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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Psicología División de Estudios Profesionales Discurso, Locura y Psicoanálisis TESIS Que para obtener el título de Licenciado en Psicología Presenta Sergio Isaac García Nieves Directora: Dra. Patricia Corres Ayala Revisor: Lic. Oscar Alberto Clavellina López Sinodales: Dr. Pablo Fernando Fernández Christlieb Lic. Blanca Estela Reguero Reza Mtro. José Vicente Zarco Torres Asesor metodológico: Mtro. Ricardo Trujillo Correa CIUDAD UNIVERSITARIA, CIUDAD DE MÉXICO, NOVIEMBRE 2018 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos A los profesores que realmente se responsabilizan de su noble profesión para hacer crecer a sus alumnos. A la Dra Patricia Corres, por tomar la dirección de este trabajo y por despertar mi interés por la filosofía y la psicología. A Ricardo Trujillo, mi profesor y amigo, por ser un guía durante la licenciatura. A Pablo Férnandez y Francisco Pérez Cota y Blanca Reguero por sus clases que me dejaban siempre una inquietud por conocer. A mi mamá, por todo el apoyo que me has brindado. A mi hermano, con quien he compartido lo mejor y lo peor de la vida, por tu cariño. A mis amigos de la facultad: Tomena, mi güera , Ximena Yañez, Inés, Maika y Moni por estar en las buenas y en las malas, y por todo el afecto que me dieron. A mi psicoanalista Maurico González, por su escucha. 1 ÍNDICE Introducción ............................................................................................................................. i Capítulo 1. Revisión de la historia de la locura de Foucault .................................................. 1 1.1 Historia ...................................................................................................................................... 1 1.2 Terapéutica ................................................................................................................................ 7 1.3 Internamiento .......................................................................................................................... 11 Capítulo 2. La psiquiatría y sus mecanismos de poder ........................................................ 22 2.1 El ejercicio del poder en la práctica psiquiátrica. Diferencia entre poder soberano y poder disciplinar ...................................................................................................................................... 23 2.2 La terapéutica y los mecanismos disciplinares de la psiquiatría ............................................. 28 2.3 Disonancia entre práctica y discurso de la psiquiatría ............................................................ 31 2.4 Lo normal y lo patológico ....................................................................................................... 34 Capítulo 3. Locura y psicoanálisis ........................................................................................ 44 3.1 El inicio del psicoanálisis ........................................................................................................ 44 3.2 Actos fallidos .......................................................................................................................... 46 3.3 Sueños ..................................................................................................................................... 51 3.4 Chistes ..................................................................................................................................... 58 3.5 Neurosis ................................................................................................................................... 62 3.6 La sexualidad en Freud ........................................................................................................... 72 3.7 Psicosis .................................................................................................................................... 74 3.8 Psicosis para Lacan ................................................................................................................. 79 Comentarios finales .............................................................................................................. 91 Referencias ........................................................................................................................... 94 Anexos .................................................................................................................................. 98 i INTRODUCCIÓN La Locura es un tema polimorfo que ha sido abordado por múltiples disciplinas. Para la psicología, considerada como una ciencia reciente, la locura funge como uno de los temas centrales. No obstante, según la perspectiva teórica, este tema es estudiado de manera particular. Dicho lo cual, gran parte de las elaboraciones epistemológicas de la psiquiatría y la psicología han encasillado a la locura y se han aproximado a su estudio de forma reduccionista, relegándola así a los manuales y a la moralidad1 que defienden dentro de su papel como ciencias encargadas de la salud mental (Braunstein, 2013). Partiendo de la proposición enunciada por Bachelard: “toda ciencia particular produce, en cada momento de su historia, sus propias normas de verdad” (Canguilhem, 1966, p. IX). Cabe plantearse entonces cuáles son las normas de verdad que rigen al tema de la locura para la psicología y la psiquiatría. Lo cual exige realizar una descripción del fenómeno de la locura dentro de un horizonte histórico. Y así poder problematizar su prácticas sociales y médicas. Situar a la locura en un horizonte histórico quiere decir llevar a cabo una descripción a través del tiempo que, como dice Michel Foucault (1964), “siga el encadenamiento de las estructuras fundamentales de la experiencia, la historia de lo que ha hecho posible la aparición misma de una psicología” (p. 548). El hacer un recorrido histórico de la experiencia de la locura no sólo permite conocer una estructura pasada, sino también entender cómo se constituyó dicha experiencia hasta hoy, guardando incluso remanentes. Además, ayudará a comprender cómo se constituyeron disciplinas como la psicología o la psiquiatría, así como su forma de concebir la enfermedad mental. Por esa razón, se buscará llevar a cabo un trabajo documental que describa de manera general lo referente a la locura. Este breve recorrido histórico comprende desde los inicios del internamiento en la época clásica, siglo XVI, hasta la conformación de los hospitales pisquiátricos en el siglo XX. 1 En el presente trabajo se tomará “moral” desde la propuesta de Foucualt. “[…] un conjunto de valores y de reglas de acción que se proponen a los individuos y a los grupos por medio de aparatos prescriptivos diversos, como pueden serlo la familia, las instituciones educativas, las iglesias, etc” (Foucault, , 1976, p. 26) ii Para continuar con la concepción “manualista” de la psicología y con el dimaetral cambio de la forma de concebir a la locurapara el psicoanálisis en el siglo XX. Foucault será la base para realizar dicho recorrido, por tanto, se me podría objetar que se toma como punto de partida un punto de vista europeo. Incluso, se podrá poner en duda la validez que tiene este recorrido para la experiencia de la locura en México debido a posibles diferencias culturales. Sin embargo, la experiencia de la locura en México desde el siglo XVI, es decir, desde la colonia, es, de manera general, una herencia de la experiencia europea, aspecto que se irá describiendo a lo largo del texto, pero, como un adelanto, vale la pena mencionar que la experiencia de la locura para México está influenciada por un par de fenómenos específicos que provienen de España. En esta región, aparecieron los primeros hospitales de insensatos, fundados a finales del siglo XV, i.e. Valencia (1409), Toledo (1483), Valladolid (1489) y Sevilla (1436) a diferencia del resto de Europa que tuvieron hospitales avocados específicamente a la locura hasta finales del siglo XVIII (Foucault, 1964). Es muy probable que esta precoz construcción de hospitales en territorio ibérico haya ocurrido gracias al legado del mundo árabe, pues se tiene registro de hospitales para locos en Fez en el siglo VII (Foucault, 1964, p.131). Dicho esto, resulta lógico que el primer manicomio de México, el hospital San Bernardino establecido en 1567, haya sido fundado por Bernardino Álvarez, un soldado español que nació cerca de Sevilla (Sancristán, 2005, p.12). Asimismo, la procedencia de España indica el rol protagónico que tuvo el catolicismo para el financiamiento y estructuración moral de los hospitales psiquiátricos desde el siglo XVII. Por ejemplo, el hospital del Divino Salvador fundado en 1687 por un carpintero quien, comovido por la demencia de un familiar, usó su casa para asistir a mujeres con signos de locura y que después fue patrocinado por el arzobispo de México, para finalmente erigirse como hospital por los jesuitas. (Sancristán, 2005 p.14). La moral cristiana regirá entonces aspectos fundamentales como el tratamiento. Este es el caso del Hospital de San Hipólito donde los enfermos debian ir a misa, rezar y expiar para librarse de la maldición que significaba su enfermedad y que bien podía ser causada por su falta de fe. (Leiby, 1992) Salvo estos dos aspectos –la moral cristiana y la pronta aparición de los hospitales psiquiátricos–, México y Europa en escencia compartirán los elementos que conforman la iii experiencia de la locura desde la época clásica hasta la psiquiatría moderna, la cual describiré a continuación. 