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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
 
 
 
 
 
FAMILIA, TRADICIÓN CULTURAL Y CIRCUNSTANCIA POLÍTICA-SOCIAL: 
INFLUJOS EN CAMILO JOSÉ CELA REFLEJADOS EN SAN CAMILO, 1936 
 
TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y 
LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA 
GUILLERMO ALFONSO REYES ESCOBAR 
 
 
 
ASESORA: 
DRA. PACIENCIA ONTAÑÓN SÁNCHEZ 
 
 
 
MÉXICO, D. F. SEPTIEMBRE 2006 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
Dedico el esfuerzo de este trabajo a 
Mi madre, Ofelia Escobar, por tu edificante ejemplo de amor hacia la vida, 
Mi esposa, Erandi Castro, por tu amor, apoyo y compañía, 
Mi hijo Emilio, “Pedacito de mi vida”, por la inmensa alegría que me has concedido con tu 
existencia, 
La señora Olga Martínez Rubio, por su comprensión y calidad de ser humano, 
A cada uno de mis queridos hermanos: Rosita, Maye, Vicky, Javier, Claudia, Gaby, Ivonne, 
Sandy y Juan, por la alegría de tantos años compartidos, 
A mis cuñados Luis, Chucho, Jesús y Marco, por apoyar las más de las veces a mi familia, 
Y a cada uno de mis sobrinos: Anita, Franco y Luis; Yatzel, Areli y Aldito; Ruy y Montse; 
Chris y Dani; Tania, Jaime y Jeny; Caro, Ricardo, Evelyn y Orlando; Alán, Eduardo, 
Fernando y Erick, por la ternura y regocijo que brindan a la familia. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Agradezco la amabilidad, interés y pertinencia en las sugerencias que hizo favor de señalar 
para este trabajo la Dra. Paciencia Ontañón Sánchez. 
Expreso mi agradecimiento a la Dra. Marcela Leticia Palma Basualdo, a la Dra. Mariana 
Ozuna Castañeda, al Dr. José María Villarías Zugazagoitia y a la Lic. Alejandra López 
Guevara por las eficaces observaciones que mejoraron notablemente este trabajo. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
ÍNDICE 
 
Introducción 
I 
Introducción histórica 
II 
Capítulo primero 
Tradición e influjo familiar en Camilo José Cela 
Capítulo segundo 
Entorno literario, político y social de San Camilo, 1936 
Capítulo tercero 
San Camilo, 1936 
Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid 
El día de San Camilo 
La octava de San Camilo 
Epílogo del tío Jerónimo 
Conclusiones 
Bibliografía 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN 
I 
 
Enmarcada por una pluralidad de tendencias políticas, sociales e ideológicas, la Guerra 
Civil española fue un acontecimiento que desestabilizó la cotidianeidad de varias 
generaciones confluidas en un espacio y tiempo concretos. Sin pretender la reconstrucción 
pormenorizada de un acontecimiento de tales magnitudes y sin dejar de lado datos que 
revelan características concretas, auspiciados por el rigor del enfoque histórico, tal conflicto 
social también es registrado desde la perspectiva literaria. Con base en este presupuesto, 
parte del acontecer de la vida del ser humano queda plasmada en la dimensión literaria, 
cuya revelación enmarca innumerables vicisitudes, testimoniadas por voces con frecuencia 
perdidas en el anonimato de la indiferencia del suceder existencial. 
 La “utilidad” de la literatura queda así manifestada al evidenciar sin cortapisas 
panfletarias, la vivencia de una guerra. Testimoniar la cotidianeidad enmarcada en un 
conflicto social a través del ejercicio literario puede cumplir con dos finalidades: la 
primera, valorar esos avatares desde la pretendida perspectiva de quien los vivió, es decir, 
desde la carne misma de la sociedad en su complejo padecimiento. La otra, también desde 
el ejercicio literario, es validar una obra literaria como testimonio para el conocimiento de 
la realidad humana que acercaría al hombre hacia su historia, una historia sensibilizada o 
también humanizada con la sutileza que le confiere el arte. Se pretende evidenciar que la 
importancia de la perspectiva histórica, fusionada con la recreación de aspectos anecdóticos 
y cotidianos que le puede procurar la literatura tanto a los momentos habituales como a los 
decisivos en la vida de hombres y mujeres reivindica la importancia de cualquier 
acontecimiento que adquiere entonces valor testimonial. Testimonio individual y colectivo 
que argumenta y esclarece las causas por las cuales la complejidad humana explica su 
propio devenir. Considerando principalmente los excelentes ensayos sobre la trayectoria 
literaria de Camilo José Cela escritos por Carol Wasserman Camilo José Cela y su 
trayectoria literaria, Paul Ilie La novelística de Camilo José Cela, Francisco Umbral Cela: 
un cadáver exquisito e Ian Gibson Cela, el hombre que quiso ganar considero necesario, 
sin embargo, profundizar ciertos aspectos que se pueden extraer de una obra en particular 
que es San Camilo, 1936. Los aspectos a los que me refiero tienen relación directa con la 
infancia y juventud de Camilo José Cela que se ven reflejados en la psicología y actitudes 
del personaje-narrador de San Camilo, 1936, mediante lo cual discurren las voces de los 
demás personajes. El peso determinante del influjo familiar así como las circunstancias 
sociales y políticas vertidas en San camilo, 1936 no han sido señaladas suficientemente en 
ninguno de los cuatro ensayos mencionados. Los datos biográficos están tomados 
principalmente de dos textos de memorias escritos por Camilo José Cela, La Rosa (2001) y 
Memorias, entendimientos y voluntades (2001).Textos que, si bien contienen aspectos de la 
vida de Cela un tanto magnificados o silenciados por él mismo y que Ian Gibson en muchas 
ocasiones esclarece, ofrecen atisbos importantes para asimilar y comprender la postura que 
Cela asumió, al valorar la tradición cultural gallega, (y por tanto extendiendo esta 
valoración a España) con la que se siente fuertemente identificado, el enardecimiento 
político que deriva en la Guerra Civil y las circunstancias sociales españolas como 
participante activo en uno de los bandos en la confrontación civil. 
 Con base en lo anterior, el objetivo de este trabajo es señalar influjos familiares, 
sociales y políticos en Camilo José Cela que desentrañan la perspectiva, ambiente y 
psicología prevaleciente en San Camilo, 1936, novela escrita en 1969 que refleja 
circunstancias caóticas padecidas por personajes situados en los momentos inmediatamente 
anteriores al 18 de julio de 1936, día en el que estalla la Guerra Civil Española. Al seguir 
datos relevantes de la vida de Cela se aborda, como complemento, los diferentes avatares 
de esa colectividad anónima en un esfuerzo tentativo para extraer la naturaleza misma del 
comportamiento humano situado en las inmediaciones de un conflicto civil. 
 El método utilizado para argumentar las observaciones en este trabajo es la crítica 
sociológica e histórica. El presente trabajo está conformado por tres capítulos. El primero 
de ellos refiere aspectos culturales de Galicia, Iria Flavia, lugar donde nace Camilo José 
Cela y que explican, en parte, el sentimiento de arraigo y valoración de la tradición así 
como el influjo provisto a través de la vida familiar en casa de los abuelos maternos y 
paternos así como la genealogía idiosincrásica y valorativa que influyeron posteriormente 
en las posturas políticas del escritor. El segundo capítuloabarca el entorno literario que se 
produjo debido a la inminencia del conflicto social y durante su transcurso, producción 
literaria vista desde una perspectiva sociológica que reflejó adhesiones políticas y 
partidistas hacia las ideologías confrontadas . El capítulo tercero ofrece una interpretación y 
análisis de San Camilo, 1936, tomando en cuenta aspectos tanto biográficos del autor como 
los acontecimientos históricos reflejados y nombrados en la novela. Asimismo, algunos 
personajes que aparecen en la novela propician comentarios que auspician el análisis con 
base en las circunstancias sociales determinantes en la época. 
 
 Primero, sin embargo, resulta insoslayable, para enmarcar parte de la vida 
consuetudinaria de personajes literarios, pero también históricos de San Camilo, 1936, 
novela de Camilo José Cela cuyos acontecimientos se desarrollan durante la Guerra Civil 
española, un panorama histórico, político y social que complemente la verosimilitud de 
recreación mediante la fusión de dos disciplinas encontradas, literatura e historia. Los 
antecedentes históricos, para la edificación de un contexto novelado, esclarecen y sustentan 
el desarrollo identitario de una sociedad. Valoraciones éticas, morales, ideológicas y 
religiosas se explican acudiendo al registro que las ramificaciones de la historia han podido 
consignar. En este contexto, la evocación literaria de la historia, precisa el escenario o 
menciona el trasfondo mediante los cuales el acontecer es abarcado de manera más 
inmediata a la participación del anonimato colectivo mismo. Versiones históricas sobre 
acontecimientos relacionados con irrupciones motivadas por posturas religiosas y políticas 
contrarias, no sólo atestiguan nuestro acontecer sino que puntualizan la necesidad de 
abarcarlos desde los más variados enfoques de la percepción humana. La importancia de un 
recuento sucinto de antecedentes mediatos e inmediatos a la irrupción de la Guerra Civil 
española, estriba en que develan motivos nodales que contribuyeron, desde la inercia de su 
radiación, a que seres humanos vieran sitiada su existencia por causales desconocidas y, en 
muchos casos, indiferentes a ellos mismos. 
 
