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Pandillas-centroamericanas--el-caso-de-la-Mara-Salvatrucha-y-el-Barrio-18

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1
UNIVERSIDAD NACIONAL 
AUTÓNOMA DE MÉXICO 
 
 
PROGRAMA DE POSGRADO EN ESTUDIOS 
LATINOAMERICANOS 
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS 
 
 
 
“PANDILLAS CENTROAMERICANAS: 
El caso de la Mara Salvatrucha y el Barrio18” 
 
 
 
 
T E S I S 
QUE, PARA OBTENER EL GRADO DE 
MAESTRA EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS, 
P R E S E N T A 
 
ROSALBA ELIZABETH RIVERA ZÚÑIGA 
 
 
 
 
TUTOR: DR. JORGE CADENA ROA 
 
 
 
 
CIUDAD UNIVERSITARIA, 
 SEPTIEMBRE, 2007 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
Restricciones de uso 
 
DERECHOS RESERVADOS © 
PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL 
 
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fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el 
respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 2
 AGRADECIMIENTOS: 
 
 
Una de las partes más difíciles de esta tesis ha sido la elaboración de los 
agradecimientos, ya que fue mucha gente la que colaboró a lograr este objetivo y no sé 
con exactitud qué palabras usar para que lo sepan, pues algunas ya no están presentes 
y hay otras que se han incorporado en el transcurso. Todos ocupan un lugar de vital 
importancia en este andar. 
Puedo comenzar por mi tutor, Dr. Jorge Cadena, quien además de nutrir 
teóricamente este proceso y contribuir con sus consejos académicos, brindó su apoyo y 
confianza personal ante mi vacilante voluntad para concluir. 
También, de manera especial, agradezco a: 
Los tutores y aliados de la academia que me acogieron en los países visitados 
durante la estancia de investigación: al Mtro. Edgar Cajas de la Universidad de San 
Carlos, en Guatemala; a la Dra. Ana Corina Hernández de la Universidad Autónoma 
de Honduras; a Marlon Carranza de la Universidad Centroamericana José Simeón 
Cañas, de El Salvador, y al profesor Juan José Sosa Meléndez de la UCA, en 
Nicaragua; 
Los amigos de las organizaciones e instituciones que con fraternidad y 
paciencia fungieron como informantes clave y acompañantes en este viaje: Julio Coyoy 
y José Paul, de Grupo Ceiba en Guatemala; a Luis Romero “El Panza”, junto con “la 
Chepa”, “la Happy”, de Homies Unidos, en El Salvador; a Tránsito Ruano, del Centro 
de Formación y Capacitación; a Willian Ángel, de MOJE, y al cabo Wilfredo Presa, de 
la Policía Nacional Civil, todos ellos también en San Salvador. A Cecilia Vega y 
familia entera que me acogió entrañablemente en Tegucigalpa. A la ayuda del padre 
Thómas Goeckler, en Chamalecón. A Itsmania Pineda por sus opiniones. A la señora 
Elpidia Delgado y Virginia Alfaro, de la Pastoral Penitenciaria, junto con el padre 
Marcos, en San Pedro Sula. A doña Ruth y Sonia en Tapachula, Chiapas, por supuesto 
a Roberto, sin olvidar a Lidia Zea y familia, mis guardianes en El Salvador. Al inmenso 
apoyo y afecto de Mayra Recinos en Guatemala; a Ramón N. López, por su amistad en 
Honduras y el refugio de su familia en Nicaragua. 
 Evidentemente a Jorge González, donde quiera que se encuentre, por ser una 
pieza clave para los contactos cuando recién nació la inquietud por el tema en México. 
 3
También a Carlos Mario Perea, por compartir su amplia experiencia sobre el tema al 
encontrarnos en México. 
 Igualmente, agradezco a mis sinodales: Dra. Guadalupe Valencia, Mtra. Irene 
Sánchez, Dra. Diana Guillén y Dr. Miguel Concha, que hicieron posible con sus 
valiosos comentarios la conclusión académica de esta tesis. 
 Y, especialmente, mi aprecio y dedicatoria a los grandes amigos de la maestría: 
Blanca y Javier, por haber sido los motores de arranque de este viaje, a Verónica, 
Aderak, Dalia y Teresa, por sus consejos, aportaciones y compañía en momentos 
determinantes de esta etapa. 
Por supuesto agradezco a mi familia por su paciencia, comprensión y apoyo en 
todo momento y más aún en la distancia. 
 Y, al otro Jorge, por favorecer al aterrizaje de mis ideas constantemente 
soñadoras y por ser soporte ante el desespero, colaborador en este trozo del proyecto 
de vida y fraterno aliado. 
Y para los que no menciono ahora, el mejor de los recuerdos y el 
reconocimiento a lo que en su momento brindaron. 
Finalmente, debo agradecer al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología 
(Conacyt) por su financiamiento durante la maestría, así como la Dirección General de 
Posgrado de la UNAM por su beca complementaria, y también a la Red de Macro 
Universidades de América Latina y el Caribe y Santander Serfin que brindaron el 
subsidio para realizar la estancia de investigación en campo. 
 
INDICE GENERAL 
 
INTRODUCCIÓN 6 
 
CAPÍTULO I. PANDILLERISMO EN AMÉRICA LATINA 
 
13 
1. Antecedentes teóricos en el estudio de bandas juveniles 13 
a) Escuela de Chicago 13 
b) Estructuralismo francés 16 
c) Birmingham y los Cultural Studies 17 
2. Estudios contemporáneos sobre pandillas en América Latina 17 
3. Enfoque de Seguridad Hemisférica 22 
4. Identidad Colectiva como perspectiva de análisis procesual-interactiva. 28 
4.1. Proceso de construcción identitaria 30 
4.2. El “enmarcado” (framing) 32 
4.3. Redes: conformación y extensión de la identidad colectiva 33 
4.4. ¿Pandillas de la globalización? 36 
 
CAPÍTULO II. MARCO HISTÓRICO DE LA VIOLENCIA EN LA 
REGIÓN CENTROAMERICANA. 
 
38 
1. Prolegómenos de una relación violenta en el tejido social. 38 
2. Los factores estructurales. 41 
2.1. Desigualdad socioeconómica y marginación 41 
2.2. La construcción del Estado y la relación de las instituciones 
 encargadas del orden social con la sociedad civil 
42 
2.3. La cultura de la violencia 45 
3. Factores coyunturales 46 
3.1. Las consecuencias sociales de la guerra civil 46 
3.2. La debilidad institucional de posguerra 51 
3. 3. El consumo de drogas y alcohol, y la penetración del 
 narcotráfico en el crimen organizado 
53 
3. 4. Complejidad en los flujos migratorios 54 
a) Rutas migratorias 60 
b) Políticas migratorias y derechos humanos 61 
c) El trasiego cultual y las pandillas 63 
 
CAPÍTULO III. LA MARA SALVATRUCHA Y EL BARRIO 18 
 
67 
1. Inicios de la “Salvatrucha” y la “Dieciocho”: una dialéctica 
 autorreferencial 
68 
a) El Barrio 18 (XV3) o Eighteen Street 70 
b) Mara Salvatrucha o MS 13 71 
1.1. Importación de nombres y símbolos MS13 y Barrio 18 (XV3) 
 desde Estados Unidos a Centroamérica 
72 
1.2. Naturalización de la dinámica pandillera en Centroamérica. 
 
77 
1.3. La doble dimensión de la identidad pandillera: Simbolismo VS 
 instrumentalidad. 
79 
2. Representación y difusión mediática de la identidad. 84 
2.1. Posicionamiento público de las pandillas 86 
2.2 Difusión internacional de las maras a través de los medios 88 
2.3. Siembra de pánico social en la opinión pública 89 
2.4. Alarma en la opinión pública y sus efectos en la democracia 90 
3. Persecución y represión de las maras: Límites y oportunidades. 91 
3.1. Planes, leyes y políticas de mano dura 92 
3.2. Grupos de exterminio 94 
 
CAPÍTULO IV. PERSPECTIVAS DE REORIENTACIÓN DE LAS 
MARAS: SUS LÍMITES Y OPORTUNIDADES 
 
 
102 
4.1. Los proyectos con orientación religiosa. 103 
4.1.1. El Puente Belice: un modelo educativo-laboral alternativo. 
 Guatemala, Guatemala 
104 
4.1.2. Polígono Industrial Don Bosco. San Salvador, El Salvador 108 
4.1.3. Proyecto Victoria, rehabilitación de drogas y evangelización 
 de pandilleros en Tegucigalpa y San Pedro Sula, Honduras 
110 
4.1.4. Límites y oportunidades de las iniciativas religiosas e 
 institucionales. 
111 
4.2. Iniciativas de Organizaciones Civiles 112 
4.2.1. En El Salvador. 113 
4.2.2. En Guatemala 116 
4.2.3. EnHonduras 118 
4.3. Organizaciones de expandilleros. 121 
4.3.1. En El Salvador 121 
4.3.2. En Guatemala 123 
4.3.3. En Honduras 125 
 
CONCLUSIONES 
 
126 
CONSIDERACIONES FINALES 134 
ANEXOS 137 
BIBLIOGRAFÍA 152 
 
 
 
 
 
