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Reflexiones-teoricas-sobre-la-transmision-psquica-entre-generaciones-a-traves-del-caso-de-un-adolescente-en-psicoterapia-psicoanaltica

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
Programa de Maestría y Doctorado en Psicología 
Residencia en psicoterapia para adolescentes 
 
 
Reflexiones teóricas sobre la transmisión psíquica entre 
generaciones, a través del caso de un adolescente en psicoterapia 
psicoanalítica. 
 
 
T E S I S 
QUE PARA OPTAR EL GRADO DE: 
 
 MAESTRÍA EN PSICOLOGÍA 
 P R E S E N T A: 
 
JOSÉ BELMONT ALCIBAR 
 
 
TUTOR: 
MTRO. JOSÉ VICENTE ZARCO TORRES, 
 PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN PSICOLOGÍA 
 
COMITÉ TUTOR: 
DRA. LUZ MARÍA SOLLOA GARCÍA 
DRA. BLANCA BARCELATA EGUIARTE 
MTRA. EVA ESPARZA MEZA 
DRA. MARTHA LILIA MANCILLA VILLA 
 
PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN PSICOLOGÍA 
 
 
MÉXICO D.F., ABRIL 2013 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
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Para Tania, compañera amada, por tu entrega… 
A Ian, que me acompañabas a clases; en honor a tu sabiduría infantil. 
A mis ancestros, Erasto y Asunción; Francisco y Josefina. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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A la Dra. Fabre, entrañable maestra y amiga, con muchísimo cariño. 
A la Dra. Boni Blum, porque su infatigable trabajo abrió el espacio que hizo de un 
proyecto personal una realidad. 
Al Dr. Vicente Zarco, porque me hiciste ver cosas de mis pacientes, pero sobre todo de mí 
mismo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Al Dr. José Cueli, al gran Cueli, porque empecé a ser con psicocomunidad. 
Al Dr. Jorge de la Parra, él y yo sabemos por qué. 
A mi amiga Judith Harders, por su infatigable apoyo y cariño incondicional. 
A Bill y Bob, y todos los que forman la cadena de mis otros ancestros, de mi otra 
filiación... 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Contenido 
 
Introducción ........................................................................................................................................ 6 
I.-Marco teórico ................................................................................................................................... 9 
Las aportaciones freudianas.......................................................................................................... 14 
Narcisismo, objeto e identificación. .............................................................................................. 18 
Adolescencia: a second chance ..................................................................................................... 26 
II.-Metodología. ................................................................................................................................. 31 
III.- Cuadro clínico. ............................................................................................................................. 33 
IV.-El sueño. ....................................................................................................................................... 58 
V.-Identificación y desidentificación. ................................................................................................ 65 
VI.- De los fantasmas a los ancestros ................................................................................................ 74 
VII. Conclusión y discusión ................................................................................................................ 84 
VIII.-Referencias bibliográficas .......................................................................................................... 90 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
6 
 
 
 
Introducción 
 
El presente trabajo es un reporte de experiencia profesional sobre la labor 
realizada por quien suscribe durante sus estudios de Maestría en Psicología 
profesional, de la Facultad de Psicología de la UNAM, en la Residencia de Psicoterapia 
para Adolescentes. Con la finalidad de tener contacto con este grupo etario, la 
residencia cuenta con diferentes sedes, entre las cuales está el Colegio de Ciencias y 
Humanidades Plantel Sur (CCH-Sur), que junto con los demás CCHs y la Escuela 
Nacional Preparatoria (E.N.P.) constituye la oferta educativa de la UNAM en el nivel 
medio superior. 
En el CCH Sur existe el Programa de Atención a Alumnos, cuya finalidad es 
ofrecer atención psicológica a los alumnos del plantel, además de ser una herramienta 
fundamental en la formación de nuevos terapeutas de adolescentes. 
Esta labor que se realiza en el CCH se acompaña con la supervisión de los 
terapeutas por parte del Mtro. Vicente Zarco Torres, aporte que garantiza la calidad 
del trabajo terapéutico destinado a los jóvenes. 
En este contexto fue que trabajé con Alberto, un adolescente de 16 años quien 
llegó al programa de atención de alumnos porque sus padres llevaban más de un año 
enfrentándose en un amargo juicio de divorcio. La misma jueza encargada de llevar 
este asunto ordenó que Alberto recibiera terapia psicológica, razón por la que se 
incorporó al programa. 
Las primeras sesiones de trabajo con Alberto transcurrían casi en completo 
silencio. Se generaba entonces una angustia que ambos compartíamos sin que 
pudiéramos hablar de ella. En un principio, reaccioné ante este afecto haciéndole una 
serie de preguntas sobre diversos temas, de suerte que eso terminó pareciéndose más 
a un interrogatorio que a una psicoterapia. Muy desanimado ante estos resultados, me 
7 
 
presenté al espacio de supervisión. La sugerencia fue esperar, para entonces escuchar 
lo que Alberto tenía que decir. “Tenle confianza a la palabra”, me dijo Vicente. Así que 
me puse a escuchar. 
La siguiente sesión, Alberto vestía una playera del grupo de rock Metallica. Le 
dije lo que pensaba sobre ese grupo y de ahí el joven y yo nos pusimos a hablar. 
Transferencia y contratransferencia, les dicen. Para mí, ese momento en particular 
marco el encuentro con la subjetividad de un joven a partir de mi propia subjetividad. 
A posteriori (como siempre ocurre en estos casos), comprendí que hablar del grupo de 
rock nos permitió tender un puente entre su adolescencia y la mía. 
El paciente continuó asistiendo a sus sesiones. Al cabo de dos meses de trabajo, 
el elemento familiar, tan importante desde la primera sesión, tomo un aspecto nuevo. 
Ya no se limitaba a hablar sobre las disputas entre madre y padre, sino que iban 
apareciendo otros familiares de generaciones anteriores. Los abuelos se volvieron una 
pieza fundamental para intentar comprender lo que estaba pasando en esa familia y 
por supuesto, con Alberto. Mi paciente contaba con un acervo identificatorio 
espeluznante1. Dos abuelos desaparecidos, un tío muerto en la infancia, la abuela 
enriquecida de manera poco clara, papá médico golpeador y a la vez humillado, mamá 
depresiva, etc. 
 Algo sorprendente pasó justo luego de comenzar a explorar el tema de la 
familia: Alberto le dijo a su madre que ya no deseaba declarar en los juzgados. Estas 
confrontaciones le hacían sentir muy mal, pues era frecuente que su madre le pidiera 
mentir para hacer ver mal a su padre. 
Conocía bien el tema de la identificación. Había leído los aportes de Freud, de 
Jeammet, el trabajo de Abraham y Torok, de Kaës y Faimberg. Sin embargo, el 
 
1
 Uso espeluznante antela falta de mejor adjetivo. Este se deriva del verbo espeluznar, que quiere decir, 
descomponer, desordenar el pelo de la cabeza, de la felpa, etc., así como erizar el pelo o las plumas. 
Como a uno se le ponen los pelos de punta cuando se espanta, por aproximación lo espeluznante es 
aquello que causa horror. Uso este adjetivo en este sentido, pero también en el de enmarañado, 
revuelto. Como los pelos rebeldes, necios, hechos bola en la cabeza. (R.A.E: 
http://lema.rae.es/drae/?val=espeluzanante). 
 
8 
 
encuentro con la problemática de Alberto me colocó de frente ante un desafío técnico. 
En la sorpresa, en la sensación de no entender nada, una asociación del paciente con 
una historia que pertenece a otra generación, me llevó a descubrir las identificaciones 
alienantes que estaban en ese momento reactivadas (pero que estuvieron presentes 
todo el tiempo en forma silenciosa). Tres generaciones se condensaban en un bello 
sueño que el lector encontrará en un capitulo posterior. En medio de mi sobresalto 
causado por saber que estaba escuchando algo muy importante sin comprender 
plenamente de que se trataba, regresé a los aportes de Kaës. Me encontré algo que 
había leído sin leer. Los textos psicoanalíticos están escritos en transferencia, lo 
sabemos, ahora bien, es posible que también sean leídos en ella. La lectura de Kaës era 
sobre lo que llamó el pacto denegativo. Este consiste en el trabajo del aparato psíquico 
de ir expulsando, negando, suprimiendo un conjunto de elementos inaceptables por 
un superyó o un yo familiar. Únicamente bajo estas denegaciones compartidas el 
sujeto puede ser narcisisado adecuadamente, sin recibir el peso excesivo de los 
elementos traumáticos comunes a cualquier familia. Sin embargo, los límites de la 
denegación son frágiles cuando no existe una estructura grupal o familiar que sirva de 
contenedor para estos elementos rechazados. Pueden ser rechazados más allá de todo 
límite, hundidos en los abismos más profundos y perderse así para el pensamiento. Y 
volver inmediatamente en el terreno de la acción. Veremos cómo Alberto suscribe un 
pacto de esta naturaleza con su familia a un coste muy específico: ceder su 
individualidad, sus deseos personales y la promesa de un futuro. 
Decidí orientar el trabajo con Alberto hacia la construcción de 
representaciones o imágenes que lo cautivaran, que le dieran ganas de imaginar un 
futuro. Que pudiera, a partir de estos hallazgos familiares, identificarse con los 
aspectos saludables de ambos linajes parentales, a la vez que pudiera cuestionar los 
ideales familiares que constreñían su existencia. Quiero reconocer a Alberto, a la vez 
que parafraseo a Winnicott, porque pagó por enseñarme. 
 
