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el aire conmovido - Cecilia Santillana Méndez

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El aire conmovido 
1949 
Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario, 
de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de 
Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil, 
sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia 
en citas. 
Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita 
y la prosa, no sigue la secuencia de números de página. 
Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía, 
interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y 
exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue 
la edición de la UNL. 
Índice 
(se ind ica e l n úm e ro de p ág i n a de l pap e l , 
s egu i do de l n úm e ro d e p ág in a en e l pdf) 
Me esperabas en esa casa... 353 (5) 
No te detengas alma sobre el borde... 354 (6) 
He mirado... 355 (7) 
Para Amaro Villanueva 357 (9) 
El arroyo muerto 359 (11) 
Este río, estas islas... 363 (15) 
Ah, si se pudiera... 366 (18) 
Siempre el acuerdo... 368 (20) 
A la orilla del río... 369 (21) 
Cantemos, cantemos... 371 (23) 
Será todo un canto... 373 (25) 
Luego de las poes í as se e n c u e n t r a n las not as de la ed ic ión 
En el aura del sauce El aire conmovido 353 
Me esperabas en esa casa... 
Me esperabas en esa casa perdida entre los montes. 
Tu madre andaba por ahí. 
Te vi en el sueño, en la luz del crepúsculo pobre, 
rodeada de aves blancas, blancas, que palpitaban. 
Me miraste, oh dulce niña que vuelves en los sueños, 
con una mirada perdida, 
suavemente perdida 
en no se sabía qué del atardecer agreste, 
como si esa soledad ya te hubiera ganado 
y tus ojos sólo sonrieran resignados. 10 
Hada humilde de los montes y de la granja, ah, la mirada 
en el patio nevado de aves y en esa luz, 
y ese cerco vago, abierto, de árboles anochecidos, 
cuando yo llegué, triste niña, 
hada de los montes y de la granja, 
pálida, pálida y extrañamente lejana en la sonrisa. 
Oh dulce, dulce niña que vuelves en los sueños. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 354 
No te detengas alma 
sobre el borde... 
No te detengas alma sobre el borde 
de esta armonía 
que ya no es sólo de aguas, de islas y de orillas. 
¿De qué música? 
¿Temes alma que sólo la mirada 
haga temblar los hilos tan delgados 
que la sostienen sobre el tiempo 
ahora, en este minuto, en que la luz 
de la prima tarde 
ha olvidado sus alas 10 
en el amor del momento 
o en el amor de sus propias dormidas criaturas: 
las aguas, las orillas, las islas, las barrancas de humo lueñe? 
¿O es que temes, alma, su silencio, 
o acaso tu silencio? 
Serénate, alma mía, y entra como la luz 
olvidada, hasta cuándo? 
en este canto tenue, tenuísimo, perfecto. 
En el aura del sauce El aire conmovido 355 
He mirado... 
He mirado un pequeño animal un poco grotesco. 
Una figura casi de ciertos dibujos animados: 
las orejas largas y el hocico todavía largo— 
hacía pocos días que lo habíamos recogido del baldío. 
No parecía un gatito, no, no parecía. 
Y he sentido de pronto que en ese momento era mi vínculo 
con un mundo vasto, vasto, de vidas secretas y sutiles, 
de vidas calladísimas, a veces duramente cubiertas, pétreamente cubiertas, 
y también de las otras cercanas de la suya 
manando —sin memoria, dicen— entre las sombras indiferentes y hostiles 10 
—ay, las sombras hostiles y opresoras y sangrientas somos siempre nosotros— 
hacia el sueño final ardiente todavía de otras vidas... 
Pero en sí lo he querido, lo he amado 
con mirada profunda y mano suave. 
Y él me ha respondido con su gritito 
desde su pesadilla ahora doblemente acariciada. 
Reíos: me fundí con él, me hice uno con él 
como con el llamado vivo, vivo, que nos rodea, y tiembla en la sombra... 