1 CAPÍTULO 1. REVISIÓN DE LA HISTORIA DE LA LOCURA DE FOUCAULT 1.1 HISTORIA Desde el ancestro de la locura, la lepra, hasta el radical cambio del entendimiento de la locura gracias a la ciencia, Foucault exploró el tema de la locura y su transformación a través del tiempo en la época clásica. Así, por ejemplo, la locura ha sido un castigo divino para la parte final de la edad media. Los locos eran considerados criaturas condenadas por dios y, por tanto, eran expulsados de las ciudades, o bien, relegados a vivir en las afueras de las mismas. En el siglo XVI los inicios de la época clásica el loco no era considerado un enfermo, sino una bestia. La figura del loco estaba revestida por una capa de maldad. Razón por la cual se juntaban a los enfermos mentales con los criminales e incluso con los extranjeros. Y es que, durante gran parte de la época clásica, la locura ocupa la cara opuesta a la razón. El mismo Descartes la relega a la no existencia, a la falta de duda, al no-pensamiento, no es más que una forma de error y, como tal, se busca desplazarla hacia el olvido (Foucault, 1962). Ahora bien, es importante mencionar que lo que se sabe del loco para los inicios de la época clásica proviene de lo elaborado en el dominio de la razón. En realidad, la locura y la razón son un texto indisociable, pero el sujeto de la razón solamente percibe al loco, mientras que, al buscar interrogarse por la locura, la deducirá de una analítica de la enfermedad. Esta analítica de la enfermedad sigue una metáfora relativamente sencilla: la enfermedad se concibe en los términos del orden de la vegetación (Braunstein, 2013). Al respecto, Linneo menciona: “Los síntomas son con respecto a las enfermedades lo que las hojas y los soportes (fulcra) con respecto a las plantas (ídem). O sea, las enfermedades se categorizan con base en una nosología que pasa de entidades naturales (plantas) a entidades conceptuales (enfermedades), utilizando los mismos principios. El mismo Linneo en 1763 propone la primera clasificación rigurosas de las enfermedades mentales que hicieron posibles siete clases fundamentales de los padecimientos mentales: Demencia, Frenesí, Manía-melancolía, Estupidez e Histeria-Hipocondría (Braunstein, 2013) Pero ¿bajo qué 2 principios construyen los clasificadores las categorías? Y más importante aún ¿qué conceptos organizaban e incluso organizan aún la noción de locura? Para responder a dichas cuestiones hay que aclarar primero que la oposición del espíritu con respecto al cuerpo, originaria del siglo XIX y muy cercana a la experiencia médica de nuestro tiempo, es inexistente en la época clásica para el fenómeno de la locura, la cual afecta al ser humano en lo indisociable del cuerpo con respecto al alma. Partiendo de la propuesta de Foucaultiana, la estructura que compone a la locura estará conformada por tres pilares: la pasión, la imaginación y el delirio. Los cuales le darán forma a la experiencia de la locura (Foucault, 1964). Cuando el sujeto se encuentra con la pasión, un impulso primero que discurre hacia la locura se abre. La pasión es una condición de posibilidad de la locura que se instala como un movimiento cuyo reposo puede ser brutal y el andar se propaga indefinidamente. Éste puede ser algo tan familiar como un simple pensamiento de fuerza monstruosa, como el amor o la ira que parecen tomar el control, y cuyo recorrido pertenece ahora al dominio de lo irrazonable. En el paroxismo de este movimiento de actos violentos e insensatos, lo irracional queda en una libertad total que fragmenta al sujeto y a su relación con la realidad; nivel de lo irreal que sólo consigue fijarse en la imagen. El material onírico es un acceso a este ciclo de lo irreal. Al respecto, Kant afirma: “el loco es alguien que sueña despierto”, de igual modo, Schopenhauer indica: “el sueño es una locura breve”. Y ciertamente el soñante escapa de esta imagen al despertar, pero el loco, aunque es más que la imagen, está hundido en ella, sus actos no van más allá de su contorno, por ejemplo, Foucault (1964) retoma la idea de Sauvage, quien dirá que loco no es aquel que imagine ser de vidrio, sino quien cree estar hecho de vidrio y toma las precauciones para no romperse. Terreno ahora de la realidad imaginaria, la del fantasma que se anuda en un segmento del lenguaje en forma de delirio. No obstante, este delirio no es un habla desorganizada como podría pensarse. Al contrario, es tan organizada como el mismo lenguaje de la razón. Foucault apoyándose en Zacchias explica que el delirio tiene una lógica sumamente organizada, éste “avanza por juicios y razonamientos que se encadenan; es una especie de 3 razón en acto” (ídem), verbigracia, e irónicamente muy parecido al clásico silogismo aristotélico, un hombre con delirio de persecución encubre la siguiente proposición: Sujeto A y Sujeto B son mis enemigos; todos ellos son hombres; luego entonces, todos los hombres son mis enemigos. Otra persona, quien se dejaba morir de hambre, da muestra de su lógica de la siguiente manera: “los muertos no comen; ahora bien, yo estoy muerto, por tanto, no debo comer”. Un silogismo más: “la mayor parte de quienes han habitado esta casa han muerto, por lo tanto, yo, que he habitadoen esta casa, estoy muerto” (Zacchias, 1923) “El secreto que encubre la locura es pues que su lenguaje último es el de la razón, pero envuelto en el prestigio de la imagen […] formando una organización singular, abusiva, constituyente de la locura” (Foucault, 1964, p. 251). Como estructura fundamental que es el lenguaje para la locura, se profundizará en sus mecanismos en la sección final del presente trabajo. Por otro lado, en referencia al deliro, merece la pena explicitar su etimología; ésta se deriva de lira, que significa surco. De manera que delirio refiere a un alejamiento del surco, esto es, salir del camino de la razón, es decir, acto o palabra que rete, contradiga o niegue la razón puede ser tomado por locura. Tal vez la característica más trascendental de la locura es precisamente que se defina con base en una ruptura de los principios de la moral y de la razón. Ahora bien, después de haber descrito los conceptos fundamentales que organizan la experiencia de la locura, pasión, imaginación y delirio, se pude proseguir con las figuras principales Demencia, Frenesí, Manía-melancolía, Estupidez e Histeria-Hipocondría que han hecho posible aproximarse a una construcción teórica de la locura en la época clásica. Esto, no sin antes explicar de manera breve lo que son causas inmediatas y causas lejanas, ya que, así se podrá describir la tentativa por explicar la etiología de estos padecimientos en la época clásica. Cualquier cambio orgánico observable puede valer como causa inmediata, pero la capacidad de la percepción va más allá y explica por sí sola la etiología de las enfermedades. No es necesario conocer la naturaleza del dato empírico. Es como si lo percibido tuviera, por derecho propio, la explicación del porqué se desarrolla una enfermedad. Cualquier diferencia en peso, humedad, tamaño del cerebro puede valer como 4 causa para los padecimientos, es “una especie de valorización causal de las cualidades” (Foucault, 1964, p. 232). Para el siglo XVII, la explicación se guiará sólo por similitud de estructuras orgánicas y, posteriormente, en el siglo XVIII, se guiará por antecedencia y vecindad de los fenómenos orgánicos. Además, las explicaciones que provienen de los datos empíricos son tautológicas: lo sabido sobre lo patológico guía a la observación, y se deducen los síntomas patológicos a partir de la imagen causal. Las explicaciones que provienen de las causas inmediatas encaminarán al desarrollo teórico de muchas disciplinas encargadas de la salud mental, como dice Foucault, “hará posibles el materialismo, el organicismo y el esfuerzo por determinar las localizaciones cerebrales” (ídem, 1964, p. 237). Para las causas lejanas, al contrario de las inmediatas, las explicaciones se alejan cada vez más de lo empírico. En principio, se seguía una relación de antecedencia para los fenómenos del espíritu y poco a poco los acontecimientos que podían afectarlo fueron generalizándose hasta llegar al punto en el que casi cualquier fenómeno que fuera un tanto exagerado, valía como causa para los padecimientos –en tanto tuviera una relación conceptual con la enfermedad–. Entre muchas de las cusas lejanas podemos mencionar las siguientes: eclipses de luna, frutos de otoño, estreñimiento, pasiones del amor, vecindad de las minas de metal, estudios forzosos. (Foucault, 1964). Ahora bien, para la época clásica, los padecimientos siguen una mecánica de las cualidades que se transmite de cuerpo a alma, de órganos a conducta. Las características seguirán una especie de hilo simbólico que mantiene unido al exterior, con los órganos y con lo psíquico Habiendo aclarado lo que son las causas inmediatas y lejanas, es menester continuar con la descripción de las figuras principales de la locura para M. Foucault (1964). Comenzando por la demencia, la cual se entiende como una ruptura con la realidad, que no tiene síntomas como tal, pues cualquier desequilibrio puede valer para su origen y sus causas pueden ser por efectos en el cerebro o en los espíritus. Por tanto, es un concepto con explicaciones míticas. Como posibles causas se encuentran: En el caso del cerebro: golpes, malformaciones congénitas, tumor, rigidez de las fibras, volumen limitado, serosidad, gusanos encefálicos, deformaciones craneales. Con respecto 5 los espíritus: estos se pueden encontrar: agotados, sin fuerza, lánguidos, espesos. Inclusive