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El Gualeguay - Matilde Pérez Martínez

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Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral 
El Gualeguay 
Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario, 
de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de 
Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil, 
sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia 
en citas. 
Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita 
y la prosa, no sigue la secuencia de números de página. 
Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía, 
interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y 
exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue 
la edición de la UNL. 
Índice 
(se indica el número de página del papel, 
seguido del número de página en el pdf) 
Sobre El Gualeguay / Marilyn Contardi 
El Gualeguay 
655 (5) 
661 (11) 
Luego de las poesías se encuentran las notas de la edición 
Nota: el subtítulo de "fragmento" que lleva el poema 
pertenece al proyecto poético original, y no significa que no 
esté completo, en el sentido de reproducir el poemario tal 
como lo concibió y editó Juanele. 
INTRODUCCIÓN 
Sobre El Gualeguay 
Marilyn Contardi 
Si uno se pregunta en qué momento del desarrollo de un poema empieza a manifestarse uno 
de sus rasgos esenciales, la extensión, creo que cabría responder que, como las nervaduras en 
una hoja, las líneas secretas que impulsarán su despliegue hasta su culminación están en 
germen desde el origen mismo. 
El poema breve, destinado a inscribirse en un corto espacio-tiempo, concentra sus materia-
les, despliega sus imágenes, las hace interactuar y destellar teniendo siempre presente los 
límites de su espacio. 
En "El aguaribay florecido", poema del libro La mano infinita, aparece clara esta necesidad 
de concentrar energías del poema corto cuando, en el segundo verso, aflora, tentador, un 
interrogante. Apenas emergido en la mitad del verso queda claro que la visión de conjunto del 
poema está allí para controlarlo. El interrogante es encerrado entre guiones para que no 
desborde sobre los otros versos y empañe el alcance de sus energías. 
Muchachas de ojos de flores y de labios de flores. 
En la sombra exhalada —¿de qué su dulce hálito?— 
los vestidos ligeros, muy ligeros, con pintas. 
La sugestiva aparición del hálito no debía hacer olvidar los bordes invisibles dentro de los 
cuales se iba diseñando como una estampa primorosa, porque toda línea divergente, por más 
encantadora que fuese, al crecer demasiado, terminaría por comprometer el acabado perfecto 
del poema. 
Aun así, en esa veloz aparición ha conseguido dejar flotando una resonancia. La intercalación 
justa, medida, del elemento diferente, "la gota de otro color", como para producir el matiz 
buscado, señala también la pericia en la composición. 
El poema extenso avanza de otra manera, como secretándose a sí mismo; en su propio 
discurrir encuentra el aliento. "El discurso poético elabora sus herramientas mientras avanza 
y es también avanzando como las destruye", dice Mandelstam1 en su ensayo sobre Dante. El 
poema extenso se alimenta a sí mismo, mantiene vivo su soplo alargando sus brotes hacia 
adelante, de esos brotes nacen otros y de ésos, a su vez, los siguientes, y así de continuo. En 
este despliegue mucho más extenso quedan en evidencia, como las vetas de un mineral, estos 
modos de alimentarse a sí mismo, de ir conformándose derivando de una cosa a otra. 
En El Gualeguay, el poema más extenso de la obra de Ortiz, además de los cuidados de 
escritura propios del poema breve se agregan otros. 
1 Osip Mandelstam, Conversaciones sobre Dante. Traducción del francés de Cecilia Beceyro y Marilyn Contardi. 
México, Universidad Iberoamericana, Colección Poesía y Poética, 1994. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 656 
La primera impresión es que la larga travesía de El Gualeguay se emprende con un medio 
ligero, liviano, un junco capaz de sortear todas las ondas reconociéndolas de cerca, y no con los 
pesados avíos de una nave que se prepara para las peripecias de una travesía extensa. 
Contar la saga del río, narrar los orígenes desde el caos, 'la creación", es una labor de largo 
aliento emprendida a través de una escritura que deja de lado los grandes trazos, que trabaja 
con minucia cada motivo y lo abandona sólo cuando ve en él un acabado perfecto. 
El "grado de agudeza del más sutil, del más refinado de los ojos, el ojo impresionista" ha 
reverdecido en Ortiz, de ahí el gran poder de la luz, de los reflejos, de los matices en sus versos. 
La alegría cósmica, viva, resplandeciente, unida al carácter pasajero —pero en alguna instancia 
indeleble— de las cosas tiene en la luz a su eximia convocadora. Un mismo lugar se colorea de 
manera diferente según la marcha de la luz; los colores no están pegados a las cosas, son las 
cosas, la realidad en perpetuo cambio. Y es la luz la que destaca, nítida, cada línea o la transforma 
en vaporoso fulgor. 
Nombrar las cosas, los árboles, los animales, las flores surgidos de las brumas de lo 
innombrado es asistir a su nacimiento y complacerse, además, en la sonoridad de los nombres 
que nacen también en el mismo instante —es el guaraní el que mueve aquí la lengua del 
origen—; las sílabas se suceden para deleite del oído: aguá-guasú-arí-opi-aes-ues-gua-aí. Un 
verdadero tesoro que el poeta enhebra a su gusto por su brillo, su color, su oscilación en el 
tejido que elabora, ese "pliegue de oscuro encaje, que retiene el infinito, tejido por miles, según 
el hilo o prolongación, de secreto ignorado..." de Mallarmé. 
Es necesario mover la resistente materia de la historia con sus fechas, sus nombres, sus 
hechos, filtrarla por el entramado endeble de la escritura, para internarse en la sinuosidad física, 
histórica del río sin zozobrar en él con toda esa carga; Mandelstam imaginaba el desarrollo del 
poema como el cruce de un río atestado de ligeras embarcaciones que navegan en todos los 
sentidos; ir saltando de una a otra hasta llegar felizmente a la otra orilla sin saber cómo ni por 
dónde saltó, es la labor del poeta. 
Cuando Ortiz se interna en la epopeya del gran río hace ya mucho que trabaja en la afinación 
de sus instrumentos verbales, retocando, puliendo, flexibilizando, volviendo frescas, musicales 
las palabras más simples, multiplicando las sonoridades, las cadencias, las armonías. Dispone 
sonidos líquidos para airear las palabras, darles una terminación vaporosa, temblona: las "11" y 
las "i" que disemina a lo largo de los versos le ofrecen los timbres, tonos y resonancias que 
busca, las "a" esa apertura franca, clara, con, a la vez, un algo de recogimiento como en "alba". 
Suaviza, flexibiliza el lenguaje hasta hacer sentir, se creería, la vibración de esos entrelazados 
tensados al máximo. 
Para la narración de la saga, leyenda o epopeya del río debe encontrar el tono, el ritmo que 
le permita acarrear, pulir, disponer esos materiales pesados. La forma de hacerlo es seguir 
siendo fiel a su estilo, las combinaciones que trabaja y retrabaja con minucia tienen que 
conducirlo con la facilidad de "alguien que baila" desde los grandes estuarios hasta la brizna 
más pequeña, tienen que ser capaces de sobrevolar "todos los estremecimientos del amanecer 
y del véspero" o abarcar "El rio era todo el tiempo, todo...", delinear la "esbeltez toda de otoño 
En el aura del sauce El Gualeguay 657 
del guasú-pucú", estar atento a la "pequeñísima agonía de nácar" en el pico del Martín Pescador, 
al "relámpago de sílex" que tumba a la nutria. 
Hay una especie de intensa lid entre dos fuerzas disímiles, la escritura frágil, el "oscuro 
encaje", y la materia colosal a la que acomete. 
Sometidos a la presión de esa labor, geografía, historia pasan a ser hechos de escritura. 
Pierden la contundencia de hecho puro, se convierten en momentos del poema. Son,alterna-
damente, o todos a la vez, ritmos, sonidos, sentidos. Sucede como si la historia, la geografía 
después de depositar sus cargas retrocedieran a las bambalinas. Cuando reaparecen, se han 
metamorfoseado en colores, voces, imágenes que actúan en la ilación de la escritura. Una fecha, 
una hora, un hecho, los dramas de los hombres, pasan a ser "...esa retirada por el amarillo que 
moría, de Julio...", "un caballo de furia en una arremetida de arcángel". Entre el decir, la trama 
delicada de la escritura, y lo dicho crece el estado de tensión que sostiene el vigor del poema. 
La primera estrofa 
Qué dulce calor, allá 
de la hondonada que dejara, cuándo? el mar, 
subió en una nube de paloma? 
O venía él 
con el hálito, gris y blanco, del mar? 
Y qué viento, qué viento, vino al encuentro de la nube 
para una hija que cayera, pálida, 
o con todo el día en sus cintillos?: 
Cómo fue aquella lluvia 
de arpa ciega o de penumbra 
o de juncos de vidrios que huían 
o plantaba una hada brusca? 
Y de qué mes, de cuál, sus cabellos o sus varas? 
Esta es la primera estrofa del largo poema El Gualeguay. 
En el primer verso comienza la interrogación que, cambiando de tono y de sujeto, atraviesa 
—sus ecos despertarán la siguiente, ésta a su vez otra y así sucesivamente, la mirada yendo de 
un lugar a otro como la mirada de alguien que camina explorando— toda la estrofa y continúa. 
En verdad, las múltiples ramificaciones de la interrogación inicial conformarán el cuerpo del 
poema que en su vasta corriente las contiene a todas. 
La perseverancia en los interrogantes es uno de los rasgos del estilo —cargado de intentos, 
merodeos— a través del cual el poeta se enfrenta a la velada dimensión de las cosas. Si hay 
tantas preguntas es que se intenta aprehender algo complejo. El "rostro de lo desconocido" que 
emerge a cada paso ejerce la fascinación de lo que oculta, protege, las múltiples formas de lo 
probable. 
Juan L. Ortiz Obra Completa 658 
El poeta es cauteloso, avanza despacio en su exploración. Para desgarrar la opacidad que 
recubre lo desconocido, para hacerla transparente, debe afinar, pulir, sus instrumentos, modi-
ficar sus puntos de vista. 
Su mirada parece volverse más aguda a medida que observa y, a su vez, las cosas así, 
sagazmente, finamente observadas, se desprenden de las brumas oscuras, se vuelven diáfanas 
como iluminándose desde el interior. Para Roland Barthes el estilo "funciona como una 
necesidad, como si, en esta especie de floración, el estilo no fuera sino el final de una 
metamorfosis ciega y obstinada, salida de un infra-lenguaje que se elabora en el límite de la 
carne y del mundo". 
Detrás de cada cosa intuye la inmensidad, desprovisto de certezas le quedan los interrogan-
tes, que a despecho de su fragilidad se revelan diligentes como abejas y son el vehículo que le 
permiten acercarse dando rodeos en espirales que, cada vez más cerradas, cercan esos 
misterios. En el mismo momento de alcanzarlos, descubre que cuando más cerca cree estar 
más indescifrable se revelan y que, huidizos, se corren cada vez más lejos, como las dunas del 
desierto. 
