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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Programa de Maestría y Doctorado en Psicología Residencia en psicoterapia para adolescentes Reflexiones teóricas sobre la transmisión psíquica entre generaciones, a través del caso de un adolescente en psicoterapia psicoanalítica. T E S I S QUE PARA OPTAR EL GRADO DE: MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA P R E S E N T A: JOSÉ BELMONT ALCIBAR TUTOR: MTRO. JOSÉ VICENTE ZARCO TORRES, PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN PSICOLOGÍA COMITÉ TUTOR: DRA. LUZ MARÍA SOLLOA GARCÍA DRA. BLANCA BARCELATA EGUIARTE MTRA. EVA ESPARZA MEZA DRA. MARTHA LILIA MANCILLA VILLA PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN PSICOLOGÍA MÉXICO D.F., ABRIL 2013 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 Para Tania, compañera amada, por tu entrega… A Ian, que me acompañabas a clases; en honor a tu sabiduría infantil. A mis ancestros, Erasto y Asunción; Francisco y Josefina. 3 A la Dra. Fabre, entrañable maestra y amiga, con muchísimo cariño. A la Dra. Boni Blum, porque su infatigable trabajo abrió el espacio que hizo de un proyecto personal una realidad. Al Dr. Vicente Zarco, porque me hiciste ver cosas de mis pacientes, pero sobre todo de mí mismo. 4 Al Dr. José Cueli, al gran Cueli, porque empecé a ser con psicocomunidad. Al Dr. Jorge de la Parra, él y yo sabemos por qué. A mi amiga Judith Harders, por su infatigable apoyo y cariño incondicional. A Bill y Bob, y todos los que forman la cadena de mis otros ancestros, de mi otra filiación... 5 Contenido Introducción ........................................................................................................................................ 6 I.-Marco teórico ................................................................................................................................... 9 Las aportaciones freudianas.......................................................................................................... 14 Narcisismo, objeto e identificación. .............................................................................................. 18 Adolescencia: a second chance ..................................................................................................... 26 II.-Metodología. ................................................................................................................................. 31 III.- Cuadro clínico. ............................................................................................................................. 33 IV.-El sueño. ....................................................................................................................................... 58 V.-Identificación y desidentificación. ................................................................................................ 65 VI.- De los fantasmas a los ancestros ................................................................................................ 74 VII. Conclusión y discusión ................................................................................................................ 84 VIII.-Referencias bibliográficas .......................................................................................................... 90 6 Introducción El presente trabajo es un reporte de experiencia profesional sobre la labor realizada por quien suscribe durante sus estudios de Maestría en Psicología profesional, de la Facultad de Psicología de la UNAM, en la Residencia de Psicoterapia para Adolescentes. Con la finalidad de tener contacto con este grupo etario, la residencia cuenta con diferentes sedes, entre las cuales está el Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur (CCH-Sur), que junto con los demás CCHs y la Escuela Nacional Preparatoria (E.N.P.) constituye la oferta educativa de la UNAM en el nivel medio superior. En el CCH Sur existe el Programa de Atención a Alumnos, cuya finalidad es ofrecer atención psicológica a los alumnos del plantel, además de ser una herramienta fundamental en la formación de nuevos terapeutas de adolescentes. Esta labor que se realiza en el CCH se acompaña con la supervisión de los terapeutas por parte del Mtro. Vicente Zarco Torres, aporte que garantiza la calidad del trabajo terapéutico destinado a los jóvenes. En este contexto fue que trabajé con Alberto, un adolescente de 16 años quien llegó al programa de atención de alumnos porque sus padres llevaban más de un año enfrentándose en un amargo juicio de divorcio. La misma jueza encargada de llevar este asunto ordenó que Alberto recibiera terapia psicológica, razón por la que se incorporó al programa. Las primeras sesiones de trabajo con Alberto transcurrían casi en completo silencio. Se generaba entonces una angustia que ambos compartíamos sin que pudiéramos hablar de ella. En un principio, reaccioné ante este afecto haciéndole una serie de preguntas sobre diversos temas, de suerte que eso terminó pareciéndose más a un interrogatorio que a una psicoterapia. Muy desanimado ante estos resultados, me 7 presenté al espacio de supervisión. La sugerencia fue esperar, para entonces escuchar lo que Alberto tenía que decir. “Tenle confianza a la palabra”, me dijo Vicente. Así que me puse a escuchar. La siguiente sesión, Alberto vestía una playera del grupo de rock Metallica. Le dije lo que pensaba sobre ese grupo y de ahí el joven y yo nos pusimos a hablar. Transferencia y contratransferencia, les dicen. Para mí, ese momento en particular marco el encuentro con la subjetividad de un joven a partir de mi propia subjetividad. A posteriori (como siempre ocurre en estos casos), comprendí que hablar del grupo de rock nos permitió tender un puente entre su adolescencia y la mía. El paciente continuó asistiendo a sus sesiones. Al cabo de dos meses de trabajo, el elemento familiar, tan importante desde la primera sesión, tomo un aspecto nuevo. Ya no se limitaba a hablar sobre las disputas entre madre y padre, sino que iban apareciendo otros familiares de generaciones anteriores. Los abuelos se volvieron una pieza fundamental para intentar comprender lo que estaba pasando en esa familia y por supuesto, con Alberto. Mi paciente contaba con un acervo identificatorio espeluznante1. Dos abuelos desaparecidos, un tío muerto en la infancia, la abuela enriquecida de manera poco clara, papá médico golpeador y a la vez humillado, mamá depresiva, etc. Algo sorprendente pasó justo luego de comenzar a explorar el tema de la familia: Alberto le dijo a su madre que ya no deseaba declarar en los juzgados. Estas confrontaciones le hacían sentir muy mal, pues era frecuente que su madre le pidiera mentir para hacer ver mal a su padre. Conocía bien el tema de la identificación. Había leído los aportes de Freud, de Jeammet, el trabajo de Abraham y Torok, de Kaës y Faimberg. Sin embargo, el 1 Uso espeluznante antela falta de mejor adjetivo. Este se deriva del verbo espeluznar, que quiere decir, descomponer, desordenar el pelo de la cabeza, de la felpa, etc., así como erizar el pelo o las plumas. Como a uno se le ponen los pelos de punta cuando se espanta, por aproximación lo espeluznante es aquello que causa horror. Uso este adjetivo en este sentido, pero también en el de enmarañado, revuelto. Como los pelos rebeldes, necios, hechos bola en la cabeza. (R.A.E: http://lema.rae.es/drae/?val=espeluzanante). 8 encuentro con la problemática de Alberto me colocó de frente ante un desafío técnico. En la sorpresa, en la sensación de no entender nada, una asociación del paciente con una historia que pertenece a otra generación, me llevó a descubrir las identificaciones alienantes que estaban en ese momento reactivadas (pero que estuvieron presentes todo el tiempo en forma silenciosa). Tres generaciones se condensaban en un bello sueño que el lector encontrará en un capitulo posterior. En medio de mi sobresalto causado por saber que estaba escuchando algo muy importante sin comprender plenamente de que se trataba, regresé a los aportes de Kaës. Me encontré algo que había leído sin leer. Los textos psicoanalíticos están escritos en transferencia, lo sabemos, ahora bien, es posible que también sean leídos en ella. La lectura de Kaës era sobre lo que llamó el pacto denegativo. Este consiste en el trabajo del aparato psíquico de ir expulsando, negando, suprimiendo un conjunto de elementos inaceptables por un superyó o un yo familiar. Únicamente bajo estas denegaciones compartidas el sujeto puede ser narcisisado adecuadamente, sin recibir el peso excesivo de los elementos traumáticos comunes a cualquier familia. Sin embargo, los límites de la denegación son frágiles cuando no existe una estructura grupal o familiar que sirva de contenedor para estos elementos rechazados. Pueden ser rechazados más allá de todo límite, hundidos en los abismos más profundos y perderse así para el pensamiento. Y volver inmediatamente en el terreno de la acción. Veremos cómo Alberto suscribe un pacto de esta naturaleza con su familia a un coste muy específico: ceder su individualidad, sus deseos personales y la promesa de un futuro. Decidí orientar el trabajo con Alberto hacia la construcción de representaciones o imágenes que lo cautivaran, que le dieran ganas de imaginar un futuro. Que pudiera, a partir de estos hallazgos familiares, identificarse con los aspectos saludables de ambos linajes parentales, a la vez que pudiera cuestionar los ideales familiares que constreñían su existencia. Quiero reconocer a Alberto, a la vez que parafraseo a Winnicott, porque pagó por enseñarme. 