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Terapia Familiar Feminista Thelma-Jean-Goodrich

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rrr •Terapia
familiar
feminista
Thelma Jean Goodrich 
Cheryl Rampage 
Barbara Ellman 
Kris Halstead
Terapia Familiar
PAIDOS
Terapia familiar feminista
Grupos e instituciones / Terapia familiar
1. A. Dellarossa - Grupos de reflexión
2. J. Chazaud - Introducción a la terapéutica institucional
3. M. Grotjhan - El arte y la técnica de la terapia grupal analítica
4. W.R. Bion - Experiencias en grupos
5. R. de Board - El psicoanálisis de las organizaciones
6. F. Moccio - El taller de terapias expresivas
7. D. Anzieu - El psicodrama analítico en el niño y en el adolescente
8 .1.L. Luchina y col. - El grupo Balint. Hacia un modelo “clínico-situado- 
nal”
9. S. Minuchin y H. Ch. Fishman - Técnicas de terapia familiar
10. M. Andolfi - Terapia familiar
11. B. Shert'er y otros - Manual para el asesoramiento psicológico
12. M. Andolfi e I. Zwerling - Dimensiones de la terapia familiar
13. S. Minuchin - Calidoscopio familiar
14. M. Selvini Palazzoli y otros - Al frente de la organización
15. A. Schlemenson - Análisis organizacional y empresa unipersonal
16. J.S. Bergman - Pescando barracudas. Pragmática de la terapia sistémi- 
ca breve
17. B.P. Keeney - Estética del cambio
18. S. de Shazer - Pautas de terapia familiar breve. Un enfoque ecosistémi- 
co
19 .1. Butelman - Psicopedagogía institucional. Una formulación analítica
20. P. Papp - El proceso de cambio
21. M. Selvini Palazzoli y otros - Paradoja y contraparadoja. Un nuevo 
modelo en la terapia familiar con transacción esquizofrénica
22. B.P. Keeney y O. Silverstein - La voz terapéutica de Olga Silverstein
23. M. Andolfi y C. Angelo - Tiempo y mito en la psicoterapia familiar
24. J.L. Etkin y L. Schvarstein - Identidad de las organizaciones
25. W.H. O’Hanlon - Raíces profundas. Principios básicos de la terapia y 
de la hipnosis de Milton Erickson
26. R. Kaes y otros: La institución y las instituciones. Estudios psicoanalíti- 
cos
27. H. Ch. Fishman: Tratamiento de adolescentes con problemas
28. M. Selvini Palazzoli y otros: Los juegos psicóticos en la familia
29. M. Goodrich y otros: Terapia familiar feminista
Thelma Jean Goodrich 
Cheryl Rampage . Barbara Ellman 
Kris Halstead
Terapia familiar 
feminista
PAIDOS
Buenos Aires - Barcelona - México
Título original: Feminist Family Therapy. A casebook 
W. W. Norton & Co., New York, London
© Copyright 1988 by Thelma Jean Goodrich, Cheryl Rampage, Barbara Ellman, and Kris 
Halstead
ISBN 0-393-70050-X
Traducción de Beatriz López
Cubierta de Gustavo Macri
la . edición, 1989
Impreso en la Argentina — Printed in Argentina 
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
Î a reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a 
máquina, por el sistema “multigraph”, mimeógrafo, impreso, por fotocopia, fotoduplicación, etc., no 
autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
© Copyright de todas las ediciones en castellano by 
Editorial Paidós SAICF 
Defensa 599, Buenos Aires 
Ediciones Paidós Ibérica S.A.
Mariano Cubí 92, Barcelona 
Editorial Paidós Mexicana S.A.
Guanajuato 202, México DF
ISBN 950 - 12 - 4629 - 9
Y a menudo me he preguntado 
Cómo los años y yo sobrevivimos 
Tuve una madre que me cantaba 
Una canción de cuna que no mentía
Joan Baez, “Honest Lullaby"
Dedicamos este libro a nuestras madres,
Thclma Quillian Goodrich 
Lois Mae Rampage Francés Ellman
Mary Grzymkowski,
cuyo amor nos dio el valor necesario para cuestionar lo establecido.
LAS AUTORAS
Las autoras son fundadoras y docentes del Instituto de las Mujeres 
para Estudios sobre la Vida de Houston, Texas.
Chcryl Rampage y Barbara Ellman son autoras asociadas que com­
parten igual responsabilidad por este trabajo.
Thelma Jean Goodrich, Doctora en Filosofía, es profesora auxiliar en 
el Departamento de Medicina Familiar del Baylor College of Medicine, 
de Houston.
Cheryl Rampage, Doctora en Filosofía, es profesora asociada de 
Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Houston-Clear Láke.
Barbara Ellman, Licenciada en Estudios Sociales, es profesora adjun­
ta en el Departamento de Graduados de Estudios Sociales de la Univer­
sidad de Houston.
Kris Halstead, Licenciada en Ciencias de la Educación, es superviso- 
ra asociada en el Centro de Prácticas de Terapia Familiar, de Washing­
ton, D. C.
INDICE
Prólogo, de Rachel T. Hare-Muslin............................................. 9
Prefacio.................................................................. . ................... 13
Agradecimientos......................................................................... 15
1. El feminismo y la familia..................................................... 19
Los estereotipos de los roles de los géneros y la familia ...23
La ideología de la familia “normal” .....................................26
El planteo feminista.............................................................27
2. Terapia familiar feminista: hacia una reforma....................... 31
La teoría..............................................................................34
La capacitación...................................................................48
3. Trabajo feminista, proceso feminista.................................55
4. El matrimonio empresarial................................................... 63
Linda y Ricardo................................................................... 65
La consulta.......................................................................... 68
El análisis...................................................... ;..................71
El tratamiento......................................................................76
Ricardo y Linda...................................................................78
Fernanda y Javier............. ...................................................79
Los riesgos.......................................................................... 84
5. La familia de un solo progenitor...........................................87
Paulina y sus hijos............................................................... 89
La consulta......................................................................... 93
El análisis........................................................................... 96
El tratamiento....................................................................103
Paulina y sus hijos............................................................. 105
Los riesgos............................................................ ..........110
113
,114
120
.122
129
.131
139
141
144
145
149
151
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156
161
163
164
165
168
170
180
181
188
191
193
195
197
200
204
206
209
211
,217
.223
INDICE
La pareja corriente...................................
Gabriel y Julia..........................................
La consulta...............................................
El análisis.................................................
El tratamiento...........................................
Julia y Gabriel..........................................
Los riesgos...............................................
El acuerdo sobre la prestación de cuidados
Esteban y Sandra......................................
La consulta...............................................
La segunda consulta.................................
El análisis.................................................
El tratamiento..........................................
Sandra y Esteban......................................
Los riesgos...............................................
La pareja lesbiana.....................................
Cora y Cata / Ruth y R ita.........................
La consulta...............................................
La segunda consulta.................................
El análisis............ ............ .......................
El tratamiento..........................................
Cata, Cora, Rita, Ruth..............................
Los riesgos............. ..................................La relación abusiva..................................
Angélica................................................. .
La consulta..............................................
La segunda consulta.................................
El análisis.................................................
El tratamiento..........................................
Angélica..................................................
Los riesgos ..............................................
Su participación en la reforma.................
Referencias bibliográficas........................
Indice analítico
PROLOGO
Terapia Familiar Feminista es un libro de historias de casos en el que 
se presenta una nueva manera de conceptualizar y practicar la terapia 
familiar. Constituye un paradigma en el que se reconoce el carácter de la 
familia basado en el género y la intersección de éste con los recursos 
materiales y psíquicos de la familia. Me ha causado honda impresión la 
manera en que las autoras, Thelma Jean Goodrich, Cheryl Rampage, 
Barbara Ellman y Kris Halstead, se han dedicado a desarrollar un método 
que prescinde de los modelos estáticos de la teoría de los roles sexuales, 
el funcionalismo y las etapas del desarrollo psicosexual. Al reconocer 
valientemente que la familia existe en el contexto de una sociedad 
patriarcal, van más allá de los gestos rituales que suelen hacerse en este 
campo ante la importancia del contexto social más amplio. ¿Por qué 
“valientemente”? Porque en una sociedad en la que tratamos de ocultar 
las desigualdades entre los hombres y las mujeres, nos resulta incómodo 
incluso el uso del término “patriarcado”.
A veces nos olvidamos de que la terapia familiar nació en un 
movimiento revolucionario, el de la teoría de las comunicaciones y los 
planteos sistémicos frente a los modelos lineales. En lugar del método 
psicoanalítico centrado en el individuo, la terapia familiar ofrecía un 
punto de vista sistémico de las relaciones e interés por el contexto. Pero 
toda revolución con el tiempo está destinada a volverse conservadora a 
ser “algo más de lo mismo”. La genialidad que distinguía a los pioneros 
de este campo, como Gregory Bateson, Paul Watzlawick y Virginia 
Satir, se ha desvanecido y hoy es un método oficial en el que nos interesa 
perfeccionar y dar forma a su circularidad misma. Algunos consideran 
que en la actualidad la terapia familiar no hace más que dar vueltas y 
vueltas en un circuito recurrente.
Además, nuestra muy admirada y alabada metaposición ha ignorado 
sistemáticamente el género, demostrándose una vez más qué difícil es
10 PROLOGO
comprender un sistema del cual formamos parte. Como señaló Judy 
Libow, hemos tratado al género como un secreto de familia. En conse­
cuencia, la terapia familiar tradicional no ha podido hacer ver a las 
familias la conexión que tienen sus problemas con los estereotipos 
culturales relativos al género y con las relaciones de poder. Creo que la 
terapia familiar está dando un paso gigantesco al'comenzar a develar ese 
secreto, como lo ponen en evidencia el presente libro, el de Marianne 
Ault-Riche y otros que se publicarán.