 
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA 
 
Debido a complejas posturas políticas en confrontación y como antecedentes a la irrupción 
de la guerra civil, en 1848 se viven gobiernos revolucionarios en Francia y Europa central. 
Las revoluciones de Francia y Rusia en 1789 y 1917, respectivamente, junto con la Comuna 
de París de 1871, resultan influjos ideológicos para la sublevación en Asturias en octubre 
de 1934. De ello deriva el que España se viera sitiada entre una incipiente democracia, el 
comunismo y el fascismo exacerbados. Además, la República española se ve obligada a 
sostener a la Monarquía ya desfalleciente, la desigualdad en el desarrollo económico y las 
confrontaciones entre facciones políticas e intelectuales. Desde la pugna civil a la muerte 
del rey Fernando VII, ocurrida en 1833, entre los seguidores de su hermano, Carlos de 
Borbón, y los partidarios de la menor de edad Isabel II, se agudiza la disyuntiva para la 
propia Monarquía española entre una apertura económica cuya finalidad era complementar 
el desarrollo del capitalismo, la renovación en el aspecto educativo, ideológico y 
gubernamental, así como la extracción de riquezas eclesiásticas acumuladas, todo esto 
derivado del influjo francés, y, por otro lado, el anquilosamiento que para muchos 
significaba la continuidad del carácter monárquico con la respectiva sujeción católica 
además de la cuestión permanentemente agraria junto con la descentralización. El 
debilitamiento de la Monarquía se traduce como una dependencia del cuerpo militar por 
parte del Gobierno, al lograr éste salvar el trono de Isabel de la postura carlista. Se empieza 
entonces a perfilar el pronunciamiento como la única vía que posibilitaría el cambio de 
Gobierno. 
 Es precisamente mediante un pronunciamiento como el de 1868 mediante el cual 
Isabel II es destronada. En este entorno caótico, ni la Monarquía ni el asomo de una 
República podían establecer sus asentamientos. Sin embargo, Cánovas del Castillo, 
estadista conservador, a través de un pronunciamiento en diciembre de 1874 en Sagunto a 
través del militar Martínez Campos, restaura la Monarquía borbónica en la figura de 
Alfonso XII. A pesar de que la Constitución de 1876 (elaborada por Cánovas del Castillo), 
concibe la conformación de Cortes elegidas con lo cual muestra mayor libertad de 
expresión y de prensa así como la creación de partidos independientes, las elecciones 
subsiguientes fueron controladas, con la consabida anuencia del rey y del ministro de la 
Gobernación, para que se alternaran en el poder los dos partidos desarrollados bajo la 
Restauración: el Partido Conservador y el Partido Liberal. Otro aspecto preponderante en 
España, la política rural, era controlado desde un cacicazgo cuyo poder era aplicable con 
discrecionalidad corrosiva. Así las cosas: el sentido político español, con esta sucesión 
pactada, se tergiversaba desde sus raíces mismas. Esta situación se vio agravada por la 
guerra perdida contra los Estados Unidos, razón por la cual España deja de conservar las 
últimas posesiones ultramarinas en 1898, y, un año antes, Cánovas del Castillo fue 
asesinado razón por la cual, hasta 1917, se produjo la desintegración paulatina tanto del 
Partido Conservador como del Partido Liberal. La Revolución rusa de 1917 significó para 
la Monarquía española un intento desestabilizador por las continuas huelgas de carácter 
revolucionario de cuyo peligro sólo pudo guarecerla la intervención de un golpe militar por 
parte de Miguel Primo de Rivera en 1923. Sin embargo, Primo de Rivera desapareció de la 
escena política por intermediación del rey. En abril de 1931, las elecciones municipales 
muestran una clara tendencia antimonárquica. Éste es el contexto político que subraya la 
imposibilidad monárquica de proseguir emblematizando la unidad y conciencia españolas. 
 Otro factor en el que predominaba la desigualdad era la agricultura, de la cual 
dependía la mayoría de los españoles. Las condiciones favorables para el desarrollo de la 
agricultura sólo existen en la periferia norte y mediterránea de la península; en Galicia y en 
el país Vasco llueve con abundancia, lo cual permite que los campesinos o bien tengan 
posesión de tierras o trabajen en ella en arrendamientos a largo plazo. Levante y Cataluña 
aunque cuentan con escasas lluvias reciben la afluencia del río Ebro. Asimismo Valencia y 
Alicante representan la estabilidad agrícola en España. Sin embargo, estas localidades sólo 
muestran lo favorecido de la península, pues España central conformada por León, Castilla 
la Vieja, y Castilla la Nueva, además de extensiones de Aragón y Extremadura estructuran 
una gran meseta donde las lluvias son escasas. En Andalucía, la parte más meridional de 
España, aunque existen factores que pueden facilitar la estabilidad y desarrollo en la 
agricultura, la aparición de conflictos ideológicos por parte de terratenientes y pueblo, 
aunado al inconveniente manejo económico derivan en un espectro social disfuncional. Ya 
en la época de la Reconquista, durante los siglos XII y XIII los reyes de Castilla conceden 
grandes extensiones de tierra distribuidos para las órdenes militares y la clase con poder 
que perpetúan su usufructo y rendimiento generacional. Esta forma de posesión, el 
latifundio, se asienta hasta el siglo XIX cuando, junto al capitalismo, nuevas doctrinas 
liberales irrumpen para delimitar esta política contra la cual, además, en 1837, el Partido 
Liberal decreta la desamortización de propiedades religiosas. Estas tierras fueron puestas en 
venta para auspiciar e impulsar a los pequeños propietarios y fomentar con ello una base de 
desarrollo social. Al contrario de esta posibilidad, fueron nuevamentericos terratenientes y 
pequeños negociantes los que pudieron acaparar estas tierras, al poseer dinero suficiente 
para comprarlas. La tierra, acabándose el siglo XIX, estuvo más concentrada en pequeñas 
minorías. Esta situación crea en la conciencia del pueblo de la España central y 
septentrional una agudizada percepción de despojo y desigualdad social acrecentándose por 
la determinación de los caciques de ser sólo ellos los que podían otorgar trabajo. En 
Andalucía, una vez más, es el cacique quien controla y administra los bienes del 
propietario. La verdadera elección resulta entonces amañada puesto que interfiere el fraude 
o las componendas. Urgente era entonces, para ejemplificar, la reforma agraria andaluza en 
1931, clamada cada vez más por la conciencia pública. Pese a todo lo anterior, asciende la 
producción agrícola junto con la industrial en un periodo que abarca de 1860 a 1914. 
Existe, sin embargo, una fuerte dependencia por parte de las industrias españolas al pago 
elevado de aranceles europeos. En este contexto económico surge la República, situándose 
entre una estabilidad industrial y un decrecimiento del progreso a nivel mundial. 
 Junto con el desarrollo económico, España irrumpe en el siglo XX con una densidad 
demográfica cuyas necesidades clamaban por un reemplazo de la técnica y economía ya 
inoperantes. El factor agrario, en sus mismas dificultades intrínsecas, se mantiene en un 
radio de marginación con respecto al advenimiento del capitalismo, el cual disminuye sus 
expectativas de crecimiento al ampararse bajo un proteccionismo cada vez más oneroso. 
Parte complementaria de estos incrementos es un surgimiento intelectual muy importante 
en el que aparecen, para ejemplificar, Benito Pérez Galdós y Pío Baroja en la novelística; 
Miguel de Unamuno, que aparte de novelista también es considerado filósofo; Ortega y 
Gasset quien se desarrolla también en la disciplina filosófica; en la poesía Federico García 
Lorca, Vicente Aleixandre, Jorge Guillen y Antonio Machado; en la composición musical, 
Manuel de Falla; Salvador Dalí, Joan Miró y Pablo Picasso en la creación pictórica; dentro 
de la filología Ramón Menéndez Pidal y Américo Castro; como historiadores Marcelino 
Menéndez y Pelayo y Claudio Sánchez Albornoz, como médicos Ramón y Cajal junto con 
Gregorio Marañón. Esta vitalidad y empuje intelectuales registra sus vertientes de la 
derivación conjunta de dos corrientes aparecidas en la España de la Restauración: el 
krausismo, teoría filosófica alemana de Krause, retomada e introducida en España por 
Julián Sanz del Río como parte de su cátedra en 1850. El fundamento de esta doctrina 
filosófica supuso como piedras angulares la Razón, influjo dictaminado de la Ilustración 
francesa y la Evolución, producto del idealismo alemán. Francisco Giner de los Ríos logra 
implantar con base en estos enfoques educativos, la Institución Libre de Enseñanza, escuela 
secundaria cuyos influjos en la formación de los educandos se prolongó hasta 1936. 
 A estas corrientes de pensamiento sólo pudieron acceder las jerarquías más 
acomodadas del país. Existían para contrarrestar estas clases sociales medias y altas como 
resultado de combinaciones entre movimientos regionales y la misma clase media, el 
nacionalismo catalán y vasco, además del carlismo. Como movimientos regionales y 
nacionalistas, tanto vascos como catalanes comparten una identidad diferente en relación 
con el resto de la península, pues la revaloración lingüística, el grado de prosperidad 
acrecentada y los lazos históricos con Francia lograron una conciencia autónoma que, en el 
caso de los catalanes, posibilitó una autonomía parcial en 1914 con la Mancomunidad. 
Primo de Rivera derogó el poder de la Mancomunidad en 1923, por lo cual este 
movimiento impulsado por sindicatos anarcosindicalistas y grupos de campesinos radicales 
pasó a la clandestinidad. El contexto en el que se desarrolla el nacionalismo vasco tuvo 
como referencia una fuerte industrialización en Bilbao y Guipúzcoa, este fortalecimiento 
crea también una conciencia de identidad cuando, al derrumbarse la Monarquía el 
nacionalismo vasco consideró la petición de autonomía. El carlismo reflejó también este 
sentido de pertenencia y tradición al buscar esta reorientación y sublevarse contra la 
República con unidades paramilitares llamadas requetés en 1936. Aún más que estos dos 
movimientos reivindicativos de desarrollo progresista e identidad de pertenencia, fueron los 
movimientos de masas surgidas desde las clases trabajadoras, el anarcosindicalismo y el 
socialismo que compartían la posibilidad de crear una sociedad cuyo fundamento fuera la 
distribución igualitaria de los bienes basados en la colectividad, principios que les sirven 
para postularse también como clases sociales revolucionarias. El Partido Socialista Obrero 
Español, fundado en 1879 por el político y dirigente obrero español Pablo Iglesias, 
miembro fundador de la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1888; pretendía originar 
estructuras sindicales bien organizadas con acciones políticas concretas y utilitarias. 
Contribuyó a esta organización el énfasis otorgado a la educación que se ofrecía en las 
Casas del Pueblo. Madrid, Asturias y Huelva, además de algunas ciudades industriales 
vascas, fueron los puntos de mayor influjo del socialismo. Debido a este enfoque, 
profesionistas jóvenes, para quienes conceptos que marcaron apertura política reflejada en 
las mismas instituciones resultaron esperanzadores, se adhieren al Partido Socialista 
durante la década de 1920, y ya en 1930, partidos republicanos provenientes de clases 
medias y gente surgida de la UGT conforman una liga republicano-socialista. Contraria a 
esta ideología, el anarcosindicalismo pretendió regir sus postulados cuando negó el 
parlamentarismo y argumentó la huelga general como finalidad última de la revolución para 
evidenciar la importancia que como clase representaban. La acción anarcosindicalista 
debía, pues, encaminarse a la destrucción del Estado capitalista centralizado. Andalucía, 
Cataluña, y Barcelona, donde se conforma la Confederación Nacional de Trabajo (CNT), 
en 1911, son zonas donde se desarrolla más fuertemente esta tendencia. Exacerbado, un 
flanco de este movimiento anarcosindicalista, apoyó su concepción mediante la táctica 
terrorista. 
 Con este panorama, adviene la segunda República, cuya primera intención fue la 
convocatoria a unas Cortes Constituyentes. El pacto fue el 17 de agosto de 1930, en San 
Sebastián y lo legitimaron moderados como Miguel Maura y Niceto Alcalá-Zamora, el 
anticlerical y fundador del Partido Republicano Radical, Alejandro Lerroux, junto con 
Diego Martínez Barrio; Manuel Azaña (que en 1925 fundó Acción Republicana), Santiago 
Casares Quiroga, Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo (que fundó en 1915 el Bloc 
República Autonomista y en 1929 el Partido Radical Socialista), todos ellos como líderes 
de los partidos recientes; republicanos catalanes como Carrasco Formiguera y los 
socialistas Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. 
La sucesión de poderes, el 14 de abril, causó una actitud de defenestración colectiva con la 
destrucción de símbolos monárquicos atemperada por la intervención de la guardia civil. 
También hay enaltecimiento del nacionalismo catalán en Barcelona y el general Macià, que 
fundó en 1922 el Estat Català y en 1926 confrontó mediante una insurrección a la dictadura 
de Primo de Rivera; convocó, a su regreso del exilio, a la formación de una federación 
ibérica, base política que le sirvió para conformar Esquerra Republicana de Catalunya. 
 Obligado era que la República mejorara las condiciones de vida del campesinado y 
de las clases trabajadoras como parte inmediata de su programa de gobierno. Niceto Alcalá-
Zamora fungió como primer ministro y Francisco Largo Caballero intentó, a través de 
decretos revolucionarios, favorecer a lostrabajadores campesinos. España, sin embargo, no 
dejó de preservar ayuntamientos monárquicos que eran representaciones del predominio 
perpetrado por el cacicazgo y a quienes la guardia civil y clase media acomodada 
manifestaban su apoyo incondicional. Las nuevas disposiciones a favor del campesinado 
provocaron una confrontación entre estas dos clases sociales. Con la República, incluso la 
guardia civil, cuyo jefe era Sanjurjo, pareció eclipsarse. Además, el intento de modificación 
en ámbitos delicados como la educación, al concebir implantar un sistema laico, el divorcio 
permisible, la secularización de cementerios y hospitales, todo esto, junto con una posible 
reducción de órdenes religiosas, perfila un choque entre la República y la institución 
religiosa. Hasta 1931, la enseñanza religiosa fue obligatoria en las escuelas laicas, puesto 
que a partir de ese momento el Gobierno decreta que sólo con el requerimiento de los 
padres, los hijos podrían llevar tal educación religiosa. Se fraguaba para la institución 
religiosa el plan para separar la Iglesia del Estado. Aunque sólo minorías de jóvenes fueron 
los que perpetraron el incendio de conventos en Madrid. 
 Estos hechos produjeron desasosiego y sin embargo, pudieron permanecer velados 
para la jerarquía media en España puesto que no se recurrió de inmediato a la guardia civil, 
sobre todo por la consideración tenida de ésta por los socialistas al considerarla enemiga del 
pueblo. Las tendencias religiosa y anticlerical sostuvieron aún más posturas inflexibles: el 
Gobierno consideró como persona non grata al cardenal Segura, arzobispo de Toledo, 
primado de la jerarquía eclesiástica en España. Ante tal acusación, el cardenal optó por salir 
de España rumbo a Roma. El problema religioso se infiltró en las entrañas mismas de la 
política española, donde permaneció de manera latente. 
 Se consideró también relevante, por las continuas inclusiones que llegó a tener el 
ejército con sus pronunciamientos, las reformas militares llevadas al cabo por el ministro de 
la Guerra, Manuel Azaña. De 16 divisiones militares existentes Azaña las disminuyó a sólo 
ocho divisiones, redujo también a un año el servicio militar obligatorio y suprimió la 
categoría de capitán general, ofreció a los oficiales retirados la paga correspondiente a su 
servicio activo dentro de las filas; todo ello, junto con el cierre por parte del Gobierno de la 
Academia General Militar de Zaragoza, despertó el recelo de oficiales antirrepublicanos. 
En este mismo contexto, Azaña, al no poder regular o disolver la guardia civil, conformó la 
guardia de Asalto, como complemento de seguridad republicana. El nuevo régimen 
significó una desestabilización económica al quedar Indalecio Prieto, de tendencia 
socialista, como ministro de Hacienda. Esto llevó, aparte de una fuga de capitales, a la 
cancelación de un préstamo que el Gobierno Monárquico hubiera podido negociar. El 
espectro del poder financiero confrontó de esta manera a la República. Se motivó entonces 
la convocatoria para la elección de unas Cortes Constituyentes programadas para el 28 de 
junio. De estas votaciones, las tendencias izquierdistas resultaron beneficiadas por el caos 
de confusión que prevaleció y por la poca estabilidad política entre las diferentes posturas. 
Aun así, las Cortes Constituyentes lograron un paso importante al incluir representantes de 
todas las facciones políticas junto con ideologías intelectuales encontradas. 
 
