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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE LETRAS HISPÁNICAS MÁS ALLÁ DE HEIDEGGER Y LA POESÍA: HACIA UNA COMPRENSIÓN DEL HABITAR POÉTICO TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA: ALEJANDRO BLASCO ALMEIDA ASESOR: RICARDO RENÉ HORNEFFER MENGDEHL Ciudad Universitaria, Ciudad de México, noviembre de 2016 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 a todo lo que nos enseñó a amar 3 Tan sólo ten esto presente: Cuanto salves en el rayo se conservará puro eternamente Odysseas Elytis 4 Introducción e itinerario I La labor de pensar el pensar no es un quehacer meramente especulativo: transforma a quien se compromete con ella, en la medida en que el investigador no la tome como un asunto que ataña sólo al entendimiento, sino también a los demás órdenes de su vida. De modo que, al final, el resultado de la exploración no sea un producto que venga a ocupar un lugar más en los anaqueles de la biblioteca universitaria, sino que represente un enriquecimiento, al menos para quien ha dedicado algunos meses a desarrollar esta tesis. La idea de esta exploración nació a partir de las inquietudes que despertó en quien esto escribe el contacto con la filosofía de Martin Heidegger. Estas inquietudes se transformaron en preguntas cuya formulación fue madurando lentamente hasta apuntar hacia lo que representa el verdadero núcleo de esta tesis, que a la vez, es conclusión y origen: que la actitud de espera se encuentra, no sólo a la base del pensar y el poetizar, según vio Heidegger, sino también en el fundamento de todo quehacer capaz devolver la dignidad al habitar humano. El cometido de este trabajo es explorar aquello que abre la filosofía de Heidegger para esbozar un camino capaz de concebir al poetizar, no sólo más allá de los géneros literarios, sino también más allá del arte. Es decir, buscamos señalar al esperar como una actitud que es un modo de ser en el mundo. Uno de los grandes hallazgos de Heidegger consiste en la observación de la necesaria lucha —y su modo de darse— entre lo que es y lo que puede ser, la cual conforma el tejido de lo real. Lo que es tiene su origen en lo que puede ser, que no sólo es el desde-dónde sino también el hacia-dónde. Y es que, para Heidegger, el origen no debe entenderse como lo que antecede cronológicamente, sino como un espacio de posibilidad. De modo que lo que 5 se muestra jamás lo hace definitivamente, sino que, al volver al lugar de la posibilidad, puede darse siempre de otro modo. La riqueza del pensamiento de Heidegger se encuentra justamente en la relación de excedencia que tiene lo por-pensarse con respecto a lo efectivamente pensado que, además de resistir los intentos de totalización o dominación hegemónica, abre al pensamiento hacia un diálogo fundamental con lo no dicho y lo no pensado. Esta excedencia ontológica representa nuestro punto de partida. A partir de ahí buscaremos desarrollar nuestra tesis, pues consideramos que la excedencia sirve lo mismo para pensar la ontología que para abordar lo real desde otras perspectivas, incluso más allá de las señaladas por el propio Heidegger. Hace algunas décadas, Gilles Deleuze escribió que «la historia de la filosofía no debe decir lo un filósofo ya dijo, sino aquello que subentiende necesariamente, eso que no decía y que está, sin embargo, presente en lo que decía.» Cierto: el pensamiento explícitamente realizado, especialmente cuando quien lo despliega se ha comprometido con él, queda siempre abierto a la posibilidad de ser desterritorializado, para ponerlo en términos del propio autor francés. Lo que puede decir desborda lo que dice expresamente. Las posibilidades ocultas exhortan al que ha aprendido a escuchar y, del mismo modo, es atendiendo a su llamado como se aprende a escuchar. De modo que el papel del autor sería mejor comprendido si lo concebimos como receptor, y no como dueño. El caso de Heidegger no es la excepción. Cuando en el título de esta indagación sugerimos que el habitar poético está más allá de la poesía, lo que queremos decir es que ésta nace de y vuelve hacia la apertura de mundo: el poetizar no se refiere a un manejo particular del lenguaje, sino a un espacio del habitar. Lo que hace al poeta no es su maestría del lenguaje, sino su capacidad para 6 escuchar las posibilidades contenidas en él. Si no se lo entiende así, la poesía quedaría convertida en mero virtuosismo lingüístico. De ahí, que el que practique ese género literario se encuentre fundamentalmente vinculado con el que sabe amar, el que sabe orar, el que sabe hablar a Dios, etc., porque lo que está a la base de todos estos actos es una actitud ante la realidad y hacia el otro —con y sin mayúscula—. Al poeta, pues, lo encontramos más allá de los géneros literarios: en la vida misma. Es un hombre extraordinario, no por lo que produce, sino por su capacidad para escuchar. Esta es la idea de poeta que buscamos desarrollar en esta exploración: la de aquel que se ha abierto a un misterio que, la mayoría de las veces, se encuentra en lo cotidiano. Aquel que, en la medida en que aprende a abrirse a este misterio, dignifica su existencia. El escuchar es una actitud imprescindible para cultivar una sociedad sin violencia. No sólo se encuentra en el fundamento de la ontología y la poesía, como señala en el pensamiento de Heidegger, sino que también tiene pertinencia ética y política. El pensar, el poetizar, el amor y la religiosidad, en tanto caminos por medio de los cuales se llega al ‘dejar ser’ son el arma más potente que tenemos para hacer frente a las violencias metafísicas que, cada vez con más fuerza, esclavizan al hombre de la sociedad de consumo. Por eso, considero que un diálogo entre el pensamiento de Heidegger y el quehacer poético puede servir para reflexionar sobre una de las paradojas de la sociedad global contemporánea: que, conforme más «comunicados» nos encontramos, menos sabemos escucharnos. Esta investigación surgió como una búsqueda por comprender, desde perspectivas múltiples, la racionalidad poética, es decir, aquella que se funda, no en la categorización de lo real, sino en su apertura. Por tanto, el núcleo en torno al cual giran nuestros intentos por 7 pensar el quehacer poético es la poesía en su indisoluble unidad con el pensamiento. No se trata de una exploración meramente teórica, pues la teoría no tiene sentido si no está afincada en la vida, es decir, si no es capaz de hablarle a uno íntimamente. Más que un alejamiento hacia la abstracción, la teoría debe ser capaz de penetras más profundo en el tejido de lo real. Su función debe ser verdadera (alétheia) en el sentido que Heidegger recupera de los griegos. En el transcurso de nuestra exploración, nos salieron al encuentro pensamientos o formulaciones inesperadas, tal como debería ocurrir en todo camino que se aventure hacia lo desconocido.Estas ideas, que son el verdadero fruto de la investigación, las podemos resumir en una sola: lo que sostiene al poetizar no es una práctica literaria, sino un modo de estar en el mundo capaz de transformar y dignificar. Para comprender el verdadero peso de esta afirmación fue necesario ir hacia atrás —no cronológica, sino ontológicamente— para descubrir la fuente común del pensar y el poetizar, es decir, la actitud de espera. Si, a partir de este origen, seguimos los caminos que naturalmente se abren, encontraremos que esta actitud no solamente la hallamos en el pensar y el poetizar, sino también en los órdenes religioso, amoroso, ético y político. II Esta investigación no se propone hacer un estudio monográfico sobre las reflexiones de Heidegger en torno al poetizar. Más bien, busca explorar las posibilidades que éste abre para pensar la poesía más allá de géneros literarios, para indagar en qué medida el paradigma de racionalidad que ésta rescata —un paradigma de una no-violencia hacia la alteridad— franquea el camino para recuperar la dignidad comunitaria del habitar. Para 8 cumplir con nuestro propósito, dividimos la investigación en tres núcleos que se implican mutuamente. El primer núcleo consiste en una indagación sobre la naturaleza del ‘viraje’ heideggeriano. El objetivo de éste es explorar la naturaleza de la espera en tanto ‘dejar ser’, así como exponer la necesidad inherente al pensamiento de Heidegger por dislocarse hacia un origen común con el poetizar. Lo que buscamos aquí es mostrar cómo el pensamiento de Heidegger es un espacio fecundo para abordar, tanto el problema en torno al poetizar y su origen, como la relación entre poesía y poeta. El segundo núcleo está compuesto por un diálogo entre lo ganado a partir del despliegue del primero y algunas ideas en torno al quehacer del poeta y la naturaleza de la poesía presentes en la tradición hispánica del siglo XX. Los poetas que hemos elegido para llevar a cabo este diálogo son Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez y Octavio Paz, no con el objetivo de aplicar lo ganado en la indagación en torno al poetizar en Heidegger, sino para mirar de cerca en qué medida encontramos convergencias y divergencias entre el pensamiento de Heidegger y los poetas. Finalmente, el tercer núcleo sigue de cerca a dos pensadores, Buber y Levinas, en cuyos pensamientos hay una toma de postura y un diálogo con el de Heidegger. Si Heidegger abrió el camino para dislocar el pensar hacia el origen en común con el poetizar, Buber lleva a cabo un movimiento similar con respecto a la religión y Levinas lo hace con la ética: los tres se alejan de un mero teorizar para internarse en la relación vital que debe mantener el hombre con todo quehacer que sea verdaderamente diciente. A través del diálogo entre estos tres núcleos, exploraremos en qué medida el poetizar no debe ser pensado exclusivamente como un hacer correspondiente a un género literario, 9 sino que puede y debe ser abordado en tanto quehacer humano en general. Es en este segundo punto de vista donde se sitúa Heidegger para dislocar al pensamiento ontológico —es decir, el pensamiento de lo que es— de cualquier empresa meramente teorética y desplegarlo así en su potencia vital y transfiguradora. 