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SOSTENIBILIDAD: ¿UN EXTRAÑO A LA MODERNIDAD? Estrellita García Fernández Agustín Vaca García (Coordinadores) Sostenibilidad: ¿un extraño a la modernidad? Estrellita García Fernández Agustín Vaca García (Coordinadores) Dr. Miguel Ángel Navarro Navarro Rector General Dra. Carmen Enedina Rodríguez Armenta Vicerrector Ejecutivo Mtro. José Alfredo Peña Ramos Secretario General Mtro. Ernesto Flores Gallo Rector del Centro Universitario Dr. Francisco Javier González Madariaga Secretario Académico Mtra. Eva Guadalupe Osuna Ruíz Secretario Administrativo Mtra. Gloria Aslida Thomas Gutiérrez Coordinadora de la Maestría en Ciencias de las Arquitectura Cuidado de la edición y diseño de portada: Atenas Zoe Camila Murillo Muñoz Oswaldo Gabriel Esquivel Gómez Primera edición, 2018 D.R. ©2018 Universidad de Guadalajara. Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño Calzada Independencia Norte núm. 5075 Huentitán El Bajo C.P. 44250 Guadalajara, Jalisco, México ©De los textos, sus autores D.R. ©Fotografías páginas 285-289 de José Hernández-Claire 2012, 2013 y 2014 Los contenidos de los artículos son responsabilidad de los autores ISBN 978-607-547-387-1 Hecho en México Made in Mexico ÍNDICE De cultura, moDerniDaD y sostenibiliDaD 5 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García Del paisaje Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos 21 Martín Manuel Checa-Artasu Imaginario y patrimonio: la Barranca de Huentitán 40 Christian Omar Grimaldo Rodríguez El patrimonio territorial del ejido La Primavera, Zapopan 52 María Dolores Álvarez Contreras La conservación del patrimonio natural para el Área Metropolitana de Guadalajara: el caso de los parques 72 Ivonne Álvarez Gutiérrez entornos urbanos El paisaje urbano histórico sostenible. ¿Conservación o reconfiguración? 88 Lourdes de la Paz Gómez Consuegra Marisabel Almeida Torrens Permanencia y cambio en “las colonias modernas” de Guadalajara 108 Estrellita García Fernández La sostenibilidad del carácter cultural de una comunidad. Criterios de diseño urbano 137 Francisco Antonio Ribeiro da Costa El parque Morelos de Guadalajara: un espacio público para poner en valor 169 Juan Christopher Alcaraz Padilla memoria, Discursos y su objetivación Un acercamiento a las relaciones entre sostenibilidad y corrupción en México 189 Agustín Vaca García Análisis del discurso político y la formación de la nación 207 Angélica Peregrina Espacios habitables sostenibles. La vivienda rural en Quintana Roo 221 Eugenia María Azevedo Salomao Clara Sugeydy Torres Uicab Alfarería tonalteca: factores para su sostenibilidad 245 Beatriz Núñez Miranda Sostenibilidad y subversión en la fotografía de Hernández-Claire 268 Marcela Sofía Anaya Wittman “Método” Kodály: sostenibilidad y sustentabilidad 290 Hilda Mercedes Morán Quiroz bibliografía 316 De los autores 366 5 DE CULTURA, MODERNIDAD Y SOSTENIBILIDAD Estrellita García Fernández Universidad de Guadalajara Agustín Vaca García INAH-El Colegio de Jalisco Perspectivas sobre sus relaciones Desde finales del siglo pasado, más precisamente, a partir de que la Orga- nización de Naciones Unidas (ONU) publicó, en 1987, Nuestro futuro común, libro que dio a conocer el “Informe Brundtland”, empezó a cobrar peso la urgente necesidad de frenar los excesos de la modernidad, una de cuyas concreciones colectivas se manifestaba cada vez con mayor claridad en la explotación irracional, y hasta agresiva, de los recursos que conforman el medio ambiente terráqueo en su totalidad. En este informe se estableció por primera vez el concepto de desa- rrollo duradero o sostenible, asunto del que responsabilizó a la humanidad entera para que ese desarrollo se lograra, sin olvidarse de “asegurar que sa- tisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”.1 Pero si este informe se hizo con la mira puesta en los problemas ecológicos que ya acusaban su presencia en no pocos países, sobre todo en los entonces llamados “tercermundistas”, sus hallazgos evidenciaron la necesidad de vincularse con otras áreas como la economía y la política que, en principio, se pensaban desligadas unas de otras, con la finalidad de llevar a la práctica tal tipo de desarrollo. 1 “Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Nuestro futuro común (o Informe de Brundtland)”. Oslo, 20 de marzo de 1987, agosto de 1987, p. 23 (http://www.un.org/es/comun/ docs/?symbol=A/42/427), agosto de 2017. 6 De cultura, modernidad y sostenibilidad Una de las condiciones que estableció el “Informe Brundtland” para empezar a acometer la solución de los problemas del medio ambiente fue la necesidad de la intervención de la voluntad política. No obstante pasaría mucho tiempo para que la ecología formara parte de las agendas políticas y de los programas y proyectos de desarrollo de los países en general, sobre todo de los industrializados. Quizá el “Informe Brundtland” sea una de las primeras manifestacio- nes que denuncia, con la participación de la mayoría de los países que per- tenecen a la ONU, los estragos de la devastación global del medio ambiente, directamente relacionada con los efectos de la aplicación irracional de la razón economicista que guió a la modernidad, denuncia que se continuó con la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992), Protocolo de Kioto (1997), el Acuerdo del Clima de París (2015), vinculante y firmado por 195 países, y la reciente Cumbre de Taormina, en la que el Grupo de los Siete (G7) se compro- metió, salvo Estados Unidos, a reconocer las recomendaciones del Acuerdo del Clima de París, entre las reuniones internacionales más importantes. Si bien, dicho informe mostró el camino para empezar a subsanar los trastornos que había causado la modernidad, por esas fechas todavía permanecía abierta la brecha que ella había puesto entre la razón y todo aquello que se relacionara con la emotividad humana: prácticas y productos tradicionales, sabiduría ancestral, relación de las comunidades con el medio ambiente, etcétera. Los críticos de la modernidad, como Hans-George Gadamer, Han- na Arendt, Eric Hobsbawm, Paul Ricoeur, Jürgen Habermas, Jean Franco, Raymond Firth, Octavio Paz, desde hacía tiempo daban cuenta del perjuicio social que acarreaba dicha ruptura cultural y reconocían la pérdida de con- fianza absoluta en la certidumbre de ciertos postulados de la modernidad, mismos que los románticos desde el siglo XIX ya habían criticado desde otro punto de vista y con propósitos que ilustran el empeño de los humanistas por mantener los lazos con la cultura anterior y por “conservar los objetos materiales y construcciones que ostentaban el sello de tiempos pasados, 7 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García remotos y recientes. A partir de entonces se hizo presente la necesidad de conservar estos vestigios del pasado y reunirlos en la categoría de ‘patrimo- nio nacional’”.2 Este proceso que dio comienzo a mediados del siglo XIX occidental podemos considerarlo como el germen de la reacción en contra de la racio- nalidad modernizadora y el favorecimiento de la continuidad de la puesta en valor de la subjetividad en las más variadas áreas de la vida humana. Esta crítica se avivó con la destrucción de territorios que dejaron la Primera y, sobre todo, la Segunda guerras mundiales, en ciudades como Dresde, Berlín, Varsovia. Es necesario no perder de vista que la reconstrucción de la capital Polaca, a partir de 1953, es el exponente más representativo en contra de la racionalidad modernizadora, que cobró concreción en el proceso de reafir- mación nacional que guió el propósito de recuperar la esencia del entorno vital perdido. Esta posición condujo a la ampliación de los criterios que hasta en- tonces parecían inobjetables para la selección del patrimonio: históricos y artísticos; lascircunstancias fueron obligando a la integración en éstos de los valores culturales intangibles y, más recientemente, el territorial. Es así como, al “ampliar el horizonte de la noción de patrimonio, al ir más allá de los objetos, edificios, ciudades, se ha logrado alcanzar la dimensión del territorio como lugar que registra el paso de la historia con marcas culturales deveni- das en paisajes”.3 Con anterioridad a este proceso, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO por sus siglas en inglés) creó una categoría distinta de la de patrimonio nacional y estableció la de Patrimonio de la Humanidad en 1972, con el propósito de asegurar la preservación de bienes materiales y naturales sobresalientes que represen- tan la creatividad humana en general. Bienes a los que más tarde se han añadido los intangibles. 2 Agustín Vaca y Estrellita García. “Notas en torno de los fundamentos teóricos del patrimonio cultural”. Agustín Vaca y Estrellita García (coords.). Procesos del patrimonio cultural. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2013, p. 14. 3 Estrellita García Fernández, Agustín Vaca y Eugenia Azevedo Salomao. “Diálogos y disensiones sobre el patrimonio”. Estrellita García Fernández, Agustín Vaca y Eugenia Azevedo Salomao (coords.). Espacios habitables, memoria y construcción del patrimonio. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2013, p. 17. 