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Universidad Nacional Autónoma de México 
Facultad de Estudios Superiores Iztacala 
 
 
 
LA CONSTRUCCIÓN PSICOLÓGICA DEL CUERPO Y SUS DIFERENCIAS 
ENTRE HOMBRES Y MUJERES ADOLESCENTES OBESOS: UNA REVISIÓN 
DESDE LA PERSPECTIVA DE GÉNERO. 
 
 
 Tesina para obtener el grado de licenciatura en psicología. 
 
 
Presenta: 
Pamela Hazel Garibay Reyes 
 
 
Modalidad: Tesina. 
 
 
No. De cuenta: 306341368 
 
 
Generación: 2009-2012 
 
 
Directora: Mtra. Ma. Refugio Ríos Saldaña. 
 
 
 
Los Reyes Iztacala, Tlalnepantla Estado de México, Octubre 2012. 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
2 
 
ÍNDICE 
Introducción………………………………………………………………………………. 4 
1. Sobrepeso y obesidad en adolescentes, una mirada con enfoque de género… 8 
 
a. Avances en el mundo y en México sobre obesidad en adolescentes……………... 8 
b. Generalidades y abordajes de la obesidad en adolescentes desde la perspectiva 
de género…………………………………………………………............................... 10 
c. Utilización de la categoría de género en los estudios de alimentación y 
nutrición………………………………………………………………………….............12 
 
2. Construcción social de la obesidad: enfoque de género………………………... 16 
 
3. Aspectos psicológicos de la obesidad…………………………………………….. 24 
 
3.1 Alteraciones psicológicas en la obesidad…………………………………………….. 24 
3.2 ¿Existe una personalidad del obeso?..................................................................... 28 
 
4. Diferencias entre hombres y mujeres en la construcción psicológica del 
cuerpo………………………………………………………………………………. 32 
 
4.1 Formación de las identidades…………………………………………………………. 32 
4.2 Así eres, así vales………………………………………………………………………. 37 
4.3 Satisfacción de la imagen corporal……………………………………………………. 41 
 
5. Enfoques psicológicos que abordan la obesidad………………………………… 44 
 
5.1 Cognitivo-Conductual…………………………………………………………………… 46 
5.2 Interconductismo………………………………………………………………………... 50 
5.3 Psicoanálisis……………………………………………………………………………... 57 
 
Conclusiones……………………………………………………………………………. 62 
Referencias………………………………………………………………………………66 
 
3 
 
RESUMEN 
La presente tesina realiza un análisis teórico del sobrepeso y la obesidad en 
adolescentes, con una mirada bajo el enfoque de género. Asimismo hace énfasis 
en la necesidad de contar con una estrategia como medio para lograr el objetivo 
de disminuir la obesidad a nivel nacional. 
 
Este enfoque permitió observar la diferencia entre mujeres y hombres 
obesos, en el primer capítulo titulado sobrepeso y obesidad en adolescentes, una 
mirada con enfoque de género, tiene la finalidad de documentar las generalidades y 
las maneras en las que se ha abordado la obesidad en adolescentes con perspectiva de 
género. 
 
El segundo capítulo, se refiere a la construcción social de la obesidad, aquí 
se analizan los cambios sociales que han operado sobre la imagen del cuerpo en 
la cultura, asimismo se desarrollan diferentes cuestiones que cada vez cobran 
mayor interés sobre los usos sociales del cuerpo como un objeto de consumo. 
 
El capítulo tres aborda los aspectos psicológicos de la obesidad, ya que se 
han considerado muy poco y juegan un papel decisivo en la producción y 
mantenimiento de la obesidad. 
 
El capítulo cuatro muestra las diferencias entre hombres y mujeres en la 
construcción psicológica del cuerpo, debido a que el cuerpo y la imagen corporal 
forman parte integrante del desarrollo psicológico desde el mismo momento en 
que se configura la identidad personal y social de los sujetos. 
 
En el capítulo cinco, están los enfoques psicológicos que abordan la 
obesidad, ya que está lejos de ser un problema estético, es un problema de salud 
importante por su papel como uno de los factores de riesgo para el padecimiento de 
enfermedades. Finalmente en el último capítulo se abordan las conclusiones a las que se 
llegaron. 
 
4 
 
INTRODUCCIÓN 
 
En este trabajo se realizó una revisión y análisis bibliográfico hemerográfico 
de material teórico y empírico con el propósito de dar cuenta de cuáles han sido 
los avances que ha tenido la psicología en la construcción psicológica del cuerpo y 
sus diferencias entre hombres y mujeres adolescentes obesos desde la 
perspectiva de género. 
 
De este modo se hizo una recopilación de lo que se ha investigado hasta 
este momento, pues como se ha informado en distintos medios de comunicación, 
actualmente somos el segundo lugar mundial en obesidad en adultos (Ramos & 
Rodríguez, 2011). Según cifras de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 
(ENSANUT 2006), cerca de 70% de la población mexicana en general, padece 
sobrepeso u obesidad. 
 
Respecto a los adolescentes, los resultados de la ENSANUT (2006) 
muestran que un tercio de los adolescentes tiene sobrepeso u obesidad, lo cual 
representa alrededor de 5, 757,400 adolescentes en el país, asimismo indica que 
alrededor de 30% de la población mayor de 20 años (mujeres, 34.5%; hombres, 
24.2%) es obesa actualmente. 
 
El hecho de que hoy por hoy sean más mujeres obesas que hombres 
implica que algo está sucediendo, y tanto por razones de ignorancia respecto a las 
particularidades de mujeres y hombres y lo parcializado del punto de vista 
biomédico, como por las desventajas que los roles de género han impuesto a las 
mujeres, se requiera dar un giro importante y significativo en las políticas de salud, 
a través de acciones afirmativas que compensen las inequidades existentes 
respecto a sus condiciones de salud, y que además consideren la complejidad del 
binomio mujer y salud, atendiendo también su situación laboral como trabajadoras 
dentro del sector, y como proveedoras de servicios a nivel doméstico y 
comunitario. Es así que entre las causas que se han encontrado asociadas con la 
 
5 
 
obesidad, al menos la más difundida, desde el Sector salud, es el estilo de vida y 
dentro de éste el sedentarismo. 
 
De acuerdo con la ENSANUT, 2006, el 35.2% de los adolescentes son 
activos (al menos, siete horas de actividad a la semana), 24.4% son 
moderadamente activos (entre cuatro y siete horas de actividad a la semana) y 
40.4% son inactivos (menos de cuatro horas de actividad a la semana). Más de 
50% de los adolescentes pasa en promedio más de dos horas diarias frente a un 
televisor, de los cuales más de una cuarta parte pasa hasta tres horas por día y 
sólo el 35.2% de los adolescentes realiza actividad física moderada o vigorosa por 
el tiempo recomendado. 
 
Estos últimos datos resultan de suma importancia, ya que diversas 
investigaciones han reportado que el sobrepeso está directamente asociado a 
bajos niveles de actividad física y largo tiempo observando la televisión, jugando 
con videojuegos y estando frente a la computadora. 
 
Cabe recalcar que en la adolescencia ademásde la familia y la escuela, la 
televisión como medio de comunicación es un importante agente de socialización 
y como señala Arnett (1999) el consumo de determinados contenidos televisivos 
favorece en los adolescentes la idea de estar conectados con su grupo de iguales, 
a través de determinados valores e intereses. 
 
En la última década se han publicado gran cantidad de investigaciones, 
mostrando que los adolescentes utilizan la televisión para comprender su propio 
mundo y sus relaciones, así como para encontrar modelos con los cuales 
identificarse (Huston, 1990; Luke, 1990; Orozco, 1996, Fisherkeller, 1997; 
Sevillano, 2001; Bryant & Zillmann, 2002; Evans & Hall, 2002; Montero, 2006; 
Medrano & Cortés, 2007; Witenberg, 2007; Morgan, 2007). 
 
 
6 
 
En una investigación realizada con 703 adolescentes de ambos sexos entre 
10 y 18 años, demuestra que tanto las series americanas como con las series 
francesas han contribuido a la construcción de la identidad de género en la 
infancia y en la adolescencia. 
 
Sin embargo, la influencia más notable que destacaba respecto a los 
contenidos televisivos era la del culto al cuerpo, principalmente el femenino, como 
una tendencia hacia el hedonismo a través de la imagen corporal, lo cual se 
constata en trabajos como el de Martínez (2001) o el de Silva (2006). 
 
Un elemento importante que se destaca de tales hallazgos es la 
modificación en la concepción cultural del cuerpo. Esta situación muestra que en 
la actualidad lo femenino está basado en hacerle culto a un cuerpo delgado y 
pareciera que el ideal de belleza exigiera que la mujer debe ser flaca y tener unas 
proporciones corporales acordes con el patrón cultural. Cuando no se cumplen 
con esos patrones definidos socialmente y se tiene un cuerpo diferente al prototipo 
ideal pareciera reflejarse ser alguien imperfecto. 
 