 
9 
 
 
 
I.-Marco teórico 
 
La adolescencia ha sido considerada por la sociedad como una época llena de 
potencialidades pero también de riesgos. Despierta los miedos relacionados con la 
fuerza, la sexualidad, la muerte, la deriva. En las sociedades llamadas primitivas se 
encapsulaba este periodo con ritos de iniciación rígidos que marcaban con una cierta 
violencia la entrada al mundo adulto. Dichos ritos suponen pruebas dolorosas, incluso 
mortales que incluyen ordalías físicas, como si hubiera que concretizar así el fin de la 
infancia y pagar la entrada a la madurez. En nuestra sociedad actual no existen los 
ritos de iniciación propiamente tales, sin embargo la violencia sigue siendo parte del 
proceso. Empezando por la violencia del cuerpo sobre el psiquismo, que se ve 
obligado a elaborar, a marchas forzadas, una serie de cambios que escapan a las 
capacidades de elaboración del sujeto. El cuerpo del joven se transforma, lo que 
conlleva una reorganización de la economía libidinal. Por una parte, en el polo objetal, 
los antiguos vínculos familiares se tornan incestuosos, debido al empuje genital que 
arroja fuego sobre las cenizas del Edipo (Jeammet, 1992). En otras palabras, los 
objetos familiares se vuelven inadecuados para satisfacer las demandas de la pulsión. 
El adolescente se apropia allí, dolorosamente de una falta, misma que lo hará echar a 
correr detrás de los nuevos objetos que vendrían, imaginariamente, a colmarla. Lógica 
inaugural de su deseo a partir de las calenturas experimentadas en el cuerpo. 
Asimismo, en el polo narcisista, el cuerpo en metamorfosis cambia más rápido 
que las capacidades de investidura del yo. Una nueva voz, un nuevo rostro, una nueva 
estatura, desafían al yo quien deberá ir asimilando esto nuevos elementos en una 
también nueva organización psíquica. El joven, gradualmente, integrará plenamente 
los órganos genitales físicamente maduros, así como sus funciones, a la totalidad de su 
existencia. 
10 
 
Las sociedades actuales, una vez derogados los ritos rígidos del pasado, ofrecen 
más libertad para los futuros resultados del joven que se convierte en adulto. Por una 
parte este nuevo orden trae consigo muchas ventajas, pero también resulta más 
angustiante, en tanto que al adolescente le corresponde decidir sobre cosas que sus 
ancestros ni se preguntaron. Por ejemplo, hace algunas décadas pensar en escoger una 
carrera era algo absurdo: los médicos tenían hijos médicos, así como los abogados 
hacían lo propio. Si el joven provenía de una familia dedicada a los negocios, se 
estudiaba comercio. En el caso de las mujeres, después de cumplir sus quince, las 
debutantes en sociedad estaban prestas a casarse. 
En este contexto de mayor libertad, el adolescente habrá de buscar sus propias 
respuestas, construirlas desde su interior para responder al enigma (terrorífico) de su 
lugar en el mundo. 
Los adolescentes que van logrando superar estas dificultades, logran también 
desprenderse gradualmente de sus padres y su autoridad. Digamos que, al igual que 
ocurre con algunos animales, van construyendo su propio territorio. Definen su lugar 
en el vasto mundo, junto con sus gustos, sus posesiones y su identidad. Se trata de un 
lugar personal en el cual se cuestionan las identificaciones y se añaden unas nuevas. 
Una segunda oportunidad, un nuevo nacimiento, en el cual el sujeto adviene para ser 
él mismo, nunca el mismo. Para ello, el adolescente tendrá que probar y evaluar los 
recursos de los cuales dispone. Habrá de averiguar de qué está hecho. En este sentido, 
algunos elementos se vuelven significativos, como lograr la autonomía en relación a 
los padres, la definición de la identidad sexual, la adquisición de estatus profesional. 
Se vuelven pruebas que van a confrontar al adolescente. 
Los jóvenes recorren este camino como si se tratara de una carrera de relevos, 
el chico sale de primaria para entrar en secundaria, luego parte al bachillerato. Sin 
embargo, no tiene garantías de que dicha carrera lo conduzca a la realización de sus 
metas. La confusión crece por el discurso de los adultos quienes desconocen los 
nuevos referentes. Se trata, paralelamente, de una crisis de legitimidad de los padres, 
pues se ciernen muchas dudas sobre su autoridad. ¿Qué van a saber los viejos?, expresa 
11 
 
el adolescente descontento, muchas veces con justa razón. Entonces, qué límites serán 
los adecuados para poner a los chavos. Antes era mucho más fácil, ni siquiera se 
cuestionaba la autoridad paterna. Ahora corresponde a cada familia determinar las 
reglas que han de ordenar los intercambios. El lector poco avezado pensará que se 
cierne el fantasma de la perversión. No creo que sea así. Los temas relacionados con 
la parentalidad y la función de la Ley, tienen que relativizarse de acuerdo con nuestra 
sociedad, con la concomitante carga de improvisación y angustia, pues no hay modelo 
identificatorio que alcance para saber cómo ser padre de un adolescente. 
Asimismo, creo importante destacar el papel que juega la ruptura que hace el 
adolescente con su pasado infantil que viene ligada con la ausencia de un lugar entre 
los adultos. Confiere al joven la sensaciónde ser visto desnudo, o más propiamente, en 
carne viva. Para salirse de este lugar incomodo revertirá su posición. Adhiere a modas 
extravagantes y provocativas. Ahora son los padres los que se sienten en este lugar de 
incomodidad. Philippe Jeammet (2008) narra como uno de sus pacientes adolescentes 
llega una tarde con la cabeza rapada. El adolescente le dice: “al menos ya sé porque me 
miran”. 
El cuerpo atrae la mirada porque se ha vuelto extraño, para los demás, pero 
sobre todo para el adolescente. Puede tornarse un perseguidor interno, el cual será 
necesario dominar a través de múltiples tentativas: escarificarlo, engordarlo, tatuarlo, 
enflacarlo, etc. 
Asimismo, el adolescente no puede dejar de reconocer lo ineluctable de su 
pubertad. El tiempo juega en su contra y lo sabe. Desplegar una serie de trucos para 
intentar dominar su metamorfosis. Disfrazará su cuerpo, lo cubrirá, puede marearse 
con ayuda química y con la música, refugiarse en sus sueños, pero nadie puede 
instalarse mucho tiempo en una situación de amenaza sin reaccionar. Puede 
desbordarse, llegando hasta las gradas de la psicosis pubertaria o bien, buscar alguna 
forma de control. El adolescente puede oscilar entre estas dos alternativas y el 
resultado algunas veces ronda el terreno de la psicopatología, dependiendo de la 
frecuencia, la fijeza e intensidad. Estas transformaciones ponen al sujeto en una 
12 
 
posición de vulnerabilidad, que en algunos casos será el origen del despliegue de la 
creatividad, mientras que en otros será de tentativas de autodestrucción. La dirección 
hacia la cual se encamine el adolescente dependerá de la calidad de los primeros 
cuidados que recibió, así como de los nuevos encuentros que ocurren en este periodo 
(Winnicott, 1979). Mientras más conflictiva resulte su adolescencia, el joven más 
requerirá del apoyo de los objetos significativos externos, aquellos que puedan 
proporcionarle la seguridad que internamente no ha podido tener. 
En sus intentos de retomar el control sobre la erotización de su cuerpo y 
mente, el adolescente, de acuerdo con Jeammet (2008), cree que existen dos 
alternativas: el aferramiento y el repliegue sobre sí mismo. 
El aferramiento se refiere al joven que se prende de la madre por el exceso de 
angustia y el miedo a estar solo, implícito en el proceso de individuación adolescente. 
El miedo se despierta por la sola idea de perder al objeto, sus cuidados y cariño. Dicha 
situación se exacerba cuando existe un alto grado de identificación de la madre con su 
hijo. Ambos crean una suerte de burbuja de compasión, en la cual nadie se atreve a 
decirle al joven que ya está listo para enfrentar la vida por sí mismo. Los padres, a su 
vez, no desean enfrentar el dolor de dejar marchar a sus hijos ni confrontarse con su 
propio envejecimiento. 
Por su parte, el repliegue sobre sí mismo ocurre cuando el adolescente busca 
apagar el deseo por sus objetos, de los cuales parece ya no esperar nada, ya no querer 
nada de ellos. Es importante que en esos momentos de retraimiento el adulto haga 
violencia al adolescente, que lo invite a participar, a salir, a compartir la vida en 
común. Es muy grande la tentación del adulto de dejar que el adolescente se encierre 
en sí mismo, dejarle, por el agotamiento que el proceso produce, enfrascarse en otro 
tipo de burbuja, una de decepción. 
El joven que lucha por apropiarse de su vida, queda inmerso en la 
contradicción que plantea que para ser uno mismo, se necesita de los padres para que 
sirvan como modelos y soportes afectivos, mientras que al mismo tiempo necesita ser 
diferente de ellos. Requiere dicho vínculo, y simultáneamente le es intolerable. Si la 
13 
 
relación se torna fría se siente abandonado; si por el contrario se constriñe, se siente 
invadido y perseguido. La adolescencia es un momento princeps que ilustra dos 
angustias humanas fundamentales: la angustia de abandono y la de intrusión. Cuando 
un adolescente llega a casa puede sentirse ignorado si no se le muestra interés por sus 
actividades, pero si se le pregunta cómo le fue, responderá con enfado alguna evasiva. 
Los padres tienen entonces la tarea ingrata de buscar la distancia justa para volver 
aceptable la dependencia que sus jóvenes tienen de ellos, acción que paradójicamente 
permite que dicha dependencia se vaya disolviendo. 
Este proceso toma tiempo. D.W. Winnicott (1979), provocativo como solía ser, 
afirma que los adolescentes se curan solos. Si el adolescente no se encierra demasiado 
en sí mismo, si logra zafarse de las conductas oposicionistas, el tiempo le permitirá, 
progresivamente y a través de sus experiencias, tranquilizarse y volver a tener 
confianza en sus padres para recibir los aportes necesarios para su desarrollo óptimo. 
Vemos nuevamente que la confianza retomada en los objetos es el mejor remedio para 
superar la pérdida de los padres de la infancia. Ahora bien, invocar al tiempo es hacer 
referencia a la espera. Y al miedo, por supuesto, pues el proceso entraña sumisión y 
pasividad. Por esta razón los jóvenes quieren todo rapidito, volviendo atractivos los 
pasajes al acto, pues la espera es una tortura. Dicha angustia por la demora del 
proceso es compartida por los padres. Ellos pueden desear a su vez que la cosa acabe 
pronto. Nuevamente Winnicott: los padres deben sobrevivir a este momento crucial, 
aguantar que la maduración sexual de sus hijos les recuerde su propio envejecimiento 
y obsolescencia. Tarea nada sencilla, pues si bien en la infancia existían contenidos 
mortíferos, en la adolescencia estos se tornan de asesinato. 
 El adolescente solo puede crecer pasando por encima del cadáver de un adulto. 
Justo ahí está la paradoja y lo difícil que fue comprender el caso que en este trabajo 
presento: si bien Alberto debe matar a sus padres para crecer, solo podrá hacerlo 
luego de encontrar una herencia narcisista en ellos. El problema es que están justo en 
medio de un juicio de divorcio, donde ambas partes sacan lo peor de sí mismas. Le 
madrugaron a Alberto en su chamba de matarlos: lo están haciendo por él. 
14 
 
