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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS LOS SALONES Y CONCURSOS DE ESCULTURA DEL INSTITUTO NACIONAL DE BELLAS ARTES EN MÉXICO, AÑOS SESENTA TESIS PARA OBTENER EL TITULO DE DOCTORA EN HISTORIA DEL ARTE PRESENTA MARÍA TERESA FAVELA FIERRO DIRECTORA Y TUTORA: DOCTORA LILY KASSNER CONSULTORES: MAESTRA KAREN CORDERO DOCTORA JULIETA ORTIZ GAITÁN CIUDAD UNIVERSITARIA MÉXICO 2005 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A LA MEMORIA DE MIS PADRES A MI HERMANO LEOPOLDO, POR EL APOYO DE SIEMPRE A RAFAEL CRUZ ARVEA, MI COMPAÑERO ACADÉMICO Y DE VIDA, POR SU APOYO Y COMPRENSIÓN INCONDICIONALES AGRADECIMIENTOS La realización de esta tesis fue posible gracias al invaluable interés y apoyo de la siguientes personas e instituciones culturales: La valiosa y decisiva dirección académica de la doctora Lily Kasnner, quien mostró, desde el inicio del desarrollo de esta investigación larga y aciega, una profunda paciencia, generosidad y conocimientos puntuales. De gran significación fue la revisión detallada del texto, las aportaciones, las modificaciones y sugerencias que vertieron los sinodales: maestra Karen Cordero Reiman y doctora Julieta Ortiz Gaitán, quienes me han acompañado y guiado académicamente desde mi tesis de licenciatura; doctora Elizaberth Fuentes Rojas y licenciado Carlos-Blas Galindo Mendoza, por el interés y el tiempo que me brindaron para enriquecer la tesis; doctoras Rebeca Monroy Nasr y María Esther Pérez Salas Cantú, que me guiaron con toda paciencia en la última etapa de esta investigación, quizá la más difícil, mi agradecimiento más sincero. Igualmente deseo nombrar a la maestra Rita Eder quien en un inicio fungió como mi directora de tesis, y a la doctora Margarita Martínez Lambarry quien formó parte de mi comité tutoral. Asimismo, al Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (CENIDIAP) del INBA y a mis compañeros de este centro que me apoyaron desde diferentes perspectivas documentales: Verónica Arenas Molina, Aurelio Salas Guerrero y María del Rosario Torres Rivera. A Rafael Cruz Arvea, por su incondicional presencia profesional y anímica, y su colaboración en la obtención de datos, que a veces, parecían imposibles de conseguir. Al señor Rigoberto Balestrini Améndola, jefe de circulación y préstamo de la Biblioteca de las Artes, en el Centro de las Artes, CONACULTA. Aquellos colegas y amigos que se interesaron y me dieron apoyo moral durante este largo proceso. A Brígida Pliego y a Thelma Camcho, asistentes de la coordinación de posgrado en Historia del Arte, por su infinita dedicación. Por igual a Mónica Porta Domínguez, quien me envió desde Barcelona, algunos datos necesarios para complementar biografías de los escultores de esta tesis, y a Dabi Xavier Kaiser por la correción del texto, mil gracias. A las personas que con sus conocimientos y experiencias coadyuvaron a enriquecer esta investigación: Geles Cabrera, Manuel Felguérez, Horacio Flores- Sánchez, Juan García Ponce †, Ángela Gurría, Miriam Kaiser, Tosia Malamud, Armando Ortega, Berta Taracena y Adrián Villagómez †. A la Hemeroteca Nacional en la UNAM y a la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público por permitirme revisar acusiosamente sus colecciones hemerográficas. Al Museo de Arte Moderno y al Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, ambos del INBA, por acceder a fotografiar algunas esculturas de su acervo. Por último, y no por esto menos importante, al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), por haberme otorgado una beca para realizar estos estudios de doctorado en Historia del Arte. LOS SALONES Y CONCURSOS DE ESCULTURA DEL INSTITUTO NACIONAL DE BELLAS ARTES (INBA) EN MÉXICO, AÑOS SESENTA ÍNDICE PAG. INTRODUCCIÓN 11 CAPÍTULO I I. LA POLÍTICA CULTURAL EN MÉXICO A PARTIR DE LA CREACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL DE BELLAS ARTES (INBA) 1.1 MIGUEL ALEMÁN: SU DESEO DE CONVERTIRSE EN EL 28 PROTAGONISTA DE LA CULTURA NACIONAL 1.1.1 LA NECESIDAD DE CREAR EL INSTITUTO NACIONAL DE 37 BELLAS ARTES (INBA) 1.1.2 BASES PARA LA FUNDACIÓN DE UN NUEVO ORGANISMO 40 GUBERNAMENTAL 1.1.1.2 LOS INTELECTUALES DEL INSTITUTO 50 1.1.1.3 EL SURGIMIENTO DE DIVERSOS ESPACIOS 53 CULTURALES CAPÍTULO II II. ABRIR VENTANAS: AJUSTES NECESARIOS A LA POLÍTICA CULTURAL DURANTE EL PERIODO DE ADOLFO RUIZ CORTINES 69 2.1 LA CULTURA DURANTE EL RÉGIMEN 73 2.1.1 LOS PLANTEAMIENTOS SOBRE LA PENETRACIÓN 76 IMPERIALISMO NORTEAMERICANO 2.1.2 LAS NUEVAS EXPRESIONES PLÁSTICAS MEXICANAS 85 MARCARON ¿LA RUPTURA, LA APERTURA O SÓLO LA ARTICULACIÓN DEL CAMBIO 2.1.2 LOS ESPACIOS CULTURALES DE DIFUSIÓN PÚBLICA 91 Y PRIVADA 2.2 MIGUEL ÁLVAREZ ACOSTA: SU FUNCIÓN COMO DIRECTOR 96 DEL INBA 2.2.1 EL PAPEL DESEMPEÑADO POR EL DEPARTAMENTO 98 DE ARTES PLÁSTICAS CAPÍTULO III 3. LAS ACCIONES PRELIMINARES DEL INBA PARA IMPULSAR A LA ESCULTURA: LOS PRIMEROS SALONES DE ESCULTURA DURANTE LA DÉCADA DE LOS AÑOS CINCUENTA 110 3.1 ADOLFO LÓPEZ MATEOS, IMPULSOR DE LA INDUSTRIALIZACIÓN, 111 EDUCACIÓN Y CULTURA ARTÍSTICA 3.1.1 JAIME TORRES BODET, SECRETARIO DE EDUCACIÓN 116 PÚBLICA 3.1.2 LAS GESTIONES DIRECTIVAS DE CELESTINO GOROSTIZA 125 Y HORACIO FLORES-SÁNCHEZ AL FRENTE DEL INBA 3.2 ALGUNAS MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS QUE SURGIERON 128 DURANTE EL PERIODO 3.3 LOS SALONES Y CONCURSOS MÁS SIGNIFICATIVOS QUE 134 ORGANIZÓ EL INBA DESDE 1958 HASTA 1960 3.4 EL SALÓN DE LA PLÁSTICA MEXICANA (SPM) DEL INBA COMO 148 IMPULSOR DE LA ESCULTURA 3.4.1 PRIMERA EXPOSICIÓN COLECTIVA DE ARTISTAS 148 MEXICANAS Y PINTURA Y ESCULTURA CONTEMPORÁNEAS MEXICANAS, 1953 3.4.2 PRIMER SALÓN DE ESCULTURA, 1955 151 3.4.3 LA IMPORTANCIA DE LA MUESTRA COLECTIVA DE 156 ESCULTURA, 1958 3.4.4 SEGUNDO SALÓN DE ESCULTURA, 1959 160 3.4.5 LOS CONCURSOS: SALONES ANUALES DE ESCULTURA, 1954, 1957 Y 1958 163 CAPÍTULO IV 4. LAS BIENALES NACIONALES DE ESCULTURA Y LA POLÍTICA CULTURAL DURANTE LOS AÑOS SESENTA 182 4.1 EXPOSICIÓN DE ESCULTURA MEXICANA CONTEMPORÁNEA 183 4.2 PRIMERA BIENAL NACIONAL DE ESCULTURA, 1962 201 4.3 SEGUNDA BIENAL NACIONAL DE ESCULTURA, 1964 217 4.4 EL POLÉMICO GOBIERNO DE GUSTAVO DÍAZ ORDAZ (1964-1970), 227 EN LOS RUBROS DE LAECONOMÍA, LA POLÍTICA, LA SOCIEDAD Y LA CULTURA 4.4.1 LA CULTURA DURANTE EL RÉGIMEN DÍAZORDAISTA 233 4.4.1.1 JOSÉ LUIS MARTÍNEZ Y JORGE HERNÁNDEZ CAMPOS, 235 DIRECTIVOS DEL INBA: SUS POLÍTICAS CULTURALES Y SU NACIONALISMO INTERNACIONALISMO 4.4.1.2 LAS EXPOSICIONES, CONCURSOS Y SALONES MÁS 241 POLÉMICOS DURANTE LA DÉCADA DE LOS AÑOS SESENTA 4.4.2 LAS CONSECUENCIAS DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DE 263 1968: EL SALÓN INDEPENDIENTE (SI) 4.5 TERCERA BIENAL NACIONAL DE ESCULTURA, 1967 268 4.6 CUARTA BIENAL NACIONAL DE ESCULTURA, 1969 276 4.7 LOS CONCURSOS DE ESCULTURA DURANTE LOS AÑOS 286 SETENTA Y OCHENTA CAPÍTULO V 5. ACTORES: LOS PRODUCTORES ESCULTÓRICOS 5.1 UNA REVISIÓN SOBRE EL DESARROLLO DE LA ESCULTURA 312 MEXICANA 5.2 DESARROLLO DE LA ESCULTURA EN LOS ESTADOS UNIDOS 328 Y EUROPA 5.3 LOS ESCULTORES GALARDONADOS Y ALGUNOS 337 PARTICIPANTES 5.4 ESCULTURA INTEGRADA A LA ARQUITECTURA Y MONUMENTAL 394 URBANA CONCLUSIONES 416 HEMEROGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA 436 ENTREVISTAS 455 APÉNDICES 456 INTRODUCCIÓN El antecedente de esta investigación se remonta hacia 1993, cuando obtuve la licenciatura en Historia del Arte con el tema La importancia de los Salones y Concursos de Pintura del Instituto Nacional de Bellas Artes en México, durante los años sesenta. Este estudio abarcó la II Bienal Interamericana de México de Pintura, Escultura y Grabado (1960), Salones Anuales de Pintura del Salón de la Plástica Mexicana (1960-1969), Salón ESSO (1965), Confrontación 66 (1966) y Exposición Solar (1968). Debido a la extensión del estudio, ya no fue posible incluir el Salón (1960) y las Bienales Nacionales de Escultura (1962, 1964, 1967 y 1969), por lo que sólo quedó planteada la idea para posteriormente llevarlo a cabo, y esta circunstancia me permitió ahora retomar el tema. Surgieron, entonces, diferentes interrogantes en la forma de abordar de nuevo este análisis sin caer en una cuestión repetitiva y poco original, aunque en esta ocasión el núcleo de interés se refiere solamente a la escultura. Creo fundamental el hecho de conjuntar en un solo espacio de investigación la discusión sobre la vigencia de lo que se entendía por nacionalismo vertido en la Escuela mexicana de pintura y el movimiento muralista y escultórico respecto a lo que debía o no ser el arte mexicano de los años cincuenta y sesenta. Me refiero a la controversia entre el Instituto Nacional de Bellas Artes a través de sus funcionarios y su política cultural, los escultores, los críticos de arte, el medio artístico y, por último, el público en general quien no entendía mayor cosa sobre esta polémica. Lo anterior nos llevará a valorar el arte escultórico, en menor o mayor medida, que tantas veces se le ha relegado y menospreciado en su justa dimensión. En primer término, encontré que la situación de la escultura era diferente a la de la pintura, puesto que la primera había sido confinada a segundo plano y no se le había dado la misma importancia y valor que tenía la obra de caballete y el muralismo. El movimiento escultórico mexicano del siglo XX tuvo que enfrentar grandes y diversos inconvenientes en su desarrollo, tales como: su impedimento para narrar los sucesos de la ideología revolucionaria de 1910 y sus cambios sociales, o