el uso de opio, beleño, estramonio y demás sustancias puede valer como detonante de la enfermedades. El frenesí tiene las mismas características que la demencia, pero se diferencia de ésta porque se presenta con fiebre, cuya naturaleza está organizada por una dinámica simbólica del calor físico y químico. El calor físico es causado por un rápido movimiento de los espíritus y el químico por una inmovilidad de sustancias que se mezclan y ebullen. Por otra parte, el calor va a acompañado de una reacción psíquica de igual valor, esto es, las altas temperaturas del cerebro se traducen en un “fuego” irrazonable y hervor de fibras y vasos que se manifiestan en conductas irrazonables. En la estupidez, también conocida como idiotez o imbecilidad, su especificidad con respecto a la demencia no es clara. No obstante, parece que su rasgo fundamental se encuentra en la indiferencia del sujeto ante los objetos. De tal forma que esta perturbación se mezclará habitualmente con enfermedades sensoriales. La manía y melancolía son enfermedades que suelen representarse como los extremos de un continuo patológico. Dicho esto, la melancolía es la cara negativa de la enfermedad en donde las ideas delirantes del sujeto aparecen una y otra vez sin posibilidad de ignorarlas. La metáfora de la pesadez de las funciones se presenta como su signo característico. Se habla, por ejemplo, de “ languidez de fluidos, oscurecimiento de espíritus animales y sombra crepuscular que se extienden sobre las imágenes de las cosas”, “viscosidad de la sangre que se arrastra difícilmente por los vasos”, de “humor húmedo, pesado y frío”, “espesor de los vapores”, “funciones viscerales lentas”. Esta pesadez valdrá como una unidad que no será conceptual, sino sensible. Pese a que el delirio fungirá como el tema rector de la melancolía, será sustituido según Foucault por “[…] datos cualitativos como la tristeza, la amargura, el gusto por la soledad, la inmovilidad” (ídem, p.220). Estos datos serían mucho más cercanos al término actual de depresión que podría considerarse como la versión moderna de la melancolía. 6 Contrastando con lo anterior, la manía, antítesis rigurosa de la melancolía, representa una especie de sobreestimulación física que es explicada a través de una metáfora en la cual las fibras del cuerpo actúan por una resonancia de naturaleza musical. En cierto sentido, es como si el mundo trastocara al sujeto y le transmitiera cuanta cualidad contenga: lo desértico, “espíritus en una especie de incendio”, lo arenoso, ardiente, frágil, y violento que, mediante la vibración, llevan al sujeto al paroxismo de las fibras. (ídem, 1964) La histeria y la hipocondría para los siglos XVII y XVIII son vistas, en general, como la misma enfermedad, salvo la pertenencia al hombre o a la mujer; la hipocondría es la versión masculina y la histeria la femenina. Este padecimiento tiene una etiología que reposa en una contradicción simbólica. Por un lado, el ardor, causado por el amor y simbolizado por partículas y vapores, enciende el interior del cuerpo de tal manera que ocurre una ebullición interna, observable en los espasmos y en las convulsiones que provenían de los movimientos uterinos. Por otro lado, la debilidad de las fibras ocasionada por una vida en demasía cómoda y delicada, propio de las mujeres, es el origen de la tristeza, el abatimiento y letargo que sufren las histéricas. Es evidente que el saber de la histeria en laépoca clásica estará guiado por la moral. En esencia, se patologiza lo femenino, ya sea en la estructura orgánica: la matriz misma puede causar una enfermedad nerviosa mediante movimiento espontáneos; o bien, en las acciones de la mujer: el tipo de vida delicado y cómodo promueve la debilidad de las fibras y los síntomas que propician. Esta percepción moralizada de las conductas femeninas, es una característica también en nuestro país. Mancilla Villa (2001), haciendo referencia a los asilos durante el porfiriato, dice que para la mujer “la conducta sexual y moral sería reprobada por escapar al rol asignado por el estereotipo femenino” (Mancilla, 2001, p.236)2. No será hasta el siglo XIX que la histeria ocupará un lugar central en los padecimientos mentales y se le buscará explicar a través de los múltiples síntomas que externa. De cualquier modo, el concepto de la histeria no dejará la normatividad que la subyace, y guiará la sintomatología y la etiología. 2 (Mancilla, 2001, p.236) . 7 Estas figuras de la locura que fueron las más representativas de la época clásica, dejarán ver una serie de hechos que permitirá entender el proceso por el cual se fue organizando la forma de aproximarse al fenómeno de la locura para la psicología y la psiquiatría. Tanto el contenido simbólico de los síntomas como el movimiento de espíritus, el calor, los humores, los espíritus poco a poco irá concretándose en características naturales que serán la base de una percepción explicativa, característica de la psiquiatría del siglo XIX. En relación a esto, Foucault menciona: “aquello que se había percibido como calor, imaginado como agitación de los espíritus, soñado como tensión de la fibra, va a ser conocido en adelante en la transparencia neutralizada de las nociones psicológicas: vivacidad exagerada de las impresiones internas, rapidez en la asociación de ideas, falta de atención al mundo exterior”3 (Foucault, 1964, p.293). 1.2 TERAPÉUTICA Con la descripción de los padecimientos que le daban forma al saber sobre la locura, cabría elucidar la terapéutica utilizada para los mismos. Para los siglos XVII y XVIII, el saber desarrollado por la medicina era distinto al mundo de la curación. A pesar del amplio desarrollo de la teoría médica en esta época, la curación está guiada por un sentido simbólico y mítico; se piensa aún en el mito de la panacea, como el opio que se creía curaba prácticamente cualquier mal, dando vida espiritual a los pecadores. Con respecto al sentido simbólico, éste funciona por medio de una metáfora operativa que es la transferencia de propiedades de los objetos a los sujetos. Esta terapéutica clásica se organizará con base en cuatro ideas principales propuestas por Foucault (1964). 1) La consolidación: a pesar de la violencia característica de la locura, en realidad ésta no muestra más que debilidad. Por tanto, se busca fortalecer al sujeto mediante sustancias que puedan transmitirle dicha cualidad, i.e. el hierro. Se le daba de beber al loco los residuos que emanaban de una barra de hierro al rojo vivo después de haber sido colocada en agua para dotar a su organismo de la solidez, resistencia y ductilidad de este metal. Algo 3 (Foucault, 1964, p.293) 8 parecido se creía que hacía la asafétida, cuyo mal olor vivifica al sujeto y lo saca de su estado violento. 2) La purificación. Especie de limpieza simbólica en donde las sustancias tóxicas del cuerpo son sustituidas por otras de propiedades benéficas. La más representativa es el intento de sustitución de sangre llena de humores por una limpia que erradique el delirio; de igual manera el café cargado pone en circulación los humores espesos de los melancólicos, activándoles, y actúa como una llama que no quema, lo que permite disipar las humedades estomacales causantes de dolor; purifican también la quinina, que ayuda a tonificar el organismo, y las frutas jabonosas como las cerezas, fresas, naranjas e higos que disuelven las impurezas del cuerpo. 3) La inmersión. El agua es tal vez la sustancia que mayores propiedades benéficas y simbólicas posee, pues: constriñe, refresca, calienta, enfría, consolida. De manera que en la inmersión no sólo se crea el mito de un segundo nacimiento tan característico de los violentos baños sorpresa, sino que también impregna las propiedades que el sujeto requiera: enfría el fuego del furioso y el calor del frenético, consolida la languidez del melancólico. 4) Regulación del movimiento. Se pretende ordenar el movimiento del loco. Sacarlo del desorden cinético que lo habita y recolocarlo en el ordenado movimiento del mundo. La marcha simple reparte los jugos y los humores; se manda a los locos a navegar para que el movimiento natural del océano los sincronice con el orden cósmico; viajar también ayuda a interrumpir los pensamientos obsesivos del melancólico; la música equilibra tensiones con las vibraciones que produce en el cuerpo. Todas estas técnicas de curación se ordenarán persiguiendo los siguientes dos principios. Por un lado, se busca regresar al sujeto a un estado puro de la naturaleza y, por el otro, eliminar al no-ser que lo habita y aliena para así regresarlo a la tangible verdad del ser. Para el siglo XIX, el sentido de las técnicas desaparecerá, pero se mantendrán con un estatuto psicológico y moral “[…] cuando las relaciones del error y de la falta, elementos por medio de los cuales el clasicismo definía la locura, sean abarcadas por el sólo concepto 9 de culpabilidad, las técnicas permanecerán, pero con una vocación bastante más restringida; no se buscará sino un efecto mecánico o un castigo moral”4 (Foucault, 1964, p. 344) Por ejemplo, en la terapéutica del movimiento, se pasa del sentido de sincronizar al sujeto con el ritmo perfecto del mundo a la rectificación de una función física por medio de un castigo y llevado a cabo gracias a la máquina rotatoria. Dicho de otro modo, ya no se pone al sujeto frente al mundo, “su unión del ser con la verdad”, sino que se pone a un organismo frente a su “propia naturaleza” (ídem, 1964). Además, la unidad simbólica de las técnicas comenzará a fragmentarse en el siglo XIX y se comenzará a diferenciar entre medicamentos físicos