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El Toque de Midas - Donald Trump y Robert Kiyosaki - Fernando Salcido

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Dedicatoria 
 
A los empresarios de ahora, que luchan, prosperan y tienen éxito, y a los empresarios 
del mañana, quienes verán oportunidades donde otros sólo 
ven obstáculos… 
A los visionarios que actúan con audacia y dejan su huella y su toque de Midas 
en el panorama económico de nuestro mundo. 
 
NOTAS Y AGRADECIMIENTOS DE LOS AUTORES 
 
Nos gustaría agradecer a toda la gente que ha contribuido, de alguna manera, a nuestra permanente 
pasión por el aprendizaje de temas empresariales. Este libro se basa en nuestra experiencia y, sin esas 
personas, escribirlo no habría sido posible. 
También nos gustaría mencionar logros y pérdidas, éxitos y fracasos, porque sin el equilibrio que 
ofrecen los altibajos de la vida, y sin el crecimiento personal y profesional que conllevan, no nos 
encontraríamos donde estamos hoy. 
Un agradecimiento especial para Meredith McIver y Kathy Heasley, por su ayuda editorial. 
Asimismo, agradecemos a Allen Weisselberg, Michael Cohen, Rhona Graff, Jonathan Gross y Kacey 
Kennedy de la Organización Trump; y Mike Sullivan, Marian Van Dyke, Anita Rodriguez, Michael 
Joe, Rhonda Hitchcock y Mona Gambetta de The Rich Dad Company y Plata Publishing. Su trabajo 
en equipo y sus opiniones empresariales nos ayudaron a darle vida a la visión que teníamos de El 
toque de Midas. 
Por último, nos gustaría agradecer a todos los empresarios innovadores, que se arriesgan y superan 
todos los obstáculos para mejorar sus vidas, las de sus familias y las de miles de millones de personas 
alrededor del mundo. 
No hay nada más noble que el espíritu empresarial y, por eso, aplaudimos su esfuerzo, éxi to y 
contribuciones a nuestro mundo. 
 
PRÓLOGO 
Por Mark Burnett 
Los empresarios tienen una inercia muy particular que los hace ir hacia donde desean. Es un enfoque 
tan intenso, que no hay nada que pueda desviarlos, o modifique sus planes. 
Hace varios años leí The Art of the Deal, un libro de Donald Trump; fue antes de conocerlo en 
persona. En aquel tiempo, yo vendía camisetas en una playa de Los Ángeles, y mientras llegaba el 
siguiente cliente, me entretenía leyendo su libro. Lo que más me agradaba era que había sido escrito 
para gente como yo; es decir, para personas que no habían egresado de una escuela de negocios. Las 
ideas de Donald, el magnate de los bienes raíces, me tenían asombrado. Jamás creí que llegaría a verlo 
en persona y mucho menos a conocerlo. Y ciertamente, tampoco imaginé que terminaría haciendo 
negocios con él. 
En uno de los pasajes que más recuerdo de The Art of the Deal, Donald explica su habilidad para 
detectar a un “perdedor”. Menciona que un perdedor es quien pone un anuncio que dice “se vende”, 
encima de un auto sucio. Y, a pesar de que parecería bastante obvio que eso no debe hacerse, hay 
mucha gente que actúa precisamente de esa manera en distintos tipos de negocios. 
Robert Kiyosaki, por su parte, ha vendido treinta millones de libros en todo el mundo. Es obvio 
que tiene un mensaje que la gente querrá o necesitará escuchar. Él se considera un maestro en esencia 
y yo debo admitir que también veo a Donald de esa misma forma. El programa de televisión El 
aprendiz posee un subtexto educativo que él aprovecha muy bien, y creo que es una de las razones 
por las que el programa ha tenido tanto impacto y duración. Estos dos maestros, titanes de los 
negocios, tienen un mensaje para nosotros. 
Tal como lo indica El toque de Midas, la actividad empresarial se ha convertido en una especie 
de responsabilidad en nuestros días, o al menos, así debería ser. Por esa razón, considero que la 
aparición de este libro es muy oportuna. Necesitamos gente con habilidad para crear empleos. 
Además, quienes poseen las habilidades necesarias para ser empresarios, deben desarrollarlas y hacer 
su contribución a la sociedad. 
Este libro fue escrito por dos empresarios que provienen de contextos muy distintos, pero que 
cuentan con logros imponentes, y pueden ofrecer bases desde perspectivas diferentes. 
Cualquier persona que desee ingresar a las grandes ligas de la actividad empresarial, debe leer 
este libro concienzudamente. 
Los empresarios se caracterizan por un enfoque muy peculiar y por la fuerza de su motivación. 
Hace mucho tiempo logré ver esos rasgos en Donald, y ahora sé que Robert también los posee. El 
impulso de ambos es, incluso, palpable. Estos hombres no se detienen; sus logros son extraordinarios. 
Espero que te tomes el tiempo necesario para escuchar lo que tienen que compartir contigo. 
Prefacio 
 ¿SOÑADOR… O EMPRESARIO? 
Un empresario, un hombre cuya mente se inclinaba hacia la mecánica desde que era niño, vio la 
oportunidad de cambiar el mundo. Encontró la manera de hacerlo mejor para toda la gente, y por eso, 
se dispuso a construir, no su fortuna, sino el sueño de un nuevo tipo de vida para todas las personas. 
El hombre lidió con los desafíos de perfeccionar su idea, fabricar las incontables versiones de 
prototipos de su producto —cada una de ellas mejor que la anterior—, y construir su compañía. Sin 
embargo, su mayor batalla fue contra la gente que no podía apreciar su visión, expandir su enfoque y 
ver las cosas como podrían llegar a ser, en lugar de como eran en ese momento. La lucha fue muy 
intensa pero él se mantuvo firme. En el camino llegó a dudar de sí mismo, hizo muchísimos sacrificios 
y se alejó de su objetivo en varias ocasiones. También fracasó con frecuencia, pero como siempre le 
gustaron los dichos, prefirió pensar que el fracaso era “una oportunidad para comenzar de nuevo… 
con más inteligencia”. 
No era muy buen estudiante y, para colmo, aprendió muy poco en la escuela. Sin embargo, le 
encantaba desarmar aparatos para ver cómo funcionaban. Su pasatiempo favorito era “descuartizar” 
relojes. No tenía título profesional, pero asistió a una escuela nocturna para fortalecer sus destrezas 
y, como también era muy inteligente, con el tiempo se convirtió en un maestro muy querido del oficio 
que practicaba. A él se acercaron estudiantes que igualaban su entusiasmo y que, ya muy tarde por la 
noche, se prestaban como voluntarios para trabajar en sus proyectos y aprender del proceso. Su 
habilidad para atraer el talento y el trabajo de otros era envidiable, y lo aprovechó para rodearse en 
su negocio de gente que entendía de asuntos con los que no estaba familiarizado. 
Tuvo mucho éxito cuando trató de reunir recursos por medio de inversionistas que creyeran en 
su producto. El problema fue que, en lo que no siempre tenían fe, era en su visión, y al hombre le 
descorazonó descubrir que la gente sólo se enfocaba en el dinero. Llegó un momento en que lo 
despidieron de su propia compañía, que llevaba su nombre. Un hombre de menos valía habría 
abandonado la lucha y buscado otro empleo. 
Curiosamente, unos años antes, él mismo había renunciado al empleo que tenía en una compañía 
muy importante. Como su actividad empresarial no le redituaba lo suficiente, tuvo que mudarse varias 
veces con su familia a lugares más modestos. Cuando todavía trabajaba para otros durante el día, 
recibió inspiración del icónico individuo que dirigía la empresa donde laboraba. Era un hombre al 
que había idolatrado desde la infancia, y con quien tuvo la oportunidad de convivir brevemente un 
día. Con una explicación muy somera, le describió su invento. El hombre dio un puñetazo en la mesa 
y le dijo: “Joven amigo, eso es: lo consiguió. No se dé por vencido”. 
“Aquel puñetazo en la mesa significó muchísimo para mí”, ledijo el empresario a su paciente 
esposa. “El año que viene no me vas a ver mucho.” Para ser honestos, alcanzar el éxito le tomó más 
de un año. Fueron décadas. 
Las respuestas rara vez nos llegan en uno de esos momentos que nos hacen gritar “¡Eureka!”, y 
lo que sucedió con Henry Ford, no fue diferente. Él observó el mundo que lo rodeaba y, con mucha 
lentitud, logró llegar al momento oportuno y alcanzar su objetivo. Ford demostró que un empresario 
no tiene que inventar una nueva tecnología. Su enorme éxito fue el resultado de algo más valioso: una 
marca. Los automóviles fabricados a la medida era lo que estaba de moda en aquel tiempo, pero 
formaban parte de un concepto que no era compatible con la visión que Ford tenía. Él quería que toda 
la gente pudiera disfrutar del lujo que, entonces, sólo los ricos podían pagar. 
Ford quería cambiar el mundo y creía que el secreto radicaba en un automóvil con motor de 
combustión interna —en este caso, generada por gasolina— que se ensamblara en una fábrica en la 
que todos los automóviles fueran iguales. Su héroe, el hombre para quien trabajaba, también creía en 
esa idea, y por eso, dio un puñetazo en la mesa y motivó a Ford a continuar trabajando a pesar de los 
fracasos y el paso de los años. 
Henry Ford se atrevió a soñar en grande. Un domingo escuchó al ministro de su iglesia decir: 
“Enganchen su carrito a una estrella”, y entonces le dijo a su hermana, “eso es lo que voy a hacer”. 
Fue en 1893. Diez años después, el 23 de julio de 1903, el dentista Ernst Pfenning, de Chicago, 
compró el primer Modelo A de la Ford Motor Company. 
Henry Ford lo había logrado. Había dejado de ser un soñador, para convertirse en empresario. 
 
INTRODUCCIÓN 
LOS EMPRESARIOS SON DISTINTOS 
 
Este libro trata acerca de los empresarios y de lo que los hace distintos a los demás. Está dirigido 
tanto a quienes ya lo son, como a quienes les gustaría llegar a serlo. 
