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Universidad Nacional Autónoma de México PROGRAMA DE MAESTRIA Y DOCTORADO EN PSICOLOGIA EL ABORTO EN MUJERES CATÓLICAS: EXPERIENCIAS Y SIGNIFICADOS TESIS QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA SOCIAL PRESENTA: EVELYN ALDAZ VÉLEZ DIRECTORA: DRA. SOFÍA RIVERA ARAGÓN FACULTAD DE PSICOLOGÍA COMITÉ: DRA. ISABEL REYES LAGUNES FACULTAD DE PSICOLOGÍA DR. ROLANDO DIAZ LOVING FACULTAD DE PSICOLOGÍA DRA. ROZZANA SÁNCHEZ ARAGÓN FACULTAD DE PSICOLOGÍA DR. GERARDO BENJAMIN TONATIUH VILLANUEVA OROZCO FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES ZARAGOZA México D.F. Abril 2014 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 ÍNDICE RESUMEN ......................................................................................................................... 5 ABSTRACT ......................................................................................................................... 6 INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 7 1. SEXUALIDAD, GÉNERO Y RELIGIÓN .............................................................................. 9 1.1 La construcción social de la sexualidad ................................................................. 9 1.2 Sexualidad y género .............................................................................................. 15 1.3 Sexualidad y catolicismo ....................................................................................... 20 2. ABORTO, UNA PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA Y DE JUSTICIA SOCIAL .......................... 26 2.1 Los costos de los abortos inseguros en la salud .................................................. 26 2.2 Las leyes sobre el aborto en México ..................................................................... 32 3. IGLESIA CATÓLICA, ABORTO Y CIUDADANÍA EN MÉXICO .............................................. 36 3.1 Sexualidad, política y religión en México ............................................................ 36 3.2 Los actores y discursos sociales y religiosos en el debate público sobre el aborto entre 2007 y 2011 ........................................................................................... 41 3.2.1 El discurso de la jerarquía católica sobre las mujeres y el aborto ................. 46 4. POBLACIÓN CATÓLICA, SEXUALIDAD Y ABORTO EN MÉXICO ...................................... 50 4.1 La religión católica en México .............................................................................. 50 4.2 Sexualidad y aborto: prácticas y valoraciones de católicas y católicos ............. 53 5. MÉTODO ..................................................................................................................... 58 5.1 Pregunta de investigación .................................................................................... 58 5.2 Análisis de casos .................................................................................................... 59 5.3 Escenario ................................................................................................................ 60 5.4 Instrumento ........................................................................................................... 61 6. RESULTADOS .............................................................................................................. 62 6.1 De la autonomía reproductiva a la ruptura con la religión católica .................. 63 6.2 El encuentro con un discurso católico alternativo.............................................. 72 6.3 La vida en la precariedad y los riesgos de un aborto inseguro .......................... 78 6.4 De la maternidad como destino al dilema ético y la ambivalencia de un aborto ....................................................................................................................................... 85 7. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES ...................................................................................... 92 REFERENCIAS .................................................................................................................. 99 ANEXO 1 ........................................................................................................................ 106 3 ANEXO 2 ........................................................................................................................ 108 ANEXO 3 ........................................................................................................................ 109 4 DEDICATORIAS A mi maestra Olga Bustos Por su inteligencia, su compromiso y su generosidad Por su alegría, su sonrisa y su capacidad para vivir intensamente cada momento de la vida A mis colegas de Católicas por el Derecho a Decidir Por lo que he aprendido a su lado Por lo anhelos compartidos 5 RESUMEN A pesar de las leyes restrictivas, muchas mujeres abortan cada año en México, gran parte de ellas, especialmente las más pobres y marginadas, lo hacen en condiciones inseguras y de manera clandestina, lo que provoca problemas de salud y muertes. Esta investigación indaga las experiencias y los significados de un aborto voluntario en mujeres católicas que residen en tres estados de la República donde esta práctica es ilegal. Los resultados revelan que las mujeres católicas enfrentan dilemas éticos por actuar de forma distinta a las enseñanzas católicas sobre la sexualidad, la reproducción y la maternidad, dilemas que se convierten en una carga moral especialmente para las católicas practicantes. Sin embargo, la normatividad religiosa es confrontada y reinterpretada por las mujeres desde sus experiencias de vida, en diálogo con otros discursos sociales, lo que posibilita la reafirmación de la decisión de un aborto como una práctica de autonomía. Los acasos analizados en esta investigación, ilustran un cambio en la manera como las mujeres católicas toman decisiones sobre su vida reproductiva, lo cual es parte de un proceso de secularización de la sociedad mexicana. Palabras clave: aborto, sexualidad, mujeres católicas, secularización. 6 ABSTRACT In spite of laws that banish abortion many women in México have one. Many of them, the poor and marginalised, have abortions in unhealthy and clandestine conditions, which can cause health problems and even death. This research focuses on the experiences and meaning of a voluntary abortion for catholic women in three states of the Mexican Republic, where this act is illegal. The results of the study reveal that the catholic women face ethical dilemmas by acting in a different way from the catholic teachings on sexuality, reproduction and motherhood. This dilemma becomes a moral burden especially among the churchgoing women. Nevertheless the religious norms are confronted and reinterpreted by women who consider their real life experiences, and take into account other social discourses, which assert that abortion is an act of personal autonomy. The cases analyzed in this study illustrate a change in the way inwhich catholic women are making decisionsabout their reproductive lives, which is also part of a process of secularisation in modern Mexican society. Key words: abortion, sexuality, catholic women, secularization. 7 INTRODUCCIÓN El aborto constituye una práctica altamente estigmatizada porque implica transgredir el mandato de la maternidad, un ideal promovido por las enseñanzas católicas. Estas valoraciones hacen que las mujeres católicas que interrumpen un embarazo de manera voluntaria, sean objeto de sanciones morales, sociales y legales, especialmente en los estados de la República Mexicana en los que se protegió la vida desde la concepción en las constituciones locales, desde el año 2008. El endurecimiento de leyes que prohíben el aborto, no impide sin embargo que las mujeres sigan interrumpiendo embarazos que no desean, aunque lo estén haciendo en condiciones aún más adversas. Cuando el aborto se despenaliza, como en el caso de la ciudad de México, muchas mujeres católicas que se enfrentan a embarazos no planeados rechazan esta posibilidad por considerarla contraria a sus principios religiosos. Otras por el contrario, deciden interrumpir su embarazo, aunque hacerlo implique ir en contra de los mandatos de su Iglesia. Desde que se despenalizó el aborto en la capital del país en 2007, el 65% de las mujeres que han interrumpido su embarazo se declararon católicas, una realidad que muestra la pluralidad de perspectivas morales entre las mujeres que profesan esta religión. Para una parte importante de mujeres católicas, las concepciones sobre la sexualidad, la anticoncepción y el aborto que promueve la jerarquía católica, constituyen valoraciones abstractas sobre cómo debería ser una vida moralmente correcta, pero que están alejadas de sus historias de vida, de sus experiencias y sus necesidades cotidianas. Esta investigación explora los significados de un aborto en mujeres católicas de diferentes contextos culturales en México. Se trata de una investigación cualitativa con mujeres de tres estados de la República que interrumpieron de manera voluntario su embarazo, donde esta práctica es ilegal. La presente investigación se inscribe en un contexto histórico y social específico del país, donde el aborto ha sido objeto de debates públicos y regulaciones legales recientes. En 2007, en la ciudad de México se aprobó una ley que despenalizó el aborto hasta las doce 8 semanas de gestación, la cual permitió crear condiciones seguras y legales para que las mujeres que así lo desean puedan interrumpir