al menos, y en cierta medida, llevarlos al relieve para escenificar la historia mexicana, ceñirse sobre todo a representar por una parte a héroes y benefactores de la patria, y la revalorización del arte prehispánico; de igual forma, su separación de la arquitectura, por lo que adquirió con los años libertad y valor plástico por sí misma; tiempo después, se revalorizó el trabajo de la escultura integrada a la arquitectura y fue motivo de concursos en las Bienales de Escultura durante los años sesenta. Pero el camino fue mucho más difícil y lento en comparación con la pintura. Los escultores tuvieron que encarar el problema de expresión: repetir y prolongar las soluciones de la estatuaria prehispánica; o bien llevar a la práctica una obra diferente del contexto nacionalista. Entre 1920 y 1938, la mayoría de ellos se inclinaron por la primera, y “redescubrieron” que la talla directa en madera y piedra —con lo que llamaba la unidad de la forma— fue planteada como símbolo de mexicanidad, o si se quiere de nacionalismo, y era aquella de proporciones, sobre todo monumentales, de formas cerradas, sin oquedades ni vacíos, como características del universo escultórico precortesiano. Por tal motivo, e indudablemente, nuestro país tenía un legado de enorme riqueza, pero ¿se tenía que recurrir a él para crear una expresión que nos identificara como mexicanos, y de esta manera trascenderla al resto del mundo como fue la “Escuela mexicana de pintura” y el muralismo? Esta idea fue retomada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) una vez que fue creado por decreto en 1946, convirtiéndose en una disposición de su política cultural. No sería hasta años después que esta especialidad de las artes plásticas fuera objeto de reconocimiento a través de salones y concursos. Ya como un organismo gubernamental cultural, tuvo la facultad para dirigir a la alta cultura en todas sus manifestaciones artísticas. Hacia los años cincuenta, y una vez fundado el Salón de la Plástica Mexicana (SPM) en 1949, el INBA comenzó a organizar una serie de exposiciones para estimular, valorar e impulsar y “rescatar” a la escultura del olvido en el que se le tenía. ¿Esta actitud del Instituto habrá retribuido para que se le considerara hegemónico, prestigioso e importante en el ámbito cultural? Este decenio fue testigo de una acelerada crisis de la “Escuela” y el muralismo, y ambas fueron incapaces de renovarse, así fue como finalizó un periodo de verdadera efervescencia. Los artistas se repetían constantemente, y eso originó una falta de innovación en sus contenidos formales y temáticos, su fundamento se volvió autoritario y no permitió el acceso a nuevos postulados estéticos, ya no existía una correspondencia entre la ideología de dichas expresiones y la nueva sociedad receptora. El estado le había ofrecido absoluta protección, transformándola en una especie de academia, y la escultura no fue la excepción. El nuevo “grupo” de artistas, esencialmente pintores, conocidos como la “generación de Ruptura” —más por convicción estética que por edad—, se formó en la lucha contra el movimiento nacionalista y buscó desesperadamente respiraderos en el exterior. Estos artistas ya no eran los herederos de la ideología de la Revolución, y cada uno obtuvo información e inspiración en otros derroteros estéticos; sólo los unía una actitud de enfrentamiento contra aquella expresión, conocida como “la batalla entre el realismo social y el abstraccionismo”. En realidad, se trataba de diferentes formas estilísticas que en ocasiones no tenían nada que ver con el arte abstracto. Sin embargo, el Instituto y sus funcionarios —directores y jefes del Departamento de Artes Plásticas— no fueron los únicos que se encontraban involucrados en este proceso, sino también los críticos, quienes escribieron sobre estos concursos, los miembros del jurado y por supuesto los artistas de la tercera dimensión. Entonces ¿los críticos mostraron la otra realidad de la escultura y sus aportaciones, en el caso de haber existido? Las Bienales ¿evidenciaron la situación del desarrollo escultórico? ¿Los directivos del Instituto lograron su propósito para que los escultores crearan un arte nacionalista perfectamenteidentificable como “mexicano”? Por tal razón, el objetivo central de esta investigación es poder analizar las transformaciones de la política cultural que tuvo el INBA durante los años cincuenta y sesenta, ―comprendiendo sus diferentes nacionalismos―, a partir de su creación como una institución gubernamental y su incidencia o no en el desarrollo escultórico de nuestro país; se aborda dicha política para poder determinar hasta que grado incidió o no en las bienales y en el curso del arte de la tercera dimensión. Además, dar a conocer a los escultores de esa época y sus aportaciones, en mayor o menor medida, a los jurados y develar si su selección para la premiación marcó cómo debía ser el arte escultórico mexicano, y recuperar la postura que guardaban los críticos, que, bien o mal, fueron los formadores del gusto del público en general. Por medio del análisis de los textos de los funcionarios y críticos, así como los estilos y las piezas ganadoras de los propios artistas, se podrá determinar sus posturas estéticas, si cambiaron o se refrendaron con respecto al nacionalismo y los nuevos lenguajes plásticos alejados de éste. Necesariamente, la tesis se abordó desde una perspectiva historicista, para establecer los diferentes periodos presidenciales con el marco cultural, su ubicación en el espacio-temporal cuando se efectuaron los salones y bienales. Este tema se plantea por sexenio, a partir de Miguel Alemán y su “Plan de Bellas Artes” desarrollado por el Comité Nacional Alemanista hasta la gestión de Gustavo Díaz Ordaz. Esta metodología está acompañada del análisis formal y estilística para abordar el estudio de las obras de arte. Asimismo, se une campos y líneas como son: la política cultural (Legislación cultural), la circulación (sistemas de reconocimiento como salones, bienales, premios), la crítica y la historia del arte y sus implicaciones sociológicas como es la recepción de la obra de arte. Una vez realizada la exploración de diferentes fuentes y autores que han estudiado la escultura mexicana de ese periodo, advertí que existía muy poca bibliografía especializada sobre el tema y el periodo correspondiente: los estudios de Lily Kassner, Mario Monteforte, Jorge Alberto Manrique, y las monografías realizadas por Rita Eder, Raquel Tibol y Justino Fernández. Además, me pareció esencial llevar a cabo una recopilación exhaustiva de las críticas y reseñas de los concursos, y sobre el arte en general mexicano, durante las década de los años cincuenta y sesenta en los diferentes diarios y revistas de la época, ya que es de suma importancia su versión acerca de lo fundamental en una obra de arte. Hay ciertas afirmaciones casi inverosímiles, y no sólo eso, estos escritos utilizados para acompañar el discurso, son parte de la construcción de la historia y desarrollo de la escultura. Se agrupó en un sistema cultural —gobierno, INBA, jurados, críticos, escultores, medio artístico y receptores— para desentrañar la situación de la escultura. Los críticos de arte consultados fueron: Jorge Juan Crespo de la Serna, Ceferino Palencia, Margarita Nelken, Pablo Fernández Márquez, Antonio Rodríguez, Raquel Tibol, Paul Westheim, Juan García Ponce, Ventura Gómez Dávila, Berta Taracena, Alfonso de Neuvillate, Eduardo Deschamps, Salvador Pinoncelly, Adrián Villagómez, Rodolfo Rojas Zea, Jorge Olvera, Julio González Tejada, Luis Islas García y algunos autores que publicaron notas anónimas. Este trabajo consistió en la localización en los diferentes diarios, revistas y catálogos publicados en la ciudad de México, que se encuentran en la Hemeroteca Nacional, en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada y en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (CENIDIAP) del INBA. En este último, consulté los Fondos Documentales de los críticos de arte Jorge J. Crespo de la Serna y Ceferino Palencia, a través de recortes de periódicos, revistas, catálogos y folletos; aunque en algunos casos faltan datos, como el nombre de la publicación y/o la fecha o el número de páginas. También me apoyé en la investigación documental sobre este tema realizado en 1983 para la exposición titulada Sesenta de los sesenta en la Galería del Auditorio Nacional del INBA, con el propósito de reunir y exponer a 60 pintores de la década de los años sesenta que marcaron una nueva etapa en el trascurso del arte mexicano. Finalmente, revisé el archivo fotográfico del CENIDIAP para obtener las imágenes de las obras ganadoras y de algunas participantes. En este mismo sentido, acudí al Museo de Arte Moderno y al Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (CNCRPAM), ambos del INBA, para fotografiar algunas piezas escultóricas. Hubo una serie de entrevistas a exfuncionarios, personas y escultores relacionados con el Instituto y las Bienales, como fueron: Horacio Flores-Sánchez, Adrián Villagómez, Juan García Ponce, Manuel Felguérez, Geles Cabrera, Berta Taracena, Miriam Kaiser y Armando Ortega. El primer capítulo trata, en general, de la política cultural en México a partir de la creación del INBA en el periodo de Miguel Alemán y su deseo de convertirse en el protagonista de la cultura nacional y de la modernidad en todos los aspectos de la política; es decir, se sigue una cronología sexenal, destacando el