No se trata de un libro de texto escrito por profesores de una escuela de negocios. Aquí no se 
ofrece una visión color de rosa, ni se muestra paso a paso el camino para alcanzar el éxito, porque 
ambos enfoques son poco realistas. No, este libro, al contrario, es muy realista. Por eso lo escribieron 
empresarios que han ganado, fracasado y vuelto a levantarse para volver a ganar una otra vez. En él 
narramos nuestras historias. 
A menudo, a esa capacidad que tiene el empresario de soñar, ganar, perder volver a ganar, una 
otra vez, se le llama espíritu empresarial. Es lo que separa al empresario de todos los demás en el 
mundo de los negocios. También es lo que marca la diferencia entre quienes desean ser empresarios 
quienes de verdad pueden llegar a serlo. 
Hemos estado escribiendo este libro durante tres años. Nos empeñamos en hacerlo porque ambos 
creemos que sólo los empresarios pueden crear empleos reales. Y ahora que el mundo atraviesa 
niveles sin precedente de desempleo, lo que más se necesita es subsanar el problema. 
El desempleo crónico provoca malestar social, eso puede conducir a una revolución. Los 
disturbios que se produjeron durante 2011 en Medio Oriente, son buenos ejemplos de ello. Estas 
revueltas las avivaron personas dispuestas, capaces ansiosas por trabajar, que no tienen la oportunidad 
de hacerlo porque viven en sociedades con un alto nivel de desempleo. China, por ejemplo, tiembla 
sólo de pensar que sus exportaciones pudieran disminuir porque, la mera idea de millones de 
trabajadores desempleados, es aterradora. El gobierno de Estados Unidos tiene preocupaciones 
similares y gasta miles de millones de dólares con el objetivo de crear empleos a través de la 
legislación los programas gubernamentales. 
El problema es que ningún gobierno, ni el nuestro ni el chino, puede crear empleos reales. Los 
únicos que pueden hacerlo son los empresarios. Porque sólo ellos ven al futuro le inyectan vida, una 
y otra vez, por medio de sus riesgos, pérdidas y ganancias. Y por si fuera poco, en ese proceso logran 
crear industrias nuevas y oportunidades para la gente de todo el mundo. 
Otro problema importante es que las escuelas no crean empresarios, sólo están diseñadas para 
producir empleados. Por eso la gente con frecuencia dice: “Ve a la escuela para que puedas obtener 
un buen empleo”. La mayoría de los estudiantes, incluso los graduados de programas de maestría, 
terminan siendo empleados, no empresarios. Debido a los préstamos estudiantiles, millones de 
jóvenes se gradúan año con año, cargando una enorme deuda, y, para colmo, luego salen y descubren 
que no hay empleos para ellos. En la actualidad hay demasiada gente, joven y mayor, en busca de 
empleo. Y quienes ya tienen uno, viven con el temor de perderlo. Por eso necesitamos más 
empresarios que puedan generar negocios y fuentes de trabajo. 
A la caída del mercado, que comenzó en 2007, se le considera el mayor descalabro económico 
desde la Gran Depresión. Mucha gente sigue esperando que la economía se recupere y, aunque eso sí 
llegará a suceder, estoy seguro de que no se volverán a presentar las mismas condiciones. La vieja 
economía de la Era Industrial (la que implicaba un empleo seguro de por vida, pensiones, prestaciones 
y sindicatos), no tendrá cabida en la nueva Era de la Información. 
Muchos negocios de la lista de Fortune 500, surgieron en la Era Industrial y, por lo tanto, 
desaparecerán. Las compañías del mañana que van a formar parte de Fortune 500, surgirán en medio 
de la crisis y estarán dirigidas por empresarios con visiones avanzadas y un espíritu empresarial 
moderno. 
Este libro se escribió precisamente para dichos empresarios y para la gente que desea formar 
parte de ese grupo. Debemos aclarar que no es un texto de negocios, sino un compendio sobre lo que 
se necesita para tener éxito en este ámbito. 
Compartiremos contigo los pensamientos, creencias, logros y fracasos que hemos acumulado en 
varias décadas como empresarios. Aquí aprenderás lo que nos hizo alcanzar el éxito a pesar de que 
nueve de cada diez fracasan. Asimismo, te brindaremos la información acerca de cómo logramos ir 
más allá del éxito y la riqueza, y conseguimos lo que muchos sueñan, pero jamás logran: convertir 
nuestros negocios en marcas internacionales. Lo más importante es que te hablaremos de lo que nos 
mantiene luchando cuando otros renuncian, y sobre las razones por las que siempre buscamos desafíos 
mayores. 
En éste, nuestro segundo libro escrito en conjunto, no sólo te diremos lo que nos brinda el toque 
de Midas: la habilidad de transformar lo que tocamos en oro; también compartiremos contigo lo 
necesario para que tú puedas hacerlo. 
Dividimos el libro en cinco capítulos. Cada uno de ellos representa los cinco dedos de la mano 
con el toque de Midas. Después de narrar nuestras historias de manera individual en cada capítulo, 
incluimos la sección llamada “Desglose”, en la que se ofrece una revisión objetiva de los puntos clave. 
Con la sección “Puntos a recordar | Acciones para llevar a cabo” se completa cada capítulo y se ofrece 
una lista de acciones que puedes aplicar en tu propia vida. 
Los cinco dedos representan los cinco factores clave de todo empresario que sueña con el éxito 
y debe llegar a dominar; pero te advertimos que estos conceptos no se enseñan en las escuelas. 
La mano del toque de Midas es la metáfora perfecta para representar los atributos esenciales 
requeridos para el éxito empresarial. Si llegas a dominar todos los dedos, descubrirás la magia que ha 
hecho increíblemente ricos a algunos empresarios, aunque no a la gran mayoría. 
El pulgar representa la fuerza de carácter. Sin ella, los empresarios no podrían soportar los 
inevitables fracasos y desilusiones que conlleva crear algo de la nada. Los territorios no explorados 
siempre están llenos de peligros. 
El dedo índice representa el enfoque. Los empresarios deben contar con el enfoque adecuado 
para alcanzar el verdadero éxito.El dedo medio, el más largo de todos, tiene que ver con la marca. Refleja aquello que representas. 
Si no tienes una marca sólida y la disposición para hacer que todo el mundo se entere, no podrás 
desarrollar el toque de Midas. 
El dedo anular es el que tiene que ver con las relaciones: cómo encontrar un buen socio, cómo 
ser un buen socio, y cómo construir distintos tipos de sociedades para lograr el éxito. 
Finalmente, el dedo meñique se relaciona con lo pequeño. Sin embargo, no sólo se vincula con 
el dominio sobre los detalles. Muy pronto descubrirás que los detalles pueden convertirse en factores 
de gran importancia, y lanzarte en una dirección de logros exponenciales. Aprenderás a detectar ese 
pequeño elemento que puede convertirse en algo grande para tus clientes y para tu negocio. 
Cada uno de estos factores tiene su propia importancia. Pero ya en conjunto, cuando toda la 
atención, habilidad, aprendizaje y conocimiento se encuentran en tus manos, entonces el poder del 
toque de Midas comienza a brillar de verdad. Y ciertamente, nuestro mundo se beneficiaría bastante 
con algo de brillo empresarial. De hecho, lo que el mundo necesita para resolver los problemas 
globales del desempleo y la falta de seguridad en cuanto a trabajo y recursos financieros, es más 
empresarios. Necesitamos, en particular, más empresarios que se hayan vuelto increíblemente 
exitosos gracias al toque de Midas. 
 Donald J. Trump 
 
Robert T. Kiyosaki 
CAPÍTULO UNO 
EL DEDO PULGAR 
FUERZA DE CARÁCTER 
 
 
La vida es como una piedra de esmeril: que te quiebre o te pula, dependerá 
del material de que estás hecho. 
—Anónimo 
 
Cómo convertir la mala suerte, en buena suerte 
Robert Kiyosaki 
A principios del año 2000, me encontraba en el desierto australiano, totalmente alejado de la 
civilización. Estaba de vacaciones con unos amigos, acampando en uno de los lugares más hermosos 
del mundo. Había pasado una semana viajando para llegar hasta allí. 
Una tarde, mi teléfono satelital sonó de pronto. Era mi esposa Kim llamándome desde nuestra 
casa, en Phoenix. 
“¿Adivina qué?”, me preguntó muy emocionada. “Llamó la productora del programa de Oprah 
Winfrey para decirnos que Oprah te quiere en el show, en Chicago.” 
“Eso es genial”, le contesté. “¿Pero, por qué a mí?” 
“Quiere que hables acerca de tu historia y del libro Padre rico, Padre pobre.” 
“Eso está muy bien”, agregué. “Manténme informado.” “Quiere 
que vayas al programa en los próximos días.” 
“¿En los próximos días?”, pregunté quejándome. “Pero acabo de llegar aquí. ¿Sabes cuánto me 
tomó hacerlo? Fueron dos días de vuelo y casi cuatro de viajar en auto. ¿No podemos hacer la cita 
para otra fecha?” 
“No. Hemos trabajado mucho para responder a todas las preguntas. La productora incluso llamó 
al hijo de Padre rico para asegurarse de que la historia de tus dos padres fuera verídica. Están muy 
emocionados en el programa y quieren que vayas ahora.” Kim hizo una pausa y luego dijo: “No dejes 
pasar esto. Sólo vuelve a casa. Cuando llegues al aeropuerto de Sydney habrá unos boletos para ti”. 
Estuve en Chicago seis días después. 
El programa de Oprah se transmitía desde su estudio, llamado Harpo Productions. Una 
encantadora asistente me escoltó desde la sala de espera de color verde, hasta el lugar del estudio 
donde las entusiastas admiradoras de la conductora ya se encontraban sentadas. 
El lugar completo vibraba. Las admiradoras de Oprah esperaban con ansia su llegada. Por un 
momento, incluso olvidé dónde me encontraba. Ya no recordaba que estaba a punto de aparecer en 
televisión junto a la mujer más poderosa del mundo del entretenimiento. Sabía que se esperaba una 
audiencia de veinte millones de personas tan sólo en Estados Unidos, y que a eso se sumarían las 
repeticiones en 150 países del mundo a través de la televisión por cable. 
Cuando miré alrededor vi dos sillas en medio del escenario, y pensé: “Me pregunto para quién 
será la otra silla”. Y entonces, me paralicé al darme cuenta de que… ¡la segunda silla era para mí! 
