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1 1 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE HISTORIA CATÁLOGO DOCUMENTAL DEL FONDO MIGUEL PALOMAR Y VIZCARRA SERIE LIGA NACIONAL DEFENSORA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN HISTORIA PRESENTA: PALOMO MORALES CARLOS ALBERTO ASESOR: MTRO. CÉSAR NAVARRO GALLEGOS MARZO 2006 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 2 Dedico este trabajo a mis padres por enseñarme que un ser humano vale por su capacidad para adueñarse de la vida y no por estar en la cúspide de la pirámide social en este mundo desigual e injusto 3 3 AGRADECIMIENTOS Quiero agradecer al Mtro. César Navarro Gallegos el apoyo y la orientación académica que me brindó a lo largo de la realización de este trabajo. Del mismo modo agradezco al Lic. Enrique Lira y al Centro de Estudios sobre la Universidad por las facilidades y el respaldo técnico que me dieron durante el trabajo de catalogación que requirió esta tesis. También agradezco, de forma especial, a mis sinodales Dra. Margarita Carbó Darnaculleta, Dra. Guadalupe Villa Guerrero y Dr. Enrique Plasencia de la Parra por la seriedad y el compromiso acádemico que asumieron al revisar con rigurosidad este trabajo. 4 Í N D I C E INTRODUCCIÓN ……………………………………………………………………. 5 PRIMERA PARTE ESTUDIO INTRODUCTORIO: Aspectos ideológicos del movimiento cristero 1. Reformismo social católico La encíclica Rerum Novarum y la nueva orientación católica ………………………….9 El catolicismo social mexicano y Miguel Palomar y Vizcarra ………………………...26 2. Desarrollo ideológico de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (1925-1929) La visión del conflicto Estado-Iglesia …………………………………………………49 Las demandas populares y el orden social justo ……………………………………….63 Los cristeros y la transformación de la sociedad ………………………………………79 Conclusiones del estudio introductorio ………………………………………………..98 SEGUNDA PARTE PRESENTACIÓN DEL CATÁLOGO 1. El Archivo Histórico de la UNAM ………………………………………………...108 2. Historia del fondo Miguel Palomar y Vizcarra ……………………………………115 3. Proceso de descripción documental ………………………………………………..121 4. Características archivísticas de la serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa …………………………………………………..125 5. Tipo de información de la serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa 129 6. Catálogo documental del fondo Miguel Palomar y Vizcarra serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa ……………………………..134 ANEXO: Lista de seudónimos del fondo Miguel Palomar y Vizcarra ………………425 Índice General…………………………………………………………………….......441 BIBLIOGRAFÍA ……………………………………………………………………..459 5 I N T R O D U C C I Ó N La presente tesis se titula Catálogo documental del fondo Miguel Palomar y Vizcarra serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, la cual se basa en este acervo resguardado actualmente por el Archivo Histórico de la UNAM y que contiene material histórico relativo al desarrollo del catolicismo social mexicano de la primera mitad del siglo XX. Este trabajo está divido en dos partes. La primera contempla un estudio introductorio, titulado “Aspectos ideológicos del movimiento cristero”, y la segunda consiste en la presentación del catálogo. Los catálogos documentales son instrumentos descriptivos que apoyan la labor de investigación social e histórica, en tanto que ofrecen un panorama general de la información contenida por los archivos históricos. El presente catálogo se conforma de fichas que son síntesis de documentos relativos a la vida de Miguel Palomar y Vizcarra y su participación en el proceso histórico del movimiento cristero de 1926 a 1929. Por lo tanto, este trabajo permite conocer a fondo uno de los acontecimientos del México posrevolucionario: la revuelta cristera. El estudio introductorio es un análisis histórico de las ideas políticas y sociales que enarboló la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) como organización directora de la lucha católica contra el régimen posrevolucionario en la tercera década del siglo pasado. Este estudio se centra en el papel desempeñado por Miguel Palomar y Vizcarra, ya que éste fue uno de los principales ideólogos católicos en la revuelta cristera, 6 convencido por completo de la solidez de la doctrina social cristiana como la teoría correcta para transformar y mejorar la sociedad mexicana. El estudio introductorio está integrado por dos capítulos. El primero contempla el proceso de formación del catolicismo social mexicano, desde su génesis ideológica con la encíclica papal Rerum Novarum y la nueva doctrina social de la Iglesia, a fines del siglo XIX, hasta los efectos que estos cambios doctrinales produjeron entre los católicos del México del porfiriato, como Miguel Palomar y Vizcarra, derivando en la evolución de un movimiento social de inspiración cristiana. También se aborda el desarrollo de este catolicismo social bajo el contexto de la Revolución mexicana de 1910 y la promulgación de la constitución de 1917, etapa que implicó una confrontación entre la institución eclesiástica y el Estado debido a la reconfiguración social que el segundo estaba impulsando. El segundo capítulo se refiere al desarrollo ideológico de Palomar y la LNDLR a lo largo de los años de la guerra cristera. Esta parte de la exposición se centra en la visión católica acerca del conflicto Estado-Iglesia, la propuesta política de orden social justo y libre sostenida por la dirección cristera y la concepción del catolicismo social mexicano sobre la forma de transformar la realidad, estableciendo un contraste entre la vía pacífica y la lucha armada. En este apartado los aspectos más destacados son las diferencias que la Liga y la Iglesia mexicana tuvieron durante el conflicto contra el régimen revolucionario y la importancia que adquirieron los intereses de las clases oligárquicas conservadoras conforme avanzaba el movimiento cristero. 7 La segunda parte de la tesis es la presentación del catálogo documental. Se incluye una introducción contemplando la historia del acervo catalogado, explicación del proceso de catalogación, exposición del tipo de información contenida en los documentos y sus características archivísticas. También se habla de la institución que resguarda actualmente el fondo trabajado: el Archivo Histórico de la UNAM. En esta parte destaca de manera importante el interés de Miguel Palomar y Vizcarra por contribuir al desarrollo del conocimiento histórico sobre el movimiento cristero. Por último se incluyen: el catálogo documental conformado por 1546 fichas, un índice de nombres, materias y lugares, el cual facilita la búsqueda de información, y anexos que ayudan a un mejor conocimiento del acervo catalogado. La elaboración de esta tesis, sobre todo el estudio introductorio, se basó principalmente en fuentes primarias, usando como apoyo secundario las fuentes bibliográficas. Entre los autores básicos para la historiadel catolicismo social y el movimiento cristero destacan: Alicia Olivera de Bonfil, Jean Meyer y Manuel Ceballos Ramírez. Con relación a Miguel Palomar y Vizcarra es importante mencionar a Enrique Lira Soria, quien ha escrito sobre la vida del personaje y acerca del fondo histórico que lleva su nombre. En lo personal este trabajo me permitió consolidar mi formación profesional como historiador. Adquirí una experiencia importante en el manejo de documentos históricos y una orientación sólida acerca de la organización de un archivo, elementos fundamentales para futuras investigaciones. 8 P R I M E R A P A R T E E S T U D I O I N T R O D U C T O R I O: ASPECTOS IDEOLÓGICOS DEL MOVIMIENTO CRISTERO 9 l. REFORMISMO SOCIAL CATÓLICO La encíclica Rerum Novarum y la nueva orientación social cristiana La Iglesia católica tuvo que replantear los lineamientos que normaban su relación con la sociedad, a fines del siglo XIX, debido a los profundos cambios que el mundo experimentó con la consolidación económica y política del capitalismo y, sobre todo, ante el avance de las luchas populares orientadas por el socialismo. Ideológicamente el catolicismo estaba perdiendo terreno frente a las teorías materialistas, como el marxismo, principalmente porque éstas constituían la visión que guiaba a las masas trabajadoras en una lucha por la transformación del orden capitalista, cuya desigualdad económica se agudizaba cada vez más. Además, la Iglesia ya había perdido parte de su poder político y de sus privilegios económicos debido a las reformas liberales suscitadas en los países europeos. Por lo tanto, la institución eclesiástica necesitaba refrendar su posición y dar una respuesta clara a los nuevos problemas sociales, de lo contrario corría el riesgo de verse rebasada por convulsiones que amezaban el status de corporación dominante y privilegiada que aún conservaba. Como respuesta a lo anterior el Papa León XIII expidió en 1891 la encíclica Rerum Novarum en la cual exponía una serie de nuevos postulados acerca de la doctrina social cristiana. Tal documento marcó una nueva época para la participación católica dentro del mundo occidental,1 ya que modificó los preceptos teológicos tradicionales que hasta ese 1 Tanto las obras generales sobre sociología católica, como las que se especializan en el período de la Rerum Novarum, consideran la encíclica de León XIII como punto medular que divide en dos épocas distintas la 10 momento habían regido la relación de la Iglesia ante los problemas sociales, principalmente