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Spier, F (2011) El lugar del hombre en el cosmos La gran historia y el futuro de la humanidad Barcelona Crítica - Nancy Mora

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♦ 
A
FRED SPIER
EL L U G A R D E L H O M B R E 
E N EL C O S M O S
La G ran H is to r i a 
y el fu tu ro de la h u m a n id a d
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L I B R O S de H I S T O R I A
m
F R E D S P I E R
E L L U G A R D E L H O M B R E 
E N E L C O S M O S
l a G r a n H i s t o r i a
Y E L F U T U R O D E LA H U M A N I D A D
T R A D U C C I Ó N DE 
T O M Á S F E R N Á N D E Z AÚ Z 
Y B E A T R I Z E G U I B A R
CRÍTICA
B A R C E L O N A
Este libro está dedicado a 
W illiam H ardy M cN e il l : 
el historiador que más admiro del mundo.
Nos hallamos inmersos en el vasto proceso evolu­
tivo que (probablemente) se inició con la Gran Explo­
sión y que avanza hacia un futuro que nos es descono­
cido -somos parte de un conjunto de sucesos en el que 
la materia y la energía se transforman haciendo 
que las estrellas se constituyan y disgreguen y dando 
nacimiento a un sistema solar que finalmente acabará 
por desaparecer (aunque no antes de haber borrado 
todo vestigio de vida)-. Éste es el esquema general en 
el que el planeta Tierra ha visto surgir a las socieda­
des humanas y asistido al inicio de un devenir cuyo 
final todavía no divisamos. (W illiam H. M cN eill, 
The Global Condition, 1992, pp. xiv-xv).
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
La mayor enseñanza filosófica, la impresión que 
más vino a sacudir los cimientos de nuestras ideas pre­
concebidas, fue contemplar la pequenez de la Tierra... 
Ni siquiera las fotos logran transmitir ajustadamente 
esa conmoción, dado que siempre aparecen enmarca­
das. Pero cuando uno echa un vistazo por la ventanilla 
del vehículo espacial, se puede ver poco menos que la 
mitad del universo...
Eso significa encontrarse frente a una negrura y 
una cantidad de espacio muy superior a la que jamás 
llegará a verse en una fotografía enmarcada... No se 
trataba sólo de lo pequeña que era la Tierra, sino de lo 
grande que era todo lo demás.
(Declaraciones del astronauta del Apolo 8 William 
Anders; véase Andrew L. Chaikin y Victoria Kohl, 
Voices From the Moon, 2009, p. 158.)
Este libro trata de la Gran Historia, es decir, de un enfoque de 
la disciplina histórica en el que el pasado humano queda contextua- 
lizado en el marco de la historia cósmica, desde el comienzo del 
universo hasta la aparición de las formas de vida que actualmente 
conocemos en la Tierra. Es una obra que ofrece un tratamiento teo­
rético nuevo a dicha Gran Historia y que logrará brindar al lector,
Micheletto
Máquina de escribir
Biblioteca Sapiens Historicus
10 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
o al menos eso espero, no sólo una mejor comprensión del pasado, 
sino una visión más clara de los retos clave a que habrá de enfren­
tarse la humanidad en un próximo futuro.
Lo que me ha impulsado a investigar con vistas a la elaboración 
de la teoría subyacente a la Gran Historia ha sido la honda preocu­
pación que me produce la incidencia que tiene en las condiciones 
de vida hoy reinantes en el planeta Tierra todo cuanto los humanos 
hemos venido haciendo desde el principio de los tiempos. Y a su 
vez, esta preocupación medioambiental es una consecuencia direc­
ta de los cohetes Apolo que se enviaron a la Luna a finales de los 
años sesenta y principios de los setenta del siglo xx. La misión que 
más duradera impresión ha dejado en mi ánimo fue la realizada en 
diciembre del año 1968, al partir hacia la Luna el cohete Apolo 8, 
como primera misión tripulada, y recorrer diez veces la órbita de 
nuestro satélite antes de regresar a la Tierra. Tuve ocasión de con­
templar, desde los Países Bajos, las emocionantes transmisiones 
que en esas fechas llegaban hasta nosotros en blanco y negro, y en 
directo desde el espacio, mientras yo mismo tomaba fotografías 
apostado frente al televisor con una cámara montada sobre un trípo­
de. Todo esto ocurría antes de que existieran aparatos domésticos 
capaces de efectuar grabaciones de vídeo o de que pudieran encon­
trarse cualquier otro tipo de dispositivos aptos para captar de forma 
permanente las imágenes emitidas por la televisión. Tenía la sensa­
ción de estar asistiendo a acontecimientos de enonne importancia, 
pero no estaba seguro de que alguien pensara en conservar aquellas 
imágenes, como tampoco lo estaba de que pudiera después hacér­
melas llegar si así lo deseara. Tomé instantáneas del lanzamiento y 
de la primera retransmisión en directo desde el espacio, en la que 
figuraban ya las primeras y toscas imágenes de la Tierra y de la su­
perficie lunar vistas desde la órbita del satélite. En la pantalla del 
televisor familiar, la imagen espacial de la Tierra parecía una man­
cha blanca, resultado de alguna sobreexposición de la cámara del 
Apolo. Me producía una gran curiosidad saber lo que realmente es­
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 11
taban viendo los astronautas, el aspecto que presentaba el «viejo 
planeta Tierra» visto desde el espacio -ya que así se había referido 
a él el comandante Frank Borman durante la célebre transmisión 
realizada desde la órbita lunar en la Nochebuena de ese año-.'
No tuve que esperar mucho. Pronto recibirnos en casa el número 
de Time Magazine correspondiente al 10 de enero de 1969, en el 
que aparecía una selección de las imágenes que habían tomado los 
astronautas. La primera fotografía del «álbum lunar» era el famoso 
«amanecer terrestre», que en aquella ocasión llevaba el siguiente 
pie: «Las formidables imágenes del Apolo 8». Al observar esa foto­
grafía sentí una emoción que no había experimentado antes y que 
tampoco he vuelto a vivir desde entonces. Modificó en un segundo 
la perspectiva que yo tenía de la Tierra, hasta el punto de que ya 
nunca volvió a ser la misma. Arranqué cuidadosamente la instantá­
nea, la fijé en la pared de mi habitación y la estuve observando du­
rante años. Todavía conservo esa imagen, y desde luego constituye 
para mí un gran tesoro.
En mi educación no había existido nada que hubiera podido pre­
pararme para esta nueva forma de contemplar la Tierra. En el cole­
gio había recibido la clásica educación holandesa -posiblemente 
la educación característica de todo el Occidente europeo-, lo que 
implicaba aprender latín y griego antiguo además de algunos idio­
mas modernos como el inglés, el francés y el alemán, a lo que había 
que sumar las matemáticas, la física, la química, la geografía y la 
historia. Sin embargo, todos aquellos fragmentos de conocimiento 
discreto carecían de la más mínima relación recíproca, y tampoco 
se nos presentaban unidos en una perspectiva única. Esto había de­
terminado que la extraordinaria visión de nuestro planeta azul y 
blanco, rodeado de un negrísimo espacio y alzándose sobre el in­
hóspito y grisáceo paisaje lunar, me cogiera totalmente despreveni­
do. Aquellas imágenes venían a mostrar por primera vez lo distinta 
que es la Tierra de sus inmediaciones cósmicas.2 También hizo que 
la gente de todo el mundo se preguntara qué efecto estábamos ejer­
12 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
ciendo en el ámbito de nuestro domicilio espacial. Esto condujo a 
un incremento sin precedentes de la conciencia medioambiental y 
desembocó, entre otras cosas, en la creación del primer Día de la 
Tierra -efemérides iniciada en el año 1970-
La publicación ecologista más influyente de esa época fue el 
estudio que encargó en 1970 un grupo independiente de intelec­
tuales que se denominaban a sí mismos el Club de Roma debido a 
que habían comenzado a reunirse en esa antigua ciudad. Elabora­
do en el Instituto Tecnológico de Massachusetts bajo la dirección 
de Dennis Meadows y financiado por la Fundación Volkswagen, 
el informe final se publicó con el siguiente título: Los límites del 
crecimiento. Informe del Club de Roma sobre el predicamento de 
la humanidad [sic]. Se tradujo a muchos idiomas, y entre otros al 
holandés. En ese escrito se prestaba una gran atención a cinco va­
riables que se juzgaban de importancia: el crecimiento demográfi­
co, la producción de alimentos, las manufacturas industriales, la 
escasez de recursos naturales
y la inevitabilidad de la polución. 
La conclusión resultante venía a señalar que todos aquellos facto­
res, combinados de uno u otro modo, terminarían actuando como 
un elemento capaz de dar al traste con el bienestar de los seres 
humanos en un futuro próximo. En Holanda se prestó una aten­
ción particularmente grande a este estudio, y la publicación cons­
tituyó un notable éxito de ventas. De acuerdo con Frits Bóttcher, 
miembro del Club de Roma y natural de Holanda, ese interés se 
debió al hecho de que los Países Bajos tenían por entonces los 
más altos ingresos por hectárea del mundo y a que por consiguiente 
estaban ya notando en su vida cotidiana muchos de los problemas 
que allí se debatían.3
Éste es el título que figura en la traducción española del documento origi­
nal (The Limits to Growth: A Reportfor the Club ofRome Project on the Predica- 
rnent ofMankind, aunque el calco «predicamento de la humanidad» está descami­
nado, puesto que debería decir «las dificultades» a que ha de enfrentarse la humanidad, 
ya que tal es el significado del «predicament» inglés. (N. de los t.)
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 13
Mientras tenían lugar todos estos acontecimientos, nadie de mi 
entorno inmediato, incluyendo a los profesores de la institución 
de enseñanza secundaria a la que asistía -y más tarde a los de la 
universidad-, mencionó jamás el profundo cambio de perspectiva 
que habían provocado las imágenes del planeta Tierra contemplado 
desde el espacio, ya que todo el mundo optaba por aferrarse a los 
programas educativos establecidos. Dadas las circunstancias, no 
tuve más remedio que guardarme para mis adentros la mayoría de 
mis reflexiones y sentimientos. Sin embargo, comencé a experi­
mentar lo que hoy describiría como la más angustiada desafección. 
