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Discurso-locura-y-psicoanalisis

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Universidad Nacional Autónoma de México 
 
 
 
Facultad de Psicología 
División de Estudios Profesionales 
 
 
 
 
 
 
 
Discurso, Locura y Psicoanálisis 
 
 
 
TESIS 
Que para obtener el título de 
 
Licenciado en Psicología 
 
 
Presenta 
Sergio Isaac García Nieves 
 
 
 
Directora: Dra. Patricia Corres Ayala 
Revisor: Lic. Oscar Alberto Clavellina López 
 
 
Sinodales: Dr. Pablo Fernando Fernández Christlieb 
Lic. Blanca Estela Reguero Reza 
Mtro. José Vicente Zarco Torres 
 
Asesor metodológico: Mtro. Ricardo Trujillo Correa 
 
 
 
CIUDAD UNIVERSITARIA, CIUDAD DE MÉXICO, NOVIEMBRE 2018 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
Agradecimientos 
A los profesores que realmente se responsabilizan de su noble profesión para hacer 
crecer a sus alumnos. 
A la Dra Patricia Corres, por tomar la dirección de este trabajo y por despertar mi 
interés por la filosofía y la psicología. 
A Ricardo Trujillo, mi profesor y amigo, por ser un guía durante la licenciatura. 
A Pablo Férnandez y Francisco Pérez Cota y Blanca Reguero por sus clases que me 
dejaban siempre una inquietud por conocer. 
A mi mamá, por todo el apoyo que me has brindado. 
A mi hermano, con quien he compartido lo mejor y lo peor de la vida, por tu cariño. 
A mis amigos de la facultad: Tomena, mi güera , Ximena Yañez, Inés, Maika y Moni 
por estar en las buenas y en las malas, y por todo el afecto que me dieron. 
A mi psicoanalista Maurico González, por su escucha. 
 
 
 1 
 
ÍNDICE 
Introducción ............................................................................................................................. i 
Capítulo 1. Revisión de la historia de la locura de Foucault .................................................. 1 
1.1 Historia ...................................................................................................................................... 1 
1.2 Terapéutica ................................................................................................................................ 7 
1.3 Internamiento .......................................................................................................................... 11 
Capítulo 2. La psiquiatría y sus mecanismos de poder ........................................................ 22 
2.1 El ejercicio del poder en la práctica psiquiátrica. Diferencia entre poder soberano y poder 
disciplinar ...................................................................................................................................... 23 
2.2 La terapéutica y los mecanismos disciplinares de la psiquiatría ............................................. 28 
2.3 Disonancia entre práctica y discurso de la psiquiatría ............................................................ 31 
2.4 Lo normal y lo patológico ....................................................................................................... 34 
Capítulo 3. Locura y psicoanálisis ........................................................................................ 44 
3.1 El inicio del psicoanálisis ........................................................................................................ 44 
3.2 Actos fallidos .......................................................................................................................... 46 
3.3 Sueños ..................................................................................................................................... 51 
3.4 Chistes ..................................................................................................................................... 58 
3.5 Neurosis ................................................................................................................................... 62 
3.6 La sexualidad en Freud ........................................................................................................... 72 
3.7 Psicosis .................................................................................................................................... 74 
3.8 Psicosis para Lacan ................................................................................................................. 79 
Comentarios finales .............................................................................................................. 91 
Referencias ........................................................................................................................... 94 
Anexos .................................................................................................................................. 98 
 
 
i 
INTRODUCCIÓN 
La Locura es un tema polimorfo que ha sido abordado por múltiples disciplinas. Para la 
psicología, considerada como una ciencia reciente, la locura funge como uno de los temas 
centrales. No obstante, según la perspectiva teórica, este tema es estudiado de manera 
particular. Dicho lo cual, gran parte de las elaboraciones epistemológicas de la psiquiatría y 
la psicología han encasillado a la locura y se han aproximado a su estudio de forma 
reduccionista, relegándola así a los manuales y a la moralidad1 que defienden dentro de su 
papel como ciencias encargadas de la salud mental (Braunstein, 2013). 
Partiendo de la proposición enunciada por Bachelard: “toda ciencia particular produce, en 
cada momento de su historia, sus propias normas de verdad” (Canguilhem, 1966, p. IX). 
Cabe plantearse entonces cuáles son las normas de verdad que rigen al tema de la locura 
para la psicología y la psiquiatría. Lo cual exige realizar una descripción del fenómeno de 
la locura dentro de un horizonte histórico. Y así poder problematizar su prácticas sociales y 
médicas. 
Situar a la locura en un horizonte histórico quiere decir llevar a cabo una descripción a 
través del tiempo que, como dice Michel Foucault (1964), “siga el encadenamiento de las 
estructuras fundamentales de la experiencia, la historia de lo que ha hecho posible la 
aparición misma de una psicología” (p. 548). 
El hacer un recorrido histórico de la experiencia de la locura no sólo permite conocer una 
estructura pasada, sino también entender cómo se constituyó dicha experiencia hasta hoy, 
guardando incluso remanentes. Además, ayudará a comprender cómo se constituyeron 
disciplinas como la psicología o la psiquiatría, así como su forma de concebir la 
enfermedad mental. Por esa razón, se buscará llevar a cabo un trabajo documental que 
describa de manera general lo referente a la locura. 
Este breve recorrido histórico comprende desde los inicios del internamiento en la época 
clásica, siglo XVI, hasta la conformación de los hospitales pisquiátricos en el siglo XX. 
 
1 En el presente trabajo se tomará “moral” desde la propuesta de Foucualt. “[…] un conjunto de valores y de 
reglas de acción que se proponen a los individuos y a los grupos por medio de aparatos prescriptivos diversos, 
como pueden serlo la familia, las instituciones educativas, las iglesias, etc” (Foucault, , 1976, p. 26) 
 
 
 
ii 
Para continuar con la concepción “manualista” de la psicología y con el dimaetral cambio 
de la forma de concebir a la locurapara el psicoanálisis en el siglo XX. 
Foucault será la base para realizar dicho recorrido, por tanto, se me podría objetar que se 
toma como punto de partida un punto de vista europeo. Incluso, se podrá poner en duda la 
validez que tiene este recorrido para la experiencia de la locura en México debido a 
posibles diferencias culturales. Sin embargo, la experiencia de la locura en México desde 
el siglo XVI, es decir, desde la colonia, es, de manera general, una herencia de la 
experiencia europea, aspecto que se irá describiendo a lo largo del texto, pero, como un 
adelanto, vale la pena mencionar que la experiencia de la locura para México está 
influenciada por un par de fenómenos específicos que provienen de España. En esta región, 
aparecieron los primeros hospitales de insensatos, fundados a finales del siglo XV, i.e. 
Valencia (1409), Toledo (1483), Valladolid (1489) y Sevilla (1436) a diferencia del resto 
de Europa que tuvieron hospitales avocados específicamente a la locura hasta finales del 
siglo XVIII (Foucault, 1964). Es muy probable que esta precoz construcción de hospitales 
en territorio ibérico haya ocurrido gracias al legado del mundo árabe, pues se tiene registro 
de hospitales para locos en Fez en el siglo VII (Foucault, 1964, p.131). 
Dicho esto, resulta lógico que el primer manicomio de México, el hospital San Bernardino 
establecido en 1567, haya sido fundado por Bernardino Álvarez, un soldado español que 
nació cerca de Sevilla (Sancristán, 2005, p.12). 
Asimismo, la procedencia de España indica el rol protagónico que tuvo el catolicismo para 
el financiamiento y estructuración moral de los hospitales psiquiátricos desde el siglo XVII. 
Por ejemplo, el hospital del Divino Salvador fundado en 1687 por un carpintero quien, 
comovido por la demencia de un familiar, usó su casa para asistir a mujeres con signos de 
locura y que después fue patrocinado por el arzobispo de México, para finalmente erigirse 
como hospital por los jesuitas. (Sancristán, 2005 p.14). La moral cristiana regirá entonces 
aspectos fundamentales como el tratamiento. Este es el caso del Hospital de San Hipólito 
donde los enfermos debian ir a misa, rezar y expiar para librarse de la maldición que 
significaba su enfermedad y que bien podía ser causada por su falta de fe. (Leiby, 1992) 
Salvo estos dos aspectos –la moral cristiana y la pronta aparición de los hospitales 
psiquiátricos–, México y Europa en escencia compartirán los elementos que conforman la 
 
 
iii 
experiencia de la locura desde la época clásica hasta la psiquiatría moderna, la cual 
describiré a continuación. 
 