Asimismo es importante destacar que los adolescentes por estar en 
proceso de cambios bio-psico-sociales, son más vulnerables a la influencia de 
modelos estético corporales, y van construyendo una imagen del cuerpo a veces 
distorsionada de sí mismos, creando malestares en su imagen corporal, la cual 
marca que el ser delgado está estrechamente relacionado con el atractivo físico. 
Es así que los y las adolescentes establecen comparaciones entre su apariencia y 
los modelos ideales sociales, los cuales, al ser poco realistas, les pueden generar 
insatisfacción corporal, ansiedad, depresión, baja autoestima y trastornos de la 
conducta alimentaria. 
 
En este sentido se puede cuestionar el ¿Por qué decir que el cuerpo se 
construye? ¿Cómo se anuda la construcción del cuerpo con la constitución 
subjetiva? ¿Qué ocurre cuando una persona tiene un cuerpo que no logra 
 
7 
 
adecuarse a la imagen esperada-idealizada? ¿Qué imagen genera? y ¿Qué 
imagen se construyen ellos mismos? 
 
La información antes recabada muestra que existe un grave problema de 
salud en nuestro país, por lo que se considera necesario empezar a investigar 
más acerca de la obesidad para tomar las medidas necesarias que permitan la 
intervención preventiva y correctiva. 
 
Es por esto que como se mencionó en un inicio, en este proyecto realizo 
una búsqueda bibliográfica y hemerográfica que permite documentar la 
construcción psicológica del cuerpo de adolescentes hombres y mujeres obesos, 
como un primer paso para que en un futuro, pueda proporcionar un referente 
teórico para la indagación empírica de esta problemática. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
8 
 
CAPÍTULO UNO 
SOBREPESO Y OBESIDAD EN ADOLESCENTES, UNA MIRADA CON 
ENFOQUE DE GÉNERO 
 
La finalidad de este capítulo es presentar el avance que ha tenido tanto en 
México como en el mundo el problema de la obesidad principalmente en la 
adolescencia en los últimos años, así que se documentan las generalidades y las 
maneras en las que se ha abordado la obesidad en adolescentes con perspectiva 
de género, revisando los antecedentes, así como la problemática que dio lugar 
desde su detección. También se comentará la evolución de la obesidad a través 
del tiempo, las diferencias por género y el alcance de las medidas que se han 
tomado. 
 
Es así que se realizara una reflexión acerca de la utilización de la categoría 
de género en los estudios de alimentación y nutrición, en la mayoría de los cuales 
se destaca la importancia de las mujeres como responsables de la salud y la 
nutrición familiar. 
 
1.1 Avances en el mundo y en México sobre obesidad en 
adolescentes. 
 
Como sabemos uno de los problemas más comunes asociado al estilo de 
vida actual es el exceso de peso. Con base en la documentación existente, el 
sobrepeso y la obesidad se han convertido en una epidemia global y las mujeres 
presentan tasas más altas que los hombres, por lo que la obesidad ha sido 
reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2008) como un 
problema de Salud Pública. 
 
Se ha reportado, que cada año las enfermedades relacionadas con la 
obesidad provocan ciento de miles de muertes prematuras en todo el mundo. Es 
por esto que sus implicaciones y su asociación con las dislipidemias, hipertensión 
 
9 
 
arterial, diabetes mellitus tipo 2 y algunos tipos de cánceres también han sido 
ampliamente documentadas, debido al costo social y económico creciente que 
significa para los países, ya que amerita una responsabilidad no sólo institucional 
sino también estatal sobre los recursos de cada uno de ellos. 
 
Sin embargo, en países como México no se le había dado la importancia 
que merece, hasta que uno de los resultados más sorprendentes de la Encuesta 
de Salud de 1999 (ENSA, 2000) fue el descubrimiento de una verdadera epidemia 
de obesidad en las mujeres adultas. Los aumentos en obesidad documentados 
por la encuesta se encuentran entre los mayores registrados en el mundo y 
llevaron a la toma de conciencia por parte de las autoridades de salud, así como 
de la población misma, sobre la gravedad del problema (ENSANUT, 2012). 
 
Según cifras de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT, 
2012), con 48 millones de obesos, México alcanza el tope epidemiológico. Esta 
condición ubica al país en el segundo lugar de prevalencia en adultos y primer 
lugar infantil a nivel mundial. Utilizando el criterio de obesidad por circunferencia 
de cintura, 7 de cada 10 adultos presenta sobrepeso u obesidad y la prevalencia 
combinada de sobrepeso u obesidad es mayor en las mujeres (73%) que en los 
hombres (69.4%). 
 
Asimismo, el sobrepeso y la obesidad en mujeres se han incrementado de 
36.7% en el año 1975 a 46.7% para el año 2000. Este hecho se encuentra 
enmarcado dentro de la tendencia epidemiológica que señala que estas 
enfermedades tienden a incrementarse (ENSANUT, 2012). 
 
De acuerdo con esta misma fuente desde etapas tempranas se empieza a 
notar un aumento de peso y ya se observa un diferencial por género. Comparando 
datos entre los años 1999 y 2006, la prevalencia de obesidad muestra un 
alarmante incremento, pasando de 5.3 a 9.4% (77%) en los niños y en las niñas 
de 5.9 a 8.7% (47%). Las cifras en adultos continúan siendo altas, sin embargo en 
 
10 
 
este caso el porcentaje en las mujeres mayores de 20 años de edad es superior 
con 71.9%, a diferencia de los hombres que tienen un 66.7%,estos porcentajes 
muestran las prevalencias combinadas de sobrepeso u obesidad en ambos sexos. 
 
Como se puede observar en el párrafo anterior, los niños presentan más 
obesidad que las niñas, entre los factores que se podrían relacionar a estos 
porcentajes pueden ser la herencia, sin embargo, la obesidad generalmente se ha 
encontrado asociada con un mayor aporte calórico y la disminución del gasto 
energético. 
 
Además de estos factores, son de gran importancia las conductas 
familiares, como por ejemplo la conducta alimentaria en la mesa familiar, el tiempo 
dedicado a la televisión y la actividad física que los niños observan en sus padres. 
Generalmente, el niño obeso tiende a subvalorar su consumo energético debido a 
hábitos alimentarios inadecuados, adquiridos a temprana edad y que persistirán 
durante la edad adulta, prefiriendo alimentos ricos en grasas y azúcares simples. 
Además, el gasto energético tiende a ser menor en los niños con obesidad; una 
razón que explica esta inactividad es el mayor tiempo que los niños destinan a los 
juegos computarizados y a la televisión, lo que resulta sumamente perjudicial. No 
obstante, al entrar en la adolescencia son las mujeres las que tienen el porcentaje 
más alto en obesidad. 
 
1.2 Generalidades y abordajes de la obesidad en adolescentes desde 
la perspectiva de género. 
 
Como se vio en el apartado anterior, en la adolescencia las mujeres 
alcanzan cifras más altas, ello se debe a las características propias de su sexo; el 
organismo de las mujeres empieza a trabajar a base de hormonas. Además, ellas 
tienden a generar más tejido adiposo y lo acumulan en el abdomen o en la cadera. 
 
 
11 
 
Fonteboa (2011) ha encontrado que uno de cada tres adolescentes tiene 
sobrepeso u obesidad. También ha expresado su preocupación al saber que no 
se mueven, menciona que más de la mitad de los jóvenes entre 12 y 19 años pasa 
más de 12 horas a la semana frente a una pantalla. De esta manera, la obesidad 
se ha convertido en un serio problema de salud en nuestro país. 
 
Se documenta al respecto de las cifras alarmantes de obesidad, que se 
trata de un problema que se puede prevenir en gran medida si se introducen los 
cambios adecuados en el estilo de vida. De igual forma se reporta que las 
medidas que se han tomado en México en materia de obesidad y sobrepeso han 
comenzado a dar resultados. Al respecto se menciona que la velocidad en el 
crecimiento de la prevalencia de sobrepeso y obesidad que se había venido 
observando a partir de 1988 tiene un punto de inflexión y disminuyó notablemente 
entre 2006 y 2012 en adolescentes y adultos y se contuvo en niños en edad 
escolar. Aunque también se acepta que, aunque se ha contenido el crecimiento 
del sobrepeso y la obesidad, los niveles actuales distan mucho de ser aceptables 
(ENSANUT, 2012). 
 
La obesidad en los adolescentes no es fácil de erradicar, ya que es uno de 
los problemas de salud pública y social que se va desarrollando cada vez más 
rápido en este tipo de personas y es uno de los padecimientos que no distingue 
sexo, estado civil, posición social, raza y religión. 
 
En diversas investigaciones (Rodríguez et al, 2008; Álvarez et al, 2012) se 
documentan estadísticas y cifras como las antes mencionadas, sin embargo la 
mayoría de ellas se enfocan a la población adulta e infantil, es por esto que el 
presente documento se centrará en la adolescencia, ya que es un concepto 
moderno y es definida como una fase especifica en el ciclo de la vida humana, es 
una etapa entre la niñez y la edad adulta que se inicia por los cambios puberales y 
se caracteriza por profundas transformaciones biológicas, psicológicas y sociales, 
muchas de ellas generadoras de crisis, conflictos y contradicciones. No es 
 
12 
 
solamente un periodo de adaptación a los cambios corporales, sino una fase de 
grandes determinaciones hacia una mayor independencia psicológica y social. 
 