No sólo me hallaba cada vez más preocupado por los problemas 
medioambientales, sino que también anhelaba saber cómo podía 
haber llegado la humanidad a quedar entrampada en semejante si­
tuación. Uno de los párrafos de la introducción holandesa a The Li- 
mits to Growth acabaría espoleando aquella curiosidad mía por la 
historia humana, ya que en él se afirmaba que únicamente alcanza­
ríamos a modificar eficazmente la situación en que nos hallábamos, 
encauzándola a mejor, si conseguíamos comprender la forma en 
que dichas circunstancias diferían de las vigentes en los anteriores 
períodos de la historia -esto es, los períodos que habían conferido a 
los humanos su actual forma, tanto en términos biológicos como 
culturales-.4 En aquella época no existía aún un estudio académico 
que se centrara en la historia del medio ambiente, y yo tampoco 
conocía ningún texto de historia del mundo que pudiera ayudarme a 
este respecto. Así las cosas, inicié una larga pesquisa intelectual 
para tratar de comprender mejor la historia humana, una búsqueda 
que alcanzaría su punto culminante tan pronto como me familiaricé 
con la Gran Historia.
Para mí, la Gran Historia se ha convertido en una maravillosa 
manera de explicar el modo en que han llegado a existir las cosas, 
es decir, tanto yo mismo como la totalidad de lo que me rodea.5 En 
la Gran Historia pueden abordarse todas las interrogantes que tra­
tan de averiguar cómo y por qué tal o cual aspecto del presente ha
14 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
terminado adoptando la forma que en efecto presenta. A diferencia 
de todas las demás disciplinas académicas, la Gran Historia inte­
gra la totalidad de los estudios relacionados con el pasado, aunán­
dolos desde una perspectiva novedosa y coherente. Dadas sus ca­
racterísticas, la Gran Historia me ha proporcionado una nueva y 
plenamente satisfactoria forma de recuperar mis vínculos sociales. 
Y a juzgar por el gran número de estudiantes que año tras año eligen 
voluntariamente alguno de los cursos de Gran Historia que se im­
parten, es probable que también a ellos les ofrezca una vinculación 
similar. La fecha de nacimiento de la mayor parte de mis estudian­
tes es muy posterior a la clausura del programa espacial Apolo. 
Para ellos, los viajes a la Luna son parte de la historia pasada. No 
obstante, son muchos los cursos universitarios -especialmente en la 
rama de humanidades- que apenas han experimentado cambios 
desde finales de la década de 1960. Y, por consiguiente, son tam­
bién muy numerosos los estudiantes que podrían seguir experimen­
tando una sensación de desvinculación similar a la que yo viví.
A lo largo de los últimos treinta años, y estimulado por la fo­
tografía del amanecer terrestre, me he esforzado en conseguir 
una desapasionada visión histórica de conjunto fundada en una 
perspectiva teorética. Pese a que tal enfoque sea extremadamente 
común en las ciencias naturales -los estudiosos de esta esfera del 
conocimiento no sabrían realizar de ningún otro modo su labor 
científica-, todavía hoy son mayoría los historiadores y los científi­
cos sociales que tienden a centrarse en el análisis de los detalles a 
costa de perder de vista el panorama general. El enfoque con el que 
yo abordo el estudio de la historia me ha llevado a elaborar una ex­
plicación de los asuntos que los humanos dirimimos en este planeta 
que resulta por tanto notablemente diferente de otras narrativas his­
tóricas mejor afianzadas.
En el capítulo 2 expondremos el enfoque teorético con el que 
abordamos el estudio de la Gran Historia. Dicho enfoque se basa en 
el conocimiento que he ido adquiriendo a lo largo de las diversas
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 15
fases de mi carrera académica. Lo primero que hice fue culminar 
los estudios de bioquímica, especializándome en lo que por enton­
ces se llamaba «ingeniería genética» vegetal. Este tipo de investi­
gación prometía proporcionar unos conocimientos capaces de con­
tribuir a impulsar la producción de alimentos mundial.6 Sin 
embargo, no conseguía librarme del persistente temor de que aque­
llo no alcanzara a resolver los problemas que mencionaba el infor­
me publicado en The Limits to Growth. De este modo, y una vez 
terminados mis estudios de bioquímica, decidí no hacer carrera en 
este campo, pese a que me ofrecieran varias plazas para cursar un 
doctorado en la materia. En lugar de perseverar en la bioquímica, 
comencé entonces a cambiar de orientación, en un intento de hallar 
una solución a la pregunta de por qué los seres humanos han llega­
do a verse en el apuro en que actualmente se encuentran.
Trabajé durante aproximadamente un año en una empresa eco­
lógica holandesa denominada Gaiapolis. Esto me permitió apren­
der muchas cosas relacionadas con el movimiento ecologista ho­
landés y con la vida en general. También comencé a realizar viajes 
por Europa, Oriente Próximo y África, lo que me ayudó a familiari­
zarme un poco más con el modo en que se vive en las zonas más 
pobres del mundo. En el año 1979, durante un periplo en tren por el 
centro de Sudán, conocí al antropólogo cultural alemán Joachim 
Theis, cuyos juiciosos análisis sobre la situación de las distintas lo­
calidades sudanesas me incitó a sumergirme en el estudio de la an­
tropología cultural. El primer libro de antropología que leí fue el 
manual de introducción general a la materia escrito por Marvin Ha- 
rris -Culture, People, Nature-, obra que me pareció fascinante. En 
el año 1988 tuve la gran fortuna de conocer personalmente a este 
enigmático antropólogo.
Gracias al generoso respaldo de mis padres, estudié antropolo­
gía cultural e historia social en Holanda a finales de los años ochen­
ta y principios de los noventa. En ese período de tiempo realicé un 
dilatado estudio de la religión y la política en Perú en el que abarca­
16 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
ba la totalidad de su historia conocida, centrándome particularmen­
te en una aldea rural concreta, la de la parroquia de San Nicolás de 
Bari, en el distrito de Zurite, una población situada cerca de la anti­
gua capital inca de Cuzco. La idea central que recorría mi inves­
tigación consistía en averiguar cómo se relacionaba con la naturale­
za una comunidad
integrada mayoritariamente por campesinos 
autosuficientes, cómo había sido el curso de su historia y, sobre 
todo, cómo y en qué medida había influido el mundo exterior en 
aquella zona. Al no existir todavía en Holanda la carrera de estu­
dios medioambientales, decidí centrarme en el análisis de la reli­
gión local andina, con la esperanza de que en ella vinieran a 
expresarse un buen número de ideas y prácticas medioambientales 
(y comprobé que, efectivamente, era así).
Durante esta época, el antropólogo cultural Mart Bax, es decir, 
la persona encargada de supervisar mi trabajo en Perú, comenzó a 
familiarizarme con un enfoque histórico orientado al examen de los 
procesos que en ella se desarrollan y que había venido elaborando 
el sociólogo alemán Norbert Elias, poniéndome asimismo al co­
rriente de las reflexiones que él mismo había aportado a esa teoría 
en los ámbitos de la religión y la política. Más tarde, recibí también 
el respaldo crítico del sociólogo holandés Johan Goudsblom, quien 
se convertiría en el segundo supervisor de mi tesis doctoral. Una de 
las cosas más importantes que aprendí en ese tiempo fue que una 
gran parte de la historia de la aldea de los Andes peruanos que había 
estado estudiando se hallaba inextricablemente unida a los proce­
sos clave de la historia general humana. Sinteticé mis investigacio­
nes en dos libros.7 Sólo ahora, sin embargo, tras haber desarrollado 
el modelo teorético que explico en el presente libro, he logrado una 
comprensión más plena de la muy racional manera en que aquellos 
campesinos peruanos explotaban su entorno natural.
En el año 1992, una vez terminada mi tesis doctoral, se evaporó 
súbitamente en Holanda todo interés por Latinoamérica al derrum­
barse el comunismo en el centro y el este de Europa. En lugar de
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS 17
apoyar la investigación y la ayuda al desarrollo de aquellos países 
que habían sido escenario de las disputas políticas durante la guerra 
fría, los gobiernos de la Europa occidental comenzaron de pronto a 
financiar todos los esfuerzos encaminados a integrar a la Europa 
central en la Unión Europea. Esto determinó que me resultara prác­
ticamente imposible realizar nuevas investigaciones en el Perú. Por 
fortuna, fue en esa misma época cuando Johan Goudsblom comen­
zó a familiarizarse con el innovador curso de Gran Historia que ha­
bía empezado a impartir por entonces David Christian -gracias a 
una visita realizada en 1992 a la Universidad de Macquarie, en Síd- 
ney, Australia-, En ese curso participaban conferenciantes de mu­
chas disciplinas, desde astrónomos a científicos sociales, y todos 
ellos aportaban un retazo concreto a la vasta panorámica histórica. 
Esta iniciativa también me atraía enormemente, dado que podía 
ofrecerme con toda exactitud el tipo de visión histórica de conjunto 
que había estado buscando. En el año 1993, Goudsblom y yo empe­
zamos a preparar el primer curso de Gran Historia que jamás se hu­
biera impartido en la Universidad de Ámsterdam, curso que seguía 
de cerca el modelo establecido por el enfoque de Christian. En 1994 
dimos nuestro primer curso de Gran Historia, y desde entonces ha 
venido impartiéndose año tras año sin interrupciones.8
En noviembre de 1992, tuve la gran fortuna de coincidir en 
Ámsterdam con William Hardy McNeill, un conocido especialista 
estadounidense en historia del mundo. Desde esa fecha McNeill ha 
venido brindándome su más generoso y crucial apoyo. Y digo cru­
cial no sólo porque me ayudara a agudizar mis puntos de vista, e 
incluso a escribir este libro (McNeill cuestionó en varias ocasiones 
mi trabajo, instándome a hacerlo mejor a su peculiar manera, siem­
pre inimitable y tremendamente positiva), sino también porque es 
muy posible que de lo contrario no hubiera logrado sobrevivir a los 
caprichos de la vida académica, dado que me había aventurado a 
embarcarme en el estudio de la Gran Historia y que ésta era una 
disciplina que por entonces no contaba con ningún puerto seguro en
EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
el ámbito universitario. Este libro le está dedicado, como una pe­
queña muestra de la enorme gratitud que siento por todo lo que ha 
hecho por mí.
