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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN HISTORIA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS INSTITUTO DE INVESTIGACINES HISTÓRICAS La “crisis” de las ciencias históricas hacia el final del siglo XX. Observaciones desde la historiografía cultural TESIS QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: MAESTRO EN HISTORIA PRESENTA: Daniel Guzmán Vázquez TUTOR: Dr. Fernando Betancourt Martínez Instituto de Investigaciones Históricas (UNAM) MÉXICO, D. F. Enero 2015 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. INVESTIGACIÓN REALIZADA GRACIAS A LA COORDINACIÓN DE ESTUDIOS DE POSGRADO DE LA UNAM Y A SU PROGRAMA DE BECAS PARA ESTUDIOS DE POSGRADO AGRADEZCO LA BECA RECIBIDA DURANTE LOS SEMESTRES 2013-1 Y 2014-2 INVESTIGACIÓN REALIZADA GRACIAS AL PROGRAMA DE APOYO A PROYECTOS DE INVESTIGACIÓN E INNOVACIÓN TECNOLÓGICA (PAPIIT) DE LA UNAM PROYECTO. IG401013 “LOS DERECHOS HUMANOS EN EL ENTRAMADO DE UN ESTADO LAICO DE HONDA RAIGAMBRE RELIGIOSA: 1857 - 2012” AGRADEZCO A LA DGAPA-UNAM LA BECA RECIBIDA DURANTE EL SEMESTRE 2015-1 AGRADECIMIENTOS Esta investigación se realizó gracias a la beca otorgada por la Coordinación de Estudios de Posgrado de la UNAM, así como a la beca de terminación de tesis con la que me benefició la DGPA y el Programa de Apoyo y Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la UNAM, a través del proyecto titulado “Los derechos humanos en el entramado de un Estado laico de honda raigambre religiosa: 1857-2012” (PAPIIT- IG401013). La revisión de la tesis estuvo a cargo de un jurado de gran calidad académica. Así como en mi tesis de licenciatura, tuve la suerte de ser dirigido por el Dr. Fernando Betancourt, gran maestro, a él le debo gran parte de mi formación. El Dr. José Rubén Romero Galván atendió con mucha disposición e interés la tesis durante más de un año en los seminarios curriculares, sus comentarios contribuyeron indudablemente al mejoramiento de la tesis. Durante estos seminarios conté también con el gran apoyo del Dr. Martín Ríos, sus artículos y sus comentarios fueron básicos para la modificación del proyecto original, su motivación ha sido invaluable para mí. De manera particular, estoy muy agradecido con la doctora Eugenia Allier por la confianza y el apoyo en la lectura de la investigación, tratándose de una especialista en teoría de la historia, sus comentarios me han motivado mucho y llenado de ánimo. En aras de mi formación, espero poder seguir estrechando lazos académicos con ella durante los siguientes años. De manera muy amable, el Dr. Andrés Ríos aceptó revisar este trabajo de tesis, sus comentarios tan favorables al texto también me indicaron que la investigación podía llegar a buen puerto, estoy muy agradecido con él. Agradezco también el invaluable apoyo que tuve de parte de la Dra. Gloria Villegas a través de sus seminarios y comentarios. Me resulta casi imposible corresponder a su apoyo y deferencia. También agradezco la confianza y apoyo de parte de la Dra. Margarita Moreno, la inclusión en el proyecto de investigación al que ha dedicado tanto esfuerzo fue clave para la terminación de la tesis. Mi familia siempre ha confiado en mí y sin su apoyo esta investigación no hubiera sido posible. Mi mamá ha sido un gran ejemplo, su apoyo a lo largo de todo este tiempo ha sido el más importante. Espero que próximamente obtenga su grado de doctorado. A mi padre le agradezco la gran confianza y cariño que ha depositado en mí y confío que este trabajo cumplirá sus expectativas. Agradezco también a mi hermana que está en proceso de titularse, le auguro una carrera académica brillante. No puedo dejar de agradecer a Alejandra por escucharme hablar todo este tiempo acerca de temas que ahora han cobrado algo de sentido en esta tesis. Su apoyo ha sido incondicional y elemental, así como su confianza y su amor. Con gran satisfacción veo su desarrollo académico y sé que pronto cosechará importantes frutos. Otras personas importantes también han prestado oídos a los temas de este escrito y su apoyo como interlocutores ha sido muy importante. Mis colegas de los seminarios de tesis, Tania y Eduardo, juntos nos formamos y retroalimentamos, espero seguir cultivando su amistad. Agradezco a mi amigo de vida, Jorge Rizo, quien leyó una parte de la tesis y cuyos comentarios fueron muy elogiosos, desde hace años nuestras conversaciones han sido suelo fértil para el presente escrito. Una mención especial es para Vianey, quien no sólo me permitió comentar su tesis, sino que además prestó oídos para comentar la mía. Su interés en temas de teoría ha sido muy reconfortante para mí, siempre estaré en deuda con su confianza. ÍNDICE INTRODUCCIÓN .................................................................................................... IX Justificación y objetivos ......................................................................................................... XI Organización de la tesis ....................................................................................................... XIV Notas sobre algunos términos ............................................................................................... XVII 1.– DISPERSIÓN HISTORIOGRÁFICA Y DISOLUCIÓN DEL PASADO. OBSERVACIONES DESDE LOS AÑOS OCHENTA ........................................... 19 1.Introducción al problema .................................................................................................... 19 1.1 Nuevas historias y ciencias sociales ................................................................................... 22 1.2 Los nuevos objetos de la historia ....................................................................................... 36 1.3 La disolución del pasado ................................................................................................. 44 2.– LO CULTURAL: EL CAMPO SIMBÓLICO DE LA HISTORIOGRAFÍA .. 57 2.1.1. Las diferentes mentalidades .......................................................................................... 57 2.1.2. La nueva historiografía cultural .................................................................................... 67 2.2.1. De lo social a lo cultural (las diferencias de método) ....................................................... 70 2.2.2. Estructura social e individuo ........................................................................................ 72 2.2.3. Significados y prácticas ............................................................................................... 77 2.3. La representación: el pasado según el pasado ..................................................................... 86 3.– LAS CIENCIAS HISTÓRICAS Y LA SOCIEDAD MODERNA .................... 95 3.1. Historiografía y sociedad, el giro cultural .......................................................................... 95 3.2. Los modelos de investigación social y las historias culturales ............................................. 1043.3. La construcción histórica: el pasado según el presente ....................................................... 114 CONCLUSIONES ................................................................................................... 125 BIBLIOGRAFÍA, HEMEROGRAFÍA Y OTRAS REFERENCIAS ..................... 131 IX INTRODUCCIÓN El tema general del presente escrito se inscribe en la historia del conocimiento, de aquel que se ha llamado conocimiento científico y dentro de este, del conocimiento producido por la “ciencia de la historia”. El estudio sin embargo se centra en un período caracterizado por un hondo descreimiento acerca de la cientificidad de la historia, aquel que desde el final de los años ochenta se fortaleció conforme el siglo transitaba hacia un mundo post-soviético. El siglo XX fue el que vio el impulso por construir la ciencia social de la historia, pero también el que conoció los mayores intentos por renunciar a tal proyecto. Paulatinamente, las voces que cobraron mayor relevancia fueron las que reivindicaron a la historiografía como un género literario, así como las que combatieron el uso de nociones provenientes de las ciencias sociales y de métodos cuantitativos por considerarlos “ajenos” a los discursos históricos.1 De hecho, la misma noción de “ciencia” pareció excesiva –si no es que inapropiada– para definir los trabajos realizados por los historiadores. En ningún otro período la fragmentación de los estudios históricos fue tan profunda, nunca antes habían habido tantos profesionales de la historia ni tantos campos ni objetos de estudio. Pero sobretodo, nunca antes habían causado tal alarmismo las críticas que cuestionaron la correspondencia entre los discursos históricos y el pasado como realidad independiente. La “crisis” de la historia fue una crisis de sus fundamentos de conocimiento. Y el fundamento más importante era el de la realidad histórica, el de saber que toda investigación histórica encuentra tarde o 1 Vid., Hayden White, “The burden of history”, en History and Theory, Middletown, Connecticut, v.5, n.2, Wesleyan University Press, 1966, p. 111-134. X temprano la posibilidad de desprenderse de su propia condición como práctica y discurso para dar cuenta de una realidad independiente: el pasado. Algunas críticas de este período insistieron en que toda referencia al pasado dependía de las características de la observación construida por la práctica historiográfica, pero más aún, que resultaba imposible distinguir entre la realidad de la que hablaban los discursos históricos y los discursos mismos. Temas como éste llamaron especialmente la atención de las historiografías culturales, corriente que se consolidó a partir de dicho período. Fue este campo el que asumió en sus temas y en sus procedimientos este tipo de problemas del conocimiento, a los cuales se sumaban a otros que provenían de varias áreas de las ciencias sociales y de distintas corrientes intelectuales. 