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POR MI R A Z A H A B L R A A S P IR IT V E E L UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO T E S I S QUE PARA OBTENER EL GRADO DE LICENCIADA EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA KARINA DESSIRÉ HIDALGO BAEZA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS EN TIERRA YANQUI DE JUSTO SIERRA EDICIÓN, ANOTACIÓN Y ESTUDIO DIRECTOR: DR. GUSTAVO JIMÉNEZ AGUIRRE MÉXICO, D. F., 2011 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos A mi familia (Luis, Eva, Tania, Patsy, Eduardo y Jorge) por contribuir de una y mil formas a la conclusión de esta etapa académica. Como verán, su exhortación y respaldo continuo dieron buenos resultados. A Jorge, además, agradezco y reconozco su paciente ayuda cada vez que aceptó ser mi secretario, lector, analista y formador, durante este trabajo. Y a cada uno de ellos doy las gracias por su cariño (¡gracias por acompañarme hasta aquí, definitivamente, los amo!). Al Dr. Guillermo Sheridan por poner a mi alcance valiosos recursos que facilitaron mi trabajo de investigación. Como él mismo lo dijo alguna vez, sin los medios de que me vi beneficiada, la sola anotación de este trabajo me habría llevado años en lugar de meses. Al Dr. David García Pérez, en principio, por las horas laborales cedidas en favor de la conclusión de esta tesis, y, más allá de esto, por la benevolencia y motivación. A mi asesor, Dr. Gustavo Jiménez Aguirre, que me acercó al siglo XIX y que es, sin duda, la columna de este trabajo. Y por su lectura y útiles observaciones, al sínodo: Dra. María Eugenia Negrín, Mtro. Galdino Morán, Mtra. Alicia Bustos y Mtra. Verónica Hernández Landa Valencia. 5 Índice INTRODUCCIÓN ............................................................................................ 7 1. ESTUDIO 1.1 HISTORIA DEL TEXTO 1.1.1 ESTADOS UNIDOS EN LA CRÓNICA MEXICANA DEL SIGLO XIX ............... 11 1.1.2 LA CRÓNICA EN LA OBRA DE JUSTO SIERRA ..................................... 25 1.2 ANÁLISIS DEL TEXTO 1.2.1 RASGOS GENERALES .................................................................. 37 1.2.2 EL MODERNISMO EN EN TIERRA YANQUI 1.2.2.1 ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE LA CRÓNICA MODERNISTA ..... 49 1.2.2.2 RASGOS ESTILÍSTICOS ......................................................... 53 2. TEXTO CRÍTICO 2.1 ADVERTENCIA SOBRE LA FIJACIÓN Y ANOTACIÓN DEL TEXTO...................... 59 EN TIERRA YANQUI ............................................................................... 63 1. DE BUENAVISTA AL BRAVO ........................................................... 65 2. DEL BRAVO A MISSISSIPPI ............................................................ 79 3. NUEVA ORLEÁNS ........................................................................ 89 4. A NUEVA YORK POR ATLANTA ..................................................... 105 5. LA CIUDAD IMPERIO ................................................................... 119 6. IN EXCELSIS ............................................................................. 131 6 7. POR ABAJO .............................................................................. 143 8. LA VITA BUONA ......................................................................... 157 9. DE PASEO. BOWERY .................................................................. 171 10. COLÓN-CERVANTES ................................................................ 185 11. WASHINGTON .......................................................................... 197 12. EL CAPITOLIO. PASEANDO ........................................................ 209 13. POR BALTIMORE ...................................................................... 219 14. ARTE .................................................................................... 231 15. ARTE. ¿ARTE? ....................................................................... 247 16. NIÁGARA ................................................................................ 259 17. DE NIÁGARA A CHICAGO ........................................................... 269 18. CARNE ................................................................................... 279 19. RUINAS ................................................................................. 289 20. LA POSTRER JORNADA ............................................................. 299 NOTAS DE VARIANTES ........................................................................ 311 3. CONCLUSIONES .................................................................................... 315 OBRAS CONSULTADAS .............................................................................. 319 7 Introducción El 28 de septiembre de 1895, en medio de una fraternal comitiva que lo despedía, Justo Sierra abordó el Ferrocarril Central Mexicano para realizar un deseo arraigado desde la niñez: viajar a los Estados Unidos de Norteamérica. Su entorno cultural lo mismo que la influencia familiar le demandaban visitar las ciudades estadounidenses. Justo Sierra, entonces, financiado por su tío Pedro G. Méndez Echazarreta, emprende un viaje de poco más de un mes en el que se dispone a “entrever” a las personas y cosas para sustituir su concepción libresca de aquella nación por una más personal e independiente. De este ánimo de observador surgen dieciocho crónicas que entre 1896 y 1898 comparte con sus lectores de El Mundo. Semanario Ilustrado (1894-1914), mismas que se concretaron en un libro hacia finales de 1898 bajo el título de En tierra yanqui. (Notas a todo vapor). 1895, con el añadido de las crónicas: “De Buenavista al Bravo”, que por ser el recuento del trayecto comprendido entre la ciudad de México y la frontera norte, debe leerse como el preámbulo; y “Del Bravo al Mississippi”, que es el primer acercamiento al ambiente norteamericano. Estas crónicas de viaje, aunque bien acogidas en su momento entre el público, dejaron escasa recepción en el ámbito literario de su tiempo y, extrañamente, han corrido con la misma suerte en la época actual. Hoy en día, el acercamiento a En tierra yanqui se origina, sobre todo, en un afán por estudiar el pensamiento latinoamericano en relación con el mundo anglosajón, es decir, los estudios contemporáneos tienden a análisis de tipo sociológico ―buen ejemplo de ello es el trabajo de Manuel Murrieta Saldívar, Gringos a la vista: Visión sobre los Estados Unidos de América en la crónica o el de Vicente Quirarte, Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895)―, en cambio, apenas se le comienza a 8 estudiar como obra literaria, lo mismo que como testimonio de la estética modernista de fines del siglo XIX. Aunque, si bien no son pocos los historiadores y críticos de la literatura que ubican a Justo Sierra como precursor o guía del modernismo, o simplemente que lo asocian con la estética modernista, son raros los casos en que se le estudia con cierto detalle; en concreto, sólo es posible mencionar, por un lado, a Francisco Monterde en su Historia de la literatura española (1955), en la que anota los rasgos modernistasde la poesía juvenil del campechano; por otro lado, en fecha más reciente, al especialista en literatura hispanoamericana Carlos Javier Morales quien en su tesis de doctorado, La poética de José Martí y su contexto,1 propone la pertenencia del autor al modernismo al destacar la profunda comprensión del estilo que denota Justo Sierra en el prólogo a las Poesías de Gutiérrez Nájera, lo mismo que al rastrear los rasgos, la mayoría de las veces, simbolistas, en poemas, en la novela inconclusa El ángel del porvenir y en las “Conversaciones del Domingo”; así como los casos de Silvia Molina2 y Dorothy Margaret Krees,3 ambas estudiosas de la poesía de Sierra, y, finalmente, Belem Clark con su “Crónica del siglo XIX”4 que establece con toda claridad las bases para ubicar a En tierra yanqui en la crónica modernista. Por esta razón creo oportuno y necesario presentar este trabajo de investigación y edición con el que me propongo ofrecer una lectura atenta y un estudio minucioso de En tierra yanqui para propiciar una valoración más meritoria de Justo Sierra en la literatura mexicana, labor que en esta 1 Publicada en 1994, en Madrid, por la Editorial Verbum. 2 En su ensayo “De cómo leer la poesía de Justo Sierra”, publicado en Una escritura tocada por la gracia, pp. 371-387. 3 En su artículo “Don Justo Sierra, precursor del modernismo”, en la revista Universidad, pp. 9-14. 4 Ensayo publicado en La República de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, pp. 325-353. 