En el siguiente apartado se da cuenta del porqué de las diferencias de 
género, debido a que si esto lo tomarán en cuenta las políticas de salud podrían 
diseñarse propuestas de manera más eficiente, pues en tanto persistan las 
inequidades de género, no lograrán desarrollarse plenamente las mujeres, con lo 
que no sólo pierden ellas; pierden también los hombres; pierde el país; perdemos 
todos. 
 
1.3 Utilización de la categoría de género en los estudios de 
alimentación y nutrición. 
 
Para abordar la problemática de la obesidad de manera más abarcadora 
resulta fundamental una mirada desde el enfoque de género, que es una categoría 
de análisis que permite visualizar las diferencias tanto en las causas como en el 
proceso de engordar y sus consecuencias biopsicosociales de varones y mujeres 
especialmente por su carácter relacional. 
 
Desde este enfoque, algo que debe quedar claro en primer lugar es la 
diferencia entre los términos sexo y género, ya que serán conceptos que estarán 
en juego a lo largo de este trabajo. El termino sexo se deriva de las características 
biológicamente determinadas, relativamente invariables del hombre y la mujer, 
mientras que género se utiliza para señalar las características socialmente 
construidas que constituyen la definición de lo masculino y lo femenino en distintas 
culturas y podría entenderse como la red de rasgos de personalidad, actitudes 
sentimientos, valores y conductas que diferencian a los hombres de las mujeres. 
Esta construcción implica valoraciones que atribuyen mayor importancia y valía a 
las características y actividades asociadas con el hombre (Martínez, 2005). 
 
 
13 
 
Sin embargo, el fenómeno de la obesidad y el sobrepeso no distingue sexo, 
ni edad. No obstante las mujeres reflejan tasas mayores en ambas condiciones 
más que los hombres. Algunos autores (Olson, Strawderman & Dennison, 2009; 
Warin et al, 2008) han vinculado la obesidad en las mujeres con la maternidad, el 
trabajo doméstico, el estrato socioeconómico bajo y la baja escolaridad. 
 
Respecto a esta situación Martínez (2005) menciona que en un momento 
social en el que el concepto y la realidad de la familia nuclear están en crisis, la 
mitología que rodea la maternidad hace que las mujeres deban asumir, en gran 
medida, la responsabilidad de la salud, la nutrición y bienestar familiar, con los 
sentimientos de culpabilidad que pueden llegar a generar situaciones de 
desestructuración familiar o personal. Asimismo, en ocasiones son "invisibilizadas" 
considerándolas únicamente como parte de su rol reproductor. 
 
Es decir, son el foco de interés en términos de su reproducción en el 
embarazo y la lactancia, momentos en que aumentan sus requerimientos de 
energía y de ciertos nutrimentos, lo cual, aunado al intensivo cuidado de los hijos 
(reproducción social) y a una mala alimentación, hace de la población femenina 
uno de los grupos con mayor riesgo. En años recientes, las mujeres que pasan por 
el climaterio y la menopausia también se han convertido en las unidades de 
análisis de varias investigaciones, debido a sus cambios en los requerimientos de 
varios nutrimentos y a la relación entre algunas patologías y la ingesta de ciertos 
alimentos. 
 
Es así que destacando la importancia que ha dado la sociedad a las 
mujeres como las encargadas de la maternidad y los componentes fundamentales 
de la salud, es plausible que dado los diferentes roles sociales asignados para 
mujeres y hombres en el México actual, las prevalencias de exceso de peso, y por 
ende sus consecuencias, difieran por género.14 
 
Esta es la razón por la que se debe de incluir la perspectiva de género en 
los estudios alimentarios, con el objeto de profundizar en el conocimiento sobre las 
desigualdades en alimentación entre hombres y mujeres en las diferentes etapas 
del proceso alimentario, que van desde la decisión, provisión, preparación, 
distribución y consumo de alimentos, así como de las prácticas y significados que 
tienen los alimentos para cada uno de ellos, ya que solo de esta manera es 
posible atender diferencias de género en términos de salud, conociendo su 
distribución, determinantes y consecuencias más cercanas (Pérez & Díez, 2007). 
 
De acuerdo con Pérez & Díez (2007) dos son los mecanismos 
fundamentales mediante los cuales la construcción de género ejerce su influencia 
sobre la salud: la socialización y el control institucional. Una consideración es la 
relativa a la cautela que debe ejercerse para no tratar las categorías derivadas de 
la experiencia como normativamente homogéneas - marcada por factores de clase 
social, grupo étnico, nivel educativo, coyuntura histórica. 
 
En este sentido, el enfoque de género aplicado al análisis de la salud de la 
mujer, dirige la atención hacia la dialéctica de las relaciones entre la biología y el 
medio social. La utilización de este enfoque como herramienta analítica enriquece 
los marcos teóricos explicativos del proceso salud - enfermedad, que señala 
diferenciales empíricos entre hombres y mujeres (Martínez, 2005). 
 
Es por esto que desde el 2003 en la Secretaría de Salud de México se han 
realizado esfuerzos para lograr la desagregación por sexo de todos los registros 
estadísticos de salud; a partir de ello, se han evidenciado más claramente 
desigualdades en los niveles de salud entre mujeres y hombres. La diabetes 
mellitus tipo 2 (DM2) tiene como factor de riesgo a la obesidad y ésta se ha 
mostrado como una enfermedad que genera más demanda de atención y por la 
que mueren más mujeres (Rodríguez, 2009). 
 
 
15 
 
En las acciones que el Centro Nacional de Equidad de Género y Salud 
Reproductiva (CNEGySR) ha emprendido desde su creación en 2003 se 
manifiesta permanentemente el interés por incorporar la perspectiva de género en 
los programas y acciones de salud, con el objetivo principal de caminar hacia una 
mejor salud para ambos sexos, considerando las desigualdades prevalecientes y 
aplicando un principio de equidad de género (Rodríguez, 2009). 
 
En conclusión es importante empezar a documentar acciones específicas 
que se han tomado para enfrentar la obesidad con equidad de género en la 
promoción de la salud, considerando los factores que intervienen y determinan 
formas y grados de la manifestación de la enfermedad tanto en las mujeres y 
como en los hombres. 
 
Si bien la explicación de las altas tasas de obesidad en las mujeres vista 
anteriormente se vincula con los roles sociales asignados para mujeres y 
hombres, estas explicaciones no aportan argumentos suficientes para comprender 
el porqué del fenómeno. 
 
La pregunta en consecuencia es ¿Qué factores faltan para poder explicar 
las diferencias y desigualdades existentes en el fenómeno del sobrepeso y de la 
obesidad de mujeres y hombres? Considerando que, además de las explicaciones 
citadas en la literatura, se deben considerar también factores sociales, tales como 
los patrones de socialización, roles familiares, alimentación, obligaciones y pautas 
culturales, que frecuentemente generan situaciones de sobrecarga física y 
emocional en las mujeres y que tienen una marcada influencia en su salud, lo que 
en gran medida explica su mayor morbilidad por trastornos crónicos, incluida la 
obesidad (Rohlfs, 2003). 
 
Estos factores sociales pocas veces se exploran cuando se trata de 
comprender fenómenos como el sobrepeso, por lo que se trataran en el siguiente 
capítulo. 
 
16 
 
CAPÍTULO DOS 
CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA OBESIDAD: ENFOQUE DE GÉNERO 
 
En este capítulo se analizan los cambios sociales que han operado sobre la 
imagen del cuerpo en la cultura, asimismo se desarrollan diferentes cuestiones 
que cada vez cobran mayor interés sobre los usos sociales del cuerpo como un 
objeto de consumo. 
 
En este sentido, Rohfs (2003) considera que es de suma importancia tomar 
en cuenta los factores sociales para el estudio de la obesidad, tales como los 
patrones de socialización, roles familiares, obligaciones, hábitos alimenticios y 
pautas culturales, que frecuentemente generan situaciones de sobrecarga física y 
emocional en las mujeres y que tienen una marcada influencia en su salud, lo que 
en gran medida explica su mayor morbilidad por trastornos crónicos, incluida la 
obesidad. Estos factores sociales pocas veces se exploran cuando se trata de 
comprender fenómenos como el sobrepeso y la obesidad. 
 
Las estadísticas de obesidad por sexo en México, no permiten un análisis 
más nítido de la situación por condición étnica y de género. La salud de los 
hombres y mujeres, tanto en México como en América Latina, en lo que se refiere 
al sobrepeso y obesidad ha sido abordada principalmente a través de estudios de 
corte cuantitativo (Peña & Bacallao, 2000; Uauy et. al, 2001; Valeggia, et al. 2010; 
San Sebastián & Karin, 2007; Boissonnet et al. 2011), de los que se concluye que 
este fenómeno va en aumento y debe considerarse como una enfermedad social 
indicador de desigualdad social, en el que las mujeres presentan más obesidad 
que los hombres. Sin embargo, poco se ha indagado acerca de las desigualdades 
de género y el cuerpo con sobrepeso y obesidad. 
 
En este sentido, desde el punto de vista de Contreras (2005), los 
Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) pertenecen a los problemas de 
construcción social modernos, con la aparición de la asociación entre cuerpo 
 
17 
 
delgado y salud que se dio a principios del siglo XX, en la que la cultura de la 
delgadez se convirtió en una estrategia de control sobre la mujer y la gordura o el 
sobrepeso representan un signo de enfermedad. 
 
