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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
COLEGIO DE HISTORIA 
 
 
 
 
CATÁLOGO DOCUMENTAL DEL FONDO MIGUEL 
PALOMAR Y VIZCARRA SERIE LIGA NACIONAL 
DEFENSORA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA 
 
 
 
TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADO EN HISTORIA 
PRESENTA: 
 
PALOMO MORALES CARLOS ALBERTO 
 
ASESOR: MTRO. CÉSAR NAVARRO GALLEGOS 
 
 
MARZO 2006 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
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Dedico este trabajo a mis padres 
 por enseñarme que un ser humano vale 
por su capacidad para adueñarse de la vida 
y no por estar en la cúspide de la pirámide social 
 en este mundo desigual e injusto 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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AGRADECIMIENTOS 
 
Quiero agradecer al Mtro. César Navarro Gallegos el apoyo y la orientación 
académica que me brindó a lo largo de la realización de este trabajo. Del mismo modo 
agradezco al Lic. Enrique Lira y al Centro de Estudios sobre la Universidad por las 
facilidades y el respaldo técnico que me dieron durante el trabajo de catalogación que 
requirió esta tesis. 
 
También agradezco, de forma especial, a mis sinodales Dra. Margarita Carbó 
Darnaculleta, Dra. Guadalupe Villa Guerrero y Dr. Enrique Plasencia de la Parra por la 
seriedad y el compromiso acádemico que asumieron al revisar con rigurosidad este trabajo. 
 
 
 
 4 
Í N D I C E 
 
INTRODUCCIÓN ……………………………………………………………………. 5 
 
PRIMERA PARTE 
ESTUDIO INTRODUCTORIO: Aspectos ideológicos del movimiento cristero 
 
1. Reformismo social católico 
La encíclica Rerum Novarum y la nueva orientación católica ………………………….9 
El catolicismo social mexicano y Miguel Palomar y Vizcarra ………………………...26 
 
2. Desarrollo ideológico de la Liga Nacional Defensora 
de la Libertad Religiosa (1925-1929) 
La visión del conflicto Estado-Iglesia …………………………………………………49 
Las demandas populares y el orden social justo ……………………………………….63 
Los cristeros y la transformación de la sociedad ………………………………………79 
 
Conclusiones del estudio introductorio ………………………………………………..98 
 
SEGUNDA PARTE 
PRESENTACIÓN DEL CATÁLOGO 
 
1. El Archivo Histórico de la UNAM ………………………………………………...108 
2. Historia del fondo Miguel Palomar y Vizcarra ……………………………………115 
3. Proceso de descripción documental ………………………………………………..121 
4. Características archivísticas de la serie Liga Nacional 
Defensora de la Libertad Religiosa …………………………………………………..125 
5. Tipo de información de la serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa 129 
6. Catálogo documental del fondo Miguel Palomar y Vizcarra 
serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa ……………………………..134 
 
ANEXO: Lista de seudónimos del fondo Miguel Palomar y Vizcarra ………………425 
Índice General…………………………………………………………………….......441 
BIBLIOGRAFÍA ……………………………………………………………………..459 
 5 
I N T R O D U C C I Ó N 
 
La presente tesis se titula Catálogo documental del fondo Miguel Palomar y Vizcarra 
serie Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, la cual se basa en este acervo 
resguardado actualmente por el Archivo Histórico de la UNAM y que contiene material 
histórico relativo al desarrollo del catolicismo social mexicano de la primera mitad del siglo 
XX. Este trabajo está divido en dos partes. La primera contempla un estudio introductorio, 
titulado “Aspectos ideológicos del movimiento cristero”, y la segunda consiste en la 
presentación del catálogo. 
 
Los catálogos documentales son instrumentos descriptivos que apoyan la labor de 
investigación social e histórica, en tanto que ofrecen un panorama general de la 
información contenida por los archivos históricos. El presente catálogo se conforma de 
fichas que son síntesis de documentos relativos a la vida de Miguel Palomar y Vizcarra y su 
participación en el proceso histórico del movimiento cristero de 1926 a 1929. Por lo tanto, 
este trabajo permite conocer a fondo uno de los acontecimientos del México 
posrevolucionario: la revuelta cristera. 
 
El estudio introductorio es un análisis histórico de las ideas políticas y sociales que 
enarboló la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) como organización 
directora de la lucha católica contra el régimen posrevolucionario en la tercera década del 
siglo pasado. Este estudio se centra en el papel desempeñado por Miguel Palomar y 
Vizcarra, ya que éste fue uno de los principales ideólogos católicos en la revuelta cristera, 
 6 
convencido por completo de la solidez de la doctrina social cristiana como la teoría correcta 
para transformar y mejorar la sociedad mexicana. 
El estudio introductorio está integrado por dos capítulos. El primero contempla el 
proceso de formación del catolicismo social mexicano, desde su génesis ideológica con la 
encíclica papal Rerum Novarum y la nueva doctrina social de la Iglesia, a fines del siglo 
XIX, hasta los efectos que estos cambios doctrinales produjeron entre los católicos del 
México del porfiriato, como Miguel Palomar y Vizcarra, derivando en la evolución de un 
movimiento social de inspiración cristiana. También se aborda el desarrollo de este 
catolicismo social bajo el contexto de la Revolución mexicana de 1910 y la promulgación 
de la constitución de 1917, etapa que implicó una confrontación entre la institución 
eclesiástica y el Estado debido a la reconfiguración social que el segundo estaba 
impulsando. 
 
El segundo capítulo se refiere al desarrollo ideológico de Palomar y la LNDLR a lo 
largo de los años de la guerra cristera. Esta parte de la exposición se centra en la visión 
católica acerca del conflicto Estado-Iglesia, la propuesta política de orden social justo y 
libre sostenida por la dirección cristera y la concepción del catolicismo social mexicano 
sobre la forma de transformar la realidad, estableciendo un contraste entre la vía pacífica y 
la lucha armada. En este apartado los aspectos más destacados son las diferencias que la 
Liga y la Iglesia mexicana tuvieron durante el conflicto contra el régimen revolucionario y 
la importancia que adquirieron los intereses de las clases oligárquicas conservadoras 
conforme avanzaba el movimiento cristero. 
 
 7 
La segunda parte de la tesis es la presentación del catálogo documental. Se incluye 
una introducción contemplando la historia del acervo catalogado, explicación del proceso 
de catalogación, exposición del tipo de información contenida en los documentos y sus 
características archivísticas. También se habla de la institución que resguarda actualmente 
el fondo trabajado: el Archivo Histórico de la UNAM. En esta parte destaca de manera 
importante el interés de Miguel Palomar y Vizcarra por contribuir al desarrollo del 
conocimiento histórico sobre el movimiento cristero. 
 
Por último se incluyen: el catálogo documental conformado por 1546 fichas, un índice 
de nombres, materias y lugares, el cual facilita la búsqueda de información, y anexos que 
ayudan a un mejor conocimiento del acervo catalogado. 
 
La elaboración de esta tesis, sobre todo el estudio introductorio, se basó 
principalmente en fuentes primarias, usando como apoyo secundario las fuentes 
bibliográficas. Entre los autores básicos para la historiadel catolicismo social y el 
movimiento cristero destacan: Alicia Olivera de Bonfil, Jean Meyer y Manuel Ceballos 
Ramírez. Con relación a Miguel Palomar y Vizcarra es importante mencionar a Enrique 
Lira Soria, quien ha escrito sobre la vida del personaje y acerca del fondo histórico que 
lleva su nombre. 
 
En lo personal este trabajo me permitió consolidar mi formación profesional como 
historiador. Adquirí una experiencia importante en el manejo de documentos históricos y 
una orientación sólida acerca de la organización de un archivo, elementos fundamentales 
para futuras investigaciones. 
 8 
 
 
P R I M E R A P A R T E 
 
E S T U D I O I N T R O D U C T O R I O: 
 
ASPECTOS IDEOLÓGICOS DEL 
MOVIMIENTO CRISTERO 
 
 
 
 
 
 
 9 
l. REFORMISMO SOCIAL CATÓLICO 
 
La encíclica Rerum Novarum y la nueva orientación social cristiana 
 
 La Iglesia católica tuvo que replantear los lineamientos que normaban su relación con 
la sociedad, a fines del siglo XIX, debido a los profundos cambios que el mundo 
experimentó con la consolidación económica y política del capitalismo y, sobre todo, ante 
el avance de las luchas populares orientadas por el socialismo. Ideológicamente el 
catolicismo estaba perdiendo terreno frente a las teorías materialistas, como el marxismo, 
principalmente porque éstas constituían la visión que guiaba a las masas trabajadoras en 
una lucha por la transformación del orden capitalista, cuya desigualdad económica se 
agudizaba cada vez más. Además, la Iglesia ya había perdido parte de su poder político y de 
sus privilegios económicos debido a las reformas liberales suscitadas en los países 
europeos. Por lo tanto, la institución eclesiástica necesitaba refrendar su posición y dar una 
respuesta clara a los nuevos problemas sociales, de lo contrario corría el riesgo de verse 
rebasada por convulsiones que amezaban el status de corporación dominante y privilegiada 
que aún conservaba. 
 