 
 
Las aportaciones freudianas. 
 
De acuerdo con Sigmund Freud (1905), es por el embate de la pubertad que se 
afirma el primado de las pulsiones genitales sobre el resto de las pulsiones parciales. 
Paralelamente adviene un proceso psíquico mediante el cual se lleva a cabo el hallazgo 
del objeto sexual adecuado, preparado desde la misma infancia. En ésta, la satisfacción 
sexual estaba aún vinculada a las necesidades alimentarias, y el objeto se encontraba 
puesto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Freud piensa que éste más tarde 
fue perdido a la par que la persona completa, la madre, era descubierta. Luego de esta 
pérdida del pecho, la pulsión sexual se convierte en autoerótica, es decir, se satisface 
en el mismo lugar donde se origina, las zonas erógenas. Solo tiempo después, cuando 
adviene el periodo de latencia, se recupera la relación originaria. Para Freud, el acto 
de mamar el pecho de la madre es paradigmático de cualquier vínculo de amor. 
El encuentro de objeto es propiamente un rencuentro. (Freud, 1905, p.203) 
La genitalidad obliga este rencuentro con el objeto lo que implica reinscribir su 
memoria y representaciones. Estas serán determinantes para la elección futura de 
objeto que hará el joven, quien no puede escapar de su pasado edípico. De este modo, 
dicha elección de objeto se juega primero en el plano de la representación. De que otro 
modo podría ser si el adolescente aun no accede, en la mayoría de los casos, a una vida 
sexual realizable. Las inclinaciones infantiles resurgen ahora gracias al refuerzo 
somático de la pubertad y su territorio será el de las fantasías sexuales no destinadas 
a ejecutarse. 
Las interdicciones que fueron impuestas al niño durante su paso por el 
complejo de Edipo, permiten durante la adolescencia que el joven busquesus objetos 
de amor fuera de su familia. Es la ley del padre que dicta que el hijo no puede yacer 
con la madre y que esta tampoco puede reintegrar el producto. Pero no solo eso, sino 
15 
 
que dice algo más, tan importante como lo otro: la promesa de objetos nuevos. Cierto 
es que siempre van a llevar la marca de lo familiar, pues nadie escapa a su pasado 
edípico, en tanto momento psíquico de estructuración. De manera paralela al 
decaimiento de las fantasías manifiestamente incestuosas, se lleva a cabo también uno 
de los logros psíquicos más importantes propios del periodo de la pubertad. Se trata 
del desprendimiento de la autoridad hegemónica de los progenitores. No sin dolor, el 
adolescente tendrá que ir emprendiendo su propio camino, lo que le dota de una 
moral personal. Este suceso es también el origen de la oposición entre generaciones, 
inestimable para el progreso de la cultura. Existen individuos que nunca podrán 
superar la autoridad de los padres, con graves repercusiones para su futuro 
desarrollo, puesto que la fijación infantil de la libido a estos objetos impide al joven 
investir otros nuevos. Freud creía que esta condición subyace en algunas mujeres muy 
ligadas a sus objetos infantiles, resultando esto en un carácter sexual anestésico. 
 A partir de sus reflexiones sobre la adolescencia, Freud realiza una de sus 
aportaciones teóricas más importantes, aquella de acuerdo con la cual el desarrollo 
sexual humano acomete en dos tiempos. Se interrumpe en el periodo de latencia para 
resurgir con bríos renovados durante la pubertad. Por este motivo el ser humano es 
proclive a la contracción de la neurosis, pero también, sin paralelo alguno en el reino 
animal, se posibilita su acceso a una cultura superior, pues todos los aprendizajes 
obtenidos en su pasado infantil se resignifican en nuevos hallazgos, los cuales no se 
limitan a la repetición de los logros alcanzados por la generación anterior. Freud nos 
dirá que el tiempo del psiquismo será el del Nachträglichkeit. Lo aprendió muy bien de 
las histéricas aquejadas por sus reminiscencias. Para ellas, las vivencias sexuales 
acontecidas durante la infancia adquieran toda su dimensión después de la pubertad. 
Estos eventos, cuando son recordados, despiertan un afecto que en su momento no 
habían causado. La alteración de la pubertad ha posibilitado otra comprensión de lo 
vivido. En otras palabras, se hace palpable que el psiquismo infantil no puede hacer 
frente al cuerpo extraño que representa la sexualidad de los padres, presente en los 
cuidados entregados al niño, en las caricias, en las palabras que se le dedican. Estas 
16 
 
actividades llevan la marca de los avatares edípicos de los propios padres: confusión 
de lenguas (Ferenczi, 1931), que viene a cobrar un ajuste de cuentas en la pubertad. 
Los resabios póstumos infantiles, regidos por el proceso primario, deberán ser 
integrados por el joven en una nueva constitución psíquica. Nadie escapa a su pasado 
edípico, salvo quizá enfermando, creyendo que de este modo se detiene el tiempo. En 
este orden de ideas, son paradigmáticos los problemas alimenticios tan comunes en la 
adolescencia. Una paciente anoréxica de 17 años me dijo que todo empezó a tronar 
cuando su cuerpo empezó a desarrollarse. Estrías, granos, celulitis la aquejaron 
simultáneamente. Deseaba intensamente volver a ser la niña de puro 10, la que los 
maestros felicitaban y con la que los papás podían presumir de sus triunfos 
académicos y atléticos. Anhelaba su cuerpo prepuberal y el síntoma, la anorexia, 
sostenía la ilusión de no crecer, al dificultar la expresión de los caracteres sexuales 
secundarios. Se lo expliqué y contestó: Crecer, envejecer, ser como mi mamá, gorda y 
pendeja…hello. 
Hacer adolescencia es un proceso sumamente violento. Su llegada inaugura 
varios frentes de batalla. Primer frente: la pulsión reclama su satisfacción, en un 
momento de la vida en el que el superyó es completamente inadecuado para cumplir 
su función. Aún queda mucho de los ideales de niño bueno en esta instancia. Razón por 
la cual censura con vehemencia cualquier atisbo de sexualidad que, por su parte, aún 
conserva con demasiada nitidez su origen incestuoso. Segundo frente: el cuerpo. 
Objeto externo e interno, cambia, se transforma, no se está quieto, tiene apetencias. El 
joven lo sabe apto para realizar las fantasías que al niño le eran imposibles. Por eso 
asusta. El reto será poder pensarlo, y así emprender su conquista psíquica sin 
ahogarlo en el proceso. 
Si bien en la vida psíquica no es habitual que un recuerdo despierte un afecto que 
no conllevó como vivencia, eso es algo por entero habitual en el caso de la 
representación sexual justamente porque la dilación de la pubertad es un carácter 
universal de la organización. Toda persona adolescente tiene huellas mnémicas que sólo 
pueden ser comprendidas con la emergencia de sensaciones sexuales propias; se diría 
17 
 
entonces que todo adolescente porta dentro de si el germen de la histeria. (Freud, 1895, 
p.404) 
Adolescencia e histeria comparten la primera mentira, proton pseudos que 
enlaza dos momentos/sustancias psíquicas diferentes. Para Freud, el aparato psíquico 
se genera por estratificación sucesiva del material existente. Recordemos aquel 
esquema garabateado en la carta 52 para Fliess: las huellas mnémicas sufren un 
reordenamiento de acuerdo con nexos nuevos que la pulsión y la represión instauran. 
Los recuerdos infantiles de los seres humanos se establecen solo a una edad 
posterior (casi siempre, en la pubertad), y que entonces son sometidos a un complejo 
trabajo de refundición que es enteramente análogo a la formación de sagas de un pueblo 
sobre su historia primordial. (Freud, 1909, p.162) 
Más allá de las somatizaciones y conversiones presentes en el cuadro histérico, 
el cuerpo interviene siempre en la expresión histriónica. Este aspecto es normal en la 
adolescencia temprana. Cuando las nuevas sensaciones invaden el psiquismo le exigen 
un proceso elaborativo, porque la sexualidad genital modifica la intensidad afectiva. 
Una defensa habitual es cierta manifestación corporal como sustituto de la expresión 
afectiva. La resignificación de experiencias anteriores pone a prueba la capacidad de 
simbolización y la de pensamiento. Sin embargo, en la adolescencia, será necesario 
comprender la temporalidad de las defensas. Es normal que estas sean muy variables, 
mientras que, por su parte, en la histeria hay persistencia. En la adolescencia, si se 
deben al desconcierto ante el cambio de significado, la expresión somática ya no 
continúa si avanza la integración emocional. 
Por otra parte, en la adolescencia, la pubertad es la responsable de introducir 
metamorfosis psíquicas que atañen a la constitución de la pulsión. En un principio, las 
diferentes pulsiones parciales se regían con autonomía. Será por la introducción del 
narcisismo que éstas tomen como primer objeto de amor al yo. El tiempo del 
psicoanálisis es el del après-coup. Un texto posterior puede esclarecer los pasajes 
obscuros de las obras tempranas, por lo tanto me permitiré pasar del texto sobre el 
narcisismo (1914) a los Tres ensayos (1905). Para Freud, el narcisismo es una acción 
18 
 