un embarazo. De manera paradójica, 16 entidades de la República Mexicana realizaron cambios a sus constituciones locales, para proteger la vida desde la concepción. Reformas promovidas por grupos conservadores y la Iglesia católica, en reacción a la ley de la ciudad de México. Las leyes restrictivas del aborto tienen el propósito de castigar e inhibir esta práctica, sin embargo, las penas de prisión, la sanción social y la sanción moral del aborto, no disuaden a las mujeres y jóvenes de interrumpir un embarazo que no desean, y por el contrario las orilla a abortar de manera clandestina e insegura. Este escenario muestra cómo la sexualidad y la autonomía reproductiva de las mujeres, se ha convertido en el centro de una disputa política y cultural entre grupos conservadores y grupos feministas en México. Batallas que están transformando leyes, prácticas sociales y valoraciones culturales sobre la sexualidad, el aborto y los derechos de las mujeres. Los resultados de la investigación revelan que las mujeres católicas enfrentan dilemas éticos por actuar de forma distinta a las enseñanzas católicas sobre la sexualidad, la reproducción y la maternidad, dilemas que se convierten en una carga moral especialmente para las católicas practicantes. Sin embargo, la normatividad religiosa es confrontada y reinterpretada por las mujeres desde sus experiencias de vida, en diálogo con otros discursos sociales, lo que posibilita la reafirmación de la decisión de un aborto como una práctica de autonomía. Los acasos analizados en esta investigación, ilustran un cambio en la manera como las mujeres católicas toman decisiones sobre su vida reproductiva, lo cual es parte de un proceso de secularización de la sociedad mexicana. 9 1. SEXUALIDAD, GÉNERO Y RELIGIÓN 1.1 La construcción social de la sexualidad Durante las décadas de los ochenta y noventa los estudios de la sexualidad cobraron impulso ante la emergencia de nuevas perspectivas teóricas en diversas disciplinas de las ciencias sociales y los estudios de género, por un lado, y la revolución sexual, los movimientos feministas y lésbico-gays, los movimientos sociales a favor de los derechos civiles y de las minorías, y la aparición de la epidemia del VIH/Sida. La confluencia de diversos factores contribuyó a crear lo que se conoce como la perspectiva construccionista de la sexualidad, la cual cuestiona los enfoques esencialistas que asumen que la sexualidad pertenece al orden de la naturaleza, al responder a un impulso biológico que determina la respuesta sexual de las mujeres y los hombres y sus roles de género. El esencialismo es un método que pretende explicar las propiedades de la compleja totalidad sexual remitiéndola a una supuesta verdad o esencia interior. Tal aproximación reduce la complejidad del mundo a una imaginaria simplificación de sus partes constitutivas, a la vez que trata de explicar a los individuos como productos automáticos de sus impulsos internos (Weeks, 1998a p. 182). La perspectiva constructivista de la sexualidad asume que ésta es una construcción histórica y social, cuyos significados, atributos y manifestaciones varían de acuerdo con la cultural y el momento histórico, en donde los sujetos tienen un margen de acción para asignarle un significado a sus experiencias eróticas, de modo que sus comportamientos no sólo son producto de las normas y los mandatos culturales. Entre los antecedentes históricos de esta perspectiva teórica podemos destacar al Psicoanálisis, por ser la primera disciplina en la ciencia moderna que ofreció una nueva aproximación al tema de la sexualidad. Freud (1905/1992) desarrolló argumentos que pusieron en entredicho visiones esencialistas de la sexualidad, al reconocer la existencia del inconsciente en donde habitan deseos y anhelos reprimidos, y al plantear que la libido es sexualmente indiferenciada, lo que significa que existen grandes variaciones en cuanto a la elección del objeto sexual y en cuanto al modo mediante la cual los sujetos 10 obtienen la satisfacción. El Psicoanálisis cuestionó la supuesta predeterminación biológica y social de las identidades sexuales de mujeres y hombres, al señalar que éstas eran el resultado de la forma como cada sujeto se posicionaba inconscientemente frente a su deseo y se enfrentaba a las exigencias culturales. En la ciencia moderna, Freud fue el primero en abordar el tema de las feminidades y las masculinidades, y en señalar que las identidades de género eran resultado de un proceso de identificación con el sexo opuesto, y por lo tanto no se trataba de identidades fijas, determinadas por la naturaleza. Freud problematizó diversos puntos de las identidades de género que en la actualidad siguen siendo objeto de debate, como el planteamiento de que éstas se adquieren mediante un proceso social y subjetivo, no exento de conflictos y vicisitudes, y que en una misma persona coexistían disposiciones sexuales femeninas y masculinas (Connell, 2003). En el campo de la Antropología, las investigaciones etnográficas realizadas a lo largo del siglo XX, de donde destacan los trabajos pioneros de Bronislaw Malinowski y Margaret Mead, contribuyeron a evidenciar el carácter construido e histórico de la sexualidad y la diversidad de códigos morales y prácticassexuales existentes en distintas culturas, al tiempo que posibilitaron el reconocimiento de la diversidad sexual al interior de las propias sociedades occidentales. No obstante estas investigaciones, como afirma Córdova (2003a), no escaparon al modelo esencialista de la sexualidad, al plantear que las diferencias encontradas entre una sociedad y otra tenían que ver con las formas particulares como cada una de ellas moldeaba en las personas un instinto básico universal, en función de lo que las sociedades consideraban las conductas socialmente deseables. Estos estudios no problematizaron el carácter natural de la sexualidad ni la presencia universal de las categorías sexuales, al concebir la heterosexualidad como un hecho natural y la reproducción como el fin último de la sexualidad y determinante de las prácticas sexuales y roles de género. Sin duda alguna Foucault (1977) representa el teórico más influyente del enfoque constructivista de la sexualidad. En su reconocida obra La Historia de la Sexualidad, planteó que la sexualidad más que tratarse de un hecho natural y universal es una 11 construcción social e histórica en donde la represión ha sido el modo fundamental de relación entre poder, saber y sexualidad. Este autor planteó que la sexualidad es una construcción social cuyas raíces históricas se remontan al siglo XVIII, cuando la “puesta en discurso del sexo” estableció el imperativo de confesar los placeres, las sensaciones, los pensamientos y los comportamientos que tenían relación con la sexualidad, en lugar de esconderlos, prohibirlos o encubrirlos, como ocurría en siglos previos. Con ello, se instauró un régimen de represión sobre el sexo, que sometió con rigor a la sexualidad al tiempo que instituyó un discurso destinado a decir la verdad sobre el sexo (Foucautl, 1977 p.15). Hasta antes de ese periodo histórico, las prácticas sexuales estaban regidas por la ley civil, la pastoral cristiana y el derecho canónico, que reconocían al matrimonio religioso como el único espacio legítimo para ejercer la sexualidad genital con fines reproductivos, y desaprobaban la homosexualidad, los intercambios sexuales realizados únicamente por placer y la infidelidad. Con el paso del tiempo, la moral cristiana sobre la sexualidad se generalizó y pasó a formar parte de instituciones y saberes que buscaron construir una ciencia de la sexualidad, que aunque laicos fueron herederos de esta tradición. De esta manera, la valoración de la sexualidad pasó de manos de la Iglesia a los representantes del Estado, sin que hubiera un alejamiento claro entre la religión y la ciencia. Foucault señala que en el siglo XIX la sexualidad se integró a un ordenado régimen del saber, al convertirse en objeto de reflexión, análisis e investigación en diversas esferas de la vida social y campos disciplinares, como la Medicina, la Biología, la Demografía, la Psicología, la Pedagogía, la Psiquiatría y la Economía, desde las cuales se crearon múltiples discursos que tenían el propósito de controlar los cuerpos y de reglamentar y administrar las conductas sexuales de la población. Se instauró un “dispositivo de la sexualidad” destinado a producir discursos sobre el sexo, a convertir “todo deseo en discurso”, con el objeto de señalar los comportamientos moralmente adecuados y canalizar a los individuos en determinada dirección, de acuerdo con su edad, sexo, parentesco, clase social, estado civil, etcétera. 