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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS Izquierda y Estado en tres ensayos de Bolívar Echeverría. TESIS Que para obtener el grado de Licenciado en Estudios Latinoamericanos Presenta: Juan Francisco Hernández Herrerías Asesor: Dr. Guillermo Fernández Ampié México, D.F. Septiembre, 2015 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos Quiero agradecer a Guillermo Fernández Ampié por su guía en la realización de este trabajo. A Mario Ruiz Sotelo, Carlos Ham, Horacio Cerutti y Jaime Ortega, por sus atentas observaciones y correcciones. Por su generosidad y por la importancia que sus clases tuvieron en mi formación, quiero también agradecer a Jezreel Salazar, Sergio Ugalde, Favián Arroyo, Marcos Cueva Perus, Hernán Taboada, Ishtar Cardona, Iván Escamilla, Gerardo De la Fuente, Liliana Weinberg y Gustavo Roberto Cruz. Índice Agradecimientos 2 Índice 3 Introducción 4 CAPÍTULO I ESTADO Y ACUMULACIÓN DE CAPITAL Por debajo 9 El hecho de la enajenación 13 La competencia entre Estados nacionales 15 Situación a inicios del siglo XXI 18 El poderío estadounidense 22 El caso de América Latina 26 CAPÍTULO II IZQUIERDA Y ESTADO Crisis de la izquierda estatal 28 La izquierda como creación de un Estado fuerte 31 Movimientos sociales y Estados progresistas 33 El Progreso 37 La temporalidad de la Revolución 39 Los apóstatas 40 CAPÍTULO III IZQUIERDA Y BLANQUITUD La blanquitud 45 Blanquitud y ethos realista 47 Estado y blanquitud 49 Blanquitud y población 53 Blanquitud y campo intelectual 56 El decrecimiento 60 Conclusión 63 Conclusiones finales 65 Bibliografía 69 3 Introducción Este trabajo pasó por varias fases y varias depuraciones y reducciones antes de derivar en el presente análisis de tres ensayos de Bolívar Echeverría. Originalmente, el proyecto consistía en una indagación sobre el modo en el que lo político aparece en la obra de Ricardo Piglia. Esta primera fase se desarrolló en el seminario de tesis que impartía el Dr. René Aguilar Piña, donde leímos “Lo político en la política” de Echeverría, entre otros textos, para distinguir la diferencia entre la dinámica propia de las instituciones políticas y aquella otra dinámica de lo político como tal, como actividad reconfiguradora de la organización económica y social. El fruto de esos meses de trabajo, además de múltiples protocolos de investigación, fue “Lectura y acción política en un ensayo de Ricardo Piglia”, un texto sobre el Che Guevara que describe Piglia en El último lector. Mi ensayo era una réplica combativa poco afortunada al argumento de Piglia, que consiste en afirmar la escisión que hay entre leer y actuar, entre ser un lector o ser un político. El proyecto sobre Piglia lo retomé después con el profesor Jezreel Salazar, cuya materia, “Literatura y sociedad”, me ayudó a pensar el tema de lo político en la literatura con mayor claridad y precisión y, por esto, pude ver los graves errores que había cometido en el ensayo sobre el Che Guevara. En esta segunda fase de la investigación, la tesis se planteó como un análisis de las ideas de Piglia en torno al Estado nacional (sobre todo pensando en su ensayo “Tres propuestas para el próximo milenio y cinco dificultades”); posteriormente, nos centramos en “Teoría del complot”, en la descripción de la literatura y el Estado como dos lugares de donde provienen ficciones que operan en la realidad –de manera más efectiva en el caso del segundo. Una tercera reducción consistió en mantener como marco teórico estos dos trabajos de Piglia, pero enfocando el análisis en algunos cuentos de Jorge Luis Borges donde puede verse la relación entre complot y literatura, entre ficción y realidad. El fruto de este periodo fue, como en el anterior, un ensayo que pretendía ser el primer capítulo: “La enciclopedia y el espejo”. Este texto reflexionaba sobre el valor simbólico del espejo y la enciclopedia en la obra de Borges y sobre todo en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, cómo funcionan dentro de la ficción y qué discurso se puede extraer de ellos. El objetivo era zanjar la idea de que por un lado está la realidad y por el otro la ficción; un análisis político de la literatura es más interesante cuando lo que se intenta ver es cómo y cuáles son las ficciones que operan en la realidad, sobre qué ficciones 4 descansan nuestros confiados pies. Esta perspectiva nace, quizás, con Macedonio Fernández y pasa por Roberto Arlt y Borges para llegar a Piglia, y podría decirse que es uno de los temas principales de la literatura argentina del siglo XX y hasta nuestros días. En este punto de la investigación fue que Bolívar Echeverría entró de manera definitoria en mi conjunto de referencias teóricas. Inicialmente, la idea era sustentar con el apoyo de algunos ensayos del ecuatoriano la imbricación entre ficción y realidad y la noción del Estado nacional como una entidad narradora, creadora de ficciones. En el ensayo “La nación posnacional”, Bolívar Echeverría parece corroborar la propuesta de Piglia acerca del Estado como narrador. Es decir, que el Estado tiene su propia versión de los hechos, su propio relato, que lanza a la sociedad para volverla creyente. Piglia, sin embargo, no indaga tanto en el contenido de ese relato estatal, salvo por algunas referencias a las metáforas usadas por la Junta Militar de 1976 en Argentina. Bolívar Echeverría, en cambio, señala con claridad el gran relato de los Estados nacionales: la modernización en clave capitalista. El relato estatal moderno ha respondido siempre, de manera compleja, a la necesidad de reconfigurar a su población a imagen y semejanza del sujeto requerido por la acumulación de capital, adaptarla a este proceso de reproducción de lo social. Y lo ha hecho con una ficción espectacular que funciona de antaño en la realidad: la idea de Progreso. Esa fue una primera aportación de Echeverría a la tesis sobre Piglia y Borges. La segunda fue acerca de la frágil consistencia de la verdad, pues podría decirse, siguiendo los ensayos de Echeverría sobre los ethe de la modernidad y sobre el discurso crítico de Marx y de la Escuela de Frankfurt, que cada ethos tiene una concepción particular de la verdad. El ethos realista imperante cree que la verdad es el poder “decir cómo son las cosas”, acercarse con precisión al mundo de los objetos. El ethos romántico, por el contrario, cree que hay una relación de intimidad entre el pensamiento y las cosas, que uno y otro se modifican mutuamente y que, por ello, la verdad es la transformación, casi podría decirse que la metamorfosis, del mundo de las cosas a partir de la praxis: la Revolución. Esto servía para darle densidad teórica a la idea de que hay ficciones operando en la realidad, es decir, que no hay una Realidad clara y distinta yopaca, y que por otros lados andan marginales las ficciones, los cuentos de hadas, como inmigrantes laterales de la metrópolis. Sino que, muy al contrario, la ficción es parte misma de la consistencia de lo real, que nos acercamos al mundo de las cosas estando siempre atravesados por relatos que operan en nuestra percepción. En ese momento la tesis trataba de plantear, 5 entonces, una relación más compleja, una relación de retroalimentación constante, entre la ficción y lo real a partir de textos literarios pero con apoyo en Bolívar Echeverría. Finalmente llegó el momento de analizar los cuentos de Borges a partir de esta perspectiva teórica particular. Poco a poco me fui dando cuenta que el interés en los textos literarios disminuía, y prefería indagar más en el ensayista ecuatoriano. Traté de mantener a raya este nuevo deseo hasta que decidí plantear la tesis en otros términos. La tercera fase del trabajo comenzó bajo la guía del Dr. Guillermo Fernández Ampié. En su seminario de tesis se habían logrado discusiones interesantes sobre diversos temas de Latinoamérica; uno de ellos fue acerca del Estado nacional y el capitalismo. Leímos, entre otros textos, dos ensayos de Echeverría: “La nación posnacional” y “Ser de izquierda, ¿hoy?”. Salvo por algunos alumnos sin parte definida, se pudieron distinguir dos bandos en la discusión: los estatales y los anti-estatales. Esta es una de las grandes escisiones en la izquierda contemporánea. El salón se convirtió así en un simulacro de lo que ha sucedido en otras esferas, como el Foro Social Mundial. Si reducimos a lo esencial los argumentos que se esgrimían, los unos defendían la vía estatal como la manera de provocar las mayores transformaciones en la sociedad y los otros afirmaban que por esa vía no se puede conseguir casi nada y que es mejor insertarse en otros procesos de organización. Esta discusión ha tomado una importancia vital en América Latina a partir del arribo de administraciones que se identifican a la izquierda del espectro político. Se ha demostrado una y otra vez que la toma del poder estatal por la vía electoral es algo posible. Para algunos, es un periodo de entusiasmo, para otros, debido a los pocos resultados de estas administraciones, es la constatación del desierto: el problema ya no es si en el gobierno está la izquierda o está la derecha, el problema es el Estado mismo, a secas. Por si faltara más, varios autores llevan hablando ya unos años sobre la decadencia del Estado nacional, sobre la falta de soberanía que tiene para tomar decisiones realmente incidentes en el curso de sus sociedades. Los Estados Unidos de América, según algunos, no escapan a esta nueva situación. Si es cierto que el Estado nacional está en crisis, que ya no tiene el