2 Así, el primer gran objetivo de la tesis consiste en demostrar cómo las discusiones “teóricas” no son sino una forma más general o explícita de desarrollar los problemas de conocimiento con los cuales operan los campos de la investigación histórica, problemas íntimamente relacionados con sus métodos y con sus conceptos. De ello deriva la pregunta general de la tesis: ¿cuáles fueron los problemas epistemológicos que conformaron la “crisis de la historia” hacia finales de los años ochenta y cómo respondió el campo de la historiografía cultural ante este contexto?. Para obtener una respuesta se examinó el desarrollo mismo de la investigación histórica, sus propios diagnósticos sobre los problemas de conocimiento y los significados particulares que estos adquirieron en los estudios históricos. No se buscó evaluar la adecuación de las ciencias históricas a algún modelo general de la ciencia, sino que se describieron los 2 Vid. Florencia Mallon, “Time on the Wheel: cycles of revisionism and the new cultural history”, en The Hispanic American Historical Review, Durham, Carolina del Norte, Duke University Press, v.19, n.2, p. 350-351.; Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los posmodernismos, Valencia, Universidad de Valencia, 2005, p.177-178 y ss. XI problemas epistemológicos de acuerdo con las ciencias históricas en un período específico. Por esta razón, se ha privilegiado el uso de las referencias historiográficas y hemerográficas sobre los problemas del conocimiento histórico. Sólo a partir de esta información y no de un modelo normativo, se han ensayado análisis o consecuencias más generales para el campo de las ciencias históricas. Esto no supuso simplemente reproducir los diagnósticos que desde los años ochenta hicieron los historiadores acerca de su campo de estudio, sino que este tipo de balances han sido contrastados con la forma procedimental que siguieron las investigaciones. Así, se compararon dos niveles; uno que se podría denominar el “nivel normativo (el deber ser)” de la investigación histórica y otro que es el “nivel pragmático” de dicha investigación. Esta estrategia resultó particularmente útil, por ejemplo, para contrastar cómo mientras algunos historiadores señalaron como causa de la crisis de la historia a las relaciones que se establecieron con las ciencias sociales, al nivel de la práctica y la escritura de la historia, dichas relaciones fueron imprescindibles para el desarrollo de la investigación misma. Justificación y objetivos Se ha vuelto un lugar común interrogar sobre la pertinencia de los trabajos “teóricos” en los estudios históricos. Cualquier reflexión historiográfica o epistemológica parecería de menor importancia frente al estudio de un tema “propiamente histórico”. La noción de “teoría de la historia” sugiere un tipo de estudio que por su propia naturaleza parecería ajeno al trabajo del historiador y es por ello que habría que cuestionar la pertinencia de seguir usándolo. Por lo que se refiere a la presente investigación, se trata de estudiar un caso de teoría del conocimiento histórico a partir de marcos XII temporales específicos y de las problemáticas particulares asociadas a esos marcos, es decir, por medio de un ejercicio de historización. Las mismas condiciones de este campo de estudio, obligan a un tratamiento detallado de los conceptos y problemas sobre el conocimiento, si éste no coincide con ciertas formas de la historia social o política, no puede derivarse de ello que no se trata de una descripción cabalmente historiográfica. La suposición de que la “teoría de la historia” es un producto ajeno a la investigación “propiamente histórica”, omite la pluralidad historiográfica existente y sugiere que hay un método y una forma de hacer la historia. En otras palabras: defiende una concepción esencialista del saber histórico. ¿Cuál es la razón que cierto tipo de historia del conocimiento resulte “menos historiográfica” que una historia de la cultura o de un suceso político?. Como consecuencia del desarrollo historiográfico del siglo XX, parte del cual es estudiado en este escrito, se ha vuelto preciso re-dimensionar los lugares y las formas en que se producen investigaciones históricas. Lo mismo en la física, en el derecho o en la economía y muchos otros ámbitos, se elaboran historias para el tratamiento de problemas especializados, los cuales pueden escapar del campo de trabajo del historiador profesional. 3 Hay que considerar seriamente estos elementos cuando se recrimina a la “teoría” apartarse de la “naturaleza” del trabajo historiográfico. Por otro lado, no hay obra historiográfica que no tenga relación con modelos o criterios de conocimiento que a su vez no afecten el tipo de análisis quese hace del objeto de estudio. De ahí que la cualidad crítica de una investigación histórica depende en gran medida de su capacidad para dar cuenta de los límites y posibilidades de sus marcos de descripción. A esta 3 Por ejemplo, una de las investigaciones históricas de mayor importancia en la actualidad no fue escrita por un historiador ni tampoco sigue estrictamente los estados de la cuestión que se discuten en los círculos profesionales del historiador. Y no por ello no es con todo derecho -entre otras cosas- una obra de historia: Thomas Piketty, Le capital au XXIe siécle, París, Seuil, 2013, 970 p. XIII tarea está enfocada lo que por fuerza de la convención se sigue denominando “teoría de la historia”. Tres grandes tipos de estudios confluyen en la tesis, en primer lugar las historias generales de la historiografía del siglo XX,4 en segundo, los balances sobre la historiografía cultural,5 y en tercero, las obras que al reflexionar sobre el saber histórico fungen como el marco teórico de la propuesta.6 La contribución más importante de la presente investigación pretende ser la de describir las líneas generales de los problemas del conocimiento histórico desde los años ochenta para explorar las respuestas 4 Entre otros: Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929- 1989, trad. de Alberto Luis Bixio, Barcelona, Gedisa, 2006. 141 p ; François Dosse, La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”, trad. de Francesc Morató i Pastor, México, Universidad Iberoamericana, 2006, 249 p.; George G. Iggers, New directions in european historiography, Middletown, Wesleyan University Press, 1984, 267 p.; George G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, trad. de Iván Jaksic, México, Chile, Fondo de Cultura Económica, 2012, 277 p.; Q. Edward Wang y Georg G. Iggers (editores), Turning points in historiography. A cross-cultural perspective, Nueva York, The University of Rochester Press, 2002 349 p. ; Lawrence Stone, El pasado y el presente, trad. de Lorenzo Aldrete Bernal, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 289 p.; Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los posmodernismos, Valencia, Universidad de Valencia, 2005, 254 p.; Elena Hernández, Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy, Madrid, Akal, 2004, 574 p.; Josep Fontana, La historia después del fin de la historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1992. 153p. 5 Roger Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultura, trad. de Claudia Ferrari, Barcelona, Gedisa, 1996. 275 p.; Lynn Hunt, Aletta Biersack et. al., (editores), The new cultural history, Berkeley, University of California Press, 1989, 244 p.; Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, trad. de Pablo Hermida Lazcano, Barcelona, Paidós, 2006, 169 p.; Peter Burke, Formas de hacer historia cultural, tr. Belen Urrutia, Madrid, Alianza, 2000. 