De pronto, se escuchó el estruendo de los aplausos en todo el estudio. Oprah había hecho su 
entrada al escenario; era mucho más impresionante en persona que por televisión. Después de dirigir 
algunas palabras al público del estudio y a sus televidentes, su asistente me tomó con delicadeza del 
brazo y me indicó: “Vamos”. 
Respiré hondo y pensé: “Es demasiado tarde para comenzar a practicar”. 
Una hora después, el programa había terminado. La multitud aplaudió y Oprah se despidió del 
mundo entero. Cuando se apagaron las cámaras de televisión, ella volteó a verme, señaló el libro, 
sonrió y dijo: “Padre rico, acabo de vender un millón de copias de tu libro”. 
En ese momento Padre rico, Padre pobre, era un libro autopublicado. Eso significa que no tenía 
que compartir mis ganancias con ninguna compañía editorial, y a pesar de que nunca he sido muy 
bueno para las matemáticas, de inmediato entendí que se trataba de dinero. Yo tenía una ganancia de 
cinco dólares por libro, después de pagar todos los gastos. Según la estimación que había hecho Oprah 
de que se vendería un millón de copias del libro, las matemáticas elementales me decían que acababa 
de ganar cinco millones de dólares en una hora, aparte impuestos. Fue un día muy provechoso en 
varios sentidos. Yo no lo sabía en ese momento, pero en una hora había pasado de ser un perfecto 
desconocido a un individuo reconocido a nivel mundial. Y como tal vez ya lo sabes, la fama puede 
ser mucho más tentadora que el dinero. 
La razón por la que autopubliqué mi libro Padre rico, Padre pobre, fue porque cada una de las 
editoriales a las que lo había enviado lo rechazaron. La mayoría de los editores fueron muy amables, 
pero me dijeron que, sencillamente, no estaban interesados en mi historia. Dos de ellos me recordaban 
a mi maestro de inglés cada vez que me decía que necesitaba aprender a escribir. Otro incluso llegó 
a exclamar: “¡Su historia es absurda! Ningún lector la va a creer”. Y un editor especializado en libros 
financieros lo rechazó y me dijo: “Usted no sabe de lo que está hablando”. Se refería a la afirmación 
que hice en Padre rico, Padre pobre: “Tu casa no es un activo”. Por supuesto que, después de la crisis 
subprime, de millones de remates inmobiliarios y de que los inmuebles llegaran a valer menos de lo 
que costaba su hipoteca, me pregunto si aquel editor seguirá pensando lo mismo sobre el mensaje de 
mi libro. 
Sin dejar que el rechazo nos afectara, Kim y yo autopublicamos mil copias del libro y lo 
presentamos con bastante discreción durante mi fiesta de cumpleaños, en abril de 1997. 
De 1997 al año 2000, Padre rico, Padre pobre adquirió popularidad gracias a la recomendación 
de boca en boca. La gente pasaba el libro a sus amigos y a su familia, y así, entró a la lista de 
bestsellers del New York Times y fue escalando en ella. La productora de Oprah llamó poco después 
de que fuera incluido. En aquel entonces, además, era el único libro autopublicado de la lista. Diez 
años después, en 2010, calculé que Oprah me había ayudado a vender aproximadamente 22 millones 
de copias de Padre rico, Padre pobre en más de cien países. Así de grande es el alcance de su 
influencia. 
La prensa me llamó inmediatamente después de que el programa salió al aire y, aunque la 
mayoría de la gente estaba encantada con la historia de mis dos padres, hubo quienes se mostraron 
escépticos, me criticaron y juzgaron. 
El fracaso conduce al éxito En varios programas de televisión y artículos de revistas me 
definieron como un “éxito de la noche a la mañana”. Y cada vez que escuchaba o leía aquella frase, 
me daba mucha risa porque, si bien era cierto que en una hora pasé de ser un desconocido a ser una 
figura reconocida internacionalmente, me había llevado bastante tiempo triunfar. En el año 2000 tenía 
53 años, de los cuales, apenas llevaba unoscuantos siendo exitoso. 
En una ocasión, Thomas Edison, inventor de la bombilla eléctrica y fundador de General 
Electric, dijo: “Yo no he fracasado, sólo encontré 10 000 maneras, que no funcionan, de hacer las 
cosas”. 
La cita de Edison expresa la razón por la que la mayoría de las personas no logran convertirse 
en empresarios exitosos. Asimismo, señala por qué muy pocos logran desarrollar el toque de Midas. 
La explicación es sencilla: gran parte de la gente no alcanza el éxito porque no falla lo suficiente. 
En lo que se refiere al concepto del toque de Midas, el pulgar representa tu madurez emocional 
y fuerza de carácter. Si el pulgar no participa, los otros cuatro dedos no cuentan con la estabilidad 
necesaria para enfrentar los desafíos, los altibajos, los logros y los fracasos que enfrentan los 
empresarios día tras día. 
¿Qué es lo que te hace falta? 
Mucha gente dice que hay dos cosas que impiden el avance de los nuevos empresarios: 
1. La falta de capital. 
2. La falta de experiencia con negocios en la vida real. 
Sin embargo, puedo decir por experiencia propia que hay un tercer factor: 
3. La falta de madurez emocional y fuerza de carácter. 
Creo que, de todos estos elementos, el tercero es la razón principal por la que muchos fracasan en sus 
intentos por convertirse en empresarios. 
El mundo está lleno de gente sagaz, preparada y talentosa que no desarrolla los talentos o dones 
que Dios le otorgó. ¿Acaso no es muy común que el estudiante que todos los demás creyeron que 
triunfaría, no lo haga? Todos conocemos a personas cuyas vidas son una larga serie de penas, 
tragedias y traiciones, que culpan a otros de sus fracasos y de haber tenido un mal comienzo. También 
conocemos a gente que tiene una maravillosa idea para hacer millones de dólares, pero, sencillamente, 
es demasiado holgazana para levantarse del sofá. Todos conocemos a gente que vive pensando en el 
futuro y no es capaz de actuar en el presente. Hay millones de personas que quieren cambiar el mundo, 
pero ni siquiera pueden modificar las condiciones de sus propias vidas. Por supuesto, todos 
conocemos a alguien que miente, engaña y roba y, de paso, insiste en creer que es una persona íntegra. 
Por eso, la mayoría de la gente ni siquiera tiene acceso a su toque de Midas: porque carece de madurez 
emocional y fuerza de carácter. 
Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora 
Cada vez que hablo con un grupo de empresarios en potencia, comienzo diciendo lo siguiente: “Si 
hubiera estado consciente de todo lo que ignoraba, creo que ni siquiera habría comenzado”. También 
suelo señalar: “De haber sabido cuán difícil sería, tampoco lo habría intentado”. Pero para brindarle 
a estos noveles emprendedores algo de la “luminosidad del futuro”, siempre añado: “Me alegra no 
haberlo sabido porque, si hubiera estado al tanto de todo eso, seguramente no ser ía exitoso el día de 
hoy”. Y entonces, comienzo a explicarles cómo fue que mis fracasos construyeron mi camino hacia 
el éxito. 
No continúes leyendo 
En las siguientes páginas compartiré contigo algunas experiencias de la vida real, acerca del dolor y 
el fracaso. ¿Por qué quiero contarte algo así? La respuesta es muy sencilla: si el dolor y fracaso que 
yo he vivido te desaniman, entonces te habré hecho un gran favor. 
Si bien todo mundo tiene la habilidad de convertirse en empresario, no todo mundo necesita 
hacerlo. Existen formas más sencillas de ganarse la vida. 
Tal vez la vida y el éxito sean sencillos para algunos, pero yo no conozco a nadie así. Mi padre 
rico decía con frecuencia: “El éxito implica sacrificio”. Y la verdad es que yo todavía no conozco a 
nadie exitoso que no haya tenido que sacrificar mucho para alcanzar el lugar que ocupa. Por ejemplo, 
para seguir la carrera que tienen, los médicos pagan un precio muy alto en lo que se refiere a tiempo, 
dinero, energía y relaciones personales. Sucede lo mismo con los atletas de alto rendimiento, las 
estrellas de cine, los ídolos musicales y los líderes políticos y sociales. En el ámbito de los negocios 
sucede exactamente lo mismo con el éxito. 
El sacrificio es el precio que se tiene que pagar para alcanzar el éxito. Por desgracia, no todo 
mundo está dispuesto a hacerlo porque, en general, resulta mucho más sencillo ser una persona común 
y corriente, y conservar la comodidad, tranquilidad y relativa seguridad de una vida mediocre. 
Anécdotas de mi estupidez 
Albert Einstein dijo: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Sin embargo, 
todavía dudo que la primera realmente lo sea”. 
Pues yo soy prueba viva de la teoría de Einstein porque mi estupidez es infinita. 
A continuación mencionaré varios ejemplos de mi estupidez. El primero sucedió cuando 
emprendí mi primer negocio. Se llamaba Rippers y era una modesta empresa que producía carteras 
para surfistas, fabricadas con nylon y velcro. Luego creció y se convirtió en algo más grande. Debo 
mencionar que, antes de Rippers, tuve varios negocios pequeños; sin embargo, ninguno de ellos me 
llevó a un nivel internacional de la manera que sucedió con las carteritas de nylon. Lo más curioso es 
que, en realidad, yo no había querido involucrarme en ese ámbito; mi estupidez fue lo que me condujo 
hasta ahí. 
Anécdota #1: Un tonto y su dinero 
Como la mayoría de la gente seguramente sabe, la aptitud más importante para un empresario es 
vender. Eso se debe a que la cantidad de ventas es proporcional a la cantidad de ingresos. Como yo 
no sabía vender, seguí el consejo de mi padre rico y obtuve un empleo en la Corporación Xerox a los 
26 años. No lo hice porque me gustaran las copiadoras, sino porque esa empresa tenía un excelente 
programa de entrenamiento de ventas. Aunque yo no era muy bueno al principio, estudié, practiqué, 
tomé clases adicionales y, poco a poco, después de tres años, me convertí en uno de los mejores 
agentes de ventas de la compañía e incluso llegué a ganar algo de dinero. De 1974 a 1976, logré 
ahorrar 27 000 dólares para comenzar mi primer negocio. Debo mencionar que, en realidad, era 
muchísimo dinero entonces. 
