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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA
DE MÉXICO
T E S I S
 QUE PARA OBTENER EL GRADO DE
LICENCIADA EN LENGUA Y LITERATURAS
HISPÁNICAS
PRESENTA
KARINA DESSIRÉ HIDALGO BAEZA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
EN TIERRA YANQUI DE JUSTO SIERRA
EDICIÓN, ANOTACIÓN Y ESTUDIO
DIRECTOR: DR. GUSTAVO JIMÉNEZ AGUIRRE
MÉXICO, D. F., 2011
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
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objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para 
fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
Agradecimientos 
 
 
A mi familia (Luis, Eva, Tania, Patsy, Eduardo y Jorge) por contribuir de 
una y mil formas a la conclusión de esta etapa académica. Como verán, su 
exhortación y respaldo continuo dieron buenos resultados. A Jorge, 
además, agradezco y reconozco su paciente ayuda cada vez que aceptó ser 
mi secretario, lector, analista y formador, durante este trabajo. Y a cada 
uno de ellos doy las gracias por su cariño (¡gracias por acompañarme 
hasta aquí, definitivamente, los amo!). 
 
Al Dr. Guillermo Sheridan por poner a mi alcance valiosos recursos que 
facilitaron mi trabajo de investigación. Como él mismo lo dijo alguna vez, 
sin los medios de que me vi beneficiada, la sola anotación de este trabajo 
me habría llevado años en lugar de meses. 
 
Al Dr. David García Pérez, en principio, por las horas laborales cedidas en 
favor de la conclusión de esta tesis, y, más allá de esto, por la benevolencia 
y motivación. 
 
A mi asesor, Dr. Gustavo Jiménez Aguirre, que me acercó al siglo XIX y que 
es, sin duda, la columna de este trabajo. 
 
Y por su lectura y útiles observaciones, al sínodo: Dra. María Eugenia 
Negrín, Mtro. Galdino Morán, Mtra. Alicia Bustos y Mtra. Verónica 
Hernández Landa Valencia. 
5 
 
 
 
Índice 
 
INTRODUCCIÓN ............................................................................................ 7 
 
1. ESTUDIO 
1.1 HISTORIA DEL TEXTO 
1.1.1 ESTADOS UNIDOS EN LA CRÓNICA MEXICANA DEL SIGLO XIX ............... 11 
1.1.2 LA CRÓNICA EN LA OBRA DE JUSTO SIERRA ..................................... 25 
1.2 ANÁLISIS DEL TEXTO 
1.2.1 RASGOS GENERALES .................................................................. 37 
1.2.2 EL MODERNISMO EN EN TIERRA YANQUI 
 1.2.2.1 ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE LA CRÓNICA MODERNISTA ..... 49 
 1.2.2.2 RASGOS ESTILÍSTICOS ......................................................... 53 
 
2. TEXTO CRÍTICO 
2.1 ADVERTENCIA SOBRE LA FIJACIÓN Y ANOTACIÓN DEL TEXTO...................... 59 
EN TIERRA YANQUI ............................................................................... 63 
1. DE BUENAVISTA AL BRAVO ........................................................... 65 
2. DEL BRAVO A MISSISSIPPI ............................................................ 79 
3. NUEVA ORLEÁNS ........................................................................ 89 
4. A NUEVA YORK POR ATLANTA ..................................................... 105 
5. LA CIUDAD IMPERIO ................................................................... 119 
6. IN EXCELSIS ............................................................................. 131 
6 
 
7. POR ABAJO .............................................................................. 143 
8. LA VITA BUONA ......................................................................... 157 
9. DE PASEO. BOWERY .................................................................. 171 
10. COLÓN-CERVANTES ................................................................ 185 
11. WASHINGTON .......................................................................... 197 
12. EL CAPITOLIO. PASEANDO ........................................................ 209 
13. POR BALTIMORE ...................................................................... 219 
14. ARTE .................................................................................... 231 
15. ARTE. ¿ARTE? ....................................................................... 247 
16. NIÁGARA ................................................................................ 259 
17. DE NIÁGARA A CHICAGO ........................................................... 269 
18. CARNE ................................................................................... 279 
19. RUINAS ................................................................................. 289 
20. LA POSTRER JORNADA ............................................................. 299 
 
NOTAS DE VARIANTES ........................................................................ 311 
 
3. CONCLUSIONES .................................................................................... 315 
 
OBRAS CONSULTADAS .............................................................................. 319 
 
 
 
 
7 
 
 
Introducción 
 
 
 
El 28 de septiembre de 1895, en medio de una fraternal comitiva que lo 
despedía, Justo Sierra abordó el Ferrocarril Central Mexicano para realizar 
un deseo arraigado desde la niñez: viajar a los Estados Unidos de 
Norteamérica. Su entorno cultural lo mismo que la influencia familiar le 
demandaban visitar las ciudades estadounidenses. Justo Sierra, entonces, 
financiado por su tío Pedro G. Méndez Echazarreta, emprende un viaje de 
poco más de un mes en el que se dispone a “entrever” a las personas y 
cosas para sustituir su concepción libresca de aquella nación por una más 
personal e independiente. De este ánimo de observador surgen dieciocho 
crónicas que entre 1896 y 1898 comparte con sus lectores de El Mundo. 
Semanario Ilustrado (1894-1914), mismas que se concretaron en un libro 
hacia finales de 1898 bajo el título de En tierra yanqui. (Notas a todo 
vapor). 1895, con el añadido de las crónicas: “De Buenavista al Bravo”, que 
por ser el recuento del trayecto comprendido entre la ciudad de México y la 
frontera norte, debe leerse como el preámbulo; y “Del Bravo al Mississippi”, 
que es el primer acercamiento al ambiente norteamericano. 
Estas crónicas de viaje, aunque bien acogidas en su momento entre 
el público, dejaron escasa recepción en el ámbito literario de su tiempo y, 
extrañamente, han corrido con la misma suerte en la época actual. Hoy en 
día, el acercamiento a En tierra yanqui se origina, sobre todo, en un afán 
por estudiar el pensamiento latinoamericano en relación con el mundo 
anglosajón, es decir, los estudios contemporáneos tienden a análisis de 
tipo sociológico ―buen ejemplo de ello es el trabajo de Manuel Murrieta 
Saldívar, Gringos a la vista: Visión sobre los Estados Unidos de América en 
la crónica o el de Vicente Quirarte, Republicanos en otro imperio. Viajeros 
mexicanos a Nueva York (1830-1895)―, en cambio, apenas se le comienza a 
8 
 
estudiar como obra literaria, lo mismo que como testimonio de la estética 
modernista de fines del siglo XIX. 
Aunque, si bien no son pocos los historiadores y críticos de la 
literatura que ubican a Justo Sierra como precursor o guía del 
modernismo, o simplemente que lo asocian con la estética modernista, son 
raros los casos en que se le estudia con cierto detalle; en concreto, sólo es 
posible mencionar, por un lado, a Francisco Monterde en su Historia de la 
literatura española (1955), en la que anota los rasgos modernistasde la 
poesía juvenil del campechano; por otro lado, en fecha más reciente, al 
especialista en literatura hispanoamericana Carlos Javier Morales quien 
en su tesis de doctorado, La poética de José Martí y su contexto,1 propone 
la pertenencia del autor al modernismo al destacar la profunda 
comprensión del estilo que denota Justo Sierra en el prólogo a las Poesías 
de Gutiérrez Nájera, lo mismo que al rastrear los rasgos, la mayoría de las 
veces, simbolistas, en poemas, en la novela inconclusa El ángel del 
porvenir y en las “Conversaciones del Domingo”; así como los casos de 
Silvia Molina2 y Dorothy Margaret Krees,3 ambas estudiosas de la poesía 
de Sierra, y, finalmente, Belem Clark con su “Crónica del siglo XIX”4 que 
establece con toda claridad las bases para ubicar a En tierra yanqui en la 
crónica modernista. 
Por esta razón creo oportuno y necesario presentar este trabajo de 
investigación y edición con el que me propongo ofrecer una lectura atenta 
y un estudio minucioso de En tierra yanqui para propiciar una valoración 
más meritoria de Justo Sierra en la literatura mexicana, labor que en esta 
 
1 Publicada en 1994, en Madrid, por la Editorial Verbum. 
2 En su ensayo “De cómo leer la poesía de Justo Sierra”, publicado en Una 
escritura tocada por la gracia, pp. 371-387. 
3 En su artículo “Don Justo Sierra, precursor del modernismo”, en la revista 
Universidad, pp. 9-14. 
4 Ensayo publicado en La República de las letras. Asomos a la cultura escrita del 
México decimonónico, pp. 325-353. 
9 
 
primera década del siglo XXI ya han comenzado Belem Clark (con el texto 
citado) y Blanca Estela Treviño con la preparación de la antología general 
de Justo Sierra, Una escritura tocada por la gracia,5 lo mismo que Silvia 
Molina, María Eugenia Negrín, Cristina Barros y Hernán Lara Zavala, 
quienes escribieron los ensayos críticos de la misma. Con mi propuesta me 
sumo al trabajo de todos ellos ―que sin duda contribuyeron de manera 
importante en el mío―, para impulsar el renovado interés por la obra 
literaria de Justo Sierra. 
 Así, esta tesis consta de dos apartados con sus respectivas 
subdivisiones. El primero es el estudio de las crónicas, conformado, en 
principio, por la historia del texto. En éste comento algunos aspectos de 
Estados Unidos que despertaron el interés de los mexicanos por aquel país 
―como la industrialización o la solidez institucional― y que propiciaron el 
desplazamiento hacia el mismo. En seguida, hago un recuento de los 
testimonios publicados por los viajeros mexicanos decimonónicos, 
señalando a grandes rasgos las características de sus textos; luego, 
perfilándome de manera mucho más concreta hacia En tierra yanqui, 
expongo las circunstancias en que Justo Sierra publica sus crónicas y 
ubico éstas en la obra del autor; después, las analizo para precisar los 
aspectos más evidentes de cada una ―los temas que Sierra, como viajero 
finisecular, se ocupa de narrar― y, finalmente, propongo algunas 
acotaciones sobre la caracterización de la crónica modernista que reflejan 
la ideología y preocupaciones de fin de siglo. La última parte de mi estudio, 
el análisis estilístico de la prosa, refuerza el presupuesto de que En tierra 
yanqui se inserta en la prosa modernista. 
 