307 p.; Julio Serna y Pons, Anaclet, La Historia cultural. Autores, obras, lugares. Madrid: Akal, 2005, 224 p. ; 6 Michel de Certeau, La escritura de la historia, trad. de Jorge López Moctezuma, México, Universidad Iberoamericana, 2006, 334 p. ; Fernando Betancourt, “La fundamentación del saber histórico en el siglo XX: investigación social, metodológica y racional operativa”, Estudios de Historia moderna y Contemporánea de México, México, n.40, julio-diciembre, 2010, p. 91-120. ; Fernando Betancourt, “La transformación de la historia como problema teórico. Una relectura de la obra de Michel Foucault”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.35, 2010, p. 193-227.; Alfonso Mendiola, “Hacia una teoría de la observación de observaciones: la historia cultural”, en Historias, México, INAH, 2005, p. 19-35. ; Alfonso Mendiola, “El giro historiográfico: la observación de observaciones del pasado”, en Historia y grafía, Universidad Iberoamericana, n.15, 2000, p. 181-208.; Mendiola, Alfonso y Guillermo Zermeño, “De la historia a la historiografía. Las transformaciones de una semántica”, Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.4., 1995, p. 245-261.; Luis Gerardo Morales Moreno (comp.), Historia de la historiografía contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2005, 540 p.; Wolfgang Mommsen, “Las ciencias históricas en la sociedad industrial moderna”, en Debates recientes en la teoría de la historiografía alemana ,(Silvia Pappe coord..), trad. de Kermit McPherson, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, Universidad Iberoamericana, 2000, p. 83-108. XIV de parte de las historiografías culturales a dichos problemas. Una vez cumplidos estos objetivos, se proponen algunas consecuencias generales derivadas de ello para las ciencias históricas. La posibilidad de generalización está dada por las pretensiones mismas de las historias culturales, cuyos enfoques de investigación fueron aplicados al resto de los campos de estudio y no sólo al de la cultura. Partiendo del final de los años ochenta, se busca explorar y argumentar a grandes rasgos, cuáles son las condiciones teóricas y los problemas de conocimiento que atañen a la investigaciones históricas en la actualidad. Organización de la tesis El trabajo de investigación está dividido en tres capítulos, cada uno de los cuales se compone a su vez de tres subcapítulos. El primer capítulo explora el estado que guardaba la teoría y la investigación de la historia hacia el los años ochenta. El objetivo general de este apartado es describir el contexto en el que se produjo el cuestionamiento sobre el carácter científico de la historia. Para ello se analizan tres aspectos; primero, la pregunta que se busca responder es: ¿cuál es la posición que ocupaba el saber histórico dentro del marco del conocimiento según ciertas observaciones del período?; en segundo lugar se ensaya una respuesta acerca de qué fue lo que ocasionó la fragmentación y la multiplicación de los objetos de estudio. Este elemento en realidad constituye una extensión o una consecuencia del anterior, ya que la proliferación de temáticas fue producto de las múltiples interacciones que las historias mantuvieron con distintos saberes como parte de sus operaciones a lo largo del siglo XX. El tercer subcapítulo analiza lo que se puede llamar la recepción del tema del “final de la historia” tal y como lo desarrollaron los historiadores, es decir, en el entendido de que con XV los años noventa llegaba también la amenaza (en la forma de “relativismo”, “posmodernismo”, “subjetivismo” y otros clichés similares) del fin de la ciencia histórica. Tal y como indican los debates que iniciaron con la transición hacia un mundo post-soviético, el cuestionamiento de mayor importancia fue acerca de si discurso histórico podía representar o referir una realidad independiente (el pasado) más allá de sus propios marcos discursivos. Los tres subcapítulos del primer apartado describen así los aspectos del saber histórico en relación con su posición (dentro del campo del conocimiento, como estudio humanístico o como ciencia social), su condición (como disciplina o como campo de interacción de saberes) y su función (en la producción de conocimientos sobre el pasado). Cada uno de estos elementos, tiene continuidad en el resto del trabajo, de tal manera que todos los subcapítulos tienen correspondencia entre sí. Los subcapítulos primeros de cada apartado tratan de elementos contextuales, principalmente sobre aspectos y temas de la historiografía. Si se prefiere comenzar la lectura de la tesis a partir de un marco más general acerca de los estudios culturales, entonces convendrá comenzar con el subcapítulo 3.1. (“Historiografía y sociedad: el giro cultural”).Los subcapítulos segundos analizan los modelos de investigación usados en la investigación histórica, tanto para el caso de la “crisis disciplinaria” de la historia como para el estudio de la historia cultural y las consecuencias más generales para la investigación histórica. Finalmente, los terceros analizan el problema epistemológico sobre las posibilidades y los límites de la investigación histórica para dar cuenta del pasado. El segundo capítulo está dedicado al análisis de diferentes aspectos de la historiografía cultural. El subcapítulo inicial da continuidad al tema de la XVI “nueva historia (cultural)” y de la fragmentación de campos historiográficos. Los puntos del segundo subcapítulo continúan la exploración de la historia cultural por medio de algunos aspectos metodológicos. Se analizan las distinciones que provenientes de otras áreas de las ciencias sociales fueron utilizadas para la investigación histórica de la cultura, destacando la distinción entre estructura social/individuo que fue utilizada para rechazar el olvido de “lo humano” llevado a cabo supuestamente por la historia social. También se analiza la noción de “práctica social”, la cual define aquellas operaciones que socialmente construyen el significado del mundo. El subcapítulo tercero, titulado “la representación: el pasado según el pasado”, retoma el problema sobre la “disolución del pasado” descrito en el capítulo anterior. En él se argumenta que la imposibilidad de describir la realidad histórica sin intermediaciones o sin representaciones, lejos de implicar el final de la ciencia histórica o ser un impedimento para sus operaciones, fue una problemática que impulsó un amplio conjunto de investigaciones. En el último capítulo se desarrollan algunas conclusiones derivadas de los problemas descritos en los apartados previos. Básicamente se refieren a implicaciones de carácter epistemológico para los estudios históricos. El primer subcapítulo pretende situar a la historiografía cultural en un contexto social e intelectual que se define escuetamente como “giro cultural”. En él se describen algunos elementos que propiciaron el interés por lo cultural hacia la segunda mitad del siglo XX. En el segundo subcapítulo se analiza, a través de algunos estudios de caso, la relación entre modelos de investigación provenientes de distintas ciencias sociales y las historias culturales. Con base en los subcapítulos segundos de los apartados anteriores, se proponen algunas características generales sobre el funcionamiento de estos modelos XVII en la investigación histórica, y a su vez el papel que cumple ésta con dichos modelos. El último subcapítulo, titulado “La construcción histórica: el pasado según el presente”, ofrece una primera conclusión general sobre la tesis. En él se describen las características de los discursos históricos en tanto ciencias del presente. Notas sobre algunos términos Conviene hacer algunas aclaraciones previas sobre el uso de algunos términos. A lo largo de la tesis las palabras historia e historiografía son usados de manera indistinta, ya que se consideran términos equivalentes, por ejemplo al escribir sobre la historia cultural y la historiografía cultural. El argumento de ello es que toda referencia al pasado es producto de una práctica (historiografía) que condiciona el entendimiento del objeto de estudio y que se puede definir como historiografía. En otras palabras: no hay referencia histórica más allá de la historiografía.7 Otro concepto es el de observación. Basta con señalar que el término no se refiere al proceso por medio del cual la realidad es reflejada por el ojo del observador, sino muy por el contrario, al proceso mediante tal o cual realidad es condicionada por los criterios y el tipo de percepción que de ésa se hace. Para los casos de la presente investigación, la noción de observación no se refiere a algo que es visto por parte de un sujeto, un autor o un historiador, sino que se trata de construcciones sociales. Por observación se entiende así, una observación social. Las obras historiográficas representan una forma de observar los fenómenos históricos que rebasan por mucho los límites de la “consciencia individual” del historiador, y que serían 7 Vid., Alfonso Mendiola y Guillermo Zermeño, “De la historia a la historiografía. Las transformaciones de una semántica”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.4., 1995, p. 245-261. XVIII impensables sin las prácticas de evaluación de una comunidad de investigadores, sin las referencias de otras investigaciones, o sencillamente sin el uso de del lenguaje y la comunicación. Todos estos elementos son condicionantes de carácter social.8 En relación con lo anterior, la noción de investigación social tiene mayores implicaciones de las que parecería. En la tesis se usa como sinónimo de “ciencias sociales”, se refiere a campos de estudio cuyos objetos son procesos de carácter social y no humanos (como la “consciencia” y sus representaciones),9 conviene tomar en consideración esta distinción ya que una parte importante del proyecto de la historia cultural fue estudiar al individuo en su concreción más allá de las estructuras sociales. El uso de modelos de investigación social para dicho propósito da cuenta del tipo de paradoja que ello supuso. 8 Vid., Alfonso Mendiola, “El giro historiográfico: la observación de observaciones del pasado”, en Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.15., 2000, p. 181-208. ; Vid., Paul Watzlawick y Peter Krieg (comps.), El ojo del observador. Contribuciones al constructivismo, 2a. ed., trad. de Cristóbal Piechocki, Barcelona, Gedisa, 1995, 261 p. 9 Vid., Fernando Betancourt, “La transformación de la historia como problema teórico. Una relectura de la obra de Michel Foucault”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.35, 2010, p. 193-227. 19 1.