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Los disfraces de la fatalidad 109Escritos Revista del Centro de Ciencias del LenguajeNúmero 43, enero-junio de 2011, pp. 109-124 Los disfraces de la fatalidad: “El vestido de terciopelo”, de Silvina Ocampo, y “No se culpe a nadie”, de Julio Cortázar Antonio Cajero Vázquez En este artículo, comparo dos re- latos emparentados por el tema y por la estructura narrativa. En ambos se trata sobre una prenda de vestir que termina por asfixiar, literalmente, a sus dueños (un ves- tido en el caso de Silvina Ocampo; un suéter en el de Cortázar). Ade- más, analizo cómo los narradores y los personajes de “El vestido de terciopelo” y de “No se culpe a nadie” se disfrazan para influir en el lector y, al mismo tiempo, encu- bren una doble trama en el relato: la trama de la superficie y una so- terrada crítica al statu quo. Debido a los fuertes nexos temáticos y estructurales entre “El ves- tido de terciopelo”, de Silvina Ocampo, y “No se culpe a nadie”, de Julio Cortázar, he decidido compararlos en tres momentos: en principio, establezco las coincidencias temáticas entre ellos; ana- lizo, luego, la voz narrativa y el papel de los personajes y, final- mente, contrasto las actitudes de Cortázar y Ocampo ante el refe- rente o realidad representada. Con ello muestro cómo, uno desde su perspectiva masculina y otra desde la femenina, la irrupción de In this article, I compare two sto- ries related by theme and by the narrative structure. Both concern a piece of clothing that literally asphyxiates their owners (a dress in the case of Silvina Ocampo and a sweater in the case of Cortázar). Apart from that I analyze how the narrators and characters of “El vestido de terciopelo” and “No se culpe a nadie” disguise themselves to influence the reader and, at the same time, conceal the double plot of the story: the plot on the surface and the one laying buried that is critical of the statu quo. Antonio Cajero Vázquez110 un hecho insólito, estéticamente bien configurado, no obsta para la soterrada crítica del enajenante statu quo. Es decir, en ambos cuentos puede distinguirse una doble trama que apela al receptor y lo fuerza a reformular su horizonte de expectativas. Si bien se ha notado la presencia de mitos clásicos y aun de cuentos folclóricos en la narrativa de Silvina Ocampo,1 hasta don- de sé, no se ha señalado el estrecho vínculo entre “El vestido de terciopelo”2 y la historia de Medea, que Eurípides recrea en la tragedia homónima. Dos son, al menos, los nexos que podrían enunciarse: a) en la tragedia, Medea envía con sus hijos una tú- nica y una corona envenenadas como medio de venganza contra Jasón y su prometida, Glauce, hija de Creonte (rey de Corinto); y b) comete un acto a contracorriente de las normas sociales y las transgrede, además de que representa a la mujer subversiva por antonomasia: no sólo se venga de su rival, sino que también da muerte a sus hijos para castigar la infidelidad de Jasón.3 En “El vestido...”, el intertexto griego ocupa un lugar destacado, porque hay una doble venganza, de la niña y la costurera, que se dirige contra una clase social: la clase pudiente que la señora Cornelia Catalpina encarna. Además, el cuento de Ocampo deja entrever una subversión más sutil que cuestiona la condición femenina de sus personajes (recuérdese que, como en “La boda”, son tres mujeres, dos adultas y una niña, en torno de las cuales se teje el relato), así como las 1 Por ejemplo, Melvin S., Arrington Jr. dice que “Mythological allusions and archetypal/religious symbolism are also recurring features of her short fiction”, hecho que acercaría a Silvina Ocampo con los modernistas, según este crítico: “The abundance of symbolism and classical allusions in her stories and poems indicates the residual effects of de movement [modernismo]”; enseguida ilustra su observación con “Las invitadas”, “La furia” y “Ulises”, que aluden, respec- tivamente, a los siete pecados capitales, a las furias de la mitología griega y al héroe homérico (“Silvina Ocampo”, en Spanish American women writers. A bio- bibliographical source book, ed. de Diane E. Morting. New York-Connecticut- London: Greenwood Press, 1990, p. 362). 