9 primera década del siglo XXI ya han comenzado Belem Clark (con el texto citado) y Blanca Estela Treviño con la preparación de la antología general de Justo Sierra, Una escritura tocada por la gracia,5 lo mismo que Silvia Molina, María Eugenia Negrín, Cristina Barros y Hernán Lara Zavala, quienes escribieron los ensayos críticos de la misma. Con mi propuesta me sumo al trabajo de todos ellos ―que sin duda contribuyeron de manera importante en el mío―, para impulsar el renovado interés por la obra literaria de Justo Sierra. Así, esta tesis consta de dos apartados con sus respectivas subdivisiones. El primero es el estudio de las crónicas, conformado, en principio, por la historia del texto. En éste comento algunos aspectos de Estados Unidos que despertaron el interés de los mexicanos por aquel país ―como la industrialización o la solidez institucional― y que propiciaron el desplazamiento hacia el mismo. En seguida, hago un recuento de los testimonios publicados por los viajeros mexicanos decimonónicos, señalando a grandes rasgos las características de sus textos; luego, perfilándome de manera mucho más concreta hacia En tierra yanqui, expongo las circunstancias en que Justo Sierra publica sus crónicas y ubico éstas en la obra del autor; después, las analizo para precisar los aspectos más evidentes de cada una ―los temas que Sierra, como viajero finisecular, se ocupa de narrar― y, finalmente, propongo algunas acotaciones sobre la caracterización de la crónica modernista que reflejan la ideología y preocupaciones de fin de siglo. La última parte de mi estudio, el análisis estilístico de la prosa, refuerza el presupuesto de que En tierra yanqui se inserta en la prosa modernista. 5 Justo Sierra. Una escritura tocada por la gracia, México, Fondo de Cultura Económica/Fundación para las Letras Mexicanas/Universidad Nacional Autónoma de México, 2009. 10 La segunda parte, el texto crítico, comprende la advertencia sobre la fijación y anotación del texto, en el que explico el criterio ecdótico adoptado; las veinte crónicas minuciosamente revisadas y anotadas de manera exhaustiva, y las notas de variantes que informan sobre los cambios entre el testimonio hemerográfico y el bibliográfico. Ya que no existe un testimonio autógrafo y que se intuye que Justo Sierra entregó a la prensa del semanario el primer testimonio mecanografiado y que luego éste mismo fue revisado por el autor para autorizar su publicación como libro, la mayor aportación del trabajo de edición no se da en términos de “restitución” del texto, pero sí hay una contribución importante en el aparato crítico que con sus notas de variantes permite una lectura diacrónica. 11 1.1 Historia del texto 1.1.1 Estados Unidos en la crónica mexicana del siglo XIX Concluidas las guerras de independencia en Hispanoamérica y transformada la revolución industrial en un sistema capitalista de influencia en todo occidente, el siglo decimonónico atestiguó el nacimiento de un nuevo estado social cimentado en el desarrollo científico y tecnológico del que resultó, entre muchas otras cosas, una comunicación más ágil al facilitar y reducir el tiempo de traslado hacia diversas latitudes. Aunado a esta cuestión práctica, el colonialismo y la conciencia de nación, según advierte Vicente Quirarte,6 fueron factores que de manera directa propiciaron el deseo o la necesidad de viajar. En México, la posibilidad del viajero de alcanzar su destino de manera más eficaz se potenció a pocos años de asumida la presidencia por Porfirio Díaz (1830-1915), en 1877, pues como parte de la política de apertura comercial dictada por el nuevo gobierno, la red ferroviaria nacional comenzó a extenderse, trazando caminos que tenían por único límite las fronteras del país. Con tal accesibilidad, sin duda, habrá sido inevitable la multiplicación de viajeros que, agitados por la transformación social, decidieron salir a encontrarse con las manifestaciones de la modernidad. El viajero mexicano partidario de la nueva realidad saldrá en busca de modelos útiles para la reelaboración de las instituciones públicas, para, en la medida de lo posible, adoptar la infraestructura de las ciudades emblemáticas y los adelantos técnicos; otros, simplemente, sólo saldrán a indagar. Las naciones más adelantadas viajarán con el ánimo de conocer ya lo que en materia industrial se estará desarrollando, ya las tierras 6 Vicente Quirarte en Estudio preliminar a Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895). 12 salvajes y místicas ajenas a su entorno inmediato… Por las razones que sean (utilitarias, culturales o de cualquier otro tipo), el XIX se tornará en lo que Vicente Quirarte llama “el gran siglo de los viajes”,7 el siglo de desplazamiento en todas direcciones, pero, eso sí, de espacios predilectos: París era entonces la capital del mundo, la verdadera fábrica de comillas. El viaje a Italia será “el viaje” […] Allí iba, va e irá uno para entender el significado de la ruina […] Estados Unidos era la novedad, y no se sabía muy bien cómo enfrentarse a ella. Los americanos querían fabricar sus propias comillas, y eso no se sabía si era bueno o malo. Y, si París era el Ideal, el Oriente era el Ensueño.8 De esos destinos, Estados Unidos de Norteamérica se irá convirtiendo en el más reiterado para América Latina, al menos para su élite política que desde las guerras de independencia guardaba anhelos de crecimiento económico, firmeza institucional, autonomía, democracia y educación, rasgos que si bien no serían privativos de los Estados Unidos, sino también de referentes clásicos como Francia e Inglaterra, resultaban más evidentes en el país americano por haberse consolidado apenas unas décadas antes y porque, además, generaba especial interés por tratarse, como fue el caso de las naciones hispanoamericanas, de una antigua colonia, ésta emancipada del imperio inglés. Sin perder de vista que por mucho Francia seguirá siendo referente artístico y cultural, es claro que, pasados los albores del siglo XIX, Latinoamérica experimentará una atracción importante por Estados Unidosde Norteamérica, nación que entonces figurará “como el espacio moderno por excelencia, una sociedad nueva, donde el progreso había 7 Vicente Quirarte, Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), p. 20. 8 Martín López-Vega en El viajero modernista, p. 11. 13 logrado desencadenarse del peso de la tradición”.9 El creciente imperialismo capitalista desviará, en buena medida, la atención de las urbes de antigua tradición. Ernesto de la Torre, en “Los Estados Unidos y su influencia ideológica”, ofrece un ejemplo del cambio de intereses con el caso de México que desvió su mirada de Francia (nación que inspiró las Leyes de Reforma y sus respectivas instituciones) hacia el país del norte, al que quiere emular en materia de educación: […] cuando las instituciones superiores están creadas y funcionan, y cuando se hace necesario atender el crecimiento escolar, se adoptarán normas educativas procedentes de los Estados Unidos. La expansión demográfica y escolar de los Estados Unidos y la solución atinada que se le dio a través de sus notables pedagogos y de la creación de una cadena de establecimientos educativos que satisfacían la necesidad de instrucción de capas amplias de población, fue vista con interés por los mexicanos y por otros dirigentes hispanoamericanos, quienes tratarían de aclimatarlas a toda costa a nuestras latitudes.10 A los factores que en Estados Unidos denotan progreso y modernización (desarrollo acelerado de la industria, expansión del sistema ferroviario, pragmatismo en todos los ámbitos, entre otros), se suma la educación como un elemento más para hacer de esta nación el modelo para los pueblos de América que entonces se están ocupando de impulsar el desarrollo educativo, descuidado durante los años de las revueltas sociales. Será entonces labor de la clase dirigente y de intelectuales comprometidos con sus sociedades desplazarse para ir a conocer las 9 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, p. 147. 10 Ernesto de la Torre Villar, “Los Estados Unidos de Norteamérica y su influencia ideológica en México (Notas para su estudio)”, en Estudios de Historia Jurídica, p. 421. 14 exitosas novedades que trae consigo la modernidad y procurar repetirlas en territorio propio. En suma, en este contexto de apertura internacionalista, la América Latina del XIX vivirá una experiencia peculiar en materia de viajes con respecto del resto de las naciones, pues el viajero latinoamericano tendrá la encomienda de traer consigo “la palabra traducida, llena de valor, del modelo”11 que le dé la posibilidad de insertarse en el progreso. América Latina será, en palabras de Julio Ramos, “el lugar del caos; representación, en último término, basada en la idea de un orden que se presupone realizado afuera. América Latina como carencia de la modernidad que define positivamente a Europa o EU”.12 En estos términos, el viaje se convierte en un hecho ineludible, necesario en todo caso como medio de importación de recursos que propicien el deseado progreso cultural y material, que promueva la modernidad. Siguiendo a Ramos, la travesía para el latinoamericano será un “ejercicio prospectivo, un desplazamiento hacia el futuro, que le permite al viajero distanciarse de las carencias del pasado”.13 Éste, pues, se verá investido con la responsabilidad de hacer una cuidadosa revisión de cuantos elementos de la modernidad le sea posible para comunicar a su pueblo “[…] los signos de un futuro cuyo momento ―superados los vestigios de la tradición― habría de llegarle a América Latina.”14 Sin embargo, el afianzamiento de los Estados Unidos como modelo no impidió que pronto la admiración se mezclara con un sentimiento de desconfianza y rechazo. Para México, el anhelo por seguir los pasos del coloso de América se ve trastocado a causa de la pérdida de territorio en el 11 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, p. 20. 12 Óp. cit., p. 57. 13 Óp. cit., p. 147 14 Ibídem. 