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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS. LA REPRESENTACIÓN ANIMAL EN BORGES, ARREOLA Y MONTERROSO TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS (LITERATURA) PRESENTA: HOMERO QUEZADA PACHECO ASESOR: DR. IGNACIO DÍAZ RUIZ Cd. Universitaria, México, D.F., 2011 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. AGRADECIMIENTOS Mi agradecimiento especial y sincero al doctor Ignacio Díaz Ruiz por haber a ceptado s er mi a sesor en l a elaboración d e es te t rabajo. Su guía, confianza y libertad otorgadas en la redacción de cada capítulo constituyeron un apoyo invaluable. Gracias t ambién a l os i ntegrantes d e m i sí nodo, d octor Juan Coronado López, maestra Valquiria Wey Fagnani, doctora Georgina García-Gutiérrez V élez y d octor S ergio L ópez M ena, c uyas observaciones, amabilidades y enseñanzas contribuyeron a mejorar el sentido de esta investigación. Muchas gracias a la doctora Estela Morales Campos, por su permanente generosidad y aliento en la realización de este proyecto. Gracias al Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas de la UNAM, que en todo momento me ha brindado un sólido y espléndido soporte en el desarrollo de mi labor cotidiana y de mi superación académica. A todos, mi reconocimiento y gratitud. 1 Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa como Adán pudo verla en el paraíso y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus palabras, y que podemos mencionar o aludir, pero no expresar, y que los altos y soberbios volúmenes que formaban en un ángulo de la sala una penumbra de oro no eran (como su vanidad soñó) un espejo del mundo, sino una cosa más agregada al mundo. Jorge Luis Borges, “Una rosa amarilla” CONTENIDO INTRODUCCIÓN 2 I. ANIMALIA Y REPRESENTACIÓN 18 I. 1. ANIMALES DE LA IMAGINACIÓN 18 I. 2. ANIMALES EN LA LITERATURA HISPANOAMERICANA: SIGLO XX 31 I. 3. MÍMESIS Y REPRESENTACIÓN LITERARIA 38 II. MONSTRUOS NECESARIOS 48 II. 1. EL MANUAL DE ZOOLOGÍA FANTÁSTICA Y LAS COLECCIONES GRECOLATINAS SOBRE ANIMALES 48 II. 2. LA RUPTURA CON LA REALIDAD Y LA POÉTICA DE LO FANTÁSTICO 64 II. 3. LA APROPIACIÓN DE LA ESCRITURA 72 III. ANIMAL, DEMASIADO ANIMAL 106 III. 1. EL BESTIARIO DE ARREOLA Y EL SIMBOLISMO ANIMAL EN LA EDAD MEDIA 106 III. 2. LA INEFICACIA DE LA COMEDIA HUMANA 121 III. 3. EL ESPEJO EN LA JAULA 130 IV. DE LA CREACIÓN, EL ÚNICO RIDÍCULO 167 IV. 1. LA OVEJA NEGRA... Y LAS FÁBULAS DE LA TRADICIÓN OCCIDENTAL 167 IV. 2. EL LEGADO FICTICIO 182 IV. 3. EL QUE LLORA AL ÚLTIMO RÍE MEJOR 190 V. CONCLUSIONES 221 BIBLIOGRAFÍA GENERAL 232 2 INTRODUCCIÓN En Introducción a la estética,1 obra póstuma publicada en 1835, Hegel expuso, entre otras reflexiones, una evolución del arte. El filósofo alemán afirmaba que, independientemente de las diversas modalidades artísticas, el espíritu creativo de cada época refleja una cosmovisión con ci ertos r asgos com unes. E n es e d esarrollo, H egel concebía tres etapas fundamentales: la alegórica, la clásica y la romántica. Para el filósofo, la primera de ellas entreveía un arte rudimentario, elemental, grotesco. Según tal enfoque, el arte alegórico se distanciaba de la verdadera belleza, pues la idea que deseaba descubrirse no encontraba plena correspondencia con la forma que la contenía. Durante ese lapso, se buscó reflejar lo infinito a través de una abstracción que no conseguía adaptarse a ninguna forma sensible. Según Hegel, dicha oposición entre contenido2 y forma generó un arte menor (aunque el filósofo se refería fundamentalmente a la arquitectura, sus planteamientos podrían trasladarse, en el campo de las letras y de la tradición oral, a las parábolas, los proverbios, los bestiarios, l os ap ólogos, l as ad ivinanzas, l os e pigramas, l a p oesía didáctica y la descriptiva), porque el resultado se malograba en un intento, en un raquítico ensayo. El arte alegórico tomaba como punto de referencia las intuiciones extraídas de la naturaleza, a las cuales, 1 G.W.F. Hegel, Introducción a la estética, Barcelona, Edic. Península, 1971. 2 Cuando Hegel se refería al “contenido”, su punto de vista era eminentemente filosófico: tanto la Verdad y la Idea como lo Absoluto y lo Divino se manifiestan en la realidad de manera concreta; de este modo, la belleza, para Hegel, constituía la representación sensible de esos conceptos. 3 para dotarlas de significación, les introducía una idea sustancial. Con ello, se llegaba a desfigurar la forma hasta conferirle un perfil muchas veces no sólo inapropiado, sino también monstruoso.3 (Hegel situaba ese tipo de arte en la antigüedad de Oriente, Egipto y la India; no obstante, la Edad Media fue prolífica en pasajes alegóricos, donde se manifestaba una concepción del mundo equivalente a un “ bosque de símbolos”, cuyas realidades sensibles eran, ante todo, reflejo de un universo sup erior i nvisible, m etáfora d e l a verdad r evelada en l as Sagradas Escrituras.) El arte clásico, a su vez, supuso la perfecta fusión entre forma y contenido, así como la culminación de la belleza; para ello, eligió el camino de humanizar lo espiritual, “pues únicamente cuando el espíritu se encarna en el hombre puede hacerse sensible.”4 Hegel remitía ese período al arte griego. En l a fa se d el a rte ro mántico, una v ez más s e p resentaba u na relación desigual entre forma y contenido. Sin embargo, el arte romántico, para Hegel, poseía mayor dignidad espiritual que el alegórico. Incluso era superior al clásico, porque contenía un elemento que lo hacía mucho más consciente de sí mismo y de los otros: la subjetividad. Con ese atributo, e l arte fue capaz de adentrarse en un territorio hasta entonces poco auscultado: la fisonomía emocional del ser humano. Aunque en e l terreno de la l iteratura e l p lanteamiento de Hegel quizás no fue tomado como un argumento irrebatible, es seguro que 3 Ibíd., pp. 126-128. 4 Ibíd., p. 129. 4 dejó una impronta en la sensibilidad europea de la época, básicamente porque tuvo el mérito de haber sistematizado un conjunto disperso de ideas e stéticas d erivadas d e i ntelectuales c omo Kant, S chiller o Schelling. Así, aun cuando tales posturas hayan suscitado desacuerdos, las tendencias literarias en boga implícitamente coincidían con algunos planteamientos elaborados en la Introducción a la estética. En efecto, a partir del movimiento romántico, a p ocos poetas, dramaturgos o narradores se l es ocurriría que las manifestaciones alegóricas o instructivas de la Antigüedad y del Medioevo pudieran añadir un valor estético de g ran alcance. Por lo demás, e l hincapié en el sesgo aleccionador propio del neoclasicismo había venido agotando su vigencia, y gradualmente se perfilaba una actitud artística menos constreñidaa instrucciones canónicas e inflexibles.5 Desde fi nales d el siglo X VIII, Ka nt, e n la Crítica d el juicio, s e había impuesto separar el arte de la ciencia, la moralidad y la utilidad, es d ecir, a d isolver un f uerte ví nculo p roveniente d e l a t radición clásica. A l señalar que e l sentimiento de lo estético es distinto a l que produce el con tacto con l o bueno y c on l a verdad, Kant contribuía a desembarazar el arte de la utilidad inmediata y a remitir esa manifestación del espíritu a un ámbito desinteresado y libre de trabazones pragmáticas.6 5 Cabe aclarar que la tradición de componer fábulas y bestiarios no desapareció en Occidente; sin embargo, el grueso de esas composiciones abandonó las búsquedas edificantes. Todavía en los siglos X IX y X X, p or e jemplo, Am brose B ierce ( Fábulas f antásticas), J ules Renard ( Historias naturales), G uillaume Ap ollinaire ( Bestiario) y J ames T hurber (Fábulas p ara nue stro t iempo) acrecentaron e l a cervo de fa bularios y b estiarios, a unque y a s in l as típicas amonestaciones moralizantes. 6 Immanuel Kant, Crítica del juicio, Caracas, Monte Ávila Edit., 1992. 5 El desenvolvimiento de la modernidad literaria en Occidente, si bien entabló un diálogo permanente con el pasado, en buena medida limitó el impulso por restituir formas expresivas cuyas raíces se nutrían de los referentes d idácticos y moralizantes de otras épocas. Con ello, sin embargo, no se desechaba la sólida relación establecida entre literatura y moralidad, pues si bien la experiencia estética y su valor intrínseco comenzaron a cobrar una importancia cada vez más perentoria, m uchas o tros p roblemas c ongénitos a l os c onflictos humanos no p odían j uzgarse como va lores si n i mportancia e n e l ámbito c reativo (l a c omplejidad y l os at olladeros d e l as caracterizaciones humanas, o las crisis y pugnas de personajes, por ejemplo, son aspectos literarios que en sí mismos desencadenan efectos morales ineludibles). Lo que se instauró gradualmente fue el ánimo de obviar tanto la edificación del lector como el interés de perfeccionar s u conducta moral; a simismo, s e f ue estableciendo l a postura de relativizar los juicios que buscaban desentrañar algún mensaje digno de integrarlo al repertorio del ciudadano intachable. Después de hitos fundadores, como la obra de Cervantes, Shakespeare o Montaigne, la literatura moderna europea fue propiciando el advenimiento de un espacio en el cual se proclamaba la autonomía del arte —ya sea de las rígidas preceptivas dieciochescas o de l as normas poéticas y re tóricas c lásicas—, así c omo el afianzamiento del individualismo