 Aunque con un clima político aparentemente benévolo, poco antes de la 
conformación de las Cortes Constituyentes hubo manifestación de huelgas por trabajadores 
de la Telefónica y miembros de la CNT con la intención de desestabilizar las posturas 
socialistas de la incipiente República en quien percibieron una rigidez inexpugnable similar 
a la de la Monarquía. Este incidente propició la intervención de parte del Gobierno, el cual 
utilizó la artillería y patrullaje en Sevilla, donde los anarquistas, al apoyar a los obreros de 
la Telefónica, lograron la huelga general. A la República esta huelga sofocada le significó 
muertos y heridos y una enemistad latente con los anarquistas. 
 A pesar de estos sucesos, quedó conformada la Carta que mostró a una República 
incluyente y con línea de apertura hacia las cuestiones políticas, con una total inclinación 
laicista y descentralizada. La figura del presidente, aunque restringida en el uso del poder, 
debía sin embargo, ser moderada. Su función la desempeñaría durante un periodo de seis 
años sin pretender al término de este lapso la reelección inmediata. El presidente elegido 
tenía la facultad de disolver la cámara hasta por dos veces y la obligación de justificar esta 
decisión y, para corroborarla, un Tribunal de Garantías tenía la función de corregir toda 
anomalía constitucional. Se avanzó con el sufragio universal dado a mujeres y soldados. No 
había en la Constitución la declaración de una religión oficial. Todo un debate ocasionó el 
artículo 26 que pretendía la eliminación, al cabo de dos años, del presupuesto designado 
para el sostenimiento del clero; así como el imperativo que señalaba a la gran cantidad de 
órdenes religiosas la obligación de empadronar sus pertenencias, inversiones e ingresos, 
con la subsiguiente declaración de impuestos; por último, la retención de tales pertenencias 
siempre y cuando demostraran su necesidad para sus respectivas funciones. La aprobación 
del artículo 26, ocasionó la dimisión de Niceto Alcalá-Zamora como presidente del Consejo 
de Ministros junto con el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, ambos católicos. 
Manuel Azaña fue quien insistió con ahínco en la aplicación del artículo 26 pues lo 
consideró necesario para dotar a la joven República con un perfil de mejoramiento social, 
lo cual lo postula como líder de republicanos liberales, socialistas y anticlericales y queda, 
después de aceptar nuevamente el cargo a la presidencia de Gobierno, Niceto Alcalá-
Zamora, como primer ministro. 1931 terminó con un Gobierno que contó con el respaldo 
plural de republicanos liberales y socialistas, confrontó monárquicos y católicos, encaró 
adversidades anarquistas y asumió la desilusión de intelectuales. Más importante fue la 
conciliación debida en la que la República tuvo que ahondar, pues la presidencia la ocupaba 
un católico declarado. 
 De octubre de 1931 a septiembre de 1933, Azaña dirigió la jefatura de Gobierno y 
mantuvo la aplicación del artículo 26. Se aprobaron, en enero de 1932, tanto la 
secularización de cementerios como la permisión de divorcio. Pero el conservadurismo 
recalcitrante apuntaló desde la gran mayoría de las clases sociales, cuya base moral fue 
ejercida mediante la intervención de la Iglesia católica, con la concepción del matrimonio 
como un sacramento, es decir, como el hecho religioso que santifica a quien lo recibe con el 
correspondiente aumento de la gracia de Dios. En materia educativa, tanto la educación 
pública como la privada tenían que adecuarse, según la pretensión católica, a la instrucción 
de la Iglesia. Como respuesta, en enero de 1932, Azaña determinó la disolución y 
confiscación de propiedades de la Compañía de Jesús al considerar perniciosa su influencia 
educativa y el poder que significaba la acumulación de su riqueza. Este acontecimiento se 
entendió internacionalmente como la expulsión de los jesuitas. A pesar de estos obstáculos, 
la finalidad de la República fue la de estructurar una España donde la construcción de 
escuelas primarias fuera una tarea primordial con la firme intención de reducir el índice de 
analfabetismo que, en 1931, acusó del 30 al 50 por ciento en el país. A esta tarea se 
encomendó a Marcelino Domingo como ministro de Instrucción Pública y a Rodolfo Llopis 
al frente de la dirección de Enseñanza Primaria. Sin embargo, estos intentos de renovación 
y apertura en el ámbito educativo se vieron acaparadospor la cada vez más obstruccionista 
confrontación laico-religiosa. 
 Para marzo de 1932 el Gobierno republicano encaró otro gran problema: la cuestión 
del ejército. Un plazo de seis meses dictaminó el Gobierno para enviar a reservas a aquellos 
generales sin nombramiento. El Gobierno utilizó esta medida para complementar parte de 
las reformas que buscaban reducir el cuerpo militar al asignar sólo los puestos que 
verdaderamente se requerían. Como medida precautoria, más importante aún, estas 
determinaciones obedecieron a la exclusión de aquellos generales inconformes con la 
instauración de la República, los cuales, además, se vieron implicados en la sublevación 
militar de 1936: Emilio Mola, Orgaz, José Millán Astray, González de Lara y Saliquet 
fueron parte del pronunciamiento. Esta inconformidad se acentuó debido a que la 
jurisdicción que anteriormente había pertenecido a los tribunales militares pasó a manos de 
tribunales civiles mediante la conformación del Cuerpo jurídico, integrado por abogados 
civiles, instrumentados para intervenir en materias militares y dotar así al Tribunal 
Supremo como la más alta instancia que ejerciera apelaciones tanto en casos militares 
como civiles. Vincular a futuros profesionistas civiles liberales y al mismo tiempo iniciar 
una ruptura de castas militares, fue lo que se propuso el Gobierno para la conformación de 
una sociedad más heterogénea. En el ámbito público se dependía aún de la guardia civil, 
fuerza policíaca militarizada cuyo director a nivel nacional era, invariablemente, un general 
de ejército. Su función rebasaba la intención de dotar de seguridad al país, pues con la clase 
emergente de los anarquistas, desde la segunda mitad del siglo XIX, se convirtió en una 
fuerza opresiva para quienes se llegaron a sublevar contra el régimen monárquico. Los 
miembros de la guardia civil se auspiciaban en órdenes que les permitían disparar a 
quemarropa al utilizar de manera discrecional la ostentación que les confería el anonimato 
previsto para esos casos. El jefe de la guardia civil en 1931 fue José Sanjurjo que, como 
amigo íntimo de Primo de Rivera, intervino para lograr la sucesión pacífica de poderes al 
aconsejarle al rey el retiro después de las elecciones municipales. Pero su actitud anterior a 
la República, siempre fiel a la Monarquía, dejó una estela de acrimonia en la población 
civil. Al finalizar diciembre de 1931, en Castilblanco, se declaró una huelga por parte de la 
Federación de Trabajadores de la Tierra donde intervino, aunque de manera pacífica pero 
negándoles el derecho a la convocación de huelga campesina, la guardia civil. En esta 
confrontación hubo intentos de negociación que resultaron infructuosos. En el momento de 
las negociaciones en la Casa del Pueblo, hubo insultos a cuatro miembros de la guardia 
civil, algunas mujeres intentaron introducirse y, al impedirlo, uno de los guardias al 
disparar provocó la iracundia de la multitud que reaccionó primero, golpeándolos para 
después lincharlos. Se interpretó el asesinato como la derivación inevitable de condiciones 
sociales infrahumanas. 
 A pesar de este antecedente, en enero de 1932, se produjo otro choque, esta vez ente 
trabajadores y la guardia civil en la ciudad de Arnedo. Una comitiva de trabajadores 
arnedanos solicitó la reunión con los patronos. La muchedumbre que acompañaba a esta 
comitiva empezó a denostar a la guardia civil en cuanto hizo acto de presencia. El 
nerviosismo se apoderó de la guardia civil, la cual disparó y mató a seis personas, entre 
ellas un niño. La intervención de Azaña se convirtió en un punto de suma importancia pues 
el campesinado optó por la vinculación al movimiento obrero dejando a la deriva a la 
República. Estos actos indignaron a la opinión pública y las Cortes pidieron la destitución 
del general José Sanjurjo que fue reemplazado un mes después por el general Cabanellas. 
 En el ejército, ante estos embates por parte del Gobierno, se produjeron a su vez 
incidentes que perfilaron una clara división entre tendencias cada vez más acusadas de 
monárquicos y republicanos con motivo de la revisión militar en 1932 en la guarnición de 
Madrid en Carabanchel donde Julio Mongada, coronel de infantería, contrapuso al grito de 
“¡Viva España!” proferido por Goded, jefe del Estado Mayor y apoyado por el general 
Villegas al mando de la primera división, un “¡Viva la República!”, con lo cual se 
evidenció la pugna interna en el ejército, la que continuaría durante el pronunciamiento de 
julio de 1936, puesto que tanto Goded como Villegas fueron parte de dicha sublevación. 
Este caso fue llevado a los tribunales donde se tomó la resolución de destituir tanto a 
Mangada como a Villegas, dimitiendo también de su cargo el general Goded, jefe del 
Estado Mayor Central a quien el Gobierno de Azaña sustituyó por el general Carlos 
Masquelet. 
 Un deseado proyecto que aludió a Cataluña, la parte más industrializada y 
urbanizada de España, como un Estado autónomo pero dentro de España, sugería para el 
Gobierno de Azaña, al aprobarlo, la posibilidad de consolidar la unión española mediante 
pactos no militares. A punto de elaborarse el estatuto, aconteció la primera sublevación 
militar contra la República dirigida por el general y exjefe de la guardia civil José Sanjurjo. 
Con esta medida el Gobierno de Azaña ganó prestigio y aceleró la aprobación del estatuto 
de autonomía para Cataluña. Así, el catalán y el castellano fueron declarados idiomas 
oficiales. 
 En el ámbito económico, empezaron a darse las fugas de capitales. Los centros 
financieros expresaron incredulidad hacia las modificaciones proclamadas desde la 
perspectiva de un jefe de Gobierno de tendencia socialista aunado a la conformación de 
unas Cortes en las que hubo mayoritariamente socialistas y republicanos venidos de las 
jerarquías medias de la sociedad española. Para evitar un mayor descontento en las clases 
campesinas, la necesidad de una reforma agraria cobró importancia cardinal. Esta finalidad 
se dispuso aplicar Largo Caballero, como ministro de Trabajo. Las Cortes decretaron una 
ley de jurados mixtos que se encargaron de cuestiones salariales y contratos de trabajo en 
los ámbitos industriales y de agricultura. Estos jurados, con el asesoramiento de Largo 
Caballero, pretendieron reducir la concentración de poder y riqueza que tenían los caciques 
para dar una mejor distribución de bienes a los socialistas. Pero ante esta medida, diputados 
republicanos mostraron oposición ante la posibilidad de que extensas fincas fueran 
confiscadas por el Gobierno por el consiguiente pago de impuestos que se derivarían de 
tales medidas. Argumentaron la necesidad de que una clase de campesinos, dueños de la 
tierra en donde se habían desarrollado latifundios, emergiera. Por otro lado, otro grupo 
socialista abogó por una respuesta sostenida colectivamente, esto es, querían que la 
tecnología actual estuviera en manos de grupos campesinos antes de quedar en unas cuantas 
manos privilegiadas. Todo esto derivó a que en septiembre de 1932 se autorizara la 
expropiación de tierras que habían pertenecido a la nobleza con la intención de trabajarlas 
tanto colectiva como individualmente. Por el grado de incertidumbre en el que se vieron 
envueltos los campesinos más pobres en relación con la certeza de adquirir finalmente o no 
las tierras, este decreto de ley no produjo satisfacción en ninguno de los sectores 
campesinos. 
 Con la promesa de un estatuto de autonomía, la industria vasca convino en apoyar a 
la República pero, cuando el acero vasco reportó dificultades, debidas, en parte, a que ya no 
subvencionaban con este material la guerra con Marruecos (1907-1927) junto con las 
condiciones de crisis mundial y la discontinuidad por parte del Gobierno al no proseguir la 
extensión ferroviaria optando por el uso de camiones, medida expresada por Indalecio 
Prieto como ministrode Hacienda de Gobierno; los industriales vascos principalmente 
culparon entonces a la República. La relación mantenida entre vascos y República no dejó 
de mantenerse sin un dejo de desconfianza y prevaricación. En otro frente, los ferroviarios, 
en un principio coordinados desde la UGT y después con el influjo de la CNT, 
manifestaron con huelgas, peticiones de aumento de salarios y horario de ocho horas de 
labor. Indalecio Prieto logró la concesión, junto con las ocho horas laborables, condiciones 
de mejoría para el gremio ferroviario, pero aun así no dejó de levantar sospechas de 
componendas con los capitalistas. Prosiguiendo el intento de renovación de infraestructura 
social, Prieto, ya al frente del ministerio de Obras Públicas, complementó el plan hidráulico 
iniciado desde la dictadura de Primo de Rivera. Los regadíos y centrales eléctricas 
constituyeron para Prieto una solución que no implicaba más descontento social. También 
se dio a la tarea de crear terminales subterráneas en Madrid y Barcelona. Pero las Cortes 
expresaron su desasosiego al preguntarse cómo lograrían la estabilidad del presupuesto. 
Esos proyectos, vistos desde la oposición, sólo representaron un despilfarro, acaso 
utilizables en un futuro no cercano. Para 1933, se debatía la intención de nivelar el 
presupuesto y los planes de edificación costeados por un Gobierno al que cada vez más la 
oposición señalaba inquisitivamente. La incipiente República confrontó diversos espectros 
políticos que al acumularse precipitaron su fractura interna encaminándola a su declinación. 
Sin embargo, se dio la estabilidad en la economía española de 1931 a 1935, mediante los 
aumentos salariales, la adquisición, por los bajos precios, de la alimentación, las industrias 
textiles y eléctricas reportaron equilibrio de producción y expansión. Se acrecentó la 
edificación de escuelas, viviendas y finalmente, el déficit del presupuesto marcó índices 
menores a los logrados durante la dictadura de Primo de Rivera. 
II 
Acontecimientos inmediatos a la irrupción de la Guerra Civil española 
Pese a los logros alcanzados por las iniciativas republicanas, hubo confrontaciones 
instigadas desde instancias de derecha e izquierda. El antecedente de la guardia civil 
significó para los republicanos la resolución de no proseguir con esos métodos de represión 
que, constituyeron ante todo, el anacronismo e incapacidad para la aplicación de la fuerza 
que lograra el mantenimiento de la seguridad. Contrariamente, la República supuso 
acciones que no derivaran en violencia o intervenciones que implicaran la discrecionalidad 
de la policía que fue creada bajo este perfil: la guardia de Asalto, instrumento de vigilancia 
cuya lealtad debida al Gobierno republicano debía estar asegurada. Aunque esta policía 
estuvo destinada a la disolución pacífica de intentos de supuesta subversión, no dejaron de 
presentarse casos en los que indicios de comunismo libertario en Barcelona, Sevilla, 
Aragón y Andalucía motivó el uso, por parte de la guardia de Asalto, de armas de fuego, lo 
que provocó heridos y la muerte de varios manifestantes. En este espectro de violencia se 
vislumbraron reacciones que se tensarían provocando conatos de confrontaciones 
perjudiciales para la vida política y social del país. El perfil, político español, hasta este 
momento, señalaba que 
La dictadura había gobernado sin transformar. La República quiso transformar y 
gobernó difícilmente. Por lo menos en los dos años de su existencia, abordó todos los 
grandes problemas. Las Cortes Constituyentes, elegidas en junio de 1931, 
presentaban una mayoría republicana y socialista muy coherente: la orientación 
reformadora parecía asegurada.1 
 