y medicamentos morales. Lo cual sólo fue posible cuando el problema de la locura pasó a ser problema de la responsabilidad del sujeto. Constituyendo al castigo como pilar de la terapéutica psicológica. Con esta dicotomía, surgen nuevas formas de terapéutica que buscarán curar ya sea por medio de las cualidades comunes del alma y el cuerpo, o por medio de las palabras, es decir, debatiendo con la locura y su delirio para, de alguna manera, extraer la razón aún presente en el loco. La medicación que se enfoca en modificar las cualidades querrá curar a través de un retorno a lo inmediato, dado que entiende a la enfermedad como una alteración de la propia naturaleza. La medicación que se enfoca en las palabras pone en un lugar fundamental al delirio, pues reconoce a la locura como error, como un lenguaje anudado en la imagen. Para este siglo, el XIX, los nuevos métodos de supresión de la enfermedad podrán agruparse en tres formas principales. El despertar, la realización teatral y el retorno a lo inmediato (Foucault, 1964). El despertar. Dado que a la locura se entiende como una especie de error, está íntimamente ligada con el sueño. En este estado errático que representa la locura, se buscará despertar al alienado a través de la irrupción. El despertar como forma de supresión de la enfermedad pretenderá trabajar a través del miedo, razón por la cual los accesos de cólera de los maniacos se acompañaban con una reacción de miedo para generar un cambio en su condición. Otro ejemplo es el caso deuna mujer a quien se le dispara con un arma de fuego 4 (Foucault, 1964, p. 344). 10 desde una corta distancia cuando comienza a tener convulsiones causadas por una profunda pena, para intentar sacarla de dicho estado. La realización teatral. Muy apoyado del engaño, este método busca “integrar la irrealidad de la imagen en la verdad perceptiva, sin que aquélla aparente contradecirse, o incluso rechazar la segunda” (ídem, p.354). Se pretendía ser cómplice del delirio del loco, seguir su juego con la misma gramática del delirio, pero aportando un elemento deductivo nuevo que le permitiera al loco enfrentarse consigo mismo, por ejemplo, un melancólico, que creíase condenado a muerte por los pecados que había cometido, es colocado frente a la realización de su delirio de la siguiente manera: un cuidador quien, vestido de blanco y empuñando un espada, simula ser un ángel y le perdona todos sus pecados. Un caso más: A los enfermos que creen estar aprisionados en el cuerpo de un animal se les da un laxante y previo a la violenta evacuación se arroja al animal en el retrete sin que el enfermo se dé cuenta para simular la expulsión de la bestia. El retorno a lo inmediato. Se busca acabar con el influjo de la imaginación y artificialidad que causaron la sinrazón, olvidar a la enfermedad y colocar al sujeto en una supuesta pasividad que le permitirá ocupar de nuevo un lugar con el ser de la naturaleza. Técnica acompañada de una moral del trabajo que pretende darle descanso al alma y ejercitar al cuerpo. Se toma al labrador y al campesino como figuras ideales, ya que representan una vida basada en el trabajo físico, donde no hay sobreestimulaciones psíquicas ni realizaciones imaginarias. Es pues un placer sin mediaciones que hace vano al deseo e imposibilita al delirio. En la siguiente narrativa del médico Bernardino de Saint-Pierre (1818), quien sufría de alucinaciones, se representa de buen modo la terapéutica: “Es a Jean-Jacques Rousseau a quien debo el haber recuperado la salud. Yo había leído, en sus escritos inmortales, entre otras verdades naturales, que el hombre está hecho para trabajar, no para meditar. Hasta entonces había ejercitado mi alma y dejado en reposo mi cuerpo; cambié de régimen; ejercité el cuerpo y di reposo al alma. Renuncié a la mayor parte de los libros; puse los ojos sobre las obras de la naturaleza, que hablaban a mis sentidos con un lenguaje que ni el tiempo ni las naciones pueden alterar. Mi historia y mis periódicos fueron las hierbas del campo y de las praderas; no eran ya mis 11 pensamientos los que en forma penosa se dirigían a ella, como ocurre dentro del sistema de los hombres, sino que eran sus pensamientos los que venían a mí bajo mil formas agradables” (pp. 11-14). Desde la época clásica no existe una dicotomía entre tratamientos físicos y tratamientos psicológicos. Tampoco existe la psicología como una disciplina con derecho propio. Sin embargo, a finales del siglo XIX cuando se separan la terapéutica física de la psicológica se confinará a la locura únicamente como enfermedad en una institución moral. Citando a Foucault, esta dicotomía se especificará de la siguiente manera: “[…] lo que era enfermedad dependerá de lo orgánico, y lo que pertenecía a la sinrazón, a la trascendencia de su discurso, será colocado dentro de la psicología. Así es precisamente como nace la psicología, no como verdad sobre la locura, sino como señal de que la locura está ahora desunida de su verdad que era la sinrazón, y que ya no es sino un fenómeno a la deriva, insignificante, que flota en la superficie indefinida de la naturaleza. Enigma sin otra verdad que la que puede reducirlo”. (Foucault, 1964, p. 364). 1.3 INTERNAMIENTO Una vez descrita la forma en la que se concebía la locura en la época clásica, es preciso hablar del fenómeno social que va a organizarla hasta antes del siglo XIX, el internamiento. La forma general del internamiento es la de alejar a la locura de la sociedad, “evitar el escándalo social” tanto en Europa como en México. Por ejemplo, Cristina Sancristán (2005), menciona que la Castañeda tenía la función del control de la anormalidad. No obstante, esta forma general tiene sus particularidades según los diferentes momentos históricos. En los inicios del internamiento clásico, siglos XVI y XVII, se buscaba dominar a la sinrazón, coaccionar a todo aquello que representara una amenaza para el orden establecido. No es hasta el siglo XVIII que diversos cambios sociales y políticos modificarán al internamiento significativamente, por ejemplo, de acuerdo con Foucault, en Francia cambiará la forma en la que se percibe al loco dentro del internamiento, debido a su 12 inserción de lleno por parte de Francia en la explotación de América. Lo cual generará una necesidad de mano de obra que culminará con la revalorización moral de la pobreza. Ahora el pobre ya no es visto como un obstáculo para el progreso. Se “descubre” que el pobre es uno de los pilares de la riqueza. En su trabajo está la base para el desarrollo económico. De tal manera que el internamiento representará una falla económica, ya que, en el intento de ocultar artificialmente la pobreza, se utilizan recursos públicos y se desperdicia posible mano de obra que permite la generación de riquezas. Es por eso que se hará una distinción entre “pobre válido” y “pobre enfermo”. Al válido se le valorará por su aporte a la producción y al enfermo ya no se le mantendrá, pues implica un gasto para el estado, colocando a la familia como una de las principales instituciones encargadas de cuidar a los enfermos. (Foucault, 1964, p.77). Para el siglo XVIII, a diferencia de los siglos precedentes donde el loco es considerado como una bestia (lo que implica que es parte de la naturaleza, aunque envuelto por una capa de maldad) la locura ya no es naturaleza, el loco ya no es un animal, sino que es producto de la deformación de la sociedad y la ruptura con lo inmediato. Precisamente la idea de “fuerzas penetrantes” engloba este cambio en la forma de percibir al loco y es una versión arcaica y negativa de la idea de “medio” que surge en el S. XIX para explicar la locura, ya con el título “oficial” de enfermedad mental. Foucault (1964) hace un recuento de los aspectos que para el siglo XVIII promovían la locura con respecto a esta noción: “Se convierten en ´fuerzas penetrantes´ una sociedad que ya no frena los deseos, una religión que ya no regula el tiempo y la imaginación, una civilización que no limita ya los saltos de pensamiento y de la sensibilidad” (p. 29). De igual modo, la presencia característica de contenidos imaginarios de la religión favorece el delirio y las alucinaciones. La civilización en cambio, promueve un estudio exagerado y, con ello, el descuido del cuerpo que desencadena un endurecimiento del cerebro. Y, por último, la sensibilidad separa al alma de lo inmediato, como la lectura de novelas que imitan a la realidad y que acarrean sentimientos de desencanto con el mundo real. Posteriormente, a mediados del siglo XVIII, la base del internamiento cambiará considerablemente y surgirán las Petites-Maisons, lugar donde se ingresarán únicamente a 13 los insensatos y que poco a poco irán convirtiéndose en hospitales para locos. Estas casas tenían, al igual que en el internamiento de los siglos precedentes, un carácter represivo y, dicho sea de paso, el papel de la medicina en las Petites-Maisons era sumamente marginal (Foucault, 1964). El cuidado de los insensatos queda a cargo del personal de estos arcaicos hospitales, pero ninguno de ellos es médico. Coincidentemente, en México se presentaba el mismo fenómeno: la máxima autoridad en los hospitales eran los administradores y no los médicos (Sancristán, 2005, p.10). Aun cuando estetipo de internamiento guarda la estructura represiva del antiguo, con las Petites- Maisons se le da a la locura un lugar independiente: “La locura ha encontrado una patria que le es propia […] aísla la locura y empieza a hacerla autónoma con relación a la sinrazón, con la cual se encontraba confusamente mezclada”. (Foucault, 1964, p. 50). Es así como la