– DISPERSIÓN HISTORIOGRÁFICA Y DISOLUCIÓN DEL PASADO. OBSERVACIONES DESDE LOS AÑOS OCHENTA ¿Queda aún un territorio propio del historiador?, ¿Se convierte la historia en ilusión al anexarse por definición al dominio de experimentación de lo humano, el tiempo?, ¿Más allá de la diversidad de las historias coexistentes, existe todavía una historia, la Historia? Jacques Le Goff y Pierre Nora1 1.Introducción al problema Hacia 1989 el sueño del historiador francés Pierre Vilar acerca de la disciplina histórica parecía más bien una quimera. Una década antes había soñado con hallar en una biblioteca un “tratado de historia”, del tipo que los hay sobre economía, sociología, ciencia política o antropología.2 Le irritaba que el conocimiento histórico, al cual concebía como base de todos los demás, mostrara signos de incapacidad para constituirse en una ciencia. A propósito de ello recordaba la famosa frase de Marx y Engels escrita en La Ideología Alemana: “No conocemos más que una ciencia, la ciencia de la historia.”3 Más aún, el hecho de que la historia parecía fungir solamente como un “banco de datos” dentro del campo de las ciencias sociales provocaba su irritación. Y sin embargo, los malos augurios acerca del proyecto por conformar una ciencia histórica estaban presentes en el prólogo mismo de Iniciación al vocabulario de análisis histórico, en este libro se aseguraba que la historia era una de las mejores herramientas pedagógicas en general, pero vacilaba al momento de calificarla como una ciencia. Tenía presente que dicha noción producía sospecha, al tiempo que 1 Jacques Le Goff y Pierre Nora (coords.), Hacer la historia. Nuevos problemas I, 2a, ed., trad. de Jem Cabanes, 3v., Barcelona, Editorial Laia, 1984, p. 11. 2 Pierre Vilar, Iniciación al vocabulariodel análisis histórico, 3a. ed., trad. de M. Dolors Folch, Barcelona, Crítica, 1981, p. 7. 3 En alemán: “Wir kennen nur eine einzige Wissenschaft, die Wissenschaft der Gescichte”. Ibid., p. 9. 20 generaba preguntas incómodas. El mismo autor narraba cómo había sido cuestionado por una asociación estudiantil acerca de si creía que la historia era una ciencia, ante lo cual su respuesta fue que si no lo creyera no se dedicaría a enseñarla.4 En los años ochenta el estatus del conocimiento histórico mostraba una clara inestabilidad. El caso de Vilar, aparentemente trivial, es un indicador de este fenómeno, un momento en el que la cientificidad de la historia se discutía como una cuestión de creyentes y no creyentes. ¿Por qué no había un tratado (científico) de la historia?, según Vilar toda ciencia exige un vocabulario específico y su propósito era contribuir a esa empresa mediante la definición de conceptos como historia, estructura, coyuntura, clase social o pueblo. Se trataba de procurar un texto que a la manera de un diccionario, mostrara el vocabulario especializado de la historiografía.5 Un manual de investigación sobre métodos cuantitativos y cualitativos como los hay en las ciencias sociales, una guía que indicara cómo a ciertos conceptos (más o menos estables semánticamente) les correspondían ciertas aplicaciones técnicas. Una obra de esta naturaleza funcionaría como el certificado de buena salud de la ciencia histórica. Pero en el tiempo en el que Vilar escribió su libro no era sencillo defender la pertenencia de la historia al campo de las ciencias sociales, había serios problemas para definir el “método histórico” al igual que su “lógica de investigación”. El historiador Edward P. Thompson relató un significativo 4 Ibid., p. 11. 5 Algunos ejemplos de diccionarios históricos son: André Burguiere, Dictionaire des sciences historiques, París, Press Universitaires de Frances, 1986, 693 p. [Versión castellana: Diccionario de ciencias históricas, trad. de E. Ripoll Perello, Madrid, Akal, 1991, 702 p.]; Alberto de Bernardi y Scipione Guarracino, Dizionario di storiografía, Milán, Mondadori, 1996, 1152 p.; Chris Cook, Dictionary of historical terms, 2a. ed., Nueva York, Peter Bedrick Books, 1991, 350 p.; Joaquín Prats Cuevas (coord.), Diccionario de historia, México, E. G. Anaya, 1986, 587 p.; José María Valverde, Diccionario de historia, Barcelona, Planeta, 1995, 321 p. 21 testimonio al respecto. Cuando en un seminario con antropólogos en la Universidad de Cambridge se le pidió que justificara una aseveración, adujo que estaba validada por lo que dio en llamar “lógica histórica”. Su respuesta provocó grandes carcajadas entre los asistentes y él mismo se vio obligado a participar de la hilaridad al tiempo que reflexionaba sobre la burla y su “significado antropológico”.6 Lo que generaba escepticismo acerca de la epistemología de la historia encontraba sustento en el panorama de la historiografía del momento, como el propio Thompson señaló: las maneras de escribir historia eran muy diversas, las técnicas empleadas considerablemente variadas, los temas de investigación desiguales y las conclusiones polémicas y controvertidas, lo que en conjunto ponía en juicio “la coherencia disciplinaria” de la historia.7 A su manera, la explicación de Thompson da cuenta de los cambios ocurridos en las estructuras del saber histórico a lo largo del siglo XX. Entre otros, destaca la disolución del territorio propio de la historiografía. Una pregunta que surgió en las discusiones teóricas de los ochenta fue precisamente: ¿cuál era el objeto de estudio de la investigación histórica?. Bien podría aducirse que los hombres en el tiempo como propuso March Bloch,8 pero a reserva de presentar los límites establecidos por los distintos campos historiográficos: la historia política, económica, demográfica, social, de las ideas, la microhistoria, las mentalidades, la nueva historia cultural, etcétera. Los antecedentes de la propia historiografía contradecían el sueño de una estabilidad disciplinaria, al menos por lo que se refiere a la 6 Edward Palmer Thompson, ”La lógica de la historia”, trad. de Joaquim Sempere, en Thompson. Obra esencial, Dorothy Thompson (ed.), Barcelona, Crítica, 2002, p. 509. [El artículo es parte de la obra: E. P. Thompson, The poverty of theory and other essays, Monthly Review Press, Nueva York, 1978, 420 p.]. 7 Ibid., p. 510. 8 Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, 2a. ed., trad. de María Jiménez y Danielle Zaslavsky, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 54-57. 22 delimitación de un objeto de estudio, al desarrollo de una metodología propia y a la elaboración de un vocabulario común para el conjunto de las corrientes historiográficas. En este primer capítulo se describirá esta problemática de acuerdo con tres observaciones que se realizaron alrededor de los años ochenta. La primera se refiere a la discontinuidad ocasionada por la aparición constante de “nuevas historias”. Posteriormente, se describirá la fragmentación de los objetos de estudio por efecto de la condición transdisciplinaria de las historiografías. En términos generales las observaciones descritas identificaron la multiplicación de los temas de la investigación como una “crisis de la historia”, de acuerdo con dicha interpretación, la historia entendida como unidad disciplinaria, se diluyó debido a la formación de nuevas corrientes y objetos de investigación. Finalmente, se analizará otro aspecto de gran importancia que caracterizó las discusiones sobre teoría de la historia de los años ochenta: la crítica de la historiografía como ciencia productora de conocimiento del pasado. Este cuestionamiento sobre la función de la historiografía sintetiza los dos anteriores y anuncia una cesura profunda en términos de su función como saber profesional. 1.1 Nuevas historias y ciencias sociales Desde el siglo XIX hasta la actualidad ha sido frecuente el uso del término “nueva historia” para definir el desarrollo de diferentes tendencias de investigación. En 1890 el filósofo Henri Berr, muy cercano al proyecto inaugural de la revista Annales, había publicado en La Nouvelle Revue un artículo donde exponía la necesidad de la constitución de una “nueva ciencia 23 de la historia.”9 El surgimiento en Prusia de lo que actualmente se considera el antecedente más remoto de la historia profesional, el modelo historiográfico del historicismo alemán, fue también definido a finales del siglo XIX como la nueva historiografía. Este término se relacionaba con un enfoque centrado en el estudio de los componentes básicos de la vida social, de su evolución y su desarrollo histórico. La “vieja historia” era identificada con una versión más bien descriptiva de hechos particulares. En opinión de E. W. Dow, algunos de los miembros de la vieja escuela histórica, entre quienes destacaba Leopold von Ranke, mostraban no sólo un interés en el individuo y en la política sino también en algunas de las características de la nueva historia, tales como ir a la “raíz de las cosas” y mostrar los “factores esenciales”.10 En un sentido similar el historiador alemán Robert Fruin definió en 1904 la “nueva historiografía” como historia científica y objetiva, la cual de acuerdo a su opinión podía ser identificada con la obra de Ranke.11 En un viejo número del mes de abril de 1898 de The American Historical Review se puede leer una reseña de la Historia Alemana del historiador Karl Lamprecht. La obra es presentada como ejemplo de una nueva tendencia en la historia, pues se argumenta que respondía al “espíritu del momento”, al “interés público de la actualidad que no se limitaba únicamente a cuestiones políticas, sino que se ocupabamás y más del fenómeno social”.12 El libro estudiaba factores regulares en la historia que serían expresados a través de los “impulsos individuales” y las colectividades 9 Ignacio Olabarri, “New new history: a longue dure estructure”, History and Theory. Studies in the Philosophy of History, Connecticut, Middletown, Wesleyan University, v. 34, n.1, 1995, p. 5. 