marco histórico con los aspectos más relevantes que condujeron a la modificación, ajuste o permanencia de esa política y que repercutió en el medio artístico. Con el propósito de definir la política cultural ha sido necesario precisar el significado de cultura, dirección cultural y hegemonía bajo los conceptos que expresan teóricos como Juan Acha, José Joaquín Brunner y Antonio Gramsci. En ese sexenio se persiguió un cambio en la industrialización, se crearon y se otorgó financiamiento a instituciones culturales relacionados con el proyecto modernizador; por tal motivo, se creó el INBA por ley para apoyar a la alta cultura nacional. A continuación se plantea el origen, la necesidad, las características, las bases y el organigrama para la fundación de la Institución. Se analiza la postura política de Carlos Chávez, director desde 1947 hasta 1952, a quien se le encomendó la tarea de formular y redactar el “Plan de Bellas Artes” del Comité Nacional Alemanista, publicado en Dos años y medio del INBA de 1950. Asimismo, se acota el surgimiento de diversos espacios culturales como el Salón de la Plástica Mexicana (SPM) y el Museo Nacional de Artes Plásticas. Y sólo por haber sido un proyecto de la política cultural del gobierno, se incluye a la Ciudad Universitaria de la UNAM. El segundo capítulo contempla los efectos inmediatos de la industrialización y desarrollismo y los ajustes necesarios a la política cultural en la gestión presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, así como la necesidad de abrir ventanas hacia diferentes rumbos plásticos. También se aborda la polémica entre la conservación del nacionalismo etnográfico y/o revolucionario y la aceptación y adopción de uno internacionalista. Se verá que el arte nacionalista ya había caído en un totalitarismo y en una retórica, que favorecieron el surgimiento, cada vez con mayor fuerza, de ideologías y expresiones artísticas alejadas del muralismo y la “Escuela mexicana de pintura”, dando paso a la llamada “generación de Ruptura”. Si el desarrollo de la pintura mexicana fue intenso entre los decenios cincuenta y sesenta, la escultura lo fue con mayor fuerza por carecer de antecedentes más en forma. En este contexto, se considera si la “Ruptura” fue tal, o más bien se trató sólo de una apertura o una articulación del cambio. Hay un análisis sobre lo dicho por Jorge Alberto Manrique, Néstor García Canclini y José Luis Ávila, para desentrañar esta incógnita que se ha manejado desde 1988, a raízde una muestra titulada con este mismo término en el Museo de Arte Carrillo Gil del INBA. También se plantea la penetración del imperialismo norteamericano a nuestro país, lo cierto o no de esta postura, según la tesis de la historiadora y crítica de arte norteamericana Shifra M. Goldman, de Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique. Este periodo es registrado por un aumento considerable de galerías de arte privadas y su consecuente auge en la comercialización de las obras, por lo que se estudia sus objetivos y el tipo de arte que promovían. Se menciona a los críticos de arte —Ceferino Palencia, Pablo Fernández Márquez y Jorge J. Crespo de la Serna— quienes escribieron sobre los propósitos de las galerías. Con el incremento de los espacios particulares, los artistas contaban también con recintos oficiales para exhibir, como Nuevas Generaciones de Artistas Plásticos, Galerías Integrales de Chapultepec, el mencionado SPM y la José Clemente Orozco. Para terminar con este capítulo, se estudia la función que tuvo el director del INBA Miguel Álvarez Acosta y la viva discusión entre artistas del nacionalismo oficial y de los nuevos lenguajes. A grosso modo se exponen las ideas centrales de los discursos que pronunciaba este directivo en la Primera Bienal Interamericana de Pintura y Grabado de México 1958, el Premio Nacional de Bellas Artes y la inauguración del Museo Nacional de Arte Moderno del Palacio de Bellas Artes. También se analiza el papel que desempeñó el Departamento de Artes Plásticas encabezado por Miguel Salas Anzures, en el sentido de cómo fue su postura frente al conflicto de vigencias estilísticas. En el tercer capítulo se contemplan las acciones iniciales del INBA para impulsar a la escultura: los primeros Salones y Concursos durante la década de los años cincuenta. Para iniciar este apartado, se destaca el aspecto económico y cultural emprendido por el presidente Adolfo López Mateos como impulsor de la industrialización, la educación y la cultura artística, que consistió en el apoyo y financiamiento a la industria y su procuración, para dar a su gobierno una imagen “revolucionaria” al tomar en cuenta la repartición de tierras y las nacionalizaciones con la intención de resarcir los efectos de la Revolución cubana y de suavizar la condición de los presos políticos, los movimientos antiobreros y la represión de los sindicatos mexicanos; conflictos que cobrarán mayor incertidumbre, turbulencia y fuerza en el siguiente sexenio y provocarían un descontento mayúsculo entre la población, incluyendo por supuesto a los propios artistas y el ámbito cultural. A continuación se resaltan los rubros más importantes de la gestión del secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, quien hizo énfasis en el proyecto cultural de López Mateos sobre el mejoramiento de la educación primaria. En este proyecto se concibieron los Libros de Texto Gratuito; en un principio, algunos artistas de la segunda generación de muralistas fueron invitados para ilustrar la portada. Por otra parte, se hace una revisión sobre la iniciativa cultural, que abarcó la creación y restauración —sin precedente— de museos para albergar obras de arte prehispánico, el arte virreinal hasta culminar en el arte moderno. Igualmente, se analiza la política cultural de Celestino Gorostiza y Horacio Flores-Sánchez al frente del INBA y de la jefatura de Artes Plásticas, respectivamente. Al igual que Torres Bodet, Gorostiza tomará muy en cuenta la enseñanza, ya que su propósito fue elevar la cultura de México al nivel de los países civilizados y las bellas artes como un problema esencial de la educación. Si bien se mencionan otras manifestaciones plásticas que convivían en el medio artístico, como fueron Los Hartos y el grupo de Los Interioristas, mejor conocidos como Nueva Presencia, para mostrar que existían otras preocupaciones con respecto al arte y su contenido, y no solamente una polémica entre realismo social y la expresión abstracta. Acerca de las acciones emprendidas por el INBA, se hace énfasis en el hecho que tanto los artistas plásticos enriquecieran su obra actual, para ubicarla en la realidad del momento, como su determinación de educar al pueblo para que apreciara el arte, se organizaría una serie de exhibiciones: el Primer Salón Anual de Pintura de 1959 y la Segunda Bienal Interamericana de Pintura, Escultura y Grabado de 1960. Con respecto a esta última, se incluye como antecedente a la Primera Bienal de 1958, la cual no contempló la participación de los escultores, aunque hay que aclarar que no correspondió a este sexenio su organización. Debido a que el INBA se atribuyó la responsabilidad de promocionar, hacer circular y comercializar las obras de arte, como lo llevaban a cabo las galerías privadas pero atendiendo a las necesidades de los artistas sin explotarlos económicamente, tomó la iniciativa de constituir un sitio cultural denominado Salón de la Plástica Mexicana. Para lograr su cometido, hubo exposiciones individuales y colectivas, así como salones y concursos de pintura, escultura y grabado, y finalmente el de Nuevos Valores. Por tal razón, se hace un breve recorrido por las muestras que no incluían a la estatuaria, para posteriormente detenernos en las dedicadas a la misma, abarcando el periodo de 1953 a 1959, y establecer los antecedentes de las Bienales Nacionales de Escultura durante los años sesenta. Se destacan a los ganadores y a la crítica de arte. De esa manera, nos damos una idea general del concepto en que se tenía a esta especialidad del arte y mi consideración sobre las diversas posturas críticas. Con este precedente se inicia el cuarto capítulo, a través de la Exposición de Escultura Mexicana Contemporánea, mejor conocida por los críticos como Salón Nacional de Escultura (1960). El procedimiento a seguir para todos los concursos fue el mismo. Se examina la convocatoria, se considera a los miembros del jurado y su posición plástica con respecto a los diferentes estilos o corrientes de la producción escultórica, y se analizan sus textos o artículos sobre conceptos generales de la escultura en este periodo. Posteriormente, se mencionarán a los escultores galardonados con su respectiva crítica y mi apreciación sobre su posición. En el caso de la publicación del catálogo correspondiente a cada concurso, y si hubiera un escrito alusivo por parte de críticos o los funcionarios del Instituto, se aborda su contenido apoyándonos en los postulados del teórico de la comunicación Umberto Eco, quien ha conceptualizado el significado del lector modelo —o mejor dicho, del escucha modelo— con la tríada: emisor, mensaje y destinatario. De igual forma, estos testimonios van acompañados de la crítica, que en un momento dado nos demostrará, si existía o no, otra realidad de la escultura de nuestro país. Para el concurso de 1960, se ofrece a manera de recepción artística, entendida como el estudio de las encuestas al público asistente a una exposición, para