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Ignacio-Martinez-Elizondo-viajero-y-liberal-heterodoxo

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U N I V E R S I D A D N A C I O N A L A U T Ó N O M A D E M É X I C O 
 
P R O G R A M A D E P O S G R A D O E N L E T R A S 
F A C U L T A D D E F I L O S O F Í A Y L E T R A S 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ignacio Martínez Elizondo, viajero y liberal heterodoxo 
 
 
 
T E S I S 
 
 Q U E P A R A O B T E N E R E L T Í T U L O D E 
 
MAESTRA EN LETRAS . L ITERATURA IBEROAMERICANA 
 
 P R E S E N T A: 
 
 R o s a M a r í a T a l a v e r a A l d a n a 
 
 
 
 
 
 
 
CIUDAD UNIVERSITARIA ENERO 2006 
 1
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
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Í N D I C E 
 
 
Ignacio Martínez Elizondo, viajero y liberal heterodoxo. 
 
 
Introducción................................................................................ 3 
 
 
 
Capítulo I. El fenómeno de la literatura de viajes a partir........... 10 
 de la retórica formulada por este discurso. 
 
 
 
Capítulo II. El México de Ignacio Martínez Elizondo, ................ 48 
 Liberal heterodoxo. 
 
 
 
Capítulo III. El viaje..................................................................... 86 
 
 
 
Conclusiones............................................................................... 140 
 
 
 
Apéndice....................................................................................... 146 
 
 
 
ANEXO:“París” en Recuerdos de un viaje en América, Europa y África 
 
 
 
 
BIBLIOGRAFÍA............................................................................. 150 
 
 2
 
INTRODUCCIÓN 
 
 
 
 
 
 El viaje escrito es el alma de un viajero y nada más. 
 Emilia Pardo Bazán 
 
 
 
Este trabajo de investigación se convirtió en un viaje que podría titularse Viaje 
alrededor de un libro, porque gira en torno a una obra que me llevó a recorrer 
caminos tocados por otros viajeros. El descubrimiento y lectura de una obra 
integraron las coordenadas de un viaje hacia el interior no sólo del libro, sino de mí 
como lectora. Este proyecto dio inicio cuando intenté volver a mi estado natal, 
Tamaulipas, el año 2000. 
 Todo retorno es maléfico, dijo Ramón López Velarde, y es preciso hacerlo 
con todos los amuletos y defensas posibles. El motivo era laboral. La oferta resultó 
un fracaso. Sin embargo, la frustración se convirtió en iluminación gracias a que 
llevaba conmigo una asignatura pendiente: la noticia de un paisano tamaulipeco, 
de quien sólo conocía el nombre y uno de los apellidos: Ignacio Martínez. En el 
imprescindible Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México se 
consigna sobre él: 
 
 
 3
 Martínez, Ignacio (1844-1891). Militar y médico. N. en la Villa de San Carlos, 
Tamps. Vivió en la frontera, Matamoros, primero, y después en Brownsville, 
E.U:A., donde fundó un periódico. El Mundo, en el cual atacó el porfirismo. 
Intervino en el Plan de la Noria y en el de Tuxtepec, y desafortunado en los 
dos, dejó la carrera de las armas con del grado de Gral., para ejercer la 
medicina. Fue M. por cuestiones políticas en N. Laredo, E:U.A. Autor de: 
Recuerdos de un viaje en América, Europa y África, París, 1884; Viaje 
universal, visita a las cinco partes del mundo. (Prol. de Vicente Riva Palacio), 
N. York, 1886. 
 
Un compañero de literatura tomó al azar de un libro sobre personajes destacados 
de Tamaulipas el nombre de Ignacio Martínez, lo escribió en un papel y me lo dio 
para que me entretuviera durante mi estancia en ese estado. Este dato me llevó 
por rumbos desconocidos. Tras las huellas de este personaje, visité el lugar de su 
nacimiento, San Carlos, antigua población asentada en la sierra del mismo nombre. 
En el siglo XIX, esta zona se enriqueció con la extracción de un mármol tan fino, se 
dice, como el de Carrara. Esta actividad se abandonó por falta de tecnología. 
Actualmente, es reconocida por el tradicional y apreciado mezcal que ahí se 
destila. El paisaje agreste y bravo de la región aparece en las estrofas de un 
corrido titulado “La sierra chiquita”, homenaje a la hombría de sus habitantes que 
resuelven sus diferencias a balazos. En este lugar se fundó Congregación Morales, 
población serrana que se distingue porque sus habitantes, rubios y de ojos claros, 
son descendientes de un grupo de franceses (gambusinos o comerciantes) que allí 
se asentaron hace muchos años. Al recorrer la población, sólo encontré una calle 
llamada Dr. Martínez, que no me dijo nada. 
 En la biblioteca “Marte R. Gómez”, de Ciudad Victoria, recabé algunos datos 
referentes a la participación militar de Ignacio Martínez en las rebeliones de la 
Noria y Tuxtepec, su actividad revolucionaria en la frontera y algunos datos sobre 
 4
los dos libros de viaje de su autoría. Sobre el primero, que es el que nos ocupa, la 
ficha señala que fue publicado en 1884 en París en la Librería de Brégi. Del 
segundo, que no todos los historiadores consignan, se mencionan dos lugares de 
edición: Nueva York y México. Entonces empezó la verdadera aventura. Sobre la 
historia del estado de Tamaulipas existen pocas referencias. Parecía que nadie 
recordaba a mi Martínez, ni he podido encontrar archivos útiles para mi indagación. 
Pero una vez en el camino, no es posible echarse atrás. Me dediqué a investigar 
sobre Ignacio Martínez hablando con personas interesadas en la historia del 
estado, así como en los libros que estaban a mi alcance. Finalmente, alguien 
mencionó a un señor que trabajaba en el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las 
Artes y quien era reconocido por descubrir restos arqueológicos en la sierra. Me 
encontré con otro Martínez, esta vez de nombre Eduardo, sin parentesco con mi 
personaje. Amablemente aceptó conversar conmigo. Me contó que desde niño le 
gustaba recorrer la sierra y así un día encontró la zona arqueológica llamada 
Balcón de Montezuma. Cuando mencioné al médico viajero, reflexionó un rato. Me 
dijo que creía recordar que su hija tenía un libro de viajes muy antiguo, pero no se 
acordaba del autor. Se ofreció a llevarme en su camioneta para presentarme con 
ella y echarle una mirada al libro. 
 Confieso que estaba desilusionada, la verdad creí que nunca lo encontraría. 
Entonces conocí a Lucy, hija del Norte, joven mujer, rotunda y sencilla, que de 
inmediato se prestó a mostrarme el apreciado volumen, regalo de su abuela 
materna. Entró a la casa y volvió con un bulto envuelto en una tela roja. El libro me 
sorprendió. Era pesado, con cubiertas de piel y cantos dorados, ya deslucidos, que 
mostraban restos de su pasado esplendor. Era, efectivamente Recuerdos de un 
 5
viaje en América, Europa y África. Le dije que me interesaba mucho estudiarlo, que 
planeaba hacer un trabajo de investigación, en fin, que para mí era muy importante. 
Lucy aceptó que lo consultara e hiciera un trabajo, pero tenía que ser en su casa, 
porque el libro no podría abandonarla. Me presentó a su madre y ambas me 
ofrecieron una pequeña estancia con una mesa y mucha luz para trabajar a mi 
antojo. Durante meses visité por la mañana la casa de las nuevas amigas y 
combiné lectura, apuntes y reflexiones con ricos desayunos que preparabala 
señora, con el sazón que debe haber conocido Ignacio Martínez. Pronto descubrí 
que además de su simpatía Lucy poseía otras destrezas. Estudió ingeniería y 
desempeñaba la antigua práctica de las gitanas. Miraba en la baraja el pasado y el 
porvenir. Combinaba la Física y la Metafísica. De esta manera, quedó marcado el 
rumbo de la nave que me llevaría por el siglo XIX. 
 La siguiente etapa consistía en determinar el rumbo de la investigación. El 
personaje presentaba diversas facetas, que sólo esbozaré en esta introducción. 
Ignacio Martínez nació en San Carlos, Tamaulipas en 1844; estudió medicina a 
instancias de su padre en Monterrey. Se inclinó por el estudio de la lengua y la 
cultura francesas de donde surgió su admiración hacia Voltaire y especialmente 
hacia Napoleón. El curso de los acontecimientos en México lo llevó a tomar las 
armas en 1865, durante la Intervención francesa, y, más tarde, en 1872 y 1876 se 
adhirió a los levantamientos de la Noria y Tuxtepec, como mencioné, ambos 
encabezados por Porfirio Díaz. Es posible que debido a sus convicciones acerca 
del principio de no reelección, rechazara los planes autoritarios del que había 
reconocido por años, como el líder de la causa. En 1878 renunció al ejército con el 
grado de general, obtenido por su desempeño en la revolución de Tuxtepec, 
 6
abandonando, además, los privilegios que gozaba como senador e integrante del 
grupo triunfador. Fiel a sus convicciones, a partir de esa fecha se convirtió en 
enemigo declarado de Díaz, atacándolo desde la frontera norte con la pluma, arma 
que esgrimiría con valentía en las páginas de los periódicos que fundó en las 
ciudades fronterizas de Brownsville y Laredo, como parte de su estrategia para 
realizar un levantamiento armado que incluía ciudadanos de ambas lados de la 
frontera. Su postura lo convirtió en blanco de las agresiones del gobierno. Sufrió 
dos atentados que pusieron en riesgo su vida por lo que decidió cruzar la frontera y 
residir en el país vecino hasta donde llegaron para asesinarlo en 1891. Con los 
antecedentes de una modesta actividad literaria, algunos poemas de juventud 
(incluyo el que dedicó a su maestro) y su natural inquietud, viajó a Estados Unidos 
en 1872, forzado por las circunstancias, después de la derrota de la Noria, y 
emprendió el primero de sus grandes viajes el 7 de abril de 1875. El segundo 
periplo, más ambicioso, lo realizaría en 1884. El resultado serían los libros: 
Recuerdos de un viaje en América, Europa y Asia y Viaje alrededor del mundo. 
Debido a que se trata de un autor tamaulipeco del que existen pocas 
referencias, me pareció un personaje digno de estudio. Si bien en las diversas 
bibliografías de literatura mexicana aparece mencionado tanto el nombre como las 
obras de nuestro autor, poco se dice sobre su trayectoria. Entonces comprendí la 
importancia de sus escritos y lo que podían aportar para conocer mejor a los 
escasos viajeros mexicanos del siglo XIX. Además, al ser publicada fuera del país, 
la primera en París ilustrada con 354 grabados y un mapa, estas obras se 
convierten en un objeto de estudio multidisciplinario para la Literatura, la Historia, el 
arte y el mundo editorial. Es manifiesto el afán de cultivar a sus posibles lectores y, 
 7
fiel a su ideario liberal, vemos que Martínez incorporó a su libro gran variedad de 
ilustraciones, en un tiempo en que los derechos de autor, en lo referente a la 
imagen, no tenían la reglamentación que conocemos. 
En cuanto a la estructura del trabajo, decidí dividirlo en tres capítulos. El 
primero inicia el testimonio de algunos viajeros mexicanos que según Ignacio 
Manuel Altamirano se atrevieron a salir del país y dejaron constancia de su 
recorrido. En la lectura de estas experiencias encontré que los escritores viajeros 
decimonónicos como mi personaje, establecen coordenadas y permiten similitudes 
y diferencias. En el siguiente capítulo, incluyo el contexto histórico, social y cultural 
en el que se desenvuelve Martínez: las poblaciones norteñas: Monterrey, Tula, 
Matamoros, Laredo, donde se formó y a donde regresó para combatir desde otras 
trincheras, como médico y periodista, y los estados del centro, escenarios de las 
derrotas de San Luis y La Noria y el triunfo de Tuxtepec. La parte central de la tesis 
lo conforman los apuntes que hiciera Martínez sobre sus impresiones y 
experiencias, las que dejó asentadas en un lujoso libro impreso en los talleres de la 
Librería de Brégi en París obra que constituye la parte central de este trabajo, 
dejando el segundo de los libros, publicado en Nueva York, para una investigación 
posterior. El recorrido por diversos lugares y países va acompañado de las miradas 
de otros viajeros que escribieron su propia visión. Incluyo un apéndice, ante la 
imposibilidad de anexar la obra completa de Ignacio Martínez, con los capítulos de 
su estancia en París a fin de presentarlo a través de sus palabras. Al igual que 
otros viajeros de su tiempo, Martínez encontró en París, como escribió Walter 
Benjamín, la capital de siglo XIX. 
 8
Este trabajo de tesis no hubiera sido posible sin la confianza y amabilidad de 
Lucía Martínez ni sin el apoyo histórico y fiel amistad de la maestra María 
Concepción Salas. Agradezco a los maestros que revisaron, aportaron y 
enriquecieron esta investigación, a los amigos que compartieron las zozobras de 
este periodo y a Aurora Torres por su disposición y ayuda. Mi reconocimiento y 
compromiso con el doctor Vicente Quirarte por su generosidad, entusiasmo y 
aliento. A mis hijos que me impulsan a continuar en la academia y, especialmente, 
a la primera Rosa María que me trajo a navegar. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 9
 
