Logo Studenta

El alma y las colinas - Cecilia Santillana Méndez

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral 
El alma y las colinas 
1956 
Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario, 
de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de 
Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil, 
sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia 
en citas. 
Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita 
y la prosa, no sigue la secuencia de números de página. 
Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía, 
interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y 
exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue 
la edición de la UNL. 
Índice 
(se indica el número de página del papel, 
seguido del número de página en el pdf) 
Invierno 479 (5) 
Oh, que todos... 480 (6) 
Dulce es estar tendido... 481 (7) 
La felicidad... y el dolor? 483 (9) 
Qué, decís... 485 (11) 
Ella... 487 (13) 
Las colinas 488 (14) 
Luego de las poesías se encuentran las notas de la edición 
En el aura del sauce El alma y las colinas 479 
Invierno 
—El viento llora, padre... 
—Sí, alaridos como de vidrio... 
—Sin nadie, padre... 
—¿Igual que caminos, solos, de piedra? 
—¡Entro en el viento, ay, padre, cómo silba! 
—¿Dónde terminarán los silbidos, dónde? 
—¿Es otro padre el viento, ay, fuerte, que me lleva 
a sus arenas amarillas, hundidas? 
—Hundidas en una ausencia demasiado larga 
y lastimada... 10 
—¿Y qué es la ausencia, padre? 
—El viento es un alma, hijo, desesperada... 
—Desesperada, de qué? 
—Desesperada de... aire sin fin... y de... 
—¿De qué más? 
—De fuga... 
—Estoy vacío, padre, y a la vez en esos gritos... 
—Las islas gritan también, oyes? 
—¿Tienen alma también las islas, padre? 
—Cuando hay mucha agua, ellas vuelan 20 
y llenan toda la noche, ay, de heridas... 
—Pero al río, mira, al río le han salido mariposas... 
—Flores del viento... 
—¿Pero el viento, verdad, traerá otras flores? 
—Ay, él casi siempre las deshace, o son pálidas... 
—¿Pero no alzará al fin la tierra verde? 
—Y agitará banderas sobre los pájaros, sí, 
mientras las islas se irán haciendo de cristal... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 480 
Oh, que todos... 
Oh, que todos se den aquí y no "en la eternidad, errando...". 
Dejad que la gracia de la unidad como una savia 
alce las ramas divergentes hacia el azul ligero, 
aladas en su mismo destino... 
Y así que todos aquí, aquí, cumplidos, 
no olviden la raíz, una, profundísima, 
abriendo todas las manos, oh, sí, todas las manos, sobre los fuegos alegres... 
En el aura del sauce El alma y las colinas 481 
Dulce es estar tendido... 
Dulce es estar tendido 
fundido en el espíritu del cielo 
a través de la ventana 
abierta 
sobre los soplos oscuros... 
Dulce, dulce... 
El pensamiento amarillo de allá 
es nuestro mismo silencio casi postumo 
libre 
sobre los abismos... 10 
Dulce, dulce haber en alguna manera muerto 
hasta el primer jazmín de arriba 
que titila de súbito 
en la misma brisa del poema que leemos... 
Dulce, dulce... 
¿Pero has olvidado, alma, has olvidado? 
Dulce, dulce, bajo el vértigo 
de las enredaderas celestes 
estar solo con Keats, 
bajo Keats, mejor, bajo otra liana eterna... 20 
Juan L. Ortiz 
Oh melancolía, oh melancolía que se enciende como un jardín 
sobre la terraza que flota en una luz pequeña... 
¿En qué urnas etéreas, alma, 
olvidaste tu tiempo y tu piedad? 
Bajo la breve dicha algo en el aire: 
las ramas de la angustia, alma, que llaman... 
Una angustia que quiere dejar de ser en todas partes, 
en todos, en todos los grados de la soledad... 
desde la piedra, acaso, alma, 
hasta el ángel que se contrae, herido... 
La vida quiere unirse, alma, de nuevo, por encima de los suplicios... 
¿No oyes los gritos profundos del edén que quiere ser 
con la lucecita desvelada, sí, pero tierna, sin el fruto de la muerte 
y libre al fin de sí misma? 
Alma, dulce es el sueño, 
pero no se roba ahora, ahora, a la memoria del amor? 
Ay, el amor, ahora, con los ojos abiertos sobre el infierno, 
sin poder alzarlos, serenos, hacia el cielo de todos, 
o bajarlos, serenos, hacia su cielo íntimo para más puramente devolver. 
Obra Completa 482 
30 
En el aura del sauce El alma y las colinas 483 
La felicidad... y el dolor? 
No la toques, no. 
¿Cómo tocarla si es tu alma que respira? 
¿Es la rama del sueño 
en la línea de qué viento 
ya? 
¿Es un cristal 
tímido 
entre los hálitos 
oscuramente presentidos? 
¿Humo invisible 10 
en que se flota 
y se penetra 
hasta la raíz de la música? 
¿Es la amistad primera 
que abre de repente 
los ojos de agua, y mira, mira...? 
Pasa ella, casi ciega, sin embargo, 
por la morada niña, y tiene 
no sabe qué miedo... 
Mujer de luz o de penumbra, al fin, 
que va descubriendo hilos, hilos, 
20 
Juan L. Ortiz Obra Completa 484 
y tejiendo 
con alguna inquietud... 
¿Qué tiene ella, pues, tan frágil 
que puede ser por una nada 
nada? 
¿Nada? 
Detrás de ella, o en ella, 
está el otro rostro de la perfección, 
el de la virgen del infinito, Catherine, 30 
con la última alegría 
tras los velos caídos... 
En el aura del sauce 
Qué, decís... 
Qué, decís 
que ellos no sienten 
el jacarandá bajo la lluvia...? 
El Noviembre lila, todo lila, bajo la lluvia o en la lluvia 
que no se oye? 
Ellos sienten el río, decís...? 
ven velas blancas que no hay, 
hacia el confín de sí mismos, 
y unas redes inexistentes, decís?, 
en que su silencio tiembla o arde...? 
Ellos tienen antenas, a veces, decís? 
para palpar algunas invisibles criaturas, 
y suelen tener la varita, decís?, que vibra con las corrientes escondidas-
Pero a estas nubes que parecen subir 
cuando no se sabe qué arpas descienden o se abisman, 
ellos ni siquiera las adivinan, decís? 
Es porque no es de ellos "la ciudad", aún, decís...? 
ni de ellos son los jardines que vuelan 
y que deshojan calles pálidas de amatistas? 
Pero no tendrán ellos, decid, la corona de los morados 
sobre los caminos libres totalmente de vidrios, al fin, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 486 
o no ascenderán ellos en los ceremoniales delicados 
a oír palpitar las teclas lilas de la común savia encontrada... 
sobre todo cuando la lluvia 
teje el mismo silencio 
para las frases de unos pájaros...? 
En el aura del sauce El alma y las colinas 487 
Ella... 
Ella anuda hilos entre los hombres 
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda 
—ala del paisaje y del alma de un país, con su polen... 
Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su perfume... 
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino. 
Testimonio involuntario, ella, 
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas, 
en que la circunstancia da su hálito... 
Pero se dirige siempre a un testigo invisible, 
jugando naturalmente con la tierra y el ángel, 10 
el infinito a su lado y el presente en el confín-
Mas es el don absoluto, y la ternura, 
ella que es también el término supremo y la última esencia 
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones y los latidos 
para el encuentro en los abismos... 
Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación, 
el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los niños, 
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma... 
Y no busca nunca, no, ella... 
espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano, 
en el centro mismo de la noche... 
20 
Juan L. Ortiz Obra Completa 488 
Las colinas 
¿Veis esas niñas que en Octubre bajan rítmicamente 
como para mirar recién el río Paraná? 
Son una suavidad de verdes húmedos 
que con la luz deslízanse 
y se corren con algo de agua... 
Son la misma gracia en Octubre, las niñas... 
Decir ellas, entonces, es decir un verde pálido, 
apenas cristalino.Es decir una gracia de líneas insinuantes 
bajo la veladura de los vapores... 10 
Es decir una presencia naciente 
inefablemente femenina. 
Pero ellas son así 
con las otras niñas, las primeras, del día. 
Más tarde sus gracias se unen 
o vibran más sordamente, 
y el perfil de las niñas es sobre el cielo. 
Oh, esa presencia, pues, ofrecida a los caprichos 
de esa criatura ebria que en este mes es la luz. 
Cómo juega ésta sobre las curvas todavía tenues, 20 
indecisas en su pudor de verdes fugitivos 
y como si dijéramos alados. 
¿Juega? 
Más bien se encanta sobre los dulces accidentes, 
los acaricia con una dicha infinita 
y se adormece sobre ellos. 
Esto en las primeras horas diáfanas 
En el aura del sauce El alma y las colinas 489 
pero sobre todo al atardecer. 
Las colinas, entonces, atraen hacia sí a la criatura 
hasta casi absorberla 30 
con un amor al que se abandonan 
pero sin perderse del todo. 
Aquella presencia por florecer, subsiste aún, 
y apenas si se ha vuelto morada 
o con velos complicados con que seduce aún más. 
Oh, las niñas inefables que se oponen al mismo cielo 
aunque se lo hayan adherido, 
y el cielo que se desmaya sobre las curvas oscuras 
deliciosamente alzadas. 
Mas es el minuto anterior el más de Octubre: 40 
un lila azulado, suavísimo, que parece esponjarse 
al llamado de un anhelo. 
Un anhelo tímido de virgen, aún no revelado, 
pero que da a las niñas que bajan hasta el río, 
en tal instante, en tal momento, un rostro sólo de ellas... 
* * » 
Y continúan niñas porque sus rasgos siguen puros. 
Se vuelven hacia dentro, entre los grandes ríos, y ondulan, ondulan... 
con las más dulces mudanzas a la medida del cielo... 
Se dijera que de repente se abreviaran —y ay, las viera con filo 
acaso el mismo filo de la gente que se jugaba entre los filos—. 
O que languidecieran, largas, y su feminidad se señalara. 
O que se tendieran más ligeras en el amor de una nube 
cuando un arroyo íntimo súbitamente las llamara... 
50 
Juan L. Ortiz Obra Completa 490 
Algunos cerros, a veces, aparecen a su lado 
como sus ángeles custodios o sus pajes para los oficios etéreos... 
• * * 
De un río a otro han danzado las niñas hasta Diciembre 
con todas las sedas de la luz o de la penumbra o de la sombra, 
con todos los espíritus del aire unidos a ellas o radiados, 
con todos los espíritus de la "celistia" y de la luna 
—oh, el sueño de su baile de ceniza bajo un rocío sin edad... 60 
Celestemente sensibles de lino y pálidas de avena, 
con cabellos de maíz y pliegues de trigo, ellas llegaran... 