2 En La furia y otros cuentos, pról. de Enrique Pezzoni. Madrid: Alianza, 1997, pp. 143-147. Cada vez que reproduzca textualmente algún pasaje del cuen- to sólo anotaré el número de página al final de la cita. 3 Eurípides. Medea, pp. 780-789. Los disfraces de la fatalidad 111 extravagancias de unas normas de conducta que parecen condu- cirlas más al ridículo que a su afirmación como seres humanos. Si bien no se trata, como lo apunta Enrique Pezzoni, de una rebelión a ultranza, porque “la exaltación de la libertad absoluta no aparece directamente formulada en sus textos anárquicos, que reproducen para corroer, obedecen para violentar”.4 El doble plano que puede identificarse en “El vestido...” (el de una estructura social domi- nante y acartonada, y el de la resistencia a este control omnímodo) estaría relacionado con la escritura palimpséstica femenina, que “puede leerse como un discurso a dos voces, que encierra una historia ‘dominante’ y una ‘silenciada’”.5 Ahora bien, aunque no pueda establecerse una clara influencia entre “El vestido...” y “No se culpe a nadie”, de Julio Cortázar,6 sí mantienen una filiación temática: en el cuento de Cortázar no es un vestido, sino un pulóver el que adquiere una especie de volun- tad asesina. Sin el afán de determinar quién influyó en quién, si es que hubo alguna influencia que la angustia no permitió revelar (como diría Bloom), me inclino por la idea de que se trata de cuen- tos escritos de manera independiente. Resulta, por un lado, casi imposible saber quién escribió primero sobre el tema y, por otro, si la hubiere, ¿cómo pudo llevarse a cabo la influencia y en qué sen- tido? Ocampo publica La furia y otros cuentos en 1959 y Cortázar Final del juego en 1956, pero “No se culpe...” no fue incluido en este libro sino hasta la segunda edición de 1964. Por este dato se diría que no hay vuelta de hoja: el cuento de Ocampo antecedió el de Cortázar; mas qué se hace con la aclaración de Cortázar: “A 4 Enrique Pezzoni. “Silvina Ocampo: la nostalgia del orden”, en Ibid., p. 13. 5 Véase Elaine Showalter. “La crítica feminista en el desierto”, en Otramen- te: lectura y escritura feministas, coord. de Marina Fe, pres. de Marisa Belau- teguigoitia y Marina Fe e intr. de Charlotte Broad. México: fce, 1999, p. 109. Además, la aceptación de esta premisa permite insertar el estudio de la escritu- ra femenina en un plano cultural más amplio que el puramente denominado de género, que rebasaría las lecturas psicoanalíticas o biológico-deterministas, sin excluirlas: “existen diferencias entre las mujeres como escritoras: clase social, raza, nacionalidad e historia constituyen determinantes literarios tan significati- vos como el género” (p. 100). 6 En Final del juego. 5ª ed. Buenos Aires: Sudamericana, 1966, pp. 13-18 (cito por esta edición). Antonio Cajero Vázquez112 los nueve relatos publicados en 1956 se agregan en este volumen otros tantos escritos entre 1945 y 1962”.7 Es decir, “No se culpe...” pudo escribirse en ese amplísimo margen cronológico. En la obra de Silvina Ocampo aparecen otros atuendos que se convierten en portadores de la muerte (el bonete de “La boda”) o, bien, obsesionan a una mujer en su búsqueda de originalidad (el jumper de terciopelo o el vestido de gasa negra y el de tul azul de “Las vestiduras peligrosas”): se trata de un motivo recurrente en su narrativa, quizá por el poder diferenciador (y, paradójicamente, uniformador) de la ropa y, quizá también, como símbolo del con- flicto entre ser y parecer. Esa misma imagen puede aplicarse a la mayoría de los cuentos de Silvina: más allá de la superficie anecdó- tica, en una suerte de tensión entre dos tramas coexistentes, se cuelan severas críticas contra el orden establecido. Por su parte, Cortázar achacael origen de “No se culpe...” a “alguna pequeña obsesión momentánea”; además expresa que no pudo haber influencia alguna en la escritura de “No se culpe...”: —¿Cómo fue la génesis de “No se culpe a nadie”? [...] —No sé. No me acuerdo, alguna pequeña obsesión momentánea. Esto no es una influencia, porque lo leí después, pero fíjate que la historia del pulóver, después, con una variante, se reprodujo en Pa- rís. Tres años después, pasó una cosa verdaderamente horrible. Un hombre volvió a su casa de noche después del trabajo, tenía mujer e hijitos. Entonces, para hacerles una broma, había comprado una máscara de goma para disfrazarse de Fantomas o una cosa por el estilo. La había comprado y la tenía en el bolsillo. Entonces en un momento en que no estaban ni los niños ni la madre, él se puso la máscara y el lugar de la boca no coincidió con la boca y por un fe- nómeno increíble no consiguió sacársela y se asfixió, Y lo encon- traron muerto con la máscara.8 7 Cf. Julio Cortázar. “Nota del autor”, en Final del juego, 2ª ed. Buenos Ai- res: Sudamericana, 1964, p. 197. 