CAPÍTULO I 
 
EL FENÓMENO DE LA LITERATURA DE VIAJES A PARTIR DE LA RETÓRICA 
FORMULADA POR ESTE DISCURSO 
 
Lo importante es que los viajes vayan donde 
tienen que ir, y, sobre todo lleguen donde tienen 
que llegar. 
 
 Jonathan Swift 
 
 
 
Ignacio Manuel Altamirano, ya consolidado como presidente de la República 
literaria mexicana, escribe un prólogo al Viaje a Oriente de Luis Malanco, 
publicado en 1882, que además de dar noticia de cómo los libros de 
viajeros mexicanos más importantes y mejor escritos del siglo XIX, 
constituyen una verdadera teoría sobre el viajero mexicano, así como un 
repaso bibliográfico de las más notables travesías realizadas por sus 
compatriotas. “Los mexicanos viajan poco, y los que viajan no escriben, ni 
publican sus impresiones o recuerdos”.1 No obstante lo categórico de 
semejante afirmación, Altamirano enumera los más importantes libros de 
viajes al extranjero escritos por mexicanos: las Memorias del padre Teresa 
de Mier, la Breve y sencilla narración del viaje que hizo a visitar los Santos 
Lugares de Jerusalén de José María Guzmán; el Viaje a Egipto y Palestina 
que publicó el joven José López Portillo y Rojas; Fernando Bulnes, 
 
1 Altamirano M. Ignacio, “introducción al Viaje a Oriente de Luis Malanco en Escritos de literatura y arte en 
Obras completas XIII, p. 215. 
 10
historiógrafo, con sus impresiones en Once mil leguas en el hemisferio 
norte; el obligado Viaje a los Estados Unidos de Guillermo Prieto; el citado 
Viaje a Oriente de Luis Malanco; Los recuerdos de un viaje del general 
Ignacio Martínez, y las Notas y episodios de viaje a los Estados Unidos de 
Alberto Lombardo. Es importante mencionar que Altamirano deja fuera de 
esta lista las Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia de 
Manuel Payno, que comentaré más adelante y observar que tampoco 
consideró la relación de los viajes de Lorenzo de Zavala por Norteamérica, 
aunque sí conocía los escritos históricos de este mismo escritor. 
 ¿Qué motiva este comportamiento? Lo que adormece en el mexicano 
el deseo de locomoción, “tan natural en el hombre”, dice Altamirano, “esnuestra apatía característica emanada de la educación singular, que se dio 
a nuestro pueblo durante trescientos años”.2 Entonces ¿sería producto de la 
colonización? Hasta el periodo de la Independencia con el inicio de las 
guerras civiles surge la necesidad constante de movilizarse debido a los 
levantamientos contra el orden establecido y las persecuciones provocadas 
por las “inestabilidad de los gobiernos, de la venganza de los partidos y de 
las vicisitudes consiguientes a una serie no interrumpida de revoluciones”3. 
El resultado sería la proscripción voluntaria o forzosa y más tarde la 
aplicación de la ley fuga. Los líderes de la Independencia inyectaron “en los 
individuos de la raza mezclada” el impulso que los llevaría a recorrer el país 
en cruenta lucha por sus ideales. 
 
2 Ibidem, p. 215. 
3 Ibidem, p. 223. 
 11
Como liberal mexicano interesado en el estudio de lo propio, 
Altamirano juzgaba que la etapa colonial, innegable periodo de esclavitud y 
explotación, era el principal motivo de la apatía del mexicano. El 
conocimiento y la cultura eran para Altamirano y para los liberales del siglo 
XIX, la única posibilidad de llevar adelante las propuestas del liberalismo 
que proponía el “adelanto material y moral”. La educación asentada en la 
cultura europea, determinó en Ignacio Martínez así como en otros viajeros 
mexicanos, (como pretendo mostrar en el primer capítulo) el deseo de 
buscar en otros países la respuesta a la problemática de su patria, según 
las reflexiones asentadas en su libro. 
 Siguiendo las reflexiones de Altamirano, la indolencia y el desinterés 
de los mexicanos del siglo XIX por dejar constancia de sus recorridos, 
trajeron como resultado que la literatura de viajes fuera “la más exigua de 
nuestras literaturas”. Fueron escasos los intrépidos que superaron “la 
repugnancia por alejarse de la tierra nativa”. Por otra parte, los escritos 
sobre viajes conformaron un género híbrido ampliamente desarrollado por 
los europeos que tuvo gran aceptación y reconocimiento en el México 
liberal. 
Ese es un camino que habían abierto los antiguos: Herodoto para 
dar a conocer el Egipto a la Grecia... Los conquistadores y 
misioneros del siglo XVI, también dieron a conocer la América del 
mismo modo a los hombres del antiguo continente, y hoy todavía 
sus libros son consultados con vivo interés. El barón de Humboldt 
no reveló a México de otra manera que con esas encantadoras 
descripciones que ponen en relieve no sólo al sabio, sino al 
literato amigo de Schiller y de Weiland4 
 
 
4 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit., p. 229. 
 12
Lo que preocupaba a Altamirano era el desconocimiento que los habitantes 
de la entonces incipiente nación tenían de lo propio. “ Es un asunto baladí”, 
afirma, porque “al ver escrito en una página de viaje un nombre indio, todo 
el mundo aquí ha de hacer un gesto de desdén... por eso no es raro, sino 
frecuente, encontrar lectores que saben dónde están los Alpes, y cómo son, 
y que no saben dónde está el Nayarit y qué cosa es”.5 Existía, apenas, la 
atracción por descubrir el paisaje nativo y menos por emprender recorridos 
a países lejanos en Oriente o Europa Occidental, “por las largas distancias 
a Europa; y lo caro de los pasajes”, explica Altamirano. La cultura y el 
conocimiento despiertan necesariamente la inquietud por descubrir al otro, 
por movilizarse y encontrar en lo diferente, lo semejante. Para convertirse 
en viajero, dice Rousseau, “hay que ser instruido, desinteresado (en lugar 
de estar a cargo de una misión de conversión o de conquista) y saber 
desembarazarse de los prejuicios nacionales”.6 A lo largo de este trabajo, 
veremos cómo Ignacio Martínez cumple con estas dos primeras exigencias. 
 El compromiso de Altamirano por desarrollar una literatura nacional, 
despertó su interés hacia los escasos libros de viajes publicados por los 
mexicanos que decidieron realizar una larga travesía a otro continente y 
dejaron de ello su testimonio: “Sus productos son rarísimos en lo que se 
refiere a los viajes al extranjero”, comenta el maestro, “Redúcense a nueve 
o diez libros, a lo más”.7 Entre ellos menciona a Ignacio Martínez, quizá 
porque compartían la amistad de José Rivera y Río. Es importante comentar 
 
5 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit., p. 229. 
6J.J. Rousseu citado por Tzvetan, Todorov, en Nosotros y los otros, p. 31. 
7 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit., p. 230. 
 13
los viajes al extranjero que emprendieron estos mexicanos del siglo xix, los 
países que visitaron, cómo relacionaron lo nuevo con la ya conocido, dar 
una idea del tiempo que emplearon en el trayecto, cómo se transportaron, 
qué tipo de viaje realizaron, cuál es el género literario que predomina en sus 
escritos, qué impulso desencadena el viaje para clasificarlos según el 
movimiento literario-viajero, como señala Ottmar Ette. Finalmente, quiero 
desarrollar a partir de estos puntos el análisis del primer libro de viajes de 
Ignacio Martínez Elizondo, quien, como contemporáneo de estos viajeros, 
comparte su visión de liberal mexicano o disiente de ella. Aparecen 
diferencias, sin embargo, que muestran una fuerte personalidad modelada 
por raíces de hombre del Norte, cercanía con la frontera, preparación 
científica y por la influencia de la cultura francesa; elementos todos que lo 
convierten en un personaje interesante. 
 