9 I.-Marco teórico La adolescencia ha sido considerada por la sociedad como una época llena de potencialidades pero también de riesgos. Despierta los miedos relacionados con la fuerza, la sexualidad, la muerte, la deriva. En las sociedades llamadas primitivas se encapsulaba este periodo con ritos de iniciación rígidos que marcaban con una cierta violencia la entrada al mundo adulto. Dichos ritos suponen pruebas dolorosas, incluso mortales que incluyen ordalías físicas, como si hubiera que concretizar así el fin de la infancia y pagar la entrada a la madurez. En nuestra sociedad actual no existen los ritos de iniciación propiamente tales, sin embargo la violencia sigue siendo parte del proceso. Empezando por la violencia del cuerpo sobre el psiquismo, que se ve obligado a elaborar, a marchas forzadas, una serie de cambios que escapan a las capacidades de elaboración del sujeto. El cuerpo del joven se transforma, lo que conlleva una reorganización de la economía libidinal. Por una parte, en el polo objetal, los antiguos vínculos familiares se tornan incestuosos, debido al empuje genital que arroja fuego sobre las cenizas del Edipo (Jeammet, 1992). En otras palabras, los objetos familiares se vuelven inadecuados para satisfacer las demandas de la pulsión. El adolescente se apropia allí, dolorosamente de una falta, misma que lo hará echar a correr detrás de los nuevos objetos que vendrían, imaginariamente, a colmarla. Lógica inaugural de su deseo a partir de las calenturas experimentadas en el cuerpo. Asimismo, en el polo narcisista, el cuerpo en metamorfosis cambia más rápido que las capacidades de investidura del yo. Una nueva voz, un nuevo rostro, una nueva estatura, desafían al yo quien deberá ir asimilando esto nuevos elementos en una también nueva organización psíquica. El joven, gradualmente, integrará plenamente los órganos genitales físicamente maduros, así como sus funciones, a la totalidad de su existencia. 10 Las sociedades actuales, una vez derogados los ritos rígidos del pasado, ofrecen más libertad para los futuros resultados del joven que se convierte en adulto. Por una parte este nuevo orden trae consigo muchas ventajas, pero también resulta más angustiante, en tanto que al adolescente le corresponde decidir sobre cosas que sus ancestros ni se preguntaron. Por ejemplo, hace algunas décadas pensar en escoger una carrera era algo absurdo: los médicos tenían hijos médicos, así como los abogados hacían lo propio. Si el joven provenía de una familia dedicada a los negocios, se estudiaba comercio. En el caso de las mujeres, después de cumplir sus quince, las debutantes en sociedad estaban prestas a casarse. En este contexto de mayor libertad, el adolescente habrá de buscar sus propias respuestas, construirlas desde su interior para responder al enigma (terrorífico) de su lugar en el mundo. Los adolescentes que van logrando superar estas dificultades, logran también desprenderse gradualmente de sus padres y su autoridad. Digamos que, al igual que ocurre con algunos animales, van construyendo su propio territorio. Definen su lugar en el vasto mundo, junto con sus gustos, sus posesiones y su identidad. Se trata de un lugar personal en el cual se cuestionan las identificaciones y se añaden unas nuevas. Una segunda oportunidad, un nuevo nacimiento, en el cual el sujeto adviene para ser él mismo, nunca el mismo. Para ello, el adolescente tendrá que probar y evaluar los recursos de los cuales dispone. Habrá de averiguar de qué está hecho. En este sentido, algunos elementos se vuelven significativos, como lograr la autonomía en relación a los padres, la definición de la identidad sexual, la adquisición de estatus profesional. Se vuelven pruebas que van a confrontar al adolescente. Los jóvenes recorren este camino como si se tratara de una carrera de relevos, el chico sale de primaria para entrar en secundaria, luego parte al bachillerato. Sin embargo, no tiene garantías de que dicha carrera lo conduzca a la realización de sus metas. La confusión crece por el discurso de los adultos quienes desconocen los nuevos referentes. Se trata, paralelamente, de una crisis de legitimidad de los padres, pues se ciernen muchas dudas sobre su autoridad. ¿Qué van a saber los viejos?, expresa 11 el adolescente descontento, muchas veces con justa razón. Entonces, qué límites serán los adecuados para poner a los chavos. Antes era mucho más fácil, ni siquiera se cuestionaba la autoridad paterna. Ahora corresponde a cada familia determinar las reglas que han de ordenar los intercambios. El lector poco avezado pensará que se cierne el fantasma de la perversión. No creo que sea así. Los temas relacionados con la parentalidad y la función de la Ley, tienen que relativizarse de acuerdo con nuestra sociedad, con la concomitante carga de improvisación y angustia, pues no hay modelo identificatorio que alcance para saber cómo ser padre de un adolescente. Asimismo, creo importante destacar el papel que juega la ruptura que hace el adolescente con su pasado infantil que viene ligada con la ausencia de un lugar entre los adultos. Confiere al joven la sensaciónde ser visto desnudo, o más propiamente, en carne viva. Para salirse de este lugar incomodo revertirá su posición. Adhiere a modas extravagantes y provocativas. Ahora son los padres los que se sienten en este lugar de incomodidad. Philippe Jeammet (2008) narra como uno de sus pacientes adolescentes llega una tarde con la cabeza rapada. El adolescente le dice: “al menos ya sé porque me miran”. El cuerpo atrae la mirada porque se ha vuelto extraño, para los demás, pero sobre todo para el adolescente. Puede tornarse un perseguidor interno, el cual será necesario dominar a través de múltiples tentativas: escarificarlo, engordarlo, tatuarlo, enflacarlo, etc. Asimismo, el adolescente no puede dejar de reconocer lo ineluctable de su pubertad. El tiempo juega en su contra y lo sabe. Desplegar una serie de trucos para intentar dominar su metamorfosis. Disfrazará su cuerpo, lo cubrirá, puede marearse con ayuda química y con la música, refugiarse en sus sueños, pero nadie puede instalarse mucho tiempo en una situación de amenaza sin reaccionar. Puede desbordarse, llegando hasta las gradas de la psicosis pubertaria o bien, buscar alguna forma de control. El adolescente puede oscilar entre estas dos alternativas y el resultado algunas veces ronda el terreno de la psicopatología, dependiendo de la frecuencia, la fijeza e intensidad. Estas transformaciones ponen al sujeto en una 12 posición de vulnerabilidad, que en algunos casos será el origen del despliegue de la creatividad, mientras que en otros será de tentativas de autodestrucción. La dirección hacia la cual se encamine el adolescente dependerá de la calidad de los primeros cuidados que recibió, así como de los nuevos encuentros que ocurren en este periodo (Winnicott, 1979). Mientras más conflictiva resulte su adolescencia, el joven más requerirá del apoyo de los objetos significativos externos, aquellos que puedan proporcionarle la seguridad que internamente no ha podido tener. En sus intentos de retomar el control sobre la erotización de su cuerpo y mente, el adolescente, de acuerdo con Jeammet (2008), cree que existen dos alternativas: el aferramiento y el repliegue sobre sí mismo. El aferramiento se refiere al joven que se prende de la madre por el exceso de angustia y el miedo a estar solo, implícito en el proceso de individuación adolescente. El miedo se despierta por la sola idea de perder al objeto, sus cuidados y cariño. Dicha situación se exacerba cuando existe un alto grado de identificación de la madre con su hijo. Ambos crean una suerte de burbuja de compasión, en la cual nadie se atreve a decirle al joven que ya está listo para enfrentar la vida por sí mismo. Los padres, a su vez, no desean enfrentar el dolor de dejar marchar a sus hijos ni confrontarse con su propio envejecimiento. Por su parte, el repliegue sobre sí mismo ocurre cuando el adolescente busca apagar el deseo por sus objetos, de los cuales parece ya no esperar nada, ya no querer nada de ellos. Es importante que en esos momentos de retraimiento el adulto haga violencia al adolescente, que lo invite a participar, a salir, a compartir la vida en común. Es muy grande la tentación del adulto de dejar que el adolescente se encierre en sí mismo, dejarle, por el agotamiento que el proceso produce, enfrascarse en otro tipo de burbuja, una de decepción. El joven que lucha por apropiarse de su vida, queda inmerso en la contradicción que plantea que para ser uno mismo, se necesita de los padres para que sirvan como modelos y soportes afectivos, mientras que al mismo tiempo necesita ser diferente de ellos. Requiere dicho vínculo, y simultáneamente le es intolerable. Si la 13 relación se torna fría se siente abandonado; si por el contrario se constriñe, se siente invadido y perseguido. La adolescencia es un momento princeps que ilustra dos angustias humanas fundamentales: la angustia de abandono y la de intrusión. Cuando un adolescente llega a casa puede sentirse ignorado si no se le muestra interés por sus actividades, pero si se le pregunta cómo le fue, responderá con enfado alguna evasiva. Los padres tienen entonces la tarea ingrata de buscar la distancia justa para volver aceptable la dependencia que sus jóvenes tienen de ellos, acción que paradójicamente permite que dicha dependencia se vaya disolviendo. Este proceso toma tiempo. D.W. Winnicott (1979), provocativo como solía ser, afirma