8 De cultura, modernidad y sostenibilidad Sin embargo, en contraste con lo anterior, el auge alcanzado por la glo- balización económica, a partir de los años noventa, sin proponérselo provocó un renacimiento en el interés de las distintas sociedades por revigorizar sus propios productos culturales y reafirmar su identidad particular, sin que mediara siempre la pretensión de alcanzar la categoría de patrimonio nacional o de la humanidad. De tal suerte, el patrimonio, como parte de la cultura, ha servido para contraatacar los embates de la racionalidad modernizadora en lo que se re- fiere a la destrucción de los lazos con la tradición premoderna, circunstancia que tiende un vaso comunicante entre ésta y la sostenibilidad, puente que re- fuerza la posibilidad de cumplir con la obligación de llevar a cabo el precepto que se estableció en el “Informe Brundtland”. Es evidente que la concreción de tal precepto está en manos de la humanidad y sólo puede lograrse haciendo del desarrollo algo durable o sos- tenible. Llegar a esto implica un debate continuo sobre valores y este debate es siempre cultural, de acuerdo con Jon Hawkes, quien en The Fourth Pillar of Sustainability, cita a B. Gleson y N. Low para referirse a los tres elementos que definían al desarrollo sostenible: desarrollo económico, justicia social y responsabilidad ecológica. Estos elementos estarían en una tensión dialéc- tica continua que varía de acuerdo con la importancia que le dé determinada perspectiva filosófica a cada uno de estos componentes; debido a esta va- riación siempre habrá una mayor tensión entre dos de los tres elementos.4 Hawkes, en la obra referida, asegura que existe una confluencia de diver- sas perspectivas filosóficas, las cuales corresponden a la variedad de culturas nacionales que se ven obligadas a enfrentar, a partir de sus propias experiencias históricas y socioculturales, problemas de muy variada índole: desde los que ha traído consigo el proceso de globalización hasta los que se suscitan en el interior de las propias culturas particulares.5 Esto ha llevado a Hawkes a afirmar que, “tal como la biodiversidad es un componente esencial para la sostenibilidad ecoló- gica, de igual manera la diversidad cultural es esencial para la sostenibilidad so- cial”; de ahí que proponga a la cultura como el cuarto pilar para la sostenibilidad.6 4 Jon Hawkes. The Fourth Pillar of Sustainability. Culture’s Essential Role in Public Planning. Melbourne: Melbourne University Press, 2001, p. 11 (http://www.culturaldevelopment.net.au/community/Downloads/ HawkesJon(2001)TheFourthPillarOfSustainability.pdf), noviembre de 2017. 5 Ibid., p. 15. 6 “Just as biodiversity is an essential component of ecological sustainability, so is cultural diversity es- sential to social sustainability”. Ibid., p. 14. 9 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García Hasta aquí hemos procurado referirnos a la importancia que tiene el desarrollo sostenible y la relación indisoluble que debe haber con la cultura para que aquél sea posible. Ahora es necesario preguntarnos ¿cuál es ese papel que corresponde a la cultura?, y aseveramos, de acuerdo con el texto “La cultura como finalidad del desarrollo”, que la cultura, por una parte, no debe ser “tratada como un componente más, sino como la finalidad última del desarrollo, y por la otra, de que los intereses propios de las culturas ten- gan un papel preponderante en los procesos de planificación”.7 En última instancia, se trata de que la participación social adquiera un valor mucho más trascendente en estos procesos y al mismo tiempo que se garantice su relación con la toma de decisiones. En nuestros días, la cultura se ha abordado en algunos países, de manera preferente, mediante políticas específicas dirigidas a asuntos como el patrimonio, las artes, las industrias culturales, entre otros,8 perspectiva que se aleja de lo que Hawkes ha colocado como el “cuarto pilar del desa- rrollo”: la cultura, al lado de la justicia social, responsabilidad ambiental y viabilidad económica.9 Algunos de los desafíos para la acción y la investigación en la actua- lidad en el campo cultural, incluidas todas las formas de arte, a los que las ciencias sociales y humanas están obligadas a enfrentarse, según Guy Saez y Jean-Pierre Saez, están marcados por enormes transformaciones: la globa- lización y la redistribución de los centros sobre los que gravita la economía mundial; el crecimiento en potencia de los poderes locales; la acentuación de los fenómenos de metropolización; la difusión o el “consumo” de la cultura; la confusión de las distinciones tradicionales (cultura de élite o popular; cultura local, nacional o universal); y la variedad de retos asociados a los temas de la diversidad cultural o del desarrollo sostenible.10 7 OEA. “La cultura como finalidad del desarrollo”. Documento para el Seminario de Expertos en Polí- ticas Culturales. Vancouver, 18 y 19 de marzo de 2002, pp. 3-4 (http://www.oas.org/udse/espanol/ documentos/1hub6.doc), noviembre de 2017. 8 Ibid., p. 3. 9 Hawkes, op. cit., p. 25. 10 Guy Saez y Jean-Pierre Saez (dir.). Les nouveaux enjeux des politiques culturelles. Dynamiques euro- péennes. París: La découverte, 2012, p. 11. 10 De cultura, modernidad y sostenibilidad Lo anterior, nos lleva a confirmar que dichas ciencias son las que me- jor pueden dar cuenta de las dinámicas culturales que están en obra en el in- terior de las sociedades. En este sentido, hay que tomar en cuenta la relevan- cia que ha ido adquiriendo la participación de los distintos grupos sociales e instancias gubernamentales en las decisiones que atañen a la colectividad. Como ejemplo de esta creciente participación podemos mencionar la intervención de uno o más grupos en la decisión de cuáles bienes cultura- les son merecedores del reconocimiento patrimonial. De tal forma, la socia- lización de un producto cultural puede ser el principio del proceso que con- duciría a su patrimonialización, el cual implica el reconocimiento de valores de diversa índole. Es en este sentido que la ideología tiene un papel relevante, puesto que subyace en la selección de cada uno de estos bienes de acuerdo con el conjunto de ideas que se ponen en juego, en el que quedan al descubierto los intereses de cada grupo, pues la patrimonialización acusa fundamentos que pueden estar muy alejados de los criterios exclusivamente culturales, para mezclarse con argumentos que dejan traslucir intereses puramente econó- micos o políticos o ambos. En tanto que recurso no renovable, el patrimonio cultural comprendedesde la memoria hasta la organización y distribución de papeles que están destinados a cumplir en un territorio. La conservación de todo esto requiere del concurso armónico de las actividades políticas tanto como de las eco- nómicas que se llevan a cabo en una sociedad determinada, cuya marcha en conjunto debe conducir necesariamente al desarrollo sostenible. Lo que hasta aquí hemos expuesto son los fundamentos que nos lle- varon a voltear hacia la sostenibilidad y su relación con el patrimonio cultural como una forma de restablecer y reforzar nuestros vínculos con el pasado, mantener lo que éste tiene de validez para nuestro presente y poder vislum- brar un mejor futuro. 11 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García Prácticas culturales, política y memoria Acorde con lo que hemos expuesto arriba, el tema que aquí nos hemos pro- puesto dilucidar es el de las relaciones entre el patrimonio cultural, o mejor, los patrimonios culturales y la sostenibilidad. Este vínculo es real e histórico; sin embargo, los trabajos que abordan esta relación son escasos. Es decir, la mayoría de los que se centran en el estudio de la cultura no contempla a la sostenibilidad como una condición necesaria para el desenvolvimiento del conjunto de las actividades humanas en las que se incluyen la producción y conservación de la cultura y de los bienes tangibles e intangibles que ella genera. Este volumen colectivo, que se ubica decididamente en la perspecti- va de la interpenetración de conocimientos, se integra con análisis puntuales del papel que juega la sostenibilidad en las prácticas culturales, la política, los avances y recomposiciones de la acción pública en la que la cuestión territorial ocupa un lugar destacado en esta problemática. Con esto no queremos decir que entendemos al territorio como una isla, en la que los productos y las prácticas culturales tienen una vida des- vinculada de la influencia de otras culturas, sino más bien como un lugar en el que pueden darse productos y prácticas como resultado del contacto con otras de diferentes latitudes. El presente volumen, pues, buscó evidenciar dichos vínculos. Ni si- quiera es necesario mencionar que el concepto de sostenibilidad es un pro- ducto contemporáneo, cuya puesta en práctica ha permitido abordar proble- mas socioculturales, económicos, políticos actuales, que aunque han estado aparejados al proceso de civilización humana, se han evidenciado con mayor fuerza a partir de su análisis desde la perspectiva de este concepto. De allí que los textos que componen esta obra se dediquen al análi- sis de problemas contemporáneos, en los que si bien la sostenibilidad es el concepto central, en cada uno de ellos se examinan valores particulares que forman parte de una discusión general continua sobre valores, sin olvidar que estos debates están siempre vinculados a la cultura. 12 De cultura, modernidad y sostenibilidad A tal efecto lo hemos dividido en tres secciones en cuanto a la esca- la de estudio y los temas: paisaje; entornos urbanos; memoria, discursos y sus objetivaciones. No obstante, estos apartados no constituyen entidades cerradas cada una en sí misma, sino que hemos buscado puentes que las comuniquen entre sí. Desde este punto de vista los cuatro primeros traba- jos que integran la primera sección abordan la escala territorial, que incluye desde una propuesta teórica hasta la patrimonialización de entornos rurales y urbanos. Martín M. Checa-Artasu eligió una definición de paisaje que es la que nos ayuda a tratar de comprender el entorno que nos rodea; éste se transfor- ma en una especie de escena con la que no sólo podemos interactuar como individuos, sino que facilita la interacción entre los humanos. Esto permite considerar al paisaje como un bien común insustituible, en tanto que recurso social y cultural que posee un colectivo humano, colectivo que se encarga de investirlo de valores tangibles e intangibles, a la vez que teje relaciones sociales y políticas que se construyen a medida que pasa el tiempo. En consecuencia, el paisaje se convierte en un derecho exigible, gra- cias a su facultad de conservar y transmitir ciertos valores y expectativas de bienestar, salud, defensa del territorio y respeto al medio ambiente. Por último, Checa-Artasu denuncia la debilidad que tiene el concepto de paisaje en México, en cuanto a su construcción teórica y jurídica, a pesar de que cada vez se toma más en cuenta en la formulación de las políticas públicas relacionadas con el territorio y con la calidad ambiental de nuestro entorno. En el siguiente capítulo Christian O. Grimaldo centra su atención en la barranca de Huentitán y asegura que el reconocimiento del valor de un paisaje, como el de esta barranca, es un proceso antes que un hecho. Esto quiere decir que en buena medida depende de la percepción de quienes la valoren y no solamente de sus cualidades intrínsecas. De allí que el concep- to de imaginario urbano resulta relevante para comprender los procesos de valoración mediante los cuales un bien cultural adquiere el reconocimiento de patrimonio. 