Logo Studenta

Cuentos espanoles (Lectura y ejercicios) - 2014

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

И 88 Испанские сказки и рассказы: Пособие по чтению / Состав-
ление, задания, комментарии, словарь Н. В. Ивановой. — СПб.: 
КАРО, 2014. — 144 c.: илл. — (Серия «Lectura y ejercicios»).
ISBN 978-5-9925-0883-3.
Предлагаем вниманию изучающих испанский язык сборник испан-
ских рассказов и сказок. Тексты сопровождаются вопросами на понима-
ние содержания прочитанного. В конце книги приводится словарь.
Пособие может быть использовано как студентами вузов, начи-
нающими изучать испанский язык, так и школьниками и слушателями 
различных языковых курсов.
УДК 373
ББК 81.2 Исп-92
ISBN 978-5-9925-0883-3
© Иванова Н. В. 
составление, задания, 
комментарии, словарь. 2013
© КАРО, 2013
Все права защищены
УДК 373
ББК 81.2 Исп-92
 И 88
Иллюстрации художника
О. В. Вороновой
В дополнение к книге можно приобрести 
тематический аудиоматериал на диске в формате МР3, 
подготовленный издательством
ПРЕДИСЛОВИЕ
Данное учебное пособие предназначено для студентов-
испанистов I курса языковых вузов, а также для тех, кто 
изучает испанский язык самостоятельно.
Книга представляет собой сборник адаптированных 
текстов по домашнему чтению. Адаптация текстов произ-
ведена методом их сокращения и приспособления к тому 
языковому материалу, на который делается основной упор 
на начальном этапе обучения.
Пособие состоит из двух частей и испанско-русского 
словаря. В обеих частях пособия тексты расположены от 
простых к сложным.
В первую часть книги входят тексты, написанные с 
использованием глагольных времен настоящего плана 
(Presente de Indicativo, Pretérito Perfecto de Indicativo, Futuro 
Simple de Indicativo).
Тексты во второй части (кроме «¡Agua!» и «Sólo una 
metáfora») написаны с использованием испанских вре-
мен плана прошлого (Pretérito Indefi nido de Indicativo, 
Imperfecto de Indicativo, Pluscuamperfecto de Indicativo) и 
условного наклонения (Potencial Simple) и позволяют, таким 
образом, закрепить употребление этой части грамматиче-
ского материала. Для закрепления правил согласования 
времен в косвенной речи рекомендуется использовать для 
пересказа косвенную речь.
С методической точки зрения работа над текстами мо-
жет строиться следующим образом. Студентам предлага-
4 • Предисловие
ется дома прочитать тот или иной текст, выучить незна-
комую лексику, ответить на вопросы к тексту и подгото-
вить пересказ. Отметим, что пересказ может быть задан 
на следующее занятие в зависимости от объема текста и 
темпов его проработки с группой. На самых первых заня-
тиях — особенно в группах, изучающих испанский язык 
«с нуля», — тексты по домашнему чтению рекомендуется 
выучивать наизусть. На занятии осуществляется чтение и 
перевод текста, опрос по лексике, обсуждение и пересказ. 
С целью контроля усвоения лексико-грамматического мате-
риала можно проводить лексические диктанты и лексико-
грамматические проверочные работы на усмотрение препо-
давателя.
Автор-составитель
PRIMERA PARTE
CUATRO CUENTOS 
DE ANIMALES
El perro engañado por el refl ejo en el agua
A veces el codicioso pierde1 lo que2 tiene cuando quiere to-
mar lo ajeno3. De esto nos cuenta una fábula antigua.
Un perro lleva un pedazo de carne en la boca. Cuando pasa 
por un río, ve el refl ejo de la carne que lleva, y el refl ejo le pa-
rece más4 grande y más sabroso. Abre la boca para tomar el 
refl ejo y le cae5 el pedazo de carne de la boca y desaparece en el 
río. Y el perro se queda sin uno y sin el otro.
Por eso dice así el refrán popular: “Quien todo lo quiere, 
todo lo pierde”. 
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Por qué el codicioso puede perder lo que tiene? 
2. ¿Qué lleva el perro en la boca y por dónde pasa?
3. ¿Qué ve el perro en el agua?
4. ¿Por qué quiere tomar el refl ejo y qué le pasa por eso?
5. ¿Qué dice el refrán popular de las situaciones así?
1 pierde, cuenta — формы 3 л., ед. ч. от глаголов perder, contar в на-
стоящем времени (Presente de Indicativo)
2 lo que — то, что 
3 lo ajeno — чужое
4 más — более
5 le cae — у нее падает 
8 • Cuatro cuentos de animales 
El cuervo y la raposa
Un cuervo toma un queso y lo lleva encima de un árbol. La 
raposa lo ve y quiere mucho comer el queso. Con palabras en-
gañosas comienza1 a alabar al cuervo y dice:
— Eres tú, cuervo, un pájaro muy hermoso, el más hermoso 
de todos2. El color de tus plumas es magnífi co y tu voz es clara 
y encantadora.
El cuervo cree en la alabanza de la raposa y para mostrar su 
voz comienza a graznar. Y cuando abre la boca, le cae el queso 
que tiene en ella. No acaba el queso de llegar al suelo3 cuando la 
raposa lo toma y lo come inmediatamente. Y el cuervo se queda 
sin queso, engañado por la vana alabanza de la raposa.
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Dónde está el cuervo y qué tiene en la boca?
2. ¿Quién quiere comer el queso?
3. ¿Qué dice la raposa al cuervo? ¿Cómo le alaba?
4. ¿Qué hace el cuervo para mostrar su voz clara y encan-
tadora?
5. ¿Por qué el cuervo se queda sin queso?
¿Quién le pone el cascabel al gato?
Una vez se reúnen los ratones en consejo para pensar cómo 
van a protegerse del gato. El ratón más sabio4 dice:
1 comienza — формa 3 л., ед. ч. от глаголa comenzar в настоящем 
времени (Presente de Indicativo)
2 el más hermoso de todos — самый красивый из всех
3 no acaba el queso de llegar al suelo — не успел сыр упасть на землю
4 el ratón más sabio — самая мудрая мышь
10 • Cuatro cuentos de animales 
— Vamos a poner un cascabel al pescuezo del gato. Así po-
demos protegernos muy bien del gato porque cuando él va a 
acercarse oiremos1 el cascabel.
Este consejo les gusta a todos. Pero un ratón viejo se levanta 
y dice:
— Es verdad, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?
Y responde uno:
— ¡Yo no!
Y responde otro:
— ¡Yo no! 
Y después gritan todos:
— ¡No! ¡Por nada del mundo nos acercamos al gato!
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Para qué los ratones se reúnen en consejo?
2. ¿Qué propone hacer el ratón más sabio?
3. ¿A los ratones les gusta este consejo?
4. ¿Qué pregunta un ratón viejo?
5. ¿Quién va a poner el cascabel al gato?
El ratón en la cuba de vino
Una vez un ratón cae en la cuba de vino. Por ahí pasa un 
gato. Él oye que el ratón hace mucho ruido en el vino y no pue-
de salir. Entonces el gato pregunta:
— ¿Por qué haces tanto ruido, ratoncito?
— Porque no puedo salir, — contesta el ratón.
— ¿Qué vas a darme si te saco? — dice el astuto gato.
— Voy a darte todo lo que quieres2.
1 oiremos — мы услышим
2 todo lo que quieres — все, что хочешь
12 • Cuatro cuentos de animales 
— Entonces, — dice el gato, — ¿prometes venir siempre 
cuando voy a llamarte?
— Te lo prometo y te lo juro, — responde el ratón y el gato 
le ayuda a salir de la cuba de vino. Y el ratón regresa a su casita 
sano y salvo1.
Un día el gato tiene mucha hambre, va a la casita del ratón 
y dice:
— Ratoncito, ¡sal2 de tu agujero!
— ¡No lo haré3! — grita el ratón.
— ¿Por qué? — se sorprende el gato. — ¡Me lo has jurado4!
— Ay, gatito, ¡no hay que creer las palabras de un borracho!
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Dónde cae el ratón?
2. ¿Quién le ayuda a salir?
3. ¿Qué le promete el ratón al gato?
4. ¿Por qué el gato llega un día a la casita del ratón?
5. ¿Sale el ratón cuando el gato le llama?
6. ¿Cómo lo explica el ratón?
1 sano y salvo — целым и невредимым
2 sal — выходи 
3 no lo haré — я этого не сделаю
4 me lo has jurado — ты мне в этом поклялся
TRES CUENTOS ÁRABES
No confi ar en el presente
El estudiante llama a la puerta del profesor en mitad de la 
noche.
— ¡He perdido mi capacidad de concentración! — dice. — ¡No 
consigo desarrollar todos los temas que Usted me ha pedido!
— Esto va a pasar, — contesta el profesor. — No hay que 
preocuparse mucho por lo que sientes ahora, hay que tratar de 
evolucionar.
Semanas más tarde, el estudiante vuelve a la casa del profesor.
— ¡Finalmente lo he conseguido! — grita muy alegre. — 
Siento que mi alma está menos angustiada, estoy más seguro 
de lo quequiero y puedo hacer lo que Usted me ha pedido sin 
ningún problema.
— Esto va a pasar. No hay que preocuparse mucho por lo 
que sientes ahora, hay que tratar de evolucionar. — Es la res-
puesta del profesor.
(Paolo Coelho)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Quién llama a la puerta del profesor en mitad de la no-
che?
2. ¿Qué dice el estudiante?
3. ¿Qué le contesta el profesor?
4. ¿Qué le pasa al estudiante semanas más tarde?
5. ¿Qué le dice otra vez el profesor?
14 • Tres cuentos árabes
Saber escuchar los insultos
En un reino oriental vive una reina que se llama Layla. Su sa-
biduría ilumina la tierra como el sol, su belleza ciega a los hom-
bres y su riqueza es mayor que la de otros reyes del mundo.
Una mañana su principal consejero solicita una audiencia y 
dice a la reina:
— ¡Gran reina Layla! Es Usted muy sabia, muy bella y muy 
rica. Pero he oído decir1 cosas que no me gustan: algunas per-
sonas se burlan de Usted y protestan de sus decisiones. ¿Por 
qué, a pesar de todo lo que Usted ha hecho para sus súbditos, 
ellos aún no están contentos?
La reina sonríe y responde:
— Mi fi el consejero, sabes cuánto he hecho yo para mi rei-
no. Siete regiones están bajo mi control y todas ellas disfrutan 
de paz y prosperidad. En todas las ciudades las decisiones de 
mi corte son justas. Puedo hacer casi todo lo que quiero. Puedo 
hacer cerrar las fronteras, clausurar con cerrojos los portones 
del palacio y sellar el cofre del tesoro por el tiempo indefi nido. 
Pero hay sólo una cosa que no puedo hacer: no puedo hacer 
callar a la gente. Y voy a decirte que no se trata de escuchar lo 
que ciertas personas dicen de falso: lo importante es continuar 
haciendo2 lo que yo considero verdadero.
