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1 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES ACATLÁN La bailarina coronada de sombra, Salomé en dos cuentos modernistas de Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURA HISPÁNICAS PRESENTA Claudia Susana González Marroquín Asesor: Dr. Carlos Alberto López Márquez Enero, 2018 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 A mi Bilita Irene, con todo mi amor. “El misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte…” Oscar Wilde, Salomé. 3 Agradecimientos A mamá, por su sempiterno amor e incondicional apoyo durante los momentos aciagos. Gracias por estar siempre conmigo y no permitirme claudicar por muy adversas que sean las circunstancias. Eres el pilar y el soporte de mi vida. Te amo y admiro profundamente. A Bilita, mi abuelita, por haberme acompañado durante este largo proceso. Gracias por ayudarme y permitir que realizara este proyecto. Nada de esto sería posible si no hubiera sido por tu apoyo. Gracias por estar a mi lado. Mi corazón está contigo hasta el fin del tiempo. A mi familia, Ivonne, Iván y Álvaro y mi abuelito, cuya ayuda ha sido fundamental para la concreción de este trabajo. Al Dr. Carlos Alberto López Márquez, mi asesor, sin el cual este trabajo no hubiera sido posible. Gracias por confiar en mí y ayudarme a llevar a cabo esta investigación, gracias por tu invaluable orientación, tus consejos, tus palabras de aliento y tu paciencia. Mi gratitud estará contigo por siempre. A mi sínodo conformado por el Dr. Jorge Olvera Vázquez, la Mtra. María de Consuelo Santamaría Aguirre, la Mtra. Heidy Jojana Oliva Tello y el Mtro. José Julián Saldierna Rangel. Gracias por tomarse el tiempo para leer este trabajo, por su interés, sus consejos y observaciones. A Ingrid por su amistad constante a través de los años, su apoyo y ayuda. Gracias por echarme porras siempre. Sursum Corda. A Israel por ser mi primer vínculo con la princesa hebrea. Gracias por esperar. A Yazmín, mi colega, por todos estos años de amistad y apoyo. A Cinco, por acompañarme durante las largas noches de trabajo con sus ronroneos. A Jokanaan, sueño, vicio y obsesión. 4 Índice Introducción. 5 Capítulo 1. La cabeza trágica: La muerte de Salomé. 11 1.1. La historia del pergamino – Dimensión narratorial. 12 1.2. “La regia danzarina” – Dimensión actorial. 17 1.3. En el palacio de Herodes – Dimensión espacial. 25 1.4. “Sucesos de tiempos antiguos” – Dimensión temporal. 32 Capítulo 2. La apoteosis del pecado: El triunfo de Salomé. 38 2.1. Anuncio de un triunfo sanguinario – Dimensión narratorial. 38 2.2. “Al infierno vais saltando” – Dimensión actorial. 45 2.3. El museo de la idolatría – Dimensión espacial. 57 2.4. “¡La hora suprema!” – Dimensión temporal. 63 Capítulo 3. Salomé, un mito fatal en el jardín finisecular. 70 3.1. La semilla del mal. 71 3.2. Ianua diaboli o la puerta del diablo. 75 3.3. La virgen macabra. 81 3.4. Fin de siglo hispanoamericano. 82 3.5. Salomé modernista. 86 Capítulo 4. La mujer eterna. Una danza entre imágenes y letras. 94 4.1. Floración malsana. 95 4.2. Lengua muerta. 100 4.3. La caminata tenebrosa. 102 4.4. Visiones perturbadoras. 110 Conclusiones. 118 Bibliografía. 128 5 Introducción ¿Puede una mujer pedir la cabeza de un hombre al que no ama? Heinrich Heine, Atta Troll Cada investigador lleva consigo una corona de obsesiones que le taladran la cabeza, le laceran la mente y le persiguen hasta quitarle el sueño. Si aparece en el horizonte un tema que conjunte todas aquellas amadas fijaciones, entonces el proceso de investigación se convierte en una dulce tortura al intentar poseerlo, al querer aprehender todo lo que sea posible de él. En realidad, hablo por mi experiencia. El presente trabajo trata sobre eso, obsesiones literarias que he ido acumulando a lo largo de los años y que, con el paso del tiempo, se han convertido en demonios que necesitan ser exorcizados. Por azares del destino (si es que así puede llamarse), un amigo me acercó hace muchos años al drama Salomé de Oscar Wilde, la historia profana de la bailarina y el profeta me obsesionó por años. En el extenuante ejercicio de querer aprehender la historia de la princesa hebrea danzaron ante mis ojos múltiples versiones de la historia: las Herodías de Heinrich Heine, Stéphane Mallarmé y Gustave Flaubert; las Salomés de Jean Lorrain, Jules Laforgue, Joris-Karl Huysmans. Fue entonces que me pregunté si los escritores hispanoamericanos de la época no habían también sucumbido ante los encantos de la bailarina macabra como resultado de un mismo malestar cultural de fin de siglo, porque la historia de Salomé sirvió para los artistas del siglo XIX como pretexto para que estos representaran sus inquietudes respecto al quehacer artístico y el papel que la mujer comenzaba a adquirir. La respuesta llegó cuando en un artículo sobre la obra de Wilde saltó ante mis ojos un nombre, Enrique Gómez Carrillo, quien resultó ser un prolífico escritor guatemalteco adscrito al movimiento modernista. El texto retomaba la relación que Gómez Carrillo había mantenido con el irlandés justo cuando este último se encontraba en proceso de concepción de su obra sobre la hija de Herodías. Ignorante, empecé a investigar, el resultado fue asombroso y un desfile de 6 Salomés desplegó sus alas frente a mí. Al guatemalteco, que había escrito un cuento, se le había unido una horda de escritores como Rubén Darío, Froilán Turcios, José María Vargas Vila, Julián del Casal, Efrén Rebolledo, Delmira Agustini, entre muchos otros. Entonces, antes de comenzar este trabajo, otra duda atrajo mi atención. Me pregunté qué tan pertinente sería realizar otra investigación que tuviera como punto de partida al modernismo, ya que éste ha sido estudiado desde múltiples perspectivas. Hoy en día encontramos innumerables tesis, ensayos, artículos, análisis, en fin, vasta información sobre el tema, sobre sus escritores y sus obras en prosa y en verso, sin lugar a dudas se trata de un asunto de interés constante en las investigaciones literarias. A pesar de ello, consideré que el movimiento modernista es todavía un fértil terreno repleto de claroscuros que esperan ser explorados, por lo que mi respuesta tajante fue positiva. El periodo modernista resulta muy atractivo para los investigadores que se sumergen en un mundo de flores y joyas, perfumes y aromas embriagantes, hadas y preciosas doncellas que pasean por los cuentos o poemas. Todo es sublime hasta que la otra cara del modernismo, la oscura y funesta aparece, esa donde la muerte y la lujuria, la enfermedad, la vanidad, el vicio y el pecado terminan por arrastrarlos a los abismos. Es justo en ese lugar que la historia que nos ocupa, la de Salomé, encuentracabida, la frágil muchacha convertida en una mujer fatal que desea obtener el objeto de su deseo, la cabeza del profeta. Antes de continuar, es importante señalar que no es mi intención polarizar al movimiento literario entre lo bello y lo terrible porque, como bien lo dice Iván Schulman, no es posible hablar de un solo modernismo, sino que se trata más bien de modernismos (Cfr. 2002, 10). En efecto, existen tantos modernismos como autores dentro de esa actitud finisecular, por eso es que podemos encontrar referencias bíblicas junto a mitos griegos, orientales, escandinavos. El modernismo no excluye, todo lo contrario. Ante esta pléyade de artistas es de vital importancia reconocer que algunos escritores han absorbido la atención de muchos de los estudiosos, como es el caso del nicaragüense Rubén Darío y su obra; mientras otros tantos pasan poco a 7 poco al olvido debido a la poca difusión actual de sus textos, me refiero al caso particular del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Trabajos sobre Darío abundan, sobre Gómez Carrillo no, de hecho hoy podemos considerarlo uno de los grandes desconocidos del movimiento, sin embargo, en años recientes su obra comienza a captar nuevamente el interés. La presente investigación entonces rescata dos textos de los dos autores ya mencionados: La muerte de Salomé de Rubén Darío y El triunfo de Salomé de Enrique Gómez Carrillo, ambos con la evidente coincidencia temática de la bailarina fatal que exigió la cabeza de Juan el Bautista como premio a su danza. Lo interesante de estos textos es cómo cada uno de estos escritores retomó y reescribió el mito literario de Salomé gestado durante el siglo XIX, así como sus particulares aportaciones al mismo. Además, por supuesto, de rescatar un texto de Darío de poca difusión y otro del hoy poco conocido Gómez Carrillo. Tal y como el modernismo genera interés, la figura de Salomé en la literatura ha sido motivo de numerosas investigaciones, particularmente sobre las creaciones literarias gestadas en Europa durante el siglo XIX, no así la Salomé hispanoamericana que hasta fechas recientes comienza a ser analizada. La Salomé modernista, como cúmulo de información cultural, es una creación letal, quizá todavía más peligrosa que su hermana europea; en ella se conjuntan tanto la tradición bíblica, su desarrollo decimonónico y las aportaciones posteriores de los escritores hispanoamericanos. La figura de la bailarina creada en Europa retrata el crimen que comete la muchacha y que todos conocemos: exige, a cambio de bailar para su padrastro, la cabeza de un hombre santo. Ya sea por venganza o por amor, el sacrilegio se repite sin fin en sus diversas entregas. En cambio, en