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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN HISTORIA 
 FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
INSTITUTO DE INVESTIGACINES HISTÓRICAS 
 
 
 
La “crisis” de las ciencias históricas hacia el final del siglo XX. 
Observaciones desde la historiografía cultural 
 
 
 
TESIS 
QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: 
MAESTRO EN HISTORIA 
 
 
 
 
 
PRESENTA: 
Daniel Guzmán Vázquez 
 
 
 
 
TUTOR: Dr. Fernando Betancourt Martínez 
Instituto de Investigaciones Históricas (UNAM) 
 
 
 
MÉXICO, D. F. Enero 2015 
 
 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INVESTIGACIÓN REALIZADA GRACIAS A LA 
COORDINACIÓN DE ESTUDIOS DE POSGRADO DE LA UNAM 
Y A SU PROGRAMA DE BECAS PARA ESTUDIOS DE POSGRADO 
 
AGRADEZCO LA BECA RECIBIDA DURANTE LOS SEMESTRES 2013-1 Y 2014-2 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
INVESTIGACIÓN REALIZADA GRACIAS AL PROGRAMA DE APOYO A PROYECTOS 
DE INVESTIGACIÓN E INNOVACIÓN TECNOLÓGICA (PAPIIT) DE LA UNAM 
PROYECTO. IG401013 
“LOS DERECHOS HUMANOS EN EL ENTRAMADO DE UN ESTADO LAICO 
DE HONDA RAIGAMBRE RELIGIOSA: 1857 - 2012” 
 
AGRADEZCO A LA DGAPA-UNAM LA BECA RECIBIDA DURANTE EL SEMESTRE 2015-1 
 
 
AGRADECIMIENTOS 
 
Esta investigación se realizó gracias a la beca otorgada por la Coordinación de Estudios 
de Posgrado de la UNAM, así como a la beca de terminación de tesis con la que me 
benefició la DGPA y el Programa de Apoyo y Proyectos de Investigación e Innovación 
Tecnológica de la UNAM, a través del proyecto titulado “Los derechos humanos en el 
entramado de un Estado laico de honda raigambre religiosa: 1857-2012” (PAPIIT-
IG401013). 
 
La revisión de la tesis estuvo a cargo de un jurado de gran calidad académica. Así como 
en mi tesis de licenciatura, tuve la suerte de ser dirigido por el Dr. Fernando 
Betancourt, gran maestro, a él le debo gran parte de mi formación. El Dr. José Rubén 
Romero Galván atendió con mucha disposición e interés la tesis durante más de un 
año en los seminarios curriculares, sus comentarios contribuyeron indudablemente al 
mejoramiento de la tesis. Durante estos seminarios conté también con el gran apoyo 
del Dr. Martín Ríos, sus artículos y sus comentarios fueron básicos para la 
modificación del proyecto original, su motivación ha sido invaluable para mí. De 
manera particular, estoy muy agradecido con la doctora Eugenia Allier por la confianza 
y el apoyo en la lectura de la investigación, tratándose de una especialista en teoría de 
la historia, sus comentarios me han motivado mucho y llenado de ánimo. En aras de 
mi formación, espero poder seguir estrechando lazos académicos con ella durante los 
siguientes años. De manera muy amable, el Dr. Andrés Ríos aceptó revisar este trabajo 
de tesis, sus comentarios tan favorables al texto también me indicaron que la 
investigación podía llegar a buen puerto, estoy muy agradecido con él. 
 
Agradezco también el invaluable apoyo que tuve de parte de la Dra. Gloria Villegas a 
través de sus seminarios y comentarios. Me resulta casi imposible corresponder a su 
apoyo y deferencia. También agradezco la confianza y apoyo de parte de la Dra. 
Margarita Moreno, la inclusión en el proyecto de investigación al que ha dedicado 
tanto esfuerzo fue clave para la terminación de la tesis. 
 
Mi familia siempre ha confiado en mí y sin su apoyo esta investigación no hubiera sido 
posible. Mi mamá ha sido un gran ejemplo, su apoyo a lo largo de todo este tiempo ha 
sido el más importante. Espero que próximamente obtenga su grado de doctorado. A 
mi padre le agradezco la gran confianza y cariño que ha depositado en mí y confío que 
este trabajo cumplirá sus expectativas. Agradezco también a mi hermana que está en 
proceso de titularse, le auguro una carrera académica brillante. 
 
 
No puedo dejar de agradecer a Alejandra por escucharme hablar todo este tiempo 
acerca de temas que ahora han cobrado algo de sentido en esta tesis. Su apoyo ha sido 
incondicional y elemental, así como su confianza y su amor. Con gran satisfacción veo 
su desarrollo académico y sé que pronto cosechará importantes frutos. 
 
Otras personas importantes también han prestado oídos a los temas de este escrito y su 
apoyo como interlocutores ha sido muy importante. Mis colegas de los seminarios de 
tesis, Tania y Eduardo, juntos nos formamos y retroalimentamos, espero seguir 
cultivando su amistad. Agradezco a mi amigo de vida, Jorge Rizo, quien leyó una parte 
de la tesis y cuyos comentarios fueron muy elogiosos, desde hace años nuestras 
conversaciones han sido suelo fértil para el presente escrito. Una mención especial es 
para Vianey, quien no sólo me permitió comentar su tesis, sino que además prestó 
oídos para comentar la mía. Su interés en temas de teoría ha sido muy reconfortante 
para mí, siempre estaré en deuda con su confianza. 
 
 
 
 
 
 
ÍNDICE 
INTRODUCCIÓN .................................................................................................... IX	
  
Justificación y objetivos ......................................................................................................... XI	
  
Organización de la tesis ....................................................................................................... XIV	
  
Notas sobre algunos términos ............................................................................................... XVII	
  
1.– DISPERSIÓN HISTORIOGRÁFICA Y DISOLUCIÓN DEL PASADO. 
OBSERVACIONES DESDE LOS AÑOS OCHENTA ........................................... 19	
  
1.Introducción al problema .................................................................................................... 19	
  
1.1 Nuevas historias y ciencias sociales ................................................................................... 22	
  
1.2 Los nuevos objetos de la historia ....................................................................................... 36	
  
1.3 La disolución del pasado ................................................................................................. 44	
  
2.– LO CULTURAL: EL CAMPO SIMBÓLICO DE LA HISTORIOGRAFÍA .. 57	
  
2.1.1. Las diferentes mentalidades .......................................................................................... 57	
  
2.1.2. La nueva historiografía cultural .................................................................................... 67	
  
2.2.1. De lo social a lo cultural (las diferencias de método) ....................................................... 70	
  
2.2.2. Estructura social e individuo ........................................................................................ 72	
  
2.2.3. Significados y prácticas ............................................................................................... 77	
  
2.3. La representación: el pasado según el pasado ..................................................................... 86	
  
3.– LAS CIENCIAS HISTÓRICAS Y LA SOCIEDAD MODERNA .................... 95	
  
3.1. Historiografía y sociedad, el giro cultural .......................................................................... 95	
  
3.2. Los modelos de investigación social y las historias culturales ............................................. 1043.3. La construcción histórica: el pasado según el presente ....................................................... 114	
  
CONCLUSIONES ................................................................................................... 125	
  
BIBLIOGRAFÍA, HEMEROGRAFÍA Y OTRAS REFERENCIAS ..................... 131 
 
 
 IX 
 
INTRODUCCIÓN 
El tema general del presente escrito se inscribe en la historia del 
conocimiento, de aquel que se ha llamado conocimiento científico y dentro 
de este, del conocimiento producido por la “ciencia de la historia”. El estudio 
sin embargo se centra en un período caracterizado por un hondo 
descreimiento acerca de la cientificidad de la historia, aquel que desde el 
final de los años ochenta se fortaleció conforme el siglo transitaba hacia un 
mundo post-soviético. El siglo XX fue el que vio el impulso por construir la 
ciencia social de la historia, pero también el que conoció los mayores 
intentos por renunciar a tal proyecto. Paulatinamente, las voces que 
cobraron mayor relevancia fueron las que reivindicaron a la historiografía 
como un género literario, así como las que combatieron el uso de nociones 
provenientes de las ciencias sociales y de métodos cuantitativos por 
considerarlos “ajenos” a los discursos históricos.1 De hecho, la misma noción 
de “ciencia” pareció excesiva –si no es que inapropiada– para definir los 
trabajos realizados por los historiadores. 
En ningún otro período la fragmentación de los estudios históricos 
fue tan profunda, nunca antes habían habido tantos profesionales de la 
historia ni tantos campos ni objetos de estudio. Pero sobretodo, nunca antes 
habían causado tal alarmismo las críticas que cuestionaron la 
correspondencia entre los discursos históricos y el pasado como realidad 
independiente. La “crisis” de la historia fue una crisis de sus fundamentos de 
conocimiento. Y el fundamento más importante era el de la realidad 
histórica, el de saber que toda investigación histórica encuentra tarde o 
 