poder que se cree que tiene, ¿cómo debe colocarse la izquierda ante él? ¿Cómo debe ser su praxis en los tiempos que vienen? Este trabajo se ha propuesto indagar en estas preguntas a través de, sobre todo, tres ensayos de Bolívar Echeverría: los ya mencionados “La nación posnacional” y “Ser de izquierda, ¿hoy?”, e “Imágenes de la blanquitud”. Me he apoyado también en otros trabajos de este autor, pero no pretendo hacer una descripción de la generalidad de su obra. 6 El primer capítulo, “Estado y acumulación de capital”, comienza con una breve revisión del papel histórico del Estado nacional burgués, que según Bolívar Echeverría consiste, más que nada, en el papel de educador de poblaciones en el sentido de la configuración capitalista del mundo de la vida. Se explica de manera rápida en qué consiste el hecho de la enajenación, que puede ser uno de los aportes más importantes de Marx al pensamiento crítico, y cuál es la relación de este hecho con la pérdida de soberanía actual del sujeto político en el juego pétreo de las instituciones políticas liberales que protegen el cauce de la acumulación de capital. Se pregunta después por la causa de la fragmentación del capital en diversos procesos nacionales de acumulación en lugar de haber sido desde el principio, como ahora parece ser cada vez más, un proceso unitario y global; se pregunta, entonces, por los orígenes del Estado nacional. Esto para dar paso a un análisis del presente del Estado, a la descripción de la tesis –sostenida por varios autores– de la decadencia de esta institución y a las causas que Bolívar Echeverría observa en tal debacle. Posteriormente, se revisa cómo operan estas cuestiones en los casos particulares de Estados Unidos y de América Latina. En el segundo capítulo, “Izquierda y Estado”, comienzo por describir las ideas de Echeverría acerca de la crisis actual de la izquierda, cómo es ésta y a qué se debe. La respuesta puede ser rápida: la izquierda está en crisis porque el Estado nacional está en crisis. Defenderé la idea de que a la izquierda le es extremadamente difícil actuar de manera anti-capitalista desde el Estado porque esta institución está dominada y sujetada por procesos globales y organismos internacionales. Haré una crítica a la falta de claridad de algunos sectores de la izquierda acerca de qué significa realmente la acción anti-capitalista. Trataré de demostrar que gran parte de la izquierda, sobre todo la izquierda estatal, es en la mayoría de los casos profundamente capitalista, aun si no se da cuenta de ello. Adelantaré la idea de que toda izquierda que cree en el progreso es capitalista y cómo, en relación a esto, lo que tal vez hace falta no es dirigir los procesos institucionales actuales hacia la superación del capitalismo, sino detenerlos de tajo, suspender la vía actual de la reproducción social. Finalmente, describiré cómo lo importante, para la reflexión es esforzarse por saber en qué consiste la actividad anti-capitalista, es decir, en qué consiste realmente el capitalismo y cómo, según Bolívar Echeverría, podría ser resistido. Será recurrente la discusión con Atilio Borón en estos dos capítulos. El sociólogo argentino tiene un papel muy notable en las discusiones actuales sobre el tema, y es 7 posible ubicarlo en la posición que defiende el Estado nacional como vía de transformación. De tal modo, lo he elegido como contraparte de Bolívar Echeverría (y de Holloway, Negri, Hardt, Zibechi, etc.) para poder discutir algunos puntos centrales. Parecería que no tiene ya relación todo esto con el proyecto sobre Piglia, Borges, Arlt, Macedonio Fernández, etc., pero en realidad sigue habiendo una misma línea esencial. Escribió Roberto Arlt: "Hay que hacer un complot contra el complot". El Estado es un narrador, su verdad es arbitraria. Al Estado debemos oponerle otra narración y otra verdad o, más bien, la multiplicidad de los relatos y las verdades. Escribió Piglia que hay que desentrañar el relato del Estado, darnos cuenta de cuál es la historia que nos está contando, para no creerla. El tercer capítulo de esta tesis, sobre el concepto de blanquitud, me parece en ese sentido la parte más importante del presente trabajo. Podríamos decir que los textos de Echeverría sobre la blanquitud son un análisis agudo y radical del gran relato occidental contemporáneo, esa enorme narración que ha provocado prodigios y maravillas pero también desastres e incontables crímenes. El concepto de blanquitud es, junto a la teoría de los ethe históricos, quizás una de las aportaciones más originales de Bolívar Echeverría.1 Este concepto explica o describe los rasgos principales del proyecto occidental de civilización que surge con la modernidad. Tiene relación con la "blancura" de la pigmentación de la piel pero la trasciende. La blanquitud es una manera de estar en el mundo de la vida, un modo de comprenderlo atravesado por la productividad, la cultura del trabajo, la "decencia" entendida desde las cúpulas, etc."Blanco" es el sujeto que ha podido reconfigurarse para ser eficaz en la maquinaria capitalista. En ese capítulo trato de describir lo que entraña el concepto de blanquitud, y hago algunas breves incursiones hacia cómo puede explicar ciertos fenómenos del mundo intelectual, la izquierda y la población trabajadora. Una vez que hemos desentrañado un relato, cuando podemos observar con claridad su mecanismo, podemos proceder a desmontarlo. 1 No estoy seguro de que Echeverría haya empleado por primera vez el término, sin embargo. Aparece ya en la traducción al castellano del libro de Peter McLaren: La vida en las escuelas: una introducción a la pedagogía crítica en los fundamentos de la educación, Siglo XXI editores, México, 1984. 8 Capítulo I Estado y acumulación de capital En este capítulo se reflexionará acerca de la relación entre el Estado nacional y el capitalismo desde una perspectiva filosófica –en tanto que trataremos de desentrañar el telos del Estado–, histórica –ya que la reflexión estará guiada por la trayectoria de los Estados nacionales en el tiempo– y de análisis político del presente –pues derivaremos en la descripción de algunas problemáticas a inicios del siglo XXI. El orden de la exposición será el mismo: iniciaremos con una crítica del telos o el objetivo del Estado nacional contemporáneo, haremos una breve revisión de cómo esto se constata en la historia, y finalmente abordaremos algunos hechos de la situación en esta vuelta de siglo. Por debajo Hay un gran relato institucional según el cual el Estado nacional tiene su razón de ser en la protección de sus miembros, en establecer un orden por medio de leyes y resguardarlo con cuerpos coercitivos –monopolio de la violencia–, que tiene como finalidad la convivencia pacífica de los ciudadanos, el bien común. En la teoría política tanto de Hobbes, como de Locke y de Rousseau, es decir, en las bases de la ideología política moderna, es una constante afirmación que la sociedad civil se funda para el bien común, sea puesto el énfasis en la protección de la vida en Hobbes, en la libertad en Locke, o en la volonté générale y la Virtud en Rousseau. ¿Es en verdad el bien común la razón de ser del Estado nacional en su forma contemporánea? ¿Fue así en su concepción burguesa y lo es hasta nuestros días? Bolívar Echeverría ha escrito sobre la idea de Benjamin de la historia a contrapelo, según la cual la tarea del historiador crítico -de cualquier pensamiento crítico, en realidad- es desmontar la narración oficial que oculta las heridas y los crímenes, pasar la mano a contrapelo y sacar a la luz el testimonio de las víctimas y las intenciones secretas de los victoriosos.2 Escribe Echeverría que la obra de Marx actuó en ese mismo sentido, en descubrir lo que permanecía oculto con respecto a las relaciones sociales de producción y al discurso que las encubría. Podemos decir que las reflexiones de Bolívar sobre el 2 "Una lección sobre Walter Benjamin", en Contrahistorias, número 15, México, 2010, pp. 51-63. 9 Estado van en esa dirección, en desmontar el discurso oficial que oculta los crímenes y las intenciones, las verdaderas motivaciones del aparato estatal. Ricardo Piglia ha tratado mucho la relación entre la "historia superficial" y la "historia oculta" en la literatura. En correspondencia con ello, ha estudiado la figura del complot político y el Estado. Advierte que el Estado es un gran narrador con un gran relato. No es que el Estado diga la verdad y la literatura mienta, el Estado también tiene sus ficciones, y es tarea del crítico desmontarlas y oponerles narraciones alternativas. Esa podría ser una definición del discurso crítico. Según Bolívar Echeverría, ¿cuál es el gran secreto estatal? ¿Cuál es la narración oculta? Por debajo del panorama espectacular de los Estados nacionales y los imperios, empeñados en el “progreso”, compitiendo y enfrentándose sangrientamente entre sí, el sujeto real y efectivo de esa historia moderna ha sido y sigue siendo el capital, el valor mercantil en proceso de autovalorizarse: la acumulación del capital. Los Estados modernos son en verdad unos pseudosujetos, unos sujetos reflejos, factores o ejecutores, en el plano de lo concreto, de las exigencias de la acumulación de capital; ellos son la puesta en práctica, la “encarnación” de la “voluntad” indetenible e insaciable de autoincrementación del valor capitalista.3 Es un párrafo que puede resultar inverosímil para cierto pensamiento nacionalista. A la creencia en el "destino de la nación", a toda la tradición del "morir por la patria" y el "¡Viva México!" podría parecerle imposible, una herejía, que esa construcción que vive como recinto sea también, y sobre todo, el esbirro de un Señor cuyos efectos se perciben pero no siempre es mirado directamente: la acumulación de capital. Podría resultarle todo un descubrimiento que el "fracaso" constante que es su país, la distancia que siente entre su propia vida y el camino que "la nación" toma, no se debe a su "mal manejo", a un acto de corrupción o deshonestidad de los políticos, sino que esa es su razón de ser. Que la violencia que siente ser ejercida sobre su vida proviene del interior del mecanismo del Estado, de su intimidad, y no como un accidente o un error. Que ese "fracaso" constante es la forma y la verdad del Estado. Que el último fin del Estado moderno sea colaborar con la acumulación de capital está presente ya como germen desde la teoría contractual de Locke: el pacto con el que 3 "Ser de izquierda, ¿hoy?" en Vuelta de siglo, Bolívar Echeverría, Ediciones Era, México, 2010, p. 264. 