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U N I V E R S I D A D N A C I O N A L A U T Ó N O M A D E M É X I C O P R O G R A M A D E P O S G R A D O E N L E T R A S F A C U L T A D D E F I L O S O F Í A Y L E T R A S Ignacio Martínez Elizondo, viajero y liberal heterodoxo T E S I S Q U E P A R A O B T E N E R E L T Í T U L O D E MAESTRA EN LETRAS . L ITERATURA IBEROAMERICANA P R E S E N T A: R o s a M a r í a T a l a v e r a A l d a n a CIUDAD UNIVERSITARIA ENERO 2006 1 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Í N D I C E Ignacio Martínez Elizondo, viajero y liberal heterodoxo. Introducción................................................................................ 3 Capítulo I. El fenómeno de la literatura de viajes a partir........... 10 de la retórica formulada por este discurso. Capítulo II. El México de Ignacio Martínez Elizondo, ................ 48 Liberal heterodoxo. Capítulo III. El viaje..................................................................... 86 Conclusiones............................................................................... 140 Apéndice....................................................................................... 146 ANEXO:“París” en Recuerdos de un viaje en América, Europa y África BIBLIOGRAFÍA............................................................................. 150 2 INTRODUCCIÓN El viaje escrito es el alma de un viajero y nada más. Emilia Pardo Bazán Este trabajo de investigación se convirtió en un viaje que podría titularse Viaje alrededor de un libro, porque gira en torno a una obra que me llevó a recorrer caminos tocados por otros viajeros. El descubrimiento y lectura de una obra integraron las coordenadas de un viaje hacia el interior no sólo del libro, sino de mí como lectora. Este proyecto dio inicio cuando intenté volver a mi estado natal, Tamaulipas, el año 2000. Todo retorno es maléfico, dijo Ramón López Velarde, y es preciso hacerlo con todos los amuletos y defensas posibles. El motivo era laboral. La oferta resultó un fracaso. Sin embargo, la frustración se convirtió en iluminación gracias a que llevaba conmigo una asignatura pendiente: la noticia de un paisano tamaulipeco, de quien sólo conocía el nombre y uno de los apellidos: Ignacio Martínez. En el imprescindible Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México se consigna sobre él: 3 Martínez, Ignacio (1844-1891). Militar y médico. N. en la Villa de San Carlos, Tamps. Vivió en la frontera, Matamoros, primero, y después en Brownsville, E.U:A., donde fundó un periódico. El Mundo, en el cual atacó el porfirismo. Intervino en el Plan de la Noria y en el de Tuxtepec, y desafortunado en los dos, dejó la carrera de las armas con del grado de Gral., para ejercer la medicina. Fue M. por cuestiones políticas en N. Laredo, E:U.A. Autor de: Recuerdos de un viaje en América, Europa y África, París, 1884; Viaje universal, visita a las cinco partes del mundo. (Prol. de Vicente Riva Palacio), N. York, 1886. Un compañero de literatura tomó al azar de un libro sobre personajes destacados de Tamaulipas el nombre de Ignacio Martínez, lo escribió en un papel y me lo dio para que me entretuviera durante mi estancia en ese estado. Este dato me llevó por rumbos desconocidos. Tras las huellas de este personaje, visité el lugar de su nacimiento, San Carlos, antigua población asentada en la sierra del mismo nombre. En el siglo XIX, esta zona se enriqueció con la extracción de un mármol tan fino, se dice, como el de Carrara. Esta actividad se abandonó por falta de tecnología. Actualmente, es reconocida por el tradicional y apreciado mezcal que ahí se destila. El paisaje agreste y bravo de la región aparece en las estrofas de un corrido titulado “La sierra chiquita”, homenaje a la hombría de sus habitantes que resuelven sus diferencias a balazos. En este lugar se fundó Congregación Morales, población serrana que se distingue porque sus habitantes, rubios y de ojos claros, son descendientes de un grupo de franceses (gambusinos o comerciantes) que allí se asentaron hace muchos años. Al recorrer la población, sólo encontré una calle llamada Dr. Martínez, que no me dijo nada. En la biblioteca “Marte R. Gómez”, de Ciudad Victoria, recabé algunos datos referentes a la participación militar de Ignacio Martínez en las rebeliones de la Noria y Tuxtepec, su actividad revolucionaria en la frontera y algunos datos sobre 4 los dos libros de viaje de su autoría. Sobre el primero, que es el que nos ocupa, la ficha señala que fue publicado en 1884 en París en la Librería de Brégi. Del segundo, que no todos los historiadores consignan, se mencionan dos lugares de edición: Nueva York y México. Entonces empezó la verdadera aventura. Sobre la historia del estado de Tamaulipas existen pocas referencias. Parecía que nadie recordaba a mi Martínez, ni he podido encontrar archivos útiles para mi indagación. Pero una vez en el camino, no es posible echarse atrás. Me dediqué a investigar sobre Ignacio Martínez hablando con personas interesadas en la historia del estado, así como en los libros que estaban a mi alcance. Finalmente, alguien mencionó a un señor que trabajaba en el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes y quien era reconocido por descubrir restos arqueológicos en la sierra. Me encontré con otro Martínez, esta vez de nombre Eduardo, sin parentesco con mi personaje. Amablemente aceptó conversar conmigo. Me contó que desde niño le gustaba recorrer la sierra y así un día encontró la zona arqueológica llamada Balcón de Montezuma. Cuando mencioné al médico viajero, reflexionó un rato. Me dijo que creía recordar que su hija tenía un libro de viajes muy antiguo, pero no se acordaba del autor. Se ofreció a llevarme en su camioneta para presentarme con ella y echarle una mirada al libro. Confieso que estaba desilusionada, la verdad creí que nunca lo encontraría. Entonces conocí a Lucy, hija del Norte, joven mujer, rotunda y sencilla, que de inmediato se prestó a mostrarme el apreciado volumen, regalo de su abuela materna. Entró a la casa y volvió con un bulto envuelto en una tela roja. El libro me sorprendió. Era pesado, con cubiertas de piel y cantos dorados, ya deslucidos, que mostraban restos de su pasado esplendor. Era, efectivamente Recuerdos de un 5 viaje en América, Europa y África. Le dije que me interesaba mucho estudiarlo, que planeaba hacer un trabajo de investigación, en fin, que para mí era muy importante. Lucy aceptó que lo consultara e hiciera un trabajo, pero tenía que ser en su casa, porque el libro no podría abandonarla. Me presentó a su madre y ambas me ofrecieron una pequeña estancia con una mesa y mucha luz para trabajar a mi antojo. Durante meses visité por la mañana la casa de las nuevas amigas y combiné lectura, apuntes y reflexiones con ricos desayunos que preparabala señora, con el sazón que debe haber conocido Ignacio Martínez. Pronto descubrí que además de su simpatía Lucy poseía otras destrezas. Estudió ingeniería y desempeñaba la antigua práctica de las gitanas. Miraba en la baraja el pasado y el porvenir. Combinaba la Física y la Metafísica. De esta manera, quedó marcado el rumbo de la nave que me llevaría por el siglo XIX. La siguiente etapa consistía en determinar el rumbo de la investigación. El personaje presentaba diversas facetas, que sólo esbozaré en esta introducción. Ignacio Martínez nació en San Carlos, Tamaulipas en 1844; estudió medicina a instancias de su padre en Monterrey. Se inclinó por el estudio de la lengua y la cultura francesas de donde surgió su admiración hacia Voltaire y especialmente hacia Napoleón. El curso de los acontecimientos en México lo llevó a tomar las armas en 1865, durante la Intervención francesa, y, más tarde, en 1872 y 1876 se adhirió a los levantamientos de la Noria y Tuxtepec, como mencioné, ambos encabezados por Porfirio Díaz. Es posible que debido a sus convicciones acerca del principio de no reelección, rechazara los planes autoritarios del que había reconocido por años, como el líder de la causa. En 1878 renunció al ejército con el grado de general, obtenido por su desempeño en la revolución de Tuxtepec, 6 abandonando, además, los privilegios que gozaba como senador e integrante del grupo triunfador. Fiel a sus convicciones, a partir de esa fecha se convirtió en enemigo declarado de Díaz, atacándolo desde la frontera norte con la pluma, arma que esgrimiría con valentía en las páginas de los periódicos que fundó en las ciudades fronterizas de Brownsville y Laredo, como parte de su estrategia para realizar un levantamiento armado que incluía ciudadanos de ambas lados de la frontera. Su postura lo convirtió en blanco de las agresiones del gobierno. Sufrió dos atentados que pusieron en riesgo su vida por lo que decidió cruzar la frontera y residir en el país vecino hasta donde llegaron para asesinarlo en 1891. Con los antecedentes de una modesta actividad literaria, algunos poemas de juventud (incluyo el que dedicó a su maestro) y su natural inquietud, viajó a Estados Unidos en 1872, forzado por las circunstancias, después de la derrota de la Noria, y emprendió el primero de sus grandes viajes el 7 de abril de 1875. El segundo periplo, más ambicioso, lo realizaría en 1884. El resultado serían los libros: Recuerdos de un viaje en América, Europa y Asia y Viaje alrededor del mundo. Debido a que se trata de un autor tamaulipeco del que existen