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el alba sube - Cecilia Santillana Méndez

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Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral 
El alba sube... 
1933-1936 
Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario, 
de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de 
Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil, 
sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia 
en citas. 
Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita 
y la prosa, no sigue la secuencia de números de página. 
Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía, 
interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y 
exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue 
la edición de la UNL. 
Índice 
(se indica el número de página del papel, 
seguido del número de página en el pdf) 
Momento 191 5) 
La noche y la mujer 192 6) 
Sí, las rosas... 193 7) 
Es otoño, muchachos... 194 8) 
Mañana 195 9) 
Sueño encendido... 196 10) 
No, no es posible... 197 11) 
Oh, pueblo azul y quieto... 198 12) 
Adelante, brisa... 199 13) 
Cómo es de sensible 200 14) 
Los ángeles bajan en el 
anochecer 201 15) 
Río rosado aún en la noche 203 17) 
Ráfaga del vacío... 204 18) 
Hay entre los árboles... 205 19) 
Hay en el corazón de la noche... 206 20) 
¿De dónde era la paz?... 207 (21) 
Versos leídos junto... 208 (22) 
Estos hombres... 209 (23) 
Perdón ¡oh noches!... 210 (24) 
Nada más... 212 (26) 
Con una perfección... 213 (27) 
Aromos de la calle... 214 (28) 
Un canto sólo... 215 (29) 
Nada más que esta luz... 217 (31) 
Gracia secreta... 218 (32) 
Estas primeras tardes... 219 (33) 
El viento... 221 (35) 
Sí, yo sé... 222 (36) 
Una luz tibia... 223 (37) 
Sobre los montes... 224 (38) 
Luego de las poesías se encuentran las notas de la edición 
En el aura del sauce El alba sube... 191 
Momento 
El jardín llovido 
eleva hacia las tímidas sonrisas azules 
la mirada de sus rosas. 
Ruptura cristalina del alado llamamiento 
a la luz. 
Pesado de delicia el jardín con sus árboles 
se pierde en sus esencias. 
Pero viene la brisa 
y es una infancia de hojas y de flores danzando. 
El canto de los pájaros a la danza se ciñe. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 6 
La noche y la mujer 
¿Dónde empieza la una y termina la otra? 
Flor 
de la noche 
hecha sólo 
de resplandores, 
pero brotada 
de un suave secreto 
del cosmos. 
Con su más pura 
vida 
es forma de la sombra 
que mira 
y abre 
blancas sonrisas. 
Loca la noche de la ciudad la quema en reflejos. 
¿Se muere en el día como una joya? 
La noche de los árboles la entiende. 
Y la calle iluminada 
fija en ella su más viva y delicada pasión. 
En el aura del sauce El alba sube... 193 
Sí, las rosas... 
Sí, las rosas 
y el canto de los pájaros. 
Toda la hermosura del mundo, 
y la nobleza del hombre, 
y el encanto y la fuerza del espíritu. 
Sí, la gracia de la primavera, 
las sorpresas del cielo y de la mujer. 
¿Pero la hondura negra, el agujero negro, 
obsesionantes? 
Sí, Dios, lo divino, 10 
a través de la rosa y del rocío, 
y del cielo móvil de unos ojos, 
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la sombra? 
Sí, muchachas en la tarde, 
niños en los jardines, 
paisajes que suenan como melodías perfectas, 
versos de Rilke o de Brooke, 
entusiasmo generoso de las jóvenes almas 
capaz de cambiar el mundo, 
belleza del sacrificio y del ideal, 20 
y el amor, y el hijo, y la amistad, 
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 194 
Es otoño, muchachos... 
Es Otoño, muchachos. Salid a caminar. 
Otoño en su momento inicial, más hermoso. 
No os engañará este azul casi alegre? 
¿Alegre? 
¿La profundidad tiene alguna vez alegría? 
¿No os engañará este verde joyante por momentos? 
¿O esta invitación alada de la tarde? 
No, una honda presencia deshace las azules sombras 
y apaga la alegría del campo 
—un luminoso, puro sueño que tiembla—. 10 
¿Cómo, y la tarde no se corona de flores 
como de un fuego quieto de ángeles guardianes? 
Ya está el viento, muchachos, el viento del otoño, del otoño, 
violento o suave casi como un suspiro, 
una enfermiza alma 
de qué oscuros reinos? 
que revela en las cosas 
un herido pensamiento 
de sorprendidas criaturas. 
El viento, 20 
niño fúnebre que juega con las últimas ilusiones del cielo 
hasta darle una aguda limpieza de extraña agua final. 
El viento, muchachos, el viento infinito. 
En el aura del sauce El alba sube... 195 
Mañana 
Vestida de aguas verdes la mañana se va 
hacia el sur. El rumor del viento la envuelve 
mientras ella con gesto ebrio sobre los fluidos 
prados un florecer de mariposas, nieva. 