10 Capítulo 1. La invocación El arte es una consagración y un resguardo en el que, de un modo cada vez nuevo, lo real le regala al hombre el esplendor hasta entonces oculto, a fin de que, en esta claridad, mire de un modo más puro y escuche de un modo más limpio lo que le exhorta a su esencia. «CIENCIA Y MEDITACIÓN», M. HEIDEGGER I. Esperar: dejar ser «Cuanto más grande el maestro, tanto más desaparece su persona detrás de la obra».1 El papel de Heidegger con respecto a su pensamiento no podría caracterizarse mejor: es el mismo que la relación del hombre con el ser, es decir, el de pastor. Lo que vemos a lo largo de su quehacer filosófico nos habla de un aprendizaje cada vez más profundo sobre la necesidad de cultivar, previa a cualquier análisis de carácter teórico, esa actitud de espera que el pensador alemán encontrará fundamentalmente en la base del pensar y el poetizar. Xolocotzi señala, buscando dialogar con el Heidegger tardío, cómo ha de concebirse la labor del pensador. «Lo que el pensador ve al crear», escribe el filósofo mexicano, es aquello que lo interpela. Por eso la actitud del pensador consiste en un estar a la escucha y no en estar dirigido a lo ya dado. El pensador está abierto a lo que adviene.2 La idea de pensador que atraviesa la filosofía heideggeriana desborda los meros centellos de sabiduría y la filosofía académica: «éstos son insuficientes para la perspectiva del pensar que propone Heidegger.»3 El pensador ha de cultivar, ante todo, un modo de habitar la espera, pues es sólo esperando —en el sentido de dar un paso atrás— como se puede dejar que eso otro cuya vida, ritmo y movimiento han sido continuamente eclipsados gracias a un 1 Martin Heidegger, Serenidad, p. 16. 2 Ángel Xolocotzi, Fundamento y abismo, p. 35. 3 Ibídem, p. 36. 11 olvido que se radicaliza, pueda ser recibido una vez más. Cuando afirmamos que la poesía termina por revelarse como el verdadero núcleo del pensamiento heideggeriano, no implicamos con ello que ésta sustituya la labor de la filosofía; más bien, resulta ser que hay una fuente común de la cual ambas emanan: los dos quehaceres están unidos en el origen. «El pensar», dice Xolocotzi, «no se diluye en poesía, ni la poesía es captada en el pensar. Más bien se trata de dos montañas unidas por un valle.»4 Este valle es el ‘dejar ser’. Recibir significa permitir ser, donde lo esencial de la acción recae sobre el ‘permitir’. Del mismo modo en que sólo podemos cultivar o abonar las condiciones necesarias para que la semilla germine —es decir, no a través del ejercicio de la fuerza—, no se puede recibir lo que la alteridad tiene que decir más que esperando el despliegue de sus posibilidades todavía no dichas ni pensadas dentro de lo ya dicho y pensado. Hay que entender el esperar heideggeriano como el punto en donde coinciden pasividad y acción, tanto del pensador como del poeta: se trata de una quietud activa en donde lo único que se puede propiamente esperar es lo inesperado, es decir, donde se está abierto a las posibilidades radicalmente desconocidas: «para dejar que la cosa sea cosa, hay que dar un paso atrás»5. El ‘dar espacio’ implica una apertura para recibir lo no dicho. La actitud de espera, sin embargo, no es propia únicamente del poetizar y el pensar. Si llevamos las cosas un paso más allá de lo explícitamente pensado por el filósofo alemán y dirigimos la atención hacia lo latente, encontraremos que la estructura de la espera se deja extrapolar hacia la 4 Ibídem, p. 153. 5 Martin Heidegger, «La cosa», en Conferencias y artículos, p. 158. 12 relación que mantiene la existencia humana con cualquier otro modo de alteridad, a saber: la amorosa, la fraternal, la filial, la de lo divino, la erótica y la artística. Las indagaciones de Buber y Levinas, nuestros principales interlocutores filosóficos en esta sección, se encaminan precisamente en esta dirección: a dialogar, desde la tradición judía, con lo no pensado de Heidegger. De ahí que, al lado de los poetas, estos dos filósofos nos ofrezcan la posibilidad de profundizar en la esencia del poetizar. Hay una importante convergencia en el pensamiento de Buber, Levinas y Heidegger. Para los tres, el hombre se gana a sí mismo en la medida en que aprende a esperar, es decir, en la medida en que deja que lo Otro sea —y que sea interpelándolo—. Ya vemos a Buber insistiendo en la necesidad de mantener una relación vital con Dios—y, a la vez, con los demás hombres y mujeres— por medio de la recuperación de la relación Yo-Tú propia de la experiencia religiosa; ya nos encontramos con Levinas señalando que es preciso que el Mismo o el yo o la totalidad salgan de sí mismos, trasciendan su ipseidad, para dirigirse hacia la eterna responsabilidad con el Otro: en eso consiste la relación ética para el autor francés. A pesar de que la crítica de los dos pensadores judíos hacia el pensamiento de Heidegger se centra en señalar que éste no fue lo suficientemente radical como para fundar su pensamiento sobre la «relación esencial» entre los hombres6, a nosotros nos parece que, si bien la crítica no es del todo errada, en el pensamiento heideggeriano el aspecto nuclear 6 Refiriéndose al desarrollo de Ser y tiempo en torno al conducirse solícito del Dasein, escribe Buber: Parece, pues, que Heidegger reconociera como esencial la relación con los demás. Pero, en verdad, no es así. Porque la relación de ‘solicitud’, que es la que tiene presente, no puede ser, como tal, ninguna relación esencial, puesto que no coloca la esencia de un hombre en relación directa con la de otro sino, únicamente, la ayuda solícita de uno con la deficiencia del otro, menesteroso de ayuda. En: Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 95. 13 de la espera que exige al hombre retirarse de sí mismo en favor de lo inesperado, nos impide afirmar categóricamente que éste sea un sistema ‘cerrado’, como lo pone Buber. Estructuralmente, podríamos extrapolar la relación heideggeriana entre el hombre y lo inesperado hacia la relación levinasiana de Mismo y Otro. Desde Ser y tiempo —donde leemos: «El permitir que hagan frente dentro del mundo entes, constitutivo del ‘ser en el mundo’ es un ‘dar espacio’»7— encontramos anunciada la necesidad de la espera, la cual tendrá un papel central en el pensamiento heideggeriano posterior. La formulación de la espera, como ocurre con las ideas fundamentales en la obra de Heidegger, será abordada con distintos nombres, profundidades y matices. Lo que era un ‘dar espacio’ en Ser y tiempo, se revelará propiamente como la espera en «¿Qué quiere decir pensar?», donde «esperar significa estar al acecho —y esto en el seno de lo ya pensado— de lo no pensado que todavía se oculta en lo ya pensado»8. Por otra parte, en Serenidad, encontraremos que la ‘serenidad’ es, en esencia, lo mismo que el ‘dar espacio’. Alberto Constante advierte los nombres múltiples que adquiere una misma idea en el pensamiento de Heidegger cuando dice: «la Gelassenheit no nombra algo innominado, sino algo que ya tenía un nombre: el esperar (warten)»9. En todo caso, la espera supone una apertura hacia lo desconocido. Así como ocurre con la espera, Heidegger se refiere también a lo inesperado con múltiples nombres: éste aparece como acaecimiento en «Tiempo y ser», que se retira ofreciendo su don y del cual se debe renunciar a hablar, pero también es el núcleo del misterio en Serenidad, donde escribe el autor: «Lo que así se muestra y al mismo tiempo se 7 Martin Heidegger, Ser y tiempo, p. 127. 8 Martin Heidegger, «¿Qué quiere decir pensar?», en Conferencias y artículos, p. 122. 9 Alberto Constante, Martin Heidegger, en el camino del pensar, p. 279. 14 retira es el rasgo fundamental de lo que llamamos misterio. Denomino la actitud por la que nos mantenemos abiertos al sentido oculto del mundo técnico la apertura al misterio.»10 La apertura al misterio no sólo es un abrirse al sentido oculto del mundo técnico, sino, sobre todo, al del mundo en general. Si «pensar [y poetizar] es entregarse a la serenidad»11, resulta entonces que estos dos modos de hacer experiencia de lo real son, en el fondo, una apertura al misterio: el pensador y el poeta dejan que el misterio sea y, con ello, transforman el modo de estar en el mundo de quienes esperan, pues «la serenidad para con las cosas y la apertura al misterio se pertenecen la una a la otra. Nos hacen posible residir en el mundo de un modo muy distinto.»12 La espera abre la posibilidad de un habitar digno: está en el origen de nuestro ser en el mundo. Lo que se espera en la espera —el misterio— no se deja totalizar: no sólo se encuentra en una relación de excedencia con respecto a cualquier posible re-presentación o idea, sino también con respecto a nuestra propia finitud. De ahí que el poeta de Gitanjali se dirija al Dador de la Palabra diciendo: Thy infinite gifts come to me only on these very small hands of mine. Ages pass, and still thou pourest, and still there is room to fill.13 El desbordamiento es, en esencia, el mismo que caracteriza Heidegger: desde la finitud se abre para contener más de lo que es capaz. Lo misterio que se presenta, tanto del pensar como del poetizar, es lo absolutamente sin contexto. Esto implica que, para ser, no depende ni se subordina a la sujetualidad que 10 Martin Heidegger, Serenidad, p. 29. 