averiguar, precisamente, cuál había sido su acogida. Como este hecho no se llevó a a cabo en su tiempo y forma, nos basamos en las imágenes captadas por el fotógrafo Héctor García y una serie de entrevistas que se hicieron del público asistente durante la Exposición de Escultura Mexicana Contemporánea de 1960 en la Alameda Central, y así poder percatarnos de la reacción y opinión de las personas que recorrían la muestra. Cronológicamente se prosigue en el texto con las Bienales Nacionales de Escultura (1962, 1964, 1967 y 1969). Debo aclarar que por razones de periodos presidenciales, el concurso de 1967 ya fue organizado durante el polémico régimen de Gustavo Díaz Ordaz, por lo que necesariamente se inserta entre estas Bienales. Se detalla lo más sobresaliente en los rubros económicos,políticos y sociales, incidiendo en los enfrentamientos entre fuerzas policiacas contra grupos de estudiantes en toda la República y médicos de hospitales gubernamentales. Se exponen las razones del surgimiento del movimiento estudiantil de 1968 y su implicación política con los artistas y su consecuencia directa en la no participación de las diferentes exposiciones que el INBA organizó, y al mismo tiempo se destaca el Programa Cultural de la XIX Olimpiada en nuestro país. En la cultura se habla sobre la labor de Agustín Yáñez frente a la Secretaría de Educación Pública y su política cultural sobre la vinculación de la educación al desarrollo económico y su no significación al promover las últimas modas, en el sentido de dar a conocer lo universal como asimilación, sin mermar lo nacional. A lo largo de esta gestión se conformaron, en menor proporción, nuevas instancias culturales; éstas fueron la Academia de Artes y el Museo de las Culturas, y para proteger los derechos de autor se crea una Ley. Se señala la postura tanto el director del INBA, José Luis Martínez, como del jefe del Departamento de Artes Plásticas, Jorge Hernández Campos, ante las tradiciones artísticas y culturales que evolucionaban con un carácter internacional de acuerdo a las necesidades de actualización de ese momento, y se ofrece un análisis del texto (de ambos) que constata la memoria de labores de esta gestión relacionado con las artes plásticas. Entre Bienal y Bienal, el INBA organizó una serie de exposiciones que fueron polémicas, tales como: Salón ESSO (1965), Confrontación 66 (1966) y Exposición Solar (1968), y la secuela de esta última al crearse el Salón Independiente. Se anotan las razones por la cuales estas muestras suscitaron tanta controversia desde su planteamiento, las convocatorias, los jurados y los artistas que obtuvieron un premio en aquéllas que tenían carácter de concurso; asimismo, la repercusión de los conflictos políticos y sociales en la Exposición Solar. Para dar un panorama más completo de este fenómeno de debate entre las distintas posturas plásticas, se consideran algunas de las críticas de arte generadas en ese momento. Para finalizar con este capítulo, se incluyeron los concursos de escultura durante los años setenta y ochenta, en cuyos catálogos correspondientes se trae a colación las Bienales de los años sesenta. El apartado cinco trata sobre los actores de los salones y bienales de escultura, es decir, los productores plásticos. Se realiza una breve revisión del desarrollo de la escultura mexicana del siglo XX, en el cual se distinguen los cambios que se experimentaron, así como sus representantes en cada etapa estilística hasta llegar a las propuestas de los años cincuenta. Se han estimado las contribuciones bibliográficas de Lily Kassner, Enrique Franco, Raquel Tibol, Jorge Alberto Manrique, Rita Eder, Mario Monteforte, Teresa del Conde y Néstor García Canclini, entre otros. Debido a que la escultura mexicana se nutrió de lenguajes surgidos en el extranjero, en mayor o menor medida, se consultó a varios autores para hacer un recorrido del desenvolvimiento en los Estados Unidos y Europa, mencionando sólo algunos escultores que consideré como los más representativos y sus contribuciones al vocabulario plástico, entre ellos: Auguste Rodin, Aristide Maillol, Wilheim Lehbruck, Constantine Brancusi, Jacques Lipchitz, Henry Moore, Raymond Duchamp-Villon, Henri Laurens, Alexander Archipenko y Julio González. La manera para estudiar las obras premiadas y una selección de las participantes, fue reunir a cada artista en orden alfabético, la(s) obra(s) galardonada(s) de los certámenes, con su crítica de arte correspondiente — siempre y cuando enriquecieran la valoración de las piezas escultóricas—, y con ello hacer mi apreciación respecto a esa crítica y mi valoración de las esculturas; es decir, se contemplaron a 36 escultores que trabajaron desde el pequeño al gran formato, y a seis que concursaron en la escultura integrada a la arquitectura y monumental urbana. En estas dos últimas, se dedica una breve historia sobre el concepto de escultura integrada a partir del muralista David Alfaro Siqueiros, acompañado por los comentarios de los arquitectos Raúl Cacho y Enrique del Moral en los años cincuenta. Las Bienales Nacionales de Escultura de los años sesenta representan un medio importante para el conocimiento de la forma en que se impusieron los nuevos lenguajes en el ámbito plástico y sus aportaciones para el desarrollo de la escultura mexicana, ya que en ellas se pudo conjuntar la política cultural del estado, los funcionarios del INBA, los jurados, los críticos y las obras de los escultores, permitiendo dar una perspectiva amplia de los sucesos culturales de ese periodo confrontativo y polémico. CAPÍTULO I I. LA POLÍTICA CULTURAL EN MÉXICO A PARTIR DE LA CREACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL DE BELLAS ARTES (INBA) 1.1 Miguel Alemán: su propósito por convertirse en el protagonista de la cultura nacional En términos generales, con las propuestas filosóficas de José Vasconcelos y Manuel Gamio en los años veinte, de exaltar al mestizaje como la codición humana ideal, la raza indígena era un fundamento para obtenerlo; no obstante, Vasconcelos no tuvo una idea precisa por circunscribir a la escultura y relieves para decorar los edificios públicos como sucedió con los muros. Las obras de la tercera dimensión quedaron, entonces, y en su mayor parte, relegadas a encargos estatales de trabajos monumentales de acuerdo al gusto de su patrocinador, lo que originaría un lento desarrollo con respecto a la pintura. Por tal motivo, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) se responsabilizó por el “rescate” de la escultura de ese olvido y su atención y valorización en el ámbito artístico mexicano. Por esta causa, resultó importante abordar los objetivos de este instituto cuando fue creado en 1946 y, de esta manera, poder definir la política cultural que incidirá ―en mayor o menor medida― en la producción escultórica, por lo que hay cierta dilación para ceñirnos desde un inicio a este último tema. Cuando asume la presidencia, Miguel Alemán (1946-1952) entre sus propósitos se encuentra la modernización de la industria y el anhelo de exaltar la mexicanidad, Estos rubros incurrirán sobre la política cultural que llevará a la práctica durante su gestión. Es decir, en términos generales, las actividades de cualquier gobierno, tales como programar, proporcionar educación y proteger el patrimonio cultural, corresponden al papel que desempeña como custodio de los bienes de determinada nación. Los métodos que al respecto realiza el estado pueden denominarse política cultural y se diferencian de acuerdo al periodo histórico en que se formularon.1 Pero ¿qué significó “modernizar a la industria”, durante el alemanismo? Se podría aseverar que con la finalización de la etapa esencialmente revolucionaria del México moderno, se inició el periodo del “desarrollismo”, y al respecto Carlos Monsiváis afirma que: “la corrupción tiene un nombre técnico (desarrollismo) y un magno sentido público y nacional: de la acumulación de la riqueza brotará la prosperidad unánime. Que todo se subordine a ese propósito. Alemán no quiere corromper a todo el país: tan sólo asegurarle que los caminos viables para la grandeza carecen de implicaciones revolucionarias”.2 De este modo, el resultado fue que con la tesis de subdesarrollo se deseaba imitar a los países desarrollados a cualquier precio, en el cual se practicó un progreso de imitación. Desde la óptica de la investigadora Julieta Ortiz Gaitán, este fenómeno “se dio en algunos países latinoamericanos a fines de la década de los años cuarenta, y consistió en la búsqueda de un florecimiento económico por parte de las incipientesburguesías locales, mediante la instalación de industrias nacionales de base, apoyadas en la expansión del mercado interno, aprovechando la coyuntura favorable propiciada por la Segunda Guerra Mundial”.3 Esta situación también alcanzó a las artes plásticas en un afán de estar al día con el resto del mundo. El conflicto bélico internacional provocó una escasez de insumos y afectó severamente los medios del comercio a nivel mundial, lo que propició el auge de la industrialización en México favoreciendo el crecimiento de las exportaciones y el consumo interno. Además, se apoyó decididamente a la inversión privada por medio de una gran parte de los créditos otorgados y el ingreso del capital extranjero. De acuerdo con la afirmación de la historiadora Blanca Torres: “...aunque México era posiblemente capaz de financiar por sí mismo su desarrollo económico, con el apoyo de