Sus labios encendidos, de secreta frescura, 
se abren en una risa, matizada, de pájaros: 
surtidor que ella bebe y la embriaga aún más. 
Ya vuela hacia la paz humosa del confín, 
—anhelo, juego, amor, que su éxtasis busca—. 
¿0 la llama el sueño azulado de aquellas 10 
lejanas arboledas que del cielo ya son, 
humos tenues del fuego que ha de modelarla? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 1 9 6 
Sueño encendido... 
Otoño, celeste puro, exaltado, entre nubes de humo, 
que baja hasta una dulce palidez 
entre una tenue gloria de vapores. 
Otoño sobre las rosas, otoño del mediodía. 
Las cosas encantadas en un sueño encendido. 
Las chispas, sólo, de las hojas 
aleteando. 
En el aura del sauce El alba sube... 197 
No, no es posible... 
No, no es posible. 
Hermanos nuestros tiritan aquí, cerca, bajo la lluvia. 
¡Fuera la delicia del fuego, con Proust entre las manos, 
y el paisaje alejado como una melodía 
bajo la llovizna 
en el atardecer perdido del campo! 
Fuera, fuera, Brahms flotando sobre los campos! 
No, la muerte mágica de la música, 
ni la turbadora sutileza, 
mientras bajo la lluvia 10 
hombres sin techo y sin pan 
parados en los campos, 
vacilan al entrar a la noche mojada! 
Juan L. Ortiz Obra Completa 1 9 8 
Oh, pueblo azul y quieto... 
¡Oh pueblo azul y quieto bajo la madrugada, 
a la vuelta del tedio ruidoso de la fiesta: 
¡con qué extraña gracia como una aparición, 
del ajeno alumbrado, vago aún, surgiste! 
¿De qué mundo lejano, como un sueño caíste, 
hecho de luz apenas realizada, que las 
estrellas por ti tienen la inquietud ¡ay! aún pálida 
de que el día lastime tu aérea arquitectura? 
¿O ellas apuran el diálogo silencioso 
que sostienen con tus invisibles criaturas 10 
en una musical agonía de párpados, 
que llena el aire de un secreto milagro? 
¿Viven aquí los hombres, viven aquí los hombres? 
En el aura del sauce El alba sube... 199 
Adelante, brisa... 
— Adelante, brisa, adelante. 
¿Qué me traes de los campos? 
— ¿De los campos? 
Soy el anhelo 
que se enciende en las flores, 
aletea y canta en el pájaro, 
y azulea con la pureza más ingrávida 
en el cielo. 
El anhelo aún incoercible, 
el anhelo transparente, 10 
el hálito original, 
el espíritu gracioso y sutil 
de la tierra ilusionada. 
Las flores cantan, 
pero se quedan, 
el pájaro llama, pero "está preso 
en el círculo de su vuelo", 
el azul se curva, 
el agua tiene orillas, 
pero como un ángel libre yo tiemblo y huyo, 20 
¿hacia dónde voy? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 0 0 
Cómo es de sensible 
¡Cómo es de sensible la emoción del crepúsculo! 
El silencio es tan hondo que hace daño casi, 
a pesar de que arde, todo floral, arriba, 
en la emocionada palidez del cielo, 
con eucaliptus negros, de improviso, subidos. 
¡Y cómo se prolonga la emoción! ¿Cuándo 
una dulzura suave, flotante, alargó tenues 
sombras entre las plantas? ¿Cuándo salió la luna? 
Soledad de los campos con luna. Soledad. 
Campo y luna, dos notas sólo que sostienen 10 
esta música eterna. Campo y luna. 
¿Para qué más? Tengamos el oído sutil. 
En el aura del sauce El alba sube... 2 0 1 
Los ángeles bajan en el anochecer 
Los ángelesbajan en el anochecer 
y se extienden por las 
fachadas que al poniente 
dan, tan tal dulzura 
flotante, musical, 
que da miedo, miedo 
por ellos, 
a pesar de sus alas 
y de la indiferencia inclinada del pueblo. 
En el campo se está 10 
tranquilo. 
Se confunden, juegan acaso, 
conversan 
con los pájaros 
que vuelven, 
circulan entre los sonidos 
de las esquilas, 
y sonríen a los silbidos 
lejanos. 
Se posan como pájaros espectrales 20 
sobre un caballo blanco 
o una vaca blanca, 
puros de la penumbra 
baja, y, 
casi fluida. 
Y se fijan, al fin, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 0 2 
se adhieren, ¿hasta cuándo? 
a la pared encalada 
de un rancho 
posado sobre la loma. 30 
¡Oh, el rancho celeste sobre la loma, 
flotando hacia el azul triste, 
anochecido, 
del oriente! 