¿Cómo se puede lograr un cambio paradigmático? Las terapeutas 
feministas presentan un desafío al campo de la terapia familiar, declaran­
do que la revolución no ha terminado. Pero, como sucede con todas las 
revoluciones, hay resistencias, opuestas incluso por los viejos revolucio­
narios. Algunos teóricos y profesionales no estarán dispuestos a aceptar 
estas nuevas maneras de pensar sobre las familias y de trabajar con ellas, 
y dirán que el motivo del cambio es político. Ahora bien, toda organiza­
ción social es política, lo mismo que todo significado es semántico; toda 
posición implica “adoptar un punto de vista”. No se trata de preguntar si 
el punto de vista es correcto o equivocado, pregunta imposible de 
contestar en una sociedad posmodemista, sino cuáles son las consecuen­
cias de un punto de vista determinado. La perspectiva de las terapeutas 
feministas se traduce en un modelo en el que las quejas de las mujeres no 
son consideradas insignificantes, no se culpa a las mujeres por los 
problemas de la familia y no se las alienta a soportar matrimonios 
malsanos y peligrosos.
Como nos recuerdan las autoras, la terapia familiar es una empresa 
moral basada en una visión de la vida humana, y las cuestiones de índole 
moral no deben ser ocultadas. La terapia familiar persigue la transforma­
ción tanto como la adaptación a las normas sociales. Las autoras señalan 
cómo el problema de la subordinación de las mujeres en la sociedad ha 
sido marginado, malentendido e ignorado en la terapia familiar. Ponen 
a la vista la dicotomía masculino-femenino. Van de la evaluación y la 
crítica a la práctica. Admiro su buena voluntad para exponer sus propios 
objetivos y dudas en las historias de casos que presentan. Asimismo, 
tienen una exquisita sensibilidad ante sus propias actitudes, valores y 
respuestas frente a las normas y expectativas culturales. Al exponer con 
honestidad los riesgos y las ventajas de su método terapéutico, han fijado 
un nuevo patrón para evaluar la práctica de la terapia familiar que otros 
terapeutas bien podrían emular.
La metaposición adoptada en este libro es una posición que da cuenta 
de una diferencia. ¿Qué diferencia es más universal que la del género? 
Empero, diferencia no tiene porqué significar déficit, como en las teorías 
psicoanalíticas sobre la mujer, ni dominación, como en las teorías 
estructurales y estratégicas en las que los límites protegen las jerarquías. 
La terapia dcscripta en este libro se opone a otros enfoques y verdadera­
mente coloca ala familia y al individuo dentro del contexto social de una 
manera que rara vez han logrado los métodos anteriores.
Las autoras han trabajado en equipo, formándose, apoyándose y 
criticándose mutuamente para lograr este nuevo método. Han basado su 
trabajo en las ideas y los artículos sobre terapia familiar feminista que 
comenzaron a aparecer en los últimos años de la década de 1970. Sus 
historias de casos ilustran cómo pueden rcencuadrarse los problemas 
para incorporar el género. En el caso de un matrimonio empresarial, las 
autoras demuestran cómo las estructuras de trabajo despersonalizadas 
afectan a la familia. En otro caso examinan los estereotipos relativos a las 
familias a cargo de un solo progenitor. El perimido lema de la comple­
mentariedad es analizado en otro ejemplo donde las autoras señalan que 
no es lo mismo adoptar una posición de inferioridad, que ser inferior. 
Otros casos tienen que ver con la familia de origen y las exigencias de 
atención y cuidado, con una pareja lesbiana y con una relación abusiva. 
A través de las historias clínicas las autoras revelan muy elocuentemente 
de qué manera los estereotipos de los roles de los géneros sofocan los 
deseos, la conducta y el desarrollo de todos los miembros de la familia. 
Toman términos agotados como fusión, límite y triángulo, que han sido 
vaciados de contenido, y les dan un nuevo significado. Asimismo, 
revalorizan la dependencia y la resistencia equiparándolas al heroísmo 
y el honor. Y al llamar la atención sobre la posición de las mujeres, nos 
recuerdan que nuestras teorías sistémicas no pueden explicar todos los 
fenómenos: “ya sea que el cuchillo caiga sobre el melón o el melón caiga 
sobre el cuchillo, es el melón el que se corta”.
¿Puede continuarla revolución en la terapia familiar? Sospecho que 
únicamente si asimila una concepción verdaderamente nueva, como la 
que brinda la terapia familiar feminista. Las autoras mencionan que son 
las primogénitas en sus familias de origen. ¿Quién no desearía que una 
hermana mayor así le señalara el camino? Este libro será de utilidad para 
muchos profesionales de la terapia familiar dispuestos a adoptar un
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 11
12 PROLOGO
nuevo paradigma. Terapia familiar feminista nos ofrece una visión 
ampliada y transformada de la terapia familiar del futuro.
Rachel T. Hare-Mustin 
Noviembrede 1987
PREFACIO
Sólo mujeres que se escuchen mutua­
mente podrán crear un mundo que con­
trarreste el sentido predominante de la 
realidad.
Maiy Daly, 
Beyond God the Father
Somos cuatro terapeutas de familias que hemos luchado, cada cual a 
su modo, para comprender nuestro trabajo y a nuestros pacientes, in­
sertas como estamos en esta sociedad patriarcal. Somos cuatro mujeres 
que hemos reconocido en nuestras propias vidas los efectos insidiosos 
del sexismo y la opresión originada por teorías que nos degradan. Nos 
identificamos como amigas y colegas porque nos hemos fijado el mismo 
objetivo: comprender qué hacemos y cómo sobrevivimos. Nos identifi­
camos a través de nuestra común adhesión al feminismo. Nos identifica­
mos al reconocer el fracaso de nuestros respectivos programas de 
formación en lo que se refiere a preparamos para responder a las 
complejidades de la familia norteamericana y de cada uno de sus 
miembros, en particular las mujeres.
Con gran alivio nos unimos, compartiendo la oficina y las ideas, 
escribiendo monografías, haciendo presentaciones, analizando nuestro 
trabajo desde nuestro punto de vista feminista. Con el tiempo, llegamos 
a establecer un foro para que las mujeres investigaran los intereses y los 
lemas feministas que nos pertenecen a todas. Llamamos a este foro 
Instituto de las Mujeres para Estudios de la Vida. Mediante talleres, 
seminarios, retiros, grupos de consulta, tertulias y conmemoraciones, 
creamos un espacio para que las mujeres se hicieran conscientes, para 
elevar su nivel de conciencia.
Sólo cuando aceptamos el desafío que nos planteó Susan Barrows, de 
W. W. Norton, comprendimos las ramificaciones de todo lo que confor­
ma el trabajo de las mujeres. Nuestra decisión de escribir un libro se 
pareció mucho a la decisión de tener un bebé entre todas. Este libro forma 
parte de todas nosotras y el hecho de haber pasado juntas por la 
experiencia de su alumbramiento estimuló nuestros instintos de prote­
14 PREFACIO
ger, dar un nombre, alimentar, poseer, perfeccionar y crear a nuestra 
imagen y semejanza.
Cuando decidimos escribir este libro juntas, nos comprometimos a 
desarrollar un proceso colegiado, respetuoso y consensúala No quisimos 
dividir el libro de modo que cada una escribiera una parte, sino más bien 
esforzamos en producir una teoría originada en nuestro análisis colecti­
vo. Nos reuníamos semanalmente para examinar nuestras opiniones 
sobre los pacientes con los que estábamos trabajando en ese momento. 
Nuestro objetivo era respetar el aporte y la manera de comprender los 
dilemas terapéuticos de cada una, sin abdicar, no obstante, del propio 
punto de vista: esto no siempre resultó fácil.
Somos mujeres, madres, hermanas, hijas, amantes y educadoras. 
Procedemos de la costa atlántica, el centro y el sudoeste de los Estados 
Unidos y del catolicismo y el protestantismo. Todas nos hemos casado, 
algunas se han divorciado, algunas han vivido en comunidad. Todas 
tenemos hijas; dos de nosotras tienen hijos varones. Las cuatro somos las 
primogénitas en nuestra familia de origen. Las cuatro sentimos un gran 
amor y devoción por las mujeres. Todo esto afecta el trabajo que hemos 
realizado juntas. Ninguna de nosotras es una mujer de color y esto 
también afecta al trabajo que realizamos juntas. Ninguna de nosotras se 
llama a sí misma lesbiana, lo cual influye en nuestro trabajo en común. 
Mientras escribíamos este libro, una de nosotras perdió a su padre, otra 
a su madre, una tercera dio a luz un bebé, otra adoptó un bebé, y hubo otra 
que se alejó. Estos sucesos afectaron a nuestra tarea en común. El 
entrelazamiento de nuestras vidas profesionales y nuestras realidades 
personales —así como el conocimiento de este hecho y su utilización— 
hacen que este proyecto, nuestro libro, sea inherentemente feminista.
Junto con otras mujeres de todo el país, estamos apenas comenzando 
a aprender lo que significa para las mujeres trabajar juntas, crear juntas, 
cooperar y competir, confrontar y nutrir. Durante demasiado tiempo 
todas nosotras hemos sido privadas de esa experiencia.
AGRADECIMIENTOS
Muchas personas han alentado y apoyado nuestros esfuerzos para 
escribir este libro. A todas ellas queremos expresarles nuestro reconoci­
miento.
Los trabajos de Jean Baker Millcr, Dorothy Dinnerstein y Rachel 
Hare-Mustin estimularon nuestras primeras ideas sobre los puntos de 
contacto existentes entre el feminismo y la terapia familiar. Las integran­
tes del Proyecto de Terapia Familiar de las Mujeres —Betty Cárter, 
Peggy Papp, Olga Silverstein y Marianne Walters— fueron pioneras en 
lo que respecta a relacionar las cuestiones del género con la terapia 
familiar. Y han sido generosas en sus elogios a nuestro trabajo.