15 norte y, después, con la invasión de éste a tierras mexicanas en 1847. Para tales fechas se irá haciendo evidente el dominio político y la hegemonía económica que los Estados Unidos ejercerán en el continente. La admirada modernización de aquel país tendrá su contraparte, resumida en la amenaza a la autonomía latinoamericana. Los testimonios dejados por los viajeros mexicanos del siglo XIX ―dicho sea de paso, todos ellos pertenecientes a la élite política y/o intelectual― se verán diferenciados por la temporalidad en cuanto a la postura de adhesión o rechazo. Así, por ejemplo, en el caso de la crónica de Lorenzo de Zavala (1788-1836) de 1834, Viaje a los Estados Unidos de América, conserva una visión más amable que la de Justo Sierra de 1898, En tierra yanqui, en la que se nota una preocupación más o menos constante por el expansionismo. A partir de la década del cuarenta el interés por los Estados Unidos en Latinoamérica irá en aumento ya no sólo por la modernización que denota en todo ámbito, ya no sólo por ser la respuesta a la “búsqueda de modelos para ordenar y disciplinar el „caos‟, para modernizar y redefinir el „bárbaro‟ mundo latinoamericano”,15 sino también por la creciente amenaza en la que se va transformando. Así, se convertirá en tema de estudio para los intelectuales de la época. Como señala Fausto Ramírez “el artista, con sus finas antenas para captar los efectos de toda transformación social, de todo cambio fundamental en la vida y en la cultura, reaccionó entre los primeros ante estas experiencias inéditas”.16 En su caso, el hombre de letras, para exponer sus inquietudes y reflexiones, recurrió a un discurso de origen remotísimo, la crónica, la cual se apropió de un lugar en la prensa, entre noticias y artículos periodísticos, para convertirse en el discurso 15 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, p. 146. 16 Fausto Ramíez, “Modernización y modernismo: Una relación incómoda”, Modernización y modernismo en el arte mexicano, p. 14. 16 privilegiado de la modernidad que le otorgó al escritor la legitimidad exigida por el creciente pragmatismo. En el apartado destinado al análisis de las veinte crónicas que conforman En tierra yanqui, me detendré a exponer los rasgos de este género reinventado en el siglo XIX, por ahora, para continuar con la configuración del contexto en el que Justo Sierra escribe su obra, lo que compete es dar cuenta más o menos somera de los escritores que lo antecedieron en la exploración de la modernidad norteamericana. Atendiendo a un orden cronológico, el primero en ser mencionado debe ser el político liberal Lorenzo de Zavala (1788-1836). Su viaje al país del norte, en 1830, es un hecho destacado en la historia de México por haber sido realizado en el marco de las negociaciones de la venta de territorio mexicano. La publicación de su libro, por la imprenta parisina Decourchant, Viaje a los Estados Unidos de América, no fue inmediata a la travesía ―como casi ninguna lo será―, sino que apareció cuatro años más tarde, en 1834, a muy poco tiempo de la muerte de Zavala. Si bien escrito con el estilo de un libro de memorias, el formato de Viaje a los Estados Unidos de América recuerda las crónicas españolas del siglo XVI, con un párrafo al inicio de capítulo en el que se resumen los temas abordados a lo largo del mismo. En la presentación del libro, su autor se ocupa de advertir el cometido de su obra que no será otro que el de demandar un cambiode actitud del mexicano inspirado en la nación vecina: “Tú, amigo lector, procura leer este libro con atención, y espero que cuando lo hayas leído habrás cambiado muchas de tus ideas”.17 En la misma presentación de Zavala sorprende la severidad del tono discursivo, diferente del usado a lo largo del texto. En aquella, la confrontación del pueblo yanqui con el mexicano, más bien velada a lo largo de la narración, se radicaliza: 17 Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados Unidos de América, p. VII. 17 […] el norteamericano trabaja, el mexicano se divierte; el primero gasta lo menos que puede, el segundo hasta lo que no tiene; aquel lleva a efecto las empresas más arduas hasta su conclusión, éste las abandona a los primeros pasos; el uno vive en su casa, la adorna, la amuebla, la preserva de las inclemencias; el otro pasa su tiempo en la calle, huye la habitación […] En los estados del Norte todos son propietarios y tienden a incrementar su fortuna, en México los pocos que hay la descuidan y algunos la dilapidan.18 Como ya había mencionado ―y como es evidente en el pasaje anterior―, su visión del pueblo yanqui está marcada por una aceptación, casi sin contrapeso, de sus instituciones y de su población pues, pese a la conflictiva relación entre las naciones vecinas, sería hasta el fin de la intervención norteamericana (1848) que se vería con claridad el efecto pernicioso de las políticas estadounidenses en México. En tanto eso ocurriera, Zavala insiste en los adelantos en materia de leyes, educación, comunicación (difusión de la prensa) e, incluso, en la profesión de cultos religiosos que, cosa singular, se torna de un interés mayúsculo para el político. Justo Sierra O‟Reilly (1814-1861) es el segundo en publicar su propio testimonio de viaje: Impresiones de un viaje a los Estados Unidos de América y Canadá19 (1850). Comisionado para procurar conseguir el apoyo de las autoridades americanas contra el levantamiento indígena que había estallado en Campeche, Sierra O‟Reilly se encamina desde su ciudad natal 18 Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados Unidos de América, p. IV. 19 Hoy en día no se encuentra ejemplar de esta obra en librerías o bibliotecas, por lo que la información que aquí vierto, en cuanto al contenido del texto, se desprende de la ponencia de Romina España, “La nación utópica y el discurso ideológico en la literatura de viaje de Justo Sierra O‟Reilly” y del ensayo de autor desconocido “El Viaje, los viajes y los viajeros. La literatura de viajes y los viajeros latinoamericanos”, el primero alojado en el blog Círculo de Estudios de Filosofía Mexicana, http://filosofíamexicana.wordpress.com, y el segundo en la página www.diss.fu-berlin.de. http://filosofíamexicana.wordpress.com/ 18 hacia Washington el 12 de septiembre de 1847, en donde las negociaciones le demandarán una estancia, tan sólo en esta ciudad, de aproximadamente seis meses.20 Más allá de las impresiones que Sierra deja del paisaje, de la gente, las instituciones y la cultura, el texto ha sido estudiado sobre todo por las precisiones que puede ofrecer en materia de historia política, aunque como dirá el propio Sierra en la advertencia al lector, sus impresiones de viaje son de interés simplemente por tratarse de un país que “por mil títulos puede y debe excitar nuestra curiosidad”.21 De entre esos “mil títulos”, un buen ejemplo será el testimonio que deja de su contacto con uno de los más clásicos emblemas de la naciente modernidad: el ferrocarril. El trayecto comprendido entre Maryland y Washington concedió a Sierra O‟Reilly la oportunidad de sumar a su recorrido, casi por completo marítimo ―intercalado sólo a tramos por diligencias―, el uso del ferrocarril, aún inexistente en México en época del autor. El relato del recorrido en este medio de transporte, por tanto, es una novedad. El resto de los asuntos comentados se apegará en lo general a los también reseñados por Zavala, esto es, historia, leyes, instituciones y personajes. Además de Impresiones de un viaje a los Estados Unidos de América y Canadá, publicado apenas dos años después de la estancia de Justo Sierra O‟Reilly en tierras estadounidenses, se editó, muchos años después, en 1938, el diario que el campechano escribió entre 1847 y 1848 con el título Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos: La pretendida anexión 20 El viaje, contando desde la salida de Campeche el 12 de septiembre de 1847 hasta su vuelta al país a mediados de 1848, se prolonga por casi un año. En la época, un recorrido de estas características, de Campeche a Nueva Orleáns, tomaba aproximadamente 13 días, pero la duración podía ser mayor si al trasladarse de un puerto a otro la programación de la salida de los barcos no estaba muy próxima. 21 Citado en Romina España, “La nación utópica y el discurso ideológico en la literatura de viaje de Justo Sierra O‟Reilly”, p. 8. 19 de Yucatán, y 15 años más tarde, el complemento de estas notas, Segundo libro del diario de mi viaje a los Estados Unidos (La pretendida cesión de la Península de Yucatán a un gobierno extranjero). Tal cantidad de material nos da una idea ―además, claro, de la disciplina de escritura del autor― del interés con que el escritor campechano observó a la sociedad americana. De estos dos testimonios de viaje correspondientes a la primera mitad del siglo XIX, la historia de la crónica sobre Estados Unidos en México da un salto hasta el año 1875, con Francisco Bulnes (1847-1924) y sus Once mil leguas sobre el hemisferio Norte: Impresiones de viaje a Cuba, los Estados Unidos, el Japón, China, Cochinchina, Egipto y Europa.22 Bulnes había viajado a Japón en 1874 como miembro de la Comisión Astronómica encargada de registrar la trayectoria del planeta Venus por el sol, fenómeno más visible desde Asia. El viaje, como podrá imaginarse, se realizó con repetidas escalas que le brindaron la oportunidad de conocer las naciones que enuncia. En lo que respecta a sus impresiones sobre los Estados Unidos, a los temas frecuentados por los viajeros del XIX, Bulnes agrega el del confort como un rasgo muy propio del pueblo yanqui, y el de la actitud autónoma y decidida de la mujer anglosajona. En cuanto a su impresión general del norteamericano, se nota ya un distanciamiento de la pregonada durante la primera mitad del siglo; el encomio se ve disminuido por un juicio mucho más crítico y severo: Sin duda alguna es el pueblo que más ama la civilización; pero habiendo inventado el misticismo de la sensación por toneladas, la ama en blocks, sin acordarse de que existe el refinamiento. Aprecian como magnífico un festín que hubiera arruinado a Creso, cuando los convidados comen como tigres en convalecencia; no aprecian los siglos en las porcelanas, ni 22 El título, por supuesto, alude a Julio Verne y sus Veinte mil leguas de viaje submarino, publicada unos años antes, en 1871. 