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Freud Anti Pedagogo

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EDITOR ASOCIADO 
JUAN GRANICA 
TRADUCCION DE 
IRENE AGOFF 
REVISION TECNICA DE 
NELIDA HALFON 
Diseño de la colección 
Rolando & Memelsdorff 
CATHERINE MILLOT 
DEPARTEMENT DE PSYCHANALYSE, 
VINCENNES (PARIS) 
FREUD 
ANTI-PEDAGOGO 
|| ñ =.. i t 'n'ifimj w«rti 
editorial 
PAIDOS 
México — Buenos Aires — Barcelona 
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© 
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Título original: 
Freud anti-Pédagogue 
La Bibliothéque d'Ornicar?, París, 1979 
Ia. edición en México, 1990 
.© Lyse - Ornicar?, 1979 
© de todas las ediciones en castellano, 
Editorial Paidós, SAICF; 
Defensa, 599; Buenos Aires; 
Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 
Mariano Cubi, 92; Barcelona; 
Tel.: 200 01 22 
© de esta edición 
Editorial Paidós Mexicana, S.A. 
Guanajuato 202-302 
06700 Col. Roma 
México, D.F. 
Tels.: 564-7908 • 564-5607 
ISBN: 968-853-160-X 
Toda reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o 
modificada, escrita a máquina, por el sistema «multigraph», mimeógrafo, en composición 
tipográfica impresa, en fotocopias o mediante el sistema offset, no autorizada por los editores,̂ 
viola derechos reservados. 
Impreso en México 
Printed in México 
Facultad da Psieotogi 
CLASIF. 
EJ . . h ^ L l 
NO. ADQ. & o < 2 A V 
Portada: reproducción de un dibujo de Grandville 
I - SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
Prefacio 13 
1. La moral social: palabra prohibida y so juzgamiento 
sexual 17 
2. Lucifer-Amor 23 
3. Perversión y civilización 29 
4. Los excesos del sojuzgamiento sexual 35 
5. El imposible goce 43 
II - EDUCACION Y DESARROLLO 
6. La sexualidad infantil 49 
7. La crítica freudiana de la educación 55 
8. Algunas propuestas para una educación de orientación 
analítica: Juanito 61 
9. El Yo y la realidad 71 
10. Tótem y tabú 89 
11. El narcisismo 105 
III - LO REAL Y LO IDEAL 
12. La pulsión de muerte y lo real. / 123 
13. La educación para la realidad ^ 129 
14. El malestar en la civilización 141 
IV - PSICOANALISIS Y EDUCACION 
Prefacio 155 
15. L̂ ts críticas pos-freudianas . 159 
16. i^yoceso educativo y proceso psicoanalítico 165 
17. El análisis de niños: ¿psicoanálisis o pedagogía? 177 
18. ¿Es posible una pedagogía analítica? 189 
Conclusión 
Bibliografía 
207 
209 
INTRODUCCION 
No encontramos en la obra de Freud ningún tratado de edu-
cación, y sería inclusive inútil buscar elementos del mismo. Es 
cierto que Freud se empeña en una severa crítica de las prácticas 
educativas de su época, pero en cambio sobre este dominio no es 
pródigo en consejos. 
¿Se trata de negligencia o de una falta de interés personal? En 
este caso habría que acudir a otros autores para indagar en las 
relaciones del psicoanálisis con la educación y su aportación a 
esta última. Creemos, por el contrario, y esperamos demostrarlo, 
que la carencia de prescripciones pedagógicas en Freud tiene 
causas ligadas más esencialmente a los propios descubrimientos 
del psicoanálisis, en particular aquellos referidos, por una parte, a 
los procesos del desarrollo individual y al funcionamiento psí-
quico, y vinculados, por otra, a la posición del psicoanalista. 
No nos proponemos, pues, elaborar un tratado de pedagogía 
freudiana. Antes bien, nos consagramos a mostrar de qué modo 
esos descubrimientos conducen a un cuestionamiento de la pe-
dagogía misma como ciencia de los medios y fines de la educa-
ción. Indagamos en la obra de Freud para tratar de responder a la 
cuestión de la posibilidad de basar en los hallazgos del psicoaná-
lisis una pedagogía que extraería las consecuencias respectivas, 
tanto a nivel de los fines que deben asignarse a la educación, 
como al de los métodos. 
¿Es posible una «educación analítica», en el sentido, por ejem-
plo, de que la educación se propondría un objetivo profiláctico 
con respecto a las neurosis, extrayendo así una lección de la 
experiencia psicoanalítica en lo que atañe al valor patógeno de la 
9 
INTRODUCCION 
coartación de las pulsiones, generadora de represión? Veremos 
que Freud, quien por un tiempo creyó posible orientar sus espe-
ranzas hacia semejante función profiláctica de la educación, ulte-
riormente fue llevado a enterrarlas. 
¿Se puede concebir una pedagogía «analítica», en el sentido 
de que se propondría los mismos fines que la cura de igual 
nombre: resolución del complejo de Edipo y superación de la 
«roca de la castración»? ¿O bien en el sentido de que se inspiraría 
eri el método analítico para transponerlo a la relación pedagó-
gica? ¿Puede haber en este sentido una aplicación del psicoaná-
lisis a la pedagogía? 
Estas son las preguntas a las que intentaremos dar respuesta a 
partir de la relectura de los textos de Freud. 
La enseñanza de Jacques Lacan nos sirve aquí de guía, por lo 
cual frecuentemente hemos de recurrir a su interpretación de los 
textos freudianos. 
JO 
I 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
PREFACIO 
El problema de la educación en la obra de Freud debe ser 
abordado mediante el otro, más general, de las relaciones entre el 
individuo y lo que Freud llamó «la civilización». En efecto, cro-
nológicamente es a ésta a la que dirige primero sus críticas, 
imputándole buena parte de responsabilidad en la génesis de las 
neurosis, sobre todo en lo que califica como su extensión al 
siglo XIX. En cuanto a este último punto, Freud se sitúa en la 
misma línea que buen número de sus contemporáneos, especia-
listas en enfermedades nerviosas. Ehrenfels, por ejemplo, a quien 
cita en La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna, también 
atribuía a los daños producidos por la civilización industrial mo-
derna el aumento del número de enfermedades mentales. En 
Francia, a finales del siglo XIX, los Annales médico-psychologiques1 
dan fe de la existencia de una polémica sobre las relaciones entre 
civilización y enfermedades nerviosas. La agitación de la vida 
moderna, la competencia económica, la rivalidad, la precariedad 
de la vida material en el proletariado, las ansiedades debidas a la 
inseguridad y el surmenage son frecuentemente incriminados. 
Donde Freud innova es en el hecho de dirigir sus críticas, opues-
tamente a sus contemporáneos, a la moral sexual civilizada y no 
al género y ritmos de vida impuestos por la civilización industrial. 
Fue esto lo que le condujo a abordar el problema de la educa-
ción. En efecto, si la responsable de las neurosis es la actitud 
moral frente a la sexualidad, la educación que hace de vehículo a 
dicha moral pasa a ser el agente directo de la propagación de la 
1. Cf. nuestra bibliografía. 
155 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
neurosis. Y una reforma de la educación constituiría así el cami-
no más corto hacia una transformación de la moral sexual. La 
profilaxis de las neurosis está en manos del educador, quien 
puede acusar la influencia de la enseñanza del psicoanálisis. 
Si bien la introducción del problema de la educación a través 
del de la civilización está justificado desde un punto de vista 
cronológico, también encuentra su fundamento lógico en las 
concepciones de Freud sobre los vínculos entre el desarrollo del 
individuo y el desarrollo de la especie: entre ontogénesis y filo-
génesis. Según Freud, la historia del individuo reproduce la his-
toria de la humanidad. En ambos niveles aparecen los mismos 
conflictos, las mismas soluciones y los mismos atolladeros y an-
tinomias. Las fuerzas que presidieron la evolución de la huma-
nidad también se encuentran en el origen del desarrollo del 
individuo. Fuera de ello, la relación que Freud establece entre 
ontogénesis y filogénesis permite definir en qué consiste para él 
la educación: hacer que el niño vuelva a cumplir la evolución que 
condujo a la humanidad hacia la civilización. Aquí se apoya en la 
«ley biogenética fundamental», formulada por vez primera por 
Haeckel, y que Comte y Spencer habrán de retomar por su lado.2 
La educación es un proceso de desarrollo y maduración parcial-
mente inscrito en el patrimonio genético del niño, que es el 
producto de la historia de la humanidad. 
De estemodo, la antinomia que Freud cree descubrir entre 
sexualidad y civilización reaparecerá en el interior de la relación 
educativa. El problema de esta antinomia a nivel de la civilización 
habrá de desplazarse, y Freud aspirará a verlo resuelto mediante 
una reforma de la educación; ello, hasta que por un movimiento 
inverso se vea inducido a renunciar, en gran parte, a sus esperan-
zas de reforma, y a justificar los límites de la acción educativa por 
la existencia de una renuncia original, fundadora de toda socie-
dad humana, a una parte esencial del goce sexual. 
El problema planteado por Freud a nivel de la civilización, 
vale decir, cómo conciliar las exigencias egoístas del individuo 
con las de la renuncia, impuestas por la civilización, e» el mismo 
que la educación tiene que resolver concretamente: cómo conci-
liar el desarrollo del niño hacia la civilización con la conservación 
2. Cf. J . Ulman, La pensée éducative contemporaine, París, 1976. 
14 
PREFACIO 
de su aptitud para la felicidad. No obstante, al mismo tiempo que 
critica la coartación sexual excesiva por parte de la civilización, 
Freud señala la posibilidad de que exista un elemento que haga 
fracasar la mira hedonista a nivel de la civilización. Ya en esa 
época surge la sospecha de que en el seno de ésta podría existir 
una dimensión diferente a la del principio del placer y al cálculo 
utilitarista del menor sacrificio de placer compatible con las 
necesidades de la supervivencia. Esta otra dimensión también se 
encuentra en el centro del funcionamiento psíquico del indivi-
duo y modifica, a la vez, la problemática de la civilización y de la 
educación. 