INTRODUCCIÓN 
 
 
n el caso de acciones colectivas violentas, difusas, desideologizadas 
políticamente, aunque en progresiva consolidación de su estructura 
organizativa e influencia en los órdenes e imaginarios de la sociedad que las 
recrea, como es el caso de las pandillas centroamericanas, conocidas popularmente 
como “maras”1, es preciso intentar rutas de análisis alternativas que motiven al debate 
no sólo sobre la naturaleza de su acción, sino también de los alcances y potencialidades 
en función de sus contextos e interacciones. 
Así, la correlación de contextos políticos, económicos y sociales propios de los 
países del istmo centroamericano (como la pobreza histórica, la desigualdad social, los 
regímenes autoritarios y la violencia política con las secuelas de conflictos armados 
recientes), en combinación con características en que habitan hoy los jóvenes de las 
urbes populares (exclusión laboral y educativa, migración, estigmatización y rechazo 
social), ha servido como marco ideal para la configuración de un fenómeno 
protagonizado por dicho sector, que actúa de manera colectiva a través de la violencia, 
en su forma aparentemente más desprovista de sentido y radicalidad. 
Por ello, esta investigación se orienta por la pregunta respecto a cómo actores 
colectivos informales y oficialmente invalidados, como las pandillas centroamericanas, 
pueden ser potenciales promotoras de una alteración en el estado cosas dentro del 
contexto en que se desarrollan, a partir de una serie de interacciones con otros actores 
involucrados directa e indirectamente en su actuar. 
Para encontrar una respuesta, se recurre a la perspectiva constructivista de 
elaboración de identidad colectiva, con el objetivo de observar las variaciones de este 
fenómeno en tres países —El Salvador, Honduras y Guatemala— donde es posible 
 
1 Se asigna el término maras a las pandillas centroamericanas formadas a partir de la confluencia de 
varios procesos sociales: la migración masiva de centroamericanos a EU desde la década de los 70 y 
posterior deportación a fines de los 90 a sus países de origen, principalmente a El Salvador. De ahí se 
comienza a usar el mote de "mara" —el cual ya era común en estos países para referir al grupo de 
amigos— asociado al sufijo que los distinguió en Los Ángeles: "salvatrucha". Posteriormente, en los 
inicios del siglo XXI comenzó a englobarse a las pandillas, en franca proliferación, bajo el genérico de 
"maras", sin distingo de agrupación particular a la que pertenecieran sus miembros. Refería, así, a un tipo 
de pandilla con características homogéneas, como sus crecientes niveles de organización, su adscripción a 
determinados símbolos muy específicos (algunos provenientes de los barrios angelinos en EU), su grado 
de violencia, sus reglas y códigos, peleas entre pandillas rivales. Todo aquello que enmarcaba su perfil de 
operación. Se comienza a saber de dos grandes pandillas que construyen y aceitan la maquinaria de 
confrontación y venganza: la MS (Salvatrucha) y la 18 (el Barrio 18 o The Eighteen Street), ambos 
nombres surgidos en los barrios angelinos durante los ochenta. 
 
E 
distinguir al menos tres momentos de definición del perfil colectivo y sus alcances a 
nivel social. 
A manera de hipótesis, se sostiene que la posibilidad de que estos grupos 
respondan de una u otra manera a lo largo del tiempo y espacio, y afecten de manera 
destructiva o propositiva a su contexto, resulta de la disposición de un conjunto de 
marcos básicos de comprensión que tienen para dar sentido a sus circunstancias, 
reconocer agravios, señalar culpables y definir formas y posibilidades de acción, por 
ejemplo, frente a las acciones del Estado, grupos de exterminio, la sociedad civil, 
iglesias u otros grupos delictivos operantes en las redes de la sociedad informal. 
Por tanto, este análisis —en contraste con las versiones criminológicas 
prevalecientes, que tienden a generalizar el fenómeno como un perfil más de la 
delincuencia organizada y, por consiguiente, una amenaza para la seguridad nacional e 
incluso internacional—, pretende aportar explicaciones comparativas sobre las 
posibilidades reales de continuidad y/o trasformación hacia diversas opciones de las 
mencionadas formas de agregación juvenil, en función de algunas variables que se 
mueven constantemente en el escenario donde éstas se desarrollan. 
Desde el sentido común, la presencia y propagación de maras sería un resultado 
normal de las condiciones de pobreza y exclusión social que afecta a los jóvenes urbano 
marginados, acentuada, a su vez, por la “importación” cultural de las “latino gangs”, a 
raíz de olas de deportación masiva de jóvenes centroamericanos de Los Ángeles, 
California, a sus países de origen. 
Sin negar dichos argumentos y la importancia de los estudios realizados bajo 
estas perspectivas, este trabajo toma como marco el enfoque teórico de la identidad 
colectiva, para desde ahí realizar un recorrido exploratorio y correlacional que incluya 
las motivaciones, formas y alternativas de las pandillas a través de procesos dinámicos 
de interpretación, construcción y articulación de sus concepciones sobre sí como 
colectivo. 
De ahí, la primera pregunta es cómo se da este proceso de construcción y 
reconstrucción identitaria a nivel colectivo, que distinguirá principalmente a dos grupos 
alrededor de los cuales se desarrolla la primera etapa de su acción. Es decir, la 
confrontación sempiterna y a muerte entre las rivales MS y 18. 
Siguiendo esta dinámica conflictiva a través de sus actores en el tiempo y en el 
espacio, se pretenderá conocer cuáles son las perspectivas respecto a los alcances e 
influencia, así como los perfiles de acción de las pandillas centroamericanas en 
contextos sociales y políticos variables. Es decir, como segunda fase de evolución del 
fenómeno, se revisan comparativamente las interacciones por las que estas identidades 
colectivas atraviesan, entre las que tiene lugar la reacción represiva por parte de los 
Estados, así como de grupos de supresión; la sobrerrepresentación mediática; y las 
iniciativas y programas impulsados por organizaciones civiles e instituciones como las 
iglesias, enfocados a la prevención, rehabilitación y reinserción social. 
Por tanto, una pregunta final plantearía cuáles serían las opciones de 
transformación o replanteamiento del sentido de una identidad colectiva 
pandillera/mara en Centroamérica. Se pretende demostrar que en una tercera etapa, las 
pandillas tienen la posibilidad de canalizar y potenciar sus características hacia 
objetivos distintos y a veces opuestos a los que inicialmente les dieron vida —la 
violencia y la trasgresión— aparentemente inconciente, irracional y desideologizado, 
hacia por lo menos dos direcciones más evidentes. La primera tiende a fomentar las 
“virtudes” y experiencia que como conjunto identitario se han ganado; por ejemplo, la 
unión, la disciplina, la solidaridad, las estrategias de sobrevivencia, en beneficio 
individual y comunitario. O bien, como segunda opción, concentrar los aprendizajes y el 
currículum delictivo que da la mara hacia objetivos e intereses propios de los diversos 
grupos con actividades ilícitas activos en las redes sumergidas donde las pandillas 
generalmente socializan, por ejemplo, traficantes de droga, de armas, de personas, 
etcétera, e incluso aquellos con intereses políticos. 
 
El estudio está delimitado a los tres países actualmente más afectados por la 
presencia abrumante de la MS y la 18: El Salvador, Honduras y Guatemala. Entre ellos, 
existe una similitud de contextos históricos, sociales y políticos que a primera vistapodrían obviar que el impulso a la acción colectiva se halla ciertamente vinculado a la 
vulnerabilidad estructural. Sin embargo, al poner en la escena comparativa el caso de 
Nicaragua se esclarece la cualidad cultural del fenómeno y se arrojan algunas luces 
sobre las preguntas planteadas. 
El seguimiento temporal del fenómeno para el caso de esta investigación, 
comienza en la segunda mitad de la década de los noventa, cuando surge en la 
conciencia pública la emergencia de las maras como una nueva forma destructiva y 
vacua de organización juvenil en las urbes centroamericanas, junto con la alarma sobre 
su paulatina proliferación trasnacional durante los años subsiguientes que las convierte, 
según el discurso oficial, en una amenaza para la seguridad pública a nivel internacional 
(incluso aparejada con el terrorismo). 
Las condiciones y formas en que se han desarrollado objetivamente estas dos 
pandillas, más allá de su auge simbólico, servirá para valorar esos años en proyección al 
destino posible de la identidad colectiva pandillera MS y 18 en la primera década del 
siglo XXI para América Latina, en función de la experiencia de la región 
centroamericana. 
Para tal efecto, la diagramación de este análisis quedaría de la siguiente manera: 
 
 
 
 
 
 
 
Se construye 
 
 
 
 
 
Se fortalece Se mimetiza Se canaliza 
 
 
 
 
 
 
 