Y vi otros rostros, oh sí, vi infinitos rostros 
de niños envejecidos en el horror de otra pesadilla. 20 
Los rostros de los niños de los infiernos helados de las ciudades y los pueblos. 
Los rostros de los niños, ay, de los campos, y de las orillas de los ríos. 
Los rostros también afinados por el hambre, grotescamente afinados. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 356 
Y viejos, viejos, en las orillas de los ríos... 
—Qué habéis hecho, por Dios, de nuestros propios tallos puros? 
La caricia, sí, la caricia dolorosa para esas cabezas alargadas, 
para esos pelos ásperos y sucios, para esos ojos pálidos y pequeños y arrugados, 
y esas miradas tímidas que nos buscan desde la hondura de la noche común; 
sí, la caricia; sí, la respuesta que se inclina delicadamente atenta. 
Pero el amor, oh Buda, pero el amor, oh Cristo, pero la caridad, si queréis, 30 
han querido, han debido ir hasta el fin 
y ahora el camino seguro es suyo y la lámpara fiel también es suya... 
En el aura del sauce El aire conmovido 357 
Para Amaro Yillanueva 
Inclinado sobre la guitarra, solo. 
En la pieza anochecida las gotas dulces, tenues. 
Te encuentro con tu canto, amigo, perdón. 
El canto que te devuelve a ti y a la vez te une 
a ese otro canto que ahora no se oye pero que palpita por ahí 
hasta que pueda acordarse y florecer como una enredadera múltiple 
de todos los silencios plenos y felices 
o simplemente deseosos de medirse o llamarse. 
Cierto que el canto ahora es de dolor o de nostalgia o de lucha... 
El fino oído atento al que sube de una alba de "cielitos" 
con la clara línea de la milicia melodiosa, 10 
te olvidaste del tuyo, amigo, 
que yo sé con ese perfume sutil y esa gracia de pudor 
que hemos sentido a veces en el aire y más allá del aire. 
Y he ahí las gotas dulces, tenues, que desnudan tu alma 
un momento, 
como si fuesen las mismas de tu alma, 
las de su secreto surtidor, 
cuando la hora es sólo esa espuma celeste de las cortinas, 
que espíritu ya, extraño, flota hacia los interiores... 
Solo con tu canto querías estar, amigo, y he sido indiscreto. 
Pero no. Sencillamente encontraste en la sombra las notas de ese estilo 
que eran las de tu propia melodía necesitada de abrirse. 
20 
Juan L. Ortiz Obra Completa 358 
Ah, que nuestra más secreta melodía se abra siempre y busque las otras melodías 
hasta que los límites con éstas no se sientan como ahora se sienten, como algunos los sienten. 
Criaturas que en la noche se despliegan como ciertas flores, nuestras melodías, 
por ellas respiramos a veces y por ellas bañamos 
en la común fuente límpida de nuestros mismos sueños armados y de pie; 
por ellas renovamos la íntima fuerza de estos sueños y la hacemos más serena; 
por ellas tocamos también su delicada tierra oscura, 
de donde, como para la azucena, sale su luz al fin, 30 
ésa que no ha apagado ni apagará el mal viento, 
ésa a prueba del viento, del mal viento... 
¿Y el orden en sí mismos, y la lluvia que pareciera volver 
el paisaje hacia su centro para que después 
pueda darse mejor, con todas sus profundas riquezas, casi alado? 
Las milagrosas gotas han tocado en lo hondo la colina, el monte, el abra, 
y helos aquí con aquella luz suspirada 
cuando el hombre a caballo venía silbando hacia el corral, 
o sentado en el patio sentía el ala del misterio nativo 
y acariciaba, también solo, las femeninas cuerdas... 40 
He aquí aquella gracia, amigo, con su rostro pero también con su aura, 
el rostro y el aura en que hay que mirarse a veces 
para seguir más atentos y activos las líneas de nuestro propio destino a través de todas sus formas. 