 Como respuesta a lo anterior el Papa León XIII expidió en 1891 la encíclica 
Rerum Novarum en la cual exponía una serie de nuevos postulados acerca de la doctrina 
social cristiana. Tal documento marcó una nueva época para la participación católica dentro 
del mundo occidental,1 ya que modificó los preceptos teológicos tradicionales que hasta ese 
 
1 Tanto las obras generales sobre sociología católica, como las que se especializan en el período de la Rerum 
Novarum, consideran la encíclica de León XIII como punto medular que divide en dos épocas distintas la 
 10 
momento habían regido la relación de la Iglesia ante los problemas sociales, principalmente 
los económicos. Al respecto un autor señala que en adelante los católicos “ya no sólo 
hablan de los pobres, sino que ahora lo hacen refiriéndose a un problema mayor, el del 
pauperismo; ya no de la caridad en el sentido tradicional, sino de la economía caritativa 
como solución a un problema social. Ya no se trataba de virtudes que había que practicar, 
sino de reformas sociales que había que implantar”.2 En esencia, la Iglesia pretendía darle 
una solución armoniosa a la desigualdad económica del capitalismo, consideraba posible 
que mediante ciertos ajustes el orden capitalista podía alcanzar una estabilidad basada en un 
equilibrio económico entre las clases sociales, planteamiento que constituía la estrategia 
principal para contener las luchas socialistas. 
 
Sin embargo, antes de la encíclica RerumNovarum la Iglesia católica atravesó por un 
largo período de controversia interna que abarcó desde principios del siglo XIX hasta los 
primeros años del pontificado de León XIII (1878-1891). Al parecer el punto de discordia 
era la forma en que dicha institución debía enfrentar las nuevas condiciones sociales que se 
habían establecido con la consolidación del capitalismo y del liberalismo, ya que la oleada 
de cambios iniciada con la ilustración, la revolución francesa y la revolución industrial 
había reducido su influencia política y afectado sus privilegios económicos. Además, los 
problemas y las ideas que seguían surgiendo conforme avanzaba el desarrollo capitalista 
relegaban al catolicismo cada vez más a un plano estrictamente espiritual e individualista. 
 
 
orientación del catolicismo social. Vid. José Luis Gutiérrez García, Introducción a la doctrina social de la 
Iglesia, Barcelona, Editorial Ariel, 2001, p. 127-131 y Manuel Ceballos Ramírez, Política, trabajo y religión. 
La alternativa católica en el mundo y la Iglesia de Rerum novarum (1822-1931), México, Instituto Mexicano 
de Doctrina Social Cristiana, 1990, Caps. IV y V 
2 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 21 
 11 
Desde el primer momento hubo dos tendencias dentro del clero católico para 
confrontar un mundo que le resultaba hostil debido a que afectaba su status de grupo 
dominante y privilegiado. Por una parte estaban los que sostenían un conservadurismo 
cerrado y recalcitrante, y por otro lado quienes consideraban que la naciente situación sólo 
podía ser modificada favorablemente si se llevaba a cabo una forma distinta de 
cristianización. Es decir, al planteamiento de aferrarse al pasado buscando restaurar una 
cristiandad tradicional y condenando moralmente a la modernidad, se opuso la idea de que 
la Iglesia tenía que adaptarse a los cambios reformulando sus preceptos sociales, 
principalmente, con el objetivo de mantener su dominio e influencia.3 
 
Es importante destacar que a pesar de esta contraposición, ambas tendencias 
clericales, en el fondo, defendían por igual al catolicismo frente a la modernidad. Tanto los 
religiosos tradicionalistas más retrógrados como los católicos reformistas se caracterizaban 
por su abnegación religiosa y por dar a la Iglesia el papel preponderante en el orden social 
que anhelaban. Con la diferencia de que los primeros querían que la institución eclesiástica 
siguiera siendo hegemónica, mientras que los segundos buscaban que la misma mantuviera 
su importancia compitiendo con el Estado civil y laico, al cual vencería en una competencia 
pacífica, desde su punto de vista, porque la Iglesia ofrecía la verdadera alternativa de 
bienestar de la sociedad, por ser la portadora del proyecto de Dios. 
 
De esta manera conforme avanzó el siglo XIX los católicos del conservadurismo más 
duro desplegaron una actividad condenatoria de todo lo que significase progreso y 
modernidad acorde al liberalismo. Y ya que paulatinamente la renovación política liberal y 
 
3 Ibid., Cap. I 
 12 
el orden económico capitalista ganaban más terreno, los cristianos tradicionalistas 
terminaron por aislar a la Iglesia cerrando la puerta a cualquier posibilidad de cambio y se 
limitaron a lanzar anatemas contra el mundo moderno, condenándolo y renegando de él. 
Las muestras más evidentes de esta cerrazón católica se hallan en el Syllabus y la Quanta 
cura producidos bajo el pontificado de Pío IX en 1864 y en un contexto de avances del 
socialismo con los movimientos revolucionarios de 1848, además de la posterior pérdida de 
los estados pontificios en 1870.4 
 
Sin embargo, a pesar de los duros reveses que sufrió la Iglesia en aquella época, tal 
intransigencia predominó entre la mayoría de las autoridades eclesiásticas a lo largo del 
papado de Pío IX, cuyo pontificado duró de 1846 a 1878, y parte del de León XIII hasta 
inicios de los años ochenta. Finalmente, una nueva oleada de luchas socialistas durante la 
década de los setenta y la derrota del Vaticano ante el Estado liberal en la cuestión de los 
territorios pontificios, terminaron por convencer a los católicos que era necesario que 
dieran una respuesta a la modernidad distinta al conservadurismo tradicional,ya que de otro 
modo corrían el riesgo de ser relegados de forma significativa. 
 
Si bien es verdad que este proceso de formación de una nueva doctrina social cristiana 
implicó cierta apertura y en su momento se presentó muy novedosa, incluso se le llegó a 
calificar de “socialista”, no debemos olvidar que en esencia estos reformistas católicos eran 
igual de conservadores que sus antecesores. Para ellos “la única forma de oponerse a las 
convulsiones sociales, políticas y económicas, era tomar una actitud intransigente y 
 
4 Para darnos una idea del conservadurismo manifestado en ambos documentos basta decir que se condenaba 
sin distinciones al mundo moderno con 80 puntos. Ibid., Caps. I y III 
 13 
“netamente católica” ante todo aquello que no estuviera inspirado integralmente en el 
catolicismo. Sólo éste podría responder de modo coherente a las crisis de la modernidad, y 
sólo la opción católica integral podría restablecer la paz social perdida”.5 
 
Aunque su objetivo primordial era restaurar la influencia eclesiástica en la sociedad, 
este nuevo cristianismo social no podía limitarse a proponer resolver lo problemas sociales 
basándose en preceptos tradicionales como la caridad, los cuales habían sido rebasados por 
la modernidad y cada vez estaban más relegados a un plano únicamente espiritual. Esta 
corriente religiosa concibió fundamental dirigir su proyecto social a las clases bajas 
empobrecidas, los obreros principalmente, ya que éstas eran la mayor fuerza de 
transformación al ser la gran mayoría del pueblo y porque en las masas populares eran más 
evidentes los efectos del pauperismo económico que caracteriza a la desigualdad social del 
capitalismo. Por lo tanto, trabajar con esas masas implicaba destruir al odioso socialismo 
ateo y, al mismo tiempo, sacar las mayores ventajas ante el acérrimo enemigo de la Iglesia, 
el liberalismo. 
 
Respecto a lo anterior es importante tomar en cuenta lo que Ceballos Ramírez nos 
dice acerca del proceso de formación de la nueva doctrina social cristiana: 
Tres factores contribuyeron de manera decisiva en la configuración del catolicismo social 
durante las dos décadas que precedieron a la encíclica Rerum Novarum (1871-1891). En primer 
lugar, el decenio de los años setenta, al registrar una progresiva depresión económica, planteó 
nuevos problemas sociales. Del mismo modo, se cuestionaron algunos de los principios básicos 
de la economía liberal [clásica] como fue el de la [nula] intervención del Estado en el juego 
económico y el de la necesidad de una legislación laboral que mitigara los conflictos en las 
relaciones de producción. En tercer lugar, el avance de los diferentes tipos de socialismo en los 
países europeos, corrió parejo al crecimiento del catolicismo, y si no en la misma intensidad, al 
menos de forma simultánea.
6 
 
5 Ibid., p. 23 
6 Ibid., p. 55 
 14 
 
Esto quiere decir, a la Iglesia no sólo se le presentaba la necesidad de restaurar su 
posición en un mundo cambiante que la dañaba en sus privilegios económicos y políticos, 
como propietaria de tierras, bienes e inmuebles y aliada de gobiernos que protegían el 
status social de las clases y corporaciones dominantes tradicionales. Además, se trataba de 
una coyuntura que le permitiría golpear simultáneamente a su nuevo enemigo ideológico, el 
socialismo, y al anterior, el liberalismo, aunque éste ya no representara el mayor peligro. 
 
De esta manera, sensibilizados por la miseria material de los trabajadores y 
convencidos de que si la Iglesia no planteaba un proyecto alternativo a los problemas del 
capitalismo distinto al socialismo, sería barrida por éste; toda una generación de católicos 
se concentró en desarrollar las ideas que integrarían la nueva doctrina social cristiana y que 
a partir de 1891, con la Rerum Novarum, pasarían a ser parte de los conceptos universales 
del catolicismo. En este proceso de experimentación y formación destacaron: monseñor 
Emmanuel Ketteler en Alemania, el barón de Vogelsand en Austria, Albert de Mun y el 
conde de La Tour du Pin en Francia y el obispo Mermillod en Suiza, entre otros.7 
 
Sin duda, los países que mayor acción social católica registraron fueron Alemania y 
Bélgica por mucho, ya que en los dos los católicos llegaron a trascender al grado de influir 
en las legislaciones y en el gobierno. Los alemanes lograron hacia finales de los setenta que 
se aprobaran una serie de leyes sociales inspiradas en los conceptos de Emmanuel Ketteler 
y que Bismarck transigiera con ellos con el fin de frenar el avance de la socialdemocracia. 
 