10 se funda la sociedad tiene la razón de preservar la propiedad privada (en la que Locke incluye la vida). Una de las mayores contradicciones del Estado nacional es cómo se funda en el relato de la protección de la propiedad privada de los individuos, cuando funciona -encubre- con un mecanismo de intercambio que en cada ocasión "roba", un mecanismo que siempre involucra el ganar-perder del otro, un mecanismo en el que la propiedad privada está siempre en movimiento, en riesgo. El Estado sirve como un intermediario entre la voluntad abstracta del capital y la población natural (social-natural). Las exigencias del modo de vida capitalista pueden resultar incomprensibles para una población ajena a ella, como fue el caso de ciertos grupos rurales todo a lo largo de la historia moderna de América Latina –indígenas, campesinos, gauchos, etc.– que no concebían como “natural” la organización del trabajo y la tierra en clave capitalista, la producción enfocada de manera fundamental a la obtención de una ganancia. El Estado tiene como tarea la “modernización” de esos grupos, es un traductor -evangelizador- de la voluntad del capital. Por un lado, el Estado como sujeto impostado acondiciona esa materia [la social-natural y natural] para que se someta a esta voluntad [voluntad en bruto del capital] y, por otro, guía y dosifica la acción de esta voluntad para que no actúe “salvajemente” y vaya a resultar devastadora de la materia a la que subordina; el Estado no sólo traduce esa voluntad del capital al lenguaje concreto de la sociedad, sino que igualmente transforma este lenguaje social para que el mensaje, en principio enigmático, del capital se vuelva comprensible para ella.4 El Estado es el gran agente de la aculturación en sentido capitalista. No solamente es el embajador del capital ante su población, sino que modifica a esta última, modifica su lenguaje, para ser capaz de entender y seguir los designios del sujeto-capital.5 Es difícil verlo a esta altura, quizás, en Europa y Estados Unidos, lugares en los que la aculturación en sentido capitalista está casi plenamente conseguida; pero en América Latina es fácil ver que el Estado requiere, a cada instante, de difundir la opción culturaldel capitalismo a la americana como el camino a seguir para encontrar la felicidad, como un modo de ser que todavía no se consigue del todo y que debe ser alcanzado. No sólo a través del discurso sino también en el diseño de programas y financiamientos, el Estado difunde la noción del Progreso, del crecimiento, difunde el dogma, se esfuerza por modificar a su 4 "Ser de izquierda, ¿hoy?", op.cit., p. 266. 5 Y lo hace a través de los Aparatos Ideológicos del Estado, como Althusser señaló en su clásico ensayo. 11 población que es en algo reacia a ese modelo. El Estado, todo a lo largo de la historia moderna de América Latina, es el gran dador de shocks modernizadores. Echeverría va a señalar, entonces, que por debajo de esa gloriosa y aparente historia de guerras y héroes, de invasiones y laureles, ha permanecido una sola motivación específica, un gran colpo di scena: el Estado nacional en su forma burguesa ha existido porque era necesario para la acumulación de capital. Tenía que existir ese organismo "protector" de la propiedad privada que se obtiene con el saqueo de las propiedades privadas de los otros. Ciertos Estados jóvenes como el mexicano dan la apariencia de existir desde el principio de los tiempos, ocultando su naturaleza irremediablemente artificial. El acto de empatamiento entre la forma nación y lo “real” es tan exitosa que la población se identifica con el destino de su organización estatal, confunde su destino con el de ella, y persigue los objetivos que desde la oficina gubernamental se le han dicho que aportarán la felicidad y la tranquilidad: el crecimiento económico, la inversión extranjera, el desarrollo de tecnología, etc. Ya identificada la forma nación en una población, ésta puede servir de mejor modo a la acumulación de capital. Sólo metamorfoseada en nación, sólo en tanto que sujeto ilusorio de la actividad del capital, la comunidad puede "entenderse" con éste, y éste puede ejercer realmente su acción de subsumirla. Convencida de que el Estado es una creación suya, la comunidad en figura de nación no hace sin embargo otra cosa que servir al impulso anónimo e irracional del Estado capitalista, necesitado de un rostro y un sentido en apariencia humanos para funcionar adecuadamente. 6 En esa confusión que se genera en la ciudadanía que conforma un Estado nacional, en esa sustitución de sí misma, en el ponerse la máscara de la forma nacional, reside la amputación de la soberanía política real, de la capacidad de auto-configuración de lo social. La población cede al Estado nacional el poder –da el paso al poder constituido– pero no se da cuenta que, en el fondo, o por debajo, se lo está cediendo al juego de las mercancías. Quizá sea necesario atravesar la forma nación para establecer una actividad política verdadera, una que no sea la mera administración y aplicación de los designios que vienen desde los organismos internacionales y el interés financiero. Es posible que el 6 Bolívar Echeverría, “La nación posnacional” en Vuelta de siglo, Ediciones Era, México, 2010, p. 148. 12 Estado nacional esté ligado de manera irremediable a la enajenación, que necesite de ella para que su manera particular de entender lo político sea funcional. ¿Cuál es la relación del Estado, pues, con el hecho de la enajenación? El hecho de la enajenación La enajenación es la pérdida de la capacidad de auto-configuración del ser humano, es decir, del poder que tenemos para darnos forma a nosotros mismos, decidir sobre nosotros –la base de la Ilustración, el kantiano "pensar por ti mismo"–, ceder esa capacidad a otro: sea al Estado, al mercado, a las mercancías, a las cosas.7 Podría decirse que la enajenación es la pérdida de la política, cuando entendemos por ella la actividad de la reconfiguración social, del debate en la polis. La sociedad del libre mercado es, esencialmente, una sociedad en la que la soberanía política del ser humano se encuentra desecha, cedida al juego de las mercancías8 –en lugar de subordinar éstas a un telos decidido a través de la política.9 Para Bolívar Echeverría, el hecho de la enajenación está ligado a la instauración del Estado: “Para comprender la necesidad de que exista algo así como el Estado nacional, una aproximación crítica de la modernidad capitalista debe partir de la 'teoría de la enajenación'”.10 Sin embargo, luego su exposición no es tan clara. Por un lado parece explicar que esa sustitución de la sujetidad del ser humano en la época moderna encuentra en el Estado su reemplazo, el Estado como el organismo al cual le hemos entregado la sujetidad que residía en nosotros. Por el otro lado, afirma que la causa del 7 “La caracterización hecha por el joven Marx del ser humano moderno como un ser que enajena su esencia en las cosas que él mismo produce, adquiere en la obra del autor de "El capital" una precisión importante. La "esencia humana" es identificada en esta obra con la politicidad del ser humano (el "animal político"); con la necesidad en que está y la capacidad que tiene este ser de dar una determinada forma a su vida social, una figura identificada al conjunto de las relaciones de convivencia que mantienen entre sí los miembros de la comunidad en que él se constituye. La enajenación de esa esencia consiste en el proceso mediante el cual esa politicidad o capacidad de autoconfigurarse del ser humano está siendo usurpada instante a instante por las cosas, entendiendo por "cosas" el funcionamiento automático del mercado dominado por el capital, de la esfera de la circulación mercantil-capitalista de los bienes producidos y consumidos por la sociedad.” Ibíd., p. 145. 8 “Sólo la enajenación mercantil-capitalista [y no la mercantil simple] introduce un 'sujeto sustitutivo' en lugar del sujeto humano. Este sujeto, esta voluntad ya no simplemente azarosa, sino dotada de un telos, recibe un nombre en la 'teoría crítica de la economía política' de Karl Marx, se llama 'valor (de la mercancía capitalista) que se autovaloriza' o también 'proceso global de acumulación del capital'. En la sociedad moderna, la esencia humana se encuentra enajenada en esta sujetidad cósica que actúa desde el núcleo de la esfera de la circulación mercantil, desde el valor de la mercancía capitalista, y que impone "dictatorialmente" un telos determinado al conjunto de la vida social, la meta implacable del productivismo capitalista ('producir para producir').” Ibíd., p. 146. 