1 Vid., Hayden White, “The burden of history”, en History and Theory, Middletown, Connecticut, v.5, 
n.2, Wesleyan University Press, 1966, p. 111-134. 
 X 
temprano la posibilidad de desprenderse de su propia condición como 
práctica y discurso para dar cuenta de una realidad independiente: el 
pasado. Algunas críticas de este período insistieron en que toda referencia al 
pasado dependía de las características de la observación construida por la 
práctica historiográfica, pero más aún, que resultaba imposible distinguir 
entre la realidad de la que hablaban los discursos históricos y los discursos 
mismos. 
Temas como éste llamaron especialmente la atención de las 
historiografías culturales, corriente que se consolidó a partir de dicho 
período. Fue este campo el que asumió en sus temas y en sus procedimientos 
este tipo de problemas del conocimiento, a los cuales se sumaban a otros que 
provenían de varias áreas de las ciencias sociales y de distintas corrientes 
intelectuales. 2 Así, el primer gran objetivo de la tesis consiste en demostrar 
cómo las discusiones “teóricas” no son sino una forma más general o 
explícita de desarrollar los problemas de conocimiento con los cuales operan 
los campos de la investigación histórica, problemas íntimamente 
relacionados con sus métodos y con sus conceptos. De ello deriva la 
pregunta general de la tesis: ¿cuáles fueron los problemas epistemológicos 
que conformaron la “crisis de la historia” hacia finales de los años ochenta y 
cómo respondió el campo de la historiografía cultural ante este contexto?. 
Para obtener una respuesta se examinó el desarrollo mismo de la 
investigación histórica, sus propios diagnósticos sobre los problemas de 
conocimiento y los significados particulares que estos adquirieron en los 
estudios históricos. No se buscó evaluar la adecuación de las ciencias 
históricas a algún modelo general de la ciencia, sino que se describieron los 
 
2 Vid. Florencia Mallon, “Time on the Wheel: cycles of revisionism and the new cultural history”, en 
The Hispanic American Historical Review, Durham, Carolina del Norte, Duke University Press, 
v.19, n.2, p. 350-351.; Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los posmodernismos, 
Valencia, Universidad de Valencia, 2005, p.177-178 y ss. 
 XI 
problemas epistemológicos de acuerdo con las ciencias históricas en un 
período específico. Por esta razón, se ha privilegiado el uso de las referencias 
historiográficas y hemerográficas sobre los problemas del conocimiento 
histórico. Sólo a partir de esta información y no de un modelo normativo, se 
han ensayado análisis o consecuencias más generales para el campo de las 
ciencias históricas. 
Esto no supuso simplemente reproducir los diagnósticos que desde 
los años ochenta hicieron los historiadores acerca de su campo de estudio, 
sino que este tipo de balances han sido contrastados con la forma 
procedimental que siguieron las investigaciones. Así, se compararon dos 
niveles; uno que se podría denominar el “nivel normativo (el deber ser)” de 
la investigación histórica y otro que es el “nivel pragmático” de dicha 
investigación. Esta estrategia resultó particularmente útil, por ejemplo, para 
contrastar cómo mientras algunos historiadores señalaron como causa de la 
crisis de la historia a las relaciones que se establecieron con las ciencias 
sociales, al nivel de la práctica y la escritura de la historia, dichas relaciones 
fueron imprescindibles para el desarrollo de la investigación misma. 
 
Justificación y objetivos 
Se ha vuelto un lugar común interrogar sobre la pertinencia de los trabajos 
“teóricos” en los estudios históricos. Cualquier reflexión historiográfica o 
epistemológica parecería de menor importancia frente al estudio de un tema 
“propiamente histórico”. La noción de “teoría de la historia” sugiere un tipo 
de estudio que por su propia naturaleza parecería ajeno al trabajo del 
historiador y es por ello que habría que cuestionar la pertinencia de seguir 
usándolo. Por lo que se refiere a la presente investigación, se trata de 
estudiar un caso de teoría del conocimiento histórico a partir de marcos 
 XII 
temporales específicos y de las problemáticas particulares asociadas a esos 
marcos, es decir, por medio de un ejercicio de historización. Las mismas 
condiciones de este campo de estudio, obligan a un tratamiento detallado de 
los conceptos y problemas sobre el conocimiento, si éste no coincide con 
ciertas formas de la historia social o política, no puede derivarse de ello que 
no se trata de una descripción cabalmente historiográfica. 
La suposición de que la “teoría de la historia” es un producto ajeno a 
la investigación “propiamente histórica”, omite la pluralidad historiográfica 
existente y sugiere que hay un método y una forma de hacer la historia. En 
otras palabras: defiende una concepción esencialista del saber histórico. 
¿Cuál es la razón que cierto tipo de historia del conocimiento resulte “menos 
historiográfica” que una historia de la cultura o de un suceso político?. Como 
consecuencia del desarrollo historiográfico del siglo XX, parte del cual es 
estudiado en este escrito, se ha vuelto preciso re-dimensionar los lugares y 
las formas en que se producen investigaciones históricas. Lo mismo en la 
física, en el derecho o en la economía y muchos otros ámbitos, se elaboran 
historias para el tratamiento de problemas especializados, los cuales pueden 
escapar del campo de trabajo del historiador profesional. 3 Hay que 
considerar seriamente estos elementos cuando se recrimina a la “teoría” 
apartarse de la “naturaleza” del trabajo historiográfico. 
Por otro lado, no hay obra historiográfica que no tenga relación con 
modelos o criterios de conocimiento que a su vez no afecten el tipo de 
análisis quese hace del objeto de estudio. De ahí que la cualidad crítica de 
una investigación histórica depende en gran medida de su capacidad para 
dar cuenta de los límites y posibilidades de sus marcos de descripción. A esta 
 
3 Por ejemplo, una de las investigaciones históricas de mayor importancia en la actualidad no fue 
escrita por un historiador ni tampoco sigue estrictamente los estados de la cuestión que se discuten en 
los círculos profesionales del historiador. Y no por ello no es con todo derecho -entre otras cosas- 
una obra de historia: Thomas Piketty, Le capital au XXIe siécle, París, Seuil, 2013, 970 p. 
 XIII 
tarea está enfocada lo que por fuerza de la convención se sigue denominando 
“teoría de la historia”. 
Tres grandes tipos de estudios confluyen en la tesis, en primer lugar 
las historias generales de la historiografía del siglo XX,4 en segundo, los 
balances sobre la historiografía cultural,5 y en tercero, las obras que al 
reflexionar sobre el saber histórico fungen como el marco teórico de la 
propuesta.6 La contribución más importante de la presente investigación 
pretende ser la de describir las líneas generales de los problemas del 
conocimiento histórico desde los años ochenta para explorar las respuestas 
 
4 Entre otros: Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-
1989, trad. de Alberto Luis Bixio, Barcelona, Gedisa, 2006. 141 p ; François Dosse, La historia en 
migajas. De Annales a la “nueva historia”, trad. de Francesc Morató i Pastor, México, Universidad 
Iberoamericana, 2006, 249 p.; George G. Iggers, New directions in european historiography, 
Middletown, Wesleyan University Press, 1984, 267 p.; George G. Iggers, La historiografía del siglo 
XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, trad. de Iván Jaksic, México, Chile, 
Fondo de Cultura Económica, 2012, 277 p.; Q. Edward Wang y Georg G. Iggers (editores), Turning 
points in historiography. A cross-cultural perspective, Nueva York, The University of Rochester 
Press, 2002 349 p. ; Lawrence Stone, El pasado y el presente, trad. de Lorenzo Aldrete Bernal, 
México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 289 p.; Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De 
los positivismos a los posmodernismos, Valencia, Universidad de Valencia, 2005, 254 p.; Elena 
Hernández, Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy, Madrid, Akal, 2004, 574 p.; 
Josep Fontana, La historia después del fin de la historia, Barcelona, Editorial Crítica, 1992. 153p. 
5 Roger Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultura, trad. de Claudia 
Ferrari, Barcelona, Gedisa, 1996. 275 p.; Lynn Hunt, Aletta Biersack et. al., (editores), The new 
cultural history, Berkeley, University of California Press, 1989, 244 p.; Peter Burke, ¿Qué es la 
historia cultural?, trad. de Pablo Hermida Lazcano, Barcelona, Paidós, 2006, 169 p.; Peter Burke, 
Formas de hacer historia cultural, tr. Belen Urrutia, Madrid, Alianza, 2000. 307 p.; Julio Serna y 
Pons, Anaclet, La Historia cultural. Autores, obras, lugares. Madrid: Akal, 2005, 224 p. ; 
6 Michel de Certeau, La escritura de la historia, trad. de Jorge López Moctezuma, México, 
Universidad Iberoamericana, 2006, 334 p. ; Fernando Betancourt, “La fundamentación del saber 
histórico en el siglo XX: investigación social, metodológica y racional operativa”, Estudios de 
Historia moderna y Contemporánea de México, México, n.40, julio-diciembre, 2010, p. 91-120. ; 
Fernando Betancourt, “La transformación de la historia como problema teórico. Una relectura de la 
obra de Michel Foucault”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.35, 2010, p. 
193-227.; Alfonso Mendiola, “Hacia una teoría de la observación de observaciones: la historia 
cultural”, en Historias, México, INAH, 2005, p. 19-35. ; Alfonso Mendiola, “El giro historiográfico: 
la observación de observaciones del pasado”, en Historia y grafía, Universidad Iberoamericana, 
n.15, 2000, p. 181-208.; Mendiola, Alfonso y Guillermo Zermeño, “De la historia a la historiografía. 
Las transformaciones de una semántica”, Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, 
n.4., 1995, p. 245-261.; Luis Gerardo Morales Moreno (comp.), Historia de la historiografía 
contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis 
Mora, 2005, 540 p.; Wolfgang Mommsen, “Las ciencias históricas en la sociedad industrial 
moderna”, en Debates recientes en la teoría de la historiografía alemana ,(Silvia Pappe coord..), 
trad. de Kermit McPherson, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 
Universidad Iberoamericana, 2000, p. 83-108. 
 