En el aura del sauce El alba sube... 2 0 3 
Río rosado aún en la noche 
Río rosado aún en la noche, 
a ras con las orillas, pálido entre las sombras. 
La luna quiere guiarte o encantarte 
esforzándose por mostrarte 
los países aún no marchitos del ocaso. 
Tú aún los recoges, 
con una cortesía un poco distraída, 
río rosado en la noche, 
pues tienes una secreta obstinación 
de correr mucho esta noche. 10 
Nada de sueño, no, a pesar de la invitación 
de la luna, 
y de los grillos de la orilla que te llaman, 
y de las luces cercanas que te hacen señas, 
y de alguna casa de la barranca, 
que quiere alargar su reflejo en tu paz. 
Alto río rosado, pleno. 
Una infantil energía, un ilusionado impulso, 
te hace sordo esta noche 
a lo que antes te hacía soñar y quedarte hasta el alba. 20 
El canto de un pájaro en la medianoche 
te detenía ¿recuerdas? frente a un árbol. 
Ah, nos engaña casi tu transparencia tardía, 
rosada, y con estremecimientos ya azulados. 
Río pleno, pálido en la noche. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 0 4 
Ráfaga del vacío... 
Ráfaga del vacío, del abismo, 
que hace temblar como húmedos cirios a las plantas con luna 
y vuelve los caminos arroyos helados hacia la nada. 
Ráfaga del vacío, del abismo. 
Visos, todo, visos sobre la gran sombra! 
Ah, y mis hermanos, mis hermanos sedientos, 
sobre cuyas espaldas se edificó la belleza, 
y florecieron todas las gracias que sonrieron a los otros, 
los otros que no sintieron nunca 
el perfume de sangre de las fragilísimas flores... 10 
Mis hermanos esforzándose por saludar a la aurora! 
¿Será esa belleza nueva, 
la belleza que crearán ellos, 
esa belleza activa que lo arrastrará todo, 
un fuego rosa contra el gran vacío, 
o el viento que dará pies ágiles a la mañana, 
sobre esta enfermedad aguda, terrible, de la sombra? 
En el aura del sauce El alba sube... 2 0 5 
Hay entre los árboles... 
Hay entre los árboles una dicha pálida, 
final, apenas verde, que es un pensamiento 
ya, pensamiento fluido de los árboles, 
luz pensada por éstos en el anochecer? 
Imágenes oscuras, los pájaros, vacilan 
y quiebran, al fin, tímidas frases entre las hojas: 
la pura voz delgada de ese pensamiento 
que quiere concretarse porque empieza a sufrir. 
¿Sufrir por qué? Alado, tiembla hacia las nubes, 
miedoso de perderse, de morir, a pesar 10 
de la gravitación ya sensible de algunas 
estrellas, y del llamado espectral de las flores. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 0 6 
Hay en el corazón de la noche... 
Hay en el corazón de la noche 
un roce, 
anterior al ángel que deshace 
el éxtasis de las hojas, 
anterior a los gallos, 
al desmayo primero, tenue, 
tenuísimo 
del cielo, 
a esas alas sobresaltadas 
¿qué sueño, pesadilla de pájaro? 10 
Hay en el corazón de la noche 
un roce. 
Cómo es de sensible la noche! 
En el aura del sauce El alba sube... 2 0 7 
¿De dónde era la paz?... 
¿De dónde era la paz con que la húmeda luna 
entre las arboledas, azul, se deshelaba? 
Callaba el río pálido viendo jugar los elfos 
sobre el tenue rumor de la hierba plateada. 
La pena terca casi sonreía a la fábula, 
a merced del arroyo ideal del sendero, 
pero esa perra herida a la orilla de éste, 
esa perra, oh Dios mío, esperando la muerte? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 0 8 
Versos leídos junto... 
Versos leídos junto al río atardecido 
con las miradas últimas del jardín otoñal 
de ese cielo ¡ay! herido por las rosas más puras, 
sobre la hierba oscura, y esa luz en las páginas... 
Versos leídos casi entre un doble vacío 
cuyo llamado tiene un encanto más fuerte 
que el mismo de la música, voz acaso encantada 
de la muerte, la noche ciega o iluminada? 
Versos leídos junto al río atardecido, 
ya sonriendo a la llama de la líquida estrella, 10 
pero esa garza herida por la honda infantil, 
vuelo quieto y gris, sangrante y abatido? 
En el aura del sauce El alba sube... 2 0 9 
Estos hombres... 
Estos hombres que vuelven, 
sienten la gracia 
de los puros espíritus 
del crepúsculo? 
Se diría que sí. 
Parecen flotantes 
fantasmas pálidos. 
