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1 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO PROGRAMA DE POSGRADO EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS “PANDILLAS CENTROAMERICANAS: El caso de la Mara Salvatrucha y el Barrio18” T E S I S QUE, PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRA EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS, P R E S E N T A ROSALBA ELIZABETH RIVERA ZÚÑIGA TUTOR: DR. JORGE CADENA ROA CIUDAD UNIVERSITARIA, SEPTIEMBRE, 2007 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. 2 AGRADECIMIENTOS: Una de las partes más difíciles de esta tesis ha sido la elaboración de los agradecimientos, ya que fue mucha gente la que colaboró a lograr este objetivo y no sé con exactitud qué palabras usar para que lo sepan, pues algunas ya no están presentes y hay otras que se han incorporado en el transcurso. Todos ocupan un lugar de vital importancia en este andar. Puedo comenzar por mi tutor, Dr. Jorge Cadena, quien además de nutrir teóricamente este proceso y contribuir con sus consejos académicos, brindó su apoyo y confianza personal ante mi vacilante voluntad para concluir. También, de manera especial, agradezco a: Los tutores y aliados de la academia que me acogieron en los países visitados durante la estancia de investigación: al Mtro. Edgar Cajas de la Universidad de San Carlos, en Guatemala; a la Dra. Ana Corina Hernández de la Universidad Autónoma de Honduras; a Marlon Carranza de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de El Salvador, y al profesor Juan José Sosa Meléndez de la UCA, en Nicaragua; Los amigos de las organizaciones e instituciones que con fraternidad y paciencia fungieron como informantes clave y acompañantes en este viaje: Julio Coyoy y José Paul, de Grupo Ceiba en Guatemala; a Luis Romero “El Panza”, junto con “la Chepa”, “la Happy”, de Homies Unidos, en El Salvador; a Tránsito Ruano, del Centro de Formación y Capacitación; a Willian Ángel, de MOJE, y al cabo Wilfredo Presa, de la Policía Nacional Civil, todos ellos también en San Salvador. A Cecilia Vega y familia entera que me acogió entrañablemente en Tegucigalpa. A la ayuda del padre Thómas Goeckler, en Chamalecón. A Itsmania Pineda por sus opiniones. A la señora Elpidia Delgado y Virginia Alfaro, de la Pastoral Penitenciaria, junto con el padre Marcos, en San Pedro Sula. A doña Ruth y Sonia en Tapachula, Chiapas, por supuesto a Roberto, sin olvidar a Lidia Zea y familia, mis guardianes en El Salvador. Al inmenso apoyo y afecto de Mayra Recinos en Guatemala; a Ramón N. López, por su amistad en Honduras y el refugio de su familia en Nicaragua. Evidentemente a Jorge González, donde quiera que se encuentre, por ser una pieza clave para los contactos cuando recién nació la inquietud por el tema en México. 3 También a Carlos Mario Perea, por compartir su amplia experiencia sobre el tema al encontrarnos en México. Igualmente, agradezco a mis sinodales: Dra. Guadalupe Valencia, Mtra. Irene Sánchez, Dra. Diana Guillén y Dr. Miguel Concha, que hicieron posible con sus valiosos comentarios la conclusión académica de esta tesis. Y, especialmente, mi aprecio y dedicatoria a los grandes amigos de la maestría: Blanca y Javier, por haber sido los motores de arranque de este viaje, a Verónica, Aderak, Dalia y Teresa, por sus consejos, aportaciones y compañía en momentos determinantes de esta etapa. Por supuesto agradezco a mi familia por su paciencia, comprensión y apoyo en todo momento y más aún en la distancia. Y, al otro Jorge, por favorecer al aterrizaje de mis ideas constantemente soñadoras y por ser soporte ante el desespero, colaborador en este trozo del proyecto de vida y fraterno aliado. Y para los que no menciono ahora, el mejor de los recuerdos y el reconocimiento a lo que en su momento brindaron. Finalmente, debo agradecer al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) por su financiamiento durante la maestría, así como la Dirección General de Posgrado de la UNAM por su beca complementaria, y también a la Red de Macro Universidades de América Latina y el Caribe y Santander Serfin que brindaron el subsidio para realizar la estancia de investigación en campo. INDICE GENERAL INTRODUCCIÓN 6 CAPÍTULO I. PANDILLERISMO EN AMÉRICA LATINA 13 1. Antecedentes teóricos en el estudio de bandas juveniles 13 a) Escuela de Chicago 13 b) Estructuralismo francés 16 c) Birmingham y los Cultural Studies 17 2. Estudios contemporáneos sobre pandillas en América Latina 17 3. Enfoque de Seguridad Hemisférica 22 4. Identidad Colectiva como perspectiva de análisis procesual-interactiva. 28 4.1. Proceso de construcción identitaria 30 4.2. El “enmarcado” (framing) 32 4.3. Redes: conformación y extensión de la identidad colectiva 33 4.4. ¿Pandillas de la globalización? 36 CAPÍTULO II. MARCO HISTÓRICO DE LA VIOLENCIA EN LA REGIÓN CENTROAMERICANA. 38 1. Prolegómenos de una relación violenta en el tejido social. 38 2. Los factores estructurales. 41 2.1. Desigualdad socioeconómica y marginación 41 2.2. La construcción del Estado y la relación de las instituciones encargadas del orden social con la sociedad civil 42 2.3. La cultura de la violencia 45 3. Factores coyunturales 46 3.1. Las consecuencias sociales de la guerra civil 46 3.2. La debilidad institucional de posguerra 51 3. 3. El consumo de drogas y alcohol, y la penetración del narcotráfico en el crimen organizado 53 3. 4. Complejidad en los flujos migratorios 54 a) Rutas migratorias 60 b) Políticas migratorias y derechos humanos 61 c) El trasiego cultual y las pandillas 63 CAPÍTULO III. LA MARA SALVATRUCHA Y EL BARRIO 18 67 1. Inicios de la “Salvatrucha” y la “Dieciocho”: una dialéctica autorreferencial 68 a) El Barrio 18 (XV3) o Eighteen Street 70 b) Mara Salvatrucha o MS 13 71 1.1. Importación de nombres y símbolos MS13 y Barrio 18 (XV3) desde Estados Unidos a Centroamérica 72 1.2. Naturalización de la dinámica pandillera en Centroamérica. 77 1.3. La doble dimensión de la identidad pandillera: Simbolismo VS instrumentalidad. 79 2. Representación y difusión mediática de la identidad. 84 2.1. Posicionamiento público de las pandillas 86 2.2 Difusión internacional de las maras a través de los medios 88 2.3. Siembra de pánico social en la opinión pública 89 2.4. Alarma en la opinión pública y sus efectos en la democracia 90 3. Persecución y represión de las maras: Límites y oportunidades. 91 3.1. Planes, leyes y políticas de mano dura 92 3.2. Grupos de exterminio 94 CAPÍTULO IV. PERSPECTIVAS DE REORIENTACIÓN DE LAS MARAS: SUS LÍMITES Y OPORTUNIDADES 102 4.1. Los proyectos con orientación religiosa. 103 4.1.1. El Puente Belice: un modelo educativo-laboral alternativo. Guatemala, Guatemala 104 4.1.2. Polígono Industrial Don Bosco. San Salvador, El Salvador 108 4.1.3. Proyecto Victoria, rehabilitación de drogas y evangelización de pandilleros en Tegucigalpa y San Pedro Sula, Honduras 110 4.1.4. Límites y oportunidades de las iniciativas religiosas e institucionales. 111 4.2. Iniciativas de Organizaciones Civiles 112 4.2.1. En El Salvador. 113 4.2.2. En Guatemala 116 4.2.3. EnHonduras 118 4.3. Organizaciones de expandilleros. 121 4.3.1. En El Salvador 121 4.3.2. En Guatemala 123 4.3.3. En Honduras 125 CONCLUSIONES 126 CONSIDERACIONES FINALES 134 ANEXOS 137 BIBLIOGRAFÍA 152 INTRODUCCIÓN n el caso de acciones colectivas violentas, difusas, desideologizadas políticamente, aunque en progresiva consolidación de su estructura organizativa e influencia en los órdenes e imaginarios de la sociedad que las recrea, como es el caso de las pandillas centroamericanas, conocidas popularmente como “maras”1, es preciso intentar rutas de análisis alternativas que motiven al debate no sólo sobre la naturaleza de su acción, sino también de los alcances y potencialidades en función de sus contextos e interacciones. Así, la correlación de contextos políticos, económicos y sociales propios de los países del istmo centroamericano (como la pobreza histórica, la desigualdad social, los regímenes autoritarios y la violencia política con las secuelas de conflictos armados recientes), en combinación con características en que habitan hoy los jóvenes de las urbes populares (exclusión laboral y educativa, migración, estigmatización y rechazo social), ha servido como marco ideal para la configuración de un fenómeno protagonizado por dicho sector, que actúa de manera colectiva a través de la violencia, en su forma aparentemente más desprovista de sentido y radicalidad. Por ello, esta investigación se orienta por la pregunta respecto a cómo actores colectivos informales y oficialmente invalidados, como las pandillas centroamericanas, pueden ser potenciales promotoras de una alteración en el estado cosas dentro del contexto en que se desarrollan, a partir de una serie de interacciones con otros actores involucrados directa e indirectamente en su actuar. Para encontrar una respuesta, se recurre a la perspectiva constructivista de elaboración de identidad colectiva, con el objetivo de observar las variaciones de este fenómeno en tres países —El Salvador, Honduras y Guatemala— donde es posible 1 Se asigna el término maras a las pandillas centroamericanas formadas a partir de la confluencia de varios procesos sociales: la migración masiva de centroamericanos a EU desde la década de los 70 y posterior deportación a fines de los 90 a sus países de origen, principalmente a El Salvador. De ahí se comienza a usar el mote de "mara" —el cual ya era común en estos países para referir al grupo de amigos— asociado al sufijo que los distinguió en Los Ángeles: "salvatrucha". Posteriormente, en los inicios del siglo XXI comenzó