20 los años en los vinos […] La música les atrae como el Niágara, por el gran ruido […] Para ellos, el gusto se encuentra en la cantidad de efecto, y creen gozar cuando alcanzan un estado apoplético de conciencia, en medio de una de esas apoteosis del estruendo.23 En contraste con el número reducido de páginas que Francisco Bulnes dedica a la nación norteamericana (poco menos de sesenta cuartillas), aparece a escasos dos años de distancia Viaje a los Estados Unidos, obra del popularísimo poeta Guillermo Prieto (1818-1897), que se extiende a más de 1700 páginas repartidas en tres tomos. En tan amplia obra el lector seguramente esperaría estudios concienzudos o descripciones minuciosas, quizá advirtiendo tal situación y paraprevenir de cualquier desilusión, el autor se anticipa a decir: “Buen chasco se lleva quien busque en este libro observaciones profundas, estudios serios, animadas descripciones […] Los míos han sido viajes al vapor, siempre con un pie en el estribo”.24 Y en efecto, el viaje a Estados Unidos fue “al vapor” no por la presunta vertiginosidad de la travesía ―discutible pues su estancia es de más de seis meses―, sino porque todavía realiza buena parte del recorrido en un barco de vapor que zarpa de Manzanillo el 13 de enero de 1877. Si en un afán de contextualización sumamos a la supervivencia del barco la de la litografía en la prensa, sabremos con certeza que, aunque con Guillermo Prieto estamos ya en el último cuarto del siglo, sus crónicas aún pertenecen a una época previa al auge de la modernización en México. Antes de adelantar más detalles del texto, es oportuno indicar del viaje que si bien el propio autor no anuncia que se trate de una misión de carácter oficial, se intuye que es así pues se traslada en compañía de 23 Francisco Bulnes, Once mil leguas sobre el hemisferio Norte: Impresiones de viaje a Cuba, los Estados Unidos, el Japón, China, Cochinchina, Egipto y Europa, p. 46. 24 Guillermo Prieto (Fidel), Viaje a los Estados Unidos, p. IX. 21 algunos de los políticos más activos del momento: José María Iglesias (1823-1891), Manuel Romero Rubio (1829-1895) y Joaquín Alcalde (1833- 1885). La observación es útil para destacar que de los viajes mencionados, desde Lorenzo de Zavala hasta Guillermo Prieto, todos se originan en una comisión gubernamental. De la configuración de las crónicas del poeta habrá que decir que sigue “un esquema común a los libros del siglo XIX, consistente en relatar sus impresiones personales e incorporar descripciones contenidas en guías”, según anota Vicente Quirarte de los viajeros de este periodo.25 De hecho, en alguna parte de la obra, refiere haber recorrido las calles con una guía de la ciudad en mano, lo que le facilita la posibilidad de compartir muchos datos informativos: fechas, nombres exactos de lugares o personajes, precios, productos en venta, historia de establecimientos, etcétera. También, como en la guía de viajes, menciona sucesos históricos sin reparar demasiado en el recuento de los hechos, contrario a lo que harán Zavala, Sierra O‟Reilly y Sierra Méndez. Se detiene, en cambio, a relatar sus encuentros con personas de las que da nombre y apellido (lo que lleva a su discurso a un terreno más particular e íntimo). Su coincidencia más clara con los cronistas que le anteceden es el recurso de la comparación entre México y Estados Unidos, aunque, a diferencia de Zavala o Sierra O‟Reilly, Prieto recurre al comparativo no con la intención de evidenciar carencias o cualidades, sino con la sola intención de destacar relaciones de afinidad, como cuando durante una caminata entre Washington y el Capitolio, asemeja el paisaje con el de San Ángel o Mixcoac. Y aunque Prieto insista en no querer hacer descripciones minuciosas, su texto lo contradice de forma contundente, basten unos cuantos ejemplos para sostenerlo: sobre la avenida Pensilvania dirá cuál 25 Vicente Quirarte, Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York (1830-1895), p. 50. 22 es la longitud de ésta, la medida de sus banquetas, el aspecto de los árboles de alrededor, etcétera; en el caso del Capitolio, menciona cada una de las pinturas que lo decoran; en la Cámara de Diputados, detalla la dinámica de las sesiones, los nombres de los artistas que esculpieron las estatuas del recinto e, incluso, la fecha de nacimiento de aquellos. En fin, no por nada le llevó más de 1700 páginas dar sus impresiones de los Estados Unidos. En cuanto a temas reiterados, Guillermo Prieto retoma el de la industria, pero aportando un ejemplo distinto al de la Bolsa de Algodón (comentado comúnmente por los viajeros de la época): el de un matadero en Nueva York. Aquí la descripción una vez más se elabora a detalle, a partir de un diálogo que mantiene con su cicerone, tal como ocurre la mayor parte del tiempo. El recurso del diálogo, la preponderancia del dato informativo y la extensión del discurso son los rasgos que singularizan su Viaje a los Estados Unidos. Al final de la lista de testimonios de la travesía por los Estados Unidos de Norteamérica que anteceden a Justo Sierra Méndez se encuentra Alberto Lombardo (?), quien publica Los Estados Unidos: Notas y episodios de viaje, en 1884. El autor, con argumento que recuerda a Sierra O‟Reilly, justifica su obra en los siguientes términos: “[…] salen a la luz pública estas páginas porque es conveniente que en México se conozcan los Estados Unidos de todas las maneras y por todos los medios posibles”.26 Y, exhibiendo una exagerada modestia, comenta de la estética y utilidad de su obra: “Sin estilo brillante, del que no somos capaces, sin gran acumulación y desarrollo de materias, que intencionalmente hemos omitido, servirá al menos para estimular esta clase de estudios, y para que 26 Alberto Lombardo, Los Estados Unidos: Notas y episodios de viajes”, en el prólogo sin paginación de la versión digital línea alojada en la página de Rice University's Digital Scholarship Archive, http://scholarship.rice.edu. El texto impreso, tal como el propio autor, es apenas conocido. http://scholarship.rice.edu/ 23 plumas más hábiles traten cuestiones que consideramos para el país interesantes”.27 Tales cuestiones serán, por supuesto, la industria (a diferencia de Guillermo Prieto, ésta sí enunciada desde el ejemplo de la Bolsa de Algodón), la libertad y las leyes. Además de estos tópicos, Lombardo Toledano describe con cierta insistencia el paisaje natural ―lo que sí es una novedad en el contexto de las crónicas del siglo XIX ocupadas casi exclusivamente de la urbe―, aunque sin alejarse del discurso de la modernidad. Cuando hable de lagos, referirá el complejo sistema de comunicación acuífero; cuando se trate del campo, destacará el sistema ferroviario que lo atraviesa o el sistema de cultivo; cuando toque el turno a la serranía, resultará el tema de la minería. De la conjunción de temas arduamente repasados y de aspectos novedosos por su descripción menos recurrente, resulta una visión un tanto más completa del pueblo estadounidense en la que se alcanza a distinguir la intención conciliadora del autor que se aleja lo mismo del puro elogio que del desdén. En las últimas líneas de Los Estados Unidos: Notas y episodios de viajes se sintetiza dicha postura: “Procuremos estudiarlos. Conociéndolos bien podremos imitar sus cualidades, evitar sus defectos, y de este modo de obrar recogerá beneficios la patria”.28 Más de una década después de la crónica de Alberto Lombardo, aparece la de Justo Sierra Méndez que de manera directa o indirecta sigue a sus antecesores en temática, en la reproducción de sitios, personajes y hechos emblemáticos, en el juicio que se configura de los Estados Unidos ―más con unos que con otros―, e, incluso un poco, en estilo. 27 Alberto Lombardo, Los Estados Unidos: Notas y episodios de viajes”, prólogo sin paginación. 28 Óp cit., p. 242. 25 1.1.2 La crónica en la obra de Justo Sierra En “Cristal de Bohemia” ―artículo publicado en El Renacimiento. Periódico Literario (1869) en enero―29 Justo Sierra comenta sobre los Estados Unidos: “[…] en nuestra vecindad, donde se trabaja tanto, poco a poco se ha encontrado el tesoro; por eso esa nación que allende el Bravo se mueve siempre y sin cesar sobre su acerada alfombra de telégrafos y rieles, será dentro de doscientos añosuna nación de ricos”. Y después de reiterar en unas seis líneas más esta primera idea que vincula trabajo, modernización y riqueza, vuelve los ojos a México para expresar el comparativo: “¡Da risa nuestro atraso!”, y agrega, “Ya el tiempo de maldecir la riqueza pasó. El vulgo se afana por conseguirla, los sabios la estudian”. Veintiséis años después de emitido este juicio juvenil, toca el turno a él mismo de estudiar a los Estados Unidos. Así, a partir de una estancia de poco más de un mes en el país norteño, se entrega a la tarea de indagar en la nación vecina lo mismo aspectos relacionados con la riqueza económica, que temas como la industria, la educación, el arte o la historia, para luego compartir su experiencia, en principio, en una serie de dieciocho crónicas publicadas en El Mundo. Semanario Ilustrado (1894-1914) ―de Rafael Reyes Spíndola―, y después, con un agregado de dos crónicas, en su libro En tierra yanqui. (Notas a todo vapor). 