Qué dulce calor, allá 
de la hondonada que dejara, cuándo? 
El "dulce calor" apenas depositado en el primer verso es dejado en suspenso, la atención se 
va a concentrar en lo que sigue: 
[...] allá 
de la hondonada que dejara, cuándo? el mar, 
El verbo en subjuntivo aleja la idea de algo consumado de una vez por todas y salva de la 
dureza de una aseveración firme, mientras el interrogativo "cuándo" refuerza la indefinición y 
manda aún más lejos, removiendo las capas del tiempo, el probable acontecer para seguir: 
[...] cuándo? el mar, 
subió en una nube de paloma? 
Ahora sí, de nuevo, el "dulce calor", transformado en "nube de paloma" por donde debe haber 
subido, flota en el ámbito cautivante de "paloma". Esta palabra con toda la imaginería que suscitó 
en el tiempo, desde aquella paloma bíblica, que no debe haber sido tampoco la primera. Su ser 
mítico re-aparece aquí y nos conduce a los tiempos del origen, cuando vuela sobre las aguas 
aquietadas, ahora bajo la forma de nube que guarda de la paloma los tonos suaves y el paso 
ligero por el cielo. 
Desde el comienzo mismo el orden es trastrocado, la reflexión del tiempo alargada mediante 
subjuntivos; un interrogante se plantea y se lo deja flotar. Tiempo de atención para nosotros, 
adonde vamos? 
En el aura del sauce El Gualeguay 659 
O venía él 
con el hálito, gris y blanco, del mar? 
El punto de partida, la interrogación inicial ha empezado a transformarse, deja entrever algo 
más en sí misma: la respuesta estaría, —pero, ¿es necesariamente una respuesta lo que se 
busca?— en la búsqueda misma, así los patriarcas del Antiguo Testamento por medio del 
destino errante daban fe de lo inasible, del Absoluto que buscaban. 
Expresada de un modo prosaico la interrogación del comienzo podría ser así: 
Qué dulce calor subió allá, en una nube de paloma, de la hondonada 
que dejara el mar, cuándo 
Imposible colocar allí ese "cuándo" o en alguna otra parte sin que suene a falso y se demuestre 
inútil el esfuerzo por agregar complejidad. En el lugar que ocupa en el poema, situado 
justamente antes de "el mar", al que alude, es, como puede suponerse, parte del destino del 
"dulce calor", o habla de los tiempos en que el mar se retiró, o de las dos cosas a la vez. 
Y qué decir del "en una nube de paloma" que quedaría aprisionado, sin alas, entre dos 
proposiciones cuando es precisamente en ese doble vuelo fantástico donde reside gran parte 
de la sugestión de estos versos? 
Es en la conformación, en el orden de los versos, como circulan juntos "la gracia y el sentido". 
Y sigue el poema: 
Y qué viento, qué viento, vino al encuentro de la nube 
para una hija que cayera, pálida, 
o con todo el día en sus cintillos?: 
La interrogación recorre estos versos en una línea más recta que en los anteriores, corre 
más rápido hacia el final y termina con una palabra que resuena mucho y bien: "cintillos". 
"Cintillos" no es una palabra de uso frecuente aunque tampoco es rara; al sonido tembloroso 
de su sílaba final —que preanuncia ya el tintineo de las gotas de lluvias— se agrega la 
multiplicidad de imágenes. Tres al menos son destacables: recuerda a "escintilar" con la que 
comparte dos sílabas, y si "escintilar" es centelleo de brillos, con los mismos brillos comparte 
la sílaba final, y ahí es sobre todo donde se aloja la idea de movimiento brillante. Pero es también 
"anillo", que anuncia o celebra las nupcias; el "cintillo" es el anillo nupcial. Y por fin "cintillos" 
son "adornos de cintas", que por el movimiento ondulante, los brillos de los hilos y las piedras 
con que están bordadas, no se asemejan, no son ya, agua que cae? Estas imágenes vienen a 
retumbar como ondas sonoras en torno a "cintillos" y con esa carga enriquecen a "lluvia", que 
es introducida en seguida, y la acompañan con un cortejo de movimientos y brillos: 
Cómo fue aquella lluvia: 
de arpa ciega o de penumbra 
Juan L. Ortiz Obra Completa 660 
La cercanía entre arpa y lluvia aparece más visible: una es sonora, la otra evocadora de 
sonidos, o ya porque las cuerdas del arpa semejan hilos de agua, o los hilos de agua semejan 
cuerdas de arpa, pero la calidad de "ciega" es más oscura. ¿Es ciega porque está en la penumbra, 
y por ella nos remite a la noche del origen? ¿Es ciega porque nadie está ahí para verla? En 
cualquier caso parece querer llevarnos a lo que fue antes del "Y la luz se hizo". 
Los juncos de vidrios huían. ¿Cómo fue? Cuando pronunciamos "vidrio", el frotamiento de 
la "d" contra la V entre los agudos de la "i", los roces se hacen audibles. Y esos juncos son 
lluvia, hilos de lluvia cayendo por todas partes y son a la vez tallos de juncos que alguien plantaba, 
lluvia que se convertía en juncos mientras ella la plantaba. ¿Quién es ella? Ella es la inesperada 
hada brusca: 
o de juncos de vidrio que huían 
o plantaba una hada brusca? 
El adjetivo, inusual para acompañar al hada,resalta además por el tono que introduce la "u" 
en un verso dominado por el sonido abierto de las "a", pero al usar "una" y no "un", la "a", el 
sonido abierto ¿blanco? se alarga: "unaahada" y su supremacía queda asegurada. De todos 
modos "brusca" es como una oscilación de amplitud diferente introducida en el verso. Pero, 
asimismo, fluye por la misma línea sonora de "penumbra" y "vidrio". No hubo quiebres; sí se 
ha producido una ondulación en la intensidad, en el tono de los sonidos que acompañan o son 
el vehículo en el que viajan rápidas las imágenes, lluvia de arpas, juncos que huyen, hada que 
planta. 
La labor que ejecuta el hada es familiar, doméstica y también ancestral. Realizada por un ser 
fabuloso nos coloca en los orígenes del tiempo. Aún sin nombre, la hija del viento y de la nube 
es de la misma familia de los seres mitológicos. La estrofa concluye: 
Y de qué mes, de cuál, sus cabellos o sus varas? 
Avanzamos a través de interrogantes que se van levantando, podríamos decir, delante de 
nosotros como velos que descubren, al levantarse, otros velos más lejanos. 
El mes es indeciso, alude al inalcanzable origen, pero, ¿entre "cabellos" y "varas" tendríamos 
que decidir? Felizmente no. Las dos son palabras de varios sentidos, cada una agita los suyos 
como ramos de flores diversas que combinan colores y perfumes variados, pero no tenemos 
que decidir. 
Algo turbados por el ir y venir de los interrogantes que abren haces de probabilidades, 
cautivados por la simultaneidad de imágenes que fulguran como abejas al sol apuramos el paso 
a pesar nuestro para no quedar rezagados. Mientras a nosotros todavía la cabeza nos da vueltas, 
en el verso siguiente el poeta ya está viendo: 
Y el cielo ya fluía, mate y translúcido, del norte 
Es la segunda estrofa que acaba de empezar. 
En el aura del sauce El Gualeguay 661 
El Gualeguay 
(Fragmento) 
Qué dulce calor, allá 
de la hondonada que dejara, cuándo? el mar, 
subió en una nube de paloma? 
O venía él 
con el hálito, gris y blanco, del mar? 
Y qué viento, qué viento, vino al encuentro de la nube 
para una hija que cayera, pálida, 
o con todo el día en sus cintillos? : 
Cómo fue aquella lluvia: 
de arpa ciega o de penumbra 10 
o de juncos de vidrio que huían 
o plantaba una hada brusca? 
Y de qué mes, de cuál, sus cabellos o sus varas? 
Y el cielo ya fluía, mate y traslúcido, del norte, 
oh, doble y grandemente, hijo primero de la sal 
y de otro amor con alas 
o criatura de una verde pasión, más alta, 
y de distinto "élan" del aire, 
cuando perlara aquella cita 
sobre su sed cavada, 20 
ya ligeramente cavada: 
el Paraná y el Uruguay bajaban ya la lira 
en una isla larga? 
Sí, de león o de ópalo, tal vez, el cielo ya fluía... 
Oh, las ramillas rápidas que labrara esa sed 
y que buscaban, vueltas culebritas, el sur... 
Juan L. Ortiz 
Cuántas eran las que los niveles atraían, 
en un ligero árbol de plata, 
por un país, quizás, ahogado de cortinas 
que parecerían sin fin, 
hacia el tallo del tiempo en que la lira iba a latir? 
Y ello sucedió por lo que luego fue Federación, verdad? 
Después, después de la que se llamara "Sauce chico", 
después, después de la que se llamara "Robledo" 
—ésta más bien de sauce— 
he ahí la duración que se abría, casi lisa, 
en un vacío más azul... 
O es que el tronco precedió naturalmente 
a los bracillos que, brujo, más tarde, 
él trajera hacia sí? 
Y la duración se ensanchaba en el silencio 
por lo hondo de la lira... 
O era desde el principio entre alejadísimas medidas 
de algo más que colinas? 
Oh, éstas le habían separado profundamente su homenaje 
en esa ordenación que descendía por el este y el oeste... 
Y el íntimo valle fue de ella, de ella, 
para fugar las horas hasta su destino de Ibicuy 
a través de cuatro lunas... 
Obra Completa 662 
30 
Mas las mismas horas, luego, 
las mismas horas, en el contrapunto primero, 
las mismas horas, de su seno, o muy corteses para sí, de la orilla, 
1610 
En el aura del sauce 
las mismas horas fueron juncos, juncos... 
Y se hicieron después pajas y espadañas y sagitarias y achiras. 
Era para mirarse verdes, verdes, 
en un distinto tiempo? 
Y vino el del ceibo, y el del sauce, y el del aliso... 
Y luego el del curupí y el de las lianas 
y el del arrayán y los laureles 
y el del ibapoí y del timbó, 
y el del guacú y del viraró y del amarillo... 
y el del espinillo, al final... 
ciñendo, misteriosamente, unos cielos de arias-
Pero el cielo ya goteara, arriba, 
con los envíos del norte o con los envíos de las islas 
los llamados más puros 
de la herida de septiembre: 
cuándo el zorzal y la calandria, 
y el jilguero y el cardenal, 
se hallaran por primera vez, ahí, en una sangre invisible? 
Y el "Juan Soldado", antes, había quemado el pajonal, 
y dado al mediodía pétalos altísimos? 