Los que están parados 
en las puertas 
frente al dulce abanico de luz última 10 
—nobles estatuas de melancolía— 
sentirán aún más 
la caricia de impalpables alas extrañas? 
Ah, si ciertamente fuera así, 
una serena dicha fuera nuestra. 
Pero aquel hombre vago sólo siente 
que a la inseguridad terrible de su vida 
se une la tierra negra, 
que en su casa deshecha no le espera la lámpara 
rodeada de risas, 20 
sino un montón oscuro 
de infantiles figuras contraídas, 
y la desesperada, femenina, pregunta cotidiana. 
Pero yo sé que un día verás, oh hermano mío, en el horizonte, 
temblar, bajo el rocío, para ti, limpios jardines... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 1 0 
Perdón ¡oh noches!... 
Perdón 
¡oh noches de octubre! claras, clarísimas 
y quietas, 
con las plantas mojadas de plata 
dándoos su intimidad fragante; 
con vuestro rocío, ¡oh noches! 
con el viento 
que agita las confidencias vegetales, 
que agita los misterios dormidos de las cosas 
y los mece en el aire como fúnebres paños. 10 
Perdón, ¡oh noches! 
de madreselvas y naranjos consumiéndose 
en la ilusión antigua 
de su florecimiento. 
Apenas 
si os he sentido. 
Perdón, oh casas del pueblo, 
profundas de historias secretas en la noche, 
estáticas en el tiempo con vuestra fragilidad de ruinas. 
Unas sombras viejas 20 
que suspiran a las estrellas, asomadas a las rejas, 
con el vals que se deshoja, allá lejos... 
Casas viejas, viejas, en la luna. 
He pasado excesivamente de prisa ante vosotras. 
Perdón, oh mañanas 
que con traslúcidos dedos, 
alargados a través de las hojas y los pájaros, 
En el aura del sauce 
habéis tocado mis párpados pesados, 
y no os he respondido 
para asistir a la revelación de las flores, 
de la hierba brillante, del rio deslumhrado... 
Perdón, ¡oh tardes de las 3! 
ligeras, ligeras, todavía, 
frescas aún como acuarelas celestes. 
Un hombre que va a pescar. 
Una mujer vestida de blanco. 
Las orillas del río, amarillas de flores. 
Una nube en el cielo y otra nube en el río. 
Una sobrevida temblorosa de espejo... 
Perdón, oh tardes, 
que apenas os haya mirado. 
Y a vosotros, atardeceres de octubre, tan sensibles, 
"suite" silenciosa de qué extraños espíritus? 
cuyo más mínimo movimiento 
me penetraba todo, 
perdón! 
os he sido casi indiferente. 
Noches, casas, mañanas, tardes, 
crepúsculos: 
cómo sustraerme al drama del hombre, 
al drama del hombre que quiere crearse, 
modificar el mundo, 
cambiar la vida, 
sí, cambiar la vida? 
El alba sube... 2 1 1 
30 
40 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 1 2 
Nada más... 
¿Dónde se hizo esta 
luz 
velada? 
El chingolo canta. 
Este canto en la luz 
como desde el seno 
tímido de la luz. 
Y las orillas 
florecidas, 
las orillas 10 
amarillas, 
las orillas temblando 
en la sensitiva 
mirada del río? 
Demasiado, demasiado. 
Sólo la soledad 
apenas 
dorada, 
con este canto. 
En el aura del sauce El alba sube... 2 1 3 
Con una perfección... 
Con una perfección exquisita 
—exquisita ¿verdad?, hermanos míos 
pálidos y rotos— 
el Domingo—ligera nube lila 
de paraísos y luz propia de flores— 
se evapora. 
Gracias a vosotros, 
al oscuro trabajo de vosotros, 
puedo estar yo aquí sentado 
mirando cómo el cielo último al morir 10 
vuelve su faz hacia el jardín, 
y éste quiere subir y da dos o tres notas luminosas 
antes de exhalarse todo para la noche. 
Cómo se corresponden estas muertes 
—¿verdad, hermanos míos? 
Yo oigo el final suspiro de estas frágiles vidas 
y me estremezco. 
¿Pero qué os doy, hermanos míos, 
qué os doy por vuestro oscuro trabajo? 
¿Qué os daré? 20 
¿Armas para vuestras guerrillas? 
¿Cantos que os prendan alas de fuego a vuestros pasos? 
¿Luces sensitivas para las cosas 
que rodearán vuestros lejanos hijos 
de numerosas y delicadas presencias? 
Ah, sólo quizás 
simples, torpes reflejos animistas o mágicos. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 1 4 
Aromos de la calle... 
Aromos de la calle. 
Qué dicha flotante, 
inmediata, 
casi palpable! 
No la siente el pobre, 
no puede sentirla, 
y tan cerca de él 
el alma embriagada 
del aromo! 
