, hace unos cinco mil o seis mil años, las nuevas élites es tatales comenzaron a promocionar los relatos de origen que les pa recieron más favorables, mientras muy a menudo se marginaban simultáneamente las versiones alternativas que competían con esas explicaciones. Durante mucho tiempo, la mayoría de esas narra tivas míticas, por no decir todas, tuvo un carácter local o regio nal. Esto venía a constituir un reflejo tanto del tamaño de las socie dades que referían tales relatos como de la amplitud de los contactos que mantenían con otras culturas. Por ejemplo, la idea del pasado que se hacían los incas no incluía la presencia de los aztecas de México, y mucho menos a los europeos (aunque más adelante se interpretaría que algunos de los relatos que manejaban hacían de hecho referencia a los hombres blancos). El centro del mundo se hallaba situado en la región en que ellos mismos habitaban. De este modo juzgaban, por ejemplo, que su capital, Cuzco, era el ombligo del mundo. Al aumentar las dimensiones de las sociedades y empezar a es tablecer éstas un mayor número de interconexiones, algunas de di chas narrativas de origen alcanzaron una gran difusión, llegaron hasta lugares muy remotos, mientras que otras no tuvieron tan bri llante destino. Entre los diversos ejemplos posibles de narrativas de origen coronadas por el éxito cabe citar el Génesis bíblico y algu nos relatos similares desarrollados en el Corán o en los relatos his INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 35 tóricos hindúes.10 El proceso de la globalización, iniciado en el si glo xvi EC, ha determinado tanto la difusión mundial de estas narrativas de origen tan particularmente afortunadas como la mar- ginación, cuando no la desaparición total, de la mayor parte de los demás relatos de esa índole." Sólo en época muy reciente han em pezado a aparecer sociedades provistas de una esfera pública im pregnada de las modernas ideas científicas, lo que ha hecho que los relatos míticos de origen hayan quedado en su mayor parte relega dos al ámbito privado. Entretanto, las universidades han venido a monopolizar prácticamente el estudio de la historia, y en dichas insti tuciones ese campo de conocimientos queda definido como la cróni ca de las personas alfabetizadas, lo que tiene como consecuencia la exclusión de toda otra posible crónica del pasado. ¿Por qué las insti tuciones académicas modernas definen de ese modo la historia? Compendio su m a rísim o de la h ist o r ia a c a d é m ic a La moderna disciplina académica de la historia surgió en el si glo xix como un elemento más de la formación de los estados-na ción de Europa y las Américas. La primera tarea a que hubieron de aplicarse los historiadores académicos consistió en trazar las gran des líneas de un glorioso pasado digno del estado-nación al que ellos mismos sirvieran (historia que en Holanda todavía se conoce con el nombre de «historia patriótica»). Dicha historia estaba desti nada a proporcionar una identidad común a los habitantes de esas nuevas entidades políticas. Al proceder de ese modo no hacían más que seguir los pasos de algunos historiadores romanos de la Anti güedad, como Tito Livio. El proyecto consistente en elaborar las diversas historias patrióticas determinaría que se pusiera un gran énfasis en la utilización de los documentos escritos. Con el trans curso del tiempo, los historiadores comenzarían a estudiar asimis mo otros aspectos, tanto relativos a su «propia» región como vincu- 36 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS lados con el pasado de otras regiones, y además el estudio de las distintas historias nacionales pasaría a convertirse en una labor bas tante más objetiva. Sin embargo, sólo muy raramente se ha empren dido, en la esfera académica, el estudio de la historia humana en su conjunto -a l menos hasta el momento actual-.12 Podemos relacio nar esta notable situación con el hecho de que elaborar una historia humana general vendría a determinar la creación de una identidad global, identidad que no se hallaría directamente asociada con nin guna sociedad estatal actualmente viable.13 Una de las consecuencias del mencionado énfasis en las fuentes escritas es que la mayoría de los historiadores inicia su examen del pasado con el surgimiento de las sociedades alfabetizadas. Por lo general, la atención se centra en aquellos estados primitivos (frecuen temente denominados «civilizaciones») a los que se considera precur sores de las sociedades a que «pertenecen» los historiadores mismos. El resto de la historia humana recibe el nombre de «prehistoria» y queda en manos de los arqueólogos.14 Pese a que esta división del trabajo académico parece haber venido fundamentalmente