Hispanoamérica, y de las simas del imaginario modernista, se desprende la idea de esa misma muchacha que atenta contra la santidad pero que esta vez aparece en la proximidad de los escritores, como ejemplos están los relatos de Gómez Carrillo o de Froyilán Turcios, donde la mujer ya no representa un peligro arcaico, relegado al pasado exótico y lejano, ahora su contemporaneidad la convierte en un peligro inminente para el imperio del orden masculino. En el caso de la Salomé de Darío, éste 8 decide mostrar no el baile, no la seducción al padrastro, sino la expiación del crimen. La muchacha paga el pecado con su propia vida. La más transgresora, en mi opinión, quizá sea la versión que entrega el colombiano José María Vargas Vila, donde la muchacha salva al profeta de la muerte para huir con él, narcotizarlo y despertar la pasión en el santo, misma que encuentra su culmen en el acto sexual. De la mano de Salomé, otro tema aparece en el panorama, el de la mujer en la literatura y con él, el del arquetipo al que la hija de Herodías ha estado vinculada: el de la mujer fatal. José Ortega y Gasset nos dice al respecto que: “En la morfología del ser femenino acaso no haya figuras más extrañas que las de Judit y Salomé, las dos mujeres que van con dos cabezas cada una: la suya y la cortada” (1963, 360), pero los motivos de justicia de la primera la eximen del crimen de deambular con la cabeza del general Holofernes, y más que ser una pecadora, Judit se levanta como heroína. El caso de Salomé es diferente, la joven, que ha sido desairada por el profeta, busca la justicia para ella y exige la cabeza del hombre que osó rechazarla. No es lo mismo matar por justicia que por capricho. Si bien es cierto que en los cuentos de esta investigación el papel de la mujer fatal en Salomé parece distorsionado, no significa que esta cuestión se encuentre anulada del todo, por lo que resulta interesante analizar cómo es que Darío y Gómez Carrillo tratan este tema que se encuentra intrínsecamente ligado a Salomé. Sin olvidar, por supuesto, a su contraparte masculina y el tratamiento que cada autor otorga al tema. Además del asunto sobre el mito de Salomé, su filiación con la mujer fatal y sus múltiples entregas literarias y cómo toda esta información logra amalgamarse en los cuentos que representan el cuerpo de la investigación, se une otra cuestión que llamó mi atención durante el proceso y que no quise dejar de lado debido a su importancia: la relación dialéctica que Salomé ha pactado con otras artes, específicamente con la plástica. Tanto la iconografía de Salomé, como la de Juan el Bautista, es rica, sin embargo serán las obras de la segunda mitad del siglo XIX las que lograrán reinventar la historia de la hija de Herodías. Entre todos los 9 pintores se erige Gustave Moreau y sus múltiples Salomés, mismas que lograron inspirar las diversas creaciones literarias que adquirieron otro nivel de significación debido a esta peculiar relación. De ahí mi interés en el tema. Si los modernistas admiraron a los escritores europeos y estos, a su vez, admiraron la obra de Moreau, entonces es posible que entre esa cadena de referencias sea posible encontrar similitudes, discordancias y nuevas perspectivas en el tema. A manera de resumen quise condensar las cuestiones más importantes de este trabajo, todas esas obsesiones que mencioné al comienzo y que representan los ejes de esta investigación: el mito de Salomé y su relación con la mujer fatal, cómo ésta se incrusta en el modernismo a través de las plumas de Rubén Darío y Gómez Carrillo, así como la vinculación entre la literatura y la plástica. Los primeros dos capítulos están dedicados al análisis de los cuentos. El capítulo uno se centra en el cuento del nicaragüense Rubén Darío La muerte de Salomé, el segundo en el del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo El triunfo de Salomé. Para el análisis de los cuentos antes mencionados se retomé el esquema de análisis que Luz Aurora Pimentel propone en su libro El relato en perspectiva sobre las cuatro instancias de relato: narrador, personajes, espacio y tiempo, así como otro libro de la autora, El espacio en la ficción. Para profundizar en el análisis del personaje, se retomé el modelo actancial de A.J. Greimas. También se buscó apoyo en otros textos como el Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin para aclarar el significado de algunos conceptos, así como las consideraciones propuestas en el Análisis estructural del relato de Roland Barthes y otros autores. El análisis de cada cuento tiene por intención desglosar cada relato en sus partes para lograr comprender el texto en su totalidad, destrozarlo y reconstruirlo con la información vertida del análisis previo. El tercer capítulo condensa cuestiones concernientes al concepto de mito y cómo algunas historias, en este caso la de Salomé, terminan convirtiéndose en mitos literarios. Además, siguiendo esta línea, se rescata la terminología de la mujer frágil y la mujer fatal, la castración simbólica y cómo la historia de Salomé se inserta en estas consideraciones de fin de siglo, en el modernismo 10 hispanoamericanoy específicamente en los cuentos analizados en los dos capítulos anteriores. Para abordar el tema de la mujer fatal se han rescatado textos como el Mario Praz La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, sobre la mujer fatal y sus diversas vertientes; Las hijas de Lilith de Erika Bornay; el libro de Bram Dijkstra Idols of perversity. Fantasies of feminine evil in fin-de-siècle; Los hijos de Cibeles de José Ricardo Chaves; Erotismo fin de siglo de Lily Litvak. Sobre el mito, las consideraciones generales que Mircea Eliade maneja en Mito y Realidad, además de las de Gilbert Durand en Las estructuras antropológicas del imaginario. Sobre el mito literario, se tomó en cuenta el libro Reescrituras de los mitos en la literatura: estudios de mitocrítica y de literatura comparada y el artículo El mito como intertexto, ambos de Juan Herrero Cecilia. En cuanto a los estudios sobre Salomé, además de aquellos que estudian a Salomé en Hispanoamérica, se buscó apoyo en textos como el estudio del mito que realiza Samuel Gili Gaya La muerte de Salomé: formación y desarrollo literario de la leyenda; el artículo de Luz Aurora Pimentel Los avatares de Salomé sobre las diferentes versiones literarias creadas en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. Finalmente, el cuarto capítulo presenta otra de las aristas importantes para la creación del mito artístico: la plástica. A través de dos cuadros del pintor simbolista Gustave Moreau se buscan relaciones de concordancia y discordancia entre la plástica y la literatura, particularmente en los cuentos de Darío y Gómez Carrillo. Sobre la obra pictórica de Gustave Moreau se tomó en cuenta el libro Gustave Moreau de Hans Hoffstätter. Sobre la relación entre literatura y pintura, Mnemosyne. El paralelismo entre la literatura y las artes de Mario Praz así como el libro El lenguaje visual de María Acaso para las consideraciones generales del estudio de la imagen. Además, como textos de apoyo, la novela À rebours y El arte moderno/Algunos de Joris-Karl Huysmans. Finalmente, para el significado de los símbolos tanto en los cuentos como en los cuadros se tomó en cuenta el Diccionario de símbolos de Jean Chevalier. 11 Capítulo 1. La cabeza trágica: La muerte de Salomé Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: (…) maldita seas entre todas las bestias (…) Enemistad pondré entre ti y la mujer. Génesis, 3, 13-15. Contar historias ha sido, a lo largo del tiempo, una actividad que el hombre desde épocas inmemoriales ha tenido necesidad de realizar. El ser humano ha requerido de explicaciones para comprender el mundo que le rodea, incluso para comprenderse a él mismo. Para cubrir estas necesidades y expectativas de comunicación, primero oral y luego escrita, el hombre recurrió a la creación de historias, relatos cuya función primigenia derivó de una búsqueda de identidad para luego encontrar posibles respuestas ante las inquietudes que lo aquejaban. Con el paso del tiempo, los relatos fueron adecuándose a las expectativas artísticas del momento en el que fueron creados. Con base en lo anterior es posible decir que el relato entonces es, a grandes rasgos, una sucesión de hechos narrados, cuales quiera que estos sean, por alguien que se encarga de contarlos. Para su estudio el relato narrativo ha sido dividido en dos: discurso e historia. En pocas palabras, el discurso sería el texto y la historia el contenido. El relato como discurso necesita de tres elementos importantes: un acontecimiento que contar, un encargado de transmitir esa historia y un receptor de la misma. En este primer apartado nos enfocaremos en ese elemento que tiene a su cargo la transmisión de la historia. Llamaremos narrador o enunciador a la figura ficcional1 fuente de la información que se nos presenta a lo largo del relato y que es una parte fundamental del mismo, puesto que “el narrador no es algo optativo sino constitutivo del modo narrativo” (Pimentel, 2002, 134). El relato como historia, por su parte, necesita de ciertas características para desarrollarse: el hecho narrado debe encontrarse ubicado en un espacio y en un tiempo determinado, donde los diversos seres que pueblan el relato se encargan 1 Como bien señala Roland Barthes en la Introducción al análisis estructural del relato, el autor no debe ser confundido con el narrador. El autor funge como el creador “material” del relato, mientras que el narrador es el mediador entre la historia y el receptor de ésta. 12 de llevar a cabo las acciones que éste refiere. Todo lo anterior no puede construirse sin la mediación de un narrador cuya función es la de proporcionar al lector toda esta información que configure al mundo narrativo. Basándonos en las premisas anteriores queda claro que la figura del narrador mantendrá importantes relaciones tanto con la historia como con el discurso al ser la encargada del acto de narración. El enunciador se vincula con el hecho que refiere al mismo tiempo que va dotándolo, conforme avanza la historia, de importantes significaciones narrativas, tales como la cantidad de información que presenta, la veracidad de ésta, la posición espaciotemporal que mantiene el enunciador respecto al acontecimiento y el papel que desempeña quien cuenta la historia dentro de ese relato. 