 
1 
CAPÍTULO 1. REVISIÓN DE LA HISTORIA DE LA LOCURA DE FOUCAULT 
1.1 HISTORIA 
Desde el ancestro de la locura, la lepra, hasta el radical cambio del entendimiento de la 
locura gracias a la ciencia, Foucault exploró el tema de la locura y su transformación a 
través del tiempo en la época clásica. Así, por ejemplo, la locura ha sido un castigo divino 
para la parte final de la edad media. Los locos eran considerados criaturas condenadas por 
dios y, por tanto, eran expulsados de las ciudades, o bien, relegados a vivir en las afueras de 
las mismas. 
En el siglo XVI los inicios de la época clásica el loco no era considerado un enfermo, 
sino una bestia. La figura del loco estaba revestida por una capa de maldad. Razón por la 
cual se juntaban a los enfermos mentales con los criminales e incluso con los extranjeros. Y 
es que, durante gran parte de la época clásica, la locura ocupa la cara opuesta a la razón. El 
mismo Descartes la relega a la no existencia, a la falta de duda, al no-pensamiento, no es 
más que una forma de error y, como tal, se busca desplazarla hacia el olvido (Foucault, 
1962). 
Ahora bien, es importante mencionar que lo que se sabe del loco para los inicios de la 
época clásica proviene de lo elaborado en el dominio de la razón. En realidad, la locura y la 
razón son un texto indisociable, pero el sujeto de la razón solamente percibe al loco, 
mientras que, al buscar interrogarse por la locura, la deducirá de una analítica de la 
enfermedad. 
Esta analítica de la enfermedad sigue una metáfora relativamente sencilla: la enfermedad se 
concibe en los términos del orden de la vegetación (Braunstein, 2013). Al respecto, Linneo 
menciona: “Los síntomas son con respecto a las enfermedades lo que las hojas y los 
soportes (fulcra) con respecto a las plantas (ídem). O sea, las enfermedades se categorizan 
con base en una nosología que pasa de entidades naturales (plantas) a entidades 
conceptuales (enfermedades), utilizando los mismos principios. El mismo Linneo en 1763 
propone la primera clasificación rigurosas de las enfermedades mentales que hicieron 
posibles siete clases fundamentales de los padecimientos mentales: Demencia, Frenesí, 
Manía-melancolía, Estupidez e Histeria-Hipocondría (Braunstein, 2013) Pero ¿bajo qué 
 
 
2 
principios construyen los clasificadores las categorías? Y más importante aún ¿qué 
conceptos organizaban e incluso organizan aún la noción de locura? 
Para responder a dichas cuestiones hay que aclarar primero que la oposición del espíritu 
con respecto al cuerpo, originaria del siglo XIX y muy cercana a la experiencia médica de 
nuestro tiempo, es inexistente en la época clásica para el fenómeno de la locura, la cual 
afecta al ser humano en lo indisociable del cuerpo con respecto al alma. 
Partiendo de la propuesta de Foucaultiana, la estructura que compone a la locura estará 
conformada por tres pilares: la pasión, la imaginación y el delirio. Los cuales le darán 
forma a la experiencia de la locura (Foucault, 1964). 
Cuando el sujeto se encuentra con la pasión, un impulso primero que discurre hacia la 
locura se abre. La pasión es una condición de posibilidad de la locura que se instala como 
un movimiento cuyo reposo puede ser brutal y el andar se propaga indefinidamente. Éste 
puede ser algo tan familiar como un simple pensamiento de fuerza monstruosa, como el 
amor o la ira que parecen tomar el control, y cuyo recorrido pertenece ahora al dominio de 
lo irrazonable. 
En el paroxismo de este movimiento de actos violentos e insensatos, lo irracional queda en 
una libertad total que fragmenta al sujeto y a su relación con la realidad; nivel de lo irreal 
que sólo consigue fijarse en la imagen. El material onírico es un acceso a este ciclo de lo 
irreal. Al respecto, Kant afirma: “el loco es alguien que sueña despierto”, de igual modo, 
Schopenhauer indica: “el sueño es una locura breve”. Y ciertamente el soñante escapa de 
esta imagen al despertar, pero el loco, aunque es más que la imagen, está hundido en ella, 
sus actos no van más allá de su contorno, por ejemplo, Foucault (1964) retoma la idea de 
Sauvage, quien dirá que loco no es aquel que imagine ser de vidrio, sino quien cree estar 
hecho de vidrio y toma las precauciones para no romperse. 
Terreno ahora de la realidad imaginaria, la del fantasma que se anuda en un segmento del 
lenguaje en forma de delirio. No obstante, este delirio no es un habla desorganizada como 
podría pensarse. Al contrario, es tan organizada como el mismo lenguaje de la razón. 
Foucault apoyándose en Zacchias explica que el delirio tiene una lógica sumamente 
organizada, éste “avanza por juicios y razonamientos que se encadenan; es una especie de 
 
 
3 
razón en acto” (ídem), verbigracia, e irónicamente muy parecido al clásico silogismo 
aristotélico, un hombre con delirio de persecución encubre la siguiente proposición: Sujeto 
A y Sujeto B son mis enemigos; todos ellos son hombres; luego entonces, todos los 
hombres son mis enemigos. Otra persona, quien se dejaba morir de hambre, da muestra de 
su lógica de la siguiente manera: “los muertos no comen; ahora bien, yo estoy muerto, por 
tanto, no debo comer”. Un silogismo más: “la mayor parte de quienes han habitado esta 
casa han muerto, por lo tanto, yo, que he habitadoen esta casa, estoy muerto” (Zacchias, 
1923) “El secreto que encubre la locura es pues que su lenguaje último es el de la razón, 
pero envuelto en el prestigio de la imagen […] formando una organización singular, 
abusiva, constituyente de la locura” (Foucault, 1964, p. 251). Como estructura fundamental 
que es el lenguaje para la locura, se profundizará en sus mecanismos en la sección final del 
presente trabajo. 
Por otro lado, en referencia al deliro, merece la pena explicitar su etimología; ésta se deriva 
de lira, que significa surco. De manera que delirio refiere a un alejamiento del surco, esto 
es, salir del camino de la razón, es decir, acto o palabra que rete, contradiga o niegue la 
razón puede ser tomado por locura. Tal vez la característica más trascendental de la locura 
es precisamente que se defina con base en una ruptura de los principios de la moral y de la 
razón. 
Ahora bien, después de haber descrito los conceptos fundamentales que organizan la 
experiencia de la locura, pasión, imaginación y delirio, se pude proseguir con las figuras 
principales  Demencia, Frenesí, Manía-melancolía, Estupidez e Histeria-Hipocondría 
que han hecho posible aproximarse a una construcción teórica de la locura en la época 
clásica. Esto, no sin antes explicar de manera breve lo que son causas inmediatas y causas 
lejanas, ya que, así se podrá describir la tentativa por explicar la etiología de estos 
padecimientos en la época clásica. 
Cualquier cambio orgánico observable puede valer como causa inmediata, pero la 
capacidad de la percepción va más allá y explica por sí sola la etiología de las 
enfermedades. No es necesario conocer la naturaleza del dato empírico. Es como si lo 
percibido tuviera, por derecho propio, la explicación del porqué se desarrolla una 
enfermedad. Cualquier diferencia en peso, humedad, tamaño del cerebro puede valer como 
 
 
4 
causa para los padecimientos, es “una especie de valorización causal de las cualidades” 
(Foucault, 1964, p. 232). Para el siglo XVII, la explicación se guiará sólo por similitud de 
estructuras orgánicas y, posteriormente, en el siglo XVIII, se guiará por antecedencia y 
vecindad de los fenómenos orgánicos. Además, las explicaciones que provienen de los 
datos empíricos son tautológicas: lo sabido sobre lo patológico guía a la observación, y se 
deducen los síntomas patológicos a partir de la imagen causal. Las explicaciones que 
provienen de las causas inmediatas encaminarán al desarrollo teórico de muchas disciplinas 
encargadas de la salud mental, como dice Foucault, “hará posibles el materialismo, el 
organicismo y el esfuerzo por determinar las localizaciones cerebrales” (ídem, 1964, p. 
237). 
Para las causas lejanas, al contrario de las inmediatas, las explicaciones se alejan cada vez 
más de lo empírico. En principio, se seguía una relación de antecedencia para los 
fenómenos del espíritu y poco a poco los acontecimientos que podían afectarlo fueron 
generalizándose hasta llegar al punto en el que casi cualquier fenómeno que fuera un tanto 
exagerado, valía como causa para los padecimientos –en tanto tuviera una relación 
conceptual con la enfermedad–. Entre muchas de las cusas lejanas podemos mencionar las 
siguientes: eclipses de luna, frutos de otoño, estreñimiento, pasiones del amor, vecindad de 
las minas de metal, estudios forzosos. (Foucault, 1964). 
Ahora bien, para la época clásica, los padecimientos siguen una mecánica de las cualidades 
que se transmite de cuerpo a alma, de órganos a conducta. Las características seguirán una 
especie de hilo simbólico que mantiene unido al exterior, con los órganos y con lo psíquico 
Habiendo aclarado lo que son las causas inmediatas y lejanas, es menester continuar con la 
descripción de las figuras principales de la locura para M. Foucault (1964). 
Comenzando por la demencia, la cual se entiende como una ruptura con la realidad, que no 
tiene síntomas como tal, pues cualquier desequilibrio puede valer para su origen y sus 
causas pueden ser por efectos en el cerebro o en los espíritus. Por tanto, es un concepto con 
explicaciones míticas. Como posibles causas se encuentran: 
En el caso del cerebro: golpes, malformaciones congénitas, tumor, rigidez de las fibras, 
volumen limitado, serosidad, gusanos encefálicos, deformaciones craneales. Con respecto 
 
 
5 
los espíritus: estos se pueden encontrar: agotados, sin fuerza, lánguidos, espesos. Inclusive 
el uso de opio, beleño, estramonio y demás sustancias puede valer como detonante de la 
enfermedades. 
El frenesí tiene las mismas características que la demencia, pero se diferencia de ésta 
porque se presenta con fiebre, cuya naturaleza está organizada por una dinámica simbólica 
del calor físico y químico. El calor físico es causado por un rápido movimiento de los 
espíritus y el químico por una inmovilidad de sustancias que se mezclan y ebullen. Por otra 
parte, el calor va a acompañado de una reacción psíquica de igual valor, esto es, las altas 
temperaturas del cerebro se traducen en un “fuego” irrazonable y hervor de fibras y vasos 
que se manifiestan en conductas irrazonables. 
En la estupidez, también conocida como idiotez o imbecilidad, su especificidad con 
respecto a la demencia no es clara. No obstante, parece que su rasgo fundamental se 
encuentra en la indiferencia del sujeto ante los objetos. De tal forma que esta perturbación 
se mezclará habitualmente con enfermedades sensoriales. 
La manía y melancolía son enfermedades que suelen representarse como los extremos de 
un continuo patológico. Dicho esto, la melancolía es la cara negativa de la enfermedad en 
donde las ideas delirantes del sujeto aparecen una y otra vez sin posibilidad de ignorarlas. 
La metáfora de la pesadez de las funciones se presenta como su signo característico. Se 
habla, por ejemplo, de “ languidez de fluidos, oscurecimiento de espíritus animales y 
sombra crepuscular que se extienden sobre las imágenes de las cosas”, “viscosidad de la 
sangre que se arrastra difícilmente por los vasos”, de “humor húmedo, pesado y frío”, 
“espesor de los vapores”, “funciones viscerales lentas”. Esta pesadez valdrá como una 
unidad que no será conceptual, sino sensible. 
Pese a que el delirio fungirá como el tema rector de la melancolía, será sustituido según 
Foucault por “[…] datos cualitativos como la tristeza, la amargura, el gusto por la soledad, 
la inmovilidad” (ídem, p.220). 
Estos datos serían mucho más cercanos al término actual de depresión que podría 
considerarse como la versión moderna de la melancolía. 
 