10 Earle Wilbur Dow, “Features of the New History: Apropos of Lamprecht´s Deutsche Geschichte”, The American Historical Review, Indiana, Oxford University Press, v.3, n.3, 1898, p. 444. 11 Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los posmodernismos, Valencia, Universitat de València, 2005, p. 160. 12 E. W. Dow, op.cit., p. 431. 24 (factores naturales y físico-sociales). La atención por los factores políticos decrecía en función de la economía y del método, principal herramienta para comparar las viejas y nuevas tendencias, tema que fue objeto de la atención de uno de los ensayos de Lamprecht escrito en 1896 (Alte und neue richtungen in der Geschichtswissenschaft).13 Más allá de la discusión acerca de si se puedan hallar o no rasgos de esta nueva historia en la obra de Ranke, es necesario señalar que las investigaciones del historicismo decimonónico no se redujeron a la política, sino que incluyeron ámbitos como la economía y la cultura. Este fue el caso del historiador Karl Lamprecht a finales del siglo XIX y más tarde el de Hans Ulrich Wehler, partidario de la historiografía como ciencia social y del argumento de que la historia moderna debía mucho más a Marx que a Ranke.14 En Estados Unidos también se utilizaba la expresión “nueva historia” a principios del siglo XX. En 1912 James Harvey Robinson publicó un libro con ese título para referirse a un movimiento historiográfico en marcha, relacionado con el trabajo de autores como Karl Lamprecht, Henri Pirenne, Henri Berr y Frederick Turner. El propio Berr aplicaba el término en 1930 para referirse a este movimiento, y especialmente, a las obras Psychology and History (1919) y The new history and the social sciences (1925) de H. E. Barnes.15 Varias décadas después, en los años sesenta, el término describiría corrientes como la “nueva historia económica”, la “nueva historia política” y la “nueva historia social” en las academias estadounidenses. 13 Citado en Olabarri, op.cit., p. 4. 14 Peer Schmidt, “Leopold von Ranke: sólo historias no historia”, en Karl Kohut (comp.), El oficio del historiador. Teorías y tendencias de la historiografía alemana del siglo XIX, México, Herder, 2009, p. 56-68. 15 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, París, Editions Complexe, 1988, p. 36. [Versión castellana: Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel (dirs.), La nueva historia, Bilbao, Ediciones Mensajero, 1988, p. 602.] 25 Los años de la profesionalización de la historia en Europa (1870- 1930), coincidieron con una etapa de estabilidad del método y el tratamiento de las fuentes, fue un período saludable para la investigación en archivo, los mil años anteriores de los principales estados europeos habían sido delineados en su evolución política, militar, constitucional y diplomática. Los productos de esta empresa podían encontrarse en los gruesos volúmenes de la Cambridge Modern History, o bien entre las proezas de la erudición, el escrutinio histórico y la publicación documental de revistas como The American Historical Review, English Historical Review, Revue Historique o Annales Historiques de la Révolution Française.16 Más tarde, durante el período entreguerras se produjo una disputa entre los “viejos” y los “nuevos” historiadores. En esos años algunos detectaron el inicio de un “cambio de marea”. La revista más importante en la materia se fundó en esa época: Annales d´Histoire économique et Sociale (1929) y junto con ella, una revista especializada en la historia social y económica como Economic History Review (1927). Los “nuevos historiadores” –o sea, aquellos con una actitud de apertura hacia las ciencias sociales– habían formado cuadros que se consolidarían varias décadas después, cuando tendrían un lugar privilegiado en los círculos académicos de Francia y Estados Unidos, incluso en espacios reticentes como la Sorbona y la Universidad de Harvard. Fue esta la época en que surgieron revistas que consolidaron la nueva perspectiva, como por ejemplo Past and Present (1952) que tuvo especial influencia en los Estados Unidos, donde también surgieron importantes publicaciones emparentadas con la nueva historiografía, tales como Comparative Studies in Society and History 16 Lawrence Stone, El pasado y el presente, trad. de Lorenzo Aldrete Bernal, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 18-19. 26 (1968), Journal of Interdisciplinary History (1969), Journal of Social History (1967) e Historical Methods Newsletter (1967). Las directrices del cambio fueron la vinculación con ciencias sociales como la economía, la sociología, la geografía y más tarde la antropología. Más aún, se trataba de un proyecto por configurar una “ciencia social histórica” centrada en el análisis de las estructuras sociales. Algunos historiadores han observado esto como la pérdida de la hegemonía del historicismo alemán, ya que la narración histórica sobre el papel de las personas en la alta política, la diplomacia y los asuntos militares fue remplazada por una historia cultural y social dedicada al estudio de las masas y los procesos sociales. 17 En términos generales, desde las historiografías decimonónicas hasta las diferentes tendencias de la posguerra, la expresión nueva historia define un conjunto heterogéneo de obras que comparten un interés particular por los enfoques no sólo descriptivos de acontecimientos históricos, sino básicamente por el análisis sincrónico de los procesos y las dinámicas sociales. Todas ellas caracterizadas por la impronta de la perspectiva científico social, que en el terreno historiográfico se manifestó en aspectos como: el rechazo a identificar el pasado de la sociedad con la memoria política de los Estados, la crítica a la noción de “hecho histórico” en favor de la función dada a la explicación del pasado, la problematización de su objeto de estudio (historia-problema) como una extensión de su dimensión explicativa, así como la reflexión sobre el presente desde el cual se observa el pasado.18 17 George G. Iggers, New directions in european historiography, Middletown, Wesleyan University Press, 1984, p. 27. 18 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, op.cit., p. 40-44. 27 En otras palabras, la primera gran discontinuidad en el desarrollo de la historiografía consistió en dejar de presentarse como ciencia humana para constituirse, al nivel de sus procedimientos, como ciencia social. La transformación de ninguna manera resultó trivial, no sólo atañe al tipo de objetos que resultan observables y susceptibles de ser estudiados (como la conciencia, las ideas, la “intención del autor” y otras nociones relacionadas con el concepto de ciencia humana), sino también al nivel de las bases teóricas, en las cuales se encontraban serios obstáculos epistemológicos que parecían impedir que las historiografías se dedicaran no sólo a la comprensión de experiencias humanas, sino también a la explicación de los procesos sociales. Las reflexiones metodológicas del siglo XIX situaron a la historia del lado de las “ciencias del espíritu”, contraparte de las “ciencias de la naturaleza”, este dualismo metodológico fue sagital en la argumentación de corrientes como el neokantismo, el empirismo, la hermenéutica romántica y el positivismo. Esta condición suponíapara la historia remitir sus “objetos” a los motivos internos de la acción intencional del sujeto de conocimiento. De acuerdo a este esquema, junto con saberes como la psicología, el derecho, la etnología, la sociología y la literatura, la historia compartía la forma del procedimiento de investigación al hacer uso de la comprensión (Verstehen). Mientras que la forma cognitiva que se establecía entre las ciencias de la naturaleza y su objeto de estudio resultaba distinta por la puesta en marcha de la explicación (Erklären) de los fenómenos estudiados. La comprensión de los objetos del “espíritu” resultaría posible toda vez que son producto de la creación de los seres humanos, quienes por lo tanto se podían reconocer en estos mismos. Aunque para Wilhem Dilthey los objetos de ambos campos de las ciencias eran resultado del conocimiento, la 28 diferencia se situaba en el procedimiento cognitivo. En la versión hermenéutica, el lugar de quien ejercita la comprensión se extiende al ámbito del objeto, ya que ahí vuelve a reconocer la acción de otros sujetos similares. Le incumbe ese objeto peculiar, formula juicios y conceptos, elabora descripciones y narraciones en diferentes planos, como individuo o bien como parte de una familia, un Estado, o una sociedad.19 La ciencia humana –pensemos en el caso de la historia– lo sería ya que reconoce al hombre como protagonista del proceso del conocimiento histórico y a su vez como actor principal de sus temas de estudio. La concepción de la historia como una ciencia del espíritu (noción que por cierto es producto de una traducción controversial),20 resulta ya inadecuada para caracterizar el desarrollo de la historiografía desde su profesionalización en las academias prusianas del siglo XIX. Como se ha señalado, el término “nueva historia” ha definido un conjunto heterogéneo de campos historiográficos que son producto de la incorporación de elementos de la investigación social. Es decir, los modelos que han acompañado el estudio histórico provienen de campos (ciencias sociales principalmente) que no reconocen el papel preferencial dado al “hombre” como sujeto y objeto de la investigación. Esta desantropologización cognitiva a favor de “lo social”, generó una ruptura con el modelo de 19 Enrique de la Garza Toledo y Gustavo Leyva (editores), Tratado de metodología de las ciencias sociales: perspectivas actuales, México, Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, , 2012, p. 26-27. 