1.1. La historia del pergamino – Dimensión narratorial Para este primer análisis se ha elegido un relato corto de Rubén Darío titulado La muerte de Salomé, publicado hacia finales de 1891 en el diario La Prensa Libre de Costa Rica. El relato puede ser dividido en tres partes muy bien delimitadas entre sí. En el primer segmento, un narrador aparece para comunicarle al narratario2 sobre la existencia de una historia muy antigua contenida en un pergamino encontrado en Palestina. El manuscrito, que ha permanecido en las sombras todo este tiempo, ha sido recientemente traducido por un sabio sacerdote, amigo de quien cuenta la historia. La figura que enuncia también hace la aclaración respecto a la veracidad de ciertas historias antiguas, ya que en la mayoría de los casos éstas no son transmitidas hasta nuestros tiempos de manera fidedigna, así como el hecho de que la Historia3 no siempre es correcta. Frente a esta situación, queda claro que la intención del narrador es contar la “verdadera historia” vertida en ese manuscrito hasta ahora desconocido por el mundo, de esta manera el narrador crea una relación de confianza con el lector a quien le transmitirá el conocimiento hasta ese 2 Las categorías narrador, narración y narratario del relato se corresponden respectivamente con las de emisor, mensaje y receptor propuestas por Roman Jakobson como funciones del lenguaje. 3 El narrador comienza por refutar la tradición, la Historia con mayúscula, dando a entender que no todo lo que se nos ha contado como verdad absoluta es cierto, dándole así un revés a esa tradición.13 momento vedado, puesto que al terminar la historia, el lector compartirá junto con el narrador esa información sólo desvelada para unos cuantos. El enunciador también puntualiza que habrá quienes califiquen como falsa la versión de la historia que va a ofrecer, en este caso se refiere a algunos cronistas contemporáneos a él, abriendo una brecha entre estos y los poetas (grupo al que, al parecer, pertenece el narrador), quienes ostentan ciertos conocimientos gracias a su comunicación con seres sobrenaturales, en este caso las hadas. En ese momento del relato todavía no se sabe a qué historia se refiere el narrador puesto que no ha sido revelada ninguna pista contundente. Sin preámbulo alguno, la segunda parte narra lo acontecido en el palacio del Tetrarca Herodes Antipas cuando Salomé, hija de Herodías, después de bailar ante su padrastro, reclama como premio a su danza la cabeza de Juan el Bautista. Este segundo apartado narra los acontecimientos de manera escueta, “de pasada”, como si se tratara de un acto de contextualización4 por parte del narrador para que el narratario no familiarizado con la historia de Salomé conozca lo acontecido en el palacio del Tetrarca. Al final de esta parte, el narrador menciona brevemente una leyenda acerca de cómo Salomé murió degollada por los hielos de un lago helado tiempo después. El narrador retoma una leyenda para negarla de inmediato, encadenando así el segundo y tercer segmento del relato. Esta parte concluye cuando la voz del narrador aparece dentro del discurso al decir: “No fue así, fue de esta manera” (Darío, 1994, 217)5, apelando así a la confianza y atención del lector frente a los acontecimientos que está por revelar. Con esto finaliza la segunda parte, así como la presencia explícita del narrador dentro del cuento. La tercera y última parte narra lo que el manuscrito hallado en Palestina refiere. Salomé, después de bailar, se retira a sus aposentos para descansar luego de obtener la cabeza de Juan, la cual reposa sobre un trípode cerca de ella. 4 He querido otorgar a este segmento del relato una función contextualizadora ya que los sucesos que ahí ocurren no manifiestan cambios trascendentes que alteren la historia original sobre el baile de Salomé. La idea general es respetada a pesar de ser resumida: Salomé baila para Herodes y exige la cabeza de Juan. Las apariciones tanto de un mancebo, del magistrado romano y de otros elementos insustanciales no representan cambios significativos en la historia. 5 Al tratarse de un solo cuento y para evitar repeticiones en este capítulo, a partir de aquí se citará de forma abreviada sólo con el número de la página. 14 Acompañada por sus esclavas que la desnudan y le retiran sus joyas, la bailarina comienza a sofocarse por el collar de serpiente que lleva al cuello. Finalmente la joya, sin dejar de serlo, adquiere vida y se ciñe al cuello de la bailarina hasta lograr que la cabeza de Salomé ruede y llegue a los pies del trípode que sostiene a la del Bautista, hecho con el que concluye el relato. Con base en lo anterior y siguiendo el modelo que Luz Aurora Pimentel propone en El relato en perspectiva (2002) podemos decir que el narrador del cuento es un narrador heterodiegético o en tercera persona6, ya que se trata de un enunciador que no está involucrado en la historia que refiere, únicamente se limita a contarla. El narrador, cuya aparición dentro del relato se muestra explícita desde el inicio, puesto que no se esconde del lector, no estuvo presente en el momento en que Salomé baila para Herodes ni tampoco cuando el collar la degüella. Se trata, pues, de un narrador heterodiegético que se encuentra ausente del acontecimiento narrado. Es importante señalar que la ausencia de este enunciador en la historia que cuenta, la referente a Salomé, no implica necesariamente que se mantenga oculto en la narración, puesto que su participación en el discurso es explícita al hacer referencia a sí mismo al comienzo del relato, donde hace patente su presencia. Un narrador heterodiegético se diferencia del homodiegético (en primera persona) no sólo por su interacción dentro del mundo narrado, sino también por el grado de objetividad que su posición dentro del relato le proporciona. En este caso, quien cuenta la historia es alguien que, lejos del evento narrado, relata lo que ha leído en un manuscrito, no a manera de transcripción, y que ha creado una versión a partir de la historia del pergamino. La existencia de un manuscrito activa por un momento la función verosimilizante dentro del relato, ya que si el receptor de la historia se preguntara sobre la fuente informativa del narrador, la existencia del pergamino sustentaría la historia del narrador al no tratarse de un acontecimiento creado por su imaginación. Por otra parte, la historia escrita entra en contraste con la leyenda oral en la que Salomé muere decapitada por el hielo 6 Pimentel hace la aclaración respecto al uso de la narración en primera o tercera persona para referir al narrador. La elección nada tiene que ver con criterios pronominales, sino con el grado de involucramiento del narrador dentro del relato. 15 de un lago, contraponiéndose ambas versiones, donde la que obtiene la ventaja es la versión del manuscrito. La unidad vocal del relato corre a cargo de un único narrador, por lo que la versión de la historia es sólo una y la mediación del relato, al no existir más narradores que puedan refutar la veracidad de los acontecimientos o aporten más datos para seguir configurando con más detalle la historia, se limita a una sola figura enunciadora portadora de toda la información narrativa que se proporciona, filtrando los datos a placer.7 En este caso, el narrador elige resumir la historia del baile de Salomé ante Herodes y agregar datos de lo que sucede luego de que Salomé se retira del banquete, información que desconocemos hasta el momento. La consecuencia de un narrador único en el caso de La muerte de Salomé dota al relato de un grado importante de cohesión con los hechos, puesto que no existe manera de contrastar lo que cuenta el narrador con otras versiones de la historia. El único aspecto que podría entrar en conflicto con la historia narrada sería la leyenda, sin embargo es el mismo narrador quien se encarga de invalidarla al momento de descartarla. Las diferencias en cuanto a información narrativa y a la oposición que existe entre la narración y la descripción son patentes al comparar el segundo segmento con el tercero. Cuando Salomé baila para Herodes (segundo segmento), el relato comporta un carácter narrativo más marcado al hacer énfasis en las acciones que van encadenándose sucesivamente unas con otras, agilizando la velocidad del relato. Salomé baila, enloquece a Herodes y a los invitados del festín, un mancebo le deshoja unas rosas, un magistrado bebe, Juan muere, Jehová muestra su ira. La sucesión de acciones se desarrolla una detrás de otra con un mínimo de descripción ya que esto no es lo que le interesa contar al narrador. Por otra parte, en el tercer segmento de la historia, donde Salomé se retira a sus aposentos a descansar, el narrador dota al relato de un carácter descriptivo más acentuado al detenerse en los objetos y seres que desarrollan las acciones 7 A pesar de que se trata de un narrador único dentro del relato, el lector podría dudar de la objetividad de la historia ya que, al tratarse de una historia muy antigua, el relato ha pasado por muchas modificaciones hasta llegar a la que el narrador nos comunica. La versión de quien nos cuenta el relato es la última a la que historia es sometida, es la que se nos hace llegar, por lo tanto es la versiónoficial y la única importante. 