11 Alberto Constante, Martin Heidegger, en el camino del pensar, p. 279. 12 Martin Heidegger, Serenidad, p. 29. 13 Rabindranath Tagore, Gitanjali, p. 17. 15 hace experiencia de él. Contextualizar o asignarle un contenido relacional al núcleo no- fónico del habla sería despojarla de la apropiación que se opera en su centro. Levinas advierte esta necesaria excedencia cuando dice: «El modo por el cual se presenta el Otro, que supera la idea de lo Otro en mí, lo llamamos, en efecto, rostro.»14 Advirtamos el paralelismo estructural entre el rostro del Otro en Levinas y el acaecimiento en Heidegger. En ambos pensadores hay una tensión entre el retirarse y el ofrecerse. El rostro del Otro es lo inesperado de la espera heideggeriana: no puede venir de mí porque todo lo que en mí se origina pertenece ya, en alguna medida, a lo esperado. Para que el rostro del Otro permanezca como tal, es preciso que no migre hacia lo esperado: el acaecimiento debe ofrecerse y, sin embargo, permanecer cerrado sobre sí mismo. A pesar de que hay muchos puntos en donde se tocan el acaecimiento de Heidegger, el Tú eterno de Buber y el rostro del Otro o el infinito de Levinas, lo cierto es que hay un salto que la filosofía de Heidegger no termina de dar y que no se puede pasar por alto: se trata de la necesidad de lo que Levinas denominará ‘trascendencia’, que es posible solamente gracias a una separación originaria entre el hombre y lo divino —y entre lo Mismo y lo Otro— que Heidegger no acabó de esclarecer, quizás porque no se podía pensar propiamente desde la inmanencia griega. En última instancia, este salto es el que va desde la verdad como alétheia o desocultamiento en Heidegger —y los presocráticos— hacia la verdad como revelación en Buber y Levinas. Indagaremos esta diferencia más adelante cuando nos refiramos a la relación dialógica entre Gracia y Voluntad. 14 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 74. Buber, por su parte, dirá de la realidad religiosa que La realidad religiosa del encuentro con El Que Encuentra, con el que resplandece a través de todas las formas y carece Él mismo de forma, no conoce imagen alguna de Él, nada concebible como objeto. En: Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 72. 16 Volvamos a la espera. El deseo de lo que ha de ser pensado —es decir, el deseo de ser recibido— rebasa y desborda el quehacer conceptual y categorizador del filósofo, pues lo- por-pensarse es lo absolutamente no totalizable. Se retrae y permanece en su no-verdad, es decir, permanece como deseante porque se reserva lo que tiene de más propio. Esta imposibilidad, más que ser limitación, es origen del darse de otro modo. La prohibición no es normativa, sino ontológica: se trata de la misma crítica que Buber lanza, desdela religión, contra el Dios de los filósofos. La distinción buberiana entre la idea de Dios y la experiencia (amorosa) de Dios nos sirve para iluminar la diferencia entre un pensar/poetizar que busca aprehender el asunto y otro que lo pone en libertad desde la actitud de espera. Para Buber, toda empresa que busque conceptualizar al misterio, que se proponga traerlo y reducirlo hacia la Idea, se da en el régimen de la relación no vital Yo-Ello —es decir desde el tipo de relación que el Yo establece con el mundo de los meros objetos— porque conceptualizar es ya un ‘dirigirse a’ que no puede conciliarse con el recibir. ‘Dirigirse a’ implica ya, aunque sea en un mínimo grado, una actitud de dominio. El Dios de Abraham es lo completamente libre. Por eso, el intento del filósofo categorizador se frustra cuando intenta aprehenderlo: es que el Dios de Abraham sólo puede ser experimentado en lo más íntimo, en una relación esencial. Dice Buber: «la idea de lo Absoluto se disuelve al llegar al punto en el cual lo Absoluto vive, […] en el punto en el cual lo Absoluto es amado.»15 Si traemos a cuenta el ‘amor a Dios’ de Buber es porque su co-incidencia con la espera heideggeriana —en el sentido de que espera y amor emanan de la praxis y no del 15 Ibídem, p. 76. 17 theorein— nos franquea el camino para indagar lo dicho por el pensador alemán más allá de la filosofía y el poetizar, es decir, más allá de lo explicitado por él mismo. El amor a Dios y la espera de lo inesperado se revelan como actitudes que son modos de estar en el mundo, y que transfiguran el habitar del hombre. Y es que el habitar digno se da a una con la espera: aquí se juega el perderse o el ganarse a sí mismo del ‘uno’16. Hay que tomar con toda la seriedad y profundidad que amerita el pensamiento de Buber cuando éste afirma que «la fe no es un sentimiento aposentado en el alma del hombre, sino un adentramiento en la realidad».17 La espera heideggeriana corre paralela a la fe en el sentido de que ambas se abren a la experiencia de aquello sobre lo que «no puedo poder», es decir, lo que no se deja aprehender porque sólo se deja experimentar a través de la relación vital. No puedo poder porque el misterio exige del hombre que éste lo arriesgue todo. El riesgo inherente a la fe y a la espera es el de abrirse uno mismo a lo absolutamente desconocido, al núcleo del misterio y, a una, abandonar el régimen de la posesión. La prohibición es ontológica: lo Otro «escapa de mi aprehensión en un aspecto esencial, aun si dispongo de él.»18. De ahí, que Buber sentencie que «la palabra básica Yo-Tú sólo puede ser dicha con todo el ser»19, es decir, en la topología del arriesgarlo todo. Sólo arriesgando la mismidad se puede alcanzar lo que está en origen, pues esto, como dice Buber, sólo puede ser tocado con todo nuestro ser, lo cual implica una completa apertura. 16 Desde Ser y tiempo encontramos a un Heidegger preocupado por el ‘dejar ser’, es decir, por el camino por medio del cual se comprende la vocación y se llega a la responsabilidad. Dice el filósofo: «Comprendiendo la vocación, el Dasein oye a su más peculiar posibilidad de existencia. Se ha elegido a sí mismo […] El ‘querer tener conciencia’ es más bien el más original supuesto existencial de la posibilidad del fáctico hacerse deudor. Comprendiendo la vocación hace el Dasein que el más peculiar ‘sí mismo’ obre sobre sí partiendo de su elegido ‘poder ser’. Sólo así puede el Dasein ser responsable.». En Martin Heidegger, Ser y tiempo, p. 313. 17 Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 27. 18 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 63. 19 Martin Buber, Yo y tú, p. 7. 18 En el pensamiento de Heidegger, lo último —el lugar de llegada— es, a su vez, el origen. El modo máximo de conocimiento desemboca en la actitud que se abre a hacer experiencia de la realidad, es decir, en la espera (o la fe). En los primeros parágrafos de Ser y tiempo se anuncia la necesidad de ver a través de la pregunta que interroga por el (sentido del) ser. Pero no se puede ver a través de la pregunta teóricamente, porque su comprensión exige un cambio de actitud que va desde el poseer hacia el dejar ser, donde el primero pertenece a la topología cartesiana de lo extenso mientras que la segunda se afinca en la de lo intenso, que permite ganar ‘más ser’. De modo que no hay propiamente un algo que ver en el ver a través de la pregunta. Quien ve a través de la pregunta descubre que es absurdo plantear la pregunta por el ser y esperar una respuesta más allá del ‘ver a través’ de ella. El pensamiento heideggeriano, pues, encuentra su punto más alto en el reconocimiento de la praxis de la espera como condición de posibilidad para el pensar y el poetizar. Esta actitud se deja fácilmente condensar en el fragmento de Heráclito que dice: «si no esperas lo inesperado, nunca llegará» 20 . Así, la enseñanza de la filosofía heideggeriana no es una doctrina de pensamiento, sino la de una actitud ante la tradición poética y filosófica. Pensar y poetizar, cuando lo son verdaderamente, conllevan un permitir ser que permite habitar de otro modo. 20 Fragmento DK18 de Heráclito, en: Alberto Bernabé, Fragmentos presocráticos, p. 130. 19 II. El origen del llamado «El hombre», dice Heidegger en Ser y tiempo, «se manifiesta como un ente que habla. Esto no significa que le sea particular la posibilidad de fonación, sino que este ente es en el modo del descubrir el mundo»21. Más adelante, en la misma obra, leemos que «la vocación no da noticia de acaecimiento alguno y voca sin fonación alguna.»22 ¿Qué quiere decir que el habla sea, en esencia, no fónica? Para responder a esta pregunta, hemos de investigar el origen —o lo originario— del habla. Ya hemos señalado que, cuando el filósofo aprende a escuchar o a estar abierto para recibir el misterio, éste se afinca en el «valle» que une las montañas paralelas de poesía y pensamiento. Ahora nos detendremos en algunos testimonios de los poetas sobre su relación con la poesía. Así podremos ensayar una respuesta a la pregunta doble por el origen y la naturaleza del habla, y buscar un primer acercamiento sobre cómo es que la poesía tiene su origen más allá —o más acá— de los géneros literarios. En Memorial de Isla Negra, una especie de autobiografía poética de Pablo Neruda, encontramos un poema que lleva por título «La poesía», y que trata justamente del primer llamado que experimentó el poeta. Dice el texto: Y fue a esa edad… Llegó la poesía a buscarme. No sé, no sé de dónde salió, de invierno o río. No sé cómo ni cuándo, no, no eran voces, no eran palabras, ni silencio, pero desde una calle me llamaba, […] 21 Martin Heidegger, El ser y el tiempo, p. 184. 