Hay un dicho que reza: “A los tontos no les dura el dinero”. Y, como yo era un tonto, eso fue 
exactamente lo que me sucedió. Ahora te explicaré cómo. 
Un día me llamó un amigo para preguntarme si me gustaría invertir en su negocio. Me prometió 
que me devolvería el dinero en un mes y que, además, me daría 20 por ciento de interés. John, como 
él se llamaba, siempre había sido un empresario muy exitoso (aquí tengo que enfatizar la expresión 
“había sido”). Por eso creí en su inteligencia y sagacidad, y pensé que podría hacerse cargo de mi 
dinero durante 30 días. Debo decir que 20 por ciento de interés, también era muy tentador. Por todo 
lo anterior, le entregué mi dinero y, a cambio, él me dio un pagaré. 
Llamé a John un mes después para cobrar mis 27 000 dólares, más 5400 de intereses y, como ya 
habrás adivinado, no tenía el dinero. John le echó la culpa del problema a Stanley, su director 
financiero, quien, en realidad, era sólo contador público. 
“Le dije a Stan que comprara más producto para que lo pudiéramos enviar a nuestros minoristas” 
dijo John, “pero en lugar de eso, pagó algunas cuentas vencidas. Si Stanley hubiera comprado materia 
prima como se lo indiqué, ahora yo tendría el dinero para pagarte.” 
A pesar de que la explicación de John tenía lógica en sentido comercial, no me daba buena 
espina. Debí haberlo dicho en ese momento, pero preferí quedarme callado y creerle. La verdad es 
que le creí porque necesitaba hacerlo. Tenía miedo de dudar y, al final, jamás recuperar mi dinero. 
Era obvio que Stanley, el contador público, no había recibido lecciones de un padre rico. Sin 
embargo, no era sólo su caso. La mayoría de la gente hace lo mismo que él. Trabaja para obtener 
dinero, paga sus deudas y ahorra lo que queda. Por eso casi todo mundo vive al día. Los empresariosdeben saber cómo gastar su dinero para generar más. Con esto me refiero a invertir tiempo y dinero 
en mercadotecnia, publicidad, promociones e incentivos para los representantes de ventas por sus 
logros. 
En tiempos de crisis, por ejemplo, cuando las ventas y los ingresos bajan, la mayoría de la gente 
tiende a actuar como lo hizo Stanley, es decir, trata de ahorrar dinero o pagar deudas. Pero, por lo 
general, estas acciones conducen al desastre. Los empresarios avezados saben que, en época de crisis, 
deben invertir dinero en ventas y promociones de mercadeo, incluso si eso implica pedir préstamos. 
Cuando las ventas comienzan a subir, entonces pueden pagar deudas y devolver el dinero que les 
prestaron. 
Durante la crisis financiera global que comenzó en 2007, la gente ha estado haciendo lo mismo 
que Stanley. Ha hecho recortes, pagado deudas y tratado de ahorrar dinero. El problema radica en que 
toda esta inmovilidad de recursos provoca que la economía sufra una desaceleración más inmediata. 
Los negocios y los individuos que llevan a cabo las mismas acciones que Stanley, corren el ri esgo de 
no llegar a recuperarse, ni siquiera cuando la economía misma logre el equilibrio. Y en ese caso, se 
quedarán más rezagados que quienes continuaron gastando y moviéndose en los malos tiempos. 
Anécdota #2: La historia se repite 
Le pregunté a John cuándo recuperaría mi dinero y me dijo que la única manera de hacerlo sería 
dándole más. Tal vez imaginas que, para entonces, ya había aprendido la lección, y que no estaba 
dispuesto a caer de nuevo en la trampa. Pero lo hice. En los siguientes tres meses reuní más de 50 000 
dólares entre mis amigos, para dárselos a John y su agobiado negocio. Y claro, como ya te imaginarás, 
el dinero se perdió en cuanto le entregué los cheques. 
Entonces, ¿cómo puedes conseguir dinero? La respuesta es: con la práctica. En el 
entrenamiento de ventas de Xerox me enseñaron que tenía que hacer cien llamadas para conseguir 
que diez personas me prestaran atención y, de esas diez, sólo podría concretar la venta con una. 
Para reunir dinero para John, diseñé un plan de negocios sencillo, escribí un pequeño volante 
publicitario y comencé a tocar puertas. Más o menos lo mismo que hacía en Xerox: llevar a cabo un 
montón de llamadas estériles para lograr mi objetivo. 
En aquel entonces, la compañía de John vendía jabones con una cuerdita. El jabón tenía la forma 
de un micrófono y era para gente a la que le gustaba cantar en la ducha. Tuve suerte y conseguí 
algunos inversionistas. 
Permíteme reiterar algo: la aptitud más importante para un empresario es vender. Si no eres 
bueno en ventas, entonces debes conseguir un socio que sí lo sea. 
Yo todavía estaba trabajando en Xerox cuando mis amigos comenzaron a llamarme para 
recuperar su dinero, más 20 por ciento de interés. Y tal como lo dicta la regla, a medida que entré en 
pánico, mi inteligencia fue disminuyendo. 
Fui demasiado ingenuo. Debí saber que, reunir dinero y promover los productos de un negocio 
mal manejado, era una estupidez. Sin darme cuenta, estaba participando en un modesto esquema 
Ponzi, en una versión a escala del escándalo de miles de millones de dólares que protagonizó Bernie 
Madoff. Por suerte, pude pagarle a la gente más adelante. 
La carrera siempre se gana avanzando lento, pero seguro. Eso se debe a que sólo hay algunas 
oportunidades grandes en la vida, y promover un negocio o idea, requiere de tiempo. 
Anécdota #3: Sube a bordo 
Una vez más, como un tonto, le pregunté a John cómo podía ayudarle a recuperar mi dinero. Él tuvo 
la brillante idea de que me uniera a su compañía, recuperara el dinero y, de paso, le ayudara a salvar 
el negocio. ¿Y adivina qué? Acepté su oferta. Por eso trabajaba con mucho ahínco en Xerox todo el 
día y, al terminar mi jornada, cruzaba la calle para ir a la oficina de John en el centro de Honolulu y 
concentrarme en el plan para salvar su negocio. 
Durante la etapa inicial los empresarios tienen que trabajar 24 horas al día, siete días a la semana. 
E incluso, a veces se ven obligados a trabajar durante meses o años sin sueldo. El número de horas 
que los empresarios trabajan sin cobrar, es lo que los define y los diferencia de los empleados. 
Ese mismo número de horas de trabajo o práctica, determina el nivel de éxito que tendrás en 
cualquier ámbito. Por ejemplo, los golfistas profesionales invierten años de estudio y práctica antes 
de recibir un centavo… si acaso llegan a pagarles. 
Por eso, lo mejor es que conserves tu empleo durante el día y construyas el negocio en tu tiempo 
libre. Tal vez tengas otros planes, pero te aseguro que pasarás un buen tiempo laborando sin recibir 
nada a cambio. 
Anécdota #4: Un tenue resplandor de esperanza 
John, Stanley y yo entramos en pánico cuando se acabó todo el dinero. Ahí surgió la idea de las 
carteras de nylon y velcro para surfistas. Como nosotros surfeábamos y también éramos marineros, 
usábamos ese tipo de carteras. Las fabricábamos con velas viejas de barcos. 
John pensó que se venderían muy bien. Estaba seguro de que las carteritas de nylon serían la 
salvación de su compañía. A pesar de que yo no me sentía tan confiado como él, comenzamos a 
trabajar en el plan de negocios y, en muy poco tiempo, nos convertimos en la primera compañía de 
carteras de nylon. 
El beneficio que recibí de aquella experiencia fue que aprendí a diseñar, empacar, manufacturar 
y mercadear un producto completamente nuevo. La lección fue muy costosa, pero, ahora que lo 
pienso, también fue invaluable. Aunque no me agradaría repetir lo sucedido, debo decir que ese 
descalabro fue lo que me condujo a la creación de los juegos de mesa CASHFLOW, los cuales 
continúan generándome un ingreso pasivo hasta la fecha. 
Anécdota #5: Estrés y miedo 
John se equivocó: el negocio de las carteras de nylon no fue la gran cosa. Nos metimos en más deudas 
de las que teníamos al principio y, de pronto, nos acercábamos peligrosamente a la quiebra. 
Entonces, en un arranque de desesperación, le mostré a John y a Stanley una idea para un 
producto nuevo. Se trataba de algo que yo mismo había diseñado, también de nylon. Como mencioné 
anteriormente, John y Stanley eran surfistas y marineros. A mí me gustaba correr, pero había 
detectado un problema. Los corredores no teníamos en donde guardar las llaves, identificación y algo 
de dinero durante nuestros entrenamientos. Los shorts no tenían bolsillos, y la opción de meter todo 
en el zapato o en una calceta, no era nada agradable. Por eso se me ocurrió la idea de una minicartera 
que se pudiera colgar de las agujetas de los tenis. 
Completamente en quiebra y con las tarjetas de crédito al tope, lanzamos los bolsillos de tenis 
“Rippers” para corredores. Lo hicimos en el show de artículos deportivos de Nueva York y, aunque 
no lo creas, fueron incluidos en la lista de “Productos nuevos y de actualidad producidos este año”, 
de la industria de artículos deportivos. El producto incluso apareció como novedad en las revistas 
Runner’s World, Playboy y Gentlemen’s Quarterly. 
Los empresarios deben saber manejar el estrés y el miedo porque estos pueden motivarlos a ser 
más creativos, a aprender más rápido, y a incrementar su conocimiento acerca de las otras personas y 
de los negocios. 
Dicho de otra forma, los empresarios deben, con toda celeridad, aprender y buscar nuevos 
conocimientos, innovaciones e ideas. El miedo se puede convertir en motivación, pero, si por lo 
general te paraliza, entonces no renuncies a tu empleo fijo. 
Lo que en realidad quiero decir es que los negocios sólo crecen si el empresario también lo hace. 