créditos gubernamentales de otros países, la inversión extranjera directa era la que invadía todos los nuevos sectores: ensambladoras de automóviles, radios y maquinaria agrícola, fibras sintéticas, etc”.4 Por lo tanto, se podría lograr un desarrollo aparentemente deseable de las grandes ciudades reemplazando las importaciones y, como señala Néstor García Canclini, por medio de la instalación nacional de base, sustentada en la extensión del mercado interno, el resultado de este desarrollo: “hacia adentro se resolverían los problemas económicos, sociales y se haría equitativa la distribución del ingreso, el consumo y hasta la misma participación política”.5 Nos convertiríamos en simples proveedores de materia prima en el ámbito internacional y así se obtendría el desarrollo industrial, aunque dependiente de las transnacionales y, agrega, “esto les permitiría extraer el máximo de ganancias posibles en una economía sometida”;6 hasta la fecha, esta situación prevalece en nuestro país. Para lograr el paradigma de progreso, se creó una infraestructura de acuerdo a la viabilidad cuyo objetivo fue lograr una consolidación capitalista. Con el desarrollo de la industria, la estructura social se hace más compleja y heterogénea; crecen las ciudades y sus capas medias; los sectores populares van ganando y reconstruyendo cotidianamente su espacio vital de cultura y entretenimiento. Así, con la urbanización, al inaugurar la cultura de masas nace la llamada “industria cultural”. Frente a este fenómeno de desarrollo económico, se puede deducir que el grupo que persigue el cambio industrial debe crear instituciones culturales y aparatos ideológicos que se relacionen con su proyecto modernizador, y lo aseguren. Para legitimarlo, el presidente Alemán crea un discurso justificador con el apoyo de científicos, artistas y escritores afines a esta ideología. La creación de instituciones formales —por Ley— es uno de los propósitos predilectos de la política cultural, siempre y cuando éstas se sujeten a la organización, de ese momento, de la cultura y su cambio. Si bien, por otro lado y, veladamente, Alemán restringió, en cierta medida, los lenguajes plásticos alejados de la “Escuela mexicana de pintura” y el muralismo. Nos adelantaremos por señalar que la creación del INBA y su dirección cultural en 1946, obedeció a una política cultural que se caracteriza por ser de magnitud macrosocial y pública y de procesos institucionales, por los cuales la cultura7 es realizada, transmitida y consumida de formas relativamente especializadas. Y, es aquí donde reside una de las hipótesis esenciales de la hegemonía. Pero ¿cuál es la razón al mencionar el término de “dirección cultural”? A propósito del concepto de hegemonía, Gramsci destacó, en el sentido de dirección política, que después el significado fue cambiando por la de “dirección cultural”. Este autor la define como la incorporación de una “reforma”, que es la transformación de las costumbres y de la cultura, en contraposición al sentido original que ha ido adquiriendo en el lenguaje político.8 En cuanto al modo de vida del mexicano, éste comenzó a modificarse de acuerdo con el paradigma estadounidense, y no sólo eso sino que también el arte “debía” ponerse al día. Mientras que el gobierno mexicano deseaba a toda costa detentar la dirección de la cultura, de igual forma sucedía con el desarrollo cultural y la protección hacia la misma, como los elementos principales que pueden jugar un papel importante en sus políticas. Esto siempre se relaciona de cualquier manera, como lo afirma el sociólogo y el investigador chileno José Joaquín Brunner, con “el pasado, que es seleccionado e interpretado en términos de tradición vigentes”;9 así fue el caso concreto de las artes, que debían tener como fuente los temas locales: una tradición aceptable, y al mismo tiempo, tener un acento internacionalista. Asimismo, Juan Acha ha identificado que la política cultural consta de dos partes: la extensión cultural y la defensa de la cultura nacional. La primera vigila la producción y circulación de las innovaciones artísticas, científicas y tecnológicas, difundiéndolas entre los adultos del país; al interior de éste, las novedades son armas de poder de la clase dominante y están íntimamente ligadas con la educación pública,10 y de este modo se convertiría en una entidad altamente populista. Por consiguiente, ¿el estado ha plasmado formalmente su política cultural? De hecho, no existe una por escrito, pero ésta funciona con base en la tradición, las relaciones personales y el equilibrio de poderes que establece el gobierno. Es decir, las decisiones personales predominan en la política cultural, pero no pueden trastocar razones implícitas establecidas, casi siempre de naturaleza política.11 En tanto, ¿qué percepción gubernamental se tenía en durante el alemanismo sobre el desarrollo revolucionario mexicano y el deseo de ver plasmado en el arte los “beneficios” de éste? Se reexaminó ese desenvolvimiento y se catalogó como un tanto obsoleto; la lucha armada se convertía en un mito. Se podría deducir que los efectos probables de políticas culturales específicas, en diferentes medios de la cultura, a lo largo de la historia y de diversas sociedades, han mostrado que la creación de instituciones con frecuencia puede afectar definitivamente el rumbo de ciertos desarrollos culturales. Tal fue el caso de la creación del INBA como un centro organizador de acción cultural y que fue precedido por una decisión política durante esta gestión. Por lo tanto, el gobierno comprometió a agentes y recursos, específicamente de índole público, lo que permitió determinar el grado de formalidad de las políticas involucradas, lográndose por medio de procedimientos legales-burocráticos, y así su naturaleza política se manifestó más claramente. Esas políticas son, lo define José Joaquín Brunner, “las intervenciones deliberadas para producir efectos buscados”.12 En ese sentido, el modo más viable era la creación de un instituto cultural dedicado a las Bellas Artes. El tipo de desarrollo, impulsado a partir del mandato de Alemán, originó una mayor estratificación en la producción y el consumo cultural. El crecimiento poblacional urbano y la posibilidad de acceso de nuevas capas sociales a la educación media y superior produjeron un público más amplio para el arte y la literatura, “cuyas exigencias estéticas e incipiente poder de compra de bienes culturales —sostiene García Canclini— favorecieron la autonomización de los campos artísticos”.13 Como consecuencia, se generaron polémicas estéticas sobre la supremacía de la “Escuela mexicana de pintura” o de las expresiones no nacionalistas. Para lograr el acceso al consumo cultural por parte del público en general, se formaron museos, institutos, la circulación de los bienes culturales y su conservación, entre otros. Se otorgó financiamiento para la creación,además del Instituto Nacional de Bellas Artes, del Museo Nacional de Artes Plásticas en el Palacio de Bellas Artes, y las nuevas sedes del Instituto Politécnico Nacional y de la Universidad Autónoma de México, entre otros. Por último, la política cultural de los años cuarenta incurrió en un momento dado del proceso cultural mexicano. Por lo pronto, ¿podría considerarse al Plan de Bellas Artes del Comité Nacional Alemanista (1946) como una especie de política cultural por escrito? Se puede argumentar que sí, pues en este documento se ofrece toda suerte de justificaciones sobre la creación, funcionamiento y atribuciones del Instituto Nacional de Bellas Artes como órgano oficial, especializado y exclusivo, así como en la organización de actividades artísticas, personalidad jurídica, consejos y departamentos técnicos. Por determinación del estado, el patrimonio cultural fue utilizado de una forma específica, es decir, fue aprovechado para identificar ideológicamente las diferencias y contradicciones internas del país; además, de acuerdo a los estudios realizados por Enrique Florescano acerca de los distintos grupos sociales, éstos “han usado de manera desigual y diferenciada los bienes que en cada momento histórico representan o simbolizan ese legado”;14 por un lado, provocado por las mismas autoridades estatales y, por otro, por la falta de educación del pueblo en general. En ese tiempo, el país se caracterizó por sus grandes realizaciones como símbolo del progreso; su reflejo inmediato fue que se apoyó la construcción y se aumentaron las vías de comunicación terrestre, aéreas y marítimas; se alentaron las obras hidráulicas, pero se vio mermada en la siguiente gestión presidencial; la extracción e industrialización de las materias primas, así como una protección a la industria de la construcción,15 que fue una situación favorable para el desarrollo del muralismo, puesto que tuvo espacio para su expansión. La construcción encontró un campo fértil en las presas y carreteras: se finalizó la conducción de aguas desde la laguna del río Lerma hasta la capital de México, que desembocaba en el Cárcamo de Lerma y en la cámara de distribución que surtía agua a la población del Distrito Federal. En este último sitio, Diego Rivera realizó un mural subacuático titulado El agua, origen de la vida. Retrató, por una parte, a los técnicos que hicieron posible la realización de esta importante obra de ingeniería, y, por la otra, pintó un verdadero tratado de ciencia natural. Mientras tanto, el escultor Ignacio Asúnsolo se beneficiaba por los encargos gubernamentales de obras públicas, inclusive le esculpió a Miguel Alemán un busto personal y un monumento en la Ciudad Universitaria, que después fue parcialmente destruido y removido de este lugar.16 Así como el contenido de los murales satisfacían los intereses del núcleo oficial y de la burguesía en ascenso, que significaba, según el estudio realizado por Olga Sáenz, “alentar la modernización y la expansión de México”;17 de forma similar, la escultura de carácter público se subordinó más acentuadamente a esos gustos gubernamentales. Para explicar las metas del progreso alemanista, los muralistas, en cierto grado el nuevo alegorismo estatal, se convertían en vehículos publicitarios de un nacionalismo etnográfico y revolucionario18 sin estructura, que reproducían en incontables ocasiones la misma temática y limitaban la creación plástica a un objetivo “revolucionario”. Pero su nacionalismo antiimperialista, la defensa a ultranza del arte para las masas (realismo social), la creciente dependencia del estado —fondos y espacios— y el rechazo a explorar nuevas alternativas, agotaron esta producción y a la escultura pública, abriendo paso a nuevas propuestas plásticas. 