22 Martin Heidegger, Ser y tiempo, p. 301. 20 allí estaba sin rostro y me tocaba.23 El origen del poetizar es un Tú al que el poeta responde: la poesía llega a buscar al poeta, y no al revés; ella le habla a través de lo vivo. «Los oídos me retumban cuando paso entre los árboles»: no es el poeta la causa del retumbar; los oídos le retumban porque están atentos para recibir lo que no es propiamente voz ni silencio. El caso de Neruda no es aislado: también a Juan Ramón Jiménez, en Espacio, lo invade un escuchar que va más allá de la fonación: Yo oigo siempre esa música que suena en el fondo de todo, más allá; ella es la que me llama desde el mar, por la calle, en el sueño. A su aguda y serena desnudez, siempre estraña y sencilla, el ruiseñor es sólo un calumniado prólogo.24 Antes de cualquier acto de la voluntad por responder al llamado, está el llamado mismo, la «música que suena en el fondo de todo». Cae, como la gracia,sobre el elegido, quien deberá, a su vez, elegir el llamado. «El Tú», dice Buber, «me sale al encuentro. Pero yo entro en una relación inmediata con él. De modo que la relación significa elegir y ser elegido, pasión y acción unitariamente»25. Fatalidad y libertad coinciden en el diálogo entre poeta y poesía. En «El hombre invisible», el poema que abre las Odas elementales, de Pablo Neruda, y que es un manifiesto poético del autor chileno, nos encontramos con un poeta disuelto en su canto. «Y sólo yo no existo»26, dice. El poeta se ha vuelto verbo, un escuchar donde se 23 Pablo Neruda, »La poesía», en Memorial de Isla Negra, p. 29. 24 Juan Ramón Jiménez, Espacio, en Antología poética, p. 327. 25 Martin Buber, Yo y Tú, p. 13. 26 Pablo Neruda, «El hombre invisible», en Odas elementales, p. 61. 21 retira de la insistencia en lo Mismo para dejar que lo Otro sea. Si Neruda es un poeta cósmico, es porque todo lo que toca —todo lo que le llega— se transfigura en poesía. A través de esta transfiguración —que no es otra cosa que saber escuchar— abraza su destino de poeta, que no nace de él mismo, sino de eso otro que lo solicita: Todo me pide que hable todo me pide que cante y cante siempre27 Las Odas elementales constituyen una celebración del misterio de la cotidianidad: son un canto ininterrumpido a la residencia en la tierra, con su más allá inmanente. Por eso, el poeta de lo elemental no puede dejar de mirar con sospecha de hipocresía y falsedad las empresas de los autodenominados poetas (malditos o tenebrosos) que se celebran y se instalan en el Yo: siempre dicen «yo» a cada paso les sucede algo, es siempre «yo» […] nadie sufre, nadie ama, sólo mi pobre hermano el poeta, a él le pasan todas las cosas28 El que insiste en lo Mismo no puede escuchar lo Otro, que es de donde nace, no sólo el habla con su esencia no fónica, sino la vida misma. De modo que el que no sabe retirarse de 27 Pablo Neruda, «El hombre invisible», en Odas elementales, p. 62. 28 Ibídem, p. 60. 22 sí mismo termina escribiendo «sobre océanos que no conoce» y pasa junto a la verdadera vida sin saber desgranarla, sube y baja sin tocar la tierra o a veces se siente profundísimo y tenebroso, él es el más grande que no cabe en sí mismo, se enreda y desenreda, se declara maldito…29 El poeta, entonces, no es el que practica un género literario ni quien maneja un mero virtuosismo lingüístico, sino el que conoce, previo a su quehacer, el sencillo escuchar, el que ha aprendido el noble oficio de morar y demorarse. «Habitar, haber sido llevado a la paz, quiere decir: permanecer a buen recaudo, apriscado en lo frye, lo libre, es decir, en lo libre que cuida toda cosa llevándola a su esencia.»30 Por eso, el poetizar y el pensar, en tanto caminos hacia el habitar, deben entenderse al margen de cualquier tipo de aristocracia intelectual y al margen de géneros literarios: no habita el saber esencial quien busca la acumulación de conocimientos sino aquel que, como el Vasudeva de Siddharta, mantiene una relación vital con el Ritmo que, para su caso, se realiza a través de las enseñanzas del río a las que se abre para recibir. Dice Buber —cuando busca mostrar la fundamental unión de salvación y esencia al interior de la religión— que la perfección del alma la alcanza el hombre cuando reconoce, 29 Ibídem, p. 61. 30 Martin Heidegger, «Construir, habitar, pensar», en Conferencias y artículos, p. 131. 23 por medio de la experiencia, que ha de practicar la imitación del Tao.31 ¿No es el Tao, fundamentalmente, Ritmo? ¿No es la práctica de imitación del Tao un reconocer su necesaria ley? ¿No encontramos también el necesario vínculo entre esencia y salvación en Heidegger cuando escribe que «salvar significa propiamente franquearle a algo la entrada a su propia esencia»32? Ser en el Ritmo se da desde el escuchar. Un pasaje del Siddharta de Hesse donde Siddharta cae en cuenta del tipo de sabiduría que alberga Vasudeva sirve para ilustrar este punto: —Te lo agradezco— dijo Siddhartha —te agradezco y lo acepto. Y también te doy las gracias por haberme escuchado tan bien. Pocos son los hombres que saben escuchar; y nunca encontré a alguno que tan bien como tú lo pudiera hacer. También quiero aprender esto de ti. —Lo aprenderás— dijo Vasudeva —pero no de mí. Yo lo aprendí del río: también a ti te lo enseñará. Todo lo sabe, el río; todo se puede aprender de él. También tú has aprendido algo de él: que es necesario dirigirse hacia abajo, descender, buscar lo profundo.33 Inabarcables son las enseñanzas del río que cruza una y otra vez Vasudeva —y a través del cual conduce a los peregrinos desde una ribera hasta la otra orilla— porque no se dejan dominar, aprehender ni domesticar. Si el hombre quiere saber lo que sabe el río, tiene que devenir río: sólo así podrá escuchar la vocación que viene desde el fondo. Devenir río es abrirse al misterio, afincarse en la serenidad, practicar la imitación del Tao. Al igual que Vasudeva con el río, el poeta de Memorial de Isla Negra escucha la voz inagotable que habla a través del vaivén del oleaje y que lo exhorta a confesar: 31 Cfr. Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 58. 32 Martin Heidegger, «Construir, habitar, pensar», p. 132. 33 Hermann Hesse, Siddhartha, p. 86. [La traducción es mía] 24 Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia34 Es natural que encontremos aquí un paralelismo entre el llamado de la poesía que veíamos más arriba y la transfiguración del joven que «[junto al mar] llegó a vivir con sus incendios» y se purgó porque supo devenir movimiento: el poder quieto, allí, determinado como un tronco de piedra en lo profundo, sustituyó el recinto en que crecían tristeza terca, amontonando olvido, y cambió bruscamente mi existencia: di mi adhesión al puro movimiento.35 La revelación acaece simultáneamente como una orden. Es un mandato que el receptor abraza porque sabe que no podrá encontrar camino más digno para el habitar. Cuando el poeta de la Odas elementales declara ser, él mismo, la luz —«Yo soy, yo soy el día, soy la luz.»— no se trata de una alabanza o exaltación propia, sino de un abrazar su destino terrenal: con su canto, ha de iluminar lo vivo y conducir al pueblo, como si fuera un profeta, hacia las geografías de la dicha: Por eso tengo deberes de mañana, trabajos de mediodía. […] Yo debo repartirme hasta que todo sea día, 34 Pablo Neruda, «El mar», en Memorial de Isla Negra, p. 152. 35 Ídem. 25 hasta que todo sea claridad y alegría en esta tierra.36 Y cumplo mi destino con mi canto.37 Para Neruda, la generosidad es inherente al destino del poeta. Hay una íntima relación entre la verdad —que emana de la actitud de espera— y la serenidad que lleva cada cosa a su esencia para dejarla ser. Si seguimos este camino, encontraremos que la ontología se deja dislocar con toda la naturalidad hacia la política, pues es precisamente este ‘dejar ser’ el que funda la verdadera comunidad. La poesía cobra pertinencia política cuando potencia la capacidad en los hombres de escucharse los unos a los otros. Un breve vistazo al pensamiento religioso-político de Gandhi nos permitirá abordar esbozadamente este aspecto. Hay que aclarar que lo que buscamos aquí no es agrupar un conjunto de pensamientos o poetizares eclécticos, sino franquear el camino para mostrar los vasos comunicantes que unen, en su origen, no sólo al poetizar y al pensar, sino también a la religión, el amor y la política. Este valle de varias montañas mantiene a cada una en lo que lees propio e impide que se fundan todas en una mezcolanza sin forma ni ley. Nos parece que es importante señalar esbozadamente las posibilidades de profundización que ofrece un pensamiento comparado —y desterritorializado— a partir de Heidegger. Hay que advertir que lo pensado por Heidegger no apunta directamente hacia la dimensión política del poetizar, aunque su estructura sí lo haga implícitamente. Nuevamente, lo que buscamos es dirigir la mirada hacia lo no- pensado dentro de lo pensado y dicho. «La religión», dice Gandhi, «debería sellar cada una de nuestras acciones. No hay que 36 Pablo Neruda, «Oda a la claridad», en Odas elementales, p. 96. 