Anécdota #6: El saco lleno de deudas 
Poco tiempo después comenzamos a exportar los bolsillos a todo el mundo. A pesar de que éramos 
un éxito internacional, la compañía seguía en quiebra. Por supuesto, la cantidad de efectivo que 
entraba se había incrementado, sinembargo, los gastos seguían siendo mayores. En un último 
esfuerzo desesperado, John me pidió que reuniera aún más dinero. Y lo hice. Todavía recuerdo el día 
que entré a su oficina con un cheque de 100 000 dólares que me había dado un inversionista. John y 
Stanley me sonrieron agradecidos. 
Unos días después, estaba vendiendo los productos Ripper en Chicago, en una exposición de 
comercio de artículos deportivos y, cuando terminó el show, llamé a Honolulu para reportar mis 
logros. 
Me contestó Jana, nuestra recepcionista. Estaba llorando. “¿Qué 
sucede?”, le pregunté. 
“Me duele mucho decirle esto, pero John y Stanley cerraron la compañía hoy. Se llevaron el 
dinero que quedaba y… creo que salieron de la ciudad. No sé dónde están”. 
Si en ese momento no me dio un ataque cardiaco, creo que ya nunca me dará. De pronto, un 
latigazo me recorrió el cuerpo. En realidad sentí como si me hubiera caído un rayo. Fue como si me 
hubieran pateado el estómago. Aquella llamada marcó el principio de una de las caídas más fuertes 
que he tenido en mi vida. 
Regresé a la habitación del hotel en Lake Shore Drive y observé el lago Michigan desde ahí. Me 
pregunté, una y otra vez, “¿Cómo pude ser tan estúpido?” 
John y Stan se habían ido. Les pagaron a sus conocidos, pero dejaron en mis manos un saco de 
deudas por casi un millón de dólares. Era dinero que yo había conseguido a través de amigos, 
familiares e inversionistas. De pronto me quedé sin empleo, sin negocio, sin casa y sin esposa. Ella 
me dejó en cuanto el dinero se acabó; para ser más específico, cuando vendí nuestro condominio y 
pagué las deudas de tarjetas de crédito para poder volver a usarlas. 
Toqué fondo y ya no podía caer más bajo. Sentí que la vitalidad me había abandonado pero, al 
mismo tiempo, continuaba preguntándome, una y otra vez: “¿Cómo pude ser tan estúpido?” 
Mi padre rico me había advertido en varias ocasiones que no debía hacer negocios con John y 
Stanley. Con frecuencia llegó a llamarlos “payasos” y “estafadores”. El problema fue que no quise 
escucharlo e ignoré sus consejos. Padre rico me dijo: “Un estafador sólo puede timarte cuando quieres 
conseguir algo a cambio de nada”. 
Sentado en aquella pequeña habitación de hotel, en Chicago, comencé a asimilar las advertencias 
de padre rico. Entonces me pregunté: “¿Por qué quería yo algo a cambio de nada?” Sabía que, si 
llegaba a entender eso, también comprendería por qué me habían estafado. 
Desearía poder decir que encontré una respuesta definitiva, pero hasta ahora, a pesar del paso de 
los años, lo único que puedo decir es que fui flojo y por eso pudieron estafarme. 
Aquí te presento una lista de gente que termina siendo estafada por su holgazanería: 
Los empleados que creen en la seguridad de un empleo. 
Los votantes que apoyan a los políticos que les prometen cuidar sus intereses. 
 Inversionistas que creen a los asesores financieros cuando les dicen que deben invertir 
a largo plazo en acciones, bonos y fondos mutualistas. 
 Gente que cree que obtener buenas calificaciones en la escuela le garantiza un empleo 
seguro de por vida. 
 Gente desesperada que cae en trampas como: “Compra mi libro y conviértete en 
millonario de la noche a la mañana”, o “Toma esta píldora y baja cinco kilos sin hacer 
ejercicio”. 
 Cualquiera que crea que las siguientes afirmaciones son ciertas: 
– “No necesitamos dinero. El amor será suficiente.” (Sólo funciona si te vas a vivir con tus padres). 
– “Me voy a ganar la lotería.” (O tal vez me caiga un rayo.) 
– “Mi esposo y yo somos totalmente íntegros.” (Creer en una afirmación similar, a mí me costó millones.) 
– “Estará tan seguro como el dinero en el banco.” (Entonces, lo más probable es que no esté seguro.)– “El gobierno 
resolverá el problema.” (Entonces sí estas en apuros.) 
Estoy seguro de que tú también podrás añadir tus estafas favoritas a la lista. 
Lo que no sabes, no lo sabes 
A pesar de que padre rico me advirtió acerca de John y Stanley, en ningún momento intentó 
detenerme. Sólo me dijo: “Los niños no aprenden lo que significa ‘caliente’, hasta que se queman con 
la estufa”. Fue por eso que permitió que acercara tanto las manos al fuego. 
Su verdadera lección fue: “Lo que no sabes, no lo sabes”. ¡Y comprobé que es verdad! Por eso 
los empresarios tienen que aprender con mucha rapidez. Padre rico habría dicho: “En cuanto una 
persona renuncia a su empleo y decide dedicarse a los negocios, su ignorancia se hace evidente de 
inmediato.” 
Una de las razones por las que nueve de cada diez negocios fallan en los primeros cinco años, es 
porque al empresario lo abruma todo aquello que no sabe. Lo que destruye al negocio es su ignorancia, 
aun cuando él haya sido un excelente estudiante. 
Los estafadores son grandes maestros 
Padre rico solía decir: “Los estafadores y estafadoras aparecerán en el preciso instante que comiences 
tu negocio”. Jamás dijo que fueran malos porque, desde su perspectiva, siempre te hacen un favor: 
enseñarte las lecciones que necesitas aprender. Por eso también repetía: “Los estafadores son grandes 
maestros, sólo no te conviertas en uno de ellos”. 
Padre rico también me enseñó que “una de las tareas más importantes de los empresarios es 
proteger a sus empleados del mundo real”. Con eso se refería a que el ámbito de los negocios es uno 
de los más hostiles, viciados y peligrosos en los que se puede trabajar. En mi desarrollo como 
empresario, yo también tuve que encontrar la manera de proteger a mis empleados. 
Estaba ansioso por aprender la lección debido a que, siendo joven, vi a mi propio padre —un 
maestro y administrador honesto, trabajador y muy preparado— convertirse en carne cruda para los 
perros en cuanto abandonó la seguridad del sistema escolar. Papá se postuló como candidato para 
vicegobernador del Estado de Hawai por el Partido Republicano. Perdió la elección y se quedó 
desempleado poco después de cumplir 50 años. Luego tomó los ahorros de toda su vida y su fondo 
para el retiro, compró una sucursal de una famosa franquicia de heladerías… y lo perdió todo. Dicho 
llanamente, estuvo a salvo mientras trabajó para el sistema escolar al que había per tenecido desde los 
cinco años. En cuanto se salió de él, a los cincuenta y tantos, y entró al mundo real de los negocios, 
se lo comieron vivo. En menos de un año perdió todo por lo que había trabajado en su vida. 
Por todo lo anterior, comprenderás que la madurez emocional y la fuerza de carácter son 
esenciales en el mundo empresarial. 
La ley de Murphy Casi todos hemos oído hablar de la Ley de Murphy: “Cualquier cosa que pueda 
salir mal, lo hará”. La mayoría de los empresarios fracasan porque, sencillamente, ignoran demasiadas 
cosas y no cometen suficientes errores para subsanar su ignorancia. En otras palabras, el éxito 
proviene del fracaso, no de memorizar las respuestas correctas. 
Por eso, a muchas de esas personas inteligentes y bien preparadas como mi padre, les va mal en 
los negocios. Es gente con mucha educación en el ámbito académico pero, en el mundo de los 
negocios, no sabe moverse. 
La definición de éxito es distinta 
Tener éxito en el aspecto académico implica obtener calificaciones excelentes en la boleta y no 
cometer errores. En el mundo de los negocios, sucede lo contrario. 
Si le echas un vistazo a los programas de maestría, verás que la mayoría se enfoca en minimizar 
riesgos y en no cometer errores. Por eso muy pocos egresados de maestrías se convierten en 
empresarios. La mayoría obtiene su título con la esperanza de llegar a ser un empleado muy bien 
pagado. Algo similar sucede con los egresados de las escuelas de derecho y contabilidad. A fin de 
cuentas, en las universidades les enseñan a no cometer errores, y luego, alguien los contrata y les paga 
para que continúen así. 
Para poder alcanzar el éxito en el mundo empresarial, particularmente en las primeras etapas, la 
gente debe cometererrores, corregirlos, aprender de ellos, aplicar lo aprendido y, luego, cometer otros 
errores. Es el mismo camino que se tiene que recorrer para desarrollar el toque de Midas. 
Comencé este apartado con una lista de los errores que tuve en el negocio de las carteras de 
nylon, porque creo que es necesario aprender de los fracasos. Yo respeto mucho a Donald Trump. 
Aunque el primer libro que leí de él fue The Art of the Deal (El arte de negociar), me parece que The 
Art of the Comeback (El arte de recuperarse) es un texto más valioso porque, en él, Donald le confiesa 
al mundo sus errores, lo que aprendió y la manera en que logró reponerse. Gracias a ese libro pude 
reconocer lo sólido que es su carácter. 
Cómo convertir la mala suerte, en buena 
Tal vez la habilidad más importante que puede llegar a desarrollar un empresario, es la de convertir 
la mala suerte en buena. Para esto se requiere madurez emocional y fuerza de carácter. 
Por supuesto, todos cometemos errores, pero son importantes porque, cada vez que fracasamos, 
surge la oportunidad de descubrir y desarrollar nuestra madurez emocional, y mejorar la fuerza de 
carácter. 
Creo que John y Stanley fallaron y no pudieron superar una mala experiencia porque, en lugar de 
enfrentar las dificultades que surgieron en tiempos difíciles, prefirieron mentir, engañar y 
desaparecer. En otras palabras, el verdadero carácter surge en las situaciones de crisis. En 
su caso, cuando las cosas se pusieron muy mal, optaron por transformar la mala suerte en 
algo mucho peor. 
Pero no me malinterpretes; no estoy tratando de sugerir que soy superior a ellos, porque, en 
realidad, no soy ningún santo. A pesar de que provengo de una familia con mucho espíritu, no siempre 
he podido reflejar los altos valores éticos y morales de mis padres. Fui un buen chico en la escuela y 
nunca bebí ni ingerí drogas. Pero eso sí: me urgía dejar de vivir en mi casa. Y en cuanto estuve fuera, 
me esforcé por hacer precisamente lo contrario a lo que me habían enseñado mis padres. Estoy 
convencido de que, en varias ocasiones, debí terminar en la cárcel. 