pocas referencias, me pareció un personaje digno de estudio. Si bien en las diversas bibliografías de literatura mexicana aparece mencionado tanto el nombre como las obras de nuestro autor, poco se dice sobre su trayectoria. Entonces comprendí la importancia de sus escritos y lo que podían aportar para conocer mejor a los escasos viajeros mexicanos del siglo XIX. Además, al ser publicada fuera del país, la primera en París ilustrada con 354 grabados y un mapa, estas obras se convierten en un objeto de estudio multidisciplinario para la Literatura, la Historia, el arte y el mundo editorial. Es manifiesto el afán de cultivar a sus posibles lectores y, 7 fiel a su ideario liberal, vemos que Martínez incorporó a su libro gran variedad de ilustraciones, en un tiempo en que los derechos de autor, en lo referente a la imagen, no tenían la reglamentación que conocemos. En cuanto a la estructura del trabajo, decidí dividirlo en tres capítulos. El primero inicia el testimonio de algunos viajeros mexicanos que según Ignacio Manuel Altamirano se atrevieron a salir del país y dejaron constancia de su recorrido. En la lectura de estas experiencias encontré que los escritores viajeros decimonónicos como mi personaje, establecen coordenadas y permiten similitudes y diferencias. En el siguiente capítulo, incluyo el contexto histórico, social y cultural en el que se desenvuelve Martínez: las poblaciones norteñas: Monterrey, Tula, Matamoros, Laredo, donde se formó y a donde regresó para combatir desde otras trincheras, como médico y periodista, y los estados del centro, escenarios de las derrotas de San Luis y La Noria y el triunfo de Tuxtepec. La parte central de la tesis lo conforman los apuntes que hiciera Martínez sobre sus impresiones y experiencias, las que dejó asentadas en un lujoso libro impreso en los talleres de la Librería de Brégi en París obra que constituye la parte central de este trabajo, dejando el segundo de los libros, publicado en Nueva York, para una investigación posterior. El recorrido por diversos lugares y países va acompañado de las miradas de otros viajeros que escribieron su propia visión. Incluyo un apéndice, ante la imposibilidad de anexar la obra completa de Ignacio Martínez, con los capítulos de su estancia en París a fin de presentarlo a través de sus palabras. Al igual que otros viajeros de su tiempo, Martínez encontró en París, como escribió Walter Benjamín, la capital de siglo XIX. 8 Este trabajo de tesis no hubiera sido posible sin la confianza y amabilidad de Lucía Martínez ni sin el apoyo histórico y fiel amistad de la maestra María Concepción Salas. Agradezco a los maestros que revisaron, aportaron y enriquecieron esta investigación, a los amigos que compartieron las zozobras de este periodo y a Aurora Torres por su disposición y ayuda. Mi reconocimiento y compromiso con el doctor Vicente Quirarte por su generosidad, entusiasmo y aliento. A mis hijos que me impulsan a continuar en la academia y, especialmente, a la primera Rosa María que me trajo a navegar. 9 CAPÍTULO I EL FENÓMENO DE LA LITERATURA DE VIAJES A PARTIR DE LA RETÓRICA FORMULADA POR ESTE DISCURSO Lo importante es que los viajes vayan donde tienen que ir, y, sobre todo lleguen donde tienen que llegar. Jonathan Swift Ignacio Manuel Altamirano, ya consolidado como presidente de la República literaria mexicana, escribe un prólogo al Viaje a Oriente de Luis Malanco, publicado en 1882, que además de dar noticia de cómo los libros de viajeros mexicanos más importantes y mejor escritos del siglo XIX, constituyen una verdadera teoría sobre el viajero mexicano, así como un repaso bibliográfico de las más notables travesías realizadas por sus compatriotas. “Los mexicanos viajan poco, y los que viajan no escriben, ni publican sus impresiones o recuerdos”.1 No obstante lo categórico de semejante afirmación, Altamirano enumera los más importantes libros de viajes al extranjero escritos por mexicanos: las Memorias del padre Teresa de Mier, la Breve y sencilla narración del viaje que hizo a visitar los Santos Lugares de Jerusalén de José María Guzmán; el Viaje a Egipto y Palestina que publicó el joven José López Portillo y Rojas; Fernando Bulnes, 1 Altamirano M. Ignacio, “introducción al Viaje a Oriente de Luis Malanco en Escritos de literatura y arte en Obras completas XIII, p. 215. 10 historiógrafo, con sus impresiones en Once mil leguas en el hemisferio norte; el obligado Viaje a los Estados Unidos de Guillermo Prieto; el citado Viaje a Oriente de Luis Malanco; Los recuerdos de un viaje del general Ignacio Martínez, y las Notas y episodios de viaje a los Estados Unidos de Alberto Lombardo. Es importante mencionar que Altamirano deja fuera de esta lista las Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia de Manuel Payno, que comentaré más adelante y observar que tampoco consideró la relación de los viajes de Lorenzo de Zavala por Norteamérica, aunque sí conocía los escritos históricos de este mismo escritor. ¿Qué motiva este comportamiento? Lo que adormece en el mexicano el deseo de locomoción, “tan natural en el hombre”, dice Altamirano, “esnuestra apatía característica emanada de la educación singular, que se dio a nuestro pueblo durante trescientos años”.2 Entonces ¿sería producto de la colonización? Hasta el periodo de la Independencia con el inicio de las guerras civiles surge la necesidad constante de movilizarse debido a los levantamientos contra el orden establecido y las persecuciones provocadas por las “inestabilidad de los gobiernos, de la venganza de los partidos y de las vicisitudes consiguientes a una serie no interrumpida de revoluciones”3. El resultado sería la proscripción voluntaria o forzosa y más tarde la aplicación de la ley fuga. Los líderes de la Independencia inyectaron “en los individuos de la raza mezclada” el impulso que los llevaría a recorrer el país en cruenta lucha por sus ideales. 2 Ibidem, p. 215. 3 Ibidem, p. 223. 11 Como liberal mexicano interesado en el estudio de lo propio, Altamirano juzgaba que la etapa colonial, innegable periodo de esclavitud y explotación, era el principal motivo de la apatía del mexicano. El conocimiento y la cultura eran para Altamirano y para los liberales del siglo XIX, la única posibilidad de llevar adelante las propuestas del liberalismo que proponía el “adelanto material y moral”. La educación asentada en la cultura europea, determinó en Ignacio Martínez así como en otros viajeros mexicanos, (como pretendo mostrar en el primer capítulo) el deseo de buscar en otros países la respuesta a la problemática de su patria, según las reflexiones asentadas en su libro. Siguiendo las reflexiones de Altamirano, la indolencia y el desinterés de los mexicanos del siglo XIX por dejar constancia de sus recorridos, trajeron como resultado que la literatura de viajes fuera “la más exigua de nuestras literaturas”. Fueron escasos los intrépidos que superaron “la repugnancia por alejarse de la tierra nativa”. Por otra parte, los escritos sobre viajes conformaron un género híbrido ampliamente desarrollado por los europeos que tuvo gran aceptación y reconocimiento en el México liberal. Ese es un camino que habían abierto los antiguos: Herodoto para dar a conocer el Egipto a la Grecia... Los conquistadores y misioneros del siglo XVI, también dieron a conocer la América del mismo modo a los hombres del antiguo continente, y hoy todavía sus libros son consultados con vivo interés. El barón de Humboldt no reveló a México de otra manera que con esas encantadoras descripciones que ponen en relieve no sólo al sabio, sino al literato amigo de Schiller y de Weiland4 4 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit., p. 229. 12 Lo que preocupaba a Altamirano era el desconocimiento que los habitantes de la entonces incipiente nación tenían de lo propio. “ Es un asunto baladí”, afirma, porque “al ver escrito en una página de viaje un nombre indio, todo el mundo aquí ha de hacer un gesto de desdén... por eso no es raro, sino frecuente, encontrar lectores que saben dónde están los Alpes, y cómo son, y que no saben dónde está el Nayarit y qué cosa es”.5 Existía, apenas, la atracción por descubrir el paisaje nativo y menos por emprender recorridos a países lejanos en Oriente o Europa Occidental, “por las largas distancias a Europa; y lo caro de los pasajes”, explica Altamirano. La cultura y el conocimiento despiertan necesariamente la inquietud por descubrir al otro, por movilizarse y encontrar en lo diferente, lo semejante. Para convertirse en viajero, dice Rousseau, “hay que ser instruido, desinteresado (en lugar de estar a cargo de una misión de conversión o de conquista) y saber desembarazarse de los prejuicios nacionales”.6 A lo largo de este trabajo, veremos cómo Ignacio Martínez cumple con estas dos primeras exigencias. El compromiso de Altamirano por desarrollar una literatura nacional, despertó su interés hacia los escasos libros de viajes publicados por los mexicanos que decidieron realizar una larga travesía a otro continente y dejaron de ello su testimonio: “Sus productos son rarísimos en lo que se refiere a los viajes al extranjero”, comenta el maestro, “Redúcense a nueve o diez libros, a lo más”.7 Entre ellos menciona a Ignacio Martínez, quizá porque compartían la amistad de José Rivera y Río. Es importante comentar 5 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit., p. 229. 