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El fuego, 
en estas cenizas 
Espiritualidad 
de la vida religiosa hoy 
Colección «SERVIDORES Y TESTIGOS» 
66 Joan Chittister, OSB 
El fuego 
en estas cenizas 
Espiritualidad 
de la vida religiosa hoy 
(3.a edición) 
Editorial SAL TERRAE 
Santander 
Título del original en inglés: 
The Fire in These Ashes 
© 1996 by Sheed & Ward 
Kansas City 
Traducción: 
María Jesús Asensio 
y África del Valle 
© 1998 by Editorial Sal Terrae 
Polígono de Raos, parcela 14-1 
39600 Maliaño (Cantabria) 
Fax: 942 369 201 
E-mail: salterrae@salterrae.es 
http://www.salterrae.es 
Con las debidas licencias 
Impreso en España. Printed in Spain 
ISBN: 84-293- 1279-X 
Dep. Legal: BI-1965-99 
Fotocomposición: 
Sal Terrae- Santander 
Impresión y encuademación: 
Grafo. S.A. - Bilbao 
índice 
Agradecimientos II 
Presentación 13 
Introducción: bases para un nuevo comienzo. . . 19 
El fuego en estas cenizas 48 
Conservar las brasas 55 
Camino a la cumbre 68 
Tiempo de audacia 82 
La espiritualidad del empequeñecimiento . . . . 96 
En pos de un Dios que nos llama 108 
Convertirse en llama 123 
Un testimonio vivo 134 
Una llamada a la justicia 142 
Una llamada al amor 152 
La hora de la elección 166 
Luz en la oscuridad 180 
La necesidad de una nueva perspectiva 191 
Una llamada a la formación 203 
Conclusión: estas vidas llameantes 225 
mailto:salterrae@salterrae.es
http://www.salterrae.es
Este libro está dedicado 
a Maureen Tobin, OSB, 
mentora y amiga, 
en cuya vida he visto la espiritualidad 
que hace verdaderas estas palabras. 
Agradecimientos 
Son muchas las personas que han tenido que ver con las 
ideas en que se basa este libro. Algunas de ellas las han 
encarnado en su vida de forma extraordinaria y en un 
tiempo en el que estos criterios resultan confusos. Otras 
han reflexionado en voz alta conmigo a lo largo de estos 
años sobre su desarrollo, a pesar de los problemas y pre-
siones del presente. Muchas han contribuido simple-
mente con las preguntas, los temores y las preocupacio-
nes que se suscitan en épocas de grandes cambios. Unas 
cuantas me han ayudado haciendo de abogados del dia-
blo y poniendo objeciones a la existencia misma de la 
vida religiosa. Les estoy agradecida a todas ellas por 
instarme a encontrar valor actual en un modo de vida 
que ha perdido el aura de la edad de oro y duda que 
exista la posibilidad de que haya otra en el futuro. 
Sobre todo, quiero expresar mi agradecimiento a las 
personas que se han tomado la molestia de leer el ma-
nuscrito pasándolo por el filtro de sus propias vidas y 
han compartido conmigo las cuestiones editoriales, las 
preocupaciones y los comentarios que, finalmente, me 
han permitido mejorar el texto. Estas personas son: 
Marlene Bertke, OSB, Stephanie Campbell, OSB, Marga-
rita Dangel, OSB, Mary Lee Farrell, GNSH, Augusta Ha-
mel, OSB, Mary Lou Kownacki, OSB, Mary Rita Kuhn, 
SSJ, Anne McCarthy, OSB, Mary Miller, OSB, Julia Up-
ton, RSM, Linda Romey, OSB, Christine Vladimiroff, 
OSB, Gail Grossman-Freyne y el Hermano Thomas Be-
zanson. A riesgo de haberme equivocado, puede que no 
haya aprovechado todas sus sugerencias; pero, cierta-
mente, he prestado cuidadosa atención a cada una de 
ellas. 