9 Estoy escribiendo en el sentido de Karl Polanyi, en su clásico The Great Transformation: subordinar el mercado a las necesidades sociales, y no al revés. 10 Ibíd., p. 145. 13 Estado nacional fue la necesidad que había de organizar la producción capitalista en diversos conglomerados en lugar de un solo proceso unitario universal (como parece ser ahora cada vez más) –veremos esto más a detalle en el siguiente subtema. El Estado como sujeto sustituto, sujeto representante del valor en proceso de autovalorizarse, y como organismo regional en tanto que no era posible un organismo universal. Un poco más adelante, la relación entre el Estado y la enajenación es identificada por Echeverría en la tarea del primero por hacer a la segunda “vivible”, “comprensible”: En otro sentido, la necesidad social de que exista el Estado nacional moderno viene de un hecho al que se aludía más arriba, el de la dependencia en que está el “valor autovalorizándose” respecto del soporte o vehículo concreto o “natural” al que subsume, es decir, respecto de la vida concreta de la comunidad. Existiendo ya como sociedad civil, como conjunto de propietarios privados capitalistas y no capitalistas (trabajadores), la comunidad sólo puede convertirse en el soporte demográfico de la empresa histórica estatal de acumulación de capital,hacer suya esa empresa, confundirse con ella, si llega a experimentarla como propia, como generada por ella misma, y no como exterior e impuesta sobre ella.11 Creo que la relación entre el Estado nacional y el hecho de la enajenación es explicada con mayor claridad en la obra de Karl Polanyi, cuando el escritor húngaro afirma que la lucha por la instauración del libre mercado – doctrina que es, en realidad, la consecuencia teórica última de la ideología capitalista– no solamente fue un hecho “artificial”, una campaña realizada por el Estado nacional: “[...] el Mercado fue el resultado de una consciente y a menudo violenta intervención por parte del gobierno, que impuso en la sociedad la organización alrededor del mercado” ;12 sino que “el Estado liberal mismo fue una creación del mercado auto-regulado”.13 El libre mercado necesitaba de un Estado que lo impusiera a sociedades acostumbradas a otros esquemas de intercambio y producción (en breve, a los mercados sujetos a la sociedad, y no al revés). El Estado fue, en ese sentido, el gran agente de la enajenación, su campeón. En la época contemporánea, no podemos producir un objeto que no sea a su vez 11 Ibíd., p.148. 12 “[...] the market has been the outcome of a conscious and often violent intervention on the part of government which imposed the market organization on society […]” Karl Polanyi, The Great Transformation. The Political and Economic Origins of Our Time, Beacon Press, Boston, 2001, p. 258. 13 “the liberal state was itself a creation of the self-regulating market.”Ibíd., p. 3. 14 un vehículo para la acumulación de capital, no podemos producir un objeto que no promete ganancia -o se le produce bajo el resguardo de financiamientos filantrópicos de organismos enriquecidos. No podemos proponer una forma de lo social que vaya en contra de la acumulación de capital.14 O incluso peor, cada vez que hacemos un intento de proponer esos productos (las vanguardias artísticas de principios del XX, por ejemplo) el "funcionamiento automático del mercado" los consume y los regresa transtornados, mudos. El Estado burgués fue la institución que impuso ese proceso de producción como regla y orden para la sociedad. Si la enajenación es la pérdida de la soberanía política, y en particular la entrega de esa sujetidad a las mercancías en el mercado, desde la perspectiva de Polanyi el Estado fue el agente de la enajenación ya que realizó la autonomización del mercado (hasta cierto grado) y despolitizó a la sociedad, que estaba acostumbrada a mercados incrustados en órdenes sociales y políticos, entregándola al juego azaroso de las mercancías. La competencia entre los Estados nacionales En los apartados anteriores hemos tratado al Estado nacional como concepto, y esto puede generar una noción de equivalencia entre todos los Estados modernos, es decir, que todos han hecho y están haciendo lo mismo. ¿Por qué, entonces, la historia contemporánea es también la historia de la guerra militar y económica entre estos organismos? ¿Por qué, si están tan unidos respecto del capital, se enfrentan despiadadamente entre ellos? Los Estados modernos son, en el plano más básico de su existencia, empresas colectivas particulares de acumulación de capital capaces de ganarse una posición en el mercado mundial en virtud de que aglutinan en torno a sí a una masa considerable de patrimonios privados -unos simplemente mercantiles, otros mercantil-capitalistas- y de que están dispuestos a aprovechar y compartir las ventajas comparativas que les tiene asegurado su dominio monopólico sobre una base "social-natural" especialmente 14 “Según Marx, la enajenación moderna debe ser vista como el hecho permanentemente repetido de una subsunción o subordinación del principio de organización endógeno de la vida concreta o social-natural del ser humano -del trabajo y el disfrute referidos a valores de uso, de la producción y el consumo de sus bienes terrenales- bajo un principio de organización que lo contradice radicalmente y que se genera en la necesidad abstracta de autorreproducción del valor capitalista o de acumulación del capital.” Bolívar Echeverría, “La nación posnacional”, op.cit., p. 146. 15 productiva. 15 Si reducimos los Estados nacionales existentes a lo que tienen entre ellos en común, es que son una especie de empresas capitalistas extendidas. Comparten el dogma del enriquecimiento: "cada vez mayor crecimiento es mejor". Los Estados nacionales actúan con la misma lógica que las sociedades anónimas de capital variable: comprar barato y vender caro, enriquecerse. Siendo más precisos: tienen que ser los garantes de que esa actividad pueda darse: construir la infraestructura y el marco jurídico en que la actividad del intercambio de mercancías, que entraña la violencia, se lleve a cabo en "paz". El Estado funciona gracias a la riqueza que se genera en el ciclo de reproducción capitalista. Está ahí para proteger ese ciclo. Pensemos, si no, en las medidas de austeridad que llevaron a cabo ciertos Estados europeos en esta última crisis. La idea era: si seguimos gastando como antes el Estado va a quebrar y va a ser un desastre, de tal manera que tenemos que dejar de aportar algunos servicios hasta que podamos salir a flote y volver a la normalidad. ¿No suena esto al discurso de un administrador antes de despedir a la mitad de sus empleados por los "tiempos difíciles"? Otro discurso que podrían haber elegido los Estados europeos era el siguiente: el sistema capitalista neoliberal provoca que el Estado no pueda asegurar los servicios que deberían ser garantías de la ciudadanía, debemos abandonar este modelo. Por el contrario, los Estados europeos, en un entendimiento común asombroso, decidieron que había que rescatar al desastre privado de los especuladores convirtiéndolo en un desastre público. Pero, si tienen tanto en común los Estados, ¿por qué parecen estar enfrentados? ¿Por qué no se formó desde el inicio un Gran Estado burgués sin distinción entre naciones? La necesidad más elemental de que exista en la historia moderna algo así como un Estado nacional viene del hecho de que el proceso de acumulación del capital, que es en principio o tendencialmente un proceso unitario, dado que tiene lugar a través de la mediación de una realidad planetaria global, el mercado mundial, debió subsumir bajo su funcionamiento a un proceso de trabajo o de reproducción de la riqueza social cuyo campo instrumental no había alcanzado todavía la capacidad técnica de funcionar coordinadamente a escala planetaria. Debió así constituirse como el concurso competitivo de "muchos conglomerados de acumulación de capital", como el encuentro hostil entre los "muchos grupos de capital" empeñados en procesos de acumulación 15 Ibíd., p. 147. 16 particulares (técnicamente independientes los unos de los otros), articulados entre sí sólo gracias a un enfrentamiento mercantil de todos contra todos por la supervivencia.16 Aun si el proceso de acumulación de capital es global y, por fuerza, en algún momento de su desarrollo iba no solamente a involucrar al mundo entero sino que se iba a establecer como procesos transnacionales de reproducción de la riqueza, aun con esa vocación tan planetaria, afrontó un momento histórico en el que la técnica no le permitía realizarse de esa manera. Debió, como escribe Bolívar Echeverría, funcionar localmente, internacionalmente. Sus primeros pasos debieron ocurrir dentro de territorios acotados, cuya conquista espacial y temporal era factible. En ese momento, no solamente se enfrentaron las naciones por ver cuál era la mejor servidora de la acumulación, la más eficaz, sino también por la forma que la nación debía tener, es decir, lo que estaba en pugna eranlos distintos capitalismos. Podemos ver la diferencia entre la Inglaterra industrial, los Países Bajos y la Italia del Norte financieros, la Francia y la España rurales; entre los distintos colonialismos (la plantación contra la encomienda, por ejemplo), entre la concepción del Estado (estatalistas vs laissez faire), etc. Si bien nunca ha perdido la necesidad de la competencia entre naciones y modelos, el capitalismo ha encontrado balances o maneras de organizar la reproducción a escala global, y ello ha sido a través de la jerarquización de los papeles a jugar por cada tipo de nación: la división internacional del trabajo. Quizás esta característica del Estado nacional, que fue una compartimentación regional del proceso de acumulación debido a las incapacidades técnicas de la humanidad, es uno de los rasgos que están comenzando a ser trascendidos en el siglo XXI. La consecución de una especie de Estado universal es cada vez más cercana. Esto no significa, de cualquier modo, la desaparición de las jerarquías geográficas. Si bien estamos viendo suceder el establecimiento de jurisdicciones planetarias, de organismos estatales supranacionales, esto no quiere decir que regiones como América Latina estarán en una situación de igualdad con sus pares del Atlántico norte. El Estado planetario se funda para regular de manera más eficaz la división internacional del trabajo. ¿Es la degradación del Estado nacional el hecho político más importante de nuestra época? Podría argumentarse que sí, ya que ello ocasiona la pérdida y la sustitución del modo en que debe ser entendida la actividad política –un cambio al que a la izquierda, según Bolívar Echeverría, le ha costado mucho seguirle el paso. 16 Ibíd., p. 147. 