determi nada por el hecho de que se haya insistido en la importancia de las fuentes escritas, tal vez debamos considerar otro posible aspecto de este hecho. El historiador estadounidense Dan Smail destacaba en el año 2005 que el lapso de tiempo que abarcan los historiadores mo dernos -que es de unos seis mil años- resulta muy similar al de la duración total de la historia que refiere el Antiguo Testamento. El aficionado a estas lecturas quizá recuerde que según los célebres cálculos que realizara el obispo inglés James Ussher en el año 1654 d. C., el mundo habría sido creado, de acuerdo con la Biblia, en el año 4004 a. C. ¿Hemos de pensar que esta semejanza entre el lap so de tiempo que abarca la Biblia y el período que los historiadores oficiales acostumbran a cubrir es una simple coincidencia, se pre gunta Smail, o se trata de un dato que indica que quizá los historia dores modernos siguen «sometidos a la influencia de la historia sagrada»?15 INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 37 A finales del siglo xvm y principios del siglo xix, argumenta Smail, se escribieron en Europa occidental y Norteamérica un buen núme ro de historias humanas destinadas a alcanzar una notable populari dad, y todas ellas, tras comenzar con los elementos esenciales del relato bíblico, incorporaban, a renglón seguido de aquel relato, el recién adquirido conocimiento de la historia de los diferentes pue blos del mundo. Algunos de aquellos libros gozaron de una amplia popularidad y se publicaron en tiradas considerablemente grandes. Sin embargo, al empezar a tomar forma los estados-nación -y nacer de este modo la historia académica como tal profesión-, las institu ciones académicas ignoraron aquellas explicaciones históricas an teriores. La cuestión es que no fueron sustituidas por ninguna histo ria académica laica de la humanidad, pese a que Leopold von Ranke, uno de los principales héroes culturales de los historiadores profesionales, se mostrara claramente a favor de la elaboración de una historia general humana, a la que daba indistintamente los nombres de Weltgeschichte (historia del mundo) y Universalges- chichte (historia universal).16 Los historiadores ilustrados como David Hume, Edward Gibbon, William Robertson y Franfois-Ma- rie Arouet -más conocido como Voltaire-, destinados a convertirse en héroes culturales para los historiadores académicos, se distan ciarían de los enfoques religiosos y, quizá como consecuencia de lo anterior, abandonarían en gran medida la búsqueda de los orígenes. Aunque en ocasiones lanzaran ataques contra las historias popula res de la humanidad, los autores mencionados se remontarían a la Antigüedad al elaborar tanto las historias de «sus» respectivas na ciones como las de otras naciones similares, cuando no las de «sus» correspondientes culturas.17 Durante la primera mitad del siglo xx, únicamente unos cuantos historiadores particularmente valientes y entregados a su labor, en tre los que destaca especialmente Arnold Toynbee, mantendrían vivo el estudio de la historia humana. No obstante, fuera de la aca demia, las historias de la humanidad seguirían gozando de una po 38 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS pularidad notable, como sucedería por ejemplo con las obras sali das de la pluma de H. G. Wells. Lo más probable es que este interés se viera espoleado por el proceso de globalización en curso. Pese a que, por ejemplo, el historiador británico Geoffrey Barraclough abogara denodadamente en favor de la elaboración de nuevas for mas de «historia universal o general» ya en el año 1955, lo cierto es que, hasta fecha muy reciente, la mayoría de los historiadores aca démicos no ha asumido la tarea de redactar este tipo de crónicas de la aventura humana en la Tierra.18 No obstante, a mediados del si glo xx comienzan a producirse algunos cambios. De este modo, ha habido unos cuantos historiadores con visión de futuro que, siguiendo el ejemplo de Toynbee, se han puesto a liderar el empeño. Entre ellos destacan particularmente los historiadores estadounidenses William H. McNeill y Leñen S. Stavrianos, y también hemos de citar al historiador inglés John Morris Roberts, que escribió en 1994 History o f the World. Todos estos autores se dieron cuenta de que para una buena comprensión de la historia reciente era importante remontarse en el pasado hasta alcanzar el origen de la Tierra como mínimo. En fechas todavía más recientes, el historiador Bob Moore, de la Universidad de Newcastle, antiguo alumno de John Morris Roberts, se ha convertido en uno de los primeros estudiosos ingleses en volver a interesarse en la historia de la humanidad. En la década de 1980, la idea de una historia de la humanidad (que en Estados Unidos recibe habitualmente el nombre de «historia del mundo») comenzó a adquirir dimensiones globales. Un buen ejemplo de este tipo de trabajo académico es el titulado Las redes humanas, que sus autores -William H. y John R. McNeill, padre e hijo- publicaron en el año 2003. No se trata únicamente de que los historiadores académicos ha yan prestado una atención relativamente reducida al conjunto de la historia humana; lo más determinante es que al definir la historia como la historia de las personas alfabetizadas han venido a pasar también por alto el pasado de casi todos los demás fenómenos que INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 3 9 podemos observar a nuestro alrededor. En consecuencia, la historia de la vida ha pasado a ser un ámbito de acción exclusivamente re servado a los biólogos; los geólogos se ocupan de la historia de nuestro planeta; y los astrónomos y los cosmólogos se dedican a reconstruir la historia del universo. Durante los últimos cincuenta años, aproximadamente, han sido muy pocos los académicos que han tratado de unir todos esos relatos hasta constituir una única ex plicación coherente capaz de dar cuenta del modo en que tanto no sotros como todo cuanto nos rodea ha llegado a adquirir el aspecto que hoy presenta. Relato breve de la G ra n H isto r ia Dado que todavía no existe una disciplina académica bien asen tada que se ocupe de la Gran Historia, nadie ha tenido tampoco la idea de escribir una historia de la Gran Historia, y por consiguiente la tradición de la Gran Historia está todavía por iniciarse. Por el contrario, las disciplinas académicas establecidas han tenido tiem po de crear -todas ellas- una historia y una tradición propias. De modo no muy diferente a lo que ya hemos dicho que sucedía con las orgullosas historias patrióticas de los estados-nación, es carac terístico que las historias de las disciplinas académicas giren en tomo a sus héroes culturales -com o también lo es que rara vez ven gan a mencionar las circunstancias sociales y ecológicas en que operaban esos grandes protagonistas- Es frecuente que los héroes secundarios no aparezcan mencionados sino en manuales muy concretos, y también es habitual mantener lo más al margen posi ble del relato en cuestión las peripecias de los malvados de esas narrativas, o los aspectos menos afortunados de los actores princi pales. De manera casi inevitable, esta forma de proceder transmite la idea de que la específica rama de la ciencia que así construye su historia está «progresando». 4 0 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS Teniendo bien presentes estas advertencias, pasaremos ahora a echar un vistazo a los vestigios que podrían ayudarnos a componer la historia de la Gran Historia. Por el momento no puedo pretender hallarme en posesión de una visión de conjunto lo suficientemente buena como para permitirme poner de relieve la totalidad de los personajes más destacados, sean éstos buenos o malos. Las investi gaciones que he llevado a cabo me han conducido a realizar algu nos hallazgos inesperados, y muy bien pudiera darse el caso de que en realidad el número de eruditos precursores que hayan escrito su particular Gran Historia supere notablemente al de los aquí mencio nados. Al igual que el resto de los relatos académicos, la historia de la Gran Historia que yo he compuesto no es más que una instantá nea que retrata lo que sucede en un momento temporal dado, y por consiguiente es muy probable que haya de experimentar cambios en algún instante futuro. El papel de primer adelantado de la Gran Historia - y la persona a quien corresponde por tanto desempeñar el rol de primer héroe cultural de nuestra disciplina- podría muy bien adjudicarse a Ale jandro de Humboldt (1769-1859), un hombre muy inteligente y sensible de origen prusiano. En su época, Alejandro de Humboldt fue prácticam ente tan fam oso como lo es A lbert E instein en la actualidad. La mayor parte de sus obras se leía en todo el mundo académico repartido en las inmediaciones de las costas del Atlánti co septentrional. Habitualmente se le tiene por el padre de la geo grafía (disciplina en la que se le dispensa el trato correspondiente a uno de los héroes culturales de ese campo del conocimiento), pero Humboldt se interesaba en todo cuanto observaba, desde los pue blos y sus culturas hasta el conjunto general del cosmos. Ya en su madurez, Humboldt comenzó a escribir una obra compuesta por un gran número de volúmenes a la que dio el título de Kosmos, y en ella intentó resumir la totalidad del conocimiento que entonces se tenía en el campo de la historia natural en la cual incluía su parti cular concepción de la historia de la humanidad . I )nhn a su