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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE PSICOLOGÍA PSICOLOGÍA SOCIAL “VIVENCIA DE VIOLENCIA EN LAS RELACIONES ÍNTIMAS DE ESTUDIANTES MUJERES EN DOS LICENCIATURAS DE LA UNAM” T E S I S QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE: LICENCIADA EN PSICOLOGIA PRESENTA: CLAUDIA IVONNE GUERRERO SALINAS DIRECTORA: LIC. PATRICIA PIÑONES VÁZQUEZ CIUDAD UNIVERSITARIA, AGOSTO 2010 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Agradecimientos Al Programa Universitario de Estudios de Género, mi segunda escuela. A mis compañeros/as. A la Mtra. Patricia Piñones Vázquez por su dirección en este y muchos otros proyectos. Al seminario de tesis para proyectos de investigación sobre género en América Latina y a la Dra. Hortensia Moreno Esparza. A Enrique Guerrero Pérez, Alicia Salinas Rangel, Enrique Guerrero Salinas y Omar Guerrero Salinas, por todo. Índice Introducción…………………………………………………………………...........5 Justificación…………………………………………………………………………6 Capítulo I. Violencia y sus componentes……………………………….. …..12 1.1 Violencia y agresión……………………………………………………...13 1.2 Violencia y poder……………………………………………………. …..15 1.3 Espacios y esferas del ejercicio de la violencia…………………. …..17 1.4 Constitutivos de la violencia…………………………………………….19 1.5 Procesos psicosociales de facilitación de la violencia……………….21 1.6 Componentes de la violencia en casos particulares: Ernestina Asención Rosales………………………………………….23 Capítulo II. Violencia y cuerpo de mujer………………………………………26 2.1 Género……………………………………………………………………. 26 2.2 Masculinidad……………………………………………………………... 31 2.3 Violación……………………………………………………………..........33 2.4 Feminicidio………………………………………………………………...35 Capítulo III. Violencia en las relaciones de pareja…………………………..39 3.1 Violencia y género en las relaciones de pareja ………………………...39 3.2 Visualizar el ejercicio de violencia de pareja …………………………..44 3.3 Cohabitación y violencia en la pajera…………………………………. 48 3.4 Legitimidad social de la violencia en la pareja…………………………49 3.5 Violencia simbólica………………………………………………… ……. 52 Capítulo IV. Método.………………………………………..……….……………56 4.1 Tipo de estudio …………………………………………………………….56 4.2 Población……………………………………………………………………56 4.3 Preguntas de investigación………………………………………………..56 4.4 Procedimiento……………………………………………………………….57 4.5 Instrumento…………………………………………………………………..58 Capítulo V. Resultados…………………………………………………………….60 5.1 Violencia en las relaciones de pareja……………………………………..63 5.2 Tipo de relación y violencia………………………………………………...71 5.3 Duración de la relación y violencia.……………………………………….73 5.4 Diferencia de edad y violencia en la pareja………………………………75 5.5 Formas de enfrentar la violencia…………………………………………..77 5.6 Redes sociales de apoyo………………………………………………......78 Capítulo VI. Discusión y conclusión…………………………………………..80 Capítulo VII. Limitaciones y aportaciones………….………………………..86 Bibliografía…………………………………………………………………………91 Anexos………………………………………………………………………………96 Introducción A pesar de que hombres y mujeres viven violencia en diversos espacios, la violencia que es ejercida hacia las mujeres es un problema que surge de una desigualdad social construida desde el género. En esta tesis se construye un marco teórico que proporciona algunos conceptos para la definición y comprensión de la violencia hacia las mujeres. En el primer capítulo se hace una definición de la violencia, cómo se estructura, por qué se ejerce, así como de los elementos que la promueven. En el segundo capítulo se incorpora el concepto de género para entender fenómenos como la violación y el feminicidio, visualizando cómo se escribe en el cuerpo de las mujeres un mensaje y una forma de control. En el tercer capítulo, se utilizan los conceptos de violencia y el discurso o perspectiva de género para entender la problemática de la violencia en las relaciones de pareja, en particular la que se ejerce hacia las jóvenes. Esta investigación retomó la violencia que se ejerce dentro de la pareja, ya que las encuestas indican su gran incidencia dentro de la vida de las mujeres y se retomó la experiencia de las estudiantes universitarias pues no se encontraron estudios enfocados a mujeres jóvenes y con preparación académica. En esta investigación se realizó un estudio exploratorio de la violencia que viven las estudiantes de dos licenciaturas de la UNAM, se plantearon como objetivos: Explorar la presencia de violencia en las relaciones de pareja. Se tomaron en cuenta la relación que las participantes sostenían en el momento de la aplicación y alguna relación anterior que las participantes recordaron como violenta. Indagar qué tipo de violencia se presenta con más frecuencia. Visualizar si hay algún tipo de relación (unión libre, esposos, novios, amigovios, free) en donde se viva más violencia. Explorar si hay una relación entre el tiempo de la relación y la violencia que viven las estudiantes de licenciatura. Entre los hallazgos más relevantes se destaca que las mujeres enfrentan violencia por la pareja desde los 12 años, se presenta con mayor frecuencia aquellos actos que buscan producir daño en la esfera emocional y vulnerar la integridad psíquica de la persona afectada, a través de burlas, degradación, humillaciones, es decir la violencia psicológica. Aunque las jóvenes también viven otros tipos de violencia como la económica, sexual y física. Las relaciones en las que se reportó más violencia fueron las relaciones de unión libre y los matrimonios. Una explicación para esta incidencia es que en estas relaciones la cohabitación conlleva más área de convivencia y más oportunidad para que se ejerza la violencia. Se destaca la importancia de diseñar programas de prevención de la violencia a través de la sensibilización en género y en violencia, dirigido a la población estudiantil, en particular a estudiantes de media superior. Introducción A pesar de que hombres y mujeres viven violencia en diversos espacios, la violencia que es ejercida hacia las mujeres es un problema que surge de una desigualdad social construida desde el género. En esta tesis se construye un marco teórico que proporciona algunos conceptos para la definición y comprensión de la violencia hacia las mujeres. En el primer capítulo se hace una definición de la violencia, cómo se estructura, por qué se ejerce, así como de los elementos que la promueven. En el segundo capítulo se incorpora el concepto de género para entender fenómenos como la violación y el feminicidio, visualizando cómo se escribe en el cuerpo de las mujeres un mensaje y una forma de control. En el tercer capítulo, se utilizan los conceptos de violencia y el discurso o perspectiva de género para entender la problemática de la violencia en las relaciones de pareja, en particular la que se ejerce hacia las jóvenes. Esta investigación retomó la violencia que se ejerce dentro de la pareja, ya que las encuestas indican su gran incidencia dentro de la vidade las mujeres y se retomó la experiencia de las estudiantes universitarias pues no se encontraron estudios enfocados a mujeres jóvenes y con preparación académica. En esta investigación se realizó un estudio exploratorio de la violencia que viven las estudiantes de dos licenciaturas de la UNAM, se plantearon como objetivos: Explorar la presencia de violencia en las relaciones de pareja. Se tomaron en cuenta la relación que las participantes sostenían en el momento de la aplicación y alguna relación anterior que las participantes recordaron como violenta. Indagar qué tipo de violencia se presenta con más frecuencia. Visualizar si hay algún tipo de relación (unión libre, esposos, novios, amigovios, free) en donde se viva más violencia. Explorar si hay una relación entre el tiempo de la relación y la violencia que viven las estudiantes de licenciatura. Entre los hallazgos más relevantes se destaca que las mujeres enfrentan violencia por la pareja desde los 12 años, se presenta con mayor frecuencia aquellos actos que buscan producir daño en la esfera emocional y vulnerar la integridad psíquica de la persona afectada, a través de burlas, degradación, humillaciones, es decir la violencia psicológica. Aunque las jóvenes también viven otros tipos de violencia como la económica, sexual y física. Las relaciones en las que se reportó más violencia fueron las relaciones de unión libre y los matrimonios. Una explicación para esta incidencia es que en estas relaciones la cohabitación conlleva más área de convivencia y más oportunidad para que se ejerza la violencia. Se destaca la importancia de diseñar programas de prevención de la violencia a través de la sensibilización en género y en violencia, dirigido a la población estudiantil, en particular a estudiantes de media superior. Objetivos: 1. Explorar la vivencia de la violencia psicológica, económica, sexual y física en una muestra de estudiantes mujeres de dos licenciaturas de la UNAM. 2. Indagar qué tipo de violencia se presenta con más frecuencia en la muestra estudiada. 