No obstante, en aquel proceso para convertirme en empresario, tuve que recobrar los valores que 
me habían inculcado, los cuales implicaban no mentir, no hacer trampa ni robar; en particul ar, en 
momentos difíciles. Ahora te hablaré de las oportunidades que aproveché para incrementar mi 
madurez emocional y fuerza de carácter. 
Cuando perdí el dinero de los inversionistas, mi padre rico me motivó a visitarlos para ofrecerles 
disculpas. Luego acordé pagarles. Me tomó casi seis años cumplir el compromiso. 
Mi padre rico me aconsejó que, en lugar de huir del desastre, reconstruyera la compañía. Jon, mi 
hermano, y un amigo llamado Dave, me ayudaron a examinar las ruinas de Rippers a conciencia y, a 
partir de ahí, reconstruimos la compañía. Al afrontar mis errores y rescatar lo que quedaba, aprendí 
más acerca de negocios de lo que jamás habría aprendido si hubiera huido. 
También descubrí que tenía que asimilar el conocimiento a mayor velocidad. A mí jamás me fue 
bien en la escuela porque era un holgazán; pero ahora, a pesar de que no soy muy bueno para el 
estudio ni la lectura, continúo leyendo libros y artículos acerca de negocios, además de que asisto a 
seminarios. Esto es algo de lo que he aprendido: 
 En el interior de cada error, hay una gema de sabiduría. 
El doctor R. Buckminster Fuller, uno de mis mejores maestros, es considerado hoy en 
día un genio a nivel mundial. Él afirmó que: “Los errores sólo son un pecado si no se 
admiten”. Cada vez que me molesto por haber cometido un error, asumo mi 
responsabilidad a pesar de que, claro, me gustaría culpar a alguien más. Luego me tomo 
el tiempo necesario para buscar la gema de sabiduría oculta en mi falla. Y cuando por 
fin la encuentro, el descubrimiento me brinda la energía necesaria para seguir adelante. 
 Culpar a alguien más es como un pecado. 
Muy a menudo me encuentro con empresarios fracasados e infelices que culpan a otros 
de sus errores de manera sistemática. Como es de esperarse, nunca aprenden de sus 
equivocaciones y tampoco crecen gracias a sus experiencias. Lo que esos empresarios 
no pueden ver es que en sus errores se encuentra la sabiduría que puede brindarles un 
futuro mejor. Culpar a alguien más es el peor pecado del mundo. 
 Afronta tus errores y admítelos. 
Hay mucha gente que va cargando sus errores y se arrepiente de haberlos cometido. Otras 
personas fingen no haberse equivocado y, por lo tanto, caen en lo mismo otra vez. Y 
también hay algunos que se vuelven criminales, mienten acerca de sus fallas y, de esa 
forma, las tornan en algo todavía peor. El hecho es que, si una persona comete un error 
y miente, culpa a alguien más, justifica su falla o finge que no pasa nada, está dando un 
paso atrás. Es por eso que hay quienes no avanzan en la vida. Un buen ejemplo de este 
fenómeno es lo que sucedió con el presidente Bill Clinton cuando le mintió al mundo y 
negó haber tenido relaciones sexuales con una pasante de la Casa Blanca. Clinton pudo 
llegar a ser uno de los presidentes más grandes pero, en lugar de eso, ahora será recordado 
por su falta de carácter moral, por engañar a su esposa y, además, por mentir en televisión 
al respecto. Se requiere de mucho valor para enfrentar los errores y admitirlos; en 
cambio, para mentir no hace falta gran cosa. 
Los errores son el camino a tu toque de Midas 
Cometer errores en la escuela es algo malo, por eso se considera que los estudiantes que tienen menos 
equivocaciones son los más “inteligentes”. Sin embargo, en el mundo de los negocios, come ter un 
error, admitirlo y aprender, es como hacer que esa mala “suerte” se convierta en buena; es un proceso 
esencial para alcanzar el éxito. Einstein afirmó: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la 
estupidez humana”. A esa teoría yo le añadiría que la capacidad humana para aprender, también es 
infinita. 
Si eres empresario, es posible que tus errores dañen tu negocio, pero recuerda que, por otra parte, 
si tus empleados los cometen, tú también te verás afectado. A veces, si tratas de corregir a tus 
subordinados y les pides que asuman su responsabilidad, su respuesta es dejar el empleo, buscar uno 
nuevo y dejar que seas quien pague por sus desaciertos. Es por eso que muchos empresarios prefieren 
trabajar con la menor cantidad posible de gente. Si el empresario no es un buen líder o si carece de 
las habilidades necesarias para tratar con la gente, puede ocasionar que, en vez de contar como un 
activo, sus empleados se conviertan en un pasivo. 
Para colmo, los empleados también pueden terminar actuando como criminales si la situación se 
pone difícil, si les das la espalda, o si llegan a creer que el dinero que has ganado les pertenece. 
Hay muchos timadores y estafadores en el mundo de los negocios. 
En el ámbito de lo ilegal se pueden detectar dos tipos de delitos: los violentos y los denominados 
“de cuello blanco”. Los violentos, por lo general, involucran una víctima y un arma, o fuerza bruta 
aplicada. La mayoría de los delitos de cuello blanco, por otra parte, nunca llega a castigarse porque, 
sin arma ni daño físico, es muy difícil comprobar que alguien mintió, robó, engañó y actuó de manera 
deshonesta. Dicho de otra forma, en el mundo de los negocios, los peores criminales con los que te 
encontrarás, muy a menudo serán personas amables y bien preparadas, pero carentes de madurez 
emocional y fuerza de carácter. Cuando a ese tipo de personas no les salen las cosas como esperaban, 
les resulta más fácil convertirse en delincuentes. 
Por fortuna yo jamás he sido víctima de un delito violento. Sin embargo, gracias a personas con 
un alto nivel de preparación académica, he perdido enormes cantidades de dinero. En realidad eran 
individuos muy avezados que se creyeron demasiado inteligentes. Pensaron que jamás cometeríanun 
error y, por lo tanto, asumieron que no tenían por qué admitir sus fallas. Y claro, a eso no le puedes 
llamar inteligencia, sino arrogancia: una trágica falla de carácter. Y como una persona arrogante no 
puede recibir retroalimentación, aprender, ni modificar sus hábitos con suficiente rapidez para 
seguirle el paso a este mundo tan cambiante, siempre se quedará rezagada. 
Una de las lecciones más importantes que se pueden aprender en la escuela militarizada, es cómo 
recibir retroalimentación. Es el tipo de noción que se tiene muy presente desde el primer día. 
De hecho, a mí siempre me pareció asombroso ver a tantos jóvenes desplomarse, llorar y rendirse 
porque recibir la retroalimentación de una manera tan directa y brutal les provocaba demasiado estrés. 
Los empresarios deben aprender a lidiar con la retroalimentación (en especial cuando proviene 
de sus clientes, banqueros, empleados y trabajadores) porque, de otra manera, no pueden tomar 
buenas decisiones. 
Si el empresario se rodea de personas que siempre le dan la razón o de los típicos “lamebotas”, 
entonces el negocio estará en graves problemas. 
La diferencia que hace un mentor 
A todas las compañías públicas que forman parte de la lista del mercado de valores, se les exige contar 
con una junta directiva. Tú también debes contar con una porque, incluso si lo único que posees es 
una buena idea, necesitas asesores competentes. Siempre debes contratar a tres especialistas como 
mínimo: un contador público, un abogado y un mentor. Tu mentor tiene que ser alguien que haya 
tenido éxito como empresario en la rama que planeas desarrollarte. Por ejemplo, si quieres abrir un 
restaurante, intercambia ideas con algún empresario que ya tenga restaurantes, y pídele que se 
convierta en tu entrenador o mentor. 
Tanto Donald como yo tenemos un entrenador y un mentor. Asimismo, ambos tuvimos padres 
ricos que fueron empresarios. 
Muchos empresarios cometen el terrible error de solicitar la asesoría de un empleado en lugar 
de un empresario, pero debes saber que existe una diferencia enorme entre ellos a pesar del éxito que 
pueda tener el primero. 
Una última reflexión 
La Ley de Murphy afirma: “Cualquier cosa que pueda salir mal, lo hará”. Ahora, combina esa 
aseveración con el Principio de Peter: “En una jerarquía, todos los empleados tienden a subir hasta 
llegar al nivel en que se vuelven incompetentes”. 
Una de las razones por las que muchos negocios dejan de crecer es porque el empresario alcanza 
su nivel de incompetencia. Para continuar prosperando, necesita superar esa barrera, es decir, obtener 
más educación por medio de la posibilidad de cometer más errores. Pero prepárate, porque podrían 
llegar a ser necesarios 10 000 errores más, tal como dijo Edison cuando le preguntaron lo que había 
sentido al fallar tantas veces antes de lograr la invención de la bombilla eléctrica. 
Para explicar mejor el Principio de Peter, haré uso de una metáfora sacada del golf. Digamos 
que un golfista da 72 golpes de forma consistente. En ese caso, le llamarán “golfista par” o “golfista 
sin golpes adjudicados”. Como seguramente ya lo sabe la mayoría de quienes juegan, a pesar de que 
sólo hay unos cuantos golpes de por medio, existe una tremenda diferencia entre un “golfista par” y 
uno profesional. Digamos que los profesionales deben tirar 70 de forma constante para sobrevivir en 
una vuelta a su nivel y, por lo tanto, la diferencia entre tirar 70 y tirar 72, es demasiada. 
Esa discrepancia de dos golpes, es el toque de Midas. 
Si no fuera por la mala suerte 
Donald Trump 
La metáfora del golf que utilizó Robert para explicar que el toque de Midas es como la diferencia de 
dos golpes, no sólo es muy ilustrativa: también conmueve mi corazón de jugador de golf. Como 
mucha gente sabe, soy un apasionado de este deporte y de su proceso en el campo donde se practica. 
Actualmente estoy desarrollando un campo de golf en dunas de arena en Aberdeen, Escocia. 