6J.J. Rousseu citado por Tzvetan, Todorov, en Nosotros y los otros, p. 31. 7 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit., p. 230. 13 los viajes al extranjero que emprendieron estos mexicanos del siglo xix, los países que visitaron, cómo relacionaron lo nuevo con la ya conocido, dar una idea del tiempo que emplearon en el trayecto, cómo se transportaron, qué tipo de viaje realizaron, cuál es el género literario que predomina en sus escritos, qué impulso desencadena el viaje para clasificarlos según el movimiento literario-viajero, como señala Ottmar Ette. Finalmente, quiero desarrollar a partir de estos puntos el análisis del primer libro de viajes de Ignacio Martínez Elizondo, quien, como contemporáneo de estos viajeros, comparte su visión de liberal mexicano o disiente de ella. Aparecen diferencias, sin embargo, que muestran una fuerte personalidad modelada por raíces de hombre del Norte, cercanía con la frontera, preparación científica y por la influencia de la cultura francesa; elementos todos que lo convierten en un personaje interesante. VIAJEROS MEXICANOS DEL SIGLO XIX Entre los primeros escritos sobre las travesías hacia Oriente emprendidas por viajeros mexicanos, encontramos el viaje documentado del padre José María Guzmán, quien inició su recorrido en barco el 6 de marzo de 1834 desde el puerto de Veracruz. Llegó a Nueva York veintiocho días después y de ahí se embarcó hacia Roma, con la encomienda de apoyar la beatificación del mexicano Antonio Margil. El padre Guzmán inició sus apuntes diciendo: “Hacía ya muchos años que mi corazón deseaba con ansia viajar por la Palestina, solamente por visitar aquellos venerables santuarios y ver con mis propios ojos los lugares felices en que un Dios 14 hecho hombre obró los misterios de nuestra redención”.8 Su intención era llegar a Jerusalén, donde comprobó “que era el primer mexicano que dejaba su nombre” en el libro de visitantes. Como religioso peregrino, el padre Guzmán se acogió a la hospitalidad de los conventos y a la generosidad de algún eclesiástico, que facilitó su estancia en aquel país. Los lugares que visitó son descritos con detalle, citando además personajes y hechos que muestran su gran conocimiento de la Biblia y de la historia cristiana. El punto central de su relato lo conforma el arribo a Jerusalén, ciudad “santa aunque ingrata”. Sobre la emoción que despertó su presencia, escribe: “No pude menos que derramar muchas lágrimas; y bajando del caballo me postré a besar aquella tierra bendita”.9 Su testimonio evidencia que el proyecto esencial de su viaje era realizar una peregrinación a Tierra Santa, por los lugares más importantes y significativos de la cristiandad. El recorrido agotador y lleno de inconvenientes lo emprendió impulsado por la fe, con el entusiasmo y la energía del que ve cumplido un sueño. El padre Guzmán realizó un viaje lineal, porque “va desde un punto de partida hasta un punto de llegada. Este viaje lleva a una fusión con la meta anhelada”10, según la tipificación establecida por Ottmar Ette. Una vez que ha realizado el recorrido y de después de soportar un clima caluroso e insalubre, escribe: “Habiendo visto en el breve término de un mes todo lo que hay de remarcable en la Galilea, en la Judea y aun en la Samaria, determiné mi 8 José María, Guzmán, “Breve y sencilla narración...” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos enTierra Santa, p. 27. 9 Ibidem, p. 29. 10 Ottmar Ette, Literatura de viaje de Humboldt a Baudrillard, p. 60. 15 regreso a Roma”11. El 5 de julio de 1835 se embarcó en Jaffra, pero como no pudo alcanzar en Beirut el barco que lo llevaría a Italia, tuvo que permanecer dos semanas más en espera y llegar a Roma hasta el 28 de agosto. A pesar de los retardos e inconvenientes, el peregrino concluyó diciendo que este viaje había sido el más feliz de su vida. Su obra titulada Breve y sencilla narración del viaje que hizo para visitar los santos lugares de Jerusalén apareció publicada en 1837.12 Tiene el mérito de la sencillez y la finalidad de servir de guía a los peregrinos que siguieran sus huellas así como de elevar el sentimiento religioso de los mexicanos. En Cosas notables de Palestina y otras partes de Levante (incluido junto a La breve... ) describe, con evidente desagrado, el deterioro que el gobierno de los turcos ha propiciado en estos países de Oriente: “!Qué horror me causaba el ver esto haciendo comparación con la culta Europa y mucho más con la extraordinaria limpieza de Toscana, en donde acababa de estar!”.13 Siente lástima por los musulmanes que veneran santos que le parecen “hombres sucios y desvergonzados” y pasean desnudos por las calles. Estas apreciaciones del padre Guzmán nos acercan a lo dicho por Michel de Montaigne: “lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a aquello que es ajeno a sus costumbres. Como no tenemos otro punto de mira para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones y usos del país en que vivimos, a nuestro dictamen en él 11 José María Guzmán, op.cit., p. 50. 12 La portada del libro aparece en Jerusalén a la vista, p. XXV. 13 M. de Montaigne, “De los caníbales” en Ensayos escogidos, p. 110. 16 tiene su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más irreprochable uso de todas las cosas.” 14 Sin embargo, después de observar las extravagancias, zarcillos, collares y adornos que usan las mujeres, recuerda las féminas de Europa o América y concluye con sencilla sabiduría: “El mundo en todas partes es igual; y si se diferencia en los usos no se diferencia en lo ridículo”.15 Cerca de cuarenta años después, en 1873, José López Portillo y Rojas, recibió de sus padres el regalo de un viaje por haber obtenido el título de abogado. El joven inició su recorrido desde su natal Guadalajara hacia Estados Unidos, visitando Canadá, antes de embarcarse hacia Europa y llegar finalmente a Egipto y Palestina. Nos ocuparemos sólo de éste último país del que aporta detalladas descripciones de lugares y personajes, enriquecidas con anécdotas y diálogos. Llevó a cabo su peregrinación a caballo “en un territorio donde las comunicaciones permanecían, como siglos atrás, inalterables”.16 Cuenta que cuando estaba cerca de la ciudad amurallada, conocida de antemano por los relatos bíblicos, experimentó la misma la exaltación de los poetas románticos ante la naturaleza: “Algo lúgubremente grande se presiente a la cercanía de la capital de Palestina. Esta naturaleza es triste, desolada, pero más que todo majestuosa. No hay en la tierra otra naturaleza como ésta”17. López Portillo, como el padre Guzmán, relata la emoción que le produjo la “ciudad culpable” de Jerusalén: 14 Tzvetan Todorov, op.cit. p. 60. 15 Ibidem, p. 68. 16 Vicente Quirarte, “La otredad presentida” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos, p. XX . 17José López Portillo y Rojas, “Egipto y Palestina. Apuntes de un viaje” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos, p. 77. 17 “Eché pie a tierra y, puesto de rodillas, con el semblante vuelto a Jerusalén, palpitante el corazón y la mente inflamada, dije el credo”18. Una parte importante de sus escritos está dedicada a relatar la pasión de Cristo. A medida que reconocía los Santos Lugares, retoma el tiempo histórico a partir de los romanos y explica: “Entonces el mundo se encontraba en manos de los sensualistas que aplicaban a sus labios la copa de la embriaguez y a su corazón la llama de los placeres”,19 aunque reconoce que “mucho ha cambiado Jerusalén desde el tiempo de los romanos hasta hoy”. Su intención era no sólo contar sus experiencias, sino aportar datos que podrían ser importantes para otros creyentes. Describe el arco llamado Ecce homo donde siglos atrás “había debajo de las ventanas esta inscripción esculpida: Tole, Tole (crucificadle, crucificadle)”. Sorprende su incuestionable certeza para señalar y reconocer lugares y hechos bíblicos. Arrastrado por la fe, justifica sus apreciaciones porque “estas exageraciones no tienen nada de condenables, pues no dependen de espíritu de engaño o fraude, sino de exceso de fantasía unido a exceso de devoción... Qué otros se burlen de estas supercherías inocentes”.20 Podemos concluir que así como lo hiciera el padre Guzmán, López Portillo efectuó un viaje lineal, “una ruta lineal orientada a un lugar mítico de consumación, especialmente porque en él se puede expresar simbólicamente tanto las posibilidades como los límites de la experiencia 18 Ibidem , p. 77. 19 Ibidem, p. 109. 20 Ibidem, p. 80. 18 humana”.21 Encontramos que el corazón de su travesía es Jerusalén, lugar en donde López Portillo sintió que “se encontraba faz a faz con los lugares más célebres de la tierra, con los más venerados de mi alma"22. Ante el Santo Sepulcro su entusiasmo alcanzó cierta exageración teatral: “¡Oh! ¡Si toda mi vida pudiera transcurrir como transcurrió aquel momento, cuando olvidado del mundo no tenía pensamiento sino para el infinito!”23 No aparece la misma emoción en el joven abogado cuando en Egipto, después de haber escalado la gran pirámide y mientras contempla el maravilloso paisaje desértico, recordó la gran satisfacción que le “causaba pensar que había subido a la cumbre de la más alta pirámide de estas pirámides”;24 que en ese lugar Napoleón pretendió entusiasmar a sus tropas con la célebre frase: “Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan”. A su regreso, López Portillo organizó sus apuntes, y aunque reconoció que sobre el tema “todo está dicho”, publicó Egipto y Palestina. Apuntes de un viaje, en 1874. Este largo recorrido por diversos países, según él mismo declara en la introducción de su libro, lo realizó “con todas las comodidades que la abundancia de recursos puede proporcionar”. El espacio en que se movió el viajero mexicano en aquel continente, sólo le mostró seres nebulosos. Su limitada percepción lo indujo a escribir: “Por regla general, puede decirse que los países de Oriente, con necesidad o sin ella, son países mendigos”. Sin embargo, manifiesta cierta tolerancia hacia 21 Ottmar Ette, op. cit. p. 61. 