3. Hacer visible la relación que existe entre el tipo de vínculo -formal o casual- que sostienen las estudiantes con la vivencia de violencia. Explorar la relación entre el tiempo de la relación de pareja y el porcentaje de violencia que vive la estudiante. Justificación La violencia es un problema muy grave en nuestra sociedad. Sabemos que se ejerce y afecta de manera distinta a hombres y mujeres. En 1998 se llevó a cabo un estudio transversal en cuatro hospitales públicos del Estado de México y del Distrito Federal con personas que demandaron atención médica en los servicios de urgencias debido a lesiones intencionales. Se encontró que del total de casos: 24% correspondieron a mujeres y 76% a hombres, dentro de estos casos se presentaron diferencias considerables en la distribución por sexo: 16.4% de los casos correspondieron a lesiones por violencia familiar donde las mujeres eran afectadas en 76%, para otros tipos de violencia (riñas, peleas o accidentes) la mayoría correspondió a los hombres. Las mujeres entonces tienen una probabilidad 8.60 veces mayor de presentar lesiones como consecuencia de violencia familiar que los hombres, siendo varones los principales victimarios. El grupo de edad más afectado fue el de mujeres de 15 a 29 años. En cuanto a la escolaridad, no hubo diferencias significativas (Hijar- Medina y Flores, 2003). De acuerdo con el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud, de la Organización Mundial de la Salud, a partir de 48 encuestas realizadas en diversos países se encontró que entre 10% y el 69% de las mujeres encuestadas dijeron haber sufrido algún tipo de violencia física inflingida por su pareja en algún momento de sus vidas (OMS, 2003); es probable que la fluctuación (de 10% a 69%) se deba a los conceptos de violencia que maneja cada encuesta, la diversidad de los escenarios y las particularidades de cada población. El tema de violencia en las relaciones de pareja, se ha convertido en un tema prioritario tanto en el ámbito internacional como en nuestro país. El movimiento feminista junto con la participación de otros profesionistas (psicólogos, médicos, trabajadores sociales, etc.) han permitido visualizar formas de violencia que antes se daban como naturales o como una prerrogativa masculina socialmente aceptada (Torres, 2001). Por otro lado, se han llevado a cabo acciones políticas como la firma de varios tratados internacionales como la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) de 1979, Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belem Do Para) de 1994, así como aprobación de la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida libre de Violencia del 2007. A pesar de que en el ámbito de la investigación se ha procurado una definición de violencia integral que visualice la realidad de la vivencia de violencia contra las mujeres en espacios públicos y privados –sobre todo dentro del hogar y ejercida por sus cónyuges o por hombres con quienes sostienen una relación afectiva-, aún existen estudios que reducen la violencia a su definición física olvidando las representaciones psicológicas, económicas o sexuales que intervienen, o que retoman variables como la raza o el nivel socioeconómico (Cunradi et al, 2002) como un factor determinante sin ningún antecedente teórico que lo justifique. Por otra parte, existen estudios que equiparan la violencia que ejercen hombres y mujeres (Martin, citado en Wekerle 1999), es decir, no consideran que existan diferencias de género en la dinámica de la violencia en la pareja, y han omitido completamente la intencionalidad de una persona al ejercer actos supuestamente violentos. En México, el Instituto Nacional de Salud Pública llevó a cabo un diagnóstico de este problema con La Encuesta Nacional de Violencia contra la Mujer, que se realizó en el 2003 con cobertura de las 32 entidades de la Republica Mexicana. Este instrumento tomó como población a las mujeres mayores de 15 años que acudían a servicios de salud en instituciones del sector público. Se obtuvo una edad promedio de 35.8 años. La mayoría de las mujeres eran casadas (56%) o vivían en unión libre (18%). En cuanto al nivel educativo se encontró que en promedio estas mujeres contaban con 7.4 años de educación formal presentándose un 25.8% menos de 6 años, 27.3% de siete a nueve años, el 18.6% de 10 a 12 años de instrucción formal, sólo 5.3% contaban con una educación mayor de 12 años. En cuanto al trabajo que realizaban las mujeres encuestadas se encontró que el 44.7% de las mujeres trabajaban en el hogar, 33.7% llevaban actividades fuera de la casa y sólo el 2.2% eran estudiantes. Dentro de los hallazgos de esta encuesta se encontró que 34.5% de las mujeres manifestaron haber vivido algún tipo de violencia por parte de su pareja en algún momento de su vida, mientras que 21.5% de las mujeres reportó vivir violencia en su relación actual. Se llevó a cabo una distinción pertinente entre violencia psicológica, física, sexual y económica, encontrando, para cada uno de los tipos de violencia en la pareja actual, las siguientes prevalencias: de violencia psicológica 19.6%, física 9.8%, sexual 7% y económica 5.1% (Instituto Nacional de Salud, 2003). Por su parte el INEGI (2003), en la Encuesta Nacional Sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares sostiene que 44% de las mujeres encuestadas han tenido al menos un incidente de violencia en los últimos 12 meses, de este porcentaje, la mitad vive dos tipos de violencia, uno de los cuales es violencia psicológica. Se encontró que de esta muestra, 35.4% de las mujeres sufrían violencia emocional, 9.3% vivía violencia física, 7.8% violenciasexual y 27.3% violencia económica. En este estudio se ve una relación inversa entre la edad de las mujeres y el riesgo de sufrir violencia física, económica y emocional: los grupos de menor edad tienen mayor probabilidad de vivir violencia. Para la violencia física existe un riesgo mayor en aquellas de 15 a 19 años, seguidas por las de 20 a 24 años, de 30 a 34 y de 35 a 40. En términos de magnitud encontramos que las mujeres de 15 a 19 años tienen un riesgo 6.2 veces mayor de sufrir violencia física, las de 75 años o más un riesgo 3.7 veces superior de vivir violencia emocional que las mujeres de mayor edad. Para la violencia sexual, es más frecuente encontrarla en mujeres de 40 a 44 años, descendiendo después de los 59 años de edad. Los datos antes mencionados indican que existe un porcentaje importante de violencia en la pareja joven, a pesar de que ésta no era la población a la que estaba dirigida la encuesta. Respecto del tipo de unión de las mujeres, mientras más formal es el vínculo de pareja que tienen las entrevistadas, es menor el nivel de violencia, por lo que las mujeres que viven en unión libre son quienes presentan mayores niveles de violencia, mientras que las mujeres casadas por el civil y por la iglesia reflejan menores niveles de violencia. Por otra parte, el tiempo de la relación y la edad a la que se inició resultaron factores importantes: aquellas mujeres que iniciaron su relación de pareja muy jóvenes (antes de los 20 años) son las que presentan las prevalencias más altas en los cuatro tipos de violencia (Castro, 2003). Se ha observado que la violencia se presenta desde las relaciones de noviazgo durante la preparatoria y la universidad; en el bachillerato se presenta violencia física y coerción sexual en un rango de 10 a 25%, aumentando de 20 a 30% en la población universitaria; no es sorprendente saber que estos índices aumentarían al considerar amenazas verbales y abuso emocional (Wekerle y Wolf, 1999). En investigaciones nacionales encontramos la Encuesta sobre la dinámica de las relaciones en el noviazgo entre las estudiantes de bachillerato y preparatoria de una escuela privada en donde se reporta que 31 % de las estudiantes entrevistadas han sufrido algún tipo de violencia en su relación de noviazgo: casi 13% de la población reporta vivir únicamente violencia psicológica; le sigue, en orden de magnitud, aquellos que viven violencia psicológicas y física: 9 %; en tercer lugar, las que manifestaron vivir únicamente violencia física (4.6%); seguida de las que reportaron sufrir simultáneamente violencia psicológica, física y sexual: 1%(Castro, 2006). Los datos demuestran que las mujeres jóvenes en un tipo de unión menos formal y con educación son quienes sufren violencia de su pareja de manera más frecuente. A pesar de que en nuestro país se han realizado investigaciones sobre esta problemática, es necesario seguir investigando con herramientas más sensibles y consistentes. Castro (2003) señala que la inclusión de estos grupos particulares es de suma importancia para la investigación. El impacto de la violencia sobre la salud de las mujeres ha sido ampliamente documentado. Los efectos sobre la salud incluyen: lesiones; problemas crónicos como colon irritable; cefaleas; embarazos no deseados; abortos; depresión; ansiedad; síndrome de estrés postraumático; transmisión de infecciones sexuales incluyendo el VIH/SIDA. Sus efectos pueden durar años y provocar discapacidades físicas o mentales que pueden llegar a ser permanentes. La violencia es un problema de salud pública. Para las mujeres, la violencia de pareja tiene importancia tanto en razón de su frecuencia como de la carga de enfermedad que provoca (ENVIM, 2003). La investigación que aquí se presenta tiene como finalidad indagar si se presenta violencia en las relaciones de pareja de una muestra de mujeres estudiantes de dos licenciaturas de la UNAM en ciudad universitaria. Capítulo I. Violencia y sus componentes Este capítulo tiene como objetivo proponer algunas ideas y argumentos generales para plantear el tema de la violencia, tomando en cuenta que para analizarla se requiere reconocer los espacios en los que se desarrolla, quienes la ejercen, quienes la viven, así como visualizar las estructuras sociales que la sustentan. La presente investigación visualiza la violencia hacia las mujeres como un problema particular que requiere explicaciones específicas, se apoya en un discurso de género o perspectiva de género como una herramienta fundamental de análisis que visualiza aquellas expresiones – independientemente de su origen, forma o adscripción textual- donde se narra y se explica el sentido y los contenidos de la diferencia sexual (Moreno, 2008), visualizando cómo a partir de la construcciones sociales y culturales, las diferencias sexuales en el cuerpo generan desigualdades entre hombres y mujeres. Este discurso se incorpora de manera transversal en este trabajo. El punto de partida para analizar el fenómeno de la violencia debe situarse en el reconocimiento de su complejidad. No sólo hay múltiples formas de violencia, cualitativamente diferentes, sino que los mismos hechos tienen diversos niveles de significación y diversos efectos históricos (Martín-Baro, 1983). Al hablar de violencia, una de las primeras discusiones por analizar es si la violencia es una acción innata, natural, que realiza el ser humano o si es resultado de un proceso de socialización de un sujeto inmerso en una cultura. Para Figueroa (2006) la violencia es un fenómeno que siempre ha acompañado al género humano, por lo que es fácil la tentación de asociarlo a la condición humana. Sin embargo, para este autor lo que se ha llamado esencia humana radica en lo histórico social. La violencia, contrariamente a lo que se piensa, es un fenómeno estrictamente humano y requiere de racionalidad. 