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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS FAMILIA, TRADICIÓN CULTURAL Y CIRCUNSTANCIA POLÍTICA-SOCIAL: INFLUJOS EN CAMILO JOSÉ CELA REFLEJADOS EN SAN CAMILO, 1936 TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS PRESENTA GUILLERMO ALFONSO REYES ESCOBAR ASESORA: DRA. PACIENCIA ONTAÑÓN SÁNCHEZ MÉXICO, D. F. SEPTIEMBRE 2006 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Dedico el esfuerzo de este trabajo a Mi madre, Ofelia Escobar, por tu edificante ejemplo de amor hacia la vida, Mi esposa, Erandi Castro, por tu amor, apoyo y compañía, Mi hijo Emilio, “Pedacito de mi vida”, por la inmensa alegría que me has concedido con tu existencia, La señora Olga Martínez Rubio, por su comprensión y calidad de ser humano, A cada uno de mis queridos hermanos: Rosita, Maye, Vicky, Javier, Claudia, Gaby, Ivonne, Sandy y Juan, por la alegría de tantos años compartidos, A mis cuñados Luis, Chucho, Jesús y Marco, por apoyar las más de las veces a mi familia, Y a cada uno de mis sobrinos: Anita, Franco y Luis; Yatzel, Areli y Aldito; Ruy y Montse; Chris y Dani; Tania, Jaime y Jeny; Caro, Ricardo, Evelyn y Orlando; Alán, Eduardo, Fernando y Erick, por la ternura y regocijo que brindan a la familia. Agradezco la amabilidad, interés y pertinencia en las sugerencias que hizo favor de señalar para este trabajo la Dra. Paciencia Ontañón Sánchez. Expreso mi agradecimiento a la Dra. Marcela Leticia Palma Basualdo, a la Dra. Mariana Ozuna Castañeda, al Dr. José María Villarías Zugazagoitia y a la Lic. Alejandra López Guevara por las eficaces observaciones que mejoraron notablemente este trabajo. ÍNDICE Introducción I Introducción histórica II Capítulo primero Tradición e influjo familiar en Camilo José Cela Capítulo segundo Entorno literario, político y social de San Camilo, 1936 Capítulo tercero San Camilo, 1936 Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid El día de San Camilo La octava de San Camilo Epílogo del tío Jerónimo Conclusiones Bibliografía INTRODUCCIÓN I Enmarcada por una pluralidad de tendencias políticas, sociales e ideológicas, la Guerra Civil española fue un acontecimiento que desestabilizó la cotidianeidad de varias generaciones confluidas en un espacio y tiempo concretos. Sin pretender la reconstrucción pormenorizada de un acontecimiento de tales magnitudes y sin dejar de lado datos que revelan características concretas, auspiciados por el rigor del enfoque histórico, tal conflicto social también es registrado desde la perspectiva literaria. Con base en este presupuesto, parte del acontecer de la vida del ser humano queda plasmada en la dimensión literaria, cuya revelación enmarca innumerables vicisitudes, testimoniadas por voces con frecuencia perdidas en el anonimato de la indiferencia del suceder existencial. La “utilidad” de la literatura queda así manifestada al evidenciar sin cortapisas panfletarias, la vivencia de una guerra. Testimoniar la cotidianeidad enmarcada en un conflicto social a través del ejercicio literario puede cumplir con dos finalidades: la primera, valorar esos avatares desde la pretendida perspectiva de quien los vivió, es decir, desde la carne misma de la sociedad en su complejo padecimiento. La otra, también desde el ejercicio literario, es validar una obra literaria como testimonio para el conocimiento de la realidad humana que acercaría al hombre hacia su historia, una historia sensibilizada o también humanizada con la sutileza que le confiere el arte. Se pretende evidenciar que la importancia de la perspectiva histórica, fusionada con la recreación de aspectos anecdóticos y cotidianos que le puede procurar la literatura tanto a los momentos habituales como a los decisivos en la vida de hombres y mujeres reivindica la importancia de cualquier acontecimiento que adquiere entonces valor testimonial. Testimonio individual y colectivo que argumenta y esclarece las causas por las cuales la complejidad humana explica su propio devenir. Considerando principalmente los excelentes ensayos sobre la trayectoria literaria de Camilo José Cela escritos por Carol Wasserman Camilo José Cela y su trayectoria literaria, Paul Ilie La novelística de Camilo José Cela, Francisco Umbral Cela: un cadáver exquisito e Ian Gibson Cela, el hombre que quiso ganar considero necesario, sin embargo, profundizar ciertos aspectos que se pueden extraer de una obra en particular que es San Camilo, 1936. Los aspectos a los que me refiero tienen relación directa con la infancia y juventud de Camilo José Cela que se ven reflejados en la psicología y actitudes del personaje-narrador de San Camilo, 1936, mediante lo cual discurren las voces de los demás personajes. El peso determinante del influjo familiar así como las circunstancias sociales y políticas vertidas en San camilo, 1936 no han sido señaladas suficientemente en ninguno de los cuatro ensayos mencionados. Los datos biográficos están tomados principalmente de dos textos de memorias escritos por Camilo José Cela, La Rosa (2001) y Memorias, entendimientos y voluntades (2001).Textos que, si bien contienen aspectos de la vida de Cela un tanto magnificados o silenciados por él mismo y que Ian Gibson en muchas ocasiones esclarece, ofrecen atisbos importantes para asimilar y comprender la postura que Cela asumió, al valorar la tradición cultural gallega, (y por tanto extendiendo esta valoración a España) con la que se siente fuertemente identificado, el enardecimiento político que deriva en la Guerra Civil y las circunstancias sociales españolas como participante activo en uno de los bandos en la confrontación civil. Con base en lo anterior, el objetivo de este trabajo es señalar influjos familiares, sociales y políticos en Camilo José Cela que desentrañan la perspectiva, ambiente y psicología prevaleciente en San Camilo, 1936, novela escrita en 1969 que refleja circunstancias caóticas padecidas por personajes situados en los momentos inmediatamente anteriores al 18 de julio de 1936, día en el que estalla la Guerra Civil Española. Al seguir datos relevantes de la vida de Cela se aborda, como complemento, los diferentes avatares de esa colectividad anónima en un esfuerzo tentativo para extraer la naturaleza misma del comportamiento humano situado en las inmediaciones de un conflicto civil. El método utilizado para argumentar las observaciones en este trabajo es la crítica sociológica e histórica. El presente trabajo está conformado por tres capítulos. El primero de ellos refiere aspectos culturales de Galicia, Iria Flavia, lugar donde nace Camilo José Cela y que explican, en parte, el sentimiento de arraigo y valoración de la tradición así como el influjo provisto a través de la vida familiar en casa de los abuelos maternos y paternos así como la genealogía idiosincrásica y valorativa que influyeron posteriormente en las posturas políticas del escritor. El segundo capítuloabarca el entorno literario que se produjo debido a la inminencia del conflicto social y durante su transcurso, producción literaria vista desde una perspectiva sociológica que reflejó adhesiones políticas y partidistas hacia las ideologías confrontadas . El capítulo tercero ofrece una interpretación y análisis de San Camilo, 1936, tomando en cuenta aspectos tanto biográficos del autor como los acontecimientos históricos reflejados y nombrados en la novela. Asimismo, algunos personajes que aparecen en la novela propician comentarios que auspician el análisis con base en las circunstancias sociales determinantes en la época. Primero, sin embargo, resulta insoslayable, para enmarcar parte de la vida consuetudinaria de personajes literarios, pero también históricos de San Camilo, 1936, novela de Camilo José Cela cuyos acontecimientos se desarrollan durante la Guerra Civil española, un panorama histórico, político y social que complemente la verosimilitud de recreación mediante la fusión de dos disciplinas encontradas, literatura e historia. Los antecedentes históricos, para la edificación de un contexto novelado, esclarecen y sustentan el desarrollo identitario de una sociedad. Valoraciones éticas, morales, ideológicas y religiosas se explican acudiendo al registro que las ramificaciones de la historia han podido consignar. En este contexto, la evocación literaria de la historia, precisa el escenario o menciona el trasfondo mediante los cuales el acontecer es abarcado de manera más inmediata a la participación del anonimato colectivo mismo. Versiones históricas sobre acontecimientos relacionados con irrupciones motivadas por posturas religiosas y políticas contrarias, no sólo atestiguan nuestro acontecer sino que puntualizan la necesidad de abarcarlos desde los más variados enfoques de la percepción humana. La importancia de un recuento sucinto de antecedentes mediatos e inmediatos a la irrupción de la Guerra Civil española, estriba en que develan motivos nodales que contribuyeron, desde la inercia de su radiación, a que seres humanos vieran sitiada su existencia por causales desconocidas y, en muchos casos, indiferentes a ellos mismos. INTRODUCCIÓN HISTÓRICA Debido a complejas posturas políticas en confrontación y como antecedentes a la irrupción de la guerra civil, en 1848 se viven gobiernos revolucionarios en Francia y Europa central. Las revoluciones de Francia y Rusia en 1789 y 1917, respectivamente, junto con la Comuna de París de 1871, resultan influjos ideológicos para la sublevación en Asturias en octubre de 1934. De ello deriva el que España se viera sitiada entre una incipiente democracia, el comunismo y el fascismo exacerbados. Además, la República española se ve obligada a