Después de visitar 200 lugares distintos en Europa, durante un periodo de cinco años, por fin di con 
el sitio ideal. Fui paciente porque quería encontrar el lugar perfecto y, finalmente, lo logré. Trump 
International Golf Links Scotland se encuentra ahora en desarrollo; sin embargo, además de los cinco 
años que pasé eligiendo la ubicación, también invertí varios años más en una intensa negociación 
cuya mayor dificultad radicó en las preocupaciones ambientales. En ese tiempo casi me convertí en 
un experto en geomorfología (palabra que estaba muy de moda entonces y que se refiere al estudio 
de los movimientos y formas de la superficie terrestre) porque el terreno tenía vista al mar y, en él, 
había inmensas dunas de arena. Algunas personas se resistían a mi propuesta de desarrollo en esa 
zona y otras lo apoyaban con mucho entusiasmo. El proceso fue proporcionando los elementos 
requeridos para escribir una epopeya; tanto así, que un autor escocés escribió un libro acerca de todo 
lo que enfrenté. Obtuvo material suficiente para llenar cientos de páginas, así que, a quienes estén 
interesados en los campos de golf o en historias relacionadas, les recomiendo leerlo. Se titula Chasing 
Paradise (Lucha por el paraíso), y lo escribió David Ewen. El subtítulo: “Donald Trump y la batalla 
por el campo de golf más grande del mundo”. 
Para conseguir el terreno tuve que lidiar con empresarios, personas que apoyaban al gobierno y 
gente local. Incluso se involucró sir Sean Connery; me apoyó cuando tuve demasiada oposición de 
parte de la gente que creía que arruinaría aquella zona en lugar de preservarla. 
La historia recibió atención internacional, lo cual tuvo ventajas y desventajas. Una popular 
revista estadounidense presentó en portada la historia de una persona que vivía en el lugar y no quería 
abandonar su casa. El reportaje le brindó muchísima fama y reconocimiento al propietario y, aunque 
su casa y su reticencia a mudarse tuvieron un impacto menor en nuestro proyecto, se convirtieron en 
una fuente considerable de publicidad, tanto para él como para el proyecto. 
El reporte ambiental del terreno ocupó dos carpetas, cada una de trece centímetros de grosor. Se 
tuvo que analizar todo e incluir los aspectos de negocio del desarrollo. El lugar cuenta con un valor 
histórico especial para Escocia y, por lo tanto, me resultaría muy costoso llevar a cabo el proyecto: 
mil millones de libras, aproximadamente. Sin embargo, a cambio, su construcción generaría 6230 
empleos temporales, y en sí mismo el complejo apoyaría el surgimiento de 1440 empleos 
permanentes. 
Nuestra investigación fue sumamente detallada tanto en el aspecto de negocios como en el 
ambiental. Colaboramos con la institución Scottish National Heritage y pasamos muchas horas 
trabajando en los pormenores. Para darte una idea del alcance del proyecto, te diré que Trump 
International Golf Links Scotland incluirá una escuela de golf, 950 departamentos en condominio, 
500 casas, un hotel de 450 habitaciones, 36 villas de golf, y viviendas para 450 empleados. Todo lo 
anterior, además de las dunas para juego. Es un complejo enorme y, por la misma razón, siempre 
hubo mucha gente renuente a aceptarlo. 
A lo largo de todo el proceso mantuve una actitud positiva porque sabía que contaba con la 
tenacidad de que habla Robert cuando se refiere al toque de Midas. Tenía claro que enfrentaría 
desafíos que tal vez persistieran varios años, pero también estaba seguro de que, si era persistente, al 
final terminaría con un enorme campo de golf en dunas que mejoraría la economía de la zona sin 
ocasionar un impacto negativo en el medio ambiente. Así que le entregué toda mi pasión al proyecto. 
Yo realmente creía en él y, gracias al apoyo público de sir Sean Connery, mucha gente empezó 
a entender cómo beneficiaría a la gente de Escocia. 
En aquel tiempo tenía muchos otros asuntos que atender simultáneamente, pero el campo de golfnunca pasó a ocupar un segundo lugar. Ahí está la clave del éxito. Si quieres alcanzar un desempeño 
excelente, de alto nivel, no puedes relegar nada. Todo es importante. 
A pesar de que la gente cree que tengo muchos empleados para llevar a cabo mis labores (y, 
ciertamente, cuento con excelentes colaboradores), siempre me involucro por completo. Conozco 
todos los detalles de este proyecto. Durante su desarrollo, viajé a Escocia con mucha frecuencia, pero 
no por placer; lo hice para visitar las construcciones, y para reunirme con los contratistas, funcionarios 
locales y gente de Scottish National Heritage. No fueron vacaciones en absoluto. Te puedo decir que, 
en lo que se refiere a los campos de golf en Escocia, el éxito no se produjo de la noche a la mañana. 
A pesar de todo, cada minuto invertido valió la pena. 
Cuando se cometen errores, las cosas cambian 
Quienes desean ser empresarios o acrecentar su negocio para que se convierta en un proyecto de 
mayor impacto, deben tomar en consideración lo siguiente: cada minuto cuenta. 
Mi regla de oro es: si puedes contar con los dedos las horas invertidas en un proyecto, entonces 
no le has dado tiempo suficiente. Tienes que trabajar en cada nuevo desafío hasta que ya no puedas 
hacerlo más. Asimismo, asume que vas a lidiar con muchas crí ticas y cometarios negativos; por si 
eso no bastara, con frecuencia recibirás un “no” como respuesta. Además, antes de que las cosas 
comiencen a salir bien, siempre vas a tocar fondo. 
Pero no flaquees: recuerda que en el toque de Midas el pulgar significa madurez emocional y 
fuerza de carácter, y así alcanzarás tu objetivo. No es noticia que, a principios de la década de los 
noventa, sufrí un revés financiero de enormes proporciones. A pesar de que mucha gente así lo creyó, 
nunca estuve en bancarrota. Sólo llegué a deber varios miles de millones de dólares. Ciertamente, no 
estaba en un lecho de rosas y, aunque lo más sencillo habría sido considerar todo pura mala suerte, 
yo me negué a hacerlo. 
La economía y los bienes raíces tienen ciclos, pero lo que sucedió en Nueva York en aquel 
tiempo fue devastador para mucha gente. Los bienes raíces sufrieron un desplome tremendo y la 
ciudad vivió momentos muy difíciles. Todo eso me afectó mucho, pero sé que a otras personas les 
fue peor porque perdieron todo. Mi mayor error fue cambiar el enfoque y jugar demasiado. En ese 
entonces me iba a los desfiles de modas en París y no tenía bien sujetas las riendas de mis negocios. 
Pensaba que todo seguiría caminando como si nada, y que el dinero no dejaría de fluir. En una ocasión 
mi padre me dijo que todo lo que yo tocaba se convertía en oro, y yo me lo creí. Todo lo que emprendía 
me resultaba tan sencillo y lucrativo, que llegué a creer que no era necesario prestar atención, así que 
no lo hice. Sin embargo, cuando las cosas se pusieron de cabeza, lo interpreté como una fuerte llamada 
de atención. 
Por suerte, con el tiempo pude recobrar el enfoque y mi fortuna. De hecho me volví mucho más 
exitoso después de aquella enorme pérdida. Pienso que todo eso sucedió porque siempre creí que era 
un tipo con suerte. Lo sigo creyendo hasta la fecha. Por eso no permití que la experiencia de una 
pérdida fuerte cambiara la opinión que tenía de mí mismo. Tomé la situación como un problema 
pasajero y nada más. Sabía que contaba con la habilidad necesaria para volver al juego, de la misma 
manera en que un golfista conoce una técnica y la usa para salir de una trampa de arena y anotar un 
birdie. 
¿Que si todavía cometo errores? Sí, por supuesto. Pero así como lo hice cuando sufrí el 
descalabro financiero, me doy cuenta de que el único culpable soy yo. Me responsabilizo por 
completo porque así debe ser. Tal como dijo Robert, asumir los errores es una de las formas de 
adquirir el toque de Midas. Todos cometemos errores, pero lo más importante es asumirlos y aprender 
de ellos. Este proceso forma parte de la adquisición de madurez emocional y fuerza de carácter. 
Tal vez uno de los mayores atributos con que puedes contar, es un intenso sentido de la 
responsabilidad. Porque, para empezar, éste te otorgará poder y, cuando puedas aceptar lo bueno y lo 
malo de tus acciones, tu efectividad se incrementará muchísimo. Creo que, en mi caso, esa noción del 
control me ha servido como una especie de catalizador para el éxito. 
Mi historia de amor sin barreras en la zona West Side de Nueva York 
Tal vez tienes la idea de que mi éxito se debe a que la marca Trump tiene gran peso y me facilita las 
cosas, pero yo sé que no siempre controlamos nuestro destino en lo que se refiere a la marca y a la 
organización. También se debe considerar el tiempo. En muchas ocasiones, para que un proyecto 
arranque o para que las cosas comiencen a andar, he tenido que esperar con mucha paciencia durante 
periodos prolongados. Por ejemplo, aunque no lo creas, esperé 20 años para que se inic iara la 
construcción del complejo habitacional Trump Place en el río Hudson. ¿Cuántas personas como tú 
tendrían la paciencia y el enfoque suficientes para aguardar tanto tiempo? ¿Cuántas tendrían tanta fe 
en el proyecto para soportar los desafíos y tribulaciones que surgieron en esas dos décadas? Es mucho 
tiempo, pero mi visión para el desarrollo del proyecto era muy clara y, además, tenía muchos deseos 
de verlo terminado. ¿Fue sencillo? No. Pero reitero que la espera valió la pena, me fortaleció y me 
hizo aún más decidido. 
Ahora te voy a contar algunos detalles. La historia comenzó en 1974, cuando afiancé con Penn 
Central Railroad la posibilidad de comprarles el área de almacenaje, carga y descarga de vehículos 
ferroviarios, en la zona West Side de Manhattan… ¡sí, la misma de Amor sin barreras! En aquel 
entonces no le estaba yendo muy bien a la ciudad de Nueva York, por lo que, a pesar de que era una 
propiedad frente al río, tuve la oportunidad de conseguirla a precio muy bajo. 