Y el "Martín Pescador" había alzado, pequeñísima, 
una agonía de nácar? 
Y el "gallito del agua" había irisado un aleteo 
medio verde y amarillo? 
Y la "Gallareta", lustrado su luto, junto, quizás, a un irupé? 
Y el "macá", hundido y flotado su alegría, 
hijo loco del agua? 
Y el "biguá", secado su zambullida, 
en el desliz, todo negro, de unos troncos? 
El Gualeguay 663 
60 
70 
Juan L. Ortiz Obra Completa 664 
Y el "carau", con su grito, apurado los crepúsculos? 
Y el "chajá" preguntado agriamente a la noche? 
Y el "teru-teru", flameado la vigilia? 
Y la "gallineta" en grupo, desesperado un agua oscura? 
Y el "chorlito", paseado sobre un amarillo de "aguapey"? 
Y el "chororó", posado sobre los tallos de la brisa? 
Mas las horas en esa edad 
no sólo habían hecho sensibles y ondulado 
los humores de los días, 90 
y reconocídose, femeninamente, en una suerte de adagio, 
sino que miraran asimismo 
lo que venía hacia ellas con las alas: 
una esbeltez toda de otoño que apenas si pisaba, 
y alzaba finas ramas 
sobre un asombro más que niño, y era el "guasú-pucú"... 
Y en la misma línea grácil, una suavidad baya 
ya más humilde, y era el "guasú-virá"... 
Y una sed, toda grasa, y ya numerosísima, 
aligerada en los juegos de la luna, y era el "capibara"... 100 
Y un acecho de visos, casi enorme, insinuándose en la arena 
o fijando más allá, y más modesto, un hechizo de ágata... 
y eran el "yaguareté" y el "gato onza"... 
Y una gracia afilada, o viva, o de sus secretos siempre húmeda, 
y eran el "coatí", y el "hurón", y la "nutria" y el "lobito"... 
Y miraran también otros cambiantes, 
viscosamente rastreros, 
en un despliegue, grueso o fino, de dibujos antiguos... 
y eran las culebras y las víboras... 
Oh, las culebras las cruzaban a veces 
en unos escalofríos que emergían 
1670 
En el aura del sauce 
sólo cuellos de flor, o cuanto más, de garzas, 
y eran luego arroyuelos, 
arroyuelos que humillaban sobre los tallos de la luz 
unas llamas de lacas... 
Y miraran, además, un hastio quemado, en un bostezo milenario, 
y era el "yacaré" sobre el mediodía de la arena... 
Y un relámpago de leyenda en el camino de los nidos, 
o de la siesta mística, 
y era la "iguana"... 
Y se oyeran a sí mismas en las otras horas de los coros 
que parecían ascender, lúgubremente, al asalto de la noche... 
Y eran las ranas del infinito, ya, 
sobre la melancolía de unas teclas 
y de unas flautas sin fin-
Pero ellas —no lo olvidaban— eran esencialmente las olas, 
el drama de la forma que no podía detenerse-
una "suite" imposible, más ligera que la música 
en su huida hacia el abismo, 
una melopea india, aún hinchada, 
al ras del tercer día, por las curvas del "bassin"... 
Mas también eran el tiempo, todo el tiempo... 
El río era todo el tiempo, todo... 
ajustando todas las direcciones de sus líneas 
como la orquesta del edén bajo la varilla del amor... 
Era el amor, el río-
Todo nacía de él, o venía evangélicamente 
a él. 
No revelaba sólo todos los pliegues de los aires, 
ni se afinara sólo en la "cariza", 
El Gualeguay 665 
120 
130 
Juan L. Ortiz Obra Completa666 
ni fuera sólo todo ojos para las plumas del alba 
o las nubes de las garzas, 
ni para los iris oleosos y los iris afelpados 
que solían punzar, ay, o abrir, eléctricamente, la muerte, 
cuando no la prevenían, los primeros, en un fluir de campanillas... 
Ni menos sólo oídos para los siriríes y bandurrias 
en las "cuñas" del anochecer... 
ni para los silbidos que ahogaban, dónde? 
los pajonales que morían...: 
latía, más allá de su música, con todas esas vibraciones, 150 
hasta hacerlas suyas 
en algo que se buscaba casi en círculos 
—y esas vueltas que por poco hacían islas?— 
mientras era todo el don, todo, en las escamas íntimas... 
Y continuando en la "féerie" con las caídas del cielo, 
iban, asimismo, siendo suyas las otras. 
Y así fueran o serían: 
el "Sauce" y el "Moreyra" y el "Chañar" 
y el "Compás" y el "Curupí" y el "Ortiz", 
y el "Sauce luna" y el "Lucas", 160 
y el "Mojones" y el 'Tigre" 
y el "Villaguay" y el "Vergara" 
y el "Raíces" y el "Mosca" 
y el "Cala" y el "de las Guachas" 
y el "de las Masitas" y el "San Antonio" 
y el "Jacinta" y el "de los Rayos" y el "Mosqueira", 
y el "Piedras" y el "Vizcacha", 
y el otro "Sauce" y el "de los Hornos", 
y el "del Medio" y el "Arrecifes" y el "Ceballos"... 
y éstos a su vez, habían atraído o atraerían, 170 
En el aura del sauce 
otras gracias delgadísimas, todavía, "sin óleos", 
para bendecir unas penumbras de paraíso, por ahí... 
Sí, era también todo el don, todo... 
en el oro y en la plata de su seno 
con todos los estremecimientos del amanecer y del véspero 
y una ternura pálida... 
Pero por qué la vida o lo que se llamaba la vida, 
siempre tragándose a sí misma para ser o subsistir, 
en la unidad de un monstruo que no parecía tener ojos 
sino para los "finales equilibrios"? 
Por qué todo, todo para un altar terrible, 
o en la terrible jerarquía de una deidad toda de dientes? 
Oh él mismo, con toda la gracia de sus sales 
para los fósforos mayores 
y para los picos y las zarpas, 
y esas hambres sin número, y que se diría, sin defensas... 
él mismo, con todo lo que era para toda la sed, 
y para esa suerte, a pesar de todo, de familia, 
bajo una frágil melodía: 
él mismo, de repente, en una parecida ceguedad, 
con toda la noche de la asfixia, 
asaltaba hasta sus vidas menos próximas, 
y más insospechadas, 
en millas y millas de desastre... 
o de aislamiento o de solidaridad, todos hieráticos, 
sobre las ramas únicas, 
o sobre esos "embalsados" de Noé... 
Pero esto último no era, a su pesar, 
algo así como un alto en la sangría más visible, 
El Gualeguay 667 
180 
Juan L. Ortiz 
ante un pavor oscuro? 
O una manera de unión contra un padre vuelto hostil? 
Los obreros forzados de la muerte en una huelga de días, 
contra un poder profundo, hijo de ella, asimismo, 
que quería ahogar a todos? 
Oh, si otra música que la suya, 
que corría, incesantemente, hacia no sabía qué tónica, 
fuera la de otra lira "levantando también templos 
en algunos oídos", siquiera de la jungla... 
Por qué sólo el horror detendría, eternamente, el horror? 
Y para qué la música si era sólo alguna estrella 
en la noche del ser y del devenir? 
Y para qué el tiempo, la duración, 
si abría, fatalmente, a la par, las fuentes de la sangre? 
Para qué, si no trajera, al final, 
acaso en otra línea de la vida, pero aquí, 
como en la nutrición, que se dice, de las sílfides, 
un intercambio sólo de partículas terrestres, 
lejos, oh, ya, lejísimo de las viandas que duelen... 
0 por lo menos, por lo menos, a la criatura con más luz, 
los deberes de esa luz o del amor 
para con las "almas grupales"? 
Cuándo el grito del "minuán" o el grito del "bohan", 
lleno de la crecida, o de esas leguas de cielo 
siempre al nivel de su bohemia, danzando 
lo mismo que otras indias? 
O cuándo el simple grito entre aquellas orillas, 
ancho, ancho, de niño? 
"Guaguay", se asombraran, luego, en guaraní, 
ante el agua muchísima... 
Obra Completa 668 
200 
210 
En el aura del sauce 
O "Yaguarí", primero, en el espanto del jaguar, 
o en la fascinación del jaguar... 
Y los registros de esa voz 
se fueron así confundiendo o se habían confundido 
en las exhalaciones de la maravilla, 
o del deseo, o de la queja, 
como la raíz de la melodía primera, y del ritmo primero, 
y de la armonía primera, 
en una penumbra todavía gutural, 
pero con una savia, es cierto, ya en la línea de la lira... 
Y esta raíz se había perdido, ay, 
mas no la perdieran los charrúas, no, 
hasta las flores posibles-
Pero las miradas del río, casi a todo su largo, 
dijeran los reflejos, a su vez, de la primer nobleza bípeda, 
en unos asombros de aceituna-
Eran ésas las criaturas que secretamente esperaba 
para abrir las "leyes" del sacrificio? 
Sí, eran una sola cosa con los follajes, y las ramas, y las hierbas, 
y lo que latía debajo de las hierbas... 
Una, con todos los ojos y todas las palpitaciones, 
y los deslizamientos y los vuelos... 
Una, aún, a su pesar, con el mismo terror todo de piel 
o deshecho de los cielos, o respirado, 
o a veces menos que de aire... 
Una, con él, el río, como otros hijos, con el cordón todavía 
en la misma fuga nómade-
Una, casi, con su edén, en fin, 
en su presente de pesadilla: 
pero sólo podían, al parecer, sobre la agonía general, 
alzar unos arcos y unas boleadoras y unas flechas 
El Gualeguay 669 
230 
240 
250 
Juan L. Ortiz 
y unos éirpones y unas redes... 
y unas pajas y unas cañas, naturalmente, con pie... 
Sólo esto es cierto, sólo esto? 
Y esa tristeza de otro lado y esa pereza de otro lado? 
Y ese oído y esa vista como en flor? 
Y esa libertad que no se curvaría, ya, de lanza? 
Y esa labor sin división, de más allá, 
a no ser para "la débil" 
a cargo de las breves cosas y los toldos? 
Y el "patriarca" y los "jefes" fugaces, 
medidos con la vara de las luces y del héroe? 
Y esa "función de la sangre" para la corola de la mujer? 
Y esa ley que sólo era la costumbre? 
Y esas armas que no pesaban sobre nadie, 
fundidas en el grupo, 
y se apartaban de las manos íntimas? 
Y ese fuego encontrado en el amor de dos maderos? 
Y ese espíritu de la miel para la sed? 
Y esas pieles hasta "la seda"? 
Y la piedra y el hueso y el barro y la madera, 
acariciados también hasta los útiles? 
Y ese cuero rendido todo una ternura, en el "toropi", 
para los pudores y el frío? 