 XIV 
de parte de las historiografías culturales a dichos problemas. Una vez 
cumplidos estos objetivos, se proponen algunas consecuencias generales 
derivadas de ello para las ciencias históricas. La posibilidad de 
generalización está dada por las pretensiones mismas de las historias 
culturales, cuyos enfoques de investigación fueron aplicados al resto de los 
campos de estudio y no sólo al de la cultura. Partiendo del final de los años 
ochenta, se busca explorar y argumentar a grandes rasgos, cuáles son las 
condiciones teóricas y los problemas de conocimiento que atañen a la 
investigaciones históricas en la actualidad. 
 
Organización de la tesis 
El trabajo de investigación está dividido en tres capítulos, cada uno de los 
cuales se compone a su vez de tres subcapítulos. El primer capítulo explora 
el estado que guardaba la teoría y la investigación de la historia hacia el los 
años ochenta. El objetivo general de este apartado es describir el contexto en 
el que se produjo el cuestionamiento sobre el carácter científico de la 
historia. Para ello se analizan tres aspectos; primero, la pregunta que se 
busca responder es: ¿cuál es la posición que ocupaba el saber histórico 
dentro del marco del conocimiento según ciertas observaciones del 
período?; en segundo lugar se ensaya una respuesta acerca de qué fue lo que 
ocasionó la fragmentación y la multiplicación de los objetos de estudio. Este 
elemento en realidad constituye una extensión o una consecuencia del 
anterior, ya que la proliferación de temáticas fue producto de las múltiples 
interacciones que las historias mantuvieron con distintos saberes como 
parte de sus operaciones a lo largo del siglo XX. El tercer subcapítulo analiza 
lo que se puede llamar la recepción del tema del “final de la historia” tal y 
como lo desarrollaron los historiadores, es decir, en el entendido de que con 
 XV 
los años noventa llegaba también la amenaza (en la forma de “relativismo”, 
“posmodernismo”, “subjetivismo” y otros clichés similares) del fin de la 
ciencia histórica. Tal y como indican los debates que iniciaron con la 
transición hacia un mundo post-soviético, el cuestionamiento de mayor 
importancia fue acerca de si discurso histórico podía representar o referir 
una realidad independiente (el pasado) más allá de sus propios marcos 
discursivos. 
Los tres subcapítulos del primer apartado describen así los aspectos 
del saber histórico en relación con su posición (dentro del campo del 
conocimiento, como estudio humanístico o como ciencia social), su 
condición (como disciplina o como campo de interacción de saberes) y su 
función (en la producción de conocimientos sobre el pasado). Cada uno de 
estos elementos, tiene continuidad en el resto del trabajo, de tal manera que 
todos los subcapítulos tienen correspondencia entre sí. Los subcapítulos 
primeros de cada apartado tratan de elementos contextuales, principalmente 
sobre aspectos y temas de la historiografía. Si se prefiere comenzar la lectura 
de la tesis a partir de un marco más general acerca de los estudios culturales, 
entonces convendrá comenzar con el subcapítulo 3.1. (“Historiografía y 
sociedad: el giro cultural”).Los subcapítulos segundos analizan los modelos 
de investigación usados en la investigación histórica, tanto para el caso de la 
“crisis disciplinaria” de la historia como para el estudio de la historia 
cultural y las consecuencias más generales para la investigación histórica. 
Finalmente, los terceros analizan el problema epistemológico sobre las 
posibilidades y los límites de la investigación histórica para dar cuenta del 
pasado. 
El segundo capítulo está dedicado al análisis de diferentes aspectos de 
la historiografía cultural. El subcapítulo inicial da continuidad al tema de la 
 XVI 
“nueva historia (cultural)” y de la fragmentación de campos historiográficos. 
Los puntos del segundo subcapítulo continúan la exploración de la historia 
cultural por medio de algunos aspectos metodológicos. Se analizan las 
distinciones que provenientes de otras áreas de las ciencias sociales fueron 
utilizadas para la investigación histórica de la cultura, destacando la 
distinción entre estructura social/individuo que fue utilizada para rechazar 
el olvido de “lo humano” llevado a cabo supuestamente por la historia social. 
También se analiza la noción de “práctica social”, la cual define aquellas 
operaciones que socialmente construyen el significado del mundo. 
El subcapítulo tercero, titulado “la representación: el pasado según el 
pasado”, retoma el problema sobre la “disolución del pasado” descrito en el 
capítulo anterior. En él se argumenta que la imposibilidad de describir la 
realidad histórica sin intermediaciones o sin representaciones, lejos de 
implicar el final de la ciencia histórica o ser un impedimento para sus 
operaciones, fue una problemática que impulsó un amplio conjunto de 
investigaciones. 
En el último capítulo se desarrollan algunas conclusiones derivadas 
de los problemas descritos en los apartados previos. Básicamente se refieren 
a implicaciones de carácter epistemológico para los estudios históricos. El 
primer subcapítulo pretende situar a la historiografía cultural en un contexto 
social e intelectual que se define escuetamente como “giro cultural”. En él se 
describen algunos elementos que propiciaron el interés por lo cultural hacia 
la segunda mitad del siglo XX. En el segundo subcapítulo se analiza, a través 
de algunos estudios de caso, la relación entre modelos de investigación 
provenientes de distintas ciencias sociales y las historias culturales. Con base 
en los subcapítulos segundos de los apartados anteriores, se proponen 
algunas características generales sobre el funcionamiento de estos modelos 
 XVII 
en la investigación histórica, y a su vez el papel que cumple ésta con dichos 
modelos. El último subcapítulo, titulado “La construcción histórica: el 
pasado según el presente”, ofrece una primera conclusión general sobre la 
tesis. En él se describen las características de los discursos históricos en 
tanto ciencias del presente. 
 
Notas sobre algunos términos 
Conviene hacer algunas aclaraciones previas sobre el uso de algunos 
términos. A lo largo de la tesis las palabras historia e historiografía son 
usados de manera indistinta, ya que se consideran términos equivalentes, 
por ejemplo al escribir sobre la historia cultural y la historiografía cultural. 
El argumento de ello es que toda referencia al pasado es producto de una 
práctica (historiografía) que condiciona el entendimiento del objeto de 
estudio y que se puede definir como historiografía. En otras palabras: no hay 
referencia histórica más allá de la historiografía.7 
Otro concepto es el de observación. Basta con señalar que el término 
no se refiere al proceso por medio del cual la realidad es reflejada por el ojo 
del observador, sino muy por el contrario, al proceso mediante tal o cual 
realidad es condicionada por los criterios y el tipo de percepción que de ésa 
se hace. Para los casos de la presente investigación, la noción de observación 
no se refiere a algo que es visto por parte de un sujeto, un autor o un 
historiador, sino que se trata de construcciones sociales. Por observación se 
entiende así, una observación social. Las obras historiográficas representan 
una forma de observar los fenómenos históricos que rebasan por mucho los 
límites de la “consciencia individual” del historiador, y que serían 
 
7 Vid., Alfonso Mendiola y Guillermo Zermeño, “De la historia a la historiografía. Las 
transformaciones de una semántica”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.4., 
1995, p. 245-261. 
 XVIII 
impensables sin las prácticas de evaluación de una comunidad de 
investigadores, sin las referencias de otras investigaciones, o sencillamente 
sin el uso de del lenguaje y la comunicación. Todos estos elementos son 
condicionantes de carácter social.8 
En relación con lo anterior, la noción de investigación social tiene 
mayores implicaciones de las que parecería. En la tesis se usa como 
sinónimo de “ciencias sociales”, se refiere a campos de estudio cuyos objetos 
son procesos de carácter social y no humanos (como la “consciencia” y sus 
representaciones),9 conviene tomar en consideración esta distinción ya que 
una parte importante del proyecto de la historia cultural fue estudiar al 
individuo en su concreción más allá de las estructuras sociales. El uso de 
modelos de investigación social para dicho propósito da cuenta del tipo de 
paradoja que ello supuso. 
 