VIAJEROS MEXICANOS DEL SIGLO XIX 
Entre los primeros escritos sobre las travesías hacia Oriente emprendidas 
por viajeros mexicanos, encontramos el viaje documentado del padre José 
María Guzmán, quien inició su recorrido en barco el 6 de marzo de 1834 
desde el puerto de Veracruz. Llegó a Nueva York veintiocho días después y 
de ahí se embarcó hacia Roma, con la encomienda de apoyar la 
beatificación del mexicano Antonio Margil. El padre Guzmán inició sus 
apuntes diciendo: “Hacía ya muchos años que mi corazón deseaba con 
ansia viajar por la Palestina, solamente por visitar aquellos venerables 
santuarios y ver con mis propios ojos los lugares felices en que un Dios 
 14
hecho hombre obró los misterios de nuestra redención”.8 Su intención era 
llegar a Jerusalén, donde comprobó “que era el primer mexicano que dejaba 
su nombre” en el libro de visitantes. Como religioso peregrino, el padre 
Guzmán se acogió a la hospitalidad de los conventos y a la generosidad de 
algún eclesiástico, que facilitó su estancia en aquel país. Los lugares que 
visitó son descritos con detalle, citando además personajes y hechos que 
muestran su gran conocimiento de la Biblia y de la historia cristiana. El 
punto central de su relato lo conforma el arribo a Jerusalén, ciudad “santa 
aunque ingrata”. Sobre la emoción que despertó su presencia, escribe: “No 
pude menos que derramar muchas lágrimas; y bajando del caballo me 
postré a besar aquella tierra bendita”.9 Su testimonio evidencia que el 
proyecto esencial de su viaje era realizar una peregrinación a Tierra Santa, 
por los lugares más importantes y significativos de la cristiandad. El 
recorrido agotador y lleno de inconvenientes lo emprendió impulsado por la 
fe, con el entusiasmo y la energía del que ve cumplido un sueño. El padre 
Guzmán realizó un viaje lineal, porque “va desde un punto de partida hasta 
un punto de llegada. Este viaje lleva a una fusión con la meta anhelada”10, 
según la tipificación establecida por Ottmar Ette. Una vez que ha realizado 
el recorrido y de después de soportar un clima caluroso e insalubre, escribe: 
“Habiendo visto en el breve término de un mes todo lo que hay de 
remarcable en la Galilea, en la Judea y aun en la Samaria, determiné mi 
 
8 José María, Guzmán, “Breve y sencilla narración...” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos enTierra Santa, p. 27. 
9 Ibidem, p. 29. 
10 Ottmar Ette, Literatura de viaje de Humboldt a Baudrillard, p. 60. 
 15
regreso a Roma”11. El 5 de julio de 1835 se embarcó en Jaffra, pero como 
no pudo alcanzar en Beirut el barco que lo llevaría a Italia, tuvo que 
permanecer dos semanas más en espera y llegar a Roma hasta el 28 de 
agosto. A pesar de los retardos e inconvenientes, el peregrino concluyó 
diciendo que este viaje había sido el más feliz de su vida. 
Su obra titulada Breve y sencilla narración del viaje que hizo para 
visitar los santos lugares de Jerusalén apareció publicada en 1837.12 Tiene 
el mérito de la sencillez y la finalidad de servir de guía a los peregrinos que 
siguieran sus huellas así como de elevar el sentimiento religioso de los 
mexicanos. En Cosas notables de Palestina y otras partes de Levante 
(incluido junto a La breve... ) describe, con evidente desagrado, el deterioro 
que el gobierno de los turcos ha propiciado en estos países de Oriente: 
“!Qué horror me causaba el ver esto haciendo comparación con la culta 
Europa y mucho más con la extraordinaria limpieza de Toscana, en donde 
acababa de estar!”.13 Siente lástima por los musulmanes que veneran 
santos que le parecen “hombres sucios y desvergonzados” y pasean 
desnudos por las calles. Estas apreciaciones del padre Guzmán nos 
acercan a lo dicho por Michel de Montaigne: “lo que ocurre es que cada cual 
llama barbarie a aquello que es ajeno a sus costumbres. Como no tenemos 
otro punto de mira para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea 
de las opiniones y usos del país en que vivimos, a nuestro dictamen en él 
 
11 José María Guzmán, op.cit., p. 50. 
12 La portada del libro aparece en Jerusalén a la vista, p. XXV. 
13 M. de Montaigne, “De los caníbales” en Ensayos escogidos, p. 110. 
 16
tiene su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más 
irreprochable uso de todas las cosas.” 14 Sin embargo, después de observar 
las extravagancias, zarcillos, collares y adornos que usan las mujeres, 
recuerda las féminas de Europa o América y concluye con sencilla 
sabiduría: “El mundo en todas partes es igual; y si se diferencia en los usos 
no se diferencia en lo ridículo”.15 
Cerca de cuarenta años después, en 1873, José López Portillo y 
Rojas, recibió de sus padres el regalo de un viaje por haber obtenido el 
título de abogado. El joven inició su recorrido desde su natal Guadalajara 
hacia Estados Unidos, visitando Canadá, antes de embarcarse hacia Europa 
y llegar finalmente a Egipto y Palestina. Nos ocuparemos sólo de éste último 
país del que aporta detalladas descripciones de lugares y personajes, 
enriquecidas con anécdotas y diálogos. Llevó a cabo su peregrinación a 
caballo “en un territorio donde las comunicaciones permanecían, como 
siglos atrás, inalterables”.16 Cuenta que cuando estaba cerca de la ciudad 
amurallada, conocida de antemano por los relatos bíblicos, experimentó la 
misma la exaltación de los poetas románticos ante la naturaleza: “Algo 
lúgubremente grande se presiente a la cercanía de la capital de Palestina. 
Esta naturaleza es triste, desolada, pero más que todo majestuosa. No hay 
en la tierra otra naturaleza como ésta”17. López Portillo, como el padre 
Guzmán, relata la emoción que le produjo la “ciudad culpable” de Jerusalén: 
 
14 Tzvetan Todorov, op.cit. p. 60. 
15 Ibidem, p. 68. 
16 Vicente Quirarte, “La otredad presentida” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos, p. XX . 
17José López Portillo y Rojas, “Egipto y Palestina. Apuntes de un viaje” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros 
mexicanos, p. 77. 
 17
“Eché pie a tierra y, puesto de rodillas, con el semblante vuelto a Jerusalén, 
palpitante el corazón y la mente inflamada, dije el credo”18. Una parte 
importante de sus escritos está dedicada a relatar la pasión de Cristo. A 
medida que reconocía los Santos Lugares, retoma el tiempo histórico a 
partir de los romanos y explica: “Entonces el mundo se encontraba en 
manos de los sensualistas que aplicaban a sus labios la copa de la 
embriaguez y a su corazón la llama de los placeres”,19 aunque reconoce que 
“mucho ha cambiado Jerusalén desde el tiempo de los romanos hasta hoy”. 
Su intención era no sólo contar sus experiencias, sino aportar datos que 
podrían ser importantes para otros creyentes. Describe el arco llamado Ecce 
homo donde siglos atrás “había debajo de las ventanas esta inscripción 
esculpida: Tole, Tole (crucificadle, crucificadle)”. Sorprende su 
incuestionable certeza para señalar y reconocer lugares y hechos bíblicos. 
Arrastrado por la fe, justifica sus apreciaciones porque “estas exageraciones 
no tienen nada de condenables, pues no dependen de espíritu de engaño o 
fraude, sino de exceso de fantasía unido a exceso de devoción... Qué otros 
se burlen de estas supercherías inocentes”.20
Podemos concluir que así como lo hiciera el padre Guzmán, López 
Portillo efectuó un viaje lineal, “una ruta lineal orientada a un lugar mítico de 
consumación, especialmente porque en él se puede expresar 
simbólicamente tanto las posibilidades como los límites de la experiencia 
 
18 Ibidem , p. 77. 
19 Ibidem, p. 109. 
20 Ibidem, p. 80. 
 18
humana”.21 Encontramos que el corazón de su travesía es Jerusalén, lugar 
en donde López Portillo sintió que “se encontraba faz a faz con los lugares 
más célebres de la tierra, con los más venerados de mi alma"22. Ante el 
Santo Sepulcro su entusiasmo alcanzó cierta exageración teatral: “¡Oh! ¡Si 
toda mi vida pudiera transcurrir como transcurrió aquel momento, cuando 
olvidado del mundo no tenía pensamiento sino para el infinito!”23 No aparece 
la misma emoción en el joven abogado cuando en Egipto, después de haber 
escalado la gran pirámide y mientras contempla el maravilloso paisaje 
desértico, recordó la gran satisfacción que le “causaba pensar que había 
subido a la cumbre de la más alta pirámide de estas pirámides”;24 que en 
ese lugar Napoleón pretendió entusiasmar a sus tropas con la célebre frase: 
“Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan”. 
A su regreso, López Portillo organizó sus apuntes, y aunque 
reconoció que sobre el tema “todo está dicho”, publicó Egipto y Palestina. 
Apuntes de un viaje, en 1874. Este largo recorrido por diversos países, 
según él mismo declara en la introducción de su libro, lo realizó “con todas 
las comodidades que la abundancia de recursos puede proporcionar”. El 
espacio en que se movió el viajero mexicano en aquel continente, sólo le 
mostró seres nebulosos. Su limitada percepción lo indujo a escribir: “Por 
regla general, puede decirse que los países de Oriente, con necesidad o sin 
ella, son países mendigos”. Sin embargo, manifiesta cierta tolerancia hacia 
 