a englobarse a las pandillas, en franca proliferación, bajo el genérico de "maras", sin distingo de agrupación particular a la que pertenecieran sus miembros. Refería, así, a un tipo de pandilla con características homogéneas, como sus crecientes niveles de organización, su adscripción a determinados símbolos muy específicos (algunos provenientes de los barrios angelinos en EU), su grado de violencia, sus reglas y códigos, peleas entre pandillas rivales. Todo aquello que enmarcaba su perfil de operación. Se comienza a saber de dos grandes pandillas que construyen y aceitan la maquinaria de confrontación y venganza: la MS (Salvatrucha) y la 18 (el Barrio 18 o The Eighteen Street), ambos nombres surgidos en los barrios angelinos durante los ochenta. E distinguir al menos tres momentos de definición del perfil colectivo y sus alcances a nivel social. A manera de hipótesis, se sostiene que la posibilidad de que estos grupos respondan de una u otra manera a lo largo del tiempo y espacio, y afecten de manera destructiva o propositiva a su contexto, resulta de la disposición de un conjunto de marcos básicos de comprensión que tienen para dar sentido a sus circunstancias, reconocer agravios, señalar culpables y definir formas y posibilidades de acción, por ejemplo, frente a las acciones del Estado, grupos de exterminio, la sociedad civil, iglesias u otros grupos delictivos operantes en las redes de la sociedad informal. Por tanto, este análisis —en contraste con las versiones criminológicas prevalecientes, que tienden a generalizar el fenómeno como un perfil más de la delincuencia organizada y, por consiguiente, una amenaza para la seguridad nacional e incluso internacional—, pretende aportar explicaciones comparativas sobre las posibilidades reales de continuidad y/o trasformación hacia diversas opciones de las mencionadas formas de agregación juvenil, en función de algunas variables que se mueven constantemente en el escenario donde éstas se desarrollan. Desde el sentido común, la presencia y propagación de maras sería un resultado normal de las condiciones de pobreza y exclusión social que afecta a los jóvenes urbano marginados, acentuada, a su vez, por la “importación” cultural de las “latino gangs”, a raíz de olas de deportación masiva de jóvenes centroamericanos de Los Ángeles, California, a sus países de origen. Sin negar dichos argumentos y la importancia de los estudios realizados bajo estas perspectivas, este trabajo toma como marco el enfoque teórico de la identidad colectiva, para desde ahí realizar un recorrido exploratorio y correlacional que incluya las motivaciones, formas y alternativas de las pandillas a través de procesos dinámicos de interpretación, construcción y articulación de sus concepciones sobre sí como colectivo. De ahí, la primera pregunta es cómo se da este proceso de construcción y reconstrucción identitaria a nivel colectivo, que distinguirá principalmente a dos grupos alrededor de los cuales se desarrolla la primera etapa de su acción. Es decir, la confrontación sempiterna y a muerte entre las rivales MS y 18. Siguiendo esta dinámica conflictiva a través de sus actores en el tiempo y en el espacio, se pretenderá conocer cuáles son las perspectivas respecto a los alcances e influencia, así como los perfiles de acción de las pandillas centroamericanas en contextos sociales y políticos variables. Es decir, como segunda fase de evolución del fenómeno, se revisan comparativamente las interacciones por las que estas identidades colectivas atraviesan, entre las que tiene lugar la reacción represiva por parte de los Estados, así como de grupos de supresión; la sobrerrepresentación mediática; y las iniciativas y programas impulsados por organizaciones civiles e instituciones como las iglesias, enfocados a la prevención, rehabilitación y reinserción social. Por tanto, una pregunta final plantearía cuáles serían las opciones de transformación o replanteamiento del sentido de una identidad colectiva pandillera/mara en Centroamérica. Se pretende demostrar que en una tercera etapa, las pandillas tienen la posibilidad de canalizar y potenciar sus características hacia objetivos distintos y a veces opuestos a los que inicialmente les dieron vida —la violencia y la trasgresión— aparentemente inconciente, irracional y desideologizado, hacia por lo menos dos direcciones más evidentes. La primera tiende a fomentar las “virtudes” y experiencia que como conjunto identitario se han ganado; por ejemplo, la unión, la disciplina, la solidaridad, las estrategias de sobrevivencia, en beneficio individual y comunitario. O bien, como segunda opción, concentrar los aprendizajes y el currículum delictivo que da la mara hacia objetivos e intereses propios de los diversos grupos con actividades ilícitas activos en las redes sumergidas donde las pandillas generalmente socializan, por ejemplo, traficantes de droga, de armas, de personas, etcétera, e incluso aquellos con intereses políticos. El estudio está delimitado a los tres países actualmente más afectados por la presencia abrumante de la MS y la 18: El Salvador, Honduras y Guatemala. Entre ellos, existe una similitud de contextos históricos, sociales y políticos que a primera vistapodrían obviar que el impulso a la acción colectiva se halla ciertamente vinculado a la vulnerabilidad estructural. Sin embargo, al poner en la escena comparativa el caso de Nicaragua se esclarece la cualidad cultural del fenómeno y se arrojan algunas luces sobre las preguntas planteadas. El seguimiento temporal del fenómeno para el caso de esta investigación, comienza en la segunda mitad de la década de los noventa, cuando surge en la conciencia pública la emergencia de las maras como una nueva forma destructiva y vacua de organización juvenil en las urbes centroamericanas, junto con la alarma sobre su paulatina proliferación trasnacional durante los años subsiguientes que las convierte, según el discurso oficial, en una amenaza para la seguridad pública a nivel internacional (incluso aparejada con el terrorismo). Las condiciones y formas en que se han desarrollado objetivamente estas dos pandillas, más allá de su auge simbólico, servirá para valorar esos años en proyección al destino posible de la identidad colectiva pandillera MS y 18 en la primera década del siglo XXI para América Latina, en función de la experiencia de la región centroamericana. Para tal efecto, la diagramación de este análisis quedaría de la siguiente manera: Se construye Se fortalece Se mimetiza Se canaliza METODOLOGÍA Esta investigación por su carácter correlacional se sirvió de métodos y técnicas cualitativas que pudieran recabar evidencias sobre las variables constructoras y reconstructoras de lo que llamamos identidad colectiva pandillera, comparativamente en Reacción persecutoria oficial y extraoficial Sobre-representación mediática Acción por parte de organizaciones civiles e iglesias IDENTIDAD COLECTIVA MS & 18 Re-organización: + estructurada + disciplinada + instrumentada Re-codificación: - evidente - simbólica Re-orientación: rivalidad entre pandillas uso de violencia consumo de drogas Asumir una nueva ideología como grupo cuatro contextos específicos. Así pues, se ocupó métodos empíricos como la observación en campo y la recolección de datos por medio de entrevistas, buscando principalmente cuatro grupos de actores directamente involucrados y dos indirectamente: Fuentes Actores Técnica Instrumento Temas Directas -pandilleros activos -pandilleros inactivos -pandilleros en prisión -pandilleros potenciales (población en riesgo) Entrevistas a profundidad Guía de preguntas abiertas -aspectos personales -sobre el colectivo -opinión sobre la situación -perspectivas individuales y como colectivo. Indirectas -líderes de organizaciones civiles orientados a pandillas. -investigadores Entrevistas de opinión Guía de preguntas abiertas -Sobre las causas, condiciones actuales y perspectivas del fenómeno en función de su contexto específico. En cada país se aplicó un número de tres entrevistas, a cada grupo de actores mencionados, tomando como criterio de selección su localización en las principales zonas urbanas, así como la accesibilidad de las fuentes en circunstancias propias del contexto. Para las fuentes directas, en su mayoría hubo que buscar oportunidades personales y externas para llevar a cabo una entrevista en condiciones seguras para ambas partes. En el caso de los actores indirectos, a veces el excesivo burocratismo de algunas organizaciones o instituciones oficiales cerraba la posibilidad de diálogo. Cabe señalar que el acercamiento a los pandilleros se dio a través de organizaciones o personas dedicadas ex profeso al trabajo con estos grupos, quienes gozaban ya de cierta legitimidad en sus comunidades y, en ese sentido, tenían ganada su confianza, establecida una serie de aliados protectores y el acceso a cierto tipo de información. El objetivo de subdividir en cuatro grupos a los actores directos o protagonistas, fue constatar hipótesis que observan tanto las motivaciones para el ingreso, la permanencia o egreso de los miembros de una pandilla, como las posibilidades que ellos perciben para el desarrollo constante de sus grupos o de sí mismos de manera independiente. Y sobre todo, seguir las trayectorias que según la posición en tiempo y espacio —enajenados o críticos— de cada individuo ve que pudiera tener el conjunto observado. Desde el punto de vista constructivista de la identidad colectiva, los valores en cuanto a la percepción de agravios y culpables pueden irse modificando a través de una serie de factores internos y externos o del