 
8 Vid., Alfonso Mendiola, “El giro historiográfico: la observación de observaciones del pasado”, en 
Historia y grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.15., 2000, p. 181-208. ; Vid., Paul 
Watzlawick y Peter Krieg (comps.), El ojo del observador. Contribuciones al constructivismo, 2a. 
ed., trad. de Cristóbal Piechocki, Barcelona, Gedisa, 1995, 261 p. 
9 Vid., Fernando Betancourt, “La transformación de la historia como problema teórico. Una relectura 
de la obra de Michel Foucault”, Historia y Grafía, México, Universidad Iberoamericana, n.35, 2010, 
p. 193-227. 
 19 
1.– DISPERSIÓN HISTORIOGRÁFICA Y DISOLUCIÓN DEL PASADO. 
OBSERVACIONES DESDE LOS AÑOS OCHENTA 
 
¿Queda aún un territorio propio del historiador?, 
¿Se convierte la historia en ilusión al anexarse por 
definición al dominio de experimentación de lo 
humano, el tiempo?, ¿Más allá de la diversidad de 
 las historias coexistentes, existe todavía una 
historia, la Historia? 
Jacques Le Goff y Pierre Nora1 
 
1.Introducción al problema 
Hacia 1989 el sueño del historiador francés Pierre Vilar acerca de la 
disciplina histórica parecía más bien una quimera. Una década antes había 
soñado con hallar en una biblioteca un “tratado de historia”, del tipo que los 
hay sobre economía, sociología, ciencia política o antropología.2 Le irritaba 
que el conocimiento histórico, al cual concebía como base de todos los 
demás, mostrara signos de incapacidad para constituirse en una ciencia. A 
propósito de ello recordaba la famosa frase de Marx y Engels escrita en La 
Ideología Alemana: “No conocemos más que una ciencia, la ciencia de la 
historia.”3 Más aún, el hecho de que la historia parecía fungir solamente 
como un “banco de datos” dentro del campo de las ciencias sociales 
provocaba su irritación. Y sin embargo, los malos augurios acerca del 
proyecto por conformar una ciencia histórica estaban presentes en el 
prólogo mismo de Iniciación al vocabulario de análisis histórico, en este 
libro se aseguraba que la historia era una de las mejores herramientas 
pedagógicas en general, pero vacilaba al momento de calificarla como una 
ciencia. Tenía presente que dicha noción producía sospecha, al tiempo que 
 
1 Jacques Le Goff y Pierre Nora (coords.), Hacer la historia. Nuevos problemas I, 2a, ed., trad. de 
Jem Cabanes, 3v., Barcelona, Editorial Laia, 1984, p. 11. 
2 Pierre Vilar, Iniciación al vocabulariodel análisis histórico, 3a. ed., trad. de M. Dolors Folch, 
Barcelona, Crítica, 1981, p. 7. 
3 En alemán: “Wir kennen nur eine einzige Wissenschaft, die Wissenschaft der Gescichte”. Ibid., p. 9. 
 20 
generaba preguntas incómodas. El mismo autor narraba cómo había sido 
cuestionado por una asociación estudiantil acerca de si creía que la historia 
era una ciencia, ante lo cual su respuesta fue que si no lo creyera no se 
dedicaría a enseñarla.4 
En los años ochenta el estatus del conocimiento histórico mostraba 
una clara inestabilidad. El caso de Vilar, aparentemente trivial, es un 
indicador de este fenómeno, un momento en el que la cientificidad de la 
historia se discutía como una cuestión de creyentes y no creyentes. ¿Por qué 
no había un tratado (científico) de la historia?, según Vilar toda ciencia exige 
un vocabulario específico y su propósito era contribuir a esa empresa 
mediante la definición de conceptos como historia, estructura, coyuntura, 
clase social o pueblo. Se trataba de procurar un texto que a la manera de un 
diccionario, mostrara el vocabulario especializado de la historiografía.5 Un 
manual de investigación sobre métodos cuantitativos y cualitativos como 
los hay en las ciencias sociales, una guía que indicara cómo a ciertos 
conceptos (más o menos estables semánticamente) les correspondían ciertas 
aplicaciones técnicas. Una obra de esta naturaleza funcionaría como el 
certificado de buena salud de la ciencia histórica. 
Pero en el tiempo en el que Vilar escribió su libro no era sencillo 
defender la pertenencia de la historia al campo de las ciencias sociales, había 
serios problemas para definir el “método histórico” al igual que su “lógica de 
investigación”. El historiador Edward P. Thompson relató un significativo 
 
4 Ibid., p. 11. 
5 Algunos ejemplos de diccionarios históricos son: André Burguiere, Dictionaire des sciences 
historiques, París, Press Universitaires de Frances, 1986, 693 p. [Versión castellana: Diccionario de 
ciencias históricas, trad. de E. Ripoll Perello, Madrid, Akal, 1991, 702 p.]; Alberto de Bernardi y 
Scipione Guarracino, Dizionario di storiografía, Milán, Mondadori, 1996, 1152 p.; Chris Cook, 
Dictionary of historical terms, 2a. ed., Nueva York, Peter Bedrick Books, 1991, 350 p.; Joaquín 
Prats Cuevas (coord.), Diccionario de historia, México, E. G. Anaya, 1986, 587 p.; José María 
Valverde, Diccionario de historia, Barcelona, Planeta, 1995, 321 p. 
 21 
testimonio al respecto. Cuando en un seminario con antropólogos en la 
Universidad de Cambridge se le pidió que justificara una aseveración, adujo 
que estaba validada por lo que dio en llamar “lógica histórica”. Su respuesta 
provocó grandes carcajadas entre los asistentes y él mismo se vio obligado a 
participar de la hilaridad al tiempo que reflexionaba sobre la burla y su 
“significado antropológico”.6 Lo que generaba escepticismo acerca de la 
epistemología de la historia encontraba sustento en el panorama de la 
historiografía del momento, como el propio Thompson señaló: las maneras 
de escribir historia eran muy diversas, las técnicas empleadas 
considerablemente variadas, los temas de investigación desiguales y las 
conclusiones polémicas y controvertidas, lo que en conjunto ponía en juicio 
“la coherencia disciplinaria” de la historia.7 
A su manera, la explicación de Thompson da cuenta de los cambios 
ocurridos en las estructuras del saber histórico a lo largo del siglo XX. Entre 
otros, destaca la disolución del territorio propio de la historiografía. Una 
pregunta que surgió en las discusiones teóricas de los ochenta fue 
precisamente: ¿cuál era el objeto de estudio de la investigación histórica?. 
Bien podría aducirse que los hombres en el tiempo como propuso March 
Bloch,8 pero a reserva de presentar los límites establecidos por los distintos 
campos historiográficos: la historia política, económica, demográfica, social, 
de las ideas, la microhistoria, las mentalidades, la nueva historia cultural, 
etcétera. Los antecedentes de la propia historiografía contradecían el sueño 
de una estabilidad disciplinaria, al menos por lo que se refiere a la 
 
6 Edward Palmer Thompson, ”La lógica de la historia”, trad. de Joaquim Sempere, en Thompson. 
Obra esencial, Dorothy Thompson (ed.), Barcelona, Crítica, 2002, p. 509. [El artículo es parte de la 
obra: E. P. Thompson, The poverty of theory and other essays, Monthly Review Press, Nueva York, 
1978, 420 p.]. 
7 Ibid., p. 510. 
8 Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, 2a. ed., trad. de María Jiménez y 
Danielle Zaslavsky, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 54-57. 
 22 
delimitación de un objeto de estudio, al desarrollo de una metodología 
propia y a la elaboración de un vocabulario común para el conjunto de las 
corrientes historiográficas. 
En este primer capítulo se describirá esta problemática de acuerdo 
con tres observaciones que se realizaron alrededor de los años ochenta. La 
primera se refiere a la discontinuidad ocasionada por la aparición constante 
de “nuevas historias”. Posteriormente, se describirá la fragmentación de los 
objetos de estudio por efecto de la condición transdisciplinaria de las 
historiografías. En términos generales las observaciones descritas 
identificaron la multiplicación de los temas de la investigación como una 
“crisis de la historia”, de acuerdo con dicha interpretación, la historia 
entendida como unidad disciplinaria, se diluyó debido a la formación de 
nuevas corrientes y objetos de investigación. 
 Finalmente, se analizará otro aspecto de gran importancia que 
caracterizó las discusiones sobre teoría de la historia de los años ochenta: la 
crítica de la historiografía como ciencia productora de conocimiento del 
pasado. Este cuestionamiento sobre la función de la historiografía sintetiza 
los dos anteriores y anuncia una cesura profunda en términos de su función 
como saber profesional. 
 
1.1 Nuevas historias y ciencias sociales 
Desde el siglo XIX hasta la actualidad ha sido frecuente el uso del término 
“nueva historia” para definir el desarrollo de diferentes tendencias de 
investigación. En 1890 el filósofo Henri Berr, muy cercano al proyecto 
inaugural de la revista Annales, había publicado en La Nouvelle Revue un 
artículo donde exponía la necesidad de la constitución de una “nueva ciencia 
 23 
de la historia.”9 El surgimiento en Prusia de lo que actualmente se considera 
el antecedente más remoto de la historia profesional, el modelo 
historiográfico del historicismo alemán, fue también definido a finales del 
siglo XIX como la nueva historiografía. 
Este término se relacionaba con un enfoque centrado en el estudio de 
los componentes básicos de la vida social, de su evolución y su desarrollo 
histórico. La “vieja historia” era identificada con una versión más bien 
descriptiva de hechos particulares. En opinión de E. W. Dow, algunos de los 
miembros de la vieja escuela histórica, entre quienes destacaba Leopold von 
Ranke, mostraban no sólo un interés en el individuo y en la política sino 
también en algunas de las características de la nueva historia, tales como ir a 
la “raíz de las cosas” y mostrar los “factores esenciales”.10 En un sentido 
similar el historiador alemán Robert Fruin definió en 1904 la “nueva 
historiografía” como historia científica y objetiva, la cual de acuerdo a su 
opinión podía ser identificada con la obra de Ranke.11 
En un viejo número del mes de abril de 1898 de The American 
Historical Review se puede leer una reseña de la Historia Alemana del 
historiador Karl Lamprecht. La obra es presentada como ejemplo de una 
nueva tendencia en la historia, pues se argumenta que respondía al “espíritu 
del momento”, al “interés público de la actualidad que no se limitaba 
únicamente a cuestiones políticas, sino que se ocupabamás y más del 
fenómeno social”.12 El libro estudiaba factores regulares en la historia que 
serían expresados a través de los “impulsos individuales” y las colectividades 
 