Vergüenza de ser 10 
el único en la fiesta 
tragante 
bajo la mirada 
—celeste a destiempo— 
del cielo que abren 
nubes tibias. 
Pero yo sé que un día 
los frutos de la tierra 
y del cielo, más finos, 
llegarán a todos, 20 
a todos, a todos. 
Que las almas más 
ignoradas 
se abrirán a los 
signos más etéreos 
del día, la noche, 
y de las estaciones... 
En el aura del sauce El alba sube... 2 1 5 
Un canto sólo... 
Un grillo, sólo, que late el silencio. 
A su voz se fijan 
los resplandores 
errátiles 
de las estrellas 
que tienden hilos vagos 
al desvelo 
de las flores, las hierbas, los follajes? 
O es una tenue voz aislada 
junto al arpa que forman esos hilos 10 
y que hace cantar la noche 
con su último canto 
secreto? 
No oigo 
ya 
el grillo. 
Vibra un canto 
sutilísimo, profundo, 
hasta cuándo...? 
Los cantos de los gallos 20 
quiebran metales tristes, irisados, 
que no son de este mundo, 
de qué tímida alba 
que aún no ha tocado las estrellas 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 1 6 
pero que sienten ya 
el río 
y las alas?: 
pálido serafín que se asoma a los cielos 
con un agudo, casi desgarrado, heraldo. 
En el aura del sauce El alba sube... 2 1 7 
Nada más que esta luz... 
Nada más que esta luz, otoño. 
Nada más que esta luz. 
El éxtasis, el éxtasis, 
entre el cielo y la tierra, suspendido, 
mejor: que se abre y se dilata como un alma 
profunda, pero de una 
claridad delicada de serenos 
pensamientos sensibles. 
Nada más que esta luz, otoño, 
otoño, nada más que esta luz 10 
que penetra sutil 
las cosas 
pero queda 
al rededor de ellas, como temblando, 
sensitiva 
y casi pudorosa. 
Nada más que esta luz, otoño. 
¿Es de todos esta luz? 
La calle humilde está 
traspasada, y como elevada, 20 
ligera, 
en esta dicha etérea. 
Pero a todos llegas, otoño, 
a todos llegas en esta tarde 
en que hay manos translúcidas y eternas 
que hacen signos tiernos en el aire? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 1 8 
Gracia secreta... 
Gracia secreta de 
esta mañana. 
El cielo es un vapor 
dulce. 
Los árboles, la brisa, los pájaros, 
sienten esta delicia suspendida. 
Se sienten ellos dentro de esta sensitiva 
dicha íntima y fresca. 
Y apenas si se mueven, tiemblan, cantan, 
como guardando el sueño perlado de la luz. 10 
Sí, la luz está dormida. 
Días pasados cómo danzaba la loca. 
Quería dar la última fiesta rítmica del verano, 
y se encendía, y agitaba sus pálidos cabellos al viento, 
para luego huir en una dorada inquietud 
que deshacía el mundo, las cosas. 
Cómo se complacía, la loca, 
en encender y apagar las delicadas y quietas apariencias. 
Ebria de ritmo, danzaba 
la última fiesta del verano. 20 
En el aura del sauce El alba sube... 2 1 9 
Estas primeras tardes... 
Estas primeras tardes de primavera, 
tan celestes, tan puras, 
—Domingo que es una soledad 
de luz y árboles— 
cómo me entristecen! 
Perdonadme, camaradas, esta tristeza. 
Estoy penetrado de sutiles, de viejos venenos. 
Me entristecen quizás 
porque bajo el vuelo posado de esta dicha aérea, 
me encuentro frente al fantasma de mi soledad de antes. 10 
O es que una dicha así impalpable 
es siempre triste? 
Excusadme, compañeros, 
este suspiro. 
Los Domingos de estos pueblos 
tienen la sonrisa de una muerte encantadora. 
Pájaros que apenas cantan. 
Y árboles, árboles, sólo, con el cielo. 
Pienso que si todos fueran dichosos, 
cómo respondería esta dicha a la paz 20 
fluida del cielo. 
Guirnaldas humanas ondularían armoniosamente 
cantando las canciones sencillas y bellas 
de los poetas amados de todos. 
Las músicas que soñaba Debussy para los parques, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 220 
harían un tejido frágil y grave, suspendido. 
Es esta tristeza, entonces, la tristeza de la posesión? 
Si en todos estuviera esta dicha 
como una gracia transparente 
que diera ritmo a los cuerpos, 30 
melodía a la voz, 
amor vivo, vivo, a las almas, 
sensibilidad a todos bajo los dedos de la música, 
yo no estuviera triste. 
La belleza de la tarde 
no sería recogida sólo por los árboles, 
por los pájaros, por el río que la lleva, hacia dónde? 
por un refinado nostálgico y ultrasensible, 
sino que tendría también una más amplia, inmediata, y por qué no? 
más completa 40 
expresión humana. 