21 Ottmar Ette, op. cit. p. 61. 
22 José, López Portillo y Rojas, op. cit., p. 79. 
23 Ibidem, p. 94. 
24 José López Portillo y Rojas, op. cit . en Felipe Teixidor, Viajeros mexicanos, p. 57. 
 19
los musulmanes. Durante su visita a la mezquita donde se venera la huella 
que Jesús, profeta anterior a Mahoma, dejó antes de subir al cielo, 
reflexiona: “Yo respeto su modo de pensar, pero para mí esa huella es 
apócrifa”. No se percibe la misma condescendencia cuando con aspereza 
menciona la responsabilidad de los judíos que por condenar a Jesús, se 
convirtieron en un “pueblo desgraciado (que) vaga por las inmensidades de 
la tierra aborrecido y proscrito”. Egipto y Palestina fue recibido con 
beneplácito por la sociedad jalisciense y valorado como “un libro lleno de 
evocaciones bíblicas, que las gentes acomodadas, cultas y piadosas de 
Guadalajara solían leer en la Semana de la Pasión”, además de ser “el 
único viaje de un mexicano a Palestina que puede leerse con interés”,25diceTeixidor, afirmación bastante cuestionable porque el texto de Luis Malanco 
lo supera. Como afirma Vicente Quirarte: “Su descripción de las costumbres 
de los habitantes, así como de los lugares que su asombro advierte en 
inéditos, otorga a su prosa las virtudes advertidas por 
Altamirano”,26 quien a su vez había resaltado la nobleza de estilo de 
Malanco. 
La mencionada introducción de Altamirano sobre los escasos viajeros 
mexicanos apareció justamente en el libro que Luis Malanco escribió al 
visitar esta región. Emprendió su viaje a Europa y Asia en 1875 y narró sus 
experiencias y recuerdos en 1200 páginas que fueron publicadas en dos 
tomos (1882-1883). En su prólogo, Altamirano cuenta que Malanco 
 
25Felipe Teixidor, Viajeros mexicanos, p. 49. 
26 “La otredad presentida” en Jerusalén a la vista, p. XVII y XVIII. 
 20
aprovechó la oportunidad que le ofrecía su puesto de secretario de Legación 
en Roma para recorrer Oriente, visitar Egipto y, sobre todo como cristiano, 
católico y piadoso, viajar a Palestina y conocer Jerusalén, la santa, “como la 
llaman todos los pueblos orientales”, para encontrarse en el lugar del drama 
que ha sido trascendental en la historia para una parte de la humanidad. 
Malanco fue a Oriente, como “una gran parte de los que lo han hecho”, por 
un espíritu de curiosidad y de piedad religiosa. “No hay, pues, que buscar 
en el libro la intención histórica” dice Altamirano, tampoco el espíritu de 
indagación, ni la ciencia arquitectónica ni el interés del anticuario, aunque 
Malanco comenta con entusiasmo su travesía por el archipiélago griego. 
Sobre el amigo viajero comenta Altamirano: 
 
Su atención principal no se fija, ni su emoción más profunda se 
despierta, sino al pisar la tierra sagrada de Jerusalén y la tierra 
imponente de Egipto y del desierto. Allí es donde el alma de Luis 
Malanco exhala todo su perfume de pensamiento, de ternura y de 
piedad; allí es donde su prosa rítmica se eleva en alas de la 
poesía hasta las alturas luminosas del arte. Allí su estilo parece 
impregnado del antiguo, y sus reminiscencias, sus pensamientos, 
parecen surgir de las ondas doradas de la poesía oriental y del 
vasto y armonioso océano de la Biblia.27
 
Al igual que los dos viajeros que le anteceden, Malanco recorre a caballo 
Palestina y no puede dejar de relatar las emociones encontradas que surgen 
ante la entonces capital de Palestina, el lugar más destacado de su 
recorrido: Jerusalén. Frente ella sus palabras se desbordan: “¡Jerusalén… 
Jerusalén…! Tan pálidos y tan profundamente emocionados como si 
 
27 Op. cit. p. 234. 
 21
hubiéramos visto caer un astro”, y así como lo hicieran el padre Guzmán y 
el joven López Portillo años atrás, “nos desmontamos de los caballos y nos 
arrodillamos, permaneciendo en silencio un largo rato”.28 Aunque Malanco 
encuentra una ciudad “pequeña, triste y desolada”, está convencido de que 
lo que engrandece ese recinto amurallado, son las ideas que por la 
sabiduría y la fe religiosa se convirtieron en las “más influyentes y más 
grandes en las sociedades”, y engendraron “la civilización más prodigiosa”. 
Los relatos que de niño escuchó sobre Jerusalén, despertaron un imaginario 
que no correspondía a la realidad. Las lecturas bíblicas y una educación 
confesional crearon la fantasía sobre el maravilloso encuentro con una 
Jerusalén idealizada. Cuando por fin logró estar ahí y la miró, experimentó 
una amarga desilusión: ¡Cuántos desengaños se tienen en los viajes!”, 
aunque no puede negarse que de “ellos se aprende y se adelanta mucho”. 
Después de un cúmulo de experiencias ásperas o amables, de disfrutar los 
alimentos, bebidas y el tabaco de estos lugares; de comparar exóticas 
costumbres con las propias, Malanco resume sus vivencias con esta 
sentencia: “Sale uno poeta de su patria y vuelve a ella filósofo 
experimentado, sale uno joven y regresa anciano, por más que tenga poca 
edad”.29 Pero ¿cómo percibe este trotamundos a los otros? Dentro de sus 
reflexiones dedica unos párrafos al anticristo que “dicen que será un judío 
de nacimiento”. Su antipatía hacia este pueblo es innegable y ante la 
certeza de que pisa territorio judío, escribe: “Estábamos en una tierra de 
 
28 Luis, Malanco, “Viaje a Oriente” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos en Tierra Santa, p. 194. 
29 Ibidem, p. 202. 
 22
reprobación, donde se cometió el gran crimen que hace diecinueve siglos 
persigue sin parar la cólera celeste”.30 El paisaje y los habitantes le 
recuerdan lo propio, especialmente lo marginal. Frente a un humilde 
poblado rememora la similitud que guarda con “esa ranchería, como 
diríamos en México”, donde sus pobladores “nos sorprenden con la 
apariencia de nuestros indios otomíes que habitan los montes, sin más 
diferencia que algunos accidentes en sus trajes harapientos”.31 El criado de 
una fonda es “como si dijéramos un peón del tajo” y encuentra “chozas de 
campesinos infelices, como grandes nidos de urracas, hechas de tierra y 
basura”. En su obra, Malanco no se limita a “refundir materiales de otros 
autores”, es “el que supera el síndrome del nómada que se siente con la 
obligación de acudir a otras fuentes para fundamentar sus afirmaciones”.32
 Para Guzmán, López Portillo y Malanco, la ciudad de Jerusalén y la 
visita a los Santos Lugares, son los imponderables escenarios de su 
trayectoria. Los tres son devotos católicos, recibieron una educación 
escolástica y el periplo significó la realización de un ferviente anhelo. “Si 
bien, como advertía Altamirano, consultaron a viajeros anteriores, la Biblia 
era la fuente principal donde los mexicanos bebieron para el trazo de una 
ruta espiritual donde, transformados en peregrinos, reconocían sitios, 
nombres y hechos de la Historia”.33 En sus escritos aparecen coincidencias 
y ciertos rasgos de personalidad similar al percibir lo extraño. Así cuando 
 
30 Ibid, p. 193 
31 Ibid, p. 184. 
32 Vicente Quirante, op. cit. p. XVII. 
33 Ibidem p. XX.. 
 23
descubrieron los espacios que habitaban los leprosos, a López Portillo le 
sorprendió que se considerara en Oriente “un gran acto de caridad 
manifestar compasión” por estos miserables; que fueran “mejor tratados que 
otros mendigos”, que se permitiera que los leprosos se casaran con 
leprosas, y dieran al mundo “leprosa generación”. Mientras Malanco 
manifiesta la repugnancia que producían estos enfermos que “atraían 
mucho los cuidados que hasta allá ha ido a prodigar la caridad cristiana a 
aquel grave mal”.34 Los viajeros vuelven a su punto de partida con un nuevo 
bagaje: el contacto con lo diferente les ha llevado al descubrimiento de lo 
propio, lo que forma parte de su cultura. “El viaje en el tiempo se completa 
cuando lo visto se pone en relación con las grandes culturas de Occidente. 
El viajero mismo entra en un mundo de monumentalidad antigua que 
empieza a vivir y a moverse ante sus ojos”.35 
Aunque los tres recorrieron otros países y atravesaron Europa, su 
viaje puede clasificarse como lineal, porque una vez cumplido el sueño el 
resto es secundario, ya que “los relatos de viajes rara vez contienen sólo el 
relato de un solo viaje. Lo mismo ocurre con el libro que se halla dentro de 
otro libro, el viaje dentro del viaje es también un fenómeno frecuente”.36
Conviene mencionar a otro gran viajero mexicano: Manuel Payno. 
Contemporáneo de Altamirano, Prieto y Martínez, entre otros, y a pesar de 
que el maestro no lo menciona en su prólogo al libro de Malanco. Es un 
personaje que no puede faltar en esta galería de trotamundos pues en el 
 