Hacia la Paz, subieran y bajaran, sólo de sombra y aroma 
bajo los algarrobos y los espinillos y sobre sus propios pies de flores... 
Oh, densas de monte y corridas de cereal, 
por el "Camino de la Costa", hacia Gualeguay, 
rubias, rubias de aromitos, y casi fluidas de cultivos, 
ellas miraran, ay, otra vez, al descender con su fiesta de verbenas, 
el mismo silencio harapiento que salía, los brazos baldíos, de los ranchos: 
cómo, allí también, en sus jardines, el final del valle de Josafat? 70 
Y las gotas de la pena, acaso, se hicieran en ellas un vapor, 
pero los cardos alzaran en seguida 
finas lámparas de fe con el gas de otra mañana... 
Y algo lánguidas, por distinto lado, se acercaran a Uruguay 
en un perfume de azahares o infinitamente matizadas 
de no se sabe qué anhelo, corrido, al parecer, a un cielo de islas... 
Y recordaran a la otra niña de cabellos que no se veían, 
que fue a buscar los números más allá de la música 
pero que está en la melodía de ellas como su mismo suspiro? : 
¿recordaran a Ana Teresa que volviera para siempre bajo una lluvia de Junio? 80 
En el aura del sauce El alma y las colinas 491 
Pero se durmieran antes en una ebriedad de montes lisos 
—oh, aquí, las llanuras son sólo su reposo— 
junto a arroyos, arroyos, que eran un apenas estremecimiento que se iba 
casi oculto bajo las campanillas sin nombre, 
o el canto de una soledad o de una ilusión 
que diera también sus uú uú uú uú uú... 
desde los hondísimos abismos, repentinos, de unas tardes de otro mundo... 
Mas habían sido asimismo las niñas de Montiel, 
misteriosas aún de selva o celosas aún de caranday, 
subidas de yatay o de pindó, aún, para las misas del azul: 90 
misas rezadas o cantadas ellas mismas en el sacrificio más dulce, 
aunque a veces un dios, con una flauta de luz, se les apareciera entre las ramas de la siesta... 
Y un tantico medrosas, ¿por qué? abatiéranse medio aladas 
hacia el escondido Villaguay y su propio pudor indio 
diluyendo tímidamente y rodeando tiernamente 
las nuevas espesuras con columpios para los juegos del silencio... 
Y sintieran entonces, quizá con algún miedo, que éste era un rarísimo cristal 
por el que pasaban, imágenes sólo, los trinos y zureos, las rupturas y roces... 
señor también, acaso guaraní, que daba la medida 
a ese incienso de arpegios que subía, subía, con todas las perlas de la luz... 100 
Habían sido las niñas de Montiel por las orillas enredadas... 
Y el Gualeguay las viera, casi a su largo, más lentas, 
venir a él de arena lívida o de pajas, 
o bajo las estofas nativas retejidas por Noviembre, 
en una "féerie" de deidades, a pesar de todo, ligeramente oscuras, 
que bajaran hasta sus laberintos con una gentileza de fantasmas... 
Pero las niñas fueran ya novias, novias, por Concordia, 
coronadas como novias cerca del Yuquerí y entre las palmas, 
mirando como novias, por entre las cortinas ciertamente nupciales, 
Juan L. Ortiz 
y por encima del río "alado", las hermanas gracias más alzadas-
prometidas asimismo del sarmiento y del olivo, como lo fueran por Colón; 
criaturas del huerto, por San José, en puntillas de nubes, 
por el escalofrío, blanco y rosa, de la dicha... 
luego de haber hecho, bajo las sombrillas del sueño, el alto del Palmar... 
Y una muerte más larga fuera la suya, después, 
con "rêveries" de algunos montes hasta el Gualeguaychú... 
E incorporándose desde allí, bajo un nuevo aire de flautas, 
desplegáranse hacia el noroeste, finísimas de tiempos, 
vestidas todas de fe agrícola como las sacerdotisas del año... 
Ah, pero los matices y las geometrías de esa fe, 
gentilmente asumida, nunca les impidiera 
en algún puro descenso o en alguna pura ascensión, 
dar, sin ninguna nota o con las breves justas, 
la balada de algún ángel que se ha sentado o sube... 
Mas las niñas, en verdad, fueran la ubicua primavera, 
hacia arriba y hacia abajo, a la vez, por todos los lados de la brisa: 
unas se decidieran por las islas y las ganara el olvido: 
leguas de encanto, por el sur, hasta el Rincón de Nogoyá, 
con los cariños viejos de una diosa profunda: el agua, 
y una seguida, seguida, revelación de almas lacustres, 
que parecían mojar, todavía más, fúnebremente, los atardeceres perdidos. 
Oh, junto al Gualeguay, por la ciudad, en algún modo sensibles, 
oyeran la avenida, aún en madre, pero de llamados ya sin fin... 
Y ausentes y presentes, lloraran en el mediodía con el coro, 
y fuera su angustia, deshecha, la que al cabo dejara unos collares 
de plata crepuscular contra las hierbas altas de la orilla... 
Y otras eligieran el seno del país, y más abajo, 
y crecieran, crecieran hacia el río en la natural línea del canto, 
Obra Completa 492 
110 
120 
En el aura del sauce 
tomando aquí también para sí las ilusiones labradas: 
cielos, cielos, evocados por el sudor para una paz siempre robada... 
Y algo nostálgicas, bajaran párpados de "isletas", 
y se miraran a sí propias en algunos montes ya afinados: 
qué misterios de aire o de cuerdas conseguían todavía por aquí 
la perfección unísona que ellas mismas buscaban...? 
Y siempre, siempre, con satines irisados o con satines mates, 
con los chales de la lluvia y los moarés del viento, 
cincelándose alguna vez en dulce plata bajo una "manga" lejana 
y pareciendo volar así hacia un destello sobre la grisalla que esperaba, 
enjugando perdidamente los sentimientos dealguien que se iba, 
tocaran éstas, suspirando aún, los lazos de su más aérea contradanza... 
» * * 
¿Y aquéllas que abrieran los ojos en el "Rincón de Nogoyá"? 
Oh, ellas tendieran los brazos en un "élan" amanecido 
hacia no se sabe qué arabescos o lagunas del cielo... 
Qué tensión entonces la suya para alcanzar el minuto 
que volaba frente a ellas y sobre ellas como su propio perfume... 
Aquí los cerros, un momento, ay, hicieran de sus sombras... 
Y se volvieran en seguida, atrás, para mirar, 
y la hondura crespa o lisa, en abanico sin fin, 
densa y ligera a la vez, casi a sus pies, por las vueltas del arroyo, 
les diera los misterios del hechizo de que acababan de salir... 
¿Cuándo miraran ellas éxtasis parecido 
así con esos montes y esa agua de crecida que era la misma mañana 
que miraba también, infinitamente, desde abajo? 
El alma y las colinas 493 
140 
150 
Y acaso vacilaran, luego, las ninas, 
entre un tiempo hundido, con ombúes, que hacia los bañados era apenas, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 494 
y ése de su perfume que parecía regirlas lo mismo que una música 
y que iba dejando delante de ellas flores visibles e invisibles... 
Oh, eran de flores también en los descensos profundos, 
y miraran desde arriba, aún, la flor antigua de su dicha 
espesándose en algunas masas cortadas sobre las leguas desleídas... 170 
Eran la flor, ellas mismas, de la danza, 
desplegándose por un lado hacia un sueño de verdines, 
y por otro, hacia una "surte" de cadencias 
que se abrían y se cerraban como las corolas de la luz... 
Y a pesar de sus huesos de "caliza", leves eran de anhelo, 
y fueran "siete", las más altas, en la "victoria" de la gracia, 
las que extendieran mejor la vista sobre los anegadizos ya del cielo... 
Y continuaran medio enajenadas todavía 
por lo que huía en ellas y más allá de ellas, 
en secretos hondísimos de países desdoblados sólo desde el vuelo, 180 
en noticias pequeñísimas, que se hubiera dicho ideales, de carta, 
y en esa especie de dios trascendente, tan de ellas, sin embargo, 
que suspendía, con todo, sobre los suyos, los países de las nubes, 
y esas visitas de gloria que les tendían místicamente unas escalas... 
Y así, mirando algunas el río, cerca de Diamante, 
habiendo hecho suyos, también, como las otras, 
los colores de la quimera que las había hojeado, curvada hasta la noche, 
y las preguntas, como de sangre oscura, ay, de muchos ojos... 
derivaran hacia él, en una teoría muy abierta, 
hasta dibujarse, allá, arriba, con torres, sobre el aire de las islas... 190 
Oh, con torres de una ciudad que jugaba al escondite 
con ellas, y hacía de ellas su balcón y sus huidas profundas 
por el recuerdo de unas quintas que habían nevado todavía... 
Y allí fueran por momentos chicuelas lanzadas casi al río 
En el aura del sauce El alma y las colinas 495 
o empinándose en un canto sobre los abismos del día... 
luego de haber dejado, ¿para quién? algunas joyas que flotaban... 
Y ésas siguieran por el norte, junto al río, o alejadas, tras los bajos, 
en rondas que se ligaban y desligaban, sin rupturas, 
bajo la dulce ley, parecía, de algunos ritmos nativos... 
¿Era la presencia de aquél la que avivaba estos ritmos 200 
y a la vez daba esa paz, que no sabían, a los suspiros por llegar? 
Pero habían tenido flores aún para saludar a las aldeas: 
los últimos quizás, por esos meses, mínimos cielos de los pastos, 
los últimos quizá, entre las espigas, finos gritos de azucenas, 
y plumones sutiles sobre más sutiles tallos en la brisa, 
que chafaban de súbito, blancamente su tarde, 
o la iluminaban también, de súbito, blancamente, como una despedida... 
* * * 
De un río a otro han danzado las niñas hasta Diciembre, 
y hacia arriba y hacia abajo por todos los lados de la brisa... 
¿Pero es que en el verano dejan de danzar? 210 
Dulcemente parecen perdidas siempre en un debate, 
pero ahora se escuchan a sí mismas como en un suave hábito. 
¿Quién en su incertidumbre, quién podría ayudarlas? 
Oh, el día es de armas sobre ellas, 
y sólo en el alba y al anochecer y bajo las estrellas respiran 
en un hálito celeste o azul o gris perdido... 