 
5 Justo Sierra. Una escritura tocada por la gracia, México, Fondo de Cultura 
Económica/Fundación para las Letras Mexicanas/Universidad Nacional 
Autónoma de México, 2009. 
10 
 
La segunda parte, el texto crítico, comprende la advertencia sobre la 
fijación y anotación del texto, en el que explico el criterio ecdótico 
adoptado; las veinte crónicas minuciosamente revisadas y anotadas de 
manera exhaustiva, y las notas de variantes que informan sobre los 
cambios entre el testimonio hemerográfico y el bibliográfico. Ya que no 
existe un testimonio autógrafo y que se intuye que Justo Sierra entregó a 
la prensa del semanario el primer testimonio mecanografiado y que luego 
éste mismo fue revisado por el autor para autorizar su publicación como 
libro, la mayor aportación del trabajo de edición no se da en términos de 
“restitución” del texto, pero sí hay una contribución importante en el 
aparato crítico que con sus notas de variantes permite una lectura 
diacrónica. 
 
 
 
 
 
 
 
 
11 
 
 
1.1 Historia del texto 
 
1.1.1 Estados Unidos en la crónica mexicana del siglo XIX 
 
Concluidas las guerras de independencia en Hispanoamérica y 
transformada la revolución industrial en un sistema capitalista de 
influencia en todo occidente, el siglo decimonónico atestiguó el nacimiento 
de un nuevo estado social cimentado en el desarrollo científico y 
tecnológico del que resultó, entre muchas otras cosas, una comunicación 
más ágil al facilitar y reducir el tiempo de traslado hacia diversas latitudes. 
Aunado a esta cuestión práctica, el colonialismo y la conciencia de nación, 
según advierte Vicente Quirarte,6 fueron factores que de manera directa 
propiciaron el deseo o la necesidad de viajar. 
 En México, la posibilidad del viajero de alcanzar su destino de 
manera más eficaz se potenció a pocos años de asumida la presidencia por 
Porfirio Díaz (1830-1915), en 1877, pues como parte de la política de 
apertura comercial dictada por el nuevo gobierno, la red ferroviaria 
nacional comenzó a extenderse, trazando caminos que tenían por único 
límite las fronteras del país. Con tal accesibilidad, sin duda, habrá sido 
inevitable la multiplicación de viajeros que, agitados por la transformación 
social, decidieron salir a encontrarse con las manifestaciones de la 
modernidad. 
El viajero mexicano partidario de la nueva realidad saldrá en busca de 
modelos útiles para la reelaboración de las instituciones públicas, para, en 
la medida de lo posible, adoptar la infraestructura de las ciudades 
emblemáticas y los adelantos técnicos; otros, simplemente, sólo saldrán a 
indagar. Las naciones más adelantadas viajarán con el ánimo de conocer 
ya lo que en materia industrial se estará desarrollando, ya las tierras 
 
6 Vicente Quirarte en Estudio preliminar a Republicanos en otro imperio. Viajeros 
mexicanos a Nueva York (1830-1895). 
12 
 
 
salvajes y místicas ajenas a su entorno inmediato… Por las razones que 
sean (utilitarias, culturales o de cualquier otro tipo), el XIX se tornará en lo 
que Vicente Quirarte llama “el gran siglo de los viajes”,7 el siglo de 
desplazamiento en todas direcciones, pero, eso sí, de espacios predilectos: 
 
París era entonces la capital del mundo, la verdadera fábrica 
de comillas. El viaje a Italia será “el viaje” […] Allí iba, va e irá 
uno para entender el significado de la ruina […] Estados 
Unidos era la novedad, y no se sabía muy bien cómo 
enfrentarse a ella. Los americanos querían fabricar sus 
propias comillas, y eso no se sabía si era bueno o malo. Y, si 
París era el Ideal, el Oriente era el Ensueño.8 
 
De esos destinos, Estados Unidos de Norteamérica se irá convirtiendo en el 
más reiterado para América Latina, al menos para su élite política que 
desde las guerras de independencia guardaba anhelos de crecimiento 
económico, firmeza institucional, autonomía, democracia y educación, 
rasgos que si bien no serían privativos de los Estados Unidos, sino 
también de referentes clásicos como Francia e Inglaterra, resultaban más 
evidentes en el país americano por haberse consolidado apenas unas 
décadas antes y porque, además, generaba especial interés por tratarse, 
como fue el caso de las naciones hispanoamericanas, de una antigua 
colonia, ésta emancipada del imperio inglés. 
 Sin perder de vista que por mucho Francia seguirá siendo referente 
artístico y cultural, es claro que, pasados los albores del siglo XIX, 
Latinoamérica experimentará una atracción importante por Estados 
Unidosde Norteamérica, nación que entonces figurará “como el espacio 
moderno por excelencia, una sociedad nueva, donde el progreso había 
 
7 Vicente Quirarte, Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva York 
(1830-1895), p. 20. 
8 Martín López-Vega en El viajero modernista, p. 11. 
13 
 
 
logrado desencadenarse del peso de la tradición”.9 El creciente 
imperialismo capitalista desviará, en buena medida, la atención de las 
urbes de antigua tradición. 
Ernesto de la Torre, en “Los Estados Unidos y su influencia 
ideológica”, ofrece un ejemplo del cambio de intereses con el caso de 
México que desvió su mirada de Francia (nación que inspiró las Leyes de 
Reforma y sus respectivas instituciones) hacia el país del norte, al que 
quiere emular en materia de educación: 
 
[…] cuando las instituciones superiores están creadas y 
funcionan, y cuando se hace necesario atender el crecimiento 
escolar, se adoptarán normas educativas procedentes de los 
Estados Unidos. La expansión demográfica y escolar de los 
Estados Unidos y la solución atinada que se le dio a través de 
sus notables pedagogos y de la creación de una cadena de 
establecimientos educativos que satisfacían la necesidad de 
instrucción de capas amplias de población, fue vista con 
interés por los mexicanos y por otros dirigentes 
hispanoamericanos, quienes tratarían de aclimatarlas a toda 
costa a nuestras latitudes.10 
 
A los factores que en Estados Unidos denotan progreso y modernización 
(desarrollo acelerado de la industria, expansión del sistema ferroviario, 
pragmatismo en todos los ámbitos, entre otros), se suma la educación 
como un elemento más para hacer de esta nación el modelo para los 
pueblos de América que entonces se están ocupando de impulsar el 
desarrollo educativo, descuidado durante los años de las revueltas 
sociales. Será entonces labor de la clase dirigente y de intelectuales 
comprometidos con sus sociedades desplazarse para ir a conocer las 
 
9 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y 
política en el siglo XIX, p. 147. 
10 Ernesto de la Torre Villar, “Los Estados Unidos de Norteamérica y su influencia 
ideológica en México (Notas para su estudio)”, en Estudios de Historia Jurídica, p. 
421. 
14 
 
 
exitosas novedades que trae consigo la modernidad y procurar repetirlas 
en territorio propio. 
 En suma, en este contexto de apertura internacionalista, la América 
Latina del XIX vivirá una experiencia peculiar en materia de viajes con 
respecto del resto de las naciones, pues el viajero latinoamericano tendrá 
la encomienda de traer consigo “la palabra traducida, llena de valor, del 
modelo”11 que le dé la posibilidad de insertarse en el progreso. América 
Latina será, en palabras de Julio Ramos, “el lugar del caos; 
representación, en último término, basada en la idea de un orden que se 
presupone realizado afuera. América Latina como carencia de la 
modernidad que define positivamente a Europa o EU”.12 En estos 
términos, el viaje se convierte en un hecho ineludible, necesario en todo 
caso como medio de importación de recursos que propicien el deseado 
progreso cultural y material, que promueva la modernidad. 
 Siguiendo a Ramos, la travesía para el latinoamericano será un 
“ejercicio prospectivo, un desplazamiento hacia el futuro, que le permite al 
viajero distanciarse de las carencias del pasado”.13 Éste, pues, se verá 
investido con la responsabilidad de hacer una cuidadosa revisión de 
cuantos elementos de la modernidad le sea posible para comunicar a su 
pueblo “[…] los signos de un futuro cuyo momento ―superados los 
vestigios de la tradición― habría de llegarle a América Latina.”14 
 Sin embargo, el afianzamiento de los Estados Unidos como modelo 
no impidió que pronto la admiración se mezclara con un sentimiento de 
desconfianza y rechazo. Para México, el anhelo por seguir los pasos del 
coloso de América se ve trastocado a causa de la pérdida de territorio en el 
 
11 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y 
política en el siglo XIX, p. 20. 
12 Óp. cit., p. 57. 
13 Óp. cit., p. 147 
14 Ibídem. 
15 
 
 
norte y, después, con la invasión de éste a tierras mexicanas en 1847. 
Para tales fechas se irá haciendo evidente el dominio político y la 
hegemonía económica que los Estados Unidos ejercerán en el continente. 
La admirada modernización de aquel país tendrá su contraparte, resumida 
en la amenaza a la autonomía latinoamericana. 
 Los testimonios dejados por los viajeros mexicanos del siglo XIX 
―dicho sea de paso, todos ellos pertenecientes a la élite política y/o 
intelectual― se verán diferenciados por la temporalidad en cuanto a la 
postura de adhesión o rechazo. Así, por ejemplo, en el caso de la crónica 
de Lorenzo de Zavala (1788-1836) de 1834, Viaje a los Estados Unidos de 
América, conserva una visión más amable que la de Justo Sierra de 1898, 
En tierra yanqui, en la que se nota una preocupación más o menos 
constante por el expansionismo. A partir de la década del cuarenta el 
interés por los Estados Unidos en Latinoamérica irá en aumento ya no sólo 
por la modernización que denota en todo ámbito, ya no sólo por ser la 
respuesta a la “búsqueda de modelos para ordenar y disciplinar el „caos‟, 
para modernizar y redefinir el „bárbaro‟ mundo latinoamericano”,15 sino 
también por la creciente amenaza en la que se va transformando. Así, se 
convertirá en tema de estudio para los intelectuales de la época. 
Como señala Fausto Ramírez “el artista, con sus finas antenas para 
captar los efectos de toda transformación social, de todo cambio 
fundamental en la vida y en la cultura, reaccionó entre los primeros ante 
estas experiencias inéditas”.16 En su caso, el hombre de letras, para 
exponer sus inquietudes y reflexiones, recurrió a un discurso de origen 
remotísimo, la crónica, la cual se apropió de un lugar en la prensa, entre 
noticias y artículos periodísticos, para convertirse en el discurso 
 