 
METODOLOGÍA 
Esta investigación por su carácter correlacional se sirvió de métodos y técnicas 
cualitativas que pudieran recabar evidencias sobre las variables constructoras y 
reconstructoras de lo que llamamos identidad colectiva pandillera, comparativamente en 
Reacción 
persecutoria oficial y 
extraoficial 
Sobre-representación 
mediática 
Acción por parte de 
organizaciones 
civiles e iglesias 
IDENTIDAD 
COLECTIVA 
MS & 18 
Re-organización: 
+ estructurada 
+ disciplinada 
+ instrumentada 
Re-codificación: 
- evidente 
- simbólica 
Re-orientación: 
 rivalidad entre pandillas 
 uso de violencia 
 consumo de drogas 
 Asumir una nueva 
ideología como grupo
cuatro contextos específicos. Así pues, se ocupó métodos empíricos como la 
observación en campo y la recolección de datos por medio de entrevistas, buscando 
principalmente cuatro grupos de actores directamente involucrados y dos 
indirectamente: 
Fuentes Actores Técnica Instrumento Temas 
Directas -pandilleros 
activos 
-pandilleros 
inactivos 
-pandilleros en 
prisión 
-pandilleros 
potenciales 
(población en 
riesgo) 
Entrevistas a 
profundidad 
Guía de 
preguntas 
abiertas 
-aspectos personales 
-sobre el colectivo 
-opinión sobre la 
situación 
-perspectivas 
individuales y como 
colectivo. 
Indirectas -líderes de 
organizaciones 
civiles orientados 
a pandillas. 
-investigadores 
Entrevistas 
de opinión 
Guía de 
preguntas 
abiertas 
-Sobre las causas, 
condiciones actuales 
y perspectivas del 
fenómeno en 
función de su 
contexto específico. 
En cada país se aplicó un número de tres entrevistas, a cada grupo de actores 
mencionados, tomando como criterio de selección su localización en las principales 
zonas urbanas, así como la accesibilidad de las fuentes en circunstancias propias del 
contexto. 
Para las fuentes directas, en su mayoría hubo que buscar oportunidades 
personales y externas para llevar a cabo una entrevista en condiciones seguras para 
ambas partes. En el caso de los actores indirectos, a veces el excesivo burocratismo de 
algunas organizaciones o instituciones oficiales cerraba la posibilidad de diálogo. 
Cabe señalar que el acercamiento a los pandilleros se dio a través de 
organizaciones o personas dedicadas ex profeso al trabajo con estos grupos, quienes 
gozaban ya de cierta legitimidad en sus comunidades y, en ese sentido, tenían ganada su 
confianza, establecida una serie de aliados protectores y el acceso a cierto tipo de 
información. 
El objetivo de subdividir en cuatro grupos a los actores directos o protagonistas, 
fue constatar hipótesis que observan tanto las motivaciones para el ingreso, la 
permanencia o egreso de los miembros de una pandilla, como las posibilidades que ellos 
perciben para el desarrollo constante de sus grupos o de sí mismos de manera 
independiente. Y sobre todo, seguir las trayectorias que según la posición en tiempo y 
espacio —enajenados o críticos— de cada individuo ve que pudiera tener el conjunto 
observado. 
Desde el punto de vista constructivista de la identidad colectiva, los valores en 
cuanto a la percepción de agravios y culpables pueden irse modificando a través de una 
serie de factores internos y externos o del ambiente. Y, precisamente, en función del 
lugar y experiencia en que se ubique cada actor, las ideas y oportunidades percibidas 
son distintas y en conjunto pueden aportar a la construcción de una o varias perspectivas 
comunes. 
¿Cuál es la visión que tiene un pandillero activo, uno calmado, y uno apenas 
simpatizante sobre el presente y futuro de las pandillas? ¿La prisión modifica en algo la 
identidad colectiva de las pandillas? En el anexo de esta investigación, se presentan los 
instrumentos utilizados, como la hoja de observación de campo y las guías de preguntas 
para cada grupo. 
En ese sentido, sus respuestas podrían contribuir a responder si ¿las pandillas 
podrían permanecer en el escenario urbano centroamericano representando un desafío 
para la sociedad en su conjunto? ¿es verdad que algún día la presencia y poder de las 
pandillas será extensivo a nivel internacional? ¿se logrará “erradicar” esta forma de 
acción juvenil a través de las medidas (represivas) tomadas hasta ahora? 
Para la recolección de los datos empíricos se utilizó un diario de campo y el 
registro en audio o video de las entrevistas, dependiendo de las posibilidades en función 
de preservar un nivel de confianza con los entrevistados; o bien, de las posibilidades que 
daban ciertos espacios, por ejemplo, centros de reclusión o calles de los barrios más 
conflictivos. En este último sentido, cabe mencionar que algunas entrevistas, sobre todo 
con los actores directos, trataban de alejarse del carácter formal y jerárquico, con el fin 
de motivar una conversación fluida sobre temas delicados. 
 
Procedimientos Analíticos 
Dado que el punto de partida teórico es la identidad colectiva construida a través de un 
proceso de interacciones sociales, se utilizó una batería de preguntas que pasara desde la 
identidad individual hasta las construcciones de la identidad colectiva pandillera, con el 
fin de constatar los elementos instrumentales (materiales) y no instrumentales 
(simbólicos) que componen y refuerzan dicha identidad. 
Además de los rasgos componentes de dicha identidad, como los agravios, los 
valores e ideas, los mitos, creencias, símbolos, con el fin de conocer la imagen que los 
miembros tienen sobre sí mismos, las fronteras de su acción, así como las posibilidades 
de creación de un proyecto colectivo alternativo. 
Al terminar la etapa de recolección de información en el campo, se pasó a una 
etapa de sistematización de las entrevistas, donde se arma un esquema que evidencie o 
niegue el papel central de la identidad colectiva —tanto en sus aspectos instrumentales 
como no instrumentales— como punto medular de desarrollo del fenómeno de las 
maras. 
Grosso modo, los aspectos instrumentales reflejan los valores de la pandilla que 
son medios para otros fines (aquello que les provee de recursos económicos y otra serie 
de objetos útiles, por ejemplo, dinero, armas, autos, casas, droga); y los no 
instrumentales, que reflejan una valencia inmediata e intrínseca del mismo para el sujeto 
(por ejemplo, reconocimiento público, valor y respeto por parte de los “otros”, 
solidaridad, unidad de grupo, afecto, etcétera). 
Estos puntos sirven para analizar que actualmente no todos los integrantes de las 
maras se encuentran ubicados en la población marginada y de escasosrecursos 
económicos, sino que el avance de su desarrollo ha complejizado su composición hasta 
llegar a involucrar activamente a jóvenes de estratos de clase media. Sin embargo, las 
actividades de unos y otros son lo que les da una diferenciación estratificada. Lo 
anterior se relaciona con que en y a través de las acciones que no tienen clara su base de 
clase o estructural, el grupo en acción mismo se vuelve el foco de la definición del 
individuo de sí mismo. Y la acción, dentro del movimiento es una mezcla complicada 
de confirmaciones de identidad colectiva y, a su vez, individual (Gusfiel, Johnston y 
Laraña, 1994). 
 
 
 CAPÍTULO I. PANDILLERISMO EN AMÉRICA LATINA. 
 
Las pandillas juveniles han sido frecuentemente estudiadas enfatizando 
los factores generales que tienen efecto determinante sobre la conducta 
antisocial y delictiva de sus miembros (teorías de la anomia, del etiquetamiento, 
criminológica). Otros han estado más bien preocupados por describir 
características de los grupos y sus patrones de comportamiento (estudios 
culturales, estudios etnográficos y sociolinguísticos). 
Aquí se esbozan algunas de las anteriores perspectivas, poniéndolas 
como antecedentes para plantear una lectura integradora alternativa, que 
abarque las particularidades de las maras en Centroamérica y sus posibilidades 
de modificación —directa o indirecta— del ambiente social en el contexto 
regional de siglo XXI. Para ello, la perspectiva de identidad colectiva –en el 
marco de la teoría de los movimientos sociales— se propone como manera de 
observar los procesos de construcción y atribución mediante los cuales 
determinados individuos se organizan para reconocerse y ser reconocidos, y se 
vuelven relevantes en el ámbito cotidiano de las relaciones sociales, pero 
también en la arena social y política en un momento histórico preciso. Pues, 
como menciona Rossana Reguillo, en tanto que la mara es portadora de un 
poder paralegal, destroza la oposición binaria legal-ilegal en Centroamérica. El 
tipo de relaciones y estilo de vida que para la norma o la ley es estado de 
excepción, en la mara es cotidianeidad. 
 
1. Antecedentes teóricos en el estudio de bandas juveniles 
 
a) Escuela de Chicago 
Durante buena parte del siglo XX, la criminología se ocupó de jóvenes hombres que 
pertenecían a las subclases urbanas, los ‘problemáticos’ ‘perdedores’ y ‘excrementos 
sociales’ de la sociedad capitalista. Los jóvenes hombres de las comunidades 
trabajadoras son “los” sujetos de la investigación criminal – desde distintos ángulos 
teóricos y variadas metodologías de investigación. Los personajes más destacados 
pertenecen a la Escuela de Chicago de Criminología. Ésta contiene investigación rica en 
descripciones sobre la formación de pandillas y grupos callejeros de hombres jóvenes en 
la América urbana. Algunos de sus legados proveen bases explicativas en la 
 2
interpretación del fenómeno vigente de las pandillas centroamericanas, considerando las 
proporciones históricas y contextuales particulares. 
A principios del siglo XX, la ciudad de Chicago era una mezcla explosiva de 
etnias, culturas y conflictos que simbolizaban la América en expansión, era un 
laboratorio donde se manifestaba un síntoma de la “gran trasformación” que se estaba 
produciendo en Estados Unidos, en el marco de un acelerado crecimiento urbano 
derivado del desarrollo industrial y por los flujos migratorios de grandes masas rurales 
provenientes de la Norteamérica rural y de los países pobres de Europa. Precisamente, 
la proliferación de bandas callejeras (street gangs) era uno de los efectos más visibles de 
este proceso, que suscitaba preocupación de las instituciones por su apariencia 
extravagante, sus actividades presuntamente delictivas y su resistencia a la autoridad 
(Feixa:1998:37)1. 
Como parte de las investigaciones pioneras dentro de esta perspectiva, Robert E. 
Park plantea los conceptos de contagio social y región moral. Los cuales eran derivados 
de un ambiente de libertad y soledad de las grandes urbes que permitía que los 
comportamientos desviados, reprimidos sistemáticamente en las comunidades rurales de 
origen, entraran en la ciudad un terreno favorable para difundirse, mediante un 
mecanismo de contagio que generaba regiones donde prevalecía normas y criterios 
desviados 
En contraposición a las anteriores interpretaciones moralizantes y psicomédicas 
que explicaban el sentido de grupo (gregarismo), la agresividad y defensa del territorio 
como conductas primitivas hereditarias y parte del desarrollo filogenético de la especie 
—Stanley G Hall (1915)—, los autores de Chicago sostenían que la degeneración de las 
bandas era causada por la anomia reinante en ciertas regiones morales de la gran ciudad, 
marcadas por la desorganización social y la desaparición de los sistemas tradicionales 
de control informal. Es decir, la desviación juvenil no era un fenómeno patológico, sino 
el resultado previsible de un determinado contexto social. 
Estas interpretaciones, aunque todavía distantes en cuanto a la integración de los 
factores generadores de las pandillas juveniles, comienzan a resaltar elementos que más 
tarde complementarán parte de las explicaciones en el fenómeno de las pandillas 
centroamericanas. 
 