Agreguemos que en la obra de Freud la noción de civilización 
resulta fluctuante y poco definida. Unas veces se trata, en La 
moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna por ejemplo, de lo 
que podríamos llamar, con idéntica imprecisión, civilización in-
dustrial occidental, o sea lo que en otro discurso recibiría el 
nombre de sociedad capitalista y su ideología; otras veces, el 
término civilización es tomado en un sentido mucho más amplio 
y designa el conjunto de instituciones que una comunidad hu-
mana se da con vistas a su conservación, así como el conjunto de 
sus obras. En suma, el término civilización se refiere en ciertos 
casos a la civilización occidental de finales del siglo XIX, la de sus 
enfermos, ella misma enferma del desarrollo de un germen que 
Freud sitúa míticamente en el momento del pacto primordial 
que siguió al asesinato del padre primitivo, pacto que constituye 
el acto de nacimiento de la civilización considerada en el sentido 
amplio del término.3 
Así, pues, la noción de civilización acabó convirtiéndose en 
Freud en casi un sinónimo de la Ley correlativa a la renuncia al 
goce. 
3. «El término civilización (Kultur) designa la totalidad de las obras y organi-
zaciones cuya institución nos aleja del estado animal de nuestros antepasados, y 
que sirven a dos finalidades: la protección del hombre contra la naturaleza y la 
reglamentación de las relaciones de los hombres entre sí.» Malaise dans la tivilisa-
tiort, p. 37 (PUF, 1971). «[Por cultura (Kultur)] entiendo todo aquello mediante lo 
cual la vida humana se ha elevado por encima de las condiciones animales... y 
desdeño separar la civilización de la cultura», Avenir d'une illusion, p. 8 (PUF, 
1971). «El malestar en la cultura», O.C., III (p. 3017). «El porvenir de una 
ilusión», O.C., III (p. 2961). 
15 
11 
LA MORAL SOCIAL 
Palabra prohibida y sojuzgamiento sexual 
«Es interés de todos que se acabe por considerar 
como un deber, entre los hombres y las mujeres, el 
logro de un más alto grado de honestidad respecto de 
las cosas sexuales del que hasta el presente se ha 
esperado de ellos. Con esto, la moral sexual no puede 
sino salir gananciosa. En materia de sexualidad, 
hoy en día somos todos hipócritas. Si, como efecto de 
esa honestidad general, alcanzáramos cierta tole-
rancia en el terreno sexual, ello no nos traería más 
que ventajas.» 
La sexualidad en la etiología de las neurosis 
(1898) 
En 1893, Freud formuló sus primeras críticas respecto de la 
civilización en nombre de la etiología sexual que creyó posible 
asignar a la neurastenia y a la neurosis de angustia. Estos dos 
tipos de neurosis, a las que calificó de «neurosis actuales» —por 
oposición a las «psiconeurosis de defensa», de origen esencial-
mente psíquico—, resultaban, a su parecer, de la insatisfacción 
sexual derivada de prácticas tales como el onanismo y el coitus 
interruptus, que el malthusianismo impuesto por las condiciones 
sociales y económicas habían vuelto inevitables. De este modo, 
las exigencias de una sexualidad sana entran en contradicción 
con las de la sociedad de su época. «La tarea del médico, escribe a 
Fliess, es enteramente de orden profiláctico. La primera parte de 
esta tarea, que consiste en prevenir los trastornos sexuales del 
primer período, se confunde con la profilaxis de la sífilis y la 
123 
sexualidad ycivilizacion 
blenorragia, peligros que amenazan a todos aquellos que re-
nuncian a la masturbación. El único otro sistema consistiría en 
autorizar la libertad de relación entre muchachos y jovencitas de 
buena familia, pero esto sólo podría alcanzarse si se dispusiera de 
métodos anticonceptivos inofensivos.» [...] «En ausencia de toda 
solución posible, la sociedad parece condenada a ser víctima de 
neurosis incurables que reducen al mínimo la alegría de vivir, 
destruyen las relaciones conyugales y, por obra de la herencia, 
traen aparejada la ruina de toda la generación venidera.»1 
En el texto que acabamos de citar, Freud se sitúa en una 
perspectiva estrictamente médica, y no moral o política. En este 
nivel, la contradicción entre sexualidad y sociedad no le parece 
insoluble. Orienta sus esperanzas hacia el descubrimiento de 
métodos contraconceptivos eficaces e inofensivos que permiti-
rían conciliar las exigencias de la sexualidad con las de la econo-
mía. Incluso cuando preconiza las libres relaciones entre «mu-
chachos y jovencitas de buena familia», no lo hace en nombre de 
una moral nueva sino en el de la higiene. Su preocupación inicial 
es de índole profiláctica: cuando diagnostica las causas del mal y 
preconiza remedios, lo hace en su carácter de médico. 
Con posterioridad, al atacar más directamente la moral social 
y la educación de su tiempo, lo hará también a partir de su 
posición de terapeuta y de los problemas particulares que en-
frenta como clínico. La marcha de su reflexión acerca de estas 
cuestiones seguirá siempre estrechamente ligada a los descubri-
mientos de su práctica de analista. Y cuando asuma posiciones 
éticas, siempre será en nombre de lo que el psicoanálisis le ha enseñado. 
El problema del malthusianismo y de su solución preocupará 
a Freud durante largo tiempo. Lo evoca aún en 1908, en La moral 
sexual «cultural» y la nerviosidad moderna, y en 1898 desarrolla am-
pliamente este tema en La sexualidad en la etiología de las neurosis, 
época en la que mucho esperaba de las investigaciones de su 
amigo Fliess sobre este terreno. 
Dentro del contexto definido por la etiología de las neurosis 
actuales, la profilaxis de las neurosis parece, a mayor o menor 
1. Manuscrito B del 8 de febrero de 1893, La naissance de lapsychanalyse, París, 1956, PUF, p. 66. 
188 
LA MORAL SOCIAL: PALABRA PROHIBIDA Y SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
plazo, posible. Asimismo, la antinomia entre sexualidad y socie-
dad, engendrada por las exigencias del malthusianismo, parece 
capaz de ser superada gracias a los progresos de la ciencia, lo que 
traería aparejado, por la fuerza de las cosas, un cambio en las 
costumbres. 
A cambio de esto, la etiología específica de la histeria y de la 
neurosis obsesiva (psiconeurosis de defensa) transforma los da-
tos del problema y lleva a Freud a abordarlo bajo un ángulo 
diferente. 
En la misma época en que intenta referir la etiología de la 
neurastenia y de la neurosis de angustia a trastornos actualesde 
la función sexual, les opone el grupo de las «psiconeurosis de 
defensa»2 —que comprenden la histeria y la neurosis obsesiva—, 
así llamadas en virtud del mecanismo que preside su formación. 
En efecto, Freud les atribuye como causa un conflicto psíquico 
resultante de la defensa del sujeto contra representaciones, par-
ticularmente de naturaleza sexual, incompatibles con su ideal de 
pureza. La conciencia se niega a tomarlas a su cargo, y ellas 
sucumben a la represión; el conflicto psíquico en su conjunto 
permanece inconsciente y encuentra su expresión en los sínto-
mas, que constituyen un compromiso entre las fuerzas actuantes. 
Esta etiología particular condujo a Freud a abordar la cuestión de 
la moral social. En efecto, en este caso lo patógeno, a diferencia 
de lo que sucede en las neurosis actuales, ya no es solamente la 
falta de satisfacción sexual, sino el mero hecho de la represión de 
las representaciones sexuales, represión imputable a la morali-
dad del sujeto. 
Esta, fruto de su educación, muestra estar operando en las 
neurosis, cuya frecuencia Freud cree constatar en las clases socia-
les donde la educación en el plano sexual es más estricta. En 1896 
observaba: «Dado que el esfuerzo de defensa del Y o depende de 
todo el desarrollo moral e intelectual de la persona, hallaremos 
ahora menos incomprensible que la histeria sea mucho más rara 
en las clases bajas de lo que su etiología específica debería per-
mitir».3 
2. Cf. «Les psychonévroses de défense» (1894), Nívrose, psychose etperversions, 
París, 1973, PUF. «Las psiconeurosis de defensa», O.C., I (p. 169). 
3. «L'Etiologie de l'hystérie» (1896), Névrose, psychose et perversión, p. 102. «La 
etiología de la histeria», O.C., I (p. 299). 
19 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
¿Puede la necesidad económica, que impone la práctica del 
malthusianismo, explicar por sí sola la existencia de una moral 
que estigmatiza como vergonzosos no sólo la actividad sexual 
sino también los pensamientos a ella vinculados? 
La acción del educador, que apunta a prohibir a los adolescen-
tes la manifestación de la sexualidad, ¿puede explicarse entera-
mente a partir de exigencias contingentes de naturaleza social? 
En la sociedad burguesa occidental los jóvenes se ven forzados, 
por razones económicas, a alcanzar una edad avanzada para po-
der casarse y tener relaciones sexuales; por tanto, la educación 
debe esforzarse en enseñarles a ser pacientes. Pero, ¿justifica esto 
que para lograr tal fin la sexualidad sea objeto de una condena 
moral que la estigmatiza como vergonzante? ¿Es para precaverse 
mejor contra el paso al acto de los adolescentes por lo que se les 
prohibe incluso pensar en él? ¿A esto se debe que lo que atañe a 
la sexualidad esté condenado a la represión, y a permanecer en el 
inconsciente al precio de la neurosis? 
Tal es el problema que Freud comenzó a plantearse entonces, 
y también él chocó con la moral sexual de su época: cuando 
intentó hacer conocer su descubrimiento de la etiología sexual 
de las neurosis vio que se le opuso una indignada no acepta-
ción por parte del ambiente médico. Los tabúes que afectan a la 
sexualidad obstruyen igualmente la investigación científica. La 
prohibición que pesa sobre el sexo pesa también sobre el pensa-
miento. 
¿Los medios puestos en práctica, no desbordan los fines per-
seguidos? Si Freud vuelve a cuestionar la moral sexual de su 
tiempo es en nombre de una ética de la honestidad y del respeto a 
la verdad. Esta ética, base de toda actividad científica, se impone 
más todavía en la práctica analítica: la prohibición que pesa sobre 
el pensamiento está en el centro de la neurosis. Ambas, la activi-
dad científica y la profilaxis de las neurosis, exigen una transfor-
mación de la moral social. 