en Ib- INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 41 que el nombre de «historia cósmica del universo».19 El primer volu men de esta serie se publicó en el año 1845 d. C., en lengua alemana. Estos libros contaron con un gran número de lectores y se traduje ron a muchos idiomas. Por desgracia, Humboldt falleció antes de poder culminar su proyecto. En el primer tomo de esta gran obra resume como sigue su programa:20 Desde las profundidades del espacio ocupadas por las nebulosas más remotas, descenderemos por grados a la zona de estrellas de que forma parte nuestro sistema solar, y al esferoide terrestre con sus envolturas gaseosa y líquida, con su forma, temperatura y ten sión magnética, hasta llegar a los seres vivientes que la acción fe cundante de la luz desarrolla en su superficie ... Ensanchando los límites de la física del globo, y reuniendo bajo un solo punto de mira los fenómenos que presenta la Tierra y los que abarcan los es pacios celestes, es como nos elevamos a la ciencia del Cosmos y conseguimos convertir la [historia] física del globo en una [historia] física del mundo, [teniendo en cuenta que] la segunda de estas de nominaciones se ha formado a imitación de la primera. Alejandro de Humboldt, que aparece representado en la Figura 1.1, no trabajaba en el contexto de una universidad. Si logró culmi nar una considerable parte de sus investigaciones y escritos fue gra cias al hecho de recibir una herencia, circunstancia que le convirtió en un hombre económicamente independiente. Este tipo de inde pendencia es una característica presente en un gran número de pen sadores originales, entre los que cabe mencionar a Robert Cham- bers, Charles Darwin, Albert Einstein y James Lovelock.21 Pese a que Alejandro de Humboldt no llegara a establecer vínculos con ninguna universidad, su persona se halla indisolublemente unida a la naciente tradición científica del Atlántico Norte, a la que contri buyó en muy notable medida. Antes de contar con la preparación suficiente como para poder acometer la elaboración de Kosmos, Humboldt se había dedicado a 4 2 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS Figura 1.1. Alejandro de Humboldt, según el retrato realizado por Friedrich Georg Weitsch en 1806. (Fuente: Museos Nacionales de Berlín.) lo que sin duda es, se mire como se mire, una emocionante carrera. A finales del siglo xviii, y tras formarse como inspector de minas, Alejandro de Humboldt dedicaría cinco años a viajar por las Amé- ricas junto con su camarada francés Aimé Bonpland, viviendo las más asombrosas aventuras y efectuando al mismo tiempo una gama INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 4 3 de mediciones científicas prácticamente increíble. A la edad de veintinueve años, y hallándose a bordo de un barco de vela que es taba a punto de zarpar de España rumbo al Nuevo Mundo, Humboldt hará explícito el principal objetivo que le mueve a emprender el viaje en una carta fechada el 5 de junio de 1799, explicándolo en los siguientes términos: Me propongo averiguar cómo interactúan unas con otras las fuerzas de la naturaleza y cómo influye el entorno geográfico en la vida vegetal y animal. En otras palabras: mi objetivo consiste en conocer la unidad de la naturaleza.22 Pese a que esto pueda sonarles familiar a los científicos de hoy, lo cierto es que hace doscientos años la búsqueda de una explicación de los entresijos de la naturaleza que no invocara la influencia de ningu na entidad sobrenatural seguía siendo una idea revolucionaria. En aquella época, los únicos europeos a quienes se les permitía via jar a las Américas hispanas era a los naturales de España. E incluso ellos debían atenerse a un gran número de restricciones. Dicha política fomiaba parte de los esfuerzos que por entonces realizaba el gobierno español para mantener bajo control sus colonias americanas, que habían conseguido ser económicamente autosuficientes. En consecuencia, las colonias españolas de América eran prácticamente una térra incógnita para la mayoría de los europeos y los norteamericanos. No obstante, dado que una parte nada desdeñable de los ingresos de la corona española se obtenía a través de las actividades mineras que se llevaban a cabo en las Américas, y debido asimismo a que la economía regia estaba pasando por graves apuros, el reino consideraba que toda investigación que pudiese contribuir a descubrir nuevas riquezas en el subsuelo americano constituía un beneficioso activo. Esto explica que Alejandro de Humboldt obtuviera un permiso especial del monarca para realizar sus indagaciones, penniso que Humboldt emplearía en su propio interés. También nos ayuda a entender por qué este viaje fue seguido 4 4 KL LUGAR DLL HOMBRE