22 José, López Portillo y Rojas, op. cit., p. 79. 23 Ibidem, p. 94. 24 José López Portillo y Rojas, op. cit . en Felipe Teixidor, Viajeros mexicanos, p. 57. 19 los musulmanes. Durante su visita a la mezquita donde se venera la huella que Jesús, profeta anterior a Mahoma, dejó antes de subir al cielo, reflexiona: “Yo respeto su modo de pensar, pero para mí esa huella es apócrifa”. No se percibe la misma condescendencia cuando con aspereza menciona la responsabilidad de los judíos que por condenar a Jesús, se convirtieron en un “pueblo desgraciado (que) vaga por las inmensidades de la tierra aborrecido y proscrito”. Egipto y Palestina fue recibido con beneplácito por la sociedad jalisciense y valorado como “un libro lleno de evocaciones bíblicas, que las gentes acomodadas, cultas y piadosas de Guadalajara solían leer en la Semana de la Pasión”, además de ser “el único viaje de un mexicano a Palestina que puede leerse con interés”,25diceTeixidor, afirmación bastante cuestionable porque el texto de Luis Malanco lo supera. Como afirma Vicente Quirarte: “Su descripción de las costumbres de los habitantes, así como de los lugares que su asombro advierte en inéditos, otorga a su prosa las virtudes advertidas por Altamirano”,26 quien a su vez había resaltado la nobleza de estilo de Malanco. La mencionada introducción de Altamirano sobre los escasos viajeros mexicanos apareció justamente en el libro que Luis Malanco escribió al visitar esta región. Emprendió su viaje a Europa y Asia en 1875 y narró sus experiencias y recuerdos en 1200 páginas que fueron publicadas en dos tomos (1882-1883). En su prólogo, Altamirano cuenta que Malanco 25Felipe Teixidor, Viajeros mexicanos, p. 49. 26 “La otredad presentida” en Jerusalén a la vista, p. XVII y XVIII. 20 aprovechó la oportunidad que le ofrecía su puesto de secretario de Legación en Roma para recorrer Oriente, visitar Egipto y, sobre todo como cristiano, católico y piadoso, viajar a Palestina y conocer Jerusalén, la santa, “como la llaman todos los pueblos orientales”, para encontrarse en el lugar del drama que ha sido trascendental en la historia para una parte de la humanidad. Malanco fue a Oriente, como “una gran parte de los que lo han hecho”, por un espíritu de curiosidad y de piedad religiosa. “No hay, pues, que buscar en el libro la intención histórica” dice Altamirano, tampoco el espíritu de indagación, ni la ciencia arquitectónica ni el interés del anticuario, aunque Malanco comenta con entusiasmo su travesía por el archipiélago griego. Sobre el amigo viajero comenta Altamirano: Su atención principal no se fija, ni su emoción más profunda se despierta, sino al pisar la tierra sagrada de Jerusalén y la tierra imponente de Egipto y del desierto. Allí es donde el alma de Luis Malanco exhala todo su perfume de pensamiento, de ternura y de piedad; allí es donde su prosa rítmica se eleva en alas de la poesía hasta las alturas luminosas del arte. Allí su estilo parece impregnado del antiguo, y sus reminiscencias, sus pensamientos, parecen surgir de las ondas doradas de la poesía oriental y del vasto y armonioso océano de la Biblia.27 Al igual que los dos viajeros que le anteceden, Malanco recorre a caballo Palestina y no puede dejar de relatar las emociones encontradas que surgen ante la entonces capital de Palestina, el lugar más destacado de su recorrido: Jerusalén. Frente ella sus palabras se desbordan: “¡Jerusalén… Jerusalén…! Tan pálidos y tan profundamente emocionados como si 27 Op. cit. p. 234. 21 hubiéramos visto caer un astro”, y así como lo hicieran el padre Guzmán y el joven López Portillo años atrás, “nos desmontamos de los caballos y nos arrodillamos, permaneciendo en silencio un largo rato”.28 Aunque Malanco encuentra una ciudad “pequeña, triste y desolada”, está convencido de que lo que engrandece ese recinto amurallado, son las ideas que por la sabiduría y la fe religiosa se convirtieron en las “más influyentes y más grandes en las sociedades”, y engendraron “la civilización más prodigiosa”. Los relatos que de niño escuchó sobre Jerusalén, despertaron un imaginario que no correspondía a la realidad. Las lecturas bíblicas y una educación confesional crearon la fantasía sobre el maravilloso encuentro con una Jerusalén idealizada. Cuando por fin logró estar ahí y la miró, experimentó una amarga desilusión: ¡Cuántos desengaños se tienen en los viajes!”, aunque no puede negarse que de “ellos se aprende y se adelanta mucho”. Después de un cúmulo de experiencias ásperas o amables, de disfrutar los alimentos, bebidas y el tabaco de estos lugares; de comparar exóticas costumbres con las propias, Malanco resume sus vivencias con esta sentencia: “Sale uno poeta de su patria y vuelve a ella filósofo experimentado, sale uno joven y regresa anciano, por más que tenga poca edad”.29 Pero ¿cómo percibe este trotamundos a los otros? Dentro de sus reflexiones dedica unos párrafos al anticristo que “dicen que será un judío de nacimiento”. Su antipatía hacia este pueblo es innegable y ante la certeza de que pisa territorio judío, escribe: “Estábamos en una tierra de 28 Luis, Malanco, “Viaje a Oriente” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos en Tierra Santa, p. 194. 29 Ibidem, p. 202. 22 reprobación, donde se cometió el gran crimen que hace diecinueve siglos persigue sin parar la cólera celeste”.30 El paisaje y los habitantes le recuerdan lo propio, especialmente lo marginal. Frente a un humilde poblado rememora la similitud que guarda con “esa ranchería, como diríamos en México”, donde sus pobladores “nos sorprenden con la apariencia de nuestros indios otomíes que habitan los montes, sin más diferencia que algunos accidentes en sus trajes harapientos”.31 El criado de una fonda es “como si dijéramos un peón del tajo” y encuentra “chozas de campesinos infelices, como grandes nidos de urracas, hechas de tierra y basura”. En su obra, Malanco no se limita a “refundir materiales de otros autores”, es “el que supera el síndrome del nómada que se siente con la obligación de acudir a otras fuentes para fundamentar sus afirmaciones”.32 Para Guzmán, López Portillo y Malanco, la ciudad de Jerusalén y la visita a los Santos Lugares, son los imponderables escenarios de su trayectoria. Los tres son devotos católicos, recibieron una educación escolástica y el periplo significó la realización de un ferviente anhelo. “Si bien, como advertía Altamirano, consultaron a viajeros anteriores, la Biblia era la fuente principal donde los mexicanos bebieron para el trazo de una ruta espiritual donde, transformados en peregrinos, reconocían sitios, nombres y hechos de la Historia”.33 En sus escritos aparecen coincidencias y ciertos rasgos de personalidad similar al percibir lo extraño. Así cuando 30 Ibid, p. 193 31 Ibid, p. 184. 32 Vicente Quirante, op. cit. p. XVII. 33 Ibidem p. XX.. 23 descubrieron los espacios que habitaban los leprosos, a López Portillo le sorprendió que se considerara en Oriente “un gran acto de caridad manifestar compasión” por estos miserables; que fueran “mejor tratados que otros mendigos”, que se permitiera que los leprosos se casaran con leprosas, y dieran al mundo “leprosa generación”. Mientras Malanco manifiesta la repugnancia que producían estos enfermos que “atraían mucho los cuidados que hasta allá ha ido a prodigar la caridad cristiana a aquel grave mal”.34 Los viajeros vuelven a su punto de partida con un nuevo bagaje: el contacto con lo diferente les ha llevado al descubrimiento de lo propio, lo que forma parte de su cultura. “El viaje en el tiempo se completa cuando lo visto se pone en relación con las grandes culturas de Occidente. El viajero mismo entra en un mundo de monumentalidad antigua que empieza a vivir y a moverse ante sus ojos”.35 Aunque los tres recorrieron otros países y atravesaron Europa, su viaje puede clasificarse como lineal, porque una vez cumplido el sueño el resto es secundario, ya que “los relatos de viajes rara vez contienen sólo el relato de un solo viaje. Lo mismo ocurre con el libro que se halla dentro de otro libro, el viaje dentro del viaje es también un fenómeno frecuente”.36 Conviene mencionar a otro gran viajero mexicano: Manuel Payno. Contemporáneo de Altamirano, Prieto y Martínez, entre otros, y a pesar de que el maestro no lo menciona en su prólogo al libro de Malanco. Es un personaje que no puede faltar en esta galería de trotamundos pues en el 34 Luis Malanco, op .cit. p .235. 35 Ottmar, Ette, op. cit. p. 46. 36 Ottmar, Ette. op. cit. p. 61. 