13 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García Lo antes dicho por Grimaldo desemboca en un proceso de patrimo- nialización no consciente, sino que ha resultado de la invisibilidad que ha prevalecido en esa porción del territorio, marginado del discurso de la moder- nidad y de las acciones de la modernización. Sin embargo esta marginación, concluye Grimaldo, no ha impedido a los interesados en la conservación de la barranca reconocerla como un patrimonio colectivo que se convierte en un bien cultural, “que entre más lejano se encuentre de la clase política, más sostenible logrará ser”. Siguiendo esta misma línea, María Dolores Álvarez Contreras analiza las transformaciones territoriales del ejido La Primavera, uno de los trece ejidos que junto con otras formas de propiedad pública y privada integran el Bosque de La Primavera, a partir de la declaratoria de protección de dicho bosque. Estas transformaciones se enmarcan en los problemas que suscita el uso del concepto de sostenibilidad ligado a la patrimonialización global. Álvarez Contreras sostiene que este proceso tiene como una de las principales consecuencias, la de limitar el concepto de sostenibilidad a sólo valorar la naturaleza en términos de recursos para el desarrollo económico, e imponer un criterio biologicista en la definición de los bienes naturales patrimonializables, con lo cual se descartan las dimensiones sociales y culturales. Esta postergación de las dimensiones sociales y culturales trae como resultado la necesidad de resolver el problema de la contradicción en- tre la sostenibilidad del Bosque de La Primavera y el mantenimiento de las formas de vida de los propietarios, problemas que la autora ejemplifica y discute en su análisis del ejido La Primavera. Por su parte, Ivonne Álvarez Gutiérrez ofrece un acercamiento al pro- ceso de patrimonialización de bienes que antes no se habían considerado: el natural urbano representado por los parques, elementos clave para la sos- tenibilidad del medio ambiente en las ciudades. La revalorización de estos entornos a partir de reconocer su desaparición paulatina de los ámbitos ur- banos y los servicios ambientales y sociales que prestan, ha dado lugar a la creación de la figura jurídica de Áreas Naturales Protegidas en su categoría de parque. 14 De cultura, modernidad y sostenibilidad No obstante, dicho reconocimiento de protección no está exento de contradicciones en áreas metropolitanas complejas, en las que normas pertenecientes a distintas instancias regulatorias del territorio se traslapan entre sí. Este es el caso del Área Metropolitana de Guadalajara, donde, en principio, los parques integran el patrimonio de cada uno de los municipios que la conforman; pero el Programa de Ordenamiento Territorial entra en conflicto con el municipio por el uso de estas áreas en las que han sido iden- tificadascaracterísticas ambientales y sociales de interés para la metrópoli. Este conflicto se agrava con la intervención de Ley General de Asentamien- tos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano que se arroga el derecho de decidir el uso final de las mismas áreas. Ante la incertidumbre que estas contradicciones generan acerca del posible cambio de uso de suelo, con la consecuente disminución o pérdida de estas áreas, los integrantes de la sociedad que consideran estos entornos urbanos como comunitarios, se han organizado en la defensa de ellos. La segunda sección de esta obra colectiva atiende a fenómenos que tienen lugar en entornos urbanos que abarcan desde la generación de con- ceptos hasta criterios para la planeación urbana, pasando por las formas de percibir el patrimonio cultural. Aquí el énfasis se ha puesto en la crítica a las maneras que ha impuesto la fragmentación sociocultural de la modernidad, para reconocer la relevancia que, paulatinamente, ha adquirido la participa- ción de los distintos grupos sociales en la planificación local y en la selec- ción de los bienes culturales que son merecedores de tal reconocimiento. Este apartado lo abre el trabajo de Lourdes Gómez Consuegra y Marisabel Almeida Torrens. En él realizan un acercamiento al proceso de construcción de la idea de paisaje urbano histórico y cómo la sostenibilidad se integra y asocia al mismo. Dicho estudio, con un manifiesto énfasis en el desarrollo de nociones y metodologías, advierte en el concepto paisaje urbano histórico un instrumento de conservación integral que resulta mucho más valioso y auténtico “que la mera conservación física a la que se estaba acostumbrado”, lo cual contribuye a mantener la memoria histórica de la ciu- dad moldeada por el tiempo y a reforzar la identidad colectiva. 15 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García Estrellita García Fernández, por su parte, centra su atención en las permanencias y cambios de lo que se llamó las “colonias modernas” en Gua- dalajara. Ello implicó evaluar el reconocimiento de los valores culturales y socioeconómicos que les han otorgado los distintos grupos que a lo largo del tiempo las han habitado, es decir, de acuerdo con las percepciones de valor asociadas con las experiencias de sus distintos moradores. Esta mirada coincide con el estudio anterior no sólo por la escala de trabajo, sino también por el papel que juega la percepción de los atributos del recurso patrimonial en la conservación y uso de zonas que forman parte de la memoria urbana y arquitectónica colectiva, que se han desarrollado a lo largo del tiempo en una ciudad tan compleja como cualquiera otra de las metrópolis. En este mismo tenor, Francisco Ribeiro da Costa, a partir de la revi- sión crítica de propuestas teóricas y metodológicas desarrolladas a lo largo del siglo XX que influyeron en las formas de ciudades, villas, pueblos, pre- senta en su trabajo un conjunto de criterios de diseño urbano que considera contribuyen a la sostenibilidad del carácter cultural de una colectividad o sociedad y, por ende, al mantenimiento de la identidad urbana de los sitios. En el mismo sentido que los estudios que le anteceden, Ribeiro da Costa considera que los valores de una cultura forjan “la vida cotidiana de una sociedad y estimulan conductas necesarias para la interacción social sostenible y perdurable”. De ahí, que para lograr la sostenibilidad de cualquier tipo de asentamiento humano sea importante la planificación local con la participación de la sociedad en su conjunto en la toma de decisiones. En su tanto, Juan Christopher Alcaraz Padilla aborda ámbitos de in- terrelación social, que en su mayoría son de interés para diversas escalas urbanas: metropolitana, municipal y barrial. En particular analiza el devenir de un espacio público de suma importancia para la ciudad de Guadalajara y el barrio de El Retiro: el Parque Morelos, en el que fenómenos como la ex- clusión social, la segregación urbana, la inseguridad han debilitado las cuali- dades potenciales que teóricamente permiten definir a este espacio público como un espacio que pertenece a todos. 16 De cultura, modernidad y sostenibilidad A lo largo de este texto se emiten algunas definiciones y juicios de valor sobre estos lugares de interrelación social, que en buena medida se construyen desde la subjetividad de los actores que interactúan en él. Alca- raz Padilla sostiene que la permanencia de dichos espacios públicos para el disfrute de las venideras generaciones, depende de la participación de los colectivos locales en su gestión y protección en el presente, “inculcar su aprecio y cuidado [contribuirá a] formar un sentido de pertenencia como medio de sostenibilidad social en favor de futuras propuestas de puesta en valor”. Para cerrar este volumen hemos elegido seis trabajos que, aunque con temas disímbolos, los relaciona una clara preocupación común por des- tacar la importancia que ha cobrado el apego a las finalidades que persigue la sostenibilidad no solo como puente entre el presente y el pasado de las culturas, sino también en el entorpecimiento del proceso del desarrollo ma- terial de la vida humana, cuando la sostenibilidad y sus alcances se poster- gan para alcanzar metas que afectan gravemente los recursos materiales y humanos que existen en el presente. El texto de Agustín Vaca da comienzo con un breve sumario de la evolución del concepto de desarrollo, desde uno preferentemente econo- micista que surgió de las exigencias de la modernidad, con la consecuente postergación de la diversidad cultural, hasta llegar, a finales de la década de los ochenta del siglo pasado, al de sostenibilidad que intenta detener la des- trucción ya visible de los recursos naturales del planeta, vinculándolos con los ámbitos sociopolítico y cultural. Este conjunto constituye el fundamento de la vida del hombre en sociedad. El escrito prosigue con una descripción de las circunstancias que han venido gestándose en México a partir de las postrimerías de la primera mitad del siglo XX, sobre todo desde el decenio de los setenta, con la formación de poderes fácticos, algunos con el cobijo de los propios gobernantes en turno, que se han configurado mediante organizaciones que el gobierno ha utilizado como arma política, y otros que, aunque actúan en abierta oposición al Estado y en contra de sus instituciones y leyes, la corrupción de funcionarios públicos casi en todos los niveles de gobierno les brinda una impunidad casi total. 