 
6 
Contrastando con lo anterior, la manía, antítesis rigurosa de la melancolía, representa una 
especie de sobreestimulación física que es explicada a través de una metáfora en la cual las 
fibras del cuerpo actúan por una resonancia de naturaleza musical. En cierto sentido, es 
como si el mundo trastocara al sujeto y le transmitiera cuanta cualidad contenga: lo 
desértico, “espíritus en una especie de incendio”, lo arenoso, ardiente, frágil, y violento 
que, mediante la vibración, llevan al sujeto al paroxismo de las fibras. (ídem, 1964) 
La histeria y la hipocondría para los siglos XVII y XVIII son vistas, en general, como la 
misma enfermedad, salvo la pertenencia al hombre o a la mujer; la hipocondría es la 
versión masculina y la histeria la femenina. Este padecimiento tiene una etiología que 
reposa en una contradicción simbólica. Por un lado, el ardor, causado por el amor y 
simbolizado por partículas y vapores, enciende el interior del cuerpo de tal manera que 
ocurre una ebullición interna, observable en los espasmos y en las convulsiones que 
provenían de los movimientos uterinos. Por otro lado, la debilidad de las fibras ocasionada 
por una vida en demasía cómoda y delicada, propio de las mujeres, es el origen de la 
tristeza, el abatimiento y letargo que sufren las histéricas. 
Es evidente que el saber de la histeria en laépoca clásica estará guiado por la moral. En 
esencia, se patologiza lo femenino, ya sea en la estructura orgánica: la matriz misma puede 
causar una enfermedad nerviosa mediante movimiento espontáneos; o bien, en las acciones 
de la mujer: el tipo de vida delicado y cómodo promueve la debilidad de las fibras y los 
síntomas que propician. 
Esta percepción moralizada de las conductas femeninas, es una característica también en 
nuestro país. Mancilla Villa (2001), haciendo referencia a los asilos durante el porfiriato, 
dice que para la mujer “la conducta sexual y moral sería reprobada por escapar al rol 
asignado por el estereotipo femenino” (Mancilla, 2001, p.236)2. 
No será hasta el siglo XIX que la histeria ocupará un lugar central en los padecimientos 
mentales y se le buscará explicar a través de los múltiples síntomas que externa. De 
cualquier modo, el concepto de la histeria no dejará la normatividad que la subyace, y 
guiará la sintomatología y la etiología. 
 
2 (Mancilla, 2001, p.236) . 
 
 
7 
Estas figuras de la locura que fueron las más representativas de la época clásica, dejarán ver 
una serie de hechos que permitirá entender el proceso por el cual se fue organizando la 
forma de aproximarse al fenómeno de la locura para la psicología y la psiquiatría. Tanto el 
contenido simbólico de los síntomas como el movimiento de espíritus, el calor, los 
humores, los espíritus poco a poco irá concretándose en características naturales que serán 
la base de una percepción explicativa, característica de la psiquiatría del siglo XIX. En 
relación a esto, Foucault menciona: 
“aquello que se había percibido como calor, imaginado como agitación de los 
espíritus, soñado como tensión de la fibra, va a ser conocido en adelante en la 
transparencia neutralizada de las nociones psicológicas: vivacidad exagerada de 
las impresiones internas, rapidez en la asociación de ideas, falta de atención al 
mundo exterior”3 (Foucault, 1964, p.293). 
 
1.2 TERAPÉUTICA 
Con la descripción de los padecimientos que le daban forma al saber sobre la locura, cabría 
elucidar la terapéutica utilizada para los mismos. Para los siglos XVII y XVIII, el saber 
desarrollado por la medicina era distinto al mundo de la curación. A pesar del amplio 
desarrollo de la teoría médica en esta época, la curación está guiada por un sentido 
simbólico y mítico; se piensa aún en el mito de la panacea, como el opio que se creía 
curaba prácticamente cualquier mal, dando vida espiritual a los pecadores. Con respecto al 
sentido simbólico, éste funciona por medio de una metáfora operativa que es la 
transferencia de propiedades de los objetos a los sujetos. Esta terapéutica clásica se 
organizará con base en cuatro ideas principales propuestas por Foucault (1964). 
1) La consolidación: a pesar de la violencia característica de la locura, en realidad ésta no 
muestra más que debilidad. Por tanto, se busca fortalecer al sujeto mediante sustancias que 
puedan transmitirle dicha cualidad, i.e. el hierro. Se le daba de beber al loco los residuos 
que emanaban de una barra de hierro al rojo vivo después de haber sido colocada en agua 
para dotar a su organismo de la solidez, resistencia y ductilidad de este metal. Algo 
 
3 (Foucault, 1964, p.293) 
 
 
8 
parecido se creía que hacía la asafétida, cuyo mal olor vivifica al sujeto y lo saca de su 
estado violento. 
2) La purificación. Especie de limpieza simbólica en donde las sustancias tóxicas del 
cuerpo son sustituidas por otras de propiedades benéficas. La más representativa es el 
intento de sustitución de sangre llena de humores por una limpia que erradique el delirio; de 
igual manera el café cargado pone en circulación los humores espesos de los melancólicos, 
activándoles, y actúa como una llama que no quema, lo que permite disipar las humedades 
estomacales causantes de dolor; purifican también la quinina, que ayuda a tonificar el 
organismo, y las frutas jabonosas como las cerezas, fresas, naranjas e higos que disuelven 
las impurezas del cuerpo. 
3) La inmersión. El agua es tal vez la sustancia que mayores propiedades benéficas y 
simbólicas posee, pues: constriñe, refresca, calienta, enfría, consolida. De manera que en la 
inmersión no sólo se crea el mito de un segundo nacimiento tan característico de los 
violentos baños sorpresa, sino que también impregna las propiedades que el sujeto 
requiera: enfría el fuego del furioso y el calor del frenético, consolida la languidez del 
melancólico. 
4) Regulación del movimiento. Se pretende ordenar el movimiento del loco. Sacarlo del 
desorden cinético que lo habita y recolocarlo en el ordenado movimiento del mundo. La 
marcha simple reparte los jugos y los humores; se manda a los locos a navegar para que el 
movimiento natural del océano los sincronice con el orden cósmico; viajar también ayuda a 
interrumpir los pensamientos obsesivos del melancólico; la música equilibra tensiones con 
las vibraciones que produce en el cuerpo. 
Todas estas técnicas de curación se ordenarán persiguiendo los siguientes dos principios. 
Por un lado, se busca regresar al sujeto a un estado puro de la naturaleza y, por el otro, 
eliminar al no-ser que lo habita y aliena para así regresarlo a la tangible verdad del ser. 
Para el siglo XIX, el sentido de las técnicas desaparecerá, pero se mantendrán con un 
estatuto psicológico y moral “[…] cuando las relaciones del error y de la falta, elementos 
por medio de los cuales el clasicismo definía la locura, sean abarcadas por el sólo concepto 
 
 
9 
de culpabilidad, las técnicas permanecerán, pero con una vocación bastante más restringida; 
no se buscará sino un efecto mecánico o un castigo moral”4 (Foucault, 1964, p. 344) 
Por ejemplo, en la terapéutica del movimiento, se pasa del sentido de sincronizar al sujeto 
con el ritmo perfecto del mundo a la rectificación de una función física por medio de un 
castigo y llevado a cabo gracias a la máquina rotatoria. Dicho de otro modo, ya no se pone 
al sujeto frente al mundo, “su unión del ser con la verdad”, sino que se pone a un organismo 
frente a su “propia naturaleza” (ídem, 1964). 
Además, la unidad simbólica de las técnicas comenzará a fragmentarse en el siglo XIX y se 
comenzará a diferenciar entre medicamentos físicos y medicamentos morales. Lo cual sólo 
fue posible cuando el problema de la locura pasó a ser problema de la responsabilidad del 
sujeto. Constituyendo al castigo como pilar de la terapéutica psicológica. 
Con esta dicotomía, surgen nuevas formas de terapéutica que buscarán curar ya sea por 
medio de las cualidades comunes del alma y el cuerpo, o por medio de las palabras, es 
decir, debatiendo con la locura y su delirio para, de alguna manera, extraer la razón aún 
presente en el loco. La medicación que se enfoca en modificar las cualidades querrá curar a 
través de un retorno a lo inmediato, dado que entiende a la enfermedad como una alteración 
de la propia naturaleza. La medicación que se enfoca en las palabras pone en un lugar 
fundamental al delirio, pues reconoce a la locura como error, como un lenguaje anudado en 
la imagen. 
Para este siglo, el XIX, los nuevos métodos de supresión de la enfermedad podrán 
agruparse en tres formas principales. El despertar, la realización teatral y el retorno a lo 
inmediato (Foucault, 1964). 
El despertar. Dado que a la locura se entiende como una especie de error, está íntimamente 
ligada con el sueño. En este estado errático que representa la locura, se buscará despertar al 
alienado a través de la irrupción. El despertar como forma de supresión de la enfermedad 
pretenderá trabajar a través del miedo, razón por la cual los accesos de cólera de los 
maniacos se acompañaban con una reacción de miedo para generar un cambio en su 
condición. Otro ejemplo es el caso deuna mujer a quien se le dispara con un arma de fuego 
 
4 (Foucault, 1964, p. 344). 
 