Tú te miras ahora en ellos y ellos son tu mismo canto en la hora sola: 
el de una melancolía de hombre y llanura que conversan en la penumbra, 
mientras las nuevas melodías palpitan por ahí, 
y ese otro canto que las unirá a todas en la raíz de los silencios plenos y felices. 
Una sola es en el fondo, amigo, la voz del canto, 
pero hay que preparar las voces, todas las voces, para el que ha de florecer, 
inclinados, como tú, un momento, sobre las gotas que suben50 
de la pura fuente del diálogo, y la ofrenda... 
En el aura del sauce El aire conmovido 359 
El arroyo muerto 
Sí, fue en un crepúsculo de verano, 
pero en los pajonales de la orilla del este 
se había secado de un modo extraño, extraño, 
el último suspiro de la luz. 
¿Y los sauces y los ceibos ya oscureciéndose? 
¿Y la hierba de las barrancas con su ajada 
penumbra? 
¿Recuerdas, amiga, esas arenas? 
Hundíamos los pies en ellas sin terminar de sorprendernos. 
"Por aquí corrió la alegría, 10 
hacia aquí vino la luz para bailar o mirarse. 
¿Hacia dónde voló el alma translúcida de la alegría? 
Los pájaros deben de preguntarse hacia dónde voló. 
¿Qué ángeles la recogieron y la retienen por ahí?". 
Porque ella vuelve pero es sólo por algunos días. 
Y ya no es la misma, puede decirse. Oh, ya no es la misma. 
Ya no es ceñida dulcemente, y loca, y gris, y sucia, 
coronada de lamentos y de gritos anochecidos 
ahoga la pobre sonrisa de las llanuras pálidas. 
(Las "tierras blancas", mi amiga, las "tierras blancas" de ese barrio desvalido. 20 
¿Recuerdas esos crepúsculos inundados, 
solos, solos, ante la infinita noche líquida? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 360 
¿Solos? ¿Y los techos de lata con ese terror maullado 
frente a la noche que subía, subía, llena de espumas espectrales?). 
Hundíamos los pies en las aienas sin terminar de sorprendernos. 
"Allí un humilde pescador aprendió quién sabe qué música 
cuando el agua, hacia las diez, recién se abría como de perla... 
Por allá una pareja bogó casi suspendida 
en un vacío febril de jardines etéreos 
sobre las mismas cintas del cielo y de los vuelos, 30 
encendidas y movidas por una sola gracia... 
Por acá una familia vecina, de chicos semidesnudos, 
entrevio en un día de octubre los delicados rostros de la dicha: 
del agua, de las flores blancas del pasto, de las lilas de las enredaderas, 
de las sombras ligeras de los sauces, de aquel ceibo penetrado de celeste 
y en la pureza misma más que recortándose, flotando... 
Fue sólo un resplandor pero los envolvió en todas las horas, 
y los chicos fueron chicos, y la mujer sonrió... 
El arroyo les diera el pez de plata, el pez de oro, 
y aún en el aire había un graso aroma... 40 
Allí en la tarde un joven modesto abandonó los remos y cantó. 
La canoa seguía un azul destino pero la voz era herida 
por la presencia vaga, como el halo invisible de todo eso que huía lentamente, 
de la muchacha clara que visitaba sus sueños. 
Y eran una dulce angustia la corriente, y las orillas, 
y las nubes, y el cielo, y los trinos, 
y ese descenso rosa de garzas sobre un pequeño prado... 
Hacia aquí se desvió del río aquella mañana de verano 
el hombre que quería terminar con su cansancio. 
¿Desde cuándo la áspera lucha por el pan, contra la incertidumbre? 50 
Acompañó a su padre en las noches ateridas y en las albas mojadas, 
sobre unas viejas tablas duramente acunadas, entre látigos helados. 
A veces el espinel no tenía nada. 