«Habría que cambiar muchas cosas. Es necesario vencer la 
resistencia de una generación de médicos que se han vuelto 
incapaces de recordar su propia juventud, triunfar sobre el or-
gullo de padres que no quieren rebajarse a un nivel humano 
frente a sus hijos, combatir la gazmoñería insensata de las ma-
dres, esas madres que actualmente consideran como un incom-
21 
LA MORAL SOCIAL: PALABRA PROHIBIDA Y SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
prensible e inmerecido golpe del destino el que sus hijos sean los 
únicos en volverse neuróticos. Pero, sobre todo, hay que dar un 
espacio en la opinión pública a la discusión de los problemas de 
la vida sexual. Tendrá que hacerse posible hablar de estas cosas 
sin ser considerado como factor de trastornos o como un explo-
tador de los más bajos instintos. Y aquí también queda mucho 
por hacer para que durante los próximos cien años la civilización 
aprenda a contemporizar con las exigencias de nuestra sexua-
lidad.»4 
Más allá de una liberalización de las costumbres sexuales, lo 
que debe lograrse es una liberación de la palabra y del pensa-
miento. En la misma época de la concepción catártica elaborada 
por Breuer para dar cuenta de los efectos terapéuticos de la 
talking-cure, según expresión de Anna O., y a la que se consideró 
causante de una descarga de las excitaciones, de una abreacción, 
Freud señalaba ya que la explosión de los afectos observada en 
los pacientes debía ser seguida por la expresión verbal del re-
cuerdo traumático, donde la palabra podía incluso reemplazar a 
la expresión emocional. En efecto, «el ser humano encuentra en 
el lenguaje un equivalente del acto, equivalente merced al cual el 
afecto puede ser abreaccionado poco más o menos en la misma 
forma» .5 
El psicoanálisis opera por medio de la palabra. El trabajo de la 
cura analítica consiste en hacer posible el advenimiento de una 
palabra al lugar de'un síntoma. De este modo, el progreso de la 
cura tendría su prototipo en el desarrollo mismo de la civiliza-
ción, si es cierto, como sugiere Freud en 1893, que «el primer 
hombre que arrojó contra su enemigo una injuria en lugar de una 
lanza fue el fundador de la civilización».6 
Aquello que pone obstáculos a la palabra se opone de este 
modo al progreso de la civilización y aun de la humanidad. Ve-
mos delinearse aquí las bases de la ética impuesta a Freud por su 
4. Standard Edition, T. III, p. 278, Etiologie sexuelle des ne'vroses. «La sexualidad 
en la etiología de las neurosis», O.C., I (p. 317). 
5. Etudes sur l'hystérie, PUF, París, 1956, pp. 5 y 6. «Estudios sobre la histeria». 
O.C., I (p. 39). 
6. Standard Edition, T. III, p. 36, On the PsychicalMechonism ofHysteria (1893). 
«El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos (comunicación prelimi-
nar)», O.C., I (p. 41). 
4? 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
íctica- de analista. Si el lenguaje es consubstancial a la humani-
j j ésta encuentra en él el fundamento de su vocación ética. La 
x ensió" k palabra cuyo advenimiento los hombres deben 
'biHtar e s Reparable de la dimensión de la verdad. El psico-
: s demuestra que es la falta de una palabra verdadera lo que 
A oríge n síntoma, que viene a ocupar su lugar. El síntoma 
h bía Y s a ^ e m o s desde que Freud se consagró a descifrarlo; 
• e 'a la verdad por causa, pero nace de una mentira. «Proton 
seduoSi la primera mentira de la histérica»:1 así califica Freud a 
f «falsa asociación», consecutiva a la represión, que da naci-
• nto al síntoma. Una ética basada en la palabra es una ética de 
verdad. La neurosis es el fruto de una mentira que no es otra 
n i l É falta de palabra, que no nace sino por falta de una cosa quw • r . r 
alabra» y casi siempre es una mentira piadosa, aquella que im-
P n ja hipocresía general y la educación bienpensante, es de-
cir, la q u e P r o h í b e P e n s a r -
Freud, pues, es llevado a denunciar aquí los abusos de una 
oral sexual que no se contenta con vedar los actos, eventual-
ente perjudiciales para la sociedad, sino que llega incluso a 
rohibif las intenciones, y aun el mero pensamiento, trayendo 
P , aparejada la inhibición de la actividad intelectual. Vemos qué 
cosa de^e a ^ e n particular la cristiana, esta moral que 
hostiga incluso los «malos pensamientos».Sobre este punto hará 
sar Freud las críticas más acerbas cuando, en Un recuerdo infantil 
¿e ^ en El porvenir de una ilusión, acuse a la religión 
¿e atentar contra el libre ejercicio del pensamiento. Sin embar-
fieud no se limita a la crítica, sino que además intenta dar 
una interpretación analítica que alcanza en su centro al problema 
de las relaciones entre civilización y sexualidad. 
7. Cf. «L'Esquisse dune psychologie scientifique», Naissance de la psycbanalvse 
363. «Proyecto de una psicología para neurólogos», O.C, I (p. 209). 
22 
2 
LUCIFER-AMOR 
«En mi opinión, debe existir en la sexualidad una 
fuente independiente de displacer.» 
Manuscrito K, 1 de enero de 1896. 
¿Por qué razón duplica la sociedad la prohibición impuesta al 
acto sexual —y que podrían justificar las necesidades económi-
cas— con la prohibición moral aplicada a la palabra y al pensa-
miento? Dicho de otro modo, ¿cuál es el origen de la hipocresía 
social respecto a la sexualidad? Freud procuró brindar una expli-
cación analítica del rechazo de la sexualidad por parte de la moral 
y la educación, y a ello le condujeron los problemas teóricos que 
le planteó su práctica de analista. 
¿Basta la conciencia moral del sujeto para explicar el hecho 
de que la represión sólo afecta a las representaciones de carácter 
sexual? 
En el origen de las psiconeurosis Freud creyó descubrir en un 
principio la constancia de un acontecimiento de orden sexual 
sobrevenido en la primera infancia, y que cobraría en la pubertad 
todo su valor traumático, generador de neurosis. Así, pues, para 
que aparezca una neurosis, «es preciso que el incidente provoca-
dor haya sido de orden sexual, y además que se haya producido 
antes de la madurez sexual (condiciones necesarias de sexualidad 
e infantilismo)».1 
El primer problema que esta etiología plantea reside en la 
paradoja de un recuerdo que produce un efecto mucho más 
1. Manuscrito K, del 1 de Enero de 2896, La naissance de lapsychanalyse, p. 130. 
23 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
considerable que el propio acontecimiento. Sólo lo que perte-
nece al registro sexual es susceptible, según Freud, de un efecto 
semejante de aprés-coup, en tanto que la aparición tardía de la 
pubertad suministra la condición de posibilidad de esta clase de 
fenómenos.2 Así se explicaría que «sólo representaciones de con-
tenido sexual pueden ser reprimidas [...] En general, el efecto 
correspondiente es mucho más intenso que el producido en 
oportunidad de la rememoración. Pero cuando la experiencia 
sexual tiene lugar en la época de la inmadurez sexual y su recuer-
do es despertado durante o después de la época de la madurez 
sexual, entonces el recuerdo actúa mediante una excitación in-
comparablemente más intensa que la que en su momento habría 
presentado la experiencia; en efecto, en el ínterin, la pubertad ha 
incrementado enormemente la capacidad de reacción del aparato 
sexual. Ahora bien: es esta relación invertida entre la experiencia 
real y el recuerdo lo que parece entrañar las condiciones psicoló-
gicas para una represión. La vida sexual, a causa del retardo de la 
madurez pubertaria en relación con las funciones psíquicas, ofre-
ce la única posibilidad de que se produzca tal inversión de la 
eficacia relativa. Los traumas infantiles actúan aprés-coup como 
experiencias nuevas, pero entonces de manera inconsciente».3 
Sin embargo, esto no basta para resolver el problema: para 
que haya represión tiene que haber displacer. La cantidad de 
excitación no puede explicar por sí sola el displacer. «Buscando 
el origen del displacer engendrado por una excitación sexual 
precoz, sin la cual no sería explicable represión alguna, penetra-
mos en el meollo mismo del problema psicológico. La respuesta 
que de inmediato se presenta en nuestra mente es la que sigue: 
las fuerzas represoras son el pudor y la moralidad. La vecindad 
que la naturaleza ha conferido a los órganos sexuales debe susci-
tar inevitablemente, en el momento de las experiencias sexuales, 
un sentimiento de repugnancia. Allí donde el pudor falta (como 
en el individuo macho), allí donde la moralidad está ausente 
(como en las clases bajas de la sociedad), allí donde la repugnan-
cia se ve debilitada por las condiciones de existencia (como en el 
2. Cf. «Esquisse d'une psychologie scientifique» y «Manuscrit K», La naissance 
de la psychanalyse. 
3. «Les Psychonévroses de défense», Ne'vrose, psychose et perversión, p. 65, n. 2. 
24 
LA MORAL SOCIAL: PALABRA PROHIBIDA Y SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
t - i - J U r o i ^ b 
U. A. Q, 
campo), la represión no se produce, y entonces ninguna excita-
ción sexual infantil trae aparejada represión ni, por consiguiente, 
neurosis. Me temo, no obstante, que esta explicación no podrá 
resistir un examen detenido. No puedo creer que¿una produc-
ción de displacer durante las experiencias sexuales pueda derivar 
de la intromisión fortuita de ciertos factores de displacer. La 
experiencia cotidiana nos enseña que cuando la libido alcanza un 
nivel suficientemente elevado no se produce ningún sentimiento 
de repugnancia. La moralidad entonces se calla. Creo que el 
pudor debe depender enteramente del incidente sexual. En mi 
opinión, debe existir en la sexualidad una fuente independiente de displacer. 