y la singularidad creativa. En los albores del siglo XIX, se generó una continua reformulación de principios sobre la naturaleza y sobre la finalidad y función de lo 6 artístico; se contaba, además, con la tradición de un pensamiento crítico, alimentado y fortalecido durante el racionalismo del siglo XVII y la Ilustración del XVIII. La literatura europea buscó entonces develar una realidad más compleja, a través de la cual se desplegó un proceso de interiorización, que ha i do desde l a supremacía del yo concreto sobre l a ob jetividad hasta la exploración minuciosa del entorno subjetivo, sin dejar de atisbar los meandros m ás re cónditos d el inconsciente. En es e recorrido, s e f ue a tenuando ca da v ez m ás el i nterés d e v olver a géneros d onde l o fund amental se c oncentraba e n fi jar p autas subordinadas a preceptos de carácter religioso o de tendencia moralizante. Por su parte, al otro lado del mundo, la literatura latinoamericana se fue construyendo a un ritmo distinto y con sus propias variantes. Octavio Paz, por ejemplo, creía que, a falta de un movimiento crítico como e l d e l a Il ustración, l a m odernidad e n nue stros p aíses había nacido mutilada y q ue, p or e nde, re presentaba un p roceso un t anto incompleto.7 Paz añadía que, durante el siglo XIX, no floreció en América Latina un pensamiento crítico muy vigoroso, sobre todo en la esfera de la filosofía, la ciencia y la historia. Por lo tanto, juzgaba que no prosperó con ímpetu, más allá de fronteras locales, una reacción apasionada y l ibertaria c omo e l r omanticismo; t ampoco, l as r éplicas que el realismo y el naturalismo tendrían que haber esgrimido para ese desbordamiento. 7 Octavio Paz, “Alrededores de la literatura hispanoamericana”, en Obras completas. 3. Fundación y disidencia (Dominio hispánico), México, FCE, 1993, p. 56. 7 El poeta y ensayista afirmaba que no fue hasta el modernismo cuando se comenzó a fraguar uno de los cimientos más sólidos en la edificación de una literatura latinoamericana plenamente moderna. A partir de ahí, la poesía, la novela y el cuento latinoamericanos lograron un apogeo sin precedentes que los condujo, en el transcurso del siglo XX, a ganar un reconocimiento universal.8 En lo que concierne a la narrativa, el desarrollo de ésta encaró diversos altibajos en su c onsolidación. Al comenzar el nuevo siglo, un amplio g rupo de novelistas reveló un t alento consistente y t enaz; s in embargo, m uchos d e sus re cursos aún c ontinuaban a tados a perspectivas testimoniales, de raigambre realista y naturalista. Una buena parte de la narrativa latinoamericana parecía encallada e n una tradición cuyos p rocedimientos y t écnicas “ ofrecían como actualidad los temas ya tratados por Balzac, Zola, Tolstoi, Howells o Dreiser, [lo cual] exponía al escritor a un [...] anacronismo de forma.”9 No obstante, en el transcurso de los años veinte y treinta, la am bigüedad, la i maginación, el e xperimentalismo, l a crítica y e l humor fueron elementos aprovechados de modo preliminar por narradores de la vanguardia. Cuentistas y novelistas como Mecedonio Fernández, Roberto Arlt, Felisberto Hernández, Julio Garmendia, 8 En adelante, me referiré a la literatura específicamente escrita en español, sobre todo a la prosa narrativa; con ello, no pretendo concebir la producción literaria de América Latina como una unidad sin divergencias ni minimizar la importancia de géneros como el ensayo y la dramaturgia (que requerirían de una aproximación y de un desarrollo específico). Reconozco, por lo tanto, la red de relaciones artísticas que se establece en la amplia heterogeneidad del subcontinente; bastaría con echar un vistazo al entrecruzamiento de universos socioculturales tan distintos en un territorio de tal amplitud. En esta introducción, sin embargo, al abordar afinidades entre obras que convergen en una m isma l engua y e n una vi sión c rítica d el e ntorno li terario, h e o ptado p or e sbozar un contexto general que se relacione con las inquietudes centrales de la investigación. 9 Carlos Fuentes, La nueva novela hispanoamericana, México, Edit. Joaquín Mortiz, 1969, p. 23. 8 Arqueles Vela y Pablo Palacio, entre otros,10 fueron de los primeros en quebrantar l a e ngañosa c ontundencia d e l o a parencial y e n desestabilizar la seguridad del referente inmediato. Aun ad mitiendo e l c ariz i maginativo d e l as estéticas af ines al realismo y al naturalismo; tomando en cuenta, además, que la aspiración de esas corrientes no radicaba en una copia estática y pasiva del entorno, es inevitable, sin embargo, constatar la enorme confianza q ue d epositaron en l a t ransparencia d el l enguaje y e n l a representación a pegada a l a re alidad c omo l os i nstrumentos m ás efectivos p ara a prehender l a i dea d e u n u niverso cog noscible y unívoco. Fue ante esa convicción, profundamente arraigada en Latinoamérica, q ue l as vanguardias re accionaron, transformando muchas de las fórmulas narrativas establecidas. Tras una etapade experimentación y aprendizaje, la narrativa latinoamericana del siglo XX fue en pos de técnicas y estilos que la fueron a puntalando e n su si ngularidad. Además de l a v ertiente vinculada a los n acionalismos y r egionalismos e stéticos (c riollismo, nativismo, indigenismo, telurismo, que gozó de gran aceptación y prestigio hasta, más o menos, la década de los cuarenta), la tendencia vanguardista y cosmopolita fue captando adeptos de manera pausada y a regañadientes; e n ap ariencia, s ólo e staba p reocupada e n l a renovación expresiva y formal, pero es evidente que ayudó de modo decisivo e n l a c ohesión d e una a ctitud c rítica fr ente a l a rte y a l a 10 Borges mismo, el m ás encumbrado y fe cundo n arrador d e l a va nguardia ri oplatense de la primera mitad del siglo XX, desde 1932, se pronunció por una ficción autónoma y desvinculada de la imitación a la naturaleza (Jorge Luis Borges, “El arte narrativo y la magia”, Sur, Año II, Verano, 1932, pp. 172-179.) 9 realidad. Permeable a l a i nfluencia de o tras g eografías —y p or ello, muchas veces vituperada—, la vanguardia permitió “la afirmación más contundente del carácter ficticio, arbitrario y lúdico de la narrativa.”11 Los nuevos hallazgos comenzaron a valerse de una representación que disolvía sus nexos con el realismo prevaleciente en la narrativa de “la tierra”. Lo s e squemas c anónicos, d ominados p or t ramas convencionales y maniqueas, así como por modelos lineales y cerrados, fue ron sust ituidos p or estrategias digresivas, i nconexas, fragmentarias y experimentales que, muchas veces, no sólo violentaron el carácter respresentacional de la prosa de estirpe regionalista, s ino que l legaron a d isolver la narrativa misma en textos que ap elaban a la c omplicidad y a l a p articipación ac tiva de l os lectores. La narrativa latinoamericana sembró la semilla de un nuevo lenguaje que fructificó en la variedad y en la complejidad de autores cuyas obras continuaron modificando la representación de la naturaleza y el papel de la literatura como un aval de la verosimilitud realista. E scritores como Asturias, B ioy C asares, Borges, One tti, Cortázar, Donoso, Martínez Moreno, Rulfo, Arreola, Sábato, Fuentes o Monterroso, so ndearon un gran número de rutas narrativas y produjeron una detonación creativa que dio lugar a un nuevo orden de representación literaria. La incorporación de técnicas procedentes de las vanguardias, así como de las narrativas europea y norteamericana, afianzó r ecursos como l a experimentación t ipográfica, el m onólogo 11 Emir R odríguez M onegal, “ Tradición y re novación”, e n C ésar Fernández Moreno ( Coord. e Introd.), América Latina en su literatura, México, Siglo XXI Editores-UNESCO, 1972, p. 140. 10 interior, l a m ultiplicidad d e v oces n arrativas, l a f ragmentación del tiempo y del espacio, el punto de vista ambiguo, y las estructuras desarticuladas e inconexas. La vasta pluralidad de modelos escriturales permitió, además de otras directrices, afianzar y diversificar las ficciones fantásticas, robustecer el humor y la ironía, admitir el impulso lúdico d el l enguaje, con ceptuar l a ob ra com o u n p roducto v erbal autónomo, anular relaciones de causa-efecto en el texto y mezclar géneros discursivos. Uno de los tópicos más peculiares de esa tendencia fue adquirir una postura reflexiva en t orno a la l iteratura misma, y va rias de sus controversias a rrojaron c omo re sultado l a p uesta a l d ía d e fo rmatos antiguos a través de un eficiente proceso de reevaluación. En el mismo sentido, algunos escritores se a nimaron a t rastocar l a no ción d e l os géneros literarios establecidos, proponiendo que tales fronteras podían ser borrosas e inestables y que era factible producir obras que no respondían a un e squema p reestablecido ( sin q ue e sa c ondición invalidara sus atributos ni su perfil contemporáneo).12 El objetivo d e la presente investigación se orienta a desarrollar tres momentos de la prosa latinoamericana del siglo XX en los que sendos a utores, m ediante e l e mpleo i nnovador d e representaciones literarias ajenas a la narrativa realista y regionalista, contribuyeron a reforzar el cambio estético que consolidó de manera fundamental la calidad y el reconocimiento de la literatura latinoamericana a escala mundial. En las décadas decisivas de los cincuenta y los sesenta, Jorge 12 Valdría la pena a cotar q ue la s fi cciones experimentales i dentificadas b ajo e l t érmino d e posmodernas, enfáticamente autorreferenciales y enemigas de las distinciones genéricas, no han sido ajenas en Latinoamérica desde, al menos, la primera mitad del siglo pasado. 