los económicos. Al respecto un autor señala que en adelante los católicos “ya no sólo hablan de los pobres, sino que ahora lo hacen refiriéndose a un problema mayor, el del pauperismo; ya no de la caridad en el sentido tradicional, sino de la economía caritativa como solución a un problema social. Ya no se trataba de virtudes que había que practicar, sino de reformas sociales que había que implantar”.2 En esencia, la Iglesia pretendía darle una solución armoniosa a la desigualdad económica del capitalismo, consideraba posible que mediante ciertos ajustes el orden capitalista podía alcanzar una estabilidad basada en un equilibrio económico entre las clases sociales, planteamiento que constituía la estrategia principal para contener las luchas socialistas. Sin embargo, antes de la encíclica RerumNovarum la Iglesia católica atravesó por un largo período de controversia interna que abarcó desde principios del siglo XIX hasta los primeros años del pontificado de León XIII (1878-1891). Al parecer el punto de discordia era la forma en que dicha institución debía enfrentar las nuevas condiciones sociales que se habían establecido con la consolidación del capitalismo y del liberalismo, ya que la oleada de cambios iniciada con la ilustración, la revolución francesa y la revolución industrial había reducido su influencia política y afectado sus privilegios económicos. Además, los problemas y las ideas que seguían surgiendo conforme avanzaba el desarrollo capitalista relegaban al catolicismo cada vez más a un plano estrictamente espiritual e individualista. orientación del catolicismo social. Vid. José Luis Gutiérrez García, Introducción a la doctrina social de la Iglesia, Barcelona, Editorial Ariel, 2001, p. 127-131 y Manuel Ceballos Ramírez, Política, trabajo y religión. La alternativa católica en el mundo y la Iglesia de Rerum novarum (1822-1931), México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1990, Caps. IV y V 2 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 21 11 Desde el primer momento hubo dos tendencias dentro del clero católico para confrontar un mundo que le resultaba hostil debido a que afectaba su status de grupo dominante y privilegiado. Por una parte estaban los que sostenían un conservadurismo cerrado y recalcitrante, y por otro lado quienes consideraban que la naciente situación sólo podía ser modificada favorablemente si se llevaba a cabo una forma distinta de cristianización. Es decir, al planteamiento de aferrarse al pasado buscando restaurar una cristiandad tradicional y condenando moralmente a la modernidad, se opuso la idea de que la Iglesia tenía que adaptarse a los cambios reformulando sus preceptos sociales, principalmente, con el objetivo de mantener su dominio e influencia.3 Es importante destacar que a pesar de esta contraposición, ambas tendencias clericales, en el fondo, defendían por igual al catolicismo frente a la modernidad. Tanto los religiosos tradicionalistas más retrógrados como los católicos reformistas se caracterizaban por su abnegación religiosa y por dar a la Iglesia el papel preponderante en el orden social que anhelaban. Con la diferencia de que los primeros querían que la institución eclesiástica siguiera siendo hegemónica, mientras que los segundos buscaban que la misma mantuviera su importancia compitiendo con el Estado civil y laico, al cual vencería en una competencia pacífica, desde su punto de vista, porque la Iglesia ofrecía la verdadera alternativa de bienestar de la sociedad, por ser la portadora del proyecto de Dios. De esta manera conforme avanzó el siglo XIX los católicos del conservadurismo más duro desplegaron una actividad condenatoria de todo lo que significase progreso y modernidad acorde al liberalismo. Y ya que paulatinamente la renovación política liberal y 3 Ibid., Cap. I 12 el orden económico capitalista ganaban más terreno, los cristianos tradicionalistas terminaron por aislar a la Iglesia cerrando la puerta a cualquier posibilidad de cambio y se limitaron a lanzar anatemas contra el mundo moderno, condenándolo y renegando de él. Las muestras más evidentes de esta cerrazón católica se hallan en el Syllabus y la Quanta cura producidos bajo el pontificado de Pío IX en 1864 y en un contexto de avances del socialismo con los movimientos revolucionarios de 1848, además de la posterior pérdida de los estados pontificios en 1870.4 Sin embargo, a pesar de los duros reveses que sufrió la Iglesia en aquella época, tal intransigencia predominó entre la mayoría de las autoridades eclesiásticas a lo largo del papado de Pío IX, cuyo pontificado duró de 1846 a 1878, y parte del de León XIII hasta inicios de los años ochenta. Finalmente, una nueva oleada de luchas socialistas durante la década de los setenta y la derrota del Vaticano ante el Estado liberal en la cuestión de los territorios pontificios, terminaron por convencer a los católicos que era necesario que dieran una respuesta a la modernidad distinta al conservadurismo tradicional,ya que de otro modo corrían el riesgo de ser relegados de forma significativa. Si bien es verdad que este proceso de formación de una nueva doctrina social cristiana implicó cierta apertura y en su momento se presentó muy novedosa, incluso se le llegó a calificar de “socialista”, no debemos olvidar que en esencia estos reformistas católicos eran igual de conservadores que sus antecesores. Para ellos “la única forma de oponerse a las convulsiones sociales, políticas y económicas, era tomar una actitud intransigente y 4 Para darnos una idea del conservadurismo manifestado en ambos documentos basta decir que se condenaba sin distinciones al mundo moderno con 80 puntos. Ibid., Caps. I y III 13 “netamente católica” ante todo aquello que no estuviera inspirado integralmente en el catolicismo. Sólo éste podría responder de modo coherente a las crisis de la modernidad, y sólo la opción católica integral podría restablecer la paz social perdida”.5 Aunque su objetivo primordial era restaurar la influencia eclesiástica en la sociedad, este nuevo cristianismo social no podía limitarse a proponer resolver lo problemas sociales basándose en preceptos tradicionales como la caridad, los cuales habían sido rebasados por la modernidad y cada vez estaban más relegados a un plano únicamente espiritual. Esta corriente religiosa concibió fundamental dirigir su proyecto social a las clases bajas empobrecidas, los obreros principalmente, ya que éstas eran la mayor fuerza de transformación al ser la gran mayoría del pueblo y porque en las masas populares eran más evidentes los efectos del pauperismo económico que caracteriza a la desigualdad social del capitalismo. Por lo tanto, trabajar con esas masas implicaba destruir al odioso socialismo ateo y, al mismo tiempo, sacar las mayores ventajas ante el acérrimo enemigo de la Iglesia, el liberalismo. Respecto a lo anterior es importante tomar en cuenta lo que Ceballos Ramírez nos dice acerca del proceso de formación de la nueva doctrina social cristiana: Tres factores contribuyeron de manera decisiva en la configuración del catolicismo social durante las dos décadas que precedieron a la encíclica Rerum Novarum (1871-1891). En primer lugar, el decenio de los años setenta, al registrar una progresiva depresión económica, planteó nuevos problemas sociales. Del mismo modo, se cuestionaron algunos de los principios básicos de la economía liberal [clásica] como fue el de la [nula] intervención del Estado en el juego económico y el de la necesidad de una legislación laboral que mitigara los conflictos en las relaciones de producción. En tercer lugar, el avance de los diferentes tipos de socialismo en los países europeos, corrió parejo al crecimiento del catolicismo, y si no en la misma intensidad, al menos de forma simultánea. 6 5 Ibid., p. 23 6 Ibid., p. 55 14 Esto quiere decir, a la Iglesia no sólo se le presentaba la necesidad de restaurar su posición en un mundo cambiante que la dañaba en sus privilegios económicos y políticos, como propietaria de tierras, bienes e inmuebles y aliada de gobiernos que protegían el status social de las clases y corporaciones dominantes tradicionales. Además, se trataba de una coyuntura que le permitiría golpear simultáneamente a su nuevo enemigo ideológico, el socialismo, y al anterior, el liberalismo, aunque éste ya no representara el mayor peligro. De esta manera, sensibilizados por la miseria material de los trabajadores y convencidos de que si la Iglesia no planteaba un proyecto alternativo a los problemas del capitalismo distinto al socialismo, sería barrida por éste; toda una generación de católicos se concentró en desarrollar las ideas que integrarían la nueva doctrina social cristiana y que a partir de 1891, con la Rerum Novarum, pasarían a ser parte de los conceptos universales del catolicismo. En este proceso de experimentación y formación destacaron: monseñor Emmanuel Ketteler en Alemania, el barón de Vogelsand en Austria, Albert de Mun y el conde de La Tour du Pin en Francia y el obispo Mermillod en Suiza, entre otros.7 Sin duda, los países que mayor acción social católica registraron fueron Alemania y Bélgica por mucho, ya que en los dos los católicos llegaron a trascender al grado de influir en las legislaciones y en el gobierno. Los alemanes lograron hacia finales de los setenta que se aprobaran una serie de leyes sociales inspiradas en los conceptos de Emmanuel Ketteler y que Bismarck transigiera con ellos con el fin de frenar el avance de la socialdemocracia. 