1 Feixa, Carles (1998) El reloj de arena. Culturas juveniles en México, México, SEP/Causa Joven, 
Colección JÓVENes No.4 
 3
Más relevante para este análisis es el avance que marca el estudio de Frederick 
Thrasher, quien realiza el primer intento de sistematización del conocimiento de las 
bandas tras siete años de observación empírica en los suburbios de Chicago, donde 
aborda una gran variedad de agrupaciones juveniles, incluyendo grupos de juego, 
mafias, bandas adultas criminales, grupos familiares, sindicatos, fraternidades colegiales 
y boy scouts. 
Bajo el título The gang, A study of 1313 gangs in Chicago (1926), este autor 
demostraba que las bandas no surgían indiscriminadamente sino que estaban vinculadas 
a un determinado hábitat: las llamadas áreas intersticiales, aquellas zonas de filtro entre 
dos secciones de la ciudad. Se le reconoce como autor de la primera definición de banda 
juvenil2, que supera las connotaciones desviacionistas y patológicas predominantes en la 
criminología de la época, y en su lugar subrayar los elementos de solidaridad interna, 
vinculación a un territorio y constitución de una tradición cultural distintiva, como ejes 
de las agrupaciones en bandas. 
En general, los autores de la escuela de Chicago hacen su aportación al 
conocimiento al concentrarse en las variables de los estilos de vida urbanos —en medio 
de crecimiento económico acelerado, flujos masivos de migrantes, polarización de los 
sectores sociales— y los significados que tienen para los actores, por lo que marcaran su 
influencia en paradigmas posteriores como la criminología, la teoría del etiquetaje social 
o el interaccionismo simbólico. 
Similares procesos se registran también en Centroamérica, a partir de la segunda 
mitad del siglo XX, donde se da el surgimiento variados sectores actuantes al margen de 
la sociedad normativamente establecida, dentro de los cuales se ubica a los jóvenes de 
los barrios marginales populares que posteriormente se harán visibles tras su 
concentración en pandillas. 
 
 
 
 
 
2 La banda es un grupo intersticial que en origen se ha formado espontáneamente y después se ha 
integrado a través del conflicto. Está caracterizado por los siguientes tipos de comportamiento: encuentro 
cara a cara, batallas, movimiento a través del espacio como si fuese una unidad, conflictos planificación. 
El resultado de este comportamiento colectivo es el desarrollo de una tradición, una estructura interna 
irreflexiva, espirit de corps, solidaridad moral, conciencia de grupo y vínculoa un territorio moral 
(Ibidem). 
 
 4
b) Estructuralismo francés 
En 1964, el etnólogo Jean Monod, discípulo de de Claude Lévi Strauss, se adentra en el 
estudio de esos “nuevos salvajes” que para la sociedad dominante parecían ser las 
bandas juveniles proliferantes en la periferia parisina. Entre sus aportes más importantes 
se coloca su observación de que las representaciones sociales de las bandas difundidas 
por los medios de comunicación guardaban semejanza con las imágenes tradicionales 
sobre “el primitivo”, incluso en sus connotaciones ambivalentes. Es decir, el primitivo 
podría ser buen salvaje o bárbaro peligroso. Esta apreciación sigue vigente, es común 
que los medios trasmitan imágenes aparece como “la edad más bella, espléndida y 
saludable de la vida”, alternadas con mensajes (generalmente noticiosos) donde se 
presenta como símbolo de la agresividad y degeneración social, tal como lo observó 
Monod. 
Por lo tanto, para analizar lo que había detrás del mito contemporáneo de la 
juventud, el autor se propuso explorar la lógica interna de las bandas, suponiendo que 
era esta lógica y no su traducción a “nuestro” lenguaje, o su reducción a nuestros mitos, 
lo que fundaba su significado (Ibid,48). Es por esto que su obra Les Barjots, Essai 
d’ethnologie des bandes de jeunes (1968) sirve de referencia para entender, desde 
dentro, los mecanismos con los que ciertos grupos de jóvenes se organizan ofreciendo 
un repertorio simbólico que expresa sus necesidades y carencias más profundas. En el 
argot de los bloussons noirs, barjot no designa ya al ingenuo, la víctima, sino al joven 
“golfo” que simula locura y comportamiento extravagante para defenderse de la 
sociedad que lo margina. Esta perspectiva aporta en el sentido de las formas de 
sociabilidad y comunicación generacional que aparecen en determinados contextos, 
explorados a través de la investigación etnológica. 
Asimismo, abreva sobre las estructuras subyacentes como el parentesco, el 
lenguaje y el ritual, de ahí, explica cómo la banda cumple muchas de las funciones 
desempeñadas por la familia en otras sociedades. Estas funciones se encuentran también 
en las pandillas actuales. Mientras que en París de 1968 “tchowa” significaba entre los 
barjots “hermano mío”, en Centroamérica y Estados Unidos actualmente los jóvenes 
utilizan “homie” para designar a su hermano o brother, dentro de la mara, que es a su 
vez la propia familia. 
Asimismo, Monod analiza la metamorfosis del argot como un proceso de 
construcción de significados compartidos por el grupo. Estudia también la estructura 
social de la banda, en donde se evidencia las jerarquías internas, los antagonismos y 
 5
alianzas que mantienen con otras bandas. Y tal como interpretó este autor para el caso 
de los barjots, los conflictos y tensiones que desde afuera son vistos como violencia 
gratuita y patológica, desde el interior se contemplan como situaciones densamente 
rituales. Esto es válido también hoy en la dinámica de las maras. 
 