11 Luis Borges, Juan José Arreola y Augusto Monterroso —a través del Manual d e z oología f antástica, Bestiario y La Ove ja n egra y d emás fábulas, respectivamente— emprendieron una búsqueda, tanto formal como temática, cuyos resultados permitieron resucitar formas expresivas de antigua tradición y asistir en la afirmación de un repertorio hispanoamericano moderno y original. Coincidentemente, las tres obras recurrieron a la figura animal, desde concepciones y perspectivas propias, para modular instancias creativas explícitamente vinculadas a la cultura universal. No creo, por lo demás, que dichos autores hayan perdido de vista los valores en los que se encontraban entreverados los elementos más descollantes de la idiosincrasia hispanoamericana (entre otras afinidades y discrepancias, la innegable consanguinidad de una literatura escrita en el mismo idioma), pero entendieron que, a partir de ahí, era posible generar obras peculiares, enmarcadas en motivos y concurrencias provenientes de distintos orbes culturales. Sin duda, las obras analizadas en esta investigación acudieron a la cultura universal para enriquecerla, no sólo para imitarla. Ni negaron lo p ropio ni se p ertrecharon e n l a si mplicidad d e un c hauvinismo a ultranza. Lejos de aislarse de otras manifestaciones culturales, Borges, Arreola y Monterroso participaron en robustecer nuestra narrativa con propuestas únicas y sorprendentes, cada cual a su modo pero coincidiendo en un mismo motivo: imaginar y recrear escenarios donde el semblante animal iluminara, bajo nuevos destellos, características sobresalientes de la condición humana. 12 Me interesa subrayar que tanto el Manual de zoología fantástica como Bestiario y La Oveja negra y demás fábulas, por el solo hecho de haber incorporado en sus páginas géneros antiguos del canon literario universal, no constituyen automáticamente obras de indiscutible va lor creativo. Su eficacia reside, entre otros aspectos, en haberse acogido a corrientes expresivas enlazadas a una representación que no sólo esquivó una i mitación i mproductiva si no, t ambién, q ue se a trevió a rescatar textos y géneros literarios de épocas remotas para infundirles vitalidad a través de una reorganización crítica e inusitada. El desacato literario a l a advertencia evangélica permitió ac reditar que e s posible verter vino nuevo en odres viejos sin que éstos se revienten; también permitió d egustar un sa bor g rato y d esconocido, a unque d e o bvias reminiscencias. De es te m odo, c onsidero q ue, en el Manual de z oología fantástica (1957), Borges se apoyó en una de sus constantes que transgredió las limitaciones del realismo: la negación del tiempo a través de una obra que, pese a congregar un vasto elenco de fantasías, germinadas en distintas mentes, épocas y países, fue capaz de crear la ilusión de un instante eterno, pues, al apropiarse de una multiplicidad de textos, logró que todos los autores del volumen parecieran uno solo ala hora de convocar a los animales de la imaginación. En una época en la que todos se veían obsesionados por la originalidad, Borges, paradójicamente, la encontraba al proponer que ésta no ex iste, porque tampoco, recusaba, existe un yo creador continuo y coherente. El escritor argentino abominó la preeminencia 13 del yo, pues negaba que éste pudiera arrogarse “la posesión privativa de algún erario de recuerdos”.13 El arte no refleja la individualidad de un autor, porque ésta encarna, en realidad, una “denominación colectiva que abarca la pluralidad de todos los actos de conciencia.”14 Como otras ficciones borgeanas donde se hace patente la recurrencia, el palimpsesto y el redescubrimiento de lo ya conocido, el Manual de zoología fantástica aglutina las más diversas escrituras para conformar un compendio de referencias literarias, filosóficas, históricas, mitológicas y sagradas provenientes de una extensa galería cultural. Bestiario de lo insólito, el Manual de zoología fantástica se aproxima al ímpetu c lasificador d e n aturalistas y c ompiladores d e l a A ntigüedad, como Aristóteles, Plinio el Viejo, Claudio Eliano o Gayo Julio Solino; sin embargo, i ncorpora u na s ignificativa d osis d e i ronía al c atalogar, mediante recursos aparentemente enciclopédicos e instrumentales, una fauna estrambótica que se solaza en cartografías de lo ilusorio. El Manual salda asimismo cualquier deuda de cuño alegórico, renunciando a la divisa edificante del modelo que imperó durante la Edad M edia, t al vez porque Borges —igual que l os m etafísicos d e Tlön— no buscaba la verdad ni la certeza, sino el asombro. Arreola, por su parte, con la publicación de Bestiario (1959), ostentaba, en apariencia, la horma que le había servido para ejecutar su composición: los libros medievales donde se reseñaban animales — fabulosos, exóticos o comunes—, con el objetivo de esparcir un 13 Jorge Luis Borges, “La nadería de la personalidad”, en Inquisiciones [originalmente publicado por Editorial Proa, en 1925], México, Edit. Seix Barral, 1994, p. 94. 14 Jorge L uis B orges, e n un a rtículo p ublicado e n l a re vista Nosotros, a p ropósito d e l os lineamientos d el ult raísmo, c it. p or C ésar F ernández M oreno, e n La re alidad y lo s p apeles. Panorama y muestra de la poesía argentina contemporánea, Madrid, Edit. Aguilar, 1967, p. 148. 14 epítome de doctrina cristiana.15 En los bestiarios, más que en ningún otro texto de raíz alegórica, la figura animal agrupaba aspectos pertenecientes a la simbología religiosa y se engarzaba a valores de ascendente m oral. A rreola, s in em bargo, m inó es e p acto a l s imular conducirse como un observador imparcial y naturalista, cuya aspiración radicaba en desechar el lastre del simbolismo piadoso. A través de esa estratagema, Arreola fingió trasladar las leyes de la realidad efectiva a la l iteratura y lo que terminó haciendo fue confirmar la índole f icticia de la representación. En Bestiario, Arreola subvirtió un orden sujeto a reglas y soluciones absolutas —que en el Medioevo dependían de una autoridad teológica inapelable—, por una propuesta donde la supremacía d ivina f ue sus tituida p or l a hu mana. Y no e s q ue e n Bestiario los animales emularan actitudes exclusivas de nuestra especie; más bien, la fauna que allí se describe es fiel a sus instintos y con apego a su propia naturaleza (aunque, en la mayoría casos, constreñida al entorno artificial de un j ardín zoológico). No o bstante, al ir exhibiendo su estampa, los animales de Arreola hacen patente una cualidad especular q ue r efleja —sardónica y, e n o casiones, piadosamente— un a brumador d espliegue d e a ctitudes fa talmente emparentadas a las de los seres humanos. La similitud adquiere densidad porque la fauna d e Bestiario no se compone por entidades quiméricas, si no por se res p alpables y re conocibles q ue, j unto a nosotros, habitan el reino de este mundo. 15 Arreola, sin embargo, consideraba “Quelques planches du bestiaire spirituel” (1949) de Paul Claudel como la obra que condensaba y resumía todos los textos de ese género, y admitía que esa obra fu e la que le d io l as b ases p ara escribir s u propio Bestiario (Juan J osé Arre ola, apud Emmanuel Carballo, “Juan José Arreola”, en Protagonistas de la literatura mexicana, México, SEP- Edic. del Ermitaño, 1986, p. 478). 15 En homenaje a su gusto por los clásicos, Monterroso, en La Oveja n egra y d emás fábulas (1969), a s u vez, el igió u no d e los géneros literarios más antiguos y renombrados para adaptarlo a situaciones q ue atañen a la ac tualidad. El au tor echó m ano del potencial ficticio de ese tipo de obras para restaurar un formato que, en sí m ismo, se p restaba a enturbiar cualquier a cuerdo d e verosimilitud re alista. S in p erder d e vi sta aspectos i dentificables d el entorno i nmediato, M onterroso fund ó una peculiar representación donde ni ngún l ector, p or m ás q ue l o n egara, s e sa lvó de se r escarnecido. C on ello, el e scritor g uatemalteco rescataba la fábula, “limpiándola d el p olvo e scolar q ue l a o scurecía [y r estaurando] u na tradición que se hubiera dado por muerta en Latinoamérica [...]”16 Aunque el autor mantuvo algunas de las particularidades de ese tipo de composiciones (brevedad, protagonistas animales con hábitos y conductas humanas), decidió distanciarse drásticamente del género al renunciar al fervor correctivo de costumbres, vicios y defectos morales. Mediante p rotagonistas animales —además de ot ros a ctores, c omo objetos inanimados, figuras bíblicas y héroes de la mitología griega—, Monterroso socavó la religión, el poder, la cultura, el lugar común. Sin embargo, en l ugar d e m oraleja, v olcó u n h umor cor rosivo q ue descubría a un se r humano en medio de sus carencias y l imitaciones. Hijas d e l a p arodia y l a an tisolemnidad, las fábulas d e La O veja negra... suscitan, no obstante, una melancólica y amarga perplejidad en t orno a l a e terna t ontería humana. Y e s que Monterroso no creía 16 Ángel Rama, “Un fabulista para nuestro tiempo”, en Will H. Corral [selec. y pról.], Refracción. Augusto Monterroso a nte l a c rítica, M éxico, U NAM/Coordinación d e Difus ión C ultural-Edic. E ra, 1995, p. 28. 