12 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
Estoy, como siempre, particularmente agradecida a 
Marlene Bertke, OSB, y Mary Grace Hanes, OSB, por la 
profesionalidad que dan a todos mis manuscritos. Y, es-
pecialmente, le doy las gracias a Maureen Tobin, OSB, 
por su habilidad permanente para dar a mi vida una apa-
riencia de normalidad, mientras yo sigo desorganizán-
dola intentando escribir a la vez que trato de seguir 
viviendo. 
Además, les agradezco profundamente a Tim y 
Christine O'Neil, de Dublín (Irlanda), la privacidad que 
me proporcionaron para poder centrarme en la tarea de 
escribir. 
A mí me ha venido muy bien escribir este libro, y 
espero que lleve a otras personas a compartir mis pro-
pias reflexiones. 
Presentación 
El mundo en que vivimos no es el mismo que dio ori-
gen a la vida religiosa, ni siquiera a la de este siglo. Si 
la vida religiosa tiene algo que ver con la vida real, la 
esperanza de reproducirla en los viejos moldes resulta 
una pura fantasía. Gastar tiempo y energía suspirando 
por el retorno del mítico pasado mientras el presente gi-
ra vertiginosamente a nuestro alrededor, inmerso en las 
ruinas del racionalismo en el orden social y del dogma-
tismo en la Iglesia, no hace más que impedirnos avan-
zar por los caminos de la santidad en un mundo post-
moderno. Del mismo modo que el pensamiento medie-
val fue sustituido por el modernismo científico, la mo-
dernidad está dando paso a la globalización. En ambos 
casos, las premisas acerca de la realidad y la visión del 
mundo del pasado han demostrado ser inadecuadas para 
las circunstancias y los avances del presente. Las viejas 
imágenes de Dios, las antiguas formulaciones teológi-
cas de la verdad, los pasados modelos de relación, y los 
viejos conceptos acerca de los derechos humanos, civi-
les, animales y naturales se desmoronan bajo esta pre-
sión. En este momento de la historia, aferrarse al pre-
sente —y no digamos al pasado— supone, sencillamen-
te, deformarlo y ensombrecerlo. Y no es extraño, ade-
más, que divida a los grupos y les consuma una energía 
que debería emplearse en vivir adecuadamente hoy. 
La tentación contraria, sin embargo, implica casi el 
mismo peligro. El intento de crear una imagen de la 
vida religiosa para un mundo que no conocemos, y para 
una época que puede que nunca veamos, resta tanta 
fuerza al presente como cualquier atadura nostálgica al 
14 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
pasado. Más aún: en mi opinión, la creación de esa ima-
gen no nos corresponde a nosotros, sino que incumbe a 
quienes vayan a vivirla. Nuestra tarea consiste en vivir 
bien el momento actual, nuestro tiempo, para que de 
estas cenizas pueda surgir con confianza y valor el 
modelo futuro. 
El problema es cómo hacerlo. Son cada día más los 
religiosos desilusionados por la constante reflexión so-
bre unas formas de vida religiosa ya pasadas, así como 
por las interminables incursiones en la especulación 
acerca del futuro. Quieren saber si el presente prueba de 
algún modo que la vida religiosa sigue mereciendo el 
sacrificio continuo de sus vidas. ¿Posee aún algo vivifi-
cante? ¿Contiene algo lo suficientemente valioso como 
para permanecer en ella? Los nuevos miembros quieren 
saber si merece realmente la pena lo que ellos van a ha-
cer y a ser. También los laicos quieren saber en qué con-
siste hoy la vida religiosa. Fuera cual fuese su idea ante-
rior respecto del convento, el hábito, el horario y las 
costumbres conventuales, por lo menos sabían en qué 
consistía esa vida religiosa. Pero ahora ya no están tan 
seguros. 
Todos los días, los religiosos conscientes se enfren-
tan a los interrogantes habituales en la vida religiosa: 
¿no estoy desperdiciando mi vida en este lugar? ¿Habrá 
alguien que se atreva a entrar? ¿Cuál es la esencia espi-
ritual de la vida religiosa, si es que le queda alguna? 