(Paolo Coelho)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Dónde vive la reina Layla y cómo es?
2. ¿Quién solicita su audiencia?
3. ¿Qué cosas no le gustan al consejero?
4. ¿Qué puede hacer la reina?
5. ¿Cuál es la única cosa que no puede hacer?
6. ¿Qué le parece importante a la reina?
1 he oído decir — я слышал, что говорят
2 lo importante es continuar haciendo... — важно продолжать делать
16 • Tres cuentos árabes
Lo que realmente importa
Un hombre ha venido a ver a un sabio a quien mucha gente 
atribuye milagros. Dice al sabio:
— Usted es una persona muy poderosa porque puede andar 
sobre las aguas de un río, volar hasta la copa del árbol y trasla-
darse desde el este hasta el oeste en menos de un minuto. Ven-
go aquí para quedarme a su servicio por el resto de mi vida.
A estas palabras el sabio contesta:
— No hay nada interesante en todo lo que acabas de men-
cionar. Los patos también andan en las aguas de los ríos, los 
pájaros son capaces de volar y el demonio puede ir desde el este 
hasta el oeste en menos de un minuto. Si es por eso por lo que 
has venido aquí, no necesito tus servicios.
El hombre queda perplejo y no sabe qué contestar. Entonces 
el sabio dice:
— Estas cosas no tienen ningún valor, sirven solamente para 
educar la disciplina de un hombre. Realmente, tú sólo debes 
honrar a aquéllos que, a pesar de tener que vivir en condiciones 
muy dif íciles, luchan día y noche para defender lo que creen, 
son cariñosos con el prójimo. Ellos se casan y no se dejan abatir 
por las difi cultades de la vida en común, trabajan de sol a sol 
para conseguir el sustento para su familia y nunca se desespe-
ran. Si encuentras a una persona así, debes servirla por algún 
tiempo, porque ciertamente necesita tu ayuda.
(Paolo Coelho)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué milagros atribuye la gente al sabio?
2. ¿Para qué ha venido el hombre a ver al sabio?
3. ¿Por qué el sabio cree que no hay nada interesante en sus 
milagros?
4. ¿Para qué sirven estas cosas?
5. ¿Qué personas debemos honrar?
6. ¿Cómo viven ellos y qué hacen?
CINCO CUENTOS ANDALUCES
Fecundidad de la memoria
El señor no está en casa y su criado, un negrito, abre la puer-
ta a un forastero muy pomposo.
— ¿Está en casa tu amo? — pregunta el forastero.
— Ha salido, — contesta el negrito.
— ¡Cuánto lo siento1! — exclama el forastero. — Y yo no 
tengo conmigo tarjetas de visita.
— ¿Qué importa eso? — dice el negrito. — Yo tengo muy 
buena memoria y voy a decir su nombre a mi amo.
— Pues bien: me llamo don Juan José María Díaz de Venegas, 
caballero veinticuatro de la ciudad de Jerez. ¿No vas a olvidar?
— ¡Claro que no! — responde el negrito.
Al fi n y al cabo, cuando el amo vuelve, el negrito dice:
— Señor, aquí han llegado a verle don Juan, don José, doña 
María, diecinueve negas, veinticuatro caballeros y la ciudad de 
Jerez.
(Juan Valera)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Quién abre la puerta a un forastero muy pomposo?
2. ¿Está el amo en casa?
3. ¿Tiene el forastero tarjetas de visita?
4. ¿Qué le dice a eso el negrito?
5. ¿Cómo se llama el forastero?
6. ¿Qué dice el negrito al amo cuando éste vuelve? 
1 ¡Cuánto lo siento! — Kак жаль!
18 • Cinco cuentos andaluces
La col y la caldera
Un muchacho gallego trabaja en Sevilla y tiene amistad con 
un gitano calderero. El gallego suele ponderar la fertilidad de 
Galicia. Dice que sus bosques son muy frondosos y sus pra-
deras, muy verdes, que sus vacas dan leche mantecosa y que 
hay tantas fl ores, frutas y hortalizas que no se puede contarlas. 
Para el gallego todo esto vale más que los sombríos olivares y 
viñedos de Andalucía.
Un día como siempre compara el galleguito la pobreza de 
la tierra andaluza con la lozanía y riqueza de Galicia y dice que 
una vez su padre ha criado en su huerto una col tan grande que1 
la gente y los animales han venido a protegerse en su sombra de 
los ardientes rayos del sol. El gitano admira mucho la magnífi ca 
col gallega y dice a su turno:
— Es verdad que la tierra de Andalucía no es tan fértil como 
la de Galicia, pero la industria andaluza a veces hace maravi-
llas.
Y cuenta que en Málaga en una ferrería han hecho una cal-
dera que es verdaderamente un asombro. Es que en un lado de 
la caldera unos hombres han dado martillazos y los que han 
estado en el lado opuesto no han oído nada.
— Pero, hombre, — dice el gallego sorprendido, — ¿para 
qué va a servir una caldera tan enorme?
— ¿Para qué? — contesta el gitano, — para cocer la col que 
su padre de usted ha criado en su huerto.
(Juan Valera)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Dónde trabaja un muchacho gallego y con quién tiene 
amistad?
1 tan grande que — такую большую, что
20 • Cinco cuentos andaluces
2. ¿Qué suele ponderar el gallego?
3. ¿Cómo describe su patria? ¿Qué piensa de la tierra anda-
luza?
4. ¿Qué col ha criado una vez el padre del gallego en su 
huerto?
5. ¿Qué dice el gitano de la industria andaluza?
6. ¿Qué caldera verdaderamente asombrosa han hecho en 
Málaga?
7. ¿Para qué, según el gitano1, sirve una caldera tan enorme? 
Milagro de la dialéctica
Un estudiante vuelve a su aldea después de estudiar en la 
universidad de la capital. Durante el almuerzo quiere mostrar 
los conocimientos adquiridos a su padre y madre. De un par 
de huevos pasados por agua que hay en el plato el estudiante 
esconde uno y después pregunta a su padre:
— ¿Cuántos huevos hay en el plato?
El padre contesta:
— Uno.
Entonces el estudiante pone en el plato el otro huevo que 
tiene en la mano y dice:
— Y ahora, ¿cuántos hay?
El padre vuelve a contestar:
— Dos.
— Pues, — dice el hijo, — dos que hay ahora y uno que ha-
bía2 antes suman tres. Luego en el plato hay tres huevos.
El padre se maravilla mucho de los conocimientos de su 
hijo, se queda atortolado y no puede desenredarse del sofi sma. 
1 según el gitano — по словам цыгана 
2 había — было (Imperfecto de Indicativo de la forma “hay”)
Los emigrantes • 21
El sentido de la vista le dice que allí no hay más que dos huevos. 
Pero la dialéctica profunda le hace pensar que los hay tres.
Al fi n la madre resuelve el problema prácticamente. Ella 
pone un huevo en el plato de su marido, toma el otro para sí y 
dice a su hijo:
— Y el tercer huevo, cómetelo tú1. 
(Juan Valera)P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿De dónde vuelve el estudiante a su aldea?
2. ¿Cuándo y a quiénes quiere mostrar sus conocimien-
tos?
3. ¿Qué hace el estudiante con dos huevos pasados por 
agua que hay en el plato?
4. ¿Por qué dice que hay tres huevos?
5. ¿Por qué el padre está asombrado? ¿Qué le hace pensar 
que en el plato hay tres huevos?
6. ¿Cómo resuelve este problema la madre? 
Los emigrantes
Un barco de vapor sale de uno de los puertos de España y se 
dirige a Buenos Aires. Según el orden del capitán los numerosos 
emigrantes de diversas provincias se presentan sobre la cubier-
ta. El capitán quiere confi rmar los datos que ha recibido en el 
puerto y también quiere inscribir los nombres y apellidos de los 
que van a la República Argentina. Y claro que pregunta cuáles 
son sus profesiones u ocupaciones. Pregunta sucesivamente a 
todos. Uno dice que es carpintero; otro, que herrador; otros dos, 
que zapateros; seis o siete, que albañiles; tres o cuatro, que sas-
tres, y muchísimos, que jornaleros para las faenas del campo.
1 cómetelo tú — съешь его ты
22 • Cinco cuentos andaluces
Cuando el capitán termina de preguntar, nota a un mozo 
andaluz, alto, fuerte, de grandes ojos negros y muy gallardo que 
está aparte apoyado contra el quicio de la puerta de la cámara. 
El mozo lleva puesto un traje de primera calidad y muy limpio 
y se porta tan majestuosamente, y su aspecto es tan digno que 
no parece nada un trabajador emigrante. Más bien parece un 
príncipe disfrazado.
Con gran curiosidad de saber a qué ofi cio se dedica este 
mozo el capitán empieza a preguntarle:
— ¿Cómo se llama Usted?
El mozo contesta:
— Para servir a Dios y a Usted, yo me llamo Narciso Delica-
do, alias Poca-pena. 
— Y ¿de qué va Usted a Buenos Aires?
— Pues mire1..., — dice el mozo, — ¿de qué he de ir? Claro 
que de poblador.
El capitán le mira y sonríe y no puede menos de reconocer2 
que el mozo ha de ser muy a propósito para tan buen ofi cio.
(Juan Valera)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿A dónde se dirige el barco de vapor con los emigrantes?
2. ¿Por qué los numerosos emigrantes se presentan sobre 
la cubierta?
3. ¿Personas de qué profesiones y ocupaciones van a la 
República Argentina?
4. ¿Quién está apoyado contra el quicio de la puerta de la 
cámara? ¿Cómo es?
5. ¿Cómo se llama el mozo andaluz?
6. ¿De qué va el mozo a Buenos Aires?
1 mire — видите ли (императив на Usted от глагола mirar)
2 no puede menos de reconocer — не может не признать
A quién debe darse crédito • 23
A quién debe darse crédito
Llaman a la puerta. El tío Pedro sale a abrir y se encuentra 
cara a cara con su compadre Vicentico. 
— Buenos días, compadre. ¿Qué buen viento le trae por 
aquí? ¿Qué le pasa a Usted?
— Pues nada..., — contesta Vicentico, — conf ío en su amis-
tad de Usted..., y espero...
— Sin rodeos, compadre.
— La verdad es que yo he podado los olivos. Y ahora tengo 
en mi olivar cinco cargas de leña que quiero traer a casa. Enton-
ces, ¿no puede Usted prestarme su burro?
— ¡Cuánto lo siento, compadre! — exclama el tío Pedro. — 
¡Qué maldita casualidad! Es que esta mañana mi hijo se ha ido 
en el burro a Córdoba. Volverá solamente dentro de seis o siete 
días. Ahora el burro estará por lo menos a cuatro leguas de 
aquí. ¡Cuánto lo siento, compadre Vicentico!