17 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García Este estado de cosas ha erosionado de tal manera los fundamentos de la sociedad en todos sus estratos, que no solo se ha perdido el sentido de los valores mínimos que se deben observar para una convivencia pacífica, sino también el valor intrínseco de la vida humana. Esto evidencia una desvincula- ción entre la política, la economía y la cultura que obstaculiza la consecución del desarrollo sostenible que se garantiza en la Constitución Política del país. Creemos que a nadie pasará inadvertida la estrecha relación que existe con el texto de Angélica Peregrina, quien explora los discursos de con- memoración de la Independencia, que se pronunciaron en Guadalajara en diferentes fechas del siglo XIX. En estos discursos la autora encuentra que, entre otras de igual importancia, la historia ha tenido la tarea de dotar a los grupos humanos de identidad y de sentido colectivo. Así, concluye que el historiador es el especialista que tiene el cargo de contar a los demás lo que todo grupo necesita saber para conservar y afianzar las señas identitarias que le permiten formar una colectividad con una personalidad bien definida, tanto individual como socialmente. Los siguientes trabajos dan cuenta de disímiles prácticas culturales, cuyos productos se han convertido en soporte o vehículo de sostenimiento de la memoria colectiva. De alguna suerte, dichos estudios son una muestra de la diversidadcultural imprescindible para la sostenibilidad social. De tal forma, Eugenia Azevedo Salomao y Clara Sugeydy Torres Uicab en su trabajo estudian la vivienda rural de Chacchoben, población que formó parte del poblamiento de Quintana Roo durante el siglo XX, una vez finalizada la Guerra de Castas en la Península de Yucatán, y en el que migrantes de origen maya han recreado su bagaje cultural originario en un ámbito geográfico distinto. La apropiación de nuevos elementos en los temas de patrimonio cul- tural y sostenibilidad, puede adquirir un papel de reutilización o el de estra- tegia de creación. En este caso, para comprender el proceso de adaptación al entorno de los espacios habitables, las autoras estuvieron obligadas a observar las condiciones materiales y estructurales, tanto del ámbito cons- truido como del natural, en los que transcurre la cotidianidad. Todo esto en consonancia con las necesidades psicológicas y simbólicas de la población estudiada, es decir, sus aspectos socioculturales. 18 De cultura, modernidad y sostenibilidad Por su parte, Beatriz Núñez Miranda, siguiendo la propuesta de va- rios autores acerca de la deseada relación entre sostenibilidad social, econó- mica y cultural, estudia la preservación de la artesanía tonalteca frente a la dificultad de la disponibilidad de los recursos materiales. No sólo se trata de la preservación de una actividad tradicional, con todo lo que ello implica en cuanto a la creatividad colectiva e individual, sino de una fuente ingresos eco- nómicos que ha permanecido durante mucho tiempo, gracias a la conexión con varios tipos de mercado, a la transmisión de saberes entre miembros de las familias de artesanos y a la innovación de procesos técnicos, mismos que hoy también comprenden una perspectiva ambiental responsable. Para Núñez Miranda, la alfarería tonalteca, al igual que otras prácti- cas artesanales, expresa continuidad mediante el uso de patrones estéticos, formas, colores, a la vez que innovaciones, con fundamento en un modo de vida particular que ha sabido sostenerse y otorgar una identidad o sentido de pertenencia colectivo. Siguiendo esta misma propuesta, Sofía Anaya Wittman interpreta fotografías documentales directas, no cortadas ni alteradas en forma ni con- tenido, que aparecen en la publicación Fe, ritos y tradiciones en Jalisco del fo- tógrafo José Hernández Claire. Estas fotografías muestran ciertas prácticas religiosas que evidencian la yuxtaposición de la tradición con la modernidad mediante sus ensayos subversivos, irónicos y creativos. A lo largo de este texto se advierte el concepto de sostenibilidad, “tanto como condición para el desenvolvimiento de actividades humanas, como en lo que atañe a la conservación de memoria colectiva de bienes intangibles mediante la fotografía”, que en este trabajo concierne a la religio- sidad popular. Hilda Mercedes Morán Quiroz primero nos refiere que en 2016 el Concepto Kodály ingresó al “registro de buenas prácticas de salvaguardia” de la UNESCO. Este concepto se trata, en síntesis, de una propuesta de edu- cación musical para todos, desde el nacimiento, y hasta el más alto nivel de formación. 19 Estrellita García Fernández Agustín Vaca García En su texto la autora revisa la relevancia y los significados que con- lleva el proceso de reconocimiento de una práctica como útil para conservar la diversidad cultural. A partir de ello, se exploran las posibilidades teóricas y prácticas de que, lo que en apariencia no pasa de ser uno de los muchos métodos de educación musical que se han ideado a lo largo de la historia, se convierta de hecho en una práctica que contribuya a la conservación, com- prensión y desarrollo del patrimonio cultural intangible de la humanidad, más allá de las fronteras de su país de origen. Por último, queremos reconocer y agradecer la involuntaria colabo- ración de Jean Franco, a la que destacamos entre los críticos de la moder- nidad. En el último libro que se ha publicado en español, Una modernidad cruel,11 que tiene una relación directa con las distintas realidades de Latinoa- mérica, hay un intertítulo, “Extraños a la modernidad”, que nos sugirió el título de la presente obra. 11 Jean Franco. Una modernidad cruel. Trad. de Víctor Altamirano. México: FCE, 2016. Del paisaje 21 DECONSTRUYENDO EL PAISAJE: UN BIEN COMÚN Y UN DERECHO DE TODOS Martín M. Checa-Artasu Universidad Autónoma Metropolitana Deconstruyendo el concepto del paisaje Es de sobra conocida la diversidad de definiciones que hay en torno al pai- saje. Éstas no son más que el resultado del carácter poliédrico del propio concepto que ha sido analizado durante varias décadas por distintas disci- plinas (geografía, arquitectura, antropología, ecología, arte, urbanismo, etc.), y también porque el paisaje ha ido abriéndose un espacio cada vez más no- table en las políticas públicas relacionadas con el territorio y con la calidad ambiental de nuestro entorno. Por tanto, si lo que se pretende es deconstruir el concepto del paisaje, debemos elegir una de esas tantas definiciones para que nos ayude en tal envite. Para este fin, pensamos que la definición que surge del Convenio Europeo del Paisaje, firmado en el año 2000, es la más certera. Se trata de una definición que ha tenido un notable éxito tras el largo debate de más de una década desde que se originó. Su aplicación es amplia tanto a nivel terri- torial como en términos legales. Además, atiende a los planteamientos más avanzados con relación a una teoría contemporánea del paisaje donde éste es considerado como un concepto holístico e integrador.1 1 Kathryn Moore. “Is Landscape Philosophy?”. G. Doherty y Ch. Waldheim (eds.). Is Landscape? Essays on the Identity of Landscape. Nueva York: Routledge, 2016, p. 293. 22 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos Así, a partir de su lectura, “cualquier parte del territorio, tal como es percibida por las poblaciones, y cuyo carácter resulta de la acción de facto- res naturales y humanos y de sus interrelaciones” es paisaje;2 contiene dos elementos primordiales que, vertebrados entre sí, dotan de consistencia a dicho concepto. El primero de ellos advierte del carácter primordial que tiene la per- cepción pues a través de ésta el hombre conecta lo que percibe con los sen- tidos (el paisaje) con el espacio geográfico, que puede haber sido apropiado por él o por otros y que calificamos como territorio. A partir de este hecho tan simple y a la vez tan humano, el paisaje deviene en el concepto que nos ayuda a tratar de comprender el entorno que nos rodea, convertido en una especie de escena con la que podemos interactuar. Es precisamente en este punto, el de la comprensión del paisaje, donde se da un ejercicio que a través de los múltiples mecanismos de la percepción humana revela la riqueza de posibilidades y matices que permite una lectura del paisaje. El hecho de comprender el paisaje va más allá de lo que percibimos en primera instancia. De hecho, se busca entender la real es- tructura de lo que percibimos de determinada manera según nuestros cono- cimientos y experiencia, y también, en una suerte de fenomenología, nos per- mite tomar conciencia de nuestra espacialidad, asombrarnos con la belleza o la fealdad de lo que vemos o incitarnos a la contemplación extasiada o a la denuncia más acre de la naturaleza más o menos modificada por el hombre.3 Como se ve, el papel del hombre en la percepción y la comprensión es deter- minante, tanto es así, que sin él no existe el paisaje, tal como recuerda Eugenio Turri: Donde falte el hombre que sabe mirar y tomar conciencia de sí como presencia y como agente territorial, no habría paisaje, sino sólo natura- leza, mero espacio biótico, hasta el punto de hacernos considerar que, entre las dos acciones teatrales del hombre, actuar y mirar, nos apa- rece como más importante, más exquisitamente humana la segunda, 2 Council of Europe. European Landscape Convention.CETS, núm. 176. Dordrecht: CoE Publications, 2000, p. 17. 