7 Para mayor detalle Vid. Jean Villain, La enseñanza social de la Iglesia. Introducción, capitalismo y 
socialismo. Las reformas del capitalismo. Más allá del capitalismo, Trad. Salvador Bordoy, Madrid, Editorial 
Aguilar, 1957, Libro II, Caps. I y II 
 15 
Por su parte los belgas consiguieron que el Partido Católico se mantuviera en el poder de 
1884 a 1914 gracias a la fuerte presencia que tenían entre las masas trabajadoras.8 Es 
importante mencionar que los cristeros mexicanos obtendrían el mayor apoyo del 
extranjero en estas dos naciones a lo largo de su lucha armada entre 1926 y 1929. En 
ambos países representantes de los cristeros realizaron colectas para reunir fondos a favor 
de la lucha armada católica, logrando recaudar buenas sumas de dinero, también hubo 
algunos prelados europeos que manifestaron públicamente su simpatía por la causa 
cristiana de México. 
 
Al parecer es factible distinguir dos etapas en este período de formación de la nueva 
doctrina social cristiana. La primera abarca las décadas de los sesenta y setenta del siglo 
XIX y se caracteriza por la diversidad de movimientos orientados por las primeras mentes 
religiosas que se ocuparon de los problemas sociales y que sentaron las bases ideológicas 
del catolicismo social. La principal figura de estos años es el obispo Emmanuel Ketteler, al 
cual León XIII llamaría su “ilustre predecesor” y que aparece como el primer prelado en 
plantear un programa de reformas basadas en el cristianismo.9 
 
La segunda etapa contempla la unificación de las diversas tendencias del reformismo 
social católico y culmina con la consolidación del mismo sintetizado en la Rerum Novarum 
en 1891. En esta época el hecho más significativo fue la labor de la Unión de Friburgo de 
1884 a 1888, asociación encabezada por el obispo Mermillod y que reunió a los 
representantes de las principales corrientes del nuevo catolicismo social con el propósito de 
 
8 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 56-59 
9 Villain, op. cit., p. 434-437 
 16 
lograr la unidad de criterio entre ellas. Sus trabajos produjeron las tesis que más tarde 
retomó León XIII para la encíclica que replanteó el papel de la Iglesia respecto a los 
problemas de la sociedad, la Rerum Novarum.10 
 
Antes de analizar el contenido de dicho documento es importante tener en cuenta la 
base teológica de la que partió este nuevo catolicismo social. La clave, a mi juicio, para 
comprender este novedoso pensamiento cristiano está en las ideas de Santo Tomás de 
Aquino acerca de la sociedad y su orden.11 Incluso León XIII en su encíclica Aeterni Patris 
de 1879 “pedía el regreso a la filosofía de Santo Tomás como la fuente racional mediante la 
cual debía expresarse el dogma católico”.12 En esencia este santo planteó que la sociedad 
debía funcionar como un cuerpo orgánico en el que sus miembros (grupos y clases sociales) 
se desenvolverían acorde a la jerarquización dictada por la cabeza (el Estado) buscando el 
bien común. 
 
Esta visión tomista se apoya fuertemente en la división de trabajo y el principio de 
autoridad como elementos de unión social. Se asume que el vivir en sociedad implica la 
búsquedade los hombres por algo común, el bienestar. El cual sólo es posible alcanzarlo si 
la organización de la pluralidad de las funciones requeridas se rige por la aceptación y 
obediencia de un orden perfectamente jerarquizado.13 Lo anterior derivaría en la obtención 
de la armonía, la estabilidad y la justicia. 
 
10 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 66-69 
11 Hay quienes consideran que en este proceso de elaboración de doctrina social cristiana San Alberto Magno 
y San Raymundo de Peñafort son igual de importantes que Santo Tomás de Aquino. Vid. Gutiérrez García, 
op. cit., p. 128-129 
12 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 18 
13 José Manuel Gallegos Rocafull, El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino, México, 
Editorial Jus, 1947, p. 99-143 
 17 
 
De este planteamiento partieron los creadores del reformismo social católico y 
concibieron como origen de los problemas sociales la disfuncionalidad de los miembros de 
la sociedad, traducida en desequilibrio. Es decir, la modernidad sólo había ocasionado que 
las partes del cuerpo (los propietarios y los trabajadores) dejasen de colaborar 
armoniosamente entre sí en la obtención del bien común, trayendo como consecuencia una 
gran polarización económica que derivaba en un enfrentamiento, muy violento en algunos 
lapsos, que afectaba al resto del organismo trastornando la paz y la estabilidad. 
 
La solución a tal situación consistía, según estos católicos, en que a través de la 
acción social se buscase la protección y beneficio de los pobres, puesto que eran los más 
afectados, promoviendo el restablecimiento de la armonía entre las clases de la sociedad, no 
la supresión de las diferencias. Es decir, se buscaba extender un nuevo tipo de caridad entre 
la cristiandad a fin de que produjese una renovación moral entre los hombres, lo cual 
llevaría a la sociedad a conquistar la paz y la justicia tan ansiadas, gracias a la cooperación 
armoniosa de sus partes en la búsqueda del bien común. 
 
Lo anterior significa que a pesar de la apertura que el catolicismo social manifestó 
ante los problemas del capitalismo, en el fondo estos cristianos eran tan conservadores y 
reaccionarios como los religiosos más cerrados e intransigentes del pasado. Ya que al 
colocar lo moral como el eje rector de la transformación de la sociedad pretendían 
encuadrar al mundo en la concepción supraterrenal de la realidad, puesto que el mejor y 
único código moralista capaz de conseguir la perfección social sería el mensaje de amor de 
Dios, del cual es depositario la Iglesia, y esto echaba por tierra cualquier forma secular de 
 18 
pensamiento y proyecto social alterno al eclesiástico. Por lo tanto, no debe sorprendernos 
que desde la Rerum Novarum hasta nuestros días, tal y como dice un autor: “la Doctrina 
Social de la Iglesia no cambia en los esencial, pues se basa en principios siempre válidos –
inmutabilidad de la naturaleza humana y de la Revelación-, aunque comporta también 
juicios contingentes”.14 
 
Ahora desglosaré la forma en que León XIII condensó y coronó este pensamiento 
social católico en 1891 con la Rerum Novarum. Para empezar es necesario aclarar que 
aunque la encíclica parece estar dirigida sólo contra el socialismo, también abarcaba al 
liberalismo por igual; ya que para la Iglesia uno y otro son lo mismo, a pesar de encontrar 
más aberrante lo socialista por su radicalismo revolucionario y su ateísmo. El Vaticano 
sostenía que el socialismo era la continuación histórica de la ideología liberal, por lo cual 
calificaba a ambas formas de pensamiento como enemigos del cristianismo. 
 
Desde el principio del documento podemos encontrar expresado el moralismo en que 
se basa la explicación de la sociedad. Según el Vaticano el problema obrero se debía a lo 
siguiente: 
destruidos en el pasado siglo (XVIII) los antiguos gremios de obreros, y no habiéndoseles dado 
en su lugar defensa ninguna, por haberse apartado las instituciones y leyes públicas de la 
Religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido hallarse los obreros entregados, solos e 
indefensos, por la condición de los tiempos, a la inhumanidad de sus amos y a la desenfrenada 
codicia de la competencia. A aumentar el mal vino la voraz usura; la cual, aunque más de una 
vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siempre, bajo diversas formas, la misma en su 
ser, ejercitada por hombres avaros y codiciosos.
15
 
 
 
14 Alberto Vega Ponce, Las enseñanzas de la Rerum novarum: importancia, actualidad y síntesis de la 
doctrina social de la Iglesia, México, Editorial Minos, 1991, p. 96 
15 León XIII, Encíclica Rerum novarum sobre la cuestión obrera y radiomensaje de S. S. Pío XII en el 
cincuentenario de la “Rerum Novarum”, 12ª ed., Ediciones Paulinas, 1990, p.10 
 19 
 Aun refiriéndose a algunos aspectos históricos, básicamente se afirma que la maldad, 
representada por la codicia y la usura, se ha apoderado de algunos individuos y ha 
pervertido el orden causando la injusticia. Todo lo cual se reduce al plano moral. 
 
Inmediatamente después se pasa a criticar al socialismo por atentar contra la 
propiedad privada, por dar al Estado prerrogativas que violan la libertad y los derechos de 
los individuos y la familia y por su carácter subversivo.16 Con relación al primer punto se 
señala que abolir el derecho de posesión particular daña más a los obreros que a los 
propietarios, debido a que impediría a los primeros hacerse de un patrimonio, ahorrando 
paulatinamente. Hecho que haría aún más ruinosa la precaria situación de los trabajadores. 
Además de que se trata de una característica propia de los humanos dada por la naturaleza y 
por su capacidad para trabajar, hecho que coloca en un mismo nivel la riqueza obtenida por 
medio de un salario o por una industria lucrativa, ya que ambos son resultado del trabajo. 
 