1.1 Violencia y agresión Otro punto a aclarar es la confusión sobre la terminología, para Martín-Baro (1983) resulta pertinente hacer una distinción entre violencia y agresión. Para él, la agresión es el acto de acometer a alguien para matarlo, herirlo o hacerle cualquier daño, mientras que la violencia es el acto que se realiza fuera de un estado natural, situación o modo, que obra con ímpetu y fuerza, que se ejecuta contra el modo regular o fuera de razón y justicia. De estas definiciones se puede deducir que el concepto de violencia es más amplio que el de la agresión y que, en teoría, todo acto al que se aplique una dosis de fuerza excesiva puede ser considerado como violento (Martin-Baró, 1983). Un buen número de psicólogos aceptan el carácter negativo de la violencia, pero eximen de él a la agresión. La razón de ello estriba en una consideración darwiniana, según la cual la agresividad sería la capacidad de ejercer una fuerza destructiva, necesaria para la conservación de la especie (Martin-Baró, 1983), permite a las personas vencer dificultades, abrirse camino en la vida y reproducirse sobre la tierra. Es más, la agresividad de autodefensa y de subsistencia ha jugado un rol esencial en la evolución humana (Corsi, 2003). Corsi (2003) considera que el ser humano es agresivo por naturaleza, pero es pacífico o violento según su propia historia individual y la cultura a la que pertenece. De este modo, la agresividad es una potencialidad de todos los seres vivos, mientras que la violencia es un producto humano. El potencial de agresividad innato es moldeado cuidadosamente por cada cultura, mediante la poda de numerosas conductas agresivas potenciales y la canalización exitosa de aquellas permitidas. Este proceso recibe el nombre de socialización y su logro es la adaptación social. La cultura, por tanto, juega un papel esencial en la trasformación de los potenciales agresivos en eseproducto final llamado violencia, que siempre resulta de la interacción entre la naturaleza y la cultura. En ese sentido, se puede definir a la violencia como una modalidad cultural, conformada por conductas destinadas a obtener el control y la dominación sobre otras personas. La violencia opera mediante el uso de mecanismos que ocasionan daño o prejuicio físico o psicológico o de cualquier otra índole. Galtung (1969) considera que hacer una definición de violencia es una tarea inevitable, y las sugerencias difícilmente serán satisfactorias. Sin embargo, para él no es tan importante llegar a la definición o a la tipología. Es más importante indicar teóricamente las dimensiones significativas de la violencia que puedan dirigir a la discusión, investigación y acciones para prevenir y erradicar este problema. Este autor sostiene que si se considera la violencia como una incapacidad somática o privación de la salud (con la muerte como una expresión extrema de violencia) a manos de un actor que tiene esa intención, entonces la definición de paz –como negación de violencia- es muy estrecha y limitante. Para este autor es necesaria una definición lógica de extensión y no sólo una lista de indeseables. Propone que se defina violencia como la causa de la diferencia entre lo potencial y lo actual, cuando los seres humanos están influenciados de tal forma que sus realizaciones actuales están por debajo de las realizaciones potenciales, entre lo que podría ser y lo que es. Violencia es lo que aumenta la distancia entre lo potencial y lo actual, y lo que impide la disminución de esa distancia. Por ejemplo, si una persona muere de tuberculosis en el siglo XIX, difícilmente puede ser considerado violencia, ya que pudo ser inevitable (no se contaban con los recursos médicos para contrarrestar esta enfermedad), sin embargo si muere en la actualidad, a pesar de los recursos médicos en el mundo, entonces esto se considera violencia según la definición (Galtung, 1969). Para el autor la distribución inequitativa de los recursos: servicios médicos, educación, es un ejercicio de violencia. En 1990, Galtung especifica las necesidades que deben satisfacerse en el estado potencial de los seres humanos, por lo que la violencia se refiere a una negligencia de las necesidades humanas básicas: necesidades de sobrevivencia, necesidades de bienestar, necesidades de identidad o significado, necesidad de libertad. Al hablar de violencia, se observa la necesidad de definir, a su vez paz para Frisas (2006) la paz incluye la satisfacción de estas necesidades básicas e incluye la autonomía, solidaridad, integración y equidad. La violencia se refiere entonces a un incumplimiento de las necesidades humanas dificultando el desarrollo personal, se refiere a la diferencia entre lo que puede ser y lo que es, implica también el control y el dominio sobre otros, es una acción o negligencia que va contra el bienestar, la justicia y la razón. Como veremos más adelante hombres y mujeres enfrentan diferentes tipos de violencia en diferentes espacios, por lo que resulta necesario analizar la violencia desde la perspectiva de género, visualizar el impacto en la vida de hombres y de mujeres, y así generar investigaciones y modelos de intervención adecuados para hombres y mujeres. 1.2 Violencia y poder Foucault (1976) define el poder como la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio que se ejercen y que son constitutivas de su organización; el juego que -por medio de luchas y enfrentamientos incesantes- las trasforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza se encuentran las unas en las otras, de modo que forman una cadena o sistema. La dinámica del poder también puede encontrarse con las contradicciones que aíslan unas fuerzas de otras. Para Foucault el poder está en todas partes y se produce a cada instante: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada. Entonces, el poder se ejerce a partir de innumerables puntos y en el juego de las relaciones no igualitarias. Las relaciones de poder no pueden verse ajenas a otros factores como los procesos económicos y de conocimientos. Sin embargo, las relaciones de poder se tornan efectivas cuando toman forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales. Así la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación serían formas terminales del poder. Para Millett (1969), la política es el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo: la estabilidad de algunos de estos grupos y la continua opresión a que se hallan sometidos se debe a que carecen de representación en cuanto número de estructuras políticas reconocidas. Para ella es imprescindible concebir una teoría política que estudie las relaciones de poder en un terreno menos convencional a los que estamos habituados, analizar tales relaciones en función del contacto y de la interacción que surge entre los miembros determinados de grupos coherentes y claramente delimitados: las razas, las clases, las castas y, en particular, el sexo. La violencia es un acto de poder -aunque no todo acto de poder es violento-, es una acción que implica el uso de la fuerza física o la amenaza de ella, para imponer la voluntad de quien ejerce dicha fuerza física o su amenaza, sobre aquel que es un objeto de dicha acción. La violencia es, en este marco, un acto de dominación en una relación social; un acto de poder extremo entre dos sujetos –sean individuales o colectivos-; es algo aplicable no solamente a las acciones violentas racionalmente planificadas, con objetivos precisos, sino también aquellos actos que son impulsados por sentimientos espontáneos de ira individual o colectiva. Podemos ver en los actos de poder, pretensiones de imponer la voluntad propia a la ajena (Figueroa, 2003). Martín-Baró (1983), quien examina la situación en El Salvador en la década de los ochentas, plantea que las víctimas son siempre las más débiles: la mujer o el niño al interior de la familia, el obrero o el trabajador al interior de las empresas. Figueroa (2003), reflexionando en este sentido, considera que las relaciones sociales de dominación, opresión y explotación en función de la clase, etnia, género, nacionalidad, religión, territorio, etc., crean un espacio social para la violencia. La violencia política, delicuencial o doméstica, en términos generales no son un fin en sí mismo para quien o quienes la ejercen, sino un medio para obtener lo que se desea: un viejo o un nuevo orden político o social, o el mantener en el hogar una subordinación que resulta satisfactoria para quien ejerce el acto de violencia. A partir de esta definición visualizamos cómo el género es una construcción que está permeada por el poder y que la violencia sobre las mujeres cumple una función: mantener su control y asignarlas a espacios privados. 