sostener a la Monarquía ya desfalleciente, la desigualdad en el desarrollo económico y las confrontaciones entre facciones políticas e intelectuales. Desde la pugna civil a la muerte del rey Fernando VII, ocurrida en 1833, entre los seguidores de su hermano, Carlos de Borbón, y los partidarios de la menor de edad Isabel II, se agudiza la disyuntiva para la propia Monarquía española entre una apertura económica cuya finalidad era complementar el desarrollo del capitalismo, la renovación en el aspecto educativo, ideológico y gubernamental, así como la extracción de riquezas eclesiásticas acumuladas, todo esto derivado del influjo francés, y, por otro lado, el anquilosamiento que para muchos significaba la continuidad del carácter monárquico con la respectiva sujeción católica además de la cuestión permanentemente agraria junto con la descentralización. El debilitamiento de la Monarquía se traduce como una dependencia del cuerpo militar por parte del Gobierno, al lograr éste salvar el trono de Isabel de la postura carlista. Se empieza entonces a perfilar el pronunciamiento como la única vía que posibilitaría el cambio de Gobierno. Es precisamente mediante un pronunciamiento como el de 1868 mediante el cual Isabel II es destronada. En este entorno caótico, ni la Monarquía ni el asomo de una República podían establecer sus asentamientos. Sin embargo, Cánovas del Castillo, estadista conservador, a través de un pronunciamiento en diciembre de 1874 en Sagunto a través del militar Martínez Campos, restaura la Monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII. A pesar de que la Constitución de 1876 (elaborada por Cánovas del Castillo), concibe la conformación de Cortes elegidas con lo cual muestra mayor libertad de expresión y de prensa así como la creación de partidos independientes, las elecciones subsiguientes fueron controladas, con la consabida anuencia del rey y del ministro de la Gobernación, para que se alternaran en el poder los dos partidos desarrollados bajo la Restauración: el Partido Conservador y el Partido Liberal. Otro aspecto preponderante en España, la política rural, era controlado desde un cacicazgo cuyo poder era aplicable con discrecionalidad corrosiva. Así las cosas: el sentido político español, con esta sucesión pactada, se tergiversaba desde sus raíces mismas. Esta situación se vio agravada por la guerra perdida contra los Estados Unidos, razón por la cual España deja de conservar las últimas posesiones ultramarinas en 1898, y, un año antes, Cánovas del Castillo fue asesinado razón por la cual, hasta 1917, se produjo la desintegración paulatina tanto del Partido Conservador como del Partido Liberal. La Revolución rusa de 1917 significó para la Monarquía española un intento desestabilizador por las continuas huelgas de carácter revolucionario de cuyo peligro sólo pudo guarecerla la intervención de un golpe militar por parte de Miguel Primo de Rivera en 1923. Sin embargo, Primo de Rivera desapareció de la escena política por intermediación del rey. En abril de 1931, las elecciones municipales muestran una clara tendencia antimonárquica. Éste es el contexto político que subraya la imposibilidad monárquica de proseguir emblematizando la unidad y conciencia españolas. Otro factor en el que predominaba la desigualdad era la agricultura, de la cual dependía la mayoría de los españoles. Las condiciones favorables para el desarrollo de la agricultura sólo existen en la periferia norte y mediterránea de la península; en Galicia y en el país Vasco llueve con abundancia, lo cual permite que los campesinos o bien tengan posesión de tierras o trabajen en ella en arrendamientos a largo plazo. Levante y Cataluña aunque cuentan con escasas lluvias reciben la afluencia del río Ebro. Asimismo Valencia y Alicante representan la estabilidad agrícola en España. Sin embargo, estas localidades sólo muestran lo favorecido de la península, pues España central conformada por León, Castilla la Vieja, y Castilla la Nueva, además de extensiones de Aragón y Extremadura estructuran una gran meseta donde las lluvias son escasas. En Andalucía, la parte más meridional de España, aunque existen factores que pueden facilitar la estabilidad y desarrollo en la agricultura, la aparición de conflictos ideológicos por parte de terratenientes y pueblo, aunado al inconveniente manejo económico derivan en un espectro social disfuncional. Ya en la época de la Reconquista, durante los siglos XII y XIII los reyes de Castilla conceden grandes extensiones de tierra distribuidos para las órdenes militares y la clase con poder que perpetúan su usufructo y rendimiento generacional. Esta forma de posesión, el latifundio, se asienta hasta el siglo XIX cuando, junto al capitalismo, nuevas doctrinas liberales irrumpen para delimitar esta política contra la cual, además, en 1837, el Partido Liberal decreta la desamortización de propiedades religiosas. Estas tierras fueron puestas en venta para auspiciar e impulsar a los pequeños propietarios y fomentar con ello una base de desarrollo social. Al contrario de esta posibilidad, fueron nuevamentericos terratenientes y pequeños negociantes los que pudieron acaparar estas tierras, al poseer dinero suficiente para comprarlas. La tierra, acabándose el siglo XIX, estuvo más concentrada en pequeñas minorías. Esta situación crea en la conciencia del pueblo de la España central y septentrional una agudizada percepción de despojo y desigualdad social acrecentándose por la determinación de los caciques de ser sólo ellos los que podían otorgar trabajo. En Andalucía, una vez más, es el cacique quien controla y administra los bienes del propietario. La verdadera elección resulta entonces amañada puesto que interfiere el fraude o las componendas. Urgente era entonces, para ejemplificar, la reforma agraria andaluza en 1931, clamada cada vez más por la conciencia pública. Pese a todo lo anterior, asciende la producción agrícola junto con la industrial en un periodo que abarca de 1860 a 1914. Existe, sin embargo, una fuerte dependencia por parte de las industrias españolas al pago elevado de aranceles europeos. En este contexto económico surge la República, situándose entre una estabilidad industrial y un decrecimiento del progreso a nivel mundial. Junto con el desarrollo económico, España irrumpe en el siglo XX con una densidad demográfica cuyas necesidades clamaban por un reemplazo de la técnica y economía ya inoperantes. El factor agrario, en sus mismas dificultades intrínsecas, se mantiene en un radio de marginación con respecto al advenimiento del capitalismo, el cual disminuye sus expectativas de crecimiento al ampararse bajo un proteccionismo cada vez más oneroso. Parte complementaria de estos incrementos es un surgimiento intelectual muy importante en el que aparecen, para ejemplificar, Benito Pérez Galdós y Pío Baroja en la novelística; Miguel de Unamuno, que aparte de novelista también es considerado filósofo; Ortega y Gasset quien se desarrolla también en la disciplina filosófica; en la poesía Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Jorge Guillen y Antonio Machado; en la composición musical, Manuel de Falla; Salvador Dalí, Joan Miró y Pablo Picasso en la creación pictórica; dentro de la filología Ramón Menéndez Pidal y Américo Castro; como historiadores Marcelino Menéndez y Pelayo y Claudio Sánchez Albornoz, como médicos Ramón y Cajal junto con Gregorio Marañón. Esta vitalidad y empuje intelectuales registra sus vertientes de la derivación conjunta de dos corrientes aparecidas en la España de la Restauración: el krausismo, teoría filosófica alemana de Krause, retomada e introducida en España por Julián Sanz del Río como parte de su cátedra en 1850. El fundamento de esta doctrina filosófica supuso como piedras angulares la Razón, influjo dictaminado de la Ilustración francesa y la Evolución, producto del idealismo alemán. Francisco Giner de los Ríos logra implantar con base en estos enfoques educativos, la Institución Libre de Enseñanza, escuela secundaria cuyos influjos en la formación de los educandos se prolongó hasta 1936. A estas corrientes de pensamiento sólo pudieron acceder las jerarquías más acomodadas del país. Existían para contrarrestar estas clases sociales medias y altas como resultado de combinaciones entre movimientos regionales y la misma clase media, el nacionalismo catalán y vasco, además del carlismo. Como movimientos regionales y nacionalistas, tanto vascos como catalanes comparten una identidad diferente en relación con el resto de la península, pues la revaloración lingüística, el grado de prosperidad acrecentada y los lazos históricos con Francia lograron una conciencia autónoma que, en el caso de los catalanes, posibilitó una autonomía parcial en 1914 con la Mancomunidad. Primo de Rivera derogó el poder de la Mancomunidad en 1923, por lo cual este movimiento impulsado por sindicatos anarcosindicalistas y grupos de campesinos radicales pasó a la clandestinidad. El contexto en el que se desarrolla el nacionalismo vasco tuvo como referencia una fuerte industrialización en Bilbao y Guipúzcoa, este fortalecimiento crea también una conciencia de identidad cuando, al derrumbarse la Monarquía el nacionalismo vasco consideró la petición de autonomía. El carlismo reflejó también este sentido de pertenencia y tradición al buscar esta reorientación y sublevarse contra la República con unidades paramilitares llamadas requetés en 1936. Aún más que estos dos movimientos reivindicativos de desarrollo progresista e identidad de pertenencia, fueron los movimientos de masas surgidas desde las clases trabajadoras, el anarcosindicalismo y el socialismo