c) Birmingham y los Cultural Studies 
 
Por su parte, en la tradición heterodoxa del marxismo británico (de R. Williams a E. P. 
Thompson), los autores de la Esuela de Birmingham toman elementos del 
interaccionismo simbólico, el estructuralismo, la semiótica y la literatura contracultural 
para articular un marco teórico que dé cuenta de las raíces históricas, sociales y 
culturales que expliquen el surgimiento de expresiones juveniles novedosas en Gran 
Bretaña posterior a 1950. 
Un aporte efectivo para el tema de las maras, es el de Stan Cohen, quien en 1972 
inaugura un campo de investigación fundamental, como es el estudio de los procesos de 
“etiquetaje social”, en su libro Folk Devils and Moral Panics, donde trata del proceso de 
invención de los rockers y los mods por parte de los medios de comunicación británicos. 
Analiza los procesos de reacción en cadena que se suscitaron cuanto estas bandas fueron 
utilizadas como “demonios populares” en momento en que cundía el “pánico moral” y 
se reclamaban campañas de “ley y orden” (Ibid:53) Dicha reacción en cadena, junto con 
sus consecuencias, resulta familiar en el caso de la estigmatización mediática de la cual 
han sido objeto (lucrativo) las maras en la actualidad, dentro y fuera de la región 
centroamericana. 
Para Cohen, las sociedades aparecen sujetas clíclicamente a periodos de pánico 
moral, donde una situación, un episodio o un grupo de personas emergen y son 
definidas como una amenaza a los valores y a los intereses dominantes. Los medios de 
comunicación presentan su naturaleza de una forma estilizada y estereotipada; las 
autoridades pronuncian un diagnóstico y enuncian soluciones; a menudo se recurre a 
medidas represivas, aunque la situación puede contenerse, desaparecer o integrarse 
2. Estudios contemporáneos sobre pandillas en América Latina 
En América Latina, el estudio de las pandillas como fenómeno social se había dado 
principalmente en países como México, enfatizando los estilos juveniles urbanos, y en 
 6
Colombia, principalmente desde una perspectiva asociada a la violencia social, la 
criminalidad y el narcotráfico. 
En México, desde finales de los ochenta, se encuentran estudios importantes 
realizados desde el área de la sociología como el de Francisco Gomezjara (1987), desde 
la comunicación con Rossana Reguillo (1995); así como desde la antropología y la 
noción de estilos juveniles identitarios, por ejemplo, José Manuel Valenzuela (1988), 
Carles Feixa (1998), Maritza Urteaga (1998), Rogelio Marcial (1996) y Alfredo Nateras 
(2002). Mientras que en Colombia, Ardila Perlata, et. al, (1995), Alonso Salazar 
(1990) y Carlos Mario Perea (1996 y 2001) sientan precedentes sobre contextos 
comparativos en donde se generan y agrupan jóvenes en relación constante con drogas y 
violencia. 
Fue hasta mediados de los noventa —cuando las pandillas, rebautizadas como 
“maras”, comienzan a desbordarse en el plano público— que en Centroamérica se 
comienza a plantear el fenómeno como un tema específico de investigación. Como 
primer estudio, está la investigación realizada en 1988 por la Asociación para el Avance 
de las Ciencias Sociales (AVANCSO) en Guatemala, titulada Por sí mismos. Un 
estudio preliminar de las maras en la ciudad de Guatemala. Sus autoras comienzan a 
proponer interpretaciones alternativas del fenómeno con base en la descripción del 
contexto urbano, el análisis del Estado como responsable del desarrollo juvenil y el 
papel de las iglesias evangélicas. 
Cabe mencionar también la experiencia investigativa del antropólogo inglés 
Dennis Rodgers, quien en 1997 se unió a una pandilla por diez meses en un barrio de 
Managua, a través de la cual logró conocer desde dentro algunas variables de la lógica y 
razones de vida de estas agrupaciones en Nicaragua. 
Igualmente, a partir de una creciente violencia apolítica extendida en la sociedad 
salvadoreña por esos mismos años, el Instituto Universitario de Opinión Pública de la 
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas comenzó una serie de estudios a 
partir de 1996, con una gran investigación con pandilleros de la capital (IUDOP 1997, 
Cruz/Portillo Peña 1998). El método utilizado destacó porque los pandilleros fueron 
incluidos en el proceso de investigación como sujetos activos. Es decir, los jóvenes 
sujetos de estudio no solamente llenaron encuestas, sino que participaron en la 
planificación de la investigación, la redacción de las preguntas, e incluso en la discusión 
y análisis de resultados. 
 7
Cuatro años más tarde, el IUDOP realizó una investigación comparativa con 938 
pandilleros y pandilleras de la gran región de San Salvador, así como de los municipios 
de Quezaltepeque, Cojutepeque y Nejapa (Santacruz Giralt/Concha-Eastman 2001) 
Entre otras variables, se buscaba profundizar sobre el perfil de los protagonistas –tanto 
en el papel de víctimas como de victimarios— paraconstatar o refutar la señalización de 
los jóvenes como principales actores de la violencia delincuencial. Desde ahí, 
confirmaron que efectivamente los jóvenes —sobre todo aquellos involucrados con 
pandillas— son un grupo en riesgo, tanto de ejercer la violencia con desenlaces fatales 
como de convertirse en víctimas de la misma, la más de las veces a manos de sus 
mismos coetáneos (Cruz y Beltrán, 2000). 
El libro Solidaridad y Violencia en las pandillas de gran San Salvador. Más 
allá de la vida loca, publicado por la UCA en 1998 constituyó el inició de una serie de 
estudios enfocados especialmente a la problemática de las maras. Con una metodología 
fundamentalmente centrada en encuestas de opinión, Cruz y otros investigadores 
constaron que las pandillas constituyen uno de los factores más vinculados a la 
violencia, tanto en su expresión más radical como más sostenida. 
Estas fueron las primeras aproximaciones a la realidad pandillera, de corte 
cuantitativo y resultados estadísticos. A raíz de esta publicación, se comenzó a tener 
mayor información acerca de las características principales de ese grupo, de sus gustos, 
sus necesidades, sus conflictos y problemas. Se dio a conocer la forma en que los 
pandilleros interpretan la realidad que los circunda, la violencia que los atraviesa y los 
problemas que los aquejan. 
No obstante, para los autores las respuestas obtenidas por los pandilleros 
generaron más dudas e inconsistencias, por lo cual vieron la necesidad de retomar la 
investigación tomando más en cuenta los contextos, sobre todo para saber en qué 
medida las condiciones socioeconómicas posibilitan el ejercicio de la violencia. 
Este precedente, junto con la investigación cualitativa realizada por Smutt y 
Miranda (1998) con pandilleros en el municipio de Ilopango, en el departamento de San 
Salvador, sirvieron como puntos de partida para la zaga de publicaciones denominada 
Maras y pandillas en Centroamérica, que a la fecha lleva cuatro volúmenes. 
En el primer volumen (2001) se da seguimiento a las nociones respecto a la vida 
de pandilla de las investigaciones anteriores, tratando de profundizar en la interpretación 
sobre el significado y las formas en que los pandilleros se relacionan con el mundo. 
 8
Inicialmente, el estudio pretendía explorar los factores que se relacionan con el 
ingreso de los jóvenes a la pandilla y el sentido o la función que para la pandilla tiene la 
violencia como forma de relación. Pero, a lo largo de la investigación, se evidenciaron 
no sólo ciertas disonancias en el discurso de la pandilla, sino también algunas 
similitudes entre sus argumentaciones y algunas actitudes bastante generalizadas en la 
sociedad. 
Las herramientas utilizadas fueron grupos de discusión en cinco áreas temáticas 
de análisis, a saber: motivaciones de ingreso a la pandilla, razones que posibilitaron la 
disminución de actividades relacionadas con la violencia y el consumo de drogas, la 
relación de ésta con la comunidad, relación con la familia, y una breve descripción de 
algunos aspectos que caracterizan a la pandilla como grupo de referencia para los 
jóvenes. 
El segundo volumen de Maras y pandillas en Centroamérica (2004) hace énfasis 
en la relación de las pandillas con el capital social existente en cada uno de sus 
contextos, del cual se deriva una motivación o freno del desarrollo de una actitud 
perversa de las organizaciones juveniles. Este libro se busca establecer la relación entre 
el capital social —entendido como las relaciones entre las personas que les permiten 
cooperar con el propósito de alcanzar objetivos comunes— y la presencia de las 
pandillas en comunidades de cuatro países de Centroamérica (Cruz, 2004). 
El supuesto fundamental era que las pandillas juveniles aparecen, subsisten y se 
desarrollan en aquellos lugares en donde, entre otras cosas, las redes sociales, la 
confianza entre las personas y las instituciones, los espacios de participación y 
organización comunitaria y las normas que rigen el comportamiento de las personas 
dentro de su entorno son tan débiles —o están tan orientadas hacia la vida criminal 
(“capital social perverso”)— que son incapaces de enfrentar las problemáticas creadas 
por las condiciones de precariedad socioeconómica. Hecho que da lugar a que los 
jóvenes se decanten por buscar en las pandillas lo que la sociedad, a través de la 
comunidad inmediata y la familia, ha sido incapaz de proveerles (Cruz, 2004). 
Por su parte, el tercer volumen está dedicado al análisis de las propuestas y 
alternativas, especialmente las políticas públicas orientadas a buscar salidas a la 
violencia juvenil expresada en las maras y pandillas. Recientemente, a salido a la luz el 
cuarto volumen de Maras y Pandillas (2006), el cual aborda especialmente las 
estrategias plantadas por la sociedad civil organizada para combatir, mediante distintas 
metodologías, la extensión de las pandillas en la región. 
 9
En conjunto, este análisis sistemático llevado a cabo por las tres universidades 
de la Compañía de Jesús en Centroamérica y el ERIC de Honduras, comparativo a nivel 
regional, con enfoques metodológicos variados y trasversales, sienta los pilares de las 
preguntas de investigación consecutivas respecto al tema de las pandillas. 
Al momento, las respuestas al “por qué” del surgimiento de estos grupos, en qué 
contextos, cuáles han sido sus consecuencias y las acciones oficiales y colectivas 
tomadas frente a tal expresión juvenil han sido intensamente trabajados. Por lo tanto, la 
contribución que se pretende brindar a través de esta tesis se centra en la potencialidad 
social y colectiva que las presencia de las pandillas como oportunidades de expresión 
identitaria contemporánea regional puedan tener para el contexto centroamericano 
durante la presente década. 
Históricamente, desde la década de los sesenta, las agrupaciones de adolescentes y 
jóvenes se asocian con la imagen de las grandes urbanizaciones, pues 
surgen de manera proporcional al crecimiento de los grandes barrios y colonias 
marginales, y se pueden entender como una consecuencia de desarrollo capitalista 
que destruye las formas de vida tradicionales y las bases de subsistencia agraria, sin 
aportar las bases para una existencia estable. En medio de este ambiente, el 
fenómeno de las pandillas juveniles se puede vislumbrar como una respuesta 
colectiva de los jóvenes a su situación vital insoportable y como un desafío a una 
sociedad que les niega su participación (Liebel, 2004; 89). 
 
Fue a mediados de la década de los ochenta cuando se registra un cambio en el carácter 
de los grupos juveniles, pues junto a los “grupos de esquina” y los de “niños de la calle” 
surgen y se extienden las pandillas con nuevas formas de organización y diferentes 
estilos de acción. Adquieren un significado particular y un prestigio considerable entre 
los jóvenes del barrio. La defensa de los territorios delimitados por los jóvenes se 
convierte en uno de los elementos centrales para entender sus actos. Al contrario de los 
grupos de la calle que más bien evitaban llamar la atención, las pandillas hacen acto de 
presencia en la calle, en el vecindario y en las escuelas públicas de manera provocativa 
(AVANCSO, 1988; 2). En Guatemala, y más tarde en El Salvador y en Honduras, 
toman el nombre de mara3, en Costa Rica se designan a sí mismos como chapulines. 
 
3 De acuerdo con la investigación pionera de Levenston en Guatemala, el nombre de mara para referirse a 
estos grupos fue utilizado primero por la policía durante una huelga contra el alza de las tarifas de autobús 
en la que participaron de manera activa las pandillas; éstas se lo apropiaron para autodenominarse. 
 10
Al contrario de la suposición de que las maras están integradas por jóvenes que 
viven en la calle o que fueron niños de la calle, en general, las investigacionesde la 
Compañía de Jesús resaltan que los jóvenes tienen su centro vital en los barrios y que, 
en su mayoría, disponen de un hogar, por precario y conflictivo que sea. También se 
destaca que la mayoría de los pandilleros no se mantienen con hurtos y atracos, sino que 
después de abandonar la escuela ejercen un trabajo o lo tratan de encontrar y que 
cuentan con una formación escolar que supera la media. En entrevistas (AVANCSO, 
1988; IUDOP, 1997; Cruz y Portillo Peña, 1998), los pandilleros manifestaban su 
consideración sobre las instituciones escolares como aburridas e inútiles. La escuela no 
les ofrecía ninguna oferta adecuada, no los motivaba a aprender y los excluía por 
motivos sociales. Además, en dichas entrevistas se encontró que los jóvenes que tenían 
algún tipo de empleo, en su mayoría éstos no estaban en relación con el nivel de 
estudios alcanzado y eran mal pagados. El sueldo era tan pequeño e irregular que, por lo 
menos de vez en cuando, no les quedaba más remedio que cometer actividades ilegales, 
por ejemplo, vender drogas o robar, para conseguir lo necesario para vivir. 
De acuerdo con Liebel, algunos mareros están solos porque sus padres o 
hermanos mayores han emigrado definitiva o temporalmente a Estados Unidos. En uno 
de los estudios, se puso de manifiesto que nueve de cada diez jóvenes salvadoreños 
entrevistados tenían familia en Estados Unidos. 
 