En 1994, mientras me dedicaba a organizar el primer curso de la 
nueva disciplina, comprendí que al hacerlo estaba estructurando 
también la Gran Historia misma. Esta emocionantísima intuición 
fue el hilo conductor que me llevó a escribir el libro The Structure 
o f Big History (1996), en el que propongo una estructura general 
aplicable a la totalidad de la historia. En octubre del año 1996, du­
rante una visita al Instituto de Santa Fe de Nuevo México -donde 
realicé la presentación de mi libro-, tomé contacto con el estudio 
de los sistemas complejos. Pese a que a lo largo de los años poste­
riores esta materia empezaría a adquirir unas proporciones cada vez 
mayores y más imponentes, fui incapaz de utilizarla para concebir 
una síntesis válida aplicable a la Gran Historia. En el año 2000, el 
astrofísico estadounidense Eric Chaisson participó en nuestro curso 
y dio una espléndida conferencia. Fue entonces cuando Chaisson 
me dio a conocer sus revolucionarios puntos de vista sobre la ener­
gía y la complejidad al ofrecerme una copia del manuscrito en el 
que estaba trabajando, pidiéndome al mismo tiempo que le comen­
tara mis impresiones. Este texto iba a proporcionarme materia so­
bre la que reflexionar durante varios años.
El avance decisivo que me condujo a elaborar el enfoque que 
actualmente defiendo tendría lugar en febrero del año 2003, mien­
tras impartía en Amsterdam el curso anual de Gran Historia que ya 
he mencionado. Tras regresar de una charla, mi esposa Gina -que 
es estadounidense y me había preparado una deliciosa cena italia­
na- me hizo la sencilla pregunta de por qué la Gran Historia se 
había desarrollado de ese modo. Y al tratar de explicarme lo más 
clara y sucintamente posible, comprendí de pronto que nadie me 
había planteado antes esa pregunta de ese modo. Vi asimismo que 
la contestación podía ser a un tiempo simple y elegante. Este libro 
recoge la respuesta que entonces di a la pregunta de Gina. El primer
I'KI :i A( l() Y AC JKAI)l C IMII N IOS 19
t nmpeiulio de dicho cnlbciuc vio la luz en el año 2005, fecha en la 
qun |iiil>liqué un articulo en una revista rusa en lengua inglesa titu- 
kiiln Social Evolution & History. £1 artículo llevaba el siguiente en-
• Hluvmniento: «llow Big History Works: Energy Flows and the 
Midi' muí I)cmise o f Complexity». La argumentación que contiene
• nlc libro es a un tiempo una reelaboración y un refinamiento de la 
que presentaba en dicho artículo.
Soy plenamente consciente del hecho de que nuestro conoci­
miento científico continúa evolucionando. Aun no tomando como 
teleiencía sino los quince años que llevo dedicados a la enseñanza 
»li la ( irán Historia es fácil constatar que se han producido transfor­
ma! Iones fundamentales, como el repentino descubrimiento de la m a­
lea la oscura en cosmología. Por consiguiente, el contenido de la
i Iniii I listona no deja de experimentar modificaciones semejantes, 
lo que determinará que muchos de los «hechos» que presentamos
• u este libro estén condenados a resultar obsoletos en algún instante 
lili uro. Con todo, espero que mi nueva teoría de la historia revele 
del más duradera. Y en caso de que no sea así, deseo de todo cora­
zón que este libro contribuya a estimular los esfuerzos encamina­
do’» n sustituirla por un enfoque mejor.
I ín el campo de la Gran Historia es claramente imposible revisar 
minuciosa y personalmente la totalidad de las fuentes existentes. 
Además de leer todo cuanto sea posible, la solución que he adopta­
do pura paliar esta limitación ha consistido en comunicar mis ideas
ii los especialistas de los distintos campos de conocimiento implica- 
i lt is campos que van desde la astronomía a las ciencias sociales-, y 
muchos de ellos me han brindado respuestas absolutamente ines­
timables. Pese a que esto haya contribuido a
que la actualización 
de los conocimientos que poseo en todas estas áreas diferentes sea 
lo más elevada posible, es obvio que no puedo garantizar que los 
punios de vista que presento en este libro correspondan en todos 
Ion casos a lo último y más excelente que la ciencia haya produci­
do. Asimismo, son muchas las personas que han influido en mi
20 I I I ( IC A K 1)1 I I IO M irn i I N I I C O S M O S
pensamiento antes de empezar a escribir esta obra. Sin ellas, el pre­
sente texto habría sido sin duda muy distinto, caso de haber llegado 
a materializarse. Además, son también muchos los estudiosos que 
han contribuido a este proyecto al prestarle un respaldo crítico. 
Debo por tanto gratitud a muchísima gente, y por un gran número 
de razones -y lamentablemente algunas no se encuentran ya entre 
nosotros-.
Las mencionaré aquí en orden alfabético: Waltcr Alvarez, Mart 
Bax, Craig Benjamín, Charles Bishop, Maurice Blessing, Svetlana 
Borinskaya, Julián Cconucuyca F., Ernst Collcnteur, Lennart Dek, 
Carsten Dominik, Randy van Duuren, Dennis Flynn, André Gunder 
Frank, Adriana Galijasevic, Tom Gehrels, el señor y la señora Louis 
Giandomcnico, Arturo Giráldez, Leonid Grinin, Huib Henrichs, Ed 
van den Heuvel, Flenry Hooghiemstra, Teije de Jong, Machiel 
Keestra, Bram Knegt, Mareel Kooncn, L. W. Labordus, Alexander 
Malkov, Koen Martens, John R. McNeill, Akop Nazaretyan, Juan 
Víctor Núñez del Prado, Don Ostrowski, Maarten Pieterson, Robert 
Pirsig, Nikolai Poddubny, Harry Priem, Esthcr Quaedackers, Lucas 
Reijnders, Richards Saunders, GeiUan Savonije, André Schram, 
Vaclav Smil, M. Estellic Smith, Graeme Snooks, Jan Spier, Paul 
Storm, Egbert Tellegen, Joachim Thcis, Machiel van der Torre, 
Bart Tromp, Antonio Vélez, Erik Verbeeek, John de Vos, Jan 
Weerdenburg, Jos Werkhovcn, Peter Westbroek y Ralph Wijers.
He contraído igualmente una deuda de gratitud con todos aque­
llos conferenciantes que no he mencionado en las líneas anteriores, 
así como con un gran número de estudiantes y con otras personas 
que han realizado aportaciones que quizá no logro recordar ahora 
con exactitud o que acaso no tengo ya presentes.
Estoy particularmente agradecido a David ( hristian por los mu­
chos y maravillosos debates que hemos mantenido; a William Mc­
Neill por su infalible apoyo y sus siempre sabias objeciones; a Bob 
Moore por sus críticas constructivas, por las excelentes correccio­
nes idiomálicas con las que ha pulido mi inglés en todos los capítu­
n<l I A('ll) VA(il(AI)l l IMII N|(IS 21
los y por el decisivo apoyo que me lia prestado para conseguir que 
este libro terminara viendo al lin la luz; a Crie Chaisson por señalar 
algunos errores cruciales y realizar importantes sugerencias; a Ka- 
rcl van Dam y a Gijs Kalsbeek por comentar con todo cuidado el 
manuscrito; a Frank Niele por sus perspicaces críticas, gracias a las 
cuales conseguí mejorar notablemente la forma en que ahora enfo­
co el estudio de la energía; a Barry Rodrigue, por los infatigables 
esfuerzos con que ha eliminado mis errores estilísticos, ofreciéndo­
me al mismo tiempo un gran apoyo y los más estimulantes comen­
tarios; a Jeanine Meerburg por el incondicional respaldo que ha 
prestado a este proyecto (y al de la Gran Historia); a mi padre y a mí 
madre por su afectuosa ayuda e interés; al Instituto de Estudios In- 
tcrdiseiplinarios por ofrecerme la oportunidad de escribir este libro; 
y por último, aunque desde luego no sean por ello menos importan­
tes, a mi esposa, Gina, por el inagotable interés, estímulo y cálido 
apoyo que siempre me ha brindado, y a nuestros hijos Louis y Giu- 
lia, por su paciencia y curiosidad. Como es obvio, ninguna de las 
personas que acabo de mencionar ha de ser considerada responsa­
ble, en forma alguna, de los puntos de vista que he manifestado en 
este libro.
F red S pikr
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN A LA G R A N HISTORIA
Introducción
Este libro habla de la Gran Historia, es decir, de aquel enfoque 
de la historia que sitúa a la historia humana en el contexto de la his­
toria cósmica, desde el comienzo del universo hasta el actual estado 
de la vida en la Tierra. En lo que es una iniciativa que supone la 
adopción de un nimbo radicalmente nuevo respecto de la forma 
académicamente establecida de comprender la historia humana, la 
Gran Historia enmarca el examen del pasado de nuestra especie en 
el íntegro conjunto de la historia natural acaecida desde la Gran 
Explosión. Con dicha iniciativa, la Gran Historia nos brinda el rela­
to científico moderno por el que se viene a dar cuenta de cómo han 
llegado la totalidad de las cosas a ser como actualmente son. En 
consecuencia, la Gran Historia ofrece una comprensión fundamen­
talmente nueva del pasado humano, lo que nos permite orientarnos 
en el tiempo y en el espacio de un modo que no había sido explora­
do hasta la fecha por ninguna otra forma de historia académica. 
Además, el enfoque de la Gran Historia nos ayuda a crear un marco 
teorético nuevo en el cual puede integrarse, al menos en principio, 
la totalidad del conocimiento científico.