Los intentos por declarar la total autonomía crisparon la tensión acumulada en Andalucía, 
en el pueblo de Casas Viejas, lugar en el que se registró un intento por cercar un fortín de la 
guardia civil. Para impedir tal acometida, la guardia de Asalto auxilió a la civil sitiando, 
primero, a un grupo de anarquistas, para después matarlos y finalmente quemarlos para 
escarnio de futuros indicios de sublevación. Tanto liberales como gente de izquierda 
tergiversaron aún más este acontecimiento con la clara intención de desprestigiar el papel 
desempeñado por el Gobierno de Azaña quien, posteriormente, fue acusado de ordenar tal 
matanza. Ante la opinión pública, este acontecimiento se convirtió en un lastre moral para 
la República que derivó en una carga de repudio antirrepublicano. Además, la República no 
contó con una clase media que se integrara a la problemática política y despertó más 
simpatías un discurso inmediato para el pueblo de las masas, como el obrerismo 
demagógico enunciado por Alejandro Lerroux, desde las filas del Partido Republicano 
Liberal, que la intelectualidad esgrimida por Azaña. Para la elecciones municipales de 
1933, a pesar de haber mantenido la mayoría los republicanos, hubo triunfos en el bando 
monárquico mientras que los radicales superaron a los socialistas. 
 Nuevamente Azaña, ahora con más tiento, abordó el problema de la enseñanza. 
Apoyado por unas Cortes anticlericales, se decretó el cierre de las escuelas secundarias y 
primarias religiosas al principio de 1934. El Gobierno previno de esta manera una posible 
sublevación religiosa que desestabilizara aún más a la República. Pero la Iglesia argumentó, 
con presiones, que trataron de reivindicar el fuerte vínculo que con la tradición llegó a 
 