34 Luis Malanco, op .cit. p .235. 
35 Ottmar, Ette, op. cit. p. 46. 
36 Ottmar, Ette. op. cit. p. 61. 
 24
prólogoa su libro Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y 
Escocia, publicado en 1853, se anticipa cerca de treinta años a lo 
expresado por Altamirano. Esta relación sobre su viaje fue precedida 
únicamente por “otro libro y un folleto –aquél, de Lorenzo de Zavala, y éste 
de Luis de la Rosa- con impresiones acerca de los Estados Unidos”37 y 
muestra la inquieta personalidad de este distinguido liberal, su oficio de 
escritor así como su entusiasmo y curiosidad por conocer lugares y 
costumbres, porque “los viajes se hacen no sólo por negocios, sino por 
placer, por instrucción, por mejorar la salud; por todo, en fin, pues basta el 
más frívolo pretexto para decidirse a pasar como un sueño treinta días en 
un vapor, y después despertar en el mundo antiguo, tan lleno de encantos, 
de recuerdos, de poesía y de ilusiones”.38
 Payno había recorrido a caballo y en diligencia gran parte del territorio 
mexicano antes de embarcarse para su primer viaje a Europa, Inglaterra 
sobre todo. En 1842, se le había sido ofrecido el cargo de secretario de la 
legación mexicana en América del Sur, pero nunca efectuó el viaje hacia 
dicha lejana residencia diplomática y sólo años más tarde, emprendió un su 
viaje a Europa en 185i, durante el cual visitó principalmente Inglaterra y 
Escocia. Años más tarde, emprendió su segundo viaje a Europa. Payno 
embarcó en el puerto de Veracruz en un ‘paquete inglés’ que recorría las 
Antillas y alcanzando la Isla de Santo Tomás, se dirigía hacia Inglaterra. 
Inicia su relato diciendo: “¡Qué triste es la víspera de un largo viaje!”, 
 
37 Francisco Monterde, Prólogo en Artículos y costumbres de Manuel Payno, p. XVIII. 
38 Manuel Payno, Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia, p. 5. 
 25
despedida que, como señala Ette, muestra una doble perspectiva: “la 
separación dolorosa y la del peligro que supone hacerse a la mar”. Durante 
el recorrido marítimo, que inició en Veracruz, visita algunas islas de las 
Antillas. En Jamaica escribe: “La abolición de la esclavitud puso sello a la 
ruina de Jamaica y hoy no es más que un apostadero en las Antillas de la 
marina inglesa.”39 Continúa su recorrido hacia la capital de Puerto Rico, isla 
que encuentra mucho más atractiva que la anterior. Finalmente, de Santo 
Tomás “que los ingleses han escogido para la estación de los vapores de la 
compañía de las Indias Occidentales,”40 abandona “los mares azules y 
tranquilos de América” con rumbo a Europa. Durante el recorrido, le sobra 
tiempo para aburrirse, y contempla el mar, soporta las incomodidades del 
barco y consume alimentos propios “para descomponer los estómagos más 
bien organizados”, para colmo, el servicio es detestable, “si el carácter 
inglés hubiese de juzgarse por los oficiales, empleados y aun criados 
domésticos que sirven a bordo de los vapores de la compañía de las Indias 
Occidentales, no hay duda que se debía formar un concepto sumamente 
desfavorable”.41
 Aunque en sus Memorias... no menciona el motivo de su viaje y que 
se intuye que se trata de un paseo, aprovecha para disfrutarlo al máximo: 
“Salvo las ocupaciones o deberes precisos, me propuse obedecer a mi 
fantasía y no formar otro plan o programa que el de vagar por todas las 
 
39 Manuel Payno, op. cit., p.15. 
40 Ibidem, p. 19. 
41 Ibidem, p. 30. 
 26
partes a donde me condujera mi capricho.”42 Desembarca en Portsmouth en 
la isla de Wight y después de visitarlo se dirigió a la ciudad Londres. “En la 
primera posada donde me acomodó un amigo dejé mis baúles, y sin 
reconocer el local donde había de pasar la noche seguí mi camino para la 
Exposición”.43 En su recorrido por la lluviosa ciudad, vislumbró Hyde Park, 
antes de arribar a la Exposición Universal con la intención de “contemplar 
de una vez y con una sola mirada, los adelantos del mundo en los siete mil 
años que lleva de existencia”. La sede de este encuentro internacional era 
el Palacio de Cristal y con admiración detalla la arquitectura, los espacios, 
el ambiente y las maravillas que presentan los países visitantes. Según 
narra, “al visitar el Palacio de Cristal, logré imprimir en mi vida un recuerdo 
que nunca podré describir exactamente; pero que no se borrará 
probablemente de mi cerebro”.44 Esta visita despertaría el interés por 
organizar un acontecimiento público de semejante importancia en México y 
se convertiría en un antecedente de la amarga experiencia sufrida en 1880, 
cuando con gran dedicación Vicente Riva Palacio planeó la Exposición 
Internacional Mexicana, proyecto frustrado por la insidia de sus enemigos y 
la indigna actitud de Porfirio Díaz.45 En esta primera Exposición Universal, 
Payno se dio a la tarea de observar con atención cuanto se exponía. Entre 
otras cosas, llamó su atención, la semejanza de la artesanía de los países 
árabes con las piezas mexicanas: “¿de dónde proviene esta identidad? Para 
 
42 Ibidem, p. 52. 
43 Ibidem, p. 76. 
44 Ibidem¸ p. 107. 
45 Clementina Díaz y de Ovando, Las ilusiones perdidas de Vicente Riva Palacio. 
 27
mí he visto un indicio cierto de las razas que poblaron el nuevo mundo”. La 
formación liberal de Payno y su experiencia como Ministro de Hacienda se 
deja ver en la detallada relación que hace de los avances tecnológicos 
presentados por los países desarrollados y en sus comentarios sobre su 
cultura: “El departamento destinado a Bélgica, estaba arreglado con tanto 
gusto, con tanto orden y con tanta simetría que representaba perfectamente 
el orden metódico, perseverante e industrioso que distingue a esa nación de 
las demás del continente”.46 En el espacio destinado a México únicamente 
se mostraban unas figuras de cera “hechas por un italiano llamado 
Montanari”. Molesto ante el hecho, nuestro viajero dedica varias páginas a 
relatar las enormes posibilidades de progreso que tienen los mexicanos, 
opinión compartida por los liberales de toda tendencia, y con desánimo 
opina que en México “los hombres dedicados a las ciencias, a las artes y a 
la literatura, cuando logran después de mil afanes hacer algo notable, 
trabajan en sustancia más bien para su patria que para ellos, sin embargo, 
suelen recibir por todo premio el desprecio y el olvido y a veces la 
persecución”.47 
Payno que había iniciado muy joven la carrera de las letras, publicó 
sus primeros poemas y relatos en las revistas literarias de la época. En 
1843 apareció su Viaje sentimental a San Ángel, inspirado en Sterne. 
“Descubrió su pasión por la escritura y su gusto por la historia y las vinculó 
admirablemente en sus crónicas de viajes. Ello explica el carácter 
 
46 Manuel Payno, p. 127. 
47 Ibidem, p. 158 
 28
documental de todos sus escritos y la invención de fábulas que se advierte 
en algunas de estas narraciones”.48 Su interés y conocimiento de la historia 
aparece en diversas partes de sus Memorias e Impresiones donde narra los 
hechos más relevantes de la cultura inglesa, empezando por Londres, 
porque “justo será que tengamos también algún conocimiento de la ciudad”. 
Como los anticuarios ingleses “están empeñados en dar a la ciudad más 
edad de la que tiene”, emprende su relato afirmando que “lo que sí es cierto 
y no está confundido, ni mezclado con la fábula es, que la pequeña isla 
Bretaña que ahora tiene el sobrenombre de Grande, estaba habitada por 
tres razas. Los bretones del Sur, los pictos y los escoceses, al Norte”, y 
continúa hasta llegar a la familia York y al rey Enrique VII. El viajero “puede 
deleitarse en recoger por escrito sus reacciones al nuevo ambiente, las 
impresiones que le produce este entorno”, y de este modo “transformar la 
escena exterior en reflejo del yo...Estos textos son mucho más interesantes 
por lo que revelan sobre su autor(a) quesobre las circunstancias del viaje 
como actividad concreta”. 49
Su obra no incluye ningún dato sobre su regreso a México. Su viaje, 
que logró combinar las exigencias de sus responsabilidades con el placer, le 
permitió visitar la importante exposición Universal de Londres. Su 
trayectoria es lineal como los peregrinos a Jerusalén porque dejó 
constancia, como ellos, de su recorrido por el Palacio de Cristal y las tierras 
escocesas como puntos álgidos. En el siglo XIX, muchos libros de viaje 
 
48 Blanca Estela Treviño, “Prólogo” en Obras Completas I, Manuel Payno, p. 16. 
49 Dieter Warner, “Excursión en torno al viaje” en Literatura de viajes. El viejo mundo y el nuevo, p. 19. 
 29
tuvieron el objetivo de dar a conocer regiones todavía poco transitadas por 
la mirada extranjera, como fue el caso de México después de haber 
conquistado su independencia. Sin embargo, fue hasta el periodo del 
Porfiriato cuando se multiplicaron los viajes de extranjeros atraídos por el 
interés minero, mercantil, científico y arqueológico. 
Dentro de la dinámica del movimiento viajero, Ette señala también al 
círculo como la figura que puede enmarcar toda una obra o “sólo partes y 
párrafos de un relato de viajes o de un texto narrativo”. En el viaje que 
realizó Francisco Bulnes en 1874, hacia Cuba, Estados Unidos, Japón, 
China, Conchinchina, Egipto y Europa, se reconoce la figura de un 
movimiento viajero que presenta una forma circular porque “el viajero, al 
final de su viaje, regresa al punto de partida” 50 con el testimonio de su 
experiencia. El viajero muestra que las diversas las observaciones sobre el 
fenómeno solar y las culturas del continente asiático, que aparecen y se 
discuten en su obra Sobre el hemisferio norte once mil leguas, cuyo título 
recordaba a Julio Verne “cuya influencia era indudable”51, se refieren al 
punto final del viaje, que es México. “La multiplicación del saber sobre lo 
otro, sobre sus condiciones de vida y formas culturales, supone igualmente 
una adquisición de saber sobre el país de origen del viajero.” 52 
Acerca de este viajero mexicano, Altamirano comenta que se trata de 
un “historiógrafo de la Comisión Científica que fue al Japón a observar el 
paso de Venus por el disco del sol en 1874, publicó sus impresiones de 
 