que compartían la posibilidad de crear una sociedad cuyo fundamento fuera la distribución igualitaria de los bienes basados en la colectividad, principios que les sirven para postularse también como clases sociales revolucionarias. El Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1879 por el político y dirigente obrero español Pablo Iglesias, miembro fundador de la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1888; pretendía originar estructuras sindicales bien organizadas con acciones políticas concretas y utilitarias. Contribuyó a esta organización el énfasis otorgado a la educación que se ofrecía en las Casas del Pueblo. Madrid, Asturias y Huelva, además de algunas ciudades industriales vascas, fueron los puntos de mayor influjo del socialismo. Debido a este enfoque, profesionistas jóvenes, para quienes conceptos que marcaron apertura política reflejada en las mismas instituciones resultaron esperanzadores, se adhieren al Partido Socialista durante la década de 1920, y ya en 1930, partidos republicanos provenientes de clases medias y gente surgida de la UGT conforman una liga republicano-socialista. Contraria a esta ideología, el anarcosindicalismo pretendió regir sus postulados cuando negó el parlamentarismo y argumentó la huelga general como finalidad última de la revolución para evidenciar la importancia que como clase representaban. La acción anarcosindicalista debía, pues, encaminarse a la destrucción del Estado capitalista centralizado. Andalucía, Cataluña, y Barcelona, donde se conforma la Confederación Nacional de Trabajo (CNT), en 1911, son zonas donde se desarrolla más fuertemente esta tendencia. Exacerbado, un flanco de este movimiento anarcosindicalista, apoyó su concepción mediante la táctica terrorista. Con este panorama, adviene la segunda República, cuya primera intención fue la convocatoria a unas Cortes Constituyentes. El pacto fue el 17 de agosto de 1930, en San Sebastián y lo legitimaron moderados como Miguel Maura y Niceto Alcalá-Zamora, el anticlerical y fundador del Partido Republicano Radical, Alejandro Lerroux, junto con Diego Martínez Barrio; Manuel Azaña (que en 1925 fundó Acción Republicana), Santiago Casares Quiroga, Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo (que fundó en 1915 el Bloc República Autonomista y en 1929 el Partido Radical Socialista), todos ellos como líderes de los partidos recientes; republicanos catalanes como Carrasco Formiguera y los socialistas Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. La sucesión de poderes, el 14 de abril, causó una actitud de defenestración colectiva con la destrucción de símbolos monárquicos atemperada por la intervención de la guardia civil. También hay enaltecimiento del nacionalismo catalán en Barcelona y el general Macià, que fundó en 1922 el Estat Català y en 1926 confrontó mediante una insurrección a la dictadura de Primo de Rivera; convocó, a su regreso del exilio, a la formación de una federación ibérica, base política que le sirvió para conformar Esquerra Republicana de Catalunya. Obligado era que la República mejorara las condiciones de vida del campesinado y de las clases trabajadoras como parte inmediata de su programa de gobierno. Niceto Alcalá- Zamora fungió como primer ministro y Francisco Largo Caballero intentó, a través de decretos revolucionarios, favorecer a lostrabajadores campesinos. España, sin embargo, no dejó de preservar ayuntamientos monárquicos que eran representaciones del predominio perpetrado por el cacicazgo y a quienes la guardia civil y clase media acomodada manifestaban su apoyo incondicional. Las nuevas disposiciones a favor del campesinado provocaron una confrontación entre estas dos clases sociales. Con la República, incluso la guardia civil, cuyo jefe era Sanjurjo, pareció eclipsarse. Además, el intento de modificación en ámbitos delicados como la educación, al concebir implantar un sistema laico, el divorcio permisible, la secularización de cementerios y hospitales, todo esto, junto con una posible reducción de órdenes religiosas, perfila un choque entre la República y la institución religiosa. Hasta 1931, la enseñanza religiosa fue obligatoria en las escuelas laicas, puesto que a partir de ese momento el Gobierno decreta que sólo con el requerimiento de los padres, los hijos podrían llevar tal educación religiosa. Se fraguaba para la institución religiosa el plan para separar la Iglesia del Estado. Aunque sólo minorías de jóvenes fueron los que perpetraron el incendio de conventos en Madrid. Estos hechos produjeron desasosiego y sin embargo, pudieron permanecer velados para la jerarquía media en España puesto que no se recurrió de inmediato a la guardia civil, sobre todo por la consideración tenida de ésta por los socialistas al considerarla enemiga del pueblo. Las tendencias religiosa y anticlerical sostuvieron aún más posturas inflexibles: el Gobierno consideró como persona non grata al cardenal Segura, arzobispo de Toledo, primado de la jerarquía eclesiástica en España. Ante tal acusación, el cardenal optó por salir de España rumbo a Roma. El problema religioso se infiltró en las entrañas mismas de la política española, donde permaneció de manera latente. Se consideró también relevante, por las continuas inclusiones que llegó a tener el ejército con sus pronunciamientos, las reformas militares llevadas al cabo por el ministro de la Guerra, Manuel Azaña. De 16 divisiones militares existentes Azaña las disminuyó a sólo ocho divisiones, redujo también a un año el servicio militar obligatorio y suprimió la categoría de capitán general, ofreció a los oficiales retirados la paga correspondiente a su servicio activo dentro de las filas; todo ello, junto con el cierre por parte del Gobierno de la Academia General Militar de Zaragoza, despertó el recelo de oficiales antirrepublicanos. En este mismo contexto, Azaña, al no poder regular o disolver la guardia civil, conformó la guardia de Asalto, como complemento de seguridad republicana. El nuevo régimen significó una desestabilización económica al quedar Indalecio Prieto, de tendencia socialista, como ministro de Hacienda. Esto llevó, aparte de una fuga de capitales, a la cancelación de un préstamo que el Gobierno Monárquico hubiera podido negociar. El espectro del poder financiero confrontó de esta manera a la República. Se motivó entonces la convocatoria para la elección de unas Cortes Constituyentes programadas para el 28 de junio. De estas votaciones, las tendencias izquierdistas resultaron beneficiadas por el caos de confusión que prevaleció y por la poca estabilidad política entre las diferentes posturas. Aun así, las Cortes Constituyentes lograron un paso importante al incluir representantes de todas las facciones políticas junto con ideologías intelectuales encontradas. Aunque con un clima político aparentemente benévolo, poco antes de la conformación de las Cortes Constituyentes hubo manifestación de huelgas por trabajadores de la Telefónica y miembros de la CNT con la intención de desestabilizar las posturas socialistas de la incipiente República en quien percibieron una rigidez inexpugnable similar a la de la Monarquía. Este incidente propició la intervención de parte del Gobierno, el cual utilizó la artillería y patrullaje en Sevilla, donde los anarquistas, al apoyar a los obreros de la Telefónica, lograron la huelga general. A la República esta huelga sofocada le significó muertos y heridos y una enemistad latente con los anarquistas. A pesar de estos sucesos, quedó conformada la Carta que mostró a una República incluyente y con línea de apertura hacia las cuestiones políticas, con una total inclinación laicista y descentralizada. La figura del presidente, aunque restringida en el uso del poder, debía sin embargo, ser moderada. Su función la desempeñaría durante un periodo de seis años sin pretender al término de este lapso la reelección inmediata. El presidente elegido tenía la facultad de disolver la cámara hasta por dos veces y la obligación de justificar esta decisión y, para corroborarla, un Tribunal de Garantías tenía la función de corregir toda anomalía constitucional. Se avanzó con el sufragio universal dado a mujeres y soldados. No había en la Constitución la declaración de una religión oficial. Todo un debate ocasionó el artículo 26 que pretendía la eliminación, al cabo de dos años, del presupuesto designado para el sostenimiento del clero; así como el imperativo que señalaba a la gran cantidad de órdenes religiosas la obligación de empadronar sus pertenencias, inversiones e ingresos, con la subsiguiente declaración de impuestos; por último, la retención de tales pertenencias siempre y cuando demostraran su necesidad para sus respectivas funciones. La aprobación del artículo 26, ocasionó la dimisión de Niceto Alcalá-Zamora como presidente del Consejo de Ministros junto con el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, ambos católicos. Manuel Azaña fue quien insistió con ahínco en la aplicación del artículo 26 pues lo consideró necesario para dotar a la joven República con un perfil de mejoramiento social, lo cual lo postula como líder de republicanos liberales, socialistas y anticlericales y queda, después de aceptar nuevamente el cargo a la presidencia de Gobierno, Niceto Alcalá- Zamora, como primer ministro. 