que los adolescentes se curan solos. Si el adolescente no se encierra demasiado en sí mismo, si logra zafarse de las conductas oposicionistas, el tiempo le permitirá, progresivamente y a través de sus experiencias, tranquilizarse y volver a tener confianza en sus padres para recibir los aportes necesarios para su desarrollo óptimo. Vemos nuevamente que la confianza retomada en los objetos es el mejor remedio para superar la pérdida de los padres de la infancia. Ahora bien, invocar al tiempo es hacer referencia a la espera. Y al miedo, por supuesto, pues el proceso entraña sumisión y pasividad. Por esta razón los jóvenes quieren todo rapidito, volviendo atractivos los pasajes al acto, pues la espera es una tortura. Dicha angustia por la demora del proceso es compartida por los padres. Ellos pueden desear a su vez que la cosa acabe pronto. Nuevamente Winnicott: los padres deben sobrevivir a este momento crucial, aguantar que la maduración sexual de sus hijos les recuerde su propio envejecimiento y obsolescencia. Tarea nada sencilla, pues si bien en la infancia existían contenidos mortíferos, en la adolescencia estos se tornan de asesinato. El adolescente solo puede crecer pasando por encima del cadáver de un adulto. Justo ahí está la paradoja y lo difícil que fue comprender el caso que en este trabajo presento: si bien Alberto debe matar a sus padres para crecer, solo podrá hacerlo luego de encontrar una herencia narcisista en ellos. El problema es que están justo en medio de un juicio de divorcio, donde ambas partes sacan lo peor de sí mismas. Le madrugaron a Alberto en su chamba de matarlos: lo están haciendo por él. 14 Las aportaciones freudianas. De acuerdo con Sigmund Freud (1905), es por el embate de la pubertad que se afirma el primado de las pulsiones genitales sobre el resto de las pulsiones parciales. Paralelamente adviene un proceso psíquico mediante el cual se lleva a cabo el hallazgo del objeto sexual adecuado, preparado desde la misma infancia. En ésta, la satisfacción sexual estaba aún vinculada a las necesidades alimentarias, y el objeto se encontraba puesto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Freud piensa que éste más tarde fue perdido a la par que la persona completa, la madre, era descubierta. Luego de esta pérdida del pecho, la pulsión sexual se convierte en autoerótica, es decir, se satisface en el mismo lugar donde se origina, las zonas erógenas. Solo tiempo después, cuando adviene el periodo de latencia, se recupera la relación originaria. Para Freud, el acto de mamar el pecho de la madre es paradigmático de cualquier vínculo de amor. El encuentro de objeto es propiamente un rencuentro. (Freud, 1905, p.203) La genitalidad obliga este rencuentro con el objeto lo que implica reinscribir su memoria y representaciones. Estas serán determinantes para la elección futura de objeto que hará el joven, quien no puede escapar de su pasado edípico. De este modo, dicha elección de objeto se juega primero en el plano de la representación. De que otro modo podría ser si el adolescente aun no accede, en la mayoría de los casos, a una vida sexual realizable. Las inclinaciones infantiles resurgen ahora gracias al refuerzo somático de la pubertad y su territorio será el de las fantasías sexuales no destinadas a ejecutarse. Las interdicciones que fueron impuestas al niño durante su paso por el complejo de Edipo, permiten durante la adolescencia que el joven busquesus objetos de amor fuera de su familia. Es la ley del padre que dicta que el hijo no puede yacer con la madre y que esta tampoco puede reintegrar el producto. Pero no solo eso, sino 15 que dice algo más, tan importante como lo otro: la promesa de objetos nuevos. Cierto es que siempre van a llevar la marca de lo familiar, pues nadie escapa a su pasado edípico, en tanto momento psíquico de estructuración. De manera paralela al decaimiento de las fantasías manifiestamente incestuosas, se lleva a cabo también uno de los logros psíquicos más importantes propios del periodo de la pubertad. Se trata del desprendimiento de la autoridad hegemónica de los progenitores. No sin dolor, el adolescente tendrá que ir emprendiendo su propio camino, lo que le dota de una moral personal. Este suceso es también el origen de la oposición entre generaciones, inestimable para el progreso de la cultura. Existen individuos que nunca podrán superar la autoridad de los padres, con graves repercusiones para su futuro desarrollo, puesto que la fijación infantil de la libido a estos objetos impide al joven investir otros nuevos. Freud creía que esta condición subyace en algunas mujeres muy ligadas a sus objetos infantiles, resultando esto en un carácter sexual anestésico. A partir de sus reflexiones sobre la adolescencia, Freud realiza una de sus aportaciones teóricas más importantes, aquella de acuerdo con la cual el desarrollo sexual humano acomete en dos tiempos. Se interrumpe en el periodo de latencia para resurgir con bríos renovados durante la pubertad. Por este motivo el ser humano es proclive a la contracción de la neurosis, pero también, sin paralelo alguno en el reino animal, se posibilita su acceso a una cultura superior, pues todos los aprendizajes obtenidos en su pasado infantil se resignifican en nuevos hallazgos, los cuales no se limitan a la repetición de los logros alcanzados por la generación anterior. Freud nos dirá que el tiempo del psiquismo será el del Nachträglichkeit. Lo aprendió muy bien de las histéricas aquejadas por sus reminiscencias. Para ellas, las vivencias sexuales acontecidas durante la infancia adquieran toda su dimensión después de la pubertad. Estos eventos, cuando son recordados, despiertan un afecto que en su momento no habían causado. La alteración de la pubertad ha posibilitado otra comprensión de lo vivido. En otras palabras, se hace palpable que el psiquismo infantil no puede hacer frente al cuerpo extraño que representa la sexualidad de los padres, presente en los cuidados entregados al niño, en las caricias, en las palabras que se le dedican. Estas 16 actividades llevan la marca de los avatares edípicos de los propios padres: confusión de lenguas (Ferenczi, 1931), que viene a cobrar un ajuste de cuentas en la pubertad. Los resabios póstumos infantiles, regidos por el proceso primario, deberán ser integrados por el joven en una nueva constitución psíquica. Nadie escapa a su pasado edípico, salvo quizá enfermando, creyendo que de este modo se detiene el tiempo. En este orden de ideas, son paradigmáticos los problemas alimenticios tan comunes en la adolescencia. Una paciente anoréxica de 17 años me dijo que todo empezó a tronar cuando su cuerpo empezó a desarrollarse. Estrías, granos, celulitis la aquejaron simultáneamente. Deseaba intensamente volver a ser la niña de puro 10, la que los maestros felicitaban y con la que los papás podían presumir de sus triunfos académicos y atléticos. Anhelaba su cuerpo prepuberal y el síntoma, la anorexia, sostenía la ilusión de no crecer, al dificultar la expresión de los caracteres sexuales secundarios. Se lo expliqué y contestó: Crecer, envejecer, ser como mi mamá, gorda y pendeja…hello. Hacer adolescencia es un proceso sumamente violento. Su llegada inaugura varios frentes de batalla. Primer frente: la pulsión reclama su satisfacción, en un momento de la vida en el que el superyó es completamente inadecuado para cumplir su función. Aún queda mucho de los ideales de niño bueno en esta instancia. Razón por la cual censura con vehemencia cualquier atisbo de sexualidad que, por su parte, aún conserva con demasiada nitidez su origen incestuoso. Segundo frente: el cuerpo. Objeto externo e interno, cambia, se transforma, no se está quieto, tiene apetencias. El joven lo sabe apto para realizar las fantasías que al niño le eran imposibles. Por eso asusta. El reto será poder pensarlo, y así emprender su conquista psíquica sin ahogarlo en el proceso. Si bien en la vida psíquica no es habitual que un recuerdo despierte un afecto que no conllevó como vivencia, eso es algo por entero habitual en el caso de la representación sexual justamente porque la dilación de la pubertad es un carácter universal de la organización. Toda persona adolescente tiene huellas mnémicas que sólo pueden ser comprendidas con la emergencia de sensaciones sexuales propias; se diría 17 entonces que todo adolescente porta dentro de si el germen de la histeria. (Freud, 1895, p.404) Adolescencia e histeria comparten la primera mentira, proton pseudos que enlaza dos momentos/sustancias psíquicas diferentes. Para Freud, el aparato psíquico se genera por estratificación sucesiva del material existente. Recordemos aquel esquema garabateado en la carta 52 para Fliess: las huellas mnémicas sufren un reordenamiento de acuerdo con nexos nuevos que la pulsión y la represión instauran. Los recuerdos infantiles de los seres humanos se establecen solo a una edad posterior (casi siempre, en la pubertad), y que entonces son sometidos a un complejo trabajo de refundición que es enteramente análogo a la formación de sagas de un pueblo sobre su historia primordial. (Freud, 1909, p.162) Más allá de las somatizaciones y conversiones presentes en el cuadro histérico, el cuerpo interviene siempre en la expresión histriónica. Este aspecto es normal en la adolescencia temprana. Cuando las nuevas sensaciones invaden el psiquismo le exigen un proceso elaborativo, porque la sexualidad genital modifica la intensidad afectiva. Una defensa habitual es cierta manifestación corporal como sustituto de la expresión afectiva. La