En el aura del sauce El aire conmovido 361 
Y la pregunta ahora estaba en las criaturas de su fatiga profunda 
y en el silencio inquieto, ligeramente torpe, de esta madre-
Miró el agua como para despedirse 
y vio que la luz nacía de allí como la misma íntima fe del día 
entre lentos, lentísimos pliegues de sonrisas irisadas. 
Igual fe cuando ella lo mirara por primera vez. 
Y alas, misteriosas alas lo devolvieron a una ribera menos amarga. 60 
De cualquier modo estaba cerca de adorables miradas de paz 
y era alcanzado por su fluido aun en las horas ciegas. 
—El arroyo me salvó —les dijo a unos amigos—, 
¡estaba tan lindo en aquel amanecer de verano! 
¿Y la alegría ya no estaba, amiga? 
¿Hacia dónde voló su alma translúcida? 
Se diría que a veces estaba allí cerca, como suspendida, 
triste, triste de ser invisible y no ser fluida, 
no ser aéreo estremecimiento sobre la onda y los espejos finos. 
Triste, triste de no poder vestir para alguien 70 
los cristales fugitivos y las sedas frágiles del tiempo. 
¿Pero no es que ella simplemente dormía —duerme aún?— 
en sus fuentes secretas bajo su espeso velo estéril? 
Ah, mi amiga, los mismos brazos puros despertarán también a esta alegría 
libre al fin de esa muerte que por todas partes la acecha 
y que en aquel atardecer bajo nuestros pies era tan blanda 
y parecía rasgarse con una queja preciosa. 
Los mismos brazos puros para detener la palidez árida 
que avanza desde lo hondo o se abate con el viento o viaja serpentinamente, 
y restituir a la tierra, al aire, al agua, la relación perdida, 80 
y aun evocar otras relaciones, 
un amor vivo y nuevo, si quieres, para la gracia de los bienes, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 362 
enriquecidos así sobre las mesas comunes 
y en el despertar, como de flores, de las almas... 
Y el arrojo vivirá de nuevo, amiga, y el río vivirá... 
Oh, el río vivirá con una vida nueva, 
casi alado de velas y ligero de latidos, 
ondulando, ondulando los reflejos seguidos de una dicha de techos rojos y cultivos 
y de ramas agrestes, desconocida hasta entonces, 
—oh, los montes recién amorosamente cuidados, 90 
y la dicha recién en todas las manos como una espiga plena— 
y tejiendo, tejiendo otros destinos a través de toda la provincia, 
clara, clara al fin en el suyo como nunca... 
Y eso, mi amiga, oh mi amiga, eso sólo será 
esa franja de tiza, casi ideal, que de lejos adoramos, 
o ésa que la hora de finas sombras cebra, 
o ese lecho apenas rosa o apenas dorado para cierta luz, 
o esa pista para las risas y los juegos soleados, 
o ese sueño, que se vuelve hacia sí mismo, de la tarde de estío, 
o esa pasión, ay, final, de algunos pétalos del cielo, 100 
o esa demora leve, levísima, medio desmayada en lo azul, de otros, de otros... 
No esa ausencia, no, aquella ausencia de pequeñas olas fijas 
bajo quién sabe qué aire de fantasma nostálgico... 
En el aura del sauce El aire conmovido 363 
Este río, estas islas... 
Para "comprender" este 
paisaje habría que estar muerto... 
Un poeta español 
Mirábamos el río, las islas, este río, estas islas. 
Dos o tres notas, sólo, que jugaban apaciblemente 
hasta el infinito, sin elevarse mucho, 
en el brillo matinal como de rocío persistente. 
Una gracia quieta, quieta, de melodía algo aérea, 
que se veía morir, sin embargo. 
¿Fue eso, amigo, lo que te trajo el pensamiento de la muerte? 
¿O esa paz que parecía, aunque suavemente ensimismada, 
querer alzar quién sabe qué vuelo en el celeste húmedo 
hacia sutiles "ídolos de sol"? 10 
Venías del centro de la gran inquietud y de la lucha. 