1 Pierre Vilar, Historia de España, 28.a edición, Barcelona, 1990, p. 125. 
mantener inseparables a ella, como institución nodal y a la monarquía, como basamento 
jurídico-político. Con el nombramiento del obispo de Tarazona, Isidro Gomá y Tomás, y 
mediante una postura cautelosa y aparentemente conciliadora de éste que, sin embargo, 
reivindicaba la educación religiosa por parte de la Iglesia católica, logró que el presidente, 
Niceto Alcalá-Zamora, disolviera las Cortes y convocara a nuevas elecciones antes del 
primero de octubre, fecha en la que el Gobierno tenía la resolución de cerrar dichas 
escuelas. La actitud del obispo, y luego cardenal Isidro Gomá y Tomás, se vuelve cada vez 
más extrema e irreconciliable para con todo lo que significara ruptura con los valores 
tradicionales que profesaba la Iglesia. En el libro de José M. Gallegos Rocafull, La pequeña 
grey, testimonio religioso sobre la guerra civil queda de manifiesto la tendenciosa manera 
de considerar las ideologías contrapuestas a la que profesaba la fe católica en dos discursos 
que da Gomá en Budapest con motivo del “Congreso Eucarístico que allí se celebró”: 
Porque conviene que sepáis que España está dividida en dos campos. En el uno 
reinan Dios, la Virgen, la Eucaristía, la civilización cristiana. En el otro, el odio, el 
crimen, el asesinato y todas las potencias del demonio. Hay que llevar las 
hostilidades hasta el fin y obtener la victoria con la punta de la espada. ¡Que los rojos 
se rindan puesto que ya están vencidos! No puede haber otra paz que la impuesta por 
las armas, consigna que vocifera con el derecho de saberse protegido. Me satisface 
poder deciros que hasta ahora nosotros estamos perfectamente de acuerdo con el 
gobierno nacionalista, que no da un paso sin consultarme y obedecerme.2 
 
 Con una inclinación cada vez mayor hacia la derecha, Alcalá-Zamora intentó 
destituir al republicano Manuel Azaña para que ocupara el cargo el radical Alejandro 
Lerroux, “«republicano histórico», antisocialista, demagogo de otros tiempos y ahora 
arrepentido, a quien adoptaba todo un sector prudente de la opinión”,3 pero ante la 
imposibilidad de éste de ingresar en filas socialistas, quedó la coalición que había 
conformado Azaña. Otra de las cosas que causó intranquilidad dentro de las filas 
 