24 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
Debemos la acuñación de la expresión «Gran Historia» al histo­
riador David Christian.1 En la década de 1980, Christian elaboró un 
curso transdisciplinar en la Universidad de Macquarie, en Sídney, 
Australia, en el cual se pedía a una serie de estudiosos -cuyas disci­
plinas abarcaban desde la astronomía a la historia- que dieran con­
ferencias relativas a la porción del pasado global en que ellos esta­
ban especializados. Dicha asignatura ha terminado convirtiéndose 
en un modelo para imitar por otros cursos universitarios, entre los 
cuales cabe mencionar los que yo mismo he venido impartiendo 
desde el año 1994, primero en la Universidad de Amsterdam y más 
tarde también en la Universidad Técnica de Eindhoven, en Holanda.
Pese a que todos los conocimientos que se enseñan en los cursos de 
Gran Historia puedan obtenerse fácilmente en otros ámbitos académi­
cos, es francamente raro que éstos se presenten en forma de una narra­
ción histórica unitaria. Esto se debe en gran medida al hecho de que a 
lo largo de los últimos doscientos años las universidades han ido di­
vidiendo el conocimiento en un número de especialidades y departa­
mentos cada vez mayor. No obstante, desde la década de 1980, hay un 
conjunto de académicos, de historiadores a astrofísicos, que se dedican 
a elaborar una serie de grandes síntesis históricas enteramente no­
vedosas -síntesis que exponen en los libros y artículos que publican-
En las páginas que siguen trato de explicar en qué consiste la 
Gran Historia. En el emergente campo de la erudición en Gran His­
toria, este libro constituye una explicación nueva de nuestro pasado 
global. Sugerimos aquí, tomando fundamentalmente como base los 
trabajos del astrofísico estadounidense Eric Chaisson, una teoría 
histórica del conjunto de los acontecimientos conocidos, una 
teoría que nos llevará a comprender la historia humana como 
una parte de este vasto esquema. En el capítulo 2 presentaremos 
este enfoque teorético, mientras que en los capítulos posteriores lo 
iremos aplicando a la Gran Historia. En este primer capítulo 
examinaremos un selecto conjunto de temas vitales para la mejor 
comprensión de la Gran Historia.
INTRODUCCION A LA GRAN HISTORIA 25
E l estudio del pa sa d o
Para entender el planteamiento histórico que se propone en este 
libro es importante abordar antes que nada la cuestión de cómo pue­
de estudiarse el pasado. El historiador de Harvard, Donald Os- 
trowski, formula sucintamente como sigue la respuesta que él apor­
ta: «Lo cierto es que no podemos estudiar el pasado precisamente 
por ser una cosa pretérita, es decir, algo que se ha evaporado».2 Al 
afirmar esto, Ostrowski apunta al innegable hecho de que única­
mente en el presente es posible hallar todo cuanto sabemos de la 
historia, dado que si ese conocimiento no se encontrara a nuestro 
alcance aquí y ahora, ¿cómo podríamos averiguar nada al respecto?
Esto es tan cierto en el caso de la historia del universo como en el de 
la nuestra propia, la historia de las personas.3 La idea de que todo el 
conocimiento histórico reside en el presente no constituye un punto 
de vista nuevo entre los historiadores. Con todo, es raro que se afir­
me con tan rotunda claridad.4 Según espero saber mostrar, en la 
Gran Historia, esta cuestión resulta quizá más imperiosa que en el 
ámbito de los relatos históricos tradicionales.
Debido a que toda prueba de los hechos pasados no puede ser 
hallada sino en el presente, construir una historia del pasado impli­
ca inevitablemente interpretar esa prueba en función de una serie de 
procesos que se hallan a su vez provistos de una historia propia. Si 
lo hacemos se debe a que también consideramos que tanto el entor­
no en que nos encontramos inmersos como nuestra propia persona 
constituyen otros tantos procesos. En consecuencia, todas las expli­
caciones históricas son reconstrucciones de algún tipo, y por tanto 
es probable que sufran cambios a lo largo del tiempo. Esto significa 
también que el estudio de la historia no puede ofrecer certezas ab­
solutas, sino únicamente sugerir aproximaciones de la realidad que 
un día fue presente. En otras palabras, no existe ninguna crónica 
histórica verdadera. Al decir esto podría estar dando la impresión 
de que tenemos una infinita libertad de acción en lo tocante a pro­
26 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
poner ideas sobre cómo haya de concebirse el pasado. En mi opi­
nión no es posible tal cosa. Como ocurre en cualquier otro campo 
de la ciencia, la principal prueba que ha de superar una reconstruc­
ción histórica pasa por mostrar si es o no capaz, y en qué medida, de 
encajar los datos existentes de un modo conciso y exacto. Aun así, 
no es posible soslayar el hecho de que todas las reconstrucciones 
constan de un número de datos escogido de entre los disponibles y 
situados en un contexto ideado por el propio historiador.
La idea de que todo nuestro conocimiento del pasado reside en 
el presente significa asimismo que no sabemos nada de aquellas 
cosas que quizá llegaron efectivamente a suceder en épocas pretéri­
tas pero no han dejado rastro alguno en el presente. Y tampoco sa­
bemos nada de aquellos acontecimientos que, pese a haber dejado 
vestigios en el presente, resultan invisibles por estar tales vestigios 
todavía por descubrir o por ser efectivamente interpretados como 
tales restos pretéritos. Es muy posible que todo este material igno­
rado constituya la parte más voluminosa de cuanto haya venido a 
suceder en la historia, aunque nunca alcancemos a saberlo con se­
guridad. Quizá nos sorprenda saber que este aspecto del estudio del 
pasado -un aspecto que no deja de resultar bastante problemático- 
parece haber recibido muy poca atención por parte de los historia­
dores. Sin embargo, si lo que sucediera fuese lo contrario, es decir, 
si tuviéramos a nuestro alcance una información exhaustiva de todo 
cuanto ha ocurrido en el entero conjunto de las épocas e instantes 
del pasado, es claro que quedaríamos totalmente abrumados por el 
volumen de datos disponibles. Además, según ha argumentado Wil- 
liam McNeill, el arte de elaborar una reconstrucción histórica con­
vincente depende en considerable medida de lo que se deja a un 
lado.5 Por consiguiente, todas las reconstrucciones históricas son 
más bien un conjunto de mapas parcheados.
Para elaborar una reconstrucción histórica razonablemente con­
vincente tenemos que hacer al menos dos cosas, a saber: 1) averi­
guar lo que pudo haber sucedido con los datos desde el momento en
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 27
que fueron generados, incluyendo en esa pesquisa el momento 
en que los hombres los descubrieron, y 2) determinar qué es lo que 
esos datos nos dicen del pasado. Los estudios académicos de la his­
toria se componen, siempre e indefectiblemente, de estos dos tipos 
de reconstrucción, aunque desde luego no siempre se haga constar de 
manera explícita. Por lo que hace a la Gran Historia, el gran éxito 
de ventas de Bill Bryson titulado Una breve historia de casi todo 
puede servir como un buen ejemplo, aunque fundamentalmente 
guarde relación con el primer tipo de relato histórico, mientras que 
la obra maestra de David Christian, Mapas del tiempo. Introduc­
ción a la «Gran Historia», nos ofrece un ejemplo de ambos tipos de 
reconstrucción histórica.6
Toda exposición académica del pasado se construye utilizando 
el razonamiento lógico -lo que incluye la elaboración de algún tipo 
de marco teorético-, circunstancia que puede formularse de manera 
implícita o explícita. Idealmente, todos los datos disponibles debe­
rían encajar en dicho marco. Sin embargo, en la práctica, es raro que 
suceda tal cosa, lo que a menudo da pie al surgimiento de largos de­
bates relacionados con la forma en que debiera evaluarse el pasado. 
Generaciones enteras de historiadores y filósofos han polemizado 
acerca de estas cuestiones generales. No tengo intención de propor­
cionar aquí una panorámica de estos problemas. Con todo, podría 
resultar útil tener en cuenta que la capacidad para reconocer pautas y 
elaborar mapas es una importante característica humana y que es 
ella la que nos permite elaborar reconstrucciones. Los seres huma­
nos poseen esa capacidad en una medida muy superior a la de cual­
quier otro animal.7 Es dicha facultad la que ha permitido que nuestra 
especie se haya convertido en lo que actualmente es.
Por inciertas que puedan ser las reconstrucciones históricas, la 
verdad es que las únicas afirmaciones sólidas que podemos esgri­
mir guardan todas ellas relación con el pasado. Está claro que no 
tenemos a nuestro alcance ningún dato que nos indique lo que nos de­
parará el futuro. Por consiguiente, lo único que podemos hacer es
28 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
construir escenarios de futuro con mayores o menores probabilida­
des de materialización, basándonos en los datos obtenidos median­
te las observaciones realizadas en el presente. Cabría argumentar 
que es posible efectuar afirmaciones sólidas sobre el presente, pero 
por desgracia también el presente es una categoría bastante evanes­
cente. Aunque el presente sea el lugar «en el que transcurre la ac­
ción», tan pronto como hablamos de él se convierte en parte del 
pasado. Esto es también lo que sucede con los experimentos cientí­
ficos. Resulta que, en el momento mismo en que efectuamos las 
mediciones científicas, aquellos aspectos del presente que tratamos 
de aprehender desaparecen para siempre. No obstante, lo que sí 
conservamos -si hacemos bien nuestro trabajo- son los datos ob- 
servacionales, datos que pueden revelarse más o menos duraderos 
en función de lo bien que hayamos efectuado nuestra labor al regis­
trarlos. Por consiguiente, resulta inevitable que todo estudio del 
presente se convierta en una reconstrucción del pasado. Esta es la 
razón de que el estudio de la historia deba considerarse el campo 
supremo y más importante de las ciencias.