8 Evelyn Picon Garfield. Cortázar por Cortázar. México: uv, 1981, p. 101. En otro momento expone una versión más personal sobre el origen de “No se culpe...”: “el hecho de ponerse un pulóver apretado y grueso cuando lo tienes que hacer pasar por la cabeza, me es desagradable. Y supongo que la idea ha Los disfraces de la fatalidad 113 Como puede apreciarse, Cortázar niega toda posibilidad de in- fluencia, aun de hechos reales, menos de otros escritores; sin em- bargo, me parece tramposo que diga “tres años después”: ¿de qué, si ni siquiera establece la fecha exacta de la escritura de “No se cul- pe...”? A Silvina ni la menciona, lo cual no obsta para emprender un análisis comparativo entre ambos cuentos; por ahora me conten- to con decir que si el problema de la influencia, cualquiera que sea el texto precedente, queda irresuelto, no debe descartarse la posible reformulación de la tragedia de Medea en “El vestido...” En todo caso, lo que vincula los relatos de Ocampo y Cortá- zar es la idea que resulta de su lectura paralela: ya el vestido, ya el suéter, aparecen como disfraces fatales. Disfraces, también, de una realidad con la que no necesariamente están de acuerdo los escritores; disfraces que, al igual que los roles sociales, funcionan más como fronteras infranqueables (como camisas de fuerza) que como puentes solidarios con el otro: todo atuendo determina el gé- nero y condena al usuario a una clase social. La convención de ro- les, por su parte, justifica el sometimiento de los semejantes. Así, el cumplimiento irrestricto de estas reglas las vuelva grotescas. 2. EL NARRADOR DiSFRAzADO A mi juicio, el análisis de la técnica narrativa de “El vestido...” y “No se culpe...” puede revelar el doble plano sobre el que se cons- truyen ambos relatos, pues la estrategia narrativa dirige la lectura hacia el hecho insólito de la superficie; mientras un sentido más inasible se escabulle entre líneas, aunque no del todo pues, seme- jante al palimpsesto, siempre deja una huella. El narrador de “El vestido...” está representado por una niña de ocho años; gramaticalmente se manifiesta en primera persona pero, al actuar también como personaje, su voz parece disminui- da tras de la primera persona del plural a que se halla constreñida como acompañante de una mujer adulta, Casilda la costurera. Las declinaciones verbales manifiestan esta intención desde las pri- venido de ponerme el pulóver; llegué a pensar qué sucedería si no conseguía ponérmelo” (p. 100). Antonio Cajero Vázquez114 meras líneas: “Sudando, secándonos las frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa!” (p. 143) En el segundo párrafo aparece el “yo”, pero entremezclado con el “nosotros”: “Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada” y, en seguida, “Tocamos el timbre: nos abrieron la puerta y entramos, Casilda y yo, en la casa, con el paquete” (p. 143). Este narrador, por su esencia, cumple dos funciones, como juez y parte, porque al tiempo que narra participa como personaje en los acontecimien- tos relatados. Se trata, en alguna medida, de un desdoblamiento de la voz narrativa que Se presenta –explica Alberto Paredes– cuando la función propia de la persona narrativa se deja a cargo de alguno de los personajes. Así, se tiene un ser doble: por un lado, en la trama, desempeña el papel de narrador (al igual que la tercera persona); por otro, es un individuo de la historia. El sujeto de la enunciación y el del enun- ciado se condensan en una sola unidad: “narrador-personaje”.9 Yo diría que no narra “al igual que la tercera persona”, sino “como si fuera”, porque puede, cuando le convenga, disfrazar su discurso de objetividad; aunque siempre será más parcial que el de la tercera persona. Hay otra ventaja que el narrador-personaje aprovecha fecundamente: domina el relato desde una doble vi- sión. La distancia respecto de los demás personajes es, por tanto, variable: está mucho más cerca de Casilda y más lejana de doña Cornelia; no únicamente por la falta de identificación clasista, sino por una antipatía que roza en la ironía, como se ilustra al comentar el risible nombre10 (“un martirio para mi memoria”, una 9 Las voces del relato. México: Grijalbo, 1993, p. 54. 