Si esta fuente existe, ella puede estimular las sensaciones de 
repugnancia y conferir su fuerza a la moralidad,»4 
Freud opera aquí una inversión total del problema. No es que 
en el origen de la represión de la sexualidad se hallaría la morali-
dad, sino que ésta provendría de la naturaleza de la pulsión 
sexual. La causa de la neurosis no estaría en la moral, que pertur-
ba la vida sexual, sino que la moralidad posee la fuerza demos-
trada por la neurosis porque la sexualidad es, por esencia, per-
turbadora. La moralidad no es más que una, entre otras, de las 
armas utilizadas por los hombres para defenderse de su sexuali-
dad: «Cuando sospechamos que la moralidad es tan sólo un 
pretexto, esta idea se justifica con el hecho de que la resistencia 
se sirve, en el curso del tratamiento, de todos los motivos posi-
bles con vistas a una defensa».5 
El pasaje que acabamos de citar, extraído de un manuscrito de 
1896 dirigido a Fliess, da testimonio de lo que consideramos 
como la experiencia germinal de Freud. En él vemos perfilarse lo 
que Freud llamará «la silueta de Lucifer-Amor».6 Allí queda cir-
cunscrito lo esencial de la problemática planteada por la neurosis 
y revelada por la experiencia analítica. También vemos expresar-
se ahí lo que calificamos de intuición central de Freud en lo que 
atañe al carácter problemático de la sexualidad, intuición que 
hasta el fin constituirá el eje de su búsqueda. Freud enfrenta aquí 
algo que la experiencia analítica atestigua de manera privilegia-
4." La naissance de la psychanalyse, p. 131. El subrayado es nuestro. 
5. Ibíd., p. 135. 
6. Ibíd., p. 287. 
4? 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
da, algo que se presenta con la forma de una paradoja, de una 
imposibilidad lógica y que, siguiendo a Lacan, podríamos deno-
minar «lo Real»: esto es, que la fuente principal del placer en el 
ser humano es de tal naturaleza que éste se ve forzado a defen-
derse de ella al precio del sufrimiento de la neurosis. Freud no 
cesará de habérselas con este nudo. De él está suspendida la 
cuestión de la educación, hallando, como Freud demostrará, en 
la aberración de la sexualidad humana las condiciones de su 
posibilidad y también las de su vocación para el fracaso. 
Freud multiplicará las hipótesis encaminadas a dar cuenta de 
la naturaleza del displacer que acompaña a la sexualidad humana. 
Tempranamente emite una de ellas, que retomará después en El 
malestar en la cultura, y cuyo surgimiento es una y otra vez marca 
de su desconcierto y de su impotencia para explicar el enigma de 
la sexualidad en forma satisfactoria. El carácter mítico de esta 
hipótesis no deja de evocar el asesinato del padre primitivo de 
Tótem y tabú. También aquí se trata del origen de la humanidady 
de la supervivencia en el individuo de las huellas de la filogénesis. 
En 1897 Freud comunica a Fliess la hipótesis de una represión 
orgánica primaria, contemporánea de la aparición de la posición 
vertical —es decir, de la humanidad misma—, que afectaría a 
ciertas zonas sexuales, las zonas bucal y anal, así como al placer 
olfativo, vedando con ello el retorno al estado anterior de la 
posición horizontal. Debido a la vecindad de los órganos genita-
les con la zona anal, también la sexualidad genital habría sido 
parcialmente afectada por la represión inaugural. La conquista 
de la posición vertical por el animal humano sería, pues, con-
temporánea del daño sufrido por su sexualidad. ¿No equivale 
esto, al menos metafóricamente, a enlazar el disfuncionamiento 
de la sexualidad del hombre con la «desnaturalización» del ani-
mal humano? 
En la misma época de estas primeras elaboraciones procuró 
Freud dar cuenta de la represión y de las particularidades de la 
sexualidad humana reveladas por las neurosis, a partir de la exis-
tencia de una bisexualidad, hipótesis que Fliess le había sugerido. 
Primeramente intentó explicar la represión por el rechazo en 
uno y otro sexo de la componente femenina de la sexualidad.7 
7. Naissance de la psychanalyse, p. 180. Esta hipótesis fue rechazada ulterior-
26 
LA MORAL SOCIAL: PALABRA PROHIBIDA Y SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
Esta idea recibió ulteriormente una elaboración conceptual más 
precisa dentro del marco del complejo de castración, pero en El 
malestar en la cultura8 Freud aún consideraba que la bisexualidad 
en el hombre constituía uno de los obstáculos esenciales para 
una plena satisfacción sexual, dado que el ser humano no podría 
satisfacer ambas componentes de su sexualidad con el mismo 
objeto sexual. 
Pero lo que permitió esclarecer la naturaleza de la sexualidad 
humana y reactivar el problema de las relaciones entre sexuali-
dad y civilización, fue el descubrimiento de la sexualidad infantil, 
que arrojó una nueva luz sobre la naturaleza del proceso educa-
tivo e indujo a Freud a ocuparse de este problema. 
mente por Freud en el artículo «On bat un enfant» (cf. Névrose, psychose et perversión). 
«Pegan a un niño», O.C., III (p. 2.465). 
8. Malaise dans la civilisation, p. 58, n. 1. 
4? 
!í,J 
11 
PERVERSION Y CIVILIZACION 
«Esta disposición a todas las perversiones es algo 
profundo y generalmente humano.» 
Tres ensayos para una teoría sexual (1905) 
Si bien Freud consideró desde el inicio de su práctica que los 
trastornos de la función sexual se hallaban en el origen de las 
neurosis, necesitó algún tiempo para comprobar que la represión 
afectaba esencialmente a las componentes perversas de la sexua-
lidad, y reconocer la universalidad de estas tendencias perversas 
en el ser humano, así como su origen infantil. El concepto de 
sexualidad, tal como la experiencia analítica le condujo a elabo-
rarlo, emergió progresivamente de la noción común de sexuali-
dad, para recibir una comprensión y una extensión diferentes 
que por otra parte no dejaron de trastocar la opinión corriente. 
El concepto de sexualidad descubierto por la experiencia 
psicoanalítica no corresponde a un comportamiento instintivo 
que tendría un objeto y un fin relativamente fijos y preformados. 
Aquí la propia noción de perversión es ciertamente inadecuada, 
pues implica la idea de una desviación, de una anomalía en rela-
ción con una norma de comportamiento que, en el marco de la 
sexualidad humana, no podría ser natural y sólo puede incumbir 
a la ética. 
La definición corriente de la sexuelidad, como comporta-
miento instintual orientado a la unión de los órganos genitales 
entre dospartenaires de sexo opuesto con vistas a la reproducción 
de la especie, sólo parcialmente recubre la extensión del concep-
to de sexualidad en psicoanálisis. La experiencia psicoanalítica 
141 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
demuestra que la sexualidad no se reduce a la genitalidad. Las 
zonas genitales están lejos de ser las únicas zonas erógenas. Los 
fines y objetos de la pulsión sexual son, por lo demás, eminente-
mente variables. 
Freud fue inducido a reconocer la existencia de una sexuali-
dad, en sentido amplio, en el niño, después de haber tenido que 
renunciar a la teoría de la seducción como única explicación de 
las neurosis. La concepción de su origen traumático quedó par-
cialmente abandonada en favor de la que veía su fuente en la 
supervivencia inconsciente de las tendencias sexuales infantiles. 
El hombre padecería de un infantilismo de su sexualidad. Infan-
tilismo, es decir, predominio de las tendencias perversas de ésta, 
y, por lo tanto, de las zonas erógenas no genitales. En la neurosis, 
son esencialmente estas tendencias perversas las que sufren la 
represión y constituyen el origen de los síntomas: «La neurosis 
es el negativo de la perversión».1 
El descubrimiento de la sexualidad infantil posee una doble 
significación: por una parte, se trata del descubrimiento en el 
nifio de una actividad sexual espontánea, por ejemplo de tipo 
masturbatorio, que corresponde a la concepción corriente, geni-
tal, de la sexualidad. Por otra parte, significa el descubrimiento 
de la existencia de pulsiones sexuales no genitales, y de su impor-
tancia en la formación de la neurosis y en el desarrollo del 
individuo. Mientras que la sexualidad genital responde a una 
función biológica, las pulsiones no genitales, parciales, se carac-
terizan no sólo por su independencia respecto de tales funciones 
biológicas sino también por su capacidad para obstruir dichas 
funciones, como se observa en la anorexia o en la ceguera psíqui-
ca. Muestran ser básicamente generadoras de conflictos, suscep-
tibles de venir a contrariar el ejercicio de las funciones biológicas 
necesarias para la conservación del individuo. Son pues, podría-
mos decir, doblemente aberrantes: con respecto a la sexualidad 
genital y a la función de reproducción, y con respecto a las 
funciones biológicas de conservación del individuo. 
Antes del descubrimiento de la sexualidad infantil, Freud veía 
en el origen de la represión un conflicto psíquico entre las ten-
1. Trois essais sur la théorie de la sexualité, París, Gallimard, 1962, p. 5 3. «Tres 
ensayos para una teoría sexual», O.C., II (p. 1.169). 
30 
LA MORAL SOCIAL: PALABRA PROHIBIDA Y SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
dencias sexuales y la conciencia moral del sujeto, de modo que la 
responsabilidad de la neurosis sería imputable a la educación y a 
la moral social. Sin embargo, había sospechado que la moralidad 
del sujeto bien pudiera ser, antes que la causa de la represión, un 
medio de defensa contra un displacer inherente al registro sexual. 
Los nuevos datos aportados por el descubrimiento de la natura-
leza de la sexualidad infantil permiten poner en claro las causas 
de la índole conflictiva de la sexualidad. Las pulsiones sexuales 
ponen en peligro al organismo y comprometen la conservación 
del individuo. Esto llevará a Freud a elaborar la primera teoría del 
dualismo pulsional, que opone las pulsiones del Yo (o pulsiones 
de conservación) a las pulsiones sexuales. 
La concepción de un antagonismo simple entre la sexualidad 
del individuo y la civilización merece ser revisada, si el conflicto 
es ante todo intrapsíquico. La contradicción entre lo biológico y 
lo sexual en el ser humano es quizá, por el contrario, la fuente de 
la existencia misma de la civilización, aunque no se pueda excluir 
la hipótesis según la cual la civilización sería responsable de la 
desnaturalización de la sexualidad humana. 
Al problema que de este modo se plantea, y que es un pro-
blema insoluble, como todo aquel que apunte al origen, Freud se 
esforzará por darle respuesta en Tótem y tabú. De cualquier forma, 
la existencia de las neurosis no podría ser explicada únicamente 
por la restricción que actualmente ejerce la civilización sobre la 
sexualidad. 