Respecto a la familia se dice que es injusto y perjudicial, socialmente, pretender que 
el Estado tenga injerencia en su seno, debido a que ella equivale a una pequeña sociedad 
con su propia autoridad y estructura basadas en el poder del padre. Remplazar el 
paternalismo en el hogar familiar por la tutela estatal, sembraría la disolución de la unidad 
básica de la composición social. En todo caso se considera que el Estado debe servir como 
apoyo a los intereses de las familias, ayudándoles a desarrollarse e impartiendo justicia si 
hay conflicto interno. Pero de ninguna manera puede atentar contra el derecho paterno. 
 
 
16 Ibid., p. 11-16 
 20 
Tras exponer los defectos del socialismo, la encíclica se concentra en dar la propuesta 
de la Iglesia para mejorar la desigualdad económica del capitalismo. Planteamiento que se 
divide en dos partes: la primera se refiere al papel de la institución eclesiástica y la segunda 
a la intervención del Estado en los problemas sociales. Es muy significativo que León XIII 
decidiera dar este orden a su proyecto, ya que coloca a la Iglesia y su doctrina como los 
elementos centrales que condicionan y guían la búsqueda del bienestar social, relegando a 
un segundo plano al Estado civil, laico y liberal. 
 
Es en esta parte donde se enarbola la doctrina moral cristiana como condición 
indispensable para el mejoramiento de la sociedad.17 Elemento central en que se apoya el 
corporativismo tomista que se expone en el apartado del Estado. Ante todo se considera que 
la problemática social capitalista es cuestión “a la cual no se hallará solución ninguna 
aceptable, si no se acude a la Religión [católica] y a la Iglesia”.18 
 
Se establecen como preceptos indispensables para comprender y aceptar la realidad: 
el hecho de que la desigualdad social es imposible de suprimir, el trabajo es fatigoso por ser 
la acción expiatoria del pecado original, que no es esta vida el fin último de la existenciadel hombre y la necesidad de la cooperación entre clases sociales. Claramente se aprecia la 
influencia tomista en el primer y último puntos, mientras que los dos intermedios son 
expresión del catolicismo más tradicional y dogmático; aquéllos son muestra de la nueva 
actitud de la Iglesia ante la sociedad y el tercero y cuarto exhiben la intransigencia 
eclesiástica. 
 
17 Ibid., p. 17-26 
18 Ibid., p. 16 
 21 
 
En este sentido, se señalan obligaciones y deberes que la Iglesia busca inculcar entre 
los trabajadores y los capitalistas. Se presentan como el camino verdadero hacia un orden 
justo y tratan, esencialmente, de una renovación moral basada en los principios de 
autoridad y caridad, elementos centrales del corporativismo tomista. A los obreros se les 
pide sumisión ante las leyes que avalan el derecho de propiedad privada y aceptación de la 
desigualdad económica. Al mismo tiempo a los propietarios y patrones se les sugiere dar a 
los proletarios condiciones justas de trabajo que les permitan vivir con dignidad, de lo 
contrario, dejarse llevar por la codicia y ambición trastornaría la mutua cooperación entre 
las clases, desestabilizando el orden. 
 
Finalmente, se exponen los grandes beneficios que la Iglesia ha producido en la 
sociedad con su doctrina cristiana. Lo cual significa que el único método que ofrece el 
mejoramiento social es el restablecimiento de la forma de vida acorde a la religión. Al 
respecto un autor afirma: “sin lugar a dudas, el proyecto se inspiraba en el anhelo de 
implantar una nueva cristiandad, en la cual se pensaba construir un mundo a la medida de la 
Iglesia, vale decir, elaborar un proyecto en el que el mundo fuera para la Iglesia y no la 
Iglesia para el mundo”.19 
 
La segunda parte de las soluciones que propone la institución eclesiástica para 
restablecer la paz y justicia en el mundo moderno se enfocan, básicamente, al papel del 
Estado y la organización social perfecta de acuerdo al corporativismo tomista. En esta 
sección se presenta lo más novedoso de la encíclica, ya que se plantean ideas relativas a la 
 
19 Ceballos Ramírez, op. cit., p. 78 
 22 
intervención estatal en los problemas económicos y a la función de las agrupaciones 
laborales, de patrones y mixtas en la búsqueda de la armonía entre clases.20 
 
Al Estado se le pedía que velase por la prosperidad de la comunidad mediante la 
impartición de justicia en cuanto al respeto de la libertad y los derechos civiles de la 
población, pero también regulando la economía impidiendo que la división de clases se 
polarizara gravemente y evitando el enfrentamiento violento. Respecto a lo anterior se 
recomendaba “contener al pueblo dentro de su deber: poniendo en salvo la propiedad 
privada e impidiendo que broten las huelgas con apartar las causas del conflicto”.21 
 
Para neutralizar las causas de la polarización económica, el Papa señalaba toda una 
serie de medidas laborales que beneficiaban a los trabajadores. Los principales lineamientos 
eran: jornadas de trabajo justas, prohibición de la explotación femenina e infantil, salarios 
justos y fomento del ahorro. Por supuesto, el Estado debía establecer leyes atendiendo estos 
puntos, pero de ningún modo buscando suprimir la propiedad privada, lo cual equivalía a 
dejar intacta la división de clases en la sociedad. 
 
De hecho, Rerum Novarum no sólo pedía respeto a la propiedad privada, sino que 
también recomendaba su fomento. Esta idea estaba en función del corporativismo tomista. 
Se partía de la noción de una comunidad perfecta en la que las clases sociales colaboraban, 
en armonía, en la búsqueda del bien de todos. En los hechos se traducía en la implantación 
de un orden moralmente sano que limitaba la ambición de los ricos y nulificaba los 
 
20 León XIII, op. cit., p. 26-43 
21 Ibid., p. 30 
 23 
impulsos subversivos de los pobres. Fomentar la propiedad privada equivalía, para la 
Iglesia, en el mejoramiento de los obreros con un salario justo que posibilitase el ahorro y 
la transformación del trabajador en propietario, paulatinamente. Al parecer se figuraba una 
sociedad con capitalistas moderados, una clase media de pequeños propietarios fuerte y 
numerosa y clases bajas no miserables, sino austeras. 
 
A primera vista parece que se le da la razón al liberalismo, pero tal cosa está muy 
alejada de la realidad. No olvidemos que, según la encíclica, las dos instituciones 
impulsoras del bienestar social son la Iglesia, en lo moral, y el Estado, en lo económico. 
Respecto al clero los liberales rechazaban su intervención en los asuntos públicos y con 
relación a la participación estatal en la economía, los capitalistas de aquella época, fieles al 
liberalismo económico, se mostraban intransigentes a permitir cualquier injerencia del 
Estado en el proceso de producción y distribución. Incluso esto último prevaleció hasta los 
días de la gran crisis del capitalismo en los años treinta del siglo XX. 
 
Por último aparece el apartado dedicado a las asociaciones como fuerzas de 
transformación benéfica de la sociedad. Se considera que éstas deben conducirse con apego 
a la doctrina social cristiana buscando la renovación moral de la comunidad, guiándose en 
sus trabajos por la búsqueda del bien común basándose en la caridad. Llama la atención que 
de acuerdo a los principios tomistas, postulados en la encíclica, las agrupaciones sociales 
deberían ser mixtas, ya que buscan la concordia; sin embargo, en el documento se da un 
fuerte impulso al sindicalismo obrero, lo cual constituye un reconocimiento implícito de la 
lucha de clases como principio renovador del mundo, cayendo en una clara contradicción. 
 
 24 
Desde el punto de vista de Ceballos Ramírez: 
en el fondo la proposición del sindicalismo era más sutil e inteligente de lo que parecía. 
Nuevamente la intransigencia marcó el derrotero del catolicismo social. Éste no podía pactar de 
ninguna manera, así fuera teóricamente con el enemigo; hubiera sido prolongar indefinidamente 
la cuestión social, pues ellos, los liberales eran los causantes. De este modo las organizaciones 
laborales aparecían en Rerum Novarum como las auténticas reformadoras de base del orden 
social cristiano. Si éste habría de implantarse debería ser a partir de los trabajadores, pues eran 
ellos la clase social por la que debería llegar la nueva cristiandad”.
22
 
 
A mi juicio, lo anterior es correcto, ya que tanto la necesidad de recuperar su 
influencia en la sociedad, como el enfrentamiento ideológico contra el liberalismo, 
condicionaron el acercamiento de la Iglesia a los trabajadores, más que a los propietarios. 
Sin embargo, también considero que la contradicción referida existe dejando ambigua, 
hasta cierto punto, al doctrina social católica en su parte sobre las organizaciones sindicales 
y su papel como agentes de búsqueda del bien común, debido a que los sindicatos son 
resultado directo de la lucha de clases, idea que se contrapone al corporativismo tomista. 
 
En todo caso, me parece que este planteamiento ambiguo es la consecuencia de las 
limitaciones conceptuales del catolicismo social. Su teología tomista y su contenido moral 
ideológico no son suficientes para explicar un mundo transformado en sus raíces por 
formas de pensamiento racional, materialista y secularizado, además de que la modernidad 
supone una complejidad eminentemente humana, alejada de la voluntad divina. Es decir, 
“en los intentos reformistas de la Encíclica había una carencia de base: el excesivo 
dogmatismo doctrinal que no permitió apreciar nuevos elementos causales en los síntomas 
que censuraba y que, incluso, impidió llegar al fondo del problema y cuestionar el sistema 
productivo en sí mismo”.23 
 
 
22 Ceballos Ramírez,op. cit., p. 95 
23 Ibid., p. 96 
 25 
Pese a esto, Rerum Novarum marcó una nueva era en la historia de la Iglesia, 
concebida como la solución a los problemas materiales de la sociedad, halló su expresión 
política en lo que se llamó democracia cristiana. Es decir, a la vertiente del catolicismo 
social en el terreno político en aquellos países en los que hubo movimientos sociales 
católicos inspirados en las ideas de León XIII, a eso se le conoció como democracia 
cristiana. Ésta formó parte de la estrategia política de la Iglesia para reivindicar su posición, 
mediante la organización y movilización de partidos u organizaciones civiles integradas por 
católicos seglares imbuidos de la necesidad de instaurar un orden capitalista justo, tal como 
señalaba la nueva doctrina social cristiana. La repercusión de estos grupos fue mayor o 
menor de acuerdo a las características históricas de cada país en el que se presentó este 
fenómeno, pero visto de forma global es indudable su significado histórico para la 
institución eclesiástica. 
 