12 Las sociedades modernas, de este modo, instauraron la necesidad de categorizar y de clasificar las conductas sexuales, como parte de una estrategia de poder por lograr el control social de la población. Desde el discurso médico, psiquiátrico y psicológico, la sexualidad se asoció con perversiones, patologías, anormalidades o excesos que exigían intervenciones terapéuticas. Asimismo, el tema de la población se convirtió en un problema económico y político responsabilidad del Estado, en donde la sexualidad, la reglamentación de los matrimonios y la organización de las familias, pasaron a ser objeto de políticas públicas. Por su parte, las instituciones escolares junto con la familia, apoyadas por médicos, pedagogos, sexólogos, psiquiatras y sacerdotes, emprendieron la tarea de transmitir los códigos morales y sociales de la sexualidad normativa, basada en las nociones de la heterosexualidad, la monogamia, la genitalidad y la procreación como fin único de la sexualidad. Al construir una red de relaciones de poder múltiples, móviles y coyunturales, que atraviesan las instituciones y cualquier forma de interacción social no igualitaria, las sociedades modernas crearon los mecanismos para intervenir sobre los cuerpos y los placeres de las personas. Se trata de un dispositivo que los sujetos incorporan tan profundamente, que no logran concebirlo como efecto de un poder que los constriñe, y que actúa desde su interior interpelándolos para hablar consigo mismos y con otros de sus pensamientos, deseos, sueños y experiencias sexuales (Foucault, 1977). Este autor ayudó a comprender que los discursos y las prácticas sexuales están histórica y socialmente construidas, y que forman parte de una compleja red de significados y relaciones sociales con implicaciones de poder. La sexualidad por tanto constituye un campo de lucha, de resistencia, de negociación y de oposición, en donde los sujetos son capaces de crear y construir sus propias posibilidades sexuales y de otorgarle un sentido a sus prácticas eróticas; proceso mediante el cual construyen significados diversos de la sexualidad. A pesar de los notables aportes al estudio de la sexualidad, diversas feministas cuestionan que los trabajos de Foucault no hayan tomado en cuenta las implicaciones sociales, políticas y culturales de la diferencia sexual. Al no incluir la dimensión de género, no se interroga acerca de lo que ocurre cuando hay dos sexos y por lo tanto no 13 da cuenta de las reglamentaciones diferenciadas y la doble moral sexual presentes en la sociedad (Lamas, 1998). En la actualidad los estudios de género representan el campo más prolífico en la producción de debates teóricos en torno a la sexualidad y la construcción de las identidades sexuales. Con el trabajo pionero de Gayle Rubin (1975/1996) fue posible reconocer que la sexualidad y el género son producto de campos diferentes de prácticas sociales, estrechamente interrelacionados entre sí, que están configurados por el mismo sistema de poder. Las teorizaciones feministas también ayudaron a comprender que las identidades femeninas y masculinas son construidas en un proceso subjetivo y relacional, marcado social e históricamente, por lo que no existe una sola forma de ser mujer y hombre, sino identidades múltiples y cambiantes, configuradas por la pertenencia de los sujetos a una clase social, raza, generación, etnia, orientación sexual y religión específicas1. Por otro lado, es importante destacar los aportes de los enfoque interpretativos al campo de la sexualidad, desarrollados en los campos disciplinares de la Sociología, la Psicología y la Lingüística en las últimas décadas. Tales enfoques permiten entender que la sexualidad se construye dentro de los procesos simbólicos de producción de sentidos como el lenguaje, mediante el cual los sujetos acceden a los significados socialmente construidos por una colectividad, y a un mundo que ya ha sido objetivado y dotado de sentidos desde antes de que éstos llegaran al mundo (Berger & Luckmann,1968). El lenguaje proporciona a los sujetos la posibilidad de interpretar sus experiencias, a través de los sistemas simbólicos de representación de la realidad que las sociedades construyen. En relación con las vivencias eróticas de los sujetos, los enfoques interpretativos han posibilitado comprender que las personas tienen capacidades reflexivasque les permiten dar significado a sus sentimientos, deseos, fantasías y experiencias eróticas. Se trata de un proceso de apropiación subjetiva de los códigos morales y de las normatividades presentes en la sociedad, que constituyen una compleja y variada red de prácticas discursivas, por medio de los cuales los sujetos participan activamente en la producción de los significados sexuales. En el proceso de darle un valor y un sentido a 1 Para un desarrollo más detallado de este tema, ver la sección 1.2 de este capítulo. 14 sus experiencias eróticas y a los placeres corporales, los sujetos construyen significados diversos de la sexualidad, en función de su cultura, del momento histórico y de su pertenencia a una generación, clase social, género, identidad sexual o religión particular. De ahí que la sexualidad, en tanto símbolo, tenga significados múltiples y transitorios. Por ello, en el estudio de la sexualidad es importante explorar las experiencias y reacciones individuales a los símbolos y códigos sexuales dominantes, porque éstos no tienen un significado unitario y los sujetos tienen la capacidad de transformarlos (Vance, 1989). Por otro lado, es necesario situar el impulso que en las últimas décadas cobraron los estudios gay, lésbicos, transgénero y transexuales, los cuales cuestionan las concepciones tradicionales de la feminidad y la masculinidad, y el papel de la sexualidad en la construcción de las identidades genéricas. Como expresiones políticas, el feminismo, el movimiento de mujeres y los grupos de la diversidad sexual, también han sido cruciales en la configuración de nuevos discursos, significados y prácticas sobre el género y la sexualidad, y en el reconocimiento de derechos y políticas modernas en estas esferas, que han permitido desafiar muchas de las certidumbres que las sociedades modernas tenían acerca de los deseos eróticos, las relaciones de género y las identidades sexuales (Weeks, 1998b). A través de este breve recorrido se ha podido observar las diversas corrientes teóricas y movimientos sociales y políticos, que a lo largo del siglo XX contribuyeron a conformar la perspectiva constructivista de la sexualidad, perspectiva de la que parte esta investigación. En el plano teórico, el enfoque constructivista busca dar cuenta de la manera cómo surgen y se transforman los significados culturales en torno a la sexualidad. También pretende explicar los motivos y la manera cómo ciertos comportamientos sexuales son permitidos, mientras que otros son marginados, como en el caso de la homosexualidad o la sexualidad fuera del matrimonio. La perspectiva constructivista parte del reconocimiento de que la sexualidad no puede ser comprendida como un todo homogéneo y unificado, sino como una multiplicidad de expresiones, por lo que su 15 estudio debe dar cuenta de la diversidad de historias, con características y singularidades propias (Weeks, 1998b). La construcción social de la sexualidad es mucho más profunda y abarca hasta la misma forma de conceptual, definir, nombrar y describir el sexo en distintos tiempos y en distintas culturas. … Sin negar el cuerpo, nos damos cuenta de que el cuerpo y sus actos se entienden según los códigos de significación dominantes (Vance, 1989 pp. 20-21). La sexualidad representa un conjunto de discursos, símbolos, identidades, preceptos morales, significados, prácticas y relaciones sociales que las diversas sociedades construyen en torno a los deseos eróticos, los placeres corporales y los comportamientos sexuales. Por lo tanto, el estudio de la sexualidad debe abordar las particularidades de cada contexto histórico, político y social, y la manera cómo los sujetos perciben y elaboran subjetivamente los discursos, las representaciones y los marcos de interpretación disponibles en su medio social. 1.2 Sexualidad y género La sexualidad tiene relación con las explicaciones que las sociedades elaboran acerca de las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres, a partir de lo cual crean normas, creencias y prescripciones en torno a los comportamientos apropiados para unos y otras (Córdova, 2003a). Desde una perspectiva histórica, Laqueur (1994) propone un cambio fundamental en la forma como las sociedades occidentales han percibido las relaciones entre los cuerpos femeninos y masculinos. En su estudio sobre la evolución de los conceptos de género y sexo, este autor afirma que hasta el siglo XVIII, el discurso dominante interpretaba que los cuerpos femenino y masculino eran versiones de un solo sexo (modelo unisexo). El cuerpo femenino era una versión inferior e invertida del masculino. Sin embargo, enfatizaba la importancia del placer sexual femenino, en tanto el placer y el orgasmo eran vistos como parte necesaria de una fecundación exitosa. En el siglo XIX, emergió un modelo reproductivo que enfatizó la existencia de dos cuerpos diferenciados, estableciendo una oposición radical entre la sexualidad femenina y masculina. Este fue un momento clave en la reconfiguración de las relaciones de género en occidente, al 16 proponer una diferenciación absoluta entre los género. Se crearon diversos discursos en la ciencia, con el propósito fundamental de ejercer un control social sobre las mujeres, trasladando a la naturaleza, al sexo biológico, el campo de batalla. De este modo, Laquer afirma que surgió la idea de que las diferencias entre los sexos se debían a la naturaleza y a los lugares distintos que mujeres y hombres ocupan en la reproducción. La naturaleza, es decir la invención del sexo, pasó a tener un nuevo estatus epistemológico. Por ello, la subordinación de las mujeres a los hombres se justificó a partir de la idea de que por naturaleza los hombres poseen una fuerza superior, y las mujeres están destinadas a funciones reproductivas. Este breve recuento histórico sobre la invención del sexo, sirve de antecedente para plantear las discusiones que ha habido en la teoría feminista sobre la diferencia sexual. Al interior del feminismo, las discusiones en torno a la diferencia sexual pueden agruparse en distintos periodos. La teórica feminista Nancy Freser, propone tres etapas en la discusión de este tema. La primera, va de los finales de los sesentas hasta los mediados de los ochentas, y su centro de atención es la diferencia de género. La siguiente, comprende la segunda mitad de los ochentas y los inicios de la década de los noventa: el eje de la discusión es el de la diferencia entre las mujeres y la tercera fase, actualmente en curso, se organiza en torno a las múltiples diferencias y a sus intersecciones (1997, en Viveros 2013 p. 2). En los estudios feministas de finales de los sesenta, la década de los setenta y principio de los ochenta (conocidos como feminismo de la segunda ola), la categoría de género cuestionó la creencia de que la biología definía el destino de las mujeres, al destacar que los significados de ser mujer y hombre en una cultura determinada, constituyen valoraciones que trascienden los “hechos” biológicos, porque todas las sociedades elaboran simbólicamente las diferencias anatómicas. En el contexto político y epistemológico en el que surgió el término género, resultaba de gran trascendencia marcar una ruptura con la tradición dominante sobre la diferencia de los sexos en las ciencias sociales, de modo que en dicho contexto la oposición entre lo biológico (sexo) y lo social (género) representó una visión subversiva (Fraisse, 2003). 