1.1.1. La necesidad de crear el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) El 30 de septiembre de 1945, los principales diarios de México publicaron la Síntesis del Programa de Gobierno del entonces candidato a la presidencia Miguel Alemán, la cual mostraba una clara reorganización en el apartado de las bellas artes. Después, a principios de 1946, por iniciativa del mandatario ya ene el poder, se ideó el Plan de Bellas Artes, proyectado por el Comité Nacional Alemanista que manifestaba su interés en el apoyo a la alta cultura nacional. Con la fundación del INBA, en términos generales, su tarea sería: cultivar, fomentar y estimular la creación artística. De esta forma el estado adquiriría más poder al tener en sus atribuciones a la cultura. En el Programa de Gobierno se incluye en una parte lo relativo a educación y existe un capítulo que se refiere a la alta cultura. En este documento se afirma que “...el progreso definitivo de la nación no es posible sin el concurso de quienes hayan obtenido una educación superior, técnica o cultural”.19 Sin embargo, la concepción que se tenía de “alta cultura” por parte del INBA distaba de ser como se le conoce actualmente como tal. Quien mejor la define es el investigador José Joaquín Brunner, refiriéndose a la concepción aristocratizante de la cultura que la transforma en el sublime espacio del espíritu, por contraste a la civilización, el cuerpo y el trabajo. Es un ámbito de los valores supremos de verdad, belleza y de total autoexpresión; así es como la cultura se convierte en la cualidad de los hombres cultos, una forma de ser notable;20 Por consiguiente, si nos ajustamos a esta teoría, el hecho de que Carlos Chávez, director del INBA, pretendiera que la población en general tuviera una educación cultural, era una actitud encomiable, pero al fin utópica, y meramente una posición demagógica por parte del gobierno, como veremos más adelante. Para lograr la creación de una nueva cultura o, en el mejor de los casos, reorganizarla, será necesario socializar un orden moral e intelectual; como diría el teórico Antonio Gramsci: “Es conducir a una masa de hombres —más bien entendido como colectividad— a pensar coherentemente y en forma unitaria.”21 Esta explicación puede concretizarse en el caso de la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes. Resulta que toda actividad que logra ser instrumentalizada, que logra definirse como un ejercicio técnico, como ha ocurrido con la política, tiende a organizarse ella misma sobre bases técnicas y a operar burocráticamente. En gran medida, la política se ha convertido en el monopolio de cuerpos especializados que interactúan con otros cuerpos burocráticos de la sociedad.22 Con respecto a este ejercicio técnico, en el Plan de Bellas Artes del Comité Nacional Alemanista, se manifestaba que: “...conservando alguna dependencia administrativa de la Secretaría de Educación Pública, Bellas Artes tuviera independencia técnica y personalidad jurídica en lo económico”.23 Lo anterior tenía un propósito específico: llevar a buen término dicho programa cultural. José Joaquín Brunner resalta que la política no ha podido tomar seriamente a la cultura salvo ahí donde se encuentra institucionalizada.24 A esta afirmación añadiríamos, además de la necesidad de ser la cultura tomada formalmente: sería considerada como “lo oficial” y por lo tanto validada por el Instituto. De hecho, era presentar oficialmente, bajo forma de Ley, una concepción de mundo que puede entenderse como ideología en el sentido más amplio, “que se evidencia implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva”, así lo expresa José Joaquín Brunner.25 Pero a su vez, la concepción de mundo sirve para producir “una actividad práctica y una voluntad”, en la que estará contenida como “premisa teórica implícita”. De este modo, define Antonio Gramsci, cumple la función de “conservar” la unidad ideológica de todo bloque social, en este caso político departido, y que precisamente es cimentado y unificado por esta ideología.26 El interés que tiene la política sobre la cultura lo ha identificado Brunner de la siguiente manera: Obsesionada como está por el control del poder sólo llega a captar la cultura bajo sus formas institucionales, esto es, controlables instrumentalmente. De allí en adelante sólo tiene escasas opciones: o se limita a ese control formal, despreocupándose de los procesos más finos de la cultura o interviene en ellos instrumentalmente, con el riesgo de paralizarlos o provocar su desplazamiento, perdiendo así el pretendido control.27 La hegemonía que obtuvo el gobierno mexicano, logró una capacidad totalizadora para conciliar diferentes pensamientos en torno a la integración de las masas y el control de la organización de la cultura o, por lo menos, de sus principales instituciones y circuitos. Según el concepto de Gramsci, la cultura está encaminada a “mantener, defender y desarrollar el ‘frente’ teórico e ideológico de la sociedad”28 —léase: cultivo, fomento, estímulo, creación e investigación de las bellas artes mexicanas. Tiempo antes de crearse oficialmente el INBA, el 1º de enero de 1947, había funcionado con diferentes nombres: Departamento de Bellas Artes, de la Secretaría de Educación Pública (SEP), y como Dirección General de Educación Extraescolar y Estética, sin tener los alcances que ahora se le pretendían otorgar como Instituto. Como resultado, el INBA le aseguraba al estado, según el planteamiento de Juan Acha, “un manejo lógico y metódico de las artes, con el objeto de conservar el poder ideológico oficial sobre las mismas”.29 El gobierno seguirá apoyando al muralismo y a la “Escuela mexicana de pintura”, pero al mismo tiempo comenzaría a estimular la recepción de los nuevos lenguajes plásticos. Por esta confirmación, para el sociólogo, se da cuando el INBA conserva el monopolio en el control de las manifestaciones artísticas. En los años cincuenta, la situación “permitirá” nuevas tendencias;30 sin embargo, es en la siguiente década cuando se concede “la libertad” de premiar expresiones plásticas alejadas de la esencia muralista. 1.1.2. Bases para la fundación de un nuevo organismo gubernamental El crecimiento industrial y urbano favoreció la creación de una sociedad diversificada y compleja, con nuevas necesidades culturales más relacionadas a las corrientes intelectuales y artísticas extranjeras. La creación del INBA correspondió a las nuevas demandas de la sociedad y para establecer las bases de la reciente organización cultural del país. El INBA se creaba, bajo el concepto de Alemán, para formar y estimular a los artistas mexicanos talentosos, pues de ellos dependería crear el arte nacional. El estado consideraba que a éste le correspondería, por lo tanto, ser la institución nacionalista por excelencia, así como ofrecer a los creadores un espacio dónde crecer y desarrollarse.31 Sería “nacional”, porque es una instancia oficial y porque es de los artistas mexicanos, y con ello crearía una expresión propia de nuestro país. ¿Qué tan válido es “forzar” a un arte nacional? Si bien existen autores que han abordado el tema de política cultural, como Felipe Herrera, quien fue encargado de la UNESCO a partir 1972, ha comentado que el estado “no debe intervenir en el contenido y la orientación del acto de cultura —sea éste de creación, de crítica o sencillamente de asimilación—”.32 No obstante, la postura de nuestro gobierno fue y ha sido de intervenir al “dictar”, de alguna forma, los lineamientos (política cultural) y el tipo de nacionalismo (político, etnológico o revolucionario y filosófico) al cual se debería exaltar como parte de dicha política de la cultura; el resultado fue que se manejaron varias de ellas al mismo tiempo, y en muchas ocasiones se contraponían, dando por resultado una confusión para el propio gobierno, los artistas y el público. De todas formas, se buscaba un arte plástico que nos identificara, a modo de enaltecer nuestras tradiciones, los beneficios de la Revolución mexicana —que como hemos visto, se calificó como un asunto agotado—, entre otras, minimizando la influencia tan evidente de culturas venidas del exterior. Puede llegar este arte a darse sobre todo por la transposición de estéticas europeas o estadounidenses relacionados a sus contextos