Agradecemos asimismo a Susan Barrows, nuestra redactora en Nor­
ton. Su convicción de que estábamos preparadas para escribir este libro 
nos brindó la inspiración inicial, y su constante entusiasmo nos animaba 
cuando nuestra energía empezaba a flaquear.
Nuestras colegas Lisa Balick y Linda Walsh demostraron tener una 
paciencia y un buen humor infinitos durante meses de distracción 
mientras trabajamos para terminar el proyecto. La reflexiva lectura que 
hicieron del manuscrito redundó en muchísimas sugerencias valiosas.
Carol Snydcr leyó varios de los capítulos más dificultosos; su capa­
cidad para dominar la palabra escrita agregó claridad cuando el texto 
corría el riesgo de ser oscuro.
Margaret Nobles, nuestra mecanógrafa, fue capaz de transformar 
pilas de páginas ajadas, garabateadas con cuatro tipos de letra diferentes 
e ilegibles, en páginas bien presentadas de prosa comprensible. Su buen 
ánimo y su sorprendente eficiencia fueron una inmensa bendición 
mientras nos esforzábamos por cumplir los plazos de entrega.
Por último, queremos manifestar nuestro reconocimiento a los pa-
16 AGRADECIMIENTOS
cientes, tanto a aquellos cuyas historias aparecen en este libro como a 
muchos otros que durante años nos han enfrentado al desafío de tener que 
reformar nuestras ideas sobre el proceso de la terapia.
T. J. G., C. R., B. E., K. H.
El reconocimiento de los demás ha constituido mi fortaleza y sostén: 
el de Marianne Walters, que ratificó mi trabajo en una de las primeras ' 
presentaciones y siguió alentándome en presentaciones posteriores con 
su manera tan especial y personal; el de Betty Cárter, que tanto en 
publicaciones como en foros públicos me hizo saber que estaba bien 
encaminada; el de Lisa Balick y Loyce Baker, quienes me aseguraban 
diariamente que había un punto final para todo mi sufrimiento, y el de mis 
hijos, mis maravillosos hijos —Dolly, Davey, Kelly y Mila— que de 
muy buena gana se hicieron a un lado mientras duró todo el trabajo extra 
de los dos últimos años.
T. J. G.
Agradezco a mi esposo, Larry LaBoda, por considerar desde el 
comienzo que este trabajo era importante. Su absoluta confianza en que 
saldría bien y su buena voluntad para aceptar el aflojamiento del ritmo 
hogareño me brindaron un enorme apoyo. Mis hijos, Scott y Elizabeth, 
fueron pacientes durante mi ausencia y comprensivos a mi regreso. La 
distracción que me causaron ocasionalmente es insignificante compara­
da con la alegría que siempre me han brindado.
C. R.
Quiero darle las gracias a mi esposo, Mitchcll Aboulafia, que me 
apoyó con sus planteos intelectuales, su amistad, su amor y la intensifi­
cación de sus obligaciones paternas mientras estuve casada con el libro.
A Lauren, que de la noche a la mañana se convirtió en la más estupenda 
criatura de cinco años y fue mi maravilloso regalo cuando salí de la 
cueva. A Sara, que compitió con el libro en cuanto al embarazo y el parto 
pero tiene la diferencia bien nítida de haber emergido como la inmensa 
alegría que es. A mi hermana Susan y mi padre Abe, que no se cansaban 
nunca de preguntar por “el libro”. A mis amigos, especialmente Hilary
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 17
Karp y SusanThal, que supieron excusar las citas incumplidas, las fechas 
canceladas y lasllamadas telefónicas sin respuesta. Y porúltimo, a mis 
vecinas, Nancy George y Sue Kellogg, que hicieron de familia ampliada 
ayudando a mi familia cuando yo no estaba.
B.E.
Dos personas aportaron sus ideas y su tiempo para criticar algunas 
partes del manuscrito. Caroline Whitbcck y Laurie Leitch contribuyeron 
de manera importante a mi comprensión de la integración de la teoría y 
la práctica feministas. Expreso mi gratitud a Lauro Halstead por haber 
compartido conmigo su sabiduría sobre el arte de vivir y de crear.
K. H.
C a p itu lo i 
EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
Esta revolución es la más universal 
y la más humana de todas las revolucio­
nes. Nadie puede oponerse a una revolu­
ción que pregunta: “¿Cómo vivimos con 
los demás? ¿Cómo educamos a nuestros 
niños? ¿Cómo se comparte la vida y el 
trabajo de la familia? ¿Cómo podemos 
ser humanos todos nosotros?”
Jcssie Bemard, 
Women and the Public Interest
En su misión de transformar la índole del orden social, el feminismo 
empieza en el hogar. La familia ocupa un lugar central en el pensamiento 
feminista por varias razones. En primer lugar, es la fuente fundamental 
de la transmisión de las normas y valores de la cultura; una cultura 
cuestionada por las feministas en su base misma. En segundo lugar, la 
familia es considerada tradicionalmente como el dominio de las mujeres 
y, por consiguiente, merece ser analizada en detalle por parte de quienes 
se interesan por la condición de la mujer. Por último, es en la familia 
donde los individuos aprenden por primera vez lo que significa ser 
masculino o femenino, definiciones de sí mismo que para las feministas 
son muy problemáticas en nuestra sociedad.
Cuando hablamos de feminismo nos referimos a la filosofía que 
reconoce que las mujeres y los hombres tienen diferentes experiencias de 
sí mismos, del otro, de la vida, y que la experiencia de los hombres ha sido 
ampliamente enunciada mientras que la de las mujeres ha sido omitida 
o mal explicada. Cuando hablamos de feminismo nos referimos a la 
filosofía que reconoce que esta sociedad no permite la igualdad a las 
mujeres; por el contrario, está estructurada de tal manera que oprime a 
las mujeres y glorifica a los hombres. Esta estructura se denomina 
patriarcado. Cuando hablamos de feminismo nos referimos a una filoso­
fía que reconoce que todos los aspectos de la vida pública y privada
20 EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
llevan la marca de la teoría y la práctica patriarcales y, por consiguiente, 
es necesario someterlos a una revisión.
Los análisis feministas de la familia empiezan por situarla en el 
tiempo, porque las definiciones sobre la validez de los miembros de la 
familia y de su participación en ella han variado en las distintas épocas, 
de acuerdo con las necesidades políticas, económicas, sociales e indivi­
duales (Mintz y Kellogg, 1987; Morgan, 1966; Rabb y Rotberg, 1973). 
Esta perspectiva cuestiona la creencia corriente de que la familia existe 
fiiera de la historia, que trasciende la historia. Se supone erróneamente, 
por ejemplo, que la “infancia” como período de desarrollo socialmente 
reconocido ha existido siempre. En realidad, el origen del concepto de 
infancia tal como lo conocemos está relacionado con el desarrollo de la 
“familia moderna” durante la era de la Revolución Industrial y, por 
consiguiente, está ligado a los cambios producidos también en esa época 
en la estructura familiar, las clases sociales, la economía y la demografía 
(Artes, 1960/1962). Este hecho de que una condición, al parecer tan 
fundamental como la niñez, sea en realidad un concepto detenninado por 
el contexto y sujeto a cambios, no ha sido incoiporado en la conciencia 
del lego ni en la del profesional. El origen de otras características de la 
vida familiar es igualmente dejado de lado, haciendo así que parezcan 
características naturales y constantes.
Examínese la clara división existente entre el hogar (dominio de las 
mujeres) y el lugar de trabajo (el mundo de los hombres). Fue la era 
industrial con su economía capitalista la que bifurcó a la sociedad 
occidental en dos esferas separadas y sustentadas por una ideología, 
haciendo que una de ellas fuese privada y correspondiese a las mujeres, 
y que la otra fuese pública y correspondiese a los hombres. En el período 
previo a la era industrial las mujeres y los hombres trabajaban juntos, aun 
cuando existía cierta división del trabajo.
Durante la era industrial se le enseñó sistemáticamente a la mujer que 
debía llegar a ser una excelente ama de casa y madre antes que alcanzar 
cualquier otra identidad posible (por ejemplo, trabajadora, amante, 
amiga). La propaganda sobre la familia entraba en el hogar desde todos 
los sectores, porque se creó un cuadro de expertos para educar, aconsejar 
e inducir a las mujeres para que asumieran sus nuevos roles. Médicos, 
pastores y economistas domésticos, recién inventados, se encargaron de 
prescribir a las esposas modalidades adecuadas de comportamiento. 
Estos expertos autonombrados crearon un montón de manuales y otras
series de instrucciones sobre el cuidado de los niños y del hogar, para 
consumo de las mujeres.
El amor mismo se invocaba como una manera de galvanizar las 
actitudes y conductas de la mujer a favor de su rol exclusivo como ama 
de casa y madre. De hecho, el término “ama de casa” no fue creado hasta 
el periodo industrial. Del mismo modo, aunque las madres siempre han 
existido, la Maternidad como institución no se conocía anteriormente 
(Rich, 1976). Se les enseñaba a las mujeres, desde la página impresa y 
desde el pulpito, que harían un gran daño a sus maridos (que estaban en 
el mundo procurando el sustento) y a sus hijos (quienes, por primera vez 
en la historia, eran vistos como seres que necesitaban un cuidado 
especial) si no seguían los consejos y las advertencias de los expertos.
A causa de la división de la vida en compartimientos que trajo consigo 
la industrialización, el rol de la mujer como guardiana del fuego del hogar 
empezó a ser considerado esencial para la cultura. Las esposas tenían que 
hacer tolerables los nuevos empleos industriales y burocráticos que 
desempeñaban los hombres creando y manteniendo un clima hogareño 
cálido y revitalizante. Se promocionaba a la familia como un “refugio” 
privado para compensar el clima “inhumano” de las fábricas. El hogar de 
un hombre tenía que parecer su castillo y él tenía que sentir su nuevo 
privilegio de jugar al rey para compensar la alienación que experimen­
taba ahora en su lugar de trabajo.