24 prólogoa su libro Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia, publicado en 1853, se anticipa cerca de treinta años a lo expresado por Altamirano. Esta relación sobre su viaje fue precedida únicamente por “otro libro y un folleto –aquél, de Lorenzo de Zavala, y éste de Luis de la Rosa- con impresiones acerca de los Estados Unidos”37 y muestra la inquieta personalidad de este distinguido liberal, su oficio de escritor así como su entusiasmo y curiosidad por conocer lugares y costumbres, porque “los viajes se hacen no sólo por negocios, sino por placer, por instrucción, por mejorar la salud; por todo, en fin, pues basta el más frívolo pretexto para decidirse a pasar como un sueño treinta días en un vapor, y después despertar en el mundo antiguo, tan lleno de encantos, de recuerdos, de poesía y de ilusiones”.38 Payno había recorrido a caballo y en diligencia gran parte del territorio mexicano antes de embarcarse para su primer viaje a Europa, Inglaterra sobre todo. En 1842, se le había sido ofrecido el cargo de secretario de la legación mexicana en América del Sur, pero nunca efectuó el viaje hacia dicha lejana residencia diplomática y sólo años más tarde, emprendió un su viaje a Europa en 185i, durante el cual visitó principalmente Inglaterra y Escocia. Años más tarde, emprendió su segundo viaje a Europa. Payno embarcó en el puerto de Veracruz en un ‘paquete inglés’ que recorría las Antillas y alcanzando la Isla de Santo Tomás, se dirigía hacia Inglaterra. Inicia su relato diciendo: “¡Qué triste es la víspera de un largo viaje!”, 37 Francisco Monterde, Prólogo en Artículos y costumbres de Manuel Payno, p. XVIII. 38 Manuel Payno, Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia, p. 5. 25 despedida que, como señala Ette, muestra una doble perspectiva: “la separación dolorosa y la del peligro que supone hacerse a la mar”. Durante el recorrido marítimo, que inició en Veracruz, visita algunas islas de las Antillas. En Jamaica escribe: “La abolición de la esclavitud puso sello a la ruina de Jamaica y hoy no es más que un apostadero en las Antillas de la marina inglesa.”39 Continúa su recorrido hacia la capital de Puerto Rico, isla que encuentra mucho más atractiva que la anterior. Finalmente, de Santo Tomás “que los ingleses han escogido para la estación de los vapores de la compañía de las Indias Occidentales,”40 abandona “los mares azules y tranquilos de América” con rumbo a Europa. Durante el recorrido, le sobra tiempo para aburrirse, y contempla el mar, soporta las incomodidades del barco y consume alimentos propios “para descomponer los estómagos más bien organizados”, para colmo, el servicio es detestable, “si el carácter inglés hubiese de juzgarse por los oficiales, empleados y aun criados domésticos que sirven a bordo de los vapores de la compañía de las Indias Occidentales, no hay duda que se debía formar un concepto sumamente desfavorable”.41 Aunque en sus Memorias... no menciona el motivo de su viaje y que se intuye que se trata de un paseo, aprovecha para disfrutarlo al máximo: “Salvo las ocupaciones o deberes precisos, me propuse obedecer a mi fantasía y no formar otro plan o programa que el de vagar por todas las 39 Manuel Payno, op. cit., p.15. 40 Ibidem, p. 19. 41 Ibidem, p. 30. 26 partes a donde me condujera mi capricho.”42 Desembarca en Portsmouth en la isla de Wight y después de visitarlo se dirigió a la ciudad Londres. “En la primera posada donde me acomodó un amigo dejé mis baúles, y sin reconocer el local donde había de pasar la noche seguí mi camino para la Exposición”.43 En su recorrido por la lluviosa ciudad, vislumbró Hyde Park, antes de arribar a la Exposición Universal con la intención de “contemplar de una vez y con una sola mirada, los adelantos del mundo en los siete mil años que lleva de existencia”. La sede de este encuentro internacional era el Palacio de Cristal y con admiración detalla la arquitectura, los espacios, el ambiente y las maravillas que presentan los países visitantes. Según narra, “al visitar el Palacio de Cristal, logré imprimir en mi vida un recuerdo que nunca podré describir exactamente; pero que no se borrará probablemente de mi cerebro”.44 Esta visita despertaría el interés por organizar un acontecimiento público de semejante importancia en México y se convertiría en un antecedente de la amarga experiencia sufrida en 1880, cuando con gran dedicación Vicente Riva Palacio planeó la Exposición Internacional Mexicana, proyecto frustrado por la insidia de sus enemigos y la indigna actitud de Porfirio Díaz.45 En esta primera Exposición Universal, Payno se dio a la tarea de observar con atención cuanto se exponía. Entre otras cosas, llamó su atención, la semejanza de la artesanía de los países árabes con las piezas mexicanas: “¿de dónde proviene esta identidad? Para 42 Ibidem, p. 52. 43 Ibidem, p. 76. 44 Ibidem¸ p. 107. 45 Clementina Díaz y de Ovando, Las ilusiones perdidas de Vicente Riva Palacio. 27 mí he visto un indicio cierto de las razas que poblaron el nuevo mundo”. La formación liberal de Payno y su experiencia como Ministro de Hacienda se deja ver en la detallada relación que hace de los avances tecnológicos presentados por los países desarrollados y en sus comentarios sobre su cultura: “El departamento destinado a Bélgica, estaba arreglado con tanto gusto, con tanto orden y con tanta simetría que representaba perfectamente el orden metódico, perseverante e industrioso que distingue a esa nación de las demás del continente”.46 En el espacio destinado a México únicamente se mostraban unas figuras de cera “hechas por un italiano llamado Montanari”. Molesto ante el hecho, nuestro viajero dedica varias páginas a relatar las enormes posibilidades de progreso que tienen los mexicanos, opinión compartida por los liberales de toda tendencia, y con desánimo opina que en México “los hombres dedicados a las ciencias, a las artes y a la literatura, cuando logran después de mil afanes hacer algo notable, trabajan en sustancia más bien para su patria que para ellos, sin embargo, suelen recibir por todo premio el desprecio y el olvido y a veces la persecución”.47 Payno que había iniciado muy joven la carrera de las letras, publicó sus primeros poemas y relatos en las revistas literarias de la época. En 1843 apareció su Viaje sentimental a San Ángel, inspirado en Sterne. “Descubrió su pasión por la escritura y su gusto por la historia y las vinculó admirablemente en sus crónicas de viajes. Ello explica el carácter 46 Manuel Payno, p. 127. 47 Ibidem, p. 158 28 documental de todos sus escritos y la invención de fábulas que se advierte en algunas de estas narraciones”.48 Su interés y conocimiento de la historia aparece en diversas partes de sus Memorias e Impresiones donde narra los hechos más relevantes de la cultura inglesa, empezando por Londres, porque “justo será que tengamos también algún conocimiento de la ciudad”. Como los anticuarios ingleses “están empeñados en dar a la ciudad más edad de la que tiene”, emprende su relato afirmando que “lo que sí es cierto y no está confundido, ni mezclado con la fábula es, que la pequeña isla Bretaña que ahora tiene el sobrenombre de Grande, estaba habitada por tres razas. Los bretones del Sur, los pictos y los escoceses, al Norte”, y continúa hasta llegar a la familia York y al rey Enrique VII. El viajero “puede deleitarse en recoger por escrito sus reacciones al nuevo ambiente, las impresiones que le produce este entorno”, y de este modo “transformar la escena exterior en reflejo del yo...Estos textos son mucho más interesantes por lo que revelan sobre su autor(a) quesobre las circunstancias del viaje como actividad concreta”. 49 Su obra no incluye ningún dato sobre su regreso a México. Su viaje, que logró combinar las exigencias de sus responsabilidades con el placer, le permitió visitar la importante exposición Universal de Londres. Su trayectoria es lineal como los peregrinos a Jerusalén porque dejó constancia, como ellos, de su recorrido por el Palacio de Cristal y las tierras escocesas como puntos álgidos. En el siglo XIX, muchos libros de viaje 48 Blanca Estela Treviño, “Prólogo” en Obras Completas I, Manuel Payno, p. 16. 49 Dieter Warner, “Excursión en torno al viaje” en Literatura de viajes. El viejo mundo y el nuevo, p. 19. 29 tuvieron el objetivo de dar a conocer regiones todavía poco transitadas por la mirada extranjera, como fue el caso de México después de haber conquistado su independencia. Sin embargo, fue hasta el periodo del Porfiriato cuando se multiplicaron los viajes de extranjeros atraídos por el interés minero, mercantil, científico y arqueológico. Dentro de la dinámica del movimiento viajero, Ette señala también al círculo como la figura que puede enmarcar toda una obra o “sólo partes y párrafos de un relato de viajes o de un texto narrativo”. En el viaje que realizó Francisco Bulnes en 1874, hacia Cuba, Estados Unidos, Japón, China, Conchinchina, Egipto y Europa, se reconoce la figura de un movimiento viajero que presenta una forma circular porque “el viajero, al final de su viaje, regresa al punto de partida” 50 con el testimonio de su experiencia. El viajero muestra que las diversas las observaciones sobre el fenómeno solar y las culturas del continente asiático, que aparecen y se discuten en su obra Sobre el hemisferio norte once mil leguas, cuyo título recordaba a Julio Verne “cuya influencia era indudable”51, se refieren al punto final del viaje, que es México. “La multiplicación del saber sobre lo otro, sobre sus condiciones de vida y formas culturales, supone igualmente una adquisición de saber sobre el país de origen del viajero.” 