 
10 
desde una corta distancia cuando comienza a tener convulsiones causadas por una profunda 
pena, para intentar sacarla de dicho estado. 
La realización teatral. Muy apoyado del engaño, este método busca “integrar la irrealidad 
de la imagen en la verdad perceptiva, sin que aquélla aparente contradecirse, o incluso 
rechazar la segunda” (ídem, p.354). Se pretendía ser cómplice del delirio del loco, seguir su 
juego con la misma gramática del delirio, pero aportando un elemento deductivo nuevo que 
le permitiera al loco enfrentarse consigo mismo, por ejemplo, un melancólico, que creíase 
condenado a muerte por los pecados que había cometido, es colocado frente a la realización 
de su delirio de la siguiente manera: un cuidador quien, vestido de blanco y empuñando un 
espada, simula ser un ángel y le perdona todos sus pecados. Un caso más: A los enfermos 
que creen estar aprisionados en el cuerpo de un animal se les da un laxante y previo a la 
violenta evacuación se arroja al animal en el retrete sin que el enfermo se dé cuenta para 
simular la expulsión de la bestia. 
 El retorno a lo inmediato. Se busca acabar con el influjo de la imaginación y artificialidad 
que causaron la sinrazón, olvidar a la enfermedad y colocar al sujeto en una supuesta 
pasividad que le permitirá ocupar de nuevo un lugar con el ser de la naturaleza. Técnica 
acompañada de una moral del trabajo que pretende darle descanso al alma y ejercitar al 
cuerpo. Se toma al labrador y al campesino como figuras ideales, ya que representan una 
vida basada en el trabajo físico, donde no hay sobreestimulaciones psíquicas ni 
realizaciones imaginarias. Es pues un placer sin mediaciones que hace vano al deseo e 
imposibilita al delirio. En la siguiente narrativa del médico Bernardino de Saint-Pierre 
(1818), quien sufría de alucinaciones, se representa de buen modo la terapéutica: 
“Es a Jean-Jacques Rousseau a quien debo el haber recuperado la salud. Yo 
había leído, en sus escritos inmortales, entre otras verdades naturales, que el 
hombre está hecho para trabajar, no para meditar. Hasta entonces había 
ejercitado mi alma y dejado en reposo mi cuerpo; cambié de régimen; ejercité el 
cuerpo y di reposo al alma. Renuncié a la mayor parte de los libros; puse los 
ojos sobre las obras de la naturaleza, que hablaban a mis sentidos con un 
lenguaje que ni el tiempo ni las naciones pueden alterar. Mi historia y mis 
periódicos fueron las hierbas del campo y de las praderas; no eran ya mis 
 
 
11 
pensamientos los que en forma penosa se dirigían a ella, como ocurre dentro del 
sistema de los hombres, sino que eran sus pensamientos los que venían a mí 
bajo mil formas agradables” (pp. 11-14). 
Desde la época clásica no existe una dicotomía entre tratamientos físicos y tratamientos 
psicológicos. Tampoco existe la psicología como una disciplina con derecho propio. Sin 
embargo, a finales del siglo XIX cuando se separan la terapéutica física de la psicológica se 
confinará a la locura únicamente como enfermedad en una institución moral. Citando a 
Foucault, esta dicotomía se especificará de la siguiente manera: 
 “[…] lo que era enfermedad dependerá de lo orgánico, y lo que pertenecía a la 
sinrazón, a la trascendencia de su discurso, será colocado dentro de la 
psicología. Así es precisamente como nace la psicología, no como verdad sobre 
la locura, sino como señal de que la locura está ahora desunida de su verdad que 
era la sinrazón, y que ya no es sino un fenómeno a la deriva, insignificante, que 
flota en la superficie indefinida de la naturaleza. Enigma sin otra verdad que la 
que puede reducirlo”. (Foucault, 1964, p. 364). 
 
1.3 INTERNAMIENTO 
Una vez descrita la forma en la que se concebía la locura en la época clásica, es preciso 
hablar del fenómeno social que va a organizarla hasta antes del siglo XIX, el internamiento. 
La forma general del internamiento es la de alejar a la locura de la sociedad, “evitar el 
escándalo social” tanto en Europa como en México. Por ejemplo, Cristina Sancristán 
(2005), menciona que la Castañeda tenía la función del control de la anormalidad. No 
obstante, esta forma general tiene sus particularidades según los diferentes momentos 
históricos. 
En los inicios del internamiento clásico, siglos XVI y XVII, se buscaba dominar a la 
sinrazón, coaccionar a todo aquello que representara una amenaza para el orden 
establecido. No es hasta el siglo XVIII que diversos cambios sociales y políticos 
modificarán al internamiento significativamente, por ejemplo, de acuerdo con Foucault, en 
Francia cambiará la forma en la que se percibe al loco dentro del internamiento, debido a su 
 
 
12 
inserción de lleno por parte de Francia en la explotación de América. Lo cual generará una 
necesidad de mano de obra que culminará con la revalorización moral de la pobreza. 
Ahora el pobre ya no es visto como un obstáculo para el progreso. Se “descubre” que el 
pobre es uno de los pilares de la riqueza. En su trabajo está la base para el desarrollo 
económico. De tal manera que el internamiento representará una falla económica, ya que, 
en el intento de ocultar artificialmente la pobreza, se utilizan recursos públicos y se 
desperdicia posible mano de obra que permite la generación de riquezas. Es por eso que se 
hará una distinción entre “pobre válido” y “pobre enfermo”. Al válido se le valorará por su 
aporte a la producción y al enfermo ya no se le mantendrá, pues implica un gasto para el 
estado, colocando a la familia como una de las principales instituciones encargadas de 
cuidar a los enfermos. (Foucault, 1964, p.77). 
Para el siglo XVIII, a diferencia de los siglos precedentes donde el loco es considerado 
como una bestia (lo que implica que es parte de la naturaleza, aunque envuelto por una capa 
de maldad) la locura ya no es naturaleza, el loco ya no es un animal, sino que es producto 
de la deformación de la sociedad y la ruptura con lo inmediato. Precisamente la idea de 
“fuerzas penetrantes” engloba este cambio en la forma de percibir al loco y es una versión 
arcaica y negativa de la idea de “medio” que surge en el S. XIX para explicar la locura, ya 
con el título “oficial” de enfermedad mental. 
Foucault (1964) hace un recuento de los aspectos que para el siglo XVIII promovían la 
locura con respecto a esta noción: “Se convierten en ´fuerzas penetrantes´ una sociedad que 
ya no frena los deseos, una religión que ya no regula el tiempo y la imaginación, una 
civilización que no limita ya los saltos de pensamiento y de la sensibilidad” (p. 29). De 
igual modo, la presencia característica de contenidos imaginarios de la religión favorece el 
delirio y las alucinaciones. La civilización en cambio, promueve un estudio exagerado y, 
con ello, el descuido del cuerpo que desencadena un endurecimiento del cerebro. Y, por 
último, la sensibilidad separa al alma de lo inmediato, como la lectura de novelas que 
imitan a la realidad y que acarrean sentimientos de desencanto con el mundo real. 
Posteriormente, a mediados del siglo XVIII, la base del internamiento cambiará 
considerablemente y surgirán las Petites-Maisons, lugar donde se ingresarán únicamente a 
 