3 Florencio Zoido. “El paisaje un concepto útil para relacionar estética, ética y política”. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, núm. 407, 2012 (http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-407. htm), 2 de septiembre de 2017. 23 Martín M. Checa-Artasu con su capacidad de guiar la anterior. Podemos decir, en otras palabras, que quien sabe emocionarse frente al espectáculo del mundo, quien se exalta al ver la impronta humana dentro de la naturaleza, quien siente los ritmos de ésta y los ritmos de lo humano, es aquel que, por encima del resto, sabe encontrar las claves justas para proyectar y construir en el respeto de lo existente y en la prospectiva de crear nuevos y mejores futuros.4 El paisaje es pues, una conceptualización plenamente humana,5 an- clada muy probablemente en el proceso de evolución del hombre que atien- de a su sensibilidad y comportamiento respecto al medio geográfico que lo rodea y es, asimismo, un orden inteligible que puede ser comprendido, interpretado y también comunicado.6 El carácter dual del concepto de paisaje Un segundo aspecto inherente al paisaje que se desprende de la definición del Convenio Europeo, y que incide en la forma como lo aprehendemos, es su carácter dual, tal como nos alerta Berque.7 Para este autor, el paisaje se construye en torno de la dualidad: impronta y matriz, o si se quiere: escena e (inter)acción. Así, el paisaje en su carácter de constructo humano permite conectar la escena (lo que percibimos) con la acción (lo que se ha construi- do) de forma inminente, directa y usando la racionalidad y el discernimiento. Ello hace que el paisaje sirva para interpretar el entorno en que vivimos y establecer con él interacciones y vínculos. Esta dualidad propia del paisaje es relevante a la hora de precisar las características de la mirada comprensiva hacía éste. Efectivamente, mirar el pai- saje es una acción de doble vía, a manera de un espejo que refleja una imagen. 4 Eugenio Turri. Il paesaggio come teatro. Padua: Marsilio, 1998, p. 14. 5 John H. Falk y John D. Balling. “Evolutionary Influence on Human Landscape Preference”. Environment and Behavior, vol. 42, núm. 4, 2010, pp. 479-493. 6 Juan Vicente Caballero Sánchez. “Los valores paisajísticos. Elementos para la articulación entre teoría e interpretación del paisaje”. Cuadernos Geográficos. Granada, Editorial Universidad de Granada, núm. 51, 2012, p. 246. 7 Augustin Berque. Écoumène. Introduction à l’étude des milieux humains. París: Editions Belin, 2000, pp. 147 y 153. 24 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos Vemos, comprendemos e interpretamos un paisaje y cuando lo hacemos pene- tramos en él. Así, podemos estar fuera del paisaje y dentro del mismo. Se trata de una característica que revela la fortaleza del paisaje como constructo analítico. Sin embargo, Eduardo Martínez de Pisón nos alerta que la interioriza- ción del paisaje sólo es comprensible dependiendo de la subjetividad de quien lo pretende aprehender, descomponiéndolo en diversos paisajes interiores, in- terpretables de formas distintas pero que siempre ponen en conexión esa sub- jetividad con lo que en el paisaje hay de objetivo y tangible, con su materialidad.8 Precisamente, la dualidad del paisaje tiene otra característica, quizás la más importante, que algunos autores llaman materialidad del paisaje.9 Este concepto, cada vez más usado en ciencias sociales, no es otra cosa que los elementos tangibles e intangibles y las relaciones que se observan en la comprensión del paisaje y de los valores que subyacen en esas relaciones.10 Así, por un lado, el paisaje deviene un elemento tangible cuando inmersos en él descubrimos los usos del espacio geográfico desde una perspectiva abió- tica, biótica y antrópica; usos que son resultado de las dinámicas propias de la población que habita ese espacio. También se disciernen las experiencias sociales y culturales marcadas por la historia o los procesos socioeconómi- cos de todo tipo que ha sufrido ese espacio. Todo ello convierte al paisaje en una construcción social y en una proyección cultural de quien lo habita y lo vive cotidianamente y que descubrimos quienes lo observamos.11 Por otro lado, la intangibilidad del paisaje, lo que no se ve pero está ahí y que es el resultado de la interrelación del hombre con el espacio geo- gráfico, igualmente, convierte al paisaje en una construcción social y un pro- ducto cultural,12 pues lo conecta inevitablemente a conceptos tales como 8 Eduardo Martínez de Pisón. El paisaje y sus confines. Madrid: Ediciones La Línea del Horizonte, 2014, p. 11. 9 Rafael Mata Olmo. “El paisaje, patrimonio y recurso para el desarrollo territorial sostenible. Conoci- miento y acción pública”. Arbor. Madrid, CSIC, vol. 184, núm. 729, 2008, p. 155; Sergio Zubelzu y Fernando Allende. “El concepto de paisaje y sus elementos constituyentes: requisitos para la adecuada gestión del recurso y adaptación de los instrumentos legales en España”. Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, vol. 24, núm. 1, 2015, pp. 29-42. 10 Fredrik Fahlander. “Differences that Matter: Materialities, Material Culture and Social Practice”. H. Glorstad y L. Hedeager (eds.). Six Essays on the Materiality of Society and Culture. Mölnlycke: Bicoleur Press, 2008, pp. 129-131. 11 Joan Nogué i Font. “Paisaje, territorio y sociedad civil”. J. Mateu Bellés y M. Nieto Salvatierra (eds.). Retorno al paisaje. El saber filosófico, cultural y científico del paisaje en España. Valencia: EVREN, Evaluación de Recursos Naturales, 2008, p. 11. 12 Joan Nogué i Font. “El paisaje como constructo social”. Joan Nogué (ed.) La construcción social del paisaje. Madrid: Biblioteca Nueva, 2007, pp. 9-24 25 Martín M. Checa-Artasu poder, identidad, clase, género y etnicidad que revelan significados, símbolos, ideologías y representaciones de los distintos grupos sociales en relación con un espacio geográfico que analizamos desde el paisaje.13 Por último, hay que señalar dos características más del paisaje que se desprenden de su dualidad perceptivo-comprensiva. La primera, su ca- rácter evolutivo, es primordial y justifica también su entendimiento como una construcción social y un producto cultural. Efectivamente, el tiempo es un factor de acumulación de esos elementos tangibles e intangibles que de- jan rastros en el espacio geográfico reflejados en el paisaje a lo largo de un periodo más o menos largo.14 No se trata de una acumulación sin más. Esos elementos dotan de identidad propia a ese paisaje y marcan una continuidad de cómo se ha dado la relación del hombre con el medio natural.15 La segunda característica es fundamental para utilizar el paisaje como un concepto analítico de la realidad. Ésta no es otra que la cualidad del paisaje para integrar hombre y naturaleza, rompiendo así una dicotomía anclada en el racionalismo mecanicista.16 Además, esta cualidad del paisaje es primordial para revalorizarlo, pues así se convierte en un elemento que for- talece el discurso de integración del hombre en los procesos naturales que reclaman los nuevos planteamientos derivados de la ecología política.17 Esa misma característica explicaría el papel del paisaje como baremo de calidad de vida y bienestar que numerosos estudios ya documentan fehacientemente. Las características políticas del paisaje 13 Alan Baker. “Introduction”. Alan Baker y Gideon Biger (eds.). Ideology and Landscape in Historical Perspective. Cambridge: Cambridge University Press, 1992, pp. 2-3. 14 Andrés Guhl. “Paisajes como elemento de análisis del pasado, presente y futuro de la relación entre la sociedad y su entorno”. M. Marino (ed.). Apuntes de 80 ambientalistas colombianos. Bogotá: Colegio Verde de Villa de Leyva, 2008, pp. 334-340. 15 Joan Nogué i Font. “Paisatge i identitat territorial en un context de globalització”.Treballs de la Societat Catalana de Geografía. Barcelona, Societat Catalana de Geografía, núm. 60, 2005, pp. 173–183. 16 Camilo Contreras Delgado. “Pensar el paisaje. Explorando un concepto geográfico”. Trayectorias. Nue- vo León, UANL, vol. VII, núm. 17, enero-abril de 2005, p. 63; Pedro S. Urquijo Torres y Narciso Barrera Bas- sols. “Historia y paisaje: Explorando un concepto geográfico monista”. Andamios. Revista de investigación social. México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, vol. 5, núm. 10, 2009, pp. 227-252. 17 María del Rosario Guerra González. “Del antropocentrismo al biocentrismo, de la disyunción a la con- junción, al enfocar los derechos humanos”. María del Rosario Guerra González y Rubén Mendoza Valdés (coords.). El mundo en convivencia: derechos de las personas y de la naturaleza. México: Torres Asociados, 2015, p. 43. 26 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos Desde la materialidad del paisaje hay otro aspecto que desde hace un cuar- to de siglo se ha convertido en un tema de capital importancia en la teoría paisajística contemporánea: la apreciación creciente de las características políticas del paisaje. Éstas son vistas como los efectos y las representacio- nes ideológicas de determinadas dinámicas sociopolíticas y culturales que, reflejadas en el paisaje, se dan en los espacios geográficos.18 En un primer nivel analítico de esas características políticas hay que decir que el paisaje puede tener distintas funciones, usos y hasta diferentes entendimientos conceptuales dependiendo si lo analiza un artista plástico, un urbanista, un ingeniero o un ecólogo.19 Se trata pues de conocimientos distintos, percepciones diferenciadas y, por ende, asignación de valores di- versos al paisaje. Algunas de esas actividades profesionales tienden a propi- ciar y fortalecer una mirada política del paisaje. Nos referimos, en concreto, a aquellas que basan la intervención humana en el espacio geográfico como el urbanismo, la arquitectura, la ingeniería o incluso la geografía y los estu- dios ambientales. Así, en tiempos relativamente recientes, en aquellos países donde existen leyes que dan un papel protagónico al paisaje, ya sea en la ordena- ción del territorio o en la gestión de éste, vemos el desarrollo de políticas públicas que no son otra cosa que acciones concretas que valorizan y dan uso al propio concepto.20 Con todo, se trata de características políticas, fruto de la acción concreta y no tanto de la reflexión intelectual. Son precisamente los análisis surgidos de esa reflexión intelectual los que plantean, e incluso amplían, otras características políticas del paisaje. Esos análisis surgieron desde el mundo anglosajón a mediados de la década de los ochenta del pasado siglo en respuesta a un hartazgo hacia las posicio- nes propias de un racionalismo antropocéntrico y sus consecuencias; además 18 Mark Dorrian y Gillian Rose (eds.). Deterritorialisations: Revisioning Landscape and Politics. Londres: Black Dog Publishing, 2003; Moore, op. cit. 19 G. Doherty y Ch. Waldheim. “What is Landscape?”