¿Qué sucedía con las mujeres? ¿La familia se había convertido para 
ellas en un refugio, en un lugar seguro y acogedor? Las feministas han 
escrito sobre la posición vulnerable e insatisfactoria del ama de casa ya 
a partir de la década de 1890, cuando Charlotte Perkins Gilman escribió 
The Yellow Wallpaper (1973 b). La historia de Gilman cuenta la 
declinación emocional de una esposa a medida que ve imágenes aluci­
nadas sobre el papel que cubre las paredes de la habitación en la que está 
confinada dentro de su protegida casa. Casa de muñecas de Ibscn es otro 
ejemplo de la infantilización impuesta a la esposa por su marido (1985). 
A estas dos mujeres sus maridos paternalistas les dicen que lo que les está 
sucediendo es “por su propio bien”, a pesar de que ellas se sienten mal. 
Y lo que resulta aun más significativo, les dicen que su bondad y su 
identidad de mujer se verán cuestionadas si no aceptan con buen ánimo 
y calladamente el lugar que se les ha asignado.
Algunas feministas contemporáneas también han tratado de aclarar 
las extrañas sensaciones de descontento, aislamiento y degradación
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 21
22 EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
experimentadas por las amas de casa, siendo la primera Betty Friedan 
con The Feminine Mystique, publicado en 1963, donde expuso “el pro­
blema que no tiene nombre” para que todos lo vieran (Ehrenreich y 
English, 1978; Oakley, 1974; Swerdow, 1978). Sin embargo, todavía es 
una creencia comenteque las amas de casa gozan de una buena situación, 
que son bien cuidadas y que no podrían tener quejas legítimas. Cuando 
en las películas y en las novelas aparece “la feliz ama de casa” agobiada 
por la depresión, el alcohol o las drogas, la situación se muestra como si 
fuese algo idiosincrásico y personal, nunca político.
El hogar no ha sido enriquecedor para las mujeres, y lo que es peor, 
ni siquiera ha sido seguro para ellas, ni para sus hijos. Una de cada cuatro 
mujeres es golpeada por su marido, y se estima que hay 400.000 casos 
de incesto anuales, el 97 por ciento de los cuales son perpetrados por 
hombres (Kosof, 1985; Straus, Gelles y Steinmetz, 1980). Se considera 
que estas aterradoras cifras se encuentran bien por debajo de la incidencia 
real, y otros hechos de violencia en el hogar como, por ejemplo, la 
violación por parte del marido y el castigo físico de los hijos son 
igualmente difíciles de registrar. Lo que es declarado hace imposible 
sostener el pensamiento consolador de que los hombres violentos y 
abusivos son un elemento periférico. Nuestra cultura no sólo ha permi­
tido que los hombres creyesen que tienen poder sobre sus esposas e hijos; 
ha creado y reforzado intensamente la posición dominante del hombre.
Las feministas han develado la relación entre la violencia —sexual, 
física y emocional— y la intimidad del hogar como ámbito propicio para 
el ejercicio de la prerrogativa masculina (Dobash y Dobash, 1979; 
Hermán, 1982; Russell, 1982; Schecter, 1982). Esta ideología de la 
intimidad sigue silenciando a miles de víctimas de la violencia domés­
tica. Los partidarios de esta ideología reclaman una política de prescin- 
dencia por parte del Estado y afirman que la intromisión del gobierno en 
la vida familiar se opone a la esencia de lo norteamericano. Las feminis­
tas señalan, sin embargo, que el gobierno norteamericano ha intervenido 
(y debe intervenir) en la vida familiar de muchas maneras: la educación 
obligatoria, la inmunización contra ciertas enfermedades, las reglamen­
taciones relativas a la vivienda, las normas sobré salud y seguridad, la 
fiscalización de la información sobre el control de la natalidad y el aborto 
y sobre el acceso a ambos, y las leyes sobre el trabajo de menores 
(Norgren, 1982). Más recientemente, la posición que considera a la 
familia como una isla ha sido socavada por leyes que requieren la
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 23
intervención en familias en las que existen “motivos para creer” que se 
descuida a los niños o se abusa de ellos. Una disposición adicional 
aunque retrasada permite a una mujer defenderse de su marido. El 
supuesto de que lo que sucede “detrás de las puertas cerradas” no es 
asunto de la sociedad debe ser rechazado mediante el compromiso de 
hacer respetar más los derechos individuales o humanos fundamentales. 
Ningún marido tiene derecho a golpear a su mujer. Ningún progenitor 
tiene derecho a golpear a sus hijos.
Preguntar cómo les va a las mujeres y a los niños en el hogar sólo es 
posible si se produce un cambio de perspectiva, pues por lo general se ha 
dado por supuesto que lo que es bueno para la familia (léase: el marido) 
es bueno para todos (léase: la esposa y los hijos). Véase el contraste que 
presenta de Beauvoir (1974): “Afirmamos que el único bien público es 
el que asegura el bien privado de los ciudadanos; juzgaremos a las 
instituciones de acuerdo con su eficacia para dar oportunidades concre­
tas a los individuos” (pág. xxxiii). Es esta posición la que adoptamos aquí 
al juzgar la institución llamada familia. Evaluamos todas las actividades, 
actitudes, políticas y conductas en cuanto afectan a los individuos en la 
familia, proceso que implica reconocer no sólo al marido-padre-hombre 
sino también a la esposa-madre-mujer y a cada hijo. Al verlos como 
individuos en lugar de verlos como una familia reificada, nos vemos 
forzadas a reconocer que los individuos de la familia no son iguales, no 
lo son en status, ni en recursos, ni en poder. El marido-padre-hombre es 
el que más tiene de todo. Mientras las mujeres y los niños ocupen una 
posición inferior en una cultura y una familia donde dominan los 
hombres, las mujeres y los niños estarán en peligro. Acudir a la sociedad 
para pedir la protección de sus miembros más débiles es pedirle al zorro 
que cuide a los pollos porque, a pesar de las últimas reformas, la sociedad 
fomenta la debilidad y el peligro.
LOS ESTEREOTIPOS DE LOS ROLES DE LOS GENEROS Y LA FAMILIA
El sexo es una categoría biológica referida a lo masculino o lo 
femenino. El género es un concepto social y entraña la asignación de 
ciertas tareas sociales a uno de los sexos y de otras, al otro sexo. Estas 
asignaciones definen lo que se rotula como masculino o femenino y 
constituyen las creencias sociales sobre lo que significa servarón y mujer 
en una sociedad dada y en un período determinado. Los estereotipos de
24 EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
los géneros son el resultado de considerar que determinadas actitudes, 
conductas y sentimientos son apropiados sólo para uno de los sexos. 
Todos n®sotros actuamos como si estas diferencias fueran reales, es 
decir, naturales, y no establecidas por la sociedad; nos olvidamos de que 
el sexo se refiere sólo a una diferencia anatómica.1
Los roles de los géneros han sido otganizados de manera que se 
coloca a los hombres en una posición dominante y a las mujeres en una 
posición subordinada (Miller, 1976). Esta organización subraya todas 
las diferencias superficiales entre hombres y mujeres y da origen a la 
asignación de casi todas las tareas. Las tareas que los que dominan eligen 
para ellos son las que tienen más reconocimiento y más status; a las que 
les confieren a sus subordinadas se las considera de menor valor y menor 
status. Las subordinadas tradicionalmente no pueden elegir, a menos que 
los que dominan se lo permitan, lo cual no constituye una elección real. 
Esta organización excluye la posibilidad de igualdad y reciprocidad 
entre los sexos, reduce la gama de conductas posibles de los dos sexos y 
termina por producir rigidez y polarización. Y, lo que es más significa­
tivo, afirma y mantiene el poder de los hombres y la impotencia de las 
mujeres.
La familia es una unidad social que expresa los valores de la sociedad, 
y sus expectativas, roles y estereotipos. Enseña los roles de los géneros 
aprobados por la cultura, tratando y respondiendo a las niñas y los 
varones de una manera diferente, manteniendo distintas expectativas 
para ellos y ejerciendo diferentes presiones sociales para unos y otras. 
Produciendo así al varón-hombre y a la niña-mujer, la familia realiza una 
función decisiva para la sociedad.
Otra manera en que la familia funciona como el lugar de formación 
de los roles de los géneros es representando estos roles. El padre como 
“jefe” de la familia refuerza la noción de padre como “jefe” del país, 
conductor del pueblo, y autoridad reconocida en el mundo. La madre
1 En su libro Feminism Unmodified, Catharine A. MacKinnon (1987) afirma que los 
hombres, el genero dominante, asumieron el poder para definir tanto la diferencia como 
la diferencia que determina el género. Como nuestros conocimientos de las diferencias 
sexuales son conceptos masculinos, aunque se presentan normalmente como teorías vy 
descubrimientos objetivos, esta autora llega a la conclusión de que lo biológico y lo social 
son inseparables en este ámbito. No obstante, para nuestros objetivos, seguiremos 
empleando el término sexo para referimos a la categoría biológica, y género para 
referimos a la categoría social.
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 25
como “guardiana” de la familia refuerza el estereotipo de la mujer como 
educadora, armonizadora, guardiana de la paz del mundo.