 
13 
los insensatos y que poco a poco irán convirtiéndose en hospitales para locos. Estas casas 
tenían, al igual que en el internamiento de los siglos precedentes, un carácter represivo y, 
dicho sea de paso, el papel de la medicina en las Petites-Maisons era sumamente marginal 
(Foucault, 1964). El cuidado de los insensatos queda a cargo del personal de estos arcaicos 
hospitales, pero ninguno de ellos es médico. Coincidentemente, en México se presentaba el 
mismo fenómeno: la máxima autoridad en los hospitales eran los administradores y no los 
médicos (Sancristán, 2005, p.10). 
Aun cuando estetipo de internamiento guarda la estructura represiva del antiguo, con las 
Petites- Maisons se le da a la locura un lugar independiente: “La locura ha encontrado una 
patria que le es propia […] aísla la locura y empieza a hacerla autónoma con relación a la 
sinrazón, con la cual se encontraba confusamente mezclada”. (Foucault, 1964, p. 50). Es así 
como la sinrazón va perdiendo alcance y se asocia con el concepto general de “libertinaje”, 
volviéndose particular. En cambio, la locura, tenderá a especificarse y se instalará como 
objeto de percepción. De la misma manera, se hace una diferencia entre insensato y 
alienado: insensato denota el lugar de la razón pervertida, como el caso de la rabia que 
ataca de forma evidente al hombre, pero sólo en tanto la enfermedad afecta al sujeto. En 
cambio, el alienado designa ruptura casi absoluta con la razón. 
A finales del Siglo XVIII, por la época de la revolución francesa, se dificulta darle un sitio 
a la locura: la prisión, el hospital o la familia. Especialmente porque la declaración de los 
derechos del hombre prohíbe detener a un sujeto, a menos que se tengan motivos claros. Lo 
que manifiesta el problema de cómo se justificaba el encierro en el caso de la locura; a 
saber, se pedía el informe de un doctor de renombre, así como la confirmación de dos 
testigos y una certificación expedida por un juez. Sin embargo, era necesario que los 
síntomas perduraran para mantener recluido al enfermo. De manera que el certificado 
médico era una valoración poco certera que dejaba a lo ocurrido en el internamiento como 
verdadera garantía de la presencia de la Sinrazón. 
De manera similar, en los manicomios de territorio nacional, se exigía el certificado 
médico, pero llegará un momento en que la autoridad pública represente la mayor parte de 
las órdenes de ingreso (85%), haciendo del internamiento, al igual que en Europa, única 
garantía para indicar a la locura. (Sancristán, 2005) 
 
 
14 
Ahora que el internamiento es la única certeza de presencia de locura, surge la necesidad 
descriptiva del estado del internado y también el diario de asilo como respuesta a esta 
necesidad. Con lo cual se inserta a la locura dentro del discurrir temporal de la 
cotidianeidad. 
Con el diario del asilo, el loco, además de ser descrito, es estudiado, observado, pero ya no 
se verá a otro que tambíen mira; éste se vuleve objeto, con el cual evidentemente, no hay 
forma de identificación, haciendo de la locura “la primera figura de la objetivación del 
hombre” (Foucault, 1964, p.127). Con esta mirada objetivada surgirá también su carácter de 
fascinación. Como el caso del manicomio de Bethlem en Inglaterra en donde era común 
que las personas compraran boletos para ir a ver a los locos o la torre de los Lunáticos 
construida en Viena donde el acomodo arquitectónico buscaba que los peatones pudieran 
ver a los internos (Kring & Johnson, 2014, p. 12). Análogamente, la locura toca el espacio 
de la vida cotidiana y sus significados morales cuando el internamiento desaparece. La 
sociedad sancionará a la locura mediante el escándalo a diferencia del internamiento 
clásico que se buscaba erradicarla de la sociedad y se buscará que la firmeza de las 
normas morales, libre a la sociedad de los crímenes y de los vicios. 
La moral de la vida cotidiana que regula a la sinrazón hace posible una psicología del 
crimen, la cual, a través de la rigurosidad en las formas de indignación, juzgará al sujeto. 
Condición peligrosa, ya que, cuando la psicología además de juzgar al sujeto intente agotar 
a la locura lo hará desde la moral y sus sanciones. Así, por ejemplo, el robo será visto como 
absolutamente despreciable, dado que atenta contra el valor del trabajo, pero el asesinato 
por adulterio será parcialmente comprensible (evidentemente sólo en el caso del varón), 
debido a la identificación del desborde de pasión que nace de la impactante imagen de la 
enamorada en los brazos de alguien más. Contradictoriamente, cuando la locura esté 
relacionada con actos criminales, las instancias judiciales la dotarán de inocencia, la cual 
será característica de la alienación más severa (Foucault, 1964). Dicho lo anterior, tanto 
para las instancias legales como para las médicas, el sujeto de derecho se definirá con base 
en el sujeto racional. 
La entrada de la locura en el espacio público, significará el fin de la era del internamiento y 
el paso a la constitución del asilo moderno, el cual buscará que la función de exclusión y la 
 
 
15 
función médica formen una sola estructura, y que el espacio y los valores mismos del 
internamiento formen un medio que, por oposición al medio natural que pervirtió al sujeto, 
cure la locura. 
La función de exclusión será evidente en la planeación o edificación de los asilos. El plano 
de uno de ellos, hecho por el político francés Jacques Pierre Brissot, lo ejemplifica 
claramente5 (Foucault, 1964). Los edificios se pensaban cuadrados y divididos en dos 
partes. En un lado se colocaría a las mujeres y a los niños con alienación no tan severa, 
quienes harían trabajos útiles para la sociedad y gozarían de luz natural abundante y 
alimentos modestos. En la otra parte, fría y con viento, estarían los criminales y los 
insensatos “perturbadores del reposo público”, a quienes se les obligaría a realizar trabajos 
perjudiciales para su salud como tallar piedras o manipular químicos peligrosos (ídem, p. 
93). 
Asimismo, la división interna de La Castañeda 6 , cuyo fin era el del control social, 
“reproducía las jerarquías sociales externas trasladando el mundo de fuera al de dentro” 
(Sancristán, 2005, p.26). Se organizaban los pabellones según características de los 
ingresados, como su capacidad para el trabajo, estatus socioeconómico, condición de salud, 
estatus jurídico o dificultad de manejo. 
Ahora bien, la forma de concebir al loco en el asilo moderno tiene nuevamente un lazo con 
la naturaleza, pero esta vez la bestia maldita de los siglos XVI y XVII se volverá un animal 
dulce “que lo acerca al animal doméstico y al niño” (Foucault, 1964, p. 100). La locura ya 
no se pondrá en juego según la dicotomía de razón-sinrazón, sino según una dialéctica 
donde estarán en movimiento la locura como alienación y la curación como retorno a lo 
inalienable. De igual manera lo entiende Hegel (1830), para quien: “La locura no es una 
pérdida abstracta de la razón, ni por el lado de la inteligencia ni por el de la voluntad y la 
responsabilidad de ésta, sino que es sólo locura, sólo contradicción en la razón todavía 
presente […]” (p. 463). Luego entonces, el asilo buscará sacar a la razón del interior del 
sujeto. Una de las estrategias para lograrlo será darle al loco libertad, pero sólo para ser 
 
5 Aunque es necesario señalar que a diferencia de gran parte de los asilos modernos el de Brissot pretende 
seguir mezclando a los locos y a los criminales. 
6 Institución que no sólo fungía como hospital, sino también como asilo clásico (entraban tanto enfermos 
mentales como criminales). 
 
 
16 
coartada cuando éste pierda el camino de la razón. El asilo moderno hará de la libertad un 
fundamento de la locura y de su privación una esencia de su terapéutica. A su vez, ya no se 
hará justicia por medio del castigo, sino mediante la verdad; mismo paso que se da, en este 
caso de manera simbólica, entre la cadena y la camisa de fuerza. De una rigidez total del 
metal de la cadena y de la forma de concebir al loco como expresión del mal, la cual actúa 
como una coerción exterior; al constreñimiento parcial y propio del sujeto que viste la tela, 
el cual es visto sólo como desviado (Foucault, 1964). 
Más allá del recurso de la libertad de la cual se apropia el asilo para la coacción, éste 
formará una estructura diádica con la cual buscará curar la alienación. En primera instancia, 
se pretenderá colocaral sujeto en la inmediatez de la naturaleza y del trabajo para 
regresarlo a las formas fundamentales de su existencia, espacio virtualmente libre de 
locura. 7 En segunda lugar, se reconstruirá simbólicamente la estructura de la familia 
burguesa basada en el mito de una pureza patriarcal, encarnada por los cuidadores. Dos 
Casos ejemplares del asilo son los de Pinel y Tuke. Pinel: representará míticamente el 
movimiento humanitario para la locura8. Cuando Pinel llega a Bicêtre, el primer alienado a 
quien libera de sus cadenas es a un capitán inglés del cual se dice que en un acceso de furor, 
mató a un hombre con sus propias manos. Pinel habla con él y lo exhorta a ser razonable a 
cambio de su libertad. El alienado lo escucha y desde ese momento no vuelve a presentar 
manifestaciones violentas. Pinel es pues el símbolo de la fundación mítica del asilo y sus 
formas humanas de cuidado. Para él, la cura consistía en la integración del alienado en “un 
tipo social moralmente reconocido y aprobado” (Foucault, 1964, p. 145). El caso de Tuke 
es distinto, él pertenece a la comunidad cuáquera y utiliza precisamente sus máximas 
morales, a saber, toma elementos del retiro en ambientes naturales y la religión para 
restaurar la razón y coloca a los alienados en un sistema de responsabilidades, buscando 
imitar formas primigenias del ser humano. 
De acuerdo con Foucault (1964), este aparente movimiento humanitario del asilo moderno 
es percibido históricamente como el primero en su clase, más aun, se coloca a Pinel y Tuke 
 
7 Foucault hace referencia a dos autores, Rush y Humboldt, quienes arguyen que entre los indios americanos 
es prácticamente inexistente la locura. Benjamin Rush Medical Inquires, I, p.19. Citado en Spurzheim, 
Observations sur la folie, p.183) (Foucault, 1964). 
8 Pintura de Tony Robert-Fleury (1876) de Pinel en la Salpêtrière representa su imagen de liberador de los 
locos. (En los anexos) 
 