ambiente. Y, precisamente, en función del lugar y experiencia en que se ubique cada actor, las ideas y oportunidades percibidas son distintas y en conjunto pueden aportar a la construcción de una o varias perspectivas comunes. ¿Cuál es la visión que tiene un pandillero activo, uno calmado, y uno apenas simpatizante sobre el presente y futuro de las pandillas? ¿La prisión modifica en algo la identidad colectiva de las pandillas? En el anexo de esta investigación, se presentan los instrumentos utilizados, como la hoja de observación de campo y las guías de preguntas para cada grupo. En ese sentido, sus respuestas podrían contribuir a responder si ¿las pandillas podrían permanecer en el escenario urbano centroamericano representando un desafío para la sociedad en su conjunto? ¿es verdad que algún día la presencia y poder de las pandillas será extensivo a nivel internacional? ¿se logrará “erradicar” esta forma de acción juvenil a través de las medidas (represivas) tomadas hasta ahora? Para la recolección de los datos empíricos se utilizó un diario de campo y el registro en audio o video de las entrevistas, dependiendo de las posibilidades en función de preservar un nivel de confianza con los entrevistados; o bien, de las posibilidades que daban ciertos espacios, por ejemplo, centros de reclusión o calles de los barrios más conflictivos. En este último sentido, cabe mencionar que algunas entrevistas, sobre todo con los actores directos, trataban de alejarse del carácter formal y jerárquico, con el fin de motivar una conversación fluida sobre temas delicados. Procedimientos Analíticos Dado que el punto de partida teórico es la identidad colectiva construida a través de un proceso de interacciones sociales, se utilizó una batería de preguntas que pasara desde la identidad individual hasta las construcciones de la identidad colectiva pandillera, con el fin de constatar los elementos instrumentales (materiales) y no instrumentales (simbólicos) que componen y refuerzan dicha identidad. Además de los rasgos componentes de dicha identidad, como los agravios, los valores e ideas, los mitos, creencias, símbolos, con el fin de conocer la imagen que los miembros tienen sobre sí mismos, las fronteras de su acción, así como las posibilidades de creación de un proyecto colectivo alternativo. Al terminar la etapa de recolección de información en el campo, se pasó a una etapa de sistematización de las entrevistas, donde se arma un esquema que evidencie o niegue el papel central de la identidad colectiva —tanto en sus aspectos instrumentales como no instrumentales— como punto medular de desarrollo del fenómeno de las maras. Grosso modo, los aspectos instrumentales reflejan los valores de la pandilla que son medios para otros fines (aquello que les provee de recursos económicos y otra serie de objetos útiles, por ejemplo, dinero, armas, autos, casas, droga); y los no instrumentales, que reflejan una valencia inmediata e intrínseca del mismo para el sujeto (por ejemplo, reconocimiento público, valor y respeto por parte de los “otros”, solidaridad, unidad de grupo, afecto, etcétera). Estos puntos sirven para analizar que actualmente no todos los integrantes de las maras se encuentran ubicados en la población marginada y de escasosrecursos económicos, sino que el avance de su desarrollo ha complejizado su composición hasta llegar a involucrar activamente a jóvenes de estratos de clase media. Sin embargo, las actividades de unos y otros son lo que les da una diferenciación estratificada. Lo anterior se relaciona con que en y a través de las acciones que no tienen clara su base de clase o estructural, el grupo en acción mismo se vuelve el foco de la definición del individuo de sí mismo. Y la acción, dentro del movimiento es una mezcla complicada de confirmaciones de identidad colectiva y, a su vez, individual (Gusfiel, Johnston y Laraña, 1994). CAPÍTULO I. PANDILLERISMO EN AMÉRICA LATINA. Las pandillas juveniles han sido frecuentemente estudiadas enfatizando los factores generales que tienen efecto determinante sobre la conducta antisocial y delictiva de sus miembros (teorías de la anomia, del etiquetamiento, criminológica). Otros han estado más bien preocupados por describir características de los grupos y sus patrones de comportamiento (estudios culturales, estudios etnográficos y sociolinguísticos). Aquí se esbozan algunas de las anteriores perspectivas, poniéndolas como antecedentes para plantear una lectura integradora alternativa, que abarque las particularidades de las maras en Centroamérica y sus posibilidades de modificación —directa o indirecta— del ambiente social en el contexto regional de siglo XXI. Para ello, la perspectiva de identidad colectiva –en el marco de la teoría de los movimientos sociales— se propone como manera de observar los procesos de construcción y atribución mediante los cuales determinados individuos se organizan para reconocerse y ser reconocidos, y se vuelven relevantes en el ámbito cotidiano de las relaciones sociales, pero también en la arena social y política en un momento histórico preciso. Pues, como menciona Rossana Reguillo, en tanto que la mara es portadora de un poder paralegal, destroza la oposición binaria legal-ilegal en Centroamérica. El tipo de relaciones y estilo de vida que para la norma o la ley es estado de excepción, en la mara es cotidianeidad. 1. Antecedentes teóricos en el estudio de bandas juveniles a) Escuela de Chicago Durante buena parte del siglo XX, la criminología se ocupó de jóvenes hombres que pertenecían a las subclases urbanas, los ‘problemáticos’ ‘perdedores’ y ‘excrementos sociales’ de la sociedad capitalista. Los jóvenes hombres de las comunidades trabajadoras son “los” sujetos de la investigación criminal – desde distintos ángulos teóricos y variadas metodologías de investigación. Los personajes más destacados pertenecen a la Escuela de Chicago de Criminología. Ésta contiene investigación rica en descripciones sobre la formación de pandillas y grupos callejeros de hombres jóvenes en la América urbana. Algunos de sus legados proveen bases explicativas en la 2 interpretación del fenómeno vigente de las pandillas centroamericanas, considerando las proporciones históricas y contextuales particulares. A principios del siglo XX, la ciudad de Chicago era una mezcla explosiva de etnias, culturas y conflictos que simbolizaban la América en expansión, era un laboratorio donde se manifestaba un síntoma de la “gran trasformación” que se estaba produciendo en Estados Unidos, en el marco de un acelerado crecimiento urbano derivado del desarrollo industrial y por los flujos migratorios de grandes masas rurales provenientes de la Norteamérica rural y de los países pobres de Europa. Precisamente, la proliferación de bandas callejeras (street gangs) era uno de los efectos más visibles de este proceso, que suscitaba preocupación de las instituciones por su apariencia extravagante, sus actividades presuntamente delictivas y su resistencia a la autoridad (Feixa:1998:37)1. Como parte de las investigaciones pioneras dentro de esta perspectiva, Robert E. Park plantea los conceptos de contagio social y región moral. Los cuales eran derivados de un ambiente de libertad y soledad de las grandes urbes que permitía que los comportamientos desviados, reprimidos sistemáticamente en las comunidades rurales de origen, entraran en la ciudad un terreno favorable para difundirse, mediante un mecanismo de contagio que generaba regiones donde prevalecía normas y criterios desviados En contraposición a las anteriores interpretaciones moralizantes y psicomédicas que explicaban el sentido de grupo (gregarismo), la agresividad y defensa del territorio como conductas primitivas hereditarias y parte del desarrollo filogenético de la especie —Stanley G Hall (1915)—, los autores de Chicago sostenían que la degeneración de las bandas era causada por la anomia reinante en ciertas regiones morales de la gran ciudad, marcadas por la desorganización social y la desaparición de los sistemas tradicionales de control informal. Es decir, la desviación juvenil no era un fenómeno patológico, sino el resultado previsible de un determinado contexto social. Estas interpretaciones, aunque todavía distantes en cuanto a la integración de los factores generadores de las pandillas juveniles, comienzan a resaltar elementos que más tarde complementarán parte de las explicaciones en el fenómeno de las pandillas centroamericanas. 1 Feixa, Carles (1998) El reloj de arena. Culturas juveniles en México, México, SEP/Causa Joven, Colección JÓVENes No.4 3 Más relevante para este análisis es el avance que marca el estudio de Frederick Thrasher, quien realiza el primer intento de sistematización del conocimiento de las bandas tras siete años de observación empírica en los suburbios de Chicago, donde aborda una gran variedad de agrupaciones juveniles, incluyendo grupos de juego, mafias, bandas adultas criminales, grupos familiares, sindicatos, fraternidades colegiales y boy scouts. Bajo el título The gang, A study of 1313 gangs in Chicago (1926), este autor demostraba que las bandas no surgían indiscriminadamente sino que estaban vinculadas a un determinado hábitat: las llamadas áreas intersticiales, aquellas zonas de filtro entre dos secciones de la ciudad. Se le reconoce como autor de la primera definición de banda juvenil2, que supera las connotaciones desviacionistas y patológicas predominantes en la criminología de la época, y en su lugar subrayar los elementos de solidaridad interna, vinculación a un territorio y constitución de una tradición cultural distintiva, como ejes de las agrupaciones en bandas. En general, los autores de la escuela de Chicago hacen su aportación al conocimiento al concentrarse en las variables de los estilos de vida urbanos —en medio de crecimiento económico acelerado, flujos masivos de migrantes, polarización de los sectores sociales— y los significados que tienen para los actores, por lo que marcaran su influencia en paradigmas posteriores como la criminología, la teoría del etiquetaje social o el interaccionismo simbólico. Similares procesos se registran también en Centroamérica, a partir de la segunda mitad del siglo XX, donde se da el surgimiento variados sectores actuantes al margen de la sociedad normativamente establecida, dentro de los cuales se ubica a los jóvenes de los barrios marginales populares que posteriormente se harán visibles tras su concentración en pandillas. 