Por su parte, la Iglesia católica en México atravesaba por un período de cooperación 
con el gobierno porfirista de fines del siglo XIX, por lo cual la Rerum Novarum tuvo un 
impacto casi nulo entre los fieles mexicanos de esa época. Tras el derrumbe del partido 
conservador y el imperio de Maximiliano de Habsburgo, el clero había optado por una 
política de conciliación con el régimen del general Porfirio Díaz y si bien éste nunca 
ofreció restablecer las prerrogativas y privilegios que la reforma liberal había arrebatado a 
los eclesiásticos, sí les permitió mantener buena parte de su status social dominante. 
 
Sin embargo, esta situación cambiaría al inicio del siglo XX con la agudización de los 
problemas sociales del régimen porfirista, ya que ante la miseria cada vez mayor de la 
clases populares, resultado de una economía desarrollada bajo los preceptos del liberalismo 
 26 
clásico, los católicos comenzaron a organizarse bajo la influencia ideológica de la Rerum 
Novarum hasta constituir un movimiento de democracia cristiana, el cual buscaba el 
bienestar social mediante el establecimiento de la armonía de clases. 
 
Pero el advenimiento de la Revolución mexicana y la promulgación de la 
Constitución de 1917, la cual afectó significativamente a la Iglesia y a la vieja oligarquía 
latifundista, llevó al catolicismo social mexicano a un conflicto con el Estado 
revolucionario que se mezcló con los intereses de las clases sociales perjudicadas por la 
reconfiguración social revolucionaria como el alto clero, los terratenientes y los 
propietarios de la época porfirista. Este proceso cuyo propósito original sería la lucha por la 
utopía cristiana señalada por León XIII, buscando el bienestar de las clases populares 
principalmente, terminó por convertirse en una contrarrevolución que buscaría el retorno al 
viejo régimen por la vía violenta, lo cual ocurrió entre 1926 y 1929 con la revuelta religiosa 
que en la historiografía mexicana se ha llamado: la guerra cristera. Uno de los principales 
personajes de estos acontecimientos fue Miguel Palomar y Vizcarra, ideólogo a quien se 
analiza en el siguiente capítulo. 
 
 
El catolicismo social mexicano y Miguel Palomar y Vizcarra 
 
Mientras en Europa se daba el proceso de formación de la nueva doctrina social 
católica. En México la Iglesia sufría una terrible derrota frente al liberalismo al caer el 
imperio de Maximiliano de Habsburgo y, consecuentemente, consolidarse la secularización 
del Estado junto con las leyes de reforma. Tras el fracaso del proyecto monarquista 
 27 
promovido por el partido conservador y por el clero, éste se retiró de los asuntos públicos 
competentes al Estado, incluso en 1875 el Episcopado prohibió la participación de los 
católicos en la política mexicana. 
 
A pesar de lo anterior hubo algunos intentos, de parte de los fieles mexicanos, de 
incursionar en aspectos de orden social con el fin de promover el proyecto cristiano, mismo 
que se basaba entonces en los principios tradicionales. La idea era desarrollar un espacio en 
la sociedad acorde al cristianismo salvándolo de las garras del liberalismo y dotándolo de 
cierta autonomía frente al Estado. Se trataba de la misma actitud de aislamiento e 
intransigencia típica que había caracterizado a los religiosos europeos de mitad del siglo 
XIX. El esfuerzo más significativo de realizar esta obra lo constituyó la Sociedad Católica 
de la Nación Mexicana, organización formada un año después de la caída del segundo 
imperio y que actuó hasta mediados de los años setenta de la época decimonónica.24 
 
En mayo de 1891 la prensa católica de los tiempos porfiristas, integrada por El tiempo 
y La voz de México principalmente, anunció con gran entusiasmo la publicación de la 
encíclica de León XIII Rerum Novarum. El resto del año ambos diarios se dedicaron a 
escribir ampliamente sobre el contenido de dicho documento, así como de asuntos relativos 
al tema. Sin embargo, esta actitud entusiasta contrastó con el pobre efecto que produjo el 
nuevo mensaje papal en el resto de la sociedad mexicana, sobre todo entre los obispos y 
sacerdotes. 
 
 
24 Manuel Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum Novarum, “la cuestión 
social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), México, El Colegio de México, 1991, 
p. 51-55 
 28 
Mientras la prensa católica se explayaba difundiendo las ideas básicas del catolicismo 
social y planteando de diversas formas la necesidad de responder al llamado de León XIII, 
incluso El tiempo llegó a proponer la fundación de un partido católico.25 El clero se 
mantuvo indiferente ante la novedosa encíclica, por lo cual ésta careció de trascendencia 
significativa en México hasta inicios del siglo XX, cuando el Episcopado mexicano tuvo 
nuevos elementos imbuidos de la doctrina social cristiana. Hasta entonces los clérigos 
mexicanos se mostraron muy apáticos, excepto en Yucatán, ante la Rerum Novarum. Esta 
actitud se debió a que la Iglesia católica mexicana gozaba de una situación relativamente 
cómoda bajo la dictadura del general Porfirio Díaz, ya que ambas partes habían optado por 
seguir una política conciliatoria que implicara una cooperación mutua con beneficios tanto 
para el clero como para el dictador. Éste adaptó los principios ideológicos del liberalismo a 
las necesidades de la administración para evitar conflictos, lo cual le permitió consolidar su 
poder. Las Leyes de Reforma siguieron vigentes durante el porfiriado, pero sin aplicarse de 
forma rigurosa y permitiendo al clero recuperar parte de su influencia política y privilegios. 
Esto hizo que la Iglesia de las décadas finales del siglo XIX no tuviera ninguna necesidad 
de refrendar su posición dominante en México. 
 
En Yucatán, el obispo Carrillo publicó y recomendó que se estudiara la encíclica de 
León XIII, sin duda debido al largo conflicto que padecía la península. La llamada guerra 
de castas ponía en evidencia, a juicio del prelado, las deficiencias del liberalismo 
provocando desorden y discordia en la sociedad. Por lo tanto, el cristianismo debía contener 
ese torrente de degradación social y salvar a los yucatecos orientándolos a tomar el camino 
correcto. Sólo en este caso la Rerum Novarum sí encontró eco, porque el estado peninsular 
 
25 Ibid., p. 57-63 
 29 
llevaba varios años sumido en una crisis social que presentaba continuos períodos de 
violencia, sin que los terratenientes ni el gobierno civil fueran capaces de someter en forma 
definitiva las sucesivas rebeliones de campesinos empobrecidos que se negaban a sujetarse 
a un régimen económico desigual e injusto para ellos. Revueltas que se concebían bajo una 
óptica llena de prejuicios de carácter étnico y cultural. Dicha situacióndemandaba el 
restablecimiento del orden y la estabilidad lo más pronto posible, por lo cual resultaba 
indispensable poner al alcance de los yucatecos el documento papal, por ser el único 
proyecto que podía indicar la solución a los problemas sociales, al menos así pensaba el 
clero local.26 
 
Aparte del caso de Yucatán, en la capital del país hubo un grupo de católicos que 
también decidió llevar adelante el proyecto social del Vaticano. De este modo, en agosto de 
1891 se fundó la Liga Católica y tras una breve actuación de tres años desapareció sin 
lograr que sus trabajos tuviesen un alcance nacional. Al parecer el problema que caracterizó 
a este primer esfuerzo de constituir un movimiento social católico fue la inconsistencia 
interna. Por un lado estaban los partidarios intransigentes que se negaban a dar concesiones 
al liberalismo y por otro se encontraban los seguidores de la política conciliatoria que 
sostuvo la Iglesia mexicana de aquella época.27 Al final predominó la posición de éstos 
haciendo decaer a la organización. 
 
La política de conciliación había permitido a la Iglesia el desarrollo del culto católico 
sin intromisión del Estado y que creciera como institución dejándole participar, bajo 
 
26 Ibid., p. 67-71 
27 Ibid., p. 97-106 
 30 
algunas condiciones, en ámbitos de la vida pública como la educación privada y las obras 
de beneficencia. A pesar de estos hechos no se puede decir que entre el régimen porfirista y 
el clero hubiese una alianza donde éste fuese bastión incondicional del primero, obteniendo 
de él todas las prerrogativas y favores que quisiese. Aunque sí había una colaboración 
benéfica entre ambas partes, misma que la institución eclesiástica hubiese preferido 
extender para preservar su status dominante, lo cual convertía, hasta cierto punto, a la 
Iglesia católica en aliada del gobierno del general Díaz. 
 