7 Para mayor detalle Vid. Jean Villain, La enseñanza social de la Iglesia. Introducción, capitalismo y socialismo. Las reformas del capitalismo. Más allá del capitalismo, Trad. Salvador Bordoy, Madrid, Editorial Aguilar, 1957, Libro II, Caps. I y II 15 Por su parte los belgas consiguieron que el Partido Católico se mantuviera en el poder de 1884 a 1914 gracias a la fuerte presencia que tenían entre las masas trabajadoras.8 Es importante mencionar que los cristeros mexicanos obtendrían el mayor apoyo del extranjero en estas dos naciones a lo largo de su lucha armada entre 1926 y 1929. En ambos países representantes de los cristeros realizaron colectas para reunir fondos a favor de la lucha armada católica, logrando recaudar buenas sumas de dinero, también hubo algunos prelados europeos que manifestaron públicamente su simpatía por la causa cristiana de México. Al parecer es factible distinguir dos etapas en este período de formación de la nueva doctrina social cristiana. La primera abarca las décadas de los sesenta y setenta del siglo XIX y se caracteriza por la diversidad de movimientos orientados por las primeras mentes religiosas que se ocuparon de los problemas sociales y que sentaron las bases ideológicas del catolicismo social. La principal figura de estos años es el obispo Emmanuel Ketteler, al cual León XIII llamaría su “ilustre predecesor” y que aparece como el primer prelado en plantear un programa de reformas basadas en el cristianismo.9 La segunda etapa contempla la unificación de las diversas tendencias del reformismo social católico y culmina con la consolidación del mismo sintetizado en la Rerum Novarum en 1891. En esta época el hecho más significativo fue la labor de la Unión de Friburgo de 1884 a 1888, asociación encabezada por el obispo Mermillod y que reunió a los representantes de las principales corrientes del nuevo catolicismo social con el propósito de 8 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 56-59 9 Villain, op. cit., p. 434-437 16 lograr la unidad de criterio entre ellas. Sus trabajos produjeron las tesis que más tarde retomó León XIII para la encíclica que replanteó el papel de la Iglesia respecto a los problemas de la sociedad, la Rerum Novarum.10 Antes de analizar el contenido de dicho documento es importante tener en cuenta la base teológica de la que partió este nuevo catolicismo social. La clave, a mi juicio, para comprender este novedoso pensamiento cristiano está en las ideas de Santo Tomás de Aquino acerca de la sociedad y su orden.11 Incluso León XIII en su encíclica Aeterni Patris de 1879 “pedía el regreso a la filosofía de Santo Tomás como la fuente racional mediante la cual debía expresarse el dogma católico”.12 En esencia este santo planteó que la sociedad debía funcionar como un cuerpo orgánico en el que sus miembros (grupos y clases sociales) se desenvolverían acorde a la jerarquización dictada por la cabeza (el Estado) buscando el bien común. Esta visión tomista se apoya fuertemente en la división de trabajo y el principio de autoridad como elementos de unión social. Se asume que el vivir en sociedad implica la búsquedade los hombres por algo común, el bienestar. El cual sólo es posible alcanzarlo si la organización de la pluralidad de las funciones requeridas se rige por la aceptación y obediencia de un orden perfectamente jerarquizado.13 Lo anterior derivaría en la obtención de la armonía, la estabilidad y la justicia. 10 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 66-69 11 Hay quienes consideran que en este proceso de elaboración de doctrina social cristiana San Alberto Magno y San Raymundo de Peñafort son igual de importantes que Santo Tomás de Aquino. Vid. Gutiérrez García, op. cit., p. 128-129 12 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 18 13 José Manuel Gallegos Rocafull, El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino, México, Editorial Jus, 1947, p. 99-143 17 De este planteamiento partieron los creadores del reformismo social católico y concibieron como origen de los problemas sociales la disfuncionalidad de los miembros de la sociedad, traducida en desequilibrio. Es decir, la modernidad sólo había ocasionado que las partes del cuerpo (los propietarios y los trabajadores) dejasen de colaborar armoniosamente entre sí en la obtención del bien común, trayendo como consecuencia una gran polarización económica que derivaba en un enfrentamiento, muy violento en algunos lapsos, que afectaba al resto del organismo trastornando la paz y la estabilidad. La solución a tal situación consistía, según estos católicos, en que a través de la acción social se buscase la protección y beneficio de los pobres, puesto que eran los más afectados, promoviendo el restablecimiento de la armonía entre las clases de la sociedad, no la supresión de las diferencias. Es decir, se buscaba extender un nuevo tipo de caridad entre la cristiandad a fin de que produjese una renovación moral entre los hombres, lo cual llevaría a la sociedad a conquistar la paz y la justicia tan ansiadas, gracias a la cooperación armoniosa de sus partes en la búsqueda del bien común. Lo anterior significa que a pesar de la apertura que el catolicismo social manifestó ante los problemas del capitalismo, en el fondo estos cristianos eran tan conservadores y reaccionarios como los religiosos más cerrados e intransigentes del pasado. Ya que al colocar lo moral como el eje rector de la transformación de la sociedad pretendían encuadrar al mundo en la concepción supraterrenal de la realidad, puesto que el mejor y único código moralista capaz de conseguir la perfección social sería el mensaje de amor de Dios, del cual es depositario la Iglesia, y esto echaba por tierra cualquier forma secular de 18 pensamiento y proyecto social alterno al eclesiástico. Por lo tanto, no debe sorprendernos que desde la Rerum Novarum hasta nuestros días, tal y como dice un autor: “la Doctrina Social de la Iglesia no cambia en los esencial, pues se basa en principios siempre válidos – inmutabilidad de la naturaleza humana y de la Revelación-, aunque comporta también juicios contingentes”.14 Ahora desglosaré la forma en que León XIII condensó y coronó este pensamiento social católico en 1891 con la Rerum Novarum. Para empezar es necesario aclarar que aunque la encíclica parece estar dirigida sólo contra el socialismo, también abarcaba al liberalismo por igual; ya que para la Iglesia uno y otro son lo mismo, a pesar de encontrar más aberrante lo socialista por su radicalismo revolucionario y su ateísmo. El Vaticano sostenía que el socialismo era la continuación histórica de la ideología liberal, por lo cual calificaba a ambas formas de pensamiento como enemigos del cristianismo. Desde el principio del documento podemos encontrar expresado el moralismo en que se basa la explicación de la sociedad. Según el Vaticano el problema obrero se debía a lo siguiente: destruidos en el pasado siglo (XVIII) los antiguos gremios de obreros, y no habiéndoseles dado en su lugar defensa ninguna, por haberse apartado las instituciones y leyes públicas de la Religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido hallarse los obreros entregados, solos e indefensos, por la condición de los tiempos, a la inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada codicia de la competencia. A aumentar el mal vino la voraz usura; la cual, aunque más de una vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siempre, bajo diversas formas, la misma en su ser, ejercitada por hombres avaros y codiciosos. 15 14 Alberto Vega Ponce, Las enseñanzas de la Rerum novarum: importancia, actualidad y síntesis de la doctrina social de la Iglesia, México, Editorial Minos, 1991, p. 96 15 León XIII, Encíclica Rerum novarum sobre la cuestión obrera y radiomensaje de S. S. Pío XII en el cincuentenario de la “Rerum Novarum”, 12ª ed., Ediciones Paulinas, 1990, p.10 19 Aun refiriéndose a algunos aspectos históricos, básicamente se afirma que la maldad, representada por la codicia y la usura, se ha apoderado de algunos individuos y ha pervertido el orden causando la injusticia. Todo lo cual se reduce al plano moral. Inmediatamente después se pasa a criticar al socialismo por atentar contra la propiedad privada, por dar al Estado prerrogativas que violan la libertad y los derechos de los individuos y la familia y por su carácter subversivo.16 Con relación al primer punto se señala que abolir el derecho de posesión particular daña más a los obreros que a los propietarios, debido a que impediría a los primeros hacerse de un patrimonio, ahorrando paulatinamente. Hecho que haría aún más ruinosa la precaria situación de los trabajadores. Además de que se trata de una característica propia de los humanos dada por la naturaleza y por su capacidad para trabajar, hecho que coloca en un mismo nivel la riqueza obtenida por medio de un salario o por una industria lucrativa, ya que ambos son resultado del trabajo. Respecto a la familia se dice que es injusto y perjudicial, socialmente, pretender que el Estado tenga injerencia en su seno, debido a que ella equivale a una pequeña sociedad con su propia autoridad y estructura basadas en el poder del padre. Remplazar el paternalismo en el hogar familiar por la tutela estatal, sembraría la disolución de la unidad básica de la composición social. En todo caso se considera que el Estado debe servir como apoyo a los intereses de las familias, ayudándoles a desarrollarse e impartiendo justicia si hay conflicto interno. Pero de ninguna manera puede atentar contra el derecho paterno. 