2 La banda es un grupo intersticial que en origen se ha formado espontáneamente y después se ha integrado a través del conflicto. Está caracterizado por los siguientes tipos de comportamiento: encuentro cara a cara, batallas, movimiento a través del espacio como si fuese una unidad, conflictos planificación. El resultado de este comportamiento colectivo es el desarrollo de una tradición, una estructura interna irreflexiva, espirit de corps, solidaridad moral, conciencia de grupo y vínculoa un territorio moral (Ibidem). 4 b) Estructuralismo francés En 1964, el etnólogo Jean Monod, discípulo de de Claude Lévi Strauss, se adentra en el estudio de esos “nuevos salvajes” que para la sociedad dominante parecían ser las bandas juveniles proliferantes en la periferia parisina. Entre sus aportes más importantes se coloca su observación de que las representaciones sociales de las bandas difundidas por los medios de comunicación guardaban semejanza con las imágenes tradicionales sobre “el primitivo”, incluso en sus connotaciones ambivalentes. Es decir, el primitivo podría ser buen salvaje o bárbaro peligroso. Esta apreciación sigue vigente, es común que los medios trasmitan imágenes aparece como “la edad más bella, espléndida y saludable de la vida”, alternadas con mensajes (generalmente noticiosos) donde se presenta como símbolo de la agresividad y degeneración social, tal como lo observó Monod. Por lo tanto, para analizar lo que había detrás del mito contemporáneo de la juventud, el autor se propuso explorar la lógica interna de las bandas, suponiendo que era esta lógica y no su traducción a “nuestro” lenguaje, o su reducción a nuestros mitos, lo que fundaba su significado (Ibid,48). Es por esto que su obra Les Barjots, Essai d’ethnologie des bandes de jeunes (1968) sirve de referencia para entender, desde dentro, los mecanismos con los que ciertos grupos de jóvenes se organizan ofreciendo un repertorio simbólico que expresa sus necesidades y carencias más profundas. En el argot de los bloussons noirs, barjot no designa ya al ingenuo, la víctima, sino al joven “golfo” que simula locura y comportamiento extravagante para defenderse de la sociedad que lo margina. Esta perspectiva aporta en el sentido de las formas de sociabilidad y comunicación generacional que aparecen en determinados contextos, explorados a través de la investigación etnológica. Asimismo, abreva sobre las estructuras subyacentes como el parentesco, el lenguaje y el ritual, de ahí, explica cómo la banda cumple muchas de las funciones desempeñadas por la familia en otras sociedades. Estas funciones se encuentran también en las pandillas actuales. Mientras que en París de 1968 “tchowa” significaba entre los barjots “hermano mío”, en Centroamérica y Estados Unidos actualmente los jóvenes utilizan “homie” para designar a su hermano o brother, dentro de la mara, que es a su vez la propia familia. Asimismo, Monod analiza la metamorfosis del argot como un proceso de construcción de significados compartidos por el grupo. Estudia también la estructura social de la banda, en donde se evidencia las jerarquías internas, los antagonismos y 5 alianzas que mantienen con otras bandas. Y tal como interpretó este autor para el caso de los barjots, los conflictos y tensiones que desde afuera son vistos como violencia gratuita y patológica, desde el interior se contemplan como situaciones densamente rituales. Esto es válido también hoy en la dinámica de las maras. c) Birmingham y los Cultural Studies Por su parte, en la tradición heterodoxa del marxismo británico (de R. Williams a E. P. Thompson), los autores de la Esuela de Birmingham toman elementos del interaccionismo simbólico, el estructuralismo, la semiótica y la literatura contracultural para articular un marco teórico que dé cuenta de las raíces históricas, sociales y culturales que expliquen el surgimiento de expresiones juveniles novedosas en Gran Bretaña posterior a 1950. Un aporte efectivo para el tema de las maras, es el de Stan Cohen, quien en 1972 inaugura un campo de investigación fundamental, como es el estudio de los procesos de “etiquetaje social”, en su libro Folk Devils and Moral Panics, donde trata del proceso de invención de los rockers y los mods por parte de los medios de comunicación británicos. Analiza los procesos de reacción en cadena que se suscitaron cuanto estas bandas fueron utilizadas como “demonios populares” en momento en que cundía el “pánico moral” y se reclamaban campañas de “ley y orden” (Ibid:53) Dicha reacción en cadena, junto con sus consecuencias, resulta familiar en el caso de la estigmatización mediática de la cual han sido objeto (lucrativo) las maras en la actualidad, dentro y fuera de la región centroamericana. Para Cohen, las sociedades aparecen sujetas clíclicamente a periodos de pánico moral, donde una situación, un episodio o un grupo de personas emergen y son definidas como una amenaza a los valores y a los intereses dominantes. Los medios de comunicación presentan su naturaleza de una forma estilizada y estereotipada; las autoridades pronuncian un diagnóstico y enuncian soluciones; a menudo se recurre a medidas represivas, aunque la situación puede contenerse, desaparecer o integrarse 2. Estudios contemporáneos sobre pandillas en América Latina En América Latina, el estudio de las pandillas como fenómeno social se había dado principalmente en países como México, enfatizando los estilos juveniles urbanos, y en 6 Colombia, principalmente desde una perspectiva asociada a la violencia social, la criminalidad y el narcotráfico. En México, desde finales de los ochenta, se encuentran estudios importantes realizados desde el área de la sociología como el de Francisco Gomezjara (1987), desde la comunicación con Rossana Reguillo (1995); así como desde la antropología y la noción de estilos juveniles identitarios, por ejemplo, José Manuel Valenzuela (1988), Carles Feixa (1998), Maritza Urteaga (1998), Rogelio Marcial (1996) y Alfredo Nateras (2002). Mientras que en Colombia, Ardila Perlata, et. al, (1995), Alonso Salazar (1990) y Carlos Mario Perea (1996 y 2001) sientan precedentes sobre contextos comparativos en donde se generan y agrupan jóvenes en relación constante con drogas y violencia. Fue hasta mediados de los noventa —cuando las pandillas, rebautizadas como “maras”, comienzan a desbordarse en el plano público— que en Centroamérica se comienza a plantear el fenómeno como un tema específico de investigación. Como primer estudio, está la investigación realizada en 1988 por la Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales (AVANCSO) en Guatemala, titulada Por sí mismos. Un estudio preliminar de las maras en la ciudad de Guatemala. Sus autoras comienzan a proponer interpretaciones alternativas del fenómeno con base en la descripción del contexto urbano, el análisis del Estado como responsable del desarrollo juvenil y el papel de las iglesias evangélicas. Cabe mencionar también la experiencia investigativa del antropólogo inglés Dennis Rodgers, quien en 1997 se unió a una pandilla por diez meses en un barrio de Managua, a través de la cual logró conocer desde dentro algunas variables de la lógica y razones de vida de estas agrupaciones en Nicaragua. Igualmente, a partir de una creciente violencia apolítica extendida en la sociedad salvadoreña por esos mismos años, el Instituto Universitario de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas comenzó una serie de estudios a partir de 1996, con una gran investigación con pandilleros de la capital (IUDOP 1997, Cruz/Portillo Peña 1998). El método utilizado destacó porque los pandilleros fueron incluidos en el proceso de investigación como sujetos activos. Es decir, los jóvenes sujetos de estudio no solamente llenaron encuestas, sino que participaron en la planificación de la investigación, la redacción de las preguntas, e incluso en la discusión y análisis de resultados. 