íntimas, sangrarán de la sangre lenta que vieran 
en los que ellas creyeran prometidos a su dicha, 
cayendo de los ojos, de los brazos, y siendo la sombra misma de la vuelta, 
al bajarlas sin nada, sin nada, por la mañana y al crepúsculo? 220 
Y de aquélla más visible, no sonriáis, que estallara de los cuellos, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 496 
entre los tres palos que sabéis y bajo el relámpago incisivo que sabéis, 
sobre la breve laguna de tierra o los pastos herrumbrados? 
Ay, antes de ella, y con ella, habían sido las súplicas 
que desfondaban ahogadamente la tarde, 
de esas figuras de su paz, oscuras o pintadas, 
o de esas otras, ideales, que goteaban su égloga en una luz de Millet... 
Y acaso ellas supieran, ¿por qué no? desde su especial vibración, 
que era lo más sedoso y fino de esa paz y de esa égloga, 
dueño sin culpa de las leguas y con destino fijo afuera, 230 
lo que echara a los caminos o contra los rincones de los campos 
esa gracia de paciencia que no podía dar ya papeles rápidos... 
Sí, ellas no mirarían desde Sirio ya que parecían amar todo, 
y sangraban, íntimas, en el propio estío, de todas las crueldades... 
de esos pobres por poco bajo el cielo o que se iban sin rumbo, 
de esas bestias "inútiles" libradas en la seca a las raíces de las calles, 
o heridas, sin grito, a una fiebre viva de cadáveres... 
de esas plumas que corrían con un surtidor rojo sobre el cuello, 
de esas otras abatidas sobre las gramillas casi místicas, 
cuando su silbido, en la media tarde, hacía felices los ecos... 240 
de aquéllas, en echarpes, humilladas sobre los espejos, como trapos... 
de éstas que sólo miraban, almas? y cayeran de su mirada 
desde la rama del poniente o entre las pestañas de los juncos... 
De todas, de todas las crueldades que se hubiera dicho rituales y sin ley: 
de esos mastines suspendidos porque se hicieran excesivos, 
ellos, ay, tan desvelados sobre el "aura" de la estancia... 
de esa recién parida dejada con sus ojos en el crepúsculo más solo... 
de tanto látigo activo sobre tanto dulce esclavo... 
Y ah, ellas vieran niños rotos junto a la sangre diaria, 
con pupilas que lamían también como sus sucios amiguitos... 250 
y habían venido, ¿de dónde?, por las visceras reñidas, 
con las lonas que a veces volvían vanas para esas llamitas de San Telmo 
que esperaban afuera, agónicas, sobre la marea de ceniza... 
En el aura del sauce El alma y las colinas 497 
Y los vieran en todos, en todos los ánimos del tiempo, 
fatales con su ansia, aunque calados, bajo la tarde más deshecha, 
fatales con esas sombras, ay, tan justas, de sus pequeños cariños... 
Pero ellas también vieran que uno de esos niños, ¿por qué? 
aplastara un insecto labrado como una joya, 
que salía a la huella con los hilillos de los palpos 
indecisamente tendidos hacia no se sabía qué delicia, 260 
y que al pasar de vuelta por allí, con parecido gesto, 
diera cuenta en un minuto de una voraz mortaja de hormiguitas... 
Y recordaban esos vuelos de la paz anochecida, 
nada de paz, por cierto, para los otros, mínimos, que tejían casi el aire... 
y esas telas de hadas terribles para los latidos sutilísimos... 
y esa caída recta de alas sobre un ricito rastrero... 
y esas tijeras repentinas, bajo una fuga del agua, después del largo "éxtasis"... 
Pues de toda la vida, en fin, ellas morían-
mas serenas, eso sí, frente al molino de las agonías sin límites, 
porque sabían que otro canto, al cabo, iría ganando las tinieblas, 270 
con menos quejas cada vez, en el contrapunto más libre cada vez... 
y los hijos de los hombres, sobre las disonancias y los miedos, 
serían los amos del juego infinito, tocando la unidad, 
y "el torbellino de las estrellas, se volvería, por último, la rueca de sus días...". 
* * * 
No dejaban de danzar, no, en el verano, las niñas,buscando, aun vueltas hacia sí, inconscientemente la alegría, 
i a altísima alegría que todo lo trasmina" y que les daba el cielo, 
un cielo, cierto, ahora, de armas, pero de un arcángel inconstante... 
Y entonces no parecen tan perdidas en el suave debate, 
ni tan inciertas en la luz que a su pesar aspiran... 280 
Y a veces el mismo día es el de ellas 
en un fuego cereal que casi flota, apenas ondulado, contra el azul oscuro... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 498 
Y se diría que brillan en su propia naturaleza, un momento, 
en un espacio puro, puro, en que su danza se ha soñado-
Pero los rayos no tardan en ceder y helas de nuevo con el cielo 
en un amor medio vencido que quisiera fluir y queda en humos 
—de diamantes o flores vagas, muy hondas—, hasta el confín, dormidos... 
Mas son ellas, ligeras otra vez, hacia la noche... 
Y no todo es asfixia, por otro lado, en el estío: 
las nubes, las nubes, para jugar como en Octubre 290 
a una huida de cintas irisadas que ellas no pueden alcanzar... 
o a un alivio de mantillas o listas tornasoladamente breves... 
Y las espigas mismas, con todo, solían estar en su esencia: el movimiento, 
en una ilusión de linfas que llevaran, bajo el viento, su crepúsculo... 
Y la lluvia, la lluvia, que sumergía súbitamente la sed, 
pero daba hálitos a todo y daba ojos a todo... 
Y el alfalfar de agua, libre, que respiraba mariposas, 
y éstas aún, con ellas, largo rato, como deshojadas de su baile... 
Y todavía las cigarras, más allá de las llamas, en la pura vibración... 
Y recordaban, recordaban: ¿cuándo ocurriera eso? 300 
El atardecer de Mojones Norte parecía apurado por los montes 
y ese silencio extraño, extraño, en que él mismo no se oía... 
Pero de ese silencio, de pronto, con la primer gota de arriba, 
salieron otras bajas sobre no se sabía dónde... 
Era al fin sobre las huellas muertas entre los espinillos... 
¿Quién, por Dios, con ese timbre, invocaba a la blanca palomita? 
Y ellas vieron un hombre oscuro sobre un caballo oscuro, al paso... 
Y ese hombre se oponía, sin darse cuenta de ello, dulcemente, a la nada, 
encendiendo como el cielo, con su voz triste otro rocío... 
Y aquella queja del monte, en qué verano la oyeran 310 
por las orillas del Feliciano de aguas verdes? 
Ay, las Compañías por allí también, telarañas absolutas, con sus lores, 
y los obrajes no muy lejanos con sus cantinas como boas para las fatigas del hachero-
pero ellas bajaban en el plenilunio del edén... 
En el aura del sauce El alma y las colinas 499 
Nada, nada, que no fuese eso y su deshelada fosfórica 
entre los troncos de los timbóes, de los ceibos, de los laureles, de los sauces... 
¿Cómo, la luna, con el índice sobre los labios en cruz, 
para los roces del guazubirá o de la curuyú o las rupturas del dorado, 
para una espera cada vez más pálida? 
Y fueron, luego de una eternidad, sólo tres notas, 320 
tres notas que morían en el tiempo de una melancolía desgarrada... 
¿Qué hados desconocidos para una tristeza más fatal, 
para unos lamentos más sin redención? 
La letanía, acaso, de algún paraíso guaraní a la noche más blanca 
para que volviesen sus espíritus liberados de la sombra? 
Pero el urutaú es un alma en pena, habían oído de la gente, 
invisible o eludida, en los estíos, por las lunas llenas de la selva, 
por los amaneceres de la selva, en el círculo del llanto... 
Oh, lo que la gente había dicho también del mainumbí, 
del ayurú y el olacaa, asimismo alada de iris... 330 
Eran plumas de símbolo para cruzar el misterio, 
las que ella, desde la misma desnudez, a veces, había investido gentilmente... 
Y las niñas, en el alba, más puras, si cabía, 
aspiraron, como agradecidas, ese otro aire fantástico, 
esa "aura" de los sueños humildes que las seguía desde antiguo 
como su clima más profundo o su vapor casi "astral"... 
Y se vieron llenas de joyas, un momento, por las quintas... 
joyas para la sed que las había sudado y la que las había menester... 
por Nogoyá, por Gualeguay, por Uruguay, por Colón, por San José, 
por Concordia, por Federación, por Villaguay, por Paraná... 340 
¿Y qué era de esas joyas que no iban a su gente, 
o dejaban el sudor deshacerse sobre el suelo? 
No había cómo enviarlas, se afirmaba, o venían unas "aves" 
para llevar ese sudor por alguna burla miserable, 
cuando no era enajenado, ay, antes de escintilar entre las hojas... 
Oh, las redes también, tendidas desde allá sobre las vides y los olivos 
Juan L. Ortiz Obra Completa 500 
para envilecer y alejar a la vez la luz de otro sudor... 
Y ellas se veían ricas, ricas, y a un mismo tiempo hurtadas; 
ellas, que querían darse a todos en esos espíritus y gracias, 
todos copas, ahora, desde sus hombros a sus pies, 350 
o todos mejillas y miradas entre las ramas y los pámpanos... 
Pero de su fondo, de su fondo más agreste, ya habían nacido "las palabras"... 
Y eran criollos increíblemente sensibles los que las iban diciendo 
por las chacras y las colinas y los "puestos", 
la sonrisa blanca, como un honor medio oriental, bajo los árboles del corro... 
Y 'las palabras", en otros corros, iban a la guarda de otros dones 
mancillados o destruidos por los mismos señores del "sálvese quien pueda": 
de esos montes que velan en un principio todo su equilibrio, 
de esos espejos de agua para los acentos nativos, 
de esas arterias libres para las crecidas y su cielo original, 360 
de esos cabellos "de parque" para, con los árboles, su humus, 
contra esa muerte pajiza, rasgada, o traidoramente leve; 
de las atenciones con ese humus para no fatigarlo 
en sus revelaciones de jardín corrido hasta las mieses, 
de las vidas todas de su seno para los ajustes sagrados, 
de sus armonías en sí para el canto que sería, 
y aún de los bienes dormidos que la acción unida ha de evocar 
por los vínculos hallados o por los vínculos creados: 
y "las palabras", "las palabras", eran las de ellas mismas, en el sentido del viento... 
Mas a veces el cielo se secaba en su pasión, 370 
y la "diosa profunda" parecía haber huido perseguida por "las talas", 
ciegas, ciegas siempre, sobre las dulces dependencias... 
Y ellas iban y venían, lívidas de polvo, 
sin líneas, casi, bajo un suplicio lento o en una ausencia íntima... 