sinrazón va perdiendo alcance y se asocia con el concepto general de “libertinaje”, volviéndose particular. En cambio, la locura, tenderá a especificarse y se instalará como objeto de percepción. De la misma manera, se hace una diferencia entre insensato y alienado: insensato denota el lugar de la razón pervertida, como el caso de la rabia que ataca de forma evidente al hombre, pero sólo en tanto la enfermedad afecta al sujeto. En cambio, el alienado designa ruptura casi absoluta con la razón. A finales del Siglo XVIII, por la época de la revolución francesa, se dificulta darle un sitio a la locura: la prisión, el hospital o la familia. Especialmente porque la declaración de los derechos del hombre prohíbe detener a un sujeto, a menos que se tengan motivos claros. Lo que manifiesta el problema de cómo se justificaba el encierro en el caso de la locura; a saber, se pedía el informe de un doctor de renombre, así como la confirmación de dos testigos y una certificación expedida por un juez. Sin embargo, era necesario que los síntomas perduraran para mantener recluido al enfermo. De manera que el certificado médico era una valoración poco certera que dejaba a lo ocurrido en el internamiento como verdadera garantía de la presencia de la Sinrazón. De manera similar, en los manicomios de territorio nacional, se exigía el certificado médico, pero llegará un momento en que la autoridad pública represente la mayor parte de las órdenes de ingreso (85%), haciendo del internamiento, al igual que en Europa, única garantía para indicar a la locura. (Sancristán, 2005) 14 Ahora que el internamiento es la única certeza de presencia de locura, surge la necesidad descriptiva del estado del internado y también el diario de asilo como respuesta a esta necesidad. Con lo cual se inserta a la locura dentro del discurrir temporal de la cotidianeidad. Con el diario del asilo, el loco, además de ser descrito, es estudiado, observado, pero ya no se verá a otro que tambíen mira; éste se vuleve objeto, con el cual evidentemente, no hay forma de identificación, haciendo de la locura “la primera figura de la objetivación del hombre” (Foucault, 1964, p.127). Con esta mirada objetivada surgirá también su carácter de fascinación. Como el caso del manicomio de Bethlem en Inglaterra en donde era común que las personas compraran boletos para ir a ver a los locos o la torre de los Lunáticos construida en Viena donde el acomodo arquitectónico buscaba que los peatones pudieran ver a los internos (Kring & Johnson, 2014, p. 12). Análogamente, la locura toca el espacio de la vida cotidiana y sus significados morales cuando el internamiento desaparece. La sociedad sancionará a la locura mediante el escándalo a diferencia del internamiento clásico que se buscaba erradicarla de la sociedad y se buscará que la firmeza de las normas morales, libre a la sociedad de los crímenes y de los vicios. La moral de la vida cotidiana que regula a la sinrazón hace posible una psicología del crimen, la cual, a través de la rigurosidad en las formas de indignación, juzgará al sujeto. Condición peligrosa, ya que, cuando la psicología además de juzgar al sujeto intente agotar a la locura lo hará desde la moral y sus sanciones. Así, por ejemplo, el robo será visto como absolutamente despreciable, dado que atenta contra el valor del trabajo, pero el asesinato por adulterio será parcialmente comprensible (evidentemente sólo en el caso del varón), debido a la identificación del desborde de pasión que nace de la impactante imagen de la enamorada en los brazos de alguien más. Contradictoriamente, cuando la locura esté relacionada con actos criminales, las instancias judiciales la dotarán de inocencia, la cual será característica de la alienación más severa (Foucault, 1964). Dicho lo anterior, tanto para las instancias legales como para las médicas, el sujeto de derecho se definirá con base en el sujeto racional. La entrada de la locura en el espacio público, significará el fin de la era del internamiento y el paso a la constitución del asilo moderno, el cual buscará que la función de exclusión y la 15 función médica formen una sola estructura, y que el espacio y los valores mismos del internamiento formen un medio que, por oposición al medio natural que pervirtió al sujeto, cure la locura. La función de exclusión será evidente en la planeación o edificación de los asilos. El plano de uno de ellos, hecho por el político francés Jacques Pierre Brissot, lo ejemplifica claramente5 (Foucault, 1964). Los edificios se pensaban cuadrados y divididos en dos partes. En un lado se colocaría a las mujeres y a los niños con alienación no tan severa, quienes harían trabajos útiles para la sociedad y gozarían de luz natural abundante y alimentos modestos. En la otra parte, fría y con viento, estarían los criminales y los insensatos “perturbadores del reposo público”, a quienes se les obligaría a realizar trabajos perjudiciales para su salud como tallar piedras o manipular químicos peligrosos (ídem, p. 93). Asimismo, la división interna de La Castañeda 6 , cuyo fin era el del control social, “reproducía las jerarquías sociales externas trasladando el mundo de fuera al de dentro” (Sancristán, 2005, p.26). Se organizaban los pabellones según características de los ingresados, como su capacidad para el trabajo, estatus socioeconómico, condición de salud, estatus jurídico o dificultad de manejo. Ahora bien, la forma de concebir al loco en el asilo moderno tiene nuevamente un lazo con la naturaleza, pero esta vez la bestia maldita de los siglos XVI y XVII se volverá un animal dulce “que lo acerca al animal doméstico y al niño” (Foucault, 1964, p. 100). La locura ya no se pondrá en juego según la dicotomía de razón-sinrazón, sino según una dialéctica donde estarán en movimiento la locura como alienación y la curación como retorno a lo inalienable. De igual manera lo entiende Hegel (1830), para quien: “La locura no es una pérdida abstracta de la razón, ni por el lado de la inteligencia ni por el de la voluntad y la responsabilidad de ésta, sino que es sólo locura, sólo contradicción en la razón todavía presente […]” (p. 463). Luego entonces, el asilo buscará sacar a la razón del interior del sujeto. Una de las estrategias para lograrlo será darle al loco libertad, pero sólo para ser 5 Aunque es necesario señalar que a diferencia de gran parte de los asilos modernos el de Brissot pretende seguir mezclando a los locos y a los criminales. 6 Institución que no sólo fungía como hospital, sino también como asilo clásico (entraban tanto enfermos mentales como criminales). 16 coartada cuando éste pierda el camino de la razón. El asilo moderno hará de la libertad un fundamento de la locura y de su privación una esencia de su terapéutica. A su vez, ya no se hará justicia por medio del castigo, sino mediante la verdad; mismo paso que se da, en este caso de manera simbólica, entre la cadena y la camisa de fuerza. De una rigidez total del metal de la cadena y de la forma de concebir al loco como expresión del mal, la cual actúa como una coerción exterior; al constreñimiento parcial y propio del sujeto que viste la tela, el cual es visto sólo como desviado (Foucault, 1964). Más allá del recurso de la libertad de la cual se apropia el asilo para la coacción, éste formará una estructura diádica con la cual buscará curar la alienación. En primera instancia, se pretenderá colocaral sujeto en la inmediatez de la naturaleza y del trabajo para regresarlo a las formas fundamentales de su existencia, espacio virtualmente libre de locura. 7 En segunda lugar, se reconstruirá simbólicamente la estructura de la familia burguesa basada en el mito de una pureza patriarcal, encarnada por los cuidadores. Dos Casos ejemplares del asilo son los de Pinel y Tuke. Pinel: representará míticamente el movimiento humanitario para la locura8. Cuando Pinel llega a Bicêtre, el primer alienado a quien libera de sus cadenas es a un capitán inglés del cual se dice que en un acceso de furor, mató a un hombre con sus propias manos. Pinel habla con él y lo exhorta a ser razonable a cambio de su libertad. El alienado lo escucha y desde ese momento no vuelve a presentar manifestaciones violentas. Pinel es pues el símbolo de la fundación mítica del asilo y sus formas humanas de cuidado. Para él, la cura consistía en la integración del alienado en “un tipo social moralmente reconocido y aprobado” (Foucault, 1964, p. 145). El caso de Tuke es distinto, él pertenece a la comunidad cuáquera y utiliza precisamente sus máximas morales, a saber, toma elementos del retiro en ambientes naturales y la religión para restaurar la razón y coloca a los alienados en un sistema de responsabilidades, buscando imitar formas primigenias del ser humano. De acuerdo con Foucault (1964), este aparente movimiento humanitario del asilo moderno es percibido históricamente como el primero en su clase, más aun, se coloca a Pinel y Tuke 7 Foucault hace referencia a dos autores, Rush y Humboldt, quienes arguyen que entre los indios americanos es prácticamente inexistente la locura. Benjamin Rush Medical Inquires, I, p.19. Citado en Spurzheim, Observations sur la folie, p.183) (Foucault, 1964). 