La tarde para todos, compañeros. 
En el aura del sauce El alba sube... 2 2 1 
El viento... 
El viento ha apagado la tarde. 
Y el anochecer moroso, de azul místico, 
llega. 
Noche pálida aún, y rameada. 
Serafines, veo, solos, sobre las ramas. 
Pero el ángelus tiéndeles 
amigas manos, 
y sonríen. 
Cómo se pierde su sonrisa en la sombra! 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 2 2 
Sí, yo sé... 
Sí, yo sé que un hilo de flauta 
es despreciable para vosotros. 
Que las canciones de marcha son las a vosotros debidas, 
ahora en que es necesario ir, bajo ráfagas de fuego, acaso, 
a ayudar a nacer el mundo nuestro y vuestro. 
Pero es tan sereno y delicado este crepúsculo 
de fines de Agosto 
que pienso en una frente ilusionada de adolescente 
esparciendo una frágil fiebre de sueños secretos y fragantes. 
La frente de los adolescentes, qué adorable! qué adorable! 10 
La misma palidez ilusionada de este cielo. 
Y estos tímidos brotes, son sueños aflorados? 
Hay un tierno azoramiento de sueños evaporados, 
y muy tenue, 
que da un valor ya floral a las casitas blancas, 
una suavidad de rosas a la arena de la calle... 
En el aura del sauce 
Una luz tibia. 
Una luz tibia de perla. 
Una luz replegada 
para que tanta nieve 
floral 
dé delicadamente 
1a suya, matizada, de mariposas quietas. 
El silencio y el sueño, invierno, 
cómo meditaron esta dicha y esta gracia, 
si frágil, 
y, 
efímera, 
para todos, para la sonrisa y la bondad de todos, 
para la luz íntima de todos, 
para los cantos humildes y como inconscientes 
de todos, 
para el amor melodioso de todos! 
Hay un vaho de dolor, de tristeza, 
de horror, de sangre, 
que nos vela esta mágica alba vegetal, 
pero sabemos, 
sí, sabemos, 
que mañana, 
sentidos numerosos y más sutiles, 
sentidos vírgenes, ahora desconocidos y humillados 
recogerán 
maravillados, 
todos los mensajes alados de la dicha terrestre. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 2 2 4 
Sobre los montes... 
Sobre los montes un canto. 
Un canto, solo, en la tarde. 
¿Qué invisible ave nostálgica 
llama? ¿Es el aire que canta? 
¿O es la soledad infantil 
pero profunda, que dice 
a los cielos alejados, 
lo que el reflejo y el ritmo 
del río, lo que las flores 
agrestes, lo que los árboles, 10 
no pueden comunicar? 
Sobre los montes un canto. 
El silencio tan sensible, 
con qué dulzura lejana, 
melodiosa, se quiebra! 
En su ruptura, la tarde 
su tensión celeste afloja. 
Qué silencio el de las aguas 
ahora, y el arroyuelo 
—temblor pudoroso entre 20 
las altas hierbas— por qué 
ha callado? Es este canto, 
entonces, la pura esenciade esta soledad perdida 
en sí misma, que pedía 
a las aguas, a los pájaros, 
En el aura del sauce El alba sube... 2 2 5 
a los follajes, a las flores, 
la voz que necesitaba? 
Qué dicha honda, si frágil, 
que el anhelo musical 30 
de tantas vidas secretas, 
de tan mágicas presencias 
como concierta el paisaje, 
al fin encuentre su canto! 
Un canto sobre los montes. 
Un canto, sólo, en la tarde! 
Juan L. Ortiz Obra Completa 8 8 4 
El alba sube-
Nada indica que, al igual que El agua y la 
noche, este libro también haya surgido de una 
selección como sugiere Veiravé ("Estudio pre-
liminar...") que define la "autocrítica severa" 
(ya no la crítica externa) como uno de sus 
elementos fundantes. Y en cambio todo nos 
lleva a pensar que en El alba sube..., como en 
los libros que le seguirán, los poemas se escri-
ben buscando, en su misma escritura, la uni-
dad del libro. 
Prácticamente no hay datos, ni cartas, ni nota 
autobiográfica, ni reportaje donde Ortiz hable 
de la composición de los libros. En cambio se 
refiere muchas veces a los hechos y personas 
que hicieron a la publicación de El agua y la 
noche. Hay incluso una mención en el poema 
"Gualeguay" (La brisa profunda)-. 
Y por él [Mastronardi], y por César, y por 
[ Policho, al cabo, los menos malos 
[ hilvanes en la primera luz... 