17 Situación a inicios del siglo XXI Diversos autores advierten que en esta vuelta de siglo el Estado nacional está sufriendo una enorme transformación. Ya no se trata del Hegemon soberano, si es que alguna vez lo fue o pretendió serlo. Se ha convertido, sobre todo, en un Estado policiaco. No hay espacio en él para la política, en realidad, ésta se decide en otros sitios y el Estado nacional es meramente el administrador y policía que mantiene el orden y aplaca las disidencias. ¿Cómo explica Bolívar Echeverría el paso a esta nueva forma estatal? Como vimos en el subtema anterior, Echeverría apunta que una de las razones para la formación de los Estados nacionales fue que la técnica (el transporte, las redes de comunicación) se hallaban en un momento en que no podían funcionar coordinadamente a una escala mundial, tenían, por el contrario, que concebirse como organismos regionales interrelacionados entre sí. Cuando la técnica fue desarrollada al punto de que la coordinación centralizada del espacio y el tiempo del planeta comenzó a volverse cercana, los Estados nacionales empezaron a ser rebasados.17 El proceso de acumulación de capital tuvo que repartirse en varias empresas- Estado debido al desarrollo precario de la técnica. Una vez que la tecnología permitió coordinar a escala planetaria el ciclo de reproducción (producción/consumo) de las mercancías, la compartimentación en Estados empieza a difuminarse. De igual manera, el predominio de la tecnología frente al territorio y a la población colabora con la decadencia del Estado al volver relativamente innecesarios los dos monopolios sobre los que descansaba. Debido a esto, han surgido entidades estatales transnacionales que pretenden llevar a cabo dicha coordinación centralizada del planeta (FMI, BM, OMC), al punto que se convierten en organismos superiores a los Estados nacionales: El Estado nacional se encuentra en crisis porque, como pseudosujeto histórico o “sujeto reflejo” que es, se ve y se experimenta ahora desautorizado por el sujeto real, por el capital. Junto a él, y en competencia con él, aparecen otras entidades estatales que no requieren del sustento natural para ofrecerle al capital una manera de adquirir concreción, de hacer que su voluntad “cósica” sea percibida, interpretada y asumida como propia por 17 “La coordinación a escala planetaria del funcionamiento de las fuerzas productivas, la unificación planetaria del proceso de trabajo a partir de la interconexión técnica de todo su campo instrumental es un hecho en formación encaminado a volverse dominante. Junto con él pierde su razón la preferencia del capital a anclar su necesidad de fragmentarse en 'muchos conglomerados de capital.” Ibíd., p. 149. 18 los seres humanos en su vida práctica.18 Lo que afirma Echeverría es que el Estado nacional siempre fue un pseudosujeto. Cuando se pensaba plenamente soberano, es decir, que su juego democrático efectuaba modificaciones al seno de lo político, de la configuración de lo social, y no solamente al aparente teatro de "la política", el verdadero soberano era el capital. Los Estados nacionales debían acomodarse a él, proteger la acumulación. Y lo siguen haciendo pero lo que es nuevo es que diferentes entidades estatales transnacionales demuestran ser más eficaces, ser mejores súbditos de la acumulación, y dejan a los Estados nacionales como administradores de segundo grado. La frase atribuida a Slavoj Zizek, “La política entendida como buena administración es la política sin política”, parece describir de hecho el único horizonte para la actividad estatal. Es difícil creer que ese organismo sea capaz de tomar decisiones realmente políticas, es decir soberanas, que contradigan en algún sentido los designios fundamentales de la necesidad de reproducción del capital. En el Estado, la posibilidad de lo político se diluye ante la urgencia de la administración. La nación está sujeta a un proceso global del que apartarse resulta extremadamente difícil. Gran parte de las principales decisiones que antes solían tomar los Estados nacionales -decisiones que daban su contenido a la vida política o eran la materia con la que ella trabajaba- han pasado hoy en día a ser decisiones que las toma una "entidad estatal transnacional en ciernes", incompleta pero ya efectiva, en la que se articulan, entre otras, de manera todavía incoherente, instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio, etcétera. Se trata de una entidad difusa que responde espontáneamente, desde el automatismo de la economía capitalista, a una necesidad que es apremiante desde hace ya más de un siglo, la necesidad de poner en pie un gobierno planetario.19 La instalación de este gobierno planetario parecer ser ya un hecho irrefrenable. No solamente lo representan las instituciones como la OMC, la ONU, el FMI y el Banco 18 "Ser de izquierda, ¿hoy?", op.cit., p. 267. 19 "La nación posnacional", op.cit., pp. 143-144. En nota al pie escribe Bolívar Echeverría, en sintonía con Hardt y Negri: "Tal vez la mejor comprobación de la existencia de esta entidad estatal transnacional es el hecho de que, antes de consolidarse, fue ya objeto de un 'golpe de Estado'; un golpe de Estado 'preventivo' intentado por Estados Unidos de América en torno al 11 de septiembre y el inicio de la guerra contra el terrorismo. 'Si la conformación de algo así como un Estado planetario es algo inminente, es necesario adelantarse a los hechos y, abandonando la escala de los Estados nacionales, ampliar la vigencia del Estado estadounidense convirtiéndolo de una vez en el Estado global.' Así podría haberse formulado la idea de los gobernantes estadounidenses.” 19 Mundial, no solamente tampoco los aparatos ideológicos globalizados y globalizadores como el cine, la música, el internet; una pieza muy importante, esencial, y que da la pista de por dónde quiere ir ese gobierno planetario es, por ejemplo, el reciente plan TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership), el cual le da a las grandesempresas el derecho de demandar gobiernos y de instalar un sistema legal aparte y superior a las legislaciones nacionales. Una corte regida por empresas transnacionales: ese parece ser el nuevo gobierno global, la nueva expresión de la dictadura del capital. Sin embargo, hay procesos, necesidades del capital, que permanecen como en la época grandiosa de las naciones. Sería un error suponer que la desautorización de la soberanía del Estado nacional desembocará en la igualdad, una tabla rasa en el acceso a la riqueza. Las diferencias geográficas permanecen de todos modos; en el proceso de acumulación, América Latina, África y Medio Oriente continuarán jugando un papel similar al que han tenido en los últimos siglos. La acumulación necesita del enfrentamiento, de la competencia, y ésta puede darse no solamente de manera vertical, de clase, sino tambien geográfica, regional. De igual modo, sigue siendo necesario para la "forma de valor" servirse de algún agente-traductor que pueda domesticar a las comunidades humanas en su sentido. El mensaje enigmático del capital necesita aún a entidades estatales que lleven a cabo todo un enorme proyecto cultural de blanquitud (como veremos más adelante) en el que se promueva la autorrepresión productivista, el modelo de ser humano y de funcionamiento de lo social que colabora con la acumulación. Enrique Dussel ha calificado de absurdas e ingenuas, o por lo menos de neoliberales, las teorizaciones sobre la decadencia del Estado porque piensa que se ha hablado de desaparición.20 Pero lo que está escribiendo Bolívar Echeverría no es que el Estado desaparezca, sino que pasa por un periodo de decadencia, en que su soberanía es puesta en juego, atacada por entidades estatales transnacionales, y que tiende a refuncionalizarse como un lacayo de esas otras entidades. Otro de los críticos de la idea de la decadencia estatal es Atilio Boron, quien, al criticar Empire de Hardt y Negri, escribe lo siguiente: Supongamos por un momento que damos por válido este argumento [el de la decadencia del Estado nacional]. En tal caso, no sólo deberíamos resignarnos a 20 En la presentación del libro de William Robinson, Una teoría sobre el capitalismo global, en la UACM Del Valle en 2013. 