resignificación de experiencias anteriores pone a prueba la capacidad de simbolización y la de pensamiento. Sin embargo, en la adolescencia, será necesario comprender la temporalidad de las defensas. Es normal que estas sean muy variables, mientras que, por su parte, en la histeria hay persistencia. En la adolescencia, si se deben al desconcierto ante el cambio de significado, la expresión somática ya no continúa si avanza la integración emocional. Por otra parte, en la adolescencia, la pubertad es la responsable de introducir metamorfosis psíquicas que atañen a la constitución de la pulsión. En un principio, las diferentes pulsiones parciales se regían con autonomía. Será por la introducción del narcisismo que éstas tomen como primer objeto de amor al yo. El tiempo del psicoanálisis es el del après-coup. Un texto posterior puede esclarecer los pasajes obscuros de las obras tempranas, por lo tanto me permitiré pasar del texto sobre el narcisismo (1914) a los Tres ensayos (1905). Para Freud, el narcisismo es una acción 18 psíquica novedosa que se añade al autoerotismo. El impacto posterior de la genitalidad permitirá que la pulsión sexual rencuentre sus objetos, no sin menoscabo de la veta narcisista. El primado de las zonas genitales lleva consigo el reconocimiento de que ambos sexos se les asigna funciones diferentes, el desarrollo psicosexual se separa mucho en lo sucesivo para el hombre y la mujer. La vida sexual podrá desplegarse de manera plena cuando dos procesos convergen en un mismo punto. Freud utiliza la metáfora del túnel. Durante la adolescencia, sus dos extremos se construyen de manera separada esperando coincidir con precisión. Un extremo representa la corrientetierna que se deriva del temprano florecimiento infantil de la sexualidad. El otro, corresponde a la corriente sensual genital del joven. Estas aportaciones freudianas serán importantes para pensar la adolescencia como un fenómeno particular, trabajo que corresponderá a la nueva generación de teóricos. Estos trabajos permitirán enfrentar los desafíos que ésta implica para el joven, sus padres y para aquellos que se decidan buscárselas con ellos. Narcisismo, objeto e identificación. Para el adolescente, la identificación constituirá una fuente de enriquecimiento para el yo, una vez que su identidad de niño quede rebasada por las exigencias sociales y el proceso fisiológico de la pubertad. Empezaré por revisar el concepto de identificación haciendo un breve recorrido por algunos escritos de Freud. Después pensaremos la importancia que guarda en relación a la construcción de la identidad durante la adolescencia, en particular las llamadas identificaciones secundarias, en el marco de nuestro caso clínico. La identificación es un concepto que aparece muy temprano en los desarrollos teóricos de Freud, si bien nunca dejó de reflexionar sobre ella. De hecho, la riqueza del 19 concepto va a encontrar en escritos tardíos una definición más amplia, enriquecida con las nuevas aportaciones y descubrimientos psicoanalíticos. En una carta a Fliess, fechada en el invierno de 1896, se congratula al considerarse cerca de la comprensión de las neurosis histéricas, así como del desprendimiento de angustia concomitante a las mismas. Llega a intuir que detrás de algunas fobias, en particular de la agorafobia que sufren algunas mujeres, subsiste un mecanismo en el cual se manifiesta una postura ambivalente de las mismas hacia la prostitución. Así por ejemplo, pude confirmar una antigua sospecha sobre el mecanismo de la agorafobia en la mujer, tú mismo lo podrás adivinar si piensas en las mujeres públicas, es la represión del impulso de juntarse con el primero que se les cruce en la calle, envidia de la prostituta e identificación con ella. (Freud, 1896). Para estas mujeres sucumbir a sus deseos sexuales las haría equivaler a una mujer de la calle, a las prostitutas. Estas son idealizadas, son ellas quienes ejercitan la libertad sexual que es al mismo tiempo deseada por el polo pulsional, mientras que rechazada por sus buenas conciencias. Estas fantasías se encarnan en el temor a salir a la calle, temor de no resistir la tentación de transformarse en una mujer de la calle. En esta primera etapa la identificación es comparable a la manifestación palpable de un deseo reprimido, en el cual el que se identifica pretende ser, o bien, hacer, cualquier actividad conforme a los rasgos y características de aquél que utiliza como modelo. En el Manuscrito N, Freud habla de dos tipos de identificación: la narcisista y la histérica. Llega a este desarrollo de su pensamiento a través del descubrimiento de los impulsos hostiles reprimidos, comúnmente experimentados por los hijos hacia sus padres, en especial durante un periodo de enfermedad con o sin la subsecuente muerte de ellos. Freud asigna dos posibles maneras de experimentar estas pérdidas para los deudos. Una de ellas estaría explicada por el efecto de la identificación narcisista. Aquí los reproches que haría el familiar enfermo, al quejarse de las 20 omisiones y faltas de atención de los cuidadores pasarían, a su muerte, a lo que los deudos volcarían sobre sí mismos. Esto es, un proceso de identificación narcisista con el muerto. La otra posible vía de identificación, la histérica, es aquella en la cual el familiar sobreviviente contrae la misma enfermedad que aquejaba a su pariente desaparecido, atrayendo sobre sí un castigo retaliatorio por aquellos deseos de muerte que destinó al difunto de manera inconsciente (Freud, 1897). Las identificaciones histéricas son la base para comprender las identificaciones secundarias, reducen la distancia entre el yo y el objeto incluso más allá de la muerte. A propósito de los síntomas de la histeria, en 1900, en La interpretación de los sueños, Freud profundiza en los mecanismos inconscientes que subyacen a la identificación. Esta no escapa de los compromisos de la condensación y el desplazamiento. Opera por cumplimiento alucinatorio de deseo. Por tanto, aquel que se identifica no es un imitador, ni padece un contagio psíquico; en él opera un proceso inconsciente por el cual ocurre una metamorfosis para ser otro. El patrimonio de la identificación es una comunidad sexual a la cual el sujeto adhiere. En la histeria, la identificación es usada con la máxima frecuencia para expresar una comunidad sexual. La histérica se identifica en sus síntomas preferentemente –si bien no de manera exclusiva- con las personas con quienes ha tenido comercio sexual o que lo tiene con las mismas personas que ella. (Freud, 1900, p.168) Así en el sueño como en la histeria basta para que ocurra una identificación, que el supuesto contacto sea resultado de una fantasía. Para 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual, Freud explica la identificación como parte de la fase oral, insertándola en la organización libidinal del sujeto; la función nutricional sirve como modelo para la incorporación de los objetos. La fase oral se caracteriza por una organización sexual canibálica, cuya función de devorar implica la incorporación del objeto. Esta última es una idea aportada por Karl Abraham (2001) quien supo reconocer los vínculos entre oralidad y devoración. En Tótem y tabú (1912-13), Freud señala la importancia de la identificación como un acto devoratorio del padre: 21 En el acto devoratorio llevaron a cabo su identificación con él. (Freud, 1912-13, p.142). En 1914 se hace oficial la incorporación del narcisismo al grueso de la teoría psicoanalítica, el cual viene a engarzarse con las concepciones previamente desarrolladas por Freud alrededor de la identificación. En Introducción del Narcisismo (Freud, 1914) se explora la dialéctica existente entre las pulsiones objetales y las narcisistas. Por un lado, los objetos son destinatarios de la libido del sujeto, mientras que el mismo sujeto necesita investir a su propio yo para poder conservar su preciada sensación de integración y por ende de existencia. El ser humano no dispone de cantidad ilimitadas de libido por lo que esa relación entre lo objetal y lo narcisista es inversamente proporcional y fluctuante. Vemos también a grandes rasgos una oposición entre la libido yoica y libido de objeto. Cuánto gasta una tanto más se empobrece la otra. (Freud, 1914, p.74) A través del narcisismo el propio cuerpo se convierte en el primer objeto de amor, previo a las múltiples investiduras de objeto que advendrán. En el estado narcisista inicial, no se evidencia distinción entre libido yoica y objetal. Solo posteriormente se vuelve pensable una libido cualitativamente diferenciada, siguiendo los vaivenes de las diversas investiduras de objeto. Surge ahora la pregunta de Freud sobre las relaciones que existen entre el narcisismo y el autoerotismo, temprano estado de la libido regido por el placer de órgano. Existe un tramo de oscuridad entre ambos. Hace falta una nueva acción psíquica, dice Freud, capaz de constituir el narcisismo a partir del autoerotismo. Se trata del proceso identificatorio con el objeto en sus diferentes modalidades, lo que permite integrar las diferentes pulsiones parciales en una gran corriente narcisista. Finalmente, el narcisismo cumple también un papel transgeneracional: el narcisismo de los padres impacta y se refleja en los hijos, mediante la constitución de 22 sus propios ideales. De este modo no es factible pensar en la formación de estas instancias como resultantes de la operatoria de un sujeto individual y aislado, sino como un conjuntode interacciones donde dentro y afuera se mezclan. El devenir del sujeto no se suscribe en su totalidad a los efectos de la pulsión, ni tampoco se reduce al papel del ambiente, sino en su dinámica y dialéctica irrepetibles y únicas para cada sujeto. En Duelo y melancolía (1917 [1915]), Freud establece que el rompimiento del vínculo libidinal con el objeto produce una retroacción de la libido hacia el yo, y la relación con el objeto de la realidad pasa a ser una relación entre el yo y su parte modificada por la identificación. A partir de este desarrollo teórico, ofrece una explicación al tema de la melancolía, en la cual se constata que el sujeto dirige a sí mismo una serie de reproches y agresiones, que de corriente hubiera destinado al objeto. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el objeto abandonado. (Freud, 1917 [1915], p.246) De esta manera, la pérdida del objeto también recae en una pérdida del yo, que hace todo para conservarlo, incluso convertirse en él. Es una estrategia inconsciente para evitar el dolor de la perdida. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de objeto por identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas […] (Freud, 1917 [1915], p.247) 23 En Psicología de las masas y análisis del yo (1921) Freud realiza la exposición más completa del concepto de identificación para comprender la dinámica de la estructuración del sujeto, como un proceso psicológico mediante el cual el yo asimila o incorpora una propiedad, rasgo o atributo de otro y se transforma total o parcialmente sobre el modelo de éste. El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo. (Freud, 1921, p.99) Pongamos nuestra atención en la parte de la cita que reconoce a la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona, por lo que ya es posible antes de toda elección sexual de objeto. El varoncito manifiesta un particular interés hacia su padre; querría crecer y ser como él, hacer sus veces en todos los terrenos. Digamos, simplemente: toma al padre como su ideal. Esta conducta nada tiene que ver con una actitud pasiva o femenina hacia el padre (y hacia el varón en general); al contrario, es masculina por excelencia. Se concilia muy bien con el complejo de Edipo, al que contribuye a preparar. (Freud, 1921, p.99) Simultáneamente a esta identificación con el padre, y quizás antes, el varoncito emprende una cabal investidura de objeto de la madre según el tipo del apuntalamiento (anaclítico). Muestra entonces dos lazos psicológicamente diferentes: con la madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo toma por modelo. Ambos coexisten un tiempo, sin influirse ni perturbarse entre sí. Pero la unificación de la vida anímica avanza sin cesar, y a consecuencia de ella ambos lazos confluyen a la postre, y por esa confluencia nace el complejo de Edipo normal. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo junto a la madre; su identificación con él cobra entonces una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo de sustituir al padre también junto a la madre. 24 La identificación remplaza a la elección de objeto; la elección de objeto ha regresado hasta la identificación. Dijimos que la identificación es la forma primera, y la más originaria, del lazo afectivo; bajo las constelaciones de la formación de síntoma, vale decir, de la represión y el predominio de los mecanismos del inconsciente, sucede a menudo que la elección de objeto vuelva a la identificación, o sea, que el yo tome sobre sí las propiedades del objeto. Es digno de notarse que en estas identificaciones el yo copia {Kopieren} en un caso a la persona no amada, y en el otro a la persona amada. Y tampoco puede dejar de llamarnos la atención que, en los dos, la identificación es parcial, limitada en grado sumo, pues toma prestado un único rasgo de la persona objeto. (Freud, 1921, p.100) Para Freud la identificación primaria bajo el prototipo del erotismo oral devendría la forma más primitiva del lazo afectivo con un objeto, mientras que la secundaria es donde se aspira a configurar al propio yo a semejanza del otro puesto en el lugar del ideal y tomado como modelo. Durante la adolescencia éste último tipo de identificación revelará toda su magnitud, pues es la responsable de configurar la personalidad del joven. Retomando las ideas de Freud, los nuevos desarrollos teóricos han buscado esclarecer los avatares identificatorios durante la adolescencia. Jeammet (1992) opina que lo propio de la adolescencia es conjugar dos corrientes que antes podían transcurrir de manera separada: la relativa a la vida pulsional y sus objetos y la de la autonomía del individuo. Dicha conjugación llevará el sello de la intensidad que conlleva la maduración física. El adolescente experimenta una nueva apetencia objetal; no es que no la haya tenido antes, solo que ahora va cargada con la fuerza genital. Ambas corrientes se oponen la una a la otra. Los lazos objetales gradualmente se tiñen por la sexualidad lo que hace más difícil para el narcisismo tolerar la cercanía de los objetos. Lo anterior se debe a que este acercamiento a los objetos revive fantasías de pasividad. El joven se siente culpable por depender de los objetos. Fantasías propias del periodo anal resurgen por el empuje puberal, lo que conlleva el 25 deseo de controlar al propio cuerpo y a los mismos objetos, empresa que por ser imposible trae como resultado el despliegue de defensas rígidas. A lo anterior podemos añadir que la maduración física torna de pronto posible el incesto y el parricidio, situación que obliga a un reordenamiento familiar. El adolescente realiza una evaluación, ante esas exigencias, de sus propios recursos internos. En paralelo, hace un llamado a la fuerza de los adultos, en particular a la de la figura paterna, de la que espera el permiso para salir al mundo y reclamar lo suyo. En el inicio de la novela de Alexandre Dumas (1844), Los Tres Mosqueteros, cuando D´Artagnan se despide de su familia, luego de que su padre le entrega la espada que usó en su juventud, éste le dice: “No tema las oportunidades y busque aventura. Yo lo he enseñado a manipular la espada; peléese con cualquier excusa, peléese a pesar de que los duelos están prohibidos y que por lo tanto se necesita dos veces más coraje”. (Dumas, 1846, p. 29). De haberlo despedido su madre, es seguro que la novela hubiera sido más corta. El fantasma del complejo de Edipo jugará un papel regulador, pues marca la diferencia entre las generaciones y permite que el joven encuentre a sus padres como objetos inadecuados, movimiento que lo impulsará para hacer su propia vida. En caso contrario, cuando el superyó es demasiado severo y rígido, constreñirá al joven a cumplir con ideales imposibles y limitadores. A decir de Jeammet, el Edipo arde encerrando al joven entre la confusión con el objeto y el rechazo negativista del vínculo objetal. El adolescente no sólo hace frente a sus objetos internos, ahora hiperinvestidos por el despertar pulsional genital, sino que además los padres reales y otras figuras susceptibles de servir como modelos, también se sexualizan. Entonces tendrá que hacer juegos malabares que le permitan conservar sus vínculoscon los objetos sin sentir que al amar pierde su identidad. Durante la adolescencia, las identificaciones adquiridas antes y después del complejo de Edipo, revelan su calidad. Las relaciones amorosas en esa etapa de la vida, muchas veces tiene la cualidad de espejo, donde el otro es en extremo semejante al patrimonio identificatorio del sujeto. Parece que la diferencia asusta. Sin embargo la diferencia permitirá al joven colocarse de frente a la alteridad. Es una paradoja que 26 para poder ser autónomo y singular necesita de los demás, ya sea como modelos identificatorios o como objetos de amor. Adolescencia: a second chance La adolescencia es un momento que combina el dolor con la creación. Se trata de un tipo de creación particular: la de un sujeto. Así como el bebé crea el pecho (Winnicott, 1979), el adolescente se crea así mismo a partir de lo infantil. Sin embargo, el resultado siempre es más que una reactualización de viejos conflictos. Hay novedad, improvisación, creatividad. En el adolescente está presente también la ilusión-desilusión de la que nos hablaba Winnicott. En su caso, tendrá que desilusionarse de los objetos que intensamente amó durante su infancia, para poder ilusionarse nuevamente con las promesas de la vida. En este punto deseo recordar que el rasgo esencial de concepto de objetos y fenómenos transicionales (según mi presentación del tema) es la paradoja y la aceptación de esa: el bebé crea el objeto pero éste estaba ahí, esperando que se lo crease y que se le denominará objeto cargado. Yo traté de llamar la atención hacia este aspecto de los fenómenos transicionales al afirmar que en las reglas del juego todos sabemos que nunca desafiaremos al bebé a que responda la pregunta: ¿Creaste tú eso o lo encontraste? (Winnicott, 1979, p.120) Estamos haciendo un paralelo entre el bebé y el adolescente, el joven tiene una segunda oportunidad para trabajar con los restos póstumos de la infancia. Tan importante será el trabajo que realice con su mundo interno como con el ambiente real. La adolescencia abre la esperanza para poder, en la medida de lo posible, reparar antiguas heridas. 