. G. Doherty y Ch. Waldheim (eds.). Is Landscape? Essays on the Identity of Landscape. Nueva York: Routledge, 2016, p. 12. 20 Rafael Mata Olmo. “El paisaje, patrimonio y recurso para el desarrollo territorial sostenible. Conoci- miento y acción pública”. Arbor, vol. 184, núm. 729, 2008, pp. 155-172; David Serrano Giné. “Paisaje y políti- cas públicas”. Investigaciones Geográficas. Alicante, Universidad de Alicante, núm. 42, 2007, pp. 109-123; B. Elorrieta y D. Sánchez-Aquilera. “Landscape Regulation in Regional Territorial Planning: A View from Spain”. M. Jones y M. Stenseke (eds.). European Landscape Convention. Challenges and Participation. Dordrecht: Springer, 2011, pp. 99–120. 27 Martín M. Checa-Artasu de estar ligados de alguna manera con el florecimiento del debate ambienta- lista.21 Una nutrida bibliografía y varios autores aparecen como referentes de esas posiciones y nos acercan a toda la serie de componentes políticos que se atisban a través del paisaje: ideología, significados, representaciones, grupos hegemónicos, identidad, etc.22 La suma o la combinación de estos componen- tes nos hacen comprender que el paisaje se produce, se crea, se modela según intereses e ideologías y ello le otorga características políticas al mismo. Hay otro orden político, relacionado con el anterior, que nos alerta que tras el paisaje hay una organización política con sus normas y reglas que se reflejan en éste, convirtiendo el análisis del paisaje en un ejercicio de política activa.23 Efectivamente, en el paisaje percibimos construcciones hechas por la sociedad a lo largo del tiempo, formas de propiedad de la tie- rra, de distribución de ésta, límites, fronteras, caminos que nos ponen sobre la pista de relaciones de buena vecindad o de abierta hostilidad.24 También esas mismas construcciones nos hacen ver que ha habido una determinada inversión de capital y de trabajo para su conformación y que éstas se reflejan en el paisaje.25 De igual forma, el paisaje puede llegar a ser reflejo de na- cionalismos concretos. Los ejemplos son muchos y han sido ampliamente documentados a través de una extensa bibliografía en distintos países.26 Desgranando el concepto de bien común 21 Moore, op. cit., pp. 288-290. 22 Es numerosa la bibliografía al respecto. Citamos algunos ejemplos: Denis Cosgrove. Social Formation and Symbolic Landscape. Madison: The University of Wisconsin Press, 1998; Baker, op. cit.; James Duncan. The City as a Text: the Politics of Landscape Interpretation in the Kandyan Kingdom. Cambridge: Cambridge University Press, 1990; Don Mitchell. “Cultural Landscapes: Just Landscapes or Landscapes of Justice?”. Progress in Hu- man Geography. SAGE, vol. 27, núm. 6, 2003, pp. 787-196; R. P. Neumann “Political Ecology III: Theorizing Land- scape”. Progress in Human Geography. SAGE, vol.35, núm.6, 2011, pp. 843-850; Matthew H. Hannah. “Attention and the Phenomenological Politics of Landscape”. Geografiska Annaler: Series B, Human Geography. SAGE, núm. 95, 2013, pp. 235-250; Gilles Rudaz y Anne Sgard. “Les dimensions politiques du paysage”. Géo-regards, revue neuchâteloise du Géographie. Neuchatel, Universidad de Neuchatel, núm. 8, 2016, pp. 5-12. 23 Don Mitchell. “Muerte entre la abundancia: los paisajes como sistemas de reproducción social”. Joan Nogué (ed.). La construcción social del paisaje. Madrid: Biblioteca Nueva, 2007, p. 103; Don Mitchell. “New Axioms for Reading the Landscape: Paying Attention to Political Economy and Social Justice”. James L. Wescoat, Jr. y Douglas M. Johnston (eds.) Political Economies of Landscape Change. Places of Integrative Power. Dordrecht: Springer, 2008, pp. 32-33. 24 P. López Paz y G. Pereira Menaut. “La tierra y los hombres: paisaje político, paisaje histórico”. Studia Historica. Historia Antigua. Salamanca, Universidad de Salamanca, núm. 13-14, 1996, pp. 39-60. 25 David Harvey. The Limits to Capital. Oxford: Blackwell, 1982, pp. 233-234. 26 Citamos dos trabajos, ejemplo de ello: Joan Nogué y Stephanie M. Wilbrand. “Landscape Identities in Catalonia”. Journal Landscape Research, vol. 43, núm. 3, 2018, pp. 443-454; Oliver Zimmer. “Forging the Au- thentic Nation. Alpine Landscape and Swiss National Identity”. Alain Dieckhoff y Natividad Gutiérrez (eds.). Modern Roots: Studies of National Identity. Londres: Taylor & Francis, 2017, pp. 95-117. 28 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos Desde la década de los años ochenta del siglo XX, el concepto de bien co- mún ha sido de notable utilidad como elemento analítico en las ciencias so- ciales. De hecho, se ha construido un amplio marco teórico que ha pasado del análisis puntual de ciertos bienes a una visión sistémica donde el bien común es un elemento clave para discernir las problemáticas socioambien- tales que se padecen y la conflictividad de éstas.27 Prueba de todo ello es la ingente cantidadde artículos y de libros que no sólo recopilan análisis concretos sobre el devenir y la gestión de diversos bienes comunes, sino que buscan, a través del concepto de bien común y sus posibilidades de gober- nanza, encontrar una alternativa a la expansión del capitalismo como modelo económico-político.28 En este punto, conviene apuntar que hablar de bienes comunes no se circunscribe sólo a proyectos a pequeña escala en comunidades indígenas o campesinas. Al contrario, la historia nos demuestra que han existido bienes comunes durante miles de años y que en la actualidad, siguen existiendo muchos bienes y recursos en sociedades de todo el planeta basados en la comunidad y en el uso que ésta hace de ellos.29 A pesar de ello, éstos siguen siendo infravalorados debido al ataque constante del capitalismo que requie- re de la destrucción de propiedades y relaciones comunales para su expan- sión mediante el despojo, provocando así no pocos conflictos en cualquier lugar del mundo y en especial en América Latina.30 El concepto de bien común tiene una larga trayectoria, certificada por su presencia en la legislación y jurisprudencia de diversos países y am- parada por una larga tradición del derecho natural.31 Ya hablaban de él en 27 Fikret Berkes. “Revising the Commons Paradigm”. Journal of Natural Resources Policy Research. Ma- noa, Universidad de Hawaii, vol. 1, núm. 3, 2009, p. 261. 28 Peter Barnes. Capitalism 3.0: A Guide to Reclaiming the Commons. San Francisco: Berrett-Koehler Pub- lishers, 2006; George Caffentzis y Silvia Federici. “Commons Against and Beyond Capitalism”. Community Development Journal, vol. 49, núm. 1, 2014, pp.92–105; Tero Tovainen. “Commons and Capitalism”. Kajsa Borgnäs, Teppo Eskelinen, Johanna Perkiö y Rikard Warlenius (eds.). The Politics of Ecosocialism: Trans- forming Welfare. Londres: Routledge, 2015, pp. 117-121. 29 Peter Linebaugh. The Magna Carta Manifesto: Liberties and Commons for all. Berkeley: University of California Press, 2008. 30 Raul Zibechi. Territories in Resistance: A Cartography of Latin American Social Movements. Oakland: AK Press, 2012, p. 108. 31 Lynda L. Butler. “The Commons Concept: An Historical Concept with Modern Relevance”. William & Mary Law Review, vol. 23, núm. 4, 1982, pp. 835-935; Derek Wall. The Commons in History. Culture, Conflict, and Ecology. Cambridge: The MIT press, 2017. 29 Martín M. Checa-Artasu la antigüedad clásica Platón en La República, Aristóteles en su Política, o Cicerón en su De Republica. También lo abordó el movimiento escolástico en la Edad Media y, en particular, Santo Tomás de Aquino, quien desarrolló la idea de bien común ligada a una suerte de filosofía política que lo integra en los parámetros de la finitud cristiana. La expansión de distintas potencias europeas por todo el orbe a lo largo de los siglos que van del XVI al XIX con la consolidación de monarquías absolutistas, va a dar un giro a esta idea en una clara tendencia, en primera instancia, a dominar algunos de ellos (selvas, mares, ríos, bosques) por parte de esos Estados, para luego priva- tizarlos. Se diluye el sentido esencial de lo que es el bien común para tratar de incardinarlo en los mecanismos de dominio que imponen los imperios coloniales europeos.32 Sin embargo, durante la segunda mitad de siglo XX, el concepto fue retomado con análisis más detallados, en especial, desde la economía. A partir de esta disciplina se hará más versátil y multifacético con las apor- taciones de la estadounidense Elinor Ostrom (1933-2012), Premio Nobel de economía en 2009.33 Ella conceptualizó los common pool resources de la economía institucional, analizados ampliamente, y acuñó una definición del bien común como determinados recursos naturales o artificiales que por sus características tienen dificultades para ser adquiridos o gestionados priva- damente, son irremplazables por otro bien en sus funciones y característi- cas, y no se puede limitar el acceso a los mismos, dada su pertenencia a una colectividad que los gestiona desde parámetros comunales y de democracia directa.34 Ostrom y otros muchos investigadores, con base en numerosos ejemplos por todo el planeta, pondrán en evidencia la forma de gobierno de esos recursos por parte de una organización emanada de un colectivo, aquel que vive de esos recursos y que llega a tener beneficios de éstos. Todo ello 32 Horacio Capel. “El drama de los bienes comunes. La necesidad de un programa de investigación”. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, vol. VIII, núm. 458, 2003 (http://www.ub.es/ geocrit/b3w-458.htm). 33 Álvaro Ramis. “El concepto de bienes comunes en la obra de Elinor Ostrom”. Ecología Política. Cuader- nos de Debate Internacional. Barcelona, Fundación ENT, núm. 45, 2013. 34 Ricardo Petrella. Una narración de la historia: compartir viene. Vivir en común. Barcelona: Intermon Oxfam, 2008, p. 18. 30 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos se contrapone a la idea más generalizada de que ese tipo de recursos sólo pueden ser gestionados por el Estado desde la burocracia o por el mercado, ejerciendo éste la propiedad de ellos.35 Así, ¿qué podemos entender como bien común? Se trata de un ele- mento de uso compartido por un número significativo de personas y sobre el cual se ejerce una gestión, parcial o total, realizada por una comunidad de usuarios legitimados por el carácter común y público de ese bien. Atendien- do a ello, serán bienes comunes los bosques, las aguas, la biodiversidad, la disponibilidad de servicios de salud, de educación, la información, etcétera. A tenor de la definición de Ostrom, se advierte que los bienes comu- nes tienen más características: son recursos tangibles o intangibles de uso compartido por muchos, donde hay dificultades para excluir a alguien de su uso. Otra característica de un bien común es que puede ser considerado como propio por un colectivo amplio, por una sociedad o una comunidad que se legitima como poseedor, que puede gestionarlo, en todo o en parte a través de acuerdos sociales, ya sean tácitos o normas escritas o no, para pro- piciar precisamente, el uso colectivo, sostenible, equitativo y justo de esos recursos.36 De igual forma, su carácter de común explica que es un bien per- meado por la escasez; es decir, se puede acabar el bien común si no hay una buena gestión del mismo, si su condición de común se tergiversa en aras de lo privado o si se degrada de forma general por su uso abusivo. Otro aspecto muy importante en el marco de este texto sobre el pai- saje como bien común, es que no puede haberlo si no existe la idea de que es colectivo. Es decir, el bien común es un elemento u objeto que se incar- dina plenamente en una de idea subjetiva (la idea de lo común) más allá de lo que es objetivamente. Un bien es común porque muchos creen que ha de serlo. En tiempos relativamente recientes, y superando los planteamientos de Ostrom y sus seguidores, el concepto de bien común se ha articulado con no pocas propuestas que provienen de la fecunda vía del marxismo abierto y 35 Elinor Ostrom. El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva. México: FCE-UNAM, 2011, p. 59. 36 Ibid., p. 56 y ss. 31 Martín M. Checa-Artasu la ecología política crítica.37 Algunas de esas propuestas, basadas en relec- turas críticas de Karl Marx y de Rosa Luxemburg,38 reafirman que el gobierno efectivo de los bienes comunes es un mecanismo que coadyuva a la sus- tentabilidad de ecosistemas y comunidades y sirve para regular conflictos. Otras propuestas, también recientes, dan al concepto del bien co- mún un valor más allá de su propia objetividad. Apelan a sus características de indispensabilidad y de no intercambiabilidad. Por ejemplo: el agua es un bien común que no ha de pertenecer a nadie, es indispensable e insustituible y debe ser gobernado adecuadamente por una comunidad o una sociedad. A partir de esta idea,el bien común como objeto, junto con la organización y gobernanza del mismo, trascienden en su significación para convertirse en un elemento de producción y de reproducción de la vida frente a los embates y cercamientos del sistema económico imperante, el capitalismo neolibe- ral.39 Siguiendo con el ejemplo del agua, sin ésta no hay vida y a la vez, como proveedora de vida, si pierde su condición de común se pone en cuestión esa capacidad vital. Se trata de una idea trascendente que relacionada con la gobernan- za de un bien común tiene otras implicaciones éticas y morales. Como se- ñala Gudeman: el bien común es un referente de “ser en común y de vivir en común”;40 es decir, es una forma de vida y modelo económico-social fincado en una comunidad que sabe cómo y de qué forma obtener recursos para vivir a partir de uno o de varios bienes comunes. 37 Leila Dawney, Samuel Kirwan y Julian Brigstocke. “Introduction: the Promise of the Commons”. Leila Dawney, Samuel Kirwan y Julian Brigstocke (eds.). Space, Power and the Commons. Londres: Routledge, 2016, pp. 21-35; Wall, op. cit.; Mina Lorena Navarro Trujillo. Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México. Puebla: BUAP-Bajo Tierra, 2015, p. 23. 38 Massimo de Angelis. “Marx and Primitive Accumulation: The Continuous Character of Capital’s Enclo- sures”. The Commoner, núm. 2, septiembre de 2001. 39 J. K. Gibson-Graham. Una política poscapitalista. Medellín: Siglo del Hombre Editores-Universidad Javeriana, 2011, p. 238. 40 Stephen Gudeman. The Anthropology of Economy. Oxford: Blackwell, 2001, p. 237. 32 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos El paisaje como bien común Así, tomando en cuenta lo dicho en las líneas precedentes, debemos pregun- tarnos si podemos considerar el paisaje como un bien común, tal como ya lo han consignado diversos estudios.41 Éstos, sin eludir la dificultad teórica que supone la relación de ambos conceptos: paisaje y bien común aluden a varias características del paisaje para avalar esa consideración. De hecho, le dan especial relevancia a los valores emanados de éste pues ayudan a su conceptualización como un bien común.42 ¿Pero cuáles son esas caracterís- ticas que hacen del paisaje un bien común? La primera, la compleja ambivalencia del paisaje con respecto de quién ejerce su propiedad. Ello conlleva relacionar paisaje con percepción, aspecto medular y que depende de la presencia del hombre, como señalába- mos al inicio del presente trabajo. Si ello es así, el paisaje puede ser consi- derado como particular ya que es fruto de la percepción específica de cada hombre y, por otro lado, también, puede ser común, todos los hombres pue- den percibirlo y, por tanto, leerlo, entenderlo y asumirlo de formas distintas, pero que sumadas en conjunto lo convierten en un concepto gestionable en el marco de un colectivo. Es decir, un grupo de personas que perciben un pai- saje, aunque sea en distintos momentos, encuentran puntos en común en él que constatan su relación con un territorio, reflejado a través de ese paisaje; una relación que tiene que ver con la presencia de ciertos valores que son compartidos por ese grupo de personas. Un ejemplo para tratar de explicar dicha característica puede ser un paisaje propio de la producción vitivinícola. Quienes lo percibieran con ganas de entenderlo, observarían un territorio fruto del trabajo de un grupo humano, 41 Entre los que destacan están Benedetta Castiglioni, Fabio Parascandolo, Marcello Tanca (eds.). Land- scape as Mediator, Landscape as Commons. International Perspectives on Landscape Research. Padova: Coop. Libraria Editrice Università di Padova, 2015; Anne Sgard. “Le paysage dans l’action publique: du pa- trimoine au bien commun”. Développement durable et territoires. Ginebra, Universidad de Ginebra, núm. 2, 2010; Salvatore Settis. Il paesaggio come bene comune. Nápoles: La Scuola di Pitagora Editrice, 2013; Laura Menatti. “Landscape as a Common Good. A Philosophical and Epistemological Analysis”. I quaderni di Careggi. Special Issue: Common Goods from a Landscape Perspective. Florencia, Uniscape, núm. 6, 2014, pp. 40-42; Erling Berge y Lars Carlsson (comps.). “Proceedings from a Workshop”. Commons: Old and New. Oslo: Centre for Advanced Study, Norwegian University of Science and Technology, 2013. 42 Jean David Gerber y Gerald Hess. “From Landscape Resources to Landscape Commons: Focusing on the Non-utility Values of Landscape”. International Journal of the Commons. Utrecht, Universidad de Utrecht, vol. 11, núm. 2, 2017, p. 711. 33 Martín M. Checa-Artasu que ha hecho del vino no sólo un producto comercializable, sino un estilo de vida que contiene múltiples valores: trabajo, tenacidad, constancia, amor a la tierra, etcétera. Siguiendo con esta misma idea, también se puede concluir que el paisaje por sus propias características es subjetivo y objetivo a la vez. Todos los seres humanos podemos percibir el paisaje y también podemos vivirlo, describirlo, gestionarlo o simplemente disfrutarlo. Desde esa circunstancia, el paisaje es un bien común que no excluye a nadie tanto para percibirlo como para comprenderlo. Una segunda característica, relacionada con la anterior y que los es- tudios reafirman, es el carácter comunal de paisaje. Esto es la capacidad del paisaje de contribuir a la formación de la identidad de un grupo humano que lo ha creado y modificado según el caso. Esa identidad, asociada con el paisaje, fortalece el sentido de pertenencia a un territorio asumido como propio.43 Se trata, como ya se mencionó, de un claro ejemplo donde el bien común (el paisaje) trasciende a objetividad para convertirse en valor o idea (el paisaje como reflejo de una comunidad). Una tercera característica deriva del hecho de que el paisaje es un baremo para conocer la calidad de la relación del hombre y el medio natural. Relación que está siendo degradada y destruida por un capitalismo fagocita- dor que anula e inhibe el papel de ésta y, por ende, el papel del paisaje como elemento de vida.44 Siguiendo esta vía de pensamiento, el paisaje sería un constructor de esa conciencia de cohabitación con y en la naturaleza, y a la vez, en su consideración de bien común, un elemento disuasivo frente a los embates del capitalismo que desvinculan al hombre de su relación con la naturaleza. Estas características promueven otras más que, quizás por obvias razones, apenas se mencionan. El paisaje, entendido como bien común no puede ser sustituido por otro elemento que tenga las mismas características y funciones. Sencillamente no lo hay. 43 Sgard, op. cit., p. 6; Erling Berge. “Commons: Old and New”. Erling Berge y Lars Carlsson (comps.). Proceedings from a Workshop on “Commons: Old and New”. Oslo: The Research Programme Landscape, Law & Justice at the Centre for Advanced Study, March, 2003, pp. 4-5. 