1895, publicado por la editorial Tipografía de la Oficina Impresora del Timbre de Palacio Nacional, en 1898. La primera de esa serie en su versión hemerográfica, “Niágara”, se publicó el 12 de abril de 1896; hasta antes de ésta, la producción cronística de Sierra es tan escasa que puede enunciarse en unas cuantas líneas: “La cascada de Tizapán” (1869) y “Metlac” (1869), publicadas en El 29 El Renacimiento, México, 2 y 9 de enero de 1869, recogido en Justo Sierra, Crítica y artículos literarios, pp. 11-15. 26 Renacimiento; “Trinitarias” (1871)30 y “La fiesta de los muertos en el cementerio francés” (1874), publicadas en El Federalista (1871-1878); y, por último, “De México a Toluca. Impresiones de un viaje en un tren de prueba” (1882) y “La fiesta francesa” (1882), ambas en La Libertad. Periódico Científico, Político y Literario (1878-1885) como parte de su sección “La Semana”.31 En su prosa más temprana “Conversaciones del Domingo”,32 su columna de El Monitor Republicano (1844-1896), se advierte la presencia de la crónica como complemento de la narrativa de esta serie literaria, a la cual el mismo Sierra definió, apenas en la primera entrega, como “folletín”, mas no en el sentido de narración episódica, sino a la manera francesa ―en el que no existe tema impuesto o plan previo, y comprende lo mismo artículos de diversa índole, que crónicas y relatos también de tema variado― y agrega sobre las características del género: Hacemos sin duda una innovación en la prensa nacional, y emprendemos una tarea quizá superior a nuestras fuerzas; pero protestamos que osadía tal, sólo ha sido motivada por el deseo vehemente de agregar nuestro insignificante impulso al movimiento, que gracias al celo de inteligencias superiores [líneas antes había mencionado a Alexandre Dumas, Eugène 30 Intercalada con un cuento, a la manera de “Conversaciones del Domingo”, aunque en este caso en el cuento se intercalaba la crónica. 31 Cristina Barros en “Crónicas de Justo Sierra” incluye en este género “La exposición de Campeche”, lo que parece poco acertado pues el texto es más una apología de la ciudad de Campeche escrita por encargo para cubrir lo que el mismo Sierra llama “la crónica oficial” que se habría retrasado “por la lentitud de los viajes del paquete”. Véase “La exposición de Campeche” en Justo Sierra, Crítica y artículos literarios”. 32 La serie “Conversaciones del Domingo”, conformada por 25 prosas, fue publicada semanalmente en El Monitor Republicano entre el 5 de abril y el 20 de septiembre de 1868, y recogida en el tomo II, Prosa literaria, de Obras completas de Justo Sierra. 27 Sue, Théophile Gautier y otros], parece efectuarse en la capital, y que si adquiriese definitivamente un carácter positivo y durable, pronto marcaría sus consecuencias en todo el país.33 Con tal aseveración se muestra su voluntad por no circunscribirse a la crónica; en cambio, se advierte su deseo por incursionar en un híbrido que persigue la variedad a partir de leyendas, cuentos, reflexiones, artículos, crónica y, en su caso, hasta una epístola. En reiteración del distanciamiento entre la crónica que hacía el recuento de sucesos específicos con la única intención de informar y lo que hace en esta serie de prosas Justo Sierra, su maestro Ignacio Manuel Altamirano (1834- 1893) explica: ¿Qué cosa es esta conversación? ¿Quién es Justo Sierra? Pues vamos a decíroslo: La “Conversación del Domingo” es un capricho literario; pero un capricho brillante y encantador. No es la revista de la semana, no es tampoco un artículo de costumbres, no es la novela, no es la disertación; es algo de todo, pero sin la forma tradicional, sin el orden clásico de los pedagogos; es la causerie, como dicen los franceses, la charla chispeante de gracia y de sentimiento, llena de erudición y de poesía; es la plática inspirada que a un hombre de talento se le ocurre trasladar al papel, con la misma facilidad con que la verterían sus labios en la presencia de un auditorio escogido. La causerie es un género de origen francés, pero que puede naturalizarse en todas partes porque todos los idiomas y todos los pueblos se prestan a ello […] Es el género que debe ocupar el folletín usurpado por la novela y por las revistas. En México, a Justo Sierra pertenece el honor de haberlo introducido, ¡y cuán ventajosamente! En este estilo hechicero y sabroso es ya una notabilidad, y en Francia misma, patria de la “conversación” él ocupará un lugar distinguido entre los más destacados conversadores […].34 33 Justo Sierra, Prosa literaria, p. 71. 34 En Ignacio M. Altamirano, Obras completas, XII. Escritos de literatura y arte, 1 (1988), pp. 86-87. 28 En “Conversaciones del Domingo” los ejemplos de crónica que se pueden rastrear son los publicados el 12 de abril y 10 de mayo de 1868, que abordan el tema de las Veladas Literarias; y ya como forma complementaria a su narrativa, como recurso literario, los casos de un par de cuentos: el que relata la trágica historia de Manuel, su supuesto compañero del colegio, y el de la historia de Carlos A. Fuera de ello no habrá mayor producción cronística en Sierra. Además, aquí es oportuno señalar que de todos los casos mencionados sólo “La cascada de Tizapán”, “Metlac” y “De México a Toluca” corresponden a la crónica de viajes, tal como En tierra yanqui. Es interesante, entonces, cómo el Sierra de la madurez regresa a un género en el que apenas incursionó en su juventud. Hay que recordar que la etapa juvenil de éste, para ser más precisos, la etapa de estudiante, corresponde a su intervención en la literatura desde la tribuna del diarismo y las veladas literarias, y la de madurez a la del activismo político y social. Como bien lo expresa Carlos J. Sierra en Justo Sierra, periodista, las colaboraciones del campechano en los periódicos: […] ingresan en el marco del estilo literario, pero a poco cruzó la línea y pasó a formar parte en las filas del diarismo actuante, aquel de continuo análisis de los asuntos políticos y sociales de mayor importancia; esto es, sin dejar en algunos momentos de seguir colaborando en asuntos literarios en periódicos y revistas de la capital y del interior.35 El cambio en sus intereses personales explica la considerable distancia temporal entre sus primeras crónicas y la serie publicada en El Mundo. Semanario Ilustrado. El Sierra estudiante no podría haber visto en la 35 Carlos J. Sierra (semblanza y compilación), Justo Sierra, periodista, p. 14. De las publicaciones del interior de la República, se tiene noticia de que publicó en Boletín del Hospicio de Orizaba, de la ciudad de Veracruz, donde, al parecer, radicaba por laépoca su hermano Santiago. 29 crónica un terreno propicio para sus aspiraciones líricas, pero sí el Sierra que se propone servir a su país. En tal caso, es notorio que la disyuntiva entre poesía y prosa es una idea bien arraigada en éste desde muy temprana época, del mismo modo, es evidente que el quehacer social es también una convicción de antaño; muestra de esto es el ensayo biográfico de 1869, “Lamartine”, en el que al referirse a la transición en la obra del literato, crea un símil de sí mismo: “El hombre que había dado todo su corazón a la poesía, iba a dar toda su inteligencia a la patria. La lucha, el trabajo, el valor, la abnegación, la política, lo esperaban. El poeta del corazón se había eclipsado. El poeta de la tribuna iba a comenzar”.36 Este comentario coincide con otros tantos en los que Sierra asocia de manera inherente la poesía con la juventud, comentarios que, al final, convergirán en él mismo. De forma explícita Sierra lo expresa en un artículo para La Libertad de 1880, en el cual recuerda las palabras que Benito Juárez le dirigiera tras una de sus primeras intervenciones parlamentarias: “Ya pagó usted […] su tributo a los sentimientos poéticos; llegará día en que comprenda usted que puede servir mejor a su país, aunque sea en prosa”, Sierra, convencido de ello, agrega “la profecía se ha cumplido y estoy ya en la época de la prosa”.37 El abandono de la lírica por la prosa que tantas veces enunció no se concretó del todo, sin embargo es posible sostener que, a sus pocos más de treinta años, el distanciamiento de la poesía era notable pues a su interés literario se habían antepuesto otros que lo alejaban de este terreno. No obstante, estaba por venir un segundo momento de proliferación literaria. Antes de revisar ese “segundo momento literario” que inicia con En tierra yanqui, es útil repasar las circunstancias del rompimiento casi rotundo con la literatura de juventud, la de su etapa de poeta que empieza apenas a sus 19 años con la publicación de un poema de título impreciso 36 “Lamartine” en Justo Sierra, Crítica y artículos literarios, p. 35. 37 En Justo Sierra, Periodismo político, p. 284. 