16 que l a literatura t uviera la c apacidad d e t ransformar na da ni q ue la humanidad pudiera mejorar en algo. Su convicción al respecto lo llevó a sentenciar, a través de su personaje Eduardo Torres, que “El hombre no se conforma con ser el animal más estúpido de la Creación; encima se permite el lujo de ser el único ridículo.”17 Dedicaré los capítulos centrales de esta tesis al análisis de cada una de l as ob ras señaladas; a su vez, en cada caso, me ocuparé de delinear una perspectiva panorámica de los autores, géneros o modalidades expresivas (sobre todo las de procedencia antigua) que pudieron haber fungido como antecedente, referencia y modelo de las tres composiciones. En apartado previo, como parte del primer capítulo, asentaré diferentes i nterpretaciones t eóricas que han c onfluido en entender l a representación l iteraria no como l a copia o imitación de una r ealidad preexistente, s ino c omo u n t érmino r elacionado a l a r eproducción creativa. P ara e llo, t razaré un b osquejo e n t orno al c oncepto d e mímesis, apoyándome en la perspectiva de autores que lo han ubicado, esencialmente, como la realidad suplementaria de un referente, en c ontraste con l a idea que l o c oncibe co mo l a reencarnación pasiva de un modelo. Tomaré en cuenta, sobre todo, los fundamentos que al respecto formuló Aristóteles en su Poética, así como los juicios que Paul Ricoeur vertió en Tiempoy narración, en el sentido d e q ue l a m ímesis, c omo r epresentación, no apunta a una duplicación o desdoblamiento de lo representado, sino que constituye 17 Augusto Monterroso, “Humorismo”, en Movimiento perpetuo, México, Edit. Joaquín Mortiz, 1972, p. 113. 17 un corte que escinde la realidad de la ficción, con lo cual se establece el espacio de ésta y la especificidad artística del texto. Asignaré dos apartados, también como parte del capítulo inicial, para o frecer, en primer lugar, un a cercamiento a la interrelación que ha habido entre el ser humano y los animales, principalmente a través del ne xo l iterario e n l a c ultura o ccidental. P resentaré d espués un panorama de la literatura hispanoamericana que se ha ocupado de la temática animal durante el transcurso del siglo pasado, desde Leopoldo Lugones hasta f inales de la década de l os se senta, cuando fue publicado el volumen La Oveja negra y demás fábulas. 18 I. ANIMALIA Y REPRESENTACIÓN I. 1. ANIMALES DE LA IMAGINACIÓN Los animales son parecidos a los seres humanos. Al igual que nosotros, se desplazan, tienen instintos, poseen sensibilidad y son mortales; por otra parte, acusan diferencias en su anatomía, en su conducta y en sus destrezas físicas. Constituyen una de las primeras otredades del ser humano: un complemento y, a la vez, una presencia antagónica. La fascinación hacia los animales quedó expresada a partir de los primeros balbuceos de la civilización. Las pinturas rupestres involucraban, probablemente, el deseo de poseer y limitar a las bestias que merodeaban el entorno; de esta forma, se traslucía la admiración por las aptitudes de algunas de ellas, así como el deseo furtivo por dominarlas. E l t emor sin d uda c ohabitaba c on t ales e mociones,1 y quizás es o es clarece l a p roliferación d e zoolatrías q ue, d esde épocas inmemoriales, se vinculan a las religiones del planeta entero. En conjunto, las culturas antiguas solían relacionar a los animales con las potencias sobrenaturales que, además de controlar el mundo físico, intervenían en el destino de los seres humanos. Con frecuencia, los animales fueron reverenciados en tanto emisarios y acompañantes de l os d ioses y, e ventualmente, se convirtieron en suj etos de f ervor, como deidades con cualidades propias. 1 Gaston Bachelard asegura que “El escritor sabe por instinto que todas las agresiones, vengan del hombre o del mundo, son animales”, en La poética del espacio, México, FCE, 1975, p. 76. 19 La f igura animal se v islumbra en todas las mitologías: lo mismo en aquellas que dan cuenta del origen del mundo, hasta las que ilustran fenómenos como las metamorfosis de humanos en seres zoomórficos, criaturas híbridas2 o monstruos terroríficos. La magia y la adivinación se descubrían en prácticas oraculares a través del sacrificio de especies determinadas, y el rastro de la experiencia humana aún se hace visible en el cielo a través de las constelaciones del zodiaco, trazadas en su mayoría por signos animales. Tras un l argo p eriodo e n e l q ue hum anos y a nimales se enfrentaron y convivieron de manera estrecha, la industrialización y el desarrollo d e c entros urb anos p ropiciaron una rup tura e ntre l as sociedades humanas y l a na turaleza. R oger B artra e xplica, p or ejemplo, que las ciudades del siglo XIX, al separarse de los espacios rurales, dejaron de depender de la energía animal y aprendieron a controlar las p lagas d e bichos no civos; al m ismo tiempo, e sas comunidades se habituaron a comer más carne y, contradictoriamente, a forjar una visión sentimental y afectiva que acogía en el seno familiar a c iertas m ascotas as í c omo, p or otra p arte, a ap reciar a las f ieras salvajes como objetos de con templación;3 de h echo, l os zool ógicos públicos c omenzaron a m ultiplicarse c uando l os a nimales fueron desterrados de la vida cotidiana.4 A partir de entonces, se empezó a alentar una acelerada estrategia comercial dirigida al consumo infantil 2 Esas imágenes han aparecido en esculturas y relieves antiguos, como los toros alados asirios o los grifos y esfinges mesopotámicos, de aproximadamente 2000 años antes de nuestra era. 3 Roger Bartra, El salvaje artificial, México, UNAM/Coordinación de Difusión Cultural-Coordinación de Humanidades-Edic. Era, 1997, p. 134. 4 John Berger, “Por qué mirar a los animales”, Biblioteca de México, núm. 53, sep.-oct., 1999, p. 10. 20 por m edio d e u na imaginería animal d omesticada: j uguetes, c romos, fotografías, cuentos, caricaturas y películas alientan una ―al parecer― espontánea curiosidad de los niños hacia la fauna. La desunión entre humanos y animales, sin embargo, cobró auge siglos a trás, c uando R ené De scartes, a l exponer las primeras elucidaciones si stemáticas e n t orno a l a re lación e ntre l a m ente y e l cuerpo, c onsideró a l os animales com o u na especie d e a utómatas complejos.5 Según Descartes ―en contraste con posturas menos renombradas, com o l a d el benedictino B enito J erónimo F eijoo, q ue sostenía que los animales poseen entendimiento, memoria y sensibilidad―6 el cuerpo d e l os an imales, a d iferencia d el h umano, carece de alma; por ende, de pensamientos y de estados mentales. La condición an imal quedaba reducida, d esde e l p unto d e v ista d e l a racionalidad, al de máquina biológica y en un grado de inferioridad decisivo. La c onfrontación p uede ub icarse e n d os t radiciones a ún m ás remotas. La primera, respaldada por la teología cristiana, argüía que el ser humano posee un alma espiritual, con sus correspondientes facultades, que lo separa drásticamente de los animales. A través de la teoría de la Gracia, se robustecía el dogma según el cual el ser humano podía cambiar su propia sustancia para disfrutar de virtudes mucho más profundas que las naturales (Fe, Esperanza y Caridad). La 5 Tal juicio se encuentra en distintos textos del filósofo francés; el más extendido se desarrolla en la quinta parte del Discurso del método, pp. 30-43 (René Descartes, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Madrid, Edic. Alfaguara, 1981). 6 Benito Jerónimo Feijoo, “Racionalidad de los brutos” [Discurso nono], en Teatro crítico universal, ó discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes, Tomo tercero, Madrid [edición de Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros], 1777, pp. 187-223. 21 segunda ―también adscrita al cristianismo, pero de origen griego y estoico― paliaba la división entre hombres y animales, atribuyendo a éstos bondades como el entendimiento y la voluntad. La heterodoxia de esta corriente fue cayendo en desprestigio cuando, primero por los escolásticos y d espués p or l os c artesianos, fue t ildada d e i ndocta y mundana.7 Con todo, y pese al aislamiento físico en el que se halla confinada la generalidad de los animales en el mundo moderno, el misterio de su presencia n o h a d ejado d e i nquietar a l se r humano. E n e fecto, l os animales de la imaginación siempre han suscitado encanto, azoro, perplejidad. Los descubrimos en juegos, refranes, apodos, insultos, supersticiones, leyendas, sueños... los descubrimos en la historia, en la mitología y en la literatura de todos los tiempos. En el Génesis (1: 20-25), Dios crea a los animales y monstruos de las aguas para que habiten los mares y los ríos; crea también las aves para que vue len sobre l a t ierra y surq uen e l fi rmamento de l os cielos. Luego crea l os ganados, l os reptiles y las bestias de l a t ierra. Otorga vida después al primer hombre y a la primera mujer para quedestaquen s obre todas l as es pecies... L a f ugaz a rmonía d el P araíso supuso c onvivir p acíficamente y e n l ibertad con l os a nimales, hasta que uno de ellos ―el más astuto y execrable― provocó la expulsión de Adán y Eva y, en consecuencia, una de las rupturas más atávicas entre el hombre y los demás seres vivos. En otros libros, La Biblia se ocupa de animales fabulosos (sobre todo en las profecías de Ezequiel y del 7 Gustavo B ueno S ánchez, “ Animales v irtuosos y animales c ientíficos”, El B asilisco (Revista d e filosofía, ciencias humanas, teoría de la ciencia y de la cultura), Oviedo, núm. 2, may.