Precisamente, esta imputación que la Revolución haría a las autoridades eclesiásticas, 
fue la misma que los elementos del catolicismo social mexicano se dedicaron a rebatir, 
demostrando que si bien el progreso religioso experimentado durante el porfiriato era 
innegable, también lo era el hecho de que a la Iglesia se le había oprimido de cierta forma 
al negársele el derecho a participar en la vida política nacional y al obstaculizarse su 
desempeño social. Para ellos un trato justo hubiese sido la derogación de las leyes de 
reforma, la inclusión de católicos en el gobierno, la aceptación de la educación religiosa y 
la libertad para actividades sociales cristianas.28 Aspectos que se retomarían posteriormente 
a lo largo del conflicto cristero. 
 
Con relación a lo anterior Jorge Adame señala: 
La política de conciliación permitió alguna libertad a la Iglesia, pero era una libertad 
condicionada, que dependía de la buena voluntad del gobernante y que exigía, entre otras cosas, 
la exclusión de todo elemento religioso en el sistema educativo oficial, la tolerancia de todo tipo 
de manifestaciones jacobinas, a veces provenientes de funcionarios o periódicos 
subvencionados, la vigencia formal de las Leyes de Reforma, la perpetua amenaza de 
 
28 Francisco Banegas Galván, El porqué del Partido Católico Nacional, Prol. José Bravo Ugarte, México, 
Editorial Jus, 1960, Cap. II y Eduardo Correa, El Partido Católico Nacional y sus directores. Explicación de 
su fracaso y deslinde de responsabilidades, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, Cap. IV 
 31 
confiscación de los bienes eclesiásticos y de disolución de las corporaciones religiosas, y la no 
participación política organizada de los seglares católicos.29 
 
 Situación que rindió más frutos al régimen porfirista que a la Iglesia, ya que ésta 
quedó relegada socialmente a un papel pasivo que le impidió desarrollar un proyecto 
alterno que compitiese con el Estado laico, algo inaceptable para los representantes del 
catolicismo social. 
 
Sin embargo, lo anterior se modificó a partir de los primeros años del siglo XX 
cuando la cuestión social comenzó a ser objeto de mayor atención entre los círculos 
católicos y se sentaron las bases para el desarrollo de un movimiento orientado por la 
sociología cristiana. En estos esfuerzos iniciales fueron piezas clave Trinidad Sánchez 
Santos y su diario religioso El país (1899), así como las escuelas católicas y demás 
organizaciones de estudio del pensamiento social cristiano.30 
 
El desarrollo de las escuelas religiosas permitió una mejor asimilación de las ideas 
expresadas en Rerum novarum, lo cual dotó de coherencia y consistencia a los 
planteamientos de los católicos interesados por los problemas sociales. Esto posibilitó que 
se tuviera un propósito más definido sobre la acción que debían cumplir la Iglesia y sus 
fieles en la sociedad, rebasando por completo el plano individual y espiritual. Esta nueva 
actitud se extendería rápidamente gracias a El país, órgano católico que estaba impregnado 
de esta forma de pensar gracias a su director y que le daría un gran impulso al catolicismo 
social colocándolo en la discusión periodística nacional, en la cual convergían las 
 
29 Jorge Adame Goddard, El pensamiento político y social de los católicos mexicanos 1867-1914, México, 
Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, p. 158 
30 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., Cap. IV 
 32 
principales corrientes políticas del momento, tanto opositoras al gobierno como partidarias 
de éste. 
 
Además esta educación cristiana abarcaba todos los estratos sociales, tanto a 
trabajadores como a clases medias y a ricos, en este ámbito de estudio y formación del 
pensamiento social católico comenzó a figurar a principios del siglo XIX Miguel Palomar y 
Vizcarra. Personaje que se convertiría en uno de los ideólogos más importantes del 
catolicismo social mexicano y del movimiento cristero en la época posrevolucionaria. 
 
Palomar y Vizcarra31 nació en Guadalajara, Jalisco, en 1880 y se formó como 
abogado en el Liceo de Varones de dicha ciudad, profesión en la que tuvo una carrera muy 
exitosa, consiguiendo tener una posición económica muy buena y ganar un gran prestigio 
entre las clases altas del país. Como estudiante contó con maestros de la talla de Victoriano 
Salado Álvarez y Manuel Puga y Acal, como jurista llegó a ser profesor de economía y 
sociología en la Escuela Libre de Derecho y en el propio liceo en que se formó, además de 
magistrado suplente del Tribunal Superior de Justicia en su estado natal. 
 
Sin embargo, la vida de este jalisciense resultaría trascendente para la historia 
mexicana por su participación en el proceso de formación y desarrollo del catolicismo 
social en México hasta el estallido de la guerra cristera. Palomar se integró a este 
movimiento desde sus inicios en los primeros años del siglo XX. Hacia 1902 lo 
encontramos desempeñándose como presidente de la Congregación Mariana de 
 
31 Enrique Lira Soria, Biografía de Miguel Palomar y Vizcarra, intelectual cristero 1880-1968, México, 1989 
(Tesis de licenciatura en histora, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México) 
 33 
Guadalajara, una de las agrupaciones dedicadas al estudio de la doctrina social cristiana, en 
cuyo puesto comenzó a aparecer públicamente promoviendo la necesidad de asociación 
entre los católicos a fin de impulsar el mejoramiento de la sociedad con base en el 
cristianismo.32 La participación de Palomar y Vizcarra fue cada vez más significativa a 
medida que el catolicismo social mexicano se fue consolidando. Al comenzar el período de 
los congresos católicos, las semanas agrícolas y la formación de organizaciones sindicales 
católicas; no debe sorprendernos que figure en el primer congreso católico realizadoen 
Puebla en 1903 como representante del arzobispo de Guadalajara y que haya destacado en 
esta reunión al plantear que se promoviese el sistema de crédito agrícola de las llamadas 
“Cajas Raifeissen”33 con el fin de abatir la usura en el campo. 
A lo largo de la última década del porfiriato los católicos realizaron cuatro congresos, 
tres semanas agrícolas y una semana social. En estas reuniones se discutieron propuestas 
para solucionar los principales problemas del país, todas ellas estaban orientadas por las 
ideas de León XIII, es decir, el corporativismo tomista y la intransigencia ante el 
liberalismo. Los principales temas abordados fueron: sindicalismo, derechos laborales, 
trabajo agrícola, miseria económica, indigenismo, formas de organización caritativa, 
educación, moral social y trabajo femenino e infantil.34 
 
De particular importancia fueron los congresos católicos de Puebla (1903), Morelia 
(1904), Guadalajara (1906) y Oaxaca (1909), ya que permitieron a los seglares cristianos 
 
32 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., p. 163 
33 Cajas Raifeissen: se trataba de cooperativas de crédito que contemplaban responsabilidades y beneficios 
iguales para todos sus miembros, otorgaban préstamos sin comisiones sólo a actividades productivas. Alicia 
Olivera Sedano, Aspectos del conflicto religioso de 1926 a 1929, sus antecedentes y consecuencias, México, 
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1966, p. 48 
34 Jean Meyer, El catolicismo social en México hasta 1913, 2ª ed., México, Instituto Mexicano de Doctrina 
Social Cristiana, 1992, p. 13-20 
 34 
emprender trabajos sociales de gran alcance, integrándose como movimiento nacional, al 
mismo tiempo maduró en ellos una visión sólida acerca de la transformación social basada 
en el cristianismo. No obstante, estas reuniones también dejaron ver ciertos problemas que 
aún dificultaban el desarrollo de la acción católica. Me refiero al conflicto surgido entre los 
prelados y seglares católicos formados por completo en la doctrina social de León XIII y 
los educados bajo el pensamiento cristiano tradicional que habían recibido el contenido de 
Rerum Novarum con una visión basada en ideas anticuadas. Esto terminó por dividir al 
catolicismo social en el bloque de los católicos sociales y el de los partidarios de la llamada 
democracia cristiana. Los primeros consideraban que la Iglesia debía impulsar sólo trabajos 
de mejoramiento en la sociedad sin involucrarse en asuntos políticos, mientras que los 
segundos pensaban que debía buscarse que la sociología cristiana tuviese trascendencia en 
el gobierno, pues de lo contrario no se conseguirían reformas de fondo. 
 
Al parecer, varios representantes del reformismo católico como Palomar y Vizcarra, 
detectaron dicha confrontación en los congresos, al grado de calificarlos como simples 
asambleas que producían resultados muy pobres y sólo acrecentaban las discordias entre 
clérigos y fieles. En el caso del tapatío esta situación lo llevó a no participar en el congreso 
de 1909 en Oaxaca, no obstante la importancia que ya había alcanzado dentro del 
movimiento.35 
 
En realidad el problema se debía a un choque entre católicos educados bajo el 
cristianismo tradicional y elementos formados por completo en la nueva sociología 
cristiana. Por un lado estaba un grupo de prelados y creyentes que a pesar de ser firmes 
 
35 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., p. 178 
 35 
partidarios del reformismo social cristiano, no lograban comprender en toda su extensión 
las ideas de León XIII. Hasta cierto punto, asumían una posición intermedia entre la antigua 
doctrina de caridad y el novedoso proyecto tomista. Para ellos los preceptos del catolicismo 
social habían llegado tardíamente en comparación con su contraparte demócrata, ya que 
ésta se componía de una militancia, tanto laica como eclesiástica, formada por completo 
dentro de la nueva doctrina social de la Iglesia. Para éstos el cristianismo debía jugar un 
papel más significativo no sólo a nivel social, sino también en el ámbito político, se trataba 
de instaurar la sociedad de Dios acorde al tomismo, se buscaba la instauración de la 
democracia cristiana. 
 