Venías del dolor y de la angustia por la suerte de los hermanos. 
Venías de la vida noblemente quemada por la pureza de mañana. 
Caías también con cada ráfaga que abatía a los héroes como espigas. 
¿Había, pues, este río y estas islas; 
había, pues, este amor lejano, azulado, del cielo y de las islas? 
¿Había, pues, este olvido que temblaba en su fragilidad hialina? 
¿Estaba, pues, este andante de Mozart 
cuando el amor, el nuevo amor, nos llama desde por ahí con el pecho atravesado? 
¿Muerto para este amor había que estar 20 
para sentir profundamente ahora el de este cielo y de estas islas? 
¿No era la verdadera vida, la mejor vida, ésa 
de caminar alegres, a pesar de todo, a través de la noche, 
atender en la noche los gritos y los llantos 
Juan L. Ortiz Obra Completa 364 
y las manos que se tienden entre los hierros pálidos, 
y preparar el alba y las "mañanas que canten" para todos 
sin que nadie deba estar muerto para nada 
si de repente el canto, de tan puro, lo pusiera frente al ángel? 
¿O es que de veras sólo desde no sabemos qué formas, siempre 
más allá de las que llamamos ahora vivas, 30 
podríamos dar en el secreto de estas horas, 
que parecen venir de una desconocida gracia 
con un sentido que se dijera no es de este mundo, 
tal es su transparente inocencia, tal su sueño 
espacial de allá lejos en que hay alas tenuísimas 
que brillan y se apagan con una melancolíaya celeste? 
—Ah, si esta melancolía fuera la de su soledad 
y pudiera nuestro sentimiento 
hacerles una íntima, una real compañía mientras aquí se posan... 
Pero esta lucecita destacada ya no existiría, 40 
y no es ella la que, con todo, única, 
más allá de sí misma, es cierto, muy humilde y perdida 
en la sombra o en la luz de estas alas que pasan, 
puede tocar a veces el temblor de su vuelo o de su efímero reposo? 
¿O acaso por estar justamente separada 
sólo ella sentiría la unidad de estos momentos como un halo? 
Sin embargo, oh mi amigo, cuando dijiste eso, 
también imaginé lo que podría ser 
ya apagada la débil luz nostálgica. 
¿Del aire o de los árboles, de esos árboles de las islas seríamos? 50 
¿O del pasto recorrido de repente por un misterioso escalofrío de flores? 
¿Del aire, qué cosa del aire, al fin, seríamos? 
¿Un estremecimiento amanecido, como con un oro interior, 
entre las ramas todavía dormidas? 
¿O una diáfana presencia ubicua de estas islas 
En el aura del sauce El aire conmovido 365 
palpitando igual que una dicha apenas visible sobre los bañados 
y entre los pajonales y los juncos que algún espíritu roza 
o mirando celestemente a través de los follajes 
la humilde danza que empieza en los caminitos y en las hierbas? 
¿Y en la tarde allí, seríamos esa limpidez absorta, algo triste, ¿por qué? 60 
que se afina con un inexplicable desasosiego íntimo 
o se ahonda con la queja grave de la paloma? 
¿Y por qué fuego, luego, de vagos abanicos, radiados, pasaríamos 
a la brisa que muere, ya estelar, sobre los tallos y los cálices 
y la fuga imposible, triste, de los senderos? 
¿Y en la alta noche ese hálito en que la sombra suspira de improviso 
con un anhelo frágil que sólo el cachilito y las hojas entienden? 
¿O esa ligera paz de una oscura unidad recuperada?... 
Del aire y de los árboles, sí pero una mínima cosa seríamos, quizás. 
Una mínima cosa ciega, como en el éxtasis del amor, 70 
si a ese aire y a esos árboles en la llama o el polvo hubiéramos pasado, 
o si llegase allí, ¿de dónde? una nada en no sabemos qué vibración. 
¿Volverán algunos átomos a los lugares que fueron queridos? 