2 José M. Gallegos Rocafull, La pequeña grey, México, Jus, 2005,pp. 140 y 141. 
3 Pierre Vilar, Op. Cit., p. 131. 
socialistas, fueron los decepcionados sindicatos de la UGT y la CNT. La ley agraria sólo 
significó para muchos agricultores que militaban en la UGT una desilusión que intentaron 
modificar para convertirla en la supresión del apoyo dado a la República. La CNT, como 
federación obrera, ya había dado muestras de desapego republicano y entre ambas 
federaciones y el Comité de Reconstrucción también existía rivalidad y se disputaban el 
control en Sevilla, la capital de Andalucía. 
 Como presidente de las Cortes y como dirigente de la UGT, Julián Besteiro trató de 
apaciguar los ánimos de los embates previstos de las izquierdas sin conseguirlo por la 
decisiva opción que tomaron trabajadores ugetistas al convertirse junto con los radicales, en 
oposición. Parecía que el arribo de Alejandro Lerroux al frente del Gobierno fuera 
inaplazable pero nuevamente la oposición socialista lo impidió y el presidente de la 
República al disolver las Cortes, convoca a nuevas elecciones. 
 De estas nuevas elecciones, emergió como fuerza significativa la Confederación 
Española de Derechas Autónomas (CEDA) cuyo fundador, Ángel Herrera, apoyó desde las 
columnas del periódico El Debate, la estructuración del partido Acción Popular que dirigió 
José María Gil Robles y que al igual que los demás partidos que conformaron la CEDA 
mantuvieron un mismo perfil: sostener la protección a favor del clero y contra los embates 
de las Cortes Constituyentes. Otros dos partidos, de marcada inclinación monárquica, 
fueron los tradicionalistas y Renovación Española, creada por Antonio Goicoechea; ambos 
partidos advirtieron la necesidad de una Monarquía autoritaria cuyas bases 
institucionalizadas fueran la religión junto con la tradición. También en 1933 se registraron 
acciones de partidos con tendencias fascistas. Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo 
Ortega estructuraron desde 1931 las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) que 
aunque dentro del ámbito político no presentaron candidaturas para la conformación de la 
Cortes Constituyentes, no dejaron de representar el deseo del regreso de la perdida 
grandeza española y acusando el antiliberalismo, antimarxismo, antisemitismo, estado de 
protección y la vuelta a las más sagradas y emblemáticas tradiciones españolas. La Falange 
Española; de la misma manera que las JONS, no presentó candidaturas a las Cortes y, sin 
embargo, uno de sus dirigentes, José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador, logró 
proyectar su encendido entusiasmo entre parte de la juventud. Con este panorama político, 
el 19 de noviembre de 1933, los grupos de derecha obtuvieron un triunfo en relación con 
los partidos representados por Azaña y Marcelino Domingo, mientras que los socialistas 
quedaron reducidos a sólo la mitad de su conformación. La CEDA quedó como el mayor 
partido minoritario de la cámara en tanto el Partido Radical logró despertar simpatías y 
apoyo de la clase media urbana que expresaba su anticlericalismo y chocaba con las 
concepciones socialistas. La coalición republicano-socialista manifestó de esta manera una 
fractura en el seno mismo de su representatividad. Estas elecciones indicaron una fuerte 
tendencia de las derechas al mismo tiempo que la incursión del voto católico y, al margen 
de la disputa política, el anarquismo. 
 Al frente de las dos minorías con peso dentro de la cámara quedaron Alejandro 
Lerroux, por el Partido Radical, y José María Gil Robles como dirigente de la CEDA. Ante 
la disyuntiva de la presidencia por la entrega del Gobierno, Alcalá-Zamora optó por 
entregárselo a Lerroux al considerarlo menos intransigente que el partido de la CEDA y, 
más aún, a su dirigente, Gil Robles, quien mostró indicios de afición fascista al organizar 
mítines con cargas simbólicas y visitar, como influjo ideológico, Alemania. Lerroux 
manifestó el deseo de pacificar y reformar básicamente la ley laboral y los embates hacia la 
institución de la Iglesia. Pero durante el primer mandato al frente del Gobierno que fue de 
noviembre de 1933 al mes de abril de 1934, las determinaciones dependieron de los 
partidos tanto monárquicos como procedentes de la CEDA. Las consignas de estos partidos 
confrontaron la laicidad y la propia Constitución, fundamento republicano. Las anteriores 
leyes abordadas por las primeras Cortes quedaron abandonadas: la ley de Congregaciones, 
el problema de las escuelas religiosas, que siguieron funcionando con normalidad, y la 
reforma agraria. Además hubo baja de salarios agrícolas acrecentando con estas medidas el 
descontento dentro del ámbito rural. 
 En lo referente la Iglesia, se le devuelven las propiedades confiscadas mediante una 
aprobación proveniente de las Cortes. Ante esta vuelta de medidas monárquicas, Azaña, y 
su partido Acción Republicana e Indalecio Prieto, comenzaron a reforzar, mediante uniones 
partidistas con los radical-socialistas dirigidos por Marcelino Domingo, la postura de las 
izquierdas al conformar Izquierda Republicana. En Alemania, Hitler ocupó el poder y los 
republicanos consideraron la posibilidad de que los conservadores contribuyeran a la 
desestabilización de la República y su legislación constitucional, influjo teórico recogido de 
la Constitución Republicana Alemana. 
 En el contexto laboral, la CNT organizó una huelga general en Zaragoza, bastión del 
anarcosindicalismo, centro de operaciones de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y 
hogar de los dirigentes Ascaso y Durruti. De Buenaventura Durruti, en el libro de Hans 
Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía vida y muerte de Durruti, se lee: 
Este obrero metalúrgico había luchado por la revolución desde muy joven. Había 
participado en luchas de barriadas, asaltado bancos, arrojado bombas y secuestrado 
jueces. Había sido condenado a muerte tres veces: en España, en Chile y en Argentina. 
Había pasado por innumerables cárceles y había sido expulsado de ocho países […] la 
revolución no debía acabar en la dictadura de un partido, y que la nueva sociedad 
debía organizarse desde abajo hacia arriba, y no decretarse desde arriba. De allí que 
los anarquistas no podían conformarse con los resultados de la Revolución Rusa.4 
 
 
4 Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía, vida y muerte de Durruti, Barcelona, 
Anagrama, 1998, p. 13. 
La huelga tuvo una duración de seis semanas y la consideraron parte del poder que 
mantenían junto con la clase obrera y su consabida finalidad de lograr el comunismo 
libertario. Otras ciudades obreras se suman a esta huelga en la que hay seiscientos mil 
hombres entre los cuales cuatrocientos mil de ellos son campesinos. Por la reorganización 
de los jurados mixtos que ordenan abandonar tierras anteriormente ocupadas, la derogación 
de la ley que expropió grandes extensiones de tierra pertenecientes a monárquicos y, 
finalmente, por la supresión de las leyes de arrendamiento y la baja de salarios, los 
campesinos reaccionan con una huelga de cosecha. Finalmente interviene el Gobierno y la 
huelga cesa; hay muertos y las hostilidades crearon sentimientos de decepción. Entonces, 
coaliciones obreras empezaron a perfilar su fuerza pues fue evidente que las filas de la 
extrema derecha consiguieron aumentar adeptos. 
 Otra conformación de derecha surgió con la unión de la Falange y las JONS: la 
Juventud de Acción Popular (JAP); considerada una organización juvenil de la CEDA. Gil 
Robles aumentó la presión de las derechas mediante una gran concentración en el Escorial 
donde dejó entrever la fuerza y determinación de las posturas de quienes lo respaldaban. 
Alejandro Lerroux, aunque bajo la presión de la derecha, no la consideró para formar parte 
de su gobierno. El presidente no dejó de mostrar su inquietud por la atmósfera cada vez 
más enardecida de partidos y asociaciones políticas de izquierda y derecha.El asunto se 
agrava cuando las Cortes consiguieron aprobar un decreto de amnistía al pronunciamiento 
del general Sanjurjo de 1932 mientras que el Gobierno pretendió restablecer el castigo de la 
pena de muerte. Por la indecisión misma dentro de la Constitución, el presidente se opuso a 
la reintegración al ejército de los oficiales sublevados pero concedió al mismo tiempo, bajo 
el argumento de una “segunda consideración”, la promulgación y aplicación de la amnistía. 
Lerroux, ante esta determinación presidencial, dimite en su cargo y cede el mando a 
Ricardo Samper. 
 Con la muerte del general Macià, en diciembre de 1933, quedó líder de la Esquerra, 
la izquierda catalana, el republicano de izquierda Luis Companys. Con las elecciones 
municipales se confirmó una presencia mayoritaria de las izquierdas en Cataluña. Madrid 
fundamentalmente en la derecha, se convirtió en la antítesis de la izquierda catalana. En 
abril de 1934, el Tribunal de Garantías, como parte del Gobierno que dirige Samper, anula 
una ley de contratos de cultivo bajo la presión de propietarios de la tierra, es decir, 
terratenientes, que denuncian como anticonstitucional una ley aprobada por la Generalitat, 
en la que arrendatarios podían adquirir la tierra si lo consideraban benéfico a sus intereses. 
Esta derogación de ley significó una reivindicación del poder centralista conservador en 
contra del regionalismo y la pretendida reforma agraria. Aunado a esto hubo una fuerte 
represión a los trabajadores agrícolas por parte de Salazar Alonso, como Ministro de 
Gobernación y acérrimo enemigo de los socialistas. 
 El gabinete Samper, ante el tropel de complicaciones y su manera indecisa de 
hacerles frente, cayó para ocupar nuevamente el cargo Lerroux quien, en esta ocasión, con 
la demanda hecha por Gil Robles, admitió la entrada a su gobierno a integrantes de la 
CEDA. Surgieron inmediatamente protestas airadas de Manuel Azaña, Diego Martínez 
Barrio, Felipe Sánchez Román y Miguel Maura mientras que los socialistas y la UGT 
organizaron una huelga general en toda España. Y como refuerzos de desacuerdos masivos, 
acometieron las revoluciones de Cataluña y Asturias en octubre de 1934. Companys, el 
sucesor de Macià en la Generalitat, dirigió una huelga general en la que conspiraron 
comunistas disidentes, la juventud nacionalista catalana, la UGT y el CADCI pero sin el 
apoyo contundente de la CNT por sugerencia de Dencàs, consejero de Gobernación de la 
Generalitat, de que no formara parte de la huelga la FAI. Companys proclamó la autonomía 
de Cataluña dentro de la República pero sin el éxito esperado, pues la unidad obrera en 
Barcelona estuvo disociada y los obreros no fueron armados. Al frente de la guarnición, el 
general Batet logró la rendición de los sublevados quienes se atrincheraron en centros 
estratégicos. No hubo consolidación de una huelga de masas. Para la derecha, en Madrid, 
esto consolidó el prestigio de Lerroux, mientras que Gil Robles se pasa a la República. 
 En la revolución de Asturias, por el contrario, sí hubo unidad y los obreros pudieron 
armarse. Junto con mineros socialistas y comunistas los anarquistas de Gijón se lanzaron a 
la rebelión el 5 de octubre teniendo como centro de operaciones las minas de Mieres. Los 
insurrectos lograron tomar los cuarteles de la fuerza pública así como también fábricas de 
armas localizadas en Trubia y la Vega. Los trabajadores mineros se apoderaron de Oviedo, 
sin embargo, la cuidad se vio aislada por el ejército y la guardia civil que se adentraron por 
los puertos situados en las montañas. El general López Ochoa apresuró a su ejército 
marroquí para que presionaran a los revolucionarios y éstos, viéndose sitiados, se 
dispersaron por montañas y el caserío. El conflicto duró 15 días. Los alzamientos de 
Asturias y Cataluña, fueron expresiones colectivas cuya contundencia dejó mostrar la 
negativa de liberales de clase media e izquierdistas revolucionarios al arribo de la CEDA al 
Gobierno. En ambas revoluciones hubo comportamientos sintomáticos que se repetirían ya 
durante la guerra civil de 1936: la utópica consigna revolucionaria que esgrimió como 
método un terror aplicado, la sistematización de la represión por parte de las fuerzas 
institucionales, desconcierto y abatimiento de una izquierda moderada y como 
complemento la venganza exaltada de las derechas. La represión se aplicó y los “…focos 
revolucionarios fueron bombardeados, la legión extranjera y los regimientos moros bajo el 
mando del joven general Francisco Franco sometieron a los trabajadores asturianos. La 
represión fue espantosa. A fines de 1935 había más de treinta mil presos políticos en las 
cárceles españolas”.5 
 Los acontecimientos de octubre derivaron en una fuerte reacción social, hubo 
despido de obreros, los salarios disminuyeron su poder de adquisición, se suspende una vez 
más la reforma agraria, en Cataluña, al expulsar a los arrendatarios, la medida se toma 
como represalia, se indemnizó a los dueños de las tierras expropiadas en 1932 y los 
campesinos ante esta medida se unieron masivamente al Frente Popular. El presidente 
Alcalá-Zamora formó, en 1935, un gabinete centrista con la intención de disolver el 
Parlamento y convocar a nuevas elecciones ya que no estimó las posturas que había tomado 
Lerroux. Los conflictos de octubre fueron tomados por el presidente como una medida 
precautoria al salvar a los jefes de la sublevación, sin embargo, llegó a ejecutar a los 
subordinados. Lerroux y las derechas no escatimaron teóricamente la aplicación férrea de la 
ley para los insurrectos. La petición se volvió reversible y la carga de persecución y 
linchamiento en contra de los revolucionarios que habían padecido los conflictos, signó a 
quienes la promovieron; el aparato de la represión, materializada en la guardia civil y los 
moros se convirtieron en la mancha indeleble que dejó el Gobierno Lerroux y la derecha. 
Precisamente “Las derechas habían esperado utilizar la crisis asturiana no sólo para ejecutar 
a los jefes socialistas, sino también para desacreditar a los republicanos de izquierda”.6 El 
descrédito de volvió mayor cuando se descubrió en el bando que formaba parte del 
gobierno de Lerroux la evidencia de soborno en un juego de azar y, por otra parte, se criticó 
duramente el alto resarcimiento en un asunto colonial. A este periodo del Gobierno se le 
adjudicó el nombre de un juego de ruleta amañado: el estraperlo. Por último, aunque Gil 
 