Fuera de ello, la cuestión de las relaciones entre sexualidad y 
civilización se ve reactivada por la elucidaciónde las característi-
cas de la sexualidad humana. Si la pulsión sexual no posee nin-
guna de las fijezas del instinto, si el objeto mediante el cual se 
satisface le es indiferente, si este objeto es intercambiable, si el 
fin de la pulsión sexual puede ser alcanzado por los caminos más 
diversos, si se trata de una pulsión desviadora por naturaleza y 
en cierto modo errante, entonces es susceptible de escoger rum-
bos socialmente útiles. 
«Las mismas vías por las cuales los trastornos sexuales re-
percuten sobre las otras funciones somáticas deben servir en 
el normal para otra actividad importante. Por tales vías de-
bería perseguirse la atracción de las pulsiones sexuales ha-
cia fines no sexuales, es decir, la sublimación de la sexuali-
4? 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
dad ,»2 Las pulsiones sexuales parciales, no genitales, tanto pue-
den dar nacimiento a actividades de carácter «elevado», social-
mente estimadas, como a síntomas neuróticos. 
La civilización y sus obras son el fruto de ese destino particu-
lar de las pulsiones al que Freud dio el nombre de sublimación. 
Lejos de que esta orientación de la pulsión pueda ser considerada 
como resultado de un forcing, de una violencia ejercida por la 
civilización, ella muestra ser conforme a la naturaleza misma de 
la pulsión, cuyo destino es transformarse, cambiar de objeto y de 
fin. La pulsión anal dará así nacimiento a la economía, el orden y 
el aseo, que son cualidades eminentemente «civilizadas»; la pul-
sión escópica se transformará en deseo de saber por la vía de la 
curiosidad sexual, fuente de la investigación científica.3 
Es verdad que Freud ve en el desvío de la pulsión respecto de 
su fin, primitivamente sexual, el efecto de la coartación impuesta 
al modo primitivo de satisfacción de la pulsión. «Las fuerzas 
utilizables para el. trabajo cultural son adquiridas en gran parte 
por la sofocación de estos elementos de la excitación sexual que 
llamamos "perversos".»4 El problema es saber si esta sofocación 
es el fruto de la evolución espontánea del sujeto o si encuentra su 
causa en las condiciones sociales y en la educación. Hemos visto 
que la pulsión sexual entra en contradicción con los fines del 
organismo en cuanto éste apunta a su conservación; el conflicto 
entre el instinto de conservación y la pulsión sexual podría ha-
llarse, pues, en el origen de una yugulación espontánea de esta 
última. Pero es difícil determinar la parte respectiva de la educa-
ción y de la evolución natural. El destete, por ejemplo, que 
cumple un papel capital en el destino de la pulsión oral, está 
determinado a la vez biológicamente, por su enlace con el fenó-
meno de la lactancia, y culturalmente, en cuanto al momento. 
Freud discute el problema en Tres ensayos a propósito del 
período de latencia y de la génesis de los sentimientos de ver-
güenza y pudor. En la desaparición o, cuando menos, en la decli-
nación de la actividad sexual a partir de los seis años, y en los 
2. Ib id., p. 107. 
3. Ibíd., p. 90 en particular. 
4. «Morale sexuelle civilisée et maladies nerveuses des temps modernes», La 
vie sexuelle, París, PUF, 1969, p. 34. «La moral sexual "cultural" y la nerviosidad 
moderna», O.C., II (p. 1.249). 
PERVERSION Y CIVILIZACION 
sentimientos de vergüenza y repugnancia que se elevan entonces 
contra los placeres perversos de la primera infancia, ¿debe verse 
el efecto de la coerción educativa o bien el de una evolución 
biológicamente determinada, acaso producida por el naciente 
conflicto entre pulsión sexual y pulsión de conservación? En 
Tres ensayos, Freud decide en favor de la espontaneidad «biológi-
ca», dice entonces, del proceso. 
Posteriormente reconocerá la importancia del complejo de 
Edipo tanto para la instauración del período de latencia como 
para la transformación de las pulsiones parciales en el sentido de 
la formación reactiva, de la sublimación y de la represión. Así, 
pues, el complejo de Edipo fue progresivamente promovido por 
Freud a la función de verdadero organizador de la evolución 
libidinal del individuo. 
Por consiguiente, la cuestión de la antinomia entre sexuali-
dad y civilización debe ser revisada tras el ahondamiento en la 
naturaleza de la sexualidad humana. Cuando Freud vio en el 
cambio de actitud respecto a la sexualidad y en la transformación 
de la moral sexual, la solución al problema planteado por la 
profilaxis de las neurosis, le pareció que con ello podía resolverse 
la contradicción entre sexo y civilización. Con el esclarecimiento 
del papel desempeñado por las pulsiones parciales perversas en la 
elaboración de la civilización, la contradicción parece a la vez 
más radical y menos decidida. En todo caso, cambia de sentido. 
En efecto, si el fundamento de la civilización reside en la maleabi-
lidad de las pulsiones perversas, hay que contar con que el medio 
social se consagre cuanto sea posible a poner estas pulsiones al 
servicio de los fines culturales, y con ello a coartar las manifesta-
ciones no acordes con sus miras: en este sentido, la civilización es 
por esencia restrictiva en lo que atañe a la libre manifestación de 
las pulsiones perversas. Pero, por otra parte, en la misma medida 
en que son las pulsiones sexuales las que se hallan en la fuente del 
trabajo cultural, en el cual se satisfacen al mismo tiempo que se 
«subliman», ya no se puede hablar de una oposición radical entre 
sexo y civilización. 
En Múltiple interés del psicoanálisis (1913), Freud señala las con-
secuencias que entraña para la educación el descubrimiento de 
tendencias «perversas» en el niño —o, para ser más precisos, el 
de su importancia en la evolución de éste— porque, en su opi-
33 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
nión, los educadores que por lo común se dedican a sofocarlas en 
verdad no pueden ignorar su existencia. 
Al igual que el pedagogo tradicional,5 Freud reconoce, en 
contra de los seguidores de Rousseau y de la «nueva» pedagogía, 
la existencia del «mal» en el niño. Pero considera que, lejos de 
que deba procurarse la extirpación de las «malas inclinaciones» 
del niño —de todos modos indestructibles—, hay que dejarlas 
derivar hacia una salida socialmente aceptable. No hay sublima-
ción sin perversión. Precisamente porque la sexualidad humana 
no está fijada a ningún fin ni a ningún objeto instintivamente 
determinados, es susceptible de satisfacerse en actividades social-
mente valoradas. Los educadores, espera Freud, «no correrán el 
riesgo de sobrestimar la importancia de las pulsiones perversas 
que se manifiestan en el niño. Por el contrario, se esforzarán en 
no tratar de suprimir estas pulsiones por la fuerza si aprenden 
que intentos de esta clase producen no menos resultados inde-
seables que el opuesto, tan temido por los educadores, de dejar 
libre curso a la «maldad» de los niños. El sojuzgamiento de las 
pulsiones enérgicas en el niño mediante la coerción por medios 
exteriores, no conduce ni a la desaparición de tales pulsiones ni a 
su dominio. Conduce a la represión que predispone a las enfer-
medades ulteriores. El psicoanálisis tiene frecuentes ocasiones de 
observar el papel cumplido por una severidad inoportuna e in-
discriminada, entre las causas que favorecen las neurosis, o el 
precio pagado en pérdida de eficacia y de capacidad de placer por 
una normalidad que tanto aprecian los educadores».6 
La «severidad inoportuna» de éstos, ¿proviene sólo del error 
o de la ignorancia? ¿Cómo explicar la orientación generalmente 
coercitiva de la educación? 
5. Llamamos «tradicional» a la educación de origen cristiano en que el educa-
dor, convencido de la existencia del pecado original, desconfía ante todo de lo 
«natural» como fuente de una malignidad que sólo espera la ocasión de manifes-
tarse. El pedagogo tradicional es aquel que pretende «enderezar, trastocar, arran-
car de cuajo los deseos del niño» (Snyders, Lapédagogte au dix-septieme stecle). 
6. «Múltiple interés del psicoanálisis», O.C., II (p. 1.851). S.E.XIII,p. 189-190. 
Sobre la sublimación, noobstante, no se manda. Es un proceso que escapa tanto 
al dominio del educador como al del sujeto (no es cuestión de voluntad). Esto es 
lo que la pedagogía del pastor Pfister, pretendidamente analítica, desconoce. Cf. al 
respecto la correspondencia Freud-Pfister y las advertencias de Freud al analista 
que se viera tentado de incitar a su paciente a sublimar sus pulsiones. Cf. igual-
mente el trabajo de O. Pfister, ¿apsychanalyseau servicedes éducateurs, Sass Fée, 1921. 
34 
4 
LOS EXCESOS DEL SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
«Cabe preguntarse si la moral sexual de nuestra 
civilización vale los sacrificios que nos impone.» 
La moral sexual «cultural» y la nerviosidad 
moderna (1908). 
Las características de la sexualidad humana bastan, parece ser, 
para dar cuenta de la represión y de la formación de síntomas 
neuróticos. Freud, sin embargo, en La moral sexual «cultural» y la 
nerviosidad modefka, texto posterior a Tres ensayos para una teoría 
sexual, ataca vivamente, siempre dentro de una perspectiva profi-
láctica, la moral sexual de su época, a la cual sigue haciendo 
responsable de la extensión numérica de las neurosis. Si bien la 
posibilidad misma de estas últimas está inscrita en las caracterís-
ticas de la sexualidad humana, el incremento del número de 
neuróticos, que en ese tiempo muchos autores pudieron consta-
tar (Erb, Binswanger, Krafft-Ebing, citados por Freud), debe ser 
imputable a la vida social moderna. Pero Freud se separa de estos 
autores, que veían en el agitado carácter de la vida actual la causa 
de la extensión de las neurosis. Si su etiología es sexual, su 
aumento debe responder al mismo origen, y Freud sitúa la fuente 
de tal extensión de las enfermedades nerviosas en el exceso de 
sojuzgamiento sexual de la época moderna. El entiende que en el 
curso de la historia de la humanidad, la moral sexual habría 
sufrido una evolución comparable a la de la pulsión sexual en el 
individuo, de modo que la ontogénesis reproduciría la filogéne-
sis: «Remitiéndonos a la historia de la evolución de la pulsión 
sexual, podríamos distinguir tres estadios de civilización: una 
35 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
primera fase en la cual la actividad de la pulsión sexual, indepen-
dientemente de los fines de la reproducción, es libre; una segun-
da, donde se refrena todo lo perteneciente a la pulsión sexual, 
excepto aquello que sirve a la reproducción; y un tercer estadio 
donde la reproducción legítima es el único fin sexual autorizado. 