15 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y 
política en el siglo XIX, p. 146. 
16 Fausto Ramíez, “Modernización y modernismo: Una relación incómoda”, 
Modernización y modernismo en el arte mexicano, p. 14. 
16 
 
 
privilegiado de la modernidad que le otorgó al escritor la legitimidad 
exigida por el creciente pragmatismo. En el apartado destinado al análisis 
de las veinte crónicas que conforman En tierra yanqui, me detendré a 
exponer los rasgos de este género reinventado en el siglo XIX, por ahora, 
para continuar con la configuración del contexto en el que Justo Sierra 
escribe su obra, lo que compete es dar cuenta más o menos somera de los 
escritores que lo antecedieron en la exploración de la modernidad 
norteamericana. 
Atendiendo a un orden cronológico, el primero en ser mencionado 
debe ser el político liberal Lorenzo de Zavala (1788-1836). Su viaje al país 
del norte, en 1830, es un hecho destacado en la historia de México por 
haber sido realizado en el marco de las negociaciones de la venta de 
territorio mexicano. La publicación de su libro, por la imprenta parisina 
Decourchant, Viaje a los Estados Unidos de América, no fue inmediata a la 
travesía ―como casi ninguna lo será―, sino que apareció cuatro años más 
tarde, en 1834, a muy poco tiempo de la muerte de Zavala. 
Si bien escrito con el estilo de un libro de memorias, el formato de 
Viaje a los Estados Unidos de América recuerda las crónicas españolas del 
siglo XVI, con un párrafo al inicio de capítulo en el que se resumen los 
temas abordados a lo largo del mismo. En la presentación del libro, su 
autor se ocupa de advertir el cometido de su obra que no será otro que el 
de demandar un cambiode actitud del mexicano inspirado en la nación 
vecina: “Tú, amigo lector, procura leer este libro con atención, y espero que 
cuando lo hayas leído habrás cambiado muchas de tus ideas”.17 
En la misma presentación de Zavala sorprende la severidad del tono 
discursivo, diferente del usado a lo largo del texto. En aquella, la 
confrontación del pueblo yanqui con el mexicano, más bien velada a lo 
largo de la narración, se radicaliza: 
 
 
17 Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados Unidos de América, p. VII. 
17 
 
 
[…] el norteamericano trabaja, el mexicano se divierte; el 
primero gasta lo menos que puede, el segundo hasta lo que no 
tiene; aquel lleva a efecto las empresas más arduas hasta su 
conclusión, éste las abandona a los primeros pasos; el uno 
vive en su casa, la adorna, la amuebla, la preserva de las 
inclemencias; el otro pasa su tiempo en la calle, huye la 
habitación […] En los estados del Norte todos son propietarios 
y tienden a incrementar su fortuna, en México los pocos que 
hay la descuidan y algunos la dilapidan.18 
 
Como ya había mencionado ―y como es evidente en el pasaje anterior―, su 
visión del pueblo yanqui está marcada por una aceptación, casi sin 
contrapeso, de sus instituciones y de su población pues, pese a la 
conflictiva relación entre las naciones vecinas, sería hasta el fin de la 
intervención norteamericana (1848) que se vería con claridad el efecto 
pernicioso de las políticas estadounidenses en México. En tanto eso 
ocurriera, Zavala insiste en los adelantos en materia de leyes, educación, 
comunicación (difusión de la prensa) e, incluso, en la profesión de cultos 
religiosos que, cosa singular, se torna de un interés mayúsculo para el 
político. 
 Justo Sierra O‟Reilly (1814-1861) es el segundo en publicar su 
propio testimonio de viaje: Impresiones de un viaje a los Estados Unidos de 
América y Canadá19 (1850). Comisionado para procurar conseguir el apoyo 
de las autoridades americanas contra el levantamiento indígena que había 
estallado en Campeche, Sierra O‟Reilly se encamina desde su ciudad natal 
 
18 Lorenzo de Zavala, Viaje a los Estados Unidos de América, p. IV. 
19 Hoy en día no se encuentra ejemplar de esta obra en librerías o bibliotecas, por 
lo que la información que aquí vierto, en cuanto al contenido del texto, se 
desprende de la ponencia de Romina España, “La nación utópica y el discurso 
ideológico en la literatura de viaje de Justo Sierra O‟Reilly” y del ensayo de autor 
desconocido “El Viaje, los viajes y los viajeros. La literatura de viajes y los viajeros 
latinoamericanos”, el primero alojado en el blog Círculo de Estudios de Filosofía 
Mexicana, http://filosofíamexicana.wordpress.com, y el segundo en la página 
www.diss.fu-berlin.de. 
http://filosofíamexicana.wordpress.com/
18 
 
 
hacia Washington el 12 de septiembre de 1847, en donde las negociaciones 
le demandarán una estancia, tan sólo en esta ciudad, de 
aproximadamente seis meses.20 Más allá de las impresiones que Sierra 
deja del paisaje, de la gente, las instituciones y la cultura, el texto ha sido 
estudiado sobre todo por las precisiones que puede ofrecer en materia de 
historia política, aunque como dirá el propio Sierra en la advertencia al 
lector, sus impresiones de viaje son de interés simplemente por tratarse de 
un país que “por mil títulos puede y debe excitar nuestra curiosidad”.21 
De entre esos “mil títulos”, un buen ejemplo será el testimonio que 
deja de su contacto con uno de los más clásicos emblemas de la naciente 
modernidad: el ferrocarril. El trayecto comprendido entre Maryland y 
Washington concedió a Sierra O‟Reilly la oportunidad de sumar a su 
recorrido, casi por completo marítimo ―intercalado sólo a tramos por 
diligencias―, el uso del ferrocarril, aún inexistente en México en época del 
autor. El relato del recorrido en este medio de transporte, por tanto, es 
una novedad. El resto de los asuntos comentados se apegará en lo general 
a los también reseñados por Zavala, esto es, historia, leyes, instituciones y 
personajes. 
 Además de Impresiones de un viaje a los Estados Unidos de América 
y Canadá, publicado apenas dos años después de la estancia de Justo 
Sierra O‟Reilly en tierras estadounidenses, se editó, muchos años después, 
en 1938, el diario que el campechano escribió entre 1847 y 1848 con el 
título Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos: La pretendida anexión 
 
20 El viaje, contando desde la salida de Campeche el 12 de septiembre de 1847 
hasta su vuelta al país a mediados de 1848, se prolonga por casi un año. En la 
época, un recorrido de estas características, de Campeche a Nueva Orleáns, 
tomaba aproximadamente 13 días, pero la duración podía ser mayor si al 
trasladarse de un puerto a otro la programación de la salida de los barcos no 
estaba muy próxima. 
21 Citado en Romina España, “La nación utópica y el discurso ideológico en la 
literatura de viaje de Justo Sierra O‟Reilly”, p. 8. 
19 
 
 
de Yucatán, y 15 años más tarde, el complemento de estas notas, Segundo 
libro del diario de mi viaje a los Estados Unidos (La pretendida cesión de la 
Península de Yucatán a un gobierno extranjero). Tal cantidad de material 
nos da una idea ―además, claro, de la disciplina de escritura del autor― 
del interés con que el escritor campechano observó a la sociedad 
americana. 
De estos dos testimonios de viaje correspondientes a la primera 
mitad del siglo XIX, la historia de la crónica sobre Estados Unidos en 
México da un salto hasta el año 1875, con Francisco Bulnes (1847-1924) y 
sus Once mil leguas sobre el hemisferio Norte: Impresiones de viaje a Cuba, 
los Estados Unidos, el Japón, China, Cochinchina, Egipto y Europa.22 
Bulnes había viajado a Japón en 1874 como miembro de la Comisión 
Astronómica encargada de registrar la trayectoria del planeta Venus por el 
sol, fenómeno más visible desde Asia. El viaje, como podrá imaginarse, se 
realizó con repetidas escalas que le brindaron la oportunidad de conocer 
las naciones que enuncia. 
En lo que respecta a sus impresiones sobre los Estados Unidos, a los 
temas frecuentados por los viajeros del XIX, Bulnes agrega el del confort 
como un rasgo muy propio del pueblo yanqui, y el de la actitud autónoma 
y decidida de la mujer anglosajona. En cuanto a su impresión general del 
norteamericano, se nota ya un distanciamiento de la pregonada durante la 
primera mitad del siglo; el encomio se ve disminuido por un juicio mucho 
más crítico y severo: 
 
Sin duda alguna es el pueblo que más ama la civilización; pero 
habiendo inventado el misticismo de la sensación por 
toneladas, la ama en blocks, sin acordarse de que existe el 
refinamiento. Aprecian como magnífico un festín que hubiera 
arruinado a Creso, cuando los convidados comen como tigres 
en convalecencia; no aprecian los siglos en las porcelanas, ni 
 