37 Ibídem, p. 74. 26 ver en ello ningún sectarismo, sino la creencia de que el universo está gobernado por reglas morales.»38 El que escucha encuentra la expresión máxima de su libertad —se afirma en su humanidad— cuando acepta vivir bajo las reglas morales que gobiernan al universo, no desde la esclavitud, sino desde su condición de hombre libre al que le repugna todo lo que no fluya en el sentido de las reglas morales, es decir, del Ritmo. Al igual que para Buber, para Gandhi la religión es un camino de adentramiento en la realidad. No una religión, sino la religión, en tanto actitud hacia lo real: «todas las religiones son verdaderas»39. El Dios de Gandhi es, en el fondo, el mismo Ritmo que encontraba Vasudeva en el río, y aquel que encontraba el poeta de Memorial de Isla Negra en las enseñanzas del mar. Son diferentes nombres para diferentes manifestaciones de lo mismo. De ahí, que Gandhi se haya afincado en la convicción de que «No hay más Dios que la verdad»40. Aquí es preciso retomar el planteamiento heideggeriano que nos puso en camino para la exploración del origen del llamado o vocación. Heidegger, con la insistencia de la necesidad del cultivo de la serenidad, iluminó un camino que debería estar en el centro de toda actividad política: la espera que deja ser y que escucha. En este sentido el quehacer y el pensamiento de Gandhi corren estructuralmente paralelos a la espera heideggeriana. Gandhi y Heidegger encuentran un vaso comunicante porque hay una actitud previa a cualquier hacer, la cual transfigura el modo en que el hombre existe. Mientras que Heidegger nos dice que el dejar ser es el único camino que conduce al saber esencial, el conocimiento de la verdad en Gandhi conlleva un inalienable sentido de responsabilidad por parte del que conoce, la cual encuentra su máxima expresión a través de la ahimsā, es 38 Mahatma Gandhi, Todos los hombres son hermanos, p. 92. 39 Ibídem, p. 93. 40 Ibídem, p. 66. 27 decir, la no-violencia, pues «sólo la ahimsā permite a la verdad expresarse plenamente»41. ¿No es la insistencia de Heidegger en la espera, en esencia, un llamado hacia la práctica de la no-violencia? A pesar de que en el caso específico de Heidegger esta no-violencia se dirija hacia el misterio —y no necesariamente hacia los demás hombres—, no deja de representar un modo diferente de ser en el mundo. La no-violencia —que conoce nombres múltiples— es lo que pone al hombre en posibilidad de recibir el mandato-vocación. Al poeta de Memorial de Isla Negra y las Odas elementales le sale al encuentro un Tú, la poesía, que exige una respuesta cuya manifestación es la poesía misma: «cumplo mi destino con mi canto», dice Neruda. Del mismo modo, el poeta de Espacio, al haber escuchado la música —el Ritmo— que viene del fondo de todo42 acabará profiriendo la verdad del habitar la dicha: «¡Todo es nuestro y no se nos acaba nunca!»43. No se acaba porque no es nuestro bajo el régimen de la posesión, sino bajo el del ‘dejar ser’. El espacio de Juan Ramón Jiménez es lo completamente libre, «la suma que no resta», donde el deseo se aumenta a sí mismo, no porque esté falto o necesitado, sino porque está pleno. De modo análogo, en Levinas vemos la mutua implicación de deseo y completud cuando se pregunta: «¿El Deseo de Otro es un apetito o una generosidad?» e, inmediatamente después, responde: «Lo Deseable no sacia mi Deseo sino que lo hace más profundo, nutriéndome de alguna manera de nuevas hambres. El Deseo se revela como bondad»44 y no como falta. Algo similar nos quiere decir Gandhi 41 Mahatma Gandhi, Todos los hombres son hermanos, p. 133. 42 Recordemos, además, uno de los momentos líricos más hermosos del poema, en donde el poeta recibe la enseñanza-mandato-revelación del árbol: «Aquel chopo de luz me lo decía, en Madrid, contra el aire turquesa del otoño: ‘Termínate en ti mismo como yo’». Juan Ramón Jiménez, Espacio, en Antología poética, p. 327. 43 Juan Ramón Jiménez, Espacio, en Antología poética, p. 333. 44 Emmanuel Levinas, La huella del Otro, p. 58. 28 cuando habla sobre la naturaleza transfiguradora del amor y la verdad: Como un árbol inmenso, la verdad da más frutos si se la cuida más. Lo mismo que en una mina, cuanto más profundamente se la explota, más preciosos son los diamantes que se descubren, también la verdad, cuanto más se la explora, más numerosos y variados servicios nos obliga a asumir.45 Así como la verdad no es un conocimiento epistémico, al lenguaje no hay que concebirlo como instrumento —nos quedaríamos en la mera oposición entre fonación/no- fonación—, sino como lugar del habitar. El no saber recibir lo que el lenguaje tiene que decir conduce a la objetualización, fijación y disecación de lo que de suyo está en movimiento. Esta actitud de dominación —de dominar al lenguaje, a los entes y a otros hombres— por parte del hombre termina por expulsarlo de sí mismo. Por eso, la sabiduría esencial redignifica al habitar. Abre y reconoce el tipo de relación que mantenemos con el lenguaje: no somos sus dueños, sino sus felices vasallos porque cuando elegimos servirlo, como acto de voluntad, es porque habitamos el Deseo levinasiano que se aumenta a sí mismo, tal como la bondad. Dice Heidegger en «Construir, habitar, pensar»: El hombre se comporta como si fuera él el forjador y el dueño del lenguaje, cuando en realidad es éste el que es y ha sido siempre el señor del hombre. Tal vez, más que cualquier otra cosa, la inversión, llevada a cabo por el hombre, de esta relación de dominio es lo que empuja a la esencia de aquél a lo no hogareño.46 ¿Quién habla? Hablar propiamente sólo lo puede hacer el lenguaje, el Ritmo. El hombre es 45 Mahatma Gandhi, Todos los hombres son hermanos, p. 48. 46 Martin Heidegger, «Construir, habitar, pensar», en Conferencias y artículos, p. 128. 29 solamente el espacio —quizás sólo uno de los espacios— donde el lenguaje habla. La aparente paradoja que esto puede suscitar —que el hombre se alcance con mayor originariedad a sí mismo cuando deja de in-sistir en el sí mismo— no sería tal si dejáramos la limitada región de la lógica de la extensión para penetrar en la lógica de lo in-tenso. Esta segunda lógica es la que Heidegger se empeña en desplegar. En ella, el lenguaje es siempre esa voz que, soportando y estando en el seno de la tradición, ha sido, sin embargo, siempre ya excluida. Y es que lo que sostiene —no a la manera de fundamento, sino a la manera de posibilidad— tiende a caer en el aplanamiento: «en las palabras esenciales del lenguaje, lo que éstas dicen propiamente cae fácilmente en el olvido a expensas de lo que ellas mismas mientan en primer plano.»47 El que escucha la voz del Ritmo saca a las palabras de su aplanamiento. Porque en el ‘centro’ está lo más petrificado —aquello cuyo desgaste hace que ya no sea diciente—, las revoluciones del pensamiento se construyen desde los márgenes, es decir, desde la frontera entre el tesoro vivo de la comunidad y su osificación. Aquelque, habitando un horizonte, ve más allá y aprende la escucha es capaz de arrancar las posibilidades no vistas. Ésa es la visión del profeta. Su escuchar no pretende superar los pasados cronológicos, sino estar en permanente diálogo con ellos. El papel social del profeta no es anunciar el futuro, sino impedir la totalización. La escatología profética, nos dice Levinas, «no introduce un sistema teológico en la totalidad, no consiste en enseñar la orientación de la historia. La escatología pone en relación con el ser más allá de la totalidad 47 Ibídem, p. 130. 30 o de la historia, y no con el ser más allá del pasado y del presente.»48 La distinción entre hombre y pensamiento nos conduce a una concepción no-violenta de comunidad —pues lo que funda comunidad es la verdad que se ofrece retirándose—, donde el centro es siempre posibilidad posibilitante (de retorno) que es tanto más profunda cuanto más se aprende a hacer silencio o, lo que es lo mismo, cuanto más se aprende a hablar. Ni el lenguaje, ni las alteridades nos pertenecen. Si acaso, es el hombre quien le pertenece a sus obras. Pero no a la manera de una pertenencia que excluye, sino una incluyente y fundadora. La pertenencia incluyente se deja tocar por la identidad múltiple: es afirmación de su propio darse de otro modo porque el escuchar es incapaz de una negación de exclusión. Asimismo, la verdad, con su retraimiento hacia la posibilidad, le dice «no» a la identidad unitaria, es decir, a la identidad no dislocada, la que no le viene dada desde lo Otro. 48 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 49. 31 III. La respuesta del poeta: ser elegido y elegir La crítica hacia la ‘ontología fundamental’ de Heidegger que Buber elabora en una sección dedicada a ello de ¿Qué es el hombre? busca dialogar con las tesis de Ser y tiempo del filósofo alemán. Lo que se señala es la necesidad de analizar si ese desgajar al Dasein de la vida humana real, es decir, si las proposiciones que se enuncian sobre el Dasein así apartado podrán ser consideradas como proposiciones filosóficas sobre el hombre efectivo y si no ocurrirá que la ‘pureza química’ de este concepto del Dasein hace imposible la confrontación de la teoría con la realidad a que se refiere.49 Lo primero que le reprocha Buber a Heidegger es la formalidad y frialdad que parece caracterizar al Dasein, la cual contrasta con los tres tipos de relación esencial que, según Buber, el hombre es capaz de experimentar, a saber: la relación con la naturaleza, con los otros hombres y con los seres espirituales.50 Desde la perspectiva del pensador judío, Heidegger lleva a cabo una disección y desmembramiento de la vitalidad unitaria de la existencia humana, lo cual cancela toda posibilidad para experimentar la realidad religiosa, es decir, la topología donde «la persona se ha concentrado en un todo, pues sólo como ser unificado es capaz de vivir religiosamente.» Y continúa: «En cambio, el pensamiento 49 Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 87. 