5 Ibíd., p. 75. 
6 Gabriel Jackson, La República española y la guerra civil (1931-1939), Barcelona, Orbis, 1979, p. 157. 
Robles había aceptado la República y era bien mirado por los monárquicos y los fascistas le 
aplaudían su parlamentarismo, no dejó de levantar sospechas en el flanco de los 
republicanos. Al frente del Ministerio de Guerra y con Francisco Franco como jefe del 
Estado Mayor Central, era más que evidente el peligro que para la izquierda significaba 
esta fortificación, aunada, a ojos vistas, al ímpetu con que Gil Robles era visto por las 
juventudes fascistas cada vez más soliviantadas. 
 Con este trasfondo, las elecciones del 16 de febrero de 1936 ofrecieron un alto 
índice de popularidad para Azaña, y, apoyado por partidos de izquierda y sindicatos, logró 
el triunfo del Frente Popular. Para los poderes públicos y la derecha, el arrasamiento del 
Frente Popular significó la caída de Gil Robles y Calvo Sotelo en Madrid y Lerroux y 
Cambó en Barcelona. Pero también se empezaron a producir una serie de disturbios en los 
que se trató de argumentar una venganza por las supuestas humillaciones cometidas por la 
derecha y, en varios pueblos, se arremetió contra iglesias y centros de Acción Popular. En 
el ámbito agrario se encendieron nuevamente los ímpetus contenidos al regresar los 
arrendatarios que habían sido lanzados y quienes intentaron proseguir con la reformaagraria. En Toledo y Badajoz se dieron significativas reparticiones de tierra durante tres 
meses y la guardia civil confrontó la iracundia de la población agraria. Otras peticiones, con 
el mismo rigor, se dieron en las ciudades al exigir la libertad de presos políticos que el 
Gobierno de derecha había acumulado con ostentación. La tensión se aceleró con la 
agresión sufrida por el vicepresidente de las Cortes y el asesinato del magistrado. Además a 
diario: 
…ocurrían choques entre los trabajadores de la CNT y la UGT, entre falangistas e 
izquierdistas, entre la guardia civil y los campesinos. Las figuras responsables negaban 
los hechos en un sincero esfuerzo para tranquilizar la opinión pública y proteger el 
prestigio internacional de España. Ciertas regiones, especialmente Cataluña, gozaban de 
mayor orden público en la primavera de 1936 que otras veces en los pasados cinco 
años. Pero en toda España central y meridional la atmósfera de odio de clases era casi 
palpable.7 
 
 Ante la sospecha de conspiraciones por parte del ejército, el Gobierno, ante la 
petición de los comunistas de detener a los generales Goded y Franco, prefirió mandarlos a 
Canarias y Baleares respectivamente. Casares Quiroga, como presidente del Consejo no 
dejó de señalar categóricamente la inminencia de un arribo fascista que quedó sólo como 
rumor. La situación se complicó aún más con el asesinato de José Calvo Sotelo quien en 
1934 fundó el Bloque Nacional de carácter marcadamente fascista. El asesinato lo 
perpetraron oficiales de Asalto quienes cumplieron la venganza de la muerte de uno de sus 
compañeros republicanos. Para ambas muertes hubo manifestaciones de parte de bandos 
con carácter fascista y republicano. Todos estos acontecimientos originaron la sublevación 
militar primero, el 17 de julio, por el ejército de Marruecos y, después, por Francisco 
Franco y Goded el 18 de julio de 1936. Las guarniciones se pronunciaron y se proclamó el 
estado de guerra. 
 
 
 
 
 
 
7
Ibíd.., p. 202. 
CAPÍTULO PRIMERO 
Tradición e influjo familiar en Camilo José Cela 
 
Asimiladas como esencias desde donde discurre la existencia del hombre, lugar y tiempo 
son entidades en las que la discordante alegoría de sus influjos, internos y externos, 
subjetivos y objetivos, sociales e individuales, determinan la trascripción lograda por el 
entendimiento humano, ya en cualquiera de las formas habidas dentro del aprendizaje y 
dictado con base en su socialización. Toda forma de vida humana es ya un reflejo 
incluyente e impostergable de asimilación del entorno natural y comunal, siempre en 
búsqueda al intentar entrañar y desentrañar otras manifestaciones de comunidad. 
 La valoración de lo inmediato, es decir, de lo que se vuelve inteligible, pero además, 
aprehendido, es síntesis de la representación del ser humano que le confiere identidad y 
ubicación de los alcances, primero, vividos, y después, compartidos y referidos. Lo 
acontecido se refiere para que haya transcurrir. Entonces, las vicisitudes humanas pueden 
convocar, a través del mínimo código de interacción que es el saber del otro, a lograr el 
alcance de lo estrictamente temporal, límite acordado por nosotros mismos. La memoria 
puede fungir como la forma, arbitraria las más de las veces, que le da sustento a lo 
experimentado para que sea representado en sus múltiples pulsaciones. 
 El entorno primario, desde el que se empieza a objetivar y subjetivar al mundo, 
cobra una importancia decisiva para, necesariamente, compartir esas vivencias. Nacemos 
siendo lo inmediato. Después de esa interacción inmediata de saber al otro, el lenguaje, 
código cifrado con significado, devela nuestro intento de comunicar lo padecido. Es el 
lenguaje, además, el que nombra muchas veces, lo que, sin embargo, no se ha comprendido. 
El instinto que se despliega en un ímpetu de permanencia, vuelca al hombre apremiándolo a 
la trascendencia del hablar. Desde sus formas atávicas inherentes, el hombre se ha 
procurado el entorno familiar con el que se sepa incluido y, así, con la avidez de proseguir 
la historia. Su historia comprende un conglomerado interminable, acaso por repetitivo, y 
delimitado, por el seguimiento obtuso que se obtiene al recordar. Sabores, olores, colores, 
sonidos, y, sobre todo, personas que le han señalado al hombre lo ya dicho, conforman, al 
mismo tiempo que él lo hace, y dentro de los mismos márgenes de su temporalidad, la 
huella indeleble de sus palabras, y con esto, su conciencia histórica, que logra atemperar la 
desazón de saberse tan fugaz. El hombre se sabe historia pero siempre dentro, y sólo así, de 
su propia historia. Antes acaso que el país, queda para volverse entrañable, la ciudad, villa, 
casa, aldea, pueblo, caserío, cortijo y, muy antes, la madre, padre, hermanos, abuelos. El 
útero que significa el entorno familiar, ya se sabe, pero también se comprueba, será el filtro 
por el cual el niño será el hacedor y, parafraseando a William Wordsworth, padre del 
hombre. Camilo José Cela en la “Introducción a la dictadología tópica” del Diccionario 
popular geográfico de España I (1998), subraya la importancia que cobra el lugar de donde, 
en gran medida, aprendemos a ser lo que seremos: 
Señalamos al hombre nombrando lo inmediato, aquello que ve y que toca e intuye 
propio o semejante (su proximus y su locus natalis), pero desatendido de las nociones 
abstractas y aun de los presentimientos y las sensaciones, esto es, dando de lado a 
todo lo que no fuere él mismo y su prójimo enmarcados ambos en su peculiar parcela, 
en su decorado patrimonial, en el rincón geográfico y humano, e incluso psíquico, 
sentimental y cultural en el que vive, y mecido por su propio instinto y la huella de la 
tradición a la que se debe: hablamos del escenario con el que se funde incluso a 
espaldas de su inabdicable albedrío y aun de su talante.1 
 
 Del topónimo histórico, que, aunque ha existido, por su uso poco frecuente cayó en 
desuso y del topónimo popular creado por derivación léxica, o también por metaplasmo, 
esto es, por transformación, el ayuntamiento de Padrón, al referir el topónimo de su nombre 
 