Los métodos de la cultura para formar a los niños en sus roles según 
el género nos enseñan desde una edad temprana a no ver el género como 
un concepto social sino, por el contrario, a verlo como profundamente 
arraigado en la naturaleza humana. “Losvarones no juegan con muñe­
cas” tiene el objetivo de avergonzar a un niño haciéndole creer que no 
está comportándose correctamente como varón si exhibe una conducta 
supuestamente adecuada sólo para las niñas. En este mandato es evidente 
la idea de “ir contra la naturaleza” y queda oculto el hecho de que la 
cultura y no la naturaleza determina la conducta adecuada para cada 
sexo. Crecemos sin percibir el aprendizaje social y creemos que somos 
lo que debemos ser según lo predestinado por nuestra estructura anató­
mica.
En el fundamento de las tarcas basadas en el género existen tres 
supuestos centrales sobre los roles masculinos y femeninos: 1) los 
hombres creen que deben tener siempre el privilegio y el derecho de 
controlarla vida de las mujeres; 2) las mujeres creen que son responsa­
bles de todo lo que va mal en una relación humana, y 3) las mujeres creen 
que los hombres son esenciales para su bienestar (en lugar de simplemen­
te deseables o gratificantes). Estos tres supuestos se combinan para crear 
casi todas las interacciones y también los problemas de los hombres con 
las mujeres. Los dos primeros son, evidentemente, manifestaciones del 
individuo (varón) poderoso sobre el individuo (mujer) impotente, y los 
dos individuos adquieren su status únicamente en virtud de su género. 
Percibirse como varón en esta sociedad es percibir el privilegio, mientras 
que percibirse como perteneciente al género femenino es sentir una 
responsabilidad personal por el funcionamiento de las relaciones. El 
tercer supuesto explica parcialmente por qué las mujeres se mantienen 
conectadas a los poderosos. Los subordinados tienen que gozar del favor 
de los que dominan para poder existir. Si bien es cierto que el amo 
necesita al esclavo para poder ser amo de la misma manera que el esclavo 
necesita al amo para ser esclavo, la existencia material real y la experien­
cia de cada uno dista mucho de ser idéntica. La perspectiva feminista 
pone en claro no sólo las diferencias entre los géneros sino también el 
poder que ejerce uno sobre el otro.
Los estereotipos de los roles basados en los géneros son perjudiciales 
para las familia. Oprimen y limitan los deseos, las expectativas, la
26 EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
conducta y el desarrollo de los individuos de la familia. En las parejas 
casadas, los estereotipos de los roles basados en los géneros suelen 
traducirse en un resentimiento mutuo entre los cónyuges precisamente 
porque cumplen los roles basados en los géneros. Por ejemplo, la esposa 
se enoja porque su esposo no le cuenta sus problemas. Lo que visto a la 
distancia parecía ser el hombre fuerte y silencioso, en la interacción 
diaria se convierte en el marido aislado, reservadó. O bien, el marido se 
enoja porque su mujer está siempre criticándolo. Lo que a la distancia 
parecía ser la mujer que dispensa tenazmente sus cuidados, en primer 
plano se ve como la esposa obstinada y rezongona.
LA IDEOLOGIA DE LA FAMILIA “NORMAL”
Los conceptos predominantes de la familia “normal” constituyen una 
ideología basada en los estereotipos de los roles de los géneros: el padre 
como sostén económico y jefe de la familia; la madre como ama de casa 
de dedicación exclusiva, buena compañera de su esposo, encargada del 
cuidado de todos. Al igual que puede decirse de todas las ideologías, ésta 
crea una concepción hacia la cual se orientan los esfuerzos, un programa 
sociopolítico de afirmaciones, teorías y objetivos. En ese sentido ejerce 
una enorme influencia en las expectativas y evaluaciones de los obser­
vadores de la familia, ya sean legos o profesionales. El hecho de que el 
número de las familias “normales” se haya reducido normalmente tiene 
poco efecto en el campo de la ideología, campo que las feministas 
consideran perjudicial en varios sentidos.
En primer lugar, el rol estipulado para la mujer en la familia “normal” 
es opresivo. Sin duda, el rol establecido para el marido también le 
produce peijuicios, pero no son iguales. Si bien tanto el marido como la 
mujer se ven privados de experimentar aspectos de ellos mismos no 
permitidos por el sistema, la mujer tiene otras cargas. La división común 
del trabajo excluye a la mujer del acceso directo a recursos valiosos 
como, por ejemplo, tener un ingreso, ejercer autoridad y realizar tareas 
refrendadas por el status. Su trabajo no remunerado (el cuidado de la 
casa, la crianza de los hijos, el trabajo voluntario en la comunidad) no es 
valorado. Aun en los casos en que la mujer trabaja fuera del hogar, sigue 
soportando la carga de la inmensa mayoría de las responsabilidades de 
la casa y el cuidado de los niños, lo cual hace que su apego a la fuerza 
laboral sea leve y que tenga poca movilidad ascendente. En general, la
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 27
mujer ha abandonado más cosas al casarse que el hombre (ocupación, 
amigos, lugar de residencia, familia, nombre). Tiene que adaptarse a la 
vida del marido. Los estudios realizados al respecto señalan que mientras 
que el matrimonio acrecienta el bienestar físico de los hombres, dismi­
nuye el de las mujeres. (Véanse los estudios presentados en Bemard, 
1982.)
En segundo lugar, la ideología de la familia “normal” es perniciosa en 
cuanto a los efectos que ejerce sobre otras formas familiares. Las parejas 
homosexuales, las familias de un solo progenitor, las parejas sin hijos, las 
organizaciones de vida comunal, todas estas formas son denominadas 
“alternativas”, aun cuando superan en número a las organizaciones 
“normales” (Masnick y Bañe, 1980). Estas “alternativas” conllevan 
implícitamente el rótulo de subcultura divergente. La pobreza y el 
aislamiento que suelen caracterizar a estas familias —falsamente atri­
buidos a una estructura deficiente— en realidad tienen su origen en el 
prejuicio creado por la estricta definición de lo “normal”, y aplicado en 
el lugar de trabajo tanto económica como socialmente.
Las feministas, por consiguiente, están consagradas a contrarrestar la 
ideología de la familia “normal” debido a su inexacta representación de 
las familias reales, a la perniciosa limitación que impone a la mujer, a su 
estigmatización de otras organizaciones familiares, en síntesis, porque 
se basa en una sola idea de clase (media), raza (blanca), religión (protes­
tante), preferencia afectiva (heterosexual) y privilegio basado en el 
género (masculino). En su planteo y explicación, el análisis feminista de 
la familia nos enseña a ver a las familias tal como son y no como algo 
sacrosanto. El análisis feminista también nos enseña a examinar todas las 
organizaciones en cuanto se refiere a la competencia y el perjuicio, la 
grandeza y la perversidad. El objetivo de las feministas no es salvar 
ninguna forma determinada de familia sino asegurar que las necesidades 
de cada individuo estén bien satisfechas.
EL PLANTEO FEMINISTA
Las feministas exigen la rcclaboración del lenguaje y la creación de 
modelos que puedan iluminar mejorías contradicciones y consecuencias 
del punto de interacción entre el género, el poder, la familia y la sociedad. 
El lenguaje y los modelos contemporáneos se basan en conceptos 
dualistas como, por ejemplo, instrumental/expresivo, racional/emotivo,
28 EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
objetivo/subjetivo, mente/cuerpo. Las feministas reconocen que estas 
interpretaciones son esencialmente evaluativas y que funcionan real­
mente como una jerarquía en la cual una parte es considerada superior a 
la otra. Los calificativos “masculino/femenino”, fijados como categorías 
opuestas y ligadas a las categorías biológicas macho/hembra, constitu­
yen un ejemplo más de la jerarquía dualista que impregna la vida, el 
pensamiento y el lenguaje cotidianos. En los capítulos 4, 6 y 7 se 
demuestra que la polarización, la ignorancia, el resentimiento, la deni­
gración y los desequilibrios de poder están directamente relacionados 
con esta dualidad del género.
Las feministas señalan el prejuicio presente en la sociedad occidental 
que dicta qué serie de características essuperior a la otra. Las categorías 
instrumental, racional, objetivo y mente se tienen en mayor estima que 
expresivo, emotivo, subjetivo y cuerpo. No es accidental que la serie 
superior se relacione con lo masculino y la inferior, con lo femenino. Esta 
valoración aparece con mayor claridad en el lenguaje burocrático de 
nuestra época, dominado como está por la tecnología. Es un lenguaje en 
el que se reflejan los valores masculinos; los partidarios del instrumen- 
talismo resuelven el problema del dualismo eliminando la esfera expre­
siva por completo. A la vez abrupto y retorcido, vaciado de emoción, con 
pretensiones de objetividad, abrumadoramente mecánico y sin sujeto, 
este lenguaje se basa en una construcción impersonal y pasiva, creando 
el efecto de que no hay actores, que nadie está influyendo en nada ni en 
nadie, que las cosas suceden absolutamente al margen de la voluntad 
humana (French, 1985). La eliminación de lo personal tiene lugar, por 
ejemplo, en la siguiente expresión de la jerga hospitalaria: “accidente 
terapéutico con desenlace terminal”, en lugar de muerte provocada por 
negligencia de los médicos (Satchell, 1987).
Las feministas cuestionan la afirmación de que este lenguaje es 
objetivo y avalorativo y, además, cuestionan la afirmación de que es 
deseable no tener valores, es decir, no tener una moralidad explícita. Se 
produce una confusión que nos lleva a violentar nuestro propio conoci­
miento para poder ser coherentes con lo que hemos llegado a creer que 
es un pensamiento “imparcial”. La batalla por la tenencia del Bebé M es 
un ejemplo de esto. A la madre genética, la que lo dio a luz, se la 
denominó “madre sustituta” porque se estimó que el proceso —alquiler 
mediante un contrato— era una realidad más esencial que la realidad 
biológica misma (Safire, 1987). La mistificadora objetividad del lengua­
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 29
je oficial tiene por objeto ocultar las desigualdades, la violencia, las 
personas, las pasiones, el “Yo y Tú”, y ha llegado a invadir incluso los 
campos referidos alas relaciones humanas, los encuentros humanos y los 
sentimientos humanos. Por ejemplo, los terapeutas de la familia que 
emplean la expresión “abuso conyugal” participan en el ocultamiento de 
la realidad predominante: el marido violento es el ejecutor, la mujer es 
la víctima. Deseosos de mantenerse actualizados con el lenguaje de la 
tecnología, la ciencia y los negocios, muchos terapeutas de la familia han 
incluso dejado de emplear la palabra “familia” y utilizan “cibernética”, 
y han reemplazado a “individuos” por “consumidores”. (Véase Watzla- 
wick, Weakland y Fisch, 1974.)