8 Pintura de Tony Robert-Fleury (1876) de Pinel en la Salpêtrière representa su imagen de liberador de los locos. (En los anexos) 17 como héroes que han liberado de sus cadenas a los enfermos mentales que eran tratados como bestias y confundidos con los criminales. Empero, las injusticias del internamiento ya se hacían escuchar desde el siglo XVII y fueron los mismos internados quienes primero protestaron contra las injusticias. En suma, como ya se explicó anteriormente, fueron cambios sociales y políticos, y no filantrópicos los que hicieron posible un estatuto asilario de la locura. Sin embargo, la psiquiatría y aquellos que escriben su historia han conformado un mito alrededor de Pinel, el cual relata cómo este gran personaje, en nombre de la psiquiatría, liberó a los internos, pues fue el primero en señalar las atrocidades que sufrían los internos y detenerlas. Incluso algunas de las obras que buscan retratar el pasado de la psiquiatría en México se aventuran a decir que, de haber existido la psiquiatría en la época de la inquisición, muchas menos injusticas se hubieran cometido (Sancristán, 2005, p. 15). La estructura del asilo moderno descansa sobre una firme moral que opera a través de cuatro medios: 1) el silencio: dado en la desarticulación del diálogo entre razón y sinrazón, la cual opera desde la relación vertical del cuidador con el loco visto como objeto; 2) reconocimiento en el espejo: se le demandará al alienado que vea en sí mismo la locura que le habita, pero en los ojos del otro, i.e. un interno quien creíase Rey es persuadido de que vea lo ridículo de sus pretensiones; 3) el juicio perpetuo: se busca que el asilo sea un “microcosmos judicial”, cuya eficacia está en el miedo que inspiran los castigos; 4) apoteosis del personaje médico: dado que a finales del siglo XVIII era obligatorio el certificado médico, la figura del médico es fundamental para la época, pero su autoridad “no recae en su conocimiento, sino en su prudencia, garantía jurídica y moral, y no título científico” (Foucault, 1964, p. 171). En realidad, el médico no conoce la locura y, sin embargo, buscará dominarla con el poder moral que encarna. En el siglo XIX, con la reformulación del papel del médico en el internamiento, el asilo moderno y sus máximas morales irán fundiéndose con los mitos del positivismo para conformar una práctica psiquiátrica muy similar a la actual. Tal vez la característica más representativa de dicha práctica sea la de la objetivación de la locura, pues así la psiquiatría logra protegerse de la verdad que ésta enuncia. Incluso, los médicos del siglo XIX pretenderán ser los que puedan decir la verdad sobre la locura gracias al saber y poder que poseen. Dicho lo cual, es claro que la psiquiatría tiene una conciencia analítica de la locura; 18 evidente en la división de enfermedades en unidades observables llamadas síntomas, cuya afinidad valdrá como base para clasificarlas. A diferencia del siglo XVII donde se hizo una clasificación botánica. Para el saber psiquiátrico, a diferencia de los siglos precedentes, la locura ya no trata del no-ser o del error, sino del ser del hombre. Hombre que de entrada es inocente, dado que es arrastrado por las pasiones deseos e imágenes. Por esta razón, la responsabilidad del sujeto se decidirá según el número de razones que determinen sus actos, siempre y cuando el sujeto sea él mismo al llevarlos a cabo. El caso de la monomanía ejemplifica perfectamente la inocencia del sujeto determinada por su absoluta alienación, puesto que el sujeto es razonable en su generalidad, pero, sin motivo aparente y totalmente fuera de sí, realiza un acto absolutamente atroz. Se registra el incidente de un tal Léger, hombre tranquilo, quien, un día, casi de la nada, después de asesinar a una mujer desconocida devora su corazón (ídem, p. 291). Para este siglo, el médico será la figura fundamental de la locura y, a pesar de su desconocimiento sobre la misma, él solo portará la autoridad y poder que anteriormente tenían el internamiento y la familia. Su capacidad de curar será aparentemente posible gracias al conocimiento de la psiquiatría, pero será irrealizable sin la complicidad de los propios enfermos. Foucault dirá: “En la pareja médico-enfermo se anudan y desanudan todas las alienaciones”. Razón por la cual, el mismo Foucault (1964) hará la siguiente proposición: “toda la psiquiatría del siglo XIX converge realmente en Freud” (p. 177), pues él fue el primero en profundizar y explicitar la relación médico-paciente no sólo como característica de la terapéutica para las enfermedades mentales, sino como una condición fundamental. A este respecto cabe decir mucho más y, por ese motivo, la parte final del presente trabajo versará sobre la relación entre el psicoanálisis y la locura. Previo a dicha temática, lo que queda por decir de la locura en el siglo XIX y XX estará ligado a la psiquiatría. Por tanto, será menester describir esta rama de la medicina y su estrecha relación con el poder. 19 En resumen: el recorrido de la historia de la locura hecho por Foucault que comienza con el siglo XVI permite dar cuenta, en primer lugar, de una analítica de la enfermedad que está basada en una metáfora del orden de la vegetación, es decir, una analogía que va de entidades naturales (las plantas) a entidades sociales complejas (la enfermedades mentales) para constituir la primera nosología básica. Foucault propone tomar como elementos fundamentales de la locura a la pasión, a la imaginación y al delirio. Los cuales estarán presentes desde las primeras enfermedades nerviosas registradas, a saber: Demencia: ruptura con la realidad; Frenesí: suerte de melancolía con presencia de fiebre; Estupidez: incapacidad para procesar los objetos del mundo; Manía-Melancolía: idea delirantes que se contraponen con la ligereza o pesadez de los juegos internos; Histeria-Hipocondría: causada por el ardor del amor. Estas figuras primitivas de las actuales enfermedades mentales que sedefinían a partir de dos nociones: causa inmediata (referentes orgánicos) y causa lejana (referentes empíricos del mundo). En los siglos XVII y XVIII La terapéutica que acompañaba a estas enfermedades operaba a partir de una metáfora operativa de la transferencia de propiedades encuadradas por Foucault en cuatro grupos: 1) la consolidación: dotar de fuerza proveniente de los objetos del mundo como el hierro para contrarrestar la debilidad característica de la locura, 2) purificación: limpieza de toxinas a partir de sustitución sanguínea o con sustancias como el café, 3) inmersión: traspasar la propiedades diversas del agua como control de temperatura o consolidación al calor frenético del loco o la languidez del melancólico, 4) regulación del movimiento: intención de reordenar el movimiento errático de los fluidos en el loco a través de los ritmos perfectos de la naturaleza como el océano. A partir del siglo XIX la terapéutica se separa entre medicamentos físicos y medicamentos morales y la locura se concibe como error con relación a la razón. En este periodo, la terapéutica se agrupa en tres formas principales: el despertar: partiendo de la paridad entre locura y sueño, se busca despertar del delirio al loco a partir del miedo; la realización teatral: la intención es integrar la imagen delirante con la de la realidad por medio de la complicidad con el delirio y una posterior cancelación; retorno a lo inmediato: en la inmediatez no existe en la locura por lo que se busca acabar con el influjo de la imaginación y sustituirlo por la inmediatez del trabajo y del placer sin mediaciones. A 20 finales del siglo XIX se separarán la terapéutica física, que se avocará a lo orgánico; de la psicológica, que se enfocará a la sin-razón. Para hablar de la locura desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, Foucault propone como fenómeno común el espacio del internamiento para así describir las prácticas asociadas con la locura. El internamiento comenzará en el siglo XVI y “terminará” en el siglo XIX con la constitución de la medicina como institución encargada de la locura. La función principal del internamiento será la de alejar a la locura de la sociedad dominándola, ya que pone en peligro el orden establecido. Además, en el siglo XVIII la locura ya no será concebida como un accidente de la naturaleza, sino que será la deformación de la sociedad la que la promoverá. Deformación que estará apuntalada en la noción de medio. En este mismo siglo surgirán las Petites- Maisons, un eslabón previo a los hospitales psiquiátricos, donde la medicina aún no se posicionaba como organismo encargado del tratamiento de la locura. La locura en esta década empieza a tener una referencia más delimitada con la razón. Se hace la diferencia entre insensato y alienado. El primero está en función de la razón pervertida como es el caso de la rabia, y el segundo es una ruptura casi absoluta con la razón. A finales del siglo, luego de la revolución francesa, situar a la locura se complejiza, pues va en contra de los derechos del hombre detenerlo sin motivos claros. Por lo cual, comienza a generarse un sistema legal para delimitar el espacio del loco en función de la permanencia de los síntomas. Se vuelve entonces necesario un diario del asilo y con ello el loco se vuelve un objeto de estudio, más específicamente, se convierte en la primera figura objetivada del ser humano. Asimismo, como “objeto”, el loco figura como parte de la vida cotidiana y surge también la necesidad de situarlo en el sistema legal, para lo cual se constituye una psicología del crimen. Con la entrada del loco al espacio público se constituye el asilo moderno que buscará conjuntar la función de exclusión y la función médica en una misma estructura y en un mismo espacio. Se separarán a los locos en el asilo según una gravedad aparente de su condición. La locura en el asilo moderno dejará de conceptualizarse a partir de una dicotomía razón-sin razón, y se pondrá en juego a partir de una dialéctica entre alienación y 21 retorno a lo inalienable. Por lo cual, en el asilo moderno se buscará sacar la razón interior del loco, el castigo todavía regirá la terapéutica, pero esta vez se coartará con la verdad. 