17 Muchas de las feministas de la segunda ola asumieron que existía una diferencia biológica real entre mujeres y hombres, que las diversas culturas interpretaban de modo semejante para crear la distinción de lo masculino y lo femenino. Es decir, asumían que el sexo en tanto hacía referencia a unanaturaleza biológica constante en las diferentes culturas, era el espacio en el cual se construía el género, de forma tal que: “El cuerpo sería una especie de percha en la se cuelgan o se superponen los distintos mecanismos culturales, especialmente los relacionados con el comportamiento y la personalidad” (Nicholson, 2003 pp. 49-50). Por otro lado, los estudios feministas de los años setenta establecieron categorías esencialistas y universalistas para explicar las experiencias y las condiciones de vida de las mujeres, lo que llevó a hacer planteamientos categóricos como el señalamiento de que todas las mujeres comparten experiencias similares de opresión por su condición de género. En la segunda etapa, el debate sobre la diferencia se desplazó hacia el análisis de la diferencias entre las mujeres, con lo cual se pudo integrar el análisis del género con otras formas de desigualdad social, como la clase social, la raza, la etnia, la religión o la generación. El género constituye un tipo de diferenciación social, al igual que la raza, la etnia, la clase social, la religión, la identidad sexual o la generación, por lo que no existe una sola manera de ser mujer, sino múltiples experiencias marcadas por la intersección de estos factores. El hecho de que el género se produzca y se mantenga en la intersección con otras dimensiones de poder que constituyen la identidad, plantea la necesidad de reconocer las diferencias que prevalecen entre las mujeres, en función del lugar que ocupan como individuos concretos. De igual forma, los estudios feministas han destacado la importancia de situar local e históricamente la experiencia de las mujeres, y de analizar la forma cómo el género se interrelaciona con otras maneras de diferenciación social. Lamas (2006), retomando algunas precisiones al concepto de género realizadas por Schlegela, en su trabajo antropológico entre los Hopi de Estados Unidos, señala que aun cuando las sociedades tienen un significado general de lo que son las mujeres y los hombres, existen al mismo tiempo los significados específicos de género, que aluden al sentido que las personas 18 concretas le otorgan a este concepto en función de su ubicación particular en la estructura social o un campo de acción determinado. Es decir, las situaciones concretas de vida donde se dan las relaciones entre mujeres y hombres, son las que dotan de significados específicos al género. Entre estos dos niveles de significación, el general y el particular, no siempre hay correspondencia pues a veces el significado específico del género, se aleja del significado general, o simplemente los significados específicos pueden contradecir el significado general. Por ello, la consideración del contexto resulta fundamental para esclarecer el significado específico de género, porque en la práctica existen múltiples maneras de entender y asumir los mandatos sobre la feminidad y la masculinidad establecidos a nivel global (Lamas, 2006 pp.103-105). Los debates contemporáneos sobre la diferencia sexual, correspondiente a la tercera etapa, han generado diversas controversias en torno a la distinción clásica sexo/género, una de ellas es el cuestionamiento a la idea de que el sexo es un hecho natural y biológico que existe con anterioridad al lenguaje. Una de las teóricas más destacadas en este debate, Judith Butler, plantea que el sexo es ya una construcción, una inscripción cultural, de modo que “la diferencia sexo género pierde su significación porque no tiene sentido definir al género como la interpretación cultural del sexo si el sexo mismo se entiende como una categoría del género” (Tubert, 2003 p.9). El feminismo contemporáneo se ha apartado de los universales abstractos de la tradición ilustrada, para poner un nuevo énfasis en la heterogeneidad, la diversidad y la diferencia, y con ello dar cuenta de la complejidad del mundo social. En el centro de este debate se encuentra un cuestionamiento al modelo de sujeto racional, centrado e intencionado, postulado por el racionalismo (Barrett, 2002). El género, en tanto construcción simbólica de lo que significa ser mujer u hombre, establece una serie de concepciones, valoraciones y expectativas sobre cómo deben comportarse las mujeres y los hombres. Si bien los ordenamientos simbólicos de género sirven como marcos interpretativos generales para que los sujetos evalúen sus experiencias, éstos últimos los resignifican en función de su historia de vida, de su 19 adscripción a una clase social, a una etnia, a una generación o a una religión, y de su ubicación en contextos sociales e históricos específicos, dando lugar a una diversidad de significados sobre género. El género, al igual que la sexualidad, tienen un carácter social, histórico y subjetivo, y sus significados, atributos y manifestaciones son cambiantes y mutables. A pesar de que la sexualidad y el género se articulan y condicionan mutuamente, constituyen dos áreas distintas de prácticas sociales, como afirma Rubin En contraste con las opiniones que expresé en “The Traffic in Women”, afirmo ahora que es absolutamente esencial analizar separadamente género y sexualidad si se desea reflejar con mayor fidelidad sus existencias sociales distintas. Esto se opone a gran parte del pensamiento feminista actual, que trata la sexualidad como simple derivación del género (Rubin, 1989 p. 184). En la sexualidad se expresan las relaciones de poder entre los géneros, por lo que diversas formas de opresión y control de las mujeres están reguladas por la sexualidad. De igual forma el género afecta el funcionamiento del sistema sexual porque moldea las expresiones sexuales en función de si las personas son mujeres u hombres. Por otra parte, los desarrollos teóricos de Judith Butler (2002), han sido cruciales para entender las articulaciones entre el género y la sexualidad. Ella afirma que el género se construye sobre la heterosexualidad normativa, que implica un doble proceso, el de identificarse con un sexo y el de dirigir el deseo sexual hacia el sexo opuesto. La heterosexualidad normativa establece un vínculo entre la reproducción y la sexualidad, al tiempo que postula que las capacidades reproductivas de las mujeres y los hombres determinan sus deseos eróticos y sentimientos amorosos. “Para poder operar, las normas de género requieren la incorporación de ciertos ideales de feminidad y masculinidad, ideales que casi siempre se relacionan con la idealización del vínculo heterosexual” (p.325). Por ello, las sociedades heteronormativas y patriarcales dejan fuera expresiones de la sexualidad que no encajan con las conductas sexuales esperadas o normativas, lo que muestra la influencia de las relaciones de dominación y subordinación derivadas del sistema de género en el campo de la sexualidad. 20 1.3 Sexualidad y catolicismo Las instituciones religiosas suelen tener una clara política sobre el cuerpo, la sexualidad y la reproducción, con el propósito de lograr un “disciplinamiento del orden sexual” y de esta manera conseguir el control de los sujetos y sobre lo social (Vaggione, 2013). En el caso de la moral sexual católica, ésta ha sido construida a lo largo de varios siglos, mediante los aportes de grandes pensadores de la Iglesia y de los valores de su época. En este apartado se hará un breve recuento histórico del surgimiento de algunas concepciones y normas católicas sobre la sexualidad que siguen formando parte de la moral católica conservadora en el presente. No pretende ser un análisis exhaustivo sobre este basto y complejo campo, propósito que rebasa los objetivos de este trabajo. En las sociedades occidentales la sexualidad ha sido considerada una actividad negativa y peligrosa, valoraciones que tienen una estrecha relación con la tradición cristiana de la sexualidad.El cristianismo ha contribuido a la hostilidad hacia los placeres carnales, en especial al placer sexual, y a una profunda desconfianza hacia la sensualidad, porque sostiene la creencia de que los placeres hacen del espíritu un prisionero del cuerpo. Durante los dos primeros siglos del cristianismo, la valoración de la sexualidad se transformó hacia una concepción negativa, como efecto del discurso médico, que veía en el exceso de la actividad sexual una fuente de enfermedad, y de la irrupción del pesimismo sexual, una corriente venida del Oriente que era conocida como “gnosis”, la cual predicaba la virginidad, la abstención del matrimonio y defendía el ideal del celibato. De este modo, el pesimismo luchó contra la concepción de la existencia como algo bueno y contra el amor a la vida, cualidades características de los últimos tiempos de la Antigüedad, con lo cual se impuso el desprecio hacia el cuerpo. De acuerdo con Ranke-Heinemann (2005), pasajes del Nuevo Testamento que originalmente no eran hostiles al cuerpo ni a la sexualidad, fueron malinterpretados, como ocurrió con la imagen de la concepción de la virginidad perpetua de María, y con la condena al placer sexual cuando se estableció la procreación como el fin legítimo de la sexualidad en el matrimonio. 