16 para mostrarlos con mayor detalle. No sólo se detiene en el espacio y los objetos que lo pueblan, también se describe físicamente a Salomé así como su comportamiento. El narrador también caracteriza a las esclavas, a la cabeza inerte de Juan en un trípode, además de dotar de rasgos particulares al collar que la bailarina lleva al cuello. De este modo, el narrador no sólo se dedica a narrar los hechos, sino a construir un mundo ficcional con base en la descripción. En cuanto a la ubicación temporal que el narrador mantiene respecto a la historia que cuenta, quien relata los hechos se encuentra en un momento distante del suceso narrado puesto que historia es antiquísima y ha permanecido oculta, por lo que pocas personas han tenido acceso a ella. Así, es posible ubicar temporalmente al narrador en un momento cercano al receptor pero distante de la historia, aun cuando su posición espacial sea desconocida. No es trascendente saber en qué lugar se encuentra el narrador, no así el momento temporal en el que éste se localiza respecto a la historia que está contando. Quien narra tampoco toma la palabra de los personajes. No sabemos qué piensan ni cómo es su discurso puesto que en el cuento los personajes no tienen voz, la única voz que enuncia es la del narrador que, al encontrarse en un momento distante del acontecimiento, se limita únicamente a contar lo que sabe. Para finalizar este apartado podemos decir que el narrador del cuento es extradiegético ya que él, el sabio sacerdote que tradujo la historia y los cronistas, se encuentran en un nivel superior a la historia que se está contando puesto que ninguno de ellos tiene acceso al mundo narrado. De este modo estamos frente a una historia retrospectiva desarrollada en un pasado que no puede ser modificado, con acciones ya concretadas. Si se quisiera ser más rebuscado, el nivel del narrador enmarcaría la historia del pergamino sin embargo, en el nivel de quien cuenta la historia no sucede otra cosa más que el mismo acto de enunciación. 17 1.2. “La regia danzarina” – Dimensión actorial El relato, como hemos visto, se encarga de narrar sucesos que tienen lugar en un espacio y un tiempo determinado, además de contar con la participación de los personajes que lo pueblan y ejecutan las acciones que el relato se encarga de narrar, uno de los aspectos trascendentales del relato. Debemos comprender a los personajes como entidades verbales creadas para el relato, elementos que van configurándose mediante recursos narrativos y descriptivos que buscan generar efectos de sentido a los que llamaremos personajes (Cfr. Pimentel, 2002, 59). Al tratarse de seres creados a partir del lenguaje estos carecen de “vida propia”, sin embargo refieren valores y actitudes propias del mundo real. El efecto de sentido que crea un personaje va desarrollándose a lo largo del relato mediante la información que el narrador u otros personajes van proporcionando a través de la historia para así tomar forma dentro del relato. La muerte de Salomé, como ya hemos mencionado, es un relato estructurado por tres partes y cada segmento manifiesta una actividad actorial diferente. En la primera parte del relato, al que llamaremos “relato marco”, tenemos a un narrador que tiene como intención contarnos una historia. Ubicamos en este segmento a un narrador en un nivel superior al de la historia que desea transmitirnos ya que no tiene participación alguna en ella. Su posición respecto a ésta es alejada y sólo en calidad de enunciador, haciendo así explícita su presencia. Además de este narrador, que podemos reconocer como un poeta, encontramos al sabio sacerdote que tradujo la historia de un pergamino hallado en Palestina, quien funge como el primer transmisor de este relato en la narración. Oponiéndose a ellos están los cronistas contemporáneos que podrían refutar la historia en cuestión, mientras que las hadas evocadas por la voz enunciadora al comienzo del relato son quienes esclarecen a los poetas los sucesos de tiempos antiguos. Las funciones tanto del narrador como del sacerdote están perfectamente delimitadas (transmitir una historia) y poca o nula información se nos proporciona de ambos actores como para construirlos con detalle. Se trata sólo de referentes que servirán como marco de la historia que está por ser narrada. Entre el 18 enunciador y el traductor del pergamino hay mínimas diferencias en cuanto a elementos narrativos que los construyen Sobre el primero no queda clara su profesión, sin embargo es posible creer que es uno de esos poetas que mantienen comunicación con esas hadas a las que hace referencia, de ahí que afirme con seguridad que ellas se le manifiestan a los poetas para compartirles secretos y confesiones8. Por otra parte, el narrador es amigo de un hombre que es sacerdote y un sabio que comprende diversas lenguas y que le ha confiado al narrador una historia que ha permanecido oculta por siglos, características que lo vuelven una fuente confiable de información. Si el primer fragmento del relato es el marco de la historia, la segunda parte del relato sirve como contexto general que resume el festín dentro del palacio de Herodes. Este fragmento del relato se abre de la siguiente manera: “Salomé, la perla del palacio de Herodes” (216), donde lo primero que se menciona es el nombre de la bailarina, primer aspecto de la construcción de un personaje. Salomé es un nombre con una larga tradición cultural, se trata, como bien señala Pimentel, de un nombre “lleno” que ha ido construyéndose a lo largo del tiempo, un referente ya armado cuya historia se encuentra dada desde el momento en el que se le enuncia. Sin embargo, en cada relato en el que un nombre de esta naturaleza aparezca, la construcción de ese personaje variará de acuerdo a las estructuras narrativas que se elijan para tal fin. El nombre, como uno de los elementos constitutivos de un personaje, es “el centro de imantación semántica de todos sus atributos, el referente de todos sus actos, y el principio de identidad que permite reconocerlo a través de todas sus transformaciones” (Pimentel, 2002, 63), por eso, desde el momento en que se menciona a Salomé, el lector familiarizado tanto con la historia bíblica como literaria sabe de los significados que este nombre contiene así como el desenlace que tendrá la historia, sin embargo en este relato, el final da un giro inesperado. Pimentel rescata el concepto de personaje referencial de Philippe Hamon, quien 8 Las hadas como seres mágicos tienen acceso al conocimiento superior, de ahí que sean ellas las encargadas de esclarecer aquello que parece confuso. Darío en El velo de la reina Mab señala que son las hadas quienes reparten dones entre los mortales. Los poetas, de sensibilidad exacerbada, son más propensos a escuchar los mensajes de estas entidades sobrenaturales, como bien lo señala el narrador-poeta de La muerte de Salomé. 19 sostiene que este tipo de construcción actorial se sustenta en “códigos fijados por la convención, social y/o literaria” (64), lo que haría de Salomé un personaje referencial. Lo que sucede dentro del palacio de Herodes es un evento conocido cuyo único fin no es el de modelar personajes a detalle, sino contextualizar a quien no se encuentre al tanto de la historia puesto que ésta no manifiesta cambio argumental considerable que la afecte o transforme la idea original. Salomé baila para Herodes y, como premio a su danza, la muchacha obtiene la cabeza del Bautista. Hasta ese momento, la historia sigue siendo la misma que la tradición sinóptica señala. De Salomé se nos dice que es “la perla del palacio de Herodes”, rasgo que destaca su invaluable hermosura, realizando una comparación de la perla con un rasgofísico que la caracteriza: la palidez de su piel; además se refiere a ella como una “serpentina y fascinadora mujer”, evidente adjetivación del arquetipo al que Salomé estuvo adscrita en la literatura de fin de siglo XIX: el de mujer fatal. Nada más sabemos en cuanto a sus características físicas hasta ese momento. Ella no pronuncia palabras por lo que no es posible construir al personaje mediante su discurso, sólo sabemos de sus acciones y las descripciones sobre ella realizadas por el narrador. Respecto a los otros elementos que participan dentro de este segmento del relato: Herodes, los invitados, el mancebo y el magistrado romano Cayo Menipo, son descritos de manera mucho más general que en el caso de Salomé. Herodes es llamado “gran rey” y “monarca”; la concurrencia que acude al banquete es “soberbia”; el mancebo que ayuda a Salomé durante la danza es representante de todos los demás mancebos dentro del recinto, ya que sólo se le menciona a éste. El caso se repite con un solo magistrado, Cayo Menipo, a quien se le califica de “obeso, borracho y glotón” (217)9 9 El magistrado Cayo Menipo recuerda al joven romano Aulo, del relato Herodías de Gustave Flaubert (1877), ya que ambos son romanos, bebedores y víctimas de la gula. Aulo termina vomitando por la indigestión del festín, en una escena grotesca que se cierra al encontrarse frente a frente con la cabeza cercenada de Juan en un plato más de la mesa del banquete. 