En el feminismo existen varias ideas sobre la manera de resolver el 
dualismo y su representación en el lenguaje. Algunas feministas sugieren 
que se considere superior a la categoría opuesta, inviniendo así la 
jerarquía establecida por el modo de pensar dualista. Consideran que la 
expresividad es superior al instrumentalismo, y todo lo que está relacio­
nado con ser mujer, superior a lo que está relacionado con ser varón. En 
este plan, lo subjetivo es predominante y se subraya especialmente el 
imaginario femenino, las referencias corporales y los sentimientos. En la 
experimentación con la sintaxis, las palabras y la puntuación se ve este 
reordenamiento fundamental (por ejemplo, Mary Daly, 1978; Susan 
Griffin, 1978).
Otras feministas desean revalorizar y alabarlas cualidades femeninas 
a través del lenguaje, pero sin afirmar que son superiores. Sostienen que 
beneficiaría a todos (a los hombres tanto como a las mujeres, a los niños, 
al planeta) si el término menos valorizado de la relación jerárquica fuese 
elevado a un nivel de estima equivalente al de su opuesto (Miller, 1976; 
Dinnerstein, 1977). La revalorización es nuestra finalidad en el capítulo 
7 en el cual la dependencia, que ha sido considerada por la cultura como 
femenina y mala, es calificada como humana y buena, y en el capítulo 9, 
en el que la tolerancia es entendida como el equivalente femenino del 
heroísmo y el honor. De este modo, tomamos cualidades consideradas 
inferiores, que no por casualidad son relacionadas con lo femenino, y las 
hacemos ver como buenas.
La revalorización de los rasgos típicamente femeninos nunca pasará 
de ser parcial mientras el potencial humano esté dividido en tarcas, unas 
para las mujeres, otras para los hombres. Con toda seguridad, evidente­
mente, será así si las mujeres siguen subordinadas a los hombres.
Algunas feministas sugieren una solución diferente: el sintctismo, “una 
fusión dialéctica de la razón y la emoción” (Glennon, 1983, pág. 263). El 
pensamiento dualista nos enseña a elegir entre categorías opuestas, 
mientras que un enfoque dialéctico nos permite un camino de síntesis, de 
unión. En el capítulo 5 se ilustra el sintetismo, concentrándose en las 
madres solteras, en general, y la madre negra, en particular, como 
modelos de la conjunción expresivo/instrumental.
Por último, las feministas reclaman la elaboración de nuevos signifi­
cados, con el fin de permitirle a cada persona ser más inteligible para sí 
misma (Elshtain, 1982). El capítulo 8 es nuestro intento al respecto. 
Fusión, límite, triángulo —términos que han ocupado el centro de la 
terapia familiar— son reclaborados por nuestro estrecho contacto con la 
experiencia subjetiva de nuestras pacientes.
Comenzamos este capítulo observando que las feministas toman la 
familia como punto fundamental de análisis y cuestionamiento. En 
realidad, las acciones más provocadoras de las feministas han sido las 
que se relacionan con la vida familiar: trabajar para redistribuir las 
responsabilidades de la casa y la maternidad, legitimar sistemas de 
convivencia y relaciones sexuales no tradicionales, insistir en la impor­
tancia de terminar con la dependencia económica que tienen las mujeres 
con respecto a los hombres, luchar por los derechos de la reproducción, 
rechazar la autoridad y los privilegios de los hombres. El interés por el 
tema de la familia obliga a las feministas a enfrentarse estrecha y muy 
críticamente con otros proyectos organizados centrados en la familia, por 
ejemplo, con la terapia familiar. En el capítulo 2 abordamos este tema.
30 EL IlíMINISMO Y LA FAMILIA
C a p itu lo 2
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA: 
HACIA UNA REFORMA
...si no tenemos en cuenta la condición 
de la mujer, es probable que no valga la 
pena hacer nuestra terapia familiar. Y, 
sugiero, una terapia que no vale la pena 
hacer, tampoco vale la pena hacerla 
bien.
Rachcl Harc-Mustin, 
Family Therapy of the Future: 
A Feminist Critique
La terapia familiar feminista es la aplicación de la leoría feminista y 
sus valores a la terapia familiar. Más concretamente, la terapia familiar 
feminista examina de qué manera los roles de los géneros y los estereo­
tipos afectan a: 1) cada miembro de la familia, 2) las relaciones entre los 
miembros de la familia, 3) las relaciones entre la familia y la sociedad, 
y 4) las relaciones entre la familia y el terapeuta. Hacer explícitos estos 
efectos permite a la familia considerar una gama más amplia de perspec­
tivas, conductas y soluciones, una gama menos limitada por definiciones 
rígidas de los roles y de la identidad, por modos rígidos de definir, poseer 
y ejercer el poder. La terapia familiar tradicional no ha hecho nada para 
instruir a las familias sobre la conexión existente entre sus propios 
problemas y los estereotipos culturales de los géneros y las relaciones de 
poder y, además, no tiene una teoría que vincule las interacciones de los 
miembros de la familia con el sistema social que la contiene. La teoría 
feminista presenta ese vínculo.
El objetivo es el cambio, no la adaptación: cambio social, cambio 
familiar, cambio individual, con la intención de transformar las relacio­
nes sociales que definen la existencia de los hombres y las mujeres. 
Mientras tanto, es inevitable reformarla terapia familiar. Es preciso decir 
dos cosas sobre esto. Primero, que la reformase caracteriza por el 
conflicto adentro y afuera, y también por la pasión, la esperanza y la 
devoción. Y segundo, que el resultado producido por la reforma de un
32 TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA: HACIA UNA REFORMA
corpus establecido de doctrina y práctica a menudo guarda menos 
parecido con el original de lo que se imaginaba en el comienzo.
Así sea.
Nuestra tesis es que la terapia familiar ha aceptado los roles de los 
géneros vigentes y un modelo familiar tradicional, haciendo caso omiso 
de la opresión que impone a las mujeres. Esta falta de percepción se ha 
traducido en una teoría, una práctica y umformación que son opresivas 
paralas mujeres. En el resto de este capítulo y, en realidad, de este libro, 
se analizan los términos fundamentales de nuestra tesis.1
Los roles de los géneros. La terapia familiar ha trabajado con el supuesto 
de los roles de los géneros según han sido constituidos tradicionalmen­
te, sin cuestionar, sin criticar y sin evaluar su efecto. Esta desatención 
sistemática del contenido, proceso y resultados reales de los roles de los 
géneros proscriptos es curiosa en un campo que tiene por centro a la 
familia; curiosa además porque los roles de los géneros son determinan­
tes clave de la estructura y funcionamiento de la vida familiar, y curiosa 
también puesto que la familia es el lugar donde los roles de los géneros 
son enseñados y presentados compulsivamente. Además, los roles de los 
géneros dan forma a las relaciones de la familia, creando los dilemas que 
se encuentran en la base de la mayor parte de lo que se oye en la terapia. 
La relación padre-hija, madre-hijo, madre-hija, padre-hijo llega a ser el 
enredo que en realidad es, precisamente porque la madre y el padre están 
representando los roles tradicionales de los géneros y enseñándoles al 
hijo y a la hija a que hagan lo mismo. Estos roles de los géneros no han 
sido cuestionados por la terapia familiar. Resulta irónico que, en un 
campo en el que se preconiza el cambio de segundo orden, nunca se haya 
abordado este nivel de análisis.
Aun con respecto a la familia clínica prototipo caracterizada por una 
madre excesivamente apegada, un padre periférico e hijos genéricos, en 
donde el mismo sexo sigue desempeñando la misma parte, familia tras 
familia, la terapia familiar no ha planteado preguntas fundamentales:
1 Parte de nuestro análisis concuerda con los análisis hechos por otras terapeutas 
feministas de la familia, los cuales a veces son coincidentes entre sí. Para no hacer citas 
reiterativas, enumeramos todas las referencias pertinentes más adelante en este mismo 
capítulo bajo la denominación de recursos para la capacitación.
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA 33
¿Qué significa que esta configuración sea tan omnipotente? ¿Qué 
supuestos incorporados siguen produciéndola? ¿Estos supuestos deben 
ser dejados en paz o no? La formulación de estas preguntas podría poner 
de manifiesto el prejuicio presente en la formulación “madre excesiva­
mente apegada/padre periférico”. Como señala Walters, la descripción 
es “implícitamente crítica con respecto a la madre y ventajosa para el 
padre” (Walters, 1984, pág. 25). Según las expectativas culturales, la 
madre será la principal dispensadora de los cuidados y el padre, el 
principal sostén económico; por consiguiente, será periférico en la vida 
familiar diaria, excepto cuando se trata de tomar decisiones o de ejercer 
el poder, que será central. La concreción sincera de estas expectativas 
suele desembocar en graves problemas. La respuesta de la terapia 
familiar ha sido culpar a los actores (casi siempre a la madre) y no al 
guión, sin abordar las prescripciones dictadas por los roles de los géneros 
que forman definiciones del sí-mismo que producen el problema. Las 
terapeutas feministas de la familia están acometiendo esta tarea.
Modelo familiar. La aceptación de los roles tradicionales de los géneros 
por parte de la terapia familiar va unida a la aceptación del modelo 
tradicional de la familia con su división del trabajo basada en los géneros. 