9 Ignacio Olabarri, “New new history: a longue dure estructure”, History and Theory. Studies in the 
Philosophy of History, Connecticut, Middletown, Wesleyan University, v. 34, n.1, 1995, p. 5. 
10 Earle Wilbur Dow, “Features of the New History: Apropos of Lamprecht´s Deutsche Geschichte”, 
The American Historical Review, Indiana, Oxford University Press, v.3, n.3, 1898, p. 444. 
11 Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los posmodernismos, Valencia, 
Universitat de València, 2005, p. 160. 
12 E. W. Dow, op.cit., p. 431. 
 24 
(factores naturales y físico-sociales). La atención por los factores políticos 
decrecía en función de la economía y del método, principal herramienta para 
comparar las viejas y nuevas tendencias, tema que fue objeto de la atención 
de uno de los ensayos de Lamprecht escrito en 1896 (Alte und neue 
richtungen in der Geschichtswissenschaft).13 
Más allá de la discusión acerca de si se puedan hallar o no rasgos de 
esta nueva historia en la obra de Ranke, es necesario señalar que las 
investigaciones del historicismo decimonónico no se redujeron a la política, 
sino que incluyeron ámbitos como la economía y la cultura. Este fue el caso 
del historiador Karl Lamprecht a finales del siglo XIX y más tarde el de Hans 
Ulrich Wehler, partidario de la historiografía como ciencia social y del 
argumento de que la historia moderna debía mucho más a Marx que a 
Ranke.14 
En Estados Unidos también se utilizaba la expresión “nueva historia” 
a principios del siglo XX. En 1912 James Harvey Robinson publicó un libro 
con ese título para referirse a un movimiento historiográfico en marcha, 
relacionado con el trabajo de autores como Karl Lamprecht, Henri Pirenne, 
Henri Berr y Frederick Turner. El propio Berr aplicaba el término en 1930 
para referirse a este movimiento, y especialmente, a las obras Psychology 
and History (1919) y The new history and the social sciences (1925) de H. E. 
Barnes.15 Varias décadas después, en los años sesenta, el término describiría 
corrientes como la “nueva historia económica”, la “nueva historia política” y 
la “nueva historia social” en las academias estadounidenses. 
 
13 Citado en Olabarri, op.cit., p. 4. 
14 Peer Schmidt, “Leopold von Ranke: sólo historias no historia”, en Karl Kohut (comp.), El oficio 
del historiador. Teorías y tendencias de la historiografía alemana del siglo XIX, México, Herder, 
2009, p. 56-68. 
15 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, París, Editions Complexe, 1988, p. 36. [Versión 
castellana: Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel (dirs.), La nueva historia, Bilbao, 
Ediciones Mensajero, 1988, p. 602.] 
 25 
Los años de la profesionalización de la historia en Europa (1870-
1930), coincidieron con una etapa de estabilidad del método y el tratamiento 
de las fuentes, fue un período saludable para la investigación en archivo, los 
mil años anteriores de los principales estados europeos habían sido 
delineados en su evolución política, militar, constitucional y diplomática. 
Los productos de esta empresa podían encontrarse en los gruesos volúmenes 
de la Cambridge Modern History, o bien entre las proezas de la erudición, el 
escrutinio histórico y la publicación documental de revistas como The 
American Historical Review, English Historical Review, Revue Historique 
o Annales Historiques de la Révolution Française.16 
Más tarde, durante el período entreguerras se produjo una disputa 
entre los “viejos” y los “nuevos” historiadores. En esos años algunos 
detectaron el inicio de un “cambio de marea”. La revista más importante en 
la materia se fundó en esa época: Annales d´Histoire économique et Sociale 
(1929) y junto con ella, una revista especializada en la historia social y 
económica como Economic History Review (1927). Los “nuevos 
historiadores” –o sea, aquellos con una actitud de apertura hacia las ciencias 
sociales– habían formado cuadros que se consolidarían varias décadas 
después, cuando tendrían un lugar privilegiado en los círculos académicos 
de Francia y Estados Unidos, incluso en espacios reticentes como la Sorbona 
y la Universidad de Harvard. Fue esta la época en que surgieron revistas que 
consolidaron la nueva perspectiva, como por ejemplo Past and Present 
(1952) que tuvo especial influencia en los Estados Unidos, donde también 
surgieron importantes publicaciones emparentadas con la nueva 
historiografía, tales como Comparative Studies in Society and History 
 
16 Lawrence Stone, El pasado y el presente, trad. de Lorenzo Aldrete Bernal, México, Fondo de 
Cultura Económica, 1986, p. 18-19. 
 26 
(1968), Journal of Interdisciplinary History (1969), Journal of Social 
History (1967) e Historical Methods Newsletter (1967). 
Las directrices del cambio fueron la vinculación con ciencias sociales 
como la economía, la sociología, la geografía y más tarde la antropología. 
Más aún, se trataba de un proyecto por configurar una “ciencia social 
histórica” centrada en el análisis de las estructuras sociales. Algunos 
historiadores han observado esto como la pérdida de la hegemonía del 
historicismo alemán, ya que la narración histórica sobre el papel de las 
personas en la alta política, la diplomacia y los asuntos militares fue 
remplazada por una historia cultural y social dedicada al estudio de las 
masas y los procesos sociales. 17 
En términos generales, desde las historiografías decimonónicas hasta 
las diferentes tendencias de la posguerra, la expresión nueva historia define 
un conjunto heterogéneo de obras que comparten un interés particular por 
los enfoques no sólo descriptivos de acontecimientos históricos, sino 
básicamente por el análisis sincrónico de los procesos y las dinámicas 
sociales. Todas ellas caracterizadas por la impronta de la perspectiva 
científico social, que en el terreno historiográfico se manifestó en aspectos 
como: el rechazo a identificar el pasado de la sociedad con la memoria 
política de los Estados, la crítica a la noción de “hecho histórico” en favor de 
la función dada a la explicación del pasado, la problematización de su objeto 
de estudio (historia-problema) como una extensión de su dimensión 
explicativa, así como la reflexión sobre el presente desde el cual se observa el 
pasado.18 
 
17 George G. Iggers, New directions in european historiography, Middletown, Wesleyan University 
Press, 1984, p. 27. 
18 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, op.cit., p. 40-44. 
 27 
En otras palabras, la primera gran discontinuidad en el desarrollo de 
la historiografía consistió en dejar de presentarse como ciencia humana 
para constituirse, al nivel de sus procedimientos, como ciencia social. La 
transformación de ninguna manera resultó trivial, no sólo atañe al tipo de 
objetos que resultan observables y susceptibles de ser estudiados (como la 
conciencia, las ideas, la “intención del autor” y otras nociones relacionadas 
con el concepto de ciencia humana), sino también al nivel de las bases 
teóricas, en las cuales se encontraban serios obstáculos epistemológicos que 
parecían impedir que las historiografías se dedicaran no sólo a la 
comprensión de experiencias humanas, sino también a la explicación de los 
procesos sociales. 
Las reflexiones metodológicas del siglo XIX situaron a la historia del 
lado de las “ciencias del espíritu”, contraparte de las “ciencias de la 
naturaleza”, este dualismo metodológico fue sagital en la argumentación de 
corrientes como el neokantismo, el empirismo, la hermenéutica romántica y 
el positivismo. Esta condición suponíapara la historia remitir sus “objetos” a 
los motivos internos de la acción intencional del sujeto de conocimiento. De 
acuerdo a este esquema, junto con saberes como la psicología, el derecho, la 
etnología, la sociología y la literatura, la historia compartía la forma del 
procedimiento de investigación al hacer uso de la comprensión (Verstehen). 
Mientras que la forma cognitiva que se establecía entre las ciencias de la 
naturaleza y su objeto de estudio resultaba distinta por la puesta en marcha 
de la explicación (Erklären) de los fenómenos estudiados. 
La comprensión de los objetos del “espíritu” resultaría posible toda 
vez que son producto de la creación de los seres humanos, quienes por lo 
tanto se podían reconocer en estos mismos. Aunque para Wilhem Dilthey los 
objetos de ambos campos de las ciencias eran resultado del conocimiento, la 
 28 
diferencia se situaba en el procedimiento cognitivo. En la versión 
hermenéutica, el lugar de quien ejercita la comprensión se extiende al 
ámbito del objeto, ya que ahí vuelve a reconocer la acción de otros sujetos 
similares. Le incumbe ese objeto peculiar, formula juicios y conceptos, 
elabora descripciones y narraciones en diferentes planos, como individuo o 
bien como parte de una familia, un Estado, o una sociedad.19 La ciencia 
humana –pensemos en el caso de la historia– lo sería ya que reconoce al 
hombre como protagonista del proceso del conocimiento histórico y a su vez 
como actor principal de sus temas de estudio. 
La concepción de la historia como una ciencia del espíritu (noción 
que por cierto es producto de una traducción controversial),20 resulta ya 
inadecuada para caracterizar el desarrollo de la historiografía desde su 
profesionalización en las academias prusianas del siglo XIX. Como se ha 
señalado, el término “nueva historia” ha definido un conjunto heterogéneo 
de campos historiográficos que son producto de la incorporación de 
elementos de la investigación social. Es decir, los modelos que han 
acompañado el estudio histórico provienen de campos (ciencias sociales 
principalmente) que no reconocen el papel preferencial dado al “hombre” 
como sujeto y objeto de la investigación. Esta desantropologización 
cognitiva a favor de “lo social”, generó una ruptura con el modelo de 
 