20 Shiel en la segunda edición (1863) del VI libro “Von der Logik der Geisteswissenschaften” de la obra de John Stuart Mill, System der deductiven und induktuven Logik, tradujo el término “moral sciences” por “ciencias del espíritu”. Para Mill, estas ciencias no eran particulares y distintas de las ciencias empíricas, sino por el contrario, en ellas también tenía validez el método inductivo. Es decir, la traducción introdujo un significado completamente diferente. Hans Georg Gadamer, Verdad y método I, 8a. ed., trad. de Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, Salamanca, Sígueme, 1999, p. 31-32. 29 conocimiento para el cual resultaban fundamentales aspectos como la conciencia del hombre y sus representaciones. 21 Los trabajos historiográficos que se desarrollaron a partir del año de 1929 en torno a la revista Annales son muy representativos de dicho proceso. Estos recuperaron avances muy notorios en el campo de la investigación social (economía, sociología, geografía, ecología, demografía, antropología, etcétera). Los historiadores franceses herederos de este proyecto, medio siglo después retomaron el tema de la renovación de la historiografía. En 1978, cuando se publicó La Nouvelle Histoire bajo la dirección de Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel, se describió que los padres de la nueva historia eran Voltaire, Chateaubriand, Guizot, Michelet y Simiand.22 El denominador común de estos fundadores era el estudio de las costumbres, las estructuras, la evolución, lo global, la civilización y la cultura material. Las reivindicaciones de estas tradiciones no evitaron el señalamiento de las rupturas. Así como el primer índice de discontinuidad apuntó hacia la historia política del historicismo clásico, el siguiente lo hizo en relación con la primera generación de Annales. En la editorial del año de 1946, en medio de las ruinas de la posguerra, la revista cambió su nombre por Annales. Economies, Sociétés, Civilisations, y la editorial llevaba el título de “Manifiesto de los nuevos Annales”, se anunciaba un “nuevo clima” y “nuevas fórmulas”.23 21 Las ciencias sociales se diferenciaron del espacio epistemológico de las ciencias humanas, el conocimiento de las primeras no se refería ya a los intercambios entre la conciencia del hombre y las representaciones de su historia. Por ello, las ciencias sociales no investigan precisamente al hombre y sus productos, sino a la sociedad. Véase Fernando Betancourt, “La transformación de la historia como problema teórico. Una relectura de la obra de Michel Foucault”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n. 35, 2010, p. 218. 22 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, op.cit., p. 274-280. 23 Lucien Febvre, “Face au vent: manifeste des Annales nouvelles”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisation, n.1, 1946, p. 1. 30 De hecho para algunos observadores más recientes, las corrientes que produjeron una “revolución en la práctica historiográfica” provinieron del inicio de la posguerra: segunda generación de los Annales, la historiografía marxista francesa, inglesa y polaca, los diferentes investigadores agrupados en la revista británica Past and Present, la llamada historia científico-social americana y la corriente de historia social (Gesellschaftsgeschichte) alemana de la Universidad de Bielefeld (de la década de 1960).24 Este significativo quiebre en la historiografía europea, que impulsó una atención en los procesos sociales y económicos más que en los políticos y biográficos, no fue resultado de ciertas genialidades o de los procesos internos de las academias históricas. En opinión de George G. Iggers, la inconformidad con el “paradigma de Ranke”, coincidía con las tendencias democratizadoras y con el surgimiento de la sociedad de masas en los Estados Unidos, Francia, Bélgica, Escandinavia e incluso Alemania. Lo cual tampoco significó la desaparición de las formas convencionales de la historia diplomática y política, ya que estas “dominaron la profesión mucho más allá de 1945”.25 Iggers sostiene que a pesar de la crítica a la historiografía política y diplomática por parte de los “nuevos historiadores” franceses, ambas posiciones coincidían en lo siguiente: 1) que la historia debía ser una disciplina profesional, 2) que la historia debía describirse a sí misma como una ciencia y que por lo tanto, la escritura demandaba rigurosidad y un examen crítico de las fuentes.26 3) Ambas afirmaban que la historia trataba sobre temas reales que debían guardar correspondencia con los relatos de los historiadores, y 4) Las dos operaban con una noción de tiempo de carácter unidireccional basado en la continuidad y el sentido de la historia. 24 Olabarri, op.cit., p. 5-6. 25 George G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, trad. de Iván Jaksic, México, Chile, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 25. 26 Ibid., p. 61, 67. 31 Hacían referencia a la historia (en sentido universal) y no a una multiplicidad de historias. Al terminar los sesenta la vinculación de la historia con la teoría social y las ciencias sociales eran tendencias irreversibles de la profesión. Sectores conservadores como la AmericanHistorical Review y la Revue Historique habían permitido el acceso de los nuevos enfoques y métodos; se habían incrementado los intercambios entre estudiantes de la VI Sección de la École Pratique des Hautes Études de París con universidades estadounidenses. Además era perceptible la transformación de los programas de la American Historical Association, así como los tipos de estudios que se realizaban a nivel nacional y entre los que destacaban novedades como: esclavitud, mujeres, pobreza, familia, infancia, sexo, crimen, cultura popular, brujería, etcétera.27 Esta fue la época de la gran expansión de la historia social, el momento de la emergencia del “ethos democrático” de la nueva historiografía. Lo cual suponía que ningún tema o cuestión podría considerarse como secundario o menos importante que otro. 28 En 1987 Carl Degler, presidente de la American Historical Association, –que tal y como se mencionó fue colonizada por la nueva historia–, describía ya sin mucho ánimo revolucionario la afectación de estas tendencias: temas como la identidad nacional y el significado “profundo” de ser ciudadano de los Estados Unidos eran marginales. En su opinión la historia nacional se había deshecho en astillas, se había vuelto fragmentaria y desordenada.29 Las nuevas historias de la posguerra tenían en común la atención prioritaria en los factores que condicionaban la acción humana y sus 27 Stone, op.cit., p.29. 28 Gertrude Himmelfarb, “Some reflections on the new history”, The American Historical Review, Indiana, Oxford University Press, v.94, n.3, junio, 1989, p. 665. 29 Ibid., p. 663. 32 interconexiones sistemáticas,30 de todos aquellos fenómenos relacionados con la “base material” de la sociedad como los límites estructurales de las poblaciones (geografía, demografía, ecología) y sus formas organizativas, la distribución de la riqueza, la acumulación del capital, el crecimiento, el orden institucional, etcétera. Ya fueran los estudios sobre la movilidad social, la alfabetización, la imprenta, la lectura o la cultura popular, el objetivo de la “nueva historia” fue el 98% o 99% de la sociedad. Los protagonistas de la vieja narrativa política fueron desplazados: reyes, presidentes, nobles, generales y políticos. Algunos de estos “episodios” historiográficos compartían el objetivo de la explicación histórica total, principalmente annalistas e historiadores marxistas, pero también la historia de la sociedad de la escuela de Bielefeld (especialmente para sus fundadores, Hans Ulrich Wehler y Jürgen Kocka). Este objetivo se puede constatar por igual en el neo-positivismo, el funcionalismo y el conductismo que fueron fuentes de la historia científico- social americana. Otro aspecto es que se han etiquetado como “historias modernas” en el sentido de que interpretaban el pasado de acuerdo con ciertas nociones ilustradas, como emancipación y progreso. 31 Adicionalmente, el estilo escriturístico de la historiografía desde los años treinta fue definido como del tipo “analítico” en oposición al “narrativo”. Lo cual se explicaba por los métodos y temas de las ciencias sociales que habían influido en la investigación histórica: la prosopografía, el comportamiento 30 Jorn Rüsen, “Historical enlightenment in the light of postmodernism: history in the age of the New Unintelligibility”, History and Memory, Indiana, Indiana University Press, n.1, 1989, p. 116. 31 Entre los años sesenta y setenta, corrientes como Annales, el marxismo y la Escuela de Bielefeld compartieron cierta perspectiva estructuralista. La concepción de Annales de “conexión” (Zusammenhang) juega una función similar a la de infra y superestructura del marxismo, y a su vez, comparte la preocupación de la historia social alemana de combinar todos los factores explicativos. Vid., Olabarri, op.cit., p. 10. 