1.3 Espacios y esferas del ejercicio de la violencia Según Martín Baró (1983), la violencia presenta múltiples formas y entre ellas pueden darse diferencias muy importantes. Una es la violencia estructural exigida por todo ordenamiento social y otra muy distinta es la violencia interpersonal que puede materializar la estructural o expresar un carácter más autónomo. Por su parte Johan Galtung (1969) propone un modelo que integra tres variables que ayudan a visualizar los diferentes tipos de violencia que se viven en una sociedad. De acuerdo con esta propuesta la violencia directa es la que se ejerce con una clara relación ente sujeto y objeto, es visible como una acción. La violencia estructural no tiene una relación evidenteentre sujeto y objeto, se origina en las instituciones, en la asignación de jerarquías en función de la clase social, la raza, el sexo, la discapacidad y la preferencia sexual: si un hombre golpea a su mujer es un caso de violencia personal, pero cuando un millón de hombres golpean a sus mujeres, se refiere a una violencia estructural (Torres, 2001). Por violencia cultural se refiere a esos aspectos de la cultura, la esfera simbólica de nuestra existencia –ejemplificado por la religión, ideología, lenguaje, arte y ciencia- que puede ser utilizada para justificar o legitimar la violencia directa o la estructural (Galtung, 1990). Estos símbolos, valores y creencias, arraigadas en el imaginario social y en las mentalidades, parecen extender un manto de inevitabilidad sobre las relaciones de desigualdad existentes en la sociedad (Torres, 2001). Violencia cultural Violencia estructural Violencia directa Figura 1. Esquema de violencia según Galtung Galtung (1990) visualiza cada violencia en el vértice de un triangulo, la violencia directa es un evento, la violencia estructural es un proceso y la violencia cultural es una constante. Cuando el triangulo se sostiene en la violencia directa o estructural, la violencia cultural puede ser la que legitima a las dos, de la misma forma se ejemplifica que la violencia estructural y cultural sostiene la violencia directa. La violencia puede empezar desde cualquier vértice, y se transmite rápidamente a los otros dos. Con la violencia estructurada institucionalizada y la violencia cultural internalizada, la violencia directa tiende a ser institucionalizada, repetitiva, convertida en ritual (Galtung, 1990). Es importante mencionar que para la construcción de la paz se deben retomar estas tres vertientes y se propone entonces la paz directa, la cultural y la estructural (Frisas, 2006) 1.4 Constitutivos de la violencia. De esta manera observamos que en el ejercicio de la violencia se involucra un ejercicio de poder que logrará someter a aquel sujeto –individual o colectivo-. Queda por resolver cuáles son los factores que están presentes en una sociedad para que se presenten actos violentos, cuáles son las estrategias que se emplean para el ejercicio de la violencia. Para Martín-Baro(1983), en todo acto de violencia cabe distinguir cuatro factores constitutivos: la esfera formal del acto, la ecuación personal, el contexto posibilitador y el fondo ideológico. La estructura formal del acto se trata de la conducta como forma extrínseca, pero también de la formalidad del acto como totalidad de sentido. Todo acto violento tiene una configuración caracterizada por la aplicación de un exceso de fuerza o poder sobre una persona o grupo de personas, sobre una organización o un proceso. Al intentar definir el carácter del acto en cuestión, una diferencia fundamental estriba en distinguir entre los actos de violencia instrumental y los actos de violencia terminal. Un acto de violencia instrumental es aquél realizado como medio para lograr un objetivo diferente, mientas que el acto de violencia final es aquel realizado por sí mismo, el hecho buscado como fin. El segundo aspecto del acto de violencia es la llamada ecuación personal, es decir aquellos elementos del acto que sólo son explicables por el particular carácter de la persona que lo realiza: los factores personales pueden determinar el carácter del acto violento o la agresión. El tercer factor constitutivo de la violencia es el contexto posibilitador. Para que se realice un acto de violencia o de agresión debe darse una situación mediata o inmediata, en la que tenga cabida este acto. Es necesario distinguir entre dos tipos de contextos: un contexto social que estimule o al menos permita la violencia. Con ello nos referimos a un marco de valores y normas formales o informales y otro contexto donde se acepte la violencia como un comportamiento posible e incluso la requiera. El cuarto constitutivo de la violencia es su fondo ideológico. La violencia remite a una realidad social configurada por unos intereses de clase, de donde surgen valores y racionalizaciones que determinan su justificación. Es indudable que la violencia tiene su propia racionalidad, en el sentido de que la aplicación de la fuerza produce determinados resultados. La racionalidad de la violencia tiene que ser históricamente referida a la realidad social en la que se produce y a la que afecta, pues es a la luz de ésta donde los resultados logrados muestran su sentido: matar a otra persona deja de ser delito para convertirse en necesidad social tan pronto como esa persona es definida como enemigo de la patria y su asesinato es amparado por la autoridad. La violencia es construida socialmente, en el sentido de que cada orden social establece las condiciones en que se puede producir la violencia de forma justificada. Este proceso de construcción social depende de cuatro factores y circunstancias que no residen en el acto mismo de violencia: el agente de la acción: tiene que ser considerado como un agente legítimo para realizar ese acto violento, lo que significa que el poder establecido le haya dado el derecho de ejercer esa fuerza. la víctima: cuanto más bajo el status social de una persona o grupo, más fácilmente se acepta la violencia contra ellos. la situación en que se produce el acto de violencia: un acto de violencia con el que una persona se defiende contra una agresión, resulta en principio más justificable que un acto de violencia buscado por sí mismo como expresión pasional o instrumento de otros objetivos. el daño producido a la víctima: cuanto mayor sea el daño a la víctima, más justificado tiene que aparecer el acto de violencia. El análisis de estos cuatro elementos que definen qué actos de violencia serán justificados o legitimados no depende tanto de su racionalidad en abstracto, sino de que determinado acto de violencia contribuya a mantener los intereses del poder establecido. 1.5 Procesos psicosociales de facilitación de la violencia Para Corsi (2003) las principales dificultades para reconocer y corregir las consecuencias de la violencia son resultado de un conjunto de operaciones psicológicas cuyo fin es minimizar, negar, ocultar y justificar los actos de violencia para que éstos puedan seguir siendo realizados y admitidos. Para este autor, las operaciones y procesos de minimización y ocultamiento hacen más difícil reconocer las violencias sociales y sus causas, afectan a amplios sectores, así como a la sociedad entera. Los cuatro procesos básicos de desconocimiento de la violencia son: invisibilización, naturalización, insensibilización y encubrimiento. Proceso de invisibilización. Para que un fenómeno resulte visible es necesario que cumpla dos condiciones fundamentales: que el objeto tenga inscripciones que lo hagan perceptible y que el observador disponga de las herramientas o instrumentos necesarios para percibirlo. Nuestra capacidad de percibir la violencia se apoya básicamente en las construcciones culturales que organizan nuestro modo de registrar y otorgar significados a la realidad. Proceso de insensibilización. Cuando las acciones violentas predominan, se genera un efecto de acostumbramiento social en donde se requiere una visibilidad de violencia más directa y tangible para causar efecto, este proceso da lugar a que sólo actos más escalofriantes logren conmover la opinión pública. Proceso de naturalización. Se trata de un conjunto de operaciones permisivas que llevan a aceptar los comportamientos violentos como algo natural, legítimo y pertinente en la vida cotidiana. El uso de la fuerza como forma legítima de ejercicio de poder es naturalizado hasta tal punto de no ser considerado violento. Corsi señala que los procesosde invisibilización y de naturalización son, en muchos momentos, el resultado de sectores que están interesados en ocultarla. Todas las construcciones que organizan nuestra manera de percibir las violencias en los hechos sociales giran alrededor de dos ejes: las jerarquías que organizan el poder y el modo de definir y discriminar lo diferente. Proceso de encubrimiento de la violencia. El encubrimiento de la violencia se da con más frecuencia en las organizaciones en las que los superiores ocultan actos violentos de los miembros del grupo con la finalidad de mantener prestigio de la institución. Para que exista violencia es necesario un contexto cultural y/o social que permita o incluso requiera la violencia o la dominación sobre un cuerpo para mantener un orden establecido. El acto violento es lo perceptible; las creencias, desigualdades sociales en las cuales se sostiene la violencia no son percibidas o cuestionadas fácilmente, estableciendo una idea de inevitabilidad. En México, durante los últimos años hemos sido testigos de numerosos eventos violentos que requerían atención y acciones pertinentes como lo es la violación de Ernestina Asención a manos de efectivos de la Secretaría de la Defensa Nacional –hablaremos de este caso más adelante-. Aunque este evento ha quedado en el olvido de los habitantes de este país y de las instituciones de procuración de justicia, nos permite ejemplificar la violencia hacia las mujeres, así como los componentes que se trataron en este capítulo. 