16 Ibid., p. 11-16 20 Tras exponer los defectos del socialismo, la encíclica se concentra en dar la propuesta de la Iglesia para mejorar la desigualdad económica del capitalismo. Planteamiento que se divide en dos partes: la primera se refiere al papel de la institución eclesiástica y la segunda a la intervención del Estado en los problemas sociales. Es muy significativo que León XIII decidiera dar este orden a su proyecto, ya que coloca a la Iglesia y su doctrina como los elementos centrales que condicionan y guían la búsqueda del bienestar social, relegando a un segundo plano al Estado civil, laico y liberal. Es en esta parte donde se enarbola la doctrina moral cristiana como condición indispensable para el mejoramiento de la sociedad.17 Elemento central en que se apoya el corporativismo tomista que se expone en el apartado del Estado. Ante todo se considera que la problemática social capitalista es cuestión “a la cual no se hallará solución ninguna aceptable, si no se acude a la Religión [católica] y a la Iglesia”.18 Se establecen como preceptos indispensables para comprender y aceptar la realidad: el hecho de que la desigualdad social es imposible de suprimir, el trabajo es fatigoso por ser la acción expiatoria del pecado original, que no es esta vida el fin último de la existenciadel hombre y la necesidad de la cooperación entre clases sociales. Claramente se aprecia la influencia tomista en el primer y último puntos, mientras que los dos intermedios son expresión del catolicismo más tradicional y dogmático; aquéllos son muestra de la nueva actitud de la Iglesia ante la sociedad y el tercero y cuarto exhiben la intransigencia eclesiástica. 17 Ibid., p. 17-26 18 Ibid., p. 16 21 En este sentido, se señalan obligaciones y deberes que la Iglesia busca inculcar entre los trabajadores y los capitalistas. Se presentan como el camino verdadero hacia un orden justo y tratan, esencialmente, de una renovación moral basada en los principios de autoridad y caridad, elementos centrales del corporativismo tomista. A los obreros se les pide sumisión ante las leyes que avalan el derecho de propiedad privada y aceptación de la desigualdad económica. Al mismo tiempo a los propietarios y patrones se les sugiere dar a los proletarios condiciones justas de trabajo que les permitan vivir con dignidad, de lo contrario, dejarse llevar por la codicia y ambición trastornaría la mutua cooperación entre las clases, desestabilizando el orden. Finalmente, se exponen los grandes beneficios que la Iglesia ha producido en la sociedad con su doctrina cristiana. Lo cual significa que el único método que ofrece el mejoramiento social es el restablecimiento de la forma de vida acorde a la religión. Al respecto un autor afirma: “sin lugar a dudas, el proyecto se inspiraba en el anhelo de implantar una nueva cristiandad, en la cual se pensaba construir un mundo a la medida de la Iglesia, vale decir, elaborar un proyecto en el que el mundo fuera para la Iglesia y no la Iglesia para el mundo”.19 La segunda parte de las soluciones que propone la institución eclesiástica para restablecer la paz y justicia en el mundo moderno se enfocan, básicamente, al papel del Estado y la organización social perfecta de acuerdo al corporativismo tomista. En esta sección se presenta lo más novedoso de la encíclica, ya que se plantean ideas relativas a la 19 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 78 22 intervención estatal en los problemas económicos y a la función de las agrupaciones laborales, de patrones y mixtas en la búsqueda de la armonía entre clases.20 Al Estado se le pedía que velase por la prosperidad de la comunidad mediante la impartición de justicia en cuanto al respeto de la libertad y los derechos civiles de la población, pero también regulando la economía impidiendo que la división de clases se polarizara gravemente y evitando el enfrentamiento violento. Respecto a lo anterior se recomendaba “contener al pueblo dentro de su deber: poniendo en salvo la propiedad privada e impidiendo que broten las huelgas con apartar las causas del conflicto”.21 Para neutralizar las causas de la polarización económica, el Papa señalaba toda una serie de medidas laborales que beneficiaban a los trabajadores. Los principales lineamientos eran: jornadas de trabajo justas, prohibición de la explotación femenina e infantil, salarios justos y fomento del ahorro. Por supuesto, el Estado debía establecer leyes atendiendo estos puntos, pero de ningún modo buscando suprimir la propiedad privada, lo cual equivalía a dejar intacta la división de clases en la sociedad. De hecho, Rerum Novarum no sólo pedía respeto a la propiedad privada, sino que también recomendaba su fomento. Esta idea estaba en función del corporativismo tomista. Se partía de la noción de una comunidad perfecta en la que las clases sociales colaboraban, en armonía, en la búsqueda del bien de todos. En los hechos se traducía en la implantación de un orden moralmente sano que limitaba la ambición de los ricos y nulificaba los 20 León XIII, op. cit., p. 26-43 21 Ibid., p. 30 23 impulsos subversivos de los pobres. Fomentar la propiedad privada equivalía, para la Iglesia, en el mejoramiento de los obreros con un salario justo que posibilitase el ahorro y la transformación del trabajador en propietario, paulatinamente. Al parecer se figuraba una sociedad con capitalistas moderados, una clase media de pequeños propietarios fuerte y numerosa y clases bajas no miserables, sino austeras. A primera vista parece que se le da la razón al liberalismo, pero tal cosa está muy alejada de la realidad. No olvidemos que, según la encíclica, las dos instituciones impulsoras del bienestar social son la Iglesia, en lo moral, y el Estado, en lo económico. Respecto al clero los liberales rechazaban su intervención en los asuntos públicos y con relación a la participación estatal en la economía, los capitalistas de aquella época, fieles al liberalismo económico, se mostraban intransigentes a permitir cualquier injerencia del Estado en el proceso de producción y distribución. Incluso esto último prevaleció hasta los días de la gran crisis del capitalismo en los años treinta del siglo XX. Por último aparece el apartado dedicado a las asociaciones como fuerzas de transformación benéfica de la sociedad. Se considera que éstas deben conducirse con apego a la doctrina social cristiana buscando la renovación moral de la comunidad, guiándose en sus trabajos por la búsqueda del bien común basándose en la caridad. Llama la atención que de acuerdo a los principios tomistas, postulados en la encíclica, las agrupaciones sociales deberían ser mixtas, ya que buscan la concordia; sin embargo, en el documento se da un fuerte impulso al sindicalismo obrero, lo cual constituye un reconocimiento implícito de la lucha de clases como principio renovador del mundo, cayendo en una clara contradicción. 24 Desde el punto de vista de Ceballos Ramírez: en el fondo la proposición del sindicalismo era más sutil e inteligente de lo que parecía. Nuevamente la intransigencia marcó el derrotero del catolicismo social. Éste no podía pactar de ninguna manera, así fuera teóricamente con el enemigo; hubiera sido prolongar indefinidamente la cuestión social, pues ellos, los liberales eran los causantes. De este modo las organizaciones laborales aparecían en Rerum Novarum como las auténticas reformadoras de base del orden social cristiano. Si éste habría de implantarse debería ser a partir de los trabajadores, pues eran ellos la clase social por la que debería llegar la nueva cristiandad”. 22 A mi juicio, lo anterior es correcto, ya que tanto la necesidad de recuperar su influencia en la sociedad, como el enfrentamiento ideológico contra el liberalismo, condicionaron el acercamiento de la Iglesia a los trabajadores, más que a los propietarios. Sin embargo, también considero que la contradicción referida existe dejando ambigua, hasta cierto punto, al doctrina social católica en su parte sobre las organizaciones sindicales y su papel como agentes de búsqueda del bien común, debido a que los sindicatos son resultado directo de la lucha de clases, idea que se contrapone al corporativismo tomista. En todo caso, me parece que este planteamiento ambiguo es la consecuencia de las limitaciones conceptuales del catolicismo social. Su teología tomista y su contenido moral ideológico no son suficientes para explicar un mundo transformado en sus raíces por formas de pensamiento racional, materialista y secularizado, además de que la modernidad supone una complejidad eminentemente humana, alejada de la voluntad divina. Es decir, “en los intentos reformistas de la Encíclica había una carencia de base: el excesivo dogmatismo doctrinal que no permitió apreciar nuevos elementos causales en los síntomas que censuraba y que, incluso, impidió llegar al fondo del problema y cuestionar el sistema productivo en sí mismo”.23 22 Ceballos Ramírez,op. cit., p. 95 23 Ibid., p. 96 25 Pese a esto, Rerum Novarum marcó una nueva era en la historia de la Iglesia, concebida como la solución a los problemas materiales de la sociedad, halló su expresión política en lo que se llamó democracia cristiana. Es decir, a la vertiente del catolicismo social en el terreno político