¿Está la vida religiosa muriendo, resurgiendo o ambas 
cosas a la vez? Estas preguntas son muy reales. La ten-
tación consiste en responderlas en función de los mode-
los del pasado o de las proyecciones de futuro. Pero la 
respuesta verdadera —obvia y dolorosa, evidente y 
excitante al mismo tiempo— es la siguiente: sólo hay 
un lugar santo, y es el aquí y el ahora. 
Este libro trata de la vida religiosa aquí y ahora, no 
del valor de su pasado ni de la posible configuración de 
su futuro. Y hace una sola pregunta: ¿qué es lo que 
constituye la espiritualidad de la vida religiosa contem-
PRESENTACIÓN 15 
poránea, si es que es posible identificarlo? ¿En qué con-
siste hoy la santificación? ¿Cuál es la función actual de 
la vida religiosa? ¿Cuáles son las virtudes que se exigen 
hoy a los religiosos —unas virtudes que requieren per-
sonalidad y que ponen a prueba el compromiso—, a fin 
de que el mundo se acerque más al reino de Dios y el in-
dividuoa la Verdad de la vida? 
Me encantaría poder decir que todo esto se me 
acaba de ocurrir; resultaría tan creativo e innovador... La 
realidad, sin embargo, es que el proceso de este libro me 
ha llevado más de treinta años. Durante este período de 
mi existencia he observado la vida religiosa tanto desde 
un punto de vista profundamente personal como desde 
una perspectiva internacional pública y tanto desde el 
último tramo de la escala institucional como, al igual 
que Simón el Estilita, desde la cumbre de la misma, es 
decir, como joven monja antes del Vaticano n y como 
administradora nacional durante las décadas siguientes. 
La he observado de cerca en conventos desde Washing-
ton a Roma, de costa a costa, desde Erie (Pensilvania) a 
Australia y a la inversa. He moderado, presidido, entre-
vistado, organizado y reflexionado sobre la vida religio-
sa a través de todas las fases del proyecto de renovación. 
Como teórica de la comunicación y científica social, he 
buscado siempre señales de vida y signos de santidad, 
me he preguntado qué aportaba y qué no aportaba vida 
a las comunidades religiosas, a pesar de los avatares del 
cambio. Y este libro es un cúmulo de respuestas a estas 
preguntas. 
También me encantaría poder decir que este libro 
contiene un proyecto de futuro. Y, en cierto sentido, así 
es, pero sólo para quienes reconocen el futuro en el pre-
sente. Los religiosos experimentados necesitan redefinir 
la espiritualidad de sus vidas y reconocer que el ascetis-
mo puede haber cambiado, pero no la naturaleza y la ca-
lidad de la vida. No deben escudarse en el compromiso 
contraído —aferrándose desesperadamente a las viejas 
formas de vida religiosa sólo porque no reconocen las 
16 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
nuevas y recuerdan el pasado como un mundo más apa-
cible—, sino intentar descubrir qué compromiso se les 
exige realmente hoy. Los religiosos más recientes tienen 
que comprender que no todos los síntomas de las comu-
nidades actuales son de decadencia, sino que con fre-
cuencia generan nueva vida. Deben resistirse a refugiar-
se en el romanticismo. No deben sentirse asustados por 
la incertidumbre ni deprimidos por la insignificancia, 
sino que deben ser capaces de ver la enorme energía del 
proceso. Elegir bien una espiritualidad supone no bus-
carla entre las cenizas del glorioso pasado ni en el sueño 
de un brillante futuro, sino entre los desafíos del pre-
sente. «Busca a Dios, no dónde vive Dios», nos enseñan 
los monjes del desierto. En este momento hay un traba-
jo que hacer, un misterio que vivir, que es esencial para 
que el Espíritu arda en nuestro tiempo. Después de todo, 
la vida religiosa no es la única institución del mundo 
que está envejeciendo en medio del cambio, sometida a 
examen, necesitada de nueva energía, pero con la espe-
ranza de una nueva visión. Después de veinticinco años 
de transformación social, para que los religiosos hagan 
una gran aportación al proceso de cambio de otros gru-
pos, tanto de la Iglesia como de la esfera pública, basta 
con que logren articular dicha visión. 