52 Acerca de este viajero mexicano, Altamirano comenta que se trata de un “historiógrafo de la Comisión Científica que fue al Japón a observar el paso de Venus por el disco del sol en 1874, publicó sus impresiones de 50 Ottmar Ette, op. cit., p. 53.. 51 Martín Quirarte, Prólogo en Páginas escogidas, de Francisco Bulnes, p. VI. 52 Ottmar Ette, op. cit., 52. 30 viaje, llenas de verba y de originalidad”. Bulnes fue enviado en misión oficial, como “cronista y calculador”, por el entonces presidente Lerdo de Tejada, a quien dedicó su libro, y realizó este viaje unos meses antes que saliera de viaje para Europa Ignacio Martínez, quien difiere en algunas cosas con Bulnes, como señalaremos más adelante. En sus páginas encontramos al hombre escéptico así como al intelectual de formación positivista que conocía los clásicos y la cultura francesa. “El escepticismo que más tarde campeará en todas sus obras hace ya su aparición. No hay orden en la exposición de sus ideas, la pluma corre libremente sin obstáculos, pero una amenidad siempre constante se siente a lo largo de todas sus páginas”.53 Como parte de la delegación mexicana, se embarcó en el vapor francés ‘Caravelle’ hacia Cuba, y compartió la tristeza de los primeros días de navegación, cuando el movimiento del mar provoca que las mujeres caigan de golpe y pierdan “sus alas de ángel” al mostrar “las miserias humanas” ante los hombres. Para Bulnes, que entonces tenía 27 años, no existía, como habían afirmado los románticos, ninguna relación entre el paisaje y el estado de ánimo: “Para mí, sale el sol por el Oriente, esté yo o no triste y las hojas caen del árbol sin deber nada a la ternura escabrosa de los amantes celosos”.54 Su estancia en la isla no le resulta agradable, como lo muestran sus acres comentarios: “El pueblo se compone de tres partes esencialmente heterogéneas. Importación humana española, africana y producto nacional. La metrópoli embarca y exporta en los viejos 53 Matín Quirarte, op. cit. p. VII – VIII. 54 Francisco Bulnes, Once mil leguas sobre el hemisferio norte, p. 6. 31 navíos los súbitos acosados por el hambre, y entran en la Isla como zorras perseguidas”.55 Sobre los habitantes cubanos de ascendencia africana, escribe: “Los negros ostentan su asquerosa miseria, y recorren la ciudad con el paso pesado de los presidiarios” y aunque no creía en las teorías de Darwin, porque tenía una teoría propia basada en “la convicción legalizada del sentido común” que consideraba que para estudiar y comprender a los negros “es necesario buscarlos en África mezclados con los leones, incrustados en las tribus y probando por sus actos su descendencia de un marsupial antiguo”.56 Payno parece haber compartido esta devaluada visión de la población negra pues durante su recorrido por Jamaica, más de veinte años antes, había escrito: “Es desagradable el aspecto que presenta en las colonias esa población africana, cubierta de harapos, enfermiza y vagando por las calles, sin que su contacto con las razas civilizadas, sirva ni aun siquiera para inspirarle la propensión a las comodidades.”57 Tales prejuicios raciales tenían hondas raíces explícitas y sistematizadas desde luego en el Ensayo sobre la Desigualdad de las Razas Humanas, publicado en París en 1854 por el Conde de Gobineau, en el que se plantea que “la teoría de la superioridad pangermánica va de la mano con la idea de la superioridad de la raza blanca, incluso con la teoría de que, a unas facciones bellas, corresponde siempre una alma bella y viceversa”.58 55 Ibidem, p. 28. 56 Ibidem, p. 24. 57 Manuel Payno, op.cit. p. 14. 58 Fernando del Paso, Noticias del Imperio, p. 150. 32 Después de una breve y desagradable estancia, Bulnes se aleja de Cuba en el vapor Yat-soo hacia Filadelfia, “Babilonia de mármol”, en donde “no se ve, como en las ciudades europeas, esa gran cantidad de vagos desvelados y pálidos, dedicados a la cacería nocturna”. Sin embargo, su opinión sobre los americanos es poco amable cuando tiene que convivir con ellos en un restaurante. Le asombra la ausencia de buenas maneras en la mesa donde “no se hablaba, se rugía y se masticaba”, mientras las bebidas “desaparecían a grandes tragos”, así que prefirió esperar “temiendo ser mordido o degollado”. Continuó su recorrido hacia Nueva York en el moderno ferrocarril cuyo lujo complacería a “la duquesa más exigente” y no oculta su admiración ante la velocidad y el progreso: “Las imágenes desbordadas de la imaginación del Dante esperan a lo largo del camino, y el paisaje parece desgarrarse cuando el tren, en su espantosa velocidad (de 35 a 40 kilómetros por hora) se estrella en las sombras que se agolpan en la extensión”. A esta velocidad “en siete días y siete noches se recorren 5,450 kilómetros, a dos centavos y cuarto por kilómetro”.59 En Nueva York prestará especial atención a las mujeres americanas, a su belleza y su comportamiento, como antes lo hicieron Francisco Zarco, Manuel Balbontín, Guillermo Prieto y José Rivera y Río y después lo harían Ignacio Martínez y Justo Sierra: “Sobre esta epopeya de la piedra, del fierro y del papel moneda... aparece la mujer... ¿De qué diosa han tomado esa fuerza nerviosa y delicada que vibra en un carácter sobrehumano, y que se 59 Francisco Bulnes, op. cit., p. 87. 33 oculta en un cuerpo cruelmente voluptuoso?”60 Aunque en un principio asienta una apasionada admiración, ésta desaparece cuando explica que ha conocido a muchas ladies, pero que nunca pudo sostener su admiración por más de diez minutos, refiriéndose a su faltade cultura. A lo largo de su recorrido por los países asiáticos examina la historia, la vida social y las religiones practicadas en estas regiones, que considera exóticas y, a veces, absurdas porque “en el espíritu del joven positivista hay vestigios de una sensibilidad religiosa”,61 producto de la educación que recibieron algunos mexicanos de aquella época. En realidad para Bulnes la misión que debía cumplir no sería lo más importante de este viaje y sus escritos sólo, “tienen el carácter de una simple crónica”. Sin embargo, resalta en su libro el interés por recorrer y explorar nuevos espacios. Sus impresiones muestran la curiosidad por estudiar otras costumbres y experimentar nuevas sensaciones. Sobre su trayectoria por Europa apenas deja constancia, como si aquello tuviera un lugar secundario después de lo que ha experimentado en Asia y termina sin mencionar su regreso a México. “No importa si se trata de Venus, de una japonesa desconocida o de personas ‘reales’ ya retratadas literariamente: lo presabido pasa siempre a la circularidad del movimiento hermenéutico del viaje y dirige la mirada a lo otro que ya se ha hecho propio, en forma virtual o imaginaria”.62 El Viaje a los Estados Unidos narra la travesía circular que realizó Guillermo Prieto en 1877. 60 Ibidem, p. 47. 61 Martín Quirarte, op. cit., p. ix 62 Ottmar Ette, op. cit. p. 55 34 Guillermo Prieto abrió la narración de su Viaje a los Estados Unidos en Manzanillo, el 13 de enero de 1877, donde se encontraba el efímero gobierno de José María Iglesias. Acompañaban a éste cuatro ministros de su gabinete interino constitucional (...Guillermo Prieto, de Gobernación y de Hacienda), su hijo Juan, sus hermanas y una pequeña comitiva de partidarios de su causa.63 Se embarcaron en el vapor “Granada” rumbo a Mazatlán, donde los sorprendió la noticia de que había triunfado el pronunciamiento porfirista, conocido como Plan de Tuxtepec, circunstancia que los obligó a continuar hacia San Francisco, donde desembarcaron el 22 de enero. “Siguióse Guillermo Prieto en la peregrinación que se vio obligado a hacer después del desastre del ‘plan de Salamanca’ y produjo su Viaje a los Estados Unidos, en que rebosan como en todos sus libros el humour y la gracia pintoresca”.64 Se dirigieron a Nueva Orleáns en marzo; en mayo, visitaron Nueva York y regresaron a México en julio del mismo año. Su viaje duró siete meses. Más tarde, Prieto reunió sus apuntes y notas que se publicaron por entregas, en 1877 y, aparecieron por primera vez en forma de libro en 1888, como lo señala Boris Rosen. Durante su recorrido, Guillermo Prieto se interesó en estudiar las libertades individuales, los cultos, la imprenta y en especial las instituciones educativas, con la intención de llevar a su país el recuento de los aspectos positivos capturados mentalmente o conocidos empíricamente durante su viaje. Este liberal de vieja cepa, defensor de los derechos humanos, no dejó fuera de sus intereses ni siquiera la protección a los animales. Al igual que otros próceres de la Reforma, Prieto nunca 63 Boris Rosen “Presentación” en Crónicas de viajes 3. Viaje a los Estados Unidos, Guillermo Prieto, p. 9. 64 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit. p. 231. 