en aquellos países en los que hubo movimientos sociales católicos inspirados en las ideas de León XIII, a eso se le conoció como democracia cristiana. Ésta formó parte de la estrategia política de la Iglesia para reivindicar su posición, mediante la organización y movilización de partidos u organizaciones civiles integradas por católicos seglares imbuidos de la necesidad de instaurar un orden capitalista justo, tal como señalaba la nueva doctrina social cristiana. La repercusión de estos grupos fue mayor o menor de acuerdo a las características históricas de cada país en el que se presentó este fenómeno, pero visto de forma global es indudable su significado histórico para la institución eclesiástica. Por su parte, la Iglesia católica en México atravesaba por un período de cooperación con el gobierno porfirista de fines del siglo XIX, por lo cual la Rerum Novarum tuvo un impacto casi nulo entre los fieles mexicanos de esa época. Tras el derrumbe del partido conservador y el imperio de Maximiliano de Habsburgo, el clero había optado por una política de conciliación con el régimen del general Porfirio Díaz y si bien éste nunca ofreció restablecer las prerrogativas y privilegios que la reforma liberal había arrebatado a los eclesiásticos, sí les permitió mantener buena parte de su status social dominante. Sin embargo, esta situación cambiaría al inicio del siglo XX con la agudización de los problemas sociales del régimen porfirista, ya que ante la miseria cada vez mayor de la clases populares, resultado de una economía desarrollada bajo los preceptos del liberalismo 26 clásico, los católicos comenzaron a organizarse bajo la influencia ideológica de la Rerum Novarum hasta constituir un movimiento de democracia cristiana, el cual buscaba el bienestar social mediante el establecimiento de la armonía de clases. Pero el advenimiento de la Revolución mexicana y la promulgación de la Constitución de 1917, la cual afectó significativamente a la Iglesia y a la vieja oligarquía latifundista, llevó al catolicismo social mexicano a un conflicto con el Estado revolucionario que se mezcló con los intereses de las clases sociales perjudicadas por la reconfiguración social revolucionaria como el alto clero, los terratenientes y los propietarios de la época porfirista. Este proceso cuyo propósito original sería la lucha por la utopía cristiana señalada por León XIII, buscando el bienestar de las clases populares principalmente, terminó por convertirse en una contrarrevolución que buscaría el retorno al viejo régimen por la vía violenta, lo cual ocurrió entre 1926 y 1929 con la revuelta religiosa que en la historiografía mexicana se ha llamado: la guerra cristera. Uno de los principales personajes de estos acontecimientos fue Miguel Palomar y Vizcarra, ideólogo a quien se analiza en el siguiente capítulo. El catolicismo social mexicano y Miguel Palomar y Vizcarra Mientras en Europa se daba el proceso de formación de la nueva doctrina social católica. En México la Iglesia sufría una terrible derrota frente al liberalismo al caer el imperio de Maximiliano de Habsburgo y, consecuentemente, consolidarse la secularización del Estado junto con las leyes de reforma. Tras el fracaso del proyecto monarquista 27 promovido por el partido conservador y por el clero, éste se retiró de los asuntos públicos competentes al Estado, incluso en 1875 el Episcopado prohibió la participación de los católicos en la política mexicana. A pesar de lo anterior hubo algunos intentos, de parte de los fieles mexicanos, de incursionar en aspectos de orden social con el fin de promover el proyecto cristiano, mismo que se basaba entonces en los principios tradicionales. La idea era desarrollar un espacio en la sociedad acorde al cristianismo salvándolo de las garras del liberalismo y dotándolo de cierta autonomía frente al Estado. Se trataba de la misma actitud de aislamiento e intransigencia típica que había caracterizado a los religiosos europeos de mitad del siglo XIX. El esfuerzo más significativo de realizar esta obra lo constituyó la Sociedad Católica de la Nación Mexicana, organización formada un año después de la caída del segundo imperio y que actuó hasta mediados de los años setenta de la época decimonónica.24 En mayo de 1891 la prensa católica de los tiempos porfiristas, integrada por El tiempo y La voz de México principalmente, anunció con gran entusiasmo la publicación de la encíclica de León XIII Rerum Novarum. El resto del año ambos diarios se dedicaron a escribir ampliamente sobre el contenido de dicho documento, así como de asuntos relativos al tema. Sin embargo, esta actitud entusiasta contrastó con el pobre efecto que produjo el nuevo mensaje papal en el resto de la sociedad mexicana, sobre todo entre los obispos y sacerdotes. 24 Manuel Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, “la cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), México, El Colegio de México, 1991, p. 51-55 28 Mientras la prensa católica se explayaba difundiendo las ideas básicas del catolicismo social y planteando de diversas formas la necesidad de responder al llamado de León XIII, incluso El tiempo llegó a proponer la fundación de un partido católico.25 El clero se mantuvo indiferente ante la novedosa encíclica, por lo cual ésta careció de trascendencia significativa en México hasta inicios del siglo XX, cuando el Episcopado mexicano tuvo nuevos elementos imbuidos de la doctrina social cristiana. Hasta entonces los clérigos mexicanos se mostraron muy apáticos, excepto en Yucatán, ante la Rerum Novarum. Esta actitud se debió a que la Iglesia católica mexicana gozaba de una situación relativamente cómoda bajo la dictadura del general Porfirio Díaz, ya que ambas partes habían optado por seguir una política conciliatoria que implicara una cooperación mutua con beneficios tanto para el clero como para el dictador. Éste adaptó los principios ideológicos del liberalismo a las necesidades de la administración para evitar conflictos, lo cual le permitió consolidar su poder. Las Leyes de Reforma siguieron vigentes durante el porfiriado, pero sin aplicarse de forma rigurosa y permitiendo al clero recuperar parte de su influencia política y privilegios. Esto hizo que la Iglesia de las décadas finales del siglo XIX no tuviera ninguna necesidad de refrendar su posición dominante en México. En Yucatán, el obispo Carrillo publicó y recomendó que se estudiara la encíclica de León XIII, sin duda debido al largo conflicto que padecía la península. La llamada guerra de castas ponía en evidencia, a juicio del prelado, las deficiencias del liberalismo provocando desorden y discordia en la sociedad. Por lo tanto, el cristianismo debía contener ese torrente de degradación social y salvar a los yucatecos orientándolos a tomar el camino correcto. Sólo en este caso la Rerum Novarum sí encontró eco, porque el estado peninsular 25 Ibid., p. 57-63 29 llevaba varios años sumido en una crisis social que presentaba continuos períodos de violencia, sin que los terratenientes ni el gobierno civil fueran capaces de someter en forma definitiva las sucesivas rebeliones de campesinos empobrecidos que se negaban a sujetarse a un régimen económico desigual e injusto para ellos. Revueltas que se concebían bajo una óptica llena de prejuicios de carácter étnico y cultural. Dicha situacióndemandaba el restablecimiento del orden y la estabilidad lo más pronto posible, por lo cual resultaba indispensable poner al alcance de los yucatecos el documento papal, por ser el único proyecto que podía indicar la solución a los problemas sociales, al menos así pensaba el clero local.26 Aparte del caso de Yucatán, en la capital del país hubo un grupo de católicos que también decidió llevar adelante el proyecto social del Vaticano. De este modo, en agosto de 1891 se fundó la Liga Católica y tras una breve actuación de tres años desapareció sin lograr que sus trabajos tuviesen un alcance nacional. Al parecer el problema que caracterizó a este primer esfuerzo de constituir un movimiento social católico fue la inconsistencia interna. Por un lado estaban los partidarios intransigentes que se negaban a dar concesiones al liberalismo y por otro se encontraban los seguidores de la política conciliatoria que sostuvo la Iglesia mexicana de aquella época.27 Al final predominó la posición de éstos haciendo decaer a la organización. La política de conciliación había permitido a la Iglesia el desarrollo del culto católico sin intromisión del Estado y que creciera como institución dejándole participar, bajo 26 Ibid., p. 67-71 27 Ibid., p. 97-106 30 algunas condiciones, en ámbitos de la vida pública como la educación privada y las obras de beneficencia. A pesar de estos hechos no se puede decir que entre el régimen porfirista y el clero hubiese una alianza donde éste fuese bastión incondicional del primero, obteniendo de él todas las prerrogativas y favores que quisiese. Aunque sí había una colaboración benéfica entre ambas partes, misma que la institución eclesiástica hubiese preferido extender para preservar su status dominante, lo cual convertía, hasta cierto punto, a la Iglesia católica en aliada del gobierno del general Díaz. Precisamente, esta imputación que la Revolución haría a las autoridades eclesiásticas, fue la misma que los elementos del catolicismo social mexicano se dedicaron a rebatir, demostrando que si bien el progreso religioso experimentado durante el porfiriato