Y esa misma dureza, llevada a veces hasta el lampo 
en la armonía, todavía, de las armas? 
Y esas palas finísimas con los extremos de plumas, 
en el aleteo numeroso de las canoas aun largas, largas, que subían? 
Y esa geometría combinada, en las vasijas del sur? 
Obra Completa 670 
270 
Sí, sí, también, sí... mas seguía siempre la muerte, 
sólo que cocinada, o hecha escudo, o hecha yelmo, 1670 
En el aura del sauce 
o hecha pétalos de ala por encima de las vinchas... 
Una ofensiva menos jugada o más sesgada, 
era, pues, la novedad de esos honores? 
Oh, por otro lado, el río amaba esos honores 
como las notas, ya ganadas, a su sueño de otra clave... 
Y le tocaba, íntimamente, le tocaba, 
ese azoramiento oliva, 
a flor, se hubiera dicho, de la primera desnudez 
en la encrucijada de las heridas... 
esa debilidad, también primera, que requería hasta la defensa de las otras, 
contra unas flechas invisibles... 
y más niña que las otras bajo el "gual-iche" del aire, 
aunque terriblemente estoica en "las estaciones de los duelos". 
Y no le podía exigir, por cierto, 
sólo el cogollo del ceibo 
con su añadidura de rocío para la ansiedad por rasgarse... 
o las yemas de los huevos de ñandú, 
o los huevos de perdiz... 
o los cocos o los tallos de palmeras o de cardos... 
o la dulzura de algunas vainas... 
o el ánimo de la "Guaraná", en pasta o en semillas... 
Ni tampoco, por cierto, sólo una harina pálida 
de eso que fue una angustia desgarrada, ay, e izada, o presa: 
de sus bagres o "Mandúes", de sus sábalos o "Piraes", 
de sus dorados o "Pirayúes",de sus armados o 'Tuguraes"... 
Pero esa desesperación de los mismos ñandúes, 
trabados, repentinamente, cuando ya parecían despegar... 
Y ésa del ciervo cuando venía por su alba 
y le quebraban el salto hacia la orilla... 
Y ésa de la nutria abierta por un relámpago de silex... 
Y ésa de la "mulita", vuelta, con las manitas de la súplica... 
Y ésa de la "carpincha" bautizando su cría 
El Gualeguay 671 
300 
310 
Juan L. Ortiz 
en la ilusión de una plata sólo de ellos, 
sorprendida por unos fantasmas seguramente fatales? 
Y ésa de los tigres padres, venidos por los restos, 
entre un círculo de llamas, y de palos aullados, 
sólo por su calor amarillo, oh, tan ocelado... 
Y ésa de la gata montesa debida toda a unos grititos, 
repentinamente, frente a otros felinos, sobre los nidos... 
pero subidos por su túnica de sol... 
Ah, y esa otra que aleteaba últimamente de unas ramas, 
o quería remar, casi diluida, aún, 
sobre el resto del hilo... 
Y esa otra ocasional, que crujía y se escurría, humildísima, 
pero con igual íntima protesta, al arder... 
con el mismo pedido, universal, no? sobre una "nada" de fuego. 
Mas esa debilidad fue de otra, verdad, 
menos relativa, a pesar de todo, en la unidad del color, 
pero sin cadenas y sin robo: 
y el río fue viendo, así. 
Sólo el sello charrúa-minuán, corriéndose con él... 
aunque aquélla, lo había visto también, volveríase más frágil, 
a fuer mismo de infantil, quizás, 
cruzando consigo misma, se hubiera dicho, las saetas... 
Cuándo "El Tigre" le trajo esas noticias 
que a su vez las recibió del "Pay Ticú"? 
Unas criaturas que parecían sin sangre 
querían, allá, "reducir" su otra sangre... 
Y una figura, en el centro, daba una luz blanca... 
Sería el alba, otra vez, para rayar la sentencia de la sangre? 
Pero a los charrúas se les iba, dulcemente? 
Obra Completa 672 
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340 
En el aura del sauce 
la sangre para el "evangelio", 
en la ley de todo el día, 
con el arroyo arrebatado y los árboles arrebatados, 
y ese halo de sus horas, verde? 
sobre una suerte de cabello... también arrebatado... 
Mas no recordaba, él? 
Antes, y más arriba, él mismo hubo de verlas, 
con algo de saltones en una vestidura que parecía de metal, 
cruzándolo detrás de un flotante bosque de "astas", 
medio plegadas, ellas, sobre otras de cabezas nobilísimas 
en un desdén de crines-
para el despojo que llevaría naturalmente el nombre del Alférez 
o del Capitán o General... 
Y de este modo el Moreyra, luego, le dijera de la "Cruz", 
sólo, al fin, para quitar... 
El orden "nuevo" del amor, que martillaba los minutos 
en un silabario, ah, de maderas desconocidas, 
no comprendía, siquiera, a la "hermandad" de pie, 
no comprendía, siquiera, al "egoísmo vertical", 
y los hombres oscuros sólo debían "sostener", pues, "el amor", 
bajo el rocío de los latines? 
Otra "caza" y otra "pesca", habría entonces que decir, 
ahora sobre ellos? 
Y lo mismo, más o menos, se lo murmuraran el "Vergara" y el "Lucas", 
y el "Diego Martínez" y el "Paso Caraballo", 
y el "Altamirano" y el "Maidana"... 
Y aún antes, mucho antes, había sido el "Sauce Luna" 
el del mensaje primitivo... 
Debía volver un medio siglo, acaso, 
para tocar aquella herida? 
El Gualeguay 673 
360 
370 
Juan L. Ortiz 
Y dónde, la herida, dónde, si él era irreversible? 
Pero si él era, al mismo tiempo, otro sentimiento del aire, 
y en el aire nada se perdía? 
Tras las nuevas del arroyo, así, 
la primera palidez armada, ciertamente... y numerosa, 
en un escándalo de ondas... 
con unos veinte toldos con ruedas y unas docenas de canoas... 
y unas cabezas y cervices 
que cortaban de cuernos y de cerdas, inéditos, su estío... 
Y, ah, los "auxiliares" morenos, unos cientos? 
que debían traicionar únicamente a estos pajales, 
y a estos montes y malezas, 
y a estos tembladerales 
y a esta aspiración, como de boas, de las orillas... 
ya que sus hermanos de aquí 
no podían ser sino unas pupilas laterales, 
oh, más niñas que nunca, 
ante el solo conocimiento que las hachas abrían, rectamente, hacia el este, 
para que todo y todos salieran puros, al fin, 
de ese contacto inicial, no? con "estos demonios" de las aguas, 
dejando, eso sí, una hilera de apellidos 
bajo el lustre de Hernandarias... 
Y él mirara nuevamente a "Don Hernando" en otro "son", ay, 
con los lazos de los "pactos" 
sobre los mismos relinchos y los mismos balidos, 
y los mismos revestimientos, 
y los mismos alardes de cañas finas y de vainas... 
Pero sobre él, también, casi a lo largo de sus curupíes 
fue el entendimiento de los fuegos contra la traición de los 'Yasú"... 
Y supo del "castigo", y supo de la réplica 
Obra Completa 674 
390 
400 
En el aura del sauce 
a los caballeros de hierro, 
y supo de los restos, quebrados, de las flechas... 
Pero la "Orden" atentísima — se enteró— por la "delicia" traída, 
nada "triste", por cierto, ésta, y a Dios gracias, exenta de pecado, 
les tendió los otros lazos 
con el vaqueo libre, ahora, para ella... 
Y así las "milicias de Jesús", muy de este valle húmedo, también, 
y muy de sus equilibrios, 
pusieron el precio de la carne para alzar algo la paz... 
de las mesas... aún "rivales"... 
Y ellos cayeran en las "estancias" o "colegios", 
-—a veces tendidos, sí, a lo largo de unas ráfagas 
por entre los celos de los montes— 
en sus brazos asimismo los rollos contra la crasa libertad 
de ese "gusto" importado, además, para los otros desarrollos 
del poder bovino en este mundo: 
peones, ay, al mismo tiempo, de ese "gusto" 
en una casi "civilización" de matadero que enrojecía sus ojillos 
y el olor de sus vidas, 
pero que "fundaba", a la vez, la "caridad"... 
Y los oídos del río no podían casi abrirse, ya, 
sobre esos silencios de mareo 
con unos cisnes profundísimos 
nevando un principio de estación 
entre unos follajes atraídos, de vidrio, 
a que de tiempo en tiempo, alguien, quién? los inducía 
y a los que ellos, cristalinamente, 
no dejaban de sobrevivir 
como con unas astillas 
El Gualeguay 675 
420 
430 
Juan L. Ortiz 
del azul-
eran de las brisas, sí, 
o de las corrientes que le traían otras nubes: 
las del drama de algunos de sus hijos 
en la llama de unos "alcoholes" que ellos no se conocían, 
encendidos desde fuera para que se quemaran entre sí, 
y todavía en el cruce de las codicias superiores 
de Buenos Aires, Corrientes, Santa Fe y "La Colonia"... 
Pero también tras de las nubes le llegaba una luz... 
Y era ésa que excedía la de las mismas lanzas 
en el orden, como de pajonal al asalto, que tomara Yapeyú: 
la de las deidades aborígenes, acaso, 
crucificadas en su ser, mas empinándose para ser, sobre la cruz 
hasta su último destino... 
O la de las raíces nativas, quizás, poco menos que en el aire, 
pero imantadas, entre los filos, por el perfume que sería, 
o por la estrella inscripta, naturalmente, más allá de sus vidas, 
en el espíritu de las profundidades... 
Mas esa seda que quería en ocasiones negarse 
entre unas orillas invertidas 
hasta el escalofrío, 
había sido de nuevo, antes, ajenamente deshecha 
por una expedición, toda de nombres, bajo Vera Mujica, 
contra el este portugués... 
Y ah, no fueran sólo unos nombres para los arroyos y misterios 
y las "Mercedes" corridas por el país desde Garay, 
—el primero, desde luego, en las "lonjitas" del oeste— 
los que regalaría ese apellido... 
Obra Completa 676 
450 
No, no fueron sólo algunas ramas de Castilla: 
desde abajo, por el Pavón, después, le subiera como un ocaso, 470 
En el aura del sauce 
la sangre de "Matanza"... 
abierta, terriblemente abierta, sobre las colinas 
y los mismos ojos indios de las mujeres, los niños y los viejos... 