22 CAPÍTULO 2. LA PSIQUIATRÍA Y SUS MECANISMOS DE PODER A lo largo de la obra de Foucault Historia de la locura (1964) el rasgo que parece ser primordial para entender la relación de la psiquiatría con la locura es la moral. Y, más aún, los mecanismos utilizados por la psiquiatría para hacer valer las máximas morales, los cuales serán el rasgo característico de esta disciplina médica. Es por esta razón que Foucault profundizará en el ejercicio que hace posible la imposición y adopción de aquellos valores sociales, esto es, el poder: tópico central en la construcción epistemológica del autor. Hay entonces un marcado viraje en el estudio de la locura que pasa de un análisis ideológico, institucional y superestructural, a uno microestructural, enfocado a los mecanismos de poder que guían la práctica psiquiátrica. Un paso que va de un trabajo hecho a partir de la imagen de la experiencia de la locura en la época clásica, a uno que busca explicitar los dispositivos de poder de la psiquiatría y sus producciones discursivas (Foucault, 1973). Particularmente, en lo respectivo al periodo asilar -articulación temporal de la época del internamiento y la psiquiatría moderna- será necesario aclarar dos puntos. El primero, la “erradicación” de la violencia física como característica fundamental de la supuesta reforma humanista de los asilos. Lo que da la impresión de que sólo por medio de la violencia física se hace un ejercicio efectivo del poder. Sin embargo, el poder se despliega, irremediablemente, en el cuerpo: “Todo poder es físico, y entre el cuerpo y el poder político hay una conexión directa” (Foucault, 1973, p. 31). El segundo, la familia como pilar terapéutico del asilo, centrado en la figura del padre. Profundizando en lo que se planteó anteriormente, no es que la psiquiatría haya tomado prestado un modelo familiar para la curación (al menos no hasta el siglo XX y sólo a un sector reservado para los pacientes de familias adineradas), ni siquiera que la psiquiatría esté al servicio de la familia o del estado para ejercer un control sobre la población. Lo fundamental son las estrategias tomadas por la práctica psiquiátrica que permiten una relación del poder con el sujeto loco. Sin más, el análisis de la microfísica del poder en la práctica psiquiátrica. 23 2.1 EL EJERCICIO DEL PODER EN LA PRÁCTICA PSIQUIÁTRICA. DIFERENCIA ENTRE PODER SOBERANO Y PODER DISCIPLINAR Habiendo aclarado que el poder es el rasgo fundamental de la práctica psiquiátrica, se puede pasar a la explicación de sus mecanismos como una tentativa para entender mejor a la locura en la época moderna y en la actualidad. Es menester primero diferenciar entre el poder soberano y el poder disciplinar. Siendo el primero el más añejo, simple y macrofísico, y servirá como basamento para el segundo que es más reciente, elaborado y microfísico. El poder soberano, propio del gobierno posfeudal y preindustrial, recae en la figura del rey. Sujeto que encarna al poder, ya sea imponiéndose a través de su gran fuerza física como los reyes guerreros o bien, mediante símbolos que demuestren su superioridad física o social: la corona, el cetro, la túnica de armiño, el castillo característicos de los reyes monárquicos. Además, se investía al rey mediante un ritual de coronación y, de la misma manera, había una especie de ritual de destitución, en el cual, al haber perdido el sujeto su posición y sus símbolos de poder, podían los súbditos, (y de hecho lo hacían) humillarlo, golpearlo y, la mayoría de las veces, decapitarlo.(Foucault, 1973). En esta relación disimétrica del poder soberano, efectivamente la figura que está en la posición de poder es fundamental, pero no porque haya un sujeto que lo posea. En realidad, el poder (soberano o disciplinar) ni se tiene, ni surge de una persona concreta. El “sujeto” en la posición de poder es una función, puede ser un grupo como la familia. Inclusive la soberanía puede recaer en objetos, como una señal de tránsito, la línea divisoria de una frontera o un crucifijo. Asimismo, el poder soberano proviene de una fundación de carácter mítica: de un derecho divino, una victoria en la guerra. Y se intentará generar marcas que mantengan la fuerza de la función sujeto, o bien se recurrirá a su fundación para renovarla. Por ejemplo, la corona y la continua referencia a los lazos sanguíneos reales a través representaciones visuales de los monarcas pasados, la repetición de juramentos, el utilizar insignias o el hacer señales de respeto (ídem, 1973). Estas marcas y renovaciones de fuerza resultan secundarias, pues el poder soberano se vale habitualmente de la violencia para desplegarse eficazmente, es decir, suele ser muy directo 24 en sus formas de despliegue. Las muchas técnicas de tortura de la santa inquisición bastan para ejemplificarlo. Una última característica del poder soberano es que su control está enfocado en los productos, y el control de los sujetos es únicamente un medio. Dicho de otro modo, la soberanía está en un sistema de sustracción-gasto, el cual es sumamente disimétrico. Tal es el caso del sistema de protección impuesto por grupos criminales como la mafia italiana de territorio estadounidense a principios de siglo XX. La mafia sustraía un producto (dinero o pago en especie) y su gasto, aunque mínimo, era asegurar la protección de sus propios actos criminales o, en raras ocasiones, los de otros grupos delictivos. Ahora bien, el poder disciplinario, el ejercido en la práctica psiquiátrica y, por tanto, en el que más se profundizará, difiere de manera importante con el de soberanía. Para empezar, no existe esta gran función sujeto que ejerce el poder y que se encuentra en la cima de una jerarquía. En su lugar, hay una red que controla a los sujetos mediante tácticas discretas. Esta red podría llamársele principio panóptico 9, el cual busca, de inicio, una condición de omnivisibilidad. Lograda concretamente por el panóptico, a través de una organización arquitectónica precisa, a saber, una torre en el centro de un espacio que sea lo suficiente elevada para poder tener una visibilidad completa de los demás y para no poder ser observado. Adicionalmente, se puede colocar vidrios polarizados para asegurar este último efecto. En la práctica psiquiátrica se lograba la omnivisibilidad de otro modo, comenzando con los vigilantes. Éstos tenían la tarea de informar a los médicos sobre lo acontecido en el hospital, eran una especie de extensión de la mirada del psiquiatra. En la mirada de los vigilantes y sus informes se asegura la disciplina, no sólo de los internos, sino también de los sirvientes. Los cuales tienen también una función importante dentro del hospital. Los sirvientes son el poder que está más cerca de los enfermos y simulan estar a su servicio con la intención de poder observarlos desde una situación cercana, en la cual los internos se 9 En honor a la obra El Panóptico de Jeremy Bentham(1843). A la cual se refiere Foucault como la obra que “presenta con toda exactitud la fórmula política y técnica más general del poder disciplinario” (Foucault, El poder psiquiátrico, 1973, p. 61). Imagen orinigal del panóptico de Bentham (1843) en Anexos (Ilustración 1). 25 permitan expresar cosas más personales. Y esta información será comunicada a los vigilantes quienes, a su vez, lo comunicarán a los médicos. De igual manera, a pesar de mostrar una actitud servicial, cuando los enfermos se muestren renuentes a seguir el reglamento, se les reportará inmediatamente a las otras dos partes que dirigen el control del hospital. El hecho de que las tácticas de estas tres figuras funcionen discretamente, no excluye el uso de la violencia directa hacia los pacientes. Es por esto que, tanto el médico, como los vigilantes y los sirvientes, deben de tener ciertas características físicas que les permitan desplegar la fuerza de la violencia en toda su dimensión. Por ejemplo, en la morfología del médico debe destacar una gran musculatura y un físico varonil, hermoso, con ojos vivaces, cabellos castaños y ligeramente encanecidos para dar señal de madurez y experiencia. Los vigilantes deben de ser sumamente fuertes, poseer una voz gruesa y fulminante, y es indispensable que sean completamente obedientes al psiquiatra. A su vez, es menester que los sirvientes sean altos y fuertes, al igual que sensibles para tratar con algunos alienados (ídem, 1973). Otra característica del principio panóptico es el de la omnipotencia, es decir, que el poder se despliegue permanentemente y en todos lados. Pero, además, que funcione por si solo; a lo que Foucault llamará “molde genético”. Para conseguirlo, el poder actualiza su marca echando mano de la escritura: i.e. en las escuelas se codifica la conducta de los estudiantes por medio de una escala alfabética o numérica y, con base en este valor, el alumno será merecedor de un castigo o una recompensa, según lo dispuesto en un reglamento escrito. Estas notas y el reglamento funcionan como una referencia no perecedera de la conducta, permitiendo que el sujeto se sienta vigilado de manera continua. Complementariamente, el castigo permite extinguir una conducta indeseada y, por el contrario, la recompensa fomenta que se repita la conducta deseada. Otro caso es el de los lugares de trabajo, donde los obreros firman un contrato que establece horarios, manera de vestir y de actuar, etc. Adicionalmente, en la gran mayoría de los centros laborales desde el siglo XVIII, los obreros vigilan el comportamiento de sus compañeros y se registra con precisión las faltas y los retrasos. 