50 Escribe Martin Buber: Tres son las esferas en las que se alcanza el mundo de la relación [es decir, el mundo de la palabra básica Yo-Tú]. La primera: La vida con la naturaleza. Allí la relación oscila en la oscuridad y por debajo del nivel lingüístico. Las criaturas se mueven ante nosotros, pero no pueden llegar hasta nosotros, y nuestro decirles-Tú se queda en el umbral del lenguaje. La segunda: La vida con el ser humano. Allí la relación es clara y lingüística. Podemos dar y aceptar el Tú. La tercera: La vida con los seres espirituales. Allí la relación está envuelta en nubes pero manifestándose, sin lenguaje aunque generando lenguaje. No percibimos ningún Tú, y sin embargo nos sentimos interpelados y respondemos imaginando, pensando, actuando: Decimos con nuestro ser la palabra básica sin poder decir Tú con nuestros labios. En: Martin Buber, Yo y tú, p. 9. 32 supera y anonada a todas las facultades y esferas de la persona. En un gran acto de filosofar, hasta las yemas de los dedos piensan: mas ya no sienten.»51 En otras palabras, lo que nos dice Buber es que Heidegger parece dejar de lado algo fundamental: que el Dasein no es el hombre y, por tanto, que toda posible ontología construida desde el Dasein no dejará de ser una ontología formal, que carecerá de la organicidad inherente a lo vivo. Escribe Buber: Las modificadas categorías de Heidegger nos dan acceso a una maravillosa circunscripción parcial de la vida, no a un trozo de la vida íntegra, tal como es vivida de hecho, una circunscripción parcial que mantiene su independencia, su carácter autónomo y sus leyes propias porque diría que hemos establecido un corto circuito dentro del sistema circulatorio del organismo y nos hemos puesto a contemplar qué es lo que pasa con él.52 La actitud de Heidegger en Ser y tiempo es ambivalente. Por una parte, encontramos seminalmente contenida la importancia de la espera en la actitud del ‘dejar ser’ —que rehúye el teorizar— pero, por otra, nos sale al paso una insistencia sobre la necesidad de una actitud teórico-conceptual —o proposicional— para que el Dasein llegue a una comprensión ontológica de sí mismo. Cuando leemos que «lo ónticamente más cercano y conocido es lo ontológicamente más lejano, desconocido y constantemente pasado por alto en su significación ontológica»53, parece como si se exigiera que la experiencia óntica se suspenda para que se pueda analizar y llegar al conocimiento ontológico. Si bien el Heidegger tardío abandonará el camino teórico-conceptual de acceso al 51 Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 71. 52 Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 88. 53 Martin Heidegger, Ser y tiempo, pp. 55-56. 33 (sentido) del ser —y desde esta perspectiva, estará cada vez más cerca de la experiencia religiosa buberiana— es pertinente hacer un par de señalamientos en torno a la contradicción entre una praxis del ‘dejar ser’ y la empresa teórico-categorizadora de Ser y tiempo por explicitar el sentido del ser. Es pertinente, porque este acercamiento nos permitirá comprender 1) la razón del abandono del Dasein como centro del análisis ontológico y 2) el distanciamiento por parte de Heidegger con respecto a la proposición enunciativa como lugar privilegiado de dicho análisis. Con esto se evidenciará que las críticas de Buber hacia Ser y tiempo son en parte acertadas, pero sólo porque no se dirigen hacia lo potencialmente pensable —lo todavía no pensado, lo por-pensarse— de Ser y tiempo, sino a lo efectivamente pensado, lo cual limita su alcance. Si Buber hubiera explorado las posibilidades que se abren en Ser y tiempo, probablemente habría encontrado muchos puntos de convergencia con su propio pensamiento. Y es que la riqueza de un pensamiento como el de Heidegger se encuentra, sí, en lo efectivamente pensado pero, sobre todo, en la relación de excedencia en que se encuentran las posibilidades dentro del pensar con respecto a quien lo piensa: lo que se retira siempre puede dar más de sí porque se puede entregar de otro modo. Que Ser y tiempo excede a Heidegger como pensador se hace evidente cuando, en obras posteriores, el propio filósofo alemán identifica las contradicciones insostenibles de la obra y despliega lo todavía-no-pensado de ésta, es decir, cuando explora las posibilidades que él mismo no había escuchado, pero que, sin embargo, ya se encontraban seminalmente contenidas. Hasta ahora hemos abordado cómo ha de ser concebida la espera, que también hemos llamado, con Heidegger, el ‘dejar ser’ o la serenidad; sin embargo, poco hemos dicho sobre 34 los obstáculos que no permiten que se manifiestelo (in)esperado —el modo del darse el misterio—, especialmente en Ser y tiempo. Estos obstáculos pertenecen siempre a quien piensa y no al pensamiento mismo; a la vez, son justamente los que le donan el carácter de excedencia, tanto al pensamiento como a la poesía. Los obstáculos —inherentes a la finitud— impiden la totalización o la fusión definitiva entre el pensar y el pensador, posibilitando así el de otro modo. Nuevamente, la prohibición es ontológica. Lo que obstaculiza la comprensión del (sentido) del ser en Ser y tiempo se encuentra en la base del planteamiento de la obra: se trata del modo teórico de la búsqueda misma por esclarecer el (sentido) del ser. En el primer parágrafo, después de un breve examen de los tres prejuicios que impiden ver a través de la pregunta que interroga por el ser54, concluye Heidegger: «Reiterar la pregunta que interroga por el ser quiere decir, por ente, esto: desarrollar de una buena vez y de una manera suficiente la pregunta misma»55. ¿Qué significa desarrollar y estar en condiciones de hacer y ver a través de la pregunta? ¿Qué tipo de respuesta exige un preguntar que es una búsqueda cuya «dirección previa le viene de lo buscado»56? ¿Cuál es la naturaleza del origen de la búsqueda? Inmediatamente después, lanzará Heidegger el primer ensayo de respuesta: el «buscar puede volverse [por una parte] un ‘investigar’ o [por otra] poner en libertad y determinar aquello por lo que se pregunta.»57 El despliegue de Ser y tiempo será un vaivén entre el ‘investigar’ y el ‘poner en libertad’. Por una parte, hallaremos el brillante desarrollo en torno a la esencia no fónica de la 54 Es decir: 1) El ‘ser’ es el ‘más universal’ de los conceptos. 2) El concepto de ‘ser’ es indefinible. 3) El ‘ser’ es el más comprensible de los conceptos. 55 Martin Heidegger, Ser y tiempo, p. 14. 56 Ídem. 57 Ídem. 35 vocación y del ‘dejar ser’ que es capaz de recibirla pero, por otra, nos encontraremos con una intermitente actitud conceptualizante, que ciertamente se contrapone con el ‘dejar ser’. En el parágrafo 2, por ejemplo, a propósito de la comprensión de ‘término medio’, leemos: Es de la claridad del concepto [de ser] y de los modos de comprenderlo explícitamente inherentes a él, de donde cabrá sacar lo que quiere decir la comprensión del ser envuelta en oscuridades o todavía no aclarada, así como las formas en que es posible y necesario que se envuelva en oscuridades o se impida una aclaración explícita del sentido del ser.58 Investigar o poner en libertad: ‘ir hacia’ o ‘dejar que’ la cosa venga. Si la dirección del buscar viene de lo buscado y, como se revelará en Tiempo y ser, «es menester que renunciemos a la proposición enunciativa a esperar en la pregunta planteada»59, ¿no es precisamente una praxis —la actitud de espera o la serenidad— y no una dilucidación o explicitación conceptual la respuesta que se busca ya desde Ser y tiempo? ¿No tendría Heidegger que afirmar, después de Tiempo y ser, la validez del segundo prejuicio —que «el concepto de ser es indefinible»— aunque, eso sí, ya no a causa de su universalidad, sino a causa del modo de su darse: de su mostrarse ocultándose? «Hay una falta de organicidad y de vitalidad esencial en el Dasein», parece decirnos Buber cuando le reprocha a Heidegger la frialdad formal del Dasein y la intermitente actitud por elucidar el sentido del ser en Ser y tiempo, es decir, la actitud de esperar una respuesta a la pregunta que interroga por el sentido del ser desde la proposición enunciativa. Quizás podamos comprender mejor la naturaleza de esta doble distancia —la distancia que separa al Dasein del hombre y aquella que separa el ‘investigar’ del ‘dejar 58 Ibídem, p. 15. 59 Ibídem, p. 48. 