30 en el diario El Globo (1867-1869), al que le seguirán “Playera”,38 “El canto de las hadas”, “El genio” y “Dios”. A estas manifestaciones de su obra poética, le suceden las ya comentadas prosas de “Conversaciones del Domingo”, y al año siguiente, en el periódico de su amigo Ignacio Manuel Altamirano, El Renacimiento, interviene lo mismo con poesía (“Las alumnas del conservatorio”) que con prosa (“Cristal de Bohemia”, “La cascada de Tizapán” y “Lamartine”, entre otros artículos), y es aquí mismo donde aventura su primera novela El ángel del porvenir, que, retomando las palabras de Riva Palacio “quedó por venir”39 pues nunca fue concluida. Una vez terminados sus estudios de leyes en 1871, continúa colaborando de forma irregular en El Siglo Diez y Nueve (1841-18??), en el cual se pueden leer los poemas “A Cuba insurgente” y “El poeta mártir”, lo mismo que el artículo político “Los dos partidos” o “El Estado y los jesuitas”, éste de carácter social. A la par, pero en éste sí de manera regular, interviene en la sección literaria de El Federalista, al lado de personalidades como José Tomás de Cuéllar (1830-1894), Vicente Riva Palacio (1832-1896), Francisco Sosa (1848-1925) e Ignacio Manuel Altamirano. Como es notorio, los intereses puramente literarios se van mezclando con sus inclinaciones de tipo social y político, hasta que la literatura se va desdibujando de su quehacer, nada de extrañar si se considera que, una vez integrado a la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia, en 1874, la abogacía se impone a sus placeres juveniles. Así pues, el año de 1876 y el periódico El Federalista marcan la transición del literato al jurisconsulto, al hombre de las causas sociales. 38 Éste, por lo que se lee en las “Conversaciones del Domingo”, fue publicado en La Iberia. 39 En Los ceros, Riva Palacio comenta de esta novela: “Sierra comenzó a escribir una gran novela: El ángel del porvenir, le llamo „grande‟ porque me sospecho que tal fue la intención de su autor; pero sólo se exhibió al público una pequeña parte: esto es, el „ángel‟ quedó „por venir‟” (p. 77). 31 Tal es la convicción de Sierra por aquellos años que, en defensa de su postura política, renuncia al diario de Altamirano, incompatible ideológicamente con él, y funda El Bien Público, empresa periodística de apenas unos meses de circulación ―agosto a octubre de 1876― que se convertirá en su tribuna. Por entonces Justo Sierra tiene la certeza de ser un instrumento para reorientar el rumbo de la nación, en principio, a través del discurso escrito, después, de manera mucho más rotunda, uniéndose al grupo de inconformes liderado por José María Iglesias (1823- 1891), presidente de la Suprema Corte de Justicia, en el movimiento Legalista contrario a la reelección del presidente Sebastián Lerdo de Tejada (1823-1889). El resultado poco favorable de la rebelión política no fue suficiente para desanimar a Sierra, estaba aún muy lejos de contemplar su retorno al terreno más amable de la literatura, por el contrario, después de un breve periodo de distanciamiento de la prensa en el que se dedicó casi en exclusiva a los asuntos que como secretario interino de la Tercera Sala de la Suprema Corte de Justicia le tocaba resolver, lo mismo que a impartir su cátedra de Historia en la Escuela Nacional Preparatoria, recién asumida en 1877, regresó con más bríos a la escena pública con una empresa editorial que resumiría su pensamiento político: La Libertad. Periódico Científico, Político y Literario (1878-1885). Integrado por Santiago Sierra (1850-1880), Francisco G. Cosmes (1850-1907), Eduardo Garay (?), Telésforo García (1844-1918) y el propio Justo ―quien apenas transcurrido el primer trimestre de la publicación asumió la dirección―, el cuerpo de redactores de La Libertad en breve se olvidó de los temas científicos y literarios, para de nueva cuenta adentrarse en política. Es hasta 1880 que Justo Sierra se desencanta del activismo luego del muy penoso incidente que cobra la vida de su hermano menor, Santiago Sierra. Según lo observa Claude Dumas, “fueron las tensiones de la lucha electoral las que se encontraban en el trasfondo de la querella que 32 degeneró en asunto de honor”,40 en un duelo donde Ireneo Paz (1836- 1924), presidente del diario La Patria (1878-1908), asesina a Santiago. La muerte de éste repercute de tal manera en Justo Sierra que ese mismo año renuncia a la dirección del diario al mismo tiempo que a la militancia política. Los temas que a partir de 1881 lo mantendrán en la escena pública serán la historia y la educación, de este último, de hecho, su trabajo será tan productivo que dará casi por sí solo para sostener la sección titulada “La Semana”. Pero si bien la lucidez intelectual de Sierra no deja de brillar en estos otros terrenos, su estado emocional sí debió verse disminuido considerablemente, lo que habrá motivado su deseo de retraerse de los diarios, de tal suerte que el 6 de enero de 1885, con la publicación del último número de La Libertad, aparece también una carta de Justo Sierra en la que anuncia su retiro definitivo del periodismo. A sus 37 años, Sierra renunciaba a su privilegiado espacio en la tribuna por excelencia del siglo XIX, mas no los editores que en diversas ocasiones llevan su obra a las páginas de los diarios, por lo que, pese a ya no ser colaborador de ninguna publicación, no dejan de aparecer poemas y artículos diversos de su autoría. El alejamiento, en todo caso, no será tan rotundo en la percepción de los lectores, en tanto que para Sierra será el tiemponecesario para recuperarse del duelo y permitir el regreso del autor al ámbito de la literatura, aunque en principio de una manera más o menos soslayada. A su retorno a la literatura, Justo Sierra es ya una personalidad indispensable de la cultura mexicana pues en él se reconoce lo mismo al poeta que al político, historiador y educador. Desde esta favorecedora posición, en 1889 funda la Revista Nacional de Letras y Ciencias (1889- 1890), dirigida por él mismo en colaboración con Francisco Sosa, Gutiérrez Nájera (1859-1895) y Jesús E. Valenzuela (1856-1911). Esta publicación será el inicio del mencionado segundo periodo de Sierra en las letras 40 Claude Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo, t. I, p. 186. 33 mexicanas, además de ser su acercamiento definitivo al nuevo estilo literario, tal como lo expresa su biógrafo Agustín Yáñez: El agrupamiento con estos nombres y el estilo de la publicación señalan otra época en la vida de Sierra […] Más jóvenes que Justo, traían a las letras un sentido nuevo. Eran el modernismo. Su asociación con Sierra es elocuente. Le reconocían aquel afán de rigor y reforma, el espíritu abierto y flexible, la voluntad ágil e intrépida, el humor lleno de sales para toda preservación, el culto y el matiz franceses, al tiempo que la castiza resistencia; lo mexicano y lo universal en llave de crítica; es decir, cuanto la nueva generación inscribía en sus banderas. Él, a su vez, halló en ellos una rejuvenecida consanguinidad; el puente amistoso que lo enlazaba con la descendencia de sus discípulos y le abría perspectivas, exigencias, impulsos nuevos. A ellos seguiría sucesivamente ligado en Revista Azul y en la Revista Moderna.41 De la docencia en la Escuela Nacional Preparatoria se iba extendiendo hacia el terreno literario el título de maestro con el que la nueva generación fue identificando a Justo Sierra, además de por las razones expuestas por Agustín Yáñez, porque con la partida de Ignacio Manuel Altamirano ese mismo año de 1889 a Europa para asumir el consulado general de México en España, el lugar de “maestro” quedaba vacante. Asimismo, la presencia de Justo se vuelve más notoria con su intervención en las veladas literarias, aunque sin descuidar sus proyectos educativos y, por supuesto, su obra histórica, de la que da ejemplar muestra, en 1889, en los primeros números de la Revista Nacional de Letras y Ciencias con su ensayo México social y político. Apuntes para un libro. Seguramente habrá sido la ocupación en estas mismas actividades lo que explica que desde este reencuentro con las letras en 1889 pasen todavía cinco años, poco más o menos, para encontrar nuevo material literario de Justo Sierra en los diarios de la capital. El primer material inédito serán las traducciones de Los trofeos de José María Heredia en 41 Agustín Yáñez en Justo Sierra, Estudio general y poesías, p. 112. 34 Revista Azul (1894-1896), en 1894; al año siguiente, en esa misma publicación, el poema “José Martí”; y, aunque no inédito, pero adaptado para su publicación como libro, la selección de prosas de “Conversaciones del Domingo” que en ese mismo 1895 aparecieron con el título Cuentos románticos. Precisamente es en esta época de participación simultánea en diversos ámbitos que el campechano se entrega a la tarea de exponer a los Estados Unidos de Norteamérica a través de sus crónicas, y regresa, entonces, de manera más regular a las columnas de la prensa mexicana con “Niágara”. Después de este primer acercamiento del 12 de abril de 1896, aparece, diez meses más tarde, el 28 de febrero de 1897, “Nueva Orleáns”, y a partir de ésta la publicación será más continua, aunque de periodicidad muy irregular: cada 8, 15, 30, 45 días o hasta dos meses, e, incluso, se verá suspendida poco más de cuatro meses, entre julio y octubre de 1897, y reiniciará el 28 de noviembre del mismo año hasta su conclusión el 21 de agosto de 1898. El escenario para el retorno contundente de Justo Sierra a la literatura no podrá ser mejor que el de El Mundo. Semanario Ilustrado (1894-1914). La revista dirigida por Rafael Reyes Spíndola (1860-1922) era un espacio abierto a la política, cultura, moda, eventos sociales y, claro, literatura. Una revista de élite ―según lo que se anota en la editorial del 2 de enero de 1898: “Nuestro semanario es y ha sido siempre para la gente elegante e ilustrada de México, por consiguiente debe ser un eco de las reuniones y espectáculos a que concurre la misma”―42 que albergará, en distintos momentos, poesía de Ignacio Manuel Altamirano, Luis G. Urbina (1864-1934, Amado Nervo (1870-1919) y Salvador Rueda (1857-1933), relatos de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), y crónicas de Luis González Obregón (1865-1938), por mencionar algunos que dan idea del prestigio de la publicación. Y, por si esto fuera poco, aunado al atractivo de sus 42 El Mundo. Semanario Ilustrado, 2 de enero de 1898, p. 4. 