En realidad, el presente es una categoría todavía más problemá­
tica. A veces comento a mis estudiantes que al miramos unos a 
otros en el transcurso de nuestros encuentros no hacemos sino con­
templar las imágenes de nuestros respectivos pasados. No hay for­
ma de evitar esta conclusión. Todo cuanto percibimos de quienes 
nos rodean se basa en los datos sensoriales: en el marco de una rela­
ción entre el profesor y sus alumnos se trata fundamentalmente de 
luces y sonidos, aunque también intervengan los olores. Dichos da­
tos tardan un tiempo en llegar hasta nosotros. Al nivel del mar, la 
propagación del sonido en el aire, en las llamadas condiciones es­
tándar, se efectúa a una velocidad de unos 1.225 kilómetros por 
hora, mientras que, en el vacío, la luz viaja aproximadamente a 
1.079.252.848 kilómetros por hora. Pese a que en el escenario pro­
pio de un aula los retrasos resultantes sean muy pequeños y por 
tanto virtualmente insignificantes en la práctica, lo cierto es que
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 29
existen. Por consiguiente, lo que sucede es que siempre estamos 
contemplando imágenes del pasado, mientras que el único presente 
al que podemos dar con seguridad tal nombre es el que hallamos en 
nuestro interior.
Ahora bien, también esta afirmación resulta problemática. Uno 
podría preguntarse, por ejemplo, en qué lugar de nuestro interior se 
localiza ese presente. ¿Se asienta en nuestro cerebro, ámbito en el que 
supuestamente reside la conciencia de uno mismo y del mundo cir­
cundante? Desde luego, todo dato sensorial que percibamos, ponga­
mos por caso, con nuestros ojos o nuestros dedos, necesita imperati­
vamente cierto tiempo para alcanzar nuestro cerebro. Ahora bien, ¿a 
qué lugar exacto de nuestro cerebro llegan esos datos?, cabe pregun­
tarse. La conclusión que establezco, por tanto, es que los plantea­
mientos que habitualmente empleamos para referimos a un presente 
compartido y conocido no son más que construcciones humanas.
Si lo que nos ocupan son las interacciones humanas directas, 
todo esto puede parecer un exceso de puntillosidad. Sin embargo, 
en la Gran Historia estos problemas adquieren muy pronto una 
dimensión abrumadora. ¿Qué podemos decir, por ejemplo, de esce­
narios de mayor tamaño, como el relacionado con la posición que 
ocupamos actualmente en el universo? Dada la enorme extensión 
del universo, toda señal luminosa necesita de un gran lapso de tiem­
po para llegar hasta nosotros. En general, cuanto mayor sea la dis­
tancia que haya viajado la luz antes de alcanzarnos, mayor será el 
período de tiempo que lleve existiendo. Por consiguiente, los astró­
nomos suelen decir que al captar la luz del cielo estamos sondeando 
el pasado.8 La conclusión inmediata es que, en la actual situación de 
nuestros conocimientos, resulta imposible obtener una visión general 
del universo en su fonna presente debido a que la mayor parte de la 
luz que el universo está emitiendo en este momento todavía no ha 
llegado hasta nosotros.
El estudio de la historia implica inevitablemente emplear un mar­
co temporal que nos pennita ordenar los acontecimientos que estu­
30 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
diamos en función de la secuencia temporal en que se han ido produ­
ciendo. A lo largo de los pasados siglos, los historiadores han dedicado 
un gran número de esfuerzos a construir un marco temporal fiable, un 
marco temporal que ha pasado a constituir el espinazo de la historia. 
Este marco temporal tiene su centro en la Tierra, y los acontecimien­
tos que se producen de manera recurrente mientras nuestro planeta 
órbita alrededor del Sol (determinando el número de años) y rota en 
torno a su propio eje (generando los días y las noches) nos proporcio­
nan un conjunto de referencias estables que permiten subdividir la 
flecha cronológica en días, semanas, meses, años, décadas, siglos y 
milenios. Si estudiamos el período correspondiente a la historia 
humana reciente, digamos el que comprende los últimos diez mil 
años, estos movimientos de rotación resultan lo suficientemente 
estables como para no causar ningún problema grave. No obstante, 
tan pronto como iniciamos el examen de la historia de la Tierra, que 
abarca un lapso de tiempo estimado aproximadamente en unos cuatro 
mil seiscientos millones de años, descubrimos que la velocidad de la 
rotación de la Tierra en torno a su propio eje ha venido reduciéndose 
progresivamente, y tampoco podemos tener la seguridad de que la 
órbita que describe alrededor del Sol no se haya visto igualmente 
modificada a su vez. En otras palabras, si los años han podido ser 
muy distintos en épocas pretéritas, también los días y las noches 
debieron de ser significativamente más breves.
Dado que en la Gran Historia queremos remontamos en el tiem­
po y rastrear los acontecimientos hasta llegar al comienzo del uni­
verso, suceso que según se piensa debió de ocurrir hace unos trece 
mil setecientos millones de años, y por tanto mucho antes de que 
llegaran a existir la Tierra y el Sol, todas estas cuestiones adquieren 
un carácter todavía más determinante. Está claro que el único modo 
de seguirle la pista a los vestigios de los acontecimientos cósmicos 
que todavía perduran consiste en observarlos en el presente y desde 
la perspectiva que nos ofrece el planeta Tierra. Por consiguiente, al 
elaborar nuestra reconstrucción de la Gran Historia resultará inevi­
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 31
table utilizar un marco temporal terrestre que desemboque por su 
extremo final en el presente. Sencillamente no tenemos a nuestra 
disposición ningún otro marco que pueda servimos. El marco tem­
poral de nuestra Gran Historia estará por tanto necesariamente cen­
trado en nosotros mismos. Como es obvio, esto no significa que la 
evolución del universo se centre en la Tierra. Sólo significa que 
la explicación que nosotros damos de él gira en torno al presente.
Este extremo podría necesitar de mayores matizaciones. A ex­
cepción de los meteoritos y otros objetos cósmicos, todos los datos 
que nos llegan del resto del universo se presentan en forma de ra­
diación electromagnética. En función de cuál sea la distancia que 
nos separa del acontecimiento y de nuestra velocidad relativa res­
pecto al punto que emite la radiación se precisará una determinada 
cantidad de tiempo para que esa información llegue hasta nosotros. 
Podría darse la circunstancia de que la radiación emitida por unos 
acontecimientos ocurridos hace mucho tiempo y en lugares muy 
remotos no llegara hasta nosotros sino en el momento presente, y 
por otro lado también pudiera suceder que la radiación de otros su­
cesos producidos en un instante más reciente y un punto más próxi­
mo nos alcanzara al mismo tiempo que la anterior. En cualquier 
caso, nada sabemos de otros acontecimientos que pudieran haber 
tenido lugar en un período reciente pero en algún lugar muy lejano, 
dado que esa radiación todavía no habría llegado hasta nosotros. De 
manera similar, tampoco sabemos nada de acontecimientos sucedi­
dos hace mucho tiempo en zonas próximas a la Tierra, debido a que 
esa radiación ya nos ha superado y no regresará jamás.
Por todo lo dicho, nuestra capacidad para reconstruir el pasado 
del universo con la ayuda de la radiación electromagnética observa­
ble es limitada. Ni siquiera ciñéndonos a los últimos diez mil años 
de la historia humana, por ejemplo, podemos decir cómo se ha de­
sarrollado nuestra propia Vía Láctea, dado que todavía estamos es­
perando a que llegue hasta nosotros la mayor parte de la radiación. 
Y por lo que respecta a lo que ha sucedido en el universo durante el
32 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
período en que la vida humana en nuestro planeta ha empezado a 
adquirir dimensiones globales (es decir, aproximadamente en los úl­
timos quinientos años), la verdad es que no conocemos sino los 
datos del entorno cósmico situado a una distancia máxima de qui­
nientos años luz, lo que nos informa únicamente de una porción 
muy pequeña de nuestra galaxia. En otras palabras, cuanto más nos 
aproximamos al presente, menor es nuestro conocimiento del con­
junto general del universo. Y tan pronto como alcanzamos el pre­
sente, los únicos datos de que disponemos son aquellos que hablan 
de nuestra propia peripecia -puesto que todos los demás datos re­
miten a un pasado que ha desaparecido para siempre- Esta es la 
razón de que las crónicas de la Gran Historia hayan de centrarse 
necesariamente en la Tierra y en los seres humanos.
Podría argumentarse que al haber estado los seres humanos ob­
servando el firmamento durante miles de años nos hallamos en po­
sesión de un conjunto de datos que de hecho nos permiten recons­
truir mayores retazos de la historia cósmica. Los registros de las 
explosiones estelares antiguas, por ejemplo, consignadas por los 
observadores de la época, unidas a las observaciones contemporá­
neas, hacen posible reconstruir la secuencia de los acontecimientos 
que tuvieron lugar una vez acabadas esas pirotecnias cósmicas.
Sin 
embargo, esto no invalida el principio general, a saber, que si que­
remos estudiar datos empíricos del universo que se hayan generado 
en períodos cercanos al presente ha de tratarse de acontecimientos 
ocurridos en las inmediaciones de nuestro planeta. Quizá sea co­
rrecto suponer que el resto del universo se ha desarrollado de forma 
similar a la de nuestro entorno cósmico inmediato. De ser así, la 
perspectiva histórica que proponemos con nuestra Gran Historia 
tendría un alcance todavía mayor. Sin embargo, con las actuales 
técnicas de detección no es posible basar esa suposición en ningún 
dato empírico, y en consecuencia podríamos estar dando por válida 
una suposición errónea. Si queremos ceñirnos a una explicación 
propia de la Gran Historia que esté además basada en datos empíri-
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 33
eos, tendrá que tratarse por fuerza de una historia centrada en el 
planeta Tierra.
En resumen, como los datos que usamos para reconstruir el pa­
sado se sitúan inevitablemente en el presente, nuestros análisis son 
siempre antropocéntricos y geocéntricos, al menos hasta cierto 
punto. Por tanto, el arte de realizar grandes análisis históricos de la 
historia cósmica consiste en primer lugar en reconocer este estado 
de cosas, y en segundo lugar en tratar consecuentemente los datos. 
No es fácil. Y sin embargo da la impresión de que es lo único razo­
nable que podemos hacer.