Temblarán un minuto, un brevísimo minuto siquiera, sobre ellos o en ellos? 
Ah, pero quizás como en el éxtasis del amor o de la música, 
perdidos en la eterna corriente, una, que hace y deshace espumas, 
estas espumas, ay, tan perfectas en su infinita gracia anónima 
que desde aquí nos turba con un sentido que quisiera aparecer sobre su extraño sueño, 
mientras por otro lado o de nuestra misma sangre dolorida, manos, manos nos llaman... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 366 
Ah, si se pudiera... 
Ah, si se pudiera ceñir contra el pecho como un niño 
un lugar querido, 
yo ciñera aquél de arenas blancas, 
tan silenciosamente dolorido, 
tan crepuscular en el recuerdo. 
Ah, lo he visto en la ceniza azul 
de los atardeceres puros. 
—¿Era la primavera siempre algo triste 
porque la ternura se iba, sola, 
como un agua sin cielo y de vagas orillas, 10 
o era el verano que moría en un polvo extático 
y sin embargo algo herido?— 
Lo he visto en el escalofrío acerado de junio, 
oh, casi nocturno, con su soledad helada. 
Lo he visto cuando la sombra aún más cruel 
venía llena de látigos mojados, eternos, para sus pobres vidas... 
Lo he visto en marzo perdido en unas oscuras preguntas fantásticas, 
lleno de humos fugitivamente perlados y olorosos 
—oh, ese olor humilde de los fuegos que deben ser, ay, ligeros... 
Pero en un anochecer quieto, quieto, se fija ahora su palidez, 20 
su rara dignidad recogida, al lado del largo terraplén. 
¿La melancolía del cielo y de las arenas que se apagan hacia el río 
influye tanto en él? 
Un hombre solo por las huellas que ya apenas son moradas, 
En el aura del sauce El aire conmovido 367 
con sus aparejos de pesca, regresa, abajo. 
Más allá una mujer cansada, con su hatillo de leña, 
y unos chicos rotosos, rezagados, y una muchacha mal vestida 
que mirará la ciudad donde el Domingo se enciende 
con aquellos ojos que una vez vi, de quince años, sin retreta... 
Ceñiría aquel lugar contra mi pecho y lo acariciaría. 30 
Quizás acariciara, es cierto, un secreto amor mío 
por la última luz suspendida o vacilando 
sobre un drama callado, extraño, en la blancura final 
de una llanura que se ha confundido para siempre con mis sueños... 
Quizás acariciara aquellos años paseados vespertinamente 
por su vaga desnudez abierta hacia 'la costa" 
o por sus "calles" miserables con figuras surgidas de repente 
más que de un matorral de una pesadilla increíble... 
Quizás... pero como se habla a los niños enfermizos, luego, 
le hablaría de la luz que espera a sus criaturas, 40 
firme ésta, sí, y cada vez más noble, 
tejiéndose de la propia sangre unida sobre la noche y el destino. 
Y él miraría el suyo, recién, recién defendido contra las arenas y las aguas, 
alto de casas blancas y jardines para los crepúsculos sin pena, 
sin esa pena negra, desamparada, de abajo, que a veces los contagia... 
Oh, si se pudiera ceñir contra el pecho como cariños delicados 
todos, todos los lugares desdichados del mundo, 
y murmurarles la esperanza que está en sus mismas vidas, 
en esas manos y en otras manos, fuertemente, al fin, juntas... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 368 
Siempre el acuerdo... 
Siempre el acuerdo, amigo, siempre la lucha por el acuerdo. 
¿No hay héroes y no hay mártires, aquí y allá, 
para que la criatura se acuerde profundamente con las otras criaturas 
sobre la base de las sencillas y sagradas gracias que se dan y se crean? 
El acuerdo, luego, entre las criaturas y el mundo; la belleza, las cosas, 
en esos hilos que se entretejen hasta el puro, hasta el único espacio: 
la flor que tiembla en la red melodiosa 
en que también está nuestro más libre momento. 