22 El título, por supuesto, alude a Julio Verne y sus Veinte mil leguas de viaje 
submarino, publicada unos años antes, en 1871. 
20 
 
 
los años en los vinos […] La música les atrae como el Niágara, 
por el gran ruido […] Para ellos, el gusto se encuentra en la 
cantidad de efecto, y creen gozar cuando alcanzan un estado 
apoplético de conciencia, en medio de una de esas apoteosis 
del estruendo.23 
 
En contraste con el número reducido de páginas que Francisco Bulnes 
dedica a la nación norteamericana (poco menos de sesenta cuartillas), 
aparece a escasos dos años de distancia Viaje a los Estados Unidos, obra 
del popularísimo poeta Guillermo Prieto (1818-1897), que se extiende a 
más de 1700 páginas repartidas en tres tomos. En tan amplia obra el 
lector seguramente esperaría estudios concienzudos o descripciones 
minuciosas, quizá advirtiendo tal situación y paraprevenir de cualquier 
desilusión, el autor se anticipa a decir: “Buen chasco se lleva quien 
busque en este libro observaciones profundas, estudios serios, animadas 
descripciones […] Los míos han sido viajes al vapor, siempre con un pie en 
el estribo”.24 
 Y en efecto, el viaje a Estados Unidos fue “al vapor” no por la 
presunta vertiginosidad de la travesía ―discutible pues su estancia es de 
más de seis meses―, sino porque todavía realiza buena parte del recorrido 
en un barco de vapor que zarpa de Manzanillo el 13 de enero de 1877. Si 
en un afán de contextualización sumamos a la supervivencia del barco la 
de la litografía en la prensa, sabremos con certeza que, aunque con 
Guillermo Prieto estamos ya en el último cuarto del siglo, sus crónicas aún 
pertenecen a una época previa al auge de la modernización en México. 
 Antes de adelantar más detalles del texto, es oportuno indicar del 
viaje que si bien el propio autor no anuncia que se trate de una misión de 
carácter oficial, se intuye que es así pues se traslada en compañía de 
 
23 Francisco Bulnes, Once mil leguas sobre el hemisferio Norte: Impresiones de 
viaje a Cuba, los Estados Unidos, el Japón, China, Cochinchina, Egipto y Europa, 
p. 46. 
24 Guillermo Prieto (Fidel), Viaje a los Estados Unidos, p. IX. 
21 
 
 
algunos de los políticos más activos del momento: José María Iglesias 
(1823-1891), Manuel Romero Rubio (1829-1895) y Joaquín Alcalde (1833-
1885). La observación es útil para destacar que de los viajes mencionados, 
desde Lorenzo de Zavala hasta Guillermo Prieto, todos se originan en una 
comisión gubernamental. 
 De la configuración de las crónicas del poeta habrá que decir que 
sigue “un esquema común a los libros del siglo XIX, consistente en relatar 
sus impresiones personales e incorporar descripciones contenidas en 
guías”, según anota Vicente Quirarte de los viajeros de este periodo.25 De 
hecho, en alguna parte de la obra, refiere haber recorrido las calles con 
una guía de la ciudad en mano, lo que le facilita la posibilidad de 
compartir muchos datos informativos: fechas, nombres exactos de lugares 
o personajes, precios, productos en venta, historia de establecimientos, 
etcétera. También, como en la guía de viajes, menciona sucesos históricos 
sin reparar demasiado en el recuento de los hechos, contrario a lo que 
harán Zavala, Sierra O‟Reilly y Sierra Méndez. Se detiene, en cambio, a 
relatar sus encuentros con personas de las que da nombre y apellido (lo 
que lleva a su discurso a un terreno más particular e íntimo). Su 
coincidencia más clara con los cronistas que le anteceden es el recurso de 
la comparación entre México y Estados Unidos, aunque, a diferencia de 
Zavala o Sierra O‟Reilly, Prieto recurre al comparativo no con la intención 
de evidenciar carencias o cualidades, sino con la sola intención de 
destacar relaciones de afinidad, como cuando durante una caminata entre 
Washington y el Capitolio, asemeja el paisaje con el de San Ángel o 
Mixcoac. 
 Y aunque Prieto insista en no querer hacer descripciones 
minuciosas, su texto lo contradice de forma contundente, basten unos 
cuantos ejemplos para sostenerlo: sobre la avenida Pensilvania dirá cuál 
 
25 Vicente Quirarte, Republicanos en otro imperio. Viajeros mexicanos a Nueva 
York (1830-1895), p. 50. 
22 
 
 
es la longitud de ésta, la medida de sus banquetas, el aspecto de los 
árboles de alrededor, etcétera; en el caso del Capitolio, menciona cada una 
de las pinturas que lo decoran; en la Cámara de Diputados, detalla la 
dinámica de las sesiones, los nombres de los artistas que esculpieron las 
estatuas del recinto e, incluso, la fecha de nacimiento de aquellos. En fin, 
no por nada le llevó más de 1700 páginas dar sus impresiones de los 
Estados Unidos. 
 En cuanto a temas reiterados, Guillermo Prieto retoma el de la 
industria, pero aportando un ejemplo distinto al de la Bolsa de Algodón 
(comentado comúnmente por los viajeros de la época): el de un matadero 
en Nueva York. Aquí la descripción una vez más se elabora a detalle, a 
partir de un diálogo que mantiene con su cicerone, tal como ocurre la 
mayor parte del tiempo. El recurso del diálogo, la preponderancia del dato 
informativo y la extensión del discurso son los rasgos que singularizan su 
Viaje a los Estados Unidos. 
Al final de la lista de testimonios de la travesía por los Estados 
Unidos de Norteamérica que anteceden a Justo Sierra Méndez se 
encuentra Alberto Lombardo (?), quien publica Los Estados Unidos: Notas 
y episodios de viaje, en 1884. El autor, con argumento que recuerda a 
Sierra O‟Reilly, justifica su obra en los siguientes términos: “[…] salen a la 
luz pública estas páginas porque es conveniente que en México se 
conozcan los Estados Unidos de todas las maneras y por todos los medios 
posibles”.26 Y, exhibiendo una exagerada modestia, comenta de la estética 
y utilidad de su obra: “Sin estilo brillante, del que no somos capaces, sin 
gran acumulación y desarrollo de materias, que intencionalmente hemos 
omitido, servirá al menos para estimular esta clase de estudios, y para que 
 
26 Alberto Lombardo, Los Estados Unidos: Notas y episodios de viajes”, en el 
prólogo sin paginación de la versión digital línea alojada en la página de Rice 
University's Digital Scholarship Archive, http://scholarship.rice.edu. El texto 
impreso, tal como el propio autor, es apenas conocido. 
http://scholarship.rice.edu/
23 
 
 
plumas más hábiles traten cuestiones que consideramos para el país 
interesantes”.27 Tales cuestiones serán, por supuesto, la industria (a 
diferencia de Guillermo Prieto, ésta sí enunciada desde el ejemplo de la 
Bolsa de Algodón), la libertad y las leyes. 
 Además de estos tópicos, Lombardo Toledano describe con cierta 
insistencia el paisaje natural ―lo que sí es una novedad en el contexto de 
las crónicas del siglo XIX ocupadas casi exclusivamente de la urbe―, 
aunque sin alejarse del discurso de la modernidad. Cuando hable de lagos, 
referirá el complejo sistema de comunicación acuífero; cuando se trate del 
campo, destacará el sistema ferroviario que lo atraviesa o el sistema de 
cultivo; cuando toque el turno a la serranía, resultará el tema de la 
minería. De la conjunción de temas arduamente repasados y de aspectos 
novedosos por su descripción menos recurrente, resulta una visión un 
tanto más completa del pueblo estadounidense en la que se alcanza a 
distinguir la intención conciliadora del autor que se aleja lo mismo del 
puro elogio que del desdén. En las últimas líneas de Los Estados Unidos: 
Notas y episodios de viajes se sintetiza dicha postura: “Procuremos 
estudiarlos. Conociéndolos bien podremos imitar sus cualidades, evitar 
sus defectos, y de este modo de obrar recogerá beneficios la patria”.28 
Más de una década después de la crónica de Alberto Lombardo, 
aparece la de Justo Sierra Méndez que de manera directa o indirecta sigue 
a sus antecesores en temática, en la reproducción de sitios, personajes y 
hechos emblemáticos, en el juicio que se configura de los Estados Unidos 
―más con unos que con otros―, e, incluso un poco, en estilo. 
 
27 Alberto Lombardo, Los Estados Unidos: Notas y episodios de viajes”, prólogo sin 
paginación. 
28 Óp cit., p. 242. 
 
 
 
 
 
 
 
25 
 
 
1.1.2 La crónica en la obra de Justo Sierra 
 
En “Cristal de Bohemia” ―artículo publicado en El Renacimiento. Periódico 
Literario (1869) en enero―29 Justo Sierra comenta sobre los Estados 
Unidos: “[…] en nuestra vecindad, donde se trabaja tanto, poco a poco se 
ha encontrado el tesoro; por eso esa nación que allende el Bravo se mueve 
siempre y sin cesar sobre su acerada alfombra de telégrafos y rieles, será 
dentro de doscientos añosuna nación de ricos”. Y después de reiterar en 
unas seis líneas más esta primera idea que vincula trabajo, modernización 
y riqueza, vuelve los ojos a México para expresar el comparativo: “¡Da risa 
nuestro atraso!”, y agrega, “Ya el tiempo de maldecir la riqueza pasó. El 
vulgo se afana por conseguirla, los sabios la estudian”. 
 Veintiséis años después de emitido este juicio juvenil, toca el turno a 
él mismo de estudiar a los Estados Unidos. Así, a partir de una estancia de 
poco más de un mes en el país norteño, se entrega a la tarea de indagar en 
la nación vecina lo mismo aspectos relacionados con la riqueza económica, 
que temas como la industria, la educación, el arte o la historia, para luego 
compartir su experiencia, en principio, en una serie de dieciocho crónicas 
publicadas en El Mundo. Semanario Ilustrado (1894-1914) ―de Rafael 
Reyes Spíndola―, y después, con un agregado de dos crónicas, en su libro 
En tierra yanqui. (Notas a todo vapor). 1895, publicado por la editorial 
Tipografía de la Oficina Impresora del Timbre de Palacio Nacional, en 
1898. 
 La primera de esa serie en su versión hemerográfica, “Niágara”, se 
publicó el 12 de abril de 1896; hasta antes de ésta, la producción 
cronística de Sierra es tan escasa que puede enunciarse en unas cuantas 
líneas: “La cascada de Tizapán” (1869) y “Metlac” (1869), publicadas en El 
 