20 Hacia el final de esta parte, Salomé recibe su premio y Jehová reacciona con un relámpago que detona la ira de la divinidad ante el sacrilegio. Esta segunda sección del relato se clausura con la mención de la leyenda en la cual Salomé muere al caer en un lago congelado donde los hielos le cortan la cabeza como castigo. Cabe puntualizar que al comienzo del relato, el narrador sostiene que en ocasiones la leyenda es verdad, sin embargo justo después de mencionarla, muestra su intención de refutarla con la narración que le sucede. La tercera y última parte del relato es la historia contenida en el pergamino, la cual cuenta la “verdadera” causa de la muerte de Salomé, traducida por el sabio sacerdote. Salomé reaparece con nuevos atributos que van agregándosele a los primeros que ya conocíamos, terminando de configurar al personaje en este relato. La hija de Herodías, fatigada luego de bailar ante Herodes y sus invitados, se retira a sus aposentos para descansar después de haber obtenido su premio: la cabeza del profeta. Como en el caso de la construcción de un espacio narrativo en el que un lugar va adquiriendo rasgos distintivos a lo largo de la historia y que analizaremos más adelante, del mismo modo el personaje de Salomé agrega atributos a los ya mencionados con anterioridad. Ahora es “encantadora y cruel”, “blanca y mágicamente esplendorosa”, de formas rosadas, cándidas y armoniosas, “sonriente”, “regia danzarina” y “trágica”, refiriéndose a su cabeza una vez que ésta se separa del cuerpo. De este modo, el retrato de Salomé se pule, como si de un diamante se tratara, en comparación con los otros personajes del relato. Además del nombre, Pimentel señala otras estrategias narrativas para la caracterización de un personaje, el retrato y el ser y hacer dentro del relato. El primero provee la “imagen física” del mismo mediante las descripciones proporcionadas por el narrador o los demás personajes; el ser y el hacer estarán definidos gracias a las palabras que el personaje pronuncie, las actitudes que adopte y los actos que realice a través de la historia. En este caso, al tratarse de una narración corta donde el discurso directo de los personajes no existe, tanto el retrato como el ser y hacer de Salomé se verán reflejados mediante el discurso del narrador, cuyo grado de confiabilidad depende también de la traducción que el 21 sabio sacerdote hiciera del contenido del pergamino, entrando en una cadena de subjetividades respecto a la información proporcionada. Así sabemos que Salomé físicamente es una hermosa joven, blanca, sonriente y cuyo cuerpo exhala voluptuosidad. Sobre sus actos estamos enterados de que baila para su padrastro para exigirle la cabeza de Juan como premio, que fatigada se dispone a descansar, que admira al objeto de su triunfo y que el terror se apodera de ella debido a una joya que lleva al cuello. Sobre su personalidad conocemos que es una mujer consciente de su belleza y que sabe cómo utilizarla para satisfacer sus caprichos en pos del beneficio propio, haciendo aparición nuevamente la mujer fatal que hay en ella. Así, tanto el retrato físico como moral del personaje ya se encuentra dado, incluso desde el momento de nombrarla. Además de Salomé, y para terminar de cerrar el cuadro exótico que presenta el narrador, en la última parte del relato aparecen las esclavas etíopes “jóvenes y risueñas” al comienzo, “espantadas” e “inmóviles” hacia el final, y dos elementos importantes para la historia: por un lado la cabeza de Juan descrita como “pálida”, “triste” y “lívida” y por otro el collar de serpiente, obsequio de un pretor, posible pretendiente de la muchacha, cuyos ojos son dos rubíes “sangrientos y brillantes” y cuyo anillo constrictor hecho de oro se prende del cuello de la bailarina hasta arrancarle la cabeza. A pesar de que la cabeza de Juan y el collar son elementos fundamentales para el desarrollo del relato, es necesario puntualizar que no se trata de personajes, sino de elementos que cumplen una función específica dentro del relato. Para disipar dudas es imprescindible la aplicación del esquema actancial propuesto por A. J. Greimas (1987). Para este autor, un actor se constituye por roles actanciales y temáticos que cuando convergen dan paso a la creación de un personaje, mientras que el actante es el rol que toma aquello participa en la acción. Así, la propuesta de Greimas respecto al personaje trata de “describir y clasificar los personajes del relato, no según lo que son, sino según lo que hacen” (Barthes, 1970, 30). Dicho de otro modo, un actante es la función que desarrolla el actor dentro del relato y cuando diversas funciones se cruzan en un mismo actor, se construye 22 un personaje. El esquema actancial está formado por pares que mantienen una relación entre sí: un sujeto mantiene una relación de deseo con un objeto; un destinador sostiene una relación de comunicación con un destinatario, y un ayudante tiene una relación de lucha con un oponente. El esquema genérico propuesto por Greimas es el siguiente: Estas parejas de roles sirven para distribuir las funciones que desempeñan los actores del relato. En el caso de La muerte de Salomé, podemos proponer tres esquemas actanciales referentes a cada una de las tres secuencias del relato: Secuencia 1: El narrador (sujeto) desea contar una historia (objeto) que le fue transmitida por el sabio sacerdote (destinador) para que el lector (destinatario) la conozca. Quien colabora con el narrador para que esto se concrete es de nuevo el sabio (ayudante) mientras que los cronistas contemporáneos son quienes podrían calificar la historia como falsa (oponentes). Sabio Sabio para el Narrador Cronistas El lector Historia Destinador Ayudante para el Sujeto Oponente Destinatario Objeto 23 Secuencia 2: Salomé (sujeto) desea la cabeza de Juan el Bautista (objeto). Ella misma ordena que le sea dada en premio a su baile (destinador) y también será ella misma quien se beneficie de este hecho (destinatario). Para lograr su propósito es ayudada por Herodes (ayudante) mientras que Jehová (oponente) reprueba el acto.10 Secuencia 3: Salomé (sujeto) desea el reposo (objeto) después de bailar ante Herodes. La fatiga (destinador) lleva a Salomé(destinatario) a su alcoba para recuperarse. Para poder descansar, ésta pide a sus esclavas (ayudantes) que la desnuden y le retiren las joyas, sin embargo el collar de serpiente que lleva al cuello (oponente) cobra vida y corta la cabeza de la bailarina. 10 La tradición señala a Herodías como instigadora de Salomé para pedir la muerte de Juan, sin embargo ésta no está presente en el relato, como tampoco lo está Juan. Sobre el ayudante, este papel podría ser compartido entre Herodes y el mancebo principal, ya que el primero posee la potestad para mandar decapitar a Juan, mientras el mancebo la ayuda a ejecutar su baile. He querido dejar a Herodes en el papel de ayudante puesto que su peso en la historia es mayor que el del mancebo. Salomé Herodes Salomé Jehová Salomé Cabeza de Juan Fatiga Esclavas Salomé Collar de serpiente Salomé Descanso 24 Es posible entonces decir que en la estructura del cuento, la figura de Salomé es la que asume más roles actanciales, ella es sujeto, destinador y destinatario en la secuencia del palacio de Herodes; sujeto y destinatario en la secuencia de la alcoba. Todos los demás ocupan un solo rol (exceptuando al sabio que, según la propuesta, es destinador y ayudante del narrador y del objeto en la secuencia 1). Salomé es el único personaje en todo el relato de quien tenemos más datos para construir su aspecto físico, sus acciones y su modo de pensar. Ningún otro elemento que participa de las acciones tiene una construcción tan detallada o específica. Pero si el que diversos roles se intersecten en la figura de Salomé en al menos dos esquemas actanciales la proyectan como un personaje más completo respecto a todos los demás actores del relato, los casos de la cabeza de Juan y del collar de Salomé, con un solo rol actancial, reflejarán su importancia dentro del texto debido a la función que desempeñan. En el caso de la cabeza de Juan, el objeto deseado por Salomé en la secuencia 2, su importancia radica en ser el móvil de las acciones desarrolladas dentro de ese segmento. En la secuencia 3, el objeto del deseo se ha obtenido, la cabeza yace en un trípode, pero el collar de Salomé adquirirá relevancia al ser el vehículo del castigo que actuará en contra de ella, situación que refutará la leyenda sobre el final que tuvo la bailarina después del sacrilegio. A pesar de ser elementos con un solo rol actancial, son imprescindibles dentro de la estructura del relato ya que sin ellos las acciones trascendentes de éste no podrían desarrollarse ni concretarse. Por un lado, sin el deseo por la cabeza de Juan, Salomé no bailaría para Herodes; por el otro, sin la joya/serpiente, la historia de la muerte de Salomé no podría refutarse y las intenciones del narrador de contar la verdadera historia sobre su muerte no podrían realizarse. Es gracias a la conjunción del análisis actancial y los aspectos que construyen la dimensión actorial del relato (el nombre, retrato, ser y hacer) que es posible conocer y reconocer las relaciones que los actores mantienen entre sí dentro del texto narrativo y su grado de preponderancia, así como las elaboraciones discursivas y narrativas que manifiestan ese efecto de sentido 25 llamado personaje, sin importar qué tan simple y compacto parezca el relato en el que aparecen. 