Y los galones, verdad, de Piedrabuena, Caraballo y Barúa, 
y los galones de Salcedo, 
fueron juguetes de lo invisible 
o de la maraña de los "vacíos", toda de uñas, 
en el desplazamiento, casi mágico de los Tiris" y los toldos 
hasta la "banda" última:hojas, hojas fragilísimas, para unas almas en puntas o celadas, 
con los minutos al revés 
y los ritos de espalda, 
aunque con todas las lianas y todas las mimosas a su lado: 
ellas, que fueran auras entre los espinillos 
para el sentimiento de la luz 
y las relaciones que la trascendían, 
bien que rebeldes, ciertamente, a las mismas coyundas de satín, 
y a las cadenas mismas de gasa... si ellas eran extrañas... 
Pero el río supo, además, por qué duelo de los vientos 
o qué ráfaga de luto traída por el norte? 
que no sólo las Erinias y los aguardientes y las llagas... 
las maldiciones, todas, "blancas"... 
y las Ménades de la división puestas de pie 
por el "arte" de allá, 
iban cegando un amor que seguía a las aguas, también, 
y que hicieran dudar, en un momento, a la espada y al "madero", 
sino que asimismo las "encomiendas" y sus hierros 
y la lujuria de los encomenderos 
con unas lenguas de látigos, 
habían llegado, casi, en su cosecha de siervos 
El Gualeguay 677 
480 
490 
Juan L. Ortiz Obra Completa 678 
hasta la palidez, naturalmente a flor, de los osarios del final... 
bajo el cielo, eso sí, de las Leyes de Indias... 
Ay, las cenizas únicas de los Caxas y Mepenes, 
bajo las hierbas de "arriba" 
o en esos gemidos, de qué aves? sobre las lunas del Guayquiraró. 
Ay, las cenizas únicas de los mismos hijos de Charrúas y Minuanes, 
perdidas bajo los musgos y los helechos 
o en esas luces, de qué llantos? sobre unos dobladillos de la noche 
que se hundían en otras lágrimas... 
Y oh, los de la llama más alta 510 
para, a pesar de todo, iluminar y hacer un solo fuego 
de esas chuzas y esos "ramales" y esos arcos 
que de tres siglos, casi, a lo largo de tres siglos, 
no daban respiro al "honor" y no daban respiro al "perdón" 
sobre las tierras... y los cueros... y la crin... 
como los más incomprensibles, sí, entre todos los del su r -
Ios de la gran isla del sur... 
Oh Campuzano y Don Cristóbal, con la llama más alta, 
increíblemente de pie 
contra esos "títulos" que deseaban arraigar sobre las leguas y la sangre... 520 
Oh Campuzano, de pie, sobre las "puntas" del río... 
sobre las puntas de ese tiempo 
que no quería del crimen, no, con todo, no, 
en ningún "orden de la vida" 
porque era el espacio más íntimo del valle o de la lira 
en una fuga sagrada... 
que corría, a la vez, de él mismo, al igual que la música 
de los abismos... 
pero tendida y tendiéndose para que bebieran de ella 
todas, todas las criaturas del silencio... 530 
En el aura del sauce 
Oh Campuzano, con la última llama 
del misterio mismo, último, de las leñas de la selva-
descendiendo al mismo limbo, de este lado, 
para la acometida, final, de los aparecidos o sus hijos... 
Oh Campuzano, después, apagando esa llama 
en la eternidad de ese tiempo 
para que no pudiera ser, no, sobre los "cementerios" 
de ese heroísmo que solía apretar la muerte contra el pecho 
para desarmar al de la lanza o demorarla... 
Oh Campuzano, después llamando a la piedad 
de ese Leteo Guaraní sobre los ojos 
para no ver que a los suyos, cristianamente, no? 
sólo se les habría concedido, sólo 
una blancura postuma 
en esos esqueletos que helarían, ay, las orillas del mundo 
bajo el desvío del cielo. 
Y, oh las burbujillas, las campanillas del minuto, oh, 
sobre el descenso... 
y las coronas de las ondas, abriéndose, abriéndose, 
hasta una sola rosa, y hasta dónde?... 
en la ofrenda de un dios elegido como tumba... 
o apurado como la noche del nunca 
frente al día imposible... 
Y luego fue la del cielo, caído de "sangrías" 
en el sacrificio del atardecer, "sépfimamente" corrido... 
o sumergido con un monte de jazmines 
en una brisa ciega... de vértigo... 
hasta las "mirtilas" de la Luna y las "higuerillas" del alba... 
Y fue también la de las orillas nevadas, 
entre los sarandíes, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 680 
asomándose como jamás, y repitiéndose... repitiéndose 
en un frío de "cornetillas"... 
Y el perfume mismo fue una queja entre las hojas del rocío 
que ascendía en cirios 
hasta quemar todos los estambres... 
Y fue después la visión de los "ñangapirés" y de los "ubajayes" 
y de los "irazaes" e "iviraes": 
un humillo alto, alto, sobre el río de azucenas, 
erguía su bastón y hacía sonar, por quiénes? 
unas bocinas y unos pífanos... 570 
Y era él, él, convenían tenuemente, 
en un secreteo de arpas... 
él, que llamaba, esta vez, desde lo hondo de la duración, 
a los cuarenta mil espectros de las venas, 
para que todos, todos, estuvieran siempre en ristre 
hasta que la libertad dejara de llorar... 
y la sangre de gritar... 
y el "urutaú" de por ahí, mojase su quena, ay, por fin, 
en las "perlillas" del amanecer-
Pero el río no era un dios o no era, en verdad, el tiempo? 580 
Un tiempo, en ocasiones, fuera de sí, es cierto, 
como trascendiéndose hacia abajo en una sola radiación 
de no se sabía qué evidencia? 
A qué esa melancolía, entonces, 
o esa soledad de muselinas, siempre deshaciéndose, siempre... 
o esa incertidumbre interior 
que se modulaba, incesantemente, en unas fugas superpuestas 
de nácares? 
Por qué había huido con él mismo 
esa paz del destino que a veces le volvía de otro mundo, 590 
En el aura del sauce 
entre unos cabellos de llanto, sin duda, 
y una penumbra de chilcas, que se quedaba, tristísima? 
Cuándo lo liso en él, 
o su secreta estrella haciéndose, haciéndose, 
con las espinas mismas de "Maya"? 
Ah, los apetitos, ahora acogiéndose a las "multas" 
para escapar a las redes 
y afilar mejor las uñas... 
Y la inquietud de los curatos contra el anillo de allá 
abatiendo de sotanas hasta los quebrachillos... 
Ah, la locura por los papeles de los límites, 
con los "derechos" a la medida de la sangre indígena vertida, 
rasgando hasta su aire... 
Y las garras sobre las cosas que nacían, 
tendiendo, monstruosamente, en la oscuridad unos zarcillos 
más sutiles que los suyos... 
Ah, los celos de los Cabildos y las arañas tras de ellos, 
con los hilos del oeste tendiéndose hasta el río de las alas, 
como de fuego sobre él... 
y la fiebre de las "baldías" fijándose hasta el cielo, casi, 
más allá de las "realengas", y de las ya, asidas, 
igual asimismo que un estío en el medio de sus cejas... 
Y las haciendas de la noche, 
"seducidas" en los rincones de otras noches, 
llameando sólo unas raicillas 
de los jazmines o "palo-cruz" que él, también, abismalmente, sedujera, 
y apenas adensando, apenas, 
la respiración "blanca" de los "canelones"... 
Y el primitivo "Verbo", 
sobre las dos estancias consecuentes, así, 
sólo, sólo, encarnado en las ganaderías de la tentación, 
El Gualeguay 681 
600 
610 
Juan L. Ortiz Obra Completa 682 
pero que iban, ya lo oía, 
abriendo el devenir con unos caminos de mugidos, 
por lo que la "historia", ay, de nuevo lloraría 
bajo las banderas y los "escudos" con un perfume de corambre... 
y que desfondarían 
hasta sus cielos más huidos a sus vertientes de silencio 
en bordes de sauces como islas 
que lo tejían de movimientos sin fin... 
Mas la "historia", 630 
asimismo lo sentía, sí, desde su sonrisa y de su pena, 
no era, no, la niña 
que habría podido ser solamente desde su ángel, 
o solamente desde el espíritu de él... 
o las impaciencias de él... 
Y él no podía estar, además, por un único color, 
o contra el "blanco" en sí... 
Y adivinaba el nacimiento, con todo, del esfuerzo por robar 
el fuego del cielo, 
en el que él no podía sino incluirse: 640 
ahí estaba Don Tomás con el revés del "crimen" 
y su "varilla" sobre el caos... 
plantándose frente a los "grandes" y su "apresuramiento" por las áreas 
desde las heridas de abajo... 
sintiendo ya, sobre su tiempo, la asfixia de las formas 
para la misma vida que evocaba... 
y caballero él mismo sobre el tiempo al tender literalmente el galope 
sobre las colinas del porvenir... 
abiertas como pedía, sólo, a las "manos de la justicia y la dulzura" 
para su destino de vergel,650 
no solamente de su América sino también de todo el mundo... 
desprendiendo la "Rinconada" 
de esa "Fe", por cierto, nada "santa" 
En el aura del sauce 
y dándole por sede 
ese momento del sur que él, Don Tomás, abriera sobre el latido de las hachas 
en la orilla misma de la intriga, 
bajo unos veinte arcángeles de Enero y de Febrero 
y sus espadas en fusión-
para que se doblara profundamente en él, en el río, con su mismo apellido, 
y tuviera el linaje de la melodía 
y una eternidad ligerísima, como de flecha gótica, después... 
Ahí estaba Don Tomás 
ciñendo la verde relación para siempre, en el abrazo de los ríos, 
con el nombre que le diera 
bajo la inspiración de un aire, sí, como de una novia de las islas... 
Don Tomás 
de ala o de sombra sobre los que se creía más perdidos 
para la experiencia primera... 
del lado siempre de los peones contra los "vales" del sudor 
y las trampas desde allá... 
y de los domadores sin caballo, con dar ellos, continuamente, 
"sedas" para los "tiros" y el "andar"... 
Don Tomás-
inclinado sobre todos los hombres y la riqueza en flor 
para los sin nada... 
contra la persecución de los sin nada por los "derechos" imposibles 
y los "cánones" imposibles-
Don Tomás... 
dando casas, casas, a los que las tenían sólo de las ramas, 
para la "dulce sociedad" 
y la participación que ya veía bajo los "signos" aún del mar... 
El Gualeguay 683 
660 
670 
Juan L. Ortiz Obra Completa 684 
Don Tomás... 
hermano de los montes, ya, contra las mutilaciones hechas ley 
de la codicia-
contra las cuatro garras que trababan los pasos del jardín 
con los movimientos de los más... 
Don Tomás... 
en el amor mismo de las gentes enemigas del "bastón"... 
encareciendo la rosa de esos rayos 
contra esas garras abatidas también sobre las raíces humanas de las villas 690 
y los campos 
para "el ocio de la tierra", solamente, bajo las pezuñas de los Wright.. 