-jun., 1978, p. 60. 22 Apocalipsis) q ue h an s ido entendidos com o ejemplos d e s evicia y pecado; el más conocido es sin duda Leviatán, una suerte de feroz dragón marino descrito en Job (41: 1-34) e Isaías (27: 1) como una serpiente tortuosa que encarna un vasto poder antidivino. Por antonomasia, la Bestia (cuyo comportamiento está más próximo al de los animales que al de los humanos) es la antítesis del Hijo de Dios; al igual que el Mesías, el Anticristo se halla destinado a encarnar en un hombre pero, de acuerdo con el Apocalipsis, es un falso profeta que se servirá del engaño. A su vez, en el libro de Jonás, Jehová dispone que un gran pez engulla a dicho profeta y que, después de tres días, sea vomitado en tierra para cumplir por fin con el mandato que se había negado a obedecer. Según el tetramorfos (la revelación del principio de cuaternidad recurrente en el arte cristiano medieval), tres de los cuatro evangelistas estaban personificados con apariencia animal: San Marcos como un león, San Lucas como un buey y San Juan como un águila (a San Mateo le correspondía la representación de un ángel). Entre la pletórica cantidad de modelos zoomórficos, seres mixtos, monstruos y a nimales c omunes q ue p ueblan l a m itología g riega se encuentran desde la Hidra de Lerna, Tifón, Ortro, la Esfinge, Cerbero, Equidna, Escila, grifos, gorgonas, sirenas, arpías, centauros... hasta la entrañable estampa de la muerte de Pedaso, el caballo de Patroclo, en una de las batallas de la Ilíada;8 o el olvidado y decrépito perro Argo, 8 Homero, “Canto XVI”, Ilíada, Madrid, Edit. Gredos, 2000, p. 327. 23 que en la Odisea aguarda, abatido sobre un montón de estiércol, el regreso y la mirada de Ulises, su amo, para exhalar el último aliento.9 De igual forma, en las sucintas narraciones de Esopo,10 identificado como el padre de la fábula occidental, pululan personajes animales cuyas acciones están orientadas a ofrecer máximas ejemplares de conducta humana. La literatura latina, por su parte, consignó en la Eneida sucesos de arpías e historias como la del Minotauro, “testimonio de una Venus nefanda”.11 A su vez, en las Metamorfosis, Ovidio, además de poetizar numerosas transformaciones como la del Ave Fénix, se encargó de referir, e ntre otras maravillas z oantrópicas, cómo el rey Licaón f ue castigado a l transfigurarse en l obo c uando i ntentó e ngañar a J úpiter ofreciéndole un guiso preparado con el cadáver de uno de sus hijos.12 Más t arde, el t racio Ga yo J ulio F edro13 contribuyó a fijar e l prototipo de fábulas esópicas, la mayoría con protagonistas animales, y a consolidar un género de gran prestigio durante la Edad Media, el Renacimiento y el Neoclasicismo. En el siglo II, Apuleyo de Madaura redactó El asno de oro,14 donde se cuentan las andanzas de Lucio, un joven apuesto aficionado a la magia que, tras cometer un error en esa práctica, quedaría convertido en asno. 9 Homero, “Canto XVII”, Odisea, Madrid, Edit. Gredos, 2000, pp. 278-279. 10 Siglo VI a. C.? 11 Virgilio, Li bro I II, pp. 54-55 y Libro VI, p. 1 17, Eneida, tom. 1 , Libros I-VI, México, UNAM/Coordinación de Humanidades-Centro de Traductores de Lenguas Clásicas, 1972. 12 Ovidio, Libro XV, p. 183-184 y Libro I, p. 7-8, Metamorfosis, tom. 1, Libros I-VII; tom. 2, Libros VIII-XV, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Filológicas/Centro de Estudios Clásicos, 1979. 13 15 a C.-55 d. C. 14 Lucio Apuleyo, El asno de oro, Madrid, Edit. Gredos, 1978. 24 Pero fue la antigüedad clásica griega la que sentó las bases del conocimiento metódico sobre los animales. La aportación más sólida es la Historia de los animales15 de Aristóteles, basada en la descripción de fauna de distintos países conquistados por el poderío militar de Alejando Magno. Las fuentes de dicha obra fueron ―además de autoridades como Heródoto, Demócrito, Anaxagoras y Empédocles, a las que se remite el Estagirita― datos ofrecidos por ganaderos, cazadores, pescadores y veterinarios, así como las crónicas de viajeros y l eyendas d e r egiones r emotas; d e ah í q ue l a am plia v ariedad d e animales reunidos en la compilación, tanto los naturales como los fantásticos, fueran considerados como verdaderos. El crédito de Aristóteles se deja sentir en un naturalista temprano como Gayo Plinio Segundo (también denominado Plinio el Viejo), en cuya Historia natural16 agrupó información pormenorizada sobre geografía, botánica, etnografía, medicina, farmacopea y zoología, muchas veces desde un enfoque saturado de exageración, aunque sin ápice de burla. Algo similar ocurrió con Claudio Eliano en su obra De la naturaleza de los animales,17 colmada de anécdotas exóticas e increíbles, a sí c omo d e un sobresaliente c úmulo d e sup ersticiones y creencias; entre éstas, la convicción de que los animales pueden fungir como modelos de virtud y decoro. De la misma manera, el gramático y compilador l atino G ayo J ulio S olino, a l o rdenar c on un c riterio 15 Aristóteles, Investigación sobre los animales [la versión de Gredos prefirió traducir así la obra, en lugar del original latino Historia de los animales (345? a. C.), pues los editores consideraron que el término historia empleado por Aristóteles se refería a un conocimiento empírico, derivado de una observación precisa y de una indagación personal y seria], Madrid, Edit. Gredos, 1992. 16 Cayo Plinio Segundo, Historia natural, Madrid, Edit. Gredos, 1995. 17 Claudio Eliano, Historia de los animales, 2 vols., Madrid, Edit. Gredos, 2002. 25 geográfico diversos materiales de la Historia natural de Plinio, notificó sobre l as r eales o sup uestas ra rezas y p rodigios d el mundo e n su Colección de hechos memorables;18 en esa aportación al género paradoxográfico, desde l uego, no e scaparon l os i nnumerables re latos sobre las costumbres y las destrezas de animales. Tales tradiciones, aunadas a las referencias iconográficas del antiguo arte egipcio, asirio y persa, inspiraron a autores medievales como S an B asilio, S an A mbrosio o S an A gustín, q ue a ceptaban l a existencia de animales fantásticos y disparatados. Precisamente, el Fisiólogo ―el bestiario más célebre, escrito originalmente en griego entre el siglo II y V―, así como el libro XII de las Etimologías19 de San Isidoro d e S evilla no só lo l legaron a c onformar u na sue rte d e enciclopedias populares de la Edad Media, sino que constituyeron un venero d e l os numerosos b estiarios q ue c omenzaron a e sparcirse e n territorios de la cristiandad europea. Entre otras, existieron recopilaciones ahora conocidas como el bestiario de Philippe de Thaün, De bestiis et aliis rebus, el bestiario latino “de Cambridge”, el bestiario “de O xford”, el bestiario d e P ierre d e B eauvois, et cétera.20 La abundancia de e sos t ratados s atisfacía l a e xpectación e stimulada por animales extraños y perturbadores, pero además insertaba el concepto medieval que concebía al mundo y a la naturaleza como un reflejo del reino de Dios, un l ibro abiertopor el Creador para que los hombres lo interpretaran y conocieran su mensaje de trascendencia. 18 Cayo Julio Solino, Colección de hechos memorables o El erudito, Madrid, Edit. Gredos, 2001. 19 Las Etimologías fueron escritas alrededor del año 615 d. C. San Isidoro de Sevilla, “Libro XII. Acerca de los animales”, Etimologías, vol. 2 (libros XI-XX), Madrid, Edit. Católica, 1983. 20 Ignacio Malaxecheverría, “ Sobre l a t raducción”, e n Bestiario m edieval, M adrid, Edic. S iruela, 1996, pp. XI-XXI. 26 Una d e l as fue ntes o rientales d onde a ctúan p rotagonistas animales e s e l Panchatantra,21 la ex cepcional col ección d e r elatos y fábulas de la antigüedad sánscrita divulgada en Europa desde el siglo IV, cuyas preocupaciones, presentadas en ejemplos de moral práctica, eran la amistad, la pérdida de la propiedad y la guerra. Otro l ibro de estirpe indostánica que aborda en su mayoría la temática animal es el Calila e Dimna22 (el título mismo se refiere a los nombres de dos lobos cervales ―espécimen legendario, supuestamente emparentado con el lince― en un una historia de infidelidad y ambición), de gran pujanza en Occidente después del siglo XIII, cuando Alfonso X El Sabio ordenó su traducción; la obra predica a través de apólogos una noción utilitaria de la vida, en donde la sagacidad, la cautela y el disimulo eran muy apreciados. Algunos de los cuentos de animales de Las mil y una noches23 preservaron y desarrollaron la sencilla sabiduría de esas historias, pero añadieron un matiz islámico a través de genios, caballos voladores y engendros pavorosos (el Ave Roc que Simbad descubre en una isla remota, por sólo recordar a uno de los más impresionantes, era de tal magnitud que alimentaba a sus crías con elefantes). Estas o bras a yudaron a urdir un a se rie d e m odelos d e composición y e stilo en Europa a t ravés de pautas b ien definidas; El Conde Lucanor,24 del infante Don Juan Manuel, y El Libro de Buen 21 Panchatantra, New Delhi, Penguin, 1993. 22 Calila e Dimna, Madrid, Alianza Edit., 1991. 23 Las mil y una noches, 3 vols., Madrid, Edit. Aguilar, 1969. 