20 contemplar la ineluctable decadencia del Estado-nación sino también la del orden democrático producto de siglos de luchas populares que inevitablemente reposa sobre la estructura estatal. H&N no se explayan sobre este tema de capital importancia. ¿Tal vez no lo hacen porque suponen, erroneamente, que es posible “democratizar” los mercados o una sociedad civil estructuralmente dividida en clases? Sabemos que esto no es posible [...]. ¿Cuál es la salida entonces?” 21 Sin embargo, la decadencia del Estado nación no es la decadencia de la democracia, sino que quizás, de manera totalmente contraria, la decadencia de este modelo puede ser el comienzo de una actividad democrática más plena y libre. En efecto, el orden democrático que reposaba en la estructura estatal tiene que decaer junto a su esqueleto, pero otro tipo de orden democrático puede proseguir. Quizás la salida esté allí: en la búsqueda de un juego democrático distinto al que reposa en el Estado nación, por ejemplo: la demanda de democratizar las entidades transnacionales como el FMI. Ahora bien, podría argumentarse con facilidad que la única manera, o por lo menos la más eficaz, de mantener ese tipo de demandas frente a las entidades transnacionales es a través del Estado nacional –como ha sido el caso de Brasil o Venezuela en algunas oportunidades. Por el otro lado, la acción de los grupos políticos independientes, si bien tiene en muchos casos un impacto, es difícil establecer las reales consecuencias de su actividad, si han podido modificar en algo los mandatos del interés capitalista. Podría, entonces, proponerse la acción mixta: desde el Estado nacional y desde los grupos independientes. ¿O es que se oponen entre sí? ¿No les es posible la convivencia? Hardt y Negri son contundentes sobre la situación del Estado nacional, no lo consideran una opción: Nuestro problema político, entonces, es proponer un espacio adecuado para todas las luchas que parten de abajo. En este marco no hay lugar para la nostalgia y la defensa del Estado-nación, esa barbarie absoluta de la cual Verdún, el bombardeo de Dresden, Hiroshima y (permítaseme) Auschwitz, han dado suficiente evidencia. No sé cómo el Estado-nación pueda aún ser considerado algo más que una ideología falsa y nociva.22 Otro punto que toca Negri es la inviabilidad de realizar una revolución anti-capitalista dentro fronteras. Es decir, que aun si un proyecto nacional revolucionario resulta victorioso en su país –ya por la vía de las armas o por la vía institucional– se enfrenta a la 21 Atilio Boron, Imperio e imperialismo, Editorial Itaca, México, 2003, p. 61-63. 22 “El Imperio y la Multitud: un diálogo sobre el nuevo orden de la globalización”, en La multitud y la guerra, Ediciones Era, México, 2007, p. 49. 21 necesidad de actuar en un panorama político mundial que está en su contra: “La tragedia de la insurrección moderna, sin embargo, es que la guerra civil nacional es inmediata e ineluctablemente transformada de nuevo en una guerra internacional, o, realmente, en una guerra defensiva contra la burguesía internacional unificada.”23 Fue la situación de la Francia Revolucionaria: inmediatamente tuvo que prepararse para el ataque de las monarquías unidas. Situación similar la de la Unión Soviética, la de Cuba. El país revolucionario tiene que prepararse para la guerra, es decir, se convierte en una economía de guerra, nada más distinto de una economía comunista. Tal vez la revolución anti-capitalista no puede venir de un solo país. El Estado nacional occidental, en esta vuelta de siglo, parece ser solamente un policía, el protector de los designios económicos y políticos de entidades y uniones transnacionales. En esta versión disminuida del Estado, como organismo no soberano, parece ser contraproducente enfocar en él la acción anti-capitalista. El poderío estadounidense Un elemento central para el análisis cuando se piensa en la decadencia del Estado- nacional, en la aparición de los Estados transnacionales, es la pregunta por la función que tienen los Estados Unidos en la actualidad. No es una coincidencia que quienes creen que Estados Unidos ya no es el cómodo gigante piensen también que hace falta organizar a la izquierda en una lógica distinta a la estatal, y que, en el bando contrario, los que siguen considerando a Estados Unidos como el poder mundial encarnado piensen que la izquierda debe tener una lógica nacionalista. Podemos iniciar con el libro, ya citado aquí, de Atilio Boron, Imperio e imperialismo, breve texto que intenta desbaratar la famosa obra de Hardt y Negri: Imperio. En general la crítica de Boron me parece fallida. Cuando toca los puntos centrales del pensamiento de H&N (como él los abrevia) no es tan agudo como pretende ser, y pierde el tiempo en arrebatos retóricos poco elegantes que intentan ridiculizar a sus adversarios, cuando no se dedica simplemente a enlistar los horrores y los crímenes del sistema capitalista como si la mera existencia de éstos fuera, por alguna razón, una prueba en contra del pensamiento de H&N. De cualquier modo, tiene puntos importantes a tomar en cuenta. Boron defiende 23 “Globalización y democracia” en op.cit., p. 74. 22 todo el tiempo la idea de que Estados Unidos sigue siendo una entidad cuya fuerza desmedida se aplica sin recelo en la protección de sus intereses alrededor del mundo. Boron nos dice, sobre Imperio: Lo que surge del análisis de estos autores es que la supuesta “nueva forma global de soberanía”, que nuestros autores resumen en la palabra“imperio”, y que impondría una nueva lógica global de dominio, no es tal, sino que lo que hay es una “lógica estadounidense de dominio”. Que existen organizaciones supranacionales y transnacionales está fuera de toda duda, como también lo está el hecho de que ellas son una fachada conveniente detrás de la cual se oculta el interés nacional estadounidense.24 La existencia de Rusia y de China, sin embargo, me parece una prueba innegable de la multipolaridad del poder político y económico contemporáneo. Porque la cuestión no es que Estados Unidos quiera imponer sus intereses o no, eso está por descontado, la cuestión es si puede imponerlos en todos los casos. Desde la lectura de Boron, pareciera que Hardt y Negri quieren negar que los Estados Unidos actúen bajo sus propios intereses, lo cual es absurdo –y es una lectura simplista. Sucede algo distinto: en el mundo actual, en la conformación del poder global, el poder estadounidense ya no está solo. Así lo dice Negri: A la cuestión del financiamiento de guerra se le agregan, en efecto, otras cuestiones centrales: la construcción de Europa y la fuerte competencia del euro al dólar que Estados Unidos no puede soportar; la consolidación política y militar de la nueva Rusia que amenaza la estrategia bélica estadounidense; el despegue de la economía china que pronto competirá en todos los mercados mundiales y la conquista de una cierta autonomía de los gobiernos democráticos de los países de América Latina que ya rechazan masivamente el Consenso de Washington.25 No es que Estados Unidos sea ahora un poder con objetivos diferentes, que haya abandonado la idea de la persecución de su imperio global, no están proponiendo Hardt y Negri un salto ontológico en la ética política estadounidense. Se trata más de un problema de eficacia, un cambio en el poder de su poder. Ciertamente, ya no es el Estados Unidos dorado, clásico, de la posguerra. Se ha convertido en un poder algo aterrorizado, que 24 Boron, op.cit., p. 82. 25 Negri, “La fractura del orden global” en op.cit., p. 29. 23 dirige todos sus esfuerzos a lidiar con la profunda inestabilidad global y con el surgimiento inevitable de pequeños y grandes poderes que se le oponen. En correspondencia con Hardt y Negri, a Immanuel Wallerstein no le parece que haya duda sobre la decadencia de los Estados Unidos: Sin duda la carta más fuerte de Estados Unidos sigue siendo la militar; de hecho, es su única carta. [...] Pero, ¿eso quiere decir que Estados Unidos puede invadir Iraq, conquistarlo rápidamente e instalar un régimen amistoso y estable? Para nada. Téngase en mente que de las tres guerras importantes que el ejército estadounidense ha librado desde 1945 -Corea, Vietnam y la guerra del Golfo-, una terminó en derrota y dos en empate: no precisamente un expediente glorioso. […] El verdadero dilema no es si Estados Unidos está en decadencia como potencia hegemónica, sino si podrá encontrar un modo de caer con elegancia, con el menor daño para el mundo y para el propio país.26 ¿Por qué Boron está tan en desacuerdo con estas ideas? ¿Por qué parece estar viendo una realidad completamente diferente? Ahí donde H&N y Wallerstein ven fracasos: las invasiones de Iraq y Afganistán (es decir, ven el fracaso del intento estadounidense de permanecer como el gran poder global), Boron ve más bien la misma potencia y el mismo grado de criminalidad y facilidad con que Estados Unidos dominaba el planeta en años anteriores. Boron afirma incluso que la globalización es una ficción, un invento que esconde la manipulación estadounidense del mundo entero: Es increíble que H&N no hayan prestado atención a los sensatos comentarios que hiciera no hace mucho un genuino liberal estadounidense de sólidas convicciones socialdemócratas. Nos referimos a John K. Galbraith, quien agudamente sostuvo que “la globalización no es un concepto serio. Nosotros, los norteamericanos, lo inventamos para ocultar nuestra política de penetración económica en el exterior (Galbraith, 1997, p.2).27 La idea de Galbraith tiene su porción de verdad, ¿pero acaso la penetración de los productos chinos en los mercados internacionales es también un invento de los norteamericanos? ¿No tenemos bastantes pruebas cotidianas de una globalización multipolar? Escribe Negri que “La actitud estadounidense es un estado de ánimo peligroso, una ideología que mistifica los datos de los análisis y oculta la responsabilidad 26 Op.cit., pp. 31-33. 