29 El Renacimiento, México, 2 y 9 de enero de 1869, recogido en Justo Sierra, 
Crítica y artículos literarios, pp. 11-15. 
26 
 
 
Renacimiento; “Trinitarias” (1871)30 y “La fiesta de los muertos en el 
cementerio francés” (1874), publicadas en El Federalista (1871-1878); y, 
por último, “De México a Toluca. Impresiones de un viaje en un tren de 
prueba” (1882) y “La fiesta francesa” (1882), ambas en La Libertad. 
Periódico Científico, Político y Literario (1878-1885) como parte de su 
sección “La Semana”.31 
En su prosa más temprana “Conversaciones del Domingo”,32 su 
columna de El Monitor Republicano (1844-1896), se advierte la presencia 
de la crónica como complemento de la narrativa de esta serie literaria, a la 
cual el mismo Sierra definió, apenas en la primera entrega, como “folletín”, 
mas no en el sentido de narración episódica, sino a la manera francesa 
―en el que no existe tema impuesto o plan previo, y comprende lo mismo 
artículos de diversa índole, que crónicas y relatos también de tema 
variado― y agrega sobre las características del género: 
 
 Hacemos sin duda una innovación en la prensa nacional, y 
emprendemos una tarea quizá superior a nuestras fuerzas; pero 
protestamos que osadía tal, sólo ha sido motivada por el deseo 
vehemente de agregar nuestro insignificante impulso al 
movimiento, que gracias al celo de inteligencias superiores 
[líneas antes había mencionado a Alexandre Dumas, Eugène 
 
30 Intercalada con un cuento, a la manera de “Conversaciones del Domingo”, 
aunque en este caso en el cuento se intercalaba la crónica. 
31 Cristina Barros en “Crónicas de Justo Sierra” incluye en este género “La 
exposición de Campeche”, lo que parece poco acertado pues el texto es más una 
apología de la ciudad de Campeche escrita por encargo para cubrir lo que el 
mismo Sierra llama “la crónica oficial” que se habría retrasado “por la lentitud de 
los viajes del paquete”. Véase “La exposición de Campeche” en Justo Sierra, 
Crítica y artículos literarios”. 
32 La serie “Conversaciones del Domingo”, conformada por 25 prosas, fue 
publicada semanalmente en El Monitor Republicano entre el 5 de abril y el 20 de 
septiembre de 1868, y recogida en el tomo II, Prosa literaria, de Obras completas 
de Justo Sierra. 
27 
 
 
Sue, Théophile Gautier y otros], parece efectuarse en la capital, y 
que si adquiriese definitivamente un carácter positivo y durable, 
pronto marcaría sus consecuencias en todo el país.33 
 
Con tal aseveración se muestra su voluntad por no circunscribirse a la 
crónica; en cambio, se advierte su deseo por incursionar en un híbrido que 
persigue la variedad a partir de leyendas, cuentos, reflexiones, artículos, 
crónica y, en su caso, hasta una epístola. En reiteración del 
distanciamiento entre la crónica que hacía el recuento de sucesos 
específicos con la única intención de informar y lo que hace en esta serie 
de prosas Justo Sierra, su maestro Ignacio Manuel Altamirano (1834-
1893) explica: 
 
¿Qué cosa es esta conversación? ¿Quién es Justo Sierra? Pues 
vamos a decíroslo: La “Conversación del Domingo” es un 
capricho literario; pero un capricho brillante y encantador. No es 
la revista de la semana, no es tampoco un artículo de 
costumbres, no es la novela, no es la disertación; es algo de todo, 
pero sin la forma tradicional, sin el orden clásico de los 
pedagogos; es la causerie, como dicen los franceses, la charla 
chispeante de gracia y de sentimiento, llena de erudición y de 
poesía; es la plática inspirada que a un hombre de talento se le 
ocurre trasladar al papel, con la misma facilidad con que la 
verterían sus labios en la presencia de un auditorio escogido. La 
causerie es un género de origen francés, pero que puede 
naturalizarse en todas partes porque todos los idiomas y todos 
los pueblos se prestan a ello […] Es el género que debe ocupar el 
folletín usurpado por la novela y por las revistas. En México, a 
Justo Sierra pertenece el honor de haberlo introducido, ¡y cuán 
ventajosamente! En este estilo hechicero y sabroso es ya una 
notabilidad, y en Francia misma, patria de la “conversación” él 
ocupará un lugar distinguido entre los más destacados 
conversadores […].34 
 
 
33 Justo Sierra, Prosa literaria, p. 71. 
34 En Ignacio M. Altamirano, Obras completas, XII. Escritos de literatura y arte, 1 
(1988), pp. 86-87. 
28 
 
 
En “Conversaciones del Domingo” los ejemplos de crónica que se pueden 
rastrear son los publicados el 12 de abril y 10 de mayo de 1868, que 
abordan el tema de las Veladas Literarias; y ya como forma 
complementaria a su narrativa, como recurso literario, los casos de un par 
de cuentos: el que relata la trágica historia de Manuel, su supuesto 
compañero del colegio, y el de la historia de Carlos A. Fuera de ello no 
habrá mayor producción cronística en Sierra. Además, aquí es oportuno 
señalar que de todos los casos mencionados sólo “La cascada de Tizapán”, 
“Metlac” y “De México a Toluca” corresponden a la crónica de viajes, tal 
como En tierra yanqui. 
 Es interesante, entonces, cómo el Sierra de la madurez regresa a un 
género en el que apenas incursionó en su juventud. Hay que recordar que 
la etapa juvenil de éste, para ser más precisos, la etapa de estudiante, 
corresponde a su intervención en la literatura desde la tribuna del 
diarismo y las veladas literarias, y la de madurez a la del activismo político 
y social. Como bien lo expresa Carlos J. Sierra en Justo Sierra, periodista, 
las colaboraciones del campechano en los periódicos: 
 
[…] ingresan en el marco del estilo literario, pero a poco cruzó la 
línea y pasó a formar parte en las filas del diarismo actuante, 
aquel de continuo análisis de los asuntos políticos y sociales de 
mayor importancia; esto es, sin dejar en algunos momentos de 
seguir colaborando en asuntos literarios en periódicos y revistas 
de la capital y del interior.35 
 
El cambio en sus intereses personales explica la considerable distancia 
temporal entre sus primeras crónicas y la serie publicada en El Mundo. 
Semanario Ilustrado. El Sierra estudiante no podría haber visto en la 
 
35 Carlos J. Sierra (semblanza y compilación), Justo Sierra, periodista, p. 14. De 
las publicaciones del interior de la República, se tiene noticia de que publicó en 
Boletín del Hospicio de Orizaba, de la ciudad de Veracruz, donde, al parecer, 
radicaba por laépoca su hermano Santiago. 
29 
 
 
crónica un terreno propicio para sus aspiraciones líricas, pero sí el Sierra 
que se propone servir a su país. En tal caso, es notorio que la disyuntiva 
entre poesía y prosa es una idea bien arraigada en éste desde muy 
temprana época, del mismo modo, es evidente que el quehacer social es 
también una convicción de antaño; muestra de esto es el ensayo biográfico 
de 1869, “Lamartine”, en el que al referirse a la transición en la obra del 
literato, crea un símil de sí mismo: “El hombre que había dado todo su 
corazón a la poesía, iba a dar toda su inteligencia a la patria. La lucha, el 
trabajo, el valor, la abnegación, la política, lo esperaban. El poeta del 
corazón se había eclipsado. El poeta de la tribuna iba a comenzar”.36 
Este comentario coincide con otros tantos en los que Sierra asocia 
de manera inherente la poesía con la juventud, comentarios que, al final, 
convergirán en él mismo. De forma explícita Sierra lo expresa en un 
artículo para La Libertad de 1880, en el cual recuerda las palabras que 
Benito Juárez le dirigiera tras una de sus primeras intervenciones 
parlamentarias: “Ya pagó usted […] su tributo a los sentimientos poéticos; 
llegará día en que comprenda usted que puede servir mejor a su país, 
aunque sea en prosa”, Sierra, convencido de ello, agrega “la profecía se ha 
cumplido y estoy ya en la época de la prosa”.37 El abandono de la lírica por 
la prosa que tantas veces enunció no se concretó del todo, sin embargo es 
posible sostener que, a sus pocos más de treinta años, el distanciamiento 
de la poesía era notable pues a su interés literario se habían antepuesto 
otros que lo alejaban de este terreno. No obstante, estaba por venir un 
segundo momento de proliferación literaria. 
Antes de revisar ese “segundo momento literario” que inicia con En 
tierra yanqui, es útil repasar las circunstancias del rompimiento casi 
rotundo con la literatura de juventud, la de su etapa de poeta que empieza 
apenas a sus 19 años con la publicación de un poema de título impreciso 
 
36 “Lamartine” en Justo Sierra, Crítica y artículos literarios, p. 35. 
37 En Justo Sierra, Periodismo político, p. 284. 
30 
 
 
en el diario El Globo (1867-1869), al que le seguirán “Playera”,38 “El canto 
de las hadas”, “El genio” y “Dios”. A estas manifestaciones de su obra 
poética, le suceden las ya comentadas prosas de “Conversaciones del 
Domingo”, y al año siguiente, en el periódico de su amigo Ignacio Manuel 
Altamirano, El Renacimiento, interviene lo mismo con poesía (“Las alumnas 
del conservatorio”) que con prosa (“Cristal de Bohemia”, “La cascada de 
Tizapán” y “Lamartine”, entre otros artículos), y es aquí mismo donde 
aventura su primera novela El ángel del porvenir, que, retomando las 
palabras de Riva Palacio “quedó por venir”39 pues nunca fue concluida. 
Una vez terminados sus estudios de leyes en 1871, continúa 
colaborando de forma irregular en El Siglo Diez y Nueve (1841-18??), en el 
cual se pueden leer los poemas “A Cuba insurgente” y “El poeta mártir”, lo 
mismo que el artículo político “Los dos partidos” o “El Estado y los 
jesuitas”, éste de carácter social. A la par, pero en éste sí de manera 
regular, interviene en la sección literaria de El Federalista, al lado de 
personalidades como José Tomás de Cuéllar (1830-1894), Vicente Riva 
Palacio (1832-1896), Francisco Sosa (1848-1925) e Ignacio Manuel 
Altamirano. Como es notorio, los intereses puramente literarios se van 
mezclando con sus inclinaciones de tipo social y político, hasta que la 
literatura se va desdibujando de su quehacer, nada de extrañar si se 
considera que, una vez integrado a la Tercera Sala de la Suprema Corte de 
Justicia, en 1874, la abogacía se impone a sus placeres juveniles. 
Así pues, el año de 1876 y el periódico El Federalista marcan la 
transición del literato al jurisconsulto, al hombre de las causas sociales. 
 