7 Cuatro años más tarde, el IUDOP realizó una investigación comparativa con 938 pandilleros y pandilleras de la gran región de San Salvador, así como de los municipios de Quezaltepeque, Cojutepeque y Nejapa (Santacruz Giralt/Concha-Eastman 2001) Entre otras variables, se buscaba profundizar sobre el perfil de los protagonistas –tanto en el papel de víctimas como de victimarios— paraconstatar o refutar la señalización de los jóvenes como principales actores de la violencia delincuencial. Desde ahí, confirmaron que efectivamente los jóvenes —sobre todo aquellos involucrados con pandillas— son un grupo en riesgo, tanto de ejercer la violencia con desenlaces fatales como de convertirse en víctimas de la misma, la más de las veces a manos de sus mismos coetáneos (Cruz y Beltrán, 2000). El libro Solidaridad y Violencia en las pandillas de gran San Salvador. Más allá de la vida loca, publicado por la UCA en 1998 constituyó el inició de una serie de estudios enfocados especialmente a la problemática de las maras. Con una metodología fundamentalmente centrada en encuestas de opinión, Cruz y otros investigadores constaron que las pandillas constituyen uno de los factores más vinculados a la violencia, tanto en su expresión más radical como más sostenida. Estas fueron las primeras aproximaciones a la realidad pandillera, de corte cuantitativo y resultados estadísticos. A raíz de esta publicación, se comenzó a tener mayor información acerca de las características principales de ese grupo, de sus gustos, sus necesidades, sus conflictos y problemas. Se dio a conocer la forma en que los pandilleros interpretan la realidad que los circunda, la violencia que los atraviesa y los problemas que los aquejan. No obstante, para los autores las respuestas obtenidas por los pandilleros generaron más dudas e inconsistencias, por lo cual vieron la necesidad de retomar la investigación tomando más en cuenta los contextos, sobre todo para saber en qué medida las condiciones socioeconómicas posibilitan el ejercicio de la violencia. Este precedente, junto con la investigación cualitativa realizada por Smutt y Miranda (1998) con pandilleros en el municipio de Ilopango, en el departamento de San Salvador, sirvieron como puntos de partida para la zaga de publicaciones denominada Maras y pandillas en Centroamérica, que a la fecha lleva cuatro volúmenes. En el primer volumen (2001) se da seguimiento a las nociones respecto a la vida de pandilla de las investigaciones anteriores, tratando de profundizar en la interpretación sobre el significado y las formas en que los pandilleros se relacionan con el mundo. 8 Inicialmente, el estudio pretendía explorar los factores que se relacionan con el ingreso de los jóvenes a la pandilla y el sentido o la función que para la pandilla tiene la violencia como forma de relación. Pero, a lo largo de la investigación, se evidenciaron no sólo ciertas disonancias en el discurso de la pandilla, sino también algunas similitudes entre sus argumentaciones y algunas actitudes bastante generalizadas en la sociedad. Las herramientas utilizadas fueron grupos de discusión en cinco áreas temáticas de análisis, a saber: motivaciones de ingreso a la pandilla, razones que posibilitaron la disminución de actividades relacionadas con la violencia y el consumo de drogas, la relación de ésta con la comunidad, relación con la familia, y una breve descripción de algunos aspectos que caracterizan a la pandilla como grupo de referencia para los jóvenes. El segundo volumen de Maras y pandillas en Centroamérica (2004) hace énfasis en la relación de las pandillas con el capital social existente en cada uno de sus contextos, del cual se deriva una motivación o freno del desarrollo de una actitud perversa de las organizaciones juveniles. Este libro se busca establecer la relación entre el capital social —entendido como las relaciones entre las personas que les permiten cooperar con el propósito de alcanzar objetivos comunes— y la presencia de las pandillas en comunidades de cuatro países de Centroamérica (Cruz, 2004). El supuesto fundamental era que las pandillas juveniles aparecen, subsisten y se desarrollan en aquellos lugares en donde, entre otras cosas, las redes sociales, la confianza entre las personas y las instituciones, los espacios de participación y organización comunitaria y las normas que rigen el comportamiento de las personas dentro de su entorno son tan débiles —o están tan orientadas hacia la vida criminal (“capital social perverso”)— que son incapaces de enfrentar las problemáticas creadas por las condiciones de precariedad socioeconómica. Hecho que da lugar a que los jóvenes se decanten por buscar en las pandillas lo que la sociedad, a través de la comunidad inmediata y la familia, ha sido incapaz de proveerles (Cruz, 2004). Por su parte, el tercer volumen está dedicado al análisis de las propuestas y alternativas, especialmente las políticas públicas orientadas a buscar salidas a la violencia juvenil expresada en las maras y pandillas. Recientemente, a salido a la luz el cuarto volumen de Maras y Pandillas (2006), el cual aborda especialmente las estrategias plantadas por la sociedad civil organizada para combatir, mediante distintas metodologías, la extensión de las pandillas en la región. 9 En conjunto, este análisis sistemático llevado a cabo por las tres universidades de la Compañía de Jesús en Centroamérica y el ERIC de Honduras, comparativo a nivel regional, con enfoques metodológicos variados y trasversales, sienta los pilares de las preguntas de investigación consecutivas respecto al tema de las pandillas. Al momento, las respuestas al “por qué” del surgimiento de estos grupos, en qué contextos, cuáles han sido sus consecuencias y las acciones oficiales y colectivas tomadas frente a tal expresión juvenil han sido intensamente trabajados. Por lo tanto, la contribución que se pretende brindar a través de esta tesis se centra en la potencialidad social y colectiva que las presencia de las pandillas como oportunidades de expresión identitaria contemporánea regional puedan tener para el contexto centroamericano durante la presente década. Históricamente, desde la década de los sesenta, las agrupaciones de adolescentes y jóvenes se asocian con la imagen de las grandes urbanizaciones, pues surgen de manera proporcional al crecimiento de los grandes barrios y colonias marginales, y se pueden entender como una consecuencia de desarrollo capitalista que destruye las formas de vida tradicionales y las bases de subsistencia agraria, sin aportar las bases para una existencia estable. En medio de este ambiente, el fenómeno de las pandillas juveniles se puede vislumbrar como una respuesta colectiva de los jóvenes a su situación vital insoportable y como un desafío a una sociedad que les niega su participación (Liebel, 2004; 89). Fue a mediados de la década de los ochenta cuando se registra un cambio en el carácter de los grupos juveniles, pues junto a los “grupos de esquina” y los de “niños de la calle” surgen y se extienden las pandillas con nuevas formas de organización y diferentes estilos de acción. Adquieren un significado particular y un prestigio considerable entre los jóvenes del barrio. La defensa de los territorios delimitados por los jóvenes se convierte en uno de los elementos centrales para entender sus actos. Al contrario de los grupos de la calle que más bien evitaban llamar la atención, las pandillas hacen acto de presencia en la calle, en el vecindario y en las escuelas públicas de manera provocativa (AVANCSO, 1988; 2). En Guatemala, y más tarde en El Salvador y en Honduras, toman el nombre de mara3, en Costa Rica se designan a sí mismos como chapulines. 3 De acuerdo con la investigación pionera de Levenston en Guatemala, el nombre de mara para referirse a estos grupos fue utilizado primero por la policía durante una huelga contra el alza de las tarifas de autobús en la que participaron de manera activa las pandillas; éstas se lo apropiaron para autodenominarse. 10 Al contrario de la suposición de que las maras están integradas por jóvenes que viven en la calle o que fueron niños de la calle, en general, las investigacionesde la Compañía de Jesús resaltan que los jóvenes tienen su centro vital en los barrios y que, en su mayoría, disponen de un hogar, por precario y conflictivo que sea. También se destaca que la mayoría de los pandilleros no se mantienen con hurtos y atracos, sino que después de abandonar la escuela ejercen un trabajo o lo tratan de encontrar y que cuentan con una formación escolar que supera la media. En entrevistas (AVANCSO, 1988; IUDOP, 1997; Cruz y Portillo Peña, 1998), los pandilleros manifestaban su consideración sobre las instituciones escolares como aburridas e inútiles. La escuela no les ofrecía ninguna oferta adecuada, no los motivaba a aprender y los excluía por motivos sociales. Además, en dichas entrevistas se encontró que los jóvenes que tenían algún tipo de empleo, en su mayoría éstos no estaban en relación con el nivel de estudios alcanzado y eran mal pagados. El sueldo era tan pequeño e irregular que, por lo menos de vez en cuando, no les quedaba más remedio que cometer actividades ilegales, por ejemplo, vender drogas o robar, para conseguir lo necesario para vivir. De acuerdo con Liebel, algunos mareros están solos porque sus padres o hermanos mayores han emigrado definitiva o temporalmente a Estados Unidos. En uno de los estudios, se puso de manifiesto que nueve de cada diez jóvenes salvadoreños entrevistados tenían familia en Estados Unidos. 3. Enfoque de seguridad hemisférica En el contexto contemporáneo, como parte de los enfoques criminológicos de análisis de las maras, se encuentra la tendencia creciente de ubicar a estos grupos como una más de las amenazas a la seguridad y la estabilidad democrática en el contexto internacional contemporáneo. Los enfoques de las pandillas como una vertiente de nuevas modalidades de crimen trasnacional están siendo abordados tanto por organizaciones nacionales como internacionales. Entre ellas, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), y el Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el combate a la Delincuencia (CENAPI) en México, así como la Nacional Alliance of Gang Investigators Associations (NAGIA), la Drug Eforcement Administration (DEA), la INTERPOL y el Departamento de Estado en los Estados Unidos. 