Este tercer estadio corresponde a nuestra "moral sexual cultu-
ral" presente».1 
Freud nada nos dice acerca de la primera fase.2 La segunda, 
donde la moral sexual se contenta con coartar la sexualidad 
calificada de perversa, puede ya producir neurosis en aquellos 
individuos cuya potencia sexual es singularmente intensa. La 
capacidad de sublimación, es decir, de desplazamiento de la pul-
sión hacia fines no sexuales, es susceptible de importantes varia-
ciones según los individuos. Por otra parte, tal proceso de des-
plazamiento no puede cumplirse indefinidamente: «como tam-
poco puede hacerlo, en nuestras máquinas, la transformación del 
calor eií trabajo mecánico».3 La pulsión exige cierta dosis de 
satisfacción directa sin la cual se exterioriza en síntomas neuróti-
cos. Freud entiende, pues, que las exigencias de la moral sexual 
en el segundo estadio de la civilización deben ser desigualmente 
soportadas por los individuos, e imponen a algunos de ellos una 
carga demasiado pesada: «una de las flagrantes injusticias de la 
sociedad es la de que el standard sexual exige de todo el mundo la 
misma conducta sexual, que unos alcanzan sin esfuerzo gracias a 
su organización4 mientras que otros deben someterse para ello a 
los más graves sacrificios psíquicos».5 
1. «Morale sexuelle civilisée...», La vie sexuelle, p. 34. 
2. Freud no volvió a retomar la hipótesis de un primer estadio de la civiliza-
ción en que habría reinado la libertad sexual. Esta hipótesis nos parece contraria 
al conjunto de sus desarrollos sobre la sexualidad. Si Freud llega a la suposición 
de un estadio comparable en la historia de la humanidad es por analogía con la 
emergencia de la pulsión sexual en el individuo. Tal estadio nos parece provisto 
de un carácter mítico inherente a la tentativa de elucidar los orígenes de la 
humanidad. Debe apuntarse que en ese otro mito del origen de la humanidad que 
es el del asesinato del padre primitivo, Freud no retoma la idea de una edad de oro 
de la sexualidad humana. En cambio, ¿no podría decirse que W. Reich, y tras él H. 
Marcuse, hicieron suyo este tema al proyectar sobre el porvenir el mito de una 
sexualidad libie y sin trastornos que por un momento Freud cedió a la tentación 
de situar en el origen? 
3. Ibíd., p. 34. 
4. Es decir, su constitución. Freud define la constitución en términos cuanti-
36 
LOS EXCESOS DEL SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
Mientras que la moral sexual del segundo estadio perjudica a 
aquellos cuyas pulsiones parciales no están sometidas a la hege-
monía de la genitalidad, en el tercer estadio de la civilización, 
donde la abstinencia sexual es exigida al menos hasta el matri-
monio, y para algunos durante toda su vida, las exigencias de la 
moral comprometen el equilibrio psíquico de la mayoría. «No es 
aventurado afirmar que la tarea de dominar un impulso tan 
poderoso como el de la pulsión sexual por medios distintos de la 
satisfacción puede exigir todas las fuerzas de un ser humano.»6 
La actividad sexual en el ámbito del matrimonio, única que la 
moral autoriza, jio puede garantizar, debido a las exigencias del 
malthusianismo, una compensación bastante a todas las restric-
ciones que por otra parte se imponen. Además, la coartación de 
la sexualidad hasta el matrimonio «llega con frecuencia demasia-
do lejos, lo cual provoca el indeseado efecto de que, una vez 
liberada, la pulsión sexual parece presentar daños duraderos».7 
Impotencia en el hombre, frigidez en la mujer, aumento de las 
perversiones (a causa de la prohibición impuesta a las relaciones 
sexuales normales) y de las neurosis:8 tales son los efectos de la 
moral sexual moderna, que compromete la función de reproduc-v 
tativos. La constitución de un individuo depende de la mayor o menor cantidad 
de libido de la que está afectado. Cf. por ejemplo la discusión de Freud acerca de 
los límites de la influencia del psicoanálisis en Análisis terminable e interminable. 
5. «Morale sexuelle civilisée», La vie sexuelle, pp. 36 y 37. 
6. Ibíd., p. 37. 
7. Ibíd., p. 41. 
8. La tesis de Freud de que en su época habría un incremento del número de 
neurosis y perversiones podría ser objeto de controversia. El problema fue mu-
cho más debatido en el siglo XIX, como atestiguan en Francia los Amales médico-
psychologiques. Sin que sea posible zanjar la cuestión, dado que las primeras estadís-
ticas datan del siglo XIX y además fueron establecidas en función de criterios 
elaborados en la misma época, la noción de perversión, concebida como aberra-
ción de la naturaleza, vicio constitucional que incumbe a la patología, data del 
siglo XIX. Antes de esta época la cosa carecía de existencia en el discurso médico, 
y sólo la tenía en el de la teología. Incluso podría afirmarse que ciertas perver-
siones no existían, por falta de nombre. Lo que llamaríamos el «tiavestismo» del 
abad de Choisy recibía la bendición de su obispo, y sus contemporáneos lo 
consideraban una inocente fantasía de muchacho. En este sentido, puede soste-
nerse que las «perversiones» crecieron en número. Se confeccionó su nomencla-
tura, y gracias a esto quizá fueron más perseguidas en el curso del siglo XIX que 
en los precedentes, aun cuando ciertas formas (como la sodomía) gozaron de una 
relativa indulgencia en relación con la hoguera que las sancionó durante largo 
tiempo. 
37 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
ción y, por consiguiente, la propia supervivencia del grupo so-
cial. También por otra vía entra la moral sexual en contradicción 
con sus propios fines: la coartaciónde la sexualidad, que va 
minando las fuerzas del individuo, desvía a éstas de su utilización 
con fines culturales. Las facultades intelectuales, cuya potencia 
emana de la pulsión sexual, quedan dañadas debido a los excesos 
de la coerción ejercida sobre esta última. Despilfarro de energía 
sin provecho para el individuo ni para la sociedad: tal es el 
balance de la moral sexual civilizada. 
Freud culpa enérgicamente a la educación de su tiempo, so-
bre la cual gravita la responsabilidad de la situación de hecho que 
denuncia. Una coerción puramente exterior erraría en efecto su 
objetivo suscitando esencialmente la rebeldía. La única sofoca-
ción eficaz de la sexualidad pasa por la internalización de las 
exigencias y prohibiciones morales, que la educación apunta a 
asegurar. 
Pero la nocividad de la restricción se acrecienta, pues la repre-
sión es casi siempre la consecuencia de dicha internalización. 
Ahora bien, el impulso sexual reprimido se vuelve culturalmente 
inutilizable, dado que la represión se opone a la sublimación y 
moviliza además, para mantenerse, grandes cantidades de energía. 
Freud critica acerbamente la educación dada en particular a 
las mujeres, a las que se impone, en mayor medida que a los 
hombres, la exigencia de la castidad. Además del mayor rigor de 
las prohibiciones que pesan sobre su sexualidad, la ignorancia de 
las cosas sexuales en la que se mantiene a las muchachas muestra 
ser de las más perjudiciales para su vocación de esposas y madres. 
Por otra parte, la prohibición de interesarse por la sexualidad 
tiene como resultado obstruir en ellas toda curiosidad intelec-
tual: según Freud, la vida sexual es «el prototipo del ejercicio de 
las otras funciones».9 La inhibición del pensamiento impuesta 
por los educadores es el medio más seguro para obtener la repre-
sión de la sexualidad y la sumisión moral de las mujeres, pero 
¡a qué precio! «No creo que, como afirmó Moebius en un trabajo 
muy discutido, la "debilidad mental fisiológica" de la mujer se 
explique por la oposición entre trabajo intelectual y actividad 
sexual. Pienso, por el contrario, que la inferioridad intelectual de 
9. Ibíd., p. 42. 
38 
LOS EXCESOS DEL SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
tantas mujeres, que constituye una realidad incontrovertible, 
debe ser atribuida a la inhibición del pensamiento, inhibición 
requerida por el sojuzgamiento sexual.»9 
Neurosis, disminución del placer de vivir y procrear, despil-
farro de inteligencias y energías: el balance es pesadamente nega-
tivo, y Freud proclama la urgente necesidad de reformar la moral 
sexual civilizada. Es indudable que la civilización está basada en 
la yugulación de las pulsiones. Al igual que en otros textos, aquí 
justifica Freud por las necesidades económicas de la superviven-
cia del grupo social la coerción ejercida sobre la sexualidad de los 
individuos. Sin embargo, los excesos de esta coerción, denuncia-
dos en La moral sexual«cultural» y la nerviosidad moderna, no quedan 
con ello explicados, pues lo que una coerción excesiva amenaza 
es precisamente la supervivencia del grupo. Así, pues, la antino-
mia sexualidad-civilización no puede ser enteramente reducida a 
la necesidad de fuerza de trabajo que acucia a la sociedad, esto es, 
la de la energía pulsional de sus miembros; dicha antinomia no 
recubre la existente entre la sociedad por un lado y, por el otro, 
el individuo obligado a sacrificarle una parte de su libertad para 
gozar de las ventajas que le ofrece.10 
Más bien parece que la hostilidad de la civilización hacia el 
sexo se asemeja a la defensa que el Yo infantil erige tan precoz-
mente contra la pulsión sexual. El conflicto psíquico, que a 
menudo se resuelve con la formación de un síntoma neurótico en 
detrimento del sujeto y a veces de su conservación, en cierto 
modo estaría operando igualmente en la civilización, con los 
mismos efectos. 