36 ser’— si disponemos de la diferencia cualitativa que divide, para Buber, al reino de las relaciones del tipo Yo-Ello donde vive el Dios de los filósofos, del reino de las relaciones del tipo Yo-Tú donde vive el Dios de Abraham. Antes de seguir, hay que decir algo con respecto a las dos concepciones de Dios en el pensamiento de Buber. Cada pensador establece su topología de conceptos e ideas, que éstos deben ser entendidos desde los dos tipos de vínculo que pueden establecer: los internos y los externos. Con vínculos internos, nos referimos al tipo de relación que establecen al interior del sistema de ideas de un pensador en particular. Con vínculos externos, nos referimos a la relación que establecen con otros pensadores, al interior y al exterior de su tradición, es decir, al tipo de divergencias o convergencias que quieren acentuar. En uno y otro caso, lo que debe llamar nuestra atención es la relatividad que se opera al interior y con respecto al exterior del sistema particular. Nos debe importar qué tipo de contraposición, qué tipo de convergencias y divergencias establecen con y entre las ideas. Hay que hacernos la pregunta deleuziana: «¿con qué funcionan?»60. Así, cuando vemos a un Buber estableciendo una distinción entre el Dios de los filósofos y el Dios de Abraham, antes de tomar las cosas muy al pie de la letra, hay que preguntarnos qué es lo que nos quiere decir el autor, por qué ha elegido este sistema conceptual. La importancia de estos cuestionamientos reside en que nos impiden caer en interpretaciones de mala fe o en traicionar el sentido de lo que se nos quiere decir. Si encontramos en Buber, hasta cierto punto, una caricaturización del Dios de los filósofos es 60 Escriben Deleuze y Guattari: «Nunca hay que preguntar lo que quiere decir un libro, significado o significante, tampoco se debe tratar de comprender nada en un libro, tan solo hay que preguntarse con qué funciona; en conexión con qué hace pasar o no intensidades, en qué multiplicidades introduce y metamorfosea la suya». En: Gilles Deleuze y Félix Guattari, Rizoma, p. 25. 37 porque no es la intención del pensador hacer una crítica pormenorizada de las diferentes concepciones de Dios en la filosofía: el Dios de los filósofos de Buber sólo funciona en contraposición al Dios de Abraham. Lo que Buber quiere hacer es una defensa de la experiencia viva del amor a Dios frente a cualquier empresa que lo busque teorizar, es decir, frente a cualquier ensayo de la teología61. Según Buber, el amor vivo a Dios es la única posible relación genuina que podemos establecer con él. Para desarrollar su pensamiento, Buber ‘se inventa’ un adversario —Heidegger hará lo mismo con Descartes; lo veremos más adelante—, no con la intención de establecer una pugna vacía para tener la razón, sino para ilustrar todo lo que el Dios vivo de Abraham no es. Esto quiere decir que el Dios de los filósofos sólo puede ser comprendido en contraposición y en relación con el Dios de Abraham. Hecha esta aclaración, seguimos. Desde Yo y Tú, Buber afirma que el hombre tiene dos modos posibles de existencia, según las dos palabras básicas que puede proferir. La palabra básica Yo-Tú funda el reino de las relaciones fundamentales, mientras que la palabra básica Yo-Ello pertenece al reino de las re-presentaciones, es decir, el de nuestra relación con los meros objetos. Escribe el pensador: Yo percibo algo. Yo me afecto por algo. Yo me represento algo. Yo quiero algo. Yo siento algo. Yo pienso algo. La vida humana no sólo consta de todas estas cosas y de otras semejantes. Todas estas cosas y otras semejantes en su conjunto fundan el reino del Ello. Pero el reino 61 Escribe Buber: La comunicación religiosa de un contenido del ser tiene lugar en la paradoja. No es una afirmación demostrable (la teología, que pretende serlo, es un tipo de filosofía, más bien discutible), sino un apuntar al escondido ámbito delhombre oyente en sí mismo y a aquellos que ha de ser experimentado allí y sólo allí. En: Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 70. 38 del Tú tiene otro fundamento. […] Quien dice Tú tiene otro fundamento.62 Para Buber, el Dios de los filósofos es inherente a cualquier empresa que busque indagar conceptualmente la constitución ontológica de lo que es, pues estas investigaciones, aun cuando partan de lo concreto de la experiencia del hombre, se dirigen hacia la abstracción del concepto, es decir, hacia lo que no se puede experimentar como una relación vital. Si la fe representa el modo supremo de adentramiento en la realidad es porque franquea el camino hacia el amor a Dios, donde «creer en Dios significa hallarse en una relación personal con ese Dios; una relación en la cual es posible hallarse sólo con respecto a un ente vivo.»63 El intento de investigar teóricamente el amor a Dios —es decir, el querer sacar de la experiencia vital a la palabra básica Yo-Tú— se vuelve hacia el reino de los objetos, o sea, hacia el reino de la palabra básica Yo-Ello. Refiriéndose a las vacilaciones entre la conceptualización de un Dios de los filósofos y el amor al Dios de Abraham en el pensamiento de Hermann Cohen, escribe Buber: «el amor a Dios excederá todo conocimiento [conceptual]. La conciencia del hombre está totalmente llena cuando ama a Dios. En consecuencia, este conocimiento que absorbe a todos los demás ya no es mero conocimiento, sino amor.»64 Levinas seguirá a Buber en esta distinción, argumentando que el dios de los filósofos es un reconducir lo Mismo hacia lo Mismo: El Dios de los filósofos […] es un dios adecuado a la razón, un dios objeto de comprensión, incapaz de turbar la autonomía de una 62 Martin Buber, Yo y Tú, p. 8. 63 Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 77. 64 Ibídem, p. 83. 39 conciencia que reencuentra por sí sola el camino a través de todas sus aventuras, que regresa a casa como Ulises, quien, a través de todas sus peregrinaciones, no hace otra cosa sino dirigirse hacia su isla natal65 El ‘investigar’ se dirige hacia el reino del Ello, mientras que el ‘dejar ser’ se dirige al reino del Tú, es decir, hacia la relación vital. A pesar de que Ser y tiempo busca la elucidación del concepto del ser —y, en este sentido, es un ‘investigar’—, sería impertinente afirmar que la empresa de Heidegger le dé la espalda categóricamente a la experiencia vital, tal como insiste Buber. A lo largo de la obra, encontramos importantes desarrollos —no obstante los propósitos declarados de elucidación en la obra y no obstante el alejamiento del Dasein con respecto al hombre—, que se dirigen hacia la necesidad de reconocer la experiencia vital como el modo supremo de conocimiento, es decir, hacia una experiencia conceptualmente vacía pero plenamente vital. ¿No apunta en este sentido la caracterización de una vocación de esencia no-fónica, una vocación carente de contenido?, ¿no apunta también en este sentido el ‘dejar ser’ —semilla de la espera de lo inesperado y de la apertura al misterio—, es decir, hacia la excedencia que se retira y que es inherente a cualquier modo de experiencia vital porque queda como posibilidad de dar más de sí? No pretendemos superponer el pensamiento de Buber a los planteamientos de Heidegger; sin embargo, es preciso hacer estos señalamientos para ver cómo la lectura de Ser y tiempo que hace Buber pasa por alto aspectos esenciales de la obra que impiden ver que, a pesar de las diferencias, hay importantes puntos de convergencia entre los dos autores. Sin embargo, los señalamientos de Buber sí son en parte acertados: Heidegger mismo se dará cuenta de la necesidad interna de su pensamiento por abandonar, tanto al 65 Emmanuel Levinas, La huella del Otro, p. 50. 40 Dasein en favor de un hombre vivo, como a la empresa de aprehender en conceptos al sentido del ser a favor de la experiencia poética. Una segunda crítica que lanza Buber —y quizás es esto lo que Heidegger no pudo escuchar desde los vectores que le salían al encuentro desde ‘lo buscado’— es que «El Dasein de Heidegger es un Dasein monológico»66, es decir, la topología que construye Heidegger no es un espacio de diálogo entre Yo y Tú, sino un continuo escindirse por parte del hombre. Buber, quien funda su pensamiento en el diálogo, no puede aceptar una topología monológica. Pero, ¿realmente podemos decir que el hombre de Heidegger esté envuelto en un espejeante monólogo consigo mismo? ¿No hay una irreductible otredad en el núcleo del acaecimiento, es decir, en aquello que se retira absolutamente, aquello de lo cual ni siquiera podemos hablar enunciativamente porque se reserva por completo lo que de más propio tiene? La distinción entre una filosofía monológica y una dialógica nos interesa porque ambas pueden pensar al poetizar de un modo particular. Sin embargo, no deja de parecernos que todo poetizar afincado en una filosofía monológica da la impresión de ser un poetizar carente de vida. No estamos abogando a favor de ninguno de los autores aquí: sólo buscamos ver en qué medida es pensable el diálogo desde el pensamiento de Heidegger. Buber contrapone el monólogo del Dasein al diálogo de la relación esencial Yo-Tú y encuentra que no hay ningún verdadero Tú en Ser y tiempo. Lo reitera en varias ocasiones —de ahí que insistamos en su importancia—, cuando dice: En el mundo la solicitud no surge, esencialmente, del mero ser con los otros a que alude Heidegger, sino de relaciones esenciales, directas, 66 Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 93. 