38 Éste, por lo que se lee en las “Conversaciones del Domingo”, fue publicado en 
La Iberia. 
39 En Los ceros, Riva Palacio comenta de esta novela: “Sierra comenzó a escribir 
una gran novela: El ángel del porvenir, le llamo „grande‟ porque me sospecho que 
tal fue la intención de su autor; pero sólo se exhibió al público una pequeña 
parte: esto es, el „ángel‟ quedó „por venir‟” (p. 77). 
31 
 
 
Tal es la convicción de Sierra por aquellos años que, en defensa de su 
postura política, renuncia al diario de Altamirano, incompatible 
ideológicamente con él, y funda El Bien Público, empresa periodística de 
apenas unos meses de circulación ―agosto a octubre de 1876― que se 
convertirá en su tribuna. Por entonces Justo Sierra tiene la certeza de ser 
un instrumento para reorientar el rumbo de la nación, en principio, a 
través del discurso escrito, después, de manera mucho más rotunda, 
uniéndose al grupo de inconformes liderado por José María Iglesias (1823-
1891), presidente de la Suprema Corte de Justicia, en el movimiento 
Legalista contrario a la reelección del presidente Sebastián Lerdo de Tejada 
(1823-1889). 
El resultado poco favorable de la rebelión política no fue suficiente 
para desanimar a Sierra, estaba aún muy lejos de contemplar su retorno 
al terreno más amable de la literatura, por el contrario, después de un 
breve periodo de distanciamiento de la prensa en el que se dedicó casi en 
exclusiva a los asuntos que como secretario interino de la Tercera Sala de 
la Suprema Corte de Justicia le tocaba resolver, lo mismo que a impartir 
su cátedra de Historia en la Escuela Nacional Preparatoria, recién asumida 
en 1877, regresó con más bríos a la escena pública con una empresa 
editorial que resumiría su pensamiento político: La Libertad. Periódico 
Científico, Político y Literario (1878-1885). Integrado por Santiago Sierra 
(1850-1880), Francisco G. Cosmes (1850-1907), Eduardo Garay (?), 
Telésforo García (1844-1918) y el propio Justo ―quien apenas transcurrido 
el primer trimestre de la publicación asumió la dirección―, el cuerpo de 
redactores de La Libertad en breve se olvidó de los temas científicos y 
literarios, para de nueva cuenta adentrarse en política. 
Es hasta 1880 que Justo Sierra se desencanta del activismo luego 
del muy penoso incidente que cobra la vida de su hermano menor, 
Santiago Sierra. Según lo observa Claude Dumas, “fueron las tensiones de 
la lucha electoral las que se encontraban en el trasfondo de la querella que 
32 
 
 
degeneró en asunto de honor”,40 en un duelo donde Ireneo Paz (1836-
1924), presidente del diario La Patria (1878-1908), asesina a Santiago. La 
muerte de éste repercute de tal manera en Justo Sierra que ese mismo año 
renuncia a la dirección del diario al mismo tiempo que a la militancia 
política. Los temas que a partir de 1881 lo mantendrán en la escena 
pública serán la historia y la educación, de este último, de hecho, su 
trabajo será tan productivo que dará casi por sí solo para sostener la 
sección titulada “La Semana”. 
Pero si bien la lucidez intelectual de Sierra no deja de brillar en estos 
otros terrenos, su estado emocional sí debió verse disminuido 
considerablemente, lo que habrá motivado su deseo de retraerse de los 
diarios, de tal suerte que el 6 de enero de 1885, con la publicación del 
último número de La Libertad, aparece también una carta de Justo Sierra 
en la que anuncia su retiro definitivo del periodismo. A sus 37 años, Sierra 
renunciaba a su privilegiado espacio en la tribuna por excelencia del siglo 
XIX, mas no los editores que en diversas ocasiones llevan su obra a las 
páginas de los diarios, por lo que, pese a ya no ser colaborador de ninguna 
publicación, no dejan de aparecer poemas y artículos diversos de su 
autoría. El alejamiento, en todo caso, no será tan rotundo en la percepción 
de los lectores, en tanto que para Sierra será el tiemponecesario para 
recuperarse del duelo y permitir el regreso del autor al ámbito de la 
literatura, aunque en principio de una manera más o menos soslayada. 
A su retorno a la literatura, Justo Sierra es ya una personalidad 
indispensable de la cultura mexicana pues en él se reconoce lo mismo al 
poeta que al político, historiador y educador. Desde esta favorecedora 
posición, en 1889 funda la Revista Nacional de Letras y Ciencias (1889-
1890), dirigida por él mismo en colaboración con Francisco Sosa, Gutiérrez 
Nájera (1859-1895) y Jesús E. Valenzuela (1856-1911). Esta publicación 
será el inicio del mencionado segundo periodo de Sierra en las letras 
 
40 Claude Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo, t. I, p. 186. 
33 
 
 
mexicanas, además de ser su acercamiento definitivo al nuevo estilo 
literario, tal como lo expresa su biógrafo Agustín Yáñez: 
 
El agrupamiento con estos nombres y el estilo de la publicación 
señalan otra época en la vida de Sierra […] Más jóvenes que 
Justo, traían a las letras un sentido nuevo. Eran el modernismo. 
Su asociación con Sierra es elocuente. Le reconocían aquel afán 
de rigor y reforma, el espíritu abierto y flexible, la voluntad ágil e 
intrépida, el humor lleno de sales para toda preservación, el culto 
y el matiz franceses, al tiempo que la castiza resistencia; lo 
mexicano y lo universal en llave de crítica; es decir, cuanto la 
nueva generación inscribía en sus banderas. Él, a su vez, halló 
en ellos una rejuvenecida consanguinidad; el puente amistoso 
que lo enlazaba con la descendencia de sus discípulos y le abría 
perspectivas, exigencias, impulsos nuevos. A ellos seguiría 
sucesivamente ligado en Revista Azul y en la Revista Moderna.41 
 
De la docencia en la Escuela Nacional Preparatoria se iba extendiendo 
hacia el terreno literario el título de maestro con el que la nueva 
generación fue identificando a Justo Sierra, además de por las razones 
expuestas por Agustín Yáñez, porque con la partida de Ignacio Manuel 
Altamirano ese mismo año de 1889 a Europa para asumir el consulado 
general de México en España, el lugar de “maestro” quedaba vacante. 
Asimismo, la presencia de Justo se vuelve más notoria con su intervención 
en las veladas literarias, aunque sin descuidar sus proyectos educativos y, 
por supuesto, su obra histórica, de la que da ejemplar muestra, en 1889, 
en los primeros números de la Revista Nacional de Letras y Ciencias con 
su ensayo México social y político. Apuntes para un libro. 
Seguramente habrá sido la ocupación en estas mismas actividades 
lo que explica que desde este reencuentro con las letras en 1889 pasen 
todavía cinco años, poco más o menos, para encontrar nuevo material 
literario de Justo Sierra en los diarios de la capital. El primer material 
inédito serán las traducciones de Los trofeos de José María Heredia en 
 
41 Agustín Yáñez en Justo Sierra, Estudio general y poesías, p. 112. 
34 
 
 
Revista Azul (1894-1896), en 1894; al año siguiente, en esa misma 
publicación, el poema “José Martí”; y, aunque no inédito, pero adaptado 
para su publicación como libro, la selección de prosas de “Conversaciones 
del Domingo” que en ese mismo 1895 aparecieron con el título Cuentos 
románticos. 
Precisamente es en esta época de participación simultánea en 
diversos ámbitos que el campechano se entrega a la tarea de exponer a los 
Estados Unidos de Norteamérica a través de sus crónicas, y regresa, 
entonces, de manera más regular a las columnas de la prensa mexicana 
con “Niágara”. Después de este primer acercamiento del 12 de abril de 
1896, aparece, diez meses más tarde, el 28 de febrero de 1897, “Nueva 
Orleáns”, y a partir de ésta la publicación será más continua, aunque de 
periodicidad muy irregular: cada 8, 15, 30, 45 días o hasta dos meses, e, 
incluso, se verá suspendida poco más de cuatro meses, entre julio y 
octubre de 1897, y reiniciará el 28 de noviembre del mismo año hasta su 
conclusión el 21 de agosto de 1898. 
El escenario para el retorno contundente de Justo Sierra a la 
literatura no podrá ser mejor que el de El Mundo. Semanario Ilustrado 
(1894-1914). La revista dirigida por Rafael Reyes Spíndola (1860-1922) era 
un espacio abierto a la política, cultura, moda, eventos sociales y, claro, 
literatura. Una revista de élite ―según lo que se anota en la editorial del 2 
de enero de 1898: “Nuestro semanario es y ha sido siempre para la gente 
elegante e ilustrada de México, por consiguiente debe ser un eco de las 
reuniones y espectáculos a que concurre la misma”―42 que albergará, en 
distintos momentos, poesía de Ignacio Manuel Altamirano, Luis G. Urbina 
(1864-1934, Amado Nervo (1870-1919) y Salvador Rueda (1857-1933), 
relatos de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), y crónicas de Luis González 
Obregón (1865-1938), por mencionar algunos que dan idea del prestigio de 
la publicación. Y, por si esto fuera poco, aunado al atractivo de sus 
 