era innegable, también lo era el hecho de que a la Iglesia se le había oprimido de cierta forma al negársele el derecho a participar en la vida política nacional y al obstaculizarse su desempeño social. Para ellos un trato justo hubiese sido la derogación de las leyes de reforma, la inclusión de católicos en el gobierno, la aceptación de la educación religiosa y la libertad para actividades sociales cristianas.28 Aspectos que se retomarían posteriormente a lo largo del conflicto cristero. Con relación a lo anterior Jorge Adame señala: La política de conciliación permitió alguna libertad a la Iglesia, pero era una libertad condicionada, que dependía de la buena voluntad del gobernante y que exigía, entre otras cosas, la exclusión de todo elemento religioso en el sistema educativo oficial, la tolerancia de todo tipo de manifestaciones jacobinas, a veces provenientes de funcionarios o periódicos subvencionados, la vigencia formal de las Leyes de Reforma, la perpetua amenaza de 28 Francisco Banegas Galván, El porqué del Partido Católico Nacional, Prol. José Bravo Ugarte, México, Editorial Jus, 1960, Cap. II y Eduardo Correa, El Partido Católico Nacional y sus directores. Explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, Cap. IV 31 confiscación de los bienes eclesiásticos y de disolución de las corporaciones religiosas, y la no participación política organizada de los seglares católicos.29 Situación que rindió más frutos al régimen porfirista que a la Iglesia, ya que ésta quedó relegada socialmente a un papel pasivo que le impidió desarrollar un proyecto alterno que compitiese con el Estado laico, algo inaceptable para los representantes del catolicismo social. Sin embargo, lo anterior se modificó a partir de los primeros años del siglo XX cuando la cuestión social comenzó a ser objeto de mayor atención entre los círculos católicos y se sentaron las bases para el desarrollo de un movimiento orientado por la sociología cristiana. En estos esfuerzos iniciales fueron piezas clave Trinidad Sánchez Santos y su diario religioso El país (1899), así como las escuelas católicas y demás organizaciones de estudio del pensamiento social cristiano.30 El desarrollo de las escuelas religiosas permitió una mejor asimilación de las ideas expresadas en Rerum novarum, lo cual dotó de coherencia y consistencia a los planteamientos de los católicos interesados por los problemas sociales. Esto posibilitó que se tuviera un propósito más definido sobre la acción que debían cumplir la Iglesia y sus fieles en la sociedad, rebasando por completo el plano individual y espiritual. Esta nueva actitud se extendería rápidamente gracias a El país, órgano católico que estaba impregnado de esta forma de pensar gracias a su director y que le daría un gran impulso al catolicismo social colocándolo en la discusión periodística nacional, en la cual convergían las 29 Jorge Adame Goddard, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos 1867-1914, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, p. 158 30 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., Cap. IV 32 principales corrientes políticas del momento, tanto opositoras al gobierno como partidarias de éste. Además esta educación cristiana abarcaba todos los estratos sociales, tanto a trabajadores como a clases medias y a ricos, en este ámbito de estudio y formación del pensamiento social católico comenzó a figurar a principios del siglo XIX Miguel Palomar y Vizcarra. Personaje que se convertiría en uno de los ideólogos más importantes del catolicismo social mexicano y del movimiento cristero en la época posrevolucionaria. Palomar y Vizcarra31 nació en Guadalajara, Jalisco, en 1880 y se formó como abogado en el Liceo de Varones de dicha ciudad, profesión en la que tuvo una carrera muy exitosa, consiguiendo tener una posición económica muy buena y ganar un gran prestigio entre las clases altas del país. Como estudiante contó con maestros de la talla de Victoriano Salado Álvarez y Manuel Puga y Acal, como jurista llegó a ser profesor de economía y sociología en la Escuela Libre de Derecho y en el propio liceo en que se formó, además de magistrado suplente del Tribunal Superior de Justicia en su estado natal. Sin embargo, la vida de este jalisciense resultaría trascendente para la historia mexicana por su participación en el proceso de formación y desarrollo del catolicismo social en México hasta el estallido de la guerra cristera. Palomar se integró a este movimiento desde sus inicios en los primeros años del siglo XX. Hacia 1902 lo encontramos desempeñándose como presidente de la Congregación Mariana de 31 Enrique Lira Soria, Biografía de Miguel Palomar y Vizcarra, intelectual cristero 1880-1968, México, 1989 (Tesis de licenciatura en histora, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México) 33 Guadalajara, una de las agrupaciones dedicadas al estudio de la doctrina social cristiana, en cuyo puesto comenzó a aparecer públicamente promoviendo la necesidad de asociación entre los católicos a fin de impulsar el mejoramiento de la sociedad con base en el cristianismo.32 La participación de Palomar y Vizcarra fue cada vez más significativa a medida que el catolicismo social mexicano se fue consolidando. Al comenzar el período de los congresos católicos, las semanas agrícolas y la formación de organizaciones sindicales católicas; no debe sorprendernos que figure en el primer congreso católico realizadoen Puebla en 1903 como representante del arzobispo de Guadalajara y que haya destacado en esta reunión al plantear que se promoviese el sistema de crédito agrícola de las llamadas “Cajas Raifeissen”33 con el fin de abatir la usura en el campo. A lo largo de la última década del porfiriato los católicos realizaron cuatro congresos, tres semanas agrícolas y una semana social. En estas reuniones se discutieron propuestas para solucionar los principales problemas del país, todas ellas estaban orientadas por las ideas de León XIII, es decir, el corporativismo tomista y la intransigencia ante el liberalismo. Los principales temas abordados fueron: sindicalismo, derechos laborales, trabajo agrícola, miseria económica, indigenismo, formas de organización caritativa, educación, moral social y trabajo femenino e infantil.34 De particular importancia fueron los congresos católicos de Puebla (1903), Morelia (1904), Guadalajara (1906) y Oaxaca (1909), ya que permitieron a los seglares cristianos 32 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., p. 163 33 Cajas Raifeissen: se trataba de cooperativas de crédito que contemplaban responsabilidades y beneficios iguales para todos sus miembros, otorgaban préstamos sin comisiones sólo a actividades productivas. Alicia Olivera Sedano, Aspectos del conflicto religioso de 1926 a 1929, sus antecedentes y consecuencias, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1966, p. 48 34 Jean Meyer, El catolicismo social en México hasta 1913, 2ª ed., México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1992, p. 13-20 34 emprender trabajos sociales de gran alcance, integrándose como movimiento nacional, al mismo tiempo maduró en ellos una visión sólida acerca de la transformación social basada en el cristianismo. No obstante, estas reuniones también dejaron ver ciertos problemas que aún dificultaban el desarrollo de la acción católica. Me refiero al conflicto surgido entre los prelados y seglares católicos formados por completo en la doctrina social de León XIII y los educados bajo el pensamiento cristiano tradicional que habían recibido el contenido de Rerum Novarum con una visión basada en ideas anticuadas. Esto terminó por dividir al catolicismo social en el bloque de los católicos sociales y el de los partidarios de la llamada democracia cristiana. Los primeros consideraban que la Iglesia debía impulsar sólo trabajos de mejoramiento en la sociedad sin involucrarse en asuntos políticos, mientras que los segundos pensaban que debía buscarse que la sociología cristiana tuviese trascendencia en el gobierno, pues de lo contrario no se conseguirían reformas de fondo. Al parecer, varios representantes del reformismo católico como Palomar y Vizcarra, detectaron dicha confrontación en los congresos, al grado de calificarlos como simples asambleas que producían resultados muy pobres y sólo acrecentaban las discordias entre clérigos y fieles. En el caso del tapatío esta situación lo llevó a no participar en el congreso de 1909 en Oaxaca, no obstante la importancia que ya había alcanzado dentro del movimiento.35 En realidad el problema se debía a un choque entre católicos educados bajo el cristianismo tradicional y elementos formados por completo en la nueva sociología cristiana. Por un lado estaba un grupo de prelados y creyentes que a pesar de ser firmes 35 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., p. 178 35 partidarios del reformismo social cristiano, no lograban comprender en toda su extensión las ideas de León XIII. Hasta cierto punto, asumían una posición intermedia entre la antigua doctrina de caridad y el novedoso proyecto tomista. Para ellos los preceptos del catolicismo social habían llegado tardíamente en comparación con su contraparte demócrata, ya que ésta se componía de una militancia, tanto laica como eclesiástica, formada por completo dentro de la nueva doctrina social de la Iglesia. Para éstos el cristianismo debía jugar un papel más significativo no sólo a nivel social, sino