26 En el caso del sistema judicial a lo que se recurre desde mediados del silgo XVIII es al reporte. En el cual se fija el comportamiento trasgresor y a la persona que cometió la falta, para, posteriormente, enviar el reporte a un centro de administración local y luego a uno ministerial, lo que permite identificar al criminal si éste buscara desplazarse. Con respecto a la práctica asilar, el reporte es también la manera de fijar y controlar el comportamiento del enfermo. No obstante, el asilo tiene algunas particularidades que se explicarán a detalle un poco más adelante, aunque, merece la pena hacer mención de una de ellas, ya que modifica la forma en la que opera el reporte y la escritura en general dentro del espacio asilar. Esto es, el hecho de que se despliegue la disciplina sobre el enfermo mental, pues éste es “el residuo de todos los residuos, el residuo de todas las disciplinas, aquel que, dentro de una sociedad, es inadmisible a todas las disciplinas escolares, militares, policiales, etc.” (ídem, p. 76) Los residuos entonces generarán la necesidad de establecer otros sistemas disciplinarios para su captación. Por ejemplo, los sujetos irreductibles a la disciplina escolar serán enviados a otros sistemas disciplinarios como el hospital psiquiátrico, la prisión, o el colegio militar. Dicho lo cual, el poder disciplinario es también normalizador, ya que, primero genera una dicotomía de adecuados e inadecuados (sano-enfermo, bueno-criminal, disciplinado- indisciplinado) para después recuperar a los inadecuados por medio de estos sistemas alternos de poder. Por esta razón, el reporte o diario del hospital psiquiátrico es mucho más especializado. Es un registro minucioso del enfermo y se marca cualquier comportamientoindeseado como patológico. Susceptible a un tratamiento medicamentoso o moral. La última característica de este modelo panóptico consiste en que, mediante sus mecanismos disciplinarios, logra la proyección de la psique. El poder disciplinario pretende tener imperio sobre la totalidad del sujeto, a medida que lo va logrando, el sujeto ajusta su conducta debido a la represión. Enseguida su comportamiento se conduce según las normas sin necesidad de rectificadores, pues se sabe observado permanentemente. Para después internalizar; adoptar tales normas como una forma legítima de conducirse por el mundo. 27 Finalmente, el poder disciplinario se vuelve constitutivo del sujeto mismo. Pero esta reflexión dispuesta como un proceso está hecha, digamos, a posteriori. En realidad “el individuo es el resultado de algo que le es anterior: el mecanismo, todos los procedimientos que fijan el poder político al cuerpo. Debido a que el cuerpo fue ‘subjetivizado’ esto es, la función sujeto se fijó en él, a que fue psicologizado, a que fue normalizado, resultó posible la aparición del individuo […]” (ídem, pp. 77-78). Como se hizo mención en párrafos anteriores, el poder disciplinario apareció después del soberano. Y su origen puede rastrearse hasta la edad media con las órdenes religiosas10; las cuales innovaron social y políticamente por medio de su sistema disciplinario. Dando paso a nuevos sistemas de poder como la monarquía y el papado (ídem). De manera muy esquemática, sólo haré mención de los mecanismos de poder de estas comunidades: se trata de retomar normas que enaltezcan la pobreza, un uso absoluto del tiempo, modestia de los bienes y en la alimentación, y una obediencia absoluta a las reglas internas del monasterio, ascetismo del individuo y una supervisión constante por parte de las figuras de autoridad. El poder de las órdenes monásticas, poco a poco fue parasitando poblaciones. En Europa, comenzó por la juventud escolar de finales de siglo XV mediante el establecimiento de instituciones educativas, y continuaron con la evangelización de los pueblos conquistados en América. Más tarde, el sistema disciplinario fue ramificándose a otros sectores y perdió su carga religiosa. Llegó al ejército, a las fábricas, a los hospitales psiquiátricos, etc. El advenimiento del poder disciplinar como principal forma de control, no implica ni la desaparición del poder soberano, ni excluye la posibilidad de un funcionamiento sincrónico de ambos ejercicios del poder. Tal es el caso de la familia, un sistema soberano, debido al claro papel de la función paterna como encarnación del poder, que funciona como el punto de unión que apuntala los sistemas disciplinarios para ser constituyentes del individuo. Y que trabaja de la mano con el sistema escolar. En el cual la familia impone una serie de medidas para que los niños asistan a la escuela, cumplan con las reglas y así pueda el centro escolar desplegar sus mecanismos disciplinarios, ya entes explicados (ídem). 10 Esta transformación en el ejercicio del poder se remonta a los siglos XI y XII, y parece haber sido animada por la reforma de Cister, fundada en 1908 (Foucault, 1973). 28 Precisamente ahí donde la familia falle, el poder psiquiátrico reinsertará al sujeto al sistema familiar. Y, de manera más amplia, habrá toda una serie de instituciones que sustituyan a la familia, lo cual se llamará función psi: la psiquiatría, la psicopatología, psicosociología, la psicocriminología, etc. Esta función psi, originaria del siglo XIX y proveniente de la psiquiatría, irá ampliándose a otros sistemas como la escuela, el ejército, el trabajo, la cárcel, etc. “La psicología como institución, como cuerpo del individuo, como discurso, es lo que contralará permanentemente, por un lado, los dispositivos disciplinarios, y remitirá, por otro, a la soberanía familiar como instancia de verdad a partir de la cual será posible describir y definir todos los procesos, positivos o negativos, que ocurren en los dispositivos disciplinarios” (Foucault, 1973, p. 111). De la relación del asilo con la familia, se desprenden una serie de principios de la disciplina psiquiátrica cuyo objetivo será la curación. Una relación que para mediados del siglo XIX coloca a la psiquiatría como la autoridad para decidir sobre el enfermo mental11. Más aún, la psiquiatría concibe a la familia como una amenaza para la curación. Luego entonces, las medidas terapéuticas apuntan hacia la separación de la misma. El cambio de entorno y aislamiento familiar, por ejemplo, fomentan que el enfermo deje de naturalizar los posibles comportamientos patológicos propios del entorno familiar. 2.2 LA TERAPÉUTICA Y LOS MECANISMOS DISCIPLINARES DE LA PSIQUIATRÍA Una vez fuera del seno familiar, la terapéutica estará siempre de la mano de la disciplina para buscar una cura. Disciplina que se desplegará a través de tres mecanismos principales durante los siglos XIX y XX. En primer lugar, los mecanismos coercitivos o de obediencia; en segundo los medicamentos; y en tercero, la medicación psicofísica. Los mecanismos coercitivos o de obediencia están representados por la figura del médico, quien deberá mostrar desde el comienzo que su voluntad será siempre superior a la del enfermo. Para llevarlo a cabo, la figura del médico echará mano de cuatro marcas de saber. Comenzará con una averiguación previa del loco, por supuesto sin que él lo sepa, y se le 11 Legalmente hablando, esto comienza en Francia en 1838 cuando se establece una ley que pone por encima de la interdicción (campo de acción de la familia) a la reclusión, lugar de acción del médico legista quien decide si el enfermo mental debe o no ser recluido en un asilo (Foucault, El poder psiquiátrico, 2003, p. 114). 29 mostrará ese conocimiento al interno para dotar de autoridad al psiquiatra. Posteriormente, el galeno hará un interrogatorio para establecer un filtro de la información que él considera importante: el médico interrumpirá, silenciará o reprochará a placer al enfermo cuando, a sus ojos, lo expresado no resulte trascendente. La vigilancia constante será posible gracias al historial del paciente, siempre a la mano, el cual registrará su conducta y podrá recordársele con detalle toda acción reprobable. Una marca más será la del juego de la clínica, compuesto por los estudiantes como el público que escucha atentamente al médico, dotándolo así de credibilidad ante el loco, pues se erige como portador de la verdad. Pero, también, en el diálogo y la explicación de la locura por alumnos y profesor, se obligará a que el paciente escuche la verdad de su locura, consolidando la vida del paciente como una enfermedad. Por último, al exhibirse, el enfermo tendrá una manera de retribuir el trabajo del médico, quien amplificará su poder (Foucault, 1973). Para dar una muestra concreta y profundizar en estas marcas del saber, Foucault (1973) describe el caso de un psiquiatra francés del siglo XIX llamado Leuret quien deja amplia información sobre dichos mecanismos coercitivos. Así, por ejemplo, este psiquiatra busca que un paciente de apellido Dupré se someta a las reglas del asilo a través de una reeducación de su lenguaje. Dupré dice ser Napoleón Bonaparte y declara que su médico es en realidad su cocinera. Se le obliga entonces a memorizar el nombre de todos los que participan en la vida del hospital para así imponerle un lenguaje útil para el asilo. No se intenta anular su delirio o hacerle ver argumentativamente que sus proposiciones son falsas, simplemente se intenta enseñarle las formas de un lenguaje que siga la misma línea de la disciplina (p. 177). Estas marcas de saber tendrán como finalidad el fortalecimiento de la realidad. Es decir, hacer de la realidad
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