44 Antonio Negri y Michel Hardt. Commonwealth. El proyecto de una revolución del común. Madrid: Akal Ediciones, 2011, p. 10. 34 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos El paisaje es multifacético y polisémico.45 Puede haber muchos pai- sajes y otras tantas percepciones e interpretaciones hechas por cualquier ser humano que lo perciba. A pesar de ello, no existe otro constructo inte- lectual con esas características y potencialidades capaces de combinar lo objetivo con lo subjetivo y lo tangible con lo intangible. Bien común y el derecho al paisaje La categorización del paisaje como bien común nos permite adentrarnos en un asunto relacionado: el derecho al paisaje y cómo éste se puede ar- ticular. Efectivamente, si el paisaje es un bien común dado que cualquier ser humano puede percibirlo, aprehenderlo y disfrutarlo, implícitamente hay un derecho al mismo que no puede ser menoscabado o prohibido. De igual manera, cuando hablamos de derecho al paisaje hacemos referencia a su disponibilidad, como concepto que aglutinadeterminadas características culturales, sociales y políticas que remiten a ciertos valores relacionados con la identidad o la memoria colectiva de un grupo. El derecho al paisaje, en este caso, aunaría el derecho a la memoria y a la identidad. Otro tanto sucede con esa característica que tiene el paisaje de ser el mediador de la relación del ser humano con la naturaleza. Una mediación que conlleva que el paisaje pueda llegar a proveer de cierto grado de bienes- tar y coadyuvar a la obtención de mejores condiciones de salud, tal como lo demuestran numerosos estudios.46 Conviene añadir aquí que estos efectos del paisaje se derivan de la interacción entre sus características biofísicas 45 Jean-Marc Besse. “Las cinco puertas del paisaje. Ensayo de una cartografía de las problemáticas paisajeras contemporánea”. Javier Maderuelo (ed.). Paisaje y pensamiento. Madrid: Abada Editores-CDAN, 2006, p. 145. 46 Citamos algunos ejemplos: Eduardo Moyano Estrada y Carlos Priego González de Cana. “Marco teó- rico para analizar las relaciones entre paisaje natural, salud y calidad de vida”. Sociedad Hoy. Concepción, Universidad de Concepción, núm. 16, 2009, pp. 31-44; Joan Nogué, Laura Puigbert y Gemma Bretcha (eds.). Paisatge i salut. Olot: Observatorio del Paisaje de Cataluña. Barcelona: Departament de Salut, Generalitat de Catalunya, 2008; Laura Menatti y Antonio Casado da Rocha. “Landscape and Health: Connecting Psychol- ogy, Aesthetics, and Philosophy through the Concept of Affordance”. Frontiers in Psychology, vol. 7, núm. 757, 2016, pp. 1-17; Catharine Ward Thompson. “Linking Landscape and Health: The Recurring Theme”. Landscape and Urban Planning. Nueva York, Elsevier, vol. 99, núms. 3-4, 2011, pp. 187–195; Catharine Ward Thompson. “Is Landscape Life?”. G. Doherty y Ch. Waldheim (eds.). Is landscape? Essays on the Identity of Landscape. Nueva York: Routledge, 2016, pp. 302-326. 35 Martín M. Checa-Artasu y los procesos perceptivos del espectador humano.47 Vinculado con esas cuestiones, disponer de un determinado tipo de paisaje, nos alerta, además, de la necesidad de disponer, conocer y valorar el territorio en términos gene- rales y también específicos.48 Pero ¿de dónde surge está idea del derecho al paisaje? Su origen se encuentra en un largo debate que parte de la aprobación del Convenio Europeo del Paisaje, firmado en Florencia en el año 2000. A partir de esa norma europea el paisaje es elevado a la categoría de sujeto jurídico dis- ponible para todos los ciudadanos, algo que ayuda a entenderlo como un bien común. Efectivamente, tras la aprobación de ese convenio se ha venido ampliando y dotando de mayor personalidad jurídica al paisaje en distintos países europeos. Su influjo incluso ha llegado a América Latina a través de amplias discusiones entre los distintos países que la integran y en el seno de organizaciones como la Iniciativa Latinoamericana del Paisaje (LALI).49 Ello lo ha convertido en un sujeto con capacidad ética, tanto por el hecho de contener y compartir valores como por ser de utilidad pública para la transmisión y preservación de éstos. Es decir, proteger un paisaje sirve para salvaguardar, compartir y difundir ciertos valores ligados con la preservación de determinado medio ambiente y de un territorio con marcos cultural y social específicos. En este mismo sentido, el historiador del arte italiano Salvatore Settis, centrándose en la realidad italiana, confiere al pai- saje la categoría de utilitas publica.50 Para él, esa utilidad pública es cívica en 47 Terry C. Daniel. “Whither Scenic Beauty? Visual Landscape Quality Assessment in the 21st Century”. Landscape and Urban Planning. Nueva York, Elsevier, vol. 54, núm. 1-4, 2001, p. 268. 48 Riccardo Priore. “Derecho al paisaje, derecho del paisaje. La evolución de la concepción jurídica del paisaje en el Derecho comparado y en Derecho internacional”. Revista Interdisciplinar de Gestión Ambiental, núm. 31, 2001, p. 5. 49 Sobre este asunto véase a Roberto Mulieri. “El derecho al paisaje en Latinoamérica”. Paisaj-e. Boletín trimestral de l’Observatori del paisatge de Catalunya. Barcelona, Observatori del Paisatge, núm. 54, 2017 (http://catpaisatge.net/cat/butlleti2/but_observador.php?idReg=1337&num=54&ed=juliol-setembre%20 17). En Colombia hay ya una notable discusión sobre la consideración jurídica del paisaje. Véase César Augusto Molina Saldarriaga. “El paisaje como categoría jurídica y como derecho subjetivo”. Revista Facul- tad de derecho y ciencias políticas. Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, vol. 42, núm. 116, 2012, pp. 159-194; y Diana Carolina Zuluaga Varón. El derecho al paisaje en Colombia. Consideraciones para la defini- ción de su contenido, alcance y límites. Bogotá: Universidad del Externado de Colombia, 2015. También en Argentina, con aportaciones como las de Juan Claudio Morel Echevarría. “El derecho al disfrute del paisaje: alcance, límites y técnicas para su protección. El ordenamiento argentino”. Universidad de Alicante, 2015 (tesis de doctorado); y Federico López Silvestre y Perla Zusman. “Las normas sobre el paisaje como mirada de época. Del proteccionismo esteticista al derecho universal en España y Argentina”. Quintana. Revista de Estudos do Departamento de Historia da Arte. Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Com- postela, 2008, pp. 137-155. 50 Settis, op. cit., p. 8. 36 Deconstruyendo el paisaje: un bien común y un derecho de todos tanto que el paisaje ha pasado de tener un simple valor estético a tener un valor ético, que, de alguna forma, atesora el derecho a la vida; ya que, para él, la defensa y protección del paisaje significan la salvaguarda del medio ambiente y de la naturaleza para las generaciones presentes y futuras, pero también, la protección de unos marcos socioculturales determinados ancla- dos en la historia. De lo arriba indicado puede inferirse que hablar del derecho al pai- saje es comprender que la concepción del paisaje ha ido cambiando desde los presupuestos del derecho.51 Éste ha transitado de ser un concepto emi- nentemente espacial, pero con funciones pasivas, entendido como escena- rio más o menos bello, a ser un concepto donde la espacialidad contiene funciones activas y significaciones muy elaboradas y transmite relaciones y valores de gran impacto social y político; que ha dejado de entenderse como sólo un elemento a conservar para ser un elemento que proteger, gestionar y rehabilitar; y que ha pasado de sólo considerar la excepcionalidad de unos paisajes concretos para atender el paisaje desde lo cotidiano, desde la de- gradación y desde cualquier proceso de humanización, sin considerar aque- llos de especial relevancia, pues todos son el reflejo relacional del hombre con el medio natural y con la construcción que de éste se ha hecho.52 Una segunda cuestión en torno a la idea del derecho al paisaje, es que es activador y vertebrador de no pocos derechos humanos derivados de las propias características del paisaje: el derecho a un lugar para el ade- cuado desarrollo de la vida, a un medio ambiente adecuado, a la diferencia, a la libertad de acción y de opinión, al desarrollo cultural, al de libre tránsito, etc.53 El derecho al paisaje sería acicate para considerar esos otros dere- chos, y de ahí la importancia que tiene articular un marco de referencia.54 51 Priore, op. cit., pp. 5-25. 52 Amy Strecker. “The Right to Landscape in International Law”. Shelley Egoz, Jala Makhzoumi y Gloria Pungetti (eds.). The Right to Landscape: Contesting Landscape and Human Rights. Farnham: Ashgate Pub- lish Limited, 2011, p. 57. 53 Shelley Egoz. “The Right to Landscape and the Argument for the Significance of Implementation of the European Landscape Convention”. Karsten Jorgensen, Morten Clemetsen, Anne-Karine Halvorsen Thoren y Tim Richardson (eds.). Mainstreaming Landscape Through the European Landscape Convention. Londres: Routledge, 2016, pp. 113-114. 54 Shelley Egoz, Jala Makhzoumi
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