33 electoral, la cuantificación, los tipos ideales y abstractos, la historia de la ciencia, la historia local, la historia urbana y de la familia, entre otras.32 En 1985, poco antes de su muerte, Braudel utilizó la noción de “nueva historia” para referirse a su propio trabajo y al de la generación de Marc Bloch y Lucien Febvre, y al mismo tiempo describía las investigaciones de los sucesores de la revista como los representantes de la “nueva nueva (sic) historia” (nouvelle nouvelle histoire).33 Si existe alguna nueva historia con derecho propio, fue precisamente la que así se definió al iniciar los años ochenta. La tercera generación de Annales se caracterizó por retrotraer al primer plano los aspectos que habían sido marginados por investigaciones previas. El transito fue consignado en la forma de una metáfora: “del sótano al diván”. 34 De la base geográfica y económica hacia los elementos “superestructurales” de las mentalidades. La nueva historia de este período fue una historiografía de larga duración de las estructuras del pensamiento. Contrapeso de la historia económica, se escribió que las mentalidades acabaron por inyectar bocanadas de aire fresco en la historia.35 La nueva historia de los setenta reforzó las relaciones que las primeras generaciones de Annales mantuvieron con la antropología y adicionalmente, se desmarcó del descredito hacia la historia política y al estudio del acontecimiento.36 Más que un cuerpo unitario, la nueva historia de este período fue un conjunto de historias. Se celebró la dispersión y la especialización, se extendieron las conexiones con diferentes campos del saber, lo mismo con elementos cualitativos de la etnología, la antropología o la teoría social, que 32 Stone, op.cit., p. 41-43. 33 Fernand Braudel, Una lección de historia de Fernand Braudel, trad. de Enrique Lombera Pallares, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 200. 34 La frase fue acuñada por Emmanuel LeRoy Ladurie, y utilizada por Michel Vovelle. Véase Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-1989, trad. de Alberto Luis Bixio, Barcelona, Gedisa, 2006, p. 70. 35 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, op.cit., p. 58. 36 Ibid., p. 62-63. 34 con métodos estadísticos o matemáticos. Como señaló una de las obras paradigmáticas, la novedad resultaba de tres procesos: “nuevos problemas ponen en tela de juicio a la misma historia; nuevos enfoques modifican, enriquecen, trastornan los sectores tradicionales de la historia; nuevos temas aparecen en el campo epistemológico de la historia”.37 Hacia 1989 ya se perfilaba otro quiebre en la historiografía. Se trataba de la nueva historia cultural que se distinguía de formas historiográficas previas como: la historia de las ideas, la historia de las mentalidades, la historia intelectual y la historia social.38 En la versión de Roger Chartier, la práctica de la nueva historia cultural implicaba una ruptura con algunos postulados localizables en la segunda generación de Annales, tales como el proyecto de una historia global y la organización de las distinciones culturales como un reflejo de las divisiones sociales.39 De hecho, la nueva historia cultural se presumía ya como una alternativa a la nueva historia de las mentalidades desarrollada desde los años sesenta. 40 En función del tratamiento metódico la nueva historia cultural fue también una historiografía de nuevos objetos: las representaciones, el estudio de las imágenes, el género, lo simbólico, el lenguaje, etcétera. Junto con la nueva historia cultural, en los años ochenta, aparecieron la nueva historia intelectual, el nuevo historicismo, la nueva historia social, la nueva historia política, la historia de la vida cotidiana, la ego-historia y la alter-historia.41 La 37 Le Goff y Nora, Hacer la historia,op.cit., p. 8. 38 Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, trad. de Pablo Herminda Lazcano, Barcelona, Paidós, 2006, p. 70. 39 Roger Chartier, “Le monde comme représentation”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, n.6, 1989, p. 1508-1509. 40 Véase Martín Ríos Saloma, “De la historia de las mentalidades a la historia cultural. Notas sobre el desarrollo de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n., 37, 2009, p. 97-137. 41 Véase Gerard Noiriel, Sobre la crisis de la historia, trad. de Vicente Gómez Ibáñez, Madrid, Cátedra/Universitat de València, 1997, p. 124. 35 ampliación paradigmática de la historiografía era para entonces una característica básica de su condición histórica. Así, la segunda gran discontinuidad de las historiografías modernas se relaciona con la multiplicación de sus objetos de estudio y de sus enfoques metodológicos. Si la primera discontinuidad afectó la posición del discurso histórico en el ámbito del saber y en la investigación de la sociedad, la segunda alteró sus pretensiones disciplinarias. En este caso la discontinuidad se refiere a la fragmentación que ocurrió entre las diferentes corrientes historiográficas. Desde que la propia reflexión historiográfica consolidó sus observaciones sobre esta condición, desde finales del siglo XX, es conveniente usar el plural (“historiografías”) para referirse a los distintos campos que antes se creía conformaban a una disciplina (la historia) y agrupaban a un “gremio” (los historiadores). En palabras de los propios historiadores, procesos como el descrito para el período de 1930 a 1975 no debían leerse como la continuidad de un gran proyecto historiográfico o de una tradición en el estudio de la historia, antes bien, habían sido años de combate,42 un período de quiebre en más de un sentido, una “contienda larga y aguda”,43 incluso se habló de “guerra civil” dentro de la profesión histórica.44 Sin embargo, la coyuntura de los ochenta hacía pensar que se estaba ante los límites de lo que entonces se observó como un megaproyecto historiográfico. Para ese momento ya habían sido formuladas algunas de las críticas más destacadas a la definición de la historia como una ciencia, los métodos habían perdido la legitimidad previa o bien parecían desgastados. En cierta forma los observadores de la crisis fueron también sus creadores, 42 Lucien Febvre, Combates por la historia, trad. de Francisco J. Fernández Buey y Enrique Argullol, Barcelona, Ariel, 1970, 246 p. 43 Stone, op.cit.,p. 24. 44 Ibid., p. 29. 36 este fue el caso del estudio clásico de Iggers de 1993, en el que estudiaba el período de larga duración en el que la historiografía buscó conformarse como una “ciencia histórica” (Geschichtwissenschaft).45 Esta discontinuidad que será explorada en el tercer subcapítulo fue quizá la de mayor alcance, pues supuso el cuestionamiento de la función de las historiografías como saberes productores de conocimiento histórico. La crisis del momento atañía a los nuevos y viejos historiadores por igual, a un modo de hacer historia que iba desde Tucídides hasta Natalie Z. Davis, esto es, desde el siglo V a.C., hasta el XX. Una delimitación desorbitante pero explicable porque lo que estaba en duda era la capacidad para conocer el pasado y de que existiera una ciencia capaz de ello.46 1.2 Los nuevos objetos de la historia El incremento de temáticas y de formas de investigación a lo largo del siglo XX multiplicó los objetos de estudio, hacia los años ochenta, cerca del final del siglo, la historia se desveló como un producto deleznable y se hizo migajas. Antes se escribía con “H” mayúscula, se hablaba del “juicio de la historia” y se escribían síntesis de la Historia, así, sin mayor delimitación. Pero como producto del desarrollo del campo disciplinario y de las transformaciones sociales, ya sólo se puede usar la minúscula inicial y el 45 En la más reciente versión al español [George G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, trad. de Iván Jaksic, Chile, Fondo de Cultura Económica, 2012, 277 p.] se traduce la palabra Geschichtwissenchaft (“ciencia histórica”) como “historiografía” a pesar de que el tema del libro no es precisamente la historiografía del siglo XX, sino los diferentes momentos de ésta en su objetivo por constituirse en una ciencia. Una traducción más conveniente del título es la versión: Georg G. Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, Idea Universitaria, 1998, 156 p. 46 Iggers, La historiografía…, op.cit., p. 194-195. 37 plural. “Ya no es la Historia, sino las historias. Se trata de la historia de tal u otro fragmento de lo real y no ya de la Historia de lo real”.47 ¿Cuál podía ser la identidad “disciplinaria” de un saber con metodologías variables, con temáticas en constante renovación y con objetos de estudio inconmensurables entre sí?. Más allá de la versión unificada que presentaron observadores de la crisis como Iggers, Stone y Rüsen, el panorama de las vertientes historiográficas desde los tiempos de su profesionalización, muestra una gran variedad de objetos y problemas de investigación que no guardan nexos entre sí. En La identidad de Francia Fernand Braudel había señalado que el oficio de historiador había cambiado tan profundamente en medio siglo (1930-1980) que las imágenes y problemas del pasado se habían modificado de arriba abajo. 