1.6 Componentes de la violencia en un caso particular: Ernestina Asención Rosales. A finales del mes de febrero del 2007, una mujer indígena de 73 años fue encontrada amordazada y atada en su casa de madera y cartón. Parientes de la víctima afirmaron que sus últimas palabras antes de perder la conciencia fueron: “los soldados se me echaron encima”. Días después, esta mujer falleció en el Hospital Regional de Río Blanco, víctima de heridas provocadas por un abuso sexual, entre estas lesiones se encontraron desgarre vaginal y anal, perforación en el recto, fractura de cadera. Después de este evento, indígenas bloquearon la carretera Zongolica-Veracruz para impedir que los militares destacados en la región salieran de la zona sin que fueran identificados y exigieron la detención de los responsables (Morales, 2007). Después de numerosas declaraciones, la autopsia y la exhumación del cuerpo de Ernestina en marzo de ese año, el presidente Felipe Calderón declaró que la anciana indígena murió de gastritis. Por su parte, el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos -José Luis Soberanes- aseguró que Ernestina Asención murió por causas naturales (Morales, 2007). Cabe señalar que este no es un caso aislado, según informes de Amnistía Internacional, desde 1994 a la fecha se han documentado 60 agresiones sexuales contra mujeres indígenas y campesinas por parte de las Fuerzas Armadas, sobre todo en Guerrero, Chiapas, Oaxaca, estados donde hay una gran efervescencia organizativa. Los cuerpos de las mujeres indígenas se han convertido en campo de batalla para un gobierno patriarcal que desarrolla una guerra no declarada contra el movimiento indígena (Hernández, 2007). El caso de Ernestina Ascención donde la violencia directa, un ejercicio de poder, el uso de la fuerza física sobre un cuerpo, se refiere a un acto de violencia directa sostenido por violencia cultural y estructural. Se trata, también, de un evento de violencia instrumental que da un mensaje a las mujeres indígenas, pero también a quienes participan en los movimientos sociales. Al considerar que la violencia es constituida socialmente, se encuentran los siguientes factores: 1) Agente de acción: el soldado es considerado como un agente legítimo para realizar un acto violento, es –incluso- entrenado para hacerlo, tiene un poder asignado por una institución para ejercer violencia. 2) La víctima: cuyo la carga de sus características (mujer, indígena, iletrada, anciana) se traduce en una vulnerabilidad para el ejercicio de la violencia, su cuerpo era minimizado y prescindible. 3) Por último, es evidente que en este caso hubo un encubrimiento de la Secretaría de Gobernación, la Secretaría de la Defensa Nacional, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, e incluso del Instituto Nacional de las Mujeres, para salvaguardar el prestigio de la Secretaría de la Defensa Nacional y sus efectivos. En una sociedad en donde el cuerpo de las mujeres es prescindible, desechable; en donde los indígenas son minimizados, vulnerados; en donde el acceso a las instancias de procuración de justicia es de difícil acceso y mucho más para quienes no hablan español, se construye un contexto posibilitador en que existen y existirán casos como el de Ernestina sin provocar movilidad en la población civil ni los adecuados mecanismos para la resolución de los casos. De los modelos planteados podemos concluir que existen diferentes espacios donde se presenta la violencia. En términos de los intereses de esta tesis se plantea que la violencia hacia la mujer, se vive tanto por parte de su pareja como por medio de un desconocido en un lugar público, -estructura formal del acto para Martin-Baró, violencia directa, según Galtung-, esta violencia se presenta, porque existe una estructura social y cultural que la justifican, y por lo tanto la promueven. Al analizar fenómenos particulares de la violencia hacia las mujeres: feminicidio, violación –entre otros- se deben plantear elementos culturales y sociales. Se discutirán estas problemáticas en el siguiente capítulo. Capítulo II. Violencia y cuerpo de mujer. Este capítulo tiene como propósito vincular el género y la perspectiva de género para ubicar la posición de las mujeres en una estructura patriarcal y así incorporar una herramienta más de análisis para comprender la violencia. ¿Se vive más violencia cuando se tiene cuerpo de mujer?, ¿Qué mensajes se escriben en el cuerpo de la mujer en el caso de la violación y del femicidio en Ciudad Juárez? 2.1 Género ¿Qué es el género?, ¿qué implicaciones tiene con la violencia?, ¿es una herramienta útil para analizar problemas actuales? Bourdieu (1998) entiende la paradoja de la doxa cuando la realidad del orden del mundo –con sus sentidos únicos y sus direcciones prohibidas; con sus relaciones de dominación, sus atropellos y sus injusticias- sea grosso modo respetado, que se perpetúe con tal facilidad y que las condiciones de existencia más intolerables puedan parecer como aceptables por no decir naturales. La construcción social de género con sus inequidades, injusticias son un ejemplo de paradoja de la doxa. Para definir y problematizar el género debemos reconocer a la antropología como la disciplina que se ha dedicado a explorar las formas de la existencia del Otro: las personas llamadas “primitivas”, las no occidentales, las diferentes, las marginadas (Lamas, 2007), esta construcción del Otro, no puede verse desvinculado de un orden jerárquico, ya que, el que se encuentra en el lugar de uno ocupa una posición superior, en tanto el Otro queda desvalorizado. Así uno estará en la posición de sujeto, mientras que el Otro quedará en posición de objeto (Burin, 1998). Para Marta Lamas (1996) otra aportación de la antropología es que ha demostrado cómo las sociedades tienden a pensar sus propias divisiones internas mediante el esquema conceptual que separa la naturaleza de la cultura. Estas divisiones son pensadas globalmente, unas en función de las otras, constituyéndose así en categorías que no significan si no es por su opuesto: pensar lo femenino sin la existencia de lo masculino no es posible. Bourdieu (1998) señala que la división de las cosas y de las actividades de acuerdo con la oposición entre lo masculino y lo femeninose debe a la necesidad objetiva y subjetiva de una inserción en un sistema de oposiciones homólogas arriba/abajo, alto/bajo, adelante /detrás. El mundo social construye el cuerpo como una realidad sexuada y como principio de visión y división sexual. La diferencia biológica entre los sexos y muy especialmente la diferencia entre los órganos sexuales puede aparecer como la justificación “natural” de la diferencia socialmente establecida entre los sexos, y en especial de la división sexual del trabajo. Las apariencias biológicas y los efectos indudablemente reales que ha producido, en los cuerpos y en las mentes se deben a un prolongado trabajo colectivo de socialización de lo biológico y de la biologización de lo social que se conjugan para invertir la relación ente las causas y los efectos y hacer aparecer una construcción social naturalizada. (Bourdieu, 1998). Al considerar el género: lo femenino y lo masculino, debemos visualizarlo como una construcción vinculada, pero no definida por el sexo biológico (hombre, mujer/ macho, hembra). La investigación, reflexión y debate alrededor del género han conducido lentamente a plantear que las mujeres y los hombres no tienen esencias que se deriven de la biología sino que son construcciones simbólicas, pertenecientes al orden del lenguaje y de las representaciones(Lamas, 2006). Para definir esto, Rubin (1986) plantea que el sistema sexo/género es el conjunto de arreglos a partir de los cuales una sociedad trasforma el sexo biológico en productos de la actividad humana, es decir, un conjunto de normas a partir de las cuales la materia cruda del sexo humano y de la procreación es moldeada por la intervención social. Estas diferencias se derivan de una construcción social y cultural, y no – solamente– a hechos biológicos. Al existir hembras (mujeres) con características asumidas como masculinas y machos (varones) con características consideradas femeninas: la biología no garantiza las características de género. El género es una interpretación social de lo biológico; lo que hace femenina a una hembra y masculino a un macho no es la biología, el sexo; de ser así, ni se plantearía el problema. El sexo biológico, salvo raras excepciones, es