psíquica novedosa que se añade al autoerotismo. El impacto posterior de la 
genitalidad permitirá que la pulsión sexual rencuentre sus objetos, no sin menoscabo 
de la veta narcisista. 
 El primado de las zonas genitales lleva consigo el reconocimiento de que 
ambos sexos se les asigna funciones diferentes, el desarrollo psicosexual se separa 
mucho en lo sucesivo para el hombre y la mujer. La vida sexual podrá desplegarse de 
manera plena cuando dos procesos convergen en un mismo punto. Freud utiliza la 
metáfora del túnel. Durante la adolescencia, sus dos extremos se construyen de 
manera separada esperando coincidir con precisión. Un extremo representa la 
corrientetierna que se deriva del temprano florecimiento infantil de la sexualidad. El 
otro, corresponde a la corriente sensual genital del joven. 
Estas aportaciones freudianas serán importantes para pensar la adolescencia 
como un fenómeno particular, trabajo que corresponderá a la nueva generación de 
teóricos. Estos trabajos permitirán enfrentar los desafíos que ésta implica para el 
joven, sus padres y para aquellos que se decidan buscárselas con ellos. 
 
Narcisismo, objeto e identificación. 
 
Para el adolescente, la identificación constituirá una fuente de enriquecimiento 
para el yo, una vez que su identidad de niño quede rebasada por las exigencias 
sociales y el proceso fisiológico de la pubertad. Empezaré por revisar el concepto de 
identificación haciendo un breve recorrido por algunos escritos de Freud. Después 
pensaremos la importancia que guarda en relación a la construcción de la identidad 
durante la adolescencia, en particular las llamadas identificaciones secundarias, en el 
marco de nuestro caso clínico. 
 
La identificación es un concepto que aparece muy temprano en los desarrollos 
teóricos de Freud, si bien nunca dejó de reflexionar sobre ella. De hecho, la riqueza del 
19 
 
concepto va a encontrar en escritos tardíos una definición más amplia, enriquecida 
con las nuevas aportaciones y descubrimientos psicoanalíticos. 
 
En una carta a Fliess, fechada en el invierno de 1896, se congratula al 
considerarse cerca de la comprensión de las neurosis histéricas, así como del 
desprendimiento de angustia concomitante a las mismas. Llega a intuir que detrás de 
algunas fobias, en particular de la agorafobia que sufren algunas mujeres, subsiste un 
mecanismo en el cual se manifiesta una postura ambivalente de las mismas hacia la 
prostitución. 
 
Así por ejemplo, pude confirmar una antigua sospecha sobre el mecanismo de la 
agorafobia en la mujer, tú mismo lo podrás adivinar si piensas en las mujeres públicas, 
es la represión del impulso de juntarse con el primero que se les cruce en la calle, envidia 
de la prostituta e identificación con ella. (Freud, 1896). 
 
 Para estas mujeres sucumbir a sus deseos sexuales las haría equivaler a una 
mujer de la calle, a las prostitutas. Estas son idealizadas, son ellas quienes ejercitan la 
libertad sexual que es al mismo tiempo deseada por el polo pulsional, mientras que 
rechazada por sus buenas conciencias. Estas fantasías se encarnan en el temor a salir a 
la calle, temor de no resistir la tentación de transformarse en una mujer de la calle. En 
esta primera etapa la identificación es comparable a la manifestación palpable de un 
deseo reprimido, en el cual el que se identifica pretende ser, o bien, hacer, cualquier 
actividad conforme a los rasgos y características de aquél que utiliza como modelo. 
 
En el Manuscrito N, Freud habla de dos tipos de identificación: la narcisista y la 
histérica. Llega a este desarrollo de su pensamiento a través del descubrimiento de los 
impulsos hostiles reprimidos, comúnmente experimentados por los hijos hacia sus 
padres, en especial durante un periodo de enfermedad con o sin la subsecuente 
muerte de ellos. Freud asigna dos posibles maneras de experimentar estas pérdidas 
para los deudos. Una de ellas estaría explicada por el efecto de la identificación 
narcisista. Aquí los reproches que haría el familiar enfermo, al quejarse de las 
20 
 
omisiones y faltas de atención de los cuidadores pasarían, a su muerte, a lo que los 
deudos volcarían sobre sí mismos. Esto es, un proceso de identificación narcisista con 
el muerto. La otra posible vía de identificación, la histérica, es aquella en la cual el 
familiar sobreviviente contrae la misma enfermedad que aquejaba a su pariente 
desaparecido, atrayendo sobre sí un castigo retaliatorio por aquellos deseos de 
muerte que destinó al difunto de manera inconsciente (Freud, 1897). Las 
identificaciones histéricas son la base para comprender las identificaciones 
secundarias, reducen la distancia entre el yo y el objeto incluso más allá de la muerte. 
A propósito de los síntomas de la histeria, en 1900, en La interpretación de los 
sueños, Freud profundiza en los mecanismos inconscientes que subyacen a la 
identificación. Esta no escapa de los compromisos de la condensación y el 
desplazamiento. Opera por cumplimiento alucinatorio de deseo. Por tanto, aquel que 
se identifica no es un imitador, ni padece un contagio psíquico; en él opera un proceso 
inconsciente por el cual ocurre una metamorfosis para ser otro. El patrimonio de la 
identificación es una comunidad sexual a la cual el sujeto adhiere. 
En la histeria, la identificación es usada con la máxima frecuencia para expresar 
una comunidad sexual. La histérica se identifica en sus síntomas preferentemente –si 
bien no de manera exclusiva- con las personas con quienes ha tenido comercio sexual o 
que lo tiene con las mismas personas que ella. (Freud, 1900, p.168) 
Así en el sueño como en la histeria basta para que ocurra una identificación, 
que el supuesto contacto sea resultado de una fantasía. 
Para 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual, Freud explica la identificación 
como parte de la fase oral, insertándola en la organización libidinal del sujeto; la 
función nutricional sirve como modelo para la incorporación de los objetos. La fase 
oral se caracteriza por una organización sexual canibálica, cuya función de devorar 
implica la incorporación del objeto. Esta última es una idea aportada por Karl 
Abraham (2001) quien supo reconocer los vínculos entre oralidad y devoración. En 
Tótem y tabú (1912-13), Freud señala la importancia de la identificación como un acto 
devoratorio del padre: 
21 
 
 
En el acto devoratorio llevaron a cabo su identificación con él. (Freud, 1912-13, 
p.142). 
 
En 1914 se hace oficial la incorporación del narcisismo al grueso de la teoría 
psicoanalítica, el cual viene a engarzarse con las concepciones previamente 
desarrolladas por Freud alrededor de la identificación. En Introducción del Narcisismo 
(Freud, 1914) se explora la dialéctica existente entre las pulsiones objetales y las 
narcisistas. Por un lado, los objetos son destinatarios de la libido del sujeto, mientras 
que el mismo sujeto necesita investir a su propio yo para poder conservar su preciada 
sensación de integración y por ende de existencia. El ser humano no dispone de 
cantidad ilimitadas de libido por lo que esa relación entre lo objetal y lo narcisista es 
inversamente proporcional y fluctuante. 
 
Vemos también a grandes rasgos una oposición entre la libido yoica y libido de 
objeto. Cuánto gasta una tanto más se empobrece la otra. (Freud, 1914, p.74) 
 
A través del narcisismo el propio cuerpo se convierte en el primer objeto de 
amor, previo a las múltiples investiduras de objeto que advendrán. En el estado 
narcisista inicial, no se evidencia distinción entre libido yoica y objetal. Solo 
posteriormente se vuelve pensable una libido cualitativamente diferenciada, 
siguiendo los vaivenes de las diversas investiduras de objeto. Surge ahora la pregunta 
de Freud sobre las relaciones que existen entre el narcisismo y el autoerotismo, 
temprano estado de la libido regido por el placer de órgano. Existe un tramo de 
oscuridad entre ambos. Hace falta una nueva acción psíquica, dice Freud, capaz de 
constituir el narcisismo a partir del autoerotismo. Se trata del proceso identificatorio 
con el objeto en sus diferentes modalidades, lo que permite integrar las diferentes 
pulsiones parciales en una gran corriente narcisista. 
 
Finalmente, el narcisismo cumple también un papel transgeneracional: el 
narcisismo de los padres impacta y se refleja en los hijos, mediante la constitución de 
22 
 
sus propios ideales. De este modo no es factible pensar en la formación de estas 
instancias como resultantes de la operatoria de un sujeto individual y aislado, sino 
como un conjuntode interacciones donde dentro y afuera se mezclan. El devenir del 
sujeto no se suscribe en su totalidad a los efectos de la pulsión, ni tampoco se reduce 
al papel del ambiente, sino en su dinámica y dialéctica irrepetibles y únicas para cada 
sujeto. 
 
En Duelo y melancolía (1917 [1915]), Freud establece que el rompimiento del 
vínculo libidinal con el objeto produce una retroacción de la libido hacia el yo, y la 
relación con el objeto de la realidad pasa a ser una relación entre el yo y su parte 
modificada por la identificación. A partir de este desarrollo teórico, ofrece una 
explicación al tema de la melancolía, en la cual se constata que el sujeto dirige a sí 
mismo una serie de reproches y agresiones, que de corriente hubiera destinado al 
objeto. 
 
Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una 
identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, 
quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, 
como el objeto abandonado. (Freud, 1917 [1915], p.246) 
 
De esta manera, la pérdida del objeto también recae en una pérdida del yo, que 
hace todo para conservarlo, incluso convertirse en él. Es una estrategia inconsciente 
para evitar el dolor de la perdida. 
 
La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de 
la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba 
resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de 
objeto por identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas […] 
(Freud, 1917 [1915], p.247) 
 
23 
 
En Psicología de las masas y análisis del yo (1921) Freud realiza la exposición 
más completa del concepto de identificación para comprender la dinámica de la 
estructuración del sujeto, como un proceso psicológico mediante el cual el yo asimila o 
incorpora una propiedad, rasgo o atributo de otro y se transforma total o 
parcialmente sobre el modelo de éste. 
 
El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de 
una ligazón afectiva con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del 
complejo de Edipo. (Freud, 1921, p.99) 
 
Pongamos nuestra atención en la parte de la cita que reconoce a la 
identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra 
persona, por lo que ya es posible antes de toda elección sexual de objeto. 
 
El varoncito manifiesta un particular interés hacia su padre; querría crecer y ser 
como él, hacer sus veces en todos los terrenos. Digamos, simplemente: toma al padre 
como su ideal. Esta conducta nada tiene que ver con una actitud pasiva o femenina hacia 
el padre (y hacia el varón en general); al contrario, es masculina por excelencia. Se 
concilia muy bien con el complejo de Edipo, al que contribuye a preparar. (Freud, 1921, 
p.99) 
 
Simultáneamente a esta identificación con el padre, y quizás antes, el varoncito 
emprende una cabal investidura de objeto de la madre según el tipo del 
apuntalamiento (anaclítico). Muestra entonces dos lazos psicológicamente diferentes: 
con la madre, una directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación 
que lo toma por modelo. Ambos coexisten un tiempo, sin influirse ni perturbarse entre 
sí. Pero la unificación de la vida anímica avanza sin cesar, y a consecuencia de ella 
ambos lazos confluyen a la postre, y por esa confluencia nace el complejo de Edipo 
normal. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo junto a la madre; su 
identificación con él cobra entonces una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo 
de sustituir al padre también junto a la madre. 
24 
 
 
La identificación remplaza a la elección de objeto; la elección de objeto ha 
regresado hasta la identificación. Dijimos que la identificación es la forma primera, y la 
más originaria, del lazo afectivo; bajo las constelaciones de la formación de síntoma, 
vale decir, de la represión y el predominio de los mecanismos del inconsciente, sucede a 
menudo que la elección de objeto vuelva a la identificación, o sea, que el yo tome sobre sí 
las propiedades del objeto. Es digno de notarse que en estas identificaciones el yo copia 
{Kopieren} en un caso a la persona no amada, y en el otro a la persona amada. Y 
tampoco puede dejar de llamarnos la atención que, en los dos, la identificación es 
parcial, limitada en grado sumo, pues toma prestado un único rasgo de la persona 
objeto. (Freud, 1921, p.100) 
 
Para Freud la identificación primaria bajo el prototipo del erotismo oral 
devendría la forma más primitiva del lazo afectivo con un objeto, mientras que la 
secundaria es donde se aspira a configurar al propio yo a semejanza del otro puesto 
en el lugar del ideal y tomado como modelo. Durante la adolescencia éste último tipo 
de identificación revelará toda su magnitud, pues es la responsable de configurar la 
personalidad del joven. 
 
Retomando las ideas de Freud, los nuevos desarrollos teóricos han buscado 
esclarecer los avatares identificatorios durante la adolescencia. Jeammet (1992) opina 
que lo propio de la adolescencia es conjugar dos corrientes que antes podían 
transcurrir de manera separada: la relativa a la vida pulsional y sus objetos y la de la 
autonomía del individuo. Dicha conjugación llevará el sello de la intensidad que 
conlleva la maduración física. El adolescente experimenta una nueva apetencia 
objetal; no es que no la haya tenido antes, solo que ahora va cargada con la fuerza 
genital. Ambas corrientes se oponen la una a la otra. Los lazos objetales gradualmente 
se tiñen por la sexualidad lo que hace más difícil para el narcisismo tolerar la cercanía 
de los objetos. Lo anterior se debe a que este acercamiento a los objetos revive 
fantasías de pasividad. El joven se siente culpable por depender de los objetos. 
Fantasías propias del periodo anal resurgen por el empuje puberal, lo que conlleva el 
25 
 
deseo de controlar al propio cuerpo y a los mismos objetos, empresa que por ser 
imposible trae como resultado el despliegue de defensas rígidas. A lo anterior 
podemos añadir que la maduración física torna de pronto posible el incesto y el 
parricidio, situación que obliga a un reordenamiento familiar. El adolescente realiza 
una evaluación, ante esas exigencias, de sus propios recursos internos. En paralelo, 
hace un llamado a la fuerza de los adultos, en particular a la de la figura paterna, de la 
que espera el permiso para salir al mundo y reclamar lo suyo. En el inicio de la novela 
de Alexandre Dumas (1844), Los Tres Mosqueteros, cuando D´Artagnan se despide de 
su familia, luego de que su padre le entrega la espada que usó en su juventud, éste le 
dice: “No tema las oportunidades y busque aventura. Yo lo he enseñado a manipular la 
espada; peléese con cualquier excusa, peléese a pesar de que los duelos están prohibidos 
y que por lo tanto se necesita dos veces más coraje”. (Dumas, 1846, p. 29). De haberlo 
despedido su madre, es seguro que la novela hubiera sido más corta. 
 
El fantasma del complejo de Edipo jugará un papel regulador, pues marca la 
diferencia entre las generaciones y permite que el joven encuentre a sus padres como 
objetos inadecuados, movimiento que lo impulsará para hacer su propia vida. En caso 
contrario, cuando el superyó es demasiado severo y rígido, constreñirá al joven a 
cumplir con ideales imposibles y limitadores. A decir de Jeammet, el Edipo arde 
encerrando al joven entre la confusión con el objeto y el rechazo negativista del 
vínculo objetal. El adolescente no sólo hace frente a sus objetos internos, ahora 
hiperinvestidos por el despertar pulsional genital, sino que además los padres reales y 
otras figuras susceptibles de servir como modelos, también se sexualizan. Entonces 
tendrá que hacer juegos malabares que le permitan conservar sus vínculoscon los 
objetos sin sentir que al amar pierde su identidad. 
 
Durante la adolescencia, las identificaciones adquiridas antes y después del 
complejo de Edipo, revelan su calidad. Las relaciones amorosas en esa etapa de la 
vida, muchas veces tiene la cualidad de espejo, donde el otro es en extremo semejante 
al patrimonio identificatorio del sujeto. Parece que la diferencia asusta. Sin embargo la 
diferencia permitirá al joven colocarse de frente a la alteridad. Es una paradoja que 
26 
 
para poder ser autónomo y singular necesita de los demás, ya sea como modelos 
identificatorios o como objetos de amor. 
 
Adolescencia: a second chance 
 
La adolescencia es un momento que combina el dolor con la creación. Se trata 
de un tipo de creación particular: la de un sujeto. Así como el bebé crea el pecho 
(Winnicott, 1979), el adolescente se crea así mismo a partir de lo infantil. Sin embargo, 
el resultado siempre es más que una reactualización de viejos conflictos. Hay novedad, 
improvisación, creatividad. 
 
En el adolescente está presente también la ilusión-desilusión de la que nos 
hablaba Winnicott. En su caso, tendrá que desilusionarse de los objetos que 
intensamente amó durante su infancia, para poder ilusionarse nuevamente con las 
promesas de la vida. 
 
En este punto deseo recordar que el rasgo esencial de concepto de objetos y 
fenómenos transicionales (según mi presentación del tema) es la paradoja y la 
aceptación de esa: el bebé crea el objeto pero éste estaba ahí, esperando que se lo crease 
y que se le denominará objeto cargado. Yo traté de llamar la atención hacia este aspecto 
de los fenómenos transicionales al afirmar que en las reglas del juego todos sabemos que 
nunca desafiaremos al bebé a que responda la pregunta: ¿Creaste tú eso o lo 
encontraste? (Winnicott, 1979, p.120) 
 
Estamos haciendo un paralelo entre el bebé y el adolescente, el joven tiene una 
segunda oportunidad para trabajar con los restos póstumos de la infancia. Tan 
importante será el trabajo que realice con su mundo interno como con el ambiente 
real. La adolescencia abre la esperanza para poder, en la medida de lo posible, reparar 
antiguas heridas. 
 