En su carácter antològico ("menos malos hil-
vanes"), ese primer libro se distingue clara-
mente del resto como un caso único e irrepe-
tible. En lo que hace a El alba sube..., las fechas 
bajo el título (1933-1936), no parecen delimitar 
como en El agua y la noche una "dimensión" 
antològica, como también define Veiravé a 
este libro en su "Estudio preliminar..." (hay 
que recordar que en este caso las fechas de 
apertura y cierre están al pie del primero y del 
último poema). El Cuaderno Borrador confir-
ma en parte esta hipótesis: ningún poema es 
excluido y el orden de los poemas, salvo algu-
En el aura del sauce Notas 8 8 5 
ñas alteraciones, se mantiene igual. 
Esto no quiere decir que, de aquí en más, a lo 
largo de la composición de En el aura del sauce 
no vayan quedando poemas al margen. Ya se 
mencionaron, en la nota referida al poema 
"Espinillos...", los pormenores de la exclusión 
de este poema y de "Saludo a Francia". Un 
caso diferente es el del "otro" poema a la ciu-
dad de "Gualeguay" (ver nota al poema "Gua-
leguay" de La brisa profunda), escrito en con-
memoración de los 170 años de la fundación 
de la ciudad o el del poema "Tríptico del vien-
to" (ambos incluidos en Poesía inédita). Todos 
estos poemas, en su particularidad y su excep-
cionalidad, no hacen otra cosa que remarcar 
este carácter unificador que define a cada li-
bro. 
Momento 
Publicado en El Diario de Paraná dentro de 
los Tres poemas" (ver nota a "Despertar" del 
Protosauce). 
Tanto en El Diario, como en el Cuaderno 
Borrador y en el libro, presenta la siguiente 
variante respecto a la edición Vigil: 
v.4 Ruptura cristalina del alado llamado 
La noche y la mujer 
Publicado en El Diario el 5 de junio de 1933. 
Esta publicación presenta las mismas varian-
tes que el Cuaderno Borrador: 
¿Dónde empieza la una y termina la otra? 
¡La noche y la mujer, cómo se entienden! Flor 
de la noche hecha sólo de resplandores, 
pero brotada de un mágico secreto 
del cosmos. Con su más pura y delicada, 
más auténtica vida, es forma de la sombra, 
tenue, que mira y abre albeantes sonrisas. 
Es forma de la sombra que mira y que sonríe. 
¡Y en las noches humanas frágiles de colores 
cómo se irisa y arde en reflejos fatales! 
Joya muerta en el día. Flor y joya que entienden 
la noche de los árboles y las calles feéricas. 
Prácticamente se trata de "otra versión". La 
diagramación del libro, que es la que se man-
tiene en la edición Vigil, quebrará las cuartetas 
y la métrica y compondrá un poema totalmen-
te distinto. 
Sí, las rosas 
Variante en el Cuaderno Borrador en el último 
verso: 
¿pero el foso oscuro, el escalofrío intermitente 
[ del abismo? 
Este poema, que inicia la serie de poemas de 
"estructura adversativa" (ver, en esta edición, 
D.G.Helder, "Juan L Ortiz: un léxico, un siste-
ma, una clave"), en el Cuaderno Borrador es 
el primer poema del libro. 
Es otoño, muchachos... 
La versión del Cuaderno Borrador presenta, 
como en el caso de "La noche y la mujer", 
importantes variantes en el texto y en la dia-
gramación: 
Es Otoño, muchachos. Salid a caminar. 
Otoño en su momento inicial, más hermoso. 
¿No os engañará este azul casi alegre? 
¿Alegre? La hondura nunca tiene alegría. 
¿O este verde joyante, por momentos, o esta 
amplitud de la tarde algo fácil al vuelo? 
No, una honda presencia deshace las azules 
sombras, y apaga la alegría nueva del campo 
—un luminoso, puro sueño que tiembla— 
¿Cómo, y la tarde no se corona de flores 
como de un fuego quieto de ángeles guardianes? 
Ya está el viento, muchachos, el viento del Otoño, 
violento o suave, o apenas hecho un hálito, 
una enfermiza alma de los reinos oscuros 
que revela en las cosas un pensamiento herido, 
indefenso y tierno, de azoradas criaturas. 
El viento, niño fúnebre que juega con las 
[ últimas 
ilusiones del cielo hasta darle una aguda 
limpieza como de extraña agua final. 
Ya está el viento, muchachos, el viento infinito. 
Mañana 
En tres cuartetas, tanto en el Cuaderno Borra-
Juan L. Ortiz Obra Completa 8 8 6 
dor como en el libro. 
En el libro hay una errata: están intercambia-
das las líneas de los últimos cinco versos que 
Ortiz corrige a mano, con pequeños números 
a la izquierda de cada verso, indicando el or-
den correcto. 
En la edición Vigil se rompen las cuartetas y 
el v.8 pasa a formar parte de la tercera estrofa. 