19 Enrique de la Garza Toledo y Gustavo Leyva (editores), Tratado de metodología de las ciencias 
sociales: perspectivas actuales, México, Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma 
Metropolitana Iztapalapa, , 2012, p. 26-27. 
20 Shiel en la segunda edición (1863) del VI libro “Von der Logik der Geisteswissenschaften” de la 
obra de John Stuart Mill, System der deductiven und induktuven Logik, tradujo el término “moral 
sciences” por “ciencias del espíritu”. Para Mill, estas ciencias no eran particulares y distintas de las 
ciencias empíricas, sino por el contrario, en ellas también tenía validez el método inductivo. Es decir, 
la traducción introdujo un significado completamente diferente. Hans Georg Gadamer, Verdad y 
método I, 8a. ed., trad. de Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, Salamanca, Sígueme, 1999, p. 
31-32. 
 29 
conocimiento para el cual resultaban fundamentales aspectos como la 
conciencia del hombre y sus representaciones. 21 
Los trabajos historiográficos que se desarrollaron a partir del año de 
1929 en torno a la revista Annales son muy representativos de dicho 
proceso. Estos recuperaron avances muy notorios en el campo de la 
investigación social (economía, sociología, geografía, ecología, demografía, 
antropología, etcétera). Los historiadores franceses herederos de este 
proyecto, medio siglo después retomaron el tema de la renovación de la 
historiografía. En 1978, cuando se publicó La Nouvelle Histoire bajo la 
dirección de Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques Revel, se describió 
que los padres de la nueva historia eran Voltaire, Chateaubriand, Guizot, 
Michelet y Simiand.22 El denominador común de estos fundadores era el 
estudio de las costumbres, las estructuras, la evolución, lo global, la 
civilización y la cultura material. 
Las reivindicaciones de estas tradiciones no evitaron el señalamiento 
de las rupturas. Así como el primer índice de discontinuidad apuntó hacia la 
historia política del historicismo clásico, el siguiente lo hizo en relación con 
la primera generación de Annales. En la editorial del año de 1946, en medio 
de las ruinas de la posguerra, la revista cambió su nombre por Annales. 
Economies, Sociétés, Civilisations, y la editorial llevaba el título de 
“Manifiesto de los nuevos Annales”, se anunciaba un “nuevo clima” y 
“nuevas fórmulas”.23 
 
21 Las ciencias sociales se diferenciaron del espacio epistemológico de las ciencias humanas, el 
conocimiento de las primeras no se refería ya a los intercambios entre la conciencia del hombre y las 
representaciones de su historia. Por ello, las ciencias sociales no investigan precisamente al hombre y 
sus productos, sino a la sociedad. Véase Fernando Betancourt, “La transformación de la historia 
como problema teórico. Una relectura de la obra de Michel Foucault”, Historia y Grafía, México, 
Universidad Iberoamericana, n. 35, 2010, p. 218. 
22 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, op.cit., p. 274-280. 
23 Lucien Febvre, “Face au vent: manifeste des Annales nouvelles”, Annales. Économies, Sociétés, 
Civilisation, n.1, 1946, p. 1. 
 30 
De hecho para algunos observadores más recientes, las corrientes que 
produjeron una “revolución en la práctica historiográfica” provinieron del 
inicio de la posguerra: segunda generación de los Annales, la historiografía 
marxista francesa, inglesa y polaca, los diferentes investigadores agrupados 
en la revista británica Past and Present, la llamada historia científico-social 
americana y la corriente de historia social (Gesellschaftsgeschichte) alemana 
de la Universidad de Bielefeld (de la década de 1960).24 Este significativo 
quiebre en la historiografía europea, que impulsó una atención en los 
procesos sociales y económicos más que en los políticos y biográficos, no fue 
resultado de ciertas genialidades o de los procesos internos de las academias 
históricas. En opinión de George G. Iggers, la inconformidad con el 
“paradigma de Ranke”, coincidía con las tendencias democratizadoras y con 
el surgimiento de la sociedad de masas en los Estados Unidos, Francia, 
Bélgica, Escandinavia e incluso Alemania. Lo cual tampoco significó la 
desaparición de las formas convencionales de la historia diplomática y 
política, ya que estas “dominaron la profesión mucho más allá de 1945”.25 
Iggers sostiene que a pesar de la crítica a la historiografía política y 
diplomática por parte de los “nuevos historiadores” franceses, ambas 
posiciones coincidían en lo siguiente: 1) que la historia debía ser una 
disciplina profesional, 2) que la historia debía describirse a sí misma como 
una ciencia y que por lo tanto, la escritura demandaba rigurosidad y un 
examen crítico de las fuentes.26 3) Ambas afirmaban que la historia trataba 
sobre temas reales que debían guardar correspondencia con los relatos de 
los historiadores, y 4) Las dos operaban con una noción de tiempo de 
carácter unidireccional basado en la continuidad y el sentido de la historia. 
 
24 Olabarri, op.cit., p. 5-6. 
25 George G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío 
posmoderno, trad. de Iván Jaksic, México, Chile, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 25. 
26 Ibid., p. 61, 67. 
 31 
Hacían referencia a la historia (en sentido universal) y no a una 
multiplicidad de historias. 
Al terminar los sesenta la vinculación de la historia con la teoría 
social y las ciencias sociales eran tendencias irreversibles de la profesión. 
Sectores conservadores como la AmericanHistorical Review y la Revue 
Historique habían permitido el acceso de los nuevos enfoques y métodos; se 
habían incrementado los intercambios entre estudiantes de la VI Sección de 
la École Pratique des Hautes Études de París con universidades 
estadounidenses. Además era perceptible la transformación de los 
programas de la American Historical Association, así como los tipos de 
estudios que se realizaban a nivel nacional y entre los que destacaban 
novedades como: esclavitud, mujeres, pobreza, familia, infancia, sexo, 
crimen, cultura popular, brujería, etcétera.27 Esta fue la época de la gran 
expansión de la historia social, el momento de la emergencia del “ethos 
democrático” de la nueva historiografía. Lo cual suponía que ningún tema o 
cuestión podría considerarse como secundario o menos importante que 
otro. 28 En 1987 Carl Degler, presidente de la American Historical 
Association, –que tal y como se mencionó fue colonizada por la nueva 
historia–, describía ya sin mucho ánimo revolucionario la afectación de estas 
tendencias: temas como la identidad nacional y el significado “profundo” de 
ser ciudadano de los Estados Unidos eran marginales. En su opinión la 
historia nacional se había deshecho en astillas, se había vuelto fragmentaria 
y desordenada.29 
Las nuevas historias de la posguerra tenían en común la atención 
prioritaria en los factores que condicionaban la acción humana y sus 
 
27 Stone, op.cit., p.29. 
28 Gertrude Himmelfarb, “Some reflections on the new history”, The American Historical Review, 
Indiana, Oxford University Press, v.94, n.3, junio, 1989, p. 665. 
29 Ibid., p. 663. 
 32 
interconexiones sistemáticas,30 de todos aquellos fenómenos relacionados 
con la “base material” de la sociedad como los límites estructurales de las 
poblaciones (geografía, demografía, ecología) y sus formas organizativas, la 
distribución de la riqueza, la acumulación del capital, el crecimiento, el 
orden institucional, etcétera. Ya fueran los estudios sobre la movilidad 
social, la alfabetización, la imprenta, la lectura o la cultura popular, el 
objetivo de la “nueva historia” fue el 98% o 99% de la sociedad. Los 
protagonistas de la vieja narrativa política fueron desplazados: reyes, 
presidentes, nobles, generales y políticos. 
Algunos de estos “episodios” historiográficos compartían el objetivo 
de la explicación histórica total, principalmente annalistas e historiadores 
marxistas, pero también la historia de la sociedad de la escuela de Bielefeld 
(especialmente para sus fundadores, Hans Ulrich Wehler y Jürgen Kocka). 
Este objetivo se puede constatar por igual en el neo-positivismo, el 
funcionalismo y el conductismo que fueron fuentes de la historia científico-
social americana. Otro aspecto es que se han etiquetado como “historias 
modernas” en el sentido de que interpretaban el pasado de acuerdo con 
ciertas nociones ilustradas, como emancipación y progreso. 31 
Adicionalmente, el estilo escriturístico de la historiografía desde los años 
treinta fue definido como del tipo “analítico” en oposición al “narrativo”. Lo 
cual se explicaba por los métodos y temas de las ciencias sociales que habían 
influido en la investigación histórica: la prosopografía, el comportamiento 
 