21 En la Antigüedad, ningún padre de la Iglesia católica escribió tan hirientemente sobre el matrimonio ni despreció más la sexualidad que Jerónimo (t 420), quien con su doctrina propia impregnó sustantivamente la manera de entender la virginidad de María hasta el presente. De acuerdo con su doctrina En María se encuentra el fundamento de la virginidad para ambos sexos y se manifiesta claramente en ella la superioridad moral de la virginidad [aunque] En realidad, las cosas fueron de otra manera: se glorificó la virginidad no en razón de la virginidad perenne de María, sino que, dado que en el entorno se magnificaba tanto la virginidad, se hizo de María virgen perpetua (Ranke- Heinemann, 2005 p. 59). Jerónimo fue también quien hizo popular una frase (retomada de Sixto, posiblemente en alusión al papa Sixt II, t 258), para condenar el placer en las relaciones sexuales, la cual se convirtió en una de las directrices de toda la tradición católica enemiga del placer a lo largo de la historia del cristianismo: “Quien ama demasiado apasionadamente a su mujer es un adúltero”. Frase que fue retomada en la Edad Media por Tomás de Aquino (t 1274), a través de la influencia de San Agustín (t 430), y en la edad moderna por Juan Pablo II, quien en 1980 reafirma la idea del adulterio con la propia mujer (p. 60). Asimismo, las concepciones de San Agustín, un gran pensador de la Iglesia en la Edad Media, han sido cruciales en la doctrina moral sexual del cristianismo hasta nuestros días, pensador que añadió un nuevo elemento: el miedo a la sexualidad. Afirmaba que el acto sexual es una virtud porque permite la reproducción, pero al mismo tiempo constituye un pecado porque es una forma de transmisión del pecado original de generación en generación. Agustín vincula estrechamente y desde una perspectiva teológica la transmisión del pecado original y el placer que acompaña el acto sexual. ... Pecado original significa para él muerte eterna, condenación para todos aquellos que no son redimidos, por la gracia de Dios, de la masa de los condenados, a la cual pertenecen todos los hombres por el mero hecho de nacer (Ranke-Heinemann, 2005 p.74). De acuerdo con Gudorf (1996), en la Edad Media los escolásticos, especialmente Tomás de Aquino, desarrollaron de manera sistemática el concepto de ley natural desde el punto de vista cristiano, que ha sido clave en las enseñanzas católicas sobre sexualidad hasta nuestros días. Tal concepto parte de dos premisas: que la voluntad de dios está 22 inmersa en la creación de Dios, y que los seres humanos son capaces de observar y de comprender la voluntad divina en la creación de Dios (p.17). Como afirma esta autora, las consecuencias de dicho concepto en el campo de la sexualidad han sido profundas, porque ha implicado establecer ciertos patrones de comportamiento y atributos a las mujeres y los hombres, como cosas deseadas por dios e inscritas en la biología. La interpretación de la ley natural sobre la sexualidad es la siguiente: Dios diseñó la biología humana de tal manera que la cópula sexual dé como resultado la procreación y el nacimiento de los hijos. Estos hijos nacen y permanecen dependientes de la educación y el sustento de los adultos durante muchos años. Por lo tanto deben ser criados por uniones estables capaces de satisfacer sus necesidades materiales, espirituales y educativas (Gudorf, 1996 p.17). A partir de la noción de la ley natural, la Iglesia católica concluyó que el sexo fuera del matrimonio era un pecado, y que las relaciones sexuales dentro del matrimonio eran para la procreación y no para el placer sexual. Al considerar al matrimonio como la unión indisoluble entre la mujer y el hombre, esta iglesia prohibió el divorcio y la comunión a personas que han contraído segundas nupcias. Asimismo, la moral católica condena toda actividad sexual que no se apegue a estos principios, como las relaciones por placer, las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio, o los vínculos eróticos entre personas del mismo sexo. De esta manera, la ley natural se convirtió en el fundamento de las reglas y enseñanzas sobre moral sexual de la Iglesia católica que siguen vigentes hasta el presente. Dentro de esta misma lógica argumentativa, la tradición católica asume la función social de la maternidad como destino natural de las mujeres y una virtud divina, por lo que representa el valor más preciado de las mujeres y el discurso más estructurado para el control social y religioso de la sexualidad femenina. Sobra decir que tal culto [a la maternidad] reposa en una pretendida deserotización de las mujeres, pues ′ no hay una imagen más matriarcal que la madres cristiana de Dios que da luz a un hijo sin asistencia masculina′ . Este proceso se interesa más por el uso del placer y la sexualidad como superficie de control que por su eliminación: sin culpa no habría palanca para el ejercicio del poder (Warner, en Amuchástegui 2012 p.371). 23 La Iglesia católica prohíbe explícitamente el uso de métodos anticonceptivos modernos, porque permiten separar la unión sexual de la procreación, lo cual como hemos señalado, es considerado un pecado. Tal prohibición tiene la función de controlar la sexualidad de las mujeres, porque al tener control sobre su cuerpo y su capacidad reproductiva, las mujeres pueden vivir el placer sexual al margen del imperativo procreador. En relación con el tema del aborto, la postura oficial de la Iglesia católica es que esta práctica constituye un pecado grave, que causa la excomunión, por atentar contra la vida de una persona, cuya vida inicia desde el momento de la concepción. Tal planteamiento asume la perspectiva de hominización inmediata del producto de la concepción, entendida como el ingreso del alma al cuerpo desde ése momento. Sin embargo, es importante señalar que a lo largo de la historia de la tradición católica han existido diversas posiciones teológicas sobre el aborto. Grandes pensadores del catolicismo, como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, sostenían que el alma se desarrollaba más allá de los niveles iniciales del embarazo, teoría denominada de hominización tardía, por lo cual el aborto no era considerado homicidio en las primeras etapas del embarazo (Hurst, 2002)2. Desde 1869, la teoría de la hominización inmediata del producto de la concepción, se convirtió en la posición oficial sobre el aborto de la Iglesia católica, cuando el papa Pío IX publicó una declaración en la que castiga el aborto en cualquier momento del embarazo con pena de excomuniónlatae sententia, al considerarlo un homicidio (Hurst, 2002 p.27). Esta declaración es el primer apoyo explícito de la Iglesia institucional a la teoría de la hominización inmediata y es la posición que ha sostenido la jerarquía de la Iglesia católica hasta la actualidad. Con ello las enseñanzas sobre el aborto comenzaron a cambiar de enfoque, al alejarse de la idea predominante hasta esa época, de que el aborto escondía el pecado sexual, al constituir una prueba de la separación de la sexualidad y la reproducción. 2 Santo Tomás de Aquino creía que “el aborto en las primeras etapas no es homicidio, pues ésta [la hominización] ocurre 40 días después de la concepción en varones, y 80 días después en mujeres”. Por su parte, San Agustín, afirmaba que: “Según la ley, el acto del aborto no se considera homicidio porque aún no se puede decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación, ya que todavía no se ha formado la carne y no está dotada de sentidos” (Hurst, 2002 pp.7 y 18). 