 
17 
como héroes que han liberado de sus cadenas a los enfermos mentales que eran tratados 
como bestias y confundidos con los criminales. Empero, las injusticias del internamiento ya 
se hacían escuchar desde el siglo XVII y fueron los mismos internados quienes primero 
protestaron contra las injusticias. En suma, como ya se explicó anteriormente, fueron 
cambios sociales y políticos, y no filantrópicos los que hicieron posible un estatuto asilario 
de la locura. Sin embargo, la psiquiatría y aquellos que escriben su historia han conformado 
un mito alrededor de Pinel, el cual relata cómo este gran personaje, en nombre de la 
psiquiatría, liberó a los internos, pues fue el primero en señalar las atrocidades que sufrían 
los internos y detenerlas. Incluso algunas de las obras que buscan retratar el pasado de la 
psiquiatría en México se aventuran a decir que, de haber existido la psiquiatría en la época 
de la inquisición, muchas menos injusticas se hubieran cometido (Sancristán, 2005, p. 15). 
La estructura del asilo moderno descansa sobre una firme moral que opera a través de 
cuatro medios: 1) el silencio: dado en la desarticulación del diálogo entre razón y sinrazón, 
la cual opera desde la relación vertical del cuidador con el loco visto como objeto; 2) 
reconocimiento en el espejo: se le demandará al alienado que vea en sí mismo la locura que 
le habita, pero en los ojos del otro, i.e. un interno quien creíase Rey es persuadido de que 
vea lo ridículo de sus pretensiones; 3) el juicio perpetuo: se busca que el asilo sea un 
“microcosmos judicial”, cuya eficacia está en el miedo que inspiran los castigos; 4) 
apoteosis del personaje médico: dado que a finales del siglo XVIII era obligatorio el 
certificado médico, la figura del médico es fundamental para la época, pero su autoridad 
“no recae en su conocimiento, sino en su prudencia, garantía jurídica y moral, y no título 
científico” (Foucault, 1964, p. 171). En realidad, el médico no conoce la locura y, sin 
embargo, buscará dominarla con el poder moral que encarna. 
En el siglo XIX, con la reformulación del papel del médico en el internamiento, el asilo 
moderno y sus máximas morales irán fundiéndose con los mitos del positivismo para 
conformar una práctica psiquiátrica muy similar a la actual. Tal vez la característica más 
representativa de dicha práctica sea la de la objetivación de la locura, pues así la psiquiatría 
logra protegerse de la verdad que ésta enuncia. Incluso, los médicos del siglo XIX 
pretenderán ser los que puedan decir la verdad sobre la locura gracias al saber y poder que 
poseen. Dicho lo cual, es claro que la psiquiatría tiene una conciencia analítica de la locura; 
 
 
18 
evidente en la división de enfermedades en unidades observables llamadas síntomas, cuya 
afinidad valdrá como base para clasificarlas. A diferencia del siglo XVII donde se hizo una 
clasificación botánica. 
Para el saber psiquiátrico, a diferencia de los siglos precedentes, la locura ya no trata del 
no-ser o del error, sino del ser del hombre. Hombre que de entrada es inocente, dado que es 
arrastrado por las pasiones deseos e imágenes. Por esta razón, la responsabilidad del sujeto 
se decidirá según el número de razones que determinen sus actos, siempre y cuando el 
sujeto sea él mismo al llevarlos a cabo. El caso de la monomanía ejemplifica perfectamente 
la inocencia del sujeto determinada por su absoluta alienación, puesto que el sujeto es 
razonable en su generalidad, pero, sin motivo aparente y totalmente fuera de sí, realiza un 
acto absolutamente atroz. Se registra el incidente de un tal Léger, hombre tranquilo, quien, 
un día, casi de la nada, después de asesinar a una mujer desconocida devora su corazón 
(ídem, p. 291). 
Para este siglo, el médico será la figura fundamental de la locura y, a pesar de su 
desconocimiento sobre la misma, él solo portará la autoridad y poder que anteriormente 
tenían el internamiento y la familia. Su capacidad de curar será aparentemente posible 
gracias al conocimiento de la psiquiatría, pero será irrealizable sin la complicidad de los 
propios enfermos. Foucault dirá: “En la pareja médico-enfermo se anudan y desanudan 
todas las alienaciones”. Razón por la cual, el mismo Foucault (1964) hará la siguiente 
proposición: “toda la psiquiatría del siglo XIX converge realmente en Freud” (p. 177), pues 
él fue el primero en profundizar y explicitar la relación médico-paciente no sólo como 
característica de la terapéutica para las enfermedades mentales, sino como una condición 
fundamental. A este respecto cabe decir mucho más y, por ese motivo, la parte final del 
presente trabajo versará sobre la relación entre el psicoanálisis y la locura. Previo a dicha 
temática, lo que queda por decir de la locura en el siglo XIX y XX estará ligado a la 
psiquiatría. Por tanto, será menester describir esta rama de la medicina y su estrecha 
relación con el poder. 
 
 
 
19 
En resumen: el recorrido de la historia de la locura hecho por Foucault que comienza con el 
siglo XVI permite dar cuenta, en primer lugar, de una analítica de la enfermedad que está 
basada en una metáfora del orden de la vegetación, es decir, una analogía que va de 
entidades naturales (las plantas) a entidades sociales complejas (la enfermedades mentales) 
para constituir la primera nosología básica. 
Foucault propone tomar como elementos fundamentales de la locura a la pasión, a la 
imaginación y al delirio. Los cuales estarán presentes desde las primeras enfermedades 
nerviosas registradas, a saber: Demencia: ruptura con la realidad; Frenesí: suerte de 
melancolía con presencia de fiebre; Estupidez: incapacidad para procesar los objetos del 
mundo; Manía-Melancolía: idea delirantes que se contraponen con la ligereza o pesadez de 
los juegos internos; Histeria-Hipocondría: causada por el ardor del amor. Estas figuras 
primitivas de las actuales enfermedades mentales que sedefinían a partir de dos nociones: 
causa inmediata (referentes orgánicos) y causa lejana (referentes empíricos del mundo). 
En los siglos XVII y XVIII La terapéutica que acompañaba a estas enfermedades operaba a 
partir de una metáfora operativa de la transferencia de propiedades encuadradas por 
Foucault en cuatro grupos: 1) la consolidación: dotar de fuerza proveniente de los objetos 
del mundo como el hierro para contrarrestar la debilidad característica de la locura, 2) 
purificación: limpieza de toxinas a partir de sustitución sanguínea o con sustancias como el 
café, 3) inmersión: traspasar la propiedades diversas del agua como control de temperatura 
o consolidación al calor frenético del loco o la languidez del melancólico, 4) regulación del 
movimiento: intención de reordenar el movimiento errático de los fluidos en el loco a través 
de los ritmos perfectos de la naturaleza como el océano. 
A partir del siglo XIX la terapéutica se separa entre medicamentos físicos y medicamentos 
morales y la locura se concibe como error con relación a la razón. En este periodo, la 
terapéutica se agrupa en tres formas principales: el despertar: partiendo de la paridad entre 
locura y sueño, se busca despertar del delirio al loco a partir del miedo; la realización 
teatral: la intención es integrar la imagen delirante con la de la realidad por medio de la 
complicidad con el delirio y una posterior cancelación; retorno a lo inmediato: en la 
inmediatez no existe en la locura por lo que se busca acabar con el influjo de la 
imaginación y sustituirlo por la inmediatez del trabajo y del placer sin mediaciones. A 
 
 
20 
finales del siglo XIX se separarán la terapéutica física, que se avocará a lo orgánico; de la 
psicológica, que se enfocará a la sin-razón. 
Para hablar de la locura desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, Foucault propone como 
fenómeno común el espacio del internamiento para así describir las prácticas asociadas con 
la locura. El internamiento comenzará en el siglo XVI y “terminará” en el siglo XIX con la 
constitución de la medicina como institución encargada de la locura. La función principal 
del internamiento será la de alejar a la locura de la sociedad dominándola, ya que pone en 
peligro el orden establecido. 
Además, en el siglo XVIII la locura ya no será concebida como un accidente de la 
naturaleza, sino que será la deformación de la sociedad la que la promoverá. Deformación 
que estará apuntalada en la noción de medio. En este mismo siglo surgirán las Petites-
Maisons, un eslabón previo a los hospitales psiquiátricos, donde la medicina aún no se 
posicionaba como organismo encargado del tratamiento de la locura. La locura en esta 
década empieza a tener una referencia más delimitada con la razón. Se hace la diferencia 
entre insensato y alienado. El primero está en función de la razón pervertida como es el 
caso de la rabia, y el segundo es una ruptura casi absoluta con la razón. A finales del siglo, 
luego de la revolución francesa, situar a la locura se complejiza, pues va en contra de los 
derechos del hombre detenerlo sin motivos claros. Por lo cual, comienza a generarse un 
sistema legal para delimitar el espacio del loco en función de la permanencia de los 
síntomas. Se vuelve entonces necesario un diario del asilo y con ello el loco se vuelve un 
objeto de estudio, más específicamente, se convierte en la primera figura objetivada del ser 
humano. Asimismo, como “objeto”, el loco figura como parte de la vida cotidiana y surge 
también la necesidad de situarlo en el sistema legal, para lo cual se constituye una 
psicología del crimen. 
Con la entrada del loco al espacio público se constituye el asilo moderno que buscará 
conjuntar la función de exclusión y la función médica en una misma estructura y en un 
mismo espacio. Se separarán a los locos en el asilo según una gravedad aparente de su 
condición. La locura en el asilo moderno dejará de conceptualizarse a partir de una 
dicotomía razón-sin razón, y se pondrá en juego a partir de una dialéctica entre alienación y 
 
 
21 
retorno a lo inalienable. Por lo cual, en el asilo moderno se buscará sacar la razón interior 
del loco, el castigo todavía regirá la terapéutica, pero esta vez se coartará con la verdad. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
22 
CAPÍTULO 2. LA PSIQUIATRÍA Y SUS MECANISMOS DE PODER 
 