50 Ottmar Ette, op. cit., p. 53.. 
51 Martín Quirarte, Prólogo en Páginas escogidas, de Francisco Bulnes, p. VI. 
52 Ottmar Ette, op. cit., 52. 
 30
viaje, llenas de verba y de originalidad”. Bulnes fue enviado en misión 
oficial, como “cronista y calculador”, por el entonces presidente Lerdo de 
Tejada, a quien dedicó su libro, y realizó este viaje unos meses antes que 
saliera de viaje para Europa Ignacio Martínez, quien difiere en algunas 
cosas con Bulnes, como señalaremos más adelante. En sus páginas 
encontramos al hombre escéptico así como al intelectual de formación 
positivista que conocía los clásicos y la cultura francesa. “El escepticismo 
que más tarde campeará en todas sus obras hace ya su aparición. No hay 
orden en la exposición de sus ideas, la pluma corre libremente sin 
obstáculos, pero una amenidad siempre constante se siente a lo largo de 
todas sus páginas”.53 Como parte de la delegación mexicana, se embarcó 
en el vapor francés ‘Caravelle’ hacia Cuba, y compartió la tristeza de los 
primeros días de navegación, cuando el movimiento del mar provoca que las 
mujeres caigan de golpe y pierdan “sus alas de ángel” al mostrar “las 
miserias humanas” ante los hombres. Para Bulnes, que entonces tenía 27 
años, no existía, como habían afirmado los románticos, ninguna relación 
entre el paisaje y el estado de ánimo: “Para mí, sale el sol por el Oriente, 
esté yo o no triste y las hojas caen del árbol sin deber nada a la ternura 
escabrosa de los amantes celosos”.54 Su estancia en la isla no le resulta 
agradable, como lo muestran sus acres comentarios: “El pueblo se compone 
de tres partes esencialmente heterogéneas. Importación humana española, 
africana y producto nacional. La metrópoli embarca y exporta en los viejos 
 
53 Matín Quirarte, op. cit. p. VII – VIII. 
54 Francisco Bulnes, Once mil leguas sobre el hemisferio norte, p. 6. 
 31
navíos los súbitos acosados por el hambre, y entran en la Isla como zorras 
perseguidas”.55 Sobre los habitantes cubanos de ascendencia africana, 
escribe: “Los negros ostentan su asquerosa miseria, y recorren la ciudad 
con el paso pesado de los presidiarios” y aunque no creía en las teorías de 
Darwin, porque tenía una teoría propia basada en “la convicción legalizada 
del sentido común” que consideraba que para estudiar y comprender a los 
negros “es necesario buscarlos en África mezclados con los leones, 
incrustados en las tribus y probando por sus actos su descendencia de un 
marsupial antiguo”.56 Payno parece haber compartido esta devaluada visión 
de la población negra pues durante su recorrido por Jamaica, más de veinte 
años antes, había escrito: “Es desagradable el aspecto que presenta en las 
colonias esa población africana, cubierta de harapos, enfermiza y vagando 
por las calles, sin que su contacto con las razas civilizadas, sirva ni aun 
siquiera para inspirarle la propensión a las comodidades.”57 Tales prejuicios 
raciales tenían hondas raíces explícitas y sistematizadas desde luego en el 
Ensayo sobre la Desigualdad de las Razas Humanas, publicado en París en 
1854 por el Conde de Gobineau, en el que se plantea que “la teoría de la 
superioridad pangermánica va de la mano con la idea de la superioridad de 
la raza blanca, incluso con la teoría de que, a unas facciones bellas, 
corresponde siempre una alma bella y viceversa”.58
 
55 Ibidem, p. 28. 
56 Ibidem, p. 24. 
57 Manuel Payno, op.cit. p. 14. 
58 Fernando del Paso, Noticias del Imperio, p. 150. 
 32
 Después de una breve y desagradable estancia, Bulnes se aleja de 
Cuba en el vapor Yat-soo hacia Filadelfia, “Babilonia de mármol”, en donde 
“no se ve, como en las ciudades europeas, esa gran cantidad de vagos 
desvelados y pálidos, dedicados a la cacería nocturna”. Sin embargo, su 
opinión sobre los americanos es poco amable cuando tiene que convivir con 
ellos en un restaurante. Le asombra la ausencia de buenas maneras en la 
mesa donde “no se hablaba, se rugía y se masticaba”, mientras las bebidas 
“desaparecían a grandes tragos”, así que prefirió esperar “temiendo ser 
mordido o degollado”. Continuó su recorrido hacia Nueva York en el 
moderno ferrocarril cuyo lujo complacería a “la duquesa más exigente” y no 
oculta su admiración ante la velocidad y el progreso: “Las imágenes 
desbordadas de la imaginación del Dante esperan a lo largo del camino, y el 
paisaje parece desgarrarse cuando el tren, en su espantosa velocidad (de 
35 a 40 kilómetros por hora) se estrella en las sombras que se agolpan en la 
extensión”. A esta velocidad “en siete días y siete noches se recorren 5,450 
kilómetros, a dos centavos y cuarto por kilómetro”.59 
En Nueva York prestará especial atención a las mujeres americanas, 
a su belleza y su comportamiento, como antes lo hicieron Francisco Zarco, 
Manuel Balbontín, Guillermo Prieto y José Rivera y Río y después lo harían 
Ignacio Martínez y Justo Sierra: “Sobre esta epopeya de la piedra, del fierro 
y del papel moneda... aparece la mujer... ¿De qué diosa han tomado esa 
fuerza nerviosa y delicada que vibra en un carácter sobrehumano, y que se 
 
59 Francisco Bulnes, op. cit., p. 87. 
 33
oculta en un cuerpo cruelmente voluptuoso?”60 Aunque en un principio 
asienta una apasionada admiración, ésta desaparece cuando explica que ha 
conocido a muchas ladies, pero que nunca pudo sostener su admiración por 
más de diez minutos, refiriéndose a su faltade cultura. 
A lo largo de su recorrido por los países asiáticos examina la historia, 
la vida social y las religiones practicadas en estas regiones, que considera 
exóticas y, a veces, absurdas porque “en el espíritu del joven positivista hay 
vestigios de una sensibilidad religiosa”,61 producto de la educación que 
recibieron algunos mexicanos de aquella época. En realidad para Bulnes la 
misión que debía cumplir no sería lo más importante de este viaje y sus 
escritos sólo, “tienen el carácter de una simple crónica”. Sin embargo, 
resalta en su libro el interés por recorrer y explorar nuevos espacios. Sus 
impresiones muestran la curiosidad por estudiar otras costumbres y 
experimentar nuevas sensaciones. Sobre su trayectoria por Europa apenas 
deja constancia, como si aquello tuviera un lugar secundario después de lo 
que ha experimentado en Asia y termina sin mencionar su regreso a México. 
“No importa si se trata de Venus, de una japonesa desconocida o de 
personas ‘reales’ ya retratadas literariamente: lo presabido pasa siempre a 
la circularidad del movimiento hermenéutico del viaje y dirige la mirada a lo 
otro que ya se ha hecho propio, en forma virtual o imaginaria”.62
 El Viaje a los Estados Unidos narra la travesía circular que realizó 
Guillermo Prieto en 1877. 
 
60 Ibidem, p. 47. 
61 Martín Quirarte, op. cit., p. ix 
62 Ottmar Ette, op. cit. p. 55 
 34
Guillermo Prieto abrió la narración de su Viaje a los Estados 
Unidos en Manzanillo, el 13 de enero de 1877, donde se 
encontraba el efímero gobierno de José María Iglesias. 
Acompañaban a éste cuatro ministros de su gabinete interino 
constitucional (...Guillermo Prieto, de Gobernación y de Hacienda), 
su hijo Juan, sus hermanas y una pequeña comitiva de partidarios 
de su causa.63 
 
 Se embarcaron en el vapor “Granada” rumbo a Mazatlán, donde los 
sorprendió la noticia de que había triunfado el pronunciamiento porfirista, 
conocido como Plan de Tuxtepec, circunstancia que los obligó a continuar 
hacia San Francisco, donde desembarcaron el 22 de enero. “Siguióse 
Guillermo Prieto en la peregrinación que se vio obligado a hacer después 
del desastre del ‘plan de Salamanca’ y produjo su Viaje a los Estados 
Unidos, en que rebosan como en todos sus libros el humour y la gracia 
pintoresca”.64 Se dirigieron a Nueva Orleáns en marzo; en mayo, visitaron 
Nueva York y regresaron a México en julio del mismo año. Su viaje duró 
siete meses. Más tarde, Prieto reunió sus apuntes y notas que se publicaron 
por entregas, en 1877 y, aparecieron por primera vez en forma de libro en 
1888, como lo señala Boris Rosen. Durante su recorrido, Guillermo Prieto se 
interesó en estudiar las libertades individuales, los cultos, la imprenta y en 
especial las instituciones educativas, con la intención de llevar a su país el 
recuento de los aspectos positivos capturados mentalmente o conocidos 
empíricamente durante su viaje. Este liberal de vieja cepa, defensor de los 
derechos humanos, no dejó fuera de sus intereses ni siquiera la protección 
a los animales. Al igual que otros próceres de la Reforma, Prieto nunca 
 
63 Boris Rosen “Presentación” en Crónicas de viajes 3. Viaje a los Estados Unidos, Guillermo Prieto, p. 9. 
64 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit. p. 231. 
 35
perdió la memoria histórica. “El viaje a Estados Unidos es un testimonio 
objetivo y veraz de la visión de Prieto y de los liberales mexicanos 
avanzados sobre la sociedad norteamericana de su tiempo”.65 Afirma 
Teixidor que según los estudiosos y biógrafos de Guillermo Prieto que su 
“obra maestra en materia de viajes fue escrita en 1877”, por lo que 
merecería un estudio aparte. 
En los Estados Unidos utilizó el tren de vapor, “el intrépido gigante 
que devora las distancias”, entonces el medio de transporte más avanzado y 
el que ofrecía mayores comodidades. El cronista refiere con entusiasmo los 
pormenores del water closet, del smoking car y del sleeping car que elogia 
como “una invención de las más felices” porque además, “la concurrencia es 
selecta”. Por desgracia, en las secciones más baratas, se convive con 
“patanes”, se masca tabaco, se fuma con libertad y las maneras son más 
bruscas. “En esos carros, en que el que puede duerme sentado, se ostenta 
el tipo yanqui ordinario, en toda su desnudez [...] El yanqui es invasor por 
excelencia, y declara respaldo, cojín o colchón, o silla, al primero que se le 
presenta”,66 opina, después de soportarlos durante todo el recorrido. 
 Hombre sensible y gran admirador de la mujer, como Ignacio Martínez, 
Prieto nos brinda su fina percepción de poeta acerca de los diferentes tipos 
de la belleza femenina que observa a su paso: “La americana, alta, 
estrictamente ceñida, ojos de cielo y cutis cristalino, un tanto anguloso en 
las formas, algo varonil en la conformación de las manos; y la criolla de 
 