24 En la época moderna la concepción de que el aborto constituye un pecado, porque atenta con una vida humana, se deriva de la Encíclica Evangelium Vitae, emitida en 1995 por el papa Juan Pablo II, en la cual se afirma lo siguiente En comunión con todos los obispos, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Incluso en el caso de que el embarazo sea producto de una violación, la Iglesia institucional sanciona con pena de excomunión actualmente éste, a su entender, “delito contra la vida humana” (Juan Pablo II, 1995). La Iglesia afirma la existencia de una persona humana desde el momento en que el óvulo fertiliza al óvulo, por lo que el valor del embrión es igual al que se le otorga a la mujer en donde se desarrolla el proceso del embarazo. Tal ha sido el núcleo de una batalla política entre los representantes de la Iglesia católica, y los grupos feministas que defienden el derecho a la autonomía reproductiva de las mujeres. Como se ha podido observar, en una buena parte de la tradición católica han predominado concepciones altamente prescriptivas sobre la sexualidad en general, y sobre la sexualidad femenina en particular. Acerca de ésta última se reproducen imágenes que la asocian con el pecado, la tentación y el peligro, mientras se enaltecen virtudes como la sumisión, la entrega y la abnegación al hombre, las cuales se expresan claramente en el mandato del débito conyugal. Como afirma Lagarde (2001), “en las más diversas sociedades el eje de la vida social, de la feminidad y de la identidad femenina es la sexualidad para otros…Una sexualidad escindida y antagonizada en sexualidad procreadora y sexualidad erótica” (p. 80). En las sociedades occidentales, las valoraciones cristianas sobre los usos del cuerpo y la sexualidad “han adquirido ya una vida propia y no dependen solamente de la religión para su supervivencia”, como afirma Rubin (1989 p.135). En estas sociedades existen complejos sistemas jerárquicos para evaluar los actos sexuales, en cuya cima se ubican las personas heterosexuales, casadas y con hijos, un ideal compartido con el catolicismo. Según dicho sistema, la sexualidad ′ buena′ , ′ normal′ , ′ natural′ sería idealmente heterosexual, marital, monógama, reproductiva y no comercial. … Cualquier sexo que viole estas reglas es ′ malo′ , ′ anormal′ o ′ antinatural′ . 25 El sexo malo es el homosexual, promiscuo, no procreador, comercial o situado fuera del matrimonio (Rubin, 1989 p. 140). El ejercicio de la sexualidad fuera de estos patrones se percibe como algo peligroso, motivo de sospecha, especialmente cuando se trata de las mujeres. Sobre su sexualidad existe una doble moral, que asocia el goce con las prostitutas, y la castidad y la pureza con las mujeres decentes. Cuando estas normas y creencias son introyectadas por las mujeres, suelen expresarse como mecanismos de vergüenza y culpa ante experiencias como el cuerpo desnudo y el placer sexual. Además, como afirma Vance (1989), las mujeres “… heredan una considerable tarea: el control de su propio deseo sexual y de su expresión pública. El autodominio y la vigilancia se convierten en virtudes femeninas…” (p. 14). Por ello, no es extraño que sean las propias mujeres quienes juzguen severamente a otras mujeres que se salen de los modelos de la sexualidad femenina aceptados socialmente. No obstante que la sexualidad de las mujeres está sujeta a un fuerte control religioso y social, que las lleva a tener un escaso o nulo control sobre su cuerpo, ellas pueden hacer un uso de la sexualidad, su erotismo y sus capacidades procreativas para un beneficio propio. Las prácticas anticonceptivas y el aborto son expresiones de estos espacios de poder que poseen las mujeres (Córdova, 2003b). 26 2. ABORTO, UNA PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA Y DE JUSTICIA SOCIAL 2.1 Los costos de los abortos inseguros en la salud Los abortos inseguros constituyen un grave problema social, de derechos humanos, de justicia social y de salud pública, por las consecuencias que tienen en las tasas de morbilidad y mortalidad en las mujeres. De acuerdo con la OMS, “el aborto inseguro es un procedimiento para interrumpir un embarazo no deseado, practicado por personas sin capacitación o experiencia, o en un ambiente que carece de los estándares médicos mínimos” (World Health Organization WHO, 2012). Son múltiples las razones por las cuales las mujeres deciden abortar, muchas lo hacen porque se enfrentan a un embarazo no planeado, por no tener acceso a servicios de salud ni a métodos anticonceptivos seguros. Los abortos se relacionan también con el hecho de que muchas mujeres y jóvenes que cuentan con información y que declaran que no quieren embarazarse, no usan métodos seguros por el miedo a los posibles efectos secundarios, porque creen que no están en riesgo al usar métodos tradicionales, o porque su pareja se opone a los anticonceptivos. Otras razones son la falla de los métodos anticonceptivos, ya que ningún método es cien por ciento seguro, y los embarazos producto de una violación. Asimismo, las mujeres embarazadas suelen tener problemas de pareja, divorcios o abandono, crisis económicas, o bien enfrentar alguna circunstancia inesperada en su vida que las hace reevaluar su embarazo y tomar la decisión de interrumpir su embarazo. En 2008, 46 millones de abortos ocurrieron en el mundo, de los cuales cerca de la mitad eran abortos inseguros (49%), los cuales provocaron 47 mil muertes maternas; cifra que equivale al 13% de las muertes maternas a nivel mundial. El 98% de los abortos inseguros ocurren en países en vías de desarrollo, en donde se estima que 215 millones de mujeres desean evitar un embarazo, pero no están usando métodos anticonceptivos eficaces. En América Latina, 4.4 millones de abortos tuvieron lugar en 2008, la mayoría de ellos practicados en condiciones inseguras (95%). Esta región tiene una tasa de 33 abortos por cada mil mujeres en edad reproductiva (15 a 44 años), tasa superior a la 27 registrada a nivel mundial, que es de 28 abortos por cada mil mujeres (Alan Guttmacher Institute AGI, 2012). Se estima que alrededor de 8 millones de mujeres sufren complicaciones por abortos inseguros que requieren tratamiento médico, aunque solamente cinco millones son atendidas (Singh, Wulf, Hussain, Bankole & Sedgh, 2009). A este respecto, la Organización Mundial de la Salud revela que una de cada cinco mujeres que ha tenido un aborto inseguro sufre infecciones del tracto reproductivo, que en algunos casos son tan severas que provocan infertilidad (Organización Mundial de la Salud OMS, 2013 p. 14). En México, desde mediados de la década delos setenta (1974) el artículo 4º de la Constitución reconoció el derecho de las mujeres y hombres a decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y el espaciamiento de sus hijos, y la Ley General de Población decretó que el gobierno tenía la responsabilidad de ofrecer servicios de planificación familiar gratuitos en las institución públicas de salud. Como resultado de la expansión de las políticas de planificación familiar, desde 1976 se logró duplicar el uso de métodos anticonceptivos en el país, y disminuir gradualmente el promedio de hijos/as por mujer en los últimos años. Mientras que en 1990 el promedio de hijos/as era de 2.4, en 2009 disminuyó a 1.7 hijos/as (Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica ENADID, 2009). La transición demográfica ha sido resultado de la modificación de las expectativas y las prácticas reproductivas en amplios sectores de la población, dado que el acceso a métodos anticonceptivos abrió la posibilidad para que muchas mujeres previnieran embarazos y planearan el número de hijos/as, situación que contribuyó a su liberación sexual y a la modificación de los significados de la sexualidad y la reproducción. Es importante subrayar no obstante que la transición demográfica está inscrita en un proceso más amplio de cambios económicos, sociales y culturales de la sociedad mexicana, tales como la inserción de las mujeres al mercado laboral, el incremento de ofertas educativas y de la escolaridad de las mujeres, iniciada en la década de los sesenta y setenta; las transformaciones de las relaciones de género y de la estructura y dinámica de las familias; así como las crisis económicas, los bajos salarios y la falta de 28 oportunidades laborales que afectan a amplios sectores de la población, entre otros factores. A pesar de que en México las tasas globales de fecundidad han disminuido paulatinamente en las últimas décadas, las mujeres de zonas pobres y marginadas siguen reportando niveles elevados de fecundidad, bajas tasas de uso de métodos anticonceptivos, y complicaciones por abortos inseguros. Por ejemplo, las mujeres de Guerrero y Chiapas, dos de las entidades más pobres del país, reportan los promedios más altos de hijos/as nacidos vivos del país, de 2.1, mientras que en el DF las mujeres tienen 1.3 hijos en promedio (ENADID, 2009). En México, un estudio realizado por Juárez, Singh, Maddow-Zimet y Wulf (2013), revela que en 2009, el 86% de las mujeres casadas o unidas declararon que no querían más hijos/as o que querían posponer un nacimiento, pero el 12% no usaba algún método anticonceptivo; porcentaje que asciende a 27% entre las mujeres jóvenes sexualmente activas solteras, casadas o unidas. Lo anterior significa que aproximadamente 4 millones de mujeres adultas y jóvenes están en riesgo de embarazos no planeados, ya que declaran que desean evitar un embarazo pero no usan métodos anticonceptivos. El estudio referido estima que más de la mitad de los embarazos en el país en 2009, no fueron planeados (55%), lo que significa que cada año ocurren 71 embarazos no planeados por cada mil mujeres en edad reproductiva. De dicho universo (de embarazos no planeados), se calcula que el 54% terminó en abortos inducidos, 34% en nacimientos no planeados y el 12% en abortos espontáneos, razón por la cual el mismo estudio estima que cada año se llevan a cabo un poco más de un millón (1,026,000) de abortos inducidos en México. La tasa global de aborto en el país (tasa de 38) aumentó en 2009 en más del 50% con respecto a 1990 (tasa de 25), lo que en opinión de Juárez et al. (2013), sugiere que actualmente las mujeres enfrentan más complicaciones para prevenir embarazos no planeados y que están más “motivadas” para evitar nacimientos no planeados. Por otro lado, es importante señalar que la tasa de aborto inducido varía de acuerdo con el nivel de desarrollo regional, ya que a mayor urbanización existen tasas de aborto inducido más elevadas, un comportamiento que se relaciona con el deseo de las mujeres 29 y hombres por tener familias más pequeñas, en comparación con