1931 terminó con un Gobierno que contó con el respaldo plural de republicanos liberales y socialistas, confrontó monárquicos y católicos, encaró adversidades anarquistas y asumió la desilusión de intelectuales. Más importante fue la conciliación debida en la que la República tuvo que ahondar, pues la presidencia la ocupaba un católico declarado. De octubre de 1931 a septiembre de 1933, Azaña dirigió la jefatura de Gobierno y mantuvo la aplicación del artículo 26. Se aprobaron, en enero de 1932, tanto la secularización de cementerios como la permisión de divorcio. Pero el conservadurismo recalcitrante apuntaló desde la gran mayoría de las clases sociales, cuya base moral fue ejercida mediante la intervención de la Iglesia católica, con la concepción del matrimonio como un sacramento, es decir, como el hecho religioso que santifica a quien lo recibe con el correspondiente aumento de la gracia de Dios. En materia educativa, tanto la educación pública como la privada tenían que adecuarse, según la pretensión católica, a la instrucción de la Iglesia. Como respuesta, en enero de 1932, Azaña determinó la disolución y confiscación de propiedades de la Compañía de Jesús al considerar perniciosa su influencia educativa y el poder que significaba la acumulación de su riqueza. Este acontecimiento se entendió internacionalmente como la expulsión de los jesuitas. A pesar de estos obstáculos, la finalidad de la República fue la de estructurar una España donde la construcción de escuelas primarias fuera una tarea primordial con la firme intención de reducir el índice de analfabetismo que, en 1931, acusó del 30 al 50 por ciento en el país. A esta tarea se encomendó a Marcelino Domingo como ministro de Instrucción Pública y a Rodolfo Llopis al frente de la dirección de Enseñanza Primaria. Sin embargo, estos intentos de renovación y apertura en el ámbito educativo se vieron acaparadospor la cada vez más obstruccionista confrontación laico-religiosa. Para marzo de 1932 el Gobierno republicano encaró otro gran problema: la cuestión del ejército. Un plazo de seis meses dictaminó el Gobierno para enviar a reservas a aquellos generales sin nombramiento. El Gobierno utilizó esta medida para complementar parte de las reformas que buscaban reducir el cuerpo militar al asignar sólo los puestos que verdaderamente se requerían. Como medida precautoria, más importante aún, estas determinaciones obedecieron a la exclusión de aquellos generales inconformes con la instauración de la República, los cuales, además, se vieron implicados en la sublevación militar de 1936: Emilio Mola, Orgaz, José Millán Astray, González de Lara y Saliquet fueron parte del pronunciamiento. Esta inconformidad se acentuó debido a que la jurisdicción que anteriormente había pertenecido a los tribunales militares pasó a manos de tribunales civiles mediante la conformación del Cuerpo jurídico, integrado por abogados civiles, instrumentados para intervenir en materias militares y dotar así al Tribunal Supremo como la más alta instancia que ejerciera apelaciones tanto en casos militares como civiles. Vincular a futuros profesionistas civiles liberales y al mismo tiempo iniciar una ruptura de castas militares, fue lo que se propuso el Gobierno para la conformación de una sociedad más heterogénea. En el ámbito público se dependía aún de la guardia civil, fuerza policíaca militarizada cuyo director a nivel nacional era, invariablemente, un general de ejército. Su función rebasaba la intención de dotar de seguridad al país, pues con la clase emergente de los anarquistas, desde la segunda mitad del siglo XIX, se convirtió en una fuerza opresiva para quienes se llegaron a sublevar contra el régimen monárquico. Los miembros de la guardia civil se auspiciaban en órdenes que les permitían disparar a quemarropa al utilizar de manera discrecional la ostentación que les confería el anonimato previsto para esos casos. El jefe de la guardia civil en 1931 fue José Sanjurjo que, como amigo íntimo de Primo de Rivera, intervino para lograr la sucesión pacífica de poderes al aconsejarle al rey el retiro después de las elecciones municipales. Pero su actitud anterior a la República, siempre fiel a la Monarquía, dejó una estela de acrimonia en la población civil. Al finalizar diciembre de 1931, en Castilblanco, se declaró una huelga por parte de la Federación de Trabajadores de la Tierra donde intervino, aunque de manera pacífica pero negándoles el derecho a la convocación de huelga campesina, la guardia civil. En esta confrontación hubo intentos de negociación que resultaron infructuosos. En el momento de las negociaciones en la Casa del Pueblo, hubo insultos a cuatro miembros de la guardia civil, algunas mujeres intentaron introducirse y, al impedirlo, uno de los guardias al disparar provocó la iracundia de la multitud que reaccionó primero, golpeándolos para después lincharlos. Se interpretó el asesinato como la derivación inevitable de condiciones sociales infrahumanas. A pesar de este antecedente, en enero de 1932, se produjo otro choque, esta vez ente trabajadores y la guardia civil en la ciudad de Arnedo. Una comitiva de trabajadores arnedanos solicitó la reunión con los patronos. La muchedumbre que acompañaba a esta comitiva empezó a denostar a la guardia civil en cuanto hizo acto de presencia. El nerviosismo se apoderó de la guardia civil, la cual disparó y mató a seis personas, entre ellas un niño. La intervención de Azaña se convirtió en un punto de suma importancia pues el campesinado optó por la vinculación al movimiento obrero dejando a la deriva a la República. Estos actos indignaron a la opinión pública y las Cortes pidieron la destitución del general José Sanjurjo que fue reemplazado un mes después por el general Cabanellas. En el ejército, ante estos embates por parte del Gobierno, se produjeron a su vez incidentes que perfilaron una clara división entre tendencias cada vez más acusadas de monárquicos y republicanos con motivo de la revisión militar en 1932 en la guarnición de Madrid en Carabanchel donde Julio Mongada, coronel de infantería, contrapuso al grito de “¡Viva España!” proferido por Goded, jefe del Estado Mayor y apoyado por el general Villegas al mando de la primera división, un “¡Viva la República!”, con lo cual se evidenció la pugna interna en el ejército, la que continuaría durante el pronunciamiento de julio de 1936, puesto que tanto Goded como Villegas fueron parte de dicha sublevación. Este caso fue llevado a los tribunales donde se tomó la resolución de destituir tanto a Mangada como a Villegas, dimitiendo también de su cargo el general Goded, jefe del Estado Mayor Central a quien el Gobierno de Azaña sustituyó por el general Carlos Masquelet. Un deseado proyecto que aludió a Cataluña, la parte más industrializada y urbanizada de España, como un Estado autónomo pero dentro de España, sugería para el Gobierno de Azaña, al aprobarlo, la posibilidad de consolidar la unión española mediante pactos no militares. A punto de elaborarse el estatuto, aconteció la primera sublevación militar contra la República dirigida por el general y exjefe de la guardia civil José Sanjurjo. Con esta medida el Gobierno de Azaña ganó prestigio y aceleró la aprobación del estatuto de autonomía para Cataluña. Así, el catalán y el castellano fueron declarados idiomas oficiales. En el ámbito económico, empezaron a darse las fugas de capitales. Los centros financieros expresaron incredulidad hacia las modificaciones proclamadas desde la perspectiva de un jefe de Gobierno de tendencia socialista aunado a la conformación de unas Cortes en las que hubo mayoritariamente socialistas y republicanos venidos de las jerarquías medias de la sociedad española. Para evitar un mayor descontento en las clases campesinas, la necesidad de una reforma agraria cobró importancia cardinal. Esta finalidad se dispuso aplicar Largo Caballero, como ministro de Trabajo. Las Cortes decretaron una ley de jurados mixtos que se encargaron de cuestiones salariales y contratos de trabajo en los ámbitos industriales y de agricultura. Estos jurados, con el asesoramiento de Largo Caballero, pretendieron reducir la concentración de poder y riqueza que tenían los caciques para dar una mejor distribución de bienes a los socialistas. Pero ante esta medida, diputados republicanos mostraron oposición ante la posibilidad de que extensas fincas fueran confiscadas por el Gobierno por el consiguiente pago de impuestos que se derivarían de tales medidas. Argumentaron la necesidad de que una clase de campesinos, dueños de la tierra en donde se habían desarrollado latifundios, emergiera. Por otro lado, otro grupo socialista abogó por una respuesta sostenida colectivamente, esto es, querían que la tecnología actual estuviera en manos de grupos campesinos antes de quedar en unas cuantas manos privilegiadas. Todo esto derivó a que en septiembre de 1932 se autorizara la expropiación de tierras que habían pertenecido a la nobleza con la intención de trabajarlas tanto colectiva como individualmente. Por el grado de incertidumbre en el que se vieron envueltos los campesinos más pobres en relación con la certeza de adquirir finalmente o no las tierras, este decreto de ley no produjo satisfacción en ninguno de los sectores campesinos. Con la promesa de un estatuto de autonomía, la industria vasca convino en apoyar a la República pero, cuando el acero vasco reportó dificultades, debidas, en parte, a que ya no subvencionaban con este material la guerra con Marruecos (1907-1927) junto con las condiciones de crisis mundial y la discontinuidad por parte del Gobierno al no proseguir la extensión ferroviaria optando por el uso de camiones, medida expresada por Indalecio Prieto como ministrode Hacienda de Gobierno; los industriales vascos principalmente culparon entonces a la República. La relación mantenida entre vascos y República no dejó de mantenerse sin un dejo de desconfianza y prevaricación. En otro frente, los ferroviarios, en un