A lo largo de la obra de Foucault Historia de la locura (1964) el rasgo que parece ser 
primordial para entender la relación de la psiquiatría con la locura es la moral. Y, más aún, 
los mecanismos utilizados por la psiquiatría para hacer valer las máximas morales, los 
cuales serán el rasgo característico de esta disciplina médica. Es por esta razón que 
Foucault profundizará en el ejercicio que hace posible la imposición y adopción de aquellos 
valores sociales, esto es, el poder: tópico central en la construcción epistemológica del 
autor. 
Hay entonces un marcado viraje en el estudio de la locura que pasa de un análisis 
ideológico, institucional y superestructural, a uno microestructural, enfocado a los 
mecanismos de poder que guían la práctica psiquiátrica. Un paso que va de un trabajo 
hecho a partir de la imagen de la experiencia de la locura en la época clásica, a uno que 
busca explicitar los dispositivos de poder de la psiquiatría y sus producciones discursivas 
(Foucault, 1973). 
Particularmente, en lo respectivo al periodo asilar -articulación temporal de la época del 
internamiento y la psiquiatría moderna- será necesario aclarar dos puntos. El primero, la 
“erradicación” de la violencia física como característica fundamental de la supuesta 
reforma humanista de los asilos. Lo que da la impresión de que sólo por medio de la 
violencia física se hace un ejercicio efectivo del poder. Sin embargo, el poder se despliega, 
irremediablemente, en el cuerpo: “Todo poder es físico, y entre el cuerpo y el poder político 
hay una conexión directa” (Foucault, 1973, p. 31). El segundo, la familia como pilar 
terapéutico del asilo, centrado en la figura del padre. Profundizando en lo que se planteó 
anteriormente, no es que la psiquiatría haya tomado prestado un modelo familiar para la 
curación (al menos no hasta el siglo XX y sólo a un sector reservado para los pacientes de 
familias adineradas), ni siquiera que la psiquiatría esté al servicio de la familia o del estado 
para ejercer un control sobre la población. Lo fundamental son las estrategias tomadas por 
la práctica psiquiátrica que permiten una relación del poder con el sujeto loco. Sin más, el 
análisis de la microfísica del poder en la práctica psiquiátrica. 
 
 
23 
2.1 EL EJERCICIO DEL PODER EN LA PRÁCTICA PSIQUIÁTRICA. DIFERENCIA ENTRE PODER 
SOBERANO Y PODER DISCIPLINAR 
Habiendo aclarado que el poder es el rasgo fundamental de la práctica psiquiátrica, se 
puede pasar a la explicación de sus mecanismos como una tentativa para entender mejor a 
la locura en la época moderna y en la actualidad. 
Es menester primero diferenciar entre el poder soberano y el poder disciplinar. Siendo el 
primero el más añejo, simple y macrofísico, y servirá como basamento para el segundo que 
es más reciente, elaborado y microfísico. 
El poder soberano, propio del gobierno posfeudal y preindustrial, recae en la figura del rey. 
Sujeto que encarna al poder, ya sea imponiéndose a través de su gran fuerza física como 
los reyes guerreros o bien, mediante símbolos que demuestren su superioridad física o 
social: la corona, el cetro, la túnica de armiño, el castillo característicos de los reyes 
monárquicos. Además, se investía al rey mediante un ritual de coronación y, de la misma 
manera, había una especie de ritual de destitución, en el cual, al haber perdido el sujeto su 
posición y sus símbolos de poder, podían los súbditos, (y de hecho lo hacían) humillarlo, 
golpearlo y, la mayoría de las veces, decapitarlo.(Foucault, 1973). 
En esta relación disimétrica del poder soberano, efectivamente la figura que está en la 
posición de poder es fundamental, pero no porque haya un sujeto que lo posea. En realidad, 
el poder (soberano o disciplinar) ni se tiene, ni surge de una persona concreta. El “sujeto” 
en la posición de poder es una función, puede ser un grupo como la familia. Inclusive la 
soberanía puede recaer en objetos, como una señal de tránsito, la línea divisoria de una 
frontera o un crucifijo. Asimismo, el poder soberano proviene de una fundación de carácter 
mítica: de un derecho divino, una victoria en la guerra. Y se intentará generar marcas que 
mantengan la fuerza de la función sujeto, o bien se recurrirá a su fundación para renovarla. 
Por ejemplo, la corona y la continua referencia a los lazos sanguíneos reales a través 
representaciones visuales de los monarcas pasados, la repetición de juramentos, el utilizar 
insignias o el hacer señales de respeto (ídem, 1973). 
Estas marcas y renovaciones de fuerza resultan secundarias, pues el poder soberano se vale 
habitualmente de la violencia para desplegarse eficazmente, es decir, suele ser muy directo 
 
 
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en sus formas de despliegue. Las muchas técnicas de tortura de la santa inquisición bastan 
para ejemplificarlo. 
Una última característica del poder soberano es que su control está enfocado en los 
productos, y el control de los sujetos es únicamente un medio. Dicho de otro modo, la 
soberanía está en un sistema de sustracción-gasto, el cual es sumamente disimétrico. Tal es 
el caso del sistema de protección impuesto por grupos criminales como la mafia italiana de 
territorio estadounidense a principios de siglo XX. La mafia sustraía un producto (dinero o 
pago en especie) y su gasto, aunque mínimo, era asegurar la protección de sus propios actos 
criminales o, en raras ocasiones, los de otros grupos delictivos. 
Ahora bien, el poder disciplinario, el ejercido en la práctica psiquiátrica y, por tanto, en el 
que más se profundizará, difiere de manera importante con el de soberanía. Para empezar, 
no existe esta gran función sujeto que ejerce el poder y que se encuentra en la cima de una 
jerarquía. En su lugar, hay una red que controla a los sujetos mediante tácticas discretas. 
Esta red podría llamársele principio panóptico 9, el cual busca, de inicio, una condición de 
omnivisibilidad. Lograda concretamente por el panóptico, a través de una organización 
arquitectónica precisa, a saber, una torre en el centro de un espacio que sea lo suficiente 
elevada para poder tener una visibilidad completa de los demás y para no poder ser 
observado. Adicionalmente, se puede colocar vidrios polarizados para asegurar este último 
efecto. 
En la práctica psiquiátrica se lograba la omnivisibilidad de otro modo, comenzando con los 
vigilantes. Éstos tenían la tarea de informar a los médicos sobre lo acontecido en el 
hospital, eran una especie de extensión de la mirada del psiquiatra. En la mirada de los 
vigilantes y sus informes se asegura la disciplina, no sólo de los internos, sino también de 
los sirvientes. Los cuales tienen también una función importante dentro del hospital. 
Los sirvientes son el poder que está más cerca de los enfermos y simulan estar a su servicio 
con la intención de poder observarlos desde una situación cercana, en la cual los internos se 
 
9 En honor a la obra El Panóptico de Jeremy Bentham(1843). A la cual se refiere Foucault como la obra que 
“presenta con toda exactitud la fórmula política y técnica más general del poder disciplinario” (Foucault, El 
poder psiquiátrico, 1973, p. 61). Imagen orinigal del panóptico de Bentham (1843) en Anexos (Ilustración 1). 
 
 
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permitan expresar cosas más personales. Y esta información será comunicada a los 
vigilantes quienes, a su vez, lo comunicarán a los médicos. De igual manera, a pesar de 
mostrar una actitud servicial, cuando los enfermos se muestren renuentes a seguir el 
reglamento, se les reportará inmediatamente a las otras dos partes que dirigen el control del 
hospital. 
El hecho de que las tácticas de estas tres figuras funcionen discretamente, no excluye el uso 
de la violencia directa hacia los pacientes. Es por esto que, tanto el médico, como los 
vigilantes y los sirvientes, deben de tener ciertas características físicas que les permitan 
desplegar la fuerza de la violencia en toda su dimensión. Por ejemplo, en la morfología del 
médico debe destacar una gran musculatura y un físico varonil, hermoso, con ojos vivaces, 
cabellos castaños y ligeramente encanecidos para dar señal de madurez y experiencia. Los 
vigilantes deben de ser sumamente fuertes, poseer una voz gruesa y fulminante, y es 
indispensable que sean completamente obedientes al psiquiatra. A su vez, es menester que 
los sirvientes sean altos y fuertes, al igual que sensibles para tratar con algunos alienados 
(ídem, 1973). 
Otra característica del principio panóptico es el de la omnipotencia, es decir, que el poder 
se despliegue permanentemente y en todos lados. Pero, además, que funcione por si solo; a 
lo que Foucault llamará “molde genético”. Para conseguirlo, el poder actualiza su marca 
echando mano de la escritura: i.e. en las escuelas se codifica la conducta de los estudiantes 
por medio de una escala alfabética o numérica y, con base en este valor, el alumno será 
merecedor de un castigo o una recompensa, según lo dispuesto en un reglamento escrito. 
Estas notas y el reglamento funcionan como una referencia no perecedera de la conducta, 
permitiendo que el sujeto se sienta vigilado de manera continua. Complementariamente, el 
castigo permite extinguir una conducta indeseada y, por el contrario, la recompensa 
fomenta que se repita la conducta deseada. 
Otro caso es el de los lugares de trabajo, donde los obreros firman un contrato que establece 
horarios, manera de vestir y de actuar, etc. Adicionalmente, en la gran mayoría de los 
centros laborales desde el siglo XVIII, los obreros vigilan el comportamiento de sus 
compañeros y se registra con precisión las faltas y los retrasos. 
 