1Camilo José Cela. Diccionario geográfico popular de España I, Madrid, Noesis, 1998, p.17. 
vincula el origen del mismo con la existencia de las dos piedras localizadas en la vega del 
río Sar. Es a ese lugar al que la creencia popular, junto con la tradición jacobea, atribuye la 
llegada desde Jaffa, ahora zona portuaria del Tel-Aviv-Jaffa en Israel, del Apóstol Santiago 
el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan Evangelista, torturado y decapitado en 
Jerusalén por mandato de Herodes Agripa. Fueron dos discípulos del Apóstol, Atanasio y 
Teodoro, quienes depositaron el cadáver del Apóstol en una barca que lo condujo a 
Galicia, donde enclavó en las márgenes del río Sar amarrada a una de las piedras o pedrón, 
de donde sale, por comodidad fonética, el nuevo nombre de Padrón. Esta piedra es la que se 
puede observar en la actualidad bajo el altar mayor de la iglesia de Padrón. En la otra 
piedra, de acuerdo a las mismas referencias, fue donde se depositó el cadáver del Apóstol al 
salir de la barca que lo llevó a lo largo de su travesía. Después, “…desde Iria Flavia los 
despojos del Apóstol fueron llevados a Santiago en un carro de bueyes facilitado por una 
reina celta, Lupa, y allí enterrados”.2 
 Sin embargo, el primero de los nombres que tuvo este lugar fue Iria, que ya desde el 
siglo I de nuestra era fue considerado un centro urbano significativo al que Roma, 
efectuando la colonización, fijó su interés. Los romanos vieron en esa comunidad indígena 
un cruce favorecido por caminos naturales y su conveniente ubicación al situarse junto al 
mar. Flavio Vespasiano, emperador de 69 a 79 a. de C., funda la dinastía Flavia y convierte 
el lugar en acogedora morada decónsules y pretores romanos. Así se le agrega al topónimo 
de Iria, Flavia, con lo cual queda, Iria Flavia. También, por excavaciones recientes en el 
atrio de la iglesia de Iria, se han encontrado evidencias tales como monedas pertenecientes 
al Imperio Romano, cerámica, vidrios, bronce, y pondos o tinajas que señalan la 
importancia comercial que se había desarrollado en Iria. Pero son las huestes de Almanzor, 
 
2 Ian Gibson. Cela, el hombre que quiso ganar, Madrid, Aguilar, 2003, p.33. 
en 997, quienes arrasan el municipio, teniendo como principal objetivo a Santiago de 
Compostela. Pero antes que Santiago llegara a ser sede episcopal, Iria Flavia, con la 
edificación de la colegiata de Santa María la Mayor de Adina y sus celebradas torres 
resultó un lugar muy estimado al albergar las osamentas de veintiocho obispos irienses 
considerados, además, santos. En este sentido, Camilo José Cela siente la importancia que 
cobra el arraigo de su lugar de origen al enorgullecerse de que debajo de esa colegiata de 
Santa María: “…se encuentran los cimientos de la iglesia de advocación mariana —en su 
inicio catedral― más antigua no sólo de España sino del mundo entero”.3 
 Después de la cristianización, ya convertida Iria en sede en el siglo I y totalmente 
estructurada como tal en el siglo VI, el obispo iriense Teodomiro traslada la sede a 
Compostela, por la razón de que Iria empezaba a ser un lugar demasiado frecuentado por la 
piratería normanda y almorávide. Propiamente, Padrón aparece como burgo poco antes del 
siglo XI. El argumento aduce a que Santiago de Compostela inicia la apertura comercial 
hacia el atlántico. Sin embargo, esto implica las construcciones de fortificaciones que 
atravesaban el río Ulla; lugar por el que ascendían las embarcaciones utilizadas por la 
piratería. De esta manera, al mismo tiempo que Padrón sirvió de trinchera contra tales 
invasiones, se fue conformando una sólida base económica y comercial. Diego Gelmírez, 
arzobispo de este burgo en 1100, estableció una vía comercial de España hacia Europa para, 
precisamente, dotar de mayor estabilidad económica a Compostela, instaló astilleros en 
donde se construyeron naves provistas con espolones de hierro, los cuales tuvieron para 
atracar, el puerto de Santiago o puerto del Apóstol, construido también por órdenes del 
mismo arzobispo y ubicado a orillas del río Ulla, actual Cesures. Se desarrollaron de esta 
 
3 Ídem. 
manera, la industria, la producción agraria y el comercio aunque, durante el siglo XIV se 
vieron afectados por crisis demográficas causadas por las pestes. Aunada a esta crisis, 
ocurre en 1350, por la muerte de Alfonso XI, una nueva crisis dinástica que supone el 
reemplazo de la aristocracia gallega. Esta nueva jerarquía social desestabiliza la proporción 
política y social regulada a través de siglos en Galicia. Como resultado de actos de rapiña 
perpetrados por parte de los nuevos dirigentes y, como respuesta popular y urbana estalló la 
Fusquenlla o también conocida por Guerras Irmandiñas. 
 La edad moderna del burgo de Padrón, que abarca del siglo XVI al XVIII, lo sitúa 
delimitado por una muralla y cinco puertas principales. De la población de entonces, se 
conoce por los censos realizados, una cifra de vecinos que oscilaba de 200 a 210 ubicados 
en la villa, y 600 reconocidos dentro de la zona rural. De esta población, era el clero la 
jerarquía más poderosa, centralizando, por la misma razón, los servicios religiosos. En la 
familia del padre de Camilo José Cela hubo un beato al que el propio Cela reconoce en su 
fecha de nacimiento del 25 de julio de 1808 y al que: 
…se afirma que fue beatificado por sentencia de la Sagrada Congregación de Ritos el 
17 de diciembre de1885.[…] Mi parentesco con el beato es claro. Fray Juan Jacobo fue 
hermano de Rosa, la abuela de mi padre, venida al mundo el 18 de abril de 1810. A fray 
Juan Jacobo lo martirizaron en Damasco el 7 de julio de 1860.4 
 
 Otro sector importante lo constituían los cargos que conformaban la instancia 
gubernamental cuyas jerarquías abarcaban el señorío, el Consejo, los alcaldes, escribanos, 
recaudadores de impuestos, regidores y artesanos. Sobresalía la clase hidalga y una clase 
mercantil, algo reducida. Con esta conformación social, Padrón logró concentrar el 
desarrollo comercial de todo el contorno con base en una sólida administración. Además la 
burguesía proveniente de Cataluña, Castilla, País Vasco, Asturias y la Rioja, entre otros, 
 
4Camilo José Cela. La Rosa. Madrid, Espasa, 2001, pp. 30 y 31. 
posibilita el fortalecimiento de la economía en toda Galicia. Con una burguesía importante y 
la economía bien estructurada Padrón inicia su desarrollo en el siglo XIX y XX. Gonzalo 
Torrente Ballester, en su libro Santiago de Rosalía de Castro especifica: 
La provincia de la Coruña, o lo que hoy se llama así, fue uno de los centros más activos 
de la obra ilustrada, que el recuerdo de Cornide preside todavía. Así se explica que esta 
ciudad y sus contornos hasta más allá de Compostela, hayan sido el foco más candente 
del liberalismo en España, después de Cádiz y no con menor actividad. Paralela y 
lógicamente, es también un centro de reacción. La sede compostelana, y algunos de los 
canónigos que la sirven, refuerzan ideológicamente, alrededor de los años veinte, al 
despotismo centralista… Así no es de extrañar que los núcleos de ideologías 
contendientes, tras de las cuales se esconden, o a veces se muestren claramente, 
intereses de lo que entonces llamaban materiales y ahora llamamos económicos y de 
poder, se equilibren en número y fuerza en estas ciudades.5 
 
Camilo José Cela habla, en La Rosa, el primero de los libros dedicados al relato de sus 
memorias, de sus parientes que cobraron cierta importancia durante el siglo XIX. Tanto del 
lado conservador como los que él mismo considera “…parientes chiflados e iluminados, 
gentes que andaban con la cabeza a pájaros”.6 
 
 Dentro de la contemporaneidad, Padrón se ha mantenido en un crecimiento 
industrial y, aunque reduce a la población activa dedicada a la agricultura y pesca, 
consideradas como sector primario, fomenta al subsector de la transformación de la madera. 
El dinamismo empresarial procura nuevos cuadros laborales en los cuales se vislumbran 
mejorías para el mantenimiento del poder adquisitivo de una clase media no emergente. Por 
otro lado, la ganadería también refleja una productividad sustentable. La facilidad de 
comunicaciones entre carreteras, aeropuerto y ferrocarriles permiten que el turismo 
contribuya significativamente a la estabilidad económica de Padrón. 
 
5Gonzalo Torrente Ballester, Santiago de Rosalía de Castro, Barcelona, Planeta, 1998, pp.20 y 21. 
6 Cela. Op. Cit. p. 33. 
 Se ha referido una breve semblanza de Padrón junto con el arraigo cultural que 
ostenta, porque, para Camilo José Cela, en gran medida, la ancestral concepción de sus 
raíces le crean sentimientos de identidad y orgullo, además de cierta distinción al 
comprenderse como el depositario de distintas culturas, por parte de los abuelos paternos y 
maternos. El conocimiento de su procedencia y el considerar a ésta como parte de una 
aristocracia le significó, también, una proclividad a defender la casta y, por tanto el honor, 
conceptos ambos que Camilo José Cela, en su intervención durante la guerra civil española, 
entendió como pilares de su herencia cultural, defendibles, por tanto, a ultranza. 
 Como complemento de identificación a estos sentimientos de arraigo y pertenencia a 
su Galicia natal, Camilo José Cela los encuentra en el concepto del resurgimiento y 
revaloración del idioma gallego que resultan del empuje hecho desde la lírica galaico-
portuguesa escrita, a finales del siglo XV

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