Aunque creo sinceramente que la configuración de 
los ideales espirituales contemporáneos desarrollados 
en este trabajo puede servir para cualquier tipo de co-
munidad religiosa —con votos o sin ellos, célibe o 
no—, sea cual sea su clase, su composición o su misión, 
este libro no pretende hablar de nuevas formas de vida 
religiosa, sino de la ardiente santidad necesaria para 
vivir esta forma de ahora, intermedia entre la antigua y 
muy digna de respeto y la nueva que surge, la que está 
abriendo nuevos caminos, la que se está formando en un 
mundo que se tambalea ante el proceso incesante de 
cambio en un momento de transición histórica. 
En otras palabras, este libro quiere ser un mensaje 
de aliento para aquellos que mantienen el proyecto de la 
PRESENTACIÓN 17 
vida religiosa de este momento —jóvenes y viejos, nue-
vos o antiguos miembros— y que intentan reflexionar 
sobre su objetivo, sus beneficios y su valor en un perío-
do en que está más de moda hablar de su muerte que de 
su resurrección. 
El tema y el título del libro proceden del vocablo 
gaélico grieshog: mantener latentes los viejos fuegos 
para encender otros nuevos. 
Las ideas aquí expuestas son mías, por supues-
to, pero no del todo; las veo por doquier. Suelen surgir 
y subsistir desapercibidas, inadvertidas e ignoradas, en 
los heroicos religiosos de estos tiempos que, llenos del 
Espíritu e inflamados de vida, entierran las brasas y avi-
van la llama de un mundo aún invisible, pero cuya lle-
gada es segura. En ellos pervive el rescoldo de la vida 
espiritual que no sólo hace a la vida religiosa contem-
poránea verdaderamente religiosa, sino que también 
hace posible la futura. 
* * * 
El fuego en estas cenizas es un llamamiento a los reli-
giosos, hombres y mujeres, a convertirse en una «abra-
sadora presencia» del Espíritu de Dios en el mundo 
actual. Pero es también profundamente oportuno para 
cualquiera que trate de desarrollar una espiritualidad 
contemporánea. 
Una lectora del libro de confesión episcopaliana di-
jo lo siguiente: «Me ha resultado apasionante y suma-
mente iluminador. Puede gustarle a personas de muy 
distintas procedencias, y creo que los hombres y las 
mujeres que pertenezcan a una orden religiosa lo devo-
rarán con avidez». 
Las preguntas que figuran al final de cada capítulo 
—fruto de un grupo de estudio dirigido por Mary Lou 
Kownacki, OSB— están destinadas a ayudar a los indi-
viduos y a los grupos de esas distintas procedencias a 
18 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
lidiar con las profundas cuestiones, los apasionados de-
safíos y las urgentes invitaciones ofrecidas por la her-
mana Joan. 
Aunque El fuego en estas cenizas está orientado a la 
vida religiosa contemporánea, muchos de los valores y 
de las experiencias examinadas en este libro son aplica-
bles a todos los seguidores de Jesús. Los temas tan apa-
sionadamente tratados por la hermana Joan —el com-
promiso, los votos, la obediencia y la conversión— son 
centrales en las vidas de cuantos buscan a Dios. 
Las mencionadas preguntas son sumamente opor-
tunas para cuantos viven la vida religiosa convencio-
nal, pero pueden adaptarse fácilmente a la comunidad 
cristiana en general. Tanto las comunidades de fe como 
los grupos parroquiales, e incluso los cristianos indivi-
duales, pueden beneficiarse de las intuiciones de este 
libro. Animamos al lector a adaptarlo o a seleccionar las 
preguntas que encajen con sus necesidades y con su 
situación. 