1.3 En el palacio de Herodes – Dimensión espacial “No se concibe un acontecimiento narrado que no esté inscrito en un espacio descrito” (Pimentel, 2001, 7). Aun cuando la extensión del relato sea corta, existe un espacio que el narrador construye para desarrollar la acción. En ocasiones es posible creer que porque un relato es breve el espacio ficcional y su extensión serán equiparables, pero por muy corto que sea el relato necesariamente éste tendrá que inscribirse en un espacio para existir. Esta situación nos lleva a distinguir dos tipos de espacio: el espacio de la historia y el espacio del discurso. Pimentel sostiene que el espacio del discurso es aquél que concreta el texto, mientras que el espacio de la historia es aquél que va configurándose mediante estrategias narrativas conocidas como descripciones (Cfr. Pimentel, 2002, 25). Las descripciones se constituyen por un nombre o nomenclatura y una serie predicativa. El nombre es lo que conoceremos como tema descriptivo, enriquecido por la serie predicativa que tenderá al inventario, es decir, a una serie de atributos y particularidades inherentes al tema descriptivo elegido. La serie predicativa será tan extensa o limitada como el autor desee. En otras palabras, el espacio en la ficción será creado a partir de descripciones que, dependiendo de su grado de veracidad y detalle, irán conformando el entorno en el que se lleva a cabo la acción del relato. Dicho lo anterior, el primer relato de este análisis, el cuento La muerte de Salomé de Rubén Darío, es un relato de corta extensión, por lo que es de esperar que la utilización de las descripciones dedicadas a la creación de espacios sea más bien reducida, ya que las descripciones ocupan un espacio considerable en el discurso y detienen el tiempo de la historia. El espacio en el cuento de Darío oscila entre los referentes extratextuales y los espacios recreados mediante modelos descriptivos. El primer espacio 26 mencionado en el relato es el bosque de Brocelianda que tiene concordancia con la introducción que el narrador proporciona al hacer referencia a las hadas; luego Palestina y Caldea, espacios que por su referente real dotan al relato de verosimilitud. Después el relato se mueve hacia el palacio de Herodes, un espacio creado por el autor mediante la descripción del banquete que se lleva a cabo en su interior. La acción se interrumpe para mencionar un lago helado, nuevamente un lugar de leyenda. Hacia la parte final del relato, la acción se desarrolla en la alcoba de Salomé que coincide con el espacio del palacio de Herodes, al ser descrita por lo que pasa en su interior. El texto transita entre espacios exteriores e interiores, los espacios reales y legendarios y los espacios recreados por el autor para desarrollar sus propósitos. “Nombrar también es narrar” nos dice Pimentel (2001, 49), por lo que los primeros lugares mencionados representan en sí mismos espacios concretos de la realidad. A pesar de sólo ser mencionados sin ser descritos, estos espacios nombrados mantienen una carga semántica propia, son lugares que refieren espacios en la realidad que han sido atraídos hacia la ficción por el narrador para sustentar el relato. Brocelianda es un bosque ubicado en Europa donde la leyenda cuenta que se desarrolla el ciclo artúrico11, además de ser considerado el hogar de las hadas. No sólo es un lugar real sino un lugar mágico que se corresponde con la primera parte del relato donde el narrador evoca a Mab y a Titania, seres que se convierten en cómplices de los poetas. Los dos espacios siguientes, Palestina y Caldea, son también sólo nombrados sin ser descritos en el texto, así el lector remite inmediatamente a la construcción mental que tiene de esos espacios, aun cuando esta construcción sea una consideración general. Palestina es el lugar donde fue encontrado el pergamino que contiene la historia que va a narrarse, mientras que Caldea refiere a la lengua en la que el texto está escrito. 11 En una edición revisada, Brocelianda es mencionada como una entidad feérica, justo como Mab y Titania, sin embargo la mayor parte de las ediciones coinciden con que se trata del bosque arriba mencionado. 27 El narrador no describe el bosque de manera lógica, no sabemos de dimensiones ni de los árboles, plantas y demás elementos que lo conforman más allá de las hadas que lo pueblan. Tampocolo hace con las regiones de Medio Oriente citadas. El sólo nombrarlas ya significa un punto de referencia de realidad para el lector, quien las visualiza aunque nunca las haya visitado porque, como lo señala Pimentel: “la referencia extratextual es garantía de ‘realidad’” (2002, 31). Sin embargo, los tres referentes desarrollan una función particular: los tres lugares hacen referencia a lo real por un lado; a lo legendario por el otro. Brocelianda, a pesar de ser un lugar real, también recuerda a las historias de los cuentos de hadas, mientras que Palestina y Caldea a pesar de ser lugares reales, mantienen la intención de evocar lo lejano, lo antiguo y lo desconocido, cualidades que prevalecen dentro del relato. El siguiente espacio ya no sólo es mencionado sino que es creado por el narrador y corresponde al palacio de Herodes, el lugar donde Salomé baila para su padrastro. La descripción no sigue el modelo lógico, no hay descripción de las dimensiones del lugar como tal, ni de las partes que constituyen la edificación, pero sí de lo que ocurre en su interior. Tampoco se nos proporciona la ubicación geográfica específica. Podemos decir que “el palacio de Herodes” es el nombre y la serie predicativa, al no describir los objetos que conforman el espacio sino las acciones que se celebran en su interior, puede ser considerada atípica. La serie predicativa estaría conformada por el baile de Salomé y lo que ocurre alrededor de éste, es decir, la música de arpas y crótalos que acompañan los movimientos de la joven, el momento en el que el mancebo deshoja rosas rojas a los pies de la muchacha, la gula del magistrado, la efusividad de los espectadores frente a la danza de Salomé y el ofrecimiento de la cabeza de Juan por parte del tetrarca. Es interesante señalar la acción del mancebo. Darío utiliza el verbo deshojar para referirse a la acción de quitar los pétalos a la flor. Los pétalos rojos sobre los que baila Salomé podrían ser el anuncio de la sangre que está por derramarse debido al capricho de la mujer, la sangre santa. Al tiempo que el mancebo deshoja las rosas, de igual manera, Salomé se desflora. Según el 28 Diccionario de la lengua española en su segunda acepción, desflorar también significa desvirgar, es decir, quitarle la virginidad a una persona. Para que Salomé obtenga lo que desea, necesita sacrificar su virginidad, su inocencia de alguna manera, bailar para agradar al tetrarca y así exigir el objeto de su deseo. Así, la rosa deshojada no sólo es la sangre del Bautista, sino también la sangre del sacrificio que Salomé ofrece por satisfacer su deseo. “Palacio” es el nombre común mientras que “de Herodes” es el complemento que carga semánticamente al palacio de ciertos rasgos que serán particulares sólo a él, ya que sólo en ese palacio puede suceder el baile de Salomé y la decapitación de Juan el Bautista. Esta situación se repetirá más adelante con otro espacio: la “alcoba de Salomé”. En una descripción más bien compacta, el narrador enumera rasgos generales de lo que es el banquete que se lleva a cabo dentro del palacio: la música, el baile, los invitados, los sirvientes, la concurrencia, Herodes y Salomé. Todo más bien en una serie de elementos comunes que describirían a cualquier otro banquete de la época, exceptuando, claro está, a Herodes y a Salomé. Sólo hay mención de un mancebo, de un magistrado, como si el narrador sólo utilizara estos elementos muy particulares con el fin de crear un espacio contextual referente al festín, sin embargo queda claro que hay muchos más mancebos y magistrados en el lugar que no necesitan ser mencionados. Es posible que la intención del enunciador sea crear una atmósfera general de realeza, ya que no se esmera en describir el espacio minuciosamente. Si las descripciones van de lo general a lo particular, el narrador no pierde tiempo en detalles inútiles en este segmento del relato. El espacio que refiere al palacio de Herodes y al festín que se lleva a cabo en su interior es más bien común a la idea construida mediante el referente cultural que se tiene de lo que sería una celebración de esa índole Aunque no se nos diga de modo explícito, gracias a que conocemos la historia de Juan y su muerte contenida en la Biblia, sabemos que Herodes era Tetrarca de Galilea, que esta región se encuentra en Israel y esto nos lleva del espacio mayor a uno menor, transitamos nuevamente de lo general a lo particular. 