Una humanidad socavada por la desmesura, empeñándose, a 
través de la guerra contra el sexo, en su propia destrucción y en la 
de sus obras: tal es la visión apocalíptica que presenta este texto, 
escrito en 1908, mucho antes de la elaboración de la pulsión de 
10. Introduction á la psychanalyse, PBP, Payot, París, 1973, p. 291: «La base sobre 
la cual descansa la sociedad humana es, en última instancia, de índole económica: 
no poseyendo medios de subsistencia suficientes para permitir a sus miembros 
vivir sin trabajar, la sociedad está obligada a limitar el número de éstos y a desviar 
su energía y actividad sexual hacia el trabajo». «Morale sexuelle civilisée...», La vie 
sexuelle, p. 33: «Cada individuo ha cedido una porción de su propiedad, de su 
poder soberano, de las tendencias agresivas y vindicativas de su personalidad, y de 
estas aportaciones proviene la propiedad cultural común en bienes materiales y 
en bienes ideales». «Lecciones introductorias al psicoanálisis», O.C., II (p. 2.123). 
39 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
muerte por Freud. La idea de una neurosis de la civilización, 
como tal sólo ulteriormente expresada por éste (en El malestar en 
la cultura, por ejemplo), ya aparece implicada en la denuncia del 
carácter antieconómico, en el sentido libidinal, de los medios 
utilizados en comparación con los Fines que la cultura parece 
llamada a perseguir. Lo absurdo del método, así como la tenden-
cia autodestructiva que manifiesta, rubrica su carácter neurótico. 
Cuando Freud expresa su anhelo de unas reformas que califica de 
urgentes, en ello puede verse tanto un optimismo de su parte 
como la expresión de su inquietud respecto a una situación cuya 
gravedad ha demostrado. Le quedará por intentar, en Tótem y 
tabú, la elucidación teórica de una vocación de la humanidad por 
la neurosis, que se expresa en los rasgos propios de la civilización 
moderna, más de lo que ésta explica las neurosis individuales. Si 
la causa de las neurosis individuales reside en la sexualidad, es del 
lado de las características de la vida pulsional donde también se 
encuentra sin duda la clave de aquella vocación. 
Sin embargo, en La moral sexual«cultural» y la nerviosidad moder-
na ha podido verse la expresión del optimismo de un Freud 
humanista y reformista, que encuentra en la liberalización de las 
costumbres y en la suavización de los rigores de la moral, una 
esperanza en la lucha contra las neurosis, por el aumento del 
bienestar general y los progresos de la propia civilización. Opti-
mismo del que habría desistido con la promoción, en la teoría 
analítica, de la pulsión de muerte, cuya razón algunos (entre los 
mismos analistas a quienes esta clase de hipótesis chocaba) qui-
sieron encontrar en las experiencias de duelo y enfermedad que 
Freud debió padecer entonces. Una amplia vertiente de la opi-
nión contemporánea, que cree apoyarse en Freud, reclama a voz 
en cuello la abolición de las prohibiciones y el derecho al goce. 
Así, Wilhelm Reich, rechazando las elaboraciones posteriores de 
Freud, se sirvió de este texto para justificar las esperanzas que 
le inspiraba, tanto en materia político-social como en cuanto 
a la profilaxis de la neurosis, la «liberación sexual». Reich veía 
en la coartación de la sexualidad el arma capital de la opresión 
política, en tanto que la represión sexual ofrecería la mejor ga-
rantía de la sumisión de las masas. Freud le habría inostrado aquí 
el camino al denunciar el vínculo existente entre las prohibicio-
nes sexuales, la de pensar, y la lealtad «ciega de los buenos suje-
to 
LOS EXCESOS DEL SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
tos»11 con que se asegurarían los gobernantes. Reich vio el reme-
dio al malestar de la civilización en una revolución tanto política 
como sexual que debía suprimir todos los obstáculos para la ex-
pansión individual y colectiva. 
Sin embargo, ¿es posible explicar los excesos que Freud de-
senmascara en el seno de la civilización sólo por las necesidades 
de la causa burguesa (deberíamos remontarnos, como lo hizo 
Reich, a la instauración del patriarcado),12 sólo por el deseo de 
una clase social de asegurarsu dominación? Parece innegable que 
la neurosis de la civilización garantiza algunos «beneficios se-
cundarios» a las clases sociales en el poder, pero los beneficios 
secundarios no son la causa de los síntomas. Si bien la civilización 
moderna puede dar parcialmente cuenta del aumento de las 
neurosis individuales, aún queda por explicar la neurosis que la 
afecta a ella misma, y que Freud denuncia cuando muestra el 
carácter antieconómico, en el sentido libidinal, de su modo de 
funcionamiento. Es cierto que el psicoanálisis puede acabar con 
las neurosis individuales; pero la tarea de curar a la civilización es 
más ardua, en la medida en que lo que se revela en el malestar 
moderno es la vocación de la humanidad para la neurosis. 
También fue sobre este texto, entre otros de la misma época, 
donde muy pronto se fundó la esperanza de una reforma educa-
tiva que apuntaría a prevenir los excesos de la coerción sexual y 
evitaría con ello las nocivas consecuencias de la represión sobre 
el desarrollo del individuo. Toda una generación de educadores 
se consagró a promover una educación inspirada en el descubri-
miento del psicoanálisis. El optimismo de A. Neill, por ejemplo, 
se basa en el tipo de reflexiones desarrolladas por Freud en La 
moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna. El propio Freud 
escribía, en 1913, que la profilaxis de las neurosis descansaba 
entre las manos de una educación iluminada por el psicoanálisis.13 
11. La vie sexuelle, p. 42. 
12. Cf. W. Reich, L'irruption de la morale sexuelle, París, 1972. 
13. Prefacio a La Me'thodepsycbanalytique, de O. Pfister, S.E. XII. «Prefacio para 
un libro de Oskar Pfister», O.C., II (p. 1.935). 
41 
11 
EL IMPOSIBLE GOCE 
«Por extraño que esto parezca, creo que se debería 
considerar la posibilidad de que algo en la propia 
naturaleza de la pulsión sexual no es favorable a la 
realización de la entera satisfacción.» 
Sobre una degradación general de la vida 
erótica (1912). 
La moral sexual«cultural» y la nerviosidad moderna dejaba vislum-
brar la esperanza de un remedio a la extensión de las neurosis 
mediante una reforma de las costumbres y la educación. Aunque 
los excesos en que incurre la civilización no parecen aptos para 
ser reducidos por la buena voluntad, como tampoco se cura una 
neurosis con buenos consejos, Freud no dejaba de lanzar una 
llamada en la que puede verse una marca de optimismo. En 
efecto, puesto que las exigencias de la civilización no siempre 
fueron tan draconianas, ¿no es legítimo esperar, gracias a una 
toma de conciencia, su mitigación para el porvenir? Si bien a 
partir de 1920, Freud, como veremos, hizo mayor hincapié en la 
necesidad de afrontar con lucidez la desagradable realidad de una 
configuración pulsional poco hecha para garantizar al hombre la 
felicidad y que deja escasas esperanzas de un mejoramiento de su 
condición, muchos son hasta esa fecha los textos en los que 
Freud parece entender que un cambio de mentalidad podría 
aligerar el fardo de la humanidad previniendo las neurosis. 
En esta perspectiva, la tarea del educador consiste en hallar el 
justo equilibrio entre el «Caribdis del dejar-hacer y el Escila de la 
prohibición», como enuncia Freud en las Nuevas lecciones, vale 
141 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
decir, abandonarse a una suerte de cálculo utilitarista del menor 
sacrificio de placer compatible con las necesidades de la vida 
social; dicho de-otro modo, asegurar esa modificación del princi-
pio del placer que es el principio de realidad. 
Como indica la lectura de muchos de sus textos, e incluso los 
más tardíos —en El malestar en la cultura es todavía en esos térmi-
nos como abre el debate— Freud parece consagrarse a una pro-
blemática de tipo hedonista: ¿cómo conciliar la búsqueda indivi-
dual de satisfacción con las exigencias de renunciamiento im-
puestas por la civilización? Problemática que abre el camino al 
reformismo al auspiciar la esperanza de un mejoramiento, un 
«plus-de-gozar», por retomar un término de J. Lacan, una mejor 
dosificación de las obligaciones. 
Pero no se detiene ahí. La experiencia analítica de las neurosis 
le fuerza a demostrar la existencia, en el seno de la civilización y 
también en el del psiquismo individual, de una dimensión dife-
rente a la del principio del placer, de una fuerza que hace fracasar 
a este principio y con ello vuelve incluso caducas toda perspec-
tiva hedonista así como la problemática inicial. La existencia de 
un más allá del principio del placer trae aparejadas para la educa-
ción consecuencias que trataremos de desentrañar. 
Ya hemos citado algunos textos donde, desde el comienzo de 
su práctica, Freud evocaba la existencia paradójica de un displa-
cer inherente a las manifestaciones de la pulsión sexual. 
En Sobre una degradación general de la vida erótica (1912), y a p artir 
de los nuevos elementos provistos por la experiencia analítica, 
Freud aporta precisiones sobre las particularidades de la sexuali-
dad humana y a este respecto expone sus dudas en cuanto a las 
esperanzas que una reforma de las costumbres puede inspirar. 
Cree posible afirmar que la impotencia psíquica, lejos de consti-
tuir una anomalía accidental, en diversos grados está universal-
mente extendida y caracteriza la vida sexual civilizada. Para ex-
plicarlo menciona las causas reveladas por el análisis como habi-
tualmente existentes en el origen de este síntoma: la fijación 
incestuosa de la infancia y la abstinencia impuesta a la adolescen-
cia. Así, pues, la familia, la moral, las condiciones económico-
sociales burguesas serían responsables de este disfuncionamien-
to general de la sexualidad, y en particular de la sexualidad 
genital. 
44 
LA MORAL SOCIAL: PALABRA PROHIBIDA Y SOJUZGAMIENTO SEXUAL 
Sin embargo, Freud no se queda con eso, y expresa por vez 
primera la duda de que reformas especialmente orientadas a una 
liberación de la sexualidad puedan traer consigo un mejoramien-
to. A esto lo lleva la consideración de las particularidades, bien 
conocidas, del deseo sexual, cuyo carácter enigmático subraya. 