En la actualidad, menos del quince por ciento de las familias norteame­
ricanas están constituidas según la fórmula sostén económico del hogar/ 
ama de casa (Masnicky Bañe, 1980), pero esta versión de la familia y su 
distribución de los roles, derechos y responsabilidades sigue predomi­
nando ideológicamente. Aun cuando la madre trabaje fuera de la casa, en 
terapia familiar se considera que le corresponde la responsabilidad 
fundamental por los hijos, y su carrera y necesidades personales ocupan 
el segundo lugar en importancia con respecto a las de su marido. (Los 
estudios que fundamentan esta afirmación son citados en Avis, en 
prensa.) El escándalo que supone mantener esta versión de la familia 
trasciende su marginalidad estadística. El escándalo estriba en que la 
terapia familiar ha sostenido esta versión a pesar de lo injusta que resulta 
para la mujer y a pesar de las dos décadas, por lo menos, de estudios y 
teorías que explican en detalle los efectos destructivos y distorsionantes 
del sistema que describe. (Gran parte de estos estudios y teorías son 
examinados enThome, 1982.)
Independientemente de que las esposas trabajen fuera de la casa o no, 
sigue siendo una realidad corriente que el marido funcione como jefe del
34 TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA: HACIA UNA REFORMA
hogar y tenga la parte del león en lo que se refiere al ejercicio del poder. 
La distribución del poder no es un suceso casual ni un asunto interper­
sonal. Es un asunto de clases y está predeterminado estructuralmente: la 
clase de los hombres domina a la clase subordinada de las mujeres. Los 
terapeutas de la familia generalmente han hecho caso omiso de este 
diferencial de poder, incluso algunos han recomendado trabajar dando 
por sentado que los hombres y las mujeres tienen igual poder hasta que 
se compruebe lo contrario (Pittman, 1985). Sin embargo, la prueba de 
que la distribución del poder es desigual no parece haber apuntado nunca 
a una modificación de la teoría. Cada incidente es tratado como un hecho 
único, o tal vez un hecho natural, que no acrecienta nunca la opresión de 
las mujeres. Piénsese en el poder económico, donde el diferencial entre 
las mujeres y los hombres es tan tremendo. La mayoría de los terapeutas 
de la familia no han incluido esta realidad en sus formulaciones, y han 
guardado silencio sobre los efectos que tiene en la interacción familiar.
Como observa Goldner: “Las mujeres han estado siempre enterradas 
en la familia...” (1985a, pág. 45). Las mujeres también han estado 
enterradas en la terapia familiar. Los obstáculos psicológicos, legales y 
sociales que se han opuesto al logro de la igualdad de las mujeres —in­
cluso en la familia misma— han estado ausentes en la teoría, la práctica 
y la capacitación correspondientes a este campo.
LA TEORÍA
Si no es intencional, resulta al menos conveniente que la terapia 
familiar haya adoptado la teoría de los sistemas como forma fundamental 
de ver y pensar, una teoría demasiado abstracta y demasiado concreta al 
mismo tiempo para generar algún tipo de cuestionamiento a la perspec­
tiva patriarcal. Cuando decimos “conveniente” nos referimos a que la 
teoría de los sistemas permite a los profesionales trabajar sin perturbar 
su aparente compromiso de no enterarse de la condición de la mujer en 
la familia o en el mundo. La teoría de los sistemas es tan abstracta que 
proporciona un informe aparentemente coherente mientras que, en 
realidad, omite variables decisivas. Las variables decisivas que tenemos 
en mente son el género y el poder. Puesto que la teoría de los sistemas se 
centra totalmente en los movimientos y no en los jugadores, nunca hace 
falta darse cuenta de quién tiene poder sobre quién.
La teoría de los sistemas es también demasiado concreta porque
mantiene un estrecho enfoque sobre cada familia en particular, conside­
rada individualmente. Por consiguiente, a las configuraciones que sur­
gen del examen general de las familias yen las que se refleja la opresión 
en gran escala que padecen las mujeres en la sociedad se les impide que 
ingresen en el campo de visión y en el discurso o que los perturben. 
Asimismo, se excluye el trabajo académico de otras disciplinas sobre la 
condición de la mujer y su conexión con el modelo convencional de la 
familia (por ejemplo, Bcmard, 1973; Rich, 1976; Thome, 1982; Tilly y 
Scott, 1978). Los teóricos y terapeutas de la familia que cierran los ojos 
ante estos datos tienen una perspectiva distorsionada y distorsionante.
Al margen de las críticas a la teoría de los sistemas, la condición de 
la mujer en la familia —aun cuando se considere una familia por vez— 
debería haber sido evidente. La razón por la cual no lo fue —o si lo fue, 
no se lo mencionó— es objeto de mucha reflexión por parte de las 
feministas. Y debería ser objeto de un honesto examen de sus propias 
motivaciones por parte de los terapeutas de la familia, porque lo que 
estamos señalando aquí no es sólo un fracaso académico sino también un 
fracaso moral. Y lo es porque los teóricos y los profesionales han 
producido y siguen defendiendo una teoría y una práctica que permiten 
que la opresión esté borrada de la conciencia de todos: de los terapeutas, 
de los opresores y, lo que es más grave, de las víctimas.
Las consecuencias son amplias. Como ha señalado Hare-Mustin: 
“Cuando alteramos el funcionamiento interno de las familias sin preocu­
pamos del contexto social, económico y político, somos cómplices de la 
sociedad en lo que se refiere a mantener a la familia en el mismo estado” 
(1987, pág. 20). Además, cuando nos interesamos por el funcionamien­
to interno de las familias sin modificar las diferencias de poder, somos 
cómplices de la sociedad para que las mujeres sigan siendo oprimidas.
Examinemos algunos conceptos específicos que fundamentan esta in­
validación de la teoría de los sistemas. La complementariedad, un con­
cepto sistémico aplicado a una desigualdad observada entre las partes de 
una interacción, es el primer ejemplo. Cuando se aplica a la interacción 
conyugal, encubre con facilidad el hecho de que son las esposas las que 
por lo regular y en última instancia se encuentran en desventaja, al vivir 
en un sistema que ha sido estructurado por la ley, la costumbre social, y 
la doctrina religiosa para asegurar esa situación. Esta realidad no encuen­
tra ningún punto de entrada en el concepto de complementariedad.
En este concepto se da por supuesto que una desigualdad observada
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36 TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA: HACIA UNA REFORMA
en una interacción es sólo temporaria y representada. En un nivel más 
profundo de la realidad (así se dice), las partes son realmente iguales; 
comenzaron siendo iguales, volverán a ser iguales y, en realidad, 
probablemente cambiarán de lugar en el próximo intercambio desigual. 
Una situación constante de cualquiera de las partes, si es que se llega a 
notar, es descartada con el argumento de que no tiene consecuencias 
perjudiciales porque hay un poder encubierto en el desamparo y una 
fortaleza paradójica en la debilidad. Este es el tipo de reencuadre útil para 
hacer que la parte menos poderosa se sienta muy bien de serlo. Según la 
complementariedad, la realidad de la opresión estructurada queda ex­
cluida de la existencia.2
La circularidad es otro concepto sistémico que funciona en contra de 
la mujer. La idea de que la gente incurre en pautas de conducta re­
currentes, instigadas por reacciones y reforzadas mutuamente, termina 
por hacer que todos sean igualmente responsables de todo, o bien, que 
nadie sea responsable de nada. Este concepto discrimina a las mujeres 
porque una esposa no tiene el poder ni los recursos para ser igual a su 
marido en cuanto a la influencia que puede ejercer en lo que sucede en 
la vida familiar y, sin embargo, se la considera igualmente responsable 
o no hay ningún responsable. Con este razonamiento se culpa a la mujer 
falsamente y el hombre queda liberado del hogar.
¿Ella rezonga porque él bebe o él bebe porque ella rezonga? Esta 
pregunta familiar pasa por ser un profundo enigma filosófico, pero para 
que funcione cómo adivinanza requiere una enorme desconsideración 
por la situación difícil de la mujer. Una lectura trivializa su queja 
poniéndola en el mismo nivel de “recoge tus zoquetes”. La otra lectura 
sugiere que las consecuencias de las protestas son tán malas como las de 
la bebida. De cualquiera de las dos formas, ella no es más o menos 
partícipe, responsable u obstaculizada que él. Podríamos explicar las 
diferencias en la distribución desequilibrada de las opciones favorables 
de un esposo y una esposa en esa situación, pero se destacan más lo 
absurdo y perjudicial puestos de manifiesto en las explicaciones circu­
lares una vez examinados el género y el poder.
2 En otros capítulos de este libro se sigue analizando la complementariedad. En el 
capítulo 6 damos un ejemplo más del potencial de prejuicio contra las mujeres que se 
oculta en este concepto aparentemente neutral. En el capítulo 7 demostramos cómo el 
empleo de la complementariedad puede encubrir un problema complejo para los dos 
sexos, relacionado con el estereotipo de los roles de los géneros.
“Esta mujer ha sido golpeada por su marido” es un buen comienzo 
para dar una explicación lineal (es decir, “equivocada”) de un caso de 
castigo corporal de la mujer, más conocido en este campo, lamentable­
mente, como abuso conyugal o violencia en la pareja. “¿Qué había hecho 
ella?” es la respuesta corriente. El ultraje del acto y la violencia del actor 
se pierden en discusiones teóricas que tratan de puntualizar una regresión 
infinita de hechos. Esta táctica también descarta el sufrimiento. Como 
enseña el viejo proverbio: ya sea que el cuchillo caiga sobre el melón o 
el melón sobre el cuchillo, es el melón el que se corta. De cualquier forma 
que se combinen las dos primeras cláusulas del proverbio y que se 
describa el hecho, el resultado sigue siendo la ingrata realidad.