27 Atilio Boron, op.cit., p. 136. La cita de Galbraith es de “Entrevista a John K. Galbraith”, en Folha de Sao Paulo, noviembre 2, Brasil, pp. 2-13. 24 del capital colectivo.”28 Esta última frase es importante: si es cierto que el enfoque en los Estados Unidos nos desvía de la responsabilidad del capital colectivo internacional, entonces la actitud antiestadounidense es un obstáculo para la actividad anticapitalista eficaz.29 Podemos observar, por supuesto, que en la nueva situación hay prácticas e ideas que se mantienen idénticas, o por lo menos muy similares, como el interés por la acumulación, la justificación de la guerra y de la ocupación por los beneficios de la tecnología o la "civilización", etc., pero hay un cambio innegable: que no hay un solo hegemon ni dos, sino un tropezado balance de poderes internacionales, militares, económicos e ideológicos, que hay un marco institucional y jurídico que, si bien es difuso, reglamenta las relaciones entre países, o que por lo menos su presunción de reglamentación ya es algo nuevo; y finalmente, y como lo más importante: la aparición de las entidades transnacionales que en varias situaciones han probado ser más poderosas que los Estados nacionales (la Troika contra Syriza, por mencionar lo más reciente).30 Estos hechos, si bien se pueden rastrear tiempo atrás, han encontrado en nuestros días una articulación más sólida. Sin embargo, y al final de todo, la seguridad con la que Boron advierte que dejar de considerar a los Estados Unidos como el poder mundial es un descuido peligroso me hace sospechar que quizás haya algo de verdad en ello. Quizá tener la carta militar, aunque sea la única, es tener la carta más importante. 28 “El Imperio y la Multitud: un diálogo sobre el nuevo orden de la globalización”, en op.cit., pp. 45-46. 29 “La autonomía es un arma más fuerte que el antiimperialismo. Si el poder mundial fuera el imperialismo yanqui, sería necesario luchar en el sentido de la soberanía nacional como freno al imperialismo yanqui. Pero no es el imperialismo yanqui. Me parece que tenemos una sobreestimación del poder estadounidense. Entonces hay que afrontar otros enemigos que no son solamente los yanquis. Son los Kirchner argentinos que colaboran con una red de poderes económicos [son Slim y Televisa y las mineras canadienses etc.]. Esa red constituye el poder actual. No es un país. Creo que la sobreestimación del poder estadounidense implica una subestimación de otros poderes de dominación que existen hoy.” en “La autonomía es un arma más fuerte que el antiimperialismo”, entrevista de lavaca con Michael Hardt en op.cit., p. 133. 30 Mientras se redactaba esta tesis, sucedía en el mundo político el “Drama Syriza”. Cuando escribí los primeros borradores, apenas se seguía en la alegría de la victoria en elecciones. En el momento en que escribí este capítulo, ya se empezaba a ver complicada la negociación del equipo de Varoufakis con los representantes de la Unión Europea. Finalmente, ahora que escribo esta nota al pie, ya ha sucedido la aceptación del infame Plan de Rescate y ha dimitido el primer ministro Alexis Tsipras. 25 El caso de América Latina ¿Cómo nos sirve la perspectiva de Echeverría para pensar la región latinoamericana en particular?En esta vuelta de siglo, varias proyectos identificados con la izquierda han arribado a la administración estatal. ¿Cuáles son los resultados que han conseguido o que podrán conseguir de seguir por la misma vía? ¿Qué tanta diferencia hay entre los gobiernos de izquierda y los gobiernos conservadores o neoliberales? Estamos, por supuesto, en el terreno de una pregunta antaña en torno a la posibilidad de superar el capitalismo a través del Estado, tomar las riendas del aparato gubernamental para modificar las relaciones sociales de producción. El Estado, y lo podemos ver claramente en el caso del Brasil contemporáneo, tiene que servir a dos amos: protege la acumulación, proceso del cual depende, y a la vez defiende a su población y territorio de la libre explotación salvaje, pero no completamente: sólo la dosifica, la deja en el frágil punto de tolerancia, un punto que a cada momento se mueve y se negocia. Mientras los mandatarios de izquierda expresan que el sentido del proceso que dirigen es superar la situación de pobreza que las relaciones de producción capitalistas han creado, se ven obligados a financiar sus programas de justicia social con la riqueza obtenida de su participación en ese mismo juego económico que señalan como raíz de todos los problemas. Pero es que a estos gobiernos parece quedarles claro que la superación del capitalismo tiene que pasar primero por el desarrollo de una salud capitalista no oligárquica, que es su tarea modernizar (otra vez) a sus naciones, volverlas territorio de ciudadanos y de democracia, para después, ya en la opulencia, dar el salto hacia formas de producción no capitalistas. Debido a la paradoja en la que habitan estos Estados "progresistas", que pretenden dirigir y erradicar la acumulación de capital pero al mismo tiempo se ven obligados a protegerla, Eduardo Gudynas ha propuesto reconocerlos con el término de “Estado compensador”, es decir un Estado que “compensa” el sometimiento de su población a las dinámicas del capital mediante diversas políticas sociales, a veces muy parecidas, según Gudynas, a una caridad cristiana.31 El Estado compensador es en verdad una figura paradójica, barroca, como escribiría Bolívar Echeverría. Barroco porque intenta resolver dos polos entre sí opuestos, 31 Todo esto en: Gudynas, Eduardo, “Estado compensador y nuevos extractivismos” en Revista Nueva Sociedad N°237 enero-febrero 2012, Buenos Aires, Argentina. 26 contradictorios, mediante un arco, mediante un mero “ponerlos juntos a convivir”. Sirve a dos Señores enfrentados: la acumulación de capital y la superación de la pobreza. En una resolución en cierta medida esquizofrénica, al mismo tiempo que afirma que el causante primario de la pobreza es la acumulación de capital, piensa que deberá proteger y dejar seguir ese proceso hasta el punto en que pueda ser superado y borrado de la faz de la tierra. Se trata en verdad de un postulado que encuentra su resolución en la paradoja, un verdadero credo quia absurdum. En lo esencial, el gobierno de izquierda sigue siendo un agente capitalista, protector y salvaguarda de la acumulación de capital, que con una de sus manos reparte pan a los pobres que su otra mano oprime. Se parece a un dueño con dos perros irreconciliables, constantemente enfrentados; en vano trata de separar al más grande del más pequeño, no tiene la fuerza para ello. No queda claro si de ese más o menos impotente intento de dirigir la acumulación de capital, de reducir los efectos nocivos de ese proceso, podrá surgir en algún momento el tiempo de la superación de las relaciones que lo conforman. 27 Capítulo II Izquierda y Estado En el capítulo anterior vimos se reflexionó acerca de la relación del Estado nacional con la acumulación de capital. En lo que sigue, trataremos de describir algunos problemas que hay entre el Estado y las distintas expresiones de la izquierda. Crisis de la izquierda estatal Podemos comenzar con una afirmación común: la izquierda se encuentra en crisis. El arribo a la administración de ciertos Estados nacionales en América Latina por parte de gobiernos de izquierda no ha significado la superación de la crisis, sino más bien otro problema: no encontrar en las políticas estatales las salidas radicales que eran esperadas. Esto hace necesario plantear preguntas sobre la relación entre la izquierda y el Estado. Lo que Bolívar Echeverría escribe es que la crisis de la izquierda se debe, en gran parte, a la misma crisis de la institución que ha sido casi de manera incuestionable el gran lugar para la actividad política: La izquierda reproduce en su desconcierto y su inactividad actuales la descomposición del medio en el que solía tradicionalmente adquirir identidad y desenvolver su acción: las instituciones sociales y políticas del Estado, el mundo de “la política”, en la figura en que ha prevalecido durante más de dos siglos. [...] El desconcierto y la inactividad de la izquierda se deben a su fidelidad al mundo de la política del Estado nacional moderno, a su incapacidad de reconocer y asumir el hecho de la descomposición de ese mundo.32 Un alto porcentaje de lo que se considera acción política tiene irremediablemente que trabar, entrar en relación, con el organismo estatal; yendo más lejos, muchas veces se piensa que entrar en relación con el Estado, sea confrontándolo o sirviéndose de él, es la esencia de la actividad política. Hay también sectores de la izquierda que trabajan con una agenda distinta, como actualmente el zapatismo, y crecen las organizaciones y las redes, los individuos, que creen posible mantener una práctica política que no 32 "Ser de izquierda, ¿hoy?", op.cit., pp. 264, 268. 