Pero en realidad el burro está en la caballeriza y en este mo-
mento se pone a rebuznar muy fuertemente. 
El compadre Vicentico dice con enojo:
— Bueno, tío Pedro, es Usted cicatero y prefi ere engañarme 
para no hacerme este pequeño servicio. Ahora comprendo que 
el burro está en casa.
— Oiga, Usted1, — contesta el tío Pedro, — quién de verdad 
debe enojarse soy yo2. 
— ¿Y por qué?
— Porque Usted, compadre, me quita el crédito a mí y se lo 
da al burro.
(Juan Valera)
1 oiga Usted — послушайте
2 quien de verdad debe enojarse soy yo — вот уж кто действительно 
должен сердиться, так это я
24 • Cinco cuentos andaluces
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Quién viene a ver al tío Pedro?
2. ¿Para qué viene el compadre Vicentico? 
3. ¿Para qué necesita el burro del tío Pedro?
4. ¿Dónde está el burro, según el tío Pedro1?
5. ¿Cómo sabemos que el burro está en la caballeriza?
6. ¿Qué dice el compadre Vicentico con enojo?
7. ¿Por qué el tío Pedro dice que también está enojado?
1 según el tío Pedro — по словам дядюшки Педро
CUATRO CUENTOS 
MEDIEVALES
El agua, el viento y la verdad
Un día la verdad, el agua y el viento han hecho amistad. En-
tonces, la verdad y el agua le han preguntado al viento:
— Amigo, eres muy sutil y vas rápidamente a todas las par-
tes del mundo. Y por eso queremos saber dónde podremos en-
contrarte si te necesitamos. 
El viento ha contestado:
— Me encontraréis en las cañadas que están entre las sie-
rras o en el árbol que se llama álamo temblón porque nunca me 
voy de allí.
Después la verdad y el viento le han preguntado al agua:
— ¿Dónde, amiga agua, podremos encontrarte si te necesi-
tamos?
Y el agua ha respondido:
— Me encontraréis en las fuentes, y si no, tenéis que bus-
carme en los juncos verdes y allí vais a encontrarme con segu-
ridad.
Por fi n, el viento y el agua le han preguntado a la verdad:
— Amiga, si te necesitamos, ¿dónde te encontraremos?
Así ha sido la respuesta de la verdad:
— Amigos, mientras me tenéis entre las manos hay que guar-
darme bien, si no lo hacéis me escapo. Si salgo una vez de vues-
tras manos nunca podréis encontrarme. Pues así es mi naturale-
26 • Cuatro cuentos medievales 
za: yo aborrezco a quien una vez me abandona porque creo que 
el que1 una vez me desprecia no es digno de tenerme.
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Con qué han hecho amistad el agua y el viento?
2. ¿Cómo es el viento? 
3. ¿Dónde se puede encontrarlo?
4. Y el agua, ¿dónde se puede encontrarla?
5. ¿Cuál es la naturaleza de la verdad?
6. ¿Por qué hay que guardarla bien?
El monje involuntario
Una mujer se lleva mal con su marido y le odia mucho. Y una 
vez ha pensado hacer una malicia muy grande contra él. Enton-
ces le da a beber zumo de ciertas hierbas. El marido lo toma y 
se siente muy embriagado y se porta como un loco: corre acá y 
allá, lanza espuma por la boca y por fi n pierde el habla. 
Mientras tanto la mujer va al monasterio y empieza a llorar:
— Ay, mi pobre marido se muere y ha perdido el habla. Pero 
esta mañana, antes de perderla, ha dicho que quiere ser monje 
de este santo monasterio. Pido su ayuda porque quiero cumplir 
su deseo. 
Los monjes creen a la mujer y van con ella a su casa. Rapan 
la cabeza del marido y le ponen el hábito de monje. 
Por la mañana el marido se despierta y se siente muy bien 
pero no puede comprender por qué está rapado y lleva puesto 
el hábito de monje y pregunta a su mujer qué ha pasado.
Ella, como llorando2, le contesta:
1 el que — тот, кто
2 como llorando — будто плача 
Los ratones que comen hierro • 27
— ¡Ay marido mío muy amado! ¿Es que no te acuerdas de 
que esta noche te han hecho monje? Has sufrido un dolor muy 
fuerte y has dicho que quieres ser monje. Oh, marido mío, por 
salvación de tu alma, respeto tu decisión y te prometo estar sola 
y como viuda desconsolada toda mi vida.
Pero el marido, sorprendido, contesta que no quiere ser 
monje. Y la mujer le dice:
— Ahora eres monje y no debes ir contra tu voto porque así 
vas a ofender a Dios.
Y muchas otras cosas le dice con falsas lágrimas. El pobre 
marido le cree y le deja la casa, el huerto, las vacas y las ovejas 
y se va al monasterio.
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Cómo se lleva la mujer con su marido?
2. ¿Qué malicia hace una vez contra él? ¿Cómo se porta 
entonces el hombre?
3. ¿A dónde va la mujer?
4. ¿Qué dice a los monjes? ¿Y qué hacen ellos?
5. ¿Qué le dice la mujer a su marido cuando éste se des-
pierta por la mañana?
6. ¿Qué le contesta el marido sorprendido?
7. ¿Cómo la mujer le explica a su marido por qué no debe 
ir contra su voto?
8. ¿Está el marido convencido? ¿Qué hacefi nalmente? 
Los ratones que comen hierro
En una ciudad vive un mercader muy pobre. Un día decide 
marcharse a otro país para ganar dinero. Tiene cien quintales1 
de hierro y se los encomienda a un hombre que conoce.
1 quintal — мера веса, равная 46 кг 
28 • Cuatro cuentos medievales 
Dentro de un año el mercader vuelve a su ciudad y reclama 
a su conocido el hierro. Pero éste ya lo ha vendido y ha gastado 
el dinero. Dice al mercader:
— Mira, he tenido tu hierro en un rincón de mi casa y una 
noche lo han comido los ratones.
Y el mercader le contesta:
— Sí, la gente dice que los ratones pueden roer el hierro y 
comerlo, pero no te preocupes1, esto no es nada.
El otro se alegra y le invita al mercader a comer en su casa. 
Cuando el hombre se va para ver si la comida está preparada, el 
mercader esconde a su hijo pequeño. El hombre vuelve pero no 
ve al hijo en ninguna parte2 y pregunta a su huésped:
— ¿Dónde está mi hijo? ¿No le has visto?
— ¡Cómo no! — contesta el mercader, — he visto a un azor 
que ha arrebatado a un niño. Ha sido tu hijo.
El amo se asombra:
— ¿Cómo puede ser esto? — pregunta. — ¿Un azor ha arre-
batado a un niño? ¡No puede ser!
Y entonces dice el mercader:
— En la ciudad donde los ratones comen cien quintales de 
hierro los azores arrebatan a los niños.
A esto le contesta su conocido:
— Pues, yo he vendido tu hierro.
— Y yo he escondido a tu hijo, — le responde el mercader.
— Si me devuelves a mi hijo sano y salvo, te daré tu hie-
rro, — promete el conocido y lo han hecho de esta manera.
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué decide hacer un día un mercader muy pobre?
2. ¿A quién encomienda sus cien quintales de hierro?
1 no te preocupes — не беспокойся
2 en ninguna parte — нигде
El hombre, su mujer y el loro • 29
3. ¿Qué ha hecho su conocido con el hierro?
4. ¿Qué dice el conocido al mercader cuando éste reclama 
su hierro?
5. ¿Qué hace el mercader en casa de su conocido?
6. ¿Cómo explica la desaparición del niño?
7. ¿Qué deciden hacer el mercader y su conocido?
El hombre, su mujer y el loro
Un hombre está muy celoso de su mujer. Una vez este hom-
bre compra un loro, lo trae a casa y lo mete en una jaula. Piensa 
que el loro va a decirle qué hace su mujer cuando él no está. 
Al día siguiente el hombre se marcha a otra ciudad por el 
trabajo. Y por la tarde viene a su casa el amigo de su mujer. Ellos 
comen juntos una comida riquísima, toman vino y el caballero 
se va sólo con los primeros rayos del sol. 
Cuando el marido regresa a casa, pregunta al loro qué ha 
pasado en su ausencia y el loro le cuenta todo lo que ha visto. 
El marido al oírlo1 se pone muy triste y no habla con su mujer. 
La mujer piensa a su turno que la criada la ha descubierto. La 
criada jura que no lo ha hecho y añade:
— ¡Ay, señora mía! Es el loro quien lo ha dicho todo a su 
marido2. 
Cuando viene la noche la mujer baja la jaula con el loro al 
suelo y comienza a echarle agua de arriba como si fuera lluvia3. 
Después toma un espejo en la mano y lo pone sobre la jaula y 
en la otra mano toma una candela y se lo pone encima. Y el loro 
1 al oírlo — услышав это 
2 Es el loro quien se lo ha dicho todo a su marido. — Это попугай 
сказал все вашему мужу.
3 como si fuera lluvia — как будто это был дождь
30 • Cuatro cuentos medievales 
piensa que es un relámpago. Entonces la mujer empieza a mo-
ver una rueda de moler, y el loro cree que truena. 
Por la mañana el marido pregunta al loro:
— Esta noche, ¿has visto alguna cosa?
Y el loro contesta:
— Como no, señor mío, esta noche ha llovido muy fuerte-
mente, ha tronado y ha relampagueado.
Entonces dice el hombre:
— Si lo que me has dicho de mi mujer es verdad como esto, 
no hay cosa más mentirosa que tú y te venderé.
Y el marido vuelve a su mujer y ellos hacen las paces.
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Por qué el hombre compra un loro?
2. ¿Qué pasa en la casa del hombre cuando él no está?
3. ¿El marido cree en lo que le dice el loro? ¿Cómo se pone?
4. ¿Qué hace la mujer cuando viene la noche?
5. ¿Qué cuenta el loro a su amo de esta noche?
6. ¿Cómo reacciona el hombre a las palabras del loro?
SEGUNDA PARTE
CUATRO HISTORIAS 
DE UN ELEFANTE
¡Agua!
Ha empezado goteando1 y ha permanecido así durante un 
par de días. No le hemos hecho el menor caso. Ya casi estamos 
acostumbrados al monótono ruido de las gotas cuando se es-
trellan en el fregadero. 
Pero un día el agua ha comenzado a brotar repentina y 
abundantemente. Aviso en seguida a un fontanero; pero pasa 
el tiempo y no llega. El agua me cubre a mí los pies y a Elefante, 
las pezuñas. Y mientras que aquella situación a mí me irrita, a 
él lo divierte muchísimo.
El nivel del agua crece poco a poco en el interior de la casa. 
Los objetos más diversos fl otan a nuestro alrededor. Las cosas 
se ponen verdaderamente mal. Desde un extremo de la sala se 
puede ver como la mesa de roble emerge en medio como una 
isla en el océano. Me dirijo hacia ella y allí me siento seguro. 