10 Al respecto, Matilde Sánchez comenta que la mayoría de los nombres que Ocampo utiliza para designar a sus personajes son “anormales”, acaso “construi- dos con mezclas de procedencias, que sugieren la traducción o la falsedad, en oca- siones grotescos, otras veces sintéticos con cifras, estilizados y ligeramente deca- dentes, o bien de un localismo escolar, los nombres de Ocampo coinciden con una descripción que acrecienta su misterio, pues habrán de nombrar un síntoma, desig- nar un fenómeno” (“Nota”, en Silvina Ocampo. Las reglas del secreto (antología), sel., pról. y not. de Matilde Sánchez. Buenos Aires: fce, 1991, pp. 153-154. Los disfraces de la fatalidad 115 retahíla de aliteraciones que parodia el “mi mamá me mima” de los aprendices de lectura) o al describir la entrada de la patrona: “Entró su perfume y después de unos instantes, ella con otro per- fume” (p. 143). Este disfraz de falsa tercera persona, travestido de personaje secundario, permite al narrador barajar la cantidad y la calidad de la información, pero también el modo de presentarla. La efectividad de esta doble perspectiva resulta fundamental, en primera instancia, para preparar paulatinamente el desenlace; di- ferentes marcas textuales funcionan a manera de avisos: probarse el vestido equivale a una tortura (“¡Es mi tortura!” p. 145), la ex- periencia es asfixiante (“Sáquemelo, que me asfixio”, p. 145), la flor preferida de Cornelia es el nardo, quizá como premonición de su muerte; después, ésta respira con dificultad y, como no puede sacarse el flamante vestido, decide dormir (morir, más bien) con él y, finalmente, cae desvanecida. Otro logro de la técnica narrativa en “El vestido...” radica en una suerte de estructura especular que se produce por el contrapun- teo, además de la tensión, entre la niña y Cornelia. La narradora- personaje dice al inicio del cuento: “Yo estaba malhumorada, por- que no quería salir, pues mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita” (p. 143); como un eco se escuchan las palabras de la acomodada clienta: “Miren la colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blan- ca” (p. 144); pero está sucia por tanto hollín, según explica. Para la niña, el terciopelo “era áspero cuando pasaba la mano para un lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía rechinar mis dientes” (p. 145). La sensación de Cornelia re- sulta muy semejante: “El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza [...] Sentir su suavidad en mi mano, me atrae aunque a veces me repugne”(p. 145). Luego se invierte la perspectiva, porque mientras Cornelia se tambalea por la falta de aire, la niña sufre el efecto: “sentí que el terciopelo de ese vestido me estrangulaba el cuello con manos enguantadas” (p. 146). Por un lado, la niña experimenta repulsión por Cornelia, quizá por lo que significa este nombre en los planos de la cultura letrada y de la cultura popular: como símbolo de la abundancia y como Antonio Cajero Vázquez116 víctima de la infidelidad conyugal tan común y tan soterrada por las convenciones sociales del momento; por otro, la niña se ve reflejada en el objeto de su aversión. En este último caso, el narra- dor se desprende del disfraz para igualar a dos personajes expre- samente polarizados por la edad (niña-adulto) y la situación social (empleadas-patrona),11 pero implícitamente igualadas por su con- dición femenina en una sociedad falocrática: espacio de conci- liación poco halagador el de ser mujeres en un mundo de reglas impuestas por los hombres. En “No se culpe...”, aparece un tipo peculiar de narrador que correspondería, en la terminología de Jean Pouillon, a la visión con, en cuyo rasgo definitorio “se elige un solo personaje que será el centro del relato en el que uno se interesará sobre todo o, en todo caso, de manera distinta de los demás. Se lo describe desde adentro; enseguida comprendemos su conducta como si fuera la nuestra”.12 Este recurso, mediante el cual el narrador “se enreda más de cerca con el personaje”,13 produce dos efectos complemen- tarios: se desdobla para ver desde fuera la acción del personaje y, en sentido inverso, se acerca tanto a éste que para el lector pasan como voces indiferenciadas. Es un disfraz narrativo perfecto14 que 11 Y como apunta Klingenberg, “the contrast between the wealth and privile- ge of the customer and the world of necessity and hard work of the two working class makes almost everything the woman says unintentionally ironic”. Fanta- sies of the feminine (the short stories of Silvina Ocampo). London: Bucknell University Press, 1999, p. 75. 