claro y constante; si de él dependieran las características de género, las mujeres siempre tendían las características consideradas femeninas y los varones las masculinas, además de que éstas serían universales (Lamas, 1996). Mujeres y hombres no son un reflejo de la realidad “natural” sino que son el resultado de una producción histórica y cultural basada en el proceso de simbolización, y como “productos culturales, desarrollan un sistema de referencias comunes. De ahí que las sociedades sean comunidades interpretativas que se van armando por compartir ciertos significados (Lamas, 2006). Entendemos por género, entonces, al conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de una simbolización de la diferencia anatómica ente hombres y mujeres. Por esta clasificación cultural se definen no sólo la división del trabajo, las prácticas rituales y el ejercicio del poder sino que se atribuyen características exclusivas a uno y otro sexo en materia de moral, psicología y afectividad. La cultura marca a los sexos como el género y el género marca la percepción de todo lo demás: lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano (Lamas, 2006). La construcción del género se realiza desde estadios muy tempranos en la vida de cada infante humano, unas y otros incorporan ciertas pautas de configuración psíquica y social que dan origen a la feminidad y la masculinidad (Burin, 1998). Lamas (1996), siguiendo a la propuesta que Stoller desarrolló en 1968 visualiza desde una perspectiva psicológica que el género articula tres instancias básicas: La asignación de género: esta se realiza en el momento en que nace el bebé, a partir de la apariencia externa de sus genitales. La identidad de género: se establece más o menos a la misma edad en que el infante adquiere el lenguaje y es anterior a su conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos. Desde dicha identidad, el niño estructura su experiencia vital; el género al que pertenece y lo hace identificarse en todas sus manifestaciones: sentimientos o actitudes de niño o de niña, comportamientos, juegos, etcétera. El papel de género: se forma con el conjunto de normas y prescripciones que dictan la sociedad y la cultura sobre el comportamiento femenino o masculino. Aunque hay variantes de acuerdo con la cultura, la clase social, el grupo étnico y hasta el nivel generacional de las personas, se puede sostener una división básica que corresponde a la división sexual del trabado más primitiva: las mujeres paren a los hijos, y por lo tanto, los cuidan, por lo tanto, “lo femenino es maternal”. La dicotomía masculino femenina con sus variantes culturales, establece estereotipos, las más de las veces rígidos, que condicionan los papeles y limitan las potencialidades humanas de las personas al estimular o reprimir los comportamientos en función de su adecuación al género. Para Burin (1998) el género como categoría de análisis debe tener tres rasgos característicos; el primero de ellos es que es siempre relacional, nunca aparecen de forma aislada, por eso es importante que al referirse a los Estudios de Género se remita a las relaciones entre el género femenino y masculino, haciendo énfasis en las relaciones de poder; el segundo es que debe considerarse al género como una construcción histórico-social, es decir que fue producido a lo largo del tiempo de distintas maneras; el tercero es que la noción de género no debe ser totalizadora, ya que se vuelve invisible a la variedad de determinaciones con que nos construimos como sujetos: raza, religión, clase social, edad, etnia, sexo etc. El género no es sólo una construcción que marca una diferencia entre lo femenino y lo masculino, sino que, a la vez estas diferencias implican desigualdades y jerarquías ente ambos (Burin, 1998). El género produce un imaginario social con una eficacia simbólica contundente y, al dar lugar a concepciones sociales y culturales sobre la masculinidad y feminidad, es usado para justificar la discriminación por sexo y por prácticas sexuales (Lamas, 2006). Los Estudios de Género utilizan una perspectiva de análisis de las diferencias en general, que denuncia la lógica binaria con que se perciben, en este caso la diferencia sexual. Los Estudios de Género han coincidido con la idea posmoderna de la pluralidad, la diversidad, la fragmentación de los sujetos que analiza. A la vez, en la actualidad los Estudios de Género critican los discursos de la modernidad: por ser dualistas, por tener criterios hegemónicos acerca de un sujeto mujer y por ser universalistas y totalizadores (Burin, 1998). A partir de la construcción del género surge el patriarcado como una institución por la cual la mitad de la población (las mujeres) se encuentra bajo el control de la otra mitad (los hombres). Esta institución se apoya en dos principios fundamentales: el macho ha de dominar a la hembra y el macho de más edad a de dominar al más joven. A partir de la socialización y según las normas fundamentales del patriarcado de ambos sexos, se generan el temperamento, el papel y el estatus social basados en las necesidades y en los valores del grupo dominante y dictados por sus miembros en función de lo que más aprecian de sí mismos y de lo que les conviene exigir de sus subordinados: la agresividad, la inteligencia, la fuerza y la eficacia en el macho: la pasividad, la ignorancia, la virtud y la inutilidad de la hembra (Millett, 1969). En este sentido Marcela Lagarde (1997) define Perspectiva de Génerocomo una visión analítica, académica, científica y política creada desde el feminismo que permite comprender las semejanzas y diferencias que definen a las mujeres y a los hombres de manera específica analizando sus posibilidades vitales: el sentido de sus vidas, sus experiencias y oportunidades, así como los conflictos institucionales y cotidianos que deben enfrentar y las maneras en que lo hacen. La Perspectiva de Género consiste entonces en otra apreciación de los mismos temas, con otros valores y otros sentidos críticos que conduce a desmontar críticamente la estructura de la concepción del mundo y de la propia subjetividad y que confronta las convicciones más acendradas de las personas: dogmas, lealtades y su sentido del deber ser. Por otro lado, se propone la perspectiva sintetizadora de género, en donde se reconoce que las mujeres y los hombres no están definidos sólo por su género, sino son partícipes de otros órdenes sociales como la edad, la clase, la etnia, raza, su condición de salud, etc. que también los definen. Por lo que el análisis de género requiere la articulación con otras teorías que explican, nombran e interpretan estas condiciones sociales relacionadas con la estructura de esta sociedad (Lagarde, 1997). 2.2 Masculinidad Para Bourdieu (1998), la masculinidad no deja de ser una trampa que se encuentra en tensión y contención permanentes, que impone en cada hombre el deber de afirmar su virilidad –entendida como capacidad reproductora, sexual y social, pero también como aptitud para el combate y la violencia- en cualquier circunstancia, lo cual puede transformarse también en una carga. Algunas formas de valentía estimulan u obligan a rechazar las medidas de seguridad y a negar o a desafiar el peligro a través de unos comportamientos “fanfarrones” que encuentran su principio en el miedo a perder la estima o la admiración del grupo, verse relegado a la categoría típicamente femenina: de los débiles, las “mujercitas”. Bourdieu (1998) señala que el temor de excluirse del mundo de los hombres fuertes, de los llamados duros –respecto a los sentimientos propios y de los demás- apoya a los actos como torturar, matar o violar. La virilidad es un concepto eminentemente relacional, construido ante y para los hombres y contra la feminidad, en una especie de miedo de lo femenino, y en primer lugar en sí mismo (Bourdieu, 1998). Desde el discurso de género, es posible visualizar la virilidad o masculinidad como un elemento que explica la violencia que los hombres ejercen hacia las mujeres, así como la violencia que ejercen los hombres hacia otros hombres. La violencia en los las calles, los insultos de un automovilista a otro tienen como función no perder más el valor que se les asignan a los hombres y a lo masculino. En este sentido Kauffman (1989) expone que la violencia que ejercen hombres contra otros hombres está relacionada con que el aprendizaje de un roles sociales de género en donde un niño “normal” interioriza la definición de hombre como poseedor de pene, amante de las mujeres, fuerte, duro, con poder; y no blando, ni sentimental, ni complaciente, ni afeminado, ni pasivo. La pérdida de este poder genera ansiedad, porque –en esta lógica- ser niña, parecer niña o ser “mariquita” es lo peor que le puede pasar a un hombre. La homofobia es una construcción social que resulta indispensable para la imposición y el mantenimiento de la masculinidad. En los dos siguientes apartados se definirán y analizarán dos fenómenos que resultan pertinentes, no sólo por su frecuencia, sino por su gravedad: violación y feminicidio. Se busca analizar algunos elementos presentes en la violencia que viven las mujeres sobre sus cuerpos. 