quienes viven en zonas rurales. Juárez et al (2013) observan que el Distrito Federal, la Región 1 de más alto desarrollo, reportó la tasa de aborto más elevada del país en 2009, al ubicarse en 54.4 (la tasa global es de 38); en tanto que la región 6, la menos desarrollada, registró la tasa de aborto inducido más baja, de 25.9, región que se integra por los estados de Chiapas, Oaxaca y Guerrero (Juárez et al., 2013 p.39). Las tasas de aborto también varían de acuerdo con la edad. A nivel global la tasa de abortos en México es de 38 por cada mil mujeres de 15 a 44, la cual asciende a 55 en mujeres de 20 a 24 años, a 44 en adolescentes de 15 a 19 años, y a 44 en jóvenes de 25 a 29 años, cifras que muestran que las mujeres jóvenes son quienes reportan los niveles más elevados de abortos en el país. Por ello, los abortos clandestinos tienen un alto costo social, económico y de salud en las mujeres adolescentes y jóvenes, y constituyen grave problema de derechos humanos, al violar derechos básicos como el derecho a la educación, a la salud, a la integridad física y psicológica y a la autonomía. Se trata de un fenómeno mundial, ya que cada año 7.3 millones de adolescentes menores de 18 años se convierten en madres en todo el mundo, 95% de las cuales viven en países en vías de desarrollo. En dichos países, una (19%) de cada cinco adolescentes se convierte en madre antes de cumplir los 18 años (Fondo de Población de las Naciones Unidas UNFPA, 2013). En América Latina, la misma fuente señala que alrededor del 50% de las mujeres y hombres de 17 años son sexualmente activos, de los cuales cerca de dos (65%) de cada tres no usaron protección anticonceptiva ni contra las ITS (infecciones de transmisión sexual, incluyendo el VIH) en su primera relación sexual. En esta región, el 38% de las mujeres se embarazan antes de cumplir 20 años de edad. En este periodo de la vida aumentan los riesgos de salud asociados a un embarazo, razón por la cual cada año cerca de 700 mil adolescentes mueren por complicaciones del embarazo y el parto en el mundo. Saha y Ahman (2012, en UNFPA 2013), estiman que cada año ocurren 3.4 millones de abortos inseguros entre adolescentes de 15 a 19 años en países en desarrollo, de los cuales 670, 000 se realizan en América Latina y el Caribe. 30 De acuerdo con el modelo ecológico desarrollado por Blum (2003, en UNFPA 2013), los embarazos en la adolescencia son resultado de la conjunción de diversos factores que interfieren en la capacidad que tienen las niñas y adolescentes para tomar decisiones sobre su sexualidad y su vida reproductiva, factores que van desde las políticas públicas respecto al acceso de adolescentes a educación sexual y servicios de anticoncepción, la marginación y la pobreza, las inequidades de género presentes en las comunidades, las escuelas y las familias, hasta factores personales. En el caso de las adolescentes de menos de 18 años, y particularmente las de menos de 15, el embarazo no es el resultado de una decisión deliberada. Al contrario, el embarazo en general es el resultado de la ausencia de poder de decisión y de circunstancias que están fuera del control de la niña. El embarazo a temprana edad refleja el menoscabo de las facultades, la pobreza y las presiones, de compañeros, pares, familias y comunidades. Y en demasiados casos, es el resultado de la violencia y la coacción sexual (UNFPA, 2013, p. IX). Entre la población de mujeres jóvenes de México también existe un bajo uso de métodos anticonceptivos, con lo cual se incrementa la probabilidad de enfrentar un embarazo no planeado y un aborto. Una encuesta realizada a nivel nacional con jóvenes de 12 a 29 años en 2012, reveló que el 57% había tenido relaciones sexuales alguna vez en la vida, y quesu primera relación sexual ocurre en promedio a los 17 años, en los hombres a los 16 y en las mujeres a los 17 (Instituto Mexicano de la Juventud INJUVE/ Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM IIJ-UNAM, 2012). En 2010, una encuesta similar reportó que uno de cada tres adolescentes de 15 a 19 años (33.6%) había iniciado su vida sexual (INJUVE-SEP, 2010), la mayoría de ellos experimentaron su primera relación sin protección anticonceptiva ni para ITS. Asimismo, una encuesta nacional realizada en 2009, reveló que seis de cada diez (61.8%) mujeres adolescentes declararon no haber usado un método anticonceptivo en su primera relación sexual (ENADID, 2009). Entre las adolescentes de 15 a 19 años persiste una tasa elevada de fecundidad, la cual no sólo no ha disminuido sino que incluso ha aumentado en los últimos años. Del trienio 2003-2005 al 2006-2008, la tasa de fecundidad en este grupo de edad registró un incremento, al pasar de 64.8 a 69.5, una tendencia inversa a la disminución de la tasa de fecundidad observada en otros grupos de mujeres en edad reproductiva en México. El 15.5% de los nacimientos registrados en México entre 2004 y 2008 corresponde a mujeres de 15 a 19 años (ENADID, 2009). 31 En relación con los procedimientos para abortar, se estima que el 29% de las interrupciones en México se llevan a cabo con misoprostol, el 23% son realizados por médicos, el 14% por curanderas o comadronas tradicionales, el 11% por empleados de farmacias, el 7% por parteras capacitadas, y el restante 16% son abortos autoinducidos (Juárez, et al, 2013). Un estudio con datos del 2000 al 2008, revela que 1,604,976 mujeres de 10 a 54 años recibieron atención hospitalaria por un aborto en México (Shiavon, Troncoso & Polo, 2012). La práctica de abortos clandestinos, hace que una de cada tres mujeres (36%) tenga complicaciones que requieren tratamiento médico, situación que es especialmente crítica para las mujeres pobres que viven en zonas rurales. Nueve de cada diez (90%) mujeres urbanas no pobres, acceden a servicios de salud por complicaciones de un aborto, lo que contrasta con el hecho de que sólo cerca de la mitad de las mujeres rurales acceden a servicios de salud por complicaciones de aborto (55%), por lo que son precisamente estas últimas mujeres quienes presentan la proporción más alta de complicaciones por abortos inducidos en México (Juárez, et al., 2013). El aborto inseguro y clandestino representa por este motivo un problema de injusticia social, ya que afecta principalmente a las mujeres de los sectores sociales más desprotegidos, quienes además suelen ser objeto de discriminación, estigma, sanción moral y legal. Cuando el aborto es legal y seguro, aumenta la probabilidad de que un embarazo no planeado termine en un aborto. De acuerdo con estimaciones de Juárez et al. (2013), el 61% de los embarazos no planeados en el Distrito Federal son interrumpidos, en tanto que en la zona rural este porcentaje asciende al 46%. Desde que se despenalizó el aborto en la ciudad de México, el 24 de abril de 2007, al 31 de diciembre de 2013, 113,111 mujeres han interrumpido su embarazo de manera segura, debido a que los hospitales de la Secretaría de Salud del DF cuentan con lineamientos que garantizan procedimientos seguros de aborto, por lo que con excepción de uno, los procedimientos de Interrupción Legal del Embarazo (ILE) no han tenido complicaciones. De las mujeres que se ha practicado una ILE, el 76% son originarias del DF, 23.6% del Estado de México y el resto de otras entidades de la República (3.4%). En cuanto a las características sociodemográficas, destaca que cerca 32 de la mitad de las mujeres tenían entre 18 y 24 años (47.8%), seguidas de las de 25 a 29 años (22.2%), quienes en conjunto agrupan al 70% de las mujeres. En relación con la escolaridad, el 39.1% reportó estudios de preparatoria y el 32.7% de secundaria. La mitad son mujeres solteras (51.4%) y un poco menos de esa proporción vive en unión libre (28.9%) o está casada (15.3%). Dos de cada tres mujeres (66%) tienen hijos (la mayoría 1 o 2 hijos). Respecto a la ocupación, 39.5% de las mujeres realiza una actividad económica3, 36% se dedica al hogar y el 24.5% estudia. El 62.8% de las mujeres profesa la religión católica y el 33.8% no tiene ninguna religión. La mayoría acudió a practicarse una ILE a los hospitales de la Secretaría de Salud cuando tenían entre 4 y 9 semanas de gestación (80.2%). En siete de cada diez casos el aborto se llevó a cabo con misoprostol (69%), y en cerca de tres de cada diez con aspiración manual endouterina (28%) (Grupo de Información en Reproducción Elegida GIRE, 2013a). El estudio de Juárez et al. (2013) concluye que las altas tasas de aborto en México reflejan que el deseo de limitar y espaciar el nacimiento de la descendencia, ha aumentado más rápido que el uso efectivo de anticonceptivos, lo que revela la necesidad de mejorar el acceso y la calidad de la atención sobre el uso de anticonceptivos, particularmente entre la población joven. 