42 El Mundo. Semanario Ilustrado, 2 de enero de 1898, p. 4. 
35 
 
 
redactores, la revista se ostentaba, por un lado, con los grabados de Julio 
Ruelas (1870-1907), y por otro, con la novedad de la fotografía, destinada 
casi por completo a retratar personajes de la vida pública. 
 Así pues, el Sierra literato, el que aún estudiante sorprende con su 
inspiración poética y que pronto se convierte en la figura indispensable de 
los actos públicos de la sociedad mexicana, el que incursiona lo mismo en 
cuento, que en crónica, novela e incluso en drama,43 reaparece en 
literatura, a muchos años de distancia, en un espacio periodístico óptimo y 
esta vez en un escenario literario ya alejado al de los cánones románticos 
que marcaron su juventud. No obstante que para 1895 será imposible 
hablar del campechano en términos exclusivamente literarios, pues su 
calidad de historiador y educador, del mismo modo que su carrera judicial 
―en 1894 había protestado como magistrado en la Suprema Corte de 
Justicia― lo refutarían, es innegable que el quehacer literario será una 
faceta muy destacada en esta etapa, al menos hasta antes de que sus 
intereses en el terreno de la educación lo lleven a convertirse en el 
subsecretario de Instrucción Pública, en 1901. 
 Como se verá en el apartado último de este estudio, el ejercicio 
cronístico de Justo Sierra desprendido del mencionado viaje afianza, 
finalmente, su quehacer literario en la estética modernista, con la cual 
habría tenido afinidades desde su juventud. 
 
43 En 1870 estrenó su única obra dramática, Piedad, en el Teatro Principal de la 
Ciudad de México. 
 
 
 
37 
 
 
1.2 Análisis del texto 
 
1.2.1 Rasgos generales 
 
Es necesario comenzar este apartado por el comentario al título, En tierra 
yanqui. (Notas a todo vapor). 1895, el que, lejos de la llaneza de 
encabezados como Viaje a los Estados Unidos de América44 o Viaje a los 
Estados Unidos,45 denota en apenas el primer contacto con la obra, 
además del espacio geográfico en el cual se desarrolla el viaje (en tierra 
yanqui), dos aspectos importantes: las condiciones de la travesía (la 
vertiginosidad) y la temporalidad (el año de 1895). De la pertinente 
precisión tempo-espacial no hay mucho más que agregar, en cambio del 
acotamiento a las condiciones del viaje habrá que precisar dos cuestiones. 
En cuanto a lo que la expresión idiomática “a todo vapor” refiere, 
Justo Sierra sigue a Guillermo Prieto quien en su introducción a Viaje a 
los Estados Unidos advierte al lector que sus viajes han sido siempre “al 
vapor, siempre con un pie en el estribo”.46 De igual forma que éste, Sierra 
destaca la celeridad de su travesía, la impresión de permanecer siempre a 
bordo de un tren, lo que casi debió ser un hecho si se considera la 
cantidad de sitios visitados,la distancia recorrida y el número de días 
invertidos en el viaje (poco más de treinta). Por su parte, el solo vocablo 
“vapor”, que a lo largo de las veinte crónicas aludirá casi exclusivamente al 
ferrocarril, pone énfasis en un emblema de la modernidad, en una época 
finisecular marcada por la tecnología: “[…] el aliento de las locomotoras, 
los pitazos, el campaneo incesante, forman en nuestro sensorio una 
 
44 De Lorenzo de Zavala, 1834. 
45 Guillermo Prieto, 1877. 
46 Guillermo Prieto (Fidel), Viaje a los Estados Unidos, p. IX. 
38 
 
 
especie de telón de fondo, oscuro, tramado de acero y de humo” (“A Nueva 
York por Atlanta”, 117).47 
La segunda cuestión se refiere a la misma expresión que adelanta la 
idea de movimiento continuo y acelerado que Sierra se forma del pueblo 
estadounidense, y que en cada oportunidad habrá de acentuar, en 
momentos, a partir de comentarios breves: “[…] rápidamente, como se 
hace todo allí, sin transiciones, sin matices, en block” (“Niágara”, 259); a 
veces de forma más extensa y concreta: 
 
[…] el ir y venir incesante de trenes en la estación me 
proporciona la primera sensación de un pueblo entero en 
movimiento, a compás de un campaneo perpetuo y de un rugir de 
locomotoras que no acaba. Unos hombres andan como 
autómatas, suben con sus valijas en una mano y su periódico en 
la otra, atraviesan nuestro carro, salen, bajan, desaparecen; uno 
que otro se sienta en el gabinete de fumar, enciende un puro y se 
va, ha descansado de cinco o seis horas de marcha. Cuando se 
mueven estos hombres, óyese el crujido de sus articulaciones de 
fierro. ¿Quién hizo estos muñecos tan impasibles, tan colorados 
y tan fuertes? Éste es el pueblo americano, un pueblo que no se 
sienta más que para tomar cerveza, y eso no es sentarse (“Del 
Bravo al Mississippi”, 83). 
 
En cuanto a la ordenación y esquema de las crónicas, se verá lo siguiente. 
En su versión bibliográfica, la ordenación de las veinte crónicas responde a 
un criterio cronológico, a un deseo de narrar los sucesos del viaje de 
acuerdo a como acontecieron día con día, en apego a un itinerario 
previamente trazado que tuvo por punto de partida la estación ferroviaria 
de Buenavista, el 28 de septiembre de 1895, donde Sierra inició el 
recorrido hacia el norte de México, y luego de arribar a la frontera, se 
desplazó por la parte oriental del territorio de los Estados Unidos de 
Norteamérica, para finalmente regresar a su país en los primeros días de 
 
47 De aquí en adelante citaré mi propia edición de En tierra yanqui, señalando el 
nombre de la crónica y la página entre paréntesis y en el cuerpo del texto. 
39 
 
 
noviembre del mismo año. Tal ordenación difiere un poco, pero de manera 
significativa, de la que siguió El Mundo. Semanario Ilustrado pues en éste, 
“Niágara”, publicada el 12 de abril de 1896, encabeza la primera de las 
entonces 18 crónicas que periódicamente se publicarán. Quizá la decisión 
de iniciar la serie En tierra yanqui con las ya para entonces muy 
comentadas cataratas48 debió responder al deseo de asegurar el interés de 
los lectores. 
 En un recuento apegado al itinerario, de manera general se advierte 
que “De Buenavista al Bravo” y del “Bravo al Mississippi” son el preámbulo 
a la inmersión en el mundo sajón, son el itinerario con todo su orden y 
detalle, la descripción de un paisaje rural poco cambiante que permite 
entretenerse con recuerdos y ocuparse de los matices del horizonte. 
“Nueva Orleáns” es el primer contacto frontal con una agitada 
ciudad americana y es, también, la primera decepción pues del encantador 
puerto que en la infancia puso al alcance de Justo Sierra suculentos 
productos gastronómicos no encuentra más que “una ciudad costeña que 
no se lava la cara” (“Nueva Orleáns”, 89). “A Nueva York por Atlanta” es, 
primero, la permanencia a bordo del ferrocarril, luego el aspecto penoso 
del viaje (calor, polvo, mosquitos, sopor fatigoso…) contrapuesto al encanto 
de la ciencia y la tecnología concentradas en la Exposición de Atlanta, y, 
una vez más, el movimiento constante y acelerado dentro del ferrocarril. 
 En “La Ciudad Imperio” el asombro de la novedad exige de Sierra la 
descripción constante sin oportunidad para reproducción de ocasos y 
amaneceres ni digresiones de cualquier índole, en cada elemento que 
conforma la ciudad de Nueva York se destaca la modernidad de la misma, 
y son tantos aspectos atrayentes de ésta que habrá que comentarla a lo 
largo de cinco crónicas: “In excelsis”, con su obligada descripción de la 
estatua de la Libertad y su digresión en torno a lo que representa; “Por 
 
48 Véase al mismo Justo Sierra en “Niágara” para comprender en qué medida se 
habían descrito ya las cataratas. 
40 
 
 
abajo”, su tarde de flânerie para apreciar estilos arquitectónicos, 
reflexionar acerca del periodismo, comentar una cara de la industria y 
hasta para sugerir su gusto estilístico en el arte; “La vita buona” en la 
cual, a la par que manifiesta sus gustos musicales y teatrales, revela los de 
los neoyorquinos; “De paseo. Bowery”, la muestra de las dos caras de la 
misma moneda: Central Park y Bowery; y “Colón-Cervantes” la 
confrontación entre lo hispano y lo anglosajón en el contexto neoyorquino. 
 “Washington”, con su tono displicente, es el rechazo rotundo por el 
aspecto de la ciudad, por su gente y sus actividades que, en continua 
comparación con las de Nueva York, resultan siempre en menoscabo. En 
“El Capitolio. Paseando”, el resentimiento resultante de las afrentas 
cometidas contra México por el gobierno estadounidense provoca cierta 
subjetividad en las apreciaciones de Sierra, lo que hace que esta crónica 
sea, en buena medida, una manifestación de desencanto. “Por Baltimore”, 
escrita, a ratos, en un tono más intimista, se ciñe, prácticamente, al 
ámbito religioso. 
 “Arte” y “Arte. ¿Arte?” son el recuento de la visita de Justo Sierra al 
Museo Metropolitano de Arte, tan detallado que dio lugar a estas dos 
crónicas. “Niágara” y “De Niágara a Chicago” son, de alguna manera, una 
pausa a la mitad del movimiento pues en ambas es menos notorio el 
desplazamiento tanto de la gente como de los medios de transporte, en 
cambio, son la sonoridad, el estruendo, el asombro, el gozo, la 
hiperestesia. Y luego “Carne”, una descripción en términos de vísceras, 
simplemente la industria cárnica. “Ruinas” es el comentario perfecto para, 
a partir de las experiencias con los incendios, destacar el carácter decidido 
del yanqui. Y “La postrer jornada”, el recuento final, el cansancio físico y la 
nostalgia por la patria. 
 Ahora, más allá de los asuntos evidentes en cada crónica, de manera 
general es posible hablar de apenas cuatro temas que aparecen reiterados 
a lo largo de En tierra yanqui, pues si bien la temática se desprenderá de 
los sitios que el autor visita, ésta en buena medida será determinada por 
41 
 
 
las ideas preconcebidas en torno al pueblo estadounidense, lo mismo que 
por los temas de interés particular para México como estado en 
consolidación, esto es, por un lado, la concepción que tienen los 
estadounidenses del arte, y, por otro, el desarrollo de la industria y 
tecnología, así como la política y el sistema educativo. 
 En el caso de la concepción del arte, Sierra se acerca al tema 
primero a través del teatro, cuando después de asistir a una función en 
The Academy emite un juicio que parece condescendiente: 
 