Elefante no tarda en seguir mi ejemplo. Ahora los dos permane-
cemos sobre la mesa como náufragos y esperamos al fontanero.
Al fi n llega. Como hombre acostumbrado a estas situacio-
nes, no da importancia a lo que pasa. Se dirige hacia la tubería, 
que al instante deja de manar2 agua. Después abre un desagüe 
en el suelo y las aguas se retiran. 
1 goteando — gerundio del verbo “gotear”
2 deja de manar: dejar de + infi nitivo — переставать что-либо делать
Sólo una metáfora • 35
Elefante y yo descendemos de la mesa y recorremos las habi-
taciones. Libros, lámparas, todo lo que hay allí está empapado.
Al día siguiente sale un sol hermosísimo que derrama sus 
rayos con generosidad sobre la casa y lleva consigo las últimas 
aguas.
Cuando, cuatro días después, recibo la factura del fontane-
ro, todo es ya un recuerdo.
(Ángel Esteban)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Por qué Elefante y su amo no han hecho caso al agua?
2. ¿Por qué el amo avisa a un fontanero?
3. ¿Cuál es el nivel del agua en el apartamento?
4. ¿Qué se puede ver desde un extremo de la sala?
5. ¿Dónde se sientan el amo y Elefante para sentirse seguros?
6. ¿Qué hace el fontanero cuando llega?
7. ¿Qué lleva las últimas aguas?
Sólo una metáfora
Leo sin demasiado interés un libro, y miro de reojo a Ele-
fante, que se mueve de un lado a otro de la casa. Lo que veo me 
hace apartar defi nitivamente el libro y restregar los ojos porque 
quiero comprender si esto pasa de verdad o no. 
Elefante cuando anda deja unas huellas azuladas en las que 
al instante aparece hierba con algunas fl orecillas blancas.
Mi amigo Elefante no da ninguna importancia a este hecho 
extraño. Yo, en cambio, me apresuro a preguntar a quien pri-
mero se me ocurre. Esto es un vecino jardinero, que, al exami-
nar1 los brotes de hierba, sentencia:
1 al examinar — рассмотрев, осмотрев 
36 • Cuatro historias de un elefante 
— Lleva semillas en las patas. No encuentro otra explicación.
— Pero es que crecen al instante, — insisto yo.
— Bueno, si el suelo es fértil...
— Éste es el piso de mi habitación.
— Pues no sé...
Consulto con varias personas expertas en diferentes mate-
rias. Pero nadie se atreve a dar una respuesta excepto el amigo 
de un amigo, que es fi lósofo.
— Se trata simplemente de una metáfora, — me explica.
— ¿Una metáfora?
— Sí. Como la del caballo de Atila1, sólo que al revés. Tu 
amigo Elefante carece de maldad. La hierba y las fl ores que apa-
recen a su paso son sólo eso, una metáfora.
— Pero, — le digo, — es que si siguen así las cosas, tendré 
que comprar una máquina cortacésped.
— No es así. Un día desaparecerá. Mira, las metáforas son 
traviesas y a veces escapan. Pero sin duda, encontrarán el cami-
no de regreso...
La metáfora de mi Elefante ha sido realmente muy traviesa, 
ha vivido un mes con nosotros y después ha vuelto allá donde 
tienen que estar las metáforas.
(Ángel Esteban)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué cosa extraña notauna vez el amo en la manera de 
andar de Elefante?
2. ¿Cómo explica esta situación un vecino jardinero?
3. ¿Qué dicen otras personas?
1 el caballo de Atila: donde pasa el caballo de Atila no crece la hi-
erba — где проходит конь Аттилы, не растет трава. Аттила — предво-
дитель гуннов, возглавивший опустошительные походы на Рим (443, 
447−448 гг. н.э.), Галлию (451) и Северную Италию (452). 
El cuadro • 37
4. ¿Quién por fi n trata de explicar la situación?
5. ¿De qué se trata, según el fi lósofo1? 
6. ¿Por qué a veces las metáforas escapan?
7. ¿Cuánto tiempo ha vivido esta metáfora con Elefante y 
su amo?
El cuadro
Animado por un amigo pintor entré en la tienda y compré 
todo lo necesario para pintar un cuadro: caballete, colores, pin-
celes, una paleta, disolventes y dos telas blancas. Lo instalé todo 
en el salón y dispuse sobre la mesa el motivo que iba a pintar: 
un frutero con manzanas.
El corazón me latía agitadamente cuando tomé el pincel por 
primera vez, lo impregné de pintura y lo deslicé por el lienzo. 
Poco a poco el miedo desapareció, y mis manos empezaron a 
moverse con más soltura ante la mirada intrigada de Elefante.
Dos días después el cuadro estaba concluido. Me senté 
frente a él y lo contemplé orgulloso durante unos minutos. De 
pronto, Elefante se acercó y se llevó en la piel mi cuadro.
— ¡Hay que tener más cuidado! — le grité indignado. — 
¡Eres un bruto!
Contemplé con tristeza lo que quedaba de mi cuadro y miré 
a mi amigo con reproche. Él, a su vez, me miró con tristeza 
desde detrás del sofá. 
Al día siguiente comencé, en la otra tela, el mismo cuadro. 
Otros dos días de intenso trabajo concluyeron con otra magní-
fi ca pintura, aún mejor que la anterior. En seguida llamé a mi 
amigo el pintor. Él vino y comenzó a exclamar desde la entra-
da: 
1 según el fi lósofo — по словам философа 
38 • Cuatro historias de un elefante 
— ¡Es maravilloso! ¡Esa simplicidad en la forma! ¡Ese cro-
matismo!...
Pero de pronto me di cuenta de que no le interesaba mi últi-
mo trabajo sino el primero que había destrozado Elefante. 
Antes de irse mi amigo me dio un consejo:
— Continúa pintando, no lo dejes1.
Pero no quise seguir su consejo. Si para pintar un buen cua-
dro hay que contar con otro descuido de Elefante, será muy 
dif ícil hacerlo porque ahora mi Elefante procura estar bien le-
jos cuando yo pinto. Además, parece que el arte moderno ha 
emprendido caminos que yo no comprendo del todo.
(Ángel Esteban)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué compró el amo de Elefante en la tienda? ¿Qué pen-
saba hacer?
2. ¿Qué tipo de cuadro pintó el amo? ¿Cuándo lo terminó?
3. ¿Qué pasó cuando Elefante se acercó al cuadro?
4. ¿Cuánto tiempo necesitó el amo para terminar el segun-
do cuadro?
5. ¿Cuáles fueron las impresiones de su amigo pintor?
6. ¿Qué cuadro — el primero o el segundo — le gustó?
7. ¿Cuál fue el consejo que dio al amo?
8. ¿Por qué el amo no quiso seguir este consejo? 
La campana del Príncipe
El timbre sonó insistentemente. Me apresuré a abrir la puer-
ta.
— Perdón, — me dijo el cartero. — Es que este paquete pesa 
mucho.
1 continúa pintando, no lo dejes — продолжай рисовать, не бросай 
это занятие
La campana del príncipe • 39
Se lo quité de la espalda y comprendí entonces que quería 
desprenderse de él cuanto antes1. 
— ¿Está usted seguro de que es para mí? — le pregunté.
— La dirección y el nombre no dejan lugar a dudas. — Me 
contestó el cartero y se secó el sudor. Después añadió. — Me 
gustaría saber2 qué contiene.
— Yo tampoco lo sé, y estoy tan intrigado como usted. En-
tonces, ¡vamos a ver!
Mi amigo Elefante y el cartero observaron cada uno de los 
movimientos de mis manos cuando trataba de desatar la cuer-
da con la que estaba atada la caja.
— ¡Es una campana! — exclamó el cartero.
— ¡Es la campana! — grité yo.
— ¿Pertenece a alguna iglesia?
— No, pertenece al Príncipe.
— ¿De qué país? 
— Del océano. El Príncipe es un barco muy hermoso... ¡Ah! 
También hay una carta.
El cartero se despidió y cuando me quedé solo empecé a leer 
la carta que decía así:
Querido amigo:
Todas las cosas tienen su principio y su fi nal. Es muy hermo-
so contemplar cómo un barco abandona el dique seco y toma 
contacto con el mar por primera vez. Pero el tiempo pasa y los 
barcos se hacen viejos. Es que nuestro Príncipe ha naufragado. 
Yo he salvado su campana para ti. Un abrazo, capitán.
Tu contramaestre, 
Sergio. 
1 cuanto antes — как можно скорее
2 me gustaría saber — мне хотелось бы знать
40 • Cuatro historias de un elefante 
Elefante tomó la campana por su cuenta y la hizo sonar de 
forma intermitente. Aquel sonido estimuló mis recuerdos: el 
mar en calma y el mar agitado; los días de camaradería felices 
e inolvidables; ciudades nuevas y diferentes; los divertidos del-
fi nes que buscaban nuestra compañía y los voraces tiburones 
que nos perseguían; las indiferentes ballenas, mi pequeño ca-
marote y mi gorra azul de capitán.
Pero Elefante pasaba semanas haciendo sonar insistente-
mente la campana1 y la repetición de ese sonido en el apacible 
entorno de la casa acabó por borrar los recuerdos de mis tiem-
pos del mar.
(Ángel Esteban)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Quién llegó un día a la casa del amo y Elefante?
2. ¿Qué trajo el cartero? 
3. ¿Qué tipo de campana contenía el paquete? 
4. ¿Quién había enviado la campana al amo y por qué?
5. ¿Qué empezó a hacer Elefante con la campana?
6. ¿Cuáles eran los recuerdos que estimuló aquel sonido?
7. ¿Por qué desaparecieron por fi n los recuerdos de los 
tiempos del mar?
1 pasaba semanas haciendo sonar insistentemente la campana — 
он проводил недели, настойчиво звоня в колокол
TRES CUENTOS POPULARES
Una apuesta con el diablo
Hace muchos años, el diablo se puso a tentar a San Crispín, 
que era labrador. Para eso, adquirió un campo junto al de San 
Crispín, y lo sembró. Le propuso lo siguiente: si acertaba con 
lo que había sembrado, le entregaría1 su cosecha, pero si no lo 
acertaba al tercer intento, él se quedaría2 con la suya. Estaba 
seguro de que ganaría3 la apuesta, y de que San Crispín iba a 
desesperarse y blasfemiar, e iba a entregarle su alma. 
San Crispín aceptó, aunque veía la intención del diablo. Sin 
embargo, cuando empezaron a brotar las plantas en el campo 
del demonio, se dio cuenta de que no las conocía: y ningún la-
brador de los alrededores sabía qué era aquello. Pero se le ocu-
rrió una idea. Dijo al diablo:
— Ten cuidado4 con el campo, porque anoche di una vuelta 
por allí y vi cerca de tu campo una bestia muy extraña.