12 Jean Pouillon, Tiempo y novela, trad. de irene Cousien. Buenos Aires: Paidós, 1970, p. 61. Condición necesaria para que esta técnica narrativa surta efecto es que el personaje pertenezca al mismo mundo mental que el narrador, que lo que uno y otro vea sea percibido “por lo menos de una manera no muy di- ferente” (cf. p. 67). No se trataría, por lo tanto, de “un narrador omnisciente par- cialmente disimulado”, como sugiere Mac Adam. El individuo y el otro (Crítica a los cuentos de Julio Cortázar). Buenos Aires: La Librería, 1971, p. 89. 13 Alberto Paredes. Abismos de papel: los cuentos de Julio Cortázar. Méxi- co: unam, p. 80. 14 Tan perfecto que el mismo Cortázar comenta que alguna vez con Ana Ma- ría Barrenechea tuvieron un altercado sobre el tipo de narrador en “los relatos de Las armas secretas, aunque quizás se trataba de los de Final del juego. Cuando le señalé que había varios en tercera persona, insistió en que no era así y tuve que probárselo libro en mano. Llegamos a la hipótesis de que quizá la tercera persona actuaba como una primera persona disfrazada, y que por eso la memoria tendía Los disfraces de la fatalidad 117 el texto, sin embargo, se encarga de delatar mediante contados intersticios, por ejemplo: “se le ocurre que lo mejor sería meter el otro brazo en la manga a ver si así resulta más fácil. Parecería que no lo es [...]” (p. 13); “la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga” (p. 16) o, bien, “hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello” (p. 17); por último, “girando en medio de la habitación, si es que está en el medio” (p. 17). En los casos expuestos, el narrador toma distancia del personaje por medio de la duda introducida por la construc- ción condicional, es decir, aunque narra desde dentro, no coincide con las deducciones del embrollado personaje: lo cuestiona y, al cuestionarlo, delata su presencia. Un acierto más del empleo de este narrador con, que parece identificarse con el destino del personaje, consiste en que “facilita la ‘obra abierta’, bien porque el desenlace final no esté dado sino sugerido al lector, porque deje a éste la tarea de formular su inter- pretación y juicio sobre lo leído, o por las dos cosas”,15 como en “No se culpe...” La proximidad del narrador y el personaje vuelve más verti- ginoso el desarrollo del relato. El lector contempla, impotente, cómo la fatalidad determina el destino del personaje, mientras el narrador se dirige al lector y atiende al interior del personaje si- multáneamente, como si quisiera conservar su estatuto narrativo de tercera persona al tiempo que reduce su visión a la conciencia limitada del personaje; pero no es así, porque desde la primera línea se establece una ambigüedad que regirá a lo largo del texto: el narrador conoce el desarrollo y el desenlace de la historia, pues dice como corolario de arranque “El frío complica siempre las cosas” (p. 13); “el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando” (p. 13); “la lana azul lo obliga a respirar profundamente” (p. 14); “el cuello le está apresando de esa mane- ra la cara, sofocándolo cada vez más”; “el azul le va envolviendo la boca mojada, la nariz, le gana las mejillas” (p. 15). El narrador a homogeneizar monótonamente la serie de relatos del libro” (Último round, t. 1, 10ª ed. México: Siglo xxi, 1986, p. 64). 15 Albero Paredes. Las voces del relato, p. 44. Antonio Cajero Vázquez118 percibe la voluntad del suéter por asfixiar al personaje, pero aun así no ceja de compartir su drama. De esta suerte, al ocultarse, al fundirse casi con el protagonista, el narrador revela su capacidad de simulación y el disfraz de la visión que usurpa, sin descartar del todo la visión de tercera persona. Además, como en “El vestido...”, en el relato cortazariano el disfraz está tematizado: hay ropa para el verano que permite estar “cerca del mundo, tan piel contra piel” (p. 13); también la hay para el otoño: el traje gris al que sentaría bien un pulóver azul. Como colofón de este apartado, agregaría que tanto el narrador-persona- je cuanto el narrador de tercera disfrazado de primera crean una especie de fascinación en el lector: la intromisión, la ironía y el humor negro producen un malestar (angustia o desesperación, a veces) que no obliga a dejar la lectura, por el contrario: alimenta el morbo de saber hasta dónde culmina la rebelión de la ropa (si sólo es de la ropa). 