2.3 Violación Rita Laura Segato (2003) llevó a cabo una investigación sobre la mentalidad de los condenados por violación presos en la penitenciaría de Brasilia, asegura que los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y les da inteligibilidad, es decir el agresor y la colectividad comparten el mismo imaginario, hablan el mismo lenguaje y pueden entenderse. El violador emite sus mensajes a lo largo de dos ejes de interlocución. En el eje vertical se habla a la víctima con un paladín de moral social porque, en ese imaginario compartido, el destino de la mujer es ser contenida, censurada, disciplinada. En el eje horizontal el agresor se dirige a sus pares, y lo hace de varias formas: les solicita el ingreso en una sociedad; compite con ellos, mostrando que merece, por su agresividad y poder de muerte, ocupar un lugar en la “hermandad viril” y hasta adquirir una posición destacada en la “fatría” que solo reconoce un lenguaje jerárquico y una organización piramidal (Segato 2007). Para Segato (2007), la violación es una violencia más expresiva que instrumental, ya que tiene como finalidad la expresión del control absoluto de una voluntad sobre otra. La violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor. Las mujeres se convierten, entonces, en el desecho del proceso, una pieza descartable, dadoras del tributo; ellos, los receptores y beneficiarios (Segato, 2007). Susan Brownmiller (1981), documentó casos de violaciones que se llevaron a cabo en situaciones de guerra como la primera y segunda guerra mundial, concluye que la violación es un arma de venganza y/o para generar terror contra los enemigos o como un medio para contrarrestar el aburrimiento. En las violaciones durante las guerras en todas las civilizaciones, se distingue la relación entre el cuerpo de mujer y territorio. Segato (2007) afirma que cuando no nos quedan otros, nos reducimos y remitimos al territorio de nuestro cuerpo como primer y último bastión de la identidad, por ello a lo largo de las épocas más variadas de las sociedades tribales a las más modernas la violación de los cuerpos y la conquista territorial han ido y van siempre de la mano. Se ha argumentado que el acto de matar se considera no sólo permisible sino heroico, y se pierde la distinción entre tomar una vida humana y otras formas de violencia. La violación se transforma entonces en un subproducto del juego llamado guerra, de acuerdo a este razonamiento, las mujeres son simplemente lamentables víctimas –accidentes inevitables-, como las víctimas civiles de los bombardeos, junto con los niños, los hogares y las posesiones personales. Jean Franco (2007) retoma estos estudios pero considera que es necesario distinguir entre los actos individuales y el proyecto colectivo relimpieza étnica, entre el ataque de un hombre a una mujer desprotegida, y la violación como una forma de tortura que con frecuencia culmina en la muerte y tiene como meta destruir la comunidad. Para ella, la violación en situaciones de guerra promueve la abyección, es decir una expulsión de la víctima de todo lo humano, la convierte en la indistinción misma. Pero mientras el cuerpo de la mujer violada es expulsado de lo social y de la humanidad, la estructura patriarcal se refuerza y purifica de dos maneras: la primera, consolida a los responsables en una hermandad de culpa, otorgándoles un sentimiento de comunicación derivado de la abyección de la víctima; la segunda, en el momento en que las mujeres víctimas de violación son condenadas por una comunidad patriarcal generando en ellas sentimientos de vergüenza y culpa. Por lo tanto, la víctima de la violación sufre dos veces: primero al ser violada, y luego al ser condenada por una comunidad patriarcal. 2.4 Feminicidio Una referencia importante para la conceptualización del feminicidio es elde Caputti y Russel (citado en Belausteguigoitia y Melgar, 2007) en el cual se especifica que “el feminicidio (feminicide) representa el extremo de un continum de terror antifemenino e incluye una amplia variedad de abusos verbales y físicos, tales como violación, tortura, esclavitud sexual (particularmente por prostitución), abuso sexual infantil incestuoso o extrafamiliar, golpizas físicas y emocionales, acoso sexual (por teléfono, en las calles, en la oficina y en el aula), mutilación genital, operaciones ginecológicas innecesarias. Siempre que estas formas de terrorismo resultan en muerte, se transforman en feminicidios”. En México, Marcela Lagarde (2006) propone la traducción y la incorporación de este concepto para el análisis de la situación que vivíamos en el país. Lagarde enfatiza que la mayor parte de esta violencia es ejercida por hombres colocados en supremacía social, sexual, jurídica, económica, política, sobre mujeres en condiciones de desigualdad, subordinación, explotación, opresión y exclusión. Segato (2007) afirma que esta definición “desenmascara” el patriarcado como una institución que sustenta en control del cuerpo y la capacidad punitiva sobre las mujeres, muestra la dimensión política de todos los asesinatos de mujeres que resultan de ese control y capacidad punitiva sin excepción. La relevancia estratégica de la politización de todos los homicidios de mujeres en este sentido es indudable, pues enfatiza que resultan de un sistema en el cual el poder y masculinidad son sinónimos e impregnan el ambiente social de misoginia: odio y desprecio por el cuerpo femenino y por los atributos asociados a la femineidad. La otra dimensión fuerte que se defendía con esta noción de feminicidio de Caputti y Russel es la caracterización de estos crímenes como crímenes de odio, como los racistas y homofóbicos. Dentro de la teoría de feminicidio, el impulso de odio en relación con la mujer se explica como consecuencia de la infracción femenina a las dos leyes del patriarcado: la norma del control o posesión sobre el cuerpo femenino y la norma de superioridad masculina. Según estos dos principios -inspiradores de una variedad de análisis de corte feminista de los crímenes contra las mujeres-, la reacción de odio se desata cuando la mujer ejerce autonomía en el uso de su cuerpo, desacatando reglas fidelidad o celibato, o cuando la mujer accede a posiciones de autoridad o poder económico o político tradicionalmente ocupados por hombres (Segato, 2007). Sin embargo, la definición de feminicidio según Caputti y Russel ha favorecido un uso extenso de este término en donde se pierden matices y distinciones importantes entre manifestaciones más frecuentes y casos extremos de violencia. Se ha generalizado el uso del feminicidio, refiriéndose tanto al asesinato de una mujer por su pareja como al asesinato que una mujer secuestrada, torturada, violada y aventada en un baldío. (Belausteguigoitia, 2007). Para Segato (2007) elaborar una tipología específica permitirá, generar datos más precisos y facilitar la identificación y neutralización de los culpables. El feminicidio es, entonces, el asesinato de una mujer sólo por ser mujer y pertenecer a este tipo, de la misma forma que genocidio, es una agresión genérica y letal a todos aquellos que pertenecen a un grupo étnico, racial, lingüístico, religioso o ideológico. Ambos crímenes se dirigen a una categoría, no a un sujeto específico -ya que este sujeto es despersonalizado porque se hace predominar en él (ella) la categoría a la cual pertenece y no sus rasgos individuales-. La diferencia entre estos dos tipos de crímenes es que si en el genocidio es la construcción retórica del odio al otro es lo que conduce su eliminación, en el feminicidio la misoginia es el motor de este crimen (Segato, 2008). Asimismo corresponde a un conjunto de asesinatos de mujeres que ha quedado impune (Belausteguigoitia y Melgar, 2005). Analizando el caso de Ciudad Juárez, Segato (2008) sostiene que el feminicidio, al igual que el genocidio, se deben considerar como crímenes corporativos y, más específicamente, de Estado paralelo o de segundo Estado es decir, la red de poder que -sin entrar en contradicción con los diversos gobiernos en turno en el control del apartado del Estado local, estatal, nacional- continúan dominando las estructuras administrativas con sede local. Los crímenes de segundo Estado comparten una característica idiosincrática de los abusos del poder político; se presentan como crímenes sin sujeto personalizado, realizados sobre una víctima despersonalizada, donde un poder secreto rapta a cierto tipo de mujer, victimizándola, para exhibir, reafirmar y revitalizar su capacidad de control (Segato, 2007). En estos crímenes prevalece la dimensión expresiva y genocida de la violencia, son más próximos a crímenes de Estado y de lesa humanidad, porque el Estado paralelo que los produce no puede ser encuadrado, ya que se carece de categorías y procedimientos jurídicos eficientes para enfrentar el feminicidio. (Segato, 2008). Lagarde (2006) sostiene como hipótesis que si tuviéramos un Estado distinto, si las instituciones estuvieran para que las mujeres pudiesen tener acceso a la justicia conforme al derecho, si la justicia fuera exigible, probablemente se plantearía otra situación sobre el feminicidio en México. Para Segato (2007) el análisis del feminicidio es una reflexión sobre el tema de género en toda su amplitud y consecuencias, ya que desde su perspectiva: género=patriarcado simbólico=violencia fundante. El feminicidio y la violación son dos ejemplos en los cuales la violencia se sustenta en estructuras sociales y culturales, donde a partir del género se visualiza el patriarcado y la masculinidad como construcciones sociales que vulneran el cuerpo de las mujeres. El feminicidio y la violación son sólo algunos ejemplos para mantener el orden social de subordinación de las mujeres, así como su persistencia en espacios considerados femeninos: dentro del hogar, con su familia y en su rol de cuidadoras, como veremos en el siguiente capítulo existen formas más sutiles y cotidianas para mantener esta situación de las mujeres. Capítulo III. Violencia en las relaciones de pareja Este capítulo tiene como objetivo indagar sobre formas en que las relaciones de noviazgo están permeadas por la construcción social y cultural de género que vulnera a las mujeres en una cultura que promueve y sostiene la violencia como una forma de impedir el desarrollo y la apropiación de los espacios privados y públicos de las mujeres. ¿Cómo impacta la construcción social y cultural del género en las relaciones de pareja?, ¿qué implica llevar lo que se exige a hombres y a mujeres en las relaciones de pareja?, ¿cómo la viven unas y otros?, ¿qué efectos tiene para hombres y mujeres? Es importante, al investigar la violencia en las relaciones entre los adolescentes, desarrollar varios conceptos y definiciones. El primero de ellos está relacionado con la ambigüedad de los términos, en particular con la definición de violencia en el noviazgo (Lewis, 2000). Para esta investigación, el término noviazgo no representa la forma de relacionarse de las y los jóvenes, ya que se encuentran varias formas de relación, como veremos más adelante. Se definen como relaciones de pareja, observando la diversidad en las forma de relacionarse afectivamente entre hombres y mujeres. 