27 Para poder desarrollarse, el joven dependerá de un ambiente facilitador. Es preciso que pueda desplegar la capacidad para usar los objetos. De acuerdo con Winnicott, este paso permite el acceso al principio de realidad. Poco a poco los objetos dejan de ser una entidad proyectiva y se vuelven objetos externos, vale decir, reales. Existe un paso necesario entre la relación con el objeto y la posibilidad del joven para usarlos, para consumar la transición, para poseer el legado de las generaciones anteriores. El adolescente tendrá que primero destruir al objeto. La secuencia de eventos es la siguiente: el sujeto se relaciona con el objeto, a quien ama, pero también odia; el sujeto destruye al objeto cuando éste es por fin exterior; después de todo lo anterior el objeto y sus cualidades reales sobreviven a la destrucción del sujeto; este último peldaño no siempre se alcanza pues el objeto deberá tolerar ser destruido, entiéndase por ello que no se vengará ante los embates de su joven. Entonces y solo entonces, el adolescente podrá utilizar los dones que el objeto y la relación con éste conllevan: a condición de que haya sobrevivido. No se trata de que el vínculo agresivo sea primordial, pues mientras se destruye al objeto (en sus fantasías inconscientes) se le ama intensamente. Si el joven intuye la fragilidad del otro, si teme en exceso perder su cariño, no será posible desprenderse de él, pues nunca advendrá objeto externo real. Se conservará inmerso en una salmuera psíquica que impide cualquier movimiento o relación distinta, dicho en otras palabras, no existe la creatividad para reinventar la relación con el objeto. Podemos pensar entonces que la creatividad se coloca en el polo opuesto del control omnipotente del objeto. Una vez destruido, el objeto se coloca fuera de la zona de control del joven. De esta forma alcanza su propia autonomía y vida, enriqueciendo a su vez, con sus propiedades, la vida psíquica del adolescente. Es posible observar la siguiente secuencia: 1. El sujeto se relaciona con el objeto. 2. El objeto está a punto de ser hallado por el sujeto, en lugar de ser ubicado por éste en el mundo. 3. El sujeto destruye al objeto. 4. El objeto sobrevive a la destrucción. 5. El sujeto puede usar el objeto. (Winnicott, 1979, p.126) 28 El adolescente espanta mucho. Su desarrollo implica una destructividad no siempre latente. Estamos frente a la pulsión de muerte en su aspecto constitutivo de un sujeto singular. Los vínculos serán cuestionados, la ilusión despertada por los padres será remplazada por la decepción. Sin embargo, podemos afirmar en virtud de lo que hemos señalado hasta este punto, que la destructividad conlleva un valor positivo. Sin ella, sería imposible que el objeto superviviente sea colocado fuera de la zona creada por la proyección del sujeto. Es así como se puede crear un mundo de realidad compartida. Este mundo le dice al joven: “Ven, compárteme, aquí existe una gran sustancia de esto que no eres tú. Conóceme.” A partir de estas aportaciones teóricas, se derivan algunas consideraciones técnicas. El trabajo que realizamos con los adolescentes debe guardarse muy bien de lo que Freud llamó el furor curandis. Las interpretaciones no necesitan escarbar en lo profundo de la mente del chico; apuntar a conseguir una regresión que permita toparse con lo más arcaico de su personalidad es igual a no tolerar su inmadurez. No hay que esperar que los adolescentes posean consciencia sobre sí mismos y conozcan todas sus características. Los adultos tampoco necesitamos entenderlos. De acuerdo con Winnicott la comprensión cede paso a la confrontación entendida como que una persona madura se yergue frente a otras personas maduras y exige el derecho de tener su propio punto de vista, con el pleno respaldo de los demás. El adolescente, en lo que podemos apuntar como una bella cualidad de esta etapa de la vida, vive su propio pasado infantil en su vida cotidiana. Serán muy importante los relatos que hará sobre sus amigos, sobre sus novias, sobre cómo le va en la escuela. Será en su ambiente donde se despliegue, como en ninguna otra etapa de la vida, su mundo interno. En ese sentido, Jeammet plantea la importancia del ambiente para el desarrollo del adolescente, formulando su concepto de espacio psíquico ampliado. Siguiendo esta concepción, se deriva que los objetos reales son tan importantes como los internos. Entre los objetos externos se encuentran los padres y también el cuerpo el cual, en el 29 caso de muchos jóvenes, es un perseguidor. Para Freud, la pulsión es un concepto fronterizo entre lo somático y psíquico. Para el joven, su cuerpo es un objeto fronterizo entre lo interno y lo externo. De acuerdo con el grupo de rock Molotov2, el cuerpo es un puerco. Reclama cosas con imperiosa urgencia para satisfacer sus necesidades, pone en aprietos al joven, quien deberá debutar en las prácticas amorosas, alimentarle y cumplirle antojos nuevos. El muy ingrato lo sorprenderá con olores desconocidos y penetrantes, que en más de una ocasión expondrán su intimidad. Lociones, desodorantes, Clearasil, Asepxia, playeras amplias, Abercrombie & Fitch, cubrirán el cuerpo y sus manifestaciones, que en tanto objeto externo, recibe la mirada de los otros. Ese marrano come cacahuates, pide pizarrín pero no invita a sus cuates, en la escuela le apodaban “el come quesadillas”, se come los melones sin quitarles las semillas. Ese marranete se atora en el retrete y cada que lo veo es una foto diferente, se mira en el espejo, se pone consternado, se quita la playera es un tamal mal amarrado. Cerdo, no me llames cerdo, mueve tu puerco. (Molotov, 1997,Disco: Donde jugarán las niñas). El cuerpo, con sus cambios, le ofrece al adolescente una foto diferente de sí mismo, lo que le supone el reto de habitarlo sin tener la certeza del resultado. Molotov nos habla del espejo y sus efectos de consternación. Después de todo el espejo es la metáfora de la mirada del otro, la madre y sus múltiples desplazamientos. Simultáneamente al trabajo que el chico hace para advenir adulto, los padres necesitarán realizar su labor de obsolescencia. Este término fue creado por Philippe Gutton (1993) para referirse al trabajo psíquico que hacen los padres para ellos y para sus hijos. Este consiste en reconocer que ya son objetos inadecuados. Poco a poco irán desinvistiendo su presencia física en el cuerpo del adolescente. De este modo, la 2 Molotov es una banda de Rap Rock formada el 23 de septiembre de 1995 en México D.F. Está actualmente activa y la integran Tito Fuentes, Miky Huidobro, Randy Ebright y Paco Ayala. A decir del Molotov Web Team: “Las letras de sus canciones se caracterizan por el manejo del albur (o doble sentido) y del "humor lacra", como ellos mismos le dicen, mezclando la sátira con el humor personal de cada uno de los integrantes. Por lo general sus letras hablan de críticas al gobierno (no solamente mexicano) pero también de mujeres y fiestas”. (Fuente: http://molotovoficial.com/home/index.php/wiki) 30 sexualidad del joven se liberará del peso culposo que acarrea el incesto, dicho de otra manera, se confirma el declive de la seducción parental. Gutton hace el símil que refleja la situación familiar, pensándola como un joven que es recién contratado mientras que al padre le corresponde hacer sus trámites de jubilación. El acierto de Gutton es pensar en la angustia de separación que pesa sobre los padres, el duelo que implica sufrir la desinvestidura de los hijos, así como perder el viejo anhelo de resultarles útil. Si la desinvestidura del adolescente es vivida por los padres como una herida infringida, ese padre es insuficientemente obsolescente: su adolescente lo hiere justo ahí donde su adolescencia persiste, continúa o es reactivada. (Gutton, 1993, p.95) Para Pierre Mâle (1970), la crisis del adolescente es también la de sus padres. El grupo familiar en su conjunto resentirá o favorecerá el desarrollo del joven. Este autor pone énfasis en el trabajo que involucre la historia de la familia, sus usos y costumbres, sus secretos, sus mitos, lo que no ha podido hablarse. Cree que el adolescente, por el particular momento en el que se encuentra, en la creación de sí mismo, es especialmente susceptible para representar los conflictos ancestrales del grupo primario. Mâle opina que intervenir durante la adolescencia es quizás más importante que hacerlo en cualquier otra etapa de la vida. La psicopatología nos dice, no está aún hecha en este periodo, sino que se hace. El psicoanálisis clínico con adolescentes tiene el privilegio de trabajar en un punto en el cual convergen lo arcaico y el futuro. El trabajo que se realiza con los jóvenes difiere del que se hace con adultos. Ofrece la imagen siguiente: en la cura tipo los andamios que ocultan la fachada del edificio serán removidos, se van desmontando las defensas para acceder a la autenticidad del ser; con el adolescente los andamios forman parte de la estructura del edificio. Abordar la adolescencia con los instrumentos del psicoanálisis permite que el joven desarrolle defensas necesarias para tolerar el embate pulsional sin recurrir a las actuaciones. Así mismo, dichas defensas deberán ser lo suficientemente flexibles para evitar que los ideales estrangulen al yo. Para Mâle el psicoanálisis con adolescentes es una clínica del yo y de los ideales. 31 II.