tecnológicos, ya sea importados y practicados en las ciudades latinoamericanas sin haber alcanzado un nivel equivalente de desarrollo. Resulta revelador, como lo ha descrito Pierre Bourdieu, “cuánto hay de política en la cultura”. Para no caer en reduccionismos, es necesario diferenciar las formas en que lo artístico y lo científico o lo religioso se constituyen en el aspecto político y determinar los lugares en que éste tiene sus maneras específicas de manifestarse.33 La afirmación al respecto de Carlos Chávez,34 fue que el gobierno debía dirigirse hacia la creación de un arte nacional, pero no sólo deseaba detentar el poder cultural a través del INBA, sino también el de las instancias privadas: La posición de la iniciativa privada puede —y estrictamente debe hacer lo mismo— , pero también debe dar gran apoyo al arte venido de fuera. El estado no se opone al arte y a los artistas universales ni a la venida de éstos al país; antes la procura también, pero con la condición de que se haga en forma medida, tales que sirvan de ejemplo, enseñanza y estímulo a los artistas nacionales. El conflicto entre ambas posiciones puede producirse si la importación de arte pone en peligro el desarrollo y florecimiento del arte propio del país.35 De acuerdo con el planteamiento de Christine Frerot, se trataba, de principio, con un matiz de xenofobia que al parecer eran exageradas medidas proteccionistas y que manifestaba una falta de aceptación por parte del INBA a todo lo que no siguiera la línea de la “Escuela mexicana de pintura”.36 Efectivamente, el director del Instituto orientó su apoyo hacia la exaltación de los grandes valores mexicanos, como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo; si bien su admiración se caracterizó por los auspicios dados a las jóvenes generaciones. De las 194 exposiciones realizadas durante su periodo, una muestra del mejor arte de México viajó a los Estados Unidos en diferentes ocasiones, a La Habana (1948), a París (1952), a Estocolmo (1952) y se participó en la Bienal de Venecia (1950).37 Más que ser una “medida exagerada”, se trataba de la causa del capitalismo contemporáneo; la “norteamericanización” aparece, por lo mismo, como un rasgo inseparable de la modernidad. El hecho era impugnar a esa realidad con un nacionalismo indigenista o revolucionario relacionado con las tradiciones o valores del pasado, que a un nacionalismo anterior a todo lo que se consideraba como una contaminación cultural. Por tal motivo, Frerot realiza una precisión a este respecto que enseguida observaremos. Por lo que se refiere al arte mexicano, aclara Chávez, “no quiere decir cerrado ...pero que la expresión ajena si es buena y bella, no impida, inhiba, o frustre la nuestra”, y resume esta idea en tres puntos: 1. Lograr una producción propia. 2. Hay que informarse en una experiencia universal para mayor ensanchamiento de la propia personalidad, es decir, el conocimiento del arte universal. 3. Hay que impedir un localismo cerrado, tanto como evitar la absorción de lo propio por lo ajeno y proteger al arte nacional.38 Cabe destacar que después de la Revolución mexicana, la discusión cultural del estado oscilará entre la pugna entre el nacionalismo y el cosmopolitismo, y este último se inserta en la “universalidad” de lo mexicano. Y siguiendo el pensamiento de Alfonso Caso, se versaba que sólo cuando el individuo mexicano se encontrara a sí mismo, lograríala plenitud humana. Además, en este punto, al comprometerse con la “protección del arte nacional”, el estado institucionalizaba la cooptación y la tutela de los artistas, amenazados económicamente por la competencia dentro del propio mercado y por el predominio de la burguesía dentro de la extensión capitalista. El investigador Francisco Reyes Palma ha sostenido que el apoyo gubernamental sobre la comercialización de la obra artística correspondía cabalmente con el programa del alemanismo proclive a fomentar el mercado interno, inclusive también en el terreno artístico,39 como fue la circunstancia de crear, en 1949, el Salón de la Plástica Mexicana. Nos preguntamos: ¿de qué se trataba entonces: de renovar a la “Escuela mexicana de pintura” o de crear un arte nacional diferente a partir de dicha “Escuela”? Resulta difícil entender la demanda del INBA. ¿Acaso no existía un arte nacional? Para responder estas preguntas podemos recurrir al planteamiento de Juan Acha con respecto a los mecanismos de la política cultural, los cuales consisten en apoyarse a lo que denomina: “la triple vinculación que muestra todo producto cultural” de los países latinoamericanos, incluyendo México: las dos uniones hegemónicas (una local y otra internacional) y la popular; es decir, por absurdo que esto parezca el interés era que se creara un “nacionalismo internacionalizado”, un arte mexicano lo suficientemente sustentable como para poder figurar a nivel mundial como una expresión de vanguardia y su origen ser perfectamente identificable. Lo anterior no significa que las inclinaciones del poder ideológico del estado mexicano obliguen a elegir entre el nacionalismo y el internacionalismo, como si éstos fueran degeneraciones de lo nacional o de lo internacional, puesto que no existe sin lo nacional y viceversa. Cuando el nacionalismo cultural se ostenta en renunciar a toda relación internacional y cae en la xenofobia y en el localismo o provincialismo, detiene su desarrollo, como fue el caso del movimiento muralista y la “Escuela mexicana de pintura”, aunque no se limitó a la cultura hegemónica local y tendió conexiones hacia lo popular. En cuanto a la escultura, la situación fue distinta, pues se restringió casi en su totalidad al gusto estatal, en el periodo que va de la posrevolución a los años cincuenta, y manifestado en los monumentos públicos de héroes y benefactores de la patria.40 En la publicación de Dos años y medio del INBA de 1950, en el capítulo primero dedicado al Plan de Bellas Artes del Comité Nacional Alemanista, se ofrece una suerte de justificación del gasto del presupuesto designado a las “bellas artes”. Se asevera que la atención que en México se le había brindando a ese rubro era deficiente, porque no se les había destinado el presupuesto mínimo;41 y, también era equivocada, ya que se consideraba a las bellas artes como una suerte de lujo. ¿Cómo gastar en música o pintura, si hacían falta escuelas primarias, presas y caminos? En realidad, en ese sexenio estas dos ramas del arte van a tener un gran auge. Con la advertencia de que se llevaría a cabo esta erogación sin afectar las necesidades, también de primer orden, el estado tenía la obligación de cumplir en otros rubros, tales como los de defensa nacional, relaciones exteriores, comunicaciones y educación elemental.42 Aún más, con el propósito de redondear el problema del gasto del presupuesto, Chávez manifestaba que si no se había convencido por la línea de “las necesidades legítimas y primordiales de la mente y el espíritu humanos, de profunda significación social”, el interés del estado por las bellas artes había de ser también, en parte, “un interés descarnadamente económico aunque no por eso injusto e indebido”.43 Las bellas artes —decía— rinden dinero al estado: industrias del disco, de radios, de instrumentos musicales; negocios libreros, impuestos de varias clases y, principalmente, la industria del turismo (rama muy importante en el alemanismo). Además del tema del florecimiento de las artes, muy significativo para México, se proponía que se fortalecieran el carácter y la personalidad nacionales, y por consiguiente esto traería automáticamente un movimiento general de vinculación nacional,44 es decir, “el orgullo de lo mexicano”. Esta aseveración podemos identificarla claramente con un nacionalismo político u oficial, porque es ampliamente popular y su objetivo es funcionar como elemento de cohesión nacional, no dirigido a elites; asimismo, se relaciona con el nacionalismo etnológico, pues el fortalecimiento de México se lograría colaborando con el gobierno. En párrafos posteriores del documento se vierten los principios básicos del proyecto de la Ley Orgánica del INBA: 1. “...que las manifestaciones artísticas de todos los órdenes constituyen la expresión más sincera y vigorosa del espíritu nacional. Sincera, porque el arte expresa el fondo de donde proviene, y vigoroso porque revela el vigor que existe en mucho o poco, y de esta manera sería capaz para cruzar fronteras de tiempo y espacio”.45 Carlos Chávez se refería al “espíritu nacional”46, pero ¿qué significado se le podría dar a este concepto? De acuerdo al planteamiento del investigador Jaime Moreno Villarreal, “más que darle forma al espíritu de una nación, la ‘universalización’ implica hacer alternar el arte mexicano con el arte mundial y acceder con ello al reconocimiento de la cultura mexicana, en busca no de consenso sino de presencia objetiva en la comunidad mundial.”47 En parte, la “universalización” del arte fue un proyecto de estado; de hecho, se trataba de ir a la esencia de nuestra tradición y sacar de aquí su verdadero espíritu, y el arte respondería a este último que inspira nuestra vida actual, lo mismo sucede en la política que en la economía, ya que aspiramos a los planes universales. En otras palabras, el artista es básicamente individual y expresa la idiosincrasia de su raza, su arte es la manifestación superior del espíritu humano y logra la universalidad al recurrir y pertenecer a todos los hombres, que fue lo que motivaba a Carlos Chávez. 