Todo el contento del diablo desapareció enseguida, y se 
propuso velar el campo de noche. En cuanto llegó la noche, 
se metió San Crispín en un cubo de miel, se revolcó luego en 
un montón de plumas y se fue al campo enemigo. Su aspecto 
desconcertaba. Tenía traza de animal, de hombre y de pájaro. 
Llegó al campo, se agachó, y en cuanto el diablo comenzó la 
1 le entregaría — он ему отдаст
2 se quedaría — он останется 
3 ganaría — он выиграет 
4 ten cuidado — будь осторожен
42 • Tres cuentos populares
vigilancia, se puso a caminar a cuatro patas, meterse por los 
surcos y roncar tremendamente. El diablo, que lo vio en la os-
curidad, tuvo que santiguarse. Él no sabía que en el mundo hu-
biera1 monstruos así. Temblaba de miedo, y empezó a sentirse 
mal, pero pudo sacar fuerzas para espantar al monstruo:
— ¡Eh, monstruo — gritó, — que me vas a estropear las len-
tejas2! 
Y el monstruo, pesadamente, desapareció en la noche.
Llegó el día terrible. El diablo se acicaló para visitar al santo, 
y se presentó ante él con una arrogancia muy provocativa. 
— ¿Sabe usted a qué vengo? — le preguntó.
— Sí, señor.
— ¿Y recuerda usted la apuesta?
— Sí, señor.
— Si a la tercera vez no acierta usted, toda su cosecha es 
mía. Entonces, ¿qué es lo que sembré en mi campo?
— Lino.
— No.
— Mijo.
— Tampoco.
El diablo bailaba de alegría:
— Por última vez, Crispín; ¿qué es lo que tengo en mi campo?
— ¡Lentejas, hombre, lentejas!
Y el diablosoltó un bufi do, y salió más corrido que una liebre.
(Cuento popular)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué era San Crispín?
2. ¿Qué hizo el diablo para tentarle?
1 hubiera — были (Imperfecto de Subjuntivo de la forma "hay")
2 que me vas a estropear las lentejas — ты ведь мне испортишь че-
чевицу
La nube y la duna • 43
3. ¿Qué apuesta hicieron?
4. ¿Sabía San Crispín o algún otro labrador cómo se llama-
ban las plantas en el campo del demonio?
5. ¿Qué le dijo San Crispín a su enemigo una vez?
6. ¿Qué hizo San Crispín para convertirse en un mons-
truo?
7. ¿Qué sintió el diablo cuando le vio?
8. ¿Qué gritó entonces?
9. ¿Cómo se presentó el diablo ante San Crispín el día fi -
jado?
10. ¿Cómo salió el diablo cuando San Crispín dio la respues-
ta correcta?
La nube y la duna
Todo el mundo sabe que la vida de las nubes es muy agitada, 
pero también muy corta. De esto nos cuenta una historia.
Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el 
mar Mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues 
un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África.
Pero allí el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo 
y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sáhara. El 
viento las empujó más allá en dirección a los bosques del sur 
porque en el desierto casi no llueve. 
Y como con las jóvenes nubes sucede lo mismo que con los 
jóvenes humanos, la nuestra decidió desgarrarse de sus amigas 
para conocer el mundo. 
— ¿Qué piensas hacer? — protestó el viento. — ¡El desierto 
es todo igual y nosotros vamos hasta el centro de África donde 
existen montañas y árboles deslumbrantes!
Pero la joven nube, rebelde por naturaleza, no obedeció. 
Bajó de altitud y planeó en una brisa suave cerca de las arenas 
44 • Tres cuentos populares
doradas. Después de pasear mucho, se dio cuenta de que una 
de las dunas le sonreía. Ella también era joven, recién formada 
por el viento que acababa de pasar. Y a la nube le gustó mucho 
su cabellera dorada. 
— Buenos días — dijo. — ¿Cómo se vive allá abajo?
— Tengo compañía de las otras dunas, del sol, del viento y 
de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces 
hace mucho calor pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive allí 
arriba?
— También existen el viento y el sol, pero la ventaja es que 
puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.
— Para mí la vida es corta — dijo la duna. — Cuando el 
viento vuelva1 de las selvas, desapareceré.
— Yo también — contestó la nube — siento lo mismo. Con 
un viento nuevo iré hacia el sur y me transformaré en lluvia. 
Pero éste es mi destino.
— Sabes, aquí en el desierto decimos que la lluvia es el Pa-
raíso. Después de la lluvia quedamos cubiertas por hierbas y 
fl ores. 
La nube pensó un poquito y dijo:
— Si quieres puedo cubrirte de lluvia. Me gustaría2 conver-
tirte en un oasis con fl ores frescas.
— Es una idea muy linda, — repuso la duna — pero si tú 
transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, morirás.
— La amistad nunca muere pero se transforma. Además, 
quiero mostrarte el Paraíso. 
Las primeras gotas empezaron a caer sobre la duna y des-
pués de un rato apareció un arco iris. Al día siguiente la peque-
ña duna estaba cubierta de fl ores. Otras nubes que pasaban en 
1 Cuando el viento vuelva — Когда ветер вернется 
2 Me gustaría — Мне бы хотелось
Los deseos • 45
dirección a África pensaron que allí estaba el bosque y soltaron 
más lluvia. Veinte años después la duna se convirtió en un oa-
sis que refrescaba a los viajeros con la sombra de sus árboles. 
Y todo porque un día una nube pequeña no tuvo miedo de dar 
su vida por amistad.
(Paulo Coelho)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Cómo es la vida de las nubes?
2. ¿Dónde nació una joven nube? ¿A dónde la empujó el 
viento?
3. ¿Por qué la nube decidió desgarrarse de sus amigas?
4. ¿A quién conoció la nube en el desierto?
5. ¿Cómo es la vida de las dunas?
6. ¿Qué dicen de las lluvias en el desierto?
7. ¿Qué decidió hacer la nube entonces?
8. ¿En qué se convirtió la duna después de la lluvia?
Los deseos
Había un matrimonio anciano que era muy pobre. Una no-
che de invierno estaban sentados el marido y la mujer a la lum-
bre de su tranquilo hogar en amor y compañía. Y en lugar de 
dar gracias a Dios por el bien y la paz de que disfrutaban, esta-
ban enumerando los bienes de mayor cuantía que tenían otros 
y que ellos deseaban gozar también.
— ¡A mí en lugar de nuestro huerto pobre me gustaría tener 
el rancho del tío Polainas! — exclamaba el viejo.
— ¡ A mí en lugar de nuestra casita vieja y sucia me gustaría 
mucho tener la casa grande y bonita de nuestra vecina! — aña-
día la mujer.
— ¡ Y a mí me gustaría tener el mulo del tío Polainas!
46 • Tres cuentos populares
— ¡ Y a mí me encantaría tener vestidos elegantes y muy de 
moda como los de nuestra vecina! Mira, marido, ¡quién tuviera 
la dicha de ver cumplidos sus deseos!1 
Apenas dijo la vieja estas palabras, cuando vieron que baja-
ba por la chimenea una mujer hermosísima. Era muy pequeña 
y traía, como una reina, una corona de oro en la cabeza. En la 
mano traía un cetro chiquito de oro, que remataba en un car-
bunclo deslumbrador.
— Soy hada Fortunata, — les dijo, — pasaba por aquí y he 
oído vuestras quejas. Entonces, cumpliré tres deseos vuestros: 
uno, tuyo, — dijo al marido, — otro, tuyo, — dijo a la mujer, — y 
el tercero debe ser mutuo, éste último lo otorgaré mañana por 
la mañana. Hasta allá tenéis tiempo de pensar cuál ha de ser. — 
Y la bella hechicera desapareció. 
El buen matrimonio decidió dejar la elección de deseos de-
fi nitiva para la mañana y se puso a hablar de otras cosas. Dijo 
el marido:
— Ayer estuve en la casa del tío Polainas. Estaban haciendo 
morcillas. Pero, ¡qué morcillas, sabrosas y de primera calidad! 
— ¡Asaría una de ellas aquí para cenar!2 — exclamó la mujer.
Y en seguida apareció sobre las brasas una morcilla rica. La 
mujer la miraba con la boca abierta y los ojos asombrados. Pero 
el marido estaba desesperado y dijo: 
— ¡Tú, mujer, eres más golosa y comilona que la tierra! ¡Por 
ti hemos gastado uno de los deseos! No quiero hablar contigo, 
ni comer esta morcilla, ¡que se te pegue a las narices!3
1 ¡quién tuviera la dicha de ver cumplidos sus deseos! — Вот бы ис-
полнялись желания!
2 ¡Asaría una de ellas aquí para cenar! — Я бы поджарила одну та-
кую на ужин!
3 ¡que se te pegue a las narices! — Пусть она приклеится к твоему 
носу!
48 • Tres cuentos populares
E inmediatamente estaba la morcilla colgando del sitio indi-
cado. Ahora tocó asombrarse al viejo y desesperarse a la vieja:
— ¡Hay que ver qué tonto eres! Si yo empleé mal mi deseo, 
al menos fue en perjuicio propio y no en perjuicio ajeno. Ahora 
sólo quiero quitarme la morcilla de las narices. 
— Mujer, por Dios, ¿y el rancho?
— Nada.
— Mujer, ¿y la casa?
— ¡Ni pensarlo!
— Pues qué, ¿vamos a quedarnos como estábamos?
— Sí, es todo mi deseo. 
El marido siguió rogando pero nada alcanzó de su mujer 
que estaba muy desesperada por su doble nariz y apartaba a du-
ras penas al perro y al gato que querían abalanzarsе hacia ella.
Cuando por la mañana apareció el hada Fortunata y los es-
posos le dijeron cuál era su último deseo, les contestó:
— Ya veis qué ciegos y necios son los que creen que la satis-
facción de sus deseos les hará felices. La felicidad está en no tener 
deseos, pues, el rico es el que posee, pero feliz, el que nada desea.
(Fermán Caballero)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Cómo era este matrimonio?
2. ¿ De qué hablaban una noche de invierno?
3. ¿Qué bienes les gustaría tener?
4. ¿Quién apareció en la chimenea? ¿Cómo era?
5. ¿Para qué vino el hada? ¿Cuántos deseos de los viejos iba 
a cumplir?
6. ¿De qué se pusieron a hablar los esposos? ¿Qué deseó la 
mujer?
7. ¿Cuál fue el deseo de su marido?
8. ¿Cuál fue el tercer deseo suyo de ellos?
9. ¿Qué les dijo el hada Fortunata la mañana siguiente?
RECUERDOS DE INFANCIA
Esa boca
El pequeño Carlos tenía granentusiasmo por el circo. Sus 
hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban mi-
nuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las con-
torsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañe-
ros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspa-
vientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo Carlos no 
sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al 
circo porque el padre creía que era muy impresionable y podía 
conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los tra-
pecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor 
en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le 
iba siendo más dif ícil soportar su curiosidad.
Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la 
dijo al padre:
— ¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al 
circo?1
A los siete años toda frase larga y complicada resulta simpáti-
ca y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicar:
— No quiero que veas a los trapecistas2.
1 ¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo? — 
Нельзя ли как-нибудь устроить, чтобы меня сводили в цирк?
2 No quiero que veas a los trapecistas — Я не хочу, чтобы ты смо-
трел на воздушных гимнастов.
50 • Recuerdos de infancia
En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, 
porque no le interesaban los trapecistas.
— ¿Y si yo me voy cuando empiece1 ese número?
— Bueno, — contestó el padre, — así, sí.
La madre compró dos entradas y le llevó el sábado por la 
noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio 
sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudie-
ron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, 
pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció 
un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero 
de pronto empezó a bostezar. Aplaudieron de nuevo y salie-
ron — ahora sí — los payasos. 
Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de 
ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas 
que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las 
piernas y el payaso grande le pegó sonoramente el trasero. Casi 
todos los espectadores se reían. Los dos enanos se trenzaron en 
la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos có-
mico de los otros dos les alentaba a gritos. Entonces el segundo 
payaso grande que era, sin lugar a dudas, el más cómico, se acer-
có a la baranda que limitaba la pista, y Carlos le vio junto a él, 
tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo 
la risa pintada y fi ja del payaso. Por un instante el pobre diablo 
vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, 
con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido 
y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y 
saltos fi nales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.
Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo con-
venido la madre le tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora 
sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del 
1 cuando empiece — когда начнется 
Malas noticias • 51
colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir 
mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba 
algo y le introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó 
despacio una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba 
llorando. Él no dijo nada.
— ¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verles?
Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. 
Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque 
los payasos no le hacían reír.
(Mario Benedetti)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué sabemos de Carlos? ¿Cuántos años tenía? ¿Cómo 
era su familia? ¿Qué le gustaba?
2. ¿Por qué su padre no le dejaba ir al circo?
3. ¿Cómo explicó Carlos al padre su deseo de ir al circo?
4. ¿A qué condición el padre le dejó ir?
5. ¿Cuándo y con quién fue Carlos al circo?
6. ¿Qué vieron en el circo antes de la salida de los paya-
sos?
7. ¿Cómo eran los payasos? ¿Qué hacían?
8. ¿Qué pasó cuando el payaso más cómico se acercó a la 
baranda y Carlos pudo ver su cara pintada de cerca?
9. ¿Por qué salieron Carlos y su mamá cuando empezó el 
número de los trapecistas?
10. ¿Por qué lloraba Carlos? ¿Cómo lo explicó? 
Malas noticias
Una tarde en que mi papá y yo nos quedamos solos en casa, 
él me llamó desde la cocina. Como todas las tardes el viejo estaba 
sentado y tomaba mate.
52 • Recuerdos de infancia
— Siéntate, — me dijo.
Me acomodé en el banco como de ordinario y empecé a 
preguntarme cuál sería el motivo de aquella acción tan cere-
moniosa. ¿Qué habría hecho yo para que el viejo estuviera tan 
serio1?
— Claudio, — empezó, y eso me preocupó aún más porque 
el viejo rara vez me llamaba por mi nombre. — Tengo una mala 
noticia. — Tragué saliva y mi rodilla derecha empezó a tem-
blar. — Ya no eres un chiquitín y creo que hay que decirte las 
cosas, aun las más tristes.
 Y así mi padre, nada menos que mi padre, me expulsó sin 
más trámites de mi infancia. Cualquiera podía darse cuenta de 
que yo era un niño, y no importaba demasiado la fecha de naci-
miento que fi guraba en mi documento de identidad. 
Y estalló la noticia:
— Tu madre está muy enferma.
Antes de captar la gravedad de la mala noticia, inevitable-
mente detecté otra novedad: comúnmente él decía mamá y no 
tu madre. De todos modos, mi rodilla dejó de temblar. Ya no es-
taba para esas frivolidades. Durante un rato contuve el aliento. 
No como un ejercicio de la voluntad2; sencillamente, no podía 
respirar. Sentía que mis pulmones reventaban de aire, pero no 
conseguía expelerlo. Al fi n, lo logré y pude preguntar:
— ¿Se va a morir? 
Y el viejo, en tono bajo y con los ojos repentinamente lloro-
sos contestó:
— Sí, se va a morir.
Junté fuerzas para preguntar si ella lo sabía.
1 ¿Qué habría hecho yo para que el viejo estuviera tan serio? — Что 
же я такого сделал, чтобы старик был таким серьезным?
2 ejercicio de la voluntad — упражнение на силу воли
Malas noticias • 53
— No, sólo sabe que está muy enferma. Cree que puede cu-
rarse. Eso es lo que le decimos el médico y yo. 
Sentí frío, un frío estúpido y absurdo, pues estábamos en 
pleno otoño, que es aquí la estación más plácida, y al mismo 
tiempo comprendí que mis primeras lágrimas calientes baja-
ban por las mejillas heladas. Algo tenía que hacer y por eso 
abandoné el banco y me acerqué al viejo. Él dejó por fi n el mate 
sobre la mesa y me abrazó larga, estrechamente. Otra novedad, 
porque el viejo no era un sentimental y pocas veces me había 
abrazado.
Durante el abrazo yo sentía sus sollozos, pero recuerdo que 
no seguían el mismo ritmo que los míos. También recuerdo 
que el yesquero que él tenía en el bolsillo de la camisa me hacía 
daño en un hombro, pero por supuesto no dije nada. Cuando se 
apartó, vi que tenía en la mano un pañuelo blanquísimo, como 
recién comprado, y con él se secó los ojos, luego secó los míos, 
y hasta me lo puso en la nariz para que me sonara1, igual que 
cuando tenía tres o cuatro años. 
— Una cosa te pido, — dijo, — ella no debe saber que tú lo 
sabes todo. Hay que tratarla como siempre. Claro que eso va a 
costarte mucho... 
Dos horas más tarde, cuando mamá regresó con Elena, mi 
hermanita, el viejo y yo habíamos recuperado la serenidad, o 
más bien la máscara de la serenidad. Sin embargo, quizá porque 
ahora sabía la verdad, percibí por primera vez que mamá estaba 
pálida, demacrada, con los ojos cansados. Me acerqué y la besé. 
— ¿Y eso? — preguntó sorprendida.
— Eso porque estábamos echándote de menos. 
Sonrió débilmente y pensé que no era un buen actor. Allá, 
en el fondo del patio, vi que el viejo descansaba en la sombra.
(Mario Benedetti)
1 para que me sonara — чтобы я высморкался 
54 • Recuerdos de infancia
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué le pasó a Claudio cuando se quedó solo en casa 
con su padre?
2. ¿Qué le sorprendió al chico en la manera dehablar del 
padre?
3. ¿Por qué el padre había decidido comunicarle la mala 
noticia?
4. ¿Claudio se sentía pequeño o adulto?
5. ¿Cuál fue la mala noticia?
6. ¿Cómo reaccionó el chico?
7. ¿Qué pregunta hizo al padre?
8. ¿Qué contestó el padre?
9. ¿Supieron el padre y el hijo controlar sus emociones?
10. ¿Cómo saludó Claudio a su madre cuando ella regresó a 
casa con su hermanita?
Juliska se pone triste
Después de la muerte de nuestra madre el viejo contrató a 
una yugoeslava para todos los quehaceres domésticos. Era una 
mujer cuarentona, llamada Juliska. Juliska formaba parte de una 
migración de mujeres eslavas, que huyendo de la miseria y otras 
bagatelas, llegaban en los años treinta en barco a Montevideo.
A Elenita y a mí nos trataba con bastante severidad y un 
rudimentario castellano, cuya confusión de géneros derivaba 
en un involuntario efecto humorístico. Sus caballitos de batalla 
eran frases como ésta1: “¿Qué diría madre tuya si te viera2 con 
el camiso sucio?” Pero madre mía ya no estaba. 
1 Sus caballitos de batalla eran frases como ésta — Ее коронными 
фразами были фразы, как эта
2 ¿Qué diría madre tuya si te viera...? — Что бы сказала твоя мама, 
если бы увидела тебя …?
Juliska se pone triste • 55
Nunca había visto llorar a Juliska. Ella tenía una excepcional 
vitalidad, una gran energía y actividad.
Pero aquella vez la encontré llorando, en el patio, y estaba 
tan recluida en su tristeza que no se dio cuenta de que yo ha-
bía entrado en la casa, normalmente sin gente a esa hora de la 
tarde. Le puse una mano en el hombro y la pobre dio un salto, 
sorprendida y sobre todo avergonzada.
— ¿Qué ocurre, Juliska? ¿Te duele algo? — pregunté.
Juliska estalló en sollozos aún más desconsolados. De pron-
to se contuvo y me dirigió una mirada que convocaba la com-
pasión.
— ¿Me das permisa para darte una abraza?
— Pero, Juliska, por favor. — Y la abracé. Y este gesto pro-
vocó nuevos sollozos.
Volví a preguntarle qué ocurría, si le dolía algo.
— ¡El almo me duele! ¡Eso es lo que me duele!
En esta ocasión, extrañamente, su humor involuntario no 
me hizo gracia. Verdad que era imposible reírse de aquella con-
goja desenfrenada. 
— ¿Tuviste alguna mala noticia de tu país?
Juliska negaba con la cabeza:
— Toda es muy rara. Nunca tení antes esta tristeza.
Le traje una silla y le alcancé un vaso de agua. Ya no sabía 
qué hacer. Me di cuenta de que tenía que solucionar con urgen-
cia este problema, porque de lo contrario yo mismo iba a empe-
zar a llorar y eso me iba a desprestigiar ante Juliska, porque uno 
de sus dogmas había sido siempre: “Las hombras no lagriman”.
Por fortuna, su confi dencia empezó antes que mi llanto. Re-
conocía que estaba desorientada, que se hallaba a gusto con 
nosotros como con “familio mío”, pero le había entrado una 
nostalgia terrible de su tierra. Quiso recordar el gusto de sus 
frutas silvestres, el olor del campo cuando anochecía, el ros-
56 • Recuerdos de infancia
tro de su madre, el canto del ruiseñor, las ondas verdiazules 
del lago Skadar, el fi rmamento como un techo. Morriña clásica, 
diagnostiqué. 
— Aquí también hay cielo, — sentí la necesidad de aclararle. 
— Sí, — balbuceó, — pero demasiados estrellos. No parece 
techa, parece teatra.
Le pregunté si lo que quería era volver a su país. Pero dijo 
que no, de ninguna manera, porque iba a echar de menos Uru-
guay, sus playas y su gente. 
— No es nada, — aclaró, — no decir nada a señor papá y a 
señorita Elenita. Yo soy un poquito loca. Mañana estar contentísi-
ma. Nostalgia de Montenegro1, pero no por eso viajar a Montene-
gro para sentir allí nostalgia de Montevideo. ¿Tú comprender?