27 
 
Para poder desarrollarse, el joven dependerá de un ambiente facilitador. Es 
preciso que pueda desplegar la capacidad para usar los objetos. De acuerdo con 
Winnicott, este paso permite el acceso al principio de realidad. Poco a poco los objetos 
dejan de ser una entidad proyectiva y se vuelven objetos externos, vale decir, reales. 
Existe un paso necesario entre la relación con el objeto y la posibilidad del joven para 
usarlos, para consumar la transición, para poseer el legado de las generaciones 
anteriores. El adolescente tendrá que primero destruir al objeto. La secuencia de 
eventos es la siguiente: el sujeto se relaciona con el objeto, a quien ama, pero también 
odia; el sujeto destruye al objeto cuando éste es por fin exterior; después de todo lo 
anterior el objeto y sus cualidades reales sobreviven a la destrucción del sujeto; este 
último peldaño no siempre se alcanza pues el objeto deberá tolerar ser destruido, 
entiéndase por ello que no se vengará ante los embates de su joven. Entonces y solo 
entonces, el adolescente podrá utilizar los dones que el objeto y la relación con éste 
conllevan: a condición de que haya sobrevivido. No se trata de que el vínculo agresivo 
sea primordial, pues mientras se destruye al objeto (en sus fantasías inconscientes) se 
le ama intensamente. Si el joven intuye la fragilidad del otro, si teme en exceso perder 
su cariño, no será posible desprenderse de él, pues nunca advendrá objeto externo 
real. Se conservará inmerso en una salmuera psíquica que impide cualquier 
movimiento o relación distinta, dicho en otras palabras, no existe la creatividad para 
reinventar la relación con el objeto. Podemos pensar entonces que la creatividad se 
coloca en el polo opuesto del control omnipotente del objeto. Una vez destruido, el 
objeto se coloca fuera de la zona de control del joven. De esta forma alcanza su propia 
autonomía y vida, enriqueciendo a su vez, con sus propiedades, la vida psíquica del 
adolescente. 
 
Es posible observar la siguiente secuencia: 1. El sujeto se relaciona con el objeto. 
2. El objeto está a punto de ser hallado por el sujeto, en lugar de ser ubicado por éste en 
el mundo. 3. El sujeto destruye al objeto. 4. El objeto sobrevive a la destrucción. 5. El 
sujeto puede usar el objeto. (Winnicott, 1979, p.126) 
 
28 
 
El adolescente espanta mucho. Su desarrollo implica una destructividad no 
siempre latente. Estamos frente a la pulsión de muerte en su aspecto constitutivo de 
un sujeto singular. Los vínculos serán cuestionados, la ilusión despertada por los 
padres será remplazada por la decepción. Sin embargo, podemos afirmar en virtud de 
lo que hemos señalado hasta este punto, que la destructividad conlleva un valor 
positivo. Sin ella, sería imposible que el objeto superviviente sea colocado fuera de la 
zona creada por la proyección del sujeto. Es así como se puede crear un mundo de 
realidad compartida. Este mundo le dice al joven: “Ven, compárteme, aquí existe una 
gran sustancia de esto que no eres tú. Conóceme.” 
 
A partir de estas aportaciones teóricas, se derivan algunas consideraciones 
técnicas. El trabajo que realizamos con los adolescentes debe guardarse muy bien de 
lo que Freud llamó el furor curandis. Las interpretaciones no necesitan escarbar en lo 
profundo de la mente del chico; apuntar a conseguir una regresión que permita 
toparse con lo más arcaico de su personalidad es igual a no tolerar su inmadurez. No 
hay que esperar que los adolescentes posean consciencia sobre sí mismos y conozcan 
todas sus características. Los adultos tampoco necesitamos entenderlos. De acuerdo 
con Winnicott la comprensión cede paso a la confrontación entendida como que una 
persona madura se yergue frente a otras personas maduras y exige el derecho de 
tener su propio punto de vista, con el pleno respaldo de los demás. 
 
 El adolescente, en lo que podemos apuntar como una bella cualidad de esta 
etapa de la vida, vive su propio pasado infantil en su vida cotidiana. Serán muy 
importante los relatos que hará sobre sus amigos, sobre sus novias, sobre cómo le va 
en la escuela. Será en su ambiente donde se despliegue, como en ninguna otra etapa 
de la vida, su mundo interno. 
 
En ese sentido, Jeammet plantea la importancia del ambiente para el desarrollo 
del adolescente, formulando su concepto de espacio psíquico ampliado. Siguiendo esta 
concepción, se deriva que los objetos reales son tan importantes como los internos. 
Entre los objetos externos se encuentran los padres y también el cuerpo el cual, en el 
29 
 
caso de muchos jóvenes, es un perseguidor. Para Freud, la pulsión es un concepto 
fronterizo entre lo somático y psíquico. Para el joven, su cuerpo es un objeto 
fronterizo entre lo interno y lo externo. De acuerdo con el grupo de rock Molotov2, el 
cuerpo es un puerco. Reclama cosas con imperiosa urgencia para satisfacer sus 
necesidades, pone en aprietos al joven, quien deberá debutar en las prácticas 
amorosas, alimentarle y cumplirle antojos nuevos. El muy ingrato lo sorprenderá con 
olores desconocidos y penetrantes, que en más de una ocasión expondrán su 
intimidad. Lociones, desodorantes, Clearasil, Asepxia, playeras amplias, Abercrombie 
& Fitch, cubrirán el cuerpo y sus manifestaciones, que en tanto objeto externo, recibe 
la mirada de los otros. 
 
Ese marrano come cacahuates, pide pizarrín pero no invita a sus cuates, en la 
escuela le apodaban “el come quesadillas”, se come los melones sin quitarles las semillas. 
Ese marranete se atora en el retrete y cada que lo veo es una foto diferente, se mira en el 
espejo, se pone consternado, se quita la playera es un tamal mal amarrado. Cerdo, no me 
llames cerdo, mueve tu puerco. (Molotov, 1997,Disco: Donde jugarán las niñas). 
 
El cuerpo, con sus cambios, le ofrece al adolescente una foto diferente de sí 
mismo, lo que le supone el reto de habitarlo sin tener la certeza del resultado. Molotov 
nos habla del espejo y sus efectos de consternación. Después de todo el espejo es la 
metáfora de la mirada del otro, la madre y sus múltiples desplazamientos. 
 
Simultáneamente al trabajo que el chico hace para advenir adulto, los padres 
necesitarán realizar su labor de obsolescencia. Este término fue creado por Philippe 
Gutton (1993) para referirse al trabajo psíquico que hacen los padres para ellos y para 
sus hijos. Este consiste en reconocer que ya son objetos inadecuados. Poco a poco irán 
desinvistiendo su presencia física en el cuerpo del adolescente. De este modo, la 
 
2
 Molotov es una banda de Rap Rock formada el 23 de septiembre de 1995 en México D.F. Está actualmente 
activa y la integran Tito Fuentes, Miky Huidobro, Randy Ebright y Paco Ayala. A decir del Molotov Web Team: 
“Las letras de sus canciones se caracterizan por el manejo del albur (o doble sentido) y del "humor lacra", 
como ellos mismos le dicen, mezclando la sátira con el humor personal de cada uno de los integrantes. Por lo 
general sus letras hablan de críticas al gobierno (no solamente mexicano) pero también de mujeres y 
fiestas”. (Fuente: http://molotovoficial.com/home/index.php/wiki) 
30 
 
sexualidad del joven se liberará del peso culposo que acarrea el incesto, dicho de otra 
manera, se confirma el declive de la seducción parental. Gutton hace el símil que 
refleja la situación familiar, pensándola como un joven que es recién contratado 
mientras que al padre le corresponde hacer sus trámites de jubilación. El acierto de 
Gutton es pensar en la angustia de separación que pesa sobre los padres, el duelo que 
implica sufrir la desinvestidura de los hijos, así como perder el viejo anhelo de 
resultarles útil. 
 
Si la desinvestidura del adolescente es vivida por los padres como una herida 
infringida, ese padre es insuficientemente obsolescente: su adolescente lo hiere justo ahí 
donde su adolescencia persiste, continúa o es reactivada. (Gutton, 1993, p.95) 
 
Para Pierre Mâle (1970), la crisis del adolescente es también la de sus padres. 
El grupo familiar en su conjunto resentirá o favorecerá el desarrollo del joven. Este 
autor pone énfasis en el trabajo que involucre la historia de la familia, sus usos y 
costumbres, sus secretos, sus mitos, lo que no ha podido hablarse. Cree que el 
adolescente, por el particular momento en el que se encuentra, en la creación de sí 
mismo, es especialmente susceptible para representar los conflictos ancestrales del 
grupo primario. Mâle opina que intervenir durante la adolescencia es quizás más 
importante que hacerlo en cualquier otra etapa de la vida. La psicopatología nos dice, 
no está aún hecha en este periodo, sino que se hace. El psicoanálisis clínico con 
adolescentes tiene el privilegio de trabajar en un punto en el cual convergen lo arcaico 
y el futuro. El trabajo que se realiza con los jóvenes difiere del que se hace con adultos. 
Ofrece la imagen siguiente: en la cura tipo los andamios que ocultan la fachada del 
edificio serán removidos, se van desmontando las defensas para acceder a la 
autenticidad del ser; con el adolescente los andamios forman parte de la estructura 
del edificio. Abordar la adolescencia con los instrumentos del psicoanálisis permite 
que el joven desarrolle defensas necesarias para tolerar el embate pulsional sin 
recurrir a las actuaciones. Así mismo, dichas defensas deberán ser lo suficientemente 
flexibles para evitar que los ideales estrangulen al yo. Para Mâle el psicoanálisis con 
adolescentes es una clínica del yo y de los ideales. 
31 
 
 
 
II.-Metodología. 
 