Don Tomás... 
defendiendo ya, lo mismo que a una niña, lo de todos o de nadie, 
contra los tratantes de arriba 
con los ojos que tasaban, ya, también, las líneas que nacían 
en la cintura de las aldeítas... 
por cuyos hogares, él se insurgía, además, contra las talas 
y contra el lucro de otras gracias 
que tomaban asimismo, especialmente, el camino más "real"... 700 
Don Tomás... a la vez 
en la medida del momento como en la cadencia que debía 
presidir a su visión... 
"comisionado" del alba para las columnas de Moreno, 
de Don Francisco, Don Esteban 
que habrían de sostener aquí el azul... 
con las brisas, ah, del día, que bebiera en Olavide, en Jovellanos o Feijóo, 
su juventud de Sevilla... 
En el aura del sauce 
Sí, el revés del "crimen"... 
Pero el rio dudaba, entre unos centinelas de algo como el ser, 
en no se sabía qué lamento... 
Era la melodía de un reino deshecho, deshecho bajo los cascos de "Clío"? 
O era la del silencio 
con que unas ninfas condenadas a la eternidad de las orillas 
sacrificaban, con todo, a la hija 
de algún "saturnino Martidan" despedido cruelmente de su "edad 
de oro", sin lindes? 
Una música, pues, sólo, para el miedo que inquiría 
a los ecos de los "coronillos", 
o una manera de violines que descendían tanto en unas hadas amarillas 
que era ya su soledad la que gemía?... 
Y la danza de sus ondas, infiel, ay, además... 
Dónde la dicha de la forma 
en el amor ebrio de sus átomos bajo las mariposas de la luz?... 
Y por qué sólo la espiral para subir?... 
Pero no era él el tiempo, es decir, la agonía 
de lo que no podía decir: 
el "sí" y el "no" que a veces se fundían en unos pétalos de espuma 
mas que a la vez se miraba 
en una a modo de presencia, también, desde las nubes de sí: 
el "estar" mismo de su "huir"? 
Sí, el revés del "crimen"... 
Pero por qué, por qué se despertara antes a la "historia" 
con las hachas de Sigfrido? 
Y los "claros" así, habrían de ser como unas islas 
a la deriva de una sangre 
que no se veía, no, mas que no se secaría 
quizás nunca? 
El Gualeguay 685 
710 
720 
Juan L. Ortiz 
Y por qué el nacimiento, "más alto", debía ser sobre un cadáver 
con una leche de aventura? 
O por qué, en todo caso, debía negar el instrumento 
al aire de los gérmenes, 
y tenía, además, que arrancarse, despiadadamente, de raíz 
esas pajas 
en que hubiera podido comulgar 
para que el filo, quizás, diera un penacho más subido 
al sentimiento de las brisas? 
Y ahora mismo, con todo, las prisiones y los cepos 
para las paradojas del "orden" 
a los hijos mismos, naturales, de las relaciones "superiores"... 
—cuándo el "salvaje", cuándo 
tuvo "derechos" sobre el aire y los movimientos del hermano?... 
Oh, él que se aceraba, a veces, como el cielo 
con las diluciones del cielo, cierto, 
en tui mar que aparecía, además, con unas crines y una lividez de apocalipsis, 
él, que era en sí mismo 
la "pura contradicción" sin los límites, siquiera, de un suspiro, 
mas con unas pupilas que veían, 
veían, es verdad, desde lo más hondo de su esencia... 
él, no admitía 
esos acordes en pelea que medían los avances de 'la diosa" 
con el "corazón" siempre adelante 
de los gemidos y llamados que iban dejando, ay, sus pasos de crepúsculo... 
Y soñaba... 
soñaba con ese tiempo que asimismo sería el suyo 
en que el "corazón" y el "espíritu" 
y el "arma" 
irían juntos en la mano para las "justicias" de la orilla... 
Obra Completa 686 
740 
750 
En el aura del sauce 
Pero qué relación la de su ir, en un espacio como ajeno, 
y el camino de los hombres? 
Era el mismo movimiento, íntimo, en un medio que no era, no, el de ellos, 
y al que ellos se enfrentaban? 
El mismo desvivirse, de qué baile? en la nada del confín 
entre la noche y el día, 
ausente, ausente, entre los visos muertos y los visos por nacer? 
Y sus propias memorias 
no eran, escabullidamente, no, sus mirajes del sur 
sobre una niebla de líneas? 
Y dónde, dónde el discurrir, dónde, sino en el hálito de pena 
del segundo imposible? 
El enigma, también él, la crisis, el delirio, también él, 
en la desvanecencia sin fin, 
rodeándolo como a una isla o como a un náufrago, a él mismo, sí, 
por todos los lados del viento? 
Mas no era, a la vez, él, la frase que giraba, 
invisiblemente, 
desde ese centro que "ocurría", asimismo, en sus pupilas? 
Oh, él respiraba, ahora, la "realidad" de Mayo 
más frágil... 
dorábase de ella, hasta dónde? antes de que se desprendiera 
en otro poniente de las ramas 
con una fiebre tan corrida, ay, en la misma llama de su éxtasis, 
como la de la despedida 
de sus días-
Eran sus sauces, eran sus "alisos" los que goteaban esas chispas? 
o era su silencio que caía 
o subía 
en un suspenso tan ardido que el azul era de duda 
El Gualeguay 687 
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780 
Juan L. Ortiz 
hasta las "ramas-negras" de allá...? 
Pero hecho casi un hálito, también, en un cielo todo de hálito 
exhalado, por qué ópalos del limbo? 
absorbía como recordando, cierto, recordando, dulcemente, 
los pasajes de su melancolía 
que decía, no, sin embargo, al descendimiento de Junio, 
como las incorporaciones de una tísica... 
Y absorbía una ebriedad de salvias que, aún, oponían el añil 
con los duraznillos de las matas, 
mientras las achiras, desde los matorrales, le daban el primer amanecer, 
buscando las rimas de los "macachines" 
y de los "romerillos" 
y las muy femeninas, y muy escondidas, de los "tasis"... 
mientras los liqúenes 
respondían con fugas de jardín, en estertores ligerísimos 
de cabelleras de niñas, 
bajo el sueño, con pesadillas de navios, en qué orilla? 
de los montes de ñandubayes y de algarrobos... 
Y era la réplica de los pajonales agavillando, eternamente, 
la soledad de la luz, 
mas encendiendo de sí, todo de espíritu, el sobresalto de ese ciervo... 
Y era la réplica de las "flechas" 
vertiendo el mismo día, aunque más blanco, sobre algunas nubecillas... 
Y la de las "uñas de gato", aun, desenredando, cerquísima, 
su ilusión amarilla... 
Y la de las "tutías", alfin? palideciendo como novias, por ahí, 
para su frutito de sangre-
Pero eran asimismo los días, ya, de láminas de plomo, 
o erizamientos de plomo, 
sobre esas salamandras con alas que no querían, no, morir 
en los latidos de las orillas... 
Obra Completa 688 
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810 
En el aura del sauce 
aun bajo la ceniza, tan sensible, de la primera flotación 
de las horas-
Mas el gris era la misma 
fatalidad, 
y los espíritus, de qué azufres de "féerie"? no se veían, 
de súbito, 
misteriosamente abatidos por el frío, por qué frío? 
Y el río entonces devenía, así, 
un niño, 
un niño perdido, perdido, en un destino de llovizna, 
con angustias de cinc, 
entre unos aparecidos de herrumbre, humillados, humillados, 
por los caminos de las ráfagas... 
hasta el anochecer todo de hilas y clavado todavía 
sobre su ceguedad lívida, 
lívida, 
por el llanto de los perros cimarrones que lo excedía, aún, 
hacia no se sabía, no, qué espectros... 
Y era él mismo, el que, bajo el más allá de los miedos, 
se volvía en la penumbra 
que había ahogado, extrañísima, toda la selva y todo el cielo? : 
abajo, abajo, en su mirada, la villa de su nombre 
con un reflejo pajizo 
y tierra seca... 
en una brisa de contemplación, íntima, muy íntima, 
que no se percibía-
Mayo también, no? enajenándolo aún más 
en esos "linos" sólo suyos 
y que apenas, muy apenas, eran como el recuerdo casi ido 
de un pliegue o de una fimbria 
El Gualeguay 689 
830 
840 
Juan L. Ortiz Obra Completa 690 
cuando él salía, tardíamente, hacia las nueve, de unos sueños de cisnes, 860 
o era la misma eternidad 
del crepúsculo... 
Un bote del sur, para los "tratillos", arribaba 
sobre visiones que languidecían, 
picando las pupilas de la orilla, 
en un celeste que nacía, recién, de las lejías de las diez... 
Y había alas de esmalte 
y vejigas de marfil, y pieles sin "curtir" lo mismo que de vidrio, 
y tiras de nácares de costilla 
y "nidadas" de nieve... ya, ya, en el ofrecimiento apretado 870 
y las "erres" y las "zetas" en el aire... 
Y el marinero, 
luego de cargar las aves, y la grasa, y el sebo, 
y los cueros, y el corte de res, y las docenas de huevos, 
hacía los doscientos pasos de la "iglesia", 
para la misa de las once, 
por la calle mística, todavía, de otro incienso, 
y humildísima de aleros... 
Y su memoria se encendía más atrás, más atrás, con los perfumes 
de los fogones en línea... 880 
con los perfumes, 
irritándose por rastrear, como los otros, y lo mismo que unas almas, 
la prima noche de los grillos... 
Oh, de qué dioses del monte, de cuáles, esa herida, 
más allá de las llamas, 
que no podía, ay, subir, subir, sobre las otras llagas, 
sobre una muerte que ni siquiera había ascendido 
de sí, 
y que no parecía morir, tampoco, en esa fila de penas 
En el aura del sauce 
que emergía desde Mayo? 
Y él también de sacrificio, casi, al volverse el rito sobre sí 
desde las dos orillas 
mientras quería como quemar todo, todo el maleficio de la noche-
Mas era suyo, además, lo que trascendía del algún "Yi" 
hasta abrir el anhelo, por ahí, 
de los "yaguaretés" y "gatos-onza" que tocaban ya de seda 
un fluido de gramillas... 
De cuáles de sus hijos esa "piñandary" que bajaba aún más la brisa? 
O era la "piracú" que se cocía 
en el 'Ymboyipirá" de ocasión, para la "cena"? 
Y era luego una a manera 
de melodía en blanco que insinuaba como un canto 
con movimiento de anguila 
entre las olas que la definían, 
y unos sones que penetraban por sí mismos, 
debajo de los "sones" o por encima de los "sones", 
junto a esa música de nacimiento que sufría 
antes, antes, de la hoja... 
Cómo, ella, por un tallo o unos tallos y el hálito de un niño, 
de casi un niño todavía, 
apartado un momento del grupo para traer más leña fuerte? 