Yo comprender. De todos modos, noté con asombro que su 
castellano estaba mejorando. Evidentemente, en su caso la triste-
za estaba cumpliendo una función docente. De pronto se me en-
cendió una lamparita. Le pregunté cuántos años tenía. Me tomó 
una mano y con su dedo índice dibujó en mi palma un 52. 
Entonces sentí un gran alivio. El problema era que Juliska 
acababa de cumplir cincuenta y dos y claro que con la edad y al 
extranjero la nostalgia se hace más profunda. 
(Mario Benedetti)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Quién era Juliska? ¿Qué hacía en la casa de Claudio?
2. ¿Cómo y por qué llegó a Montevideo?
3. ¿Cómo trataba a los niños?
4. ¿Qué de especial tenía su manera de hablar?
5. ¿Por qué Claudio se sorprendió al ver llorar a Juliska?
6. ¿Qué le preguntó? ¿Cómo trató de consolarla?
1 Montenegro — Черногория
Con los ojos cerrados • 57
7. ¿Qué le dolía a Juliska?
8. ¿Por qué, según Claudio, su llanto iba a desprestigiarle 
ante Juliska?
9. ¿Cómo explicó Juliska sus lágrimas y su estado emocio-
nal?
10. ¿Se sentía bien en Montevideo?
11. ¿Qué, según el chico, era la causa de la nostalgia pro-
funda de Juliska?
Con los ojos cerrados
Tengo solamente ocho años, pero cada día voy a la escuela. 
Y aquí empieza la tragedia, pues debo levantarme bien tempra-
no porque la escuela está bastante lejos.
A eso de las seis de la mañana mamá empieza a despertar-
me y a las siete estoy sentado en la cama estrujándome los ojos. 
Entonces todo tengo que hacerlo corriendo: ponerme la ropa 
corriendo, llegar hasta la escuela corriendo y entrar corriendo 
en la fi la pues ya ha tocado el timbre y la maestra aparece en la 
puerta.
Pero ayer fue diferente ya que la tía Grande Ángela debía 
irse a Oriente1 y tenía que coger el tren antes de las siete. En 
casa se formó un alboroto enorme y con todo eso no me que-
dó más remedio que despertarme. Y, ya que estaba despierto, 
pues, decidí levantarme. La tía Grande Ángela, después de mu-
chos besos y abrazos, se marchó y yo salí en seguida a la escue-
la, aunque todavía era bastante temprano.
No tenía que ir corriendo y andaba bastante despacio. 
Cuando fui a cruzar la calle me tropecé con un gato que esta-
ba acostado en la acera. Lo toqué con la punta del pie pero no 
se movió. Al agacharme junto a él pude comprobar que esta-
1 Oriente — Орьенте, историческая область на востоке Кубы
58 • Recuerdos de infancia
ba muerto. Seguramente lo había atropellado un coche. Era un 
gato grande y de color gris que sin duda no tenía ningún deseo 
de morir. Pero no se podía hacer nada y seguí andando.
Como todavía era temprano llegué a la dulcería donde siem-
pre había dulces frescos y sabrosos. Había también dos viejitas 
en la entrada con las manos extendidas pidiendo limosnas. So-
lía darles una o dos monedas. Pero ayer sí que no pude darles 
nada porque mi peseta de la merienda la había gastado en pas-
teles de chocolate. Por eso salí por la puerta de atrás para que 
las viejitas no me vieran1.
Ya sólo me faltaba cruzar el puente, caminar dos cuadras y 
llegar a la escuela.
En el puente me detuve un momento porque sentí una al-
garabía enorme allá abajo, en la orilla del río. Un grupito de 
muchachos tenía acorralada una rata de agua en un rincón; la 
acosaban con gritos y pedradas y la rata corría de un extremo 
al otro. Por fi n, uno de los muchachos cogió una vara de bambú 
y golpeó la rata con fuerza. Los otros la tomaron y la arrojaron 
hasta el centro del río. La rata muerta no se hundió. Siguió fl o-
tando bocarriba hasta perderse en la corriente. Y yo me eché a 
andar.
“Bueno, — me dije, — qué fácil es caminar sobre el puente. 
Se puede hacerlo hasta con los ojos cerrados, pues a un lado 
tenemos las rejas que no nos dejan caer al agua, y del otro, el 
contén de la acera”. Y para comprobarlo cerré los ojos y seguí 
caminando. Al principio me sujetaba con una mano a la baran-
da del puente, pero luego ya no fue necesario. Estoy seguro de 
que con los ojos cerrados se puede ver muchas cosas, y hasta 
mejor que con los ojos abiertos... 
1 para que las viejitas no me vieran — чтобы старушки меня не уви-
дели 
60 • Recuerdos de infancia
Y con los ojos cerrados me puse a pensar en las calles y en las 
cosas, sin dejar de andar. Y vi a mi tía Grande Ángela que lleva-
ba un vestido largo y blanco. Y me tropecé de nuevocon el gato 
en el contén. Pero esta vez, cuando lo rocé con la punta del pie, 
dio un salto y salió corriendo. Estaba vivo y se asustó cuando lo 
desperté. Seguí caminando con los ojos bien cerrados y llegué 
de nuevo a la dulcería. Como ya había gastado mi última peseta 
de la merienda no podía comprar ningún dulce y me conformé 
sólo con mirarlos. Estaba así mirándolos cuando oí dos voces 
que me preguntaron: “¿No quieres comer algún dulce?” Las de-
pendientas eran las dos viejitas que siempre estaban pidiendo 
limosna a la entrada. No supe qué decir. Pero ellas adivinaron 
mis deseos y me regalaron una tarta grande de chocolate y de 
almendras. Cuando iba por el puente con la tarta grande en las 
manos, oí de nuevo el escándalo de los muchachos. Y (con los 
ojos cerrados) los vi allá abajo, nadando apresurados hasta el 
centro del río para salvar una rata de agua, pues la pobre estaba 
enferma y no podía nadar. Los muchachos sacaron la rata tem-
blorosa del agua y la depositaron sobre una piedra. Entonces 
los fui a llamar para comer juntos mi tarta grande.
Palabra1 que los iba a llamar y hasta levanté las manos con la 
tarta... Pero entonces, “puch”, me pasó el camión casi por arriba 
en medio de la calle que era donde sin darme cuenta, me había 
parado.
Y aquí estoy con las piernas blancas con el esparadrapo y 
el yeso. Tan blancas como las paredes de este cuarto, donde 
sólo entran mujeres vestidas de blanco para darme un pincha-
zo o una pastilla también blanca. Lo que acabo de contar no es 
mentira: sí que se puede ver muchas cosas con los ojos cerra-
dos.
(Reinaldo Arenas)
1 Palabra — (зд.) Честное слово
El pájaro del biombo • 61
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Cuántos años tiene el pequeño protagonista? ¿Ya va a la 
escuela?
2. ¿Cómo pasa su mañana de ordinario?
3. ¿Por qué ayer fue diferente?
4. ¿Con quién se tropezó el chico cuando fue a cruzar la 
calle? ¿Qué le había pasado al gato?
5. ¿Quiénes siempre estaban a la entrada de la dulcería? 
¿Por qué el chico no les dio dinero aquella mañana?
6. ¿Qué hacían los muchachos en la orilla del río?
7. ¿Por qué, según el niño, era fácil caminar por el puente 
con los ojos cerrados?
8. ¿Qué “vio” con los ojos cerrados?
9. ¿Qué le pasó en el momento cuando iba a llamar a los 
muchachos para comer juntos la tarta?
10. ¿Dónde está el chico ahora?
El pájaro del biombo
Uno de los recuerdos de mi infancia es el invernadero de la 
casa de mis padres. Nuestro invernadero estaba lleno de plantas 
preciosas, helechos, jacintos y palmeras de variedades increí-
blemente diversas, que mamá cuidaba y contemplaba mucho. 
Teníamos también un naranjo enano que, desde su orondo ma-
cetón, nos obsequiaba con frutas algo desabridas, cierto, pero 
no por eso menos codiciadas. “Esas naranjas son para mirarlas, 
hijitos; no para comerlas, — nos decía mamá. — ¡Tan lindas, 
asomadas por entre las hojas oscuras!”
También los peces, en su enorme pecera redonda, eran sólo 
para mirarlos. Y hasta los canarios, con sus alas pajizas y los 
ojillos negros eran más bien para la vista. Cuando se ponían a 
62 • Recuerdos de infancia
cantar como locos, a mamá le daba la jaqueca. “Mamá, — solía 
decir, — los pájaros del biombo me gustan más, porque, ¿sa-
bes?, ésos no cantan”. En el invernadero había un biombo de 
laca con mandarín y muchísimos pájaros, volando, posándose, 
parados en las ramas de los árboles extraños. “Sí, pero tampoco 
se mueven, — me respondía ella. — ¿Tú ves? ¡Siempre igual!”
Detrás del biombo era donde ella guardaba sus avíos de pin-
tura, el caballete, la paleta, el estuche de los colores y los pince-
les. Mamá sabía pintar muy bien. Y para nosotros, verla pintar 
era una fi esta.
Un día, encontré una tablita de madera fi na, muy bien pu-
limentada; y claro está, me apoderé de ella. “¿Para qué puede 
servir?” — preguntaba a mi hermanito Quique. Además de lin-
da, la tablita era mágica: no tenía uso conocido... De repente 
se me ocurrió una idea. “Mira, mamá, lo que he encontrado. 
¡Qué tablilla tan bonita! Tan bien recortada y tan lisa”. Mamá, 
distraída y un poco perpleja, le daba vueltas a la maderita. Y yo 
me atreví por fi n: “Oye, mamá, ¿no crees que podrías pintarme 
aquí, en esta tablilla, alguna cosa para mí?” “Ya veremos”, — dijo 
y yo escuché esta palabra como una promesa.
Al día siguiente, a la hora del desayuno, que siempre nos 
servían en el invernadero, lo primero que hice fue preguntar a 
mamá si iba a pintarme algo en mi tablilla mágica. Después de 
examinar otra vez la tablilla, mamá preguntó:
— ¿Qué te pinto aquí? 
— Un pájaro, — fue mi respuesta preparada.
— ¿Un pájaro? ¿Qué pájaro?
— Un pájaro del biombo, el gorrión.
— Y yo, — dijo entonces Quique, — también voy a buscar 
una tablilla para que me pintes1 otro pajarito a mí. 
1 para que me pintes — чтобы ты мне нарисовала 
El pájaro del biombo • 63
Con mucho esmero mamá sujetó el trozo de madera sobre 
un cartón, colocó el cartón en el caballete, y en seguida emba-
durnó de pintura blanca la tablita, explicándome que ésa era la 
imprimación, necesaria para impedir que luego se reseque el 
óleo1. Y añadió que hasta el día siguiente no se podía empezar a 
poner colores sobre el fondo blanco...