La neutralidad, o parcialidad multilateral, es una posición que los 
teóricos de los sistemas recomiendan que adopte el terapeuta para que 
cada miembro de la familia se sienta aliado con y ninguno se sienta aliado 
contra. Esta posición evidentemente concuerda con los otros conceptos 
sistémicos analizados aquí, que tienen por objeto sostener que todos o 
ninguno son responsables. Cada vez que los temas en la terapia son 
claramente sexistas, el terapeuta perpetúa la desigualdad con su impar­
cialidad.
Por ejemplo, el terapeuta puede tratar de hacer que los cambios 
sugeridos resulten equitativos o que las consecuencias del cambio lo 
sean. Dos personas que se encuentran en una relación de poder desigual, 
cada una de las cuales cede de alguna manera el diez por ciento de su 
poder, siguen estando en la misma relación de poder que antes. Además, 
las consecuencias de los cambios necesarios para lograr la igualdad no 
son igualmente atractivas. Cuando el objetivo es la igualdad, el marido 
necesariamente dejará la terapia con la sensación de que es menos 
privilegiado que cuando la empezó, y la mujer se sentirá más privilegia­
da.
En situaciones de castigo corporal de la esposa y otros abusos, el 
prejuicio contra las mujeres implícito en la actitud de permanecer neutral 
o ser imparcial ha sido explicado. Es importante observar que aun en 
situaciones menos terribles, el terapeuta que adopta una posición neutral 
suma peso al aspecto sexista. Incluso el silencio proveniente de una 
persona de autoridad, como es el caso del terapeuta, puede interpretarse 
fácilmente como un asentimiento ante la desigualdad presentada, admita 
o no la familia que se trata de una relación problemática.
La inocencia implícita en los conceptos de complementariedad y
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neutralidad, que ocultan un prejuicio contra las mujeres cuando se aplica 
a la violencia física contra la esposa, sucumbepor completo cuando la 
Madre puede ser objeto de crítica. El ejemplo más ultrajante es culparla 
por el abuso sexual cometido por su marido en perjuicio de sus hijos. El 
incesto es un testimonio patente del viejo adagio según el cual el poder 
corrompe. Concentrándose en la conducta de la Madre —por no satisfa­
cer a su marido, por no desempeñar un rol ejecutivo adecuado, por no 
estar en guardia, por no saber— un terapeuta oculta el reproche verda­
dero de que el dominio del Padre puede terminar por causar el abuso. El 
poder absoluto del Padre como jefe de familia puede corromper total­
mente.
No sólo el incesto, sino muchas y variadas enfermedades de la vida 
familiar y de la conducta individual son cargadas a la responsabilidad de 
la Madre. Se trata de un resultado predecible cuando la teoría psicológica 
sitúa la formación del carácter en la niñez y la terapia familiar sostiene 
la opinión de que la niñez es una etapa que corresponde a la madre. Las 
encuestas de las revistas especializadas en terapia familiar muestran que 
nuestro campo está invadido por culpas atribuidas a la madres (Caplan 
y Hall-McCorquodale, 1985). Al buscar la culpa en la Madre se ignora 
al Padre, el principio del poder y la moralidad del poder. (Véase un 
análisis más extenso en el capítulo 6.)
Además de la teoría de los sistemas, existe también un problema en 
la terapia familiar con respecto a las descripciones y prescripciones de lo 
que constituye la adultez y las relaciones maduras. Nos referimos a los 
conceptos de fusión, apego excesivo, individuación, diferenciación y 
límites, todos los cuales subrayan cuán importante es para el individuo 
mantener una saludable distancia de las demás personas y de los aspectos 
emocionales propios. Estas formulaciones están impregnadas de valores 
masculinos y describen un ethos independiente que sostiene que la 
autonomía es el bien supremo, que la emoción y la intimidad la ponen en 
peligro y que el poder sobre los demás es una señal inequívoca de haberla 
logrado.
Esta perspectiva masculina toma forma en el proceso que desarrolla 
el hombre hacia el logro de su identidad (Chodorow, 1978; Dinnerstein, 
1976). El hombre sólo llega a ser él mismo y toma conciencia de su 
identidad como ser masculino al separarse de su madre. Aprende a 
conocerse a sí mismo a través de la renunciación: “Soy la suma de las 
características de lo no-femenino”. La importancia que cobra entonces
la autonomía no sólo es aceptada sin críticas por la terapia familiar como 
unideal para los hombres, sino que también se preconiza para las mujeres 
y, por consiguiente, se presenta como el ideal de todos los seres humanos.
Puesto que el proceso que siguen las mujeres hacia el logro de su 
identidad es tan diferente del de los hombres, si se usan los valores y el 
desarrollo de éstos como paradigmas las mujeres parecen fracasadas. A 
las mujeres también las edúcala Madre; empero, crecen junto a alguien 
que se parece a ellas, alguien cuyas cualidades son alentadas a imitar e 
incorporar. En consecuencia, las mujeres experimentan la relación como 
dadora de vida. Una mujer se conoce a sí misma a través de un otro con 
quien está relacionada a través de una sensibilidad recíproca. La autono­
mía y la diferenciación se incluyen como aspectos de la conexión, no 
como fuer/as opuestas. Ella llega a conocerse a sí misma mediante un 
estrecho compromiso (Chodorow, 1978; Dinncrstcin, 1976).
Las mujeres tienen razón en este aspecto. No existe un sí-mismo sin 
un otro, y el desafío es integrar la autonomía y la conexión. Uno de los 
motivos por los cuales un hombre puede parecer tan envidiablemente 
fuerte e independiente es que las mujeres están desempeñando la otra 
parte por él. La madre, la hermana, la hija, la esposa, la secretaria y la 
amante están absorbidas en su realidad, haciendo el trabajo de apoyar, 
sostener y conectar mientras él se mete valientemente en el mundo, 
aparentemente solo. Las mujeres serán capaces de presentarse como 
personas fuertes e independientes como los hombres, tan sólo si son 
apoyadas como ellos. Ahora bien, las mujeres hemos de proporcionamos 
ese sostén mutuamente o tendremos que esperar hasta que los hombres 
sean educados de otra manera para que sepan cómo brindamos esc apoyo 
a nosotras, y quieran hacerlo.
Gran parte de lo escrito sobre terapia familiar se refiere a lograr la 
independencia y mantenerla, y muy poco a lograr la conexión y mante­
nerla. Esta insistencia en la primera sugiere que la gente, habiendo 
aprendido cómo separarse, puede realizar la tarea relativamente más 
simple de conectarse, habilidad menos valorizada y, evidentemente, 
relacionada con las mujeres. La terapia familiar no ha cuestionado la 
dicotomía de las categorías (autonomía frente a conexión), no ha cues­
tionado la jerarquía (autonomía por encima de la conexión) y no ha 
cuestionado el resultado: el hombre aparentemente independiente con­
siderado superior a la mujer a quien puede confiársele la conexión.
Dado el notable potencial de perjuicio que hemos esbozado, es una
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tarea urgente la que han emprendido las terapeutas feministas de la 
familia de analizar, reformar y reescribir la teoría. Hasta la fecha, la 
crítica feminista de la terapia familiar ha sido elaborada más plenamente 
que la propuesta feminista, pero el trabajo ya ha comenzado. Nosotras 
hacemos nuestro aporte con los capítulos de este libro. Tratamos de 
evitar el error de no mencionar lo importante. Por lo tanto, decimos con 
claridad en cada caso clínico cuáles son los valores en los que se 
fundamenta el análisis teórico que orienta nuestra terapia. Decimos que:
— Tanto los hombres como las mujeres son responsables de la calidad 
de la vida conyugal y familiar.
—r Las buenas relaciones no se caracterizan por una definición rígida 
de los roles y por la diferencia sino por la mutualidad, la reciprocidad y 
la interdependencia.
— Las pacientes que son informadas sobre el origen y la significación 
de sus creencias adquieren claves para su liberación.
— Todas las personas responsables de fomentar el crecimiento de 
nuestros hijos están encargadas tanto de educarlos como de ayudarlos a 
ser competentes en el mundo que se extiende fuera del hogar.
— La estructura familiar no tiene por qué ser jerárquica para llevar a 
cabo las funciones familiares; en cambio ha de ser democrática, sensible, 
consensual.
— El respeto, el amor y la seguridad necesarios para el óptimo 
desarrollo y goce humanos son igualmente posibles en diferentes cons­
telaciones: relaciones lesbianas, familias de un solo progenitor, parejas 
de profesionales y otras.
— Tienen que buscarse por igual la conexión y la autonomía, cada una 
de ellas es una condición necesaria para la otra.
— El poder, como el hasta ahora ejercido por los hombres, padres y 
maridos, ya no va a ser igualmente compartido sino prohibido por 
completo y reemplazado por otra actitud: la de brindar la capacidad e 
influencia propias para lograr el bienestar de los demás, del mismo modo 
que se hace para lograr el bienestar propio.
LA PRÁCTICA
Un concepto equivocado que sigue encontrándose con frecuencia
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sobre la terapia familiar feminista da por supuesto que se trata de un 
conjunto de técnicas usadas para rescatar a las mujeres “buenas” que son 
víctimas de los hombres “malos”. Este supuesto contiene dos errores 
esenciales. En primer lugar, la terapia familiar feminista no es un 
conjunto de técnicas, sino un punto de vista político y filosófico que 
produce una metodología terapéutica al inspirar las preguntas que 
formula el terapeuta y el conocimiento que éste desarrolla. En segundo 
lugar, este enfoque no tiene nada que ver con culpas y rescates, pues estas 
técnicas son simplemente indicativas de malas terapias, y no pueden ser 
nunca justificadas sobre la base de su supuesta corrección política.
La práctica de la terapia familiar feminista

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