35 perdió la memoria histórica. “El viaje a Estados Unidos es un testimonio objetivo y veraz de la visión de Prieto y de los liberales mexicanos avanzados sobre la sociedad norteamericana de su tiempo”.65 Afirma Teixidor que según los estudiosos y biógrafos de Guillermo Prieto que su “obra maestra en materia de viajes fue escrita en 1877”, por lo que merecería un estudio aparte. En los Estados Unidos utilizó el tren de vapor, “el intrépido gigante que devora las distancias”, entonces el medio de transporte más avanzado y el que ofrecía mayores comodidades. El cronista refiere con entusiasmo los pormenores del water closet, del smoking car y del sleeping car que elogia como “una invención de las más felices” porque además, “la concurrencia es selecta”. Por desgracia, en las secciones más baratas, se convive con “patanes”, se masca tabaco, se fuma con libertad y las maneras son más bruscas. “En esos carros, en que el que puede duerme sentado, se ostenta el tipo yanqui ordinario, en toda su desnudez [...] El yanqui es invasor por excelencia, y declara respaldo, cojín o colchón, o silla, al primero que se le presenta”,66 opina, después de soportarlos durante todo el recorrido. Hombre sensible y gran admirador de la mujer, como Ignacio Martínez, Prieto nos brinda su fina percepción de poeta acerca de los diferentes tipos de la belleza femenina que observa a su paso: “La americana, alta, estrictamente ceñida, ojos de cielo y cutis cristalino, un tanto anguloso en las formas, algo varonil en la conformación de las manos; y la criolla de 65 Boris Rosen Jelomer, “Presentación” en Crónicas de viajes 3.Viaje a los Estados Unidos, de Guillermo Prieto, p. 11. 66 Guillermo Prieto, Viaje a los Estados Unidos, en. Crónicas de viajes, 3 vol. I , p. 348. 36 color apiñonado, de ojos negros como abismos de pasión y de ternura, los labios, manando besos y sonrisas... y un conjunto muy semejante al tipo mexicano en su adorable perfección”.67 No podían faltar las impresiones sobre ‘los otros’, aquellos que no forman parte del propio grupo cultural y social, y que un gran observador como Prieto, , no podía dejar de describir: “El chino no es un hombre, es un ejemplar de una obra inmensa; los chinos son como alfabetos de imprenta; el que conoce una b minúscula, conoce todas las bes. El chino se produce por moldes, sus poblaciones son como paquetes de alfileres”.68 Sobre el afro- americano comenta: “el negro es como el burro: en su niñez todo viveza, retozo y gracia; en la edad madura, es sombrío y taciturno... tose como si aullase, se ríe como quien relincha y baila como quien apisona el suelo”.69 Esta opinión, superficial y denigrante, acorde con los juicios despreciativos de Payno y de Bulnes, nos lleva a recordar a La Bruyére, un clásico sin duda olvidado por aquellos días: “Todos los hombres son iguales, pero no todos lo saben; algunos se creen superiores a otros”.70 En contraste con lo anterior, cuando uno de sus apreciados amigos declara que los negros sólo pueden aspirar a ser esclavos de los blancos, se rebela “contra la blasfemia social”, ya que como liberal no podía estar de acuerdo con la esclavitud, aunque resulta claro su prejuicio racial. 67 Guillermo Prieto,, Viaje a los Estados Unidos, Crónicas de viajes, vol. 2, p. 63 68 Ibidem, p. 23 69 ibidem, p. 20 70Tzvetan Todorov, op. cit., p. 25 37 A pesar de los amigos y de la aparente alegría de los paseos y reuniones, Prieto se conduele de su destierro, siente “la sombra de la nostalgia”, “esa visita del spleen” y acusa a los que forzaron el destierro de José María Iglesias y por ende el suyo, de “verdugos de la peor ralea”. En su visita a Nueva Orleáns, recuerda las experiencias vividas durante su primer estancia en esta ciudad en 1854; ésta había cambiado mucho: habían desaparecido los antiguos amigos y el barrio francés, entonces risueño y alegre, ahora aparecía “como un mendigo”. Regresó al antiguo hotel Baranda Conti: “El señor Juárez, por un sentimiento de gratitud, lo mismo que Ocampo, quisieron alojarse en la calle Baranda City, en un hotelito de mala muerte, cuando la persecución de Santa Ana y mis Viajes de orden suprema, donde en 1854 estuvieron alojados”.71 Este lugar que había alojado a la “familia enferma”72, como llamaban los conservadores mexicanos al grupo que rodeaba al presidente Juárez*, y don Benito, señala Prieto, “con su elevación se imponía en mi memoria”.La emoción lo llevó a contar lo que “jamás en veinte años habían desplegado sobre este particular mis labios” y accedió, “como dice el poeta, a hacer que se escuche la voz de mis dolores”. La relación de lo sucedido en Guadalajara veinte años atrás, conforma una de las anécdotas más conocidas sobre Prieto y muestra la talla de quien fuera parte activa de la llamada “guerrilla de la pluma”73, a lo largo del siglo. “Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la 71 Guillermo Prieto, op. cit., p. 27. 72 La expresión fue acuñada por Ignacio Aguilar y Marocho para el título de su libro La familia enferma, alegato conservador en contra de los liberales. 73 Vicente Quirarte. Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850 –1992) , p. 46 38 conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... Yo no sé... se apoderó de mí algo de vértigo, abrí los brazos... y ahogando la voz de ‘fuego’ que tronaba en aquel instante, grité ¡Levanten esas armas! ¡levanten esas armas!...¡los valientes no asesinan!... ¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!... alzó el fusil... los otros hicieron lo mismo... ¡Entonces vitoree a Jalisco!”74 Durante su estancia en Estados Unidos, Prieto tomó innumerables apuntes en una libreta en la que incluía datos sobre los habitantes de las ciudades que cruzaban, obras hidráulicas, anécdotas, poemas, sus sobresaltos y emociones, como la experiencia ante las cataratas del Niágara, momento que se compara, por su intensidad, al que experimentaron los viajeros católicos ante Jerusalén. La magnitud del paisaje, escribiría, “me llenaba de infinito... Dios hablaba”, mientras sus amigos lo ayudaban a reponerse de la impresión. En la isla de Goat, que le recordó el bosque de Chapultepec, se topó con un joven de rizados cabellos rubios que escribía, como en una escena de Impresiones de un viaje de Dumas, en la que el apuesto poeta inglés, Byron, escribía su nombre en una roca. Sin embargo, éste joven no es más que un yanqui, muy lejos del exquisito romántico, y el texto se reduce, escribe Prieto, a “una cuenta de cueros, de res, harina y cebo”.75 El relato del viaje de Guillermo Prieto, además de tener un carácter autobiográfico, está repleto de pormenores y detalles que tienen un tono evocador y de memoria histórica. Se puede reconocer en su relación de 74 Guillermo Prieto,, Viaje a los Estados Unidos, Crónicas de viajes, vol. 2, p. 148. 75 Ibidem, p. 201. 39 viaje la figura de un movimiento viajero de forma circular, como lo define Ette, porque aunque sus apuntes terminan antes de emprender el regreso a México, en su narración aparece el sentimiento de desarraigo y la nostalgia del exiliado, así como el ansia de retorno. Su viaje a Estados Unidos no fue planeado ni deseado, y tanto Prieto como sus acompañantes se mantuvieron en constante espera del cambio que les permitiría emprender el regreso a su país. No olvidemos que Prieto acuñó la frase Viajes de orden suprema para aquellos que, para bien o para mal, le fueron impuestos por motivos políticos por Antonio de Santa Anna, sin consentimiento del afectado. Justo Sierra es el último mexicano del siglo XIX que dejó constancia del viaje por los Estados Unidos. En 1895, en compañía de un grupo de amigos, el entonces Magistrado de la Suprema Corte de Justicia emprendió un recorrido por los Estados Unidos, que sería su primer viaje al extranjero y, al igual que Ignacio Martínez, “lo hace como un particular sin viáticos y sin gastos extraordinarios”, invitado por su tío Pedro G. Méndez.76 A su regreso publicó sus anotaciones por entregas en la revista El Mundo de la ciudad de México, durante los años 1897 y 1898. Cuenta en ellos su estancia de un mes en un país que “desde niño soñaba ver”. Su desconocimiento del inglés lo lleva a reconocer que estará “incomunicado de antemano con la sociedad al través de la cual pasaré a todo escape como un sordomudo” y que sólo podrá “entreverlos”.77. A diferencia de 76 Felipe Teixidor, op. cit., p. 127. 77 Justo Sierra, Viajes en tierra yankee, p. 15. 40 Guillermo Prieto, que durante su viaje recuerda con emoción a Dumas, Sierra menciona los libros que acompañarán su travesía: “toda la Divina Comedia, y cuatro o cinco tomos de Dumas”, que considera poco literarios, aunque con estilo, y “pinturas de brocha gorda” en las que encuentra “esa gran fotografía vieja... que se llama juventud”.78 Al llegar a los límites del país, frente al Río Bravo, “un brazo de agua cenagosa, encajonado en una barranca vulgar”, escucha el repique de la campana de la iglesia de ciudad Porfirio Díaz (ahora Nueva Rosita) y la despedida, primera etapa del viaje, lo emociona: “Oíamos aquella voz con la garganta anudada por un sollozo, pareciera que era la campana del hogar que nos decía adiós”.79 Ya en San Antonio, tiene su primer contacto con la democracia yankee cuando sube a un vagón que lleva el letrero for whites y reflexiona, como liberal positivista, que toda democracia necesita esclavos “o abajo, como la de Atenas, o arriba, como la francesa; los de arriba son caros, se llaman diputados, son el gobierno... ¡Si los negros lograran tener la mayoría en el Capitolio, como la tienen en las calles de Washington, reducirían a los blancos a la esclavitud!”.80 Conviene recordar aquí, que catorce años antes en 1878, en el periódico La Libertad, Sierra calificaba los derechos individuales de “utopía” y afirmaba que al ser la sociedad un hecho independiente, “los derechos del hombre están supeditados a los derechos de la sociedad”.81 78 Ibidem, p. 17. 79 Ibid, p. 23. 80 Ibid, p. 26. 81 Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en el siglo xix, p. 90. 