3. Enfoque de seguridad hemisférica 
 
En el contexto contemporáneo, como parte de los enfoques criminológicos de análisis 
de las maras, se encuentra la tendencia creciente de ubicar a estos grupos como una más 
de las amenazas a la seguridad y la estabilidad democrática en el contexto internacional 
contemporáneo. 
Los enfoques de las pandillas como una vertiente de nuevas modalidades de crimen 
trasnacional están siendo abordados tanto por organizaciones nacionales como 
internacionales. Entre ellas, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), 
y el Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el combate a la 
Delincuencia (CENAPI) en México, así como la Nacional Alliance of Gang 
Investigators Associations (NAGIA), la Drug Eforcement Administration (DEA), la 
INTERPOL y el Departamento de Estado en los Estados Unidos. 
 11
Estas perspectivas que combinan análisis en temas de drogas, migración, terrorismo 
y seguridad nacional, ha abonado a la estrategia con que los gobiernos locales de los 
países del istmo encuadran primordialmente hasta ahora sus políticas y acciones 
(persecutorias) en relación a las pandillas juveniles. 
Como parte de ello, en junio de 2005, en el marco de la XXVI Cumbre de Jefes de 
Estado y de Gobierno del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), se acordó la 
creación de una Fuerza de Reacción Rápida, un mecanismo de concertación de 
esfuerzos militares, policiales y judiciales para combatir algunas de las principales 
amenazas identificadas por los gobiernos centroamericanos, como el narcotráfico, el 
terrorismo, el crimen organizado y las maras. 
La Fuerza de Reacción Rápida todavía se halla en su fase embrionaria y, por tanto, 
se desconocen de manera precisa sus objetivos, composición o dotación presupuestaria. 
Hasta el momento ha trascendido que algunos de los países limítrofes de la región 
(como México y Colombia) respaldan la iniciativa y que los gobiernos 
centroamericanos han solicitado formalmente el apoyo de la Administración 
estadounidense, que desde algún tiempo ya lleva a cabo tareas de formación de las 
fuerzas armadas centroamericanas, así como de la policía y operarios de la justicia. 
En este sentido, recientemente el procurador general de Justicia de los Estados 
Unidos, Alberto González, anunció un plan conjunto entre su país y El Salvador para 
detener la violencia trasnacional generada por las pandillas en toda América Central y 
México (febrero de 2007). Dicho plan está diseñado para ayudar a identificar y procesar 
a miembros de las pandillas más peligrosas, con programas que mejoren la aplicación de 
la ley, captura de fugitivos, coordinación internacional, aportación de información y 
capacitación policiaca. 
Este plan ordena a dos agencias de Estados Unidos —el Departamento de Estado y 
la Oficina Federal de Investigaciones (FBI)— a ayudar a El Salvador a establecer una 
nueva unidad trasnacional contra pandillas para procesar y perseguir a miembros de 
estos grupos. Además, para mejor identificación, rastreo y arresto, acelerará la 
aplicación de la Iniciativa de Registro de las Huellas Dactilares en América Central. 
Lo anterior en consecuencia con los análisis resultantes de las reuniones de altos 
mandos de los gobiernos centroamericanos y Estados Unidos, en donde se ha concluido 
abordar de manera regional el tema de la criminalidad y violencia pandillera con el fin 
de fortalecer el imperio de la ley en un marco regional. Por ejemplo, durante la Segunda 
Conferencia Anual sobre Pandillas, realizada en El Salvador en abril del 2006, el 
 12
entonces embajador de Estados Unidos en ese país, Doug Barclay, afirmó que si se 
dejan sin freno las pandillas éstas tienen la capacidad de convertirse en una de las 
amenazas a la seguridad más graves del Hemisferio Occidental. 
Ante tales circunstancias, varias organizaciones de la sociedad civil, así como 
facciones significativas de algunos parlamentos centroamericanos y del Congreso 
estadounidense, han expresado sus reservas y sus temores ante los comunicados 
oficiales y las declaraciones públicas que se están produciendo durante el proceso de 
discusión de la Fuerza de Reacción Rápida. 
Algunas de las preocupaciones tienen que ver con el papel de Estados Unidos en la 
seguridad de la región o la preservación de la soberanía en el caso de que finalmente se 
lleven a cabo operaciones conjuntas o se requiera el paso o despliegue de tropas 
extranjeras en territorio nacional. Por otra parte —como lo explica Jordi Urgell4— el 
mismo nombre de la mencionada Fuerza evidencia su carácter eminentemente reactivo 
y sugiere que sus objetivos y actuaciones se orientarán más a la erradicación de los 
síntomas y las consecuencias de las amenazas que no a su prevención, obviando el 
énfasis que el Tratado Marco de Seguridad Democrática (TMSD) hacía sobre los 
aspectos sociales y económicos. 
Sin embargo, el principal temor que subyace tras la creación de la Fuerza de 
Reacción Rápida es la participación de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad 
pública y de combate, por ejemplo, de la criminalidad. En este sentido, cabe destacar 
que varios gobiernos centroamericanos ya han ordenado el patrullaje de determinados 
cuerpos de las Fuerzas Armadas en algunas de las principales ciudades para auxiliar a la 
policía en el mantenimiento del orden público y para detener el incremento constante de 
los índices de delincuencia. Según algunas organizaciones civiles, este hecho no sólo 
socava significativamente los acuerdos de paz en la región (que, entre otras cuestiones, 
abogaban por la desmilitarización de las instituciones de seguridad pública y el 
fortalecimiento de las instituciones civiles), sino que provoca serias especulaciones 
sobre una reformulación (politización dicen algunas voces) de las fuerzas de seguridad 
en Centroamérica y obstaculiza el proceso de empoderamiento de las respectivas 
policías nacionales civiles que se había iniciado en la década de los noventa (Urgell, 
2007). 
 
4 Urgell García, Jordi (2007) La seguridad (humana) en Centroamérica: ¿Retorno al pasado?, en Revista 
CIDOB d’Afers Internacionals, núm. 76, p. 143-158 
 13
Cabe recordar que el TMSD fue suscrito por seis gobiernos centroamericanos en 
1995 con el objetivo de consolidar a Centroamérica como una región de paz, libertad, 
democracia y desarrollo, a través del diseño de un nuevo modelo de seguridad acorde 
con los principios y el proceso de Esquipulas5,mismo que permitiera superar la 
Doctrina de Seguridad Nacional predominante durante el periodo de guerra fría, 
contraponiendo a éste los postulados de la seguridad humana que por aquel entonces 
iniciaba su conceptualización por parte del PNUD. 
 Antes de ello, la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional en 
Centroamérica partía de tres premisas fundamentales. La primera, que las 
manifestaciones de disconformidad con el statu quo político y económico (no 
necesariamente expresadas a través de la lucha armada) suponían una amenaza directa 
para la continuidad y la estabilidad del Estado, de tal modo que automáticamente 
constituían un problema de seguridad nacional. La segunda es la lectura “Este-Oeste” de 
los conflictos centroamericanos y su cooptación (y alimentación) por parte de la 
confrontación bipolar geoestratégica de la Guerra Fría, que a su vez institucionalizó la 
“contención del comunismo” y la “lucha contra el enemigo interno”. 
La tercera premisa, de tipo más estratégico, era el convencimiento de que la 
mejor opción para atajar dichas amenazas era la acción militar, lo que de algún modo 
implicaba actuar únicamente sobre las consecuencias y no sobre las causas de los 
problemas. El modelo de seguridad regional resultante, que tuvo una de sus principales 
expresiones en el Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA), fue uno 
altamente dependiente de factores y actores externos, exclusivamente estatocéntrico, 
sumamente militarista4 y más enfocado a labores de contrainsurgencia que de defensa o 
seguridad pública. 
Actualmente, el TMSD se halla en riesgo de verse socavado por la creación de 
una Fuerza de Reacción Rápida, propuesta realizada en 2005 en el marco de la XXVI 
Cumbre del Sistema de Integración Centroamericana. Lo que se halla en juego, sin 
embargo, no es la validez o no de un determinado acuerdo regional y su eventual 
reemplazo por otro, sino la definición del modelo de seguridad que Centroamérica 
quiere para sí en los próximos lustros. Algunas voces han alertado de que lo realmente 
preocupante es que, tras la propuesta de creación de una Fuerza de Reacción Rápida, 
 