30 Jorn Rüsen, “Historical enlightenment in the light of postmodernism: history in the age of the New 
Unintelligibility”, History and Memory, Indiana, Indiana University Press, n.1, 1989, p. 116. 
31 Entre los años sesenta y setenta, corrientes como Annales, el marxismo y la Escuela de Bielefeld 
compartieron cierta perspectiva estructuralista. La concepción de Annales de “conexión” 
(Zusammenhang) juega una función similar a la de infra y superestructura del marxismo, y a su vez, 
comparte la preocupación de la historia social alemana de combinar todos los factores explicativos. 
Vid., Olabarri, op.cit., p. 10. 
 33 
electoral, la cuantificación, los tipos ideales y abstractos, la historia de la 
ciencia, la historia local, la historia urbana y de la familia, entre otras.32 
En 1985, poco antes de su muerte, Braudel utilizó la noción de “nueva 
historia” para referirse a su propio trabajo y al de la generación de Marc 
Bloch y Lucien Febvre, y al mismo tiempo describía las investigaciones de 
los sucesores de la revista como los representantes de la “nueva nueva (sic) 
historia” (nouvelle nouvelle histoire).33 Si existe alguna nueva historia con 
derecho propio, fue precisamente la que así se definió al iniciar los años 
ochenta. La tercera generación de Annales se caracterizó por retrotraer al 
primer plano los aspectos que habían sido marginados por investigaciones 
previas. El transito fue consignado en la forma de una metáfora: “del sótano 
al diván”. 34 De la base geográfica y económica hacia los elementos 
“superestructurales” de las mentalidades. La nueva historia de este período 
fue una historiografía de larga duración de las estructuras del pensamiento. 
Contrapeso de la historia económica, se escribió que las mentalidades 
acabaron por inyectar bocanadas de aire fresco en la historia.35 La nueva 
historia de los setenta reforzó las relaciones que las primeras generaciones 
de Annales mantuvieron con la antropología y adicionalmente, se desmarcó 
del descredito hacia la historia política y al estudio del acontecimiento.36 
Más que un cuerpo unitario, la nueva historia de este período fue un 
conjunto de historias. Se celebró la dispersión y la especialización, se 
extendieron las conexiones con diferentes campos del saber, lo mismo con 
elementos cualitativos de la etnología, la antropología o la teoría social, que 
 
32 Stone, op.cit., p. 41-43. 
33 Fernand Braudel, Una lección de historia de Fernand Braudel, trad. de Enrique Lombera Pallares, 
México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 200. 
34 La frase fue acuñada por Emmanuel LeRoy Ladurie, y utilizada por Michel Vovelle. Véase Peter 
Burke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-1989, trad. de 
Alberto Luis Bixio, Barcelona, Gedisa, 2006, p. 70. 
35 Jacques Le Goff (dir.), La nouvelle histoire, op.cit., p. 58. 
36 Ibid., p. 62-63. 
 34 
con métodos estadísticos o matemáticos. Como señaló una de las obras 
paradigmáticas, la novedad resultaba de tres procesos: “nuevos problemas 
ponen en tela de juicio a la misma historia; nuevos enfoques modifican, 
enriquecen, trastornan los sectores tradicionales de la historia; nuevos 
temas aparecen en el campo epistemológico de la historia”.37 
Hacia 1989 ya se perfilaba otro quiebre en la historiografía. Se trataba 
de la nueva historia cultural que se distinguía de formas historiográficas 
previas como: la historia de las ideas, la historia de las mentalidades, la 
historia intelectual y la historia social.38 En la versión de Roger Chartier, la 
práctica de la nueva historia cultural implicaba una ruptura con algunos 
postulados localizables en la segunda generación de Annales, tales como el 
proyecto de una historia global y la organización de las distinciones 
culturales como un reflejo de las divisiones sociales.39 De hecho, la nueva 
historia cultural se presumía ya como una alternativa a la nueva historia de 
las mentalidades desarrollada desde los años sesenta. 40 En función del 
tratamiento metódico la nueva historia cultural fue también una 
historiografía de nuevos objetos: las representaciones, el estudio de las 
imágenes, el género, lo simbólico, el lenguaje, etcétera. Junto con la nueva 
historia cultural, en los años ochenta, aparecieron la nueva historia 
intelectual, el nuevo historicismo, la nueva historia social, la nueva historia 
política, la historia de la vida cotidiana, la ego-historia y la alter-historia.41 La 
 
37 Le Goff y Nora, Hacer la historia,op.cit., p. 8. 
38 Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, trad. de Pablo Herminda Lazcano, Barcelona, Paidós, 
2006, p. 70. 
39 Roger Chartier, “Le monde comme représentation”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, 
n.6, 1989, p. 1508-1509. 
40 Véase Martín Ríos Saloma, “De la historia de las mentalidades a la historia cultural. Notas sobre el 
desarrollo de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX”, Estudios de Historia Moderna y 
Contemporánea de México, n., 37, 2009, p. 97-137. 
41 Véase Gerard Noiriel, Sobre la crisis de la historia, trad. de Vicente Gómez Ibáñez, Madrid, 
Cátedra/Universitat de València, 1997, p. 124. 
 35 
ampliación paradigmática de la historiografía era para entonces una 
característica básica de su condición histórica. 
Así, la segunda gran discontinuidad de las historiografías modernas 
se relaciona con la multiplicación de sus objetos de estudio y de sus enfoques 
metodológicos. Si la primera discontinuidad afectó la posición del discurso 
histórico en el ámbito del saber y en la investigación de la sociedad, la 
segunda alteró sus pretensiones disciplinarias. En este caso la 
discontinuidad se refiere a la fragmentación que ocurrió entre las diferentes 
corrientes historiográficas. Desde que la propia reflexión historiográfica 
consolidó sus observaciones sobre esta condición, desde finales del siglo XX, 
es conveniente usar el plural (“historiografías”) para referirse a los distintos 
campos que antes se creía conformaban a una disciplina (la historia) y 
agrupaban a un “gremio” (los historiadores). En palabras de los propios 
historiadores, procesos como el descrito para el período de 1930 a 1975 no 
debían leerse como la continuidad de un gran proyecto historiográfico o de 
una tradición en el estudio de la historia, antes bien, habían sido años de 
combate,42 un período de quiebre en más de un sentido, una “contienda 
larga y aguda”,43 incluso se habló de “guerra civil” dentro de la profesión 
histórica.44 
Sin embargo, la coyuntura de los ochenta hacía pensar que se estaba 
ante los límites de lo que entonces se observó como un megaproyecto 
historiográfico. Para ese momento ya habían sido formuladas algunas de las 
críticas más destacadas a la definición de la historia como una ciencia, los 
métodos habían perdido la legitimidad previa o bien parecían desgastados. 
En cierta forma los observadores de la crisis fueron también sus creadores, 
 
42 Lucien Febvre, Combates por la historia, trad. de Francisco J. Fernández Buey y Enrique Argullol, 
Barcelona, Ariel, 1970, 246 p. 
43 Stone, op.cit.,p. 24. 
44 Ibid., p. 29. 
 36 
este fue el caso del estudio clásico de Iggers de 1993, en el que estudiaba el 
período de larga duración en el que la historiografía buscó conformarse 
como una “ciencia histórica” (Geschichtwissenschaft).45 Esta discontinuidad 
que será explorada en el tercer subcapítulo fue quizá la de mayor alcance, 
pues supuso el cuestionamiento de la función de las historiografías como 
saberes productores de conocimiento histórico. La crisis del momento atañía 
a los nuevos y viejos historiadores por igual, a un modo de hacer historia que 
iba desde Tucídides hasta Natalie Z. Davis, esto es, desde el siglo V a.C., 
hasta el XX. Una delimitación desorbitante pero explicable porque lo que 
estaba en duda era la capacidad para conocer el pasado y de que existiera 
una ciencia capaz de ello.46 
 
1.2 Los nuevos objetos de la historia 
El incremento de temáticas y de formas de investigación a lo largo del siglo 
XX multiplicó los objetos de estudio, hacia los años ochenta, cerca del final 
del siglo, la historia se desveló como un producto deleznable y se hizo 
migajas. Antes se escribía con “H” mayúscula, se hablaba del “juicio de la 
historia” y se escribían síntesis de la Historia, así, sin mayor delimitación. 
Pero como producto del desarrollo del campo disciplinario y de las 
transformaciones sociales, ya sólo se puede usar la minúscula inicial y el 
 
45 En la más reciente versión al español [George G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la 
objetividad científica al desafío posmoderno, trad. de Iván Jaksic, Chile, Fondo de Cultura 
Económica, 2012, 277 p.] se traduce la palabra Geschichtwissenchaft (“ciencia histórica”) como 
“historiografía” a pesar de que el tema del libro no es precisamente la historiografía del siglo XX, 
sino los diferentes momentos de ésta en su objetivo por constituirse en una ciencia. Una traducción 
más conveniente del título es la versión: Georg G. Iggers, La ciencia histórica en el siglo XX. Las 
tendencias actuales, Barcelona, Idea Universitaria, 1998, 156 p. 
46 Iggers, La historiografía…, op.cit., p. 194-195. 
 37 
plural. “Ya no es la Historia, sino las historias. Se trata de la historia de tal u 
otro fragmento de lo real y no ya de la Historia de lo real”.47 
¿Cuál podía ser la identidad “disciplinaria” de un saber con 
metodologías variables, con temáticas en constante renovación y con objetos 
de estudio inconmensurables entre sí?. Más allá de la versión unificada que 
presentaron observadores de la crisis como Iggers, Stone y Rüsen, el 
panorama de las vertientes historiográficas desde los tiempos de su 
profesionalización, muestra una gran variedad de objetos y problemas de 
investigación que no guardan nexos entre sí. 
En La identidad de Francia Fernand Braudel había señalado que el 
oficio de historiador había cambiado tan profundamente en medio siglo 
(1930-1980) que las imágenes y problemas del pasado se habían modificado 
de arriba abajo. 48 Una conclusión similar reproducía la editorial de 1988 a 
propósito de la relación entre la historia y las ciencias sociales. Las múltiples 
caras de la investigación social habían vuelto “inaceptable el consenso 
implícito que fundaba la unidad de lo social en la identificación con lo real”, 
pues lo social ya no parecía ser fuente de innovación como en el momento de 
auge de modelos como el marxismo o el estructuralismo.49 Se diagnosticaba 
una crisis general de las ciencias sociales. En el caso de la historiografía el 
síntoma más evidente era paradójicamente el de su propia vitalidad: la 
multiplicación de los objetos de investigación. Las consecuencias inevitables 
fueron las “necesarias especializaciones” y el eclecticismo de una 
“producción abundante pero anárquica.”50 
 