también en el ámbito político, se trataba de instaurar la sociedad de Dios acorde al tomismo, se buscaba la instauración de la democracia cristiana. Si bien a lo largo del ciclo de los congresos predominó el planteamiento de los católicos sociales, como Trinidad Sánchez Santos, en los años finales del porfiriato los partidarios más firmes de la democracia cristiana, entre ellos Miguel Palomar, comenzaron a ganar terreno con la fundación de organizaciones acordes a su proyecto. Así nacieron en 1909 los Operarios Guadalupanos, asociación que se dedicó a la difusión de las ideas de la Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia; en esta agrupación jugaron un papel muy importante el ideólogo jalisciense Palomar y el sacerdote jesuita Bernardo Bergöend, ya que juntos organizaron círculos de estudio sobre la religión y la cuestión social. También se fundó el Círculo Católico Nacional en el mismo año y en 1910 se creó el Centro Ketteler, instituciones con la misma vocación reformista cristiana. Sin embargo, fue hasta el derrumbe del régimen porfirista cuando el catolicismo social mexicano pasó a ser el movimiento de la democracia cristiana. En 1911 los Operarios Guadalupanos y el Círculo Católico Nacional pasaron a ser la base del Partido 36 Católico Nacional (PCN), fundado en ese año por Rafael Martínez del Campo, Victoriano Agüeros, Trinidad Sánchez Santos, Gabriel Fernández Somellera, Francisco Elguero, Manuel F. de la Hoz, Luis García Pimentel y Miguel Palomar y Vizcarra, entre otros. De inmediato se hicieron los trabajos de organización a lo largo del país, los cuales según Eduardo Correa resultaron bastante exitosos,36 incluso Madero expresó su beneplácito por la aparición de la institución, hecho que consideró como un reflejo de los tiempos democráticos que vivía México tras la dictadura de Díaz. Por otra parte, el mismo Correa señala que el PCN cometió un error en su constitución, ya que “no se cuidó acudir, como debió hacerse, a los que pudieran llamarse católicos sociales [democráticos] o progresistas, divorciados por completo de los católicos liberales [sociales] incrustados en la dictadura y que soñaban con restauraciones imposibles, sino que en muchos casos se eligió a éstos, sin reflexionar en que el pueblo les volvería las espaldas”.37 Defecto que terminaría por derivar en el fracaso de la agrupación, según este autor, debido a que la inclusión de esos militantes obsoletos complicó muchísimo que las ideas avanzadas, expresadas en el programa del partido, se cristalizaran en la sociedad. A pesar de lo anterior, el Partido Católico Nacional conquistó espacios políticos importantes durante el período maderista, sobre todo a nivel regional, mismos que le sirvieron para realizar parte de su proyecto social basado en las ideas de la democracia cristiana. Un claro ejemplo de esto lo constituye Miguel Palomar y Vizcarra, quien 36 Correa, op. cit., Caps. V y VI 37 Ibid., p. 85 37 representó al PCN como diputado al congreso de Jalisco en 1912, de hecho, en este estado los católicos tenían mayor fuerza que cualquier otra agrupación política, lo cual les permitió que se impulsaran algunas de las reformas inspiradas en la Rerum Novarum.38 Miguel Palomar y Vizcarra impulsó la ley de patrimonio familiar (Homestead), la cual concebía resolver el problema agrario mediante el reparto de 500 acres de tierra a cada familia con el carácter de inembargabilidad, inalienabilidad e individualidad. Claramente se trataba de la idea de León XIII de fomento a la pequeña propiedad privada. También promovió decretos que libraban de impuestos a las cajas cooperativas de crédito populary reconocían la personalidad civil de las organizaciones sindicales. Además de la ley de representación proporcional que permitiría a los partidos políticos pequeños tener diputados en el congreso local. El resto de los diputados católicos jaliscienses expidieron leyes relativas a la representación partidista proporcional ante el congreso; al seguro de trabajo mediante el cual se obligaba a los patrones a pagar los gastos médicos originados por accidente; al descanso dominical y a que los dueños de almacenes tenían de dispusieran de lugares de reposo para sus empleados, a esta última se le conoció como la “ley de la silla”. Todo esto indica un progreso de la corriente demócrata dentro del catolicismo social mexicano. Pero la fundación del PCN, así como sus respectivos logros políticos, no fueron los únicos hechos que colocaron a la democracia cristiana a la cabeza del movimiento católico. También resultó fundamental “que en los años finales del porfiriato y primeros de la Revolución los obispos más decididos por la instauración de la democracia cristiana 38 Olivera Sedano, op. cit., p. 45-49 38 ocuparon algunas de las sedes donde ésta se gestaba y florecía de tiempo atrás. Así, entre la ciudad de México y Zacatecas se tendió una línea de comunicación que integraba también a Morelia, León, Zamora y Guadalajara”.39 De esta manera a la renovación de los elementos seglares se aunó la aparición, en puestos clave, de prelados impregnados del espíritu innovador de la nueva doctrina social de la Iglesia, tales como José Mora y del Río, Emeterio Valverde Téllez, Leopoldo Ruiz y Flores, Miguel de la Mora, Othón Núñez Zárate y Francisco Orozco y Jiménez. Desafortunadamente para los católicos, el golpe del general Victoriano Huerta en 1913 que culminó con los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez, afectó al desarrollo de su partido debido a que el gobierno huertista puso fin a la apertura democrática que caracterizó al maderismo. Ante este régimen, que desde el principio se mostró autoritario, los miembros del PCN asumieron posiciones encontradas. Por una parte hubo algunos, como Eduardo Tamariz y Francisco Elguero, que pasaron a apoyar abiertamente al huertismo, mientras que los representantes del PCN en el congreso lo criticaron severamente por disolver al cuerpo legislativo y por su autoritarismo.40 Por su lado, el gobierno huertista también fue algo ambiguo en su relación con los católicos y la Iglesia. Toleró que se realizaran manifestaciones religiosas públicas con motivo de la consagración nacional al Sagrado Corazón de Jesús y llegó a pedir la ayuda financiera del clero para evitar un amotinamiento del ejército por falta de pago, dinero que 39 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., p. 293 40 Adame Goddard, op. cit., p. 179-182 39 el arzobispo de México José Mora y del Río ayudó a conseguir entre los fieles ricos.41 Pero, al mismo tiempo persiguió a los católicos que se opusieron a él, tal fue el caso de Gabriel Fernández Somellera. Fue claro que a los militantes del Partido Católico Nacional les hizo falta cohesión entre sus filas debido a la necesidad que tuvieron de definirse socialmente frente al proceso revolucionario. El proyecto de la democracia cristiana estaba diseñado para implantarse ganando espacios en el terreno político de forma paulatina, no para enfrentar una coyuntura histórica de transformación revolucionaria. Así, los católicos de este proyecto partidista se mostraron incapaces de actuar en bloque en la defensa de su clase social o de su programa político. Algunos apoyaron decididamente al huertismo buscando la conservación del antiguo orden, pero otros se mantuvieron distantes sin asumir una posición firme y clara. Además, ellos mismos postergaron las aspiraciones de bienestar social que pretendían defender. De esta manera fueron los principales responsables del derrumbe del PCN. De cualquier modo, esta situación combinada con los ataques que la Revolución comenzó a lanzar contra el catolicismo provocó que el PCN decayera y, finalmente, desapareciera. Los revolucionarios consideraron a la Iglesia y sus fieles como aliados del régimen huertista, cargo que prevaleció en el discurso de los gobiernos carrancista, obregonista y callista. Tal acusación ha sido considerada por algunos autores como un a exageración del anticlericalismo revolucionario, pero los hechos demuestran lo contrario. En febrero de 1913 la alta jerarquía eclesiástica ofreció en la ciudad de México un Te Deum en honor a Huerta y el fin de la llamada “Decena Trágica”. El clero también contribuyó al 41 Olivera Sedano, op. cit., p. 58-59 40 financiamiento del ejército federal aportando 25 mil pesos al gobierno huertista y en enero de 1914 el país fue consagrado al Sagrado Corazón de Jesús en las condiciones arriba mencionadas.42 Elementos suficientes para considerar a la Iglesia como una aliada de Huerta, hasta cierto punto, ya que que desde un punto de vista histórico es claro que la institución eclesiástica hubiese preferido la restauración del viejo orden en lugar de la reconfiguración social revolucionaria. Sin embargo, el Partico Católico Nacional no se comportó de la misma forma, al menos no en su totalidad. De hecho, es probable que la actuación del PCN ante el régimen huertista marcase el fin de la etapa de consolidación de la democracia cristiana en el movimiento católico, desplazando por completo a la propuesta de pura acción social, ya que la falta de consistencia entre sus filas, puesta en evidencia al ser incapaces de actuar en bloque respecto al huertismo, debió de terminar de convencer a los católicos sociales que no se podía conseguir la implantación del orden cristiano, basado en las ideas de León XIII, ateniéndose a una política de convivencia con el Estado liberal; lo