«Si la frustración inicial del goce sexual se manifiesta en el hecho 
de que éste, libre después en el matrimonio, ya no produce 
efectos tan satisfactorios, [...] la libertad sexual ilimitada conce-
dida desde el principio no lleva a un resultado mejor.»1 La satis-
facción fácil mata el deseo, que crece con los obstáculos. Para 
explicarlo podrían invocarse las propiedades generales de la ne-
cesidad, cuya importancia psíquica aumenta con la privación, 
pero su aplacamiento no trae aparejado un desprecio tan marca-
do hacia su objeto. La facilidad de la satisfacción no suprime la 
necesidad, y podríamos añadir que la periodicidad fisiológica-
mente determinada de su retorno es independiente de dicha 
facilidad. Para tener hambre no es indispensable que esté prohi-
bido alimentarse. En cambio, «para que la libido ascienda hace 
falta un obstáculo, y allí donde las resistencias naturales a la 
satisfacción no bastan, los hombres siempre introdujeron resis-
tencias convencionales para poder gozar del amor».2 La condi-
ción del deseo es la prohibición —a diferencia de la necesidad, 
podemos agregar. 
Esta prohibición, indica seguidamente Freud, se confunde 
con la que golpea al incesto. También alude a la que debió 
erigirse para imposibilitar al hombre el retorno a la posición 
horizontal del animal, prohibición que, con la represión de lo 
excremencial, arrastró la de las funciones genitales. Posición 
vertical, prohibición del incesto: vale decir que las aberraciones 
de la sexualidad del ser humano son imputables a su humanidad 
misma. Y cuando Freud añade que «la insatisfacción traída con-
sigo por la civilización es consecuencia de ciertas particularida-
des que la pulsión sexual hizo suyas bajo la presión de la civiliza-
ción»,3 debe restituirse a este último término el sentido amplio 
1. «Le plus général des rabaissements de la vie amoureuse», La vie sexuelle, p. 
63. «Sobre una degradación generalde la vida erótica», O.C., II (p. 1.710). 
2. Ibíd. 
3. Ibíd., p. 65. 
4? 
SEXUALIDAD Y CIVILIZACION 
que posee el vocablo alemán Kultur. No debe entenderse que esto 
se refiera al carácter dañino de la civilización moderna, sino a la 
esencia misma de lo que separa al humano de la animalidad, y que 
constituyen las leyes sociales del intercambio cuya condición vio 
Lévi-Strauss en la prohibición del incesto. 
Por esta vía, Lacan demostró que la imposibilidad del goce 
está enlazada a la condición puesta a los deseos del hombre de 
tener que pasar por el desfiladero de la palabra que los constituye 
como tales. Lejos de que la prohibición se oponga al deseo, éste 
sólo encuentra su soporte en la ley, es decir, en el lenguaje donde 
el goce queda interceptado. Al demostrar el vínculo entre el 
lenguaje, el inconsciente y el sexo, y lo que el deseo —por 
oposición a la necesidad— debe a la palabra, Lacan puso en claro 
lo que se hallaba en juego en el término Kultur, que Freud evoca 
siempre a título de explicación última de la disfunción de la 
sexualidad humana. 
Bajo esta luz conviene considerar el pronóstico con que Freud 
pone fin a su análisis: «Tal vez habría que familiarizarse con la 
idea de que conciliar las reivindicaciones de la pulsión sexual con 
las exigencias de la civilización es una cosa totalmente imposible, 
y de que el renunciamiento, el sufrimiento, así como en un 
remoto futuro la amenaza de ver extinguirse el género humano a 
causa del desarrollo de la civilización no pueden ser evitados».3 
Pero, añade, si el hombre pudiera satisfacerse con su goce, desde 
ese momento nada podría ya desviarlo de él. La civilización se ha 
edificado, precisamente, sobre el defecto en el seno del goce 
humano. 
46 
II 
EDUCACION Y DESARROLLO 
11 
LA SEXUALIDAD INFANTIL 
«A la edad de cuatro o cinco años el pequeño sujeto 
ya ha alcanzado su completa formación, y en ade-
lante se limita a manifestar lo que hasta esa edad se 
habta depositado en él.» 
Introducción al psicoanálisis (1915). 
Antes de los descubrimientos vinculados con el de la sexuali-
dad infantil, Freud había exhortado a una reforma de la educa-
ción movido por la importancia que atribuía a la influencia de la 
moral en la génesis de las neurosis. Si la internalización de las 
prohibiciones morales por las cuales la sociedad asegura el refre-
namiento de la sexualidad se lleva a cabo a través de la educación, 
ésta muestra ser la responsable directa de la neurosis. Es por 
medio de la educación, y del anatema que ella arroja sobre la 
sexualidad, como la familia se asegura, conforme a las exigencias 
de la sociedad burguesa, la castidad de los adolescentes, con el 
riesgo de neurosis y de las consecuencias sobre la vida sexual 
ulterior que esto implica. Lo que sería deseable transformar ante 
todo es, por lo tanto, la educación. Las críticas que Freud le 
dirige en La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna partici-
pan de la misma concepción, al tiempo que se apoyan en el 
descubrimiento de la importancia ejercida en la sexualidad del 
adulto por las tendencias perversas, es decir, las pulsiones par-
ciales, para demostrar la nocividad de la prohibición de relacio-
nes sexuales genitales impuesta a los adolescentes. Hallándose 
forzada entonces la sexualidad a escoger otros rumbos, las pul-
siones parciales amenazan con escapar definitivamente a la he-
6 
EDUCACION Y DESARROLLO 
gemonía de la genitalidad, y a no encontrar más salidas que en la 
perversión o la neurosis.1 
Por otra clase de razones, el descubrimiento de la sexualidad 
infantil llevó el problema de la educación a un primer plano en el 
interés de Freud. En efecto, tal descubrimiento es paralelo a la 
revelación de la importancia de los años iniciales de la vida para 
el desarrollo del individuo y también para la etiología de las 
neurosis. Por otra parte, la claridad obtenida con los resultados 
de la investigación analítica sobre el proceso de desarrollo del 
niño, ilumina al mismo tiempo las vías por las que la educación 
ejerce su influencia. El psicoanálisis se halla de este modo en 
condiciones de revelar al educador los principios de su poder, y 
tal vez con ello de incrementarlo, al mismo tiempo que encuen-
tra ser capaz de mostrarle sus errores y permitirle así una acción 
mejor concertada. Saber lo que se está haciendo cuando se educa, 
ya que no hacer lo que se quiere: tal es la esperanza que Freud 
suscitó. Ya hemos dicho que él mismo creyó en la misión de la 
educación para la prevención de las neurosis, antes de recordar, 
en el prefacio al trabajo de Aichhorn, que la tarea de educar 
ocupaba un sitio entre las profesiones imposibles.2 
Recordemos brevemente la forma en que Freud, en la época 
de los Tres ensayos, describía la evolución de las pulsiones sexuales 
durante el desarrollo del individuo. La experiencia psicoanalítica 
reveló el pluralismo de las componentes de la sexualidad y su 
origen infantil, así como la existencia de zonas erógenas diferen-
tes a las de los órganos genitales. Esas componentes no genitales, 
las pulsiones parciales, se encuentran casi siempre operando en 
los síntomas neuróticos. El autoerotismo, o, para decirlo de otro 
modo, la capacidad del cuerpo propio para constituirse en objeto 
de la satisfacción sexual, es la segunda característica de la sexua-
lidad infantil. Tal característica reaparece igualmente en los sín-
tomas neuróticos, y en particular los histéricos. En el segundo y 
tercero de los Tres ensayos para una teoría sexual, Freud describe el 
destino de estas características de la vida infantil durante la evo-
lución del individuo hasta la edad adulta. En el mejor de los casos, 
1. La vie sexuelle, pp. 38 y 41. 
2. Prefacio a A. Aichhorn, Verwahrloste Jugend, 1925, Berna. Cf. S.E., XIX, 
pp. 273-275. «Prefacio para un libro de August Aichhorn», O.C., III (p. 3.216). 
50 
LA SEXUALIDAD INFANTIL 
es decir, cuando no encuentra obstáculos, el desarrollo conduce 
a la sumisión de las zonas erógenas no genitales a la primacía de 
los órganos genitales, esto es, a la subordinación de las pulsiones 
parciales a la función de reproducción, así como al paso del 
autoerotismo al aloerotismo, donde la satisfacción requiere un 
objeto ajeno. Tal evolución se cumple en dos tiempos, sufriendo 
la actividad sexual, desde los cinco-seis años hasta la pubertad, 
una interrupción que Freud denominó período de latencia. Al 
término de la primera fase, la relación objetal ya se encuentra 
establecida (de quien el niño espera la satisfacción de sus deseos 
sexuales es de las personas que le cuidan, en particular la madre), 
y la erogeneidad de los órganos genitales ha quedado revelada 
para el pequeño. Pero es en la etapa de la pubertad cuando las 
pulsiones parciales deben subordinarse definitivamente a la fun-
ción de reproducción, al mismo tiempo que el adolescente re-
nuncia a sus primeros objetos de amor y busca satisfacción junto 
a personas extrañas a la familia. 
Las concepciones de 1905 ponen el acento, por un lado, en las 
tendencias perversas del niño, es decir, sus pulsiones parciales, y 
por el otro, en la importancia del período de latencia, o sea de la 
instauración de la sexualidad humana en dos tiempos. Estos 
dos puntos constituyen el eje de la reflexión de Freud sobre la 
educación hasta alrededor de 1915. En 1905, la primera fase de la 
evolución de la sexualidad se concibe como esencialmente mar-
cada por la emergencia del pluralismo de las corrientes pulsiona-
les, cada una de las cuales tiende aisladamente a la satisfacción 
que le es propia. La ausencia de enlace entre estas corrientes, es 
decir, su falta de organización, caracteriza a esta fase. El niño es 
entonces un «perverso polimorfo». Un estado de libertad en el 
que reina la anarquía pulsional: tal parece ser la primera concep-
ción de Freud sobre este período de la vida infantil. La vida 
sexual descrita sufre hacia los cinco-seis años una brusca deten-
ción que señala la entrada en el período de latencia.

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