principio coordinados desde la UGT y después con el influjo de la CNT, manifestaron con huelgas, peticiones de aumento de salarios y horario de ocho horas de labor. Indalecio Prieto logró la concesión, junto con las ocho horas laborables, condiciones de mejoría para el gremio ferroviario, pero aun así no dejó de levantar sospechas de componendas con los capitalistas. Prosiguiendo el intento de renovación de infraestructura social, Prieto, ya al frente del ministerio de Obras Públicas, complementó el plan hidráulico iniciado desde la dictadura de Primo de Rivera. Los regadíos y centrales eléctricas constituyeron para Prieto una solución que no implicaba más descontento social. También se dio a la tarea de crear terminales subterráneas en Madrid y Barcelona. Pero las Cortes expresaron su desasosiego al preguntarse cómo lograrían la estabilidad del presupuesto. Esos proyectos, vistos desde la oposición, sólo representaron un despilfarro, acaso utilizables en un futuro no cercano. Para 1933, se debatía la intención de nivelar el presupuesto y los planes de edificación costeados por un Gobierno al que cada vez más la oposición señalaba inquisitivamente. La incipiente República confrontó diversos espectros políticos que al acumularse precipitaron su fractura interna encaminándola a su declinación. Sin embargo, se dio la estabilidad en la economía española de 1931 a 1935, mediante los aumentos salariales, la adquisición, por los bajos precios, de la alimentación, las industrias textiles y eléctricas reportaron equilibrio de producción y expansión. Se acrecentó la edificación de escuelas, viviendas y finalmente, el déficit del presupuesto marcó índices menores a los logrados durante la dictadura de Primo de Rivera. II Acontecimientos inmediatos a la irrupción de la Guerra Civil española Pese a los logros alcanzados por las iniciativas republicanas, hubo confrontaciones instigadas desde instancias de derecha e izquierda. El antecedente de la guardia civil significó para los republicanos la resolución de no proseguir con esos métodos de represión que, constituyeron ante todo, el anacronismo e incapacidad para la aplicación de la fuerza que lograra el mantenimiento de la seguridad. Contrariamente, la República supuso acciones que no derivaran en violencia o intervenciones que implicaran la discrecionalidad de la policía que fue creada bajo este perfil: la guardia de Asalto, instrumento de vigilancia cuya lealtad debida al Gobierno republicano debía estar asegurada. Aunque esta policía estuvo destinada a la disolución pacífica de intentos de supuesta subversión, no dejaron de presentarse casos en los que indicios de comunismo libertario en Barcelona, Sevilla, Aragón y Andalucía motivó el uso, por parte de la guardia de Asalto, de armas de fuego, lo que provocó heridos y la muerte de varios manifestantes. En este espectro de violencia se vislumbraron reacciones que se tensarían provocando conatos de confrontaciones perjudiciales para la vida política y social del país. El perfil, político español, hasta este momento, señalaba que La dictadura había gobernado sin transformar. La República quiso transformar y gobernó difícilmente. Por lo menos en los dos años de su existencia, abordó todos los grandes problemas. Las Cortes Constituyentes, elegidas en junio de 1931, presentaban una mayoría republicana y socialista muy coherente: la orientación reformadora parecía asegurada.1 Los intentos por declarar la total autonomía crisparon la tensión acumulada en Andalucía, en el pueblo de Casas Viejas, lugar en el que se registró un intento por cercar un fortín de la guardia civil. Para impedir tal acometida, la guardia de Asalto auxilió a la civil sitiando, primero, a un grupo de anarquistas, para después matarlos y finalmente quemarlos para escarnio de futuros indicios de sublevación. Tanto liberales como gente de izquierda tergiversaron aún más este acontecimiento con la clara intención de desprestigiar el papel desempeñado por el Gobierno de Azaña quien, posteriormente, fue acusado de ordenar tal matanza. Ante la opinión pública, este acontecimiento se convirtió en un lastre moral para la República que derivó en una carga de repudio antirrepublicano. Además, la República no contó con una clase media que se integrara a la problemática política y despertó más simpatías un discurso inmediato para el pueblo de las masas, como el obrerismo demagógico enunciado por Alejandro Lerroux, desde las filas del Partido Republicano Liberal, que la intelectualidad esgrimida por Azaña. Para la elecciones municipales de 1933, a pesar de haber mantenido la mayoría los republicanos, hubo triunfos en el bando monárquico mientras que los radicales superaron a los socialistas. Nuevamente Azaña, ahora con más tiento, abordó el problema de la enseñanza. Apoyado por unas Cortes anticlericales, se decretó el cierre de las escuelas secundarias y primarias religiosas al principio de 1934. El Gobierno previno de esta manera una posible sublevación religiosa que desestabilizara aún más a la República. Pero la Iglesia argumentó, con presiones, que trataron de reivindicar el fuerte vínculo que con la tradición llegó a 1 Pierre Vilar, Historia de España, 28.a edición, Barcelona, 1990, p. 125. mantener inseparables a ella, como institución nodal y a la monarquía, como basamento jurídico-político. Con el nombramiento del obispo de Tarazona, Isidro Gomá y Tomás, y mediante una postura cautelosa y aparentemente conciliadora de éste que, sin embargo, reivindicaba la educación religiosa por parte de la Iglesia católica, logró que el presidente, Niceto Alcalá-Zamora, disolviera las Cortes y convocara a nuevas elecciones antes del primero de octubre, fecha en la que el Gobierno tenía la resolución de cerrar dichas escuelas. La actitud del obispo, y luego cardenal Isidro Gomá y Tomás, se vuelve cada vez más extrema e irreconciliable para con todo lo que significara ruptura con los valores tradicionales que profesaba la Iglesia. En el libro de José M. Gallegos Rocafull, La pequeña grey, testimonio religioso sobre la guerra civil queda de manifiesto la tendenciosa manera de considerar las ideologías contrapuestas a la que profesaba la fe católica en dos discursos que da Gomá en Budapest con motivo del “Congreso Eucarístico que allí se celebró”: Porque conviene que sepáis que España está dividida en dos campos. En el uno reinan Dios, la Virgen, la Eucaristía, la civilización cristiana. En el otro, el odio, el crimen, el asesinato y todas las potencias del demonio. Hay que llevar las hostilidades hasta el fin y obtener la victoria con la punta de la espada. ¡Que los rojos se rindan puesto que ya están vencidos! No puede haber otra paz que la impuesta por las armas, consigna que vocifera con el derecho de saberse protegido. Me satisface poder deciros que hasta ahora nosotros estamos perfectamente de acuerdo con el gobierno nacionalista, que no da un paso sin consultarme y obedecerme.2 Con una inclinación cada vez mayor hacia la derecha, Alcalá-Zamora intentó destituir al republicano Manuel Azaña para que ocupara el cargo el radical Alejandro Lerroux, “«republicano histórico», antisocialista, demagogo de otros tiempos y ahora arrepentido, a quien adoptaba todo un sector prudente de la opinión”,3 pero ante la imposibilidad de éste de ingresar en filas socialistas, quedó la coalición que había conformado Azaña. Otra de las cosas que causó intranquilidad dentro de las filas 2 José M. Gallegos Rocafull, La pequeña grey, México, Jus, 2005,pp. 140 y 141. 3 Pierre Vilar, Op. Cit., p. 131. socialistas, fueron los decepcionados sindicatos de la UGT y la CNT. La ley agraria sólo significó para muchos agricultores que militaban en la UGT una desilusión que intentaron modificar para convertirla en la supresión del apoyo dado a la República. La CNT, como federación obrera, ya había dado muestras de desapego republicano y entre ambas federaciones y el Comité de Reconstrucción también existía rivalidad y se disputaban el control en Sevilla, la capital de Andalucía. Como presidente de las Cortes y como dirigente de la UGT, Julián Besteiro trató de apaciguar los ánimos de los embates previstos de las izquierdas sin conseguirlo por la decisiva opción que tomaron trabajadores ugetistas al convertirse junto con los radicales, en oposición. Parecía que el arribo de Alejandro Lerroux al frente del Gobierno fuera inaplazable pero nuevamente la oposición socialista lo impidió y el presidente de la República al disolver las Cortes, convoca a nuevas elecciones. De estas nuevas elecciones, emergió como fuerza significativa la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) cuyo fundador, Ángel Herrera, apoyó desde las columnas del periódico El Debate, la estructuración del partido Acción Popular que dirigió José María Gil Robles y que al igual que los demás partidos que conformaron la CEDA mantuvieron un mismo perfil: sostener la protección a favor del clero y contra los embates de las Cortes Constituyentes. Otros dos partidos, de marcada inclinación monárquica, fueron los tradicionalistas y Renovación Española, creada por Antonio Goicoechea; ambos partidos advirtieron la necesidad de una Monarquía autoritaria cuyas bases institucionalizadas fueran la religión junto con la tradición. También en 1933 se registraron acciones de partidos con tendencias fascistas. Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo Ortega estructuraron desde 1931 las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) que aunque dentro del ámbito político no presentaron candidaturas para la conformación de la Cortes Constituyentes, no dejaron de representar el deseo del regreso de la perdida grandeza española y acusando el antiliberalismo, antimarxismo, antisemitismo, estado de protección y la vuelta a las más sagradas y emblemáticas tradiciones españolas. La Falange Española; de la misma manera que las JONS, no presentó candidaturas a las Cortes y, sin embargo, uno de sus dirigentes, José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador, logró proyectar su encendido entusiasmo entre parte de la juventud. Con este panorama político, el 19 de noviembre de 1933, los grupos de derecha obtuvieron un triunfo en relación con los partidos representados por Azaña y Marcelino Domingo, mientras que los socialistas quedaron reducidos a sólo la mitad de su conformación. La CEDA quedó como el mayor partido minoritario de la cámara en tanto el Partido Radical logró despertar simpatías y apoyo de la clase media urbana que expresaba su anticlericalismo y chocaba con las concepciones socialistas. La coalición republicano-socialista manifestó de esta manera una fractura en el seno mismo de su representatividad. Estas elecciones indicaron una fuerte tendencia de las derechas al mismo tiempo que la incursión del voto católico y, al margen de la disputa política, el anarquismo. Al frente de las dos minorías con peso dentro de la cámara quedaron Alejandro Lerroux, por el Partido Radical, y José María Gil Robles como dirigente de la CEDA. Ante la disyuntiva de la presidencia por la entrega del Gobierno, Alcalá-Zamora optó por entregárselo a Lerroux al considerarlo menos intransigente que el partido de la CEDA y, más aún, a su dirigente, Gil Robles, quien mostró indicios de afición fascista al organizar mítines con cargas simbólicas y visitar, como influjo ideológico, Alemania. Lerroux manifestó el deseo de pacificar y reformar básicamente la ley laboral y los embates hacia la institución de la Iglesia. Pero durante el primer mandato al frente del Gobierno que fue de noviembre de 1933 al mes de abril de 1934, las determinaciones dependieron de los partidos tanto monárquicos como procedentes de la CEDA. Las consignas de estos partidos confrontaron la laicidad y la propia Constitución, fundamento republicano. Las anteriores leyes abordadas por las primeras Cortes quedaron abandonadas: la ley de Congregaciones, el problema de las escuelas religiosas, que siguieron funcionando con normalidad, y la reforma agraria. Además hubo baja de salarios agrícolas acrecentando con estas medidas el descontento dentro del ámbito rural. En lo referente la Iglesia, se le devuelven las propiedades confiscadas mediante una aprobación proveniente de las Cortes. Ante esta vuelta de medidas monárquicas, Azaña, y su partido Acción Republicana e Indalecio Prieto, comenzaron a reforzar, mediante uniones partidistas con los radical-socialistas dirigidos por Marcelino Domingo, la postura de las izquierdas al conformar Izquierda Republicana. En Alemania, Hitler ocupó el poder y los republicanos consideraron la posibilidad de que los conservadores contribuyeran a la desestabilización de la República y su legislación constitucional, influjo teórico recogido de la Constitución Republicana Alemana. En el contexto laboral, la CNT organizó una huelga general en Zaragoza, bastión del anarcosindicalismo, centro de operaciones de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y hogar de los dirigentes Ascaso y Durruti. De Buenaventura Durruti, en el libro de Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía vida y muerte de Durruti, se lee: Este obrero metalúrgico había luchado por la revolución desde muy joven. Había participado en luchas de barriadas, asaltado bancos, arrojado bombas y secuestrado jueces. Había sido condenado a muerte tres veces: en España, en Chile y en Argentina. Había pasado por innumerables cárceles y había sido expulsado de ocho países […] la revolución no debía acabar en la dictadura de un partido, y que la nueva sociedad debía organizarse desde abajo hacia arriba, y no decretarse desde arriba. De allí que los anarquistas no podían conformarse con los resultados de la Revolución Rusa.4 4 Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía, vida y muerte de Durruti, Barcelona, Anagrama, 1998, p. 13. La huelga tuvo una duración de seis semanas y la consideraron parte del poder que mantenían junto con la clase obrera y su consabida finalidad de lograr el comunismo libertario. Otras ciudades obreras se suman a esta huelga en la que hay seiscientos mil hombres entre los cuales cuatrocientos mil de ellos son campesinos. Por la reorganización de los jurados mixtos que ordenan abandonar tierras anteriormente ocupadas, la derogación de la ley que expropió grandes extensiones de tierra pertenecientes a monárquicos y, finalmente, por la supresión de las leyes de arrendamiento y la baja de salarios, los campesinos reaccionan con una huelga de cosecha. Finalmente interviene el Gobierno y la huelga cesa; hay muertos y las hostilidades crearon sentimientos de decepción. Entonces, coaliciones obreras empezaron a perfilar su fuerza pues fue evidente que las filas de la extrema derecha consiguieron aumentar adeptos. Otra conformación de derecha surgió con la unión de la Falange y las JONS: la Juventud de Acción Popular (JAP); considerada una organización juvenil de la CEDA. Gil Robles aumentó la presión de las derechas mediante una gran concentración en el Escorial donde dejó entrever la fuerza y determinación de las posturas de quienes lo respaldaban. Alejandro Lerroux, aunque bajo la presión de la derecha, no la consideró para formar parte de su gobierno. El presidente no dejó de mostrar su inquietud por la atmósfera cada vez más enardecida de partidos y asociaciones políticas de izquierda y derecha.El asunto se agrava cuando las Cortes consiguieron aprobar un decreto de amnistía al pronunciamiento del general Sanjurjo de 1932 mientras que el Gobierno pretendió restablecer el castigo de la pena de muerte. Por la indecisión misma dentro de la Constitución, el presidente se opuso a la reintegración al ejército de los oficiales sublevados pero concedió al mismo tiempo, bajo el argumento de una “segunda consideración”, la promulgación y aplicación de la amnistía. Lerroux, ante esta determinación presidencial, dimite en su cargo y cede el mando a Ricardo Samper. Con la muerte del general Macià, en diciembre de 1933, quedó líder de la Esquerra, la izquierda catalana, el republicano de izquierda Luis Companys. Con las elecciones municipales se confirmó una presencia mayoritaria de las izquierdas en Cataluña. Madrid fundamentalmente en la derecha, se convirtió en la antítesis de la izquierda catalana. En abril de 1934, el Tribunal de Garantías, como parte del Gobierno que dirige Samper, anula una ley de contratos de cultivo bajo la presión de propietarios de la tierra, es decir, terratenientes, que denuncian como anticonstitucional una ley aprobada por la Generalitat, en la que arrendatarios podían adquirir la tierra si lo consideraban benéfico a sus intereses. Esta derogación de ley significó una reivindicación del poder centralista conservador en contra del regionalismo y la pretendida reforma agraria. Aunado a esto hubo una fuerte represión a los trabajadores agrícolas por parte de Salazar Alonso, como Ministro de Gobernación y acérrimo enemigo de los socialistas. El gabinete Samper, ante el tropel de complicaciones y su manera indecisa de hacerles frente, cayó para ocupar nuevamente el cargo Lerroux quien, en esta ocasión, con la demanda hecha por Gil Robles, admitió la entrada a su gobierno a integrantes de la CEDA. Surgieron inmediatamente protestas airadas de Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio, Felipe Sánchez Román y Miguel Maura mientras que los socialistas y la UGT organizaron una huelga general en toda España. Y como refuerzos de desacuerdos masivos, acometieron las revoluciones de Cataluña y Asturias en octubre de 1934. Companys, el sucesor de Macià en la Generalitat, dirigió una huelga general en la que conspiraron comunistas disidentes, la juventud nacionalista catalana, la UGT y el CADCI pero sin el apoyo contundente de la CNT por sugerencia de Dencàs, consejero de Gobernación de la Generalitat, de que no formara parte de la huelga la FAI. Companys proclamó la autonomía de Cataluña dentro de la República pero sin el éxito esperado, pues la unidad obrera en Barcelona estuvo disociada y los obreros no fueron armados. Al frente de la guarnición, el general Batet logró la rendición de los sublevados quienes se atrincheraron en centros estratégicos. No hubo consolidación de una huelga de masas. Para la derecha, en Madrid, esto consolidó el prestigio de Lerroux, mientras que Gil Robles se pasa a la República. En la revolución de Asturias, por el contrario, sí hubo unidad y los obreros pudieron armarse. Junto con mineros socialistas y comunistas los anarquistas de Gijón se lanzaron a la rebelión el 5 de octubre teniendo como centro de operaciones las minas de Mieres. Los insurrectos lograron tomar los cuarteles de la fuerza pública así como también fábricas de armas localizadas en Trubia y la Vega. Los trabajadores mineros se apoderaron de Oviedo, sin embargo, la cuidad se vio aislada por el ejército y la guardia civil que se adentraron por los puertos situados en las montañas. El general López Ochoa apresuró a su ejército marroquí para que presionaran a los revolucionarios y éstos, viéndose sitiados, se dispersaron por montañas y el caserío. El conflicto duró 15 días. Los alzamientos de Asturias y Cataluña, fueron expresiones colectivas cuya contundencia dejó mostrar la negativa de liberales de clase media e izquierdistas revolucionarios al arribo de la