Y esto en el otro acuerdo, relámpago aquí del otro acuerdo, el de más allá, 
el de las cosas y la infinita, la infinita conciencia... 10 
Siempre el acuerdo, amigo. 
Se lucha, es verdad, y cómo se lucha, por el acuerdo inicial. 
La vida es doblada fatalmente contra los muros, se quema en las vigilias, 
ciega a veces y sin tiempo para las miradas que vencen el horror o lo inmediato. 
Pero las otras relaciones aparecerán en su hora para todos. 
No son, oh, no son, de ningún modo, ajenas a las ofrendas decisivas u oscuras. 
Esperan, esperan sólo en la sombra como las luces por crear 
para iluminar las profundidades sucesivas 
y equilibrar los duros límites mezquinos. 
Por caminos, ay, impuestos, de sangre y de filos terribles 20 
a ellas nos acercamos muchas veces, amigo. 
Que las "dulces" almas que las anhelan y las sueñan sin inclinar las miradas, 
sientan, al fin, su deuda con tanto héroe y tanto mártir anónimos 
de ese mismo anhelo en el fondo, y de ese mismo sueño... 
En el aura del sauce El aire conmovido 369 
Ala orilla del río... 
A la orilla del río 
un niño solo 
con su perro. 
A la orilla del río 
dos soledades 
tímidas, 
que se abrazan. 
¿Qué mar oscuro, 
qué mar oscuro, 
los rodea, 10 
cuando el agua es de cielo 
que llega danzando 
hasta las gramillas? 
A la orilla del río 
dos vidas solas, 
que se abrazan. 
Solos, solos, quedaron 
cerca del rancho. 
La madre fue por algo. 
El mundo era una crecida 20 
nocturna. 
¿Por qué el hambre y las piedras 
y las palabras duras? 
Y había enredaderas 
que se miraban, 
y sombras de sauces, 
Juan L Ortiz 
que se iban, 
y ramas que quedaban-
Solos de pronto, solos, 
ante la extraña noche 
que subía, y los rodeaba: 
del vago, del profundo 
terror igual, 
surgió el desesperado 
anhelo de un calor 
que los flotara. 
A la orilla del río 
dos soledades puras 
confundidas 
sobre una isla efímera 
de amor desesperado. 
El animal temblaba. 
¿De qué alegría 
temblaba? 
El niño casi lloraba. 
¿De qué alegría 
casi lloraba? 
Obra Completa 370 
30 
A la orilla del río 
un niño solo 
con su perro. 50 
En el aura del sauceEl aire conmovido 371 
Cantemos, cantemos... 
Sobre el vapor de sangre, 
sutil, sutilísimo, 
cantemos. 
Cantemos y esperemos. 
Sobre el azoramiento pálido, 
casi fúnebre, 
de las orillas de los arroyos, 
que se han quedado sin montes, 
cantemos. 
Sobre la muerte que han embebido 10 
estas colinas, 
estas llanuras, 
estos montes, 
cantemos. 
Sobre la tristeza humilde, 
profunda, 
de estos campos, 
a pesar de su gracia, 
cantemos. 
Con todas las criaturas 20 
y las cosas; 
con las criaturas 
ligeramente aún agobiadas 
—¿por qué sueño de sangre?— 
Juan L. Ortiz 
cantemos. 
Cantemos con los animales 
—ay, los pájaros sin rama 
cuando el aire es de pájaros, 
celestemente ebrio!— 
Cantemos con los animales 
y las cosas; 
con los animales misteriosos y claros 
y las cosas misteriosas y claras; 
y las aguas visibles y secretas, 
que también esperan, 
cantemos. 
Cantemos la vida nueva 
que espera 
a estos hombres 
y a estas mujeres silenciosas. 
El día armonioso, armonioso, 
surgido de húmedas 
honduras maceradas 
—¿de penas largas 
o de humus desconocidos?— 
bajo el cielo más ligero. 