5 El proceso de Esquipulas no sólo facilitó los acuerdos de paz en El Salvador (1992) y Guatemala y la 
alternancia en Nicaragua (1990), sino que cristalizó desde principios de los años noventa en un entramado 
institucional que tenía como principal objetivo la integración centroamericana y la consolidación de la 
pacificación y la democratización iniciadas bajo el marco de Contadora. 
 14
parece estar fraguándose en Centroamérica una nueva concepción de la seguridad muy 
alejada de los postulados de Esquipulas y mucho más cercana a las formulaciones 
estrechas, estatocéntricas y militaristas del pasado. 
El TMDS representó por mucho tiempo una de las principales y primeras 
concreciones formales del concepto de la Seguridad Humana. Ello es aún más 
significativo si se toma en consideración que dicha concreción era de carácter regional 
y, por tanto, iba más allá de las políticas públicas de un Estado concreto. Así, el Título 
II del Tratado está dedicado a la seguridad de las personas y el artículo 10 hace 
referencia explícitamente a la seguridad humana en los siguientes términos: 
“a) La seguridad democrática es integral e indivisible. La solución de los 
problemas de seguridad humana en la región responderá, por tanto, a una visión 
comprensiva e interrelacionada de todos los aspectos del desarrollo sostenible de 
Centroamérica, en sus manifestaciones políticas, económicas, sociales, culturales y 
ecológicas. 
b) La seguridad democrática es inseparable de la dimensión humana. El respeto 
a la dignidad esencial del ser humano, el mejoramiento de su calidad de vida y el 
desarrollo pleno de sus potencialidades constituyen requisitos para la seguridad en 
todos sus órdenes”. 
Por tanto, el modelo de Seguridad Democrática ha tenido una influencia determinante 
en otros proyectos de integración regional y, especialmente, en la construcción de un 
sistema de seguridad hemisférica, como así fue reconocido de manera explícita y 
específica en la Conferencia Especial sobre Seguridad de México celebrada en 2003 
A pesar de todo, el TMSD no ha cumplido con las expectativas depositadas en él 
y ha descrito una evolución parecida a la de los Acuerdos de Paz de El Salvador y 
Guatemala: la ambición en la redacción del documento y el optimismo en el momento 
de su firma dieron paso a un creciente escepticismo respecto de sus posibilidades de 
materialización, lo que dificultó enormemente su implementación y comportó su 
abandono progresivo en cuanto agenda de cambio y transformación en Centroamérica. 
Las razones del fracaso relativo del TMSD, como lo explica Jordi Urgell (2007), 
están tanto dentro como fuera del mismo. Algunas tienen que ver con su diseño, pero las 
más relevantes están estrechamente vinculadas con algunos de los cambios regionales y 
globales que operaron desde la década de los noventa. 
En primer lugar, el proceso de integración centroamericana se debilitó 
progresivamente a medida que avanzaba la década de los noventa (problemas 
 15
bilaterales, conflictos limítrofes, falta de confianza en las instituciones, fuertes 
incentivos extraregionales, solapamiento con otros proyectos de integración económica, 
etc.) y se vio casi exclusivamente reducido a su dimensión económico-comercial. De 
algún modo, el Sistema de Integración de Centroamérica no ha sido capaz de liderar la 
creación de un espacio político y social y de superar el esquema economicista del 
Mercado Común Centroamericano que ya se ensayó en los años sesenta. 
En segundo lugar, los atentados del 11 de septiembre de 2001 propiciaron un 
acercamiento de las agendas de seguridad centroamericana y estadounidense. Por un 
lado, en un contexto de creciente polarización internacional respecto de las estrategias 
para abordar amenazas emergentes, la mayor parte de países centroamericanos se 
alinearon decididamente con los nuevos postulados de la seguridad por parte de la 
Administración de George W. Bush. Por otro lado, en su afán por proteger 
especialmente su flanco más poroso (la frontera sur), Estados Unidos volvió a situar a 
Centroamérica en su agenda política. 
De la intersección entre ambos aspectos resultó que el modelo de seguridad en 
Centroamérica se hizo mucho más permeable a las visiones de seguridad provenientes 
de Estados Unidos, sin duda mucho más “tradicionales”, “duras” y “estrechas” que las 
propugnadas en el Tratado Marco. 
 En tercer lugar, tras la finalización formal de los conflictos armados internos, 
América Central asistió durante los años noventa a la emergencia de “nuevas” formas 
de violencia, como la de las pandillas, y a un incremento sin precedentes de la 
inseguridad ciudadana y del número de homicidios. El fenómeno de las “nuevas 
violencias”, que debe ser entendido en el marco de la enorme reflexión teórica sobre la 
transformación de la violencia tras el fin de la Guerra Fría, normalmente alude a un tipo 
de violencia que no persigue tanto objetivos políticos como expresa serias disfunciones 
estructurales de la sociedad en cuestión. 
Las causas de la actual violencia en Centroamérica —de acuerdo con Urgell— 
están estrechamente vinculadas a los modelos de desarrollo excluyentes, al gran impacto 
de los longevos conflictos armados en las sociedades centroamericanas, a la gran 
proliferación de armas entre la población civil, o incluso a la violencia que emana del 
Estado, sea de sus cuerpos de seguridad o de la de aparatos clandestinos vinculados al 
mismo. Sin embargo, según la mayor parte de los gobiernos centroamericanos, la 
responsabilidad casi exclusiva de toda esta violencia es de las llamadas “maras”. 
 16
Por tanto, en un contexto de creciente erosión, simplificación y “economización” 
del proceso de integración centroamericano,de mayor permeabilidad a las nuevas 
directrices en materia de seguridad provenientes de Estados Unidos y de 
transformación, diversificación e incremento de la violencia, el modelo de seguridad 
humana en la región encarnado por el TMSD empezó a verse cuestionado por voces que 
exigían nuevos instrumentos que permitieran a la vez una respuesta más contundente a 
las amenazas mencionadas y una mayor coordinación y complementariedad con la 
agenda de seguridad propugnada por Estados Unidos. 
 
4. La IDENTIDAD COLECTIVA como perspectiva de análisis procesual-
interactiva. 
En contraste a los enfoques anteriormente mencionados, la propuesta de análisis de este 
trabajo es atender la interacción de elementos que se conjugan para la conformación del 
fenómeno pandilleril en Centroamérica y las variantes que hacen que éste se mantenga o 
modifique en el trascurso del tiempo, afectando a su vez de manera recíproca el 
contexto en que se circunscribe. 
Desde la perspectiva multidisciplinar de identidad colectiva es posible 
interpretar a las maras como una acción social en movimiento permanente y constante 
construcción que, más allá de definiciones formales, comprende la negociación activa e 
interactiva entre individuos y grupos. 
Entendida como la conexión cognoscitiva, moral y emocional de un individuo 
con una comunidad amplia, la identidad colectiva resulta explicativa ya que, como 
mencionan Polleta y Jasper (2001), es una percepción de un estado compartido o 
relación en la que puede imaginarse más que experimentarse directamente. 
Sencillamente, en el aspecto de una conexión emocional parece que la identidad 
colectiva de las maras encuentra uno de sus pilares más sólidos. 
Se propone, así, este camino para explicar cómo los intereses de grupo emergen 
más que tomarlos como algo dado, por lo cual es imprescindible tener en cuenta el 
contexto macrohistórico en el que surgen y se moldean expresiones asociativas 
determinadas por parte de los jóvenes. 
Por otro lado, la identidad colectiva tiene la ventaja de permitir observar la 
emergencia, analizar la trayectoria y vislumbrar resultados de determinado tipo de 
acción. De ahí que al centrarse en un objeto como la mara, de la que una de sus 
particularidades es la forma violenta de actuar, habría que revisar cómo y desde dónde 
 17
se ha venido gestando una cultura de la violencia que en determinado momento esté 
dando pie a la existencia de una forma de actuar colectivamente por dicha vía. 
Polletta y Jasper afirman también que más allá de buscar las motivaciones de la 
acción en los incentivos materiales, por medio de la identidad colectiva es posible captar 
mejor los “placeres y obligaciones” que realmente persuaden a la gente a movilizarse. 
Buena parte de los individuos que se integran a una pandilla no lo hacen por satisfacer 
una necesidad material económica, sino que gran parte de ellos está ahí por el mero 
placer, el disfrute del momento compartido con sus pares y el aspecto lúdico que 
implica actuar en conjunto. 
En cuanto a las oportunidades estratégicas, estos autores afirman que la 
identidad colectiva responde a las inadecuaciones de la racionalidad instrumental, 
puesto que si la gente elige participar es más bien porque establece cierto tipo de 
acuerdos con otros, y sus formas de protestar son también influidas por una identidad 
colectiva. 
Por tanto, la identidad colectiva representa un camino para llegar a los efectos 
culturales de una acción. Es decir, más que medir los resultados de un movimiento 
desde la esfera de la política formal, el estudio de la identidad se fijaría en la 
trasformación de representaciones culturales y normas sociales, es decir, cómo los 
grupos se ven a sí mismos y son vistos por otros. Así, por ejemplo, el “orgullo” y 
“prestigio” que proporciona a algunos adolescentes y niños pertenecer a una mara se 
convierte en el propio móvil de su adhesión o persistencia en ese tipo de agrupaciones, 
y justifica cualquier acción en nombre de la defensa de esa identidad tanto al interior 
como al exterior del grupo. 
Es precisamente en su acción colectiva donde estos sujetos “existen”, dejan las 
sombras del anonimato para saltar a la luz pública. Éste es un aspecto importante 
cuando se considera el contexto de relego social en el cual tales sujetos se han 
desarrollado. No hay que olvidar que las maras surgen posterior a una larga violencia 
política en la región central de América Latina, donde aun firmada la paz permanecen 
las secuelas de la pobreza, las desigualdades, la disposición de armas en manos civiles 
y, sobre todo, una cultura de la violencia ampliamente arraigada. 
De ahí que las pandillas como una forma de asociación juvenil sin duda genera 
conflictos que desbordan los canales institucionales con cuestionamientos que van más 
allá de cualquier demanda específica al Estado o a alguna institución social, más bien 
abarcan en conjunto un estado de cosas que les impide un desarrollo humano integral. 
 18
Pero, lejos de abanderar cualquier postura política, la demanda de estos grupos 
sólo tiene su expresión de inconformidad por la vía de una negación al orden social 
normativo vigente, tomando acciones que cruzan la línea de la legalidad. 
 