3.1 Violencia y género en las relaciones de pareja. En la investigación sobre la violencia en las relaciones de pareja, existen dos posturas centrales, las que consideran que la violencia en la pareja se caracteriza por los desacuerdos entre los miembros de la pareja y quienes retoman el discurso de género para explicar la violencia en las relaciones de pareja.En las investigaciones que consideran la violencia como un producto de los conflictos y los desacuerdos, tiene como resultado principal una supuesta simetría en el ejercicio de la violencia, es decir que tanto hombres como mujeres ejercen la misma violencia contra su pareja (Hird, 2000). En estas investigaciones el instrumento más empleado es la Escala de Tácticas para el Conflicto que desarrolló Strauss, el cual está diseñado para medir una variedad de comportamientos usados en los miembros de la familia o pareja (Aguirre, 1997). Desde la postura que resalta el discurso de género, se entiende la violencia en las relaciones a partir de cualquier intento de control o dominación que ejerce una persona sobre otra, causando algún nivel de daño físico, psicológico, sexual (Wekerle, 1999), donde un elemento importante son las relaciones de poder que persuaden o intervienen en los deseos y los logros de la pareja (Ronfeldt, Kimerling y Arias, 1998). Los Estudios de Género permiten visualizar la dominación ejercida sobre las mujeres: un fenómeno que se apoya en normas y valores. (Castro, 2004). Para esta línea de investigación no se puede hablar de una simetría de violencia en términos del porcentaje de hombres y mujeres que la han ejercido, ya que ignora las diferencias en la frecuencia y las consecuencias físicas y/o emocionales de la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres y la que ejercen las mujeres sobre los hombres (Jonhson, 2000). Larrauri (2007) sostiene que la violencia ejercida por las mujeres en la pareja se distingue por: su menor intensidad, es decir que, aun cuando las mujeres puedan dar una tasa alta en las estadísticas que contabilizan agresiones, el daño producido suele ser inferior; la finalidad que la guía, donde se plantea que parte de la violencia ejercida por mujeres es defensiva; sus motivos, es decir, que la violencia ejercida por la mujer suele ser por un castigo puntual y no como una pretensión global de intimidar o castigar; por el contexto en el que se interpreta, la violencia de la mujer no tiende a producir una sensación de temor perdurable y omnipotente o tiende a ser más visible, puesto que es una infracción de su rol como mujer, en tanto que la del hombre tiende a ser minimizada. Existen otros elementos que representan diferencias entre la violencia que ejercen los hombres y las mujeres. El primero de ellos son las diferencias en la formación de la persona. Carol Gilligan (1985) sostiene que, debido a que en los niños se promueve una individuación más enfática y a las niñas se promueve la empatía para experimentar las necesidades y los sentimientos de otros como si fueran propios, las cuestiones de dependencia son experimentadas de manera distintas para hombres y para mujeres. De este modo los varones suelen tener dificultad con las relaciones mientras que las mujeres suelen tener problemas con la individuación. El segundo elemento, son las razones o las justificaciones que hombres y mujeres dan al ejercer violencia. Los hombres justifican el uso de la violencia cuando la pareja se niega a tener relaciones sexuales, cuando la pareja ha sido infiel o no ha cumplido promesas o compromisos. En estas tres situaciones se vislumbra la idea de que la mujer pertenece en cierto grado al hombre y que debe responder a sus necesidades, por otro lado señala que los hombres tienen un sentido utilitario de la pareja, en el cual se trata de conseguir del otro lo que se quiere, viéndose esto como un derecho sobre los derechos de la otra (Aguirre, 1997). Las mujeres tienden a justificar el uso de la violencia como defensa ante la agresión, los comentarios hirientes, es decir, sentimientos de enojo o frustración que generan conductas que conllevan agresión psicológica o física y, por otro lado, justifica el uso de la violencia cuando el otro no respeta la intimidad (Aguirre, 1997; Hird, 2001). Johnson (2000) sostiene la importancia de definir la violencia que se ejerce, no sólo en los niveles de seriedad, sino en un contexto de control de la violencia dentro de la pareja, se debe considerar: amenazas, control económico, uso de privilegio y castigo, aislamiento, abuso emocional, control sexual. En base a esto se pueden distinguir tres tipos de violencia en la pareja. Terrorismo íntimo: La violencia es una táctica de controlar a la pareja, es el más frecuente y brutal, está vinculada con el género y es ejercida por los hombres hacia sus parejas (Johnson, 2005). Aumenta conforme pasa el tiempo y altera la imagen de quien la vive (Johnson, 2000). Resistencia violenta: Es la violencia que se utiliza en respuesta al terrorismo íntimo (Johnson, 2005), es decir, como un mecanismo de defensa a la integridad personal. Para Johnson (2000) esta resistencia se ejerce mayoritariamente por mujeres. Violencia situacional de la pareja: No está relacionada con el poder o el control, sino en la resolución de los conflictos entre la pareja. Este tipo de violencia es simétrica y no está relacionada con factores de género (Johnson, 2005). Para Johnson (2000) es indispensable considerar las diferencias en estos tipos de violencia: la falla en la distinción provoca una literatura sobre violencia que, a la larga, no es interpretable. Un problema que se presenta al no distinguir de manera adecuada las diferencias en los diferentes tipos de violencia que se proponen, es que no se distingue las causas, la naturaleza de la violencia en sí, el desarrollo de la violencia en el transcurso de la relación, sus consecuencias y el tipo de intervención que requiere. Las investigaciones que implementan en las agencias de policía, hospitales y refugios corresponden a terrorismo íntimo, entre los resultados que se obtienen en estas investigaciones se plantea que la violencia se ejerce por los hombres, tenía mayores probabilidades de aumentar, era más severas. En cambio, las encuestas que se llevaron a cabo en población general señalaron violencia situacional dentro de la pareja con una simetría entre la violencia que ejercían los hombres y las mujeres. Esta propuesta nos permite, por un lado complejizar el problema de la violencia y nos invita a retomar algunos elementos para la estructuración de las investigaciones, y por otro, hacer un análisis más profundo de la violencia que ejercen hombres y mujeres en sus relaciones de pareja. Sin embargo, resulta pertinente hacer una distinción entre conflicto y violencia. Dentro de una pareja, se habla de conflicto cuando existe una contraposición de necesidades, deseos, intereses o creencias, aunque suele verse el conflicto como un problema, se puede convertir en una fuerza de trasformación por medio del cual las relaciones humanas amplían sus posibilidades frente a una realidad. Los conflictos no necesariamente implican o se transforman en violencia, para que pueda darse una resolución de estos conflictos es necesario que las relaciones de poder entre los involucrados sean simétricas, sólo así se podrán resolver mediante el diálogo, la negociación, la conciliación y el establecimiento de límites precisos (Papadimitriou y Romo, 2006). Es importante señalar que, si la violencia situacional de la pareja se origina del conflicto, es necesaria una igualdad en el poder dentro de las relaciones para solucionar los conflictos, por lo que podemos preguntarnos si es posible establecer relaciones equitativas en un contexto donde el género marca desigualdades de unas y otros, donde son vulnerables los cuerpos de mujeres más que los de hombres. Para esta investigación, la violencia surge en primer lugar a partir de un abuso de poder y su intención es el sometimiento del otro y en segundo lugar, surge de la construcción social y cultural del género, que tiene efectos diferentes para hombres y para mujeres. Por
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