24 Don Juan Manuel, El Conde Lucanor, Madrid, Edit. Castalia, 1974. 27 Amor,25 del Arcipreste de H ita, q ue a simismo i ncluyen c uentos d e animales, son, junto con muchos otros, claros indicios de ese influjo. Por su lado, en la Divina Comedia, se muestra cómo Dante y Virgilio encararon en el Infierno la furia de las Erinias, que trataban de impedirles la entrada a la ciudad de Dite con el apoyo de Medusa.26 Encontrarían después al acerbo Minotauro (en la versión dantesca, con rostro humano y cuerpo de toro) obstruyendo el paso al primer recinto del sé ptimo c írculo, d onde l os c entauros vi gilaban a los vi olentos, sumergidos e n un r ío d e sangre e n e bullición.27 Ya e n e l P urgatorio, Dante ve en sueños a una mujer deforme que muda su estropeada apariencia en la de una sirena seductora, cuya corrupción es exhibida por una dama honesta que simboliza la virtud.28 En l a e ra m oderna, l a figura an imal e n l a literatura o ccidental continuó t an vi gente q ue se t ornaría d escabellado acometer un inventario en pocas páginas;29 sin embargo, entre las abundantes obras acerca del tema, me interesa destacar algunos textos que han tenido una repercusión visible en escritores de América Latina. 25 Arcipestre de Hita, Libro de buen amor, Madrid, Edit. Castalia, 1984. 26 Dante Alighieri, “Infierno. Canto Nono”, en La Divina Comedia, México, Edit. Cumbre, 1978, pp. 43-47. 27 Ibíd., “Infierno. Canto Duodécimo”, pp. 58-63. 28 Ibíd., “Purgatorio. Canto Decimonono”, pp. 268-269. 29 Entre otros autores, podrían mencionarse a los fabulistas de los siglos XVII y XVIII Jean de La Fontaine, John Gay, Félix María Samaniego, Tomás de Iriarte y Jean-Pierre Claris de Florian; sólo en narrativa, podrían mencionarse también: Contemplaciones del gato Murr de E.T.A. Hoffman;“El gato negro” y “Los crímenes de la calle Morgue” de Edgar Allan Poe; Moby Dick de Herman Melvilla; Alicia en el país de la maravillas, de Lewis Carroll; Colmillo Blanco de Jack London; El libro de la selva de Rudyard Kipling”; “El perro” de Iván Turgueniev; “Una pasión en el desierto” de Honoré de Balzac; “El príncipe feliz” de Oscar Wilde; “Tobermory” de Saki; “La mosca sabia” de Leopoldo Alas “Clarín”; La gata de Colette; Flush de Virginia Woolf; Corazón de perro de Mijail Bulgakov; La guerra de las salamandras, de Karel Capek; El perro de los Beskerville de Arthur Conan Doyle; Crímenes b estiales de Patricia H ighsmith; Las r atas de M iguel D elibes; “ Ligheia” de Gi useppe Tomasi de Lampedusa; Tombuctú de Paul Auster; etcétera. 28 La acogida a la obra de Miguel de Cervantes es fundamental. Precisamente, uno de sus trabajos de temática animal más conocidos es “El coloquio de los perros”, que se publicó como parte de las Novelas e jemplares30 en 1613. “E l coloquio...” conserva c ierto a ire de narración m edieval, p ues su e structura si gue e l e squema de l os exempla, en donde un relato enmarca a otro a partir del diálogo entre un par de personajes animales; en este caso, Cipión y Berganza: dos perros que, en el transcurso de una noche, son dotados del milagro de la palabra. Ambos canes aprovechan esa insólita condición para contarse mutuamente sus vidas, aunque es Berganza, de naturaleza atolondrada y locuaz, quien en realidad se encarga de rememorar su pasado a un Cipión sentencioso, mesurado y ecuánime. Las aventuras ―salpicadas de sucesos humorísticos, sátira de costumbres y crítica social a la España de la época― dan cuenta de una serie de tipos de extracción heterogénea: jiferos, pastores, mercaderes, esclavos, alguaciles, soldados, hechiceras, gitanos, poetas, alquimistas... El texto, en es e s entido, s e a cerca a l a mejor t radición p icaresca d e l a Península, e n l a q ue l os p rotagonistas obedecen a un destino errabundo y no desaprovechan ocasión para juzgar irónicamente el entorno. Especialmente significativa para el Manual de zoología fantástica fue La tentación de San Antonio31 de Gustave F laubert, publicada en 1874. Su autor, uno de los más connotados escritores realistas del siglo XIX, se inclinó hacia un tema fantástico, y tal vez uno de los más 30 Miguel de Cervantes, La Gitanilla y otras novelas ejemplares, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996. 31 Gustave Flaubert, La tentación de San Antonio, Madrid, Edit. Siruela, 1989. 29 delirantes de su época. Las tribulaciones de Antonio Abad, el santo anacoreta del siglo IV a quien se le atribuye la paternidad de la vida monástica, han sido recreadas por los pinceles de El Bosco, Brugel, Varonés, Tintoretto, Cézanne, Dalí y Di ego Rivera, entre otros artistas plásticos. La tentación de San Antonio de Flaubert se ha encasillado dentro del genero novelístico; sin embargo, la obra fue estructurada como un drama (por lo demás, irrepresentable dadas su larga extensión y su fantasmagórica escenografía). El creador de Madame Bovary echó mano de todas las mitologías, supersticiones y ascetismos provenientes d e l a r eligión y l a i conografía m edieval p ara r eflexionar en torno al ser humano enfrentado a la soledad, a la incertidumbre y a la f isura de l os c imientos que sust entan su s convicciones e spirituales más firmes. Para tentar a San Antonio y perturbar su paz interior, en la obra discurren, a lo largo de una noche, el demonio, la reina de Saba, heresiarcas, mártires, dioses de la Antigüedad y, al final, monstruos y bestias milenarias surgidas de los sueños más oscuros y tenebrosos de la s inrazón: l a e sfinge, l a q uimera, l os n isnas, l osb lemies, l os esciápodos, los cinocéfalos, el catoblepas, el mantícora, el basilisco, el grifo y el sadhuzag. Tan primordial para Borges como para Arreola y Monterroso fue la obra de Franz Kafka. Hacia principios del siglo XX, en 1915, se leyó por p rimera ve z La m etamorfosis.32 Se t rata d e l a singular y angustiante historia de Gregorio Samsa, un viajante de comercio que una mañana despierta convertido en un repulsivo insecto, así como de 32 Franz Kafka, La metamorfosis, Valencia [España], Edic. Brosquil, 2004. 30 las reacciones que esa fatídica transformación produce en la familia del desdichado. E l es critor ch eco-judío se sumergió e n l o más l úgubre y fundamental de los horrores zoológicos33 para entretejer un re lato de soledad, marginación y d esesperanza, enmedio d e una a tmósfera d e pesadilla do nde, n o obstante, f luye l a i mpasible m archa d e l o cotidiano. La trama se ha prestado a exégesis muy diversas, que van desde enfoques teológicos, biográficos y filosóficos, hasta perspectivas temáticas e i ntertextuales d onde se a tisba la huella atormentada de Raskolnikov. La m etamorfosis puede ser considerada como una antifábula que sostiene una a irada d isputa en contra de la autoridad, un atroz forcejeo con las caprichosas leyes bajo las cuales se rige el mundo. Tal vez los an imales, su relación física con el se r humano, han pasado de ser centrales e interdependientes en la vida cotidiana y los ha colocado fuera de casi cualquier designio práctico; sin embargo, el vínculo imaginario con ellos continúa latente: agoreros, intercesores ante l a d ivinidad, encarnaciones del b ien y del mal, portadores de secretos y metáforas… l a incalculable variedad de los animales (orgánica y plástica, palpable y fantasmagórica) ha confluido en ver en ellos tanto fantasías espeluznantes y sosegadas como espejos donde la especie humana observa a c ada m omento su imagen: deforme, caricatural, monstruosa, confundida y hasta sublimada. 33 En España, Jordi Llovet seleccionó once relatos de Kafka que tratan sobre animales; el volumen fue intitulado Bestiario (Franz Kafka, Bestiario, Barcelona, Edit. Anagrama, 1990). 31 I. 2. ANIMALES EN LA LITERATURA HISPANOAMERICANA: SIGLO XX En América Latina, la literatura escrita en español que se ha interesado en la figura animal ha sido, igualmente, prolífica; así lo atestiguan las maravillas referidas por cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernardino de Sahagún, el Inca Garcilaso de la Vega o Bernarbé Cobo. En casi todos e llos coincidía la solicitud descriptiva y la recreación de anécdotas curiosas sobre animales; en sus exposiciones, además, se hallaba p rácticamente au sente l a g losa d idáctico-cristiana. Plinios d e los siglos XVI y X VII, estos autores no pretendieron agotar el número de especies descubiertas, pero en m uchos c asos se es forzaron en legitimar un criterio de veracidad inobjetable.34 Por su parte, el inmenso repertorio de fabulistas de la Colonia y el siglo XIX confirman que los apólogos de animales, dada su aptitud pedagógica, s e i ntrodujeron en el con tinente co n f ines evangelizadores. Arraigado el género durante el siglo XVIII, además de las adaptaciones a las fábulas clásicas, se conocieron bien las obras de La F ontaine, Iri arte y S amaniego.35 Entonces, la n oción d e q ue l as sociedades eran susceptibles de ser modificadas merced a la razón, estimuló la práctica de formas didácticas como la oratoria, la investigación normativa y, por supuesto, la fábula. Luego de los movimientos de independencia, los fabulistas hispanoamericanos 34 El na rrador, his toriador y e nsayista a rgentino Alberto M. S alas c ompiló uno d e lo s más interesantes y exhaustivos catálogos sobre animales americanos, reales y fantásticos, a partir de los testimonios escritos por los cronistas de Indias durante el siglo XVI: Para un bestiario de Indias, Buenos Aires, Edit. Losada, 1968. 