Mientras escribía este reporte me puse a reflexionar sobre el trabajo que 
realice con mi paciente. Sin duda, dicho trabajo se inscribe dentro de un esquema 
conceptual psicoanalítico. Sin embargo, no se trató ya de un psicoanálisis acorde con 
la cura tipo, sino más bien de una psicoterapia de corte psicoanalítico. Para poder 
conceptualizarlo volví a un texto fundamental, el diccionario elaborado por Laplanche 
y Pontalis. De acuerdo con este: 
Con el nombre de «psicoterapia analítica» se designa una forma de psicoterapia 
basada en los principios teóricos y técnicos del psicoanálisis, aunque sin realizar las 
condiciones de una cura psicoanalítica rigurosa. 
(Laplanche, J &Pontalis, B. 1967) 
De este modo, la psicoterapia de corte psicoanalítico conserva las reglas 
fundamentales de la cura clásica; la meta sigue siendo que el sujeto se apropie de su 
vida psíquica más allá de la permanencia de los síntomas. La consecución de dicha 
meta implica que el terapeuta haga un amplio uso de su subjetividad, así como de sus 
recursos creativos. La psicoterapia busca entonces generar una relación dinámica 
entre los dos participantes mediante el investimento de la palabra, en el marco de una 
relación lo suficientemente buena como para generar efectos reparadores en el 
narcisismo del paciente, en otras palabras, genera una nueva relación del sujeto 
consigo mismo. Como lo menciona la Mtra. Judith Harders: 
Las reglas fundamentales se conservan: el uso predominante de la palabra, la 
solicitud de asociaciones de ideas, la elaboración y la utilización de la 
contratransferencia, y en el momento oportuno, la interpretación de la resistencia y de 
la transferencia. Dependiendo de las circunstancias, el terapeuta puede realizar 
sugerencias concisas sobre una problemática real del paciente, así como reconocer los 
32 
 
progresos obtenidos por éste. La finalidad de lo anterior es apuntalar el narcisismo 
adolescente. Las diferencias entre un modelo y otro aparecen en las modalidades, la 
amplitud, la intensidad y el lugar que toma en la vida del sujeto. La relación se estimula 
según la capacidad de movilización de la estructura psíquica y la externalización 
transferencial. (Harders, 2012, p. 54) 
El trabajo que hicimos Alberto y yo tenía un encuadre bien definido: las 
sesiones tenían una duración de 45 minutos, dos veces por semana. Nos ubicábamos 
el uno frente al otro. No se inducía ningún tema; se iba trabajando alrededor de lo que 
en esa sesión emergía. Posteriormente, transcribía las sesiones, las cuales eran 
analizadas en un espacio de supervisión con un psicoanalista experto. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
33 
 
 
III.- Cuadro clínico. 
 