65 Boris Rosen Jelomer, “Presentación” en Crónicas de viajes 3.Viaje a los Estados Unidos, de Guillermo 
Prieto, p. 11. 
66 Guillermo Prieto, Viaje a los Estados Unidos, en. Crónicas de viajes, 3 vol. I , p. 348. 
 36
color apiñonado, de ojos negros como abismos de pasión y de ternura, los 
labios, manando besos y sonrisas... y un conjunto muy semejante al tipo 
mexicano en su adorable perfección”.67
No podían faltar las impresiones sobre ‘los otros’, aquellos que no 
forman parte del propio grupo cultural y social, y que un gran observador 
como Prieto, , no podía dejar de describir: “El chino no es un hombre, es un 
ejemplar de una obra inmensa; los chinos son como alfabetos de imprenta; 
el que conoce una b minúscula, conoce todas las bes. El chino se produce 
por moldes, sus poblaciones son como paquetes de alfileres”.68 Sobre el 
afro- americano comenta: “el negro es como el burro: en su niñez todo 
viveza, retozo y gracia; en la edad madura, es sombrío y taciturno... tose 
como si aullase, se ríe como quien relincha y baila como quien apisona el 
suelo”.69 Esta opinión, superficial y denigrante, acorde con los juicios 
despreciativos de Payno y de Bulnes, nos lleva a recordar a La Bruyére, un 
clásico sin duda olvidado por aquellos días: “Todos los hombres son 
iguales, pero no todos lo saben; algunos se creen superiores a otros”.70 En 
contraste con lo anterior, cuando uno de sus apreciados amigos declara que 
los negros sólo pueden aspirar a ser esclavos de los blancos, se rebela 
“contra la blasfemia social”, ya que como liberal no podía estar de acuerdo 
con la esclavitud, aunque resulta claro su prejuicio racial. 
 
67 Guillermo Prieto,, Viaje a los Estados Unidos, Crónicas de viajes, vol. 2, p. 63 
68 Ibidem, p. 23 
69 ibidem, p. 20 
70Tzvetan Todorov, op. cit., p. 25 
 37
 A pesar de los amigos y de la aparente alegría de los paseos y 
reuniones, Prieto se conduele de su destierro, siente “la sombra de la 
nostalgia”, “esa visita del spleen” y acusa a los que forzaron el destierro de 
José María Iglesias y por ende el suyo, de “verdugos de la peor ralea”. En 
su visita a Nueva Orleáns, recuerda las experiencias vividas durante su 
primer estancia en esta ciudad en 1854; ésta había cambiado mucho: 
habían desaparecido los antiguos amigos y el barrio francés, entonces 
risueño y alegre, ahora aparecía “como un mendigo”. Regresó al antiguo 
hotel Baranda Conti: “El señor Juárez, por un sentimiento de gratitud, lo 
mismo que Ocampo, quisieron alojarse en la calle Baranda City, en un 
hotelito de mala muerte, cuando la persecución de Santa Ana y mis Viajes 
de orden suprema, donde en 1854 estuvieron alojados”.71 Este lugar que 
había alojado a la “familia enferma”72, como llamaban los conservadores 
mexicanos al grupo que rodeaba al presidente Juárez*, y don Benito, señala 
Prieto, “con su elevación se imponía en mi memoria”.La emoción lo llevó a 
contar lo que “jamás en veinte años habían desplegado sobre este particular 
mis labios” y accedió, “como dice el poeta, a hacer que se escuche la voz 
de mis dolores”. La relación de lo sucedido en Guadalajara veinte años 
atrás, conforma una de las anécdotas más conocidas sobre Prieto y muestra 
la talla de quien fuera parte activa de la llamada “guerrilla de la pluma”73, a 
lo largo del siglo. “Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la 
 
71 Guillermo Prieto, op. cit., p. 27. 
72 La expresión fue acuñada por Ignacio Aguilar y Marocho para el título de su libro La familia enferma, 
alegato conservador en contra de los liberales. 
 
73 Vicente Quirarte. Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850 –1992) , p. 46 
 38
conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... Yo no sé... se apoderó de mí 
algo de vértigo, abrí los brazos... y ahogando la voz de ‘fuego’ que tronaba 
en aquel instante, grité ¡Levanten esas armas! ¡levanten esas armas!...¡los 
valientes no asesinan!... ¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!... alzó el fusil... 
los otros hicieron lo mismo... ¡Entonces vitoree a Jalisco!”74
 Durante su estancia en Estados Unidos, Prieto tomó innumerables 
apuntes en una libreta en la que incluía datos sobre los habitantes de las 
ciudades que cruzaban, obras hidráulicas, anécdotas, poemas, sus 
sobresaltos y emociones, como la experiencia ante las cataratas del 
Niágara, momento que se compara, por su intensidad, al que 
experimentaron los viajeros católicos ante Jerusalén. La magnitud del 
paisaje, escribiría, “me llenaba de infinito... Dios hablaba”, mientras sus 
amigos lo ayudaban a reponerse de la impresión. En la isla de Goat, que le 
recordó el bosque de Chapultepec, se topó con un joven de rizados cabellos 
rubios que escribía, como en una escena de Impresiones de un viaje de 
Dumas, en la que el apuesto poeta inglés, Byron, escribía su nombre en una 
roca. Sin embargo, éste joven no es más que un yanqui, muy lejos del 
exquisito romántico, y el texto se reduce, escribe Prieto, a “una cuenta de 
cueros, de res, harina y cebo”.75
 El relato del viaje de Guillermo Prieto, además de tener un carácter 
autobiográfico, está repleto de pormenores y detalles que tienen un tono 
evocador y de memoria histórica. Se puede reconocer en su relación de 
 
74 Guillermo Prieto,, Viaje a los Estados Unidos, Crónicas de viajes, vol. 2, p. 148. 
75 Ibidem, p. 201. 
 39
viaje la figura de un movimiento viajero de forma circular, como lo define 
Ette, porque aunque sus apuntes terminan antes de emprender el regreso a 
México, en su narración aparece el sentimiento de desarraigo y la nostalgia 
del exiliado, así como el ansia de retorno. Su viaje a Estados Unidos no fue 
planeado ni deseado, y tanto Prieto como sus acompañantes se 
mantuvieron en constante espera del cambio que les permitiría emprender el 
regreso a su país. No olvidemos que Prieto acuñó la frase Viajes de orden 
suprema para aquellos que, para bien o para mal, le fueron impuestos por 
motivos políticos por Antonio de Santa Anna, sin consentimiento del 
afectado. 
Justo Sierra es el último mexicano del siglo XIX que dejó constancia 
del viaje por los Estados Unidos. En 1895, en compañía de un grupo de 
amigos, el entonces Magistrado de la Suprema Corte de Justicia emprendió 
un recorrido por los Estados Unidos, que sería su primer viaje al extranjero 
y, al igual que Ignacio Martínez, “lo hace como un particular sin viáticos y 
sin gastos extraordinarios”, invitado por su tío Pedro G. Méndez.76 A su 
regreso publicó sus anotaciones por entregas en la revista El Mundo de la 
ciudad de México, durante los años 1897 y 1898. Cuenta en ellos su 
estancia de un mes en un país que “desde niño soñaba ver”. Su 
desconocimiento del inglés lo lleva a reconocer que estará “incomunicado 
de antemano con la sociedad al través de la cual pasaré a todo escape 
como un sordomudo” y que sólo podrá “entreverlos”.77. A diferencia de 
 
76 Felipe Teixidor, op. cit., p. 127. 
77 Justo Sierra, Viajes en tierra yankee, p. 15. 
 40
Guillermo Prieto, que durante su viaje recuerda con emoción a Dumas, 
Sierra menciona los libros que acompañarán su travesía: “toda la Divina 
Comedia, y cuatro o cinco tomos de Dumas”, que considera poco literarios, 
aunque con estilo, y “pinturas de brocha gorda” en las que encuentra “esa 
gran fotografía vieja... que se llama juventud”.78 Al llegar a los límites del 
país, frente al Río Bravo, “un brazo de agua cenagosa, encajonado en una 
barranca vulgar”, escucha el repique de la campana de la iglesia de ciudad 
Porfirio Díaz (ahora Nueva Rosita) y la despedida, primera etapa del viaje, 
lo emociona: “Oíamos aquella voz con la garganta anudada por un sollozo, 
pareciera que era la campana del hogar que nos decía adiós”.79 Ya en San 
Antonio, tiene su primer contacto con la democracia yankee cuando sube a 
un vagón que lleva el letrero for whites y reflexiona, como liberal positivista, 
que toda democracia necesita esclavos “o abajo, como la de Atenas, o 
arriba, como la francesa; los de arriba son caros, se llaman diputados, son 
el gobierno... ¡Si los negros lograran tener la mayoría en el Capitolio, como 
la tienen en las calles de Washington, reducirían a los blancos a la 
esclavitud!”.80 Conviene recordar aquí, que catorce años antes en 1878, en 
el periódico La Libertad, Sierra calificaba los derechos individuales de 
“utopía” y afirmaba que al ser la sociedad un hecho independiente, “los 
derechos del hombre están supeditados a los derechos de la sociedad”.81 
 