-Metodología. Mientras escribía este reporte me puse a reflexionar sobre el trabajo que realice con mi paciente. Sin duda, dicho trabajo se inscribe dentro de un esquema conceptual psicoanalítico. Sin embargo, no se trató ya de un psicoanálisis acorde con la cura tipo, sino más bien de una psicoterapia de corte psicoanalítico. Para poder conceptualizarlo volví a un texto fundamental, el diccionario elaborado por Laplanche y Pontalis. De acuerdo con este: Con el nombre de «psicoterapia analítica» se designa una forma de psicoterapia basada en los principios teóricos y técnicos del psicoanálisis, aunque sin realizar las condiciones de una cura psicoanalítica rigurosa. (Laplanche, J &Pontalis, B. 1967) De este modo, la psicoterapia de corte psicoanalítico conserva las reglas fundamentales de la cura clásica; la meta sigue siendo que el sujeto se apropie de su vida psíquica más allá de la permanencia de los síntomas. La consecución de dicha meta implica que el terapeuta haga un amplio uso de su subjetividad, así como de sus recursos creativos. La psicoterapia busca entonces generar una relación dinámica entre los dos participantes mediante el investimento de la palabra, en el marco de una relación lo suficientemente buena como para generar efectos reparadores en el narcisismo del paciente, en otras palabras, genera una nueva relación del sujeto consigo mismo. Como lo menciona la Mtra. Judith Harders: Las reglas fundamentales se conservan: el uso predominante de la palabra, la solicitud de asociaciones de ideas, la elaboración y la utilización de la contratransferencia, y en el momento oportuno, la interpretación de la resistencia y de la transferencia. Dependiendo de las circunstancias, el terapeuta puede realizar sugerencias concisas sobre una problemática real del paciente, así como reconocer los 32 progresos obtenidos por éste. La finalidad de lo anterior es apuntalar el narcisismo adolescente. Las diferencias entre un modelo y otro aparecen en las modalidades, la amplitud, la intensidad y el lugar que toma en la vida del sujeto. La relación se estimula según la capacidad de movilización de la estructura psíquica y la externalización transferencial. (Harders, 2012, p. 54) El trabajo que hicimos Alberto y yo tenía un encuadre bien definido: las sesiones tenían una duración de 45 minutos, dos veces por semana. Nos ubicábamos el uno frente al otro. No se inducía ningún tema; se iba trabajando alrededor de lo que en esa sesión emergía. Posteriormente, transcribía las sesiones, las cuales eran analizadas en un espacio de supervisión con un psicoanalista experto. 33 III.- Cuadro clínico. En el contexto de mis estudios de maestría realice mi residencia en el centro de atención para alumnos de un bachillerato público al sur de la Ciudad de México. En razón de preservar la confidencialidad omitiré más detalles al respecto. Sin embargo, puedo señalar que el centro donde se llevan a cabo las sesiones es parte de los servicios que ofrece el bachillerato a sus alumnos. Fue creado en el año 2006 con la intención de brindar atención psicológica individual a su población. Los alumnos interesados en el programa se presentan de manera voluntaria sin que exista obligatoriedad al respecto. El centro cuenta con un espacio que funciona como recepción amueblado con una fila de butacas y un escritorio al fondo. Tiene además cuatro cubículos pequeños, cada uno con un sillón, un escritorio y una silla. Los terapeutas compartimos el espacio y alternamos los cubículos, si bien se atiende a los mismos pacientes en los mismos cubículos. Como parte del reglamento interno del centro utilizamos bata blanca bordada con el logo del programa de atención. El primer paso para recibir atención es solicitarlo con la secretaria. Ella programa una cita en el área de psicopedagogía en la cual la responsable del departamento entrevista al futuro paciente y aplica dos pruebas: las escalas de depresión (Beck y Cols. 1961-1975) y de ansiedad (1988), ambasde Beck. Dependiendo de los resultados de las evaluaciones el paciente será atendido en el programa o referido a un centro de atención psiquiátrica. Este es el recorrido de Alberto. El mío empieza cuando la secretaria del programa me dice: tienes paciente a las tres y el mismo día me entrega la evaluación previa. En este mencionan que el motivo de consulta es: ansiedad y depresión 34 moderadas derivadas de la separación de los padres y violencia doméstica. La jueza encargada del proceso recomienda iniciar tratamiento psicológico. Surge en mi la fantasía previa al tratamiento que este será un caso complicado por las implicaciones legales que surjan en el mismo. Me pregunto hasta qué punto puede intervenir-interferir el mandato de la jueza. No sé si solicitará los expedientes, si demandará informes y resultados. O bien, si tendré que llenar un registro de asistencia con mi firma validando la presencia de Alberto. Otra fantasía que surge es sobre la demanda de tratamiento de Alberto. Si lo manda un juez no creo que él desee venir, sino que lo hace coaccionado. Me imagino que el trabajo consistirá en crear una demanda proveniente de él mismo. Alberto es un joven de 16 años, de aproximadamente 1 m 60 de estatura, regordete. Tiene cara redonda, pelo castaño corto, acné muy notorio en la frente y en las mejillas. Tiene una pequeña barba, de piocha, la barba sale más frondosa en la barbilla, el resto de las mejillas está casi desprovisto de pelo. Lo único que parece afeitarse es un poco de bigote sobre las comisuras. El proceso hormonal de la pubertad se hace visible pero también me parece un tanto refrenado. Cuando camina lo hace con los hombros caídos con un movimiento de vaivén, algo lento y torpe. Su imagen evoca en mí la de un bebé enorme por la distribución de su grasa corporal, no es particularmente panzón, pero sus nalgas y muslos son adiposos. Este patrón corporal me parece además femenino. Pienso en Jenruchito, un personaje cómico del dueto mexicano de los sesentas Los Polivoces. Es interpretado por un adulto confinado en un mameluco, con enormes caireles rubios. Me detengo a pensar en la imagen ridícula que tiene este personaje y en las atribuciones que estoy haciendo de Alberto. Me percibo a mí mismo maltratándolo mentalmente, es decir, las cosas que se me van ocurriendo bien las podría pensar un bully adolescente. Reparo en las posibles implicaciones que tiene el cuerpo en el caso que recién me ocupa. El cuerpo que yo percibo es infantil a la vez que femenino. Esto me lleva a recapacitar sobre la problemática relacionada con el duelo por el cuerpo infantil, así como la omnipotencia de la bisexualidad. Los cambios físicos que acarrean la pérdida 35 de su identidad de niño, llevan a la búsqueda de una nueva, la cual se irá desarrollando tanto en los planos inconsciente como consciente. Su propio cuerpo da cuenta de este proceso, pues refleja lo infantil que aún persiste en su psique; el duelo aún inconcluso por el cuerpo de niño, por los padres infantiles y por la bisexualidad. Me despierta la fantasía de que estamos en un parto, yo de partero recibiendo a Alberto adulto dejando el cascarón, su cuerpo infantil fuertemente arraigado en el de su propia madre. Vienen a mi mente las palabras de Gutton (1993) en relación a que el adolescente necesitará irse apropiando de su metamorfosis, pues ninguna experiencia previa en su vida puede asemejarse a aquello que lo invade, que resulta del orden de lo desconocido. Mi idea es la de brindarle mi compañía durante estos cambios. Sesiones más tarde comentará que su serie favorita de televisión es The Big Bang Theory. En este show aparece un personaje de nombre Sheldon. Se trata de un genio, un ser superdotado, con un C.I de 187. Es soberbio y afirma que no necesita la aprobación de mentes inferiores, sin embargo languidece ante auditorios amplios. Es un inepto social, con una marcada falta de empatía e incapaz de detectar el sarcasmo. Es completamente casto y no tiene ningún interés en el sexo. Se trata de un personaje que parece tener detenidos los procesos de duelos necesarios para acceder a un lugar entre los adultos. Alberto admira la desenfadada omnipotencia de Sheldon, creo que en parte porque apunta hacia lo que bien puede estar pasando en él. Ni es un adulto ni tampoco un niño. Para ser adulto tendría que renunciar a la fantasía del doble sexo, presente en todo ser humano como consecuencia de su bisexualidad básica. Cuando llego al consultorio, 15 minutos antes de empezar la sesión, él ya se encuentra esperando. Esta situación se repite casi invariablemente en el resto de las sesiones. Posteriormente reflexiono sobre el sentido de esta acción. Por un lado, me molesta pensar que trata de controlarme, de espiar mis actividades. Me viene la imagen de pasar lista ante un maestro. Al mismo tiempo, percibo el desamparo que siente Alberto. ¿Para qué estar antes cuando se pueden estar haciendo otras cosas? Quizá para asegurarse que sí voy a llegar, para conjurar el miedo de que yo no esté. El control omnipotente que intenta ejercer sobre mí se hace patente en su tentativa de 36 invertir los roles: él me espera a mí, yo llego a su encuentro. Solo entonces puede empezar la sesión. Lo encuentro con los audífonos en los oídos y moviendo la cabeza y sus dedos, como tamborileando al ritmo de lo que escucha. La música funciona como objeto transicional. Alberto se mece a su ritmo, en su crisis puberal aparece un autismo defensivo, que responde a la impotencia despertada por la continua frustración frente al mundo real externo. Lo anterior dificulta su salida hacia ese mundo, y se refugia en la ensoñación diurna. El adolescente rompe en gran parte sus conexiones con el mundo externo, no necesariamente porque esté enfermo, sino porque es parte de su proceso de desarrollo. Necesita tomar un respiro dentro de su mundo interno que sabe seguro y conocido. Me presento y lo hago pasar. Le extiendo la mano y responde al saludo con una mano sudada. Me mira por poco tiempo y vuelve a bajar la vista. Mientras camina se va quitando los audífonos y una vez en su asiento