En el libro, la hermana Joan cita a Catherine de 
Hueck Doherty: «No me habría gustado vivir sin haber 
inquietado alguna vez a alguien». Después de leer El 
fuego en estas cenizas, el lector estará de acuerdo en 
que la hermana Joan, como los profetas de todos los 
tiempos, inquieta a la gente con la palabra de Dios. 
Esperamos que el lector encuentre este libro tan inquie-
tante que cambie su vida y le impulse a inquietar a otros 
por el bien del Evangelio. 
1 
Introducción: 
bases para un nuevo comienzo 
Nuestra época es, cuando menos, una época difícil para 
las comunidades religiosas. Los días de gloria de las 
enormes congregaciones, los noviciados rebosantes y 
las instituciones prósperas hace mucho que han pasado 
para la mayoría de las comunidades, pero siguen siendo 
claramente recordados. Quedan algunos religiosos nos-
tálgicos del pasado que se preguntan qué ha ocurrido 
con sus vidas. Otros religiosos —que han ingresado 
más recientemente, sea cual sea su edad, cuya vida reli-
giosa depende más de lo que ellos construyan que de lo 
perdido de otra época— están cansados de oír hablar del 
pasado, pues, en su opinión, se trata de una historia anti-
gua que no tiene nada que ver con ellos ni con su desa-
rrollo espiritual. Su pensamiento se sitúa en el presente 
en cuanto a los objetivos, la dimensión evangélica y el 
significado en su realización personal. Lo que quieren 
es un presente vivo, pero en la crónica de la renovación 
encuentran pocoque tenga que ver con ellos y con su 
vida espiritual. Nada, en mi opinión, podría estar más 
lejos de la verdad. Si no entendemos la herencia de la 
renovación, sus ideales y sus circunstancias, así como 
su teología y sus aberraciones sociales, será completa-
mente imposible que comprendamos por qué hacemos 
lo que hacemos en el presente. O lo que debemos hacer 
a continuación. No podemos configurar deliberadamen-
te una espiritualidad contemporánea, así como un estilo 
de vida humano o un ministerio eficaz, si no sabemos 
por qué actuamos como lo hacemos. La forma que le 
20 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
damos al presente depende de la comprensión que tene-
mos de él. Cualquier otra posibilidad no será, en el me-
jor de los casos, más que buena voluntad desorientada. 
Hay pocos ejemplos de cambio social tan profun-
dos, tan globales o tan determinantes como la reestruc-
turación que ha tenido lugar desde 1965 en la Iglesia 
católica en general y en las órdenes religiosas católicas 
en particular. La clausura del Concilio Vaticano n marcó 
el comienzo de más de veinticinco años de experimen-
tación y adaptación social de antiquísimos grupos de re-
ligiosos (especialmente mujeres), tanto monásticos co-
mo de vida apostólica, lamentablemente fuera de sinto-
nía durante cientos de años. Hay datos históricos y aca-
démicos más que suficientes para justificar la pregunta 
de si una reestructuración tan importante en institucio-
nes tan establecidas —o en cualquier institución— es 
siquiera posible. La sociología y la psicología social son 
cementerios de famosas instituciones que no pudieron 
superar períodos de cambio social. Pero además de las 
consideraciones organizativas, hay al menos el mismo 
grado de duda teológica sobre si la vida religiosa es via-
ble, necesaria o al menos deseable en este nuevo mundo 
de la «vocación laica» y del «sacerdocio del pueblo», en 
el que tanto se insiste últimamente. En un período de 
declive numérico, es importante preguntarse si no esta-
remos asistiendo a la desaparición de una mano de obra 
eclesial antaño importante, pero ahora, «a la vista del 
nivel educativo adquirido recientemente por la pobla-
ción católica en general», en buena medida innecesaria. 
La mera pregunta sirve para evaluar la magnitud del 
malentendido que envuelve la noción del papel de la 
vida religiosa. La realidad es que la vida religiosa nunca 
ha pretendido ser simplemente mano de obra de la Igle-
sia, sino