En el contexto de mis estudios de maestría realice mi residencia en el centro de 
atención para alumnos de un bachillerato público al sur de la Ciudad de México. En 
razón de preservar la confidencialidad omitiré más detalles al respecto. Sin embargo, 
puedo señalar que el centro donde se llevan a cabo las sesiones es parte de los 
servicios que ofrece el bachillerato a sus alumnos. Fue creado en el año 2006 con la 
intención de brindar atención psicológica individual a su población. Los alumnos 
interesados en el programa se presentan de manera voluntaria sin que exista 
obligatoriedad al respecto. 
El centro cuenta con un espacio que funciona como recepción amueblado con 
una fila de butacas y un escritorio al fondo. Tiene además cuatro cubículos pequeños, 
cada uno con un sillón, un escritorio y una silla. Los terapeutas compartimos el 
espacio y alternamos los cubículos, si bien se atiende a los mismos pacientes en los 
mismos cubículos. 
Como parte del reglamento interno del centro utilizamos bata blanca bordada 
con el logo del programa de atención. 
El primer paso para recibir atención es solicitarlo con la secretaria. Ella 
programa una cita en el área de psicopedagogía en la cual la responsable del 
departamento entrevista al futuro paciente y aplica dos pruebas: las escalas de 
depresión (Beck y Cols. 1961-1975) y de ansiedad (1988), ambasde Beck. 
Dependiendo de los resultados de las evaluaciones el paciente será atendido en el 
programa o referido a un centro de atención psiquiátrica. 
Este es el recorrido de Alberto. El mío empieza cuando la secretaria del 
programa me dice: tienes paciente a las tres y el mismo día me entrega la evaluación 
previa. En este mencionan que el motivo de consulta es: ansiedad y depresión 
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moderadas derivadas de la separación de los padres y violencia doméstica. La jueza 
encargada del proceso recomienda iniciar tratamiento psicológico. 
Surge en mi la fantasía previa al tratamiento que este será un caso complicado 
por las implicaciones legales que surjan en el mismo. Me pregunto hasta qué punto 
puede intervenir-interferir el mandato de la jueza. No sé si solicitará los expedientes, 
si demandará informes y resultados. O bien, si tendré que llenar un registro de 
asistencia con mi firma validando la presencia de Alberto. 
Otra fantasía que surge es sobre la demanda de tratamiento de Alberto. Si lo 
manda un juez no creo que él desee venir, sino que lo hace coaccionado. Me imagino 
que el trabajo consistirá en crear una demanda proveniente de él mismo. 
Alberto es un joven de 16 años, de aproximadamente 1 m 60 de estatura, 
regordete. Tiene cara redonda, pelo castaño corto, acné muy notorio en la frente y en 
las mejillas. Tiene una pequeña barba, de piocha, la barba sale más frondosa en la 
barbilla, el resto de las mejillas está casi desprovisto de pelo. Lo único que parece 
afeitarse es un poco de bigote sobre las comisuras. El proceso hormonal de la 
pubertad se hace visible pero también me parece un tanto refrenado. Cuando camina 
lo hace con los hombros caídos con un movimiento de vaivén, algo lento y torpe. Su 
imagen evoca en mí la de un bebé enorme por la distribución de su grasa corporal, no 
es particularmente panzón, pero sus nalgas y muslos son adiposos. Este patrón 
corporal me parece además femenino. Pienso en Jenruchito, un personaje cómico del 
dueto mexicano de los sesentas Los Polivoces. Es interpretado por un adulto confinado 
en un mameluco, con enormes caireles rubios. Me detengo a pensar en la imagen 
ridícula que tiene este personaje y en las atribuciones que estoy haciendo de Alberto. 
Me percibo a mí mismo maltratándolo mentalmente, es decir, las cosas que se me van 
ocurriendo bien las podría pensar un bully adolescente. Reparo en las posibles 
implicaciones que tiene el cuerpo en el caso que recién me ocupa. 
El cuerpo que yo percibo es infantil a la vez que femenino. Esto me lleva a 
recapacitar sobre la problemática relacionada con el duelo por el cuerpo infantil, así 
como la omnipotencia de la bisexualidad. Los cambios físicos que acarrean la pérdida 
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de su identidad de niño, llevan a la búsqueda de una nueva, la cual se irá 
desarrollando tanto en los planos inconsciente como consciente. Su propio cuerpo da 
cuenta de este proceso, pues refleja lo infantil que aún persiste en su psique; el duelo 
aún inconcluso por el cuerpo de niño, por los padres infantiles y por la bisexualidad. 
 Me despierta la fantasía de que estamos en un parto, yo de partero recibiendo 
a Alberto adulto dejando el cascarón, su cuerpo infantil fuertemente arraigado en el de 
su propia madre. Vienen a mi mente las palabras de Gutton (1993) en relación a que el 
adolescente necesitará irse apropiando de su metamorfosis, pues ninguna experiencia 
previa en su vida puede asemejarse a aquello que lo invade, que resulta del orden de 
lo desconocido. Mi idea es la de brindarle mi compañía durante estos cambios. 
Sesiones más tarde comentará que su serie favorita de televisión es The Big 
Bang Theory. En este show aparece un personaje de nombre Sheldon. Se trata de un 
genio, un ser superdotado, con un C.I de 187. Es soberbio y afirma que no necesita la 
aprobación de mentes inferiores, sin embargo languidece ante auditorios amplios. Es 
un inepto social, con una marcada falta de empatía e incapaz de detectar el sarcasmo. 
Es completamente casto y no tiene ningún interés en el sexo. Se trata de un personaje 
que parece tener detenidos los procesos de duelos necesarios para acceder a un lugar 
entre los adultos. Alberto admira la desenfadada omnipotencia de Sheldon, creo que 
en parte porque apunta hacia lo que bien puede estar pasando en él. Ni es un adulto ni 
tampoco un niño. Para ser adulto tendría que renunciar a la fantasía del doble sexo, 
presente en todo ser humano como consecuencia de su bisexualidad básica. 
 Cuando llego al consultorio, 15 minutos antes de empezar la sesión, él ya se 
encuentra esperando. Esta situación se repite casi invariablemente en el resto de las 
sesiones. Posteriormente reflexiono sobre el sentido de esta acción. Por un lado, me 
molesta pensar que trata de controlarme, de espiar mis actividades. Me viene la 
imagen de pasar lista ante un maestro. Al mismo tiempo, percibo el desamparo que 
siente Alberto. ¿Para qué estar antes cuando se pueden estar haciendo otras cosas? 
Quizá para asegurarse que sí voy a llegar, para conjurar el miedo de que yo no esté. El 
control omnipotente que intenta ejercer sobre mí se hace patente en su tentativa de 
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invertir los roles: él me espera a mí, yo llego a su encuentro. Solo entonces puede 
empezar la sesión. 
Lo encuentro con los audífonos en los oídos y moviendo la cabeza y sus dedos, 
como tamborileando al ritmo de lo que escucha. La música funciona como objeto 
transicional. Alberto se mece a su ritmo, en su crisis puberal aparece un autismo 
defensivo, que responde a la impotencia despertada por la continua frustración frente 
al mundo real externo. Lo anterior dificulta su salida hacia ese mundo, y se refugia en 
la ensoñación diurna. El adolescente rompe en gran parte sus conexiones con el 
mundo externo, no necesariamente porque esté enfermo, sino porque es parte de su 
proceso de desarrollo. Necesita tomar un respiro dentro de su mundo interno que 
sabe seguro y conocido. 
Me presento y lo hago pasar. Le extiendo la mano y responde al saludo con una 
mano sudada. Me mira por poco tiempo y vuelve a bajar la vista. Mientras camina se 
va quitando los audífonos y una vez en su asiento apaga su MP3. 
Le pregunto el motivo por el cual ha decidido acudir a consulta. Me dice que fue 
una jueza quien ordenó que asistiera a una terapia psicológica. 
 “¿Por qué ordenó eso la jueza?”, le pregunto. Me contesta: “Porque ella ordenó 
que toda la familia fuera a ver a un psicólogo, como mis papás se están divorciando.” 
Esta jueza es la encargada de llevar el asunto del divorcio de sus padres. 
Las primeras cinco sesiones son muy silenciosas. El silencio que se instala entre 
nosotros adquiere un matiz angustiante. Me quedo con la sensación de que la sesión 
simplemente no fluye. Alberto se queda instalado en su sillón y evade mi mirada, suele 
mirar al techo, o hacia la puerta. Me da la impresión de que sigue oyendo su MP3. Me 
descubro a mí mismo con dolor en los hombros, me despierta angustia y enojo. Tras 
largos minutos en silencio obtengo solamente respuestas muy cortas a cualquier 
pregunta que le formule. Me preocupa que la sesión se convierta en una especie de 
duelo de ping pong, en el cual yo hago mi saque y el inmediatamente lo responde sin 
que exista un espacio para la reflexión. Decido aguantar la angustia, el enojo y el 
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sueño. Me viene a la mente la reflexión de un sobreviviente de Stalingrado, para el 
cual la guerra estaba compuesta por un 90% de tedio y un 10% de terror. Quizá sea 
esto lo que él tiene que soportar cotidianamente en su casa. Esta reflexión sobre mi 
contratransferencia me brinda un poco de confianza en el trabajo que estamos 
emprendiendo. 
 Siempre llega 10 o 15 minutos antes de la sesión, mientras espera está 
escuchando música, y cuando lo llamo a pasar es como si lo despertara, me da la 
impresión que se encuentra extraído del mundo, encapsulado en sumundo interno, 
guarecido, expectante. Aparezco y me mira con sorpresa y camina lento hacia el 
consultorio. 
Retomando el contenido de la primera sesión, le preguntó las razones por las 
cuales sus papás se están divorciando. 
-Mi padre siempre ha sido muy violento, antes nos pegaba. 
-¿A quiénes les pegaba? 
-Pues a nosotros. 
-¿Quiénes son nosotros? 
-A mí me pegaba cuando era niño y mi mamá también. 
-¿Cómo era que les pegaba? 
-Ya no me acuerdo porque era muy niño. Mi mamá me cuenta que teníamos que ir con el 
vecino a escondernos. 
-¿Qué te cuenta tu mamá? 
-Pues eso, que se ponía violento y teníamos que ir con el vecino a escondernos. 
 Después escuchar este relato sobre la violencia del padre de Alberto, encuentro 
un sentido a que llegue tan anticipadamente a sus sesiones. En un primer momento 
me pareció persecutorio, intrusiva su presencia. Ahora entiendo que en cierto sentido 
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experimento lo que él siente hacia su padre, lo terrible de su presencia, las ganas de 
que no esté y al mismo tiempo la necesidad de que si esté. 
Durante la quinta sesión lleva puesta una playera del grupo Metallica. Le 
comento que el último disco, Death Magnetic, ni tampoco el anterior, St. Anger le 
habían gustado a mucha gente, que el mejor había sido, por mucho el Master of 
Puppets. Me dice que cómo puedo decir eso, que el último se trataba de un disco mal 
comprendido, porque los que lo escuchábamos lo hacíamos superficialmente, pero 
cuando se le da tiempo, el disco muestra un enorme talento de cada uno de los 
integrantes del grupo. “De seguro lo dices porque ya estás viejo”, dijo mirándome a los 
ojos con una inmensa sonrisa, pero que el nuevo bajista, Robert Trujillo, era de los 
mejores que jamás había oído. Empezó a contarme que él también toca la guitarra, que 
uno de sus grandes pasatiempos es escuchar música y sacar las canciones de los 
grupos que le gustan. Así fue que empezamos a hablar de metal y así terminamos esa 
sesión. 
 Creo que existe un acercamiento mutuo en esta sesión. No creo gratuito el 
hecho de que él haya escogido utilizar una playera de Metallica para asistir a su sesión 
conmigo. Porta sobre su torso un elemento que hace contacto con mi propia historia. 
Conozco este grupo desde que era niño, pues mis hermanos mayores lo escuchaban 
también. Se plantea entre nosotros la diferencia entre generaciones, ya sea que 
decidamos salvarla, tendamos un puente y a pesar de que estoy viejo compartir un 
espacio común, o bien alejarnos y permanecer cada uno a su lado de la orilla. Se pone 
en juego la genealogía, en particular la que corresponde al linaje paterno. Se abre el 
espacio para formular las preguntas que Alberto pueda hacerse sobre sus ancestros. 
En mi queda depositada la figura de aquel viejo, con el cual podría compartir muchas 
cosas, si éste fuera capaz de escucharlo. Tal como ocurre con el disco de Metallica, que 
a los viejos nos parece malo, pues no nos damos el tiempo para escuchar con atención, 
y así descubrir los enormes talentos y el alma puesta en esa melodía. 
La siguiente semana retomamos el tema de la música. Me cuenta que ni a su 
mamá ni a su hermana les gusta lo que escucha, por lo que siempre tiene que usar 
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audífonos. Líneas arriba mencioné que la música funcionaba como un objeto 
transicional preservando un mundo interno al cual Alberto puede recurrir. A esto se 
agrega que debe usar audífonos en su casa, pues es imposible compartir este mundo 
interno acústico con estas mujeres. 
Toca la guitarra por la tarde, cuando su mamá no está en la casa. Al único que 
parece gustarle y a veces hasta le hace preguntas es su hermano menor, Pedro. Le 
enoja mucho que su mamá le haga más caso a su hermana, y que siempre que hay una 
pelea le diga “tu hermana es la menor, tú eres mayor y tienes que tenerle paciencia”. Su 
hermana suele meterse en su cuarto y tomar cosas sin pedirlas prestadas. Toma su 
Discman y no lo devuelve, hasta que él tiene que buscarlo en el cuarto de su hermana y 
ella lo acusa con su mamá por haber entrado sin permiso, y es él quien recibe el 
regaño. Este relato me despierta enojo, me molesta escuchar la pasividad de Alberto, 
que tiene que pedirle a su madre que interceda en una disputa con su hermana seis 
años menor. En el fondo pide su madre que proteja su intimidad, el espacio que 
necesita. Pareciera que él no puede hacerlo por sí mismo, sin embargo me parece que 
con esta actitud le reclama a su madre el pago de una deuda pendiente, su lugar en 
tanto hijo varón. 
Al comienzo de la siguiente sesión me dice que su madre le pidió que me 
solicitara un documento en el cual yo certifique el daño psicológico que le ha causado 
su padre, para poderlo utilizar en el juicio de divorcio. La petición me sorprende 
mucho, le pido que me cuente que opina él al respecto. Me dice que cuando él era un 
niño recibía malos tratos de su papá. Narra una escena en la cual su papá rompe con el 
puño una ventana, recoge uno de los trozos de vidrio y amenaza a su madre con éste. 
Su mamá le pidió que fuera con su hermana a tocarle al vecino, pero ya no recuerda 
qué pasó después. Él tenía entonces seis años y su hermana era un bebé de un año. Le 
pregunto si su padre le pegaba, me dice que sí. Pregunto cómo eran estos golpes, me 
dice que recuerda dos ocasiones. Una vez, cuando ambos dormían en la misma cama, 
se hizo pipí, por lo que su papá, muy molesto, tuvo que cambiar las sábanas. Alberto 
estaba encima y rodó hacia la pared. En otra ocasión, después de una pelea con su 
mamá su papá salió de la habitación y lo hizo a un lado, nuevamente contra la pared 
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mientras salía. Me dice que son escenas que no recuerda muy bien, pero que no hace 
falta que se acuerde pues su mamá siempre las trae a cuento. Suele decirle a su hijo “te 
acuerdas cuando tu papá te pegó contra la pared, si recuerdas, verdad.” 
Pregunto por las razones por las cuales él estaba durmiendo entonces con su 
padre. Me dice que después de que nació su hermana, su madre se cambió al que era el 
antiguo cuarto de Alberto junto con la bebé. Él fue colocado en la alcoba matrimonial. 
Hacia el final de la sesión le devuelvo que pareciera que su mamá se quiere 
meter entre nosotros. Me mira y me dice: “Pues es lo que siempre hace, decirnos que 
hacer, que decir en el juicio, yo la verdad ya ni me quisiera meter, pero se va a enojar 
conmigo”. Le digo “hasta a mí me dice que hacer”. Ambos reímos signando nuestra 
alianza. 
Pienso en la importancia del nacimiento de su hermana en la configuración de 
su teatro familiar. Es consabido que el nacimiento de un hermano menor trae consigo 
una herida narcisista. El de esta hermana es particularmente doloroso pues sus 
padres exacerban la sensación de exclusión que traerá Alberto marcada en su 
persona. Su cuarto, espacio de intimidad estaba investido con repisas llenas de 
juguetes de su infancia. Recuerda una lámpara de Picachú que encendía al momento 
de dormir: esta se queda en el antiguo cuarto. Durante seis años fue un hijo único que 
ahora cede su corona al menor. La rivalidad con la nueva hermana prevalece aún 
ahora como recién me contó. Sin embargo queda ahogada, no defiende su espacio y 
cede ante el reto que le lanza su par generacional. Se queja, con cierta molestia, pero 
sin acometividad. Se queda en eso, en un lamento por el paraíso perdido. Cuando 
muestra su pasividad surge enojo en mí. Me da la impresión de que esto se debe a que 
el enojo está presente en Alberto, sin que pueda ejercerse sin temor a sus 
consecuencias. Teme a su propia agresión, pues fue silenciada violentamente. Los 
golpes del padre tuvieron un efecto sin duda, pero no podemos olvidarnos de la 
violencia ejercida por la madre, que se cuela por cualquier resquicio buscando el 
control. Incluido el espacio terapéutico del cual solicita una valoración con el 
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resultado previamente establecido. Del mismo modo en que devalúa

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