Podemos dar la vuelta a la idea de que nuestro conocimiento del 
pasado reside en el presente diciendo que, si realmente queremos 
saber cómo se originó en su momento todo cuanto ahora observa­
mos, hemos de estudiar la Gran Historia. Por ejemplo, en el capítu­
lo 3 veremos que el origen de los componentes fundamentales que 
dan forma a la complejidad de las personas actuales, así como a la 
complejidad general que nos rodea, se remonta al surgimiento y 
la evolución del universo. Esta intuición, perfectamente básica, nos 
ofrece una contundente razón para explicar por qué la Gran Histo­
ria es importante para todas aquellas personas que se interesan en 
estudiar desde un punto de vista científico los orígenes de la totali­
dad de lo existente.
La mayoría de las sociedades humanas ha comprendido esto de 
fonna intuitiva. Como ha resaltado a menudo David Christian, todas 
las sociedades conocidas han referido relatos en los que se detalla el 
modo en que ellas mismas y todo cuanto las rodea ha alcanzado a 
ver la luz. Desde un punto de vista académico, se considera que este 
tipo de narrativas es el llamado mitos de origen.9 Sin embargo, esto 
no quiere decir que debamos juzgar que se trata de relatos sin impor­
tancia. Al contrario, es frecuente que hayan sido el punto de partida 
para la utilización de referencias compartidas, el hallazgo de senti­
do, o la atribución de identidades y objetivos. Hasta hoy mismo, la 
mayoría de los seres humanos, o quizá todos, ha tenido contacto,
34 EL LUGAR DEL IIOMBRE EN EL COSMOS
de un modo u otro, con este tipo de relatos. Desde luego no sabemos 
si todo el mundo los ha considerado siempre plenamente dignos de 
crédito. Sin duda, parece prudente conjeturar que la existencia de 
escépticos ha debido de ser una constante en todas las sociedades 
humanas. Sin embargo, quizá sospechemos igualmente que en la 
mayor parte de los grupos humanos primitivos, por no decir en to­
dos, la mayoría debía de compartir el grueso de esos planteamien­
tos, especialmente porque también debía de resultar muy frecuente 
que el número de cosmovisiones rivales disponibles fuese limitado,
caso cíe que existiera efectivamente alguna alternativa.
En el proceso que condujo a la aparición de las primeras socieda­
des estatales, hace unos cinco mil o seis mil años, las nuevas élites es­
tatales comenzaron a promocionar los relatos de origen que les pa­
recieron más favorables, mientras muy a menudo se marginaban 
simultáneamente las versiones alternativas que competían con esas 
explicaciones. Durante mucho tiempo, la mayoría de esas narra­
tivas míticas, por no decir todas, tuvo un carácter local o regio­
nal. Esto venía a constituir un reflejo tanto del tamaño de las socie­
dades que referían tales relatos como de la amplitud de los contactos 
que mantenían con otras culturas. Por ejemplo, la idea del pasado que 
se hacían los incas no incluía la presencia de los aztecas de México, y 
mucho menos a los europeos (aunque más adelante se interpretaría 
que algunos de los relatos que manejaban hacían de hecho referencia 
a los hombres blancos). El centro del mundo se hallaba situado en 
la región en que ellos mismos habitaban. De este modo juzgaban, 
por ejemplo, que su capital, Cuzco, era el ombligo del mundo.
Al aumentar las dimensiones de las sociedades y empezar a es­
tablecer éstas un mayor número de interconexiones, algunas de di­
chas narrativas de origen alcanzaron una gran difusión, llegaron 
hasta lugares muy remotos, mientras que otras no tuvieron tan bri­
llante destino. Entre los diversos ejemplos posibles de narrativas de 
origen coronadas por el éxito cabe citar el Génesis bíblico y algu­
nos relatos similares desarrollados en el Corán o en los relatos his­
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 35
tóricos hindúes.10 El proceso de la globalización, iniciado en el si­
glo xvi EC, ha determinado tanto la difusión mundial de estas 
narrativas de origen tan particularmente afortunadas como la mar- 
ginación, cuando no la desaparición total, de la mayor parte de los 
demás relatos de esa índole." Sólo en época muy reciente han em­
pezado a aparecer sociedades provistas de una esfera pública im­
pregnada de las modernas ideas científicas, lo que ha hecho que los 
relatos míticos de origen hayan quedado en su mayor parte relega­
dos al ámbito privado. Entretanto, las universidades han venido a 
monopolizar prácticamente el estudio de la historia, y en dichas insti­
tuciones ese campo de conocimientos queda definido como la cróni­
ca de las personas alfabetizadas, lo que tiene como consecuencia la 
exclusión de toda otra posible crónica del pasado. ¿Por qué las insti­
tuciones académicas modernas definen de ese modo la historia?
Compendio su m a rísim o de la h ist o r ia a c a d é m ic a
La moderna disciplina académica de la historia surgió en el si­
glo xix como un elemento más de la formación de los estados-na­
ción de Europa y las Américas. La primera tarea a que hubieron de 
aplicarse los historiadores académicos consistió en trazar las gran­
des líneas de un glorioso pasado digno del estado-nación al que 
ellos mismos sirvieran (historia que en Holanda todavía se conoce 
con el nombre de «historia patriótica»). Dicha historia estaba desti­
nada a proporcionar una identidad común a los habitantes de esas 
nuevas entidades políticas. Al proceder de ese modo no hacían más 
que seguir los pasos de algunos historiadores romanos de la Anti­
güedad, como Tito Livio. El proyecto consistente en elaborar las 
diversas historias patrióticas determinaría que se pusiera un gran 
énfasis en la utilización de los documentos escritos. Con el trans­
curso del tiempo, los historiadores comenzarían a estudiar asimis­
mo otros aspectos, tanto relativos a su «propia» región como vincu-
36 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
lados con el pasado de otras regiones, y además el estudio de las 
distintas historias nacionales pasaría a convertirse en una labor bas­
tante más objetiva. Sin embargo, sólo muy raramente se ha empren­
dido, en la esfera académica, el estudio de la historia humana en su 
conjunto -a l menos hasta el momento actual-.12 Podemos relacio­
nar esta notable situación con el hecho de que elaborar una historia 
humana general vendría a determinar la creación de una identidad 
global, identidad que no se hallaría directamente asociada con nin­
guna sociedad estatal actualmente viable.13
Una de las consecuencias del mencionado énfasis en las fuentes 
escritas es que la mayoría de los historiadores inicia su examen del 
pasado con el surgimiento de las sociedades alfabetizadas.
Por lo 
general, la atención se centra en aquellos estados primitivos (frecuen­
temente denominados «civilizaciones») a los que se considera precur­
sores de las sociedades a que «pertenecen» los historiadores mismos. 
El resto de la historia humana recibe el nombre de «prehistoria» y 
queda en manos de los arqueólogos.14 Pese a que esta división del 
trabajo académico parece haber venido fundamentalmente determi­
nada por el hecho de que se haya insistido en la importancia de las 
fuentes escritas, tal vez debamos considerar otro posible aspecto de 
este hecho. El historiador estadounidense Dan Smail destacaba en el 
año 2005 que el lapso de tiempo que abarcan los historiadores mo­
dernos -que es de unos seis mil años- resulta muy similar al de la 
duración total de la historia que refiere el Antiguo Testamento. El 
aficionado a estas lecturas quizá recuerde que según los célebres 
cálculos que realizara el obispo inglés James Ussher en el año 
1654 d. C., el mundo habría sido creado, de acuerdo con la Biblia, en 
el año 4004 a. C. ¿Hemos de pensar que esta semejanza entre el lap­
so de tiempo que abarca la Biblia y el período que los historiadores 
oficiales acostumbran a cubrir es una simple coincidencia, se pre­
gunta Smail, o se trata de un dato que indica que quizá los historia­
dores modernos siguen «sometidos a la influencia de la historia 
sagrada»?15
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 37
A finales del siglo xvm y principios del siglo xix, argumenta Smail, 
se escribieron en Europa occidental y Norteamérica un buen núme­
ro de historias humanas destinadas a alcanzar una notable populari­
dad, y todas ellas, tras comenzar con los elementos esenciales del 
relato bíblico, incorporaban, a renglón seguido de aquel relato, el 
recién adquirido conocimiento de la historia de los diferentes pue­
blos del mundo. Algunos de aquellos libros gozaron de una amplia 
popularidad y se publicaron en tiradas considerablemente grandes. 
Sin embargo, al empezar a tomar forma los estados-nación -y nacer 
de este modo la historia académica como tal profesión-, las institu­
ciones académicas ignoraron aquellas explicaciones históricas an­
teriores. La cuestión es que no fueron sustituidas por ninguna histo­
ria académica laica de la humanidad, pese a que Leopold von 
Ranke, uno de los principales héroes culturales de los historiadores 
profesionales, se mostrara claramente a favor de la elaboración de 
una historia general humana, a la que daba indistintamente los 
nombres de Weltgeschichte (historia del mundo) y Universalges- 
chichte (historia universal).16 Los historiadores ilustrados como 
David Hume, Edward Gibbon, William Robertson y Franfois-Ma- 
rie Arouet -más conocido como Voltaire-, destinados a convertirse 
en héroes culturales para los historiadores académicos, se distan­
ciarían de los enfoques religiosos y, quizá como consecuencia de lo 
anterior, abandonarían en gran medida la búsqueda de los orígenes. 
Aunque en ocasiones lanzaran ataques contra las historias popula­
res de la humanidad, los autores mencionados se remontarían a la 
Antigüedad al elaborar tanto las historias de «sus» respectivas na­
ciones como las de otras naciones similares, cuando no las de «sus» 
correspondientes culturas.17
Durante la primera mitad del siglo xx, únicamente unos cuantos 
historiadores particularmente valientes y entregados a su labor, en­
tre los que destaca especialmente Arnold Toynbee, mantendrían 
vivo el estudio de la historia humana. No obstante, fuera de la aca­
demia, las historias de la humanidad seguirían gozando de una po­
38 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
pularidad notable, como sucedería por ejemplo con las obras sali­
das de la pluma de H. G. Wells. Lo más probable es que este interés 
se viera espoleado por el proceso de globalización en curso. Pese a 
que, por ejemplo, el historiador británico Geoffrey Barraclough 
abogara denodadamente en favor de la elaboración de nuevas for­
mas de «historia universal o general» ya en el año 1955, lo cierto es 
que, hasta fecha muy reciente, la mayoría de los historiadores aca­
démicos no ha asumido la tarea de redactar este tipo de crónicas de 
la aventura humana en la Tierra.18 No obstante, a mediados del si­
glo xx comienzan a producirse algunos cambios. De este modo, ha 
habido unos cuantos historiadores con visión de futuro que, 
siguiendo el ejemplo de Toynbee, se han puesto a liderar el empeño. 