Si bien a lo largo del ciclo de los congresos predominó el planteamiento de los 
católicos sociales, como Trinidad Sánchez Santos, en los años finales del porfiriato los 
partidarios más firmes de la democracia cristiana, entre ellos Miguel Palomar, comenzaron 
a ganar terreno con la fundación de organizaciones acordes a su proyecto. Así nacieron en 
1909 los Operarios Guadalupanos, asociación que se dedicó a la difusión de las ideas de la 
Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia; en esta agrupación jugaron un papel muy 
importante el ideólogo jalisciense Palomar y el sacerdote jesuita Bernardo Bergöend, ya 
que juntos organizaron círculos de estudio sobre la religión y la cuestión social. También se 
fundó el Círculo Católico Nacional en el mismo año y en 1910 se creó el Centro Ketteler, 
instituciones con la misma vocación reformista cristiana. 
 
Sin embargo, fue hasta el derrumbe del régimen porfirista cuando el catolicismo 
social mexicano pasó a ser el movimiento de la democracia cristiana. En 1911 los 
Operarios Guadalupanos y el Círculo Católico Nacional pasaron a ser la base del Partido 
 36 
Católico Nacional (PCN), fundado en ese año por Rafael Martínez del Campo, Victoriano 
Agüeros, Trinidad Sánchez Santos, Gabriel Fernández Somellera, Francisco Elguero, 
Manuel F. de la Hoz, Luis García Pimentel y Miguel Palomar y Vizcarra, entre otros. De 
inmediato se hicieron los trabajos de organización a lo largo del país, los cuales según 
Eduardo Correa resultaron bastante exitosos,36 incluso Madero expresó su beneplácito por 
la aparición de la institución, hecho que consideró como un reflejo de los tiempos 
democráticos que vivía México tras la dictadura de Díaz. 
 
Por otra parte, el mismo Correa señala que el PCN cometió un error en su 
constitución, ya que “no se cuidó acudir, como debió hacerse, a los que pudieran llamarse 
católicos sociales [democráticos] o progresistas, divorciados por completo de los católicos 
liberales [sociales] incrustados en la dictadura y que soñaban con restauraciones 
imposibles, sino que en muchos casos se eligió a éstos, sin reflexionar en que el pueblo les 
volvería las espaldas”.37 Defecto que terminaría por derivar en el fracaso de la agrupación, 
según este autor, debido a que la inclusión de esos militantes obsoletos complicó 
muchísimo que las ideas avanzadas, expresadas en el programa del partido, se cristalizaran 
en la sociedad. 
 
A pesar de lo anterior, el Partido Católico Nacional conquistó espacios políticos 
importantes durante el período maderista, sobre todo a nivel regional, mismos que le 
sirvieron para realizar parte de su proyecto social basado en las ideas de la democracia 
cristiana. Un claro ejemplo de esto lo constituye Miguel Palomar y Vizcarra, quien 
 
36 Correa, op. cit., Caps. V y VI 
37 Ibid., p. 85 
 37 
representó al PCN como diputado al congreso de Jalisco en 1912, de hecho, en este estado 
los católicos tenían mayor fuerza que cualquier otra agrupación política, lo cual les permitió 
que se impulsaran algunas de las reformas inspiradas en la Rerum Novarum.38 Miguel 
Palomar y Vizcarra impulsó la ley de patrimonio familiar (Homestead), la cual concebía 
resolver el problema agrario mediante el reparto de 500 acres de tierra a cada familia con el 
carácter de inembargabilidad, inalienabilidad e individualidad. Claramente se trataba de la 
idea de León XIII de fomento a la pequeña propiedad privada. También promovió decretos 
que libraban de impuestos a las cajas cooperativas de crédito populary reconocían la 
personalidad civil de las organizaciones sindicales. Además de la ley de representación 
proporcional que permitiría a los partidos políticos pequeños tener diputados en el congreso 
local. 
 
El resto de los diputados católicos jaliscienses expidieron leyes relativas a la 
representación partidista proporcional ante el congreso; al seguro de trabajo mediante el 
cual se obligaba a los patrones a pagar los gastos médicos originados por accidente; al 
descanso dominical y a que los dueños de almacenes tenían de dispusieran de lugares de 
reposo para sus empleados, a esta última se le conoció como la “ley de la silla”. 
 
Todo esto indica un progreso de la corriente demócrata dentro del catolicismo social 
mexicano. Pero la fundación del PCN, así como sus respectivos logros políticos, no fueron 
los únicos hechos que colocaron a la democracia cristiana a la cabeza del movimiento 
católico. También resultó fundamental “que en los años finales del porfiriato y primeros de 
la Revolución los obispos más decididos por la instauración de la democracia cristiana 
 
38 Olivera Sedano, op. cit., p. 45-49 
 38 
ocuparon algunas de las sedes donde ésta se gestaba y florecía de tiempo atrás. Así, entre la 
ciudad de México y Zacatecas se tendió una línea de comunicación que integraba también a 
Morelia, León, Zamora y Guadalajara”.39 De esta manera a la renovación de los elementos 
seglares se aunó la aparición, en puestos clave, de prelados impregnados del espíritu 
innovador de la nueva doctrina social de la Iglesia, tales como José Mora y del Río, 
Emeterio Valverde Téllez, Leopoldo Ruiz y Flores, Miguel de la Mora, Othón Núñez 
Zárate y Francisco Orozco y Jiménez. 
 
Desafortunadamente para los católicos, el golpe del general Victoriano Huerta en 
1913 que culminó con los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y su vicepresidente 
José María Pino Suárez, afectó al desarrollo de su partido debido a que el gobierno huertista 
puso fin a la apertura democrática que caracterizó al maderismo. Ante este régimen, que 
desde el principio se mostró autoritario, los miembros del PCN asumieron posiciones 
encontradas. Por una parte hubo algunos, como Eduardo Tamariz y Francisco Elguero, que 
pasaron a apoyar abiertamente al huertismo, mientras que los representantes del PCN en el 
congreso lo criticaron severamente por disolver al cuerpo legislativo y por su 
autoritarismo.40 
 
Por su lado, el gobierno huertista también fue algo ambiguo en su relación con los 
católicos y la Iglesia. Toleró que se realizaran manifestaciones religiosas públicas con 
motivo de la consagración nacional al Sagrado Corazón de Jesús y llegó a pedir la ayuda 
financiera del clero para evitar un amotinamiento del ejército por falta de pago, dinero que 
 
39 Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia . . ., p. 293 
40 Adame Goddard, op. cit., p. 179-182 
 39 
el arzobispo de México José Mora y del Río ayudó a conseguir entre los fieles ricos.41 Pero, 
al mismo tiempo persiguió a los católicos que se opusieron a él, tal fue el caso de Gabriel 
Fernández Somellera. 
 
Fue claro que a los militantes del Partido Católico Nacional les hizo falta cohesión 
entre sus filas debido a la necesidad que tuvieron de definirse socialmente frente al proceso 
revolucionario. El proyecto de la democracia cristiana estaba diseñado para implantarse 
ganando espacios en el terreno político de forma paulatina, no para enfrentar una coyuntura 
histórica de transformación revolucionaria. Así, los católicos de este proyecto partidista se 
mostraron incapaces de actuar en bloque en la defensa de su clase social o de su programa 
político. Algunos apoyaron decididamente al huertismo buscando la conservación del 
antiguo orden, pero otros se mantuvieron distantes sin asumir una posición firme y clara. 
Además, ellos mismos postergaron las aspiraciones de bienestar social que pretendían 
defender. De esta manera fueron los principales responsables del derrumbe del PCN. 
 
De cualquier modo, esta situación combinada con los ataques que la Revolución 
comenzó a lanzar contra el catolicismo provocó que el PCN decayera y, finalmente, 
desapareciera. Los revolucionarios consideraron a la Iglesia y sus fieles como aliados del 
régimen huertista, cargo que prevaleció en el discurso de los gobiernos carrancista, 
obregonista y callista. Tal acusación ha sido considerada por algunos autores como un a 
exageración del anticlericalismo revolucionario, pero los hechos demuestran lo contrario. 
En febrero de 1913 la alta jerarquía eclesiástica ofreció en la ciudad de México un Te Deum 
en honor a Huerta y el fin de la llamada “Decena Trágica”. El clero también contribuyó al 
 
41 Olivera Sedano, op. cit., p. 58-59 
 40 
financiamiento del ejército federal aportando 25 mil pesos al gobierno huertista y en enero 
de 1914 el país fue consagrado al Sagrado Corazón de Jesús en las condiciones arriba 
mencionadas.42 Elementos suficientes para considerar a la Iglesia como una aliada de 
Huerta, hasta cierto punto, ya que que desde un punto de vista histórico es claro que la 
institución eclesiástica hubiese preferido la restauración del viejo orden en lugar de la 
reconfiguración social revolucionaria. 
 
Sin embargo, el Partico Católico Nacional no se comportó de la misma forma, al 
menos no en su totalidad. De hecho, es probable que la actuación del PCN ante el régimen 
huertista marcase el fin de la etapa de consolidación de la democracia cristiana en el 
movimiento católico, desplazando por completo a la propuesta de pura acción social, ya 
que la falta de consistencia entre sus filas, puesta en evidencia al ser incapaces de actuar en 
bloque respecto al huertismo, debió de terminar de convencer a los católicos sociales que 
no se podía conseguir la implantación del orden cristiano, basado en las ideas de León XIII, 
ateniéndose a una política de convivencia con el Estado liberal; lo cual los llevó a la 
conclusión de buscar nuevas formas de organización, proceso en el que los católicos 
sociales tradicionales ya no tuvieron participación porque no compartían esa determinación 
de conseguir a cualquier costo la realización del proyecto social de Dios. 
 