CEDA al Gobierno. En ambas revoluciones hubo comportamientos sintomáticos que se repetirían ya durante la guerra civil de 1936: la utópica consigna revolucionaria que esgrimió como método un terror aplicado, la sistematización de la represión por parte de las fuerzas institucionales, desconcierto y abatimiento de una izquierda moderada y como complemento la venganza exaltada de las derechas. La represión se aplicó y los “…focos revolucionarios fueron bombardeados, la legión extranjera y los regimientos moros bajo el mando del joven general Francisco Franco sometieron a los trabajadores asturianos. La represión fue espantosa. A fines de 1935 había más de treinta mil presos políticos en las cárceles españolas”.5 Los acontecimientos de octubre derivaron en una fuerte reacción social, hubo despido de obreros, los salarios disminuyeron su poder de adquisición, se suspende una vez más la reforma agraria, en Cataluña, al expulsar a los arrendatarios, la medida se toma como represalia, se indemnizó a los dueños de las tierras expropiadas en 1932 y los campesinos ante esta medida se unieron masivamente al Frente Popular. El presidente Alcalá-Zamora formó, en 1935, un gabinete centrista con la intención de disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones ya que no estimó las posturas que había tomado Lerroux. Los conflictos de octubre fueron tomados por el presidente como una medida precautoria al salvar a los jefes de la sublevación, sin embargo, llegó a ejecutar a los subordinados. Lerroux y las derechas no escatimaron teóricamente la aplicación férrea de la ley para los insurrectos. La petición se volvió reversible y la carga de persecución y linchamiento en contra de los revolucionarios que habían padecido los conflictos, signó a quienes la promovieron; el aparato de la represión, materializada en la guardia civil y los moros se convirtieron en la mancha indeleble que dejó el Gobierno Lerroux y la derecha. Precisamente “Las derechas habían esperado utilizar la crisis asturiana no sólo para ejecutar a los jefes socialistas, sino también para desacreditar a los republicanos de izquierda”.6 El descrédito de volvió mayor cuando se descubrió en el bando que formaba parte del gobierno de Lerroux la evidencia de soborno en un juego de azar y, por otra parte, se criticó duramente el alto resarcimiento en un asunto colonial. A este periodo del Gobierno se le adjudicó el nombre de un juego de ruleta amañado: el estraperlo. Por último, aunque Gil 5 Ibíd., p. 75. 6 Gabriel Jackson, La República española y la guerra civil (1931-1939), Barcelona, Orbis, 1979, p. 157. Robles había aceptado la República y era bien mirado por los monárquicos y los fascistas le aplaudían su parlamentarismo, no dejó de levantar sospechas en el flanco de los republicanos. Al frente del Ministerio de Guerra y con Francisco Franco como jefe del Estado Mayor Central, era más que evidente el peligro que para la izquierda significaba esta fortificación, aunada, a ojos vistas, al ímpetu con que Gil Robles era visto por las juventudes fascistas cada vez más soliviantadas. Con este trasfondo, las elecciones del 16 de febrero de 1936 ofrecieron un alto índice de popularidad para Azaña, y, apoyado por partidos de izquierda y sindicatos, logró el triunfo del Frente Popular. Para los poderes públicos y la derecha, el arrasamiento del Frente Popular significó la caída de Gil Robles y Calvo Sotelo en Madrid y Lerroux y Cambó en Barcelona. Pero también se empezaron a producir una serie de disturbios en los que se trató de argumentar una venganza por las supuestas humillaciones cometidas por la derecha y, en varios pueblos, se arremetió contra iglesias y centros de Acción Popular. En el ámbito agrario se encendieron nuevamente los ímpetus contenidos al regresar los arrendatarios que habían sido lanzados y quienes intentaron proseguir con la reformaagraria. En Toledo y Badajoz se dieron significativas reparticiones de tierra durante tres meses y la guardia civil confrontó la iracundia de la población agraria. Otras peticiones, con el mismo rigor, se dieron en las ciudades al exigir la libertad de presos políticos que el Gobierno de derecha había acumulado con ostentación. La tensión se aceleró con la agresión sufrida por el vicepresidente de las Cortes y el asesinato del magistrado. Además a diario: …ocurrían choques entre los trabajadores de la CNT y la UGT, entre falangistas e izquierdistas, entre la guardia civil y los campesinos. Las figuras responsables negaban los hechos en un sincero esfuerzo para tranquilizar la opinión pública y proteger el prestigio internacional de España. Ciertas regiones, especialmente Cataluña, gozaban de mayor orden público en la primavera de 1936 que otras veces en los pasados cinco años. Pero en toda España central y meridional la atmósfera de odio de clases era casi palpable.7 Ante la sospecha de conspiraciones por parte del ejército, el Gobierno, ante la petición de los comunistas de detener a los generales Goded y Franco, prefirió mandarlos a Canarias y Baleares respectivamente. Casares Quiroga, como presidente del Consejo no dejó de señalar categóricamente la inminencia de un arribo fascista que quedó sólo como rumor. La situación se complicó aún más con el asesinato de José Calvo Sotelo quien en 1934 fundó el Bloque Nacional de carácter marcadamente fascista. El asesinato lo perpetraron oficiales de Asalto quienes cumplieron la venganza de la muerte de uno de sus compañeros republicanos. Para ambas muertes hubo manifestaciones de parte de bandos con carácter fascista y republicano. Todos estos acontecimientos originaron la sublevación militar primero, el 17 de julio, por el ejército de Marruecos y, después, por Francisco Franco y Goded el 18 de julio de 1936. Las guarniciones se pronunciaron y se proclamó el estado de guerra. 7 Ibíd.., p. 202. CAPÍTULO PRIMERO Tradición e influjo familiar en Camilo José Cela Asimiladas como esencias desde donde discurre la existencia del hombre, lugar y tiempo son entidades en las que la discordante alegoría de sus influjos, internos y externos, subjetivos y objetivos, sociales e individuales, determinan la trascripción lograda por el entendimiento humano, ya en cualquiera de las formas habidas dentro del aprendizaje y dictado con base en su socialización. Toda forma de vida humana es ya un reflejo incluyente e impostergable de asimilación del entorno natural y comunal, siempre en búsqueda al intentar entrañar y desentrañar otras manifestaciones de comunidad. La valoración de lo inmediato, es decir, de lo que se vuelve inteligible, pero además, aprehendido, es síntesis de la representación del ser humano que le confiere identidad y ubicación de los alcances, primero, vividos, y después, compartidos y referidos. Lo acontecido se refiere para que haya transcurrir. Entonces, las vicisitudes humanas pueden convocar, a través del mínimo código de interacción que es el saber del otro, a lograr el alcance de lo estrictamente temporal, límite acordado por nosotros mismos. La memoria puede fungir como la forma, arbitraria las más de las veces, que le da sustento a lo experimentado para que sea representado en sus múltiples pulsaciones. El entorno primario, desde el que se empieza a objetivar y subjetivar al mundo, cobra una importancia decisiva para, necesariamente, compartir esas vivencias. Nacemos siendo lo inmediato. Después de esa interacción inmediata de saber al otro, el lenguaje, código cifrado con significado, devela nuestro intento de comunicar lo padecido. Es el lenguaje, además, el que nombra muchas veces, lo que, sin embargo, no se ha comprendido. El instinto que se despliega en un ímpetu de permanencia, vuelca al hombre apremiándolo a la trascendencia del hablar. Desde sus formas atávicas inherentes, el hombre se ha procurado el entorno familiar con el que se sepa incluido y, así, con la avidez de proseguir la historia. Su historia comprende un conglomerado interminable, acaso por repetitivo, y delimitado, por el seguimiento obtuso que se obtiene al recordar. Sabores, olores, colores, sonidos, y, sobre todo, personas que le han señalado al hombre lo ya dicho, conforman, al mismo tiempo que él lo hace, y dentro de los mismos márgenes de su temporalidad, la huella indeleble de sus palabras, y con esto, su conciencia histórica, que logra atemperar la desazón de saberse tan fugaz. El hombre se sabe historia pero siempre dentro, y sólo así, de su propia historia. Antes acaso que el país, queda para volverse entrañable, la ciudad, villa, casa, aldea, pueblo, caserío, cortijo y, muy antes, la madre, padre, hermanos, abuelos. El útero que significa el entorno familiar, ya se sabe, pero también se comprueba, será el filtro por el cual el niño será el hacedor y, parafraseando a William Wordsworth, padre del hombre. Camilo José Cela en la “Introducción a la dictadología tópica” del Diccionario popular geográfico de España I (1998), subraya la importancia que cobra el lugar de donde, en gran medida, aprendemos a ser lo que seremos: Señalamos al hombre nombrando lo inmediato, aquello que ve y que toca e intuye propio o semejante (su proximus y su locus natalis), pero desatendido de las nociones abstractas y aun de los presentimientos y las sensaciones, esto es, dando de lado a todo lo que no fuere él mismo y su prójimo enmarcados ambos en su peculiar parcela, en su decorado patrimonial, en el rincón geográfico y humano, e incluso psíquico, sentimental y cultural en el que vive, y mecido por su propio instinto y la huella de la tradición a la que se debe: hablamos del escenario con el que se funde incluso a espaldas de su inabdicable albedrío y aun de su