¡Oh, el arte, el arte! Cierto, esto no es ni Hamlet ni La valkiria, y 
suele perderse aquí el recuerdo de Sarah Bernhardt, y de 
Coquelin, de Dumas y de Ibsen; pero el arte es relativo también; 
hay arte y arte: y yo me divertí; es una diversión que no llega al 
cerebro ni al corazón. ¡Oh! esto la hace deliciosa; es una 
diversión epidérmica; laemoción y la inteligencia duermen. Lo 
que quiere decir que aquí no sólo hay teatros-circos, sino que los 
hay de todos los géneros y que puede uno divertirse a su guisa 
(“La vita buona”,161-162). 
 
Mas en seguida, muestra un claro desdén al observar que la pieza fue 
“desempeñada por regulares artistas” (163), “ni una sola personalidad, 
pero sí copias más o menos felices de los movimientos y ademanes, de los 
defectos, sobre todo, de los grandes artistas” (163), “en nuestro tiempo 
todo lo salva una buena decoración, lo mismo un melodrama de brocha 
gorda que una comedia política” (164). Así, con la sola experiencia de The 
Academy, Sierra da su valoración del arte escénico: 
 
Este pueblo tiene su modo especial de concebir el arte; hasta 
ahora es una concepción eminentemente industrial y utilitaria; 
cifra su vanidad en lo enorme y su ideal en lo confortable; pero 
es un pueblo que se está haciendo todavía, todo es aún 
rudimentario y frustráneo quizás; pero tienen derecho de exigir 
que se suspendan los juicios definitivos, tiene razón de emplazar 
la crítica; todo él tiende, con una tensión inmensa, a producir 
algo definitivo y sorprendente en lo porvenir; pues ese algo o no 
será, o será un arte (165). 
 
42 
 
 
En la misma crónica, pero en el terreno musical, a diferencia de lo que 
sucede con el arte escénico, Sierra le otorga al estadounidense al menos el 
reconocimiento de ser, si no un gran compositor (“los anglosajones son el 
único pueblo germánico que no ha producido un gran músico”, 166) o 
intérprete (“en el music hall se oyen grandes fragmentos de Wagner, 
ejecutados por músicos, alemanes en su mayor parte”, 167), al menos sí 
un escucha instruido aficionado a compositores como Beethoven, Wagner 
o Schumann, piezas “que se regalaban los buenos yanquis neoyorkinos, 
los domingos por la noche; regalos de rey” (168). Tras el tenue 
reconocimiento, parece que Sierra finalmente cambia de postura: “¡Y 
nosotros que los tenemos por zafios en achaques de arte! Somos unos 
tontos” (168). 
 Sin embargo, en la crónica “Washington”, Justo Sierra retoma la 
cuestión teatral para sumarse al prejuicio sobre el gusto de los 
norteamericanos por lo “enorme, aplastante y sin pizca de gracia” (202), y 
de la misma forma que en “La vita buona”, se queja de lo visto en las 
“tandas teatrales”, esta vez del Teatro Washington, que, aunque lo 
entretienen, no le dejan una buena impresión: “[…] vimos una sucesión de 
cuadros estúpidos en el fondo y sumamente divertidos en la forma, si por 
la „forma‟ se entiende las decoraciones… ¡qué serpentenamiento de oro y 
luz en los telones, qué surtidores de agua tan bien iluminados, qué 
mágicas vistas de la Alhambra!” (202-203). En fin que, para el 
campechano, existen motivos para identificar el gusto de este pueblo con 
lo fácil y ostentoso, aunque, eso sí, sin que se trate de un juicio definitivo. 
En cuanto a los temas que por la época generan interés, sobre todo 
para la clase política mexicana (de la que Justo Sierra formaba parte), 
destacan la educación y la política de Estado por ser estos elementos clave 
del progreso. Para Sierra, en concreto, la educación en México era un tema 
que lo tenía muy atento casi desde que, por 1881, redactaba “La Semana”, 
columna de La Libertad, por lo que el testimonio de su estancia en Estados 
Unidos de ningún modo estaría completo sin sus apreciaciones sobre el 
43 
 
 
sistema educativo. Así, no es nada extraño que Sierra advierta: “Lo que es 
para mí tentación suprema, es ver las escuelas” (“La vita buona”, 157). 
 Es curioso que en En tierra yanqui no exista una nota más o menos 
extensa sobre el método educativo dominante en la época (los principios de 
la Escuela Activa), quizá porque el tema requeriría de un espacio mucho 
mayor al que en la serie de crónicas se le podría haber otorgado, lo único 
que se entrevé es el éxito de la educación preescolar (kindergarten), la cual 
convence a Sierra al punto que, una vez al frente de la Secretaría de 
Educación Pública, promueve en México su instauración con carácter de 
oficial, la cual entrará en vigor en 1908. 
Lo que sí comenta con un poco más de detalle son las instalaciones 
y el mobiliario de los colegios, la infraestructura propia de la modernidad, 
es decir, los elementos materiales en que se apoya la institución para su 
óptimo desarrollo, los mismos que parecen deficientes en México: “Todo 
esto me daba envidia. ¡Figúrense mis lectores que en la gran escuela (?) en 
que yo sirvo como profesor y donde se han gastado considerable número 
de millares de pesos en los últimos años, son contadas las clases en que 
los alumnos pueden estar bien sentados, y no hay una en que puedan 
tomar notas, como no sea sobre sus rodillas! Parece mentira” (“La vita 
buona”, 158). La comparación que a largo de las crónicas confronta de vez 
en vez a México con Estados Unidos se aviva aquí en detrimento de 
México: 
 
[…] los centros de enseñanza superior, entre nuestros vecinos, 
son laboratorios tan admirablemente dotados de instrumentos de 
progreso intelectual, que estos diablos de hombres que lo 
ambicionan todo y todo lo logran, que conseguirán, en el siglo 
futuro, el centro de gravedad de la elaboración de la teoría, será 
probablemente norteamericano. ¡Cuándo tendremos nosotros, no 
ya una universidad de Chicago, sino una escuela superior, una 
sola! (“Carne”, 283-284). 
 
44 
 
 
De los asuntos políticos, sin duda, el inicio del movimiento 
independentista cubano fue el que exigió mayor atención durante ese 
1895, no por nada Justo Sierra le dedicó un largo comentario en “Colón-
Cervantes”. Para cuando Sierra llega a Estados Unidos, el estallido de la 
guerra civil en Cuba estaba a poco de cumplir un año, y para cuando 
finalmente España pierde la isla, las crónicas de Sierra ya han sido 
publicadas en el semanario e, incluso, en su versión bibliográfica, es por 
ello que “Colón-Cervantes” fue un texto que por su vigencia debió influir en 
la conformación ideológica de la época. 
 En principio ―aquí me apego al orden de la exposición temática de la 
crónica de Sierra―, en “Colón-Cervantes” se prefigura el concepto de 
hispanismo que se consolidará a principios del siglo XX con José Enrique 
Rodó (1871-1917) en su ensayo Ariel (1900). Sierra expresa el sentimiento 
de hispanidad en estos términos: “Es muy bello esto de creer […] que todos 
los hombres somos hermanos, que todos los latinos formamos un pueblo, 
que de nuestras patrias particulares podemos remontarnos, al compás de 
una habanera, a una patria ideal que nos es común” (185). Después, por 
boca de Nicanor Bolet Peraza, evoca nuevamente la hispanidad: “[…] todos 
cuantos hemos concebido para los pueblos latinos de este continente, un 
ideal común” (189). En seguida, con ánimo de imparcialidad, Sierra 
reproduce cada una de las posturas defendidas durante la discusión que 
sostienen los socios del club Colón-Cervantes en torno a la independencia 
cubana: 
 
“¿Qué actitud tomará el Ejecutivo Americano, cuál los poderes 
legislativos? ¿Cómo permitir que esta guerra, cada vez más 
sangrienta, siga indefinidamente? Que impidan, no 
aparentemente, sino de veras los americanos las expediciones 
filibusteras, y la insurrección morirá falta de parque y de dinero”, 
decían los españoles y los españolizantes. La opinión 
predominante allí y en todos los círculos sociales era ésta: ha 
llegado la ocasión de resolver el problema cubano; a todo trance 
será resuelto esta vez; o lo resuelve España o lo resuelven los 
Estados Unidos; en América no puede haber más que pueblos 
45 
 
 
libres, y Cuba lo será. “Sí; pero sólo una política sensiblera 
puede querer que esta libertad sea obra de los Estados Unidos –
replicaban otros–; esto equivaldría en realidad a la anexión de la 
isla, y los que nos llamamos latinos no podemos ver 
tranquilamente la absorción del mundo antillano por la raza 
sajona, que

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