35 redactores, la revista se ostentaba, por un lado, con los grabados de Julio Ruelas (1870-1907), y por otro, con la novedad de la fotografía, destinada casi por completo a retratar personajes de la vida pública. Así pues, el Sierra literato, el que aún estudiante sorprende con su inspiración poética y que pronto se convierte en la figura indispensable de los actos públicos de la sociedad mexicana, el que incursiona lo mismo en cuento, que en crónica, novela e incluso en drama,43 reaparece en literatura, a muchos años de distancia, en un espacio periodístico óptimo y esta vez en un escenario literario ya alejado al de los cánones románticos que marcaron su juventud. No obstante que para 1895 será imposible hablar del campechano en términos exclusivamente literarios, pues su calidad de historiador y educador, del mismo modo que su carrera judicial ―en 1894 había protestado como magistrado en la Suprema Corte de Justicia― lo refutarían, es innegable que el quehacer literario será una faceta muy destacada en esta etapa, al menos hasta antes de que sus intereses en el terreno de la educación lo lleven a convertirse en el subsecretario de Instrucción Pública, en 1901. Como se verá en el apartado último de este estudio, el ejercicio cronístico de Justo Sierra desprendido del mencionado viaje afianza, finalmente, su quehacer literario en la estética modernista, con la cual habría tenido afinidades desde su juventud. 43 En 1870 estrenó su única obra dramática, Piedad, en el Teatro Principal de la Ciudad de México. 37 1.2 Análisis del texto 1.2.1 Rasgos generales Es necesario comenzar este apartado por el comentario al título, En tierra yanqui. (Notas a todo vapor). 1895, el que, lejos de la llaneza de encabezados como Viaje a los Estados Unidos de América44 o Viaje a los Estados Unidos,45 denota en apenas el primer contacto con la obra, además del espacio geográfico en el cual se desarrolla el viaje (en tierra yanqui), dos aspectos importantes: las condiciones de la travesía (la vertiginosidad) y la temporalidad (el año de 1895). De la pertinente precisión tempo-espacial no hay mucho más que agregar, en cambio del acotamiento a las condiciones del viaje habrá que precisar dos cuestiones. En cuanto a lo que la expresión idiomática “a todo vapor” refiere, Justo Sierra sigue a Guillermo Prieto quien en su introducción a Viaje a los Estados Unidos advierte al lector que sus viajes han sido siempre “al vapor, siempre con un pie en el estribo”.46 De igual forma que éste, Sierra destaca la celeridad de su travesía, la impresión de permanecer siempre a bordo de un tren, lo que casi debió ser un hecho si se considera la cantidad de sitios visitados,la distancia recorrida y el número de días invertidos en el viaje (poco más de treinta). Por su parte, el solo vocablo “vapor”, que a lo largo de las veinte crónicas aludirá casi exclusivamente al ferrocarril, pone énfasis en un emblema de la modernidad, en una época finisecular marcada por la tecnología: “[…] el aliento de las locomotoras, los pitazos, el campaneo incesante, forman en nuestro sensorio una 44 De Lorenzo de Zavala, 1834. 45 Guillermo Prieto, 1877. 46 Guillermo Prieto (Fidel), Viaje a los Estados Unidos, p. IX. 38 especie de telón de fondo, oscuro, tramado de acero y de humo” (“A Nueva York por Atlanta”, 117).47 La segunda cuestión se refiere a la misma expresión que adelanta la idea de movimiento continuo y acelerado que Sierra se forma del pueblo estadounidense, y que en cada oportunidad habrá de acentuar, en momentos, a partir de comentarios breves: “[…] rápidamente, como se hace todo allí, sin transiciones, sin matices, en block” (“Niágara”, 259); a veces de forma más extensa y concreta: […] el ir y venir incesante de trenes en la estación me proporciona la primera sensación de un pueblo entero en movimiento, a compás de un campaneo perpetuo y de un rugir de locomotoras que no acaba. Unos hombres andan como autómatas, suben con sus valijas en una mano y su periódico en la otra, atraviesan nuestro carro, salen, bajan, desaparecen; uno que otro se sienta en el gabinete de fumar, enciende un puro y se va, ha descansado de cinco o seis horas de marcha. Cuando se mueven estos hombres, óyese el crujido de sus articulaciones de fierro. ¿Quién hizo estos muñecos tan impasibles, tan colorados y tan fuertes? Éste es el pueblo americano, un pueblo que no se sienta más que para tomar cerveza, y eso no es sentarse (“Del Bravo al Mississippi”, 83). En cuanto a la ordenación y esquema de las crónicas, se verá lo siguiente. En su versión bibliográfica, la ordenación de las veinte crónicas responde a un criterio cronológico, a un deseo de narrar los sucesos del viaje de acuerdo a como acontecieron día con día, en apego a un itinerario previamente trazado que tuvo por punto de partida la estación ferroviaria de Buenavista, el 28 de septiembre de 1895, donde Sierra inició el recorrido hacia el norte de México, y luego de arribar a la frontera, se desplazó por la parte oriental del territorio de los Estados Unidos de Norteamérica, para finalmente regresar a su país en los primeros días de 47 De aquí en adelante citaré mi propia edición de En tierra yanqui, señalando el nombre de la crónica y la página entre paréntesis y en el cuerpo del texto. 39 noviembre del mismo año. Tal ordenación difiere un poco, pero de manera significativa, de la que siguió El Mundo. Semanario Ilustrado pues en éste, “Niágara”, publicada el 12 de abril de 1896, encabeza la primera de las entonces 18 crónicas que periódicamente se publicarán. Quizá la decisión de iniciar la serie En tierra yanqui con las ya para entonces muy comentadas cataratas48 debió responder al deseo de asegurar el interés de los lectores. En un recuento apegado al itinerario, de manera general se advierte que “De Buenavista al Bravo” y del “Bravo al Mississippi” son el preámbulo a la inmersión en el mundo sajón, son el itinerario con todo su orden y detalle, la descripción de un paisaje rural poco cambiante que permite entretenerse con recuerdos y ocuparse de los matices del horizonte. “Nueva Orleáns” es el primer contacto frontal con una agitada ciudad americana y es, también, la primera decepción pues del encantador puerto que en la infancia puso al alcance de Justo Sierra suculentos productos gastronómicos no encuentra más que “una ciudad costeña que no se lava la cara” (“Nueva Orleáns”, 89). “A Nueva York por Atlanta” es, primero, la permanencia a bordo del ferrocarril, luego el aspecto penoso del viaje (calor, polvo, mosquitos, sopor fatigoso…) contrapuesto al encanto de la ciencia y la tecnología concentradas en la Exposición de Atlanta, y, una vez más, el movimiento constante y acelerado dentro del ferrocarril. En “La Ciudad Imperio” el asombro de la novedad exige de Sierra la descripción constante sin oportunidad para reproducción de ocasos y amaneceres ni digresiones de cualquier índole, en cada elemento que conforma la ciudad de Nueva York se destaca la modernidad de la misma, y son tantos aspectos atrayentes de ésta que habrá que comentarla a lo largo de cinco crónicas: “In excelsis”, con su obligada descripción de la estatua de la Libertad y su digresión en torno a lo que representa; “Por 48 Véase al mismo Justo Sierra en “Niágara” para comprender en qué medida se habían descrito ya las cataratas. 