Estas ideas están vinculadas a un contexto social y cultural específico de 
construcción de un estereotipo de género y de imagen del cuerpo. No obstante, su 
permanencia actual como patologías, hace pensar que reside internamente en ese 
continuo histórico relacionado con el medio cultural del comer/no-comer del que no 
se puede desligar y donde la clase social y el género han jugado un papel 
preponderante (Ortiz, 2007). 
 
Tanto la realización de actividad física como los hábitos de consumo de 
alimentos y bebidas, son prácticas sociales y por lo tanto socialmente 
determinadas, en otras palabras, el intento de modificar las prácticas sociales de 
los grupos humanos, son acciones que no obedecen a prescripciones de grupos 
de otras culturas como sería la de los profesionales de la salud (Álvarez et al, 
2012). 
 
La evidencia en este sentido apunta a que gracias al rápido proceso de 
globalización que vivimos, éste ha provocado una serie de cambios debido a la 
confluencia de una compleja serie de procesos sociales, políticos, económicos y 
culturales que han modificado las costumbres y hábitos, pero sobre todo nuestros 
estilos de vida (Verdalet, 2011). 
 
Lo anterior ha generado un predominio de enfermedades crónicas no 
transmisibles relacionadas con la dieta y que se vinculan con la urbanización, es 
decir, se está experimentando un aumento considerable de las enfermedades 
ligadas al consumo excesivo de alimentos. Un claro ejemplo de ello es la 
obesidad, cada vez más frecuente porque se ha aumentadoel consumo de 
alimentos procesados altos en energía densa, muy poco nutritivos y con 
demasiadas calorías, además de que no se lleva a cabo la actividad física 
 
18 
 
necesaria, debido a las innovaciones que ofrecen múltiples opciones, como lo son 
los medios de transporte, las nuevas formas de trabajo y entretenimiento (Rivera, 
et al. 2002; Uauy, et al. 2001). 
 
Por otra parte, Salazar & Vázquez (2012) mencionan que en la mujer el 
hecho de poseer una mayor esperanza de vida no garantiza que se viva con un 
estado de salud óptimo y las condiciones así lo han demostrado pues en el 
transcurso de su vida la mujer se enfrenta a procesos de enfermedades que son 
degradantes y minimizan la supervivencia humana con calidad de vida, debido a 
hábitos alimentarios inadecuados, insuficiente realización de ejercicios físicos, 
estados de estrés constantes, dobles jornadas laborales, entre otras prácticas. 
 
De forma general los perfiles epidemiológicos de morbimortalidad reflejan 
que las mujeres tienen mayores problemas de salud que los hombres, asociados a 
factores psicológicos y socioculturales, exhibiendo mayores problemas de 
nutrición (índice de masa corporal es mayor entre mujeres), así como mayor 
obesidad, generando problemas de salud mental y somática, lo cual provoca un 
detrimento de su calidad de vida (Álvarez et al, 2012). 
 
En este sentido, hace falta más investigación acerca del proceso de 
transformación de la dieta y su repercusión en la salud, que actualmente 
manifiesta una tendencia a incrementar las enfermedades crónicas no 
transmisibles como la diabetes mellitus 2 y la hipertensión arterial, los cuales son 
padecimientos que afectan fundamentalmente a las mujeres (Salazar & Vázquez, 
2012). 
 
Al respecto de los TCA Contreras & Gracia (2005) mencionan que los 
estudios del Siglo XIX, situaron la anorexia en el discurso de la feminidad y la 
presentaron como una perversión mental, propia de mujeres jóvenes 
inherentemente irracionales y emocionalmente inestables. Esto hace pensar que 
la medicina contribuyó en la construcción y legitimación de un estereotipo de 
 
19 
 
género. Posteriormente, los psiquiatras atribuyeron estas conductas a trastornos 
mentales provocados por la vida marital, sexual y emocional de las mujeres, con 
posibles sesgos en la interpretación de los síntomas y la manifestación de las 
patologías de los TCA. 
 
Los factores socioculturales podrían servir para explicar por qué son las 
mujeres, y especialmente algunas (edad, cultura, ocupación, familia, valores), las 
personas más susceptibles a sufrir TCA y obesidad. Aunque lleva un lastre 
histórico, actualmente se tiene la idea generalizada de que las mujeres son simple 
reproductoras de las imágenes del cuerpo y de la feminidad socialmente 
construidas, es por esto que la incidencia femenina podría atribuirse a la 
construcción de la identidad corporal y a las responsabilidades y valores asumidos 
a lo largo de la historia. El incremento de los TCA y la obesidad, podrían estar 
vinculados con la posición de desigualdad que el género femenino ocupa en 
numerosos ámbitos de la vida social y con el hecho de que el cuerpo sea una 
medida de evaluación social y personal más determinante para las mujeres que 
para los hombres (Contreras & Gracia 2005). 
 
Es así que las distinciones, roles y expectativas genéricas, sociales, 
culturales y psicológicas convierten a la obesidad y a la delgadez en temas 
preferentemente femeninos. Las mujeres son juzgadas, y se encuentran más 
interesadas en la apariencia física que los hombres. Esto se atribuye 
frecuentemente al énfasis permanente del atractivo físico y la delgadez en la 
mujer, considerando el peso y la silueta corporales como los criterios principales. 
Además, la estigmatización de individuos obesos es más severa para las mujeres 
que para los hombres: estas presiones socioculturales hacen del peso corporal 
una "normativa de descontento" para la mayoría de las mujeres. 
 
Uno de los puntos que me gustaría resaltar es que, en algunos escritos 
(Rohlfs, 2003; Rodríguez et al, 2008), la condición de ser mujer es presentada 
 
20 
 
como un factor de riesgo para el desarrollo de los trastornos alimentarios y la 
obesidad. 
 
Si bien es cierto que en algunos estudios (Aizpuru, 2006; Fonteboa, 2011) 
se confirma que entre las mujeres existe más riesgo de desarrollar estos 
trastornos y obesidad, esta información no es suficiente para equiparar la 
condición femenina con un factor de riesgo. Sin embargo, vale la pena poner 
atención sobre las conductas que en la actualidad se han vuelto “normativas” y 
ubican en desventaja a aquellas mujeres que no se detienen a cuestionarlas. En 
consecuencia, las mujeres expresan mayor insatisfacción con respecto a sus 
cuerpos, más interés por su apariencia y peso corporal y más frecuentemente, se 
involucran en esfuerzos para controlar el peso. 
 
Los estudios realizados en México muestran está clara tendencia de riesgo 
en mujeres. Por ejemplo, en una investigación realizada con 8, 673 mujeres de 
tres diferentes etapas de desarrollo (prepúber, púber y adolescente), se encontró 
una alta incidencia de actitud negativa hacia la obesidad en las niñas prepúberes 
con una edad promedio de 8 años. También se detectó que el porcentaje de 
insatisfacción con la imagen corporal se incrementa con la edad, siendo el grupo 
de adolescentes quienes presentaron el porcentaje más alto (74%). En lo que 
respecta al seguimiento de dieta con propósitos de control de peso, se encontró 
que la mitad de las mujeres de cada grupo etario había llevado a cabo esta 
conducta (Gómez, Alvarado, Moreno, Saloma & Pineda, 2001). 
 
En otro estudio realizado por Gómez (2001) con 5,187 adolescentes 
mexicanos; 2,270 hombres y 2,917 mujeres, se detectó la presencia de dieta 
restrictiva en el 23% de hombres y en el 44% de las mujeres, la incidencia de la 
conducta de atracón (binge eating) fue del 30% y 7% para mujeres y hombres 
respectivamente, mientras que el 13% del grupo de hombre y el 30% del grupo de 
mujeres se sentían preocupados por su peso. 
 
 
21 
 
Vázquez, López, Álvarez, Franco & Mancilla (2004), realizaron una 
investigación con una muestra de 1,483 jóvenes mexicanos (731 mujeres y 752 
hombres) con una media de edad de 16 años. Se encontró sintomatología de TCA 
en el 8.9% de los hombres y 15.7% de las mujeres. En cuanto a los factores 
cognitivos, se presentan diferencias significativas entre hombre y mujeres en 
cuatro de las subescalas del Eating Disorders Inventory (EDI); motivación para 
adelgazar, insatisfacción corporal, identificación de la interocepción y desconfianza 
interpersonal, siendo las mujeres quienes presentan mayores puntuaciones en 
tres de estas subescalas (el grupo de hombres sólo puntúa más alto en 
desconfianza interpersonal). 
 
Por, su parte, Gracia (2001), en su estudio titulado “Género, cuerpo y 
alimentación: la construcción social de la anorexia nerviosa” considera que tanto la 
anorexia como la obesidad están delimitados culturalmente e influidos por el 
contexto. Menciona que la desigualdad en proporción entre hombres y mujeres es 
consecuencia de la diferente posición social que tienen éstos con respecto a la 
construcción de la identidad, el rol corporal y los valores asumidos respecto a la 
comida. 
 