De esta manera las estrofas no rompen, como 
antes, la unidad de las oraciones. 
No, no es posible... 
En el Cuaderno Borrador con el título "¡Qué 
criminales somos, Dios mío!": 
¡Qué criminales somos, Dios mío, qué 
[ criminales! 
Hermanos nuestros tiritan aquí cerca bajo la 
[ lluvia 
y henos aquí junto a la delicia 
del fuego, 
con Proust entre las manos, y el paisaje 
[ alejado 
como una melodía bajo la llovizna 
en el atardecer perdido del campo. 
¡Oh, Brahms flotando sobre los campos! 
¡Qué criminales somos, Dios mío! 
No, la muerte mágica de la música, 
ni la turbadora sutileza, 
mientras bajo la lluvia 
hombres sin techo y sin pan 
parado en los campos, 
miran hacia la noche! 
Adelante, brisa... 
En el Cuaderno Borrador el v.9 pertenecía a la 
tercera y última estrofa, conservando la uni-
dad de la oración. En el libro, en cambio, este 
verso pasa a formar parte de la estrofa ante-
rior, variante que se mantiene en la edición 
Vigil. 
Cómo es de sensible 
En el Cuaderno Borrador hay una variante en 
la segunda estrofa: 
¡Y cómo se prolonga la emoción! ¿Cuándo 
una dulzura suave, flotante, alargó tenues 
sombras entre las plantas al borde aún del 
[ hechizo. 
¿Cuándo salió la luna? ¿Cuándo salió la luna? 
Los ángeles bajan en el anochecer 
En el Cuaderno Borrador se presentan las 
siguientes variantes: 
v.4 dan, con tal dulzura 
más adelante, tachado: 
v.21/2 sobre un caballo [claro] blanco 
o una vaca [clara] blanca 
Río rosado aún en la noche 
En el Cuaderno Borrador hay una primera 
versión, tachada, con el título "Río rosado...": 
Río rosado aún en la noche. 
Insiste la luna en mostrarte los países del ocaso 
para dar a tu fuerza juvenil 
el encantamiento de los reflejos marchitos. 
Río pleno y rosado aún en la noche, 
a ras con las orillas, pálido entre las sombras. 
Estremecida de azules ya tu espalda, 
pareces tenderte hacia la ilusión que demora, 
entre el acompañamiento infantil de los grillos. 
¿Qué has encontrado que pareces quieto 
un momento? 
¿Dudas de seguir o recogerte para guardar 
esa aura de jardines últimos, 
río alto y rosado aún en la noche? 
Más adelante, con el mismo título, hay una 
segunda versión, que es la del libro. 
Hay entre los árboles... 
Variante en el Cuaderno Borrador: 
v.7 la pura voz delgada de sus pensamientos 
Hay en el corazón dela noche... 
En el Cuaderno Borrador con el título "Hay en 
el corazón...". 
Estos hombres... 
Variantes en el Cuaderno Borrador. 
v.5/7 Me parece que sí 
En el aura del sauce Notas 8 8 7 
se dirían flotantes 
fantasmas pálidos. 
v. 16 Pero aquel hombre oscuro sólo siente 
Perdón, ¡oh noches!... 
En el Cuaderno Borrador con el título "Perdo-
nadme, oh noches...". Consiguientemente, en 
todo el poema está "Perdonadme" en lugar de 
"Perdón", salvo en el v.46. 
Otras variantes en el Cuaderno Borrador 
v.24 He pasado demasiado apresurado ante 
[ vosotras. 
v.34 frescas como acuarelas celestes 
a dos tintas puras 
Con una perfección... 
Variantes en el Cuaderno Borrador: 
v.21 ¿Armas para vuestra lucha inmediata? 
últimos versos: 
Ay, sólo quizás 
simples reflejos de una neurastenia 
magicista "pequeño burguesa". 
Sí, yo sé... 
Variantes en el Cuaderno Borrador: 
v.5 a ayudar a nacer el mundo vuestro y nuestro 
v.8 que pienso en una frente iluminada de 
[ adolescente 
v.9 esparciendo una frágil fiebre de sueños 
[ secretos y odorentes. 
Una luz tibia... 
En el Cuaderno Borrador con el título "Una luz 
tibia de perla...". 
Sobre los montes... 
En el Cuaderno Borrador con el título "Sobre 
los montes un canto...". Variante: 
v.29 Qué dicha honda, aunque frágil, 
La alternancia entre el v.2, "solo" y el v.36 
(último verso), "sólo", está tanto en el Cuader-
no Borrador como en el libro y en la edición 
Vigil. 
© Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, 
Santa Fe, Argentina, 19%. 
ISBN 950-9840-73-4 
Reservados todos los derechos. 
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723. 
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