¿Dónde, dónde, los relentes de la "diosa" 
para ese vidrio impalpable, que no terminaba de morir, 
y para ese deseo bajo, quebrado, que humeaba ya a lo lejos? 
En el aura del sauce El alma y las colinas 501 
Oh, ellas eran de la fluidez, eran del alma universal, eran del "principio". 
Eran el flujo mismo del mar invisible 
en esos juegos eternos hacia los lados de la brisa... 380 
y eran sus estremecimientos, naturalmente, sutiles licuescencias... 
Olas, olas misteriosas, entre un amor aún de agua... 
Y el agua, ay, en ellas, había dejado ahora sólo heridas, 
o llagas grises que se rasgaban, frágiles, demasiado cocidas, 
o apenas si hilillos o hilas, cortados aquí y allá, entre los montes... 
Y los montes ardían, con una verde ansia, por beber lo que quedaba: 
algunas napas de río en no se sabía qué ternura de sus poros más íntimos, 
o esas tímidas frases que no alcanzaban a hilar la sed del alba... 
Y eran los incendios, ay, que las llevaban al asalto de la noche, 
con las corridas del pavor en otras lenguas de sombra, 390 
y los estallidos de sus vidas en una angustia unánime de ramas... 
Y eran 'la rabia" del aguará-guazú, del aguará-popé y del aguará-miní 
enronqueciendo y castigando los crepúsculos del norte... 
Y eran las tropas fantasmales por las nubes de los caminos, 
con hombres que gritaban como desde una pesadilla, hacia las islas... 
Y eran las familias al raso o debajo de los carros, en la fiebre amanecida... 
Y eran "linyeras" para la "deschalada" lejana, sin techo, ay, de trenes... 
bordeando los alambrados con las alpargatas ya deshechas... 
Y eran figuras negras, curvadas contra el anochecer, sobre las "piedras ajenas"... 
Y eran viejecitos que miraban sus cultivos, más grises quesus manos... 400 
Y eran vacas que balaban a una visión de "chalas", y escarbaban... 
Y eran caballos enloquecidos que mordían hasta el aire... 
Es así como habían roto las cadencias de la lluvia, 
sin suscitar otras, por cierto, más flexibles a las medidas de aquí. 
Nunca el verano, antes, fuera una falta tan larga... 
Nunca los arroyos, antes, fueran en su mayoría sólo cicatrices... 
Bajo el sol que bebía, bebía, las finas vías del cielo, 
no dejaban de andar y hasta de cantar sobre las piedras, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 502 
jugando al recato, es verdad, con el cielo, en la penumbra de los mimbres... 
Y ellas, las niñas, eran las estaciones siempre con ofrendas, 410 
en las mismas líneas indecisas, es cierto, con el orden del juego... 
Oh, los meses, donceles sin rey se visitan o adelantan... 
¿No es Abril el que da esa tarde llena de cirios de Febrero? 
* * * 
Pero el verano ha caído sobre los pastos, 
y el cielo, engaste baldío, sólo vibra una ceniza apenas tibia... 
Y helas aquí en Marzo, más bellas que jamás... 
Niñas ligeramente graves al principio, sorprendidas por las tardes-
Niñas, después, que saben, pero que continúan danzando... 
Niñas que asumen, condenadas, todas las despedidas, 
pero que miran más allá, más allá, con un celeste libre... 420 
Mas las lluvias han llamado pupilas sin número y sin nombre 
entre las titilaciones maduras, como de tules, de las hierbas, 
y los tallos sutiles, sutilísimos, de cristal recién nacido... 
Y su corazón mismo, en la media tarde, parecía de cristal... 
Y eran los países que las seguían, arriba, sobre los celestes que subían 
desde la agonía más pura hasta el canto más cumbado... 
Y era la esencia de la luz, "de vuelta" ya también, 
con no se sabía qué manos sobre los tejidos de sus hadas 
y el oro suspendido de unas flores, 
y que seguían muellemente algunas líneas... 430 
Y eran los recamados matinales con todos los azules del rocío... 
El rocío, el rocío, que las hacía las niñas de la plata primera, 
capaces de volver cristalina la vibración primera... 
Ah, pero ese ángel, al atardecer, con una mirada tan larga, 
y esas lágrimas, al fin, 
mas la respuesta, es cierto, en el grillo, de su sílaba más íntima... 
Y el cielo, el cielo, accesible como nunca, y a la vez ido como nunca, 
En el aura del sauce El alma y las colinas 503 
en los movimientos más imprevistos, pero tenues, de una música ebria... 
Y era así como sus hierbas se mojaban, a destiempo, de ese azul, 
y ellas parecían danzar, de súbito, en el vacío más subido... 440 
Y los días de gemas verde lívido y amarillo lívido 
como ascendidos extrañamente desde el fondo de un mar... 
Niñas de los abismos originales y de los abismos finales, 
frágiles Ofelias, a veces, flotando sobre su mismo mal dorado, 
pero ligeras a un tiempo con los últimos fuegos de la fiesta: 
llamas de álamos, o surtidores ardidos de sauces, 
o plátanos tan puramente febriles como el crepúsculo... 
y las herrumbres exaltadas y los ocres en el aire y los carmines alados 
cuando no infinitamente confundidos en la ceniza más rica... 
y más allá, más allá, por todo el país, al atardecer, 450 
una de cosechas aéreas, ya celestes, que vencían a la noche... 
Y ellas, más sensibles aún, temblaban del vuelo de las hojas, 
de la densidad que huía de los montes, 
de las viñas que morían de amor por Concordia y por Colón... 
Pero a la vez un pensamiento como de agua clara 
parecía volverlas hacia sí, en un misterio quieto... 
o volverlas a un tiempo que no era el de las olas, más hondo... 
Un éxtasis, por otro lado, de la danza, 
caída ésta a los pies, repentinamente, igual que un velo? 
Extrañas niñas, después de todo, más allá de su "ilusión", 460 
en la calma de un poder, se hubiera dicho, 
que las ponía en el centro de su mismo movimiento... 
Mas todo en ellas, a la par, tenía un "aire de nómade", 
y seguían, seguían, con los humos de la estación, un poco más serenas, sí, 
de azular, así quemadas, sus melancolías más suavemente acres... 
Oh los humos en el sol o en el fondo de la tarde o del anochecer: 
almas también que no querían irse, fijas sobre los restos, con un perfume exasperado: 
de luz, todas de luz, o en estelas o vahos de una leche palidísima 
sobre la niebla de matices en que las niñas se han perdido... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 504 
Y más almas todavía cuando el silencio, de improviso, 470 
había hecho todo amarillo y como tendido hacia él sobre una ribera aparecida... 
Pero las niñas eran las mismas vidas de la orilla, 
y así en Monüel sufrían con los pastos y los espinillos y el ganado y los hombres... 
esa vaga amenaza que los volvía de otro mundo... 
Y la "ilusión", ay, ahora cruel, era el frío oscuro de las tardes 
que corría por todo un escalofrío sin engaño... 
y las cosas y los seres se sentían traspasados por una noche larga... 
y eran hojas, sólo débiles hojas, en la noche-
Mas la crueldad, casi de súbito, era aún el agua de esa noche: 
sucia, y lívida de rabia, quería ganar a los seres, 480 
y venía ya helada, helada, como la muerte de Junio. 
La copa de los árboles, sólo, de pronto, y los techos de los ranchitas 
con algunas esfinges felinas, en piel y huesos... 
Y en las últimas ramas, a veces, una sociedad aferrada de gallinetas y culebras... 
Y contra los alambres invisibles, cadáveres, cadáveres... 
de vacas que no se pudo sacar en la sorpresa del alba, 
de la ovejita que hubiera hecho zozobrar la canoa, 
y de perros llevados por la corriente contra los enredijos de los postes... 
(ah, las malas canoas eran pocas por ahí, y los carros no bastaban, 
y las lanchas llegaban, regularmente, a la zaga del desastre). 490 
Y un perro todavía en una lomita libre, junto a la choza cerrada, 
para cuidar, quizás, ¿por cuánto tiempo? lo que no se pudo cargar, 
y que miraba bajar, hacia él, todo el crepúsculo, 
y a la vez subir y cercarle la palidez definitiva... 
y un aullido de leguas al cabo, iba al encuentro de la lluvia... 
Y las niñas miraban, también, hasta las lágrimas: 
pero es que tanta agua no se podría derivar en nuevas vías 
hacia la amenaza que asomaba aquí y allá, color de arena, 
y hacia eso ya enjuto que dejara tras sí la moral rápida? 
Pero es que aún no se podría volverla hacia los ríos enormes 500 
En el aura del sauce El alma y las colinas 505 
para llevarla como una gracia a la aridez hermana? 
Y esto fuera de una amistad posible con los sentimientos del cielo, 
por el conocimiento sucesivo de sus secretos aéreos y de sus secretos acuosos, 
para rendirlos suavemente a los ritmos más fluidos... 
Mas qué! se decían ellas, si el cielo todo de la tierra, por los dueños de la "H", 
podría volverse ácidos fatales para todos los seres, 
con la perspectiva final de una nueva edad blanca sobre el globo... 
Y a eso llevaría, al cabo, el tiempo de los dueños, continuaban: 
a arrastrar en su agonía la vida entera del planeta, 
si la paloma, por su lado, desde todos los vientos, 510 
no se le adelantara con la ramita de la más verde apelación... 
Oh, el tiempo de los dueños! Ellas lo habían visto nacer 
bajo los signos de la piel pálida frente a los hijos de la selva, 
o que la selva había hecho suyos en un amor de siglos... 
Y las "esencias maternas", ay, fueran más sangradas por el hierro 
que persuadidas por la cruz para los despojos y los límites 
—Don Tomás, es cierto, al sembrar villas, abriera delicadamente los montes— 
en ese casi edén charrúa-minuán, y de chanás y de martidanes y mohanes, 
y de yaros y guenoas, y de manchados y caletones, 
y de timbúes y beguaes, y de mocoretás y guayquirarós: 520 
inclinado sobre los arroyos y los ríos y los ojos en las hierbas... 
Y ellas, cada vez más violadas, empezaron a verse en unas manos premiadas... 
Y la renta pasó a la sangre que se pudo cercar o seducir... 
Y las "estancias" aparecieron, luego, sobre lo vendido o entregado, 
y se lanzó a los nuevos siervos, después, contra las flechas que quedaban...Oh, las "estancias"! Cómo habían jugado aquí también... 
Ellas, las niñas, no sabían mucho de las torres y las plazas, 
aunque sintieran, verdad, lo que había sido el viento de las plazas 
para la inquietud que a ellas mismas las midiera. 