2.2 Las leyes sobre el aborto en México Diversas organizaciones internacionales de derechos humanos y de salud, han planteado que los Estados tienen la obligación de proteger el derecho a la vida, a la integridad física y psicológica, a la autonomía y a la igualdad de las mujeres, para lo cual deben ampliar el acceso a los métodos anticonceptivos modernos y efectivos, y mejorar la calidad de la información para prevenir embarazos no planeados. Esta es la medida más efectiva para disminuir los abortos voluntarios. La penalización del aborto incrementa la mortalidad y morbilidad maternas y no disminuye el número de abortos, porque las penas de prisión, la sanción social y la sanción moral del aborto, no disuaden a las mujeres y jóvenes de interrumpir un 3 En el grupo de las mujeres que realizan una actividad económica, se incluyó a quienes declararon estar desempleadas, que representa al 5.3% de la población total de mujeres que se han practicado una ILE. 33 embarazo que no desean, y por el contrario las orilla a abortar de manera clandestina e insegura. Es decir, las leyes que prohíben el aborto no significan tasas de aborto más bajas. Por esta razón, el acceso seguro al aborto constituye una estrategia para disminuir las enfermedades y muertes asociadas a los abortos inseguros, que afectan especialmente a las mujeres pobres, de zonas rurales e indígenas, por ser ellas quienes recurren con mayor frecuencia a personas poco calificadas y a métodos inseguros de aborto. Muchos países del mundo han aprobado leyes que permiten interrumpir un aborto en determinadas circunstancias. En 2009, el 40% de las mujeres en edad reproductiva (15 a 44 años) vivían en países donde el aborto está totalmente prohibido o donde únicamente está permitido para salvar la vida de la mujer o proteger su salud física o mental (Singh et al., 2009). En su gran mayoría se trata de países en vías de desarrollo, donde ocurren las tasas más altas de abortos inseguros. Por ejemplo en 2008, el 56% de los abortos reportados en países en vías de desarrollo, fueron abortos inseguros; mientras que sólo el 6% de los abortos en países desarrollados, se practicaron en condiciones inseguras (AGI, 2012). En México el aborto está penalizado y sólo se permite en determinadas circunstancias. Es decir, se tipifica como delito y únicamente existen excluyentes de responsabilidad, que implica que en determinados casos no se imponen sanciones. Cada entidad federativa cuenta con una legislación sobre aborto, que establece en qué circunstancias es un delito y qué procedimiento debe seguir una mujer para solicitar la interrupción legal del embarazo y los servicios que deben brindar las instituciones de salud. Como se observa en la Tabla 1, el aborto eslegal en todo el país sólo en caso de violación; en 30 estados cuando es imprudencial o culposo; en 25 si la mujer están en peligro de muerte; en 14 si el producto presente alteraciones genéticas o congénitas graves; en 13 cuando hay un grave daño a la salud de la mujer; en 12 cuando el embarazo es producto de una inseminación artificial no consentida; y en un estado por causas económicas graves y justificadas, siempre y cuando la mujer embarazada tenga cuando menos tres hijos. Desde 2007, en el Distrito Federal el aborto está despenalizado hasta las 12 semanas de gestación a libre voluntad de la mujer, es decir, no tiene que justificar un motivo específico. 34 Tabla 1 Circunstancias en las cuales el aborto es legal en México (Gire, 2013a) Circunstancias Número de entidades de la República Mexicana Violación 32 Imprudencial o culposo 30 Peligro de muerte 25 Alteraciones genéticas o congénitas graves del producto 14 Grave daño a la salud de la mujer 13 Inseminación artificial no consentida 11 o 12 Causas económicas graves y justificadas, siempre que la mujer tenga cuando menos tres hijos 1 Aborto legal hasta las 12 semanas de gestación, a libre voluntad de la mujer 1 Además de restrictivas, muchas de las leyes sobre aborto están redactadas sin rigurosidad científica, porque no hay un argumento científico sobre el inicio del embarazo, y contienen prejuicios y afirmaciones discriminatorias hacia las mujeres. Las entidades de la República Mexicana que cuentan con las legislaciones más restrictivas en el tema de aborto, son Guanajuato y Querétaro, donde se admiten únicamente como causales de exclusión de responsabilidad, la violación sexual y el aborto imprudencial, mientras que siete entidades reconocen cinco o más causales de aborto: Morelos (5), Veracruz (5), Hidalgo (5), Yucatán (6), Baja California (6), Colima (6), Distrito Federal (6) (ver Tabla 2 en Anexo 1). En cinco entidades el aborto es considerado un delito grave, lo que significa que las mujeres a las que se les inicia un proceso penal están encarceladas durante el mismo. En las 27 entidades restantes, el aborto no constituye un delito grave, lo que implica que las mujeres permanecen en libertad durante el proceso penal. Las sanciones por el delito de aborto pueden ir desde una pena punitiva en 35 libertad, una multa, el trabajo a la comunitario hasta el tratamiento médico o psicológico (GIRE, 2013b pp. 21-23). A pesar de que el aborto es legal en ciertas circunstancias, las mujeres se enfrentan a múltiples obstáculos para ejercer este derecho, porque el acceso a servicios de salud seguros está condicionado por factores como el nivel socioeconómico, la edad, la pertenencia a un grupo étnico, la zona geográfica o el entorno social. Las mujeres con información, recursos económicos y redes de apoyo, pueden acudir a un médico privado, viajar a EEUU o a la ciudad de México a practicarse un aborto legal. Las mujeres pobres que no cuentan con estos recursos, suelen utilizar métodos poco seguros de aborto que ponen en riesgo su vida y su salud. Quienes abortan por razones distintas a las causales reconocidas en las leyes de sus estados, lo hacen de manera clandestina y en condiciones inseguras, aunque esto implique poner en riesgo su vida y su salud. La regulación diferencia del aborto en el país, genera discriminación de diversos tipos, una de ellas es la discriminación que sufren las mujeres que viven en entidades con leyes restrictivas, porque sus derechos a la salud, a la integridad física y psicológica y a la autodeterminación reproductiva, no están garantizados, a diferencia de lo que ocurre con las mujeres que habitan en la ciudad de México. Las leyes restrictivas del aborto tienen el propósito de castigar e inhibir esta práctica, porque no encaja con las conductas sexuales y reproductivas de las mujeres que son aceptadas y promovidas por el Estado. Las recientes reformas para proteger la vida desde la concepción en 16 entidades de la República mexicana, iniciadas a raíz de la despenalización del aborto en la ciudad de México en 2007, han provocado un creciente hostigamiento y ataque hacia las mujeres que abortan, como resultado de la reacción violenta de los grupos conservadores, los representantes de la Iglesia católica y del poder político, frente al avance de derechos reproductivos de las mujeres en la capital del país. Esta dinámica muestra cómo la sexualidad y la autonomía reproductiva de las mujeres se han convertido en el centro de una disputa política y cultural entre grupos conservadores y grupos feministas en México. Batallas que están transformando leyes, prácticas sociales y valoraciones culturales de la sexualidad, el aborto y los derechos de las mujeres. 36 3. IGLESIA CATÓLICA, ABORTO Y CIUDADANÍA EN MÉXICO El Estado interviene ordinariamente en la conducta sexual a un nivel que no sería en otras áreas de la vida social (Gayle Rubin, 1989 p. 150) 3.1 Sexualidad, política y religión en México En las sociedades contemporáneas los derechos sexuales y derechos reproductivos se han convertido en el centro de una disputa política y cultural. El reconocimiento de valores como la igualdad, la libertad, la equidad y la pluralidad en el campo de la sexualidad, promovidos por los movimientos feminista y de la diversidad sexual, se ha dado en paralelo al desarrollo de movimientos conservadores y fundamentalistas, ligados y en ocasiones promovidos por la jerarquía católica, que buscan difundir una visión conservadora sobre la mujer, la sexualidad, la reproducción, la pareja y la familia. Durante la década de los noventa, el movimiento feminista internacional se movilizó para defender derechos de las mujeres durante la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (CIPD), realizada en El Cairo Egipto en 1994, y la IV Conferencia Internacional de la Mujer, llevada a cabo en Beijing en 1995, ambas convocadas por Naciones Unidas. Estas conferencias fueron cruciales para difundir el enfoque de género y los derechos sexuales y derechos reproductivos, los cuales establecen la igualdad entre mujeres y hombres para controlar el propio cuerpo, la libertad reproductiva, el derecho a comprender y disfrutar la sexualidad y a tener relaciones sexuales sin coerción, en el marco del respeto mutuo de las parejas para compartir la responsabilidad de las consecuencias de su vida sexual. En la Conferencia de El Cairo, los gobiernos del mundo reconocieron que el aborto inseguro era un grave problema de salud pública y asumieron su compromiso para mejorar el acceso y los servicios de planificación familiar, y en los casos permitidos por la ley, para garantizar que el aborto fuera una práctica segura (Organización de Naciones Unidas ONU 1995, párr.8.25). Cuando el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, reconoció que el aborto realizado en 37 condiciones de ilegalidad, constituía un grave problema de salud pública, el Vaticano realizó una campaña para denunciar que la Conferencia tenía el objetivo de legalizar el aborto. A pesar de la campaña, los países firmaron en consenso los capítulos relativos a “Derechos reproductivos y salud reproductiva”, con excepción del Vaticano, Irán y Malta (Lamas, 2001). La Conferencia de Beijing reafirmó los acuerdos de El Cairo e instó a los gobiernos para que consideraran la revisión de las leyes que contienen medidas punitivas contra las mujeres que se han sometido a abortos ilegales (ONU 1996, párr. 106). En esa ocasión el Vaticano planteó una serie de reservas a la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, las cuales formularon de la siguiente manera: La Santa Sede sólo puede interpretar expresiones tales como el "derecho de
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