11 Estas perspectivas que combinan análisis en temas de drogas, migración, terrorismo y seguridad nacional, ha abonado a la estrategia con que los gobiernos locales de los países del istmo encuadran primordialmente hasta ahora sus políticas y acciones (persecutorias) en relación a las pandillas juveniles. Como parte de ello, en junio de 2005, en el marco de la XXVI Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), se acordó la creación de una Fuerza de Reacción Rápida, un mecanismo de concertación de esfuerzos militares, policiales y judiciales para combatir algunas de las principales amenazas identificadas por los gobiernos centroamericanos, como el narcotráfico, el terrorismo, el crimen organizado y las maras. La Fuerza de Reacción Rápida todavía se halla en su fase embrionaria y, por tanto, se desconocen de manera precisa sus objetivos, composición o dotación presupuestaria. Hasta el momento ha trascendido que algunos de los países limítrofes de la región (como México y Colombia) respaldan la iniciativa y que los gobiernos centroamericanos han solicitado formalmente el apoyo de la Administración estadounidense, que desde algún tiempo ya lleva a cabo tareas de formación de las fuerzas armadas centroamericanas, así como de la policía y operarios de la justicia. En este sentido, recientemente el procurador general de Justicia de los Estados Unidos, Alberto González, anunció un plan conjunto entre su país y El Salvador para detener la violencia trasnacional generada por las pandillas en toda América Central y México (febrero de 2007). Dicho plan está diseñado para ayudar a identificar y procesar a miembros de las pandillas más peligrosas, con programas que mejoren la aplicación de la ley, captura de fugitivos, coordinación internacional, aportación de información y capacitación policiaca. Este plan ordena a dos agencias de Estados Unidos —el Departamento de Estado y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI)— a ayudar a El Salvador a establecer una nueva unidad trasnacional contra pandillas para procesar y perseguir a miembros de estos grupos. Además, para mejor identificación, rastreo y arresto, acelerará la aplicación de la Iniciativa de Registro de las Huellas Dactilares en América Central. Lo anterior en consecuencia con los análisis resultantes de las reuniones de altos mandos de los gobiernos centroamericanos y Estados Unidos, en donde se ha concluido abordar de manera regional el tema de la criminalidad y violencia pandillera con el fin de fortalecer el imperio de la ley en un marco regional. Por ejemplo, durante la Segunda Conferencia Anual sobre Pandillas, realizada en El Salvador en abril del 2006, el 12 entonces embajador de Estados Unidos en ese país, Doug Barclay, afirmó que si se dejan sin freno las pandillas éstas tienen la capacidad de convertirse en una de las amenazas a la seguridad más graves del Hemisferio Occidental. Ante tales circunstancias, varias organizaciones de la sociedad civil, así como facciones significativas de algunos parlamentos centroamericanos y del Congreso estadounidense, han expresado sus reservas y sus temores ante los comunicados oficiales y las declaraciones públicas que se están produciendo durante el proceso de discusión de la Fuerza de Reacción Rápida. Algunas de las preocupaciones tienen que ver con el papel de Estados Unidos en la seguridad de la región o la preservación de la soberanía en el caso de que finalmente se lleven a cabo operaciones conjuntas o se requiera el paso o despliegue de tropas extranjeras en territorio nacional. Por otra parte —como lo explica Jordi Urgell4— el mismo nombre de la mencionada Fuerza evidencia su carácter eminentemente reactivo y sugiere que sus objetivos y actuaciones se orientarán más a la erradicación de los síntomas y las consecuencias de las amenazas que no a su prevención, obviando el énfasis que el Tratado Marco de Seguridad Democrática (TMSD) hacía sobre los aspectos sociales y económicos. Sin embargo, el principal temor que subyace tras la creación de la Fuerza de Reacción Rápida es la participación de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad pública y de combate, por ejemplo, de la criminalidad. En este sentido, cabe destacar que varios gobiernos centroamericanos ya han ordenado el patrullaje de determinados cuerpos de las Fuerzas Armadas en algunas de las principales ciudades para auxiliar a la policía en el mantenimiento del orden público y para detener el incremento constante de los índices de delincuencia. Según algunas organizaciones civiles, este hecho no sólo socava significativamente los acuerdos de paz en la región (que, entre otras cuestiones, abogaban por la desmilitarización de las instituciones de seguridad pública y el fortalecimiento de las instituciones civiles), sino que provoca serias especulaciones sobre una reformulación (politización dicen algunas voces) de las fuerzas de seguridad en Centroamérica y obstaculiza el proceso de empoderamiento de las respectivas policías nacionales civiles que se había iniciado en la década de los noventa (Urgell, 2007). 4 Urgell García, Jordi (2007) La seguridad (humana) en Centroamérica: ¿Retorno al pasado?, en Revista CIDOB d’Afers Internacionals, núm. 76, p. 143-158 13 Cabe recordar que el TMSD fue suscrito por seis gobiernos centroamericanos en 1995 con el objetivo de consolidar a Centroamérica como una región de paz, libertad, democracia y desarrollo, a través del diseño de un nuevo modelo de seguridad acorde con los principios y el proceso de Esquipulas5,mismo que permitiera superar la Doctrina de Seguridad Nacional predominante durante el periodo de guerra fría, contraponiendo a éste los postulados de la seguridad humana que por aquel entonces iniciaba su conceptualización por parte del PNUD. Antes de ello, la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional en Centroamérica partía de tres premisas fundamentales. La primera, que las manifestaciones de disconformidad con el statu quo político y económico (no necesariamente expresadas a través de la lucha armada) suponían una amenaza directa para la continuidad y la estabilidad del Estado, de tal modo que automáticamente constituían un problema de seguridad nacional. La segunda es la lectura “Este-Oeste” de los conflictos centroamericanos y su cooptación (y alimentación) por parte de la confrontación bipolar geoestratégica de la Guerra Fría, que a su vez institucionalizó la “contención del comunismo” y la “lucha contra el enemigo interno”. La tercera premisa, de tipo más estratégico, era el convencimiento de que la mejor opción para atajar dichas amenazas era la acción militar, lo que de algún modo implicaba actuar únicamente sobre las consecuencias y no sobre las causas de los problemas. El modelo de seguridad regional resultante, que tuvo una de sus principales expresiones en el Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA), fue uno altamente dependiente de factores y actores externos, exclusivamente estatocéntrico, sumamente militarista4 y más enfocado a labores de contrainsurgencia que de defensa o seguridad pública. Actualmente, el TMSD se halla en riesgo de verse socavado por la creación de una Fuerza de Reacción Rápida, propuesta realizada en 2005 en el marco de la XXVI Cumbre del Sistema de Integración Centroamericana. Lo que se halla en juego, sin embargo, no es la validez o no de un determinado acuerdo regional y su eventual reemplazo por otro, sino la definición del modelo de seguridad que Centroamérica quiere para sí en los próximos lustros. Algunas voces han alertado de que lo realmente preocupante es que, tras la propuesta de creación de una Fuerza de Reacción Rápida, 5 El proceso de Esquipulas no sólo facilitó los acuerdos de paz en El Salvador (1992) y Guatemala y la alternancia en Nicaragua (1990), sino que cristalizó desde principios de los años noventa en un entramado institucional que tenía como principal objetivo la integración centroamericana y la consolidación de la pacificación y la democratización iniciadas bajo el marco de Contadora. 14 parece estar fraguándose en Centroamérica una nueva concepción de la seguridad muy alejada de los postulados de Esquipulas y mucho más cercana a las formulaciones estrechas, estatocéntricas y militaristas del pasado. El TMDS representó por mucho tiempo una de las principales y primeras concreciones formales del concepto de la Seguridad Humana. Ello es aún más significativo si se toma en consideración que dicha concreción era de carácter regional y, por tanto, iba más allá de las políticas públicas de un Estado concreto. Así, el Título II del Tratado está dedicado a la seguridad de las personas y el artículo 10 hace referencia explícitamente a la seguridad humana en los siguientes términos: “a) La seguridad democrática es integral e indivisible. La solución de los problemas de seguridad humana en la región responderá, por tanto, a una visión comprensiva e interrelacionada de todos los aspectos del desarrollo sostenible de Centroamérica, en sus manifestaciones políticas, económicas, sociales, culturales y ecológicas. b) La seguridad democrática es inseparable de la dimensión humana. El respeto a la dignidad esencial del ser humano, el mejoramiento de su calidad de vida y el desarrollo pleno de sus potencialidades constituyen requisitos para la seguridad en todos sus órdenes”. Por tanto, el modelo de Seguridad Democrática ha tenido una influencia determinante en otros proyectos de integración regional y, especialmente, en la construcción de un sistema de seguridad hemisférica, como así fue reconocido de manera explícita y específica en la Conferencia Especial sobre Seguridad de México celebrada en 2003 A pesar de todo, el TMSD no ha cumplido con las expectativas depositadas en él