Pero habían visto que los "señores" de adentro, con galones casi siempre, 530 
tenían a veces, con su jefe, los hilos mayores de los movimientos "nobilísimos"... 
Y habían visto que ellos, eléctricos de valor, en ocasiones, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 506 
no podían apearse, del "estado" que heredaran, 
cuando algún "coraje", menos "puro", tocaba apenas sus "derechos", 
o el "derecho" del compadre nada gentil, sin duda, con los cuellos... 
Y el "coraje", ay, les servía, quizás a su pesar, como un alcohol 
que encendía la montonera o doblaba dos peones en la fiesta de ellos... 
Y era en sí, en su pudor, ay, una gracia, 
y un juego preciso en las leyes simples del "honor"... 
Y era el lujo, ay, para los pobres, de estar en la punta de sí mismos... 540 
Y venía de muy lejos, además, quizás del salto indio, 
y se bebía, además, quizás, en algunas dianas sumergidas... 
Mas, natural y paradójicamente, a la vez, era asimismo una fuga. 
Y no era difícil, en el fondo, entrar ebrio en la nada, 
o desafiar a la muerte cuando ya se estaba medio muerto, 
abandonando el campo, todo el campo, a los "domadores" de los hombres-
Pero las niñas habían sentido, sí, el frío de ese baile 
sobre el hilo más fino, más fatalmente fino, de la vida... 
Sólo que lo gratuito, lo terriblemente gratuito, diera menos héroes que suicidas... 
Y sin embargo el héroe numeroso se había alzado de eso mismo 550 
cuando el héroe Supremo supo tocarlo como un numen 
en el numen de Mayo, traicionado allá, y amenazado de "coronas"... 
Y fuera el "monte", al fin, todo alado de centauros, 
el que salvara ya entonces, paladinamente, la "ciudad"... 
Como fuera el "monte", más tarde, con el sobrino consecuente y los otros centauros, 
—una barba de río, como la propia divisa, llameando en el viento de las cargas, 
y unos nuevos pechos de quimera para aguzar el viento— 
el que lavara sus mismos laureles de la sangre y de la entrega, 
y salvara por tercera vez, con el suyo, el honor de la "ciudad"... 
Y no fueran "estancieros", no, éstos, ciñendo todos los cilicios, 560 
para subir con todos los sin nombre, con todos, hasta el aire debido... 
Mas la "cultura", sólo al cabo permitiera, con los remington y los cañones alemanes, 
el de las raíces sin señales, y el de las marañas y las pajas, y el de la costa extraña... 
En el aura del sauce El alma y las colinas 507 
Ah, cómo en la estación, en la congoja vespertina, ese martirio volvía, 
y las llenaba como de brazos amputados, 
y de un relente oscuro, oscuro, de lágrimas sin cruces-
Pero volvía también la sonrisa compensadora de la selva, 
y era el espíritu del alero acogedor y gentilísimo, 
y era el espíritu del fogón, y era el espíritu del horno, 
y era ese espíritu bohemio que encendía en los puros, y con los "Rincones", acogía, 570 
contra la mezquindad ya muelle y sucia de la "plaza", 
y del mismo Señor que prestaba a usura y creaba las leyes de la paga... 
Y he aquí a las niñas respirando, más ligeras aún, 
vuelto el recuerdo, al fin, ¿por cuánto tiempo? de la "playa" de los crímenes, 
hasta una dicha acaso egoísta como todas, robada a los espectros-
respirando, bajo las nubes, en los más finos juegos matinales 
de sus terciopelos por morir, fugaces, oh, fugaces de verdes: 
desde el amarillo más imposible hasta el morado más increíble... 
sobre las hierbas, ay, finales, infinitas de verdes, 
infinitas de pajas ya tejidos y pasados de café, 580 
infinitas de hojas y de tallos y de joyelitos engastados, 
y de bujías delgadísimas, de iris, para decir del aire: 
todas, todas, en los ritmos de ellas, por un espíritu miniados... 
Y ah, respiraban también ligeras de tanto batallón 
como se había disparado desde una valentía que resultara sólo de las rimas... 
sobre los "hilos de la virgen", y los pequeños ángeles 
con la seda de los sueños más celestemente estampada, 
en su aura quizás última sobre las otras flores quizás últimas... 
Y les ganaba la palidez moribunda que no se resignaba, no, a la noche, 
tras la noche ya bordada de las ramas, 590 
y el grillo de Mayo, el grillo, que admitía aún menos el abismo, 
pero desde las raíces eternas, en el cristal más libre... 
y subía con la misma sombra, ebrio, ebrio, hasta una luz increada... 
y las nieblas de las diez que iban hacia el frío, 
mas donde los nácares más íntimos dando los grises más perlados, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 508 
esfumaban, o descubrían apenas, muy apenas, los azules del adiós... 
y una dulzura de eclipse, por fin, sobre la agonía de la tarde, 
volviendo todo, todo, tristemente rico y fascinado... 
y una luz de tules altos, beiges? ¿por quién acariciados? 
sin decidirse a acariciar, ella, el silencio del mundo... 600 
y los jardines flotados de allá arriba hasta después, después, de los humos con estrellas... 
y aún un mediodía, ¿el último? encendido todo de miel, 
o desvaído aéreamente de miel, entre los encajes recientes, 
labrados acaso por el mismo, el mismo, serafín de las nubes... 
* * * 
Y en el extremo filo de Mayo, las hadas de los hálitos... 
¿Cómo, en las primeras horas, los mismos hálitos danzaban? 
Y ellas se quedaban a veces detrás, en un ultramar indeciso. 
Indeciso también su movimiento 
y ganado, al parecer, por una intima humedad-
Pero el río, a sus pies, no tenía límite, ni los arroyos tenían límite, 610 
y la hondonada se había perdido en una asfixia pálida... 
Oh, era cielo todo, todo, de tenuísimo algodón, 
con presentimientos celestes, abajo, y líneas errátiles de brillos... 
Y las niñas sonreían todavía a las hadas propias y ajenas, 
sonreían a la vaga danza de plata... 
Y sonreían aún otra mañana a los tardíos países 
rosa-amarillo de las nubes, bajo una tristeza de plomo, 
y a los pliegues rosas y grises de las aguas, 
con una sonrisa, es cierto, de un azul profundo de vapores... 
Y hasta les era dulce perfilar suavemente su duda 620 
sobre un recuerdo salmón, algo enfermizo, por el que acaso temían-
Mas los hálitos, a veces, no danzaban, en un desorden sin matiz, 
en un juego de lana leve, vano y gratuito, sin salida... 
Pero, en un segundo, otras hadas de diamante, ¿de dónde aparecidas? 
En el aura del sauce El alma y las colinas 509 
organizaban el caos en una estampa para ellas... 
Y ellas, aunque con algunos velos marchitos, aquí y allá, 
temblaban todas, todas, humedecidas de esmaltes, 
y eran irnos jacintos respirados, luego, en la respiración celeste, oh, celeste, de la luz... 
Mas un anochecer, de repente, se volvía blancamente fantasmal, 
y las ahogaba una nada de neblina... 630 
¿Dónde su danza, ahora, bajo las olas ciegas? 
Una ceguedad tenue, pero casi absoluta, 
para morir de qué? ¿de mar? en un espacio sin espacio... 
Pero ellas no morían, en su deslizamiento abisal, 
niñas de las profundidades, ateridas de los otros... 
Oh, los otros sin leña y con eso que eran puertas 
contra las corrientes de una noche que traspasaban hasta el sueño... 
O con leñas demasiado ligeras para el peso de la noche... 
—No se puede, todos los días, robar del monte, si lo hay cerca— 
Y faltaban las otras cosas, además: 640 
la "salud del campo", ay, no bastaba para la salud de los pobres. 
Y las defensas eran frágiles, al fin, en los caminos de "la dama", 
hechos casi siempre de tos y de agujas en los huesos-
Desde cuándo, ah, desde cuándo, esa sangre se helaba 
a pesar de los alardes y de la resignación encallecida...? 
Y los ranchos, todavía, cerca de las Estaciones, eran de latas viejas, 
de latas viejas mal unidas y con entradas de "lonas"... 
¿A qué mundo, por Dios, esa gente amanecía, 
cuando el mundo, aún de neblina, era aún de aparecidos amarillos 
con los paraísos flotando, flotando, detenidos en su limbo: 650 
un mundo todo deánimas doradas, en una espera gris? 
¿Y a qué mundo se asomaban también los otros seres de silencio 
que de la propia intemperie se incorporaban lentamente? 
Con el pasmo de todos, y de todo, las niñas tiritaban, 
ajenas casi a su misma "féerie" de oro y humo 
Juan L. Ortiz Obra Completa 510 
—ese oro raleado que subía de pronto y quería decir algo— 
y de huidizos verdes-azules y de huidizos verdes-grises, bajo un fino taraceo, 
aunque tendiéndose, suaves, hacia un llamado que no sabían: 
de algún pájaro o de alguna cinta rosa por nacer entre las ramas. 
Y su cadencia era de velos adivinados, en una melancolía por abrirse 660 
y más tarde, por los "crêpes" de los montes y las fugas labradas, 
eran una suerte de pensamientos que azulmente se abismaban-
Sí, el frío, en las atenciones que vendrán, 
será cada vez menos esa punzada oscura, y ese oscuro retroceso 
en un refugio imaginario, de las pobres vidas que no saben. 
Y a un dulce calor, como asidos de la mano, irán viniendo todos, 
en el sueño o en el alto, sin pesadillas, por fin, 
—y aun con las veladas de la germinación y del reposo y del epílogo—, 
de la infinita melodía o de la danza infinita... 
No más chicos, no, con la piel partida, en la escuelita de paja, 670 
temblando por el sol corrido del recreo... 
ni en el lodo de la tarde picados profundamente por el agua... 
ni en la prima mañana, con esposas violetas puestas por la helada... 
ni de noche despertados contra la ausencia breve del perro... 
No más hombres canosos, con las tropas, por las leguas del frío, 
los viejos ponchos remendados como las banderas de la lluvia... 
ni mujeres de edad, apenas envueltas, que buscan leña por la calle, 
o, para las brasas menos leves, por el anochecer del monte... 
o rompen, para lavar, los vidrios del alba en la laguna... 
o atraviesan los miedos de la selva, con el atado, para quebrar el río... 680 
No más el "yuyero" añoso, una casi raíz, con las ropas del tiempo, 
y unos pómulos y una sonrisa y unas manos muy nativas, 
curvado lo mismo que una caña sobre la medicina de los campos, 
—una caña vaga en sí y más vaga todavía entre los alfileres— 
para llevarla lejos, a pie, en ramilletes de salud, 
bajo los mismos alfileres de la garúa o el dolor lívido del aire, 
delante de una hilera de alpargatas en ruina... 