Los estudios antes referidos describen lo diferente que es la experiencia de 
la obesidadentre sexos y como los conceptos sobre la delgadez parecen 
constituirse en un objeto importante que recae sobre la feminidad de las mujeres, 
comenzando a favorecerse desde la década de los 70. Se puede decir que las 
mujeres son más propensas que los hombres a percibirse gordas y a intentar 
perder peso. Una de las explicaciones, es la contribución de la industria 
farmacéutica de productos para adelgazar y la imagen de las mujeres en los 
medios de comunicación de las sociedades industrializadas occidentales (Ortiz, 
2007). 
 
Asimismo estos estudios muestran que los rasgos más femeninos se 
asocian con sintomatología alimentaria; una mayor motivación por adquirir una 
 
22 
 
figura corporal delgada y una mayor insatisfacción corporal, en comparación con 
mujeres con rasgos andróginos. Incluso, se señala que existen ciertos factores 
protectores de la mujer con rasgos de androginidad en relación a la obesidad, 
tales como alta autoestima, estabilidad emocional, limitada consciencia de sí 
misma y un interés en una sana corporalidad, más que en la apariencia (Aizpuru, 
2006). 
 
En este sentido, me gustaría señalar que los criterios diagnósticos (DSM-IV) 
para clasificar a la anorexia y a la bulimia, están condicionados por este 
componente social que es propio de las mujeres (un miedo intenso a subir de 
peso, distorsión de la imagen corporal y la presencia de amenorrea). Asimismo 
(Ortiz, 2007) ha señalado que los médicos tienden más a ofrecer consejos y 
tratamiento a las mujeres que a los hombres con el mismo problema, lo cual nos 
lleva a cuestionarnos que ¿no será que el discurso psiquiátrico y médico, pone a 
salvo a la condición masculina e intentan resaltar los males de la mujer? 
 
Los ideales vinculados a la feminidad que dominan lo imaginario social son 
responsables, en parte, del malestar femenino en nuestra cultura, en tanto 
coadyuvan a la subordinación de las mujeres imponiendo unos modelos de 
identidad. Para amoldarse a ellos, cada una ha de recortar algo de sí misma, ya 
sea que se trate de deseos, necesidades, aspiraciones o potencialidades 
personales (Aizpuru, 2006). 
 
En este sentido, Berger (2001) afirma que el deseo de ser reconocidas 
como deseables contribuye a que se configuren como objetos para ser 
consumidos por los otros más que como sujetos de un deseo propio. 
 
Los hombres miran a las mujeres y éstas observan cómo son miradas, lo 
que determina no sólo la mayor parte de las relaciones entre hombres y mujeres 
sino también la relación de la mujer consigo misma: el observador existente en la 
mujer es masculino, en tanto que la observada es femenina. Al experimentar su 
 
23 
 
propio cuerpo como si fueran los observadores masculinos de sí mismas, se 
transforman en un objeto, en particular en un objeto visual. Es una especie de 
misoginia funcional (Aizpuru, 2006). 
 
La evidencia etnográfica e histórica muestra que el hecho de tener unos 
kilos de más en las mujeres es una experiencia mucho más negativa y que deja 
una huella más profunda en ellas que en los hombres. Estas mujeres se han 
encontrado con que se les ha asignado características desagradables con base a 
su tamaño. Están discriminadas en los mercados laborales y excluidas de una 
participación social completa. La desaprobación social de la gordura está centrada 
principalmente en las mujeres, puesto que hay mayor presión social sobre ellas 
para ceñirse a las nociones culturales sobre ser atractivas (Ortiz, 2007). 
 
Estas desigualdades son las que nos llevan a cuestionar el componente 
sociocultural de la obesidad. Es por esto que se considera necesario que en las 
estrategias implementadas por el sector salud se incorporen las propuestas de 
salud con perspectiva de género, como condición para lograr potenciar las 
capacidades de las mujeres para mejorar su salud, así como incorporar a los 
varones en grupos de sensibilización sobre masculinidades alternativas, con 
pleno respeto a su cultura, a fin de contribuir a lograr uno de los derechos 
humanos fundamentales: el derecho a la salud. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
24 
 
CAPITULO TRES 
ASPECTOS PSICOLÓGICOS DE LA OBESIDAD 
 
En los apartados anteriores se ha señalado el avance que ha tenido tanto 
en México como en el mundo el problema de la obesidad principalmente en la 
adolescencia en los últimos años, así como las diferencias entre mujeres y 
hombres y el alcance de las medidas que se han tomado. Además se 
consideraron factores sociales, tales como los patrones de socialización, roles 
familiares, obligaciones, hábitos alimenticios y pautas culturales, que 
frecuentemente generan situaciones de sobrecarga física y emocional en las 
mujeres y que tienen una marcada influencia en su salud, lo que en gran medida 
podría explicar su mayor morbilidad por trastornos crónicos, incluida la obesidad. 
 
No obstante, desde hace años el tratamiento para la obesidad se ha basado 
en dos pilares fundamentales: los planes de alimentación hipocalóricos y la 
incorporación de la actividad física. Considerando muy poco a los aspectos 
psicológicos y familiares que juegan un papel decisivo en la producción y 
mantenimiento de la obesidad. 
 
Razón por la cual se considera que esta forma de abordaje de la obesidad 
es estrecha y reduccionista, que ve como esenciales la modificación de hábitos 
alimentarios y los patrones de actividad física para bajar y mantener un peso 
saludable, sin embargo, no toma en cuenta otros factores como los que se vieron 
en los apartados anteriores, los cuales pueden estar presentes en la recuperación 
del peso después de una dieta. 
 
3.1 Alteraciones psicológicas en la obesidad. 
 
Orlando (2005) ha mencionado que las alteraciones psicológicas más 
frecuentes asociadas al seguimiento de las dietas hipocalóricas estrictas son: 
depresión, ansiedad relacionada con la inserción social, una disminución del 
 
25 
 
autoestima, nerviosismo, debilidad e irritabilidad; donde la recuperación de peso, 
los hace sentir culpables, avergonzados, inadecuados y criticados por familiares, 
compañeros de trabajo y profesionales de la salud, debido al fracaso en la pérdida 
de peso; conduciendo al obeso al desarrollo de nuevas patologías psiquiátricas 
como angustia, trastornos de la sexualidad, distorsión de la imagen corporal y el 
síndrome de descontrol alimentario (Panzita, 2005). 
 
Respecto del síndrome de descontrol alimentario (SDA), también conocido 
como atracón o binge eating, es un trastorno que se caracteriza por descontroles 
alimentarios recurrentes en ausencia de la conducta compensatoria inapropiada 
típica de la bulimia nerviosa, por ejemplo, autoinducción del vómito, abuso de 
laxantes u otros fármacos, ayuno y ejercicio físico excesivo. Esto se tiene que 
presentar generalmente en menos de dos horas, mínimo dos veces por semana, 
durante seis meses (Ravenna, 2004). 
 
Durante estos episodios, la persona afectada ingiere grandes cantidades de 
comida, cuyo valor calórico es más alto al consumido por obesos sin SDA. 
Asimismo las personas con este trastorno ingieren más alimentos grasos que 
proteicos, con una sensación de pérdida de control sobre lo que se come y cuanto 
se come, seguido por sentimientos de culpa y por una sensación de enojo, 
desesperación y decepción por no poderse controlar. Finalmente, repercute sobre 
la idea o la preocupación de la figura corporal, afectando directamente a la 
disminucióndel autoestima, ya que el peso corporal de aquellos que sufren este 
trastorno suele ser más elevado que el de los obesos sin descontrol (Zúñiga, 
2004). 
 
En este sentido, las personas obesas, presentan mayor desinhibición 
alimentaria al salirse de la dieta y menor eficiencia para mantenerla. El SDA 
aparece principalmente en personas obesas en tratamiento en un porcentaje 
mayor a los obesos sin tratamiento; Spitzer (1992) observó que este porcentaje 
ascendía hasta el 30% en personas obesas con tratamiento frente al 5% en los 
 
26 
 
obesos sin tratamiento, asimismo es más frecuente en el sexo femenino que en el 
masculino. 
 
El SDA también puede estar asociado con un mayor porcentaje de 
alteraciones psicológicas, como la depresión, ya que su presencia es mayor en 
este grupo de pacientes, así como en periodos de ansiedad, angustia o 
aburrimiento que podrían desencadenar el descontrol alimentario. Asimismo estos 
pacientes muestran una prevalencia en enfermedades psiquiátricas, 
particularmente en trastornos afectivos (Silvestri & Stavile, 2005). 
 
Aparte de constituir un círculo vicioso difícil de abandonar para las personas 
que presentan este Trastorno de la Alimentación, se pueden originar también 
importantes enfermedades físicas, como diabetes mellitus, hipertensión, 
colesterol, ataques cardiacos, patología renal, artritis e incluso llevar a un riesgo 
de muerte más elevado (Silvestri & Stavile, 2005). 
 
Es de destacar que no toda ingesta excesiva de alimentos, significa 
descontrol alimentario, ya que es necesario que un profesional aplique los criterios 
diagnósticos señalados en el DSM IV - Diagnostic Statistic Manual IV de la 
American Psyquiatric Association para detectarlo (Last, 2000). 
 
Como se ha mencionado, la obesidad expone a quien la padece tanto a una 
larga lista de enfermedades físicas, como a psicopatías como las antes 
mencionadas, además de que las personas con sobrepeso viven hoy en una 
sociedad cuya etiqueta de “obeso-fóbica” estigmatiza a quienes la presentan. 
 