Tenía otros proyectos que me mantenían muy ocupado, incluyendo la renovación del 
Commodore/Hyatt y los planes para la Torre Trump. Al principio encontré una fuerte resistencia por 
parte de la comunidad de la zona West Side porque la gente no quería que se construyera Trump 
Place. Además, las deducciones gubernamentales que ayudarían a que el proyecto fuera lucrativo, 
sólo eran aplicables en cantidades muy modestas para el tipo de viviendas que yo planeaba construir. 
Tan sólo esos dos problemas me colocaron en una situación tan difícil que, finalmente, admití que el 
trato no podría concretarse. Renuncié a la opción de compra en 1979 y la ciudad vendió la zona 
ferroviaria a alguien más. 
Por fortuna para mí, los compradores no tenían mucha experiencia en Nueva York y, mucho 
menos, en el proceso de división por zonas. Esta división es una faceta muy compleja de los bienes 
raíces en esta ciudad; los nuevos dueños cometieron muchos errores y, a final de cuentas, se vieron 
forzados a vender. En 1984 me llamaron para avisarme que ofrecían el terreno, y yo lo adquirí por 
cien millones de dólares. Eso quiere decir que pagué un millón por acre de terreno frente al río, en la 
zona intermedia de Manhattan. Fue un gran negocio. Sin embargo, todavía estaba muy lejos de 
desarrollar el complejo que tenía en mente. 
Entre 1984 y 1996 toda mi paciencia y tenacidad fueron puestas a prueba. Tuve que lidiar con 
la burocracia de la ciudad, la cual, además de abrumadora, era ridícula. Pero la sagacidad se gana con 
la experiencia y, como para ese momento ya estaba mucho más despabilado, aproveché para mi 
beneficio algunas de las desventajas que presentaba la ciudad. 
Iniciaba la década de los noventa, y la situación, aunque comenzaba a mejorar en Nueva York, 
todavía dejaba mucho que desear. Debido a lo anterior, me fue más fácil conseguir la división por 
zonas que me exigían. Eso me ayudó porque me permitió iniciar la construcción cuando el clima para 
los negocios comenzabaa ver la luz. Sin embargo, no habría podido hacerlo de no tener la paciencia 
y diligencia necesarias. Es fundamental entender que se trataba del desarrollo más grande aprobado 
por la Comisión de Planeamiento de la Ciudad de Nueva York. Incluía 16 edificios altos y 
construcciones residenciales de diseño original con vista al río Hudson. La construcción se inició en 
1996 y los resultados fueron espectaculares. 
Trump Place se ha convertido en el lugar de reunión en el West Side. Esta zona, que alguna vez 
estuvo prácticamente en ruinas, ahora es muy próspera. En ella hay un parque de 25 acres que doné a 
la ciudad. También hay circuitos para bicicletas que pueden usar los residentes de la zona, así como 
los demás habitantes de la ciudad; áreas para organizar días de campo, instalaciones deportivas que 
sirven para que la gente conviva; un embarcadero; espacios abiertos para reuniones de la comunidad. 
Todo mundo salió ganando: la ciudad, los residentes, nuestra compañía y nuestra marca. En resumidas 
cuentas, la perseverancia tuvo recompensas. 
Robert ya habló de los “aspirantes” a empresarios que aún no se percatan de lo difícil que pueden 
ponerse las cosas, en especial, al principio. Yo me identifico mucho con esa situación. La primera 
empresa que me fijé de manera individual llegó a complicarse tanto que, en algún momento, me 
dieron ganas de olvidarme de todo el asunto. Pero ahora me alegro de haber persistido porque se 
convirtió en mi mayor éxito y me dio la oportunidad de que mi nombre adquiriera peso entre los 
desarrolladores de bienes raíces en Manhattan. 
El hotel Grand Hyatt 
Es posible que hayas escuchado del Hotel Grand Hyatt en la ciudad de Nueva York. Se encuentra 
junto a la estación Grand Central y es un hermoso hotel con cuatro muros exteriores de vidrio. Se 
encuentra en una próspera zona, justo en medio de la isla de Manhattan. Sin embargo, las cosas no 
eran así en la década de los setenta. El lugar se encontraba olvidado y la gente evitaba pasar por ahí, 
excepto cuando se veía forzada a atravesar por Grand Central para entrar y salir de la ciudad. Junto a 
la estación había un viejo hotel llamado The Commodore que, además de ser una aberración para la 
vista, causaba muchos problemas. La zona, en general, era muy deprimente y se había convertido en 
lugar idóneo para cometer crímenes. 
Yo sabía que a aquel barrio le vendría bien un cambio importante, y creí que el primer paso sería 
adquirir y restaurar el hotel Commodore. Recuerdo que ni siquiera mi padre creía que estuviera 
hablando en serio respecto al proyecto. “Comprar el Commodore en un momento en que hasta el 
edificio Chrysler está en quiebra, es como pelearse para conseguir un lugar en el Titanic”, dijo. 
Ambos sabíamos que era un riesgo, pero yo estaba seguro de que la remodelación transformaría al 
barrio, haría desarrollar la zona como podía y debía ser. Pude visualizarla desde mucho tiempo antes 
y, por eso, sabía que estaba en lo correcto. Esa capacidad de imaginar me brindó gran parte de la 
confianza que tanto necesité en el proceso. 
Aproximadamente un año antes de que empezara a negociar el hotel, los propietarios (Penn 
Central Railroad) habían desperdiciado unos dos millones de dólares en remodelaciones que no 
lograron nada. Era evidente que el hotel seguía necesitando una labor importante, pero los dueños 
aún debían unos seis millones en impuestos atrasados. Estaban listos para vender y, por lo tanto, yo 
podía aprovechar la opción de comprar el hotel por diez millones. A pesar de todo, antes de comprar 
tendría que estructurar una propuesta muy compleja. Necesitaría financiamiento, una compañía 
hotelera que se comprometiera y una deducción fiscal por parte de la ciudad de Nueva York. 
Conseguir todo eso fue muy complicado y las negociaciones duraron varios años. 
En ese proceso, busqué a un profesional talentoso que pudiera convertir aquel viejo hotel en un 
punto de referencia espectacular. Entonces conocí a un joven arquitecto llamado Der Scutt que 
entendió mi visión de inmediato. Yo quería envolver el edificio en algo brillante para que toda la zona 
tuviera una nueva fachada. No estaba seguro de que se llevaría a cabo el trato, pero estaba tan 
convencido de que sería algo benéfico para el área, que pasé algún tiempo conversando con Der Scutt 
y lo contraté para que hiciera algunos bocetos. Sólo quería tenerlos listos en caso de que necesitáramos 
presentarlos. 
También estaba consciente de que necesitaría un operador importante porque, un hotel de 136 
000 metros cuadrados y 1400 habitaciones no sería un trabajo fácil para nadie. Revisé una lista de los 
hoteleros más importantes y los que tenían mejores antecedentes; vi que Hyatt ocupaba el primer 
lugar. Tenía la esperanza de que les interesara porque, aunque sea difícil creerlo, ellos no tenían 
entonces ningún hotel en Nueva York. Por suerte tuve razón, el ofrecimiento los atrajo. Hicimos un 
trato como socios igualitarios y Hyatt aceptó operar el hotel cuando estuviera listo. 
Ya tenía arquitecto, socio hotelero y cálculos estimados. Lo que me hacía falta era 
financiamiento y que la ciudad me otorgara una deducción multimillonaria en impuestos. Como sólo 
tenía 27 años me pareció adecuado conseguir un corredor de bienes raíces de mayor edad con 
experiencia. Además, tener a alguien maduro en el equipo me serviría para darle una imagen más 
profesional al proyecto. 
Todo iba siguiendo su curso y habíamos superado varios obstáculos, pero de pronto se presentó 
otro inconveniente, un problema de enormes proporciones que parecía infranqueable. Si no conseguía 
financiamiento, la ciudad ni siquiera consideraría darme una deducción fiscal, y sin deducción, los 
bancos sencillamente no estaban interesados en ofrecerme financiamiento. Como verás, debimos 
vencer todos los obstáculos y, con eso, me refiero a todos. Decidimos apelar a la preocupación de los 
banqueros por la forma en que la ciudad se estaba desmoronando; creímos que tal vez podríamos 
hacerlos sentir culpables de no colaborar para que volviera a ser grandiosa. Pero no funcionó. 
Después de hablar prácticamente con todos los banqueros de la ciudad y darles todas las 
explicaciones que se nos ocurrieron para que participaran, finalmente encontramos un banco que 
parecía interesado. Pasamos muchísimas horas trabajando en el trato hasta que comenzó a lucir bien, 
bastante bien. De pronto, de la nada, alguien cambió de opinión y sacó a luz un asunto que no tenía 
nada que ver en el acuerdo, pero que, por alguna razón, hizo que todo se viniera abajo. El cambio 
inesperado nos dejó azorados y tratamos de presentar todos los argumentos posibles, pero ninguno 
funcionó. El individuo no cedía y yo me desesperé. Recuerdo que, en algún momento, miré a mi 
corredor y le dije: “Vamos a deshacernos de este contrato”. 
Esa fue una de las pocas ocasiones en que quise rendirme. Estaba exhausto. Pero George Ross, 
mi corredor, abogado y asesor ocasional en El aprendiz, logró convencerme de seguir adelante. Él me 
recordó todo el tiempo los esfuerzos que ya había invertido en el proyecto, y me di cuenta de que 
tenía razón. “¿Por qué rendirte ahora?”, me preguntó. Y como no soy de los que se rinden, decidí 
sacar el trato adelante. Además, no quería ser un “aspirante” a empresario. Sabía que sólo se trataba 
de una caída fuerte, de esas que tú también puedes esperar que sucedan. 
Y cuando me levanté, lo hice con más vigor que nunca. La caída se convirtió en un salto porque 
salí con la determinación de llevar el proyecto hasta sus últimas consecuencias. Mi nueva estrategia 
consistió en explicarle la situación a la ciudad, aun cuando todavía no tenía financiamiento. La 
organización hotelera Hyatt seguía interesada en abrir en Nueva York, pero el gobierno no nos ofrecía 
deducciones fiscales. Además, los costos serían demasiado altos y la realización del proyecto parecía 
cada vez menos

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