talante.1 Del topónimo histórico, que, aunque ha existido, por su uso poco frecuente cayó en desuso y del topónimo popular creado por derivación léxica, o también por metaplasmo, esto es, por transformación, el ayuntamiento de Padrón, al referir el topónimo de su nombre 1Camilo José Cela. Diccionario geográfico popular de España I, Madrid, Noesis, 1998, p.17. vincula el origen del mismo con la existencia de las dos piedras localizadas en la vega del río Sar. Es a ese lugar al que la creencia popular, junto con la tradición jacobea, atribuye la llegada desde Jaffa, ahora zona portuaria del Tel-Aviv-Jaffa en Israel, del Apóstol Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan Evangelista, torturado y decapitado en Jerusalén por mandato de Herodes Agripa. Fueron dos discípulos del Apóstol, Atanasio y Teodoro, quienes depositaron el cadáver del Apóstol en una barca que lo condujo a Galicia, donde enclavó en las márgenes del río Sar amarrada a una de las piedras o pedrón, de donde sale, por comodidad fonética, el nuevo nombre de Padrón. Esta piedra es la que se puede observar en la actualidad bajo el altar mayor de la iglesia de Padrón. En la otra piedra, de acuerdo a las mismas referencias, fue donde se depositó el cadáver del Apóstol al salir de la barca que lo llevó a lo largo de su travesía. Después, “…desde Iria Flavia los despojos del Apóstol fueron llevados a Santiago en un carro de bueyes facilitado por una reina celta, Lupa, y allí enterrados”.2 Sin embargo, el primero de los nombres que tuvo este lugar fue Iria, que ya desde el siglo I de nuestra era fue considerado un centro urbano significativo al que Roma, efectuando la colonización, fijó su interés. Los romanos vieron en esa comunidad indígena un cruce favorecido por caminos naturales y su conveniente ubicación al situarse junto al mar. Flavio Vespasiano, emperador de 69 a 79 a. de C., funda la dinastía Flavia y convierte el lugar en acogedora morada decónsules y pretores romanos. Así se le agrega al topónimo de Iria, Flavia, con lo cual queda, Iria Flavia. También, por excavaciones recientes en el atrio de la iglesia de Iria, se han encontrado evidencias tales como monedas pertenecientes al Imperio Romano, cerámica, vidrios, bronce, y pondos o tinajas que señalan la importancia comercial que se había desarrollado en Iria. Pero son las huestes de Almanzor, 2 Ian Gibson. Cela, el hombre que quiso ganar, Madrid, Aguilar, 2003, p.33. en 997, quienes arrasan el municipio, teniendo como principal objetivo a Santiago de Compostela. Pero antes que Santiago llegara a ser sede episcopal, Iria Flavia, con la edificación de la colegiata de Santa María la Mayor de Adina y sus celebradas torres resultó un lugar muy estimado al albergar las osamentas de veintiocho obispos irienses considerados, además, santos. En este sentido, Camilo José Cela siente la importancia que cobra el arraigo de su lugar de origen al enorgullecerse de que debajo de esa colegiata de Santa María: “…se encuentran los cimientos de la iglesia de advocación mariana —en su inicio catedral― más antigua no sólo de España sino del mundo entero”.3 Después de la cristianización, ya convertida Iria en sede en el siglo I y totalmente estructurada como tal en el siglo VI, el obispo iriense Teodomiro traslada la sede a Compostela, por la razón de que Iria empezaba a ser un lugar demasiado frecuentado por la piratería normanda y almorávide. Propiamente, Padrón aparece como burgo poco antes del siglo XI. El argumento aduce a que Santiago de Compostela inicia la apertura comercial hacia el atlántico. Sin embargo, esto implica las construcciones de fortificaciones que atravesaban el río Ulla; lugar por el que ascendían las embarcaciones utilizadas por la piratería. De esta manera, al mismo tiempo que Padrón sirvió de trinchera contra tales invasiones, se fue conformando una sólida base económica y comercial. Diego Gelmírez, arzobispo de este burgo en 1100, estableció una vía comercial de España hacia Europa para, precisamente, dotar de mayor estabilidad económica a Compostela, instaló astilleros en donde se construyeron naves provistas con espolones de hierro, los cuales tuvieron para atracar, el puerto de Santiago o puerto del Apóstol, construido también por órdenes del mismo arzobispo y ubicado a orillas del río Ulla, actual Cesures. Se desarrollaron de esta 3 Ídem. manera, la industria, la producción agraria y el comercio aunque, durante el siglo XIV se vieron afectados por crisis demográficas causadas por las pestes. Aunada a esta crisis, ocurre en 1350, por la muerte de Alfonso XI, una nueva crisis dinástica que supone el reemplazo de la aristocracia gallega. Esta nueva jerarquía social desestabiliza la proporción política y social regulada a través de siglos en Galicia. Como resultado de actos de rapiña perpetrados por parte de los nuevos dirigentes y, como respuesta popular y urbana estalló la Fusquenlla o también conocida por Guerras Irmandiñas. La edad moderna del burgo de Padrón, que abarca del siglo XVI al XVIII, lo sitúa delimitado por una muralla y cinco puertas principales. De la población de entonces, se conoce por los censos realizados, una cifra de vecinos que oscilaba de 200 a 210 ubicados en la villa, y 600 reconocidos dentro de la zona rural. De esta población, era el clero la jerarquía más poderosa, centralizando, por la misma razón, los servicios religiosos. En la familia del padre de Camilo José Cela hubo un beato al que el propio Cela reconoce en su fecha de nacimiento del 25 de julio de 1808 y al que: …se afirma que fue beatificado por sentencia de la Sagrada Congregación de Ritos el 17 de diciembre de1885.[…] Mi parentesco con el beato es claro. Fray Juan Jacobo fue hermano de Rosa, la abuela de mi padre, venida al mundo el 18 de abril de 1810. A fray Juan Jacobo lo martirizaron en Damasco el 7 de julio de 1860.4 Otro sector importante lo constituían los cargos que conformaban la instancia gubernamental cuyas jerarquías abarcaban el señorío, el Consejo, los alcaldes, escribanos, recaudadores de impuestos, regidores y artesanos. Sobresalía la clase hidalga y una clase mercantil, algo reducida. Con esta conformación social, Padrón logró concentrar el desarrollo comercial de todo el contorno con base en una sólida administración. Además la burguesía proveniente de Cataluña, Castilla, País Vasco, Asturias y la Rioja, entre otros, 4Camilo José Cela. La Rosa. Madrid, Espasa, 2001, pp. 30 y 31. posibilita el fortalecimiento de la economía en toda Galicia. Con una burguesía importante y la economía bien estructurada Padrón inicia su desarrollo en el siglo XIX y XX. Gonzalo Torrente Ballester, en su libro Santiago de Rosalía de Castro especifica: La provincia de la Coruña, o lo que hoy se llama así, fue uno de los centros más activos de la obra ilustrada, que el recuerdo de Cornide preside todavía. Así se explica que esta ciudad y sus contornos hasta más allá de Compostela, hayan sido el foco más candente del liberalismo en España, después de Cádiz y no con menor actividad. Paralela y lógicamente, es también un centro de reacción. La sede compostelana, y algunos de los canónigos que la sirven, refuerzan ideológicamente, alrededor de los años veinte, al despotismo centralista… Así no es de extrañar que los núcleos de ideologías contendientes, tras de las cuales se esconden, o a veces se muestren claramente, intereses de lo que entonces llamaban materiales y ahora llamamos económicos y de poder, se equilibren en número y fuerza en estas ciudades.5 Camilo José Cela habla, en La Rosa, el primero de los libros dedicados al relato de sus memorias, de sus parientes que cobraron cierta importancia durante el siglo XIX. Tanto del lado conservador como los que él mismo considera “…parientes chiflados e iluminados, gentes que andaban con la cabeza a pájaros”.6 Dentro de la contemporaneidad, Padrón se ha mantenido en un crecimiento industrial y, aunque reduce a la población activa dedicada a la agricultura y pesca, consideradas como sector primario, fomenta al subsector de la transformación de la madera. El dinamismo empresarial procura nuevos cuadros laborales en los cuales se vislumbran mejorías para el mantenimiento del poder adquisitivo de una clase media no emergente. Por otro lado, la ganadería también refleja una productividad sustentable. La facilidad de comunicaciones entre carreteras, aeropuerto y ferrocarriles permiten que el turismo contribuya significativamente a la estabilidad económica de Padrón. 5Gonzalo Torrente Ballester, Santiago de Rosalía de Castro, Barcelona, Planeta, 1998, pp.20 y 21. 6 Cela. Op. Cit. p. 33. Se ha referido una breve semblanza de Padrón junto con el arraigo cultural que ostenta, porque, para Camilo José Cela, en gran medida, la ancestral concepción de sus raíces le crean sentimientos de identidad y orgullo, además de cierta distinción al comprenderse como el depositario de distintas culturas, por parte de los abuelos paternos y maternos. El conocimiento de su procedencia y el considerar a ésta como parte de una aristocracia le significó, también, una proclividad a defender la casta y, por tanto el honor, conceptos ambos que Camilo José Cela, en su intervención durante la guerra civil española, entendió como pilares de su herencia cultural, defendibles, por tanto, a ultranza. Como complemento de identificación a estos sentimientos de arraigo y pertenencia a su Galicia natal, Camilo José Cela los encuentra en el concepto del resurgimiento y revaloración del idioma gallego que resultan del empuje hecho desde la lírica galaico- portuguesa escrita, a finales del siglo XV
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