Por otro lado, el triunfo de la facción carrancista en la Revolución, tras nulificar 
políticamente al villismo y al zapatismo, implicó un nuevo conflicto entre el Estado 
mexicano y la Iglesia católica. Carranza y sus correligionarios se propusieron llevar a los 
 
42 Alan Knight, La revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional. Contrarrevolución y 
reconstrucción, Vol. 2, México, Editorial Grijalbo, 1996, p. 772 
 41 
hechos las demandas revolucionarias de justicia social para el pueblo, mediante la 
elaboración de una nueva Constitución que sustituyera a la de 1857, la cual se consideraba 
insuficiente para resolver los problemas sociales que había ocasionado el régimen porfirista 
con su desarrollo capitalista basado en el liberalismo económico clásico. Lo que se buscaba 
era llevar adelante una reconfiguración de la sociedad que remediara la profunda 
desigualdad que había. 
 
La nueva Carta Magna se expidió el 5 de febrero de 1917 en Querétaro. En ella se 
plasmó el proyecto de reconfiguración social que debía instrumentar el régimen 
revolucionario. Este reordenamiento afectaba de manera importante a los sectores y clases 
dominantes de la época porfirista, como el alto clero y la oligarquía terrateniente, ya que el 
artículo 27 de la naciente constitución establecía la expropiación de latifundios como una 
medida para llevar a cabo el reparto agrario que demandaban las masas campesinas 
empobrecidas, además se declaraba propiedad de la nación a los recursosnaturales del 
subsuelo y se otorgaba al Estado la autoridad para decidir la manera de explotarlos. En el 
caso de la Iglesia, la misma ley reafirmaba la expropiación de sus bienes inmuebles, 
declarándolos patrimonio público, y le prohibía adquirir en propiedad tierras o invertir 
capital en ellas,43 aspectos contemplados desde la época de la Reforma juarista. 
 
Con relación a la cuestión religiosa, la Constitución de 1917 retomaba elementos de la 
legislación reformista de 1859-1860. En su artículo 3º reafirmó el sentido laico de la 
educación pública, haciéndolo extensivo para la privada, con lo cual prohibía al clero 
 
43 Bertha Ulloa, Historia de la revolución mexicana, 1914-1917. La constitución de 1917, México, El Colegio 
de México, 1983, p. 452-492 
 42 
cualquier tipo de intromisión en la enseñanza. Los artículos 5º y 24 prohibían las órdenes 
monásticas y las manifestaciones religiosas públicas, respectivamente. En lo tocante a 
cargos públicos se hacía hincapié en la separación de la Iglesia y el Estado, prohibiendo a la 
primera cualquier participación política en la sociedad. Por último, el artículo 130 
reglamentaba el ejercicio de cualquier culto religioso, confiriendo al Estado la facultad de 
involucrarse en asuntos eclesiásticos, y negaba el reconocimiento a las iglesias para tratar 
en igualdad de condiciones con el gobierno, con lo cual se confirmaba el control 
hegemónico estatal en materia religiosa.44 Ésto indignó a las autoridades eclesiásticas y el 
arzobispo de México José Mora y del Río manifestó el 24 de febrero de 1917 la 
incoformidad del clero mexicano respecto a los artículos 3º, 5º, 24, 27 y 130 de la nueva 
Carta Magna y señaló que no serían reconocidos por la Iglesia, posición ratificada 
posteriormente por el Papa Benedicto XV. De esta forma iniciaba un nuevo conflicto 
Estado-Iglesia mientras la democracia cristiana alcanzaba su consolidación en México.45 
Miguel Palomar y Vizcarra sería uno de los representantes más simbólicos de la 
madurez alcanzada por el catolicismo social mexicano basado en el proyecto y la ideología 
de la democracia cristiana. Dicho personaje pasó a ocultarse tras el fracaso del PCN y el 
derrumbe del régimen de Huerta, ya que él fue expulsado de Jalisco y otros compañeros 
suyos comenzaron a ser objeto de ataques de parte de los constitucionalistas, facción 
triuntante en la Revolución.46 De tal forma, Palomar dejó de aparecer en público hasta 
1920, fecha en la que se incorporó a la campaña de Alfredo Robles Domínguez, postulado 
por el Partido Nacional Republicano como candidato a la presidencia del país. Esta 
 
44 Ibid. 
45 Olivera Sedano, op. cit., p. 70 
46 Jean Meyer, El conflicto entre la Iglesia y el Estado, Vol. 2, en Jean Meyer, La cristiada, 3 Vols., México, 
Siglo Veintiuno Editores, 1973, p. 67-104 
 43 
agrupación era la continuación, hasta cierto grado, de lo que había sido el PCN. Miguel 
Palomar y Vizcarra participó en ella, aunque definitivamente no creía que un proyecto 
semejante al anterior partido católico fuese la mejor opción para implantar el proyecto 
social cristiano. 
 
En realidad, lo más importante del papel de Palomar y Vizcarra dentro del 
movimiento católico, en estos años, se había dado junto a los padres Bernardo Bergöend y 
Alfredo Méndez Medina, ambos jesuitas impregnados del espíritu renovador de la doctrina 
social de la Iglesia. Con el primero colaboró en la fundación y organización de la 
Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en 1918, asociación dedicada a la 
coordinación de acciones sociales inspiradas en la democracia cristiana y que llegaría a ser 
uno de los principales bastiones del movimiento cristero. Mientras que con el segundo se 
involucró en la orientación ideológica de las agrupaciones laborales católicas, en este caso 
el mayor logro fue la constitución de la Confederación Nacional Católica del Trabajo 
(CNCT) en 1922, central obrera que agrupó a la mayoría de las organizaciones cristianas de 
trabajadores formadas a lo largo del proceso de consolidación del catolicismo social 
mexicano y que también llegó a ser uno de los baluartes del movimiento cristero.47 
 
La ACJM tenía sus antecedentes en el Club Católico de Estudiantes que era parte del 
Partido Católico Nacional (1911), club que más tarde se convirtió en la Liga de Estudiantes 
Católicos (LEC), ambas agrupaciones habían sido dirigidas por Luis B. Beltrán. En 1913, 
tras el golpe militar de Victoriano Huerta, Beltrán y el padre Bergöend fusionaron las 
 
47 Manuel Ceballos Ramírez, Historia de Rerum novarum en México (1867-1931), T. I, México, Instituto 
Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1991, p. 82-88 
 44 
Congregaciones Marianas y la LEC para dar lugar a la Asociación Católica de la Juventud 
Mexicana (ACJM), organización que al igual que sus antecesoras tenía como objetivo la 
formación intelectual de seglares católicos bajo el pensamiento del catolicismo social de 
León XIII e integrarlos a las tareas de las organizaciones sociales cristianas. El éxito de la 
labor de la ACJM pudo apreciarse, más tarde, en el desarrollo de la democracia cristiana, ya 
que la mayoría de los dirigentes de ese movimiento fueron parte de ella, como lo fue su 
primer presidente René Capistrán Garza.48 
 
Por su parte, la CNCT fue la culminación de la evolución del catolicismo social 
mexicano en su vertiente sindical. Fundada en abril de 1922 bajo el marco del Congreso 
Nacional Obrero, organizado por la Confederación Católica del Trabajo (CCT) y contó con 
la participación, además de la agrupación organizadora, de grupos de obreros libres que se 
negaban a ser parte de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) porque 
consideraban que ésta sólo utilizaba a los trabajadores para satisfacer las ambiciones 
políticas personalistas de sus líderes. La CNCT adoptó un programa acorde a las ideas de la 
democracia cristiana, ya que sus dirigentes y asesores ideológicos más importantes 
provenían de la ACJM y para 1926 llegó a contar con más de 22,000 militantes y más de 
300 organizaciones obreras afiliadas, alcanzando su grado máximo de crecimiento justo 
cuando estaba por estallar la guerra cristera.49 
 
Estos hechos correspondían al contexto del nuevo conflicto que sostenía la Iglesia 
contra el Estado mexicano debido a la reconfiguración social que los regímenes 
 
48 Antonio Rius Facius, La juventud católica y la revolución mejicana(sic.) 1910-1925, México, Editorial Jus, 
1963 
49 Ceballos Ramírez, Historia de Rerum Novarum . . ., p. 89-111 
 45 
posrevolucionarios pusieron en marcha a partir de la Constitución de 1917, aspecto 
explicado anteriormente. Ante esta situación la oposición clerical a la Revolución encontró 
en la democracia cristiana su principal arma para defender su status dominante. A lo largo 
de estos años las autoridades eclesiásticas encabezadas por el arzobispo de México José 
Mora y del Río, prelado convencido de la importancia de la doctrina social cristiana, y los 
elementos seglares del catolicismo social, como Miguel Palomar y Vizcarra, organizaron 
un movimiento que capitalizó el proceso de consolidación de la acción social religiosa, 
experimentado desde inicios del siglo XX, y que se resistió a aceptar el nuevo control 
estatal. Desde la óptica del clero y sus creyentes, esto se traducía como una forma de 
defensa del proyecto de Dios, considerado el único medio para el restablecimiento de la paz 
y la justicia en la sociedad, contra la agresión injustificada de la Revolución, cuyo 
advenimiento sólo traía males al país. 
 
En los hechos la Iglesia buscaba refrendar su posición de corporación dominante y 
privilegiada, lo cual sólo podía conseguir aumentando su influencia en la sociedad

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