28 necesariamente desemboque en la agenda estatal. Sin embargo, la fuerza y notoriedad de la izquierda con lógica estatal, en comparación, es apabullante -aunque quizás esa notoriedad se deba a su presencia en los medios informativos típicos de la dinámica institucionalizada, periódicos y televisión, medios que en su forma actual parecerían no estar listos ni dispuestos para recoger la información que proviene de otro tipo de movimientos. Las coyunturas electorales están pintadas de una tensión política que parece luego ir desvaneciéndose en la cotidianidad. Como si el único momento para lo político fuera la oportunidad electoral de tomar el gobierno. También son importantes las coyunturas marcadas por la aprobación de reformas. Éstas son a priori tildadas de embates contra "el pueblo" (no que no lo sean) y son resistidas. La actividad de la izquierda estatal, entonces, se puede resumir en dos momentos, tres en realidad: La pugna por vencer en elecciones, la resistencia al gobierno en turno, y un tercero que en México no ha podido experimentarse pero que conocemos por otros Estados latinoamericanos: la victoria en elecciones y el acompañamiento a la administración de un gobierno "progresista". El problema con esta tercera fase para la izquierda, que muchas veces se ve como la última antes del éxito, es que los gobiernos no han tenido el poder suficiente para provocar las transformaciones que se aluden en el discurso. No hay en el Estado la soberanía que se piensa que hay, entendiendo por ésta la libre capacidad de auto- configurar lo social. Sucede lo mismo en el resto del mundo: Las negociaciones de Syriza con la Troika parecen ser un callejón sin salida, las instituciones europeas difícilmente cederán (aunque quizás el mayor problema es tener una población que no considera la salida del euro como una opción). ¿Es posible plantear el abandono del capitalismo desde el Estado? Lo que Bolívar Echeverría parecería responder es que no, o por lo menos muy difícilmente. Ese gobierno transnacional (el Imperio de Hardt y Negri) toma decisiones a las que lasnaciones (las provincias del Imperio) no pueden negarse. Pero esto no es solamente debido a una suerte de obediencia al poder central, a la hegemonía militar y tecnológica del Norte, sino primeramente y ante todo de una obediencia al modelo civilizatorio capitalista del mundo de la vida. ¿De qué izquierda se habla cuando se dice izquierda? ¿La izquierda entraña necesariamente el anti-capitalismo o hay un capitalismo de izquierda? La pregunta es 29 importante para comprender el posicionamiento de Bolívar Echeverría, pues parece decirnos que la actividad anticapitalista no puede ser entablada desde el Estado: El poder que está en disputa en el terreno de la política moderna, lejos de ser el poder soberano de decisión sobre el destino de la sociedad, no es más que el poder de imponer a los demás una determinada versión de la obediencia al sujeto-capital.33 Para Echeverría, la verdadera izquierda, la radical, debe ser la que se opone, resiste, el hecho de la enajenación; hay que partir de esa unidad básica de sentido. Pero esa unidad básica entraña una dificultad extraordinaria. La izquierda estatal contemporánea parte de la idea de que va a dirigir los instrumentos estatales hacia la superación de la enajenación -aunque muchas veces no se tenga bien en claro teóricamente ese concepto, y se le traduzca por desigualdad, injusticia, etc. Bolívar Echeverría, en el párrafo anterior que hemos citado, parece negar esa posibilidad. El Estado implica la obediencia al capital. Holloway escribe en el mismo sentido que el Estado conduce inexorablemente a la reconciliación con el hecho de la enajenación, a la rendición ante la conciencia automática de las mercancías en su circulación capitalista. Decir que el Estado es parte de un proceso equivale a decir que canaliza la actividad social de una manera tal que la reconcilia y la integra en la reproducción del capital. Entrar en contacto con el Estado significa ser jalados a canales dirigidos hacia la reconciliación con el capital. A través de las elecciones, nuestra ira es canalizada en una forma que la hace no dañina para el capital. Enfocar las rebeldías en el Estado o en la conquista del poder estatal sería aceptar sus estructuras, adentrarse en su lógica de poder -jerarquía, lenguaje, cálculos de poder, etcétera-. Esto es, debilitar el movimiento , no fortalecerlo. El intento de cambiar al mundo a través del Estado es simplemente el intento de adaptar las fisuras creadas por la rebeldía a las estructuras capitalistas, un intento de vaciar la rebeldía en moldes hechos para la reconciliación. El Estado (y el partido estadocéntrico) no es la forma adecuada para organizar la lucha contra el capitalismo.34 Las grandes opciones estatales frente al capitalismo occidental no han significado un no- 33 "Ser de izquierda, ¿hoy?", op.cit., p. 266. 34 “Poder y antipoder”, John Holloway, en Imperio y movimientos sociales en la edad global, Claudio Albertani, UACM, México, 2004, pp. 248, 250. 30 capitalismo sino un capitalismo distinto. Lo que la URSS y Cuba consiguieron fue imponer un capitalismo de Estado, de Partido, mas no un modo de vida no capitalista. Por más diferentes que sean los gobiernos "socialistas" o "progresistas" de los típicamente neoliberales, hay una similitud que es esencial, y que parece solamente ser traspasada en discursos. La izquierda como creación de un Estado fuerte Volvamos a Borón, a quien estamos usando como representante de la vía estatal.Es usual en la obra de Borón que se coloque a sí mismo como "el realista", el que no transa con conceptos "poéticos"; el Estado es la única vía "realista", dice Borón, para provocar los cambios aludidos. Por supuesto, el poderío de un Estado nacional es incomparable con la suma de poder e instrumentaje, con la capacidad de acción, que pueden tener las organizaciones sociales, ¿pero esto significa necesariamente que la vía estatal es la mejor vía? La invectiva de Borón se compara con la idea de que solamente una URSS poderosa iba a vencer a los Estados Unidos, pero la URSS no significó, realmente, una diferencia en cuanto al telos de la producción. Su organización productiva, como la norteamericana, no estaba tejida alrededor del valor de uso, sino de “la producción por la producción”. Borón piensa que es necesario un Estado latinoamericano fuerte para resistir el embate de los Estados Unidos. Borón está hablando aquí de anti-norteamericanismo, ¿se considera un anti-capitalista? Aun si los Estados Unidos son un brazo armado de la acumulación de capital (y no el único), es un error suponer que su derrota es la derrota del capitalismo. No se trata tanto de derrotar al ejército norteamericano, aun si éste invade para luego aplicar en los territorios dominados severas dinámicas capitalistas, sino de derrotar esas dinámicas estén o no los Estados Unidos presentes. Se trata de derrotar los procesos de despojo que ocurren en Brasil y México y cualquier parte del mundo. Sobre la exigencia de que, de manera benjaminiana, el Estado detenga el Progreso y busque formas alternativas de crear riqueza, Boron escribe: ¿Hasta qué punto podríamos estar autorizados a exigirle a los países que, no por propia voluntad, sino a causa de la dominación imperialista quedaron sumidos en el atraso y el subdesarrollo, que se resignen a permanecer en esa situación, o tal vez conformarse con un módico progreso, pero a años luz de los niveles de vida de los países que se 31 beneficiaron durante siglos del despojo colonial?35 Debe ser uno de los párrafos más débiles en la obra del sociólogo argentino. ¿Autorizados quiénes? ¿los académicos, los pensadores, los “intelectuales”? No creo que se trate de exigencias ni de autorizaciones, Boron y sus colegas no son príncipes. Hay que partir del hecho de que sea lo que sea el resultado de la discusión reflexiva, los gobiernos pueden muy bien ignorarlo (al mismo tiempo que extienden más becas de investigación a sus detractores; la suerte de los gobiernos latinoamericanos no se decide en los institutos). Me parece que Boron tiene una perspectiva optimista sobre los efectos de su discurso (que quizás por su fama puede estar no mal fundada), cree que de su pensamiento se extraerán exigencias que deben ser autorizadas, supongo que por "la moral", para poder dirigir el rumbo de los Estados nacionales –es un consejero de la Corte. Por mi parte pienso que la relación del escritor con el poder debe ser otra: si lo que el pensamiento halla es que se debe detener el “tren del progreso”, entonces ese hecho debe postularse aun si no sería “justo”, no sé desde qué perspectiva, para los latinoamericanos que no han podido tener un nivel de vida parecido al de sus explotadores. ¿Pero qué ahora todos los seres humanos deberían de probar las delicias del capitalismo antes que podamos dar el paso a superarlo? Es una interpretación interesante de uno de los fragmentos de Walter Benjamin, ese que buscaba hacer justicia en el presente a los caídos del pasado. Para Boron, hacer justicia a las víctimas históricas del capitalismo significa darle a sus descendientes el lado claro de la explotación. Porque si Boron es marxista deberá recordar que no hay capitalismo sin explotación. ¿Quiénes serán los explotados de esas naciones que Boron desea ver desarrolladas? Pienso que en la situación actual de la izquierda hace falta un ejercicio de búsqueda de la identidad, una auto-definición crítica de las fuerzas alternativas. Se puede ser anti-norteamericano siendo capitalista, no están peleadas esas palabras. La Rusia actual, por ejemplo, China, sus intereses son, por lo general, divergentes de los norteamericanos, son adversarios, pero son también marcadamente capitalistas. ¿Boron quiere que
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