41 Su primera impresión sobre Nueva Orleáns es de “una ciudad vieja, achacosa, sucia de humo de carbón y de tierra”. Sus descripciones, calculadas y cultas, carecen de la espontaneidad de Prieto, a quien Sierra recuerda como un “homérida casi desconocido por la generación de hoy y destinado a una resurrección espléndida”. Sin embargo, no puede negarse que Sierra también tiene sentido del humor y que narra algunas anécdotas simpáticas, por ejemplo la de esa sastrería decorada con personajes históricos del país, donde se elaboran y venden trajes de época y concluye que podría ponerse los calzones del general Sherman, “hombre de muchos calzones, indudablemente”. Encontramos también en Sierra un hombre que aprecia los placeres de la buena mesa y particularmente los manjares gastronómicos de esta ciudad que le parecen excelentes, “¡Con decir que sólo en Campeche se come mejor, está dicho todo, y eso que pronto hará como treinta y ocho años que no como en Campeche”!82. Frente a un bar con “sus millares de botellas multicolores” se detiene, o “como se dice en el castellano de la Nueva Orleáns” stopamos y luego en el restaurante, lonchamos, escribe Sierra, burlándose de sí mismo, bajo la influencia de un idioma que no domina. Las mujeres no pasaron desapercibidas ante la mirada de este mexicano. Aunque no manifiesta la exaltación poética de Prieto ante la belleza femenina, comparte la visión crítica de Ignacio Martínez al comentar que “Algunas luisianesas bonitas, muy airosas, muy grandes de ojos y de boca ¿Inglesas? ¿francesas? ¿españolas? No sé, algo de todo eso, con una 82 Justo Sierra, op. cit. p. 35 42 gota de esencia africana en el fondo de la mirada negra y de la sangre roja”83 En Nueva York, llaman su atención las “mujeres crujientes y perfumadas bajo plumones de avestruz o de eider, los ojos encendidos como gemas vivas y las bocas entreabiertas... es un codeo con la civilización... ebria de lujoy de placer” 84 Su descripción del goce que experimenta el viajero, urbano y caminante, el flâneur, consiste en “Vaguear caprichosamente con la seguridad de no ser cazado por el pensamiento interior...; vaguear con la certeza de la perpetua distracción para los ojos, con la certeza de objetivar siempre, de no caer en el poder de lo subjetivo, el insaciable verdugo del placer y la esperanza...”85 Como lo hiciera Ignacio Martínez, son constantes las alusiones a personajes literarios e históricos de la cultura francesa, ya que ambos leían y hablaban el francés: “Como la mayor parte de los intelectuales de su tiempo, Sierra fue sensible a los encantos de la cultura francesa. Pero si sólo hubiera sido un apasionado de las letras de Francia, su espíritu no habría rebasado las dimensiones de un círculo bien estrecho”.86 En su recorrido incluye una visita a las cataratas del Niágara, y nuevamente encontramos diferencias con Prieto, quien se paraliza de emoción ante el espectáculo de la naturaleza. Sierra, en cambio, primero recuerda las innumerables descripciones leídas, entre ellas la que su padre escribió en l848, año de su propio nacimiento, y comenta: “He aquí la 83 Ibidem, p. 37 84 Ibidem, p. 81. 85 Ibid, p. 74. 86 Martín Quirarte, Gabino Barreda, Justo Sierra y el Ateneo de la Juventud, p. 52. 43 catarata, o algo que me figuré que eso era; un telón espeso de agua y tempestad” para completar como científico: “la masa perseguía a la masa, la molécula a la molécula; sin cesar nunca desde la Creación que es el principio que asignamos a lo que no lo tiene”87 Finalmente se resistió a comprar “niagaridades” caras y abandonó este lugar donde “todo era muy bonito y no poco fastidioso”. Después de cuatro semanas de paseo escribe: “nuestro viaje había concluido; el territorio que íbamos a pisar, vasto, despoblado, inculto en su mayor extensión, ejercía sobre nosotros una fascinación extraña... y un conato de lágrimas nos invadió” Durante el camino de regreso de El Paso, Texas, a Ciudad Juárez, cayó en la cuenta, “cosa extraña, venía yo del país de la libertad y me parecía que la recobraba al salir de él” y se pregunta: “¿Qué he sacado de mi viaje a Estados Unidos? Poco, nada ¿Supe ver? Apenas ¿Supe mirar? ¡Tampoco!” ¿Por qué tanto desagrado cuando los intelectuales liberales admiraban el progreso del país vecino? Claude Levi Strauss opina que “ninguna sociedad es fundamentalmente buena; pero tampoco absolutamente mala; todas ofrecen ciertas ventajas a sus miembros tomando en cuenta una iniquidad cuya importancia parece ser aproximadamente constante” 88 Finalmente ¿cómo percibe Sierra al vecino del Norte? “lo pintaría en forma de atleta, de púgil... ¿y la cabeza? Desarrollada por la voluntad. ¿Y el rostro? Armado de ojos duros y de mandíbulas de fierro por el apetito 87 Justo Sierra, op. cit., p. 159 88 Tzvetan Todorov, op. cit., p. 65. 44 insaciado... y las mujeres deseando ser hombres para luchar también por la vida, es decir por el lujo y el confort... para conseguir una felicidad sin reposo, sin hogar, sin alma”.89. Con un dejo exagerado de romanticismo, escribe: “esa tierra a donde voy me gusta más; pobres, pequeños e inactivos, los pueblos a que pertenezco se han apropiado un lote mejor en la batalla de la vida; a hormiguear indefinidamente en torno de migajas, hemos preferido cantar al sol como las cigarras de la fábula”90¿Qué pasó con el intelectual científico? ¿con la idea de progreso? Justo Sierra regresa de su viaje a Estados Unidos convertido en un poeta soñador, soslayando la realidad de su país, embelleciéndola. “Lo más importante es que la literatura de viajes nos proporciona la experiencia de pueblos y lugares nuevos, de encuentros de varios tipos, vividos en plena conciencia”91 Para concluir esta relación sobre algunos andariegos mexicanos del siglo XIX, hacen falta dos viajeros mencionados por Altamirano: Alberto Lombardo quien escribió las Notas y episodios de viaje a los Estados Unidos, “verdadero diario de “turista” moderno, y lleno de interesantes observaciones, en donde incluye un encuentro con Oscar Wilde y, dato curioso, que cuenta Teixidor, “Lombardo, hombre culto, versado, al parecer, en la literatura inglesa, le ignoraba. Se le puede disculpar, si nos fijamos en la fecha del encuentro”, ya que deberán pasar algunos años para que fuera conocido y admirado en México. Lombardo, en sus Notas y episodios de 89 Justo Sierra op. cit., p. 192. 90 Ibidem, p. 193. 91 Dieter Warner, op. cit., p. 1. 45 viaje, 1884, nos brinda una completa descripción de Wilde, a quien llama “propagandista”por la popularidad que despertó en ese país: Era un inglés alto y robusto, con modales afeminados que contrastaban desastrosamente con su naturaleza vigorosa. Llevaba el cabello largo, dividido por raya en medio; un saco de terciopelo, medias y zapatos con hebilla. Los americanos se vengaron buscándole esta parte ridícula. En Reno, anunciaba un periódico, un caballero se había prendado de Óscar Wilde, había intentado consumar un rapto y la intervención de la policía había sido necesaria para que aquella extracción singular no se verificarse. Si el objeto de Wilde fue llamar la atención y ganar dinero lo consiguió completamente. Las poblaciones corrían a su paso y se deseaba conocerlo más que si hubiera sido un príncipe.92 Sobre nuestro personaje, Ignacio Martínez Elizondo, Altamirano señala que con Los recuerdos de un viaje en América, Europa y Asia, escribió un “bello libro redactado con talento e impreso en París con verdadero lujo tipográfico y profusamente ilustrado”93 No podemos tampoco omitir un comentario sobre la primera peregrinación mexicana a Roma que se realizó en 1888, de la que quedó constancia en La Gran Romería Nacional. Historia de la Primera Peregrinación Mexicana a Roma, que se publicó en 1889 en dos volúmenes, como “una muestra admirable de obra colectiva; nos atreveríamos a decir que es un auténtico libro de masas. Y en ello radica su valor”94. Todas estos escritos constituyen una valiosa aportación para conocer el pensamiento y las experiencias iniciales sobre la propia nacionalidad y las diferencias y 92 Ibidem,. p. 114. Otro mexicano que tuvo un encuentro con Oscar Wilde fue Jesús E. Valenzuela. 93 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit. p. 231. 94 Felipe Teixidor, op. cit. p. 116. 46 semejanzas con otros países. “El espíritu otorga al viajero su condición profunda: la emoción determina la maduración del tiempo a través del espacio”95 95 Vicente Quirarte, “La otredad presentida” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos, p. VII. 47 C A P I T U L O II EL MÉXICO DE IGNACIO MARTINEZ ELIZONDO, LIBERAL HETERODOXO Toda esa gente ociosa que abandona su país natal por el extranjero tiene su razón o sus razones, las cuales derivan de una de estas causas generales: Enfermedad del cuerpo Imbecilidad de la mente, o Necesidad inevitable... Laurence Sterne Entre los múltiples extranjeros que visitaron México y escribieron acerca de sus experiencias, merece ser recordado el norteamericano Brantz Mayer (1809-1879), viajero, historiador, escritor romántico, abogado y periodista que llegó a México en 1841 y fungió como secretario del embajador de su país durante un año. Producto de esa experiencia viajera mexicana fue su primer libro, México lo que fue y lo que es, que apareció en lengua inglesa en 1844 – precisamente el año del nacimiento de Ignacio Martínez-, cuando Estados Unidos y México se hallaban
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