Es así, que la obesidad constituye uno de los principales "estigmas 
sociales", disminuyendo las oportunidades de empleo y educación, con el 
consiguiente costo psicológico individual, como la disminución del autoconcepto, 
autoimagen, autoeficacia, aumento de la ansiedad, depresión, conductas 
adictivas, desarrollo de síntomas bulímicos y/o anoréxicos, afectos disfóricos y 
 
27 
 
disminución de la calidad general de las relaciones interpersonales, menos 
posibilidades a encontrar una pareja, etcétera (Last, 2000). 
 
Debido a eso, los obesos viven sentimientos de desvalorización cotidianos y 
se enfrentan a la presión social, lo que no quiere decir que todos la elaboren de la 
misma manera. Así, de acuerdo a su historia personal y en combinación con los 
conflictos generados por un medio social hostil, la persona obesa puede o no 
desarrollar una psicopatía y en algunos casos trastornos alimentarios (Moral, 
2002). 
 
Los factores psicológicos, precipitan y perpetúan el consumo exagerado de 
alimentos (una alimentación excesiva para lo que son las necesidades energéticas 
personales) y deben ser tomados en cuenta si se pretende mantener un peso, 
luego de haber alcanzado el ideal o deseable. El abordaje y tratamiento de las 
características psicológicas es de fundamental importancia, pues de lo contrario la 
persona obesa no es capaz de comprometerse adecuadamente con el tratamiento 
y en general tiene mayor dificultad para bajar de peso y/o mantenerlo (Silvestri & 
Stavile, 2005). 
 
Este conjunto de emociones y comportamientos que se vinculan con la 
sobrealimentación generalmente se presentan en combinaciones más o menos 
complejas y son diferentes para cada persona. Es tan elevado el número de 
variables que influyen en una persona, y en concreto en que un determinado ser 
humano padezca de obesidad, que bien se puede decir que existen tantos casos 
de obesidad como obesos. Es decir, que la explicación, y el abordaje de un caso 
de obesidad nunca es exactamente igual a la explicación y abordaje de otro. De 
ello se desprende, la necesidad del trabajo interdisciplinario para atender a cada 
uno de los detalles que inciden en esta problemática (Silvestri & Stavile, 2005). 
 
Algunas alteraciones son específicas y pueden encontrarse con relativa 
frecuencia en individuos obesos, aunque sin ser patognomónicas de la 
 
28 
 
enfermedad. Pero también existen otras que pueden estar presentes y dificultar el 
tratamiento para quienes intentan adelgazar y mantener un peso adecuado. 
(Rodríguez et al, 2008). 
 
Algunos autores (Álvarez et al, 2012; Silvestri & Stavile, 2005) consideran 
los factores psicológicos como causantes de la obesidad, otros creen que es una 
consecuencia de la discriminación social hacia el obeso. Los cierto es que en 
mayor o menor medida, están presentes y es fundamental su conocimiento e 
identificación para ser abordados si se quiere tener éxito en el tratamiento. 
 
3.2 ¿Existe una personalidad del obeso? 
 
En la actualidad se están realizando investigaciones para determinar si en 
realidad existe una personalidad del obeso. Como respuesta de esta búsqueda al 
constante enigma que plantea la obesidad, desde sus factores etiológicos hasta su 
abordaje y tratamiento, es que se ha investigado la existencia de una personalidad 
que predisponga, favorezca o determine esta enfermedad (Silvestri & Stavile, 
2005). 
 
Ha sido una de las cuestiones discutidas con fervor en el campo 
psicológico. Sin embargo, hoy no se puede definir una condición psicopatológica 
específica vinculada a la obesidad, ya que existen obesos con y sin psicopatía, 
pero no hay un trastorno propio del obeso (Zukerfeld, 2005). 
 
Los hallazgos psicopatológicos en algunos obesos tienen poca relación con 
la noción popular de una personalidad tipo del obeso. Acorde con esta visión, el 
obeso puede aparentar ser feliz y sin problemas en la interacción social, pero 
padecer de sentimientos de inferioridad, ser pasivo dependiente y tener una 
profunda necesidad de ser amado (Webb, Phares, Abraham, Meixel, Scott & 
Grdes, 1976), aunque algunas personas muestran esas características sin ser 
obesos (Wadden, Stunkard, Brownell, Day, 1984). Además, los esfuerzos por 
 
29 
 
identificar un tipo de personalidad del obeso han llevado precisamente a hallazgos 
opuestos, ya que es notable la diversidad de tipos de personalidad entre ellos. 
Diversos estudios (McReynolds, 1982) identificaron de entre tres a diez subtipos 
de personalidades, y un tercio de los sujetos no correspondieron a ningún subtipo. 
 
Stunkard & Wadden (1992) no hallaron en su experiencia clínica una 
personalidad única en el obeso. Gran número de pacientes incluidos en grupos de 
tratamiento eran extrovertidos, sociables y productivos, participaban 
constructivamente en las sesiones y confort y sugerencias útiles para el resto de 
los pacientes. Unos pocos eran tímidos y reservados, pero su contribución era 
apropiada cuando se los invitaba a hacerlo. 
 
Si bien no se ha demostrado que exista un trastorno específico en la 
personalidad del obeso, estos sufren, con gran frecuencia, diversos trastornos 
psicológicos respecto de los sujetos no obesos (Kaplan, Sadock & Grebb, 1996). 
 
Bruch (1973) en su obra “Eating disorders”, enfatiza la dificultad que tiene el 
obeso para identificar sus propias sensaciones, no pudiendodistinguir hambre de 
saciedad, ni hambre de otras emociones que le embargan cotidianamente. La 
consecuencia de esto, es el comer como respuesta a las emociones más diversas. 
 
Si se buscan factores comunes en las distintas personalidades se 
encuentran construcciones subjetivas semejantes a la de los adictos y sufrientes 
de enfermedades crónicas por lo que algunos autores hablan de una personalidad 
adictiva (Silvestri & Stavile, 2005). 
 
Griessner (2003) describe la personalidad adictiva como aquella que no 
solo tiene necesidades físico-químicas sino también un estado emocional 
particular relacionado con factores químicos (neurotransmisores y 
neurorreceptores) conectados a los sentimientos y a las necesidades biológicas de 
cada individuo, por lo que desde su punto de vista, la comida no es adictiva sino 
 
30 
 
la relación que el individuo tiene con esta. También menciona que la enfermedad 
adictiva depende de cuatro elementos interrelacionados, mismos que se 
mencionan a continuación: 
 
1. Objeto droga: si bien la comida no tiene efectos tóxicos inmediatos 
ingerida en exceso abandona su función nutricional y placentera para 
transformarse en un elemento tóxico generando dependencia, enfermedad física y 
psíquica. 
 
2. La persona: una de las características de la personalidad del obeso es que 
no tiene límites con su ingesta, ni con su cuerpo, ni con su comportamiento, 
actuando en forma demandante, invasora y a la vez se deja invadir. 
 
3. La familia: ciertas familias fomentan la adicción desde etapas tempranas, 
sobre todo aquellas donde está alterada la relación entre unos con otros. 
 
4. Factores socioculturales: la mirada y el gusto de los otros intervienen como 
una presión en el comportamiento social de la persona obesa y en su desempeño. 
 
Esa dependencia hace que el obeso adapte su estilo de vida al 
mantenimiento de la conducta adictiva la cual si se mantiene en el tiempo seguirá 
con la negación de los efectos agresivos minimizando, justificando y auto 
engañándose; es en esta etapa cuando se involucra el entorno. 
 
Ya en una etapa final las conductas son automáticas y manejadas por las 
emociones. “La comida no es adictiva, pero sí lo es la conexión del individuo con 
ella”. 
 
Como se mencionó anteriormente, si bien no se ha demostrado que exista 
un trastorno específico en la personalidad del obeso, estos sufren, con gran 
frecuencia, diversos trastornos psicológicos. La obesidad aparece asociada con 
 
31 
 
problemas específicos del peso que pueden afectar adversamente la calidad de 
vida y obstaculizar el tratamiento, aun si no son tan severos como para causar 
complicaciones clínicas significativas. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
32 
 
CAPITULO CUATRO 
DIFERENCIAS ENTRE HOMBRES Y MUJERES EN LA CONSTRUCCIÓN 
PSICOLÓGICA DEL CUERPO. 
 
El cuerpo y la imagen corporal forman parte integrante del desarrollo 
psicológico desde el mismo momento en que se configura la identidad personal y 
social de los sujetos, en un proceso de diferenciación de la persona como un 
individuo separado, que sintetiza y unifica la diversidad de sus experiencias en el 
mundo. La identidad -que facilita una experiencia reflexiva de la propia 
subjetividad- permite al sujeto tomar conciencia de sí mismo, de su lugar en el 
mundo y en relación a los demás. La interacción con los otros otorga a esa 
experiencia contenidos simbólicos y significativos, a través de los cuales es vivido 
el propio cuerpo. 
 
Este apartado plantea que los valores y significados que la cultura transmite 
a través de las normas de género inciden en la vivencia del cuerpo sexuado y 
dificulta -principalmente en las mujeres- la constitución de una identidad personal 
autónoma. 
 