y ha descrito una evolución parecida a la de los Acuerdos de Paz de El Salvador y Guatemala: la ambición en la redacción del documento y el optimismo en el momento de su firma dieron paso a un creciente escepticismo respecto de sus posibilidades de materialización, lo que dificultó enormemente su implementación y comportó su abandono progresivo en cuanto agenda de cambio y transformación en Centroamérica. Las razones del fracaso relativo del TMSD, como lo explica Jordi Urgell (2007), están tanto dentro como fuera del mismo. Algunas tienen que ver con su diseño, pero las más relevantes están estrechamente vinculadas con algunos de los cambios regionales y globales que operaron desde la década de los noventa. En primer lugar, el proceso de integración centroamericana se debilitó progresivamente a medida que avanzaba la década de los noventa (problemas 15 bilaterales, conflictos limítrofes, falta de confianza en las instituciones, fuertes incentivos extraregionales, solapamiento con otros proyectos de integración económica, etc.) y se vio casi exclusivamente reducido a su dimensión económico-comercial. De algún modo, el Sistema de Integración de Centroamérica no ha sido capaz de liderar la creación de un espacio político y social y de superar el esquema economicista del Mercado Común Centroamericano que ya se ensayó en los años sesenta. En segundo lugar, los atentados del 11 de septiembre de 2001 propiciaron un acercamiento de las agendas de seguridad centroamericana y estadounidense. Por un lado, en un contexto de creciente polarización internacional respecto de las estrategias para abordar amenazas emergentes, la mayor parte de países centroamericanos se alinearon decididamente con los nuevos postulados de la seguridad por parte de la Administración de George W. Bush. Por otro lado, en su afán por proteger especialmente su flanco más poroso (la frontera sur), Estados Unidos volvió a situar a Centroamérica en su agenda política. De la intersección entre ambos aspectos resultó que el modelo de seguridad en Centroamérica se hizo mucho más permeable a las visiones de seguridad provenientes de Estados Unidos, sin duda mucho más “tradicionales”, “duras” y “estrechas” que las propugnadas en el Tratado Marco. En tercer lugar, tras la finalización formal de los conflictos armados internos, América Central asistió durante los años noventa a la emergencia de “nuevas” formas de violencia, como la de las pandillas, y a un incremento sin precedentes de la inseguridad ciudadana y del número de homicidios. El fenómeno de las “nuevas violencias”, que debe ser entendido en el marco de la enorme reflexión teórica sobre la transformación de la violencia tras el fin de la Guerra Fría, normalmente alude a un tipo de violencia que no persigue tanto objetivos políticos como expresa serias disfunciones estructurales de la sociedad en cuestión. Las causas de la actual violencia en Centroamérica —de acuerdo con Urgell— están estrechamente vinculadas a los modelos de desarrollo excluyentes, al gran impacto de los longevos conflictos armados en las sociedades centroamericanas, a la gran proliferación de armas entre la población civil, o incluso a la violencia que emana del Estado, sea de sus cuerpos de seguridad o de la de aparatos clandestinos vinculados al mismo. Sin embargo, según la mayor parte de los gobiernos centroamericanos, la responsabilidad casi exclusiva de toda esta violencia es de las llamadas “maras”. 16 Por tanto, en un contexto de creciente erosión, simplificación y “economización” del proceso de integración centroamericano,de mayor permeabilidad a las nuevas directrices en materia de seguridad provenientes de Estados Unidos y de transformación, diversificación e incremento de la violencia, el modelo de seguridad humana en la región encarnado por el TMSD empezó a verse cuestionado por voces que exigían nuevos instrumentos que permitieran a la vez una respuesta más contundente a las amenazas mencionadas y una mayor coordinación y complementariedad con la agenda de seguridad propugnada por Estados Unidos. 4. La IDENTIDAD COLECTIVA como perspectiva de análisis procesual- interactiva. En contraste a los enfoques anteriormente mencionados, la propuesta de análisis de este trabajo es atender la interacción de elementos que se conjugan para la conformación del fenómeno pandilleril en Centroamérica y las variantes que hacen que éste se mantenga o modifique en el trascurso del tiempo, afectando a su vez de manera recíproca el contexto en que se circunscribe. Desde la perspectiva multidisciplinar de identidad colectiva es posible interpretar a las maras como una acción social en movimiento permanente y constante construcción que, más allá de definiciones formales, comprende la negociación activa e interactiva entre individuos y grupos. Entendida como la conexión cognoscitiva, moral y emocional de un individuo con una comunidad amplia, la identidad colectiva resulta explicativa ya que, como mencionan Polleta y Jasper (2001), es una percepción de un estado compartido o relación en la que puede imaginarse más que experimentarse directamente. Sencillamente, en el aspecto de una conexión emocional parece que la identidad colectiva de las maras encuentra uno de sus pilares más sólidos. Se propone, así, este camino para explicar cómo los intereses de grupo emergen más que tomarlos como algo dado, por lo cual es imprescindible tener en cuenta el contexto macrohistórico en el que surgen y se moldean expresiones asociativas determinadas por parte de los jóvenes. Por otro lado, la identidad colectiva tiene la ventaja de permitir observar la emergencia, analizar la trayectoria y vislumbrar resultados de determinado tipo de acción. De ahí que al centrarse en un objeto como la mara, de la que una de sus particularidades es la forma violenta de actuar, habría que revisar cómo y desde dónde 17 se ha venido gestando una cultura de la violencia que en determinado momento esté dando pie a la existencia de una forma de actuar colectivamente por dicha vía. Polletta y Jasper afirman también que más allá de buscar las motivaciones de la acción en los incentivos materiales, por medio de la identidad colectiva es posible captar mejor los “placeres y obligaciones” que realmente persuaden a la gente a movilizarse. Buena parte de los individuos que se integran a una pandilla no lo hacen por satisfacer una necesidad material económica, sino que gran parte de ellos está ahí por el mero placer, el disfrute del momento compartido con sus pares y el aspecto lúdico que implica actuar en conjunto. En cuanto a las oportunidades estratégicas, estos autores afirman que la identidad colectiva responde a las inadecuaciones de la racionalidad instrumental, puesto que si la gente elige participar es más bien porque establece cierto tipo de acuerdos con otros, y sus formas de protestar son también influidas por una identidad colectiva. Por tanto, la identidad colectiva representa un camino para llegar a los efectos culturales de una acción. Es decir, más que medir los resultados de un movimiento desde la esfera de la política formal, el estudio de la identidad se fijaría en la trasformación de representaciones culturales y normas sociales, es decir, cómo los grupos se ven a sí mismos y son vistos por otros. Así, por ejemplo, el “orgullo” y “prestigio” que proporciona a algunos adolescentes y niños pertenecer a una mara se convierte en el propio móvil de su adhesión o persistencia en ese tipo de agrupaciones, y justifica cualquier acción en nombre de la defensa de esa identidad tanto al interior como al exterior del grupo. Es precisamente en su acción colectiva donde estos sujetos “existen”, dejan las sombras del anonimato para saltar a la luz pública. Éste es un aspecto importante cuando se considera el contexto de relego social en el cual tales sujetos se han desarrollado. No hay que olvidar que las maras surgen posterior a una larga violencia política en la región central de América Latina, donde aun firmada la paz permanecen las secuelas de la pobreza, las desigualdades, la disposición de armas en manos civiles y, sobre todo, una cultura de la violencia ampliamente arraigada. De ahí que las pandillas como una forma de asociación juvenil sin duda genera conflictos que desbordan los canales institucionales con cuestionamientos que van más allá de cualquier demanda específica al Estado o a alguna institución social, más bien abarcan en conjunto un estado de cosas que les impide un desarrollo humano integral. 18 Pero, lejos de abanderar cualquier postura política, la demanda de estos grupos sólo tiene su expresión de inconformidad por la vía de una negación al orden social normativo vigente, tomando acciones que cruzan la línea de la legalidad. 