El día nuevo, palpitando 
como un ala en las manos... 
En el aura del sauce El aire conmovido 373 
Será todo un canto... 
Será todo un canto, 
todo un canto. 
Se sonreirá al recuerdo, 
al recuerdo. 
—Los crepúsculos largos 
cuando el amor regresa, 
y la dulce cintura 
cede, 
y apenas si se ve, 
flor casi desmayada, 10 
la sonrisa. 
Se sonreirá al recuerdo, 
al recuerdo. 
Pero el nuevo amor 
será doble paso, 
será unánime paso 
a través de la noche 
sin miedo, 
hacia el alba sin miedo. 
Será todo un canto, 20 
todo un canto. 
Una melodía inquieta 
será. 
Desde los trigos profundos 
Juan L. Ortiz Obra Completa 26 
y ligeros, 
hacia los cielos flexibles, 
hacia los cielos flexibles. 
Más que un canto será, 
más allá del canto se irá 
en los silencios humildes 
y febriles 
de medidas desconocidas. 
Más que un canto será. 
En el aura del sauce Notas 895 
El aire conmovido 
A partir de El aire conmovido, y hasta el último 
editado por el autor, De las raíces y del cielo, 
los libros van a imprimirse en Castro Barrera 
y Cía. Estos cinco libros, idénticos entre sí, 
siguen manteniendo, no obstante, semejanzas 
en el formato, en el diseño de la tapa, y en la 
tipografía, con los libros anteriores. El cuerpo 
de letra (cuerpo 8) se mantiene, y el tipo de 
letra varía ligeramente hacia una letra de trazo 
más afinado. 
Como el libro anterior, El aire conmovido lleva 
el sello de Ediciones Sauce. 
No te detengas alma sobre el borde... 
Relación con "Alma, sobre la linde..." de La 
orilla que se abisma. La misma invocación: 
Juan L. Ortiz Obra Completa 896 
alma sobre el borde, alma sobre la linde. La 
misma instancia de contemplación, ante el río, 
las islas, en un atardecer. 
He mirado... 
Variante en el libro: 
v.17 Reíos: me fundí con él, me hice uno con él 
En la edición Vigil: "me hice con él", que Ortiz 
corrige en las Erratas en el sentido del libro y 
que mantenemos. 
Para Amaro Villanueva 
Respecto a Amaro Villanueva, ver nota al poe-
ma "En el Parque" del Protosauce. En el v.33, 
a diferencia del libro, en la edición Vigil decía 
"en sí mismo", lo que no parece incorrecto. 
Pero fue corregido en la Errata "en sí mis-
mos", como estaba en el libro. Dejamos esta 
corrección considerando que el plural se refie-
re tanto a "el orden" como a "el mal viento". 
El arroyo muerto 
Así como en v.io ("Por aquí corrió la alegría") 
se abren comillas que luego cierran en el v.14 
(comillas que parecen citar voces indistintas 
del yo, el poeta, y el tú, la amiga), en el v.26 
("Allí un humilde pescador...") se abren comi-
llas que luego no cierran. Esta falta se da tanto 
en el libro como en la edición Vigil. 
En el v.85, tanto en el libro como en la edición 
Vigil, "el arrojo vivirá" frente a "el arroyo vivi-
rá" que parece indicar el contexto. Puede tra-
tarse de una errata pero también puede tratar-
se de un uso deliberado de la oposición "j/y" 
(ver nota a "Suicida en Agosto" de La orilla que 
se abisma). 
Este río, estas islas... 
Variante en el libro: 
v.70 Una mínima cosa ciega, ciega, como en el 
[ éxtasis del amor, 
© Centro de Publicaciones, Universidad Nacional del Litoral, 
Santa Fe, Argentina, 19%. 
ISBN 950-9840-73-4 
Reservados todos los derechos. 
Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723. 
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9 de Julio 3563 - 3000, Santa Fe, Argentina 
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