4.1 Formación de las identidades. 
 
El género se construye culturalmente y no es un conjunto de rasgos en los 
individuos, sino una construcción que identifica las transacciones adecuadas para 
un sexo determinado (Bohan, 1993). 
 
En este sentido, en la familia se da el proceso de iniciación que potencia 
relaciones que favorecen la inserción a la cultura y a la sociedad, que asimismo 
delimitarán las esferas personales. Posteriormente las relaciones se intensificaran 
con la integración de niñas y niños en microcomunidades como la escuela, que 
junto a los medios de comunicación, la literatura y el cine, facilitan el aprendizaje 
de roles y el acceso al imaginario cultural de la sociedad (Badillo, 1998). Por otro 
 
33 
 
lado, la variedad de normas y valores con que entran en contacto en los diversos 
contextos cotidianos promueve una relativización de los roles, lo cual fomenta una 
cierta autonomía moral en los sujetos que les permite comprender las reglas 
sociales, aun cuando siga siendo fuerte todavía la influencia de los valores 
parentales (Pastor & Bonilla, 2000). 
 
Como se ha señalado antes, los procesos identitarios son nucleares en el 
desarrollo a lo largo de la vida, pero es en la adolescencia cuando tiene lugar una 
vivencia más aguda de las dificultades ligadas a la búsqueda de identidad. En 
términos generales, esa búsqueda de identidad adolescente plantea 
necesariamente una reorganización de la imagen corporal -eje fundamental de la 
autoestima-, a raíz de los cambios fisiológicos que experimenta el sujeto en la 
pubertad, y que se unen a una creciente necesidad de des-identificación con 
respecto a los referentes normativos parentales. La cultura del grupo de pares 
adquiere una especial relevancia como referente y como fuente eficaz de recursos 
para enfrentar los problemas evolutivos comunes en esta etapa vital, facilitando el 
progresivo desarrollo de los sujetos (Pastor & Bonilla, 2000). 
 
La identidad sexual y de género siguen presentándose como dispositivos 
unificadores que, a través de los distintos avatares, permiten hallar un arraigo en 
la existencia. Como afirma Aguirre (1998), en la línea de lo postulado por Erikson, 
la tarea principal de la adolescencia es encontrar la identidad en el marco de las 
exigencias culturales de la propia comunidad, sus criterios y condiciones, por lo 
que el autoconcepto y la vivencia de lo masculino y lo femenino, así como el 
aprendizaje de los roles que mejor van a caracterizar al sujeto se construyen 
desde sus referentes sociales y de grupo. 
 
El carácter cultural de la naturaleza humana nos lleva a relacionar los roles 
y actitudes en torno a la diferencia sexual -el género- pues será la cultura 
específica de cada grupo, en función del grado de opresión que ejerza, la que 
connote y cargue de contenidos el género. Por ello, debemos huir de 
 
34 
 
generalizaciones sobre las desigualdades de género. En esa medida es difícil 
mantener afirmaciones sobre los grupos constituidos por: las mujeres, los 
hombres, los negros, o los gay, puesto que dentro de cada una de estas grandes 
categorías se instala la diversidad (Martínez, 2005). 
 
De esta manera, la legitimación y jerarquía social del género tiene una 
enorme repercusión en el acceso a la individuación, al saber y al disfrute de los 
recursos de los que dispone una sociedad. En los sujetos, tanto la representación 
psíquica como la representación social, que constituyen la subjetividad, se instalan 
en el cuerpo y es ahídonde se manifiestan los síntomas. Por ello, podemos 
afirmar que la vivencia de las propias experiencias -el modo de percibir el mundo y 
de resolver los conflictos y problemas- va a condicionar nuestras estrategias de 
afrontamiento, pues están en íntima relación con la interiorización del sistema de 
valores culturales y las normas sociales sobre cómo debemos ser, sentir y 
comportarnos las personas en función de nuestro sexo, y en consecuencia, 
influirán en los posibles modos de enfermar (Martínez & Bonilla, 2000; Mingote, 
2001; Russo & Green, 1993; Unger & Crawford, 1996). 
 
Es así que investigaciones recientes realizadas desde la Perspectiva de 
Género constatan la necesidad de incluir características biológicas en la categoría 
social de género, porque la particular biología de los seres humanos hace del 
cuerpo una construcción social y cultural. 
 
En este sentido Billig (1987) considera que en la vida cotidiana mujeres y 
varones se enfrentan a menudo a “conflictos de rol” -expresión deudora del 
lenguaje teatral, que apela al hecho de representar, al mismo tiempo, dos o más 
papeles-, conflictos que pueden afectar la salud y cuya resolución va a depender 
de la flexibilidad o rigidez de las propias identidades de género. A mayor rigidez en 
el desempeño de los roles de género más tensiones puede llegar a producir la 
distancia entre las idealizaciones y la realidad personal. 
 
 
35 
 
Es así que en determinadas circunstancias evolutivas, sociales y 
profesionales, la presión de las normas genéricas -éticas y estéticas- pueden tener 
efectos perniciosos en los procesos de formación de la identidad, produciendo 
alteraciones de la imagen corporal, como las que se manifiestan en los trastornos 
de la conducta alimentaria. 
 
En este sentido, cabe mencionar que la prevalencia de los trastornos de la 
conducta alimentaria es mayor en las mujeres, debido a que los criterios estéticos 
de belleza, al alcanzar estatuto de propuesta cultural idealizada, se trasforman en 
valores éticos –controlar el propio cuerpo informa de un alto autocontrol- y alteran 
tanto la percepción como el reconocimiento del propio cuerpo (Martínez et al, 
2001).Se observa, pues, una persistente relación entre los modelos de género y 
los síntomas asociados a ciertos trastornos mentales. Síntomas relacionados con 
miedo, angustia, inseguridad, falta de asertividad, dependencia, estrés, vinculados 
con la feminidad, muestran una mayor prevalencia en las mujeres, y 
lamentablemente en las mujeres que sufren violencia de género. 
 
Muchas mujeres se hacen cómplices con los modelos de género y 
pretenden ser madres y esposas perfectas; fustigan sus cuerpos para mantenerse 
siempre sexys, jóvenes, delgadas; sobrecargan su existencia pretendiendo ser 
capaces de todo y poder aguantarlo todo. Desempeños incompatibles e 
inalcanzables que, demasiado a menudo, producen contradicciones e 
insatisfacciones que se manifiestan con malestares inscritos en el cuerpo 
(Martínez, 2005). 
 
El cuerpo, desde la unidad que caracteriza a la especie humana, es el que 
aporta una de las oposiciones conceptuales básicas: la diferencia de los sexos y 
su función específica en la reproducción, es un dimorfismo, que por una parte, 
introduce la categoría taxonómica masculino/femenino y, por otra, los conceptos 
de masculinidad y feminidad, y las funciones que llevan asociadas varían tanto a 
 
36 
 
través de las culturas como a lo largo del tiempo, determinados por la complejidad 
de su origen biológico, social y subjetivo (Martínez, 2005). 
 
En los seres humanos esta diferencia anatómica se convierte en 
inferioridad, ya que las construcciones imaginarias que sostienen los papeles de 
género fundamentan conductas discriminatorias. La distinción patriarcal entre 
lógica de reproducción y lógica de producción -sus lógicas de la 
complementariedad y de la división sexual del trabajo-, ha contribuido 
significativamente a “naturalizar” las características adscritas socialmente a las 
diferencias sexuales, a fin de legitimar la discriminación. De ahí que a las 
interpretaciones culturales de la condición sexuada se les otorgue reconocimiento 
de propiedades objetivas y este hecho produzca efectos en la subjetividad 
(Martínez, 2005). 
 
El cuerpo se ha convertido en una construcción social, en cuya delimitación 
han participado múltiples disciplinas. Así, se pueden señalar la medicina y la 
religión, como los agentes que más tradicionalmente han influido, unidos a las 
normas de urbanidad y a las instituciones educativas. Estos cuatro agentes han 
ido construyendo un modelo, que todo individuo tiene como referencia (Alday, 
2010). 
 
Actualmente además, este modelo se ha democratizado, implicando a 
cualquier persona que se halle bajo la influencia de los medios de comunicación, 
la industria audiovisual o la industria del ocio. Se crea así, una cultura física que 
responsabiliza a todo individuo de modelar su cuerpo, encaminándolo hacia los 
cánones actuales, fuera de los cuales la percepción de sí mismo se ve afectada 
negativamente (Alday, 2010). 
 
Aunque el cuerpo, entendido como entidad física nos es dado al nacer, 
como dice Bohan (1993), es a través de los años cuando se va construyendo 
 
37 
 
un cuerpo social, al diferenciarse de los demás en tres aspectos: en su visibilidad 
y conocimiento, en su adiestramiento y uso, y en su aprecio o valoración. 
 
En conclusión, nuestra mirada acerca de nuestra identidad depende de 
múltiples espejos, aunque también existe un espejo interior pero no es “objetivo” y 
está enturbiado por la mirada de los demás. 
 
Sin embargo, debe quedar claro que de todos los juicios que hacemos, 
ninguno es tan importante como el juicio de nosotros mismos. E, inmediatamente 
después, el de la sociedad, siendo este último, el que tiene repercusión en cada 
momento y condiciona el modo de actuar, como lo veremos en el siguiente 
apartado. 
 