apaga su MP3. Le pregunto el motivo por el cual ha decidido acudir a consulta. Me dice que fue una jueza quien ordenó que asistiera a una terapia psicológica. “¿Por qué ordenó eso la jueza?”, le pregunto. Me contesta: “Porque ella ordenó que toda la familia fuera a ver a un psicólogo, como mis papás se están divorciando.” Esta jueza es la encargada de llevar el asunto del divorcio de sus padres. Las primeras cinco sesiones son muy silenciosas. El silencio que se instala entre nosotros adquiere un matiz angustiante. Me quedo con la sensación de que la sesión simplemente no fluye. Alberto se queda instalado en su sillón y evade mi mirada, suele mirar al techo, o hacia la puerta. Me da la impresión de que sigue oyendo su MP3. Me descubro a mí mismo con dolor en los hombros, me despierta angustia y enojo. Tras largos minutos en silencio obtengo solamente respuestas muy cortas a cualquier pregunta que le formule. Me preocupa que la sesión se convierta en una especie de duelo de ping pong, en el cual yo hago mi saque y el inmediatamente lo responde sin que exista un espacio para la reflexión. Decido aguantar la angustia, el enojo y el 37 sueño. Me viene a la mente la reflexión de un sobreviviente de Stalingrado, para el cual la guerra estaba compuesta por un 90% de tedio y un 10% de terror. Quizá sea esto lo que él tiene que soportar cotidianamente en su casa. Esta reflexión sobre mi contratransferencia me brinda un poco de confianza en el trabajo que estamos emprendiendo. Siempre llega 10 o 15 minutos antes de la sesión, mientras espera está escuchando música, y cuando lo llamo a pasar es como si lo despertara, me da la impresión que se encuentra extraído del mundo, encapsulado en sumundo interno, guarecido, expectante. Aparezco y me mira con sorpresa y camina lento hacia el consultorio. Retomando el contenido de la primera sesión, le preguntó las razones por las cuales sus papás se están divorciando. -Mi padre siempre ha sido muy violento, antes nos pegaba. -¿A quiénes les pegaba? -Pues a nosotros. -¿Quiénes son nosotros? -A mí me pegaba cuando era niño y mi mamá también. -¿Cómo era que les pegaba? -Ya no me acuerdo porque era muy niño. Mi mamá me cuenta que teníamos que ir con el vecino a escondernos. -¿Qué te cuenta tu mamá? -Pues eso, que se ponía violento y teníamos que ir con el vecino a escondernos. Después escuchar este relato sobre la violencia del padre de Alberto, encuentro un sentido a que llegue tan anticipadamente a sus sesiones. En un primer momento me pareció persecutorio, intrusiva su presencia. Ahora entiendo que en cierto sentido 38 experimento lo que él siente hacia su padre, lo terrible de su presencia, las ganas de que no esté y al mismo tiempo la necesidad de que si esté. Durante la quinta sesión lleva puesta una playera del grupo Metallica. Le comento que el último disco, Death Magnetic, ni tampoco el anterior, St. Anger le habían gustado a mucha gente, que el mejor había sido, por mucho el Master of Puppets. Me dice que cómo puedo decir eso, que el último se trataba de un disco mal comprendido, porque los que lo escuchábamos lo hacíamos superficialmente, pero cuando se le da tiempo, el disco muestra un enorme talento de cada uno de los integrantes del grupo. “De seguro lo dices porque ya estás viejo”, dijo mirándome a los ojos con una inmensa sonrisa, pero que el nuevo bajista, Robert Trujillo, era de los mejores que jamás había oído. Empezó a contarme que él también toca la guitarra, que uno de sus grandes pasatiempos es escuchar música y sacar las canciones de los grupos que le gustan. Así fue que empezamos a hablar de metal y así terminamos esa sesión. Creo que existe un acercamiento mutuo en esta sesión. No creo gratuito el hecho de que él haya escogido utilizar una playera de Metallica para asistir a su sesión conmigo. Porta sobre su torso un elemento que hace contacto con mi propia historia. Conozco este grupo desde que era niño, pues mis hermanos mayores lo escuchaban también. Se plantea entre nosotros la diferencia entre generaciones, ya sea que decidamos salvarla, tendamos un puente y a pesar de que estoy viejo compartir un espacio común, o bien alejarnos y permanecer cada uno a su lado de la orilla. Se pone en juego la genealogía, en particular la que corresponde al linaje paterno. Se abre el espacio para formular las preguntas que Alberto pueda hacerse sobre sus ancestros. En mi queda depositada la figura de aquel viejo, con el cual podría compartir muchas cosas, si éste fuera capaz de escucharlo. Tal como ocurre con el disco de Metallica, que a los viejos nos parece malo, pues no nos damos el tiempo para escuchar con atención, y así descubrir los enormes talentos y el alma puesta en esa melodía. La siguiente semana retomamos el tema de la música. Me cuenta que ni a su mamá ni a su hermana les gusta lo que escucha, por lo que siempre tiene que usar 39 audífonos. Líneas arriba mencioné que la música funcionaba como un objeto transicional preservando un mundo interno al cual Alberto puede recurrir. A esto se agrega que debe usar audífonos en su casa, pues es imposible compartir este mundo interno acústico con estas mujeres. Toca la guitarra por la tarde, cuando su mamá no está en la casa. Al único que parece gustarle y a veces hasta le hace preguntas es su hermano menor, Pedro. Le enoja mucho que su mamá le haga más caso a su hermana, y que siempre que hay una pelea le diga “tu hermana es la menor, tú eres mayor y tienes que tenerle paciencia”. Su hermana suele meterse en su cuarto y tomar cosas sin pedirlas prestadas. Toma su Discman y no lo devuelve, hasta que él tiene que buscarlo en el cuarto de su hermana y ella lo acusa con su mamá por haber entrado sin permiso, y es él quien recibe el regaño. Este relato me despierta enojo, me molesta escuchar la pasividad de Alberto, que tiene que pedirle a su madre que interceda en una disputa con su hermana seis años menor. En el fondo pide su madre que proteja su intimidad, el espacio que necesita. Pareciera que él no puede hacerlo por sí mismo, sin embargo me parece que con esta actitud le reclama a su madre el pago de una deuda pendiente, su lugar en tanto hijo varón. Al comienzo de la siguiente sesión me dice que su madre le pidió que me solicitara un documento en el cual yo certifique el daño psicológico que le ha causado su padre, para poderlo utilizar en el juicio de divorcio. La petición me sorprende mucho, le pido que me cuente que opina él al respecto. Me dice que cuando él era un niño recibía malos tratos de su papá. Narra una escena en la cual su papá rompe con el puño una ventana, recoge uno de los trozos de vidrio y amenaza a su madre con éste. Su mamá le pidió que fuera con su hermana a tocarle al vecino, pero ya no recuerda qué pasó después. Él tenía entonces seis años y su hermana era un bebé de un año. Le pregunto si su padre le pegaba, me dice que sí. Pregunto cómo eran estos golpes, me dice que recuerda dos ocasiones. Una vez, cuando ambos dormían en la misma cama, se hizo pipí, por lo que su papá, muy molesto, tuvo que cambiar las sábanas. Alberto estaba encima y rodó hacia la pared. En otra ocasión, después de una pelea con su mamá su papá salió de la habitación y lo hizo a un lado, nuevamente contra la pared 40 mientras salía. Me dice que son escenas que no recuerda muy bien, pero que no hace falta que se acuerde pues su mamá siempre las trae a cuento. Suele decirle a su hijo “te acuerdas cuando tu papá te pegó contra la pared, si recuerdas, verdad.” Pregunto por las razones por las cuales él estaba durmiendo entonces con su padre. Me dice que después de que nació su hermana, su madre se cambió al que era el antiguo cuarto de Alberto junto con la bebé. Él fue colocado en la alcoba matrimonial. Hacia el final de la sesión le devuelvo que pareciera que su mamá se quiere meter entre nosotros. Me mira y me dice: “Pues es lo que siempre hace, decirnos que hacer, que decir en el juicio, yo la verdad ya ni me quisiera meter, pero se va a enojar conmigo”. Le digo “hasta a mí me dice que hacer”. Ambos reímos signando nuestra alianza. Pienso en la importancia del nacimiento de su hermana en la configuración de su teatro familiar. Es consabido que el nacimiento de un hermano menor trae consigo una herida narcisista. El de esta hermana es particularmente doloroso pues sus padres exacerban la sensación de exclusión que traerá Alberto marcada en su persona. Su cuarto, espacio de intimidad estaba investido con repisas llenas de juguetes de su infancia. Recuerda una lámpara de Picachú que encendía al momento de dormir: esta se queda en el antiguo cuarto. Durante seis años fue un hijo único que ahora cede su corona al menor. La rivalidad con la nueva hermana prevalece aún ahora como recién me contó. Sin embargo queda ahogada, no defiende su espacio y cede ante el reto que le lanza su par generacional. Se queja, con cierta molestia, pero sin acometividad. Se queda en eso, en un lamento por el paraíso perdido. Cuando muestra su pasividad surge enojo en mí. Me da la impresión de que esto se debe a que el enojo está presente en Alberto, sin que pueda ejercerse sin temor a sus consecuencias. Teme a su propia agresión, pues fue silenciada violentamente. Los golpes del padre tuvieron un efecto sin duda, pero no podemos olvidarnos de la violencia ejercida por la madre, que se cuela por cualquier resquicio buscando el control. Incluido el espacio terapéutico del cual solicita una valoración con el 41 resultado previamente establecido. Del mismo modo en que devalúa
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