4.1. Proceso de construcción identitaria 
Los individuos actúan colectivamente “estructurando” sus acciones por medio de 
inversiones “organizadas”, es decir, definen en términos cognitivos el campo de 
posibilidades y límites que perciben, mientras que a su vez activan sus relaciones para 
dar sentido a su “estar (o ser) juntos” y a las metas que persiguen. Así, en la formación 
de una pandilla juvenil se puede entender cómo cada individuo (más unos que otros) 
contribuye a la formación de un “nosotros”, ajustando tres tipos de orientación: 
En primer lugar, aquellos que relacionan los fines con las acciones (el sentido de 
la acción que es dado por el actor), en este caso, los pandilleros avezados, aparte de 
manejar un discurso que justifica la defensa y propagación de la mara como máxima, 
también estructuran ciertos códigos de comportamiento y de comunicación a través de 
los cuales se conforma el lenguaje cifrado interno y exclusivo del grupo, así como el 
externo, en sus formas de batalla. 
En segundo lugar, están los elementos relacionados con los medios (las 
posibilidades y los límites de la acción), es aquí donde las maras construyen una idea 
base alrededor de la violencia como forma primordial para entrar, permanecer y 
ascender al interior del grupo, así como para actuar hacia el exterior, ya sea por medio 
de intimidación o agresión física. 
Y, finalmente, la tercera orientación para la construcción del “nosotros” son los 
elementos vinculados a las relaciones con el ambiente (el campo en el cual la acción 
toma lugar). En este punto se ubicarían las circunstancias que han vuelto al contexto 
social un ambiente propicio y reproductor de las relaciones violentas en la mayoría de 
los niveles de la relación humana, sobre todo, en la vida cotidiana. 
A todo este proceso de “construcción” en un sistema de acción Melucci lo llama 
“identidad colectiva”. Es una definición interactiva y compartida por varios individuos 
involucrados con las orientaciones de acción y campos de oportunidades y límites en los 
cuales tiene lugar una acción como la de la mara. 
Como ilustran los estudios pioneros sobre las maras, mencionados 
anteriormente, la convivencia en la pandilla crea una historia común, con un 
intercambio permanente de conocimientos, que posibilita a los jóvenes encontrar 
 19
reconocimiento y confirmar y fortalecer su nexo de amistad. Inicialmente, la pandilla no 
surge para romper leyes, sino como grupos de amigos que quiere hacer algo juntos 
(Liebel, 2004; 97). La fidelidad de los bróderes dentro del grupo, es la más fuerte e 
importante, incluso que la de los hermanos en la familia, pues los miembros de la 
pandilla respondensin condiciones los unos de los otros y se defienden de cualquier 
agresión externa. 
Además, en todas las pandillas juveniles existe una especie de código de honor, 
cuyo cumplimiento es absolutamente obligatorio para todos. De acuerdo con Manfred 
Liebel, éste se entiende como una respuesta a la hipocresía que han experimentado en el 
mundo de los adultos y la corrupción que se vive en toda la sociedad. 
Cada pandilla tiene sus rituales y reglas de funcionamiento, las cuales siempre se 
refieren a la igualdad en el grupo, pero también pueden ser más o menos jerárquicas. 
Casi siempre hay jefes de pandillas que pueden dar instrucciones, pero sólo son 
reconocidos mientras demuestren las cualidades que favorecen al grupo y negocien un 
interés a favor de toda la pandilla. 
Igualmente, el ritual de admisión posibilita reconocer si el miembro es capaz de 
cumplir los requerimientos del grupo. Sobre todo son importantes las habilidades para la 
pelea, como la fuerza corporal, la rapidez de reacción y el estar preparado para no 
rajarse ante los peligros. La Mara Salvatrucha y el Barrio 18, por ejemplo, eligen a 13 y 
18 compañeros, respectivamente, para que durante 13 y 18 segundos, en cada caso, 
golpeen al nuevo elemento y esperan de él que aguante y se sepa defender. Por su parte, 
la Mara Morazán exige a los nuevos miembros que lleven a cabo una pelea con 
cuchillos con el jefe de la pandilla, a fin de medir su astucia y habilidad y, sobre todo, 
para conocer su valor ante los más duros enfrentamientos a librar en el futuro inmediato 
(Ibid, 97). 
Para el caso de las mujeres, el ritual de iniciación tiene dos variaciones. En 
algunos casos, también se les exige que lleven a cabo peleas con otras veteranas de la 
pandilla, pero en otros se estila la práctica del comúnmente conocido como tensito, el 
cual significa estar dispuesta a tener relaciones sexuales con los varones del grupo. 
Según afirmaciones de las propias pandilleras, esta última práctica es cada vez menos 
recurrente porque demerita el valor de las mujeres. Más bien se les da a elegir entre 
ambas opciones y la mayoría opta por la pelea por ser la que les otorga más prestigio y 
respeto dentro del grupo. 
 
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4.2. El “enmarcado” (framing) 
 
Para entender las definiciones compartidas por los miembros de un grupo para 
establecerse y actuar en conjunto resulta explicativa la perspectiva de los marcos de 
significación o framing. El concepto de “marco” de significación para la acción 
colectiva se refiere a un esquema interpretativo que simplifica y condensa la realidad a 
través de la selección, el señalamiento y la codificación de situaciones, eventos, 
experiencias y secuencias de acciones relacionadas con el presente o el pasado. De este 
modo, el surgimiento de un actor colectivo indica la existencia de un grupo que ha 
logrado formar una identidad y solidaridad indispensables para movilizarse en respuesta 
a un conflicto determinado (Chihu, 2006,10). En la base de este conflicto, la acción 
colectiva de las pandillas, por ejemplo, cobra vida dentro de un proceso de definición y 
comunicación al intercambiar concepciones entre pares y luego con sus adversarios. 
Los individuos que se disponen a integran una mara poseen ideas similares en 
cuanto a su situación de rechazo social o de desajuste frente a un sistema normativo 
formal que les incomoda. Además de un desprecio por las figuras de autoridad, podría 
decirse incluso que comparten un afán por ocupar un lugar en la escena social, sin 
importar el costo que haya que pagar. Para ello, la violencia es la estrategia más idónea 
a su alcance y en que han coincidido para hacerse visibles. Mientras tanto, su campo de 
acción ha sido definido por los intersticios de la vida urbana, generalizados en las 
relaciones cotidianas. 
Así también, cada grupo construye su identidad estableciendo las fronteras que 
demarcan territorios sociales, fronteras que crean al poner de relieve las diferencias 
entre el mundo propio y el ajeno. Por tanto, en las maras estos marcos son aquellas 
guías deliberadamente construidas por los organizadores para la acción, y recreadas por 
los participantes comunes. 
Un frame como esquema cognitivo y práctica de organización de la experiencia 
permite a los pandilleros comprender lo que les ocurre y tomar parte de una asociación 
y eventos determinados; también estructura la manera en que adoptarán compromisos al 
elegir una decisión y una acción, en cuyo caso la primera es pertenecer a una mara. 
David Show y Robert Benford (1986) distinguen tres tipos de marcos a través de 
los cuales los miembros de un movimiento social, en ese caso de una acción colectiva, 
motivan la participación: de diagnóstico, de pronóstico y de movilización. 
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Dentro del primero, los marcos contribuyen a construir un discurso en el que se 
considera que una condición —como la exclusión social, escolar, laboral— o evento 
social injusto o problemático —el abandono del padre o madre, los maltratos 
intrafamiliares, la deportación— necesita ser modificado. Es el tipo de marco que 
identifica el problema y la atribución de culpa o causalidad. Aunque ese nivel de 
reconocimiento no siempre es el que motiva de manera consciente el actuar de los 
mareros, pues parece que los más jóvenes y activos sólo identifican a los “culpables” 
inmediatos de un agravio patente y reciente, como el asesinato de un miembro a manos 
de la pandilla contraria, así como a los que marca el mito fundador de las dos maras 
más populares y numerosas (desde los ochentas en la ciudad de Los Ángeles): la 
pandilla de la Calle 18 contra la Mara Salvatrucha, en función de lo cual se crean las 
aversiones perennes para dirigir las estrategias de lucha. 
Luego, en los marcos de pronóstico los miembros de una pandilla sugieren 
soluciones al problema, a la vez que indican las estrategias, las tácticas y los objetivos, 
que casi siempre tendrá que ver con el exterminio o el infundir miedo. Este es uno de 
los marcos que cada vez más utilizan las pandillas juveniles por la necesidad de 
adaptarse a las medidas persecutorias desatadas en su contra por parte de diferentes 
sectores, ya sean las autoridades de gobierno, grupos de paramilitares, vecinos 
organizados u otros grupos de interés afectados. 
Y, finalmente, los marcos de movilización proponen motivos para que los 
actores se comprometan a participar en la acción tendiente a solucionar el problema. Es 
aquí donde entra la venganza y la exaltación de una ofensa, a veces aparentemente 
mínima, por parte de la pandilla contraria para que los integrantes en general se sientan 
a sí mismos agredidos y tengan que resarcir el nombre de su mara. 
Entonces, los marcos de movilización contribuyen a la definición de identidad 
de los protagonistas. Mientras que los de diagnóstico conllevan a la atribución de 
motivos e identidades de los antagonistas o los objetivos y blancos del cambio. 
 
4.3. Redes: conformación y extensión de la identidad colectiva 
 
La identidad colectiva como proceso refiere una red de relaciones activas entre los 
actores, quienes interactúan, comunican e influyen en otras, negociando y tomando 
decisiones (Melucci, 1995). Particularmente, el concepto de “redes sumergidas” 
rescatado por Muller (1994) de la teoría de la identidad colectiva es una posibilidad más 
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para interpretar agravios y evaluar los efectos potenciales de la acción colectiva. En este 
sentido, el análisis se remite a un nivel intermedio desde el cual se genera la cultura de 
los movimientos sociales y es posible también alterar los códigos de la cultura 
dominante. 
Desde este punto de vista, estos procesos conectan el sentido de infortunios 
personales que la gente experimenta en su vida diaria con una interpretación colectiva 
de condiciones como la injusticia y los agravios, que finalmente justifican la toma de 
una acción colectiva. 
Los jóvenes urbanos en

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