En el aura del sauce El alma y las colinas 511 
No más el "tropillero" niño entre los aceros aún sombríos 
después de la noche ovillada y goteada del galpón, 
ni entre los fúnebres del anochecer que urgen la cocina... 690 
No más el viejecito del rancho que quisiera irse con ese sol 
de los trapos de la "cama" o del vano de la puerta-
No más la muchachita a caballo, hacia el almacén, 
violada por el viento negro como por un aparecido, 
ni la otra ordeñando en todo el "sur" de Julio con estrellas todavía, 
cuando no en todo el "este", por una eternidad, mojado... 
No más el peoncito suicida en una mañana de ramas, 
más morado que ellas desde la más segura sobre el arroyo que sabía... 
Ni el pequeño pescador del espinel de las tres, 
remecido por la madrugada como otro pañito del vacío, 700 
para las galletas y el "pingajo" de la familia a su cargo... 
No más, en fin, la criatura casi sólo piel, en el horror vago o agudo, 
ni aquélla de "piel", más "inferior", que se pueda alcanzar en el cuidado y la ternura, 
o que ya está en el círculo del "sacrificio" o el "servicio"... 
Ah, pero Junio tenía su "veranito de San Juan"... 
y aparecían los días con una apertura casi de setiembre, 
y el agua era de luz niña, niña, entre las gramillitas, 
y un alivio diáfano era la misma gracia sobre todo y en todo, 
y los seres y las cosas, con ellas, parecían tener pasos de olvido, 
en una danza inesperada que medía suavemente todo el día... 710 
Y un otoño, también, más ligero y como de lámina, 
de un azul más unido y más aéreamente curvado, 
parecía asimismo trasparecer tras de la media tarde 
en una felicidad demasiado pura y algo triste, 
en que algunos follajes que flotaban ya no eran de aquí... 
Y todavía el grillo, en la tibieza anochecida, 
subía, subía, con no se sabía qué hierbas, hacia no se sabía qué primavera, 
en el sentimiento rameado y algo humoso de un creciente suspendido... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 512 
Oh, las pequeñas almas que respiraban de nuevo, 
chispas, llamitas de adoración de la propia luz, etérea 720 
o celestemente vaheada como en la molicie de Mayo... 
Y oh, la música calma, misteriosamente calma, que de repente eran las niñas... 
Mas el cielo volvía, todo de nubes vagas, 
con lagunas de sol gris, de una vaga desesperación 
en la penumbra sinuosa, que era de duelo después, 
ante el azoramiento que de nuevo iba a cerrarse sobre las vidas casi al aire... 
Y así las niñas, otra vez, hacían suya la amenaza, 
y absorbían la noche como otras aves perseguidas... 
Y no era solamente la noche, ay, la cruel: 
unos días de pez, opacos, aparecían lo mismo que el destino, 730 
o en una duda amarilla, terrible, bajo el lodo de las nubes... 
y todo parecía oprimido, contraído, por las especies del miedo, 
en una suerte de sueño condenado, con aristas... 
o bien era un retraimiento duro tras minerales algo lúgubres o hálitos de vidrio, 
bajo el propio sol frágil que no llegaba a posarse, 
herido, aun antes de palidecer, por unos filos oscuros, oscuros... 
Y ellas, efímeras de aceros, o absortas, fugitivamente, de óxidos, 
temblaban, prematuras, en un sur de más allá... 
delicadas asimismo, como el sol, en una sombra invisible-
Pero, a pesar de la helada, también, 740 
una piedad serena, de repente, se entibiaba hacia las diez, 
y era una leve dulzura, casi azul, sobre los montes algo tristes 
que descendían a la costa lejana en una gasa de espinillos... 
Y era un aliento de luz en que alguien sonreía 
al camino que ondulaba, antiguo, entre los espinillos de la calle, 
y a las hierbas medio blancas que de otro lado se iban 
en una ligereza de iris, con algunas matas aéreas, 
hacia una paz interior de ganado entre los árboles... 
Y sonreía asimismo a un infeliz envuelto en su cansancio, 
que apoyada la cabeza en un tronco, extendido, 750 
En el aura del sauce El alma y las colinas 513 
miraba sin ver dos pétalos perdidos que latían, niveos, 
sobre una florecilla celeste y oro, aún libre entre las briznas 
confundidas por poco con sus manos en una misma cera... 
y que seguiría con sus deshechos y su bolsa y sus casi suelas únicas 
por los rumbos del mediodía y de la tarde, sin encontrar nada, quizá... 
Mas la sonrisa no pasaba de las quince... 
Aunque un adagio de un cristal excesivamente celeste, ay, 
se desplegaba después en una subida que se diría metafísica, 
por junquillos y geranios infinitamente diluidos, 
hasta unas retamas también diluidas en un agua de agonía... 760 
Y era la helada misma, a veces, la que irradiaba de novias 
una danza de hondos tules y de hialinos ñandutíes 
que en movimientos irisados parecía buscar la selva en un aire de pudor-
de íntimo pudor, también, por lo que había de cruel en esa gracia... 
Pero la selva, por Mojones, era una pura trama 
en la urdimbre de un sueño que todavía nevaba 
sobre los pastos y los tajamares perdidos, a pesar del grito de los teros... 
y sobre alguna que otra vara humana, de pesadilla aún... 
Y las niñas vieran más tarde lo que esta vara era por allí: 
un auto, casi nuevo, absorbido, se diría, por un bache, 770 
en una soledad de dos hombres que ya miraban, buscando, la otra soledad, 
entre un dulce motín de ojos bovinos, junto a los alambrados, es cierto... 
pero he aquí que aparece, sobre la misma línea de la esperanza, un carro, 
un carro todo lleno de leña pero que no anda como aquélla... 
Y es al fin una atención, color de leña, que ágilmente se adelanta 
y desata en un segundo la noble fuerza requerida, 
aventurando un poco el equilibrio de la carga... 
y que luego no acepta nada, nada, sencilla sobre el barro 
y lenta entre los tiros,para seguir su marcha hasta Federación 
por el día y la noche del monte, con los recursos justos... 780 
por el anochecer del monte: por ese silencio gris-morado 
Juan L. Ortiz Obra Completa 514 
que subía y bajaba, terriblemente igual, en un estéril maleficio... 
Y ese hombre seco y fácil, fácil para la llama del servicio, 
hubiera podido darse, sin embargo, la suplementaria compensación 
de una asada delicia o de un regalo para el hijo, 
pero no era sino esa llama cuando algo la encendía, 
y continuaba así puro, de dormido calor, como otra leña humildísima, 
tras una sonrisa negadora que era una mariposa de estoicismo... 
Y era, además, una manera de alivio hacia el mediodía de Julio 
en un polvillo de luz algo soñoliento de matices... 790 
y las niñas parecían remontar otra vez su movimiento casi suspirado 
en sorpresas de velos que muy apenas eran, alados 
o aéreamente sumidos en una tenuidad reciente o mustia... 
Y venían, después, por la selva, otras finuras del invierno: 
una delicadeza medio transparente en un recamado sin fin 
de troncos y de ramas en un verde gris también sin fin 
sobre increíbles fantasías de dibujos lienados o marchitos 
o de sienas desvanecidos acariciados de lila... 
Y era esa dulce luz verde-prusia, tocada de blanco todavía, 
la que no concluía de bordar, femeninamente, el monte... 800 
Pero eran todas las cortezas las que jugaban en verdad 
a los pasajes más sutiles en la armonía desnuda y minuciosa 
que los ravelianos magos natales iban inscribiendo en el aire 
con los bemoles ligeros o graves de aguaribayes y algarrobos 
y las leves finales, rosa pasado o glicinas lueñes, del confín... 
Y las finuras daban, bajando, a un atardecer del Villaguay: 
a una luz y a unas líneas y a una gracia de Utamaro 
con que unos pinceles eternos despedían el día por allí 
en una pura revelación de alguna rima telúrica 
o de esa desconocida afinidad con el extremo-este 810 
que en otro plano se había dado en esa vidalita enfrente de la noche, 
en esa sonrisa que iba uniendo los campesinos en la fe, 
En el aura del sauce El alma y las colinas 515 
en esa otra, como un pétalo, sobre el encendimiento gentil... 
y en esa nobleza misteriosa de ciertas actitudes y gestos y ritos 
sobre la penuria misma y en el seno de los más perdidos espinillos... 
—Oh, lo que habían visto también por los rincones escondidos, las niñas; 
un algo que emergiendo del propio drama humilde 
lo hacía radiar a veces hasta la más alta esperanza... 
Y ellas que encontraran su modo de plenitud 
en la llama interior de los gráciles perfiles, 820 
en la curva simple, amante, de Mozart, 
se reconocían en ese algo como en un fluido hermano 
que trascendía gentilmente un señorío tímido, sin "nada"... 
Y tenían fe en que ese resplandor se alzaría a la altura de los deberes que vendrían, 
pues los solos honores del pasado 
no podrían ser las columnas del seguro porvenir... 
Y se veían ya abonadas y pulsadas de unas bestias "insensibles"... 
y consideraban ya la lucha contra la soledad, en el campo al fin de ellos, 
con todos los nombres de la ayuda y de la unión para el amor con raíz... 
y eran las pupilas, es cierto, más que ahora, de todos los colores, 830 
haciendo suya, recién, 'la esperanza de los ojos", bajo la gama de los días... 
Y no temían, no, a los humos industriales de después, 
porque habría muchos árboles, aclimatados y nativos, para recogerlos dulcemente... 
y las estaciones, además, conservarían su rostro fugitivo... 
y ello aparte de las "ciudades verdes", de las "ciudades jardines", 
de la "ciudad jardín", que sobrellevarían, consecuentes, 
con sus corazones vivientes, eso sí, y sus hogares, y sus órganos, y sus símbolos, 
con las voces todas, aéreas, de la delicada comunión, 
en una purísima ciencia de la luz... 
ellas, que andando como lo hacen las gracias, 840 
habían soportado y soportaban, sobre las nubiles espaldas, tanta inútil desdicha. 
Y así, no era nunca su danza la del solo drama de la luz, 
ellas también como los hombres, y por los hombres, 
con su vida por ser, para la final liberación... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 516 
Y en esta tensión, lo habían visto, era el nacimiento de otro héroe. 