cual los llevó a la conclusión de buscar nuevas formas de organización, proceso en el que los católicos sociales tradicionales ya no tuvieron participación porque no compartían esa determinación de conseguir a cualquier costo la realización del proyecto social de Dios. Por otro lado, el triunfo de la facción carrancista en la Revolución, tras nulificar políticamente al villismo y al zapatismo, implicó un nuevo conflicto entre el Estado mexicano y la Iglesia católica. Carranza y sus correligionarios se propusieron llevar a los 42 Alan Knight, La revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional. Contrarrevolución y reconstrucción, Vol. 2, México, Editorial Grijalbo, 1996, p. 772 41 hechos las demandas revolucionarias de justicia social para el pueblo, mediante la elaboración de una nueva Constitución que sustituyera a la de 1857, la cual se consideraba insuficiente para resolver los problemas sociales que había ocasionado el régimen porfirista con su desarrollo capitalista basado en el liberalismo económico clásico. Lo que se buscaba era llevar adelante una reconfiguración de la sociedad que remediara la profunda desigualdad que había. La nueva Carta Magna se expidió el 5 de febrero de 1917 en Querétaro. En ella se plasmó el proyecto de reconfiguración social que debía instrumentar el régimen revolucionario. Este reordenamiento afectaba de manera importante a los sectores y clases dominantes de la época porfirista, como el alto clero y la oligarquía terrateniente, ya que el artículo 27 de la naciente constitución establecía la expropiación de latifundios como una medida para llevar a cabo el reparto agrario que demandaban las masas campesinas empobrecidas, además se declaraba propiedad de la nación a los recursosnaturales del subsuelo y se otorgaba al Estado la autoridad para decidir la manera de explotarlos. En el caso de la Iglesia, la misma ley reafirmaba la expropiación de sus bienes inmuebles, declarándolos patrimonio público, y le prohibía adquirir en propiedad tierras o invertir capital en ellas,43 aspectos contemplados desde la época de la Reforma juarista. Con relación a la cuestión religiosa, la Constitución de 1917 retomaba elementos de la legislación reformista de 1859-1860. En su artículo 3º reafirmó el sentido laico de la educación pública, haciéndolo extensivo para la privada, con lo cual prohibía al clero 43 Bertha Ulloa, Historia de la revolución mexicana, 1914-1917. La constitución de 1917, México, El Colegio de México, 1983, p. 452-492 42 cualquier tipo de intromisión en la enseñanza. Los artículos 5º y 24 prohibían las órdenes monásticas y las manifestaciones religiosas públicas, respectivamente. En lo tocante a cargos públicos se hacía hincapié en la separación de la Iglesia y el Estado, prohibiendo a la primera cualquier participación política en la sociedad. Por último, el artículo 130 reglamentaba el ejercicio de cualquier culto religioso, confiriendo al Estado la facultad de involucrarse en asuntos eclesiásticos, y negaba el reconocimiento a las iglesias para tratar en igualdad de condiciones con el gobierno, con lo cual se confirmaba el control hegemónico estatal en materia religiosa.44 Ésto indignó a las autoridades eclesiásticas y el arzobispo de México José Mora y del Río manifestó el 24 de febrero de 1917 la incoformidad del clero mexicano respecto a los artículos 3º, 5º, 24, 27 y 130 de la nueva Carta Magna y señaló que no serían reconocidos por la Iglesia, posición ratificada posteriormente por el Papa Benedicto XV. De esta forma iniciaba un nuevo conflicto Estado-Iglesia mientras la democracia cristiana alcanzaba su consolidación en México.45 Miguel Palomar y Vizcarra sería uno de los representantes más simbólicos de la madurez alcanzada por el catolicismo social mexicano basado en el proyecto y la ideología de la democracia cristiana. Dicho personaje pasó a ocultarse tras el fracaso del PCN y el derrumbe del régimen de Huerta, ya que él fue expulsado de Jalisco y otros compañeros suyos comenzaron a ser objeto de ataques de parte de los constitucionalistas, facción triuntante en la Revolución.46 De tal forma, Palomar dejó de aparecer en público hasta 1920, fecha en la que se incorporó a la campaña de Alfredo Robles Domínguez, postulado por el Partido Nacional Republicano como candidato a la presidencia del país. Esta 44 Ibid. 45 Olivera Sedano, op. cit., p. 70 46 Jean Meyer, El conflicto entre la Iglesia y el Estado, Vol. 2, en Jean Meyer, La cristiada, 3 Vols., México, Siglo Veintiuno Editores, 1973, p. 67-104 43 agrupación era la continuación, hasta cierto grado, de lo que había sido el PCN. Miguel Palomar y Vizcarra participó en ella, aunque definitivamente no creía que un proyecto semejante al anterior partido católico fuese la mejor opción para implantar el proyecto social cristiano. En realidad, lo más importante del papel de Palomar y Vizcarra dentro del movimiento católico, en estos años, se había dado junto a los padres Bernardo Bergöend y Alfredo Méndez Medina, ambos jesuitas impregnados del espíritu renovador de la doctrina social de la Iglesia. Con el primero colaboró en la fundación y organización de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en 1918, asociación dedicada a la coordinación de acciones sociales inspiradas en la democracia cristiana y que llegaría a ser uno de los principales bastiones del movimiento cristero. Mientras que con el segundo se involucró en la orientación ideológica de las agrupaciones laborales católicas, en este caso el mayor logro fue la constitución de la Confederación Nacional Católica del Trabajo (CNCT) en 1922, central obrera que agrupó a la mayoría de las organizaciones cristianas de trabajadores formadas a lo largo del proceso de consolidación del catolicismo social mexicano y que también llegó a ser uno de los baluartes del movimiento cristero.47 La ACJM tenía sus antecedentes en el Club Católico de Estudiantes que era parte del Partido Católico Nacional (1911), club que más tarde se convirtió en la Liga de Estudiantes Católicos (LEC), ambas agrupaciones habían sido dirigidas por Luis B. Beltrán. En 1913, tras el golpe militar de Victoriano Huerta, Beltrán y el padre Bergöend fusionaron las 47 Manuel Ceballos Ramírez, Historia de Rerum novarum en México (1867-1931), T. I, México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1991, p. 82-88 44 Congregaciones Marianas y la LEC para dar lugar a la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), organización que al igual que sus antecesoras tenía como objetivo la formación intelectual de seglares católicos bajo el pensamiento del catolicismo social de León XIII e integrarlos a las tareas de las organizaciones sociales cristianas. El éxito de la labor de la ACJM pudo apreciarse, más tarde, en el desarrollo de la democracia cristiana, ya que la mayoría de los dirigentes de ese movimiento fueron parte de ella, como lo fue su primer presidente René Capistrán Garza.48 Por su parte, la CNCT fue la culminación de la evolución del catolicismo social mexicano en su vertiente sindical. Fundada en abril de 1922 bajo el marco del Congreso Nacional Obrero, organizado por la Confederación Católica del Trabajo (CCT) y contó con la participación, además de la agrupación organizadora, de grupos de obreros libres que se negaban a ser parte de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) porque consideraban que ésta sólo utilizaba a los trabajadores para satisfacer las ambiciones políticas personalistas de sus líderes. La CNCT adoptó un programa acorde a las ideas de la democracia cristiana, ya que sus dirigentes y asesores ideológicos más importantes provenían de la ACJM y para 1926 llegó a contar con más de 22,000 militantes y más de 300 organizaciones obreras afiliadas, alcanzando su grado máximo de crecimiento justo cuando estaba por estallar la guerra cristera.49 Estos hechos correspondían al contexto del nuevo conflicto que sostenía la Iglesia contra el Estado mexicano debido a la reconfiguración social que los regímenes 48 Antonio Rius Facius, La juventud católica y la revolución mejicana(sic.) 1910-1925, México, Editorial Jus, 1963 49 Ceballos Ramírez, Historia de Rerum Novarum . . ., p. 89-111 45 posrevolucionarios pusieron en marcha a partir de la Constitución de 1917, aspecto explicado anteriormente. Ante esta situación la oposición clerical a la Revolución encontró en la democracia cristiana su principal arma para defender su status dominante. A lo largo de estos años las autoridades eclesiásticas encabezadas por el arzobispo de México José Mora y del Río, prelado convencido de la importancia de la doctrina social cristiana, y los elementos seglares del catolicismo social, como Miguel Palomar y Vizcarra, organizaron un movimiento que capitalizó el proceso de consolidación de la acción social religiosa, experimentado desde inicios del siglo XX, y que se resistió a aceptar el nuevo control estatal. Desde la óptica del clero y sus creyentes, esto se traducía como una forma de defensa del proyecto de Dios, considerado el único medio para el restablecimiento de la paz y la justicia en la sociedad, contra la agresión injustificada de la Revolución, cuyo advenimiento sólo traía males al país. En los hechos la Iglesia buscaba refrendar su posición de corporación dominante y privilegiada, lo cual sólo podía conseguir aumentando su influencia en la sociedad
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