40 abajo”, su tarde de flânerie para apreciar estilos arquitectónicos, reflexionar acerca del periodismo, comentar una cara de la industria y hasta para sugerir su gusto estilístico en el arte; “La vita buona” en la cual, a la par que manifiesta sus gustos musicales y teatrales, revela los de los neoyorquinos; “De paseo. Bowery”, la muestra de las dos caras de la misma moneda: Central Park y Bowery; y “Colón-Cervantes” la confrontación entre lo hispano y lo anglosajón en el contexto neoyorquino. “Washington”, con su tono displicente, es el rechazo rotundo por el aspecto de la ciudad, por su gente y sus actividades que, en continua comparación con las de Nueva York, resultan siempre en menoscabo. En “El Capitolio. Paseando”, el resentimiento resultante de las afrentas cometidas contra México por el gobierno estadounidense provoca cierta subjetividad en las apreciaciones de Sierra, lo que hace que esta crónica sea, en buena medida, una manifestación de desencanto. “Por Baltimore”, escrita, a ratos, en un tono más intimista, se ciñe, prácticamente, al ámbito religioso. “Arte” y “Arte. ¿Arte?” son el recuento de la visita de Justo Sierra al Museo Metropolitano de Arte, tan detallado que dio lugar a estas dos crónicas. “Niágara” y “De Niágara a Chicago” son, de alguna manera, una pausa a la mitad del movimiento pues en ambas es menos notorio el desplazamiento tanto de la gente como de los medios de transporte, en cambio, son la sonoridad, el estruendo, el asombro, el gozo, la hiperestesia. Y luego “Carne”, una descripción en términos de vísceras, simplemente la industria cárnica. “Ruinas” es el comentario perfecto para, a partir de las experiencias con los incendios, destacar el carácter decidido del yanqui. Y “La postrer jornada”, el recuento final, el cansancio físico y la nostalgia por la patria. Ahora, más allá de los asuntos evidentes en cada crónica, de manera general es posible hablar de apenas cuatro temas que aparecen reiterados a lo largo de En tierra yanqui, pues si bien la temática se desprenderá de los sitios que el autor visita, ésta en buena medida será determinada por 41 las ideas preconcebidas en torno al pueblo estadounidense, lo mismo que por los temas de interés particular para México como estado en consolidación, esto es, por un lado, la concepción que tienen los estadounidenses del arte, y, por otro, el desarrollo de la industria y tecnología, así como la política y el sistema educativo. En el caso de la concepción del arte, Sierra se acerca al tema primero a través del teatro, cuando después de asistir a una función en The Academy emite un juicio que parece condescendiente: ¡Oh, el arte, el arte! Cierto, esto no es ni Hamlet ni La valkiria, y suele perderse aquí el recuerdo de Sarah Bernhardt, y de Coquelin, de Dumas y de Ibsen; pero el arte es relativo también; hay arte y arte: y yo me divertí; es una diversión que no llega al cerebro ni al corazón. ¡Oh! esto la hace deliciosa; es una diversión epidérmica; laemoción y la inteligencia duermen. Lo que quiere decir que aquí no sólo hay teatros-circos, sino que los hay de todos los géneros y que puede uno divertirse a su guisa (“La vita buona”,161-162). Mas en seguida, muestra un claro desdén al observar que la pieza fue “desempeñada por regulares artistas” (163), “ni una sola personalidad, pero sí copias más o menos felices de los movimientos y ademanes, de los defectos, sobre todo, de los grandes artistas” (163), “en nuestro tiempo todo lo salva una buena decoración, lo mismo un melodrama de brocha gorda que una comedia política” (164). Así, con la sola experiencia de The Academy, Sierra da su valoración del arte escénico: Este pueblo tiene su modo especial de concebir el arte; hasta ahora es una concepción eminentemente industrial y utilitaria; cifra su vanidad en lo enorme y su ideal en lo confortable; pero es un pueblo que se está haciendo todavía, todo es aún rudimentario y frustráneo quizás; pero tienen derecho de exigir que se suspendan los juicios definitivos, tiene razón de emplazar la crítica; todo él tiende, con una tensión inmensa, a producir algo definitivo y sorprendente en lo porvenir; pues ese algo o no será, o será un arte (165). 42 En la misma crónica, pero en el terreno musical, a diferencia de lo que sucede con el arte escénico, Sierra le otorga al estadounidense al menos el reconocimiento de ser, si no un gran compositor (“los anglosajones son el único pueblo germánico que no ha producido un gran músico”, 166) o intérprete (“en el music hall se oyen grandes fragmentos de Wagner, ejecutados por músicos, alemanes en su mayor parte”, 167), al menos sí un escucha instruido aficionado a compositores como Beethoven, Wagner o Schumann, piezas “que se regalaban los buenos yanquis neoyorkinos, los domingos por la noche; regalos de rey” (168). Tras el tenue reconocimiento, parece que Sierra finalmente cambia de postura: “¡Y nosotros que los tenemos por zafios en achaques de arte! Somos unos tontos” (168). Sin embargo, en la crónica “Washington”, Justo Sierra retoma la cuestión teatral para sumarse al prejuicio sobre el gusto de los norteamericanos por lo “enorme, aplastante y sin pizca de gracia” (202), y de la misma forma que en “La vita buona”, se queja de lo visto en las “tandas teatrales”, esta vez del Teatro Washington, que, aunque lo entretienen, no le dejan una buena impresión: “[…] vimos una sucesión de cuadros estúpidos en el fondo y sumamente divertidos en la forma, si por la „forma‟ se entiende las decoraciones… ¡qué serpentenamiento de oro y luz en los telones, qué surtidores de agua tan bien iluminados, qué mágicas vistas de la Alhambra!” (202-203). En fin que, para el campechano, existen motivos para identificar el gusto de este pueblo con lo fácil y ostentoso, aunque, eso sí, sin que se trate de un juicio definitivo. En cuanto a los temas que por la época generan interés, sobre todo para la clase política mexicana (de la que Justo Sierra formaba parte), destacan la educación y la política de Estado por ser estos elementos clave del progreso. Para Sierra, en concreto, la educación en México era un tema que lo tenía muy atento casi desde que, por 1881, redactaba “La Semana”, columna de La Libertad, por lo que el testimonio de su estancia en Estados Unidos de ningún modo estaría completo sin sus apreciaciones sobre el 43 sistema educativo. Así, no es nada extraño que Sierra advierta: “Lo que es para mí tentación suprema, es ver las escuelas” (“La vita buona”, 157). Es curioso que en En tierra yanqui no exista una nota más o menos extensa sobre el método educativo dominante en la época (los principios de la Escuela Activa), quizá porque el tema requeriría de un espacio mucho mayor al que en la serie de crónicas se le podría haber otorgado, lo único que se entrevé es el éxito de la educación preescolar (kindergarten), la cual convence a Sierra al punto que, una vez al frente de la Secretaría de Educación Pública, promueve en México su instauración con carácter de oficial, la cual entrará en vigor en 1908. Lo que sí comenta con un poco más de detalle son las instalaciones y el mobiliario de los colegios, la infraestructura propia de la modernidad, es decir, los elementos materiales en que se apoya la institución para su óptimo desarrollo, los mismos que parecen deficientes en México: “Todo esto me daba envidia. ¡Figúrense mis lectores que en la gran escuela (?) en que yo sirvo como profesor y donde se han gastado considerable número de millares de pesos en los últimos años, son contadas las clases en que los alumnos pueden estar bien sentados, y no hay una en que puedan tomar notas, como no sea sobre sus rodillas! Parece mentira” (“La vita buona”, 158). La comparación que a largo de las crónicas confronta de vez en vez a México con Estados Unidos se aviva aquí en detrimento de México: […] los centros de enseñanza superior, entre nuestros vecinos, son laboratorios tan admirablemente dotados de instrumentos de progreso intelectual, que estos diablos de hombres que lo ambicionan todo y todo lo logran, que conseguirán, en el siglo futuro, el centro de gravedad de la elaboración de la teoría, será probablemente norteamericano. ¡Cuándo tendremos nosotros, no ya una universidad de Chicago, sino una escuela superior, una sola! (“Carne”, 283-284). 44 De los asuntos políticos, sin duda, el inicio del movimiento independentista cubano fue el que exigió mayor atención durante ese 1895, no por nada Justo Sierra le dedicó un largo comentario en “Colón- Cervantes”. Para cuando Sierra llega a Estados Unidos, el estallido de la guerra civil en Cuba estaba a poco de cumplir un año, y para cuando finalmente España pierde la isla, las crónicas de Sierra ya han sido publicadas en el semanario e, incluso, en su versión bibliográfica, es por ello que “Colón-Cervantes” fue un texto que por su vigencia debió influir en la conformación ideológica de la época. En principio ―aquí me apego al orden de la exposición temática de la crónica de Sierra―, en “Colón-Cervantes” se prefigura el concepto de hispanismo que se consolidará a principios del siglo XX con José Enrique Rodó (1871-1917) en su ensayo Ariel (1900). Sierra expresa el sentimiento de hispanidad en estos términos: “Es muy bello esto de creer […] que todos los hombres somos hermanos, que todos los latinos formamos un pueblo, que de nuestras patrias particulares podemos remontarnos, al compás de una habanera, a una patria ideal que nos es común” (185). Después, por boca de Nicanor Bolet Peraza, evoca nuevamente la hispanidad: “[…] todos cuantos hemos concebido para los pueblos latinos de este continente, un ideal común” (189). En seguida, con ánimo de imparcialidad, Sierra reproduce cada una de las posturas defendidas durante la discusión que sostienen los socios del club Colón-Cervantes en torno a la independencia cubana: “¿Qué actitud tomará el Ejecutivo Americano, cuál los poderes legislativos? ¿Cómo permitir que esta guerra, cada vez más sangrienta, siga indefinidamente? Que impidan, no aparentemente, sino de veras los americanos las expediciones filibusteras, y la insurrección morirá falta de parque y de dinero”, decían los españoles y los españolizantes. La opinión predominante allí y en todos los círculos sociales era ésta: ha llegado la ocasión de resolver el problema cubano; a todo trance será resuelto esta vez; o lo resuelve España o lo resuelven los Estados Unidos; en América no puede haber más que pueblos 45 libres, y Cuba lo será. “Sí; pero sólo una política sensiblera puede querer que esta libertad sea obra de los Estados Unidos – replicaban otros–; esto equivaldría en realidad a la anexión de la isla, y los que nos llamamos latinos no podemos ver tranquilamente la absorción del mundo antillano por la raza sajona, que