47 François Dosse, La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”, trad. de Francesc 
Morató i Pastor, México, Universidad Iberoamericana, 2006, p. 172. 
48 Citado en: Elena Hernández, Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy. Madrid, 
Akal, 2004, p.15. 
49 [Editorial] “Histoire et sciences sociales. Un tournant critique?”, Annales. Économies, Sociétés, 
Civilisations. n.2, 1988. p. 291-292. 
50 Ibid., p.292 
 38 
Se abrió así un espacio de discusión acerca de los “nuevos métodos” y 
las “nuevas alianzas” para buscar la inspiración perdida o para superar el 
agotamiento de los paradigmas tradicionales. Había que ir hacia nuevos 
territorios en busca de fecundidad, desde la economía retrospectiva a la 
crítica literaria, desde la sociología lingüística a la filosofía política. Por 
supuesto, no era la época de cuestionarse si era pertinente o no la relación 
con otros saberes, sino de responder a la pregunta: ¿de qué manera practicar 
la interdisciplinariedad?.51 
La interacción con múltiples campos de conocimiento que 
demandaba la editorial de Annales de 1988, había sido más bien el rasgo 
característico de la operación de la historia durante el siglo XX. Con ese 
objetivo se había fundado la revista en el año de 1929, en su momento esto 
fue visto como una forma de subversión contra el “espíritu de especialidad” 
al que se refería Lucien Febvre.52 Fue este mismo motivo –paradójico sise 
prefiere–, el que generó las condiciones de posibilidad para su ampliación 
temática y el que condujo también a una falta de centralidad teórica, así 
como a una dispersión paradigmática.53 
Los estudios teóricos de la historiografía tenían como función definir 
la especificidad disciplinaria frente al resto de los conocimientos, pero esta 
empresa fue desafiada por la diversificación de distintas formas de escribir 
historias.54 A pesar de que en distintos períodos de la historiografía ciertos 
enfoques han gozado de mayor popularidad que otros, no existe un modelo 
particular de hacer historia que pueda ser considerado como predominante. 
 
51 Ibid., p. 293. 
52 Lucien Febvre, Combates por la historia, op.cit., p. 159-163. 
53 Fernando Betancourt Martínez, “La fundamentación del saber histórico en el siglo XX: 
investigación social, metodología y racionalidad operativa”, Estudios de Historia Moderna y 
Contemporánea de México, n.40, 2010, p.113. 
54 Jörn Rüsen, “Origen y teoría de la historia ” en Debates recientes en la teoría de la historiografía 
alemana, Silvia Pappe (coord.), México, Universidad Autónoma Metropolitana 
Azcapotzalco/Universidad Iberoamericana, 2000, p. 55. 
 39 
El sueño de Vilar dependía de la proeza de sintetizar teórica y 
metodológicamente los múltiples discursos historiográficos, desde el 
historicismo alemán hasta las tendencias del último tercio del siglo XX. 
La historia de la historiografía profesional no es la de una 
consolidación disciplinaria, sino más bien la de una progresiva 
fragmentación, de la formación y emergencia de especializaciones que 
dieron lugar a “subdisciplinas” y sectores de reajuste (dominios híbridos) 
con circuitos fronterizos inestables. Hay que considerar no sólo los casos de 
las corrientes más conocidas de la historia (económica, política, social, de las 
ideas), sino los lugares de “reacomodo”, por ejemplo la “ecohistoria” y la 
sociología histórica, que han sido criticados como campos “extraños” o 
ajenos al “tronco común” de la disciplina.55 Otros espacios híbridos que 
gozan de mayor aceptación son la “psicohistoria” y la “historia cultural”. 
Junto con lo anterior pueden identificarse múltiples síntomas del 
flujo con otros campos del saber en el uso de nociones como: papel social, 
género, comunidad, identidad, clase, movilidad social, poder, hegemonía, 
resistencia, centro y periferia, movimiento social, ideología, percepción, 
mentalidad, oralidad y textualidad. 56 Y también en el desarrollo de 
problemas de investigación como: el estudio de la función dentro de una 
estructura, los dispositivos de mantenimiento del equilibrio en una forma 
social, o bien, el estudio de las estructuras textuales (François Hartog sobre 
 
55 Se ha acusado a la historia ambiental o ecohistoria de apartarse de los trabajos sobre las sociedades 
humanas y de ligar a la historia más con las ciencias naturales. Véase Josep Fontana La historia 
después de la historia, Barcelona, Crítica, 1992, p. 65-78. Sobre la emergencia de la sociología 
histórica en los Estados Unidos. Véase Patricia San Pedro López, “Historia social o sociología 
histórica. El debate en la academia norteamericana en el período de la posguerra (1945-1970)”, 
Sociológica, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco, México, n.55, 2004. p. 13-47. 
56 Véase Peter Burke, History and social theory, Nueva York, Cornell University Press, 1993, p. 44-
103. 
 40 
las formas de representación del “otro” y Hayden White sobre las 
construcciones discursivas de los historiadores).57 
Sin embargo, a contracorriente del proceder de la historiografía 
surgieron diferentes muestras de rechazo al acercamiento de la historia con 
otras regiones de la investigación social y de manera concomitante, al 
proyecto de constituir a la historia como una ciencia social. A punto de 
finalizar el siglo XX, pareció posible no sólo rechazar sino condenar la 
interacción que el saber histórico ha mantenido de manera inevitable con 
otros saberes. E. P. Thompson ofreció una versión sobredimensionada de 
esto que califico como “peligro”, metafóricamente equiparó la relación que la 
historia mantenía con otros saberes con una violación sexual: 
“inseminación, en la que Clío yace inerte y desapasionada (tal vez con los 
ojos en blanco), mientras el antropólogo o el sociólogo esparcen sus semillas 
en su vientre”, ante lo cual según él, la musa, es decir, el historiador, debería 
contestar con una respuesta enérgica y vigorosa ante esa “franca agresión a 
su persona”. En su opinión más que una ciencia social, la historia debería 
reivindicarse como una disciplina eminentemente contextual.58 
La relación con las ciencias sociales se ha presentado como un 
“sometimiento”, como un tipo de “vasallaje” 59 cuyo efecto más dañino ha 
sido precisamente la dispersión de sus métodos y objetos de estudio. Existía 
también el supuesto de que la historia, “la más fragmentada de todas las 
 
57 François Hartog, El espejo de Heródoto, trad. de Daniel Zadunaisky, Buenos Aires, Fondo de 
Cultura Económica, 2003, 362 p.; François Hartog, Memoria de Ulises. Relatos sobre la frontera en 
la antigua Grecia, trad. de Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999, 295 p.; 
Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, trad. de Stella 
Mastrangelo, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, 432 p. 
58 Véase E.P. Thompson, “Anthropology and the discipline of historical context”, Midland History, 
University of Birmingham, v.1, n.3, 1972, p. 41-55. 
59 Fontana, op.cit., p.81. 
 41 
disciplinas”,60 gozaba de soberanía sobre un territorio específico. Incluso se 
denunció la búsqueda de apoyo procedimental en la sociología, la 
antropología y la psicología, ya que según Hayden White todas ellas 
presuponían una concepción sobre la realidad histórica. De modo que apelar 
a éstas para constituir una perspectiva histórica adecuada, equivaldría a 
asentar los cimientos de un edificio en su segunda o tercera planta.61 Surgía 
así el momento de tomar precauciones, había que desoír los cantos de 
sirenas provenientes de las ciencias sociales. Éstas comenzaban a hundirse y 
en opinión de Stone, había llegado el momento de que “las ratas históricas 
abandonaran el barco científico del campo social”.62 Más de tres décadas 
después, cuando parecía que habían sido los historiadores quienes habían 
naufragado, algunos análisis insistían que la causa había sido la cercanía con 
las ciencias sociales. Había que renunciar entonces al llamado a la 
“interdisciplinariedad”, ya que de lo contrario el riesgo era agravar aún más 
la crisis.63 
De hecho el término interdisciplinariedad es inapropiado para 
referirse al proceso de diversificación de los campos historiográficos del 
siglo XX. Nunca se produce una síntesis, ni tampoco una conexión entre la 
totalidad de dos o más disciplinas.64 Además, este tipo de relación presupone 
en todo momento una diferencia disciplinar, lo interdisciplinario es 
 
60 Matei Dogan y Robert Pahre, Las nuevas ciencias sociales. La marginalidad creadora, trad. de 
Argelia Castillo, México, Grijalbo, 1991, p.107. 
61 Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, trad. de 
Jorge Vigil Rubio, Barcelona, Paidós, 1992. p. 93. 
62 Stone, op.cit., p. 46. 
63 “[…] reclamar el aumento de la interdisciplinariedad puede resultar incluso contraproducente dada 
la inviabilidad hoy por hoy de un pacto por una ciencia social y humanística que reúna a 
historiadores suficientemente responsables y motivados por la teoría con científicos sociales 
mínimamente sensibles al problema del tiempo en su propio quehacer”. Pablo Sánchez León y Jesús 
Izquierdo Martín, “Introducción.

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