35 Mireya C amurati, La f ábula e n H ispanoamérica, M éxico, U NAM/Instituto de Investigaciones Filológicas, 1978, pp. 25-26. 32 ajustaron l a f orma a p erspectivas s atíricas: p ersonajes com o l os juristas y escribanos corruptos, el banal mundillo literario y la hipocresía de algunas costumbres regionales fueron asuntos inspeccionados con frecuencia por los autores decimonónicos a través de personajes animales.36 Durante el siglo XX, la atención literaria hacia la fauna ―real o imaginaria; agreste o doméstica― sondeó formatos muy diversos. Haciendo a un lado los poemarios que se dedicaron al tema, la prosa hispanoamericana sobre animales fue muy copiosa. Por razones de delimitación, sólo me referiré brevemente a algunas de las obras más destacadas al respecto, culminando el recuento hasta el año de 1969, cuando Augusto Monterroso publicó La Oveja negra y demás fábulas. En el siglo XX, el tema se manifiesta por primera vez en el cuento “Los caballos de Abdera”37 (1906), de Leopoldo Lugones. El autor argentino delega aptitudes humanas a los magníficos corceles de esa antigua población tracia. La ridícula humanización de los nobles brutos, alentada por los nativos, deviene en una rebelión equina y, eventualmente, en una cruenta lucha en la que la imprevista intervención de Hércules será ne cesaria para frenar el ataque de l os cuadrúpedos. En “Yzur”38 (también de 1906), el narrador se halla firmemente convencido de que los monos son capaces de dominar el 36 Ibíd., p. 45-73. 37 Leopoldo Lugones, “Los caballos de Abdera”, en Los caballos de Abdera, México, CNCA, 1996, pp. 15-31. 38 Ibíd., pp. 39-48. 33 lenguaje articulado, y a esa certeza dedica un prolongado experimento que a la postre le dará la razón. El talento de Alfonso Reyes, entre su innumerable producción de principios de siglo, también abarcó una profusa fauna natural ―gallinas, perros, caballos, pelícanos, avispas, pavos...―, en lacónicas prosas d isgregadas q ue J osé Lui s M artínez r ecopiló e n Animalia (1990)39 (volumen enriquecido g racias a la e spléndida d estreza d e Juan S oriano). Lo s t extos, a unque e ntrañan una a guda o bservación que pormenoriza los hábitos de las criaturas exhibidas, rehuyen el tratamiento cientificista a favor de matices irónicos, reflexivos, humorísticos y legendarios. A partir de 1915, el guatemalteco Rafael Arévalo Martínez escribió relatos bajo el enfoque psico-zoológico, término empleado para establecer un paralelismo simbólico entre los animales y el alma humana. En “El hombre que parecía un caballo”, “El trovador colombiano”, “La signatura de la esfinge”, “Las fieras del trópico” y “Nuestra Señora de los locos”,40 Arévalo Martínez hilvanó significativas equivalencias e ntre l os p rotagonistas y an imales c omo e l c aballo, e l perro, la leona, el tigre y la serpiente; los rasgos de los personajes se asemejan a las características de esos animales, aunque el autor no desatiende nunca el análisis y el afianzamiento mental de los seres humanos. Alfonso Hernández Catá, autor de cuentos y noveletas, además de ejercer el periodismo y practicar el ensayo, fue uno de los más 39 Alfonso Reyes, Animalia, México, El Colegio Nacional, 1990. 40 Rafael M artínez Aré valo, El ho mbre que p arecía un c aballo y o tros c uentos, M adrid-México, UNESCO-CNPQ-CNRS, 1997. 34 descollantes escritores cubanos de la primera generación republicana. En 1922 publicó el primer bestiario del siglo XX en América Latina. En efecto, La casa de fieras. Bestiario41 se revela como una obra que promovió u na m odalidad l iteraria d e s ignificativa trayectoria en l asletras hispanoamericanas. Hernández Catá se resguardó bajo la sombra tutelar de o tros a utores (“colegas de jaula”) para urdir un tratado de ecos modernistas donde el temperamento de una legión de animales contrasta visiblemente con respecto al cruel y engreído carácter de los seres humanos. Cuentos, sentencias, “zooliloquios” y fábulas c omponen La casa d e fieras, a través d e c uyas páginas se asoma, una y otra vez, la fuerza maldita del hombre, subsidiaria de un mundo inhabitable e infeliz. Durante la p rimera y la s egunda década del s iglo, Ho racio Quiroga, además de los Cuentos de la selva ―colección concebida para el esparcimiento infantil―, demostró su vehemencia por los animales en relatos como “Anaconda” “A la deriva”, “El almohadón de plumas” o “La gallina degollada”.42 Quiroga asocia l a devastación ambiental con los hábitos humanos, acude a l a f igura an imal como mensajera de la venganza y, a través de insectos hematófagos y aves sacrificadas, recrea atmósferas escalofriantes, en ostensible homenaje a su maestro Edgar Allan Poe. 41 Alfonso Hernández Catá, La casa de fieras. Bestiario, Madrid, Edit. Mundo Latino, 1922. 42 Horacio Quiroga, Cuentos de amor de locura y de muerte; Anaconda; El desierto; Más allá, México, Edit. Promexa, 1979. 35 Gracias al prestigio de Pablo Neruda, que a inicios de los setenta insistió en reeditar el volumen de cuentos Diez (1937),43 su compatriota Juan Emar resurgió del olvido y pasó a convertirse en un autor de culto. Emar, mucho más vinculado a la vanguardia europea que a los modelos regionalistas de la época, propone en Diez una matriz d e or den n umerológico, m uy probablemente de raigambre cubista, en la cual se insertan cuatro relatos sobre animales (“El pájaro verde”, “Maldito gato”, “El perro amaestrado” y “El unicornio”), cuyos espectros t emáticos van d el humor n egro y e l e soterismo a d iversas metonimias del inconsciente. En un despliegue de erudición y donaire festivo, el peruano José Durand publicó en 1950 su Ocaso de sirenas. Esplendor de manatíes,44 una antología de los prodigios y desvaríos de los conquistadores e historiadores de Indias acerca de los manatíes y las vacas marinas del nuevo continente, identificados con las sirenas pisciformes de la Edad Media. Aparte de l os i nsustituibles r eportes de Fernández de Oviedo, Acosta y Cobo, José Durand reúne y comenta los de Cristóbal Colón, Pedro Mártir de Anglería, Francisco López de Gómara, Bartolomé de las Casas y Toribio de Benavente, entre otros. Bestiario (1951),45 la p rimera c ompilación d e c uentos d e Ju lio Cortázar, incluye el relato del mismo nombre y “Carta a una señorita en París”, ficciones en las cuales el célebre cronopio ingresa de lleno en la literatura fantástica, en eventos que irrumpen y resquebrajan la 43 Juan Emar, Diez. Cuatro animales, tres mujeres, dos sitios, un vicio, Santiago de Chile, Edit. Universitaria, 1971. 44 José Durand, Ocaso de sirenas. Esplendor de manatíes, México, FCE, 1983. 45 Julio Cortázar, Bestiario, Buenos Aires, Edit. Sudamericana, 1971. 36 realidad cotidiana, a través de la insólita presencia de un tigre y unos conejitos. Algo parecido ocurre en “Axolotl” (1952)46, donde además se expone la dualidad entre un hombre y un anfibio estático, un nexo entre el individuo y su otro lado. El primer libro de Antonio Di Benedetto, Mundo animal (1953), es una colección de 16 cuentos, algunos muy breves, en los cuales la presencia de la naturaleza y de los animales no es un mero pretexto para plantear problemáticas y elecciones morales; la inclinación por el animal, p or e l c ontrario, b usca una dimensión vi tal, p ero c arente d e razón, donde e l ho rror y l a b rutalidad humana se hacen p resentes a cada momento. A tmósferas de op resión, s in contextos geográficos n i históricos r econocibles (m uy s imilares a las de K afka), r odean a los personajes q ue, a t ravés d e i ntrincados si mbolismos, d eambulan e n situaciones que oscilan de la realidad al sueño. Melusina —el h ada m edieval c ondenada p or una m aldición q ue transformaba la mitad de su cuerpo, todos los sábados, en el de una serpiente con alas de murciélago— es la narradora de El unicornio (1965),47 de Manuel Mujica Láinez, novela ambientada en la Francia de los trovadores, desde la época de las Cruzadas hasta la toma de Jerusalén por Saladino. El mito del unicornio es recreado con sabiduría y prolijidad por el autor, en una historia que reconstruye minuciosamente un pasado remoto, arropado en un fulgurante halo poético. 46 Publicado inicialmente en 1952, “Axolotl” formó parte después de Final del juego (1956). 47 Manuel Mujica Láinez, El unicornio, Barcelona, Edit. Seix Barral, 2000. 37 Por úl timo, si b ien e n l as na rraciones b reves q ue i ntegran Fabulario (1969)48 de Eduardo Gudiño Kieffer actúan, en su mayoría, individuos históricos y literarios, se manifiesta también, anclada a inútiles e irreverentes “amoralejas”, la participación de criaturas zoomórficas: una sirena intrusa que viaja ilegal en el arca de Noé, un fauno cuyo virtuosismo musical ―superior al de Apolo― le acarrea la amarga conciencia de poseer patas de chivo y un estudiante bonaerense q ue se t ransforma e n un d elfín d urante un re corrido trasatlántico a París. La literatura latinoamericana sobre animales fue especialmente fecunda d urante e l s iglo X X; en g eneral, su re gistro abandonó el ímpetu moralista y de reconvención, y fue proclive a referir no s ólo cuadros de anatomías prodigiosas sino también, y sobre todo, el perfil de seres imaginados que revelan ángulos poco examinados del asombro, el terror, la fantasía y el ridículo. 48 Eduardo Gudiño Kieffer, Fabulario, Buenos Aires, Edit. Losada, 1969. 