29 Ese lugar donde está el palacio y donde se lleva a cabo el festín por el cumpleaños del tetrarca es construido mediante referentes culturales afines al pensamiento general. El espacio que refiere al palacio de Herodes se cierra con la decapitación de Juan y la ira de Dios ante el sacrilegio. El siguiente espacio es el del lago helado donde supuestamente la muerte de Salomé tuvo lugar tiempo después del festín de Herodes. El narrador no entra en detalles de su ubicación geográfica o sus características. A diferencia de los espacios “Brocelianda”, “Palestina” o “Caldea”, el lector no tiene un referente real inmediato de este espacio por lo que podría tratarse de un lago helado cualquiera.12 La última parte del relato se desarrolla en los aposentos de Salomé. El palacio se ha reducido a la alcoba y el relato mantiene su carácter interior. Es en esta tercera parte del relato donde la acción que quiere referir el narrador se desarrolla. La alcoba es el tema descriptivo y la serie predicativa estaría conformada por todos aquellos rasgos que la describen, incluyendo a Salomé. Dentro de la alcoba encontramos “un gran lecho de marfil, que sostenían sobre sus lomos cuatro leones de plata” (217), cubierto por una tela de púrpura, donde Salomé desnuda se recuesta; dos esclavas de Etiopía a su servicio, que la desvisten y la refrescan con el soplo de flabeles y, sobre un plato de oro que reposa sobre un trípode, la cabeza de Juan el Bautista. El espacio interior creado de primer momento tiende a lo común, como en el caso de la descripción del festín dentro del palacio. Es una visión general de lo que sería una alcoba de una princesa cualquiera, con objetos dignos de la realeza, telas finas, objetos de hechura que no encontraríamos en alcobas comunes y corrientes, así como servidumbre a su disposición, todo transcurre en la normalidad hasta la mención de un objeto que trasgrede la escena: la cabeza de Juan, dándole a la descripción un giro que va de lo sensual (con una Salomé desnuda recostada sobre su lecho), a lo macabro, (con una cabeza cercenada en un plato de oro, como si se tratara de un adorno más). La situación parece normal 12 La tradición ubica este lago en la región española de Lérida. Samuel Gili Gaya hace un análisis sobre esta leyenda en su estudio titulado La muerte de Salomé: formación y desarrollo literario de la leyenda. 30 para los personajes que pueblan el relato, ya que incluso las esclavas de Salomé no muestran ninguna emoción al compartir el espacio con la cabeza del santo. El lector es quien percibe el elemento transgresor al oponerse la sensualidad de la bailarina contrastando con la cabeza inerte colocada como elemento de ornato. El narrador entra a la intimidad de los aposentos de Salomé, cual voyeur, donde lo primero que se describe rápidamente es el lecho. Curiosamente, el lecho presenta una dinámica peculiar, Salomé se recuesta sobre leones, en una imagen que recuerda a la diosa Cibeles13, en señal de prevalencia femenina sobre el imperio masculino, ya que “el león es símbolo de poderío y soberanía, símbolo también del sol, el oro, la fuerza penetrante de la luz y el verbo” (Chevalier & Gheerbrant, 1986, 637). El león, vinculado al oro como potencia masculina, es degradado no sólo por tener que sostener sobre su lomo a la mujer pecadora, sino por estarelaborado de plata, un metal vinculado a la luna y con ello, a la feminidad. Al presentar el lecho mediante los materiales de los que está elaborado (marfil y plata) y la tela que lo cubren, (tela de púrpura), el narrador continúa también con una serie de correspondencias referente a los colores que se repiten a lo largo del relato. Rojo y blanco son colores que han estado presentes en las descripciones anteriores. En el banquete, “perla” y luego en “lago helado” encontramos el color blanco, mientras que en “guirnalda de rosas frescas” y “vino”, elementos pertenecientes al festín, hallamos el color rojo. La misma Salomé y la cabeza de Juan entran también en esta serie de correspondencias referentes a color. Sobre Salomé, el narrador describe que “desnuda, saltó Salomé al lugar de reposo, y quedó blanca y mágicamente esplendorosa sobre una tela de púrpura”, para después enfatizar en “la rosada armonía de sus formas”. De este modo, Salomé se transforma y el púrpura de la tela y el blanco de su piel se mezclan para resaltar ambos rasgos particulares. Por su parte, la cabeza de Juan es descrita como “pálida” y “lívida”, adjetivos que juegan nuevamente con la relación de color entre el blanco y el rojo. El caso de 13 La diosa Cibeles era una deidad frigia asociada a la madre tierra que conducía un carro tirado por leones, proyectando su poder frente a bestias de simbología masculina. 31 “lívida” es peculiar, recurro nuevamente al Diccionario de la lengua española14 para hacer la aclaración pertinente; la primera acepción para el adjetivo “lívido” corresponde a “amoratado”, mientras que la segunda a “intensamente pálido”. Esta particularidad indica que la cabeza de Juan juega también con la correspondencia de color antes mencionada, igualando entonces tanto a Salomé como a la cabeza de Juan en cuanto a sus características. La cabeza del profeta es el primer objeto que sacude el orden del espacio creado por narrador, sin embargo, así como Juan es víctima de Salomé, ésta será víctima de otro objeto que transgredirá el caos causado por ella con el fin de reestablecer el orden: la serpiente de oro que lleva al cuello. Así, ambas cabezas comparten un mismo espacio y un rasgo particular, las dos reposan sobre material áureo, en una situación que cobrará un sentido especial cuando el relato se clausure. El oro es un tesoro relacionado con el sol y la luz en una clara referencia al principio masculino, “pero el oro es un tesoro ambivalente. Mientras que el color del oro es un símbolo solar, la ‘moneda de oro es un símbolo de perversión y exaltación impura de los deseos’” (Chevalier & Gheerbrant, 1986, 786). En este caso, esa “moneda” podría tratarse del collar que Salomé lleva al cuello, ya que se trata de una joya, un artilugio para embellecer perversamente a la mujer desnuda. Por su parte, el plato donde la cabeza de Juan reposa imitaría el halo de su santidad, mientras que la joya de la bailarina representaría el pecado y la maldad. Mientras la hija de Herodías descansa comienzan las sofocaciones y pide a sus esclavas, en un intento extraño de recuperar el aire, que le retiren la joyería que adorna todavía su cuerpo, es justo ahí cuando se percata de que la responsable de su horror es la serpiente que lleva al cuello, su joya predilecta “cuyos ojos eran dos rubíes sangrientos y brillantes” (217). De nuevo el color rojo es mencionado como rasgo distintivo del collar. Además de referirse al material del que está elaborada y el color de sus ojos, el narrador puntualiza que la serpiente comienza a agitarse como si estuviera viva. Al decir lo anterior queda claro que el collar no cambia de material, no se transfigura, sigue siendo una joya hecha de 14 La consulta fue realizada en la versión digital del Diccionario de la lengua española en: http://dle.rae.es/?w=diccionario. http://dle.rae.es/?w=diccionario 32 metal precioso, pero adquiere vida para castigar el pecado de la muchacha. Nuevamente aparece la relación animal-metal que encontramos en la descripción del lecho, sólo que esta vez con los atributos invertidos. La serpiente es un animal vinculado a lo femenino, mientras que el oro indica masculinidad, como ya hemos mencionado. Así, la serpiente/collar termina por cortarle la cabeza a la bailarina ante el asombro de las esclavas que, ahora sí, se horrorizan. La cabeza de Salomé va al encuentro con la del Bautista, mientras el cuerpo inerte queda en el lecho junto al collar. De este modo, el orden se reestablece y el relato finaliza. Por último es importante decir sobre esta dimensión del relato que los límites de un tema descriptivo se concretan cuando otro tema es mencionado, es decir, se abre un tema al mencionarlo y desarrollarlo y se clausura cuando uno nuevo aparece, aunque esto no significa que tal o cual tema no pueda retomarse en el futuro. En el caso de La muerte de Salomé, los espacios se cierran una vez que es finalizada la serie descriptiva que les corresponde. Para concluir este apartado, es interesante señalar cómo cada espacio del relato que tiene como punto de referencia la historia de Salomé se clausura con una decapitación. El primer espacio, el palacio de Herodes, se cierra con la degollación de Juan; el segundo espacio, el lago helado, con la decapitación de Salomé por el hielo; el tercero, la alcoba de Salomé, con la pérdida de la cabeza de la bailarina por culpa del collar que ésta lleva al cuello. Al final, tanto la leyenda como la historia contada por el narrador no difieren en la muerte de Salomé por decapitación. Lo que cambia es el modo en el que la bailarina pierde la vida y el espacio en el que se desarrolla la acción. 