"El héroe de la acción común, que no requiere las grandes ocasiones 
que exaltan comúnmente a los más bajos", 
ni está hecho "de ese poco de delirio, de ese poco de vanidad, 
de esa gran terquedad y de ese placer deportivo vulgar", 
como el de la veneración tradicional: 850 
silencioso y anónimo lo mismo que un soldado desconocido... 
Un héroe simple, sí, hecho de dominio de sí mismo, 
en la humilde verdad de un corazón que estrecha el infinito, sin embargo. 
Y atento y sin miedo a ninguna vía de salvación 
porque viene del amor de los siglos y la salvación es la estrella... 
Y es un héroe, ay, que llega de los mártires, 
"de los mártires que vivieron cien veces su propia muerte", 
pero que trae la victoria de los mártires 
"como la paloma del arca, con una ramita que es un signo..." 
"Y es la suya una manera de ser hombre 860 
después de haber atravesado aún la noche de los túneles, llena de amenazas..." 
con horror a la sangre, en la sangre de todos los instantes, 
aliando pacientemente todos los ojos que buscan, 
inclinado sobre las llagas profundas y los temores sin edad... 
y que no teme morir porque está 'ligado al gran sueño de todos que no puede abortar...". 
Y a fe que las niñas adoraban esta santidad unida 
que no aceptaba la fatalidad, y se la endosaba, no obstante, 
cuando su lucha y su cumplimiento lo exigían; 
que desechaba toda concepción cómoda, y era en el centro de todos, de todos los peligros; 
que iba a transformar el mundo y a cambiar toda la vida, 870 
serena, serenísima, y hasta cantando, como la otra, 
"en el holocausto ordenado por el odio para calmar el miedo...". 
Y como los efluvios de la época no conocen fronteras, 
ellas bañaban ya en los de la dulce confianza: 
En el aura del sauce El alma y las colinas 517 
sí, a la séptima vez, las viejas murallas caerán, 
"y el tiempo de las moradas más bellas que las catedrales, vendrá...". 
Pero no había en ellas uno como aire de evasión 
en su mismo movimiento hacia la perfección que les daba la música 
y a la que ellas dedicaban, a su vez, los pasos que iban creando? 
¿Un sutil desgarramiento que las hacía indecisas por momentos? 880 
Y era una escena el mundo, ahora, con terribles comedias... 
Y más allá, lejanas, eran l a s mil sonrisas de lo único", 
el cosquilleo infinito de Maya, la danza cósmica de Shiva... 
Krishna llamando con su flauta a los múltiples destinos-
Mas de su fino embotamiento las traía de nuevo el cariño 
que tenía en lo profundo, firmemente, los hilos... 
Y miraban, sí, con su mirada, en un suavísimo esguince de tristeza, 
como esos paisajes que hirieran a Miró... 
Habían sido divididas, también, cambiadas, domadas... 
El arado las había desgarrado, la azada despedazado, y ellas resignadas... 890 
Venía la noche y seguían en su danza 
con sus follajes y sus aguas en sus mismos amores y deberes... 
y las descubría la mañana y continuaban, al parecer, iguales 
con la misma imaginación de ramas y la misma irisación sin nombre, 
con la misma red de arroyos y la misma sedería de arenas... 
Vivían asimismo, melodiosamente, una suerte de quietud: 
esa paz misteriosa de sus propios movimientos, 
íntimamente libres, sin embargo, pero que les cerraban un mundo 
en que aparecían con un aire de muertas, muertas, en una vida inaccesible... 
Llovía o locos vientos las deshacían, las tendían... 900 
Y ellas niñas, niñas, esperando siempre, como niñas... 
No, no eran queridas tampoco por el hombre ni se sentía su sueño... 
¿Cómo, los que podían, no se dejaban ganar por su dulzura? 
Juan L. Ortiz Obra Completa 518 
Sólo algunos poetas, ¿cuántos? que miraban más allá de sus imágenes 
con una beatitud de pajarillos sobre el abismo de la tarde... 
Mas eran la inquietud pura, y eran elardido amor en vela... 
Y así las veía Julio llegar a su final, 
transidas a veces de su misma luz, pero danzando, 
no dejando de danzar ni aun en la nieve invisible, 
y vueltas, vueltas, sobre todos los silencios humildes 910 
que ya no parecían vivir bajo una invocación sólo, ay, de ramas... 
Oh, ellas no estaban sordas de tanto oír crecer las hierbas, 
y sentían, en dolorosas, todos, todos los latidos inocentes crucificados por el frío... 
Pero Julio las veía entonces también, 
oscuras de violetas aradas y huidas sequizamente de luz, 
subir de repente con una sonrisa de alfalfa sobre una ruina de maíz, 
bajo un suspiro de diamante que se olvidaba, lejos... 
Y venía Agosto, y hacia la mitad, casi de súbito, 
las nieblas aparecían niñas como ellas 
con una dulzura hesitante entre las ramillas algo lilas. 920 
Y era asimismo la línea de una melodía que se buscaba 
en parecida medida a la de ellas, temblando... 
Alma ligera en el aire, ya de ave, 
hasta hacer el día, ya de ave, sobre el sueño de la tierra... 
Pero era el sueño de la tierra el que no se hallaba, y subía 
en unas frases de surtidor adivinado... 
Oh, la tímida ilusión de vapor y cristal 
con que el espíritu profundo quería volar sobre la muerte... 
Y era hacia el fin de nuevo una palidez casi febril 
detenida al atardecer tras unos perfumes oscuros, 930 
con no se sabía qué de flor sobre algunas cosas que nadaban... 
Mas erraba, además —ya lo habían sentido al término de Julio—, 
cierta luz de despedida que confundía a las niñas: 
En el aura del sauce El alma y las colinas 519 
¿cómo, se entristecerían también ellas porque se iba a ir "la sombra"? 
Y alguna noche se abría, se abría, con una delicia por nacer... 
y bajaba con ellas como aspirándose a sí misma... 
Y en la propia media tarde, delante de su danza, 
era un misterio tierno, ternísimo, que se abatía, todo de luz, 
o radiaba de lo hondo, de la hondura humilde, y era un ala en el miraje... 
Y llegaba Setiembre, luego, con su alba más puramente niña, 940 
volada como una mariposa, es cierto, 
de un silencio y de una muerte que habían sido casi fatales 
para los que no tenían sino su Uamita; en algunos, ay, medio sonámbula... 
fatales, sin saberlo, ellos, los magos de esos tirsos alados 
que ofrecían a la dicha de todos con una gracia primera, 
tras las labores finísimas del sueño en los abismos de la diosa... 
Era, pues, el juego primero de la Madre, la de la fábula, 
con las palabras nacidas de las cosas en una gran alma, 
y floreciendo unas en otras las cosas con nuevos pensamientos? 
¿Era la sombra y la luz, ya, en una claridad inédita? 950 
¿Era la muerte y la vida, ya, en un amor desconocido? 
¿Era la tristeza y la alegría, ya, dándose la mano? 
Y las niñas, en la quimera ya, suavísima, de un verde amanecido, 
danzaban, si cabía, delante de su f e -
danzaban, si cabía, más ingrávidas que el aire mismo de su fe, 
bajo invisibles guirnaldas sobre un mundo recién niño, 
con la poesía como estrella única del canto y de la vida; 
mejor, como rosa en el fuego de la experiencia total, 
o como perfume o cristal herido por los reflejos de la piedad sin límites, 
o finalmente desnuda como una hija del mar... 960 
hacia la vida misma, la existencia misma, el conocimiento mismo, el amor mismo, 
temblando todavía en su pureza, más allá de las formas y de las cualidades, 
más allá de los laberintos y las redes, en el camino de la esencia, 
Juan L. Ortiz Obra Completa 520 
pero creadora ya y dirigiendo la creación-
Mas con la poesía también como ángel natural del cielo de la ofrenda 
y de la infinita participación, sobre las voluntades imantadas 
que hablarán a su vez con la dulce fuerza de un poema 
al hacerse ella carne, y latidos, y acciones, más allá de los pronombres... 
¿Pero es que las niñas sólo soñaban? 
¿No se inflaba ya la vela y no avanzaba ya el navio? 970 
No se era otra ave de los aires, no se había divido el átomo, 
no se había seducido a las hadas de Hertz, 
no se había vencido al frío en sus dominios extremos? 
¿No se había fundido las cadenas seculares con la estrella de Octubre, 
alta ya, muy alta, sobre los talleres y los trigos? 
¿No se había tendido al horror gamado en su cubil? 
¿No iba a dejar de ser una "mercancía" el pan, allá, 
para la primera eucaristía real de una hermandad de millones? 
¿No había más de un tercio de las manos humanas, 
puras al fin del tráfico, en la masa de los sueños? 980 
¿No había ya millares para dominar el egoísmo en sus más íntimas semillas, 
haciendo surgir en lo íntimo las "opuestas oleadas"? 
¿No era ya la nueva conciencia en una unidad libre de azucena, 
y, oh sorpresa de los tiempos, no se estaba ya en 'la revolución por la delicadeza"?... 
Y celestes, celestes, en las iniciales horas satinadas con fondo de miosotis, 
llegaban de celeste anochecido a la orilla del río, 
bajo la mirada que no moría, ah, que no moría, del cielo 
con un oriente vago y pálido de no se sabía qué luna... 
Y más celestes aún, como una música por encima de su mismo espacio nocturno, 
flotaban ya, dulcemente, en una mañana de calandrias, 990 
pero más allá de las calandrias y de la danza que decían, 
era aquel cielo accesible, al fin, abriendo, con ellas, la ronda del gran día... 
Juan L. Ortiz Obra Completa 904 
El alma y las colinas 
Las col inas 
La personificación, sea de elementos abstrac-
tos (el amor, la discordia, la furia) o de elemen-
tos concretos (objetos y animales), es una 
figura muy difundida tanto en el habla cotidia-
na como en el lenguaje poético. La poesía de 
Ortiz no es ajena a este recurso y, desde sus 
primeros poemas, calles, árboles, ríos, no-
ches, cielos, se mueven o sienten como perso-
nas: 
Como una niña la calle 
a las escondidas juega 
Incluso es llevado, en algunas ocasiones, has-
ta su límite imposible, la empatia, en la fusión 
del "tercero" personificado (él o ella) con el 
"yo" poético: "Era yo un río", "Rama de sauce 
soy", "soy un ave". 