41 enterizas, de hombre a hombre.67 En el mundo de Heidegger no existe semejante ‘tú’, un ‘tú’ verdadero que habla de ser a ser, con toda el alma. A los hombres con los que no se tiene más relación que la mera solicitud, no se les habla realmente de tú.68 Es decir, aun cuando el Dasein salga del ‘uno’ para dirigirse hacia el ‘sí mismo’, «esta existencia madura y resuelta en el mundo no conocerá la relación esencial»69. Que el Dasein sea incapaz de conocer la relación esencial se debe a tres razones: 1) El Dasein es una estructura alejada del hombre: La cuestión de qué sea el hombre no puede ser contestada con la consideración única de la Existencia o ‘uno mismo’, en cuanto tales, sino mediante la consideración de la conexión esencial de la persona humana con todo el ser y de su relación con todo ser.70 2) El Dasein no conocerá la relación esencial, aun cuando haya salido del ‘uno’ para dirigirse al ‘sí mismo’. El tercer punto es, en realidad, el origen de los dos primeros: no hay un Tú originario en el pensamiento de Heidegger. Esto es lo que parece hacerle ruido a Buber: que, aún cuando haya una espera en Heidegger, no es a un alguien al que se espera, sino a un algo. Y lo que para Buber es el núcleo del Tú irreductible tiene la forma de un alguien: «es en el encuentro mismo donde nos vemos confrontados con algo abrumadoramente antropomórfico, algo que exige 67 Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 96. Levinas hará un señalamiento similar cuando diga que «en Heidegger, la intersubjetividad es una coexistencia, un nosotros anterior al Yo y al Otro, una intersubjetividad neutra.» En: Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 91. 68 Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 101. 69 Ibídem, p. 98. 70 Ibídem, p. 112. 42 reciprocidad, un Tú primario»71. No entendamos, con ello, que Buber esté reduciendo o profanando el núcleo misterioso de Dios trayéndolo a la representación antropomórfica: más bien ocurre que lo antropomórfico, en tanto espacio de un Tú que exige reciprocidad, resulta ser el modo esencial de Dios. Dios es el alguien eminenteque exige reciprocidad. Tanto para Buber como para Levinas, el misterio exige reciprocidad, exige ser obedecido. Ahora estamos en condiciones de profundizar en lo que antes habíamos ensayado: ¿cómo es que el acato a la orden del Tú o de lo Otro representa el acto supremo de libertad? Pues bien, he aquí que los pensadores judíos han dado un paso más y nos dicen que realizar la reciprocidad que el Tú nos exige implica entrar en la relación esencial con éste, relación que no es totalización ni aprehensión conceptual, sino un escuchar. Por su parte, Heidegger afirma que «La vocación no resulta nunca, en realidad, ni planeada, ni preparada, ni deliberadamente hecha por nosotros mismos. Voca ‘algo’, sin que se lo espere y hasta contra su propia voluntad»72. Sin embargo, a continuación escribe: «Por otra parte no viene la vocación, sin duda alguna, de otro que sea conmigo en el mundo. La vocación viene de mí y sin embargo sobre mí»73. Otra vez nos sale al paso la ambivalencia de un Tú heideggeriano que no lo es realmente. Por una parte, la vocación viene de mí y sobre mí pero, por otra, acaece como algo inesperado: ¿cómo podría lo inesperado venir de mí mismo? De ahí, que Buber concluya que «El ‘mismo’ de Heidegger es un sistema cerrado»74, que no se abre a ninguna relación esencial. ¿No es preciso, para que haya diálogo, que la vocación venga de algo completamente fuera de mí? Con la 71 Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 37. 72 Martin Heidegger, Ser y tiempo, p. 299. 73 Ídem. 74 Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, p. 98. 43 simultánea afirmación de lo inesperado de la vocación y de el origen solipsista de la misma en Heidegger, ¿no se produce una especie de esquizofrenia en el Dasein? El salto que va del monólogo hacia el diálogo es el mismo que va desde el desocultamiento hacia la revelación: «La experiencia absoluta», escribe Levinas, «no es develamiento sino revelación: coincidencia de lo expresado y de aquel que expresa, manifestación, por eso mismo, privilegiada del Otro, manifestación de un rostro más allá de la forma.»75 Aún más: el ‘sistema cerrado’ que Buber ve en Heidegger será la totalidad para Levinas, la cual sólo puede ser ‘des-totalizada’ a través de la trascendencia hacia una ‘significación sin contexto’, que ya no es relacional, sino absoluta: La visión escatológica rompe la totalidad de las guerras y de los imperios en los que no se habla. No apunta al fin de la historia en el ser comprendido como totalidad, sino que pone en relación con lo infinito del ser, que deja atrás a la totalidad. […] Aspira a la ruptura de la totalidad, a la posibilidad de una significación sin contexto76 El problema con los desarrollos de Heidegger es que, a tiempos, señalan al hombre como el único responsable de su propia apertura hacia el misterio, pero son incapaces de responder qué es lo que lo pone en movimiento hacia el pensar. En Serenidad, por ejemplo, leemos: La Serenidad para con las cosas y la apertura al misterio no nos caen nunca del cielo. No a-caecen fortuitamente. Ambas sólo crecen desde un pensar incesante y vigoroso77. Lo que se nos dice aquí es que el origen de la serenidad es el pensar y, a su vez, que el pensar, al no acaecer desde nada externo, tiene su origen en el hombre. ¿Se puede sostener 75 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 89. 76 Ibídem, p. 49. 77 Martin Heidegger, Serenidad, p. 31. 44 que la serenidad, tal como la concibe Heidegger, tenga su origen en el hombre? El peligro totalizante de esta afirmación es evidente: se le otorga al hombre un dominio sobre el misterio, sobre su propia apertura a éste, y sobre el origen del pensar: es él quien decide decidir pensar. En otras palabras, lo que se está implicando con el pasaje de Serenidad es que la decisión de recibir el llamado es previa al llamado: el poeta decide aquí volverse poeta; el que desea pone su Deseo, no le nace éste desde lo Deseable. No hallamos ahí propiamente eso que Levinas llama ‘enseñanza’ ni una verdadera apertura, pues recibir del Otro más allá de la capacidad del Yo significa también ser enseñado. La relación con Otro o el Discurso, es una relación no- alegórica, una relación ética, pero ese discurso recibido es una enseñanza. Pero la enseñanza no se convierte en mayéutica. Viene del exterior y me trae más de lo que contengo.78 En otras palabras, si la serenidad no le cae al hombre ‘del cielo’, no hay enseñanza que recibir, pues ésta, para traerme más de lo que contengo, debe tener su origen en el exterior. Con esto no queremos implicar que el hombre reciba pasivamente lo que cae del cielo: hay que elegir y ser elegido. La diferencia entre Buber y Heidegger con respecto a la cuestión del llamado —y de ahí que el primero catalogue de monológico al pensamiento del segundo— es que Buber ve la necesidad originaria de la Gracia79: «El Tú me sale al encuentro por Gracia —no se le encuentra buscando—. Pero que yo le diga la palabra básica es un acto de mi ser.»80 78 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 75. 79 Según Buber, el único momento en el pensamiento del filósofo alemán en el que éste parece reconocer que el llamado proviene de algo absolutamente otro, algo radicalmente fuera de mí, es en «Hölderlin y la esencia de la poesía», donde leemos que «la palabra que nombra a los dioses es siempre una respuesta a tal invocación.» En Martin Heidegger, «Hölderlin y la esencia de la poesía», en Arte y poesía, p. 114. 80 Martin Buber, Yo y Tú, p. 13. 45 En el develamiento, la espera —la apertura, la serenidad— precede al llamado; en la revelación, el llamado precede a la espera. La Gracia es justamente el llamado que precede y funda la espera: «El Que Viene vino por su propia voluntad, saliendo del misterio de su alejamiento; nosotros no lo obligamos a venir» 81 . Por eso, la palabra de Dios es necesariamente revelada, y no develada, pues «el ser develado es con relación a nosotros y no kath’auto.»82 No hay una verdadera otredad en el develamiento y, por tanto, en éste no se puede dar el diálogo propiamente entre el elegir y el ser elegido. No obstante lo señalado hasta aquí, no podemos afirmar, con Levinas y Buber, que el pensamiento de Heidegger sea cerrado o pertenezca a la totalidad porque, si bien encontramos desarrollos en donde el develamiento es responsabilidad del hombre —y, por tanto, éste tiene una especie de dominio sobre él—, también es cierto que la espera es una actitud completamente alejada de todo cerrarse. Recordemos que el acaecimiento se reserva lo que de más propio tiene y que la tierra hace algo similar en su permanente movimiento de cerrarse sobre sí misma. ¿No son el acaecimiento, la tierra y la espera una resistencia ante la totalización en el pensar heideggeriano? Así pues, si de acuerdo con la distinción levinasiana, nos preguntáramos si la alétheia heideggeriana es develamiento o revelación, no podríamos elegir alguna de las dos opciones sin caer en contradicciones. 81 Martin Buber, Eclipse de Dios, p. 104. 82 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito, p. 88. 46 Capítulo 2. Líneas de fuga desde Ser y tiempo En Ser y tiempo encontramos seminalmente contenido el pensamiento que Heidegger desplegará a lo largo de su quehacer filosófico. Para estudiar cómo se desarrolla en sus reflexiones posteriores lo que desde ahora identificaremos como pensamiento del retorno, es preciso dirigir la mirada hacia esta obra y localizar las líneas de fuga necesarias que arrojen luz para una mejor comprensión del vector que desembocará en el verdadero núcleo de su filosofía: la poesía, no entendida como un género literario, sino como el modo fundamental en
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