1.4 “Sucesos de antiguos tiempos” – Dimensión temporal Helena Beristáin define temporalidad como “una de las instancias en que se desarrolla el proceso discursivo, además de la espacialidad y de la acción de los actores” (1995, 478). Así como el relato depende del espacio para desarrollarse, el otro aspecto fundamental para la narración es el tiempo. No puede construirse un 33 relato fuera de esas dos instancias. De esta manera, podemos reconocer un binomio temporal comprendido por el tiempo del discurso y el tiempo de la historia, entendiendo al primero como la sucesión textual en el cuerpo del relato y al segundo como la disposición cronológica de las acciones reflejadas en la diégesis. A partir de esto, la temporalidad narrativa posee tres aspectos que la rigen (Cfr. Pimentel, 2002, pp.42-43): 1. Orden: si los acontecimientos son narrados en orden cronológico o no. 2. Duración: los periodos en los que los acontecimientos se desarrollan, así como el ritmo que se utiliza para agilizar o ralentizar el relato. 3. Frecuencia: cuántas veces se narra un acontecimiento en la historia y su aparición en el discurso. En el apartado dedicado a la dimensión espacial se mencionó que el cuento de Rubén Darío es un relato de corta extensión. En efecto, abarca únicamente dos páginas del libro, situación que propicia un manejo particular de la temporalidad que tiende a la rapidez y agilidad en el relato. Hemos dicho también que el cuento de Darío puede ser dividido en segmentos, cada uno con una función específica y también hemos puntualizado que la existencia del segundo segmento corresponde a un ejercicio de contextualización sobre la historia de Salomé. En la primera parte del relato nos es posible ubicar al narrador (y también al lector al que se dirige) en el presente de la historia al afirmar que: “En cuanto a las cosas y sucesos de antiguos tiempos, acontece que dos o más cronistas contemporáneos estén en contradicción” (216), además de esta manera, el narrador nos prepara desde el comienzo para leer una historia ubicadaen el pasado distante para nosotros como lectores. Queda claro que el narrador no participa ni participó en la historia, es sólo el enunciador del acontecimiento, encontrándose lejano de aquello que va a contar, sin embargo comparte la contemporaneidad con los cronistas a los que se refiere, quienes podrían catalogar como falso su relato. Otra situación a considerar es que lo que va a narrársenos es la traducción de un pergamino, acentuando todavía más el rasgo de antigüedad de la narración y el hecho de tratarse de una historia 34 contada de boca en boca a través del tiempo hasta ser transcrita para su preservación. Si nos remitimos al primer aspecto de la temporalidad en el relato, el orden, el solo hecho de que el narrador se deslinde desde el comienzo de la historia que está por contar lo ubica muchos años después del acontecimiento narrado. El punto temporal de referencia es el presente del narrador que, situándose en él, va a contarnos una historia antigua que le fue confiada por otra persona, una historia vedada a través del tiempo y sólo descubierta para este propósito. Dos tiempos se vierten en el relato, el tiempo presente del narrador y el de la historia que va a transmitir ubicada en el pasado. El narrador en la segunda parte del relato comienza por contarnos rápidamente los eventos que tuvieron lugar en tiempos de Herodes Antipas, lo que ocurrió justo en su palacio. No sabemos la ubicación temporal precisa del narrador pero gracias a cierta información mencionada con anterioridad es posible saber que la distancia entre narrador e historia abarca un periodo siglos. La tradición ubica el nacimiento de Salomé aproximadamente hacia el año 14 de nuestra era y el acontecimiento de la muerte de Juan el Bautista entre el 28 y 30 d.C. (Cfr. Meyers, 2000). Es así que regresamos en el tiempo para ser partícipes del baile de Salomé, en una sucesión de eventos que literalmente corre para no detenerse en trivialidades, justo como ocurrió con la descripción del espacio. Se trata de una cadena de acciones completadas que se suceden unas a otras, provocando que esta parte del relato mantenga un ritmo vertiginoso al terminar rápidamente una acción y continuar con la siguiente mediante el uso del pretérito simple, situación que estalla al final de esta parte del cuento con un Jehová saltando de cólera por el sacrilegio de la bailarina. Podemos también decir que lo que sucede dentro del palacio corresponde a un resumen en cuanto a su duración, puesto que los acontecimientos narrados ocuparían, por una parte, un espacio considerable tanto en el discurso como en la historia si fueran relatados con todo el detalle posible; del mismo modo, también ocuparían un lapso mayor en ambas líneas temporales, la de la historia y la del discurso. 35 Hemos dicho que el narrador prepara al lector para la historia que leerá y que ésta pertenece a “antiguos tiempos”, así que es inevitable que la ruptura temporal suceda y, si como dice Pimentel, “las anacronías por lo general se señalan a sí mismas”15 (2002, 47), estaríamos ante una analepsis completiva puesto que se nos proporciona la información necesaria de un suceso ya pasado con el fin de contextualizarnos y prepararnos para el verdadero nudo del cuento. Para enlazar la historia del palacio con la que le interesa contar al narrador, éste utiliza como pretexto una leyenda sobre la muerte de Salomé, en una referencia a un futuro que corresponde a la línea cronológica del palacio de Herodes. El salto en el tiempo evidencia, otra vez, una ruptura temporal que nos proporciona información de un tiempo posterior al tiempo de la historia original, es decir, una prolepsis correspondiente a esa línea temporal.16 En cuanto a la duración de este hecho, en unas pocas palabras, en una oración, se nos da cuenta de lo ocurrido en ese lago helado: “Una leyenda asegura que la muerte de Salomé acaeció en un lago helado, donde los hielos le cortaron el cuello” (217). El ritmo del relato se acelera de manera considerable, por lo que podemos decir que este suceso representa dentro del relato una elipsis que condensa el evento del lago, sin proporcionar más datos al respecto. De inmediato, el narrador retoma la palabra para hacernos saber cuáles fueron los verdaderos motivos de la muerte de Salomé. La aparición explícita del narrador nos traslada por un momento a su línea temporal para hacer partícipe al lector de sus intenciones respecto al evento que está por contar. El narrador no volverá a aparecer en el relato después de esta intervención. La historia se retoma en aquel tiempo pasado, justo después del banquete de Herodes. Salomé está fatigada por la danza y desea descansar, para lo cual se retira a su alcoba. De nuevo, el tiempo nos regresa a la línea cronológica de la historia que había sido interrumpida después del estallido de ira de Jehová. 15 Una anacronía es una ruptura en el orden temporal de los acontecimientos. A su vez, éstas pueden dividirse en dos: analepsis y prolepsis. Las primeras refieren sucesos del pasado y las segundas a hechos que están todavía por suceder. Son completivas si brindan información adicional, o repetitivas si retoman información proporcionada con anterioridad. 16 Las fuentes canónicas, los evangelios, nada refieren sobre qué fue de Salomé después de la decapitación de Juan el Bautista. 36 Al entrar en los aposentos de Salomé, lo primero que notamos es el uso de un tiempo verbal distinto, del pretérito simple pasamos al pretérito anterior con un “hubo pasado” que refiere ese pasado inmediato del festín pero un pasado remoto para nosotros como lectores. Posteriormente, el relato dentro de la alcoba va y viene entre el pretérito simple y el pretérito imperfecto o copretérito, utilización de tiempos verbales que provoca también que el relato adquiera movimiento continuo porque mientras vemos a Salomé concluir ciertas acciones con el uso del pasado simple, también la admiramos realizando otras en ese mismo pasado mediante acciones continuas, como contemplar la cabeza del Bautista mientras la joven es refrescada por los flabeles. Esto contrasta con lo que ocurría en el festín del palacio, donde cada acción se muestra completada al instante de la narración mediante el uso del pasado simple. A diferencia de lo acontecido con el palacio en cuanto a temporalidad, las acciones dentro del espacio de la alcoba tienen un tiempo cronológico menor en la historia pero mucho mayor en el discurso, puesto que el segmento referente a la alcoba representa más de la mitad del cuerpo del texto. También es importante señalar que los eventos de la alcoba se llevan a cabo en minutos, mientras que la fiesta del palacio requeriría, en sentido estricto, mayor cantidad de tiempo. Aunque cabe aclarar que no se nos da la indicación puntual de estas situaciones en el relato. El ritmo del relato baja ligeramente y nos permite enfocarnos en ciertos detalles de la alcoba como la cabeza de Juan, en Salomé y en la joya que ésta lleva al cuello. No podemos decir que el tiempo de la historia se detiene completamente al mostrarnos estos detalles, sino que es a través de éstos que la historia que está ocurriendo frente a nuestros ojos va construyéndose. Es así que en este último segmento del relato, después de admirar a Salomé en todo su esplendor, divina y recostada en el lecho, al poco tiempo la encontramos ya muerta, con la cabeza separada del cuerpo. Hasta ahora, hemos hablado sobre los dos primeros aspectos de la temporalidad, el orden y la duración, faltando la frecuencia. Claro está que el cuento de Darío posee una corta extensión y que podría repetirse una y otra vez la 37 historia de Salomé hasta el cansancio pero en el cuento este no es el caso. Se trata de un evento narrado una sola vez, donde
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