38 I. 3. MÍMESIS Y REPRESENTACIÓN LITERARIA La Poética49 de Aristóteles, escrita alrededor del año 334 a. C., congrega valoraciones y reflexiones críticas en torno a la poesía y a un conjunto de t ragedias g riegas. No obstante su estado fragmentario e incompleto,50 la obra planteó aspectos primordiales en el desarrollo ulterior del arte y la literatura. En efecto, principios como el de la mímesis, la verosimilitud, las diferencias entre los distintos géneros de la poesía, la catarsis y la metáfora constituyen una matriz cuya fecundidad ha sido prolífica en la historia de la teoría literaria. De l as a nteriores no ciones, l a m ímesis fue imprescindible e n el andamiaje t eórico d e l a o bra. E n re alidad, A ristóteles no o freció un a definición muy esmerada del término; implícitamente, sin embargo, el filósofo dejó entrever que tal concepto se refería a la imitación de la índole y las acciones humanas.51 La etimología de la palabra griega mímesis es oscura. Vocablo de origen posthomérico, se cree que, inicialmente, designaba los rituales y misterios d el cu lto d ionisíaco ( baile, m úsica, ca nto). D espués, l a expresión se propuso dar cauce a la realidad interna del sujeto creativo y luego, a partir del siglo V a. C, confluyó en la aspiración de reproducir artísticamente el mundo externo.52 49 Aristóteles, Poética, México, UNAM/Coordinación de Humanidades, 2000. 50 Entre o tras i nconsistencias, Ari stóteles asegura, c uando b rinda una p rimera d efinición d e la tragedia, que hablará más adelante de la comedia (Ibid, 1449b, p. 8); sin embargo, ese aspecto nunca fue tocado, más que de manera tangencial, en la versión que nos ha llegado del texto. 51 Ibíd. (1448a), p. 3. 52 Wladyslaw Tatarkiewicz, “Mímesis: historia de la relación del arte con la realidad”, en Historia deseis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética, Madrid, Edit. Tecnos, 1997, p. 301. 39 Platón, e n s u m omento, ad virtió q ue l a p oesía i mitaba u na realidad que, a su vez, no era más que una pálida copia del mundo de las esencias; de ese modo, los poetas incurrían en una imitación en segundo g rado. De acuerdo c on l a metafísica p latónica, l a poesía, al imitar una imitación de suyo imperfecta, adquiría un estatuto marcadamente negativo y banal, colocándose en el nivel más bajo del conocimiento. Alejada de las esencias, la poesía se aferraba a las apariencias d el m undo se nsible y se c onvertía e n m ero e spejismo (sombra de sombras).53 Para Platón, la mímesis radicaba en copiar lo que aparecía como realidad. Aristóteles expuso un punto de vista señaladamente distinto. El Estagirita no sugería discrepancias entre la realidad sensible y las ideas inmutables; para él, las entidades no constituían una copia pasiva del ser verdadero, sino que ellas mismas encarnaban el único ser. En la Poética no se p retende q ue l a p oesía se a un a i mitación e n se gundo grado; por el contrario, al mostrar el arte como una técnica, más que como un rapto de inspiración divina, Aristóteles sitúa el resultado creativo como una fuente de conocimiento, y a la mímesis como una práctica con valor ontológico propio. Según A ristóteles, l a imitación e s un a cto i nherente a l os se res humanos, p ues “ ya d esde ni ños e s c onnatural a l os ho mbres e l reproducir i mitativamente; y e n esto se d iferencia de los d emás animales: en que es muy más imitador el hombre que todos ellos [...]”54 Al i mitar, el i ndividuo a prende y ob tiene p lacer, p orque l e 53 Platón, República (libro X, 595a-608c), Madrid, Alianza Edit., 2003, pp. 555-571. 54 Aristóteles, Op. cit. (1448b), p. 5. 40 resulta satisfactorio reconocer una representación de algo existente, aunque lo representado, en sí mismo, sea desagradable. Las acciones humanas, en particular, pueden ser imitadas de tres maneras: tales como son, mejores de lo que son (tragedia; épica) y peores de lo que son (comedia). Sin embargo, Aristóteles enfoca la imitación como una búsqueda de l o uni versal y d e l o verosímil, y no como una copia servil del referente original. Lo medular en la mimesis artística reside en que los sucesos imposibles, disparatados o increíbles deben cobrar validez en el contexto de la obra a la que están integrados. Además, la acción que imita la poesía no consiste en “contar las cosas como sucedieron sino cual desearíamos que hubieran sucedido;”55 con e llo, e l producto a rtístico a sume su constitución ficticia, no necesariamente atada a un referente verificable. En ese sentido, la Poética parece aludir no a una simple imitación que reencarne el modelo, sino a una representación que traduzca, que reconstituya, que interprete una realidad determinada. Si para Aristóteles la pasividad es desplazada por la creatividad, la mímesis se realiza en forma de poiesis.56 En efecto, el f ilósofo griego “sostuvo la tesis de que el arte imita la realidad, pero la imitación no significaba, según él, una copia fidedigna, sino un libre enfoque de la realidad.”57 La imitación entendida como representación supone, por una parte, ac ercamiento a l a r ealidad y , p or otra, i nvención de otra realidad. Por ello, Aristóteles destaca la función del poeta como reconstructor d e la f ábula, u n a contecimiento q ue, m itológico o 55 Aristóteles, Op. cit. (1451a-1451b), p. 13-14. 56 S. M. Shreiber, Introducción a la crítica literaria, Barcelona, Edit. Labor, 1971, pp. 163-164. 57 Wladyslaw Tatarkiewicz, Op. cit., p. 303. 41 imaginario, se d ebe vi slumbrar c omo un p atrón universal d e l a condición humana. En e l f ondo, t anto l a n oción p latónica c omo l a a ristotélica probaron se r modelos fundamentales y d uraderos; c on fre cuencia se fusionaban y a v eces s e perdía l a c onciencia d e que er an c onceptos distintos.58 En e l Arte p oética ―la Epístola a los P isones―, Horacio enriqueció la disquisición que Aristóteles había hecho en la Poética, aunque desde el á ngulo d e un p rofesional d e l a p oesía. Además d e pautas f undamentales c omo l a d el decoro p oético ―claridad expositiva, orden, e quilibrio, proporción y propiedad expresiva―, la Epístola estuvo presidida por la concepción mimética del arte y la literatura.59 Sin em bargo, H oracio a dvirtió u n d oble s esgo d e l a imitación: por un lado, para conseguir un efecto de verosimilitud, era menester imitar la vida y l os hábitos de las personas reales; por otro, aconsejaba e nfáticamente i mitar a l os m aestros g riegos p ara l ograr obras de trascendencia poética, pero sin sumisión ni espíritu de inferioridad. Este nuevo canon, ausente en las poéticas griegas, remite al principio de la retractatio (consistente en reconocer que en las obras clásicas del pasado se encuentran las claves para poder seguir escribiendo obras de calidad), de gran prestigio en Roma y abordada a profundidad por los preceptistas del Renacimiento.60 58 Ídem. 59 Al respecto, Horacio señalaba: “Te aconsejaría que, como un sabio imitador, vuelvas tu mirada / al modelo de la vida y las costumbres y de ahí saques palabras vivas.” (“Arte poética”, 316-317) en Quinto Horacio Flaco, Epístolas. Art e poética, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2002, p. 214. 60 David Viñas Piquer, Historia de la crítica literaria, Barcelona, Edit. Ariel, 2002, p. 93. 42 En la Edad Media se fijaron premisas relativas a la imitación artística alejadas del e ntorno fí sico. Dur ante e se p eriodo, se estimó que la imitación tenía que sujetarse al mundo eterno y perfecto de la divinidad c ristiana. Según ese d iscernimiento, s i s e imitaba e l mundo visible, era forzoso rastrear en él las huellas de la belleza perenne; esa búsqueda debía remontarse al universo insuperable de la religión a través de la utilización de los símbolos; no era necesario, por lo tanto, valerse de una pedestre representación de la realidad. La desconfianza a los referentes tangibles duró un amplísimo periodo, hasta que Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, se atrevió a repetir la tesis relativa a que “el arte imita a la naturaleza”.61 El Renacimiento aceptó la imitación como un precepto básico en la teoría del arte; sobre todo, cobró un auge importante en la pintura, cuyos e jecutantes ratificaban sin ambages que e l camino más seguro hacia la belleza estribaba en imitar a la naturaleza. La tradición mimética de la imitación, además de las vertientes y matices elaborados durante el Barroco, se prolongó hasta fines del siglo X VIII. Dura nte l a m ayor p arte d e e sa c enturia, t anto c ríticos como creadores creyeron en la validez de adjudicar al arte un conjunto de reglas universales. Además, se creía firmemente que la imaginación e invención del artista dependían, casi por entero, del universo exterior y de los modelos que e ra m enester i mitar. M ás a ún, l a i mitación se presentó como una propiedad totalizante de cualquier revelación artística. 61 Ibíd., pp. 303-305. 43 Cuando el movimiento romántico comenzó proclamar la desenfrenada creatividad del artista como un espacio privilegiado e irrenunciable, se comenzaron a configurar nuevos cánones que canalizaran e sa s ensibilidad. “ Gradualmente [ ...], el a cento f ue desplazándose m ás y m ás h acia e l g enio n atural, l a i maginación creadora y la espontaneidad emocional del creador, a expensas de los atributos opuestos de juicio, saber y artificiosa mesura.”62 Desde la
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