Y fue después una voz de fosforescencia delgadísima 
que sangraba, se hubiera dicho, sobre los esteros... 
o que buscaba, más allá de los juncos, no se sabía a quién... 
Y volvía de nota en nota con unos saltos de pez... 
se detenía en una, 
se deshacía 
con un desfallecimiento de jazmín y unos secretos de lluvia 
y de alas en la lluvia... 
El Gualeguay 691 
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Juan L. Ortiz Obra Completa 692 
Y seguidamente la voz sólo decía, en la neblina, 920 
el sollozo de lo ido 
con, a pesar de ello, unas sílabas de río... 
Y por un río que descendía, 
al fin, 
esa estrellita herida por unos pajonales de agonía 
o el frío de su luna, 
volvía de nuevo al pez para dormir en los abismos... 
Cómo, esa música, otra vez, 
con una flauta probablemente breve y un soplo aún pueril 
y unos dedos que recién, tal vez, 930 
comenzaban a ensayarse más allá del asir? 
Y cómo esa voz que la seguía 
desde un cuello de avecilla, cierto, pero sin plumas aún? 
Cómo ella, cómo, para remontar ligeramente hasta el drama 
de los elementos mismos, 
y dar también, como si nada, aunque a destiempo, ay, verdad, 
la línea altísima de un viaje 
en que los salmones de él, el río, 
llegaban asimismo al cielo en una trasmigración de "paloscruz", 
y regresaban luego, a sí, en las escamas del sueño 940 
hasta las profundidades de la arena? 
Pero los días solían ser de una desesperación que no podía 
sino enrojecerse, ay, sólo... de ira o de pudor? : 
Un redoble de pezuñas que parecía venir de las raíces, 
abría los follajes de la angustia, 
y un monte de astas, en seguida, desgarraba la orilla, 
bajo el espanto del "rodeo"... 
Y eran las puntas pálidas de hoces 
que daban en los nervios de las junturas, y plegaban piernas, piernas, 
En el aura del sauce 
en una siega a diestra y siniestra, que no se detenía 
sobre la asfixia de los mugidos... 
hasta postrar con la rapidez de una pasión, poco menos que un millar... 
Y las "fieras" se apeaban, 
mientras otras, "frescas", enderezaban las quejas 
para hundir el degüello sin peligro 
que les daba la piel, 
y que les daba el sebo, y que les daba la lengua... 
cediendo lo demás a los picos que no demorarían... 
Para eso —gemía— se había traído por el norte esa paz de sus marañas, 
con ojos parecidos a los suyos 
pero de niñas, de niñas, ante la casi nada de un mal 
que no conocían y que apenas titilaba 
en algunas hojillas o todavía en algún hálito... 
El las había visto, con su sed de las diez o de las doce, 
beber un sueño de nubes, 
sobre algún aleteo que sesgaba, no? hacia alguna otra orilla de la vida... 
O en el cruce de sus prismas cuando él aparecía o se iba, 
desdoblando más llamas aún 
desde la ceniza de las arrugas bajo las cien respiraciones... 
Y a alguna de ellas, todavía, 
apartada con su cría y sorprendida por el tigre, 
elevando más y más el bramido de la yugular 
para que el ternerito escapara... 
U oyera esa voz del mismo anochecer, perdida sobre el límite 
en el miedo de su melodía... 
Y él se explicaba que suscitaran, allá, la adoración, 
pues crecían densamente hacia lo sagrado 
o abrían misteriosamente lo sagrado... 
Mas aquí, ay, lo sabía, estaba la espera de los saladeros, 
de las graserias y tenerías, 
El Gualeguay 693 
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Juan L. Ortiz 
para volverlas "reales" y tributos, 
sobre la deficiencia o la carencia de Santa Fe, Buenos Aires y La Habana, 
y los derechos de la "Corona"... 
Mas aquí, ellas, vueltas a los números de Dios, 
en otro paraíso, naturalmente, sin alambres, 
tenían también la maldición, ya, en la misma bendición 
de ese pringue hecho moaré como no se viera nunca, 
para los "dioses" de los céspedes, 
detenidos solamente en los suburbios por las fajitas de trigo y de maíz... 
Y por otro lado esa "gracia", de qué lluvia? 
o la gracia de los atributos para las dos o tres divinidades, 
estrechaba ya también, de este modo, las espigas 
o los confines del pan y lo demás para las manos que hacían... 
con los "diezmos", cierto, para Cristo, 
y las otras sangrías regulares, y las otras sangrías especiales, 
y las conspiraciones de los cielos, 
y las nubes de la voracidad... 
Pero él no era asimismocomo el misterio del ver y del oír, 
en una unión casi mística, 
y una sed de sentido que quería aún tocar, sí, las alillas 
de algo menos que el "minuto"? 
Y todo así con su peso y con su aire, todo... de este mundo? 
dejaba siempre en su inocencia 
las estelas de las despedidas... 
Y "veía" la otra gracia, literalmente de quimera, 
con los "cabellos" de la tempestad 
o los cabellos del sauce 
o los cabellos del arpa... 
y una inquietud que no se creería, no, de aquí... 
Sobre el borde de qué planeta... ellos? 
O de qué mar salidos, ellos, eléctricos de sombra 
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En el aura del sauce 
o fantasmales de luz? 
Oh, él los había visto antes, antes, más gentiles que los caballeros.. 
Mas ahora temblaban, podría decirse, en el viento de su se r -
los ijares de sensitiva-
devueltos también ellos, sin pensarlo, ciertamente, 
a la libertad de la fábula... 
con los cascos en chispas, chispas, sobre el dintel de su "invisible". 
Y ellos fueron arriados asimismo por el norte 
con los otros miles de cabecillas... 
Y se les librara, también, convenientemente, a su amor 
y al amor de las aguadas y gramillas... 
o ellos escaparan a los misterios bajo las invitaciones de ese aire 
que los rendía a unas playas lejanísimas, 
a pesar de ese verde, como íntimo... 
Pero esas arenas del sueño enredaban asimismo la querencia 
con una profundidad de tapices, 
y una a manera de pupilas 
que no se secaban nunca, 
entre unas pestañas lanceoladas... 
bajo las lianas del tercer día, verdad, todo, todo... 
Y las persecuciones que hasta allí no cejaran, al final, 
llegaron a avenirlos, ay, además, 
a eso que tenía, con sus remos, su disminución y su traición, 
hasta la punta del látigo... 
Mas ahora bajaban a su amanecer, adelante del día 
que apenas espumaba, muy apenas, así, 
sobre la marea de las ancas en reflujo contra el este 
por un claro de "blanquillos" y "talitas"... 
Mas antes había sido un fracaso de tafetanes 
en la mancilla de las "carizas", 
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Juan L. Ortiz Obra Completa 696 
seguido de los gritos de los "coronillos" y de las lamentaciones de los 'lecherones" 
y de los quejidos de las "isipoes"... 
y de un ruido de fuelles, por último, 
desde lo profundo del anhelo o desde el anhelo de un mito, 
para encender, se hubiera dicho, 
toda la palidez del momento, 
o apresurar las llamas del azul... 
sobre la agonía hueca, aún, hueca, de millones de huesecillos... 
Y eran, después, las cabezas que se elevaban hacia un dios 1050 
para aspirar el oro que él tejía... 
Y eran las cervices y las cruces, luego, en un abatimiento de banderas, 
para no sabía él, el río, qué cortesía de guerreros, 
momentos antes de herir... 
Pero algo, increíblemente, deslizaba sobre los terciopelos 
unas culebrillas de urgencia... 
Y fueron en seguida cientos de surtidores que estallaban 
con una aurora deshecha 
mientras las crines, como alas, la barrían, 
tras los resoplidos que, a su vez, llegaban a concluir 1060 
una sola espiración de madreperla... 
Y en los minutos siguientes ascendían la barranca, cerca de los ceibos, 
una de colas que arrastraban diamantes, 
y una de flancos y de lomos, todos húmedos de rosa, 
en los trescientos "pelos" de fluido... 
ascendían estrechándose, y ganaban una rinconada de espinillos 
bajo el lila que se iba... 
conduciendo el cielo todavía en unos relámpagos de pana, 
desplegándolo detrás, con las nubes de los soplos, 
en un cortejo de comulgantes 1070 
o en una guirnalda de comulgantes que subían y subían 
En el aura del sauce 
en el amarillo de la custodia... 
y abriendo, abriendo hacia la melancolía del refugio, 
los clarines de la "anunciación"... 
en tanto que la selva, la selva, 
que había sido sólo un bufido en la penumbra, 
sobre el trueno de los vasos, 
alzaba ahora todas sus tuberías a las dianas, 
para, ya ella en el "secreto", perlar en seguida, oficiosamente, sus maitines. 
Y en los fines de Mayo, aún, 
el río suspiraba asimismo con esa porfía 
que no dejaba de volverlo, todavía, del matiz del anhelo 
en esa palidez por abrirse, abrirse, hacia qué desconocido? 
Cuándo el "ser celeste", el "joven", el "amigo", 
de que un aire de pensamiento lejanísimo 
le musitara desde el este? 
Oh, pero esa criatura sería toda la piedad 
en la "terrible participación"... 
Y él llegaría a negarse en lo que era: 
un tiempo, también, desgarrado hasta lo infinitesimal, 
hasta lo que de sí mismo no veía, no podía ver, en la sangre de la sombra? 
Mas la "historia", lo advertía nuevamente, tenía sus caminos, 
y él, otra vez, latiría bajo ellos, 
según fueran abriendo, sí, el confín, 
aún a despecho de las "azucenas", s í -
Salidas aquí para la incertidumbre 
sobre unas tierras sólo defendidas por las alegaciones del sudor 
frente a los testimonios para el desalojo 
de las minorías de las boñigas 
y la complicidad, más alta, de la "cañita de la India"... 
El Gualeguay 697 
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Juan L. Ortiz 
y los "bastoncillos", sin raíces... 
y las líneas del país, hondísimas de ríos, 
en el dibujo de la lira o en el dibujo de la isla, 
y la tensión del minuán, que no cedía, desde lo profundo de las venas, 
dando, además, los perfiles que serían 
el anhelo de otra presencia, también, bajo los cielos del sur -
todo eso que llevara a la gente a repercutir el 25 
sobre el Junio de las Villas... 
Ah, la línea por otra parte de las horas 
con los únicos sobresaltos de la peste, la langosta y la sequía... 
aunque "blancas", a la vez, en la medida de las "piedras"...: 
los domingos de "cuadreras" 
y la "sortija" y 'las domas" y 'las riñas" y las "yerras", 
y la pausa del "patrón", volada lejanamente de campanas, 
y quemada humildemente, a veces, 
con la aparición, allá, de un alba que nadie conocía... 