3. LA REALiDAD DiSFRAzADA Como apunté al inicio, los cuentos de Silvina Ocampo general- mente tienen un doble fondo: el que se deduce de la anécdota (“El vestido...”, por ejemplo, se resumiría en el relato del hecho banal de probarse un vestido que desemboca en uno insólito16) y el que se desprende de la dinámica interna del cuento (interrelación entre los diversos personajes, de los tonos expresivos y de los nexos del texto con la realidad representada). Revisaré “No se culpe...” para constatar en qué medida la irrupción de un evento insólito puede o no tener otras implicaciones que pasen desapercibidas a prime- 16 Prefiero nombrarlo de esa manera debido a que por el momento no preten- do ahondar en cuestiones teóricas sobre lo fantástico, sino señalar que lo insólito (lo fantástico cortazariano) se presenta como la alteración momentánea de la re- gularidad (Julio Cortázar, Último Round, t. 1, p. 80); pero para que éste sea efec- tivo requiere del lector cierta complicidad, “eso que Coleridge llama ‘suspensión de la incredulidad’, es decir, que en ciertos momentos la inteligencia se niega a ser crédula y aceptar algo de lleno”. Ernesto González Bermejo. Conversaciones con Cortázar. México: Hermes, 1978, p. 47; sobre esta condición también véase Último round, t. 1, p. 79 y La vuelta al día en ochenta mundos, t. 1, 12ª ed. Siglo xxi, México, p. 70). Los disfraces de la fatalidad 119 ra vista. Después de todo, y aunqueCortázar diga que “sólo los débiles tienden a enfatizar el compromiso personal de su obra”,17 siempre se manifiesta el acuerdo o el desacuerdo respecto del re- ferente.18 Cortázar alguna vez imaginó un cuento que desistió de escribir pues, arguye, “cometería un plagio, porque el relato ya estaba escrito en el libro de la historia”,19 esto es, se niega a la denuncia descarnada, lo cual no impide que su obra esté salpicada de un humor negro, como en “No se culpe...”, en el que se escuda para criticar el orden imperante. Por su parte, Silvina Ocampo manifiesta: “la realidad cotidiana es más extraña que la ficción para mí y por eso parece nimia en mis relatos; yo la veo extraordinaria”;20 y sí, sólo “parece”, porque según Enrique Pezzoni “Silvina Ocampo, como sujeto anterior al texto, denunciará oblicuamente el orden social al que pertenece, el orden que condena a la sumisión o a la marginalidad”.21 A mi juicio, sin embargo, la denuncia está disfrazada a la sombra de un hecho aparentemente insólito: en “El vestido...” hay dos órdenes sociales perfectamente delimitados, y hasta enfrentados, el de la señora y el de la costurera y su pequeña acompañante; unas viven en una zona aledaña a la capital (Burzaco, y como dice Cornelia “en las afueras de Buenos Aires”, p. 144) y la otra en el “barrio norte”; mientras Cornelia vive en una casa lujosa (con jardín y as- censor, alfombrada, encortinada y llena de espejos), la niña y Ca- silda parecen despojadas de todo; mientras para unas resulta una 17 La vuelta al día en ochenta mundos, t. 2, p. 192. 18 En este sentido, me parece que Cortázar ha enfatizado su compromiso personal en algunos cuentos, como “Reunión” y “Apocalipsis de Solentiname”, y en una novela, El libro de Manuel, que por cierto la crítica desdeña por su tono explícitamente ideológico. Desde mi perspectiva, Cortázar no ostenta su adhe- rencia a las luchas sociales (como los casos de Cuba y Nicaragua) y, por ello, nunca se cuestiona las implicaciones sociales que puede contraer el cuento más fantástico; por ejemplo, ¿quién ha señalado la ausencia de campesinos o indios en la narrativa cortazariana o por qué en Rayuela prefiere seres marginales como protagonistas? 19 Obra crítica, t. 3, ed. de Raúl Sosnowski. Madrid: Alfaguara, 1994, p. 237. 20 Cf. Danubio Torres Fierro. “Silvina Ocampo. Una entrevista que no osa decir su nombre”, en Plural, 1975, núm. 50, p. 60. 