2. “Al arte se le debe atribuir una expresión de naturaleza nacional. Para éste, sólo un arte nacional, fuerte y legítimamente nacional puede convertirse en universal como, por ejemplo, la gran música francesa o la pintura italiana son universales, justamente por ser profundamente nacionales”. 3. La preocupación por el arte nacional y el nacionalismo del estado se aborda en el segundo capítulo del referido documento. No se trataba de negar el valor artístico intrínseco del arte de otros países. Debía atenderse a la creación, ya que el arte de afuera sólo lo experimentamos como reproducción.48 El arte de México no debía excluir al universal, porque este último, es anterior y más amplio, sí puede llegar a entorpecer y a sustituir al nuestro. No debía promoverse a los artistas para que éstos se dedicaran a reproducir el arte de otros. Así, la educación de los artistas y la difusión del arte debían entenderse, esencialmente, como apoyo a la creación. El estado debía de favorecer el conocimiento y cultivo del arte universal, que en resumidas cuentas es el conjunto de las diversas experiencias del arte nacional de diferentes países del mundo.49 Sin embargo, en el texto no especifica cómo se ayudaría a facilitar dicho conocimiento y cultivo del arte. El concepto de “lo nacional” y “nacionalismo” prevalece en decretos, proyectos y edictos conformado en 1946, en el momento en que se introdujeron aspectos de modernización50 —que es el fenómeno más relevante del periodo alemanista—, como lo asevera Luis-Martín Lozano, en el campo de las artes y las ciencias, y, además, los objetivos de esta política difirieron mucho de encasillarse en localismos.51Desafortunadamente, con el transcurso del tiempo, el abuso de ese concepto nacionalista provocó una conciencia falsa, discursos desarticulados, funcionarios que prometían paraísos que no existían, valores que servían para ocultar intereses, y así subsecuentemente.52 La noción sobre el nacionalismo de estado tiene un intrincado significado dada la insistencia en reiterarlo en cada párrafo de esa publicación y que va a prevalecer en la política alemanista. El razonamiento que utilizó este gobierno, según los conceptos del historiador Tzvi Medin, es que proyectó sus mensajes por medio de simbolismos y una terminología nacionalistas: que aseguran su recepción universales... y... gracias a su alto grado de abstracción y de nebulosidad oculta, hay contenidos que son inteligibles sólo para “los entendidos”, evitando de este modo el debate popular, o lo que se oculta en verdad es el carácter oligárquico de la política mexicana; y por último, hace posible la legitimación a priori de futuras declaraciones o acciones concretas, puesto que su carácter abstracto posibilita cualquier reinterpretación posterior y no compromete de hecho a nada en concreto.53 El tipo de nacionalismo que manejó esta gestión, como hemos visto, versaba en un tipo de modelo a seguir en el que se incluyera nuestra tradición cultural, pero con la salvedad de que había la necesidad de enriquecerlo con el arte universal, sin perder nuestras características mexicanas. Otro tema importante que se contempló en el documento fue que el Consejo Consultivo del INBA propuso una publicación periódica con el nombre de México en el Arte, para reunir aquellas aportaciones más valiosas de nuestro país en arte y literatura, y así aparece el primer número de la revista, en julio de 1948. Adicionalmente, como parte de sus responsabilidades, el INBA estableció el otorgamiento del Premio Nacional de Artes y Ciencias, que se había instituido por ley, promulgada en 1946 por el presidente de la República en turno, Manuel Ávila Camacho. 1.1.1.2 Los intelectuales del Instituto El organigrama del Instituto quedó estructurado de la siguiente manera: el compositor Carlos Chávez, Director General del INBA; Jaime García Terrés, Subdirector General; Jefes de Departamento: Fernando Gamboa, a la muerte de su predecesor Julio Castellanos en Artes Plásticas; Luis Sandi, Música; Enrique Yáñez, Arquitectura; Julio Prieto, Producción Teatral; Germán Cueto, Danza; Salvador Novo, Teatro y Literatura. Este último fue de los pocos intelectuales que asumió la modernidad que alentaba el alemanismo.54 Como se aprecia, se aglutinaron en el recién inaugurado Instituto algunas de las personalidades artísticas e intelectuales55 de mayor envergadura. Se recogía lo mejor de la corriente nacionalista para darle una expresión moderna y original. Por este motivo se desarrollaron el teatro, la danza, la música y una plástica que procuraba sintetizar las raíces locales y nacionales con las innovaciones técnicas y estéticas de otras latitudes. Resultan de especial interés en la actualidad las aportaciones de Gramsci, quien dedicó gran parte de su teoría al estudio de la formación de los intelectuales. De acuerdo con este autor, ¿cuáles son los límites “máximos” de la acepción de “intelectual”?: “...se podría decir que todos los hombres son intelectuales; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”.56 Ellos eran pintores, compositores, escenógrafos, arquitectos y escritores, y precisamente en el ámbito de la cultura mexicana eran reconocidos y validados como tales. Se puede deducir que los intelectuales son —como los llama acertadamente Gramsci— los “gestores” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subordinadas de la hegemonía social y del gobierno político; esta circunstancia es importante porque estos eruditos mexicanos contaban con prestigio y por lo tanto gozaban de la confianza por parte de la sociedad del medio cultural mexicano. En otras palabras: Contaban del consentimiento “espontáneo”, dado por las grandes masas de la población a la orientación impresa a la vida social por el grupo dominante fundamental, consentimiento que nace “históricamente” del prestigio (y por tanto de la confianza) que el grupo dominante obtiene de su posición y de su función en el mundo de la producción; el aparato de coerción estatal, que asegura “legalmente” la disciplina de los grupos que no son de su “consentimiento” ni activamente ni pasivamente; pero el aparato se construye teniendo en cuenta toda la sociedad, en previsión de los momentos de crisis de mando y de crisis de la dirección, en los cuales se disipa el consentimiento espontáneo.57 Por su parte, Pierre Bourdieu hace una interesante contribución respecto a los intelectuales. Observó que en el campo artístico en que actúan sus integrantes, “con cada toma de posición de los intelectuales se organiza a partir de la ubicación que tienen en su campo, es decir, desde el punto de vista de la conquista o por la conservación del poder dentro del mismo”. Cada campo cultural58 logra crear que sus sistemas clasificatorios y que sus construcciones intelectuales parezcan apropiadas a la estructura social. La acción ideológica de la cultura se cumple entonces mediante la imposición de taxonomías políticas que se disfrazan, bajo el aspecto indiscutible propio de cada campo,59 en este caso artístico. Los puntos que trata la Ley Orgánica del INBA se ocultan, o se sugieren, bajo afirmaciones dejadas a interpretaciones y no necesariamente explicadas. Bourdieu no imagina estas taxonomías únicamente como sistemas intelectuales de clasificación, sino “arraigadas en el habitus, en comportamientos concretos”.60 Podemos asentar que el intelectual aparece con mucha frecuencia como un funcionario principal de la hegemonía y ellos presentan la concepción del mundo, según diría Gramsci. Por su parte, Brunner asegura que no es posible realizarlo en la democracia.61 Pero ¿qué tipo de democracia existía en México? Casi nula, sólo por ser optimistas. 1.1.1.3 El surgimiento de diversos espacios culturales Durante los años cuarenta, la política cultural mexicana centró su interés en la integración de lo tradicional y lo moderno, lo popular y lo culto, y es específicamente a partir del alemanismo que promueve un proyecto, en el cual, sostiene García Canclini, “la utopía popular cede a la modernización, la utopía revolucionaria a la planificación del desarrollo industrial”.62 En esta etapa, el estado distinguirá sus políticas culturales en relación con las clases sociales: se crea, al igual que el INBA consagrado a la cultura “erudita”, el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares y el Instituto Nacional Indigenista (1948), con el propósito de exaltar los valores culturales de los grupos étnicos, al mismo tiempo que se intentaba la integración de las poblaciones indígenas al desarrollo nacional. Salón de la Plástica Mexicana (SPM) El estado no sólo se ocupó por financiar la obra mural, sino que protegió y alentó también la venta de la producción de pequeño formato. De esta forma, en noviembre de 1949, por iniciativa de Susana Gamboa, se fundó el Salón de la Plástica Mexicana, cuyo objetivo fue que los pintores jóvenes pudieran comercializar su obra bajo el amparo del INBA; “hecho que prueba una vez más la estrecha alianza entre la ‘Escuela mexicana de pintura’ con los órganos oficiales”, opina Olga Sáenz.63 El SPM surgió como una respuesta a las condiciones y necesidades del país. No fue por una casualidad que, en el proyecto del estatuto redactado por Fernando Gamboa, entonces Jefe del Departamento de Artes Plásticas del INBA, se recomendaba, en primera instancia, la creación de una sala de ventas de pintura, con carácter gratuito para los artistas,
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