4.2 Así eres, así vales. 
 
La subjetividad es producto de la articulación de las cosmogonías, 
filosofías, valores y normas del sujeto, en síntesis, las dimensiones éticas y socio-
culturales, incardinadas en un cuerpo biológico, que subyacen en el 
reconocimiento del sujeto como individuo (Pastor & Bonilla, 2000). 
 
En la conformación de los procesos identitarios los estereotipos ocupan un 
lugar relevante. El concepto estereotipo evoca los de prejuicio y discriminación, 
cuando su sentido es negativo, o una simplificación de características muy 
esquemáticas, cuando su sentido es positivo (Martínez, 2005). 
 
En ambos casos apela a un conjunto rígido y estructurado de creencias 
compartidas por los miembros de la sociedad sobre características personales 
(rasgos de personalidad, características físicas, atribuciones, expectativas, 
motivaciones…) o comportamientos propios de un grupo específico, desdibujando 
los límites de la individualidad al unificar las características de las personas que 
constituyen una categoría, es decir, son creencias consensuadas social y 
 
38 
 
culturalmente que permiten homogeneizar a los individuos que pertenecen a una 
categoría, a fin de comprender procesos psicosociales (Rosenkrantz, Vogel, Bee, 
Broverman & Broverman, 1968; Tajfel, 1981). 
 
Aunque desde finales del siglo XVIII está acuñado el término de estereotipo, 
en referencia al vaciado de plomo que se realizaba en las imprentas para construir 
un cliché tipográfico,fue el periodista Lippman, probablemente por su proximidad 
a la tipografía, quien, en la primera mitad de los años veinte del siglo XX, lo utilizó 
por primera vez en su acepción socio-psicológica, aludiendo al uso abusivo que 
frecuentemente hacemos los humanos de generalizaciones e imágenes, o 'atajos 
mentales'. 
 
Así, los estereotipos permiten justificar de forma simplista la naturaleza de 
las relaciones entre los grupos, puesto que desde el conocimiento estereotipado -
que tiene una fuerte carga emocional se filtra de manera reduccionista la realidad 
objetiva, homogeneizando a los miembros de un grupo (Martínez, 2005). 
 
Esta actividad cognitiva le permite al sujeto confirmar algunas de sus 
creencias y adaptarse al medio en el que está inmerso (Ashmore & del Boca, 
1981). En el origen de los estereotipos juega un papel predominante la motivación. 
Como señala Barberá (1998: 85), la psicología ha definido los estereotipos: "como 
una construcción cognitiva o socio-cognitiva acerca de los atributos compartidos 
por un colectivo humano. Dos ideas clave subyacen en estadefinición: 
 
a) la conceptualización de estereotipo, en cuanto construcción subjetiva, 
incluye creencias, expectativas, atribuciones causales, lo que significa que los 
pensamientos estereotipados no suelen coincidir con la realidad. Más que espejos 
que reflejan con exactitud el mundo, los estereotipos son imágenes mentales de 
alta elaboración cognitiva, y 
 
 
39 
 
b) un estereotipo no suele estar compuesto por un único pensamiento o 
idea singular sino por un conjunto organizado de ideas que se acoplan entre sí 
(Ashmore, Del Boca & Wohlers, 1986)". 
 
En pocas palabras, los estereotipos nunca hablan del individuo sino que 
objetualizan al sujeto, homogeneizando y desdibujando toda subjetividad. Más que 
a un sujeto nos muestra un personaje, una mascarada. Estas mascaradas, en el 
ámbito de la salud, actúan bien haciendo invisibles las diferencias al extrapolar 
técnicas diagnósticas, bien construyendo las diferencias al utilizar etiquetas 
unificadoras (Martínez, 2005). 
 
Los estereotipos se aprenden, y por tanto se interiorizan, en procesos de 
interacción social, favoreciendo tanto la valoración del endogrupo como la 
justificación de las percepciones del exogrupo (Martínez, 2005). 
 
Es así que la presión sociocultural actual sobre la imagen corporal exige 
tener un cuerpo delgado y perfecto, es interiorizado desde la niñez y en la 
adolescencia aparece una imagen, nos vemos y nos ven. Lo bello y lo feo 
establecido culturalmente en la época que nos toca vivir es una regla a seguir que 
no afecta a todas las personas por igual (López, Solé & Cortés, 2008). 
 
Cada vez se acentúa más la preocupación de los adolescentes en cuanto a 
la necesidad de perfección de su aspecto físico, como consecuencia de la presión 
social que se ejerce desde todos los ámbitos relacionados con el individuo, e 
introduciendo un mensaje de cómo debe ser el cuerpo ideal, sumándole que sólo 
sí consigue tener un cuerpo perfecto o cuerpo ideal conseguirá alcanzar el éxito 
tanto personal como profesional en la vida (López, Solé & Cortés, 2008). 
 
Esta presión que ejerce la sociedad sobre sus miembros se manifiesta 
sobre todo en nuestra cultura occidental en la que priva un modelo estético 
corporal delgado. Ello conduce a un aumento de los trastornos de la conducta 
 
40 
 
alimentaria, siendo una de sus causas más relevantes: El aumento de presión 
psicosocial en búsqueda esforzada de una mal entendida concepción de la salud, 
en la que la delgadez ocupa un lugar preeminente; así como la influencia de los 
medios de comunicación de masas mediante la difusión de una publicidad 
coactiva, la presentación de determinados modelos a imitar y el sostenimiento 
reiterativo (…) de unos estereotipos en los que la delgadez se equipara a la 
consecución de salud, mérito, seguridad y atractivo (Jáuregui, 2006:116). 
 
La delgadez deja de ser un objeto exclusivamente médico y de la salud 
para relacionarse con los modelos de moda, belleza y éxito social, con referentes 
estéticos y de identidad por tanto, y cuando, para alcanzar estos modelos, las 
personas han de renunciar, con frecuencia, a los criterios de salud que les dieron 
origen (Gracia, 2002:353). Podríamos decir: Así eres, así vales. 
 
La adolescencia es un periodo de cambios, cambios muy rápidos, un 
momento de la vida del chico y/o chica en el que su cuerpo de niño se trasforma 
hasta conseguir las formas de un cuerpo adulto, con inevitables repercusiones 
psicológicas y psicosociales. Este es un momento difícil para el adolescente sí 
tenemos en cuenta que la imagen corporal es el cuerpo, la silueta, la apariencia 
física, que una persona experimenta tener en cada momento de su desarrollo. Si 
este proceso le causa gran insatisfacción puede ser fácil caer en querer 
domesticarlo, y cómo se pueden domesticar las formas del cuerpo, pues con una 
restricción o con un consumo excesivo de comida. Esto contribuye a ser “un 
elemento para el control personal del peso y, en definitiva, de la imagen corporal, y 
es también crucial en las representaciones sociales y en la distinción entre los 
sexos” (Gracia, 2002:362), ya que no se le pide socioculturalmente la misma 
imagen corporal a un chico que a una chica. 
 
En nuestra sociedad es difícil sentirse bien con el propio cuerpo porque muy 
pocas mujeres y hombres tienen los cuerpos que la sociedad considera 
actualmente ideales. Este "cuerpo ideal" ha favorecido el desarrollo de la 
 
41 
 
insatisfacción de la imagen corporal, y es de esto de lo que se hablara en el 
siguiente apartado. 
 
4.3 Satisfacción de la imagen corporal. 
 
Desde el punto de vista neurológico la imagen corporal constituye una 
representación mental diagramático de la conciencia corporal de cada persona. 
Las alteraciones de la imagen corporal serían el resultado de una perturbación en 
el funcionamiento cortical. Estas son importantes para comprender la integridad o 
deterioro del funcionamiento psíquico, más no explican la vivencia o experiencia 
de la imagen corporal completa, por ello es necesaria una concepción más 
dinámica que nos define la imagen corporal en términos de sentimientos y 
actitudes hacia el propio cuerpo (López, Solé & Cortés, 2008). 
 
Algunos autores (Ashmore, Del Boca & Wohlers, 1986) advierten de la 
necesidad de distinguir entre representación interna del cuerpo y sentimientos y 
actitudes hacia él. La representación corporal puede ser más o menos verídica, 
pero puede estar saturada de sentimientos positivos o negativos de indudable 
influencia en el autoconcepto. Vemos pues, que la percepción del propio cuerpo 
podrá presentar unas características diferenciadas a las de la percepción de otros 
objetos que no tendrán el mismo valor para el observador. Podemos decir, que la 
imagen corporal es un concepto que se refiere a la manera en que uno se percibe, 
imagina,siente y actúa respecto a su propio cuerpo (Rosen, 1995). O sea, que se 
contemplan: aspectos perceptivos, aspectos subjetivos y aspectos conductuales 
de la misma forma que nos concibe el constructo de imagen corporal (Thompson, 
1990), constituido por tres componentes: Un componente perceptual, un 
componente subjetivo (cognitivo-afectivo) y un componente conductual. 
 
La imagen corporal es una representación psicológica subjetiva que puede 
llegar a ser sorprendentemente diferente de la apariencia real (Cash & Pruzinsky, 
1990). La imagen corporal clásicamente (Slade, 2005) se define como

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