Entre ellos destacan particularmente los historiadores estadounidenses 
William H. McNeill y Leñen S. Stavrianos, y también hemos de 
citar al historiador inglés John Morris Roberts, que escribió en 1994 
History o f the World. Todos estos autores se dieron cuenta de que 
para una buena comprensión de la historia reciente era importante 
remontarse en el pasado hasta alcanzar el origen de la Tierra como 
mínimo. En fechas todavía más recientes, el historiador Bob Moore, 
de la Universidad de Newcastle, antiguo alumno de John Morris 
Roberts, se ha convertido en uno de los primeros estudiosos ingleses en 
volver a interesarse en la historia de la humanidad. En la década 
de 1980, la idea de una historia de la humanidad (que en Estados 
Unidos recibe habitualmente el nombre de «historia del mundo») 
comenzó a adquirir dimensiones globales. Un buen ejemplo de este 
tipo de trabajo académico es el titulado Las redes humanas, que sus 
autores -William H. y John R. McNeill, padre e hijo- publicaron en 
el año 2003.
No se trata únicamente de que los historiadores académicos ha­
yan prestado una atención relativamente reducida al conjunto de la 
historia humana; lo más determinante es que al definir la historia 
como la historia de las personas alfabetizadas han venido a pasar 
también por alto el pasado de casi todos los demás fenómenos que
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 3 9
podemos observar a nuestro alrededor. En consecuencia, la historia 
de la vida ha pasado a ser un ámbito de acción exclusivamente re­
servado a los biólogos; los geólogos se ocupan de la historia de 
nuestro planeta; y los astrónomos y los cosmólogos se dedican a 
reconstruir la historia del universo. Durante los últimos cincuenta 
años, aproximadamente, han sido muy pocos los académicos que 
han tratado de unir todos esos relatos hasta constituir una única ex­
plicación coherente capaz de dar cuenta del modo en que tanto no­
sotros como todo cuanto nos rodea ha llegado a adquirir el aspecto 
que hoy presenta.
Relato breve de la G ra n H isto r ia
Dado que todavía no existe una disciplina académica bien asen­
tada que se ocupe de la Gran Historia, nadie ha tenido tampoco la 
idea de escribir una historia de la Gran Historia, y por consiguiente 
la tradición de la Gran Historia está todavía por iniciarse. Por el 
contrario, las disciplinas académicas establecidas han tenido tiem­
po de crear -todas ellas- una historia y una tradición propias. De 
modo no muy diferente a lo que ya hemos dicho que sucedía con 
las orgullosas historias patrióticas de los estados-nación, es carac­
terístico que las historias de las disciplinas académicas giren en 
tomo a sus héroes culturales -com o también lo es que rara vez ven­
gan a mencionar las circunstancias sociales y ecológicas en que 
operaban esos grandes protagonistas- Es frecuente que los héroes 
secundarios no aparezcan mencionados sino en manuales muy 
concretos, y también es habitual mantener lo más al margen posi­
ble del relato en cuestión las peripecias de los malvados de esas 
narrativas, o los aspectos menos afortunados de los actores princi­
pales. De manera casi inevitable, esta forma de proceder transmite 
la idea de que la específica rama de la ciencia que así construye su 
historia está «progresando».
4 0 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
Teniendo bien presentes estas advertencias, pasaremos ahora a 
echar un vistazo a los vestigios que podrían ayudarnos a componer 
la historia de la Gran Historia. Por el momento no puedo pretender 
hallarme en posesión de una visión de conjunto lo suficientemente 
buena como para
permitirme poner de relieve la totalidad de los 
personajes más destacados, sean éstos buenos o malos. Las investi­
gaciones que he llevado a cabo me han conducido a realizar algu­
nos hallazgos inesperados, y muy bien pudiera darse el caso de que 
en realidad el número de eruditos precursores que hayan escrito su 
particular Gran Historia supere notablemente al de los aquí mencio­
nados. Al igual que el resto de los relatos académicos, la historia de 
la Gran Historia que yo he compuesto no es más que una instantá­
nea que retrata lo que sucede en un momento temporal dado, y por 
consiguiente es muy probable que haya de experimentar cambios 
en algún instante futuro.
El papel de primer adelantado de la Gran Historia - y la persona 
a quien corresponde por tanto desempeñar el rol de primer héroe 
cultural de nuestra disciplina- podría muy bien adjudicarse a Ale­
jandro de Humboldt (1769-1859), un hombre muy inteligente y 
sensible de origen prusiano. En su época, Alejandro de Humboldt 
fue prácticam ente tan fam oso como lo es A lbert E instein en la 
actualidad. La mayor parte de sus obras se leía en todo el mundo 
académico repartido en las inmediaciones de las costas del Atlánti­
co septentrional. Habitualmente se le tiene por el padre de la geo­
grafía (disciplina en la que se le dispensa el trato correspondiente a 
uno de los héroes culturales de ese campo del conocimiento), pero 
Humboldt se interesaba en todo cuanto observaba, desde los pue­
blos y sus culturas hasta el conjunto general del cosmos. Ya en su 
madurez, Humboldt comenzó a escribir una obra compuesta por un 
gran número de volúmenes a la que dio el título de Kosmos, y en 
ella intentó resumir la totalidad del conocimiento que entonces se 
tenía en el campo de la historia natural en la cual incluía su parti­
cular concepción de la historia de la humanidad . I )nhn a su en Ib-
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 41
que el nombre de «historia cósmica del universo».19 El primer volu­
men de esta serie se publicó en el año 1845 d. C., en lengua alemana. 
Estos libros contaron con un gran número de lectores y se traduje­
ron a muchos idiomas. Por desgracia, Humboldt falleció antes de 
poder culminar su proyecto. En el primer tomo de esta gran obra 
resume como sigue su programa:20
Desde las profundidades del espacio ocupadas por las nebulosas 
más remotas, descenderemos por grados a la zona de estrellas de 
que forma parte nuestro sistema solar, y al esferoide terrestre con 
sus envolturas gaseosa y líquida, con su forma, temperatura y ten­
sión magnética, hasta llegar a los seres vivientes que la acción fe­
cundante de la luz desarrolla en su superficie ... Ensanchando los 
límites de la física del globo, y reuniendo bajo un solo punto de 
mira los fenómenos que presenta la Tierra y los que abarcan los es­
pacios celestes, es como nos elevamos a la ciencia del Cosmos y 
conseguimos convertir la [historia] física del globo en una [historia] 
física del mundo, [teniendo en cuenta que] la segunda de estas de­
nominaciones se ha formado a imitación de la primera.
Alejandro de Humboldt, que aparece representado en la Figura 
1.1, no trabajaba en el contexto de una universidad. Si logró culmi­
nar una considerable parte de sus investigaciones y escritos fue gra­
cias al hecho de recibir una herencia, circunstancia que le convirtió 
en un hombre económicamente independiente. Este tipo de inde­
pendencia es una característica presente en un gran número de pen­
sadores originales, entre los que cabe mencionar a Robert Cham- 
bers, Charles Darwin, Albert Einstein y James Lovelock.21 Pese a 
que Alejandro de Humboldt no llegara a establecer vínculos con 
ninguna universidad, su persona se halla indisolublemente unida a 
la naciente tradición científica del Atlántico Norte, a la que contri­
buyó en muy notable medida.
Antes de contar con la preparación suficiente como para poder 
acometer la elaboración de Kosmos, Humboldt se había dedicado a
4 2 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
Figura 1.1. Alejandro de Humboldt, según el retrato realizado por Friedrich 
Georg Weitsch en 1806. (Fuente: Museos Nacionales de Berlín.)
lo que sin duda es, se mire como se mire, una emocionante carrera. 
A finales del siglo xviii, y tras formarse como inspector de minas, 
Alejandro de Humboldt dedicaría cinco años a viajar por las Amé- 
ricas junto con su camarada francés Aimé Bonpland, viviendo las 
más asombrosas aventuras y efectuando al mismo tiempo una gama
INTRODUCCIÓN A LA GRAN HISTORIA 4 3
de mediciones científicas prácticamente increíble. A la edad de 
veintinueve años, y hallándose a bordo de un barco de vela que es­
taba a punto de zarpar de España rumbo al Nuevo Mundo, Humboldt 
hará explícito el principal objetivo que le mueve a emprender el 
viaje en una carta fechada el 5 de junio de 1799, explicándolo en los 
siguientes términos:
Me propongo averiguar cómo interactúan unas con otras las 
fuerzas de la naturaleza y cómo influye el entorno geográfico en la 
vida vegetal y animal. En otras palabras: mi objetivo consiste en 
conocer la unidad de la naturaleza.22
Pese a que esto pueda sonarles familiar a los científicos de hoy, lo 
cierto es que hace doscientos años la búsqueda de una explicación de 
los entresijos de la naturaleza que no invocara la influencia de ningu­
na entidad sobrenatural seguía siendo una idea revolucionaria.