EN EL COSMOS con tan enorme expectación tanto en la Europa occidental como en la costa oriental de Estados Unidos, por entonces recién consti tuidos.23 El proceso de globalización que ya venía desarrollándose permitiría a Humboldt dos cosas: efectuar el viaje y adquirir al mismo tiempo fama por realizarlo -al menos en los círculos cultos europeos y norteamericanos-. Y también habría de ayudarle mucho el hecho de que, a diferencia de lo que hoy sucede, fueran bastantes los políticos de la época que poseyeran buenos conocimientos científicos.24 Alejandro de Humboldt ponía gran cuidado en especificar sus fuentes académicas. Entre ellas cabe citar a los más destacados eru ditos de la época, como el matemático y cosmólogo francés Pierre Simón de Laplace o el naturalista británico Charles Lyell.25 Esto nos permite comprender en qué atmósfera intelectual se desenvol vía Humboldt. A principios del siglo xix, estos estudiosos ilustra dos, en su mayoría naturalistas, estaban ya convencidos de que el cosmos y la Tierra llevaban existiendo mucho más tiempo del que señalaba el relato bíblico y de que la comprensión de la naturaleza y la humanidad que podía alcanzarse recurriendo a la ciencia era no tablemente mejor que la que pudiera obtener uno ateniéndose a las tradiciones religiosas. Muy en particular, el estudioso francés (aunque nacido en Ale mania y de ascendencia germana) Paul-Henri Thiry, barón de Hol- bach (1723-1789), había sido uno de los motores de la promoción de esas ideas. Habiendo heredado una fortuna, había logrado con vertirse en un hombre económicamente independiente. Además de ser un descollante pensador ateo y uno de los actores más dinámi cos de la Ilustración francesa, el barón de Holbach escribió y tradu jo innumerables artículos sobre una gran diversidad de temas para la célebre Encyclopédie de Diderot y d’ Alembert. En su libro titula do Svstéme de la nature ou des loix du monde physique et du monde mora!, publicado en 1770 en Ámsterdam con el pseudónimo de Jean Baptiste de Mirabaud, el barón de Holbach colocaba a los seres hu manos directamente insertos en el marco definido por el conjunto INI l«>l MICCIÓN A I .A d U A N IIINIOUIA 45 de ln luilumle/a, cu el que incluía el universo al que él consideraba gobernado únicamenle por la materia, el movimiento y la energía (en lo que es un punto de vista bastante m oderno)-. La fuerza de su argumentación residía en el hecho de que se negara a aceptar toda explicación religiosa de la naturaleza así como cualquier regla mo- lal a la que debieran ceñirse los humanos por proceder de un dicta men divino. Lo que el barón de Holbach argumentaba, muy al con- h m ió, era que los seres humanos debían poseer entera libertad para procurar alcanzar la felicidad, cosa que, caso de hacerse de manera adecuada, tenía que conducir automáticamente a la existencia de sociedades armoniosas. Es más que probable que este revoluciona- i lo enfoque de la moralidad humana animara a Thomas Jefferson a Incluir en la Declaración de Independencia estadounidense de 1776 la célebre frase «la búsqueda de la felicidad».26 El hecho de que el harón de Holbach no intentara esbozar la elaboración de una historia del conjunto de los acontecimientos conocidos impide que poda mos contarle entre los primeros historiadores de la Gran Historia. Sin embargo, el enfoque que él promueve, basado en la idea de considerar que los seres humanos forman parte de la naturaleza y se luí lian gobernados por las leyes naturales, habría de contribuir grande- menle a allanar el camino para la aparición de nuestra disciplina. En aquella época hay que destacar asimismo la labor de unos muñios filósofos ilustrados europeos que también habían realizado i oiisiderables aportaciones a una comprensión de la naturaleza y tus sociedades humanas ajena a toda invocación de las influencias sobrenaturales. En su obra clave, Le Monde, ou, Traite de la lu- m /íVé\ publicado postum am ente en el año 1664, el filósofo fran cés Kcné Descartes analiza los m ecanism os celestes en función de mi conjunto de procesos naturales ajenos a la intervención divina. I ti el año 1755, y tras trabajar sobre la base de esas ideas, el filó- solo alemán Immanuel Kant publicaría de forma anónim a su pro pia concepción del cosmos, que incluía una teoría en la que se explicaba cómo había surgido el sistem a solar -teo ría que todavía 4 6 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS sigue aceptándose en la actualidad-, así como la noción de que las nebulosas eran en realidad otros tantos archipiélagos de universos situados muy lejos de nuestra Vía Láctea. Al igual que Descartes, Kant pensaba que la existencia de todas esas cosas era una conse cuencia de la