El los había visto a ellos, ya, de una sola dignidad 
en el juego de la vida y de la muerte con el "amigo" de las millas... 
ramas, casi, del atardecer, 
quebradas sobre la silla que era mesa y era lecho... 
ligeros, en ocasiones, de su música, 
y repentinos, en ocasiones, de sus "décimas"... 
con algo de pájaros, sí, por encima de las estancias y los surcos, 
entre unas alas de tela, 
que sólo se abatían para la yerba y el tabaco... 
con la "crueldad", también, ay, de los pájaros y los niños, 
bajo la ley de la intemperie, 
pero dándose a todo a pesar de la hoja siempre lista... 
De qué arenas o jardines bajo la media luna 
ese decoro que salía eterno, al parecer, del mismo arzón?, 
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En el aura del sauce 
y que arrastraba estrellas con un andar, sin duda, 
de golondrina caída de no se sabía qué desastre? 
...Y eran unas centellas bayas 
y eran unas centellas de noche, encendidas desde allá 
por el saludo de unas banderitas, 
las que él veía de las ramas más altas de "Las Toscas", 
sobre los espinillos en acecho, 
a través de una nube de epopeya que los gritos ardían más. 
Y eran otras fantasías de centellas 
en el imán del anillo, 
hechas sólo una varilla para enhebrar el triunfo 
y despertar unas mariposas de batista 
en la ilusión de unos dedos... 
las que solían atraerle asimismo por allí 
por entre la lista de una tarde, más de cal, más de cal, todavía... 
Pero le sangraban, naturalmente, los rebenques de las "domas" 
sobre el cuello mismo del salto, 
en la locura del desasimiento, hasta la entrega del trote... 
Y de las "yerras" le decían algunos arroyitos, 
cortándolo y quemándolo, a él también, con esas heridas y mancillas, 
en un ardor de chamusquina y agonías... 
y esa fiesta de la herida y la mancilla 
eferveciendo casi, en una a manera de danza, es cierto, 
el furor de unos infelices, 
sobre otros infelices, al fin, 
mas sin lazos y sin hierros, bajo el mismo señor... 
Pero, le referían a la vez los arroyitos, 
la celebración, luego, era de versos 
con las puntas, en los desafíos, de unas lucecillas de cuchillos, 
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Juan L. Ortiz 
tras de las cortesías a la rueda... 
Y las guitarras, seguidamente, bajo la doble enredadera, 
traían de la noche los "cielitos", 
y traían el "gato", 
y traían el "escondido" o el "cuando", 
o traían el "pericón", o traían la "media caña"... 
ellas también en la brisa de los mundos con sus aleteos y latidos 
para la huida de los percales 
y el llamado de las botas sin curtir, 
bajo la conversación de los pañuelos o el amor de la divisa... 
Mas aquellos indiscretos no podían olvidar, desde luego, 
no podían olvidar lo de las "riñas": 
esas chispas de los ojos ante el encuentro de las púas naturales, 
o de latón o de plata, 
haciendo saltar las otras chispas 
que no eran, no, las que traían el día, no, sino la noche de las plumas, 
en un crepúsculo que huía hacia una esquina 
o se estancaba en coágulos... 
Ni menos podían olvidar, ay, la vieja mercancía, 
sombra, ya, patriarcalmente, no? 
lanzada contra el indio y el portugués y el inglés... 
disolviéndose ahora sobre los sembradíos, 
o, como lo veía el mismo río, oscureciendo un poco los arreos, 
o toda dientes, en las vaquerías, detrás de los mestizos... 
Y, por quién lo sabían ellos? 
ella sólo podía mirar desde los patios o los "espejos" de las amas, 
o desde la penumbra de la aguja, 
o desde las "gracias" de la comida y de la cena, 
o, para su sonrisa más de arroz, junto a las puertas o los "ruidos", 
detrás de las "habilidades" de la casa... 
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En el aura del sauce 
ella, a la que se podía, asimismo, ofrecer 
para tirar, naturalmente, del peso de otras "bendiciones"... 
La gente, entonces, de todas las orillas, 
fue el aire para ese "Mayo" que nacía, con las heridas de la fe 
sobre las nubes mismas del este... 
Y ella fue la que "cortara", también, con los hierros del azar, 
las columnas de la tempestad, 
pero dejando aún de ser, en una nada de corrientes, 
para que los rayos se quedaran sin raíz, 
mas en el amor, eso sí, de los polos invisibles, 
hacia la sorpresa de las villas... 
oh, la tierra arrasada, ya, 
para las bayonetas y los cañones del vacío, 
sin pies y sin ruedas, así, suspendidos, todavía de la sed... 
Oh Don Bartolomé, 
aparecido del país, por el lado del día, 
sobre las penínsulas de la noche, 
para traer nuevamente la ilusión, en la punta de las lanzas, 
a todo el oriente del cielo, 
con el azul del verano, ahora, en las pupilas de tres ríos... 
Oh, las de él palpitaban 
con el asalto de sólo las boleadoras y las astas 
contra una sombra de más de siete meses, 
y querían inscribir la del héroe 
bajo las señales del rescate, allá, como bajo el viento de la luz... 
Pero su oído sabía 
que la primera "caña" había nacido con el alba, 
sin esperar a la Junta, 
para alzar el amanecer, por su parte, y combinar hasta su límite, 
(más atrás de las "aves"), 
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con las de la otra orilla que rompían, asimismo, 1220 
la epifanía de plata-
Mas esa "caña", es cierto, tuvo una hermana en esa brisa de las plumas, 
una hermana para las "tacuaras" que serían... 
Pero él veía, mientras tanto, que el veinticinco de allá, 
podía sólo andar por esos palos y esos lazos, corridos hacia el mar, 
los caminos de las otras armas 
y que ellos eran, luego, bajo la oscuridad del armisticio, 
los de la vigilia única, 
en esos vivaques que estrellaban, ya, la fidelidad de las colinas... 
Cómo —se asombraba, 1230 
olvidando, sin duda, la unitendencia aborigen 
que había absorbido la raíz en una raíz casi del cielo, 
al 'tocarse", igualmente la raíz— 
cómo esas almas, aún, diríase, en la humedad de las visceras... 
cómo, cómo ellas podían ofrecerse a las "partidas" 
para una luz de fulminación...? 
Con sólo los pechos, después, a manera de baterías, 
sobre las cerraduras portuguesas y realistas de los ríos...? 
Con sólo el coraje, todavía, 
más de luz que el propio sable entre los dientes, 1240 
de esos nadadores para el abordaje en el Bellaco: 
Los Gorocito, los Guzmán, los Ayala, 
los Montañez y los Lima, 
entre los jinetes de sus espinillos...? 
Y esa bandera del trofeo, dedicada a su San Antonio, en fin, 
traída humildemente, luego, humildemente, 
a la palpitación de los cirios...? 
En el aura del sauce 
Sí, abrían las venas también ellos, 
y de qué modo! 
al ponerse de pie sobre la misma sangre, 
y desaparecer, poco menos que de resinas, 
en el espasmo de las llamas... 
hasta las venas, ay, más puras de codicia, 
y por "de color", naturalmente, en los primeros surtidores... 
Sí, el peligro vecino no era el suyo, 
sino el de esos "reinos" de las astas 
que los despedía a las orillas de sus "sedes" 
sobre el herrín de los "sacrificios", 
si bien ardían en ellos, también, las llagas del Manidisoví, 
desde aquella avenida del saqueo 
y las de la emigración del otro linde, hasta el Ayuí, 
bajo ese vigía de los campamentos, alto de pupilas, 
que subía al nivel de sus latidos, y más allá, con el humus y las briznas, 
todo el momento del este... 
Sí, sí, mas ellos fueron heridos misteriosamente 
allí donde comenzaban a encontrarse, 
allí donde nacían los duendes del fogón y los duendes del horno, 
y, por qué no? 
las haimdríades y los silfos de su miedo... 
y helos, en seguida, como estallando en el éter de una fe, 
de una única fe, 
desde la cual, de cualquier modo, ya no veían a sus pies, 
esa penumbra de cada uno, con algo de cubil... 
y que les descubría, en el minuto del azul, 
en la furia misma del azul, 
o en el azul, aún, de la agonía, 
El Gualeguay 703 
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Juan L. Ortiz Obra Completa 704 
los humos de un solo hogar, hasta el confín, 
entre unos misterios, ahora, dulcísimos... 
Pero el río no podía curarse, a la vez, del horror del sufrimiento, 
ya que la "crueldad" era casi imposible 1280 
en esa, por otro lado, exasperación toda infantil 
de quemar la propia sombra en una pira, quizás, 
sólo circunstancialmente extranjera... 
Ni menos podía curarse del "meló", sí, del "meló", 
aún tocando lo "sublime", 
el único "sublime", ay, a ellos asequible, 
condenados como estaban a desellar, desde niños, las fuentes de la sangre, 
y hasta mirarse en ellas... 
Como tampoco, ya, de una doble visión 
de las acciones que lo turbaban: 1290 
el sentido mezquino y puro al mismo tiempo, de ellas... 
Mas por qué iba a ser mezquino, 
se objetaba en seguida, 
el que los inseguros y los siervos, ahora de guedejas, 
buscasen oscuramente el olvido al defender una patria aún de niebla, 
que se confundía asimismo, ya, 
con un sueño de raíces y una, también vaga, aspiración de ser: 
de dejar de "estar en el aire" y de pertenecer, vitaliciamente, 
a unos cintos de platería 
sobre un mar de mugidos? 1300 
Y este sueño y esta aspiración ponían de pie algo invisible 
que arrollaba y consumía los gestos de los días-
Pero él, hecho, con todo, de reserva, 
no podía dejar, además, de diluir hialinamente 
los de los follajes del estío 
confundidos en su sensibilidad, ay, a veces, 
En el aura del sauce 
con el humor de la pobre vida abierta... 
No, no era, él, "bravio", porque era también el tiempo que buscaba, 
a través de todos los contrapuntos, la medida del mar o de la total inclusión, 
como con la eternidad misma, 
y con Amidas y Maitreyas, sí, mas en el centro del devenir o de las llagas, 
en una participación sacramental y una delicadeza sin sueño 
sobre el hundimiento de los pies... 
Y él buscaba asimismo igual que su madre y con su madre, 
él buscaba secretamente las señales 
por las que se pudiese hallar el "Uno"... 
Pero él mismo flotaba, ahora, en su presente purísimo 
por un mar que no se veía, sin fin, 
deshaciendo y haciendo sus penumbras y destellos, por detrás, y por delante, 
con una memoria y una espera, abisales, 
que no parecían dormir nunca... 
Y era la fuga y el estremecimiento 
como de cabelleras de violetas, en los ecos del

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