En aquella época, los únicos europeos a quienes se les permitía via­
jar a las Américas hispanas era a los naturales de España. E incluso ellos 
debían atenerse a un gran número de restricciones. Dicha política 
fomiaba parte de los esfuerzos que por entonces realizaba el gobierno 
español para mantener bajo control sus colonias americanas, que habían 
conseguido ser económicamente autosuficientes. En consecuencia, las 
colonias españolas de América eran prácticamente una térra incógnita 
para la mayoría de los europeos y los norteamericanos. No obstante, 
dado que una parte nada desdeñable de los ingresos de la corona 
española se obtenía a través de las actividades mineras que se llevaban a 
cabo en las Américas, y debido asimismo a que la economía regia estaba 
pasando por graves apuros, el reino consideraba que toda investigación 
que pudiese contribuir a descubrir nuevas riquezas en el subsuelo 
americano constituía un beneficioso activo. Esto explica que Alejandro 
de Humboldt obtuviera un permiso especial del monarca para realizar 
sus indagaciones, penniso que Humboldt emplearía en su propio 
interés. También nos ayuda a entender por qué este viaje fue seguido
4 4 KL LUGAR DLL HOMBRE EN EL COSMOS
con tan enorme expectación tanto en la Europa occidental como 
en la costa oriental de Estados Unidos, por entonces recién consti­
tuidos.23 El proceso de globalización que ya venía desarrollándose 
permitiría a Humboldt dos cosas: efectuar el viaje y adquirir al mismo 
tiempo fama por realizarlo -al menos en los círculos cultos europeos y 
norteamericanos-. Y también habría de ayudarle mucho el hecho de 
que, a diferencia de lo que hoy sucede, fueran bastantes los políticos 
de la época que poseyeran buenos conocimientos científicos.24
Alejandro de Humboldt ponía gran cuidado en especificar sus 
fuentes académicas. Entre ellas cabe citar a los más destacados eru­
ditos de la época, como el matemático y cosmólogo francés Pierre 
Simón de Laplace o el naturalista británico Charles Lyell.25 Esto 
nos permite comprender en qué atmósfera intelectual se desenvol­
vía Humboldt. A principios del siglo xix, estos estudiosos ilustra­
dos, en su mayoría naturalistas, estaban ya convencidos de que el 
cosmos y la Tierra llevaban existiendo mucho más tiempo del que 
señalaba el relato bíblico y de que la comprensión de la naturaleza y 
la humanidad que podía alcanzarse recurriendo a la ciencia era no­
tablemente mejor que la que pudiera obtener uno ateniéndose a las 
tradiciones religiosas.
Muy en particular, el estudioso francés (aunque nacido en Ale­
mania y de ascendencia germana) Paul-Henri Thiry, barón de Hol-
bach (1723-1789), había sido uno de los motores de la promoción 
de esas ideas. Habiendo heredado una fortuna, había logrado con­
vertirse en un hombre económicamente independiente. Además de 
ser un descollante pensador ateo y uno de los actores más dinámi­
cos de la Ilustración francesa, el barón de Holbach escribió y tradu­
jo innumerables artículos sobre una gran diversidad de temas para 
la célebre Encyclopédie de Diderot y d’ Alembert. En su libro titula­
do Svstéme de la nature ou des loix du monde physique et du monde 
mora!, publicado en 1770 en Ámsterdam con el pseudónimo de Jean 
Baptiste de Mirabaud, el barón de Holbach colocaba a los seres hu­
manos directamente insertos en el marco definido por el conjunto
INI l«>l MICCIÓN A I .A d U A N IIINIOUIA 45
de ln luilumle/a, cu el que incluía el universo al que él consideraba 
gobernado únicamenle por la materia, el movimiento y la energía 
(en lo que es un punto de vista bastante m oderno)-. La fuerza de su 
argumentación residía en el hecho de que se negara a aceptar toda 
explicación religiosa de la naturaleza así como cualquier regla mo- 
lal a la que debieran ceñirse los humanos por proceder de un dicta­
men divino. Lo que el barón de Holbach argumentaba, muy al con- 
h m ió, era que los seres humanos debían poseer entera libertad para 
procurar alcanzar la felicidad, cosa que, caso de hacerse de manera 
adecuada, tenía que conducir automáticamente a la existencia de 
sociedades armoniosas. Es más que probable que este revoluciona- 
i lo enfoque de la moralidad humana animara a Thomas Jefferson a 
Incluir en la Declaración de Independencia estadounidense de 1776 
la célebre frase «la búsqueda de la felicidad».26 El hecho de que el 
harón de Holbach no intentara esbozar la elaboración de una historia 
del conjunto de los acontecimientos conocidos impide que poda­
mos contarle entre los primeros historiadores de la Gran Historia. 
Sin embargo, el enfoque que él promueve, basado en la idea de 
considerar que los seres humanos forman parte de la naturaleza y se 
luí lian gobernados por las leyes naturales, habría de contribuir grande- 
menle a allanar el camino para la aparición de nuestra disciplina.
En aquella época hay que destacar asimismo la labor de unos 
muñios filósofos ilustrados europeos que también habían realizado 
i oiisiderables aportaciones a una comprensión de la naturaleza y 
tus sociedades humanas ajena a toda invocación de las influencias 
sobrenaturales. En su obra clave, Le Monde, ou, Traite de la lu- 
m /íVé\ publicado postum am ente en el año 1664, el filósofo fran­
cés Kcné Descartes analiza los m ecanism os celestes en función de 
mi conjunto de procesos naturales ajenos a la intervención divina. 
I ti el año 1755, y tras trabajar sobre la base de esas ideas, el filó- 
solo alemán Immanuel Kant publicaría de forma anónim a su pro­
pia concepción del cosmos, que incluía una teoría en la que se 
explicaba cómo había surgido el sistem a solar -teo ría que todavía
4 6 EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL COSMOS
sigue aceptándose en la actualidad-, así como la noción de que las 
nebulosas eran en realidad otros tantos archipiélagos de universos 
situados muy lejos de nuestra Vía Láctea. Al igual que Descartes, 
Kant pensaba que la existencia de todas esas cosas era una conse­
cuencia de la acción de las fuerzas naturales. Sin embargo, desde 
el punto de vista de Kant, la mano de Dios seguía pudiendo de­
tectarse en el modo en que las leyes naturales configuraban la 
realidad. Esta actitud se debió, al parecer, a un intento de ponerse 
a resguardo de las acusaciones que le tildaban de ateo. En el año 
1784, Kant promovería la idea de una historia universal -aunque 
hoy la denominaríamos historia de la humanidad- basada única­
mente en explicaciones naturales, aunque con un sesgo teleológico. 
De acuerdo con este gran filósofo, la naturaleza tenía un propósito 
al desarrollar la historia humana, a saber, el de «la instauración de 
una sociedad civil que administre universalmente el derecho entre 
los hombres a fin de producir acabados ciudadanos del mundo».27 
Pese a que Kant nunca llegara a escribir una obra en la que ofre­
ciera un análisis general unificado bajo un único punto de vista 
debe considerársele otro de los importantes precursores de la Gran 
Historia. De manera similar, la Enzyklopádie der philosophischen 
Wissenschaften im Grundrisse de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, 
publicada originalmente en el año 1817, también merece ser inclui­
da entre las obras precursoras de la Gran Historia. En esta obra 
monumental, Hegel trata de encontrar un fundamento filosófico 
común que pueda aplicarse a la totalidad del mundo natural, inclu­
yendo en él a la humanidad.28
El segundo adelantado propiamente dicho de la Gran Historia que 
conozco es el editor y autor escocés Robert Chambers (1802-1871). 
Al igual que Alejandro de Humboldt, Chambers estaba familiarizado 
con casi toda la producción científica de su época, incluyendo, claro 
está, la derivada de la Ilustración escocesa. Vivió en una sociedad que 
se estaba volviendo cada vez más emprendedora y que se hallaba in­
mersa en un rápido proceso de industrialización. Tras la introducción
INTRODUCCION A LA GRAN HISTORIA 4 7
de la imprenta de vapor, el negocio editorial empezó a convertirse en 
una actividad paulatinamente más rentable, y eso fue lo que pennitió a 
Chambers reunir el dinero necesario para ser independiente. En 1844 
publicaría anónimamente en Londres, con la editorial John Churchill, 
un libro titulado Vestiges o f the Natural History o f Creation. A dife­
rencia de la forma en que Alejandro de Humboldt aborda la historia 
del universo en Kosmos -que es un texto de carácter primordialmente 
descriptivo-, los Vestiges de Chambers presentan una historia dinámi­
ca del conjunto de los acontecimientos conocidos, empezando por el 
origen del universo -descrito como una especie de niebla en llamas- y 
concluyendo con la historia de la humanidad. Este enfoque dinámico 
del conjunto de la historia ha sido quizá la mayor contribución de 
Chambers a la literatura científica. Desde mi punto de vista, este libro 
contiene un gran número de hipótesis provocadoras, algunas de las 
cuales todavía presentan un aspecto sorprendentemente moderno. 
Entre esas hipótesis se encuentran las basadas en las ideas de que la 
aparición de la materia se habría producido en medio de una nube de 
luego y de que las civilizaciones surgieron como consecuencia de un 
conjunto de restricciones ecológicas y sociales muy concretas. No 
obstante, Chambers era, como es lógico, un hombre de su época y 
tenía otro concepto de las cosas, ya que por ejemplo defendía una 
teoría racial de la evolución humana, evolución que se habría iniciado 
en sus fases inferiores con la irrupción de los negros salvajes y que 
habría avanzado hasta alcanzar su culminación histórica en los blancos 
caucasianos.29
Según el historiador británico James Secord, autor de un ins­
tructivo estudio sobre los Vestiges y sus efectos en la sociedad con­
temporánea, lo que animó a Chambers a escribir esa obra fue, entre 
otras cosas, la voluntad de promover la adopción de una vía inter­
media entre el radicalismo político inspirado en la Revolución 
Francesa y el cristianismo evangélico.30 No está claro en qué medi­
da pudo haber influido en Chambers la obra de Humboldt. En In­
glaterra, tanto los Vestiges de Chambers como el Kosmos de Ale­
4 8 El. LUGAR DEL 1IOMURE EN EL COSMOS
jandro de Humboldt se publicaron aproximadamente por la misma 
época, aunque Humboldt llevaba ya cerca de veinte años dando 
conferencias sobre esas cuestiones. Sea como fuere, los Vestiges 
provocaron una enorme conmoción en la Gran Bretaña victoriana, y 
en consecuencia se vendieron muy bien. Basándose en los trabajos 
de Lyell y Alejandro de Humboldt, los Vestiges sugerían que la 
historia de la Tierra y la de la vida abarcaban un lapso temporal 
notablemente más largo que el que permitía imaginar el relato bí­
blico. Por consiguiente,

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