21 “Silvina Ocampo: la nostalgia del orden”, p. 11. Antonio Cajero Vázquez120 odisea el viaje a la capital, para la otra el viaje a París y a italia es cosa rutinaria. Las desproporciones saltan a la vista. Otra lucha velada por la anécdota de la superficie se produce entre el mundo adulto (regido por un ceremonial que de tan ex- cesivo engendra la necesidad de subvertirlo22) y el infantil. En el centro de la disputa se fragua el rol que desempeñará la niña cuan- do crezca; sus posibilidades están frente a ella: aspirar al universo aburguesado y decadente de Cornelia (por lo demás respetuoso del orden y el decoro trasnochados) o a una vida humilde, como la de Casilda, pero más auténtica. Tiene que elegir entre el centro y la marginalidad, la riqueza y la pobreza, mas también entre la hipocresía y la sinceridad, entre el disfraz de la apariencia y la desnudez de la autenticidad. En “No se culpe...” el personaje disfruta, por lo que se nota, de una situación económica desahogada; no sólo puede adecuar su vestimenta a las estaciones, sino combinarlas: “hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris” (p. 13). Además, está dispuesto a cumplir con su rol social de hombre casado, aunque con tardanza: “ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento” (p. 13; más adelante, en una especie de lucidez en medio de su des- esperada lucha con el suéter, insistirá en la necesidad de cumplir con la norma: “debe ser tarde y su mujer estará impacientán- dose en la puerta de la tienda”, p. 15). Al igual que el personaje de “Continuidad de los parques”, el protagonista de “No se culpe...” se halla en un estado de placidez y conformismo con el que el au- tor parece hallarse en desacuerdo; condena la alienación en que se encuentran inmersos, pues ambos personajes apenas cuestionan su situación: uno termina “devorado” por un libro y el otro “envuel- to” por un pulóver azul; uno morirá a manos de uno de los perso- najes de su lectura y el otro padecerá la muerte de Ícaro, ambos 22 Esta tensión entre las leyes de la buena conducta, de los buenos modales y la transgresión es patente en Silvina Ocampo. Pezzoni atribuye a los niños el pa- pel de transgresores de la norma y a los adultos que cumplen la norma tan obsesi- vamente que la vuelven irrisoria (cf. El texto y sus voces. Buenos Aires: Sudame- ricana, pp. 196-197 y “Silvina Ocampo: la nostalgia del orden”, pp. 10 y 15). Los disfraces de la fatalidad 121 desenlaces sugeridos por el final in absentia. Además, en “No se culpe...” el evento insólito revela que el hombre tan preocupado por el orden y la responsabilidad de acudir a su cita también es un monstruo. El suéter funciona, entonces, como un pasaje que transforma al hombre en monstruo (esbozado primero en un dedo “arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta”, p. 13 y luego en una mano completa que intenta agredirlo con sus “cinco negras uñas suspendidas apuntando a sus ojos”, p. 18). Este desenlace del hombre enajenado (monstruoso por ello) ya había sido entrevisto en el relato que Cortázar nunca escribió y cuyo argumento resume: Lo que parecía la realización de un ideal de nuestros tiempos, quie- ro decir un triunfo de la tecnología, de la vida moderna envuelta en el algodón de los televisores, refrigeradores, cines y abundancia de dinero y autosatisfacción patriótica, despierta lentamente a la peor de las pesadillas, a la fría y viscosa presencia de repulsas invisibles, de una maldición que no se expresa con palabras pero que tiñe con su indecible horror todo lo que esos hombres levantaron sobre una necrópolis.23 Lo mismo padece el personaje de “No se culpe...”, porque de- trás de la realidad disfrazada, de la “autosatisfacción” están las “re- pulsas invisibles”, “la maldición que no se expresa con palabras” pero que puede estar dentro de la propia piel. Ahora bien, en el cuento de Silvina esta maldición se resuelve con la muerte de Cor- nelia, quien, por una parte, representa el espejo futuro en el que la niña no se quiere ver reflejada, porque cumplir con el rol femenino está bien como un juego de infante, no como una realidad; por otra, Cornelia significa la abundancia; Casilda, la que tiene la espada y, más aún, considero que aquélla simboliza el mal y ésta el bien, ya que las alusiones a San Jorge y el dragón son recurrentes: mientras más alfileres clava Casilda para ajustar el vestido, el dragón de len- tejuelas se mimetiza con Cornelia: “la señora respiraba con dificul- tad. El dragón también”; al detenerse “frente al espejo. El dragón 23 Obra crítica, t. 3, p. 237. Antonio Cajero Vázquez122 