4.1. Proceso de construcción identitaria Los individuos actúan colectivamente “estructurando” sus acciones por medio de inversiones “organizadas”, es decir, definen en términos cognitivos el campo de posibilidades y límites que perciben, mientras que a su vez activan sus relaciones para dar sentido a su “estar (o ser) juntos” y a las metas que persiguen. Así, en la formación de una pandilla juvenil se puede entender cómo cada individuo (más unos que otros) contribuye a la formación de un “nosotros”, ajustando tres tipos de orientación: En primer lugar, aquellos que relacionan los fines con las acciones (el sentido de la acción que es dado por el actor), en este caso, los pandilleros avezados, aparte de manejar un discurso que justifica la defensa y propagación de la mara como máxima, también estructuran ciertos códigos de comportamiento y de comunicación a través de los cuales se conforma el lenguaje cifrado interno y exclusivo del grupo, así como el externo, en sus formas de batalla. En segundo lugar, están los elementos relacionados con los medios (las posibilidades y los límites de la acción), es aquí donde las maras construyen una idea base alrededor de la violencia como forma primordial para entrar, permanecer y ascender al interior del grupo, así como para actuar hacia el exterior, ya sea por medio de intimidación o agresión física. Y, finalmente, la tercera orientación para la construcción del “nosotros” son los elementos vinculados a las relaciones con el ambiente (el campo en el cual la acción toma lugar). En este punto se ubicarían las circunstancias que han vuelto al contexto social un ambiente propicio y reproductor de las relaciones violentas en la mayoría de los niveles de la relación humana, sobre todo, en la vida cotidiana. A todo este proceso de “construcción” en un sistema de acción Melucci lo llama “identidad colectiva”. Es una definición interactiva y compartida por varios individuos involucrados con las orientaciones de acción y campos de oportunidades y límites en los cuales tiene lugar una acción como la de la mara. Como ilustran los estudios pioneros sobre las maras, mencionados anteriormente, la convivencia en la pandilla crea una historia común, con un intercambio permanente de conocimientos, que posibilita a los jóvenes encontrar 19 reconocimiento y confirmar y fortalecer su nexo de amistad. Inicialmente, la pandilla no surge para romper leyes, sino como grupos de amigos que quiere hacer algo juntos (Liebel, 2004; 97). La fidelidad de los bróderes dentro del grupo, es la más fuerte e importante, incluso que la de los hermanos en la familia, pues los miembros de la pandilla respondensin condiciones los unos de los otros y se defienden de cualquier agresión externa. Además, en todas las pandillas juveniles existe una especie de código de honor, cuyo cumplimiento es absolutamente obligatorio para todos. De acuerdo con Manfred Liebel, éste se entiende como una respuesta a la hipocresía que han experimentado en el mundo de los adultos y la corrupción que se vive en toda la sociedad. Cada pandilla tiene sus rituales y reglas de funcionamiento, las cuales siempre se refieren a la igualdad en el grupo, pero también pueden ser más o menos jerárquicas. Casi siempre hay jefes de pandillas que pueden dar instrucciones, pero sólo son reconocidos mientras demuestren las cualidades que favorecen al grupo y negocien un interés a favor de toda la pandilla. Igualmente, el ritual de admisión posibilita reconocer si el miembro es capaz de cumplir los requerimientos del grupo. Sobre todo son importantes las habilidades para la pelea, como la fuerza corporal, la rapidez de reacción y el estar preparado para no rajarse ante los peligros. La Mara Salvatrucha y el Barrio 18, por ejemplo, eligen a 13 y 18 compañeros, respectivamente, para que durante 13 y 18 segundos, en cada caso, golpeen al nuevo elemento y esperan de él que aguante y se sepa defender. Por su parte, la Mara Morazán exige a los nuevos miembros que lleven a cabo una pelea con cuchillos con el jefe de la pandilla, a fin de medir su astucia y habilidad y, sobre todo, para conocer su valor ante los más duros enfrentamientos a librar en el futuro inmediato (Ibid, 97). Para el caso de las mujeres, el ritual de iniciación tiene dos variaciones. En algunos casos, también se les exige que lleven a cabo peleas con otras veteranas de la pandilla, pero en otros se estila la práctica del comúnmente conocido como tensito, el cual significa estar dispuesta a tener relaciones sexuales con los varones del grupo. Según afirmaciones de las propias pandilleras, esta última práctica es cada vez menos recurrente porque demerita el valor de las mujeres. Más bien se les da a elegir entre ambas opciones y la mayoría opta por la pelea por ser la que les otorga más prestigio y respeto dentro del grupo. 20 4.2. El “enmarcado” (framing) Para entender las definiciones compartidas por los miembros de un grupo para establecerse y actuar en conjunto resulta explicativa la perspectiva de los marcos de significación o framing. El concepto de “marco” de significación para la acción colectiva se refiere a un esquema interpretativo que simplifica y condensa la realidad a través de la selección, el señalamiento y la codificación de situaciones, eventos, experiencias y secuencias de acciones relacionadas con el presente o el pasado. De este modo, el surgimiento de un actor colectivo indica la existencia de un grupo que ha logrado formar una identidad y solidaridad indispensables para movilizarse en respuesta a un conflicto determinado (Chihu, 2006,10). En la base de este conflicto, la acción colectiva de las pandillas, por ejemplo, cobra vida dentro de un proceso de definición y comunicación al intercambiar concepciones entre pares y luego con sus adversarios. Los individuos que se disponen a integran una mara poseen ideas similares en cuanto a su situación de rechazo social o de desajuste frente a un sistema normativo formal que les incomoda. Además de un desprecio por las figuras de autoridad, podría decirse incluso que comparten un afán por ocupar un lugar en la escena social, sin importar el costo que haya que pagar. Para ello, la violencia es la estrategia más idónea a su alcance y en que han coincidido para hacerse visibles. Mientras tanto, su campo de acción ha sido definido por los intersticios de la vida urbana, generalizados en las relaciones cotidianas. Así también, cada grupo construye su identidad estableciendo las fronteras que demarcan territorios sociales, fronteras que crean al poner de relieve las diferencias entre el mundo propio y el ajeno. Por tanto, en las maras estos marcos son aquellas guías deliberadamente construidas por los organizadores para la acción, y recreadas por los participantes comunes. Un frame como esquema cognitivo y práctica de organización de la experiencia permite a los pandilleros comprender lo que les ocurre y tomar parte de una asociación y eventos determinados; también estructura la manera en que adoptarán compromisos al elegir una decisión y una acción, en cuyo caso la primera es pertenecer a una mara. David Show y Robert Benford (1986) distinguen tres tipos de marcos a través de los cuales los miembros de un movimiento social, en ese caso de una acción colectiva, motivan la participación: de diagnóstico, de pronóstico y de movilización. 21 Dentro del primero, los marcos contribuyen a construir un discurso en el que se considera que una condición —como la exclusión social, escolar, laboral— o evento social injusto o problemático —el abandono del padre o madre, los maltratos intrafamiliares, la deportación— necesita ser modificado. Es el tipo de marco que identifica el problema y la atribución de culpa o causalidad. Aunque ese nivel de reconocimiento no siempre es el que motiva de manera consciente el actuar de los mareros, pues parece que los más jóvenes y activos sólo identifican a los “culpables” inmediatos de un agravio patente y reciente, como el asesinato de un miembro a manos de la pandilla contraria, así como a los que marca el mito fundador de las dos maras más populares y numerosas (desde los ochentas en la ciudad de Los Ángeles): la pandilla de la Calle 18 contra la Mara Salvatrucha, en función de lo cual se crean las aversiones perennes para dirigir las estrategias de lucha. Luego, en los marcos de pronóstico los miembros de una pandilla sugieren soluciones al problema, a la vez que indican las estrategias, las tácticas y los objetivos, que casi siempre tendrá que ver con el exterminio o el infundir miedo. Este es uno de los marcos que cada vez más utilizan las pandillas juveniles por la necesidad de adaptarse a las medidas persecutorias desatadas en su contra por parte de diferentes sectores, ya sean las autoridades de gobierno, grupos de paramilitares, vecinos organizados u otros grupos de interés afectados. Y, finalmente, los marcos de movilización proponen motivos para que los actores se comprometan a participar en la acción tendiente a solucionar el problema. Es aquí donde entra la venganza y la exaltación de una ofensa, a veces aparentemente mínima, por parte de la pandilla contraria para que los integrantes en general se sientan a sí mismos agredidos y tengan que resarcir el nombre de su mara. Entonces, los marcos de movilización contribuyen a la definición de identidad de los protagonistas. Mientras que los de diagnóstico conllevan a la atribución de motivos e identidades de los antagonistas o los objetivos y blancos del cambio. 4.3. Redes: conformación y extensión de la identidad colectiva La identidad colectiva como proceso refiere una red de relaciones activas entre los actores, quienes interactúan, comunican e influyen en otras, negociando y tomando decisiones (Melucci, 1995). Particularmente, el concepto de “redes sumergidas” rescatado por Muller (1994) de la teoría de la identidad colectiva es una posibilidad más 22 para interpretar agravios y evaluar los efectos potenciales de la acción colectiva. En este sentido, el análisis se remite a un nivel intermedio desde el cual se genera la cultura de los movimientos sociales y es posible también alterar los códigos de la cultura dominante. Desde este punto de vista, estos procesos conectan el sentido de infortunios personales que la gente experimenta en su vida diaria con una interpretación colectiva de condiciones como la injusticia y los agravios, que finalmente justifican la toma de una acción colectiva. Los jóvenes urbanos en
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