 
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En el caso del sistema judicial a lo que se recurre desde mediados del silgo XVIII es al 
reporte. En el cual se fija el comportamiento trasgresor y a la persona que cometió la falta, 
para, posteriormente, enviar el reporte a un centro de administración local y luego a uno 
ministerial, lo que permite identificar al criminal si éste buscara desplazarse. 
Con respecto a la práctica asilar, el reporte es también la manera de fijar y controlar el 
comportamiento del enfermo. No obstante, el asilo tiene algunas particularidades que se 
explicarán a detalle un poco más adelante, aunque, merece la pena hacer mención de una de 
ellas, ya que modifica la forma en la que opera el reporte y la escritura en general dentro 
del espacio asilar. Esto es, el hecho de que se despliegue la disciplina sobre el enfermo 
mental, pues éste es “el residuo de todos los residuos, el residuo de todas las disciplinas, 
aquel que, dentro de una sociedad, es inadmisible a todas las disciplinas escolares, 
militares, policiales, etc.” (ídem, p. 76) 
Los residuos entonces generarán la necesidad de establecer otros sistemas disciplinarios 
para su captación. Por ejemplo, los sujetos irreductibles a la disciplina escolar serán 
enviados a otros sistemas disciplinarios como el hospital psiquiátrico, la prisión, o el 
colegio militar. 
Dicho lo cual, el poder disciplinario es también normalizador, ya que, primero genera una 
dicotomía de adecuados e inadecuados (sano-enfermo, bueno-criminal, disciplinado-
indisciplinado) para después recuperar a los inadecuados por medio de estos sistemas 
alternos de poder. 
Por esta razón, el reporte o diario del hospital psiquiátrico es mucho más especializado. Es 
un registro minucioso del enfermo y se marca cualquier comportamientoindeseado como 
patológico. Susceptible a un tratamiento medicamentoso o moral. 
La última característica de este modelo panóptico consiste en que, mediante sus 
mecanismos disciplinarios, logra la proyección de la psique. El poder disciplinario pretende 
tener imperio sobre la totalidad del sujeto, a medida que lo va logrando, el sujeto ajusta su 
conducta debido a la represión. Enseguida su comportamiento se conduce según las normas 
sin necesidad de rectificadores, pues se sabe observado permanentemente. Para después 
internalizar; adoptar tales normas como una forma legítima de conducirse por el mundo. 
 
 
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Finalmente, el poder disciplinario se vuelve constitutivo del sujeto mismo. Pero esta 
reflexión dispuesta como un proceso está hecha, digamos, a posteriori. En realidad “el 
individuo es el resultado de algo que le es anterior: el mecanismo, todos los procedimientos 
que fijan el poder político al cuerpo. Debido a que el cuerpo fue ‘subjetivizado’ esto es, la 
función sujeto se fijó en él, a que fue psicologizado, a que fue normalizado, resultó 
posible la aparición del individuo […]” (ídem, pp. 77-78). 
Como se hizo mención en párrafos anteriores, el poder disciplinario apareció después del 
soberano. Y su origen puede rastrearse hasta la edad media con las órdenes religiosas10; las 
cuales innovaron social y políticamente por medio de su sistema disciplinario. Dando paso 
a nuevos sistemas de poder como la monarquía y el papado (ídem). De manera muy 
esquemática, sólo haré mención de los mecanismos de poder de estas comunidades: se trata 
de retomar normas que enaltezcan la pobreza, un uso absoluto del tiempo, modestia de los 
bienes y en la alimentación, y una obediencia absoluta a las reglas internas del monasterio, 
ascetismo del individuo y una supervisión constante por parte de las figuras de autoridad. 
El poder de las órdenes monásticas, poco a poco fue parasitando poblaciones. En Europa, 
comenzó por la juventud escolar de finales de siglo XV mediante el establecimiento de 
instituciones educativas, y continuaron con la evangelización de los pueblos conquistados 
en América. Más tarde, el sistema disciplinario fue ramificándose a otros sectores y perdió 
su carga religiosa. Llegó al ejército, a las fábricas, a los hospitales psiquiátricos, etc. 
El advenimiento del poder disciplinar como principal forma de control, no implica ni la 
desaparición del poder soberano, ni excluye la posibilidad de un funcionamiento sincrónico 
de ambos ejercicios del poder. Tal es el caso de la familia, un sistema soberano, debido al 
claro papel de la función paterna como encarnación del poder, que funciona como el punto 
de unión que apuntala los sistemas disciplinarios para ser constituyentes del individuo. Y 
que trabaja de la mano con el sistema escolar. En el cual la familia impone una serie de 
medidas para que los niños asistan a la escuela, cumplan con las reglas y así pueda el centro 
escolar desplegar sus mecanismos disciplinarios, ya entes explicados (ídem). 
 
10 Esta transformación en el ejercicio del poder se remonta a los siglos XI y XII, y parece haber sido animada 
por la reforma de Cister, fundada en 1908 (Foucault, 1973). 
 
 
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Precisamente ahí donde la familia falle, el poder psiquiátrico reinsertará al sujeto al sistema 
familiar. Y, de manera más amplia, habrá toda una serie de instituciones que sustituyan a la 
familia, lo cual se llamará función psi: la psiquiatría, la psicopatología, psicosociología, la 
psicocriminología, etc. Esta función psi, originaria del siglo XIX y proveniente de la 
psiquiatría, irá ampliándose a otros sistemas como la escuela, el ejército, el trabajo, la 
cárcel, etc. “La psicología como institución, como cuerpo del individuo, como discurso, es 
lo que contralará permanentemente, por un lado, los dispositivos disciplinarios, y remitirá, 
por otro, a la soberanía familiar como instancia de verdad a partir de la cual será posible 
describir y definir todos los procesos, positivos o negativos, que ocurren en los dispositivos 
disciplinarios” (Foucault, 1973, p. 111). 
De la relación del asilo con la familia, se desprenden una serie de principios de la disciplina 
psiquiátrica cuyo objetivo será la curación. Una relación que para mediados del siglo XIX 
coloca a la psiquiatría como la autoridad para decidir sobre el enfermo mental11. Más aún, 
la psiquiatría concibe a la familia como una amenaza para la curación. Luego entonces, las 
medidas terapéuticas apuntan hacia la separación de la misma. El cambio de entorno y 
aislamiento familiar, por ejemplo, fomentan que el enfermo deje de naturalizar los posibles 
comportamientos patológicos propios del entorno familiar. 
 
2.2 LA TERAPÉUTICA Y LOS MECANISMOS DISCIPLINARES DE LA PSIQUIATRÍA 
Una vez fuera del seno familiar, la terapéutica estará siempre de la mano de la disciplina 
para buscar una cura. Disciplina que se desplegará a través de tres mecanismos principales 
durante los siglos XIX y XX. En primer lugar, los mecanismos coercitivos o de obediencia; 
en segundo los medicamentos; y en tercero, la medicación psicofísica. 
Los mecanismos coercitivos o de obediencia están representados por la figura del médico, 
quien deberá mostrar desde el comienzo que su voluntad será siempre superior a la del 
enfermo. Para llevarlo a cabo, la figura del médico echará mano de cuatro marcas de saber. 
Comenzará con una averiguación previa del loco, por supuesto sin que él lo sepa, y se le 
 
11 Legalmente hablando, esto comienza en Francia en 1838 cuando se establece una ley que pone por encima 
de la interdicción (campo de acción de la familia) a la reclusión, lugar de acción del médico legista quien 
decide si el enfermo mental debe o no ser recluido en un asilo (Foucault, El poder psiquiátrico, 2003, p. 114). 
 
 
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mostrará ese conocimiento al interno para dotar de autoridad al psiquiatra. Posteriormente, 
el galeno hará un interrogatorio para establecer un filtro de la información que él considera 
importante: el médico interrumpirá, silenciará o reprochará a placer al enfermo cuando, a 
sus ojos, lo expresado no resulte trascendente. La vigilancia constante será posible gracias 
al historial del paciente, siempre a la mano, el cual registrará su conducta y podrá 
recordársele con detalle toda acción reprobable. Una marca más será la del juego de la 
clínica, compuesto por los estudiantes como el público que escucha atentamente al médico, 
dotándolo así de credibilidad ante el loco, pues se erige como portador de la verdad. Pero, 
también, en el diálogo y la explicación de la locura por alumnos y profesor, se obligará a 
que el paciente escuche la verdad de su locura, consolidando la vida del paciente como una 
enfermedad. Por último, al exhibirse, el enfermo tendrá una manera de retribuir el trabajo 
del médico, quien amplificará su poder (Foucault, 1973). 
Para dar una muestra concreta y profundizar en estas marcas del saber, Foucault (1973) 
describe el caso de un psiquiatra francés del siglo XIX llamado Leuret quien deja amplia 
información sobre dichos mecanismos coercitivos. Así, por ejemplo, este psiquiatra busca 
que un paciente de apellido Dupré se someta a las reglas del asilo a través de una 
reeducación de su lenguaje. Dupré dice ser Napoleón Bonaparte y declara que su médico es 
en realidad su cocinera. Se le obliga entonces a memorizar el nombre de todos los que 
participan en la vida del hospital para así imponerle un lenguaje útil para el asilo. No se 
intenta anular su delirio o hacerle ver argumentativamente que sus proposiciones son falsas, 
simplemente se intenta enseñarle las formas de un lenguaje que siga la misma línea de la 
disciplina (p. 177). 
Estas marcas de saber tendrán como finalidad el fortalecimiento de la realidad. Es decir, 
hacer de la realidad

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