78 Ibidem, p. 17. 
79 Ibid, p. 23. 
80 Ibid, p. 26. 
81 Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en el siglo xix, p. 90. 
 41
 Su primera impresión sobre Nueva Orleáns es de “una ciudad vieja, 
achacosa, sucia de humo de carbón y de tierra”. Sus descripciones, 
calculadas y cultas, carecen de la espontaneidad de Prieto, a quien Sierra 
recuerda como un “homérida casi desconocido por la generación de hoy y 
destinado a una resurrección espléndida”. Sin embargo, no puede negarse 
que Sierra también tiene sentido del humor y que narra algunas anécdotas 
simpáticas, por ejemplo la de esa sastrería decorada con personajes 
históricos del país, donde se elaboran y venden trajes de época y concluye 
que podría ponerse los calzones del general Sherman, “hombre de muchos 
calzones, indudablemente”. Encontramos también en Sierra un hombre que 
aprecia los placeres de la buena mesa y particularmente los manjares 
gastronómicos de esta ciudad que le parecen excelentes, “¡Con decir que 
sólo en Campeche se come mejor, está dicho todo, y eso que pronto hará 
como treinta y ocho años que no como en Campeche”!82. Frente a un bar 
con “sus millares de botellas multicolores” se detiene, o “como se dice en el 
castellano de la Nueva Orleáns” stopamos y luego en el restaurante, 
lonchamos, escribe Sierra, burlándose de sí mismo, bajo la influencia de un 
idioma que no domina. 
Las mujeres no pasaron desapercibidas ante la mirada de este 
mexicano. Aunque no manifiesta la exaltación poética de Prieto ante la 
belleza femenina, comparte la visión crítica de Ignacio Martínez al comentar 
que “Algunas luisianesas bonitas, muy airosas, muy grandes de ojos y de 
boca ¿Inglesas? ¿francesas? ¿españolas? No sé, algo de todo eso, con una 
 
82 Justo Sierra, op. cit. p. 35 
 42
gota de esencia africana en el fondo de la mirada negra y de la sangre 
roja”83 En Nueva York, llaman su atención las “mujeres crujientes y 
perfumadas bajo plumones de avestruz o de eider, los ojos encendidos 
como gemas vivas y las bocas entreabiertas... es un codeo con la 
civilización... ebria de lujoy de placer” 84
 Su descripción del goce que experimenta el viajero, urbano y 
caminante, el flâneur, consiste en “Vaguear caprichosamente con la 
seguridad de no ser cazado por el pensamiento interior...; vaguear con la 
certeza de la perpetua distracción para los ojos, con la certeza de objetivar 
siempre, de no caer en el poder de lo subjetivo, el insaciable verdugo del 
placer y la esperanza...”85 Como lo hiciera Ignacio Martínez, son constantes 
las alusiones a personajes literarios e históricos de la cultura francesa, ya 
que ambos leían y hablaban el francés: “Como la mayor parte de los 
intelectuales de su tiempo, Sierra fue sensible a los encantos de la cultura 
francesa. Pero si sólo hubiera sido un apasionado de las letras de Francia, 
su espíritu no habría rebasado las dimensiones de un círculo bien 
estrecho”.86 En su recorrido incluye una visita a las cataratas del Niágara, y 
nuevamente encontramos diferencias con Prieto, quien se paraliza de 
emoción ante el espectáculo de la naturaleza. Sierra, en cambio, primero 
recuerda las innumerables descripciones leídas, entre ellas la que su padre 
escribió en l848, año de su propio nacimiento, y comenta: “He aquí la 
 
83 Ibidem, p. 37 
84 Ibidem, p. 81. 
85 Ibid, p. 74. 
86 Martín Quirarte, Gabino Barreda, Justo Sierra y el Ateneo de la Juventud, p. 52. 
 43
catarata, o algo que me figuré que eso era; un telón espeso de agua y 
tempestad” para completar como científico: “la masa perseguía a la masa, 
la molécula a la molécula; sin cesar nunca desde la Creación que es el 
principio que asignamos a lo que no lo tiene”87 Finalmente se resistió a 
comprar “niagaridades” caras y abandonó este lugar donde “todo era muy 
bonito y no poco fastidioso”. 
 Después de cuatro semanas de paseo escribe: “nuestro viaje había 
concluido; el territorio que íbamos a pisar, vasto, despoblado, inculto en su 
mayor extensión, ejercía sobre nosotros una fascinación extraña... y un 
conato de lágrimas nos invadió” Durante el camino de regreso de El Paso, 
Texas, a Ciudad Juárez, cayó en la cuenta, “cosa extraña, venía yo del país 
de la libertad y me parecía que la recobraba al salir de él” y se pregunta: 
“¿Qué he sacado de mi viaje a Estados Unidos? Poco, nada ¿Supe ver? 
Apenas ¿Supe mirar? ¡Tampoco!” ¿Por qué tanto desagrado cuando los 
intelectuales liberales admiraban el progreso del país vecino? Claude Levi 
Strauss opina que “ninguna sociedad es fundamentalmente buena; pero 
tampoco absolutamente mala; todas ofrecen ciertas ventajas a sus 
miembros tomando en cuenta una iniquidad cuya importancia parece ser 
aproximadamente constante” 88
Finalmente ¿cómo percibe Sierra al vecino del Norte? “lo pintaría en 
forma de atleta, de púgil... ¿y la cabeza? Desarrollada por la voluntad. ¿Y el 
rostro? Armado de ojos duros y de mandíbulas de fierro por el apetito 
 
87 Justo Sierra, op. cit., p. 159 
88 Tzvetan Todorov, op. cit., p. 65. 
 44
insaciado... y las mujeres deseando ser hombres para luchar también por la 
vida, es decir por el lujo y el confort... para conseguir una felicidad sin 
reposo, sin hogar, sin alma”.89. Con un dejo exagerado de romanticismo, 
escribe: “esa tierra a donde voy me gusta más; pobres, pequeños e 
inactivos, los pueblos a que pertenezco se han apropiado un lote mejor en 
la batalla de la vida; a hormiguear indefinidamente en torno de migajas, 
hemos preferido cantar al sol como las cigarras de la fábula”90¿Qué pasó 
con el intelectual científico? ¿con la idea de progreso? Justo Sierra regresa 
de su viaje a Estados Unidos convertido en un poeta soñador, soslayando la 
realidad de su país, embelleciéndola. “Lo más importante es que la literatura 
de viajes nos proporciona la experiencia de pueblos y lugares nuevos, de 
encuentros de varios tipos, vividos en plena conciencia”91 
Para concluir esta relación sobre algunos andariegos mexicanos del 
siglo XIX, hacen falta dos viajeros mencionados por Altamirano: Alberto 
Lombardo quien escribió las Notas y episodios de viaje a los Estados 
Unidos, “verdadero diario de “turista” moderno, y lleno de interesantes 
observaciones, en donde incluye un encuentro con Oscar Wilde y, dato 
curioso, que cuenta Teixidor, “Lombardo, hombre culto, versado, al parecer, 
en la literatura inglesa, le ignoraba. Se le puede disculpar, si nos fijamos en 
la fecha del encuentro”, ya que deberán pasar algunos años para que fuera 
conocido y admirado en México. Lombardo, en sus Notas y episodios de 
 
89 Justo Sierra op. cit., p. 192. 
90 Ibidem, p. 193. 
91 Dieter Warner, op. cit., p. 1. 
 45
viaje, 1884, nos brinda una completa descripción de Wilde, a quien llama 
“propagandista”por la popularidad que despertó en ese país: 
 
Era un inglés alto y robusto, con modales afeminados que 
contrastaban desastrosamente con su naturaleza vigorosa. Llevaba 
el cabello largo, dividido por raya en medio; un saco de terciopelo, 
medias y zapatos con hebilla. Los americanos se vengaron 
buscándole esta parte ridícula. En Reno, anunciaba un periódico, un 
caballero se había prendado de Óscar Wilde, había intentado 
consumar un rapto y la intervención de la policía había sido 
necesaria para que aquella extracción singular no se verificarse. 
 
Si el objeto de Wilde fue llamar la atención y ganar dinero lo 
consiguió completamente. Las poblaciones corrían a su paso y se 
deseaba conocerlo más que si hubiera sido un príncipe.92
 
 Sobre nuestro personaje, Ignacio Martínez Elizondo, Altamirano señala que 
con Los recuerdos de un viaje en América, Europa y Asia, escribió un “bello 
libro redactado con talento e impreso en París con verdadero lujo tipográfico 
y profusamente ilustrado”93 
No podemos tampoco omitir un comentario sobre la primera 
peregrinación mexicana a Roma que se realizó en 1888, de la que quedó 
constancia en La Gran Romería Nacional. Historia de la Primera 
Peregrinación Mexicana a Roma, que se publicó en 1889 en dos volúmenes, 
como “una muestra admirable de obra colectiva; nos atreveríamos a decir 
que es un auténtico libro de masas. Y en ello radica su valor”94. Todas estos 
escritos constituyen una valiosa aportación para conocer el pensamiento y 
las experiencias iniciales sobre la propia nacionalidad y las diferencias y 
 
92 Ibidem,. p. 114. Otro mexicano que tuvo un encuentro con Oscar Wilde fue Jesús E. Valenzuela. 
93 Ignacio Manuel Altamirano, op. cit. p. 231. 
94 Felipe Teixidor, op. cit. p. 116. 
 46
semejanzas con otros países. “El espíritu otorga al viajero su condición 
profunda: la emoción determina la maduración del tiempo a través del 
espacio”95 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
95 Vicente Quirarte, “La otredad presentida” en Jerusalén a la vista. Tres viajeros mexicanos, p. VII. 
 47
C A P I T U L O II 
 
EL MÉXICO DE IGNACIO MARTINEZ ELIZONDO, LIBERAL HETERODOXO 
 
Toda esa gente ociosa que abandona su país natal por el extranjero tiene su 
razón o sus razones, las cuales derivan de una de estas causas generales: 
 Enfermedad del cuerpo 
Imbecilidad de la mente, o 
 Necesidad inevitable... 
 Laurence Sterne 
 
Entre los múltiples extranjeros que visitaron México y escribieron acerca de sus 
experiencias, merece ser recordado el norteamericano Brantz Mayer (1809-1879), 
viajero, historiador, escritor romántico, abogado y periodista que llegó a México en 
1841 y fungió como secretario del embajador de su país durante un año. Producto 
de esa experiencia viajera mexicana fue su primer libro, México lo que fue y lo que 
es, que apareció en lengua inglesa en 1844 – precisamente el año del nacimiento 
de Ignacio Martínez-, cuando Estados Unidos y México se hallaban

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