48 Una conclusión similar reproducía la editorial de 1988 a propósito de la relación entre la historia y las ciencias sociales. Las múltiples caras de la investigación social habían vuelto “inaceptable el consenso implícito que fundaba la unidad de lo social en la identificación con lo real”, pues lo social ya no parecía ser fuente de innovación como en el momento de auge de modelos como el marxismo o el estructuralismo.49 Se diagnosticaba una crisis general de las ciencias sociales. En el caso de la historiografía el síntoma más evidente era paradójicamente el de su propia vitalidad: la multiplicación de los objetos de investigación. Las consecuencias inevitables fueron las “necesarias especializaciones” y el eclecticismo de una “producción abundante pero anárquica.”50 47 François Dosse, La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”, trad. de Francesc Morató i Pastor, México, Universidad Iberoamericana, 2006, p. 172. 48 Citado en: Elena Hernández, Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy. Madrid, Akal, 2004, p.15. 49 [Editorial] “Histoire et sciences sociales. Un tournant critique?”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisations. n.2, 1988. p. 291-292. 50 Ibid., p.292 38 Se abrió así un espacio de discusión acerca de los “nuevos métodos” y las “nuevas alianzas” para buscar la inspiración perdida o para superar el agotamiento de los paradigmas tradicionales. Había que ir hacia nuevos territorios en busca de fecundidad, desde la economía retrospectiva a la crítica literaria, desde la sociología lingüística a la filosofía política. Por supuesto, no era la época de cuestionarse si era pertinente o no la relación con otros saberes, sino de responder a la pregunta: ¿de qué manera practicar la interdisciplinariedad?.51 La interacción con múltiples campos de conocimiento que demandaba la editorial de Annales de 1988, había sido más bien el rasgo característico de la operación de la historia durante el siglo XX. Con ese objetivo se había fundado la revista en el año de 1929, en su momento esto fue visto como una forma de subversión contra el “espíritu de especialidad” al que se refería Lucien Febvre.52 Fue este mismo motivo –paradójico sise prefiere–, el que generó las condiciones de posibilidad para su ampliación temática y el que condujo también a una falta de centralidad teórica, así como a una dispersión paradigmática.53 Los estudios teóricos de la historiografía tenían como función definir la especificidad disciplinaria frente al resto de los conocimientos, pero esta empresa fue desafiada por la diversificación de distintas formas de escribir historias.54 A pesar de que en distintos períodos de la historiografía ciertos enfoques han gozado de mayor popularidad que otros, no existe un modelo particular de hacer historia que pueda ser considerado como predominante. 51 Ibid., p. 293. 52 Lucien Febvre, Combates por la historia, op.cit., p. 159-163. 53 Fernando Betancourt Martínez, “La fundamentación del saber histórico en el siglo XX: investigación social, metodología y racionalidad operativa”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n.40, 2010, p.113. 54 Jörn Rüsen, “Origen y teoría de la historia ” en Debates recientes en la teoría de la historiografía alemana, Silvia Pappe (coord.), México, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco/Universidad Iberoamericana, 2000, p. 55. 39 El sueño de Vilar dependía de la proeza de sintetizar teórica y metodológicamente los múltiples discursos historiográficos, desde el historicismo alemán hasta las tendencias del último tercio del siglo XX. La historia de la historiografía profesional no es la de una consolidación disciplinaria, sino más bien la de una progresiva fragmentación, de la formación y emergencia de especializaciones que dieron lugar a “subdisciplinas” y sectores de reajuste (dominios híbridos) con circuitos fronterizos inestables. Hay que considerar no sólo los casos de las corrientes más conocidas de la historia (económica, política, social, de las ideas), sino los lugares de “reacomodo”, por ejemplo la “ecohistoria” y la sociología histórica, que han sido criticados como campos “extraños” o ajenos al “tronco común” de la disciplina.55 Otros espacios híbridos que gozan de mayor aceptación son la “psicohistoria” y la “historia cultural”. Junto con lo anterior pueden identificarse múltiples síntomas del flujo con otros campos del saber en el uso de nociones como: papel social, género, comunidad, identidad, clase, movilidad social, poder, hegemonía, resistencia, centro y periferia, movimiento social, ideología, percepción, mentalidad, oralidad y textualidad. 56 Y también en el desarrollo de problemas de investigación como: el estudio de la función dentro de una estructura, los dispositivos de mantenimiento del equilibrio en una forma social, o bien, el estudio de las estructuras textuales (François Hartog sobre 55 Se ha acusado a la historia ambiental o ecohistoria de apartarse de los trabajos sobre las sociedades humanas y de ligar a la historia más con las ciencias naturales. Véase Josep Fontana La historia después de la historia, Barcelona, Crítica, 1992, p. 65-78. Sobre la emergencia de la sociología histórica en los Estados Unidos. Véase Patricia San Pedro López, “Historia social o sociología histórica. El debate en la academia norteamericana en el período de la posguerra (1945-1970)”, Sociológica, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco, México, n.55, 2004. p. 13-47. 56 Véase Peter Burke, History and social theory, Nueva York, Cornell University Press, 1993, p. 44- 103. 40 las formas de representación del “otro” y Hayden White sobre las construcciones discursivas de los historiadores).57 Sin embargo, a contracorriente del proceder de la historiografía surgieron diferentes muestras de rechazo al acercamiento de la historia con otras regiones de la investigación social y de manera concomitante, al proyecto de constituir a la historia como una ciencia social. A punto de finalizar el siglo XX, pareció posible no sólo rechazar sino condenar la interacción que el saber histórico ha mantenido de manera inevitable con otros saberes. E. P. Thompson ofreció una versión sobredimensionada de esto que califico como “peligro”, metafóricamente equiparó la relación que la historia mantenía con otros saberes con una violación sexual: “inseminación, en la que Clío yace inerte y desapasionada (tal vez con los ojos en blanco), mientras el antropólogo o el sociólogo esparcen sus semillas en su vientre”, ante lo cual según él, la musa, es decir, el historiador, debería contestar con una respuesta enérgica y vigorosa ante esa “franca agresión a su persona”. En su opinión más que una ciencia social, la historia debería reivindicarse como una disciplina eminentemente contextual.58 La relación con las ciencias sociales se ha presentado como un “sometimiento”, como un tipo de “vasallaje” 59 cuyo efecto más dañino ha sido precisamente la dispersión de sus métodos y objetos de estudio. Existía también el supuesto de que la historia, “la más fragmentada de todas las 57 François Hartog, El espejo de Heródoto, trad. de Daniel Zadunaisky, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003, 362 p.; François Hartog, Memoria de Ulises. Relatos sobre la frontera en la antigua Grecia, trad. de Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999, 295 p.; Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, trad. de Stella Mastrangelo, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, 432 p. 58 Véase E.P. Thompson, “Anthropology and the discipline of historical context”, Midland History, University of Birmingham, v.1, n.3, 1972, p. 41-55. 59 Fontana, op.cit., p.81. 41 disciplinas”,60 gozaba de soberanía sobre un territorio específico. Incluso se denunció la búsqueda de apoyo procedimental en la sociología, la antropología y la psicología, ya que según Hayden White todas ellas presuponían una concepción sobre la realidad histórica. De modo que apelar a éstas para constituir una perspectiva histórica adecuada, equivaldría a asentar los cimientos de un edificio en su segunda o tercera planta.61 Surgía así el momento de tomar precauciones, había que desoír los cantos de sirenas provenientes de las ciencias sociales. Éstas comenzaban a hundirse y en opinión de Stone, había llegado el momento de que “las ratas históricas abandonaran el barco científico del campo social”.62 Más de tres décadas después, cuando parecía que habían sido los historiadores quienes habían naufragado, algunos análisis insistían que la causa había sido la cercanía con las ciencias sociales. Había que renunciar entonces al llamado a la “interdisciplinariedad”, ya que de lo contrario el riesgo era agravar aún más la crisis.63 De hecho el término interdisciplinariedad es inapropiado para referirse al proceso de diversificación de los campos historiográficos del siglo XX. Nunca se produce una síntesis, ni tampoco una conexión entre la totalidad de dos o más disciplinas.64 Además, este tipo de relación presupone en todo momento una diferencia disciplinar, lo interdisciplinario es 60 Matei Dogan y Robert Pahre, Las nuevas ciencias sociales. La marginalidad creadora, trad. de Argelia Castillo, México, Grijalbo, 1991, p.107. 61 Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, trad. de Jorge Vigil Rubio, Barcelona, Paidós, 1992. p. 93. 62 Stone, op.cit., p. 46. 63 “[…] reclamar el aumento de la interdisciplinariedad puede resultar incluso contraproducente dada la inviabilidad hoy por hoy de un pacto por una ciencia social y humanística que reúna a historiadores suficientemente responsables y motivados por la teoría con científicos sociales mínimamente sensibles al problema del tiempo en su propio quehacer”. Pablo Sánchez León y Jesús Izquierdo Martín, “Introducción.
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