Al mismo tiempo Quique buscaba por toda la casa una ta-
blita igual a la mía, o parecida, para que mamá le pintara2 otro 
pajarito. Lo que pudo encontrar fue una caja vacía de cigarros 
habanos. Le quitó la tapa, sacó meticulosamente los clavitos, y 
luego la puso en remojo para despegarle la etiqueta. A la maña-
na siguiente le mostró a mamá una lámina de oloroso cedro y 
ella le respondió lo que yo ya sabía: que esa madera era dema-
siado esponjosa; había que buscar otra mejor. Pues ésa chupa-
ría la pintura, etc., etc. 
Al fi n mamá se instaló frente al biombo y dio comienzo a 
su obra.
Yo estaba seguro de que mamá sería capaz de copiar muy 
bien aquel gorrión tan gracioso, que parecía dispuesto a dar un 
saltito; pero, seguro y todo, la observaba con ansiedad...
Apenas podía creer mis ojos. En comparación con el pájaro 
que iba adquiriendo vida en la tablilla, el modelo del biombo pa-
recía anodino, convencional, frío. Los colores que el pincel iba 
poniendo en mi tablilla eran cálidos como el cuerpecillo mismo 
del ave. 
— ¡Mamá, qué maravilla! ¡Mucho más bonito que el mode-
lo!
— ¿Te gusta?
1 para impedir que luego se reseque el óleo — чтобы помешать 
тому, чтобы потом засохла краска
2 para que mamá le pintara — чтобы мама ему нарисовала 
64 • Recuerdos de infancia
— Mucho, muchísimo; pero dime una cosa, mamá: cuando 
la pintura se seque1, ¿no perderá ese brillo? — Era mi miedo.
Me tranquilizó ella:
— Tú verás: daremos una mano de barniz al terminarla, y 
así conservará siempre el brillo.
Lleno de felicidad aquella noche debí de caer en la cama 
como un plomo. Cuando por la mañana me levanté y corrí al 
invernadero, ya estaban allí mamá y Quique tomando el desa-
yuno. Pero antes de sentarme a la mesa me acerqué a echarle 
una mirada a mi pajarito.
— ¿Qué te pasa?, ¿qué te pasa, hijo mío? — me gritó mamá, 
demudada, a la vez que se precipitaba hacia mí. 
No sabré decir si yo, antes, había proferido un grito, pero 
ahora no podía hablar: estaba como estupefacto. Mamá echó 
una mirada al caballete, y pudo ver entonces lo que yo había 
visto: una raya, marcada con un clavo o punzón, recorría desde 
lo alto de la tablilla el cuerpo de mi pájaro.
— Pero, ¿quién puede haberlo hecho? — exclamó mamá 
con la voz alterada.
Entonces yo empecé a sollozar: “Mamá, mamá, mamá.” Los 
sollozos me ahogaban. Ella, con un tono tan apagado, tan deso-
lado que me extrañó en medio de mi afl icción, me dijo:
— Mira, hijito, esto no es nada, ¿sabes? Esto se arregla en 
seguida, vas a ver.
— Pero el pájaro nunca será igual...
— Sí, tonto, sí. Quedará igualito que antes. Exactamente 
igual.
Yo me daba cuenta de que eso era para consolarme; que no, 
que ya no podía quedar como antes.
1 cuando la pintura se seque — когда краска высохнет 
Elpájaro del biombo • 65
¿Quedó como antes? Es curioso que no consiga acordarme1 
de nada más relacionado con la tablilla. Supongo que de repente 
perdí interés en ella. Tampoco mi madre siguió pintando. Y de 
ahí en adelante ya nunca volvió a tener holgura ni gusto para ese 
agradable pasatiempo.
(Francisco Ayala)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Qué parte de la casa recuerda muy bien el protagonista? 
¿Cómo era?
2. ¿Qué tenían en el invernadero además de las plantas?
3. ¿Cómo era el biombo de laca?
4. ¿Cuál era el pasatiempo preferido de la madre de los 
niños?
5. ¿Qué encontró una vez el protagonista? 
6. ¿Qué decidieron pintar en la tablita?
7. ¿Qué hicieron con la tablita el primer día del trabajo?
8. ¿Cuál fue la preocupación más grande de Quique aquel 
día?
9. ¿Qué tipo de tablita encontró él y por qué no sirvió para 
la pintura?
10. ¿Le gustó al chico la pintura de su mamá?
11. ¿Qué pasó a la mañana siguiente?
12. ¿Terminaron la pintura?
13. ¿Quién habría podido estropear la pintura?
1 Es curioso que no consiga acordarme — Любопытно, что я не 
могу вспомнить
HISTORIAS VERDADERAS 
E INVENTADAS
El avión de la bella durmiente
Era bella, con una piel tierna del color del pan y los ojos 
verdes. Tenía el cabello liso y negro hasta la espalda. Estaba ves-
tida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural, 
pantalones de lino crudo y zapatos elegantes. “Ésta es la mujer 
más bella que he visto en mi vida”, pensé cuando la vi pasar, 
mientras yo hacía cola para abordar el avión de Nueva York en 
el aeropuerto Charles de Gaulle1 de París. Fue una aparición 
que existió sólo un instante y desapareció en la muchedumbre 
del vestíbulo. 
Yo estaba en la fi la de registro y la empleada me bajó de las 
nubes con un reproche por mi distracción y me preguntó qué 
asiento prefería: fumar o no fumar. Como me daba lo mismo, 
me entregó la tarjeta de embarque con el resto de mis pape-
les. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de 
cerrarse a causa de la nevada y que todos los vuelos estaban 
cancelados. 
Entonces decidí buscar a la bella pero no estaba en ninguna 
parte: ni en la sala de espera de primera clase con rosas vivas 
en los fl oreros y la música sublime, ni fuera donde la gente de 
todo tipo estaba acampada en los corredores sofocantes con 
sus animales, sus niños y sus enseres de viaje. 
1 Charles de Gaulle — Шарль де Голль
El avión de la bella durmiente • 67
A la hora de almuerzo las colas se hicieron interminables 
frente a los siete restaurantes, las cafeterías y los bares. Lo único 
que alcancé a comer fueron los dos últimos vasos de helado. Los 
comí mirándome en el espejo del fondo y pensando en la bella. 
El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, 
salió a las ocho de la noche. Una azafata me condujo a mi sitio 
y me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la venta-
nilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el aire 
de los viajeros expertos. La saludé, pero ni contestó. Sólo pidió 
al sobrecargo en francés un vaso de agua y cuando se lo trajeron 
tomó dos pastillas doradas. Después dijo que no la despertaran1 
por ningún motivo durante el vuelo. Por último bajó la cortina, 
extendió la poltrona a máximo, se cubrió con la manta hasta la 
cintura, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado 
en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa las 
ocho horas y doce minutos que duró el vuelo a Nueva York. 
Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada 
más hermoso en la naturaleza que una mujer bella, por eso me 
fue imposible escapar al hechizo de aquella criatura de fábula 
que dormía a mi lado.
Hice una cena solitaria. Antes de cada trago, levantaba la 
copa y brindaba: “¡A tu salud, bella!” Terminada la cena2, apa-
garon las luces, dieron película para nadie, y los dos nos que-
damos solos en la penumbra del mundo. Entonces, contemplé 
palmo a palmo a la bella durante varias horas. Tenía en el cue-
llo una cadena tan fi na que era casi invisible sobre su piel de 
oro, las orejas perfectas, las uñas rosadas, y un anillo liso en la 
mano izquierda. Me parecía increíble: en la primavera anterior 
había leído una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre 
1 Dijo que no la despertaran — Она сказала, чтобы ее не будили
2 Terminada la cena — Когда ужин закончился; после ужина 
68 • Historias verdaderas e inventadas 
los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes 
para pasar la noche contemplando dormir a las muchachas más 
bellas de la ciudad. Aquella noche, velando el sueño de la bella, 
lo viví a plenitud.
— Quién iba a creerlo1 — me dije, — yo, anciano japonés a 
estas alturas.
Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña y los 
fogonazos mudos de la película, y me desperté con la cabeza 
agrietada. La bella se despertó sin ayuda en el instante en que se 
encendieron los anuncios del aterrizaje. Estaba aun más bella y lo-
zana. No nos dimos los buenos días. Ella se quitó el antifaz, abrió 
los ojos radiantes, enderezó la poltrona y se puso a hacerse un 
maquillaje rápido y superfl uo. Y todo eso sin mirarme. Cuando 
abrieron la puerta, se puso la chaqueta de lince, pasó por encima 
de mí con una disculpa convencional en castellano puro de las 
Américas, se fue y desapareció en la amazonia de Nueva York.
(Gabriel García Márquez)
P re g u n t a s d e l t e x t o :
1. ¿Cómo era la bella? ¿Cómo estaba vestida?
2. ¿Dónde y cuándo la vio el autor?
3. ¿Qué le advirtió al autor la empleada al entregarle sus 
papeles?
4. ¿Dónde buscaba el autor a la bella?
5. ¿Cómo pasó el almuerzo? ¿Qué comió el autor y en qué 
estaba pensando en aquel momento?
6. ¿Cuándo salió el vuelo?
7. ¿Quién fue el vecino del autor en el avión?
8. ¿Cuáles fueron las preparaciones de la bella para el vue-
lo?
1 Quién iba a creerlo — Кто бы мог подумать
Espantos de agosto • 69
9. ¿Cómo pasó el vuelo para el autor?
10. ¿Con qué personaje literario se comparó?
11. ¿Cuándo se despertó la bella? ¿Qué hizo antes de aban-
donar el avión?
Espantos de agosto
Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día y perdimos 
más de dos horas buscando el castillo renacentista que el es-
critor venezolano Miguel Otero Silva había comprado allí en 
Toscana. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al au-
tomóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses, y 
una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde es-
taba el castillo. Nos preguntó cuánto tiempo pensábamos pasar 
allí y le dijimos que sólo íbamos a almorzar.
— Menos mal, — dijo ella, — porque en esa casa hay espan-
tos.
Mi esposa y yo nos burlamos de la credulidad de la vieja, 
pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se entusiasma-
ron con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.
Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un an-
fi trión espléndido y un comedor refi nado, nos esperaba con un 
almuerzo de nunca olvidar. Pero como habíamos llegado tarde, 
no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de 
sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada 
de pavoroso. Durante el almuerzo Miguel nos contó de uno de 
los dueños del castillo — Ludovico, que era el gran señor de las 
artes y de la guerra y quien en un momento de locura del cora-
zón había apuñalado a su dama y luego azuzó contra sí mismo a 
sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. 
Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el 
espectro de Ludovico deambulaba por la casa en las tinieblas. 
70 • Historias verdaderas e inventadas 
El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno 
día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de 
Miguel parecía una broma como tantas otras suyas para entre-
tener a sus invitados. Miguel había restaurado por completo la 
planta baja y había hecho construir una sauna y una sala para 
cultura f ísica. Pero había dejado intacta la habitación de Ludo-
vico en el primer

Otros materiales