acción de las fuerzas naturales. Sin embargo, desde el punto de vista de Kant, la mano de Dios seguía pudiendo de tectarse en el modo en que las leyes naturales configuraban la realidad. Esta actitud se debió, al parecer, a un intento de ponerse a resguardo de las acusaciones que le tildaban de ateo. En el año 1784, Kant promovería la idea de una historia universal -aunque hoy la denominaríamos historia de la humanidad- basada única mente en explicaciones naturales, aunque con un sesgo teleológico. De acuerdo con este gran filósofo, la naturaleza tenía un propósito al desarrollar la historia humana, a saber, el de «la instauración de una sociedad civil que administre universalmente el derecho entre los hombres a fin de producir acabados ciudadanos del mundo».27 Pese a que Kant nunca llegara a escribir una obra en la que ofre ciera un análisis general unificado bajo un único punto de vista debe considerársele otro de los importantes precursores de la Gran Historia. De manera similar, la Enzyklopádie der philosophischen Wissenschaften im Grundrisse de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, publicada originalmente en el año 1817, también merece ser inclui da entre las obras precursoras de la Gran Historia. En esta obra monumental, Hegel trata de encontrar un fundamento filosófico común que pueda aplicarse a la totalidad del mundo natural, inclu yendo en él a la humanidad.28 El segundo adelantado propiamente dicho de la Gran Historia que conozco es el editor y autor escocés Robert Chambers (1802-1871). Al igual que Alejandro de Humboldt, Chambers estaba familiarizado con casi toda la producción científica de su época, incluyendo, claro está, la derivada de la Ilustración escocesa. Vivió en una sociedad que se estaba volviendo cada vez más emprendedora y que se hallaba in mersa en un rápido proceso de industrialización. Tras la introducción INTRODUCCION A LA GRAN HISTORIA 4 7 de la imprenta de vapor, el negocio editorial empezó a convertirse en una actividad paulatinamente más rentable, y eso fue lo que pennitió a Chambers reunir el dinero necesario para ser independiente. En 1844 publicaría anónimamente en Londres, con la editorial John Churchill, un libro titulado Vestiges o f the Natural History o f Creation. A dife rencia de la forma en que Alejandro de Humboldt aborda la historia del universo en Kosmos -que es un texto de carácter primordialmente descriptivo-, los Vestiges de Chambers presentan una historia dinámi ca del conjunto de los acontecimientos conocidos, empezando por el origen del universo -descrito como una especie de niebla en llamas- y concluyendo con la historia de la humanidad. Este enfoque dinámico del conjunto de la historia ha sido quizá la mayor contribución de Chambers a la literatura científica. Desde mi punto de vista, este libro contiene un gran número de hipótesis provocadoras, algunas de las cuales todavía presentan un aspecto sorprendentemente moderno. Entre esas hipótesis se encuentran las basadas en las ideas de que la aparición de la materia se habría producido en medio de una nube de luego y de que las civilizaciones surgieron como consecuencia de un conjunto de restricciones ecológicas y sociales muy concretas. No obstante, Chambers era, como es lógico, un hombre de su época y tenía otro concepto de las cosas, ya que por ejemplo defendía una teoría racial de la evolución humana, evolución que se habría iniciado en sus fases inferiores con la irrupción de los negros salvajes y que habría avanzado hasta alcanzar su culminación histórica en los blancos caucasianos.29 Según el historiador británico James Secord, autor de un ins tructivo estudio sobre los Vestiges y sus efectos en la sociedad con temporánea, lo que animó a Chambers a escribir esa obra fue, entre otras cosas, la voluntad de promover la adopción de una vía inter media entre el radicalismo político inspirado en la Revolución Francesa y el cristianismo evangélico.30 No está claro en qué medi da pudo haber influido en Chambers la obra de Humboldt. En In glaterra, tanto los Vestiges de Chambers como el Kosmos de Ale 4 8 El. LUGAR DEL 1IOMURE EN EL COSMOS jandro de Humboldt se publicaron aproximadamente por la misma época, aunque Humboldt llevaba ya cerca de veinte años dando conferencias sobre esas cuestiones. Sea como fuere, los Vestiges provocaron una enorme conmoción en la Gran Bretaña victoriana, y en consecuencia se vendieron muy bien. Basándose en los trabajos de Lyell y Alejandro de Humboldt, los Vestiges sugerían que la historia de la Tierra y la de la vida abarcaban un lapso temporal notablemente más largo que el que permitía imaginar el relato bí blico. Por consiguiente,
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