de lentejuelas también se detuvo” (p. 147) y, por último, “la señora cayó al suelo y el dragón se retorció [hasta que] quedó inmóvil” (p. 147); finalmente la niña identifica el vestido con un animal: “Aca- ricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal” (p. 147). El pe- ligro, así, queda conjurado por doble partida: Casilda redime a su clase y la niña asiste al resquebrajamiento de un espejo social que las circunstancias materiales le impedirán concretar en el futuro.24 A manera de conclusión, diría que resulta necesario un reen- cauzamiento de la crítica respecto de Cortázar y de Ocampo: uno y otra deben verse a la luz no sólo del género fantástico, sino de los vínculos generacionales, del marco social y cultural en que es- tuvieron inmersos, siempre a partir de la obra y no desde un marco sociológico, psicoanalítico o feminista a ultranza.También, pienso que si se emplea la hipótesis de que la mayo- ría de las veces Silvina Ocampo encubre una realidad más atroz (acaso más personal) detrás de una historia aparentemente trivial, la obra de esta autora adquiriría una dimensión distinta y un espa- cio más destacado en la historia de la literatura hispanoamerica- na. La obra de Cortázar seguramente también se enriquecería: se abandonaría la desagradable costumbre de desdeñar, por ejemplo, El libro de Manuel, por su carácter ancilar, o de exaltar hiperbóli- camente sus cuentos fantásticos, famas y cronopios, aun sin mos- trar los resortes que mueven a la exaltación. BiBLiOGRAFÍA Balderston, Daniel. “Los cuentos crueles de Silvina Ocampo y Juan Rodolfo Wilcock”, en Revista Iberoamericana, 43 (1983), pp. 743-752. 24 En este caso disiento de lo que propone Lucia Fox Lockert: “There are also many cases of objects wich seem to have their own life when some child influen- ces them. The rope hangs the child who uses it in ‘La soga’, and in ‘El traje de terciopelo’ (sic) the dress soffocates the woman in front of a girl who seems inno- cent”, en “Silvina Ocampo’s fantastic short stories”, en Monographic Review, 4 (1988), p. 226. En “El vestido...” la niña sólo es testigo del evento, no influye; más bien de su presencia puede intuirse una “desproporción entre el narrador y la cruel- dad de lo narrado”, en Daniel Balderston. “Los cuentos crueles de Silvina Ocampo y Juan Rodolfo Wilcock”, en Revista Iberoamericana, 43 (1983), p. 749. Los disfraces de la fatalidad 123 Cortázar, Julio. Final del juego. 2ª ed. Buenos Aires: Sudameri- cana, 1964. ——. Final del juego. 5ª ed. Buenos Aires: Sudamericana, 1966. ——. La vuelta al día en ochenta mundos. 2 ts., 12ª ed. Madrid: Siglo xxi, 1977. ——. Último round. T. 1, 10ª ed. México: Siglo xxi, 1986. ——. Obra crítica. T. 3, ed. de Saúl Yurkievich. Madrid: Alfagua- ra, 1994. Eurípides. Medea, en Tragedias, t. 1, trad. y notas de A. Medina, J. A. López Pérez y J. L. Calvo e introd. de C. García Gual. Barcelona: Gredos, 2006. Fox Lockert, Lucia. “Silvina Ocampo’s fantastic short stories”, en Monografic Review, 4 (1988), pp. 221-229. González Bermejo, Ernesto. 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Showalter, Elaine. “La crítica feminista en el desierto”, en Otra- mente: lectura y escritura feministas, coord. de Marina Fe, pres. de Mariza Belasteguigoitia y Marina Fe e intr. de Char- Antonio Cajero Vázquez124 lotte Broad. México: unam-fce, 1999, pp. 75-111. Trad. de Ar- gentina Rodríguez. Spanish American women writers. A bio-bibliographical source book, ed. de Diane E. Morting. New York-Connecticut-Lon- don: Greenwood Press, 1990. Torres Fierro, Danubio. “Correspondencia con Silvina Ocampo. Una entrevista que no osa decir su nombre”, en Plural, 1975, núm. 50, pp. 57-60. Ulla, Noemí. “Silvina Ocampo”, en Historia de la literatura ar- gentina, t. 4, dir. por Susana zanetti. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1981/1986. ——. La insurrección literaria (De lo coloquial en la narrativa rioplatense de 1960 y 1970). Buenos Aires: Torres Agüero, 1996. PALABRAS CLAVE DEL ARTÍCULO Y DATOS DEL AUTOR Silvina Ocampo, Julio Cortázar, disfraz, doble trama, falsa primera persona Antonio Cajero Vázquez El Colegio de San Luis, A.C. Parque de Macul, núm. 155 Fraccionamiento Colinas del Parque San Luis Potosí, slp, cp 78299 Telefóno: 444 8110101, ext. 4120 e mail: acajerov@hotmail.com acajero@colsan.edu.mx
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