Dentro del sistema dialógico que poco a poco 
va desarrollando la poesía de Ortiz, en el poe-
ma "Entre Ríos", de El agua y la noche, aparece 
un "tú" invocado que no tiene género ni núme-
ro sino en los atributos que recibe de su luz, 
su cielo, sus ciudades y su tierra. Principal-
mente de la tierra, ella, que con su "encanto de 
mujer" tiene: 
En el aura del sauce Notas 905 
v.9 apenas si una suave melodía de curvas 
En el poema "Colinas, colinas..." de El álamo 
y el viento, se presentan "ellas" ya en una 
parcial mudez: 
v.2/3 Colinas, colinas, descomponiendo o 
[ reiterando matices aún fríos 
o no pudiendo decir plenamente el oro y el 
[ celeste, fluidos, de los cultivos. 
Ahora, en "Las colinas", esta figura de la per-
sonificación se extrapola de tal manera que se 
constituye en el recurso principal del poema, 
y el objeto personificado en su personaje cen-
tral. Un personaje que, físicamente, es un gran 
personaje (sus dimensiones no pueden ser 
abarcados por la mirada) y que, al mismo 
tiempo, es un personaje plural (pluralidad que, 
como el coro de la tragedia griega, adquiere 
unidad con el sentido de su danza). A esta 
acentuación de laf igura contribuye, sin dudas, 
la extensión del poema. 
Las colinas, que están en todo lugar y en todo 
tiempo (por eso mismo son un no-lugar y un 
no-tiempo), se presentan como un testigo 
ideal de las cosas que pasan alrededor. Mudo 
testigo al que el poema presta su voz, y cuyo 
"pensamiento", entonces, fluye con un ritmo 
propio. Este mismo recurso constituirá el sis-
tema de sustentación, más adelante, del libro 
El Gualeguay donde el centro del espacio y del 
tiempo será el río. 
En su "Estudio preliminar..." Veiravé dice que 
el poema "Las colinas" no se puede reducir 
con facilidad a esquemas fragmentarios por-
que "sus dimensiones parecen no impuestas 
desde afuera, sino desde la fluencia interior". 
Muchos años después, en su libro La experien-
cia poética, repite la misma fórmula, que deja 
sin resolver, y se limita aestablecer una com-
paración entre el poema y "Luz de provincia" 
de Mastronardi (comparación obvia, por otro 
lado). 
El único estudio analítico que se ha hecho 
sobre el poema es el de Pedrazzoli (que ya 
había estudiado la obra de Ortiz para la Enci-
clopedia de Entre Ríos, tomo 6, área Literatu-
ra), en su libro Aproximaciones a la poesía de 
Juan L Ortiz, donde le dedica un capítulo que 
parece desoír, de manera sistemática, la ad-
vertencia de Veiravé. 
En un poema de las características de "Las 
colinas", donde se pueden distinguir algunas 
partes (hay incluso asteriscos que separan 
unas de otras), éstas sólo pueden ser conside-
rada en esa "fluencia" que las conjuga. 
Entre los versos 1 y 45 (que terminan en unos 
asteriscos de separación), tendríamos una pri-
mera de estas partes, donde se describe el 
movimiento que, con la luz, adquieren las co-
linas a lo largo de un día de octubre. En estos 
45 versos está contenido el día, como en los 
casi mil versos de todo el poema estará conte-
nido el año (de octubre a octubre). Así como 
la luz (físicamente hablando) recorta en el 
paisaje, en un instante, una colina o un conjun-
to de colinas contra un todo de colinas, y en el 
momento siguiente vuelve a confundirlos, par-
tes y todo, de la misma manera el poema 
buscará esa oscilación entre sus propias par-
tes y su propio todo. Así también, parte dentro 
de una parte, se señala en este día, desde el 
comienzo del poema, un instante de observa-
ción dado por el "recién": 
v . l /2 ¿Veis esas niñas que en Octubre bajan 
[ rítmicamente 
como para mirar recién el río Paraná? 
y un punto de observación junto al río Paraná 
(desde el nivel del río), en la ciudad de Paraná, 
de espaldas al río, de espaldas al sol de la 
tarde, mirando hacia las colinas sobre las que 
se alza la ciudad. Este punto se desplazará 
luego (como un índice sobre un mapa), si-
guiendo el movimiento de las colinas, al este 
hacia el interior de la provincia hasta llegar al 
río Uruguay, hacia el norte hasta La Paz, y 
hacia el sur, por el camino de la costa, hasta 
Gualeguay. 
En "Primavera de las colinas" (ver Los amigui-
tos y notas), una prosa anterior a la escritura 
de "Las colinas" (a tal punto que hay fragmen-
tos que se corresponden al poema de manera 
casi textual y que son quizás su génesis), se 
Juan L. Ortiz Obra Completa 906 
busca describir ese mismo instante, ese re-
cién, anterior al crepúsculo "en que el lila azu-
lado, muy tenue, parece como esponjarse a 
causa de un anhelo que no obstante lo había 
llamado". En esta prosa la ubicación del punto 
de observación es más clara que en el poema: 
junto al río, en el barrio del Puerto Nuevo, 
mirando hacia arriba "por encima de los jaca-
randaes". 
En una segunda parte del poema, entre los 
versos 46 y 208, se quiebra este punto de 
observación y el poema se desplaza, siguiendo 
la ondulación de las colinas "entre los grandes 
ríos", a lo largo de la provincia. Pedrazzoli, con 
notable esfuerzo, busca corresponder este 
fragmento descriptivo del poema con la geo-
grafía, tratando, según dice, de "mostrar el 
profundo conocimiento que Ortiz tiene del 
ámbito provincial". Así rastrea las localizacio-
nes que, en el poema, son precisas en el nom-
bre de las ciudades: Concordia (v.107), Colón 
( v . l l l ) , San José (v.H2), Diamante (v.185); y 
en los nombres de los ríos: Paraná, Uruguay, 
Villaguay (v.94), Gualeguay (v.102), Yuquerí, 
Gualeguaychú (v.116); y que son menos pre-
cisas en algunas alusiones a esos nombres: 
Concepción del Uruguay, que es el lugar de 
nacimiento de Ana Teresa Fabani (v.8o), pero 
en un juego de citas con el poema "ATeresita 
Fabani" del libro La mano infinita-, 
v. 19/21 Oh, si esa melodía oscura de tu alma, 
se hubiera fundido dulcemente, y en 
[ seguida 
con las ondas que traerían ahora el día 
[ profundo, musical 
o en la alusión a Victoria, una ciudad edificada 
(en un orden que el poema invierte) sobre el 
saqueo del territorio del indio (como una nue-
va Roma de siete colinas), sobre la tachadura 
del nombre que anteriormente tenía el paraje 
(La Matanza) y sobre la explotación de las 
canteras de cal: 
v. 175/7 Y a pesar de sus huesos de "caliza", 
[ leves eran de anhelo, 
y fueran "siete", las más altas, en la "victoria" de 
[ la gracia, 
las que extendieran mejor la vista sobre los 
[ anegadizos ya del cielo... 
Estas localizaciones establecen correspon-
dencias previsibles con la distribución geográ-
fica de las colinas y de los ríos en el territorio 
provincial. Las colinas, las "cuchillas entrerria-
nas", se conjugan con los ríos: desde el norte, 
hacia el lado de La Paz, en pendiente este-oes-
te, con el arroyo Feliciano; en el centro de la 
provincia las cuchillas Grande de Montíel y 
Grande con el río Gualeguay que corre entre 
ellas; y al sur las lomadas que corren en direc-
ción norte-sur con los ríos Gualeguaychú, Cié 
y Nogoyá; pero también se conjugan con las 
ciudades, las que están sobre las costas de los 
ríos Paraná y Uruguay, o las ciudades de Dia-
mante, Victoria, Gualeguay y Gualeguaychú 
que, al sur, forman una línea que indica el 
límite con otro paisaje: la llanura del delta. El 
poema, en este momento descriptivo, busca y 
realza estas conjugaciones en su desplaza-
miento entre colinas, ríos y ciudades "reales", 
que es lo que Pedrazzoli busca comprobar. 
Pero el objeto provincia del poema (en su 
globalidad, en este momento descriptivo) es, 
más bien, un objeto simbólico, un mapa, pla-
gado, a su vez, de referencias no físicas (a la 
historia, a la propia poesía de Ortiz). Este gran 
objeto provincia, un símbolo del territorio, de 
pronto, en un momento siguiente, se invierte 
y se vuelve extremadamente real, en la huella 
de un camino, en un insecto aplastado por 
unos niños que es rápidamente devorado por 
las hormigas (v.257/62). En esta oscilación 
extrema entre lo máximo y lo mínimo, entre 
el día y el año, entre el instante y el paso del 
tiempo, entre el mapa símbolo y una imagen 
real, se juega esta fluencia, este "pensamiento" 
de las colinas: 
v.211 Dulcemente parecen perdidas siempre en 
[ un debate 
La delimitación que Pedrazzoli hace de lo geo-
gráfico es la primera de una serie de delimita-
ciones temáticas que realiza sobre la exten-
sión del poema (la geografía, el clima, la histo-
ria, el trabajo, lo social), intento muy al tono 
En el aura del sauce Notas 907 
con su quehacer como director de la Enciclo-
pedia de Entre Ríos, editada en Paraná, que se 
construye sobre estas mismas parcelaciones 
escolares. Es interesante leer el trabajo de 
Pedrazzoli en el sentido de que, si bien "Las 
colinas" como poema extenso (en un trabajo 
extensivo que se había iniciado en el poema 
"Gualeguay" y que se continuará en el poema 
"Entre Ríos" y, más adelante, como ya dijimos, 
en el libro El Gualeguay), e s una summa tota-
lizadora de temas y formas, lo es, más que 
nada, por las resistencias que ofrece a lecturas 
parciales. Por la manera como el conocimien-
to del poema se relaciona con el conocimiento 
del lector, "Las colinas" podría pensarse como 
una anti-enciclopedia de Entre Ríos. 
En "Las colinas", si bien se desarrollan todas 
las temáticas enumeradas por Pedrazzoli, 
como bien advierte Veiravé: "ni las indicacio-
nes del nombre de los meses, ni las estaciones 
del año, ni siquiera el nombre de las ciudades 
entrerrianas constituyen fragmentos unitivos 
o núcleos didácticos". Hay una conjunción na-
rrativa e incluso dramática que pone a todos 
estos elementos al servicio del poema. En este 
segundo momento (v.56/208), concretamen-
te, se desarrolla la "descripción" geográfica a 
lo largo de la Primavera, en consonancia con 
la estación, con las posibilidades de su parti-
cular luz y de su tempo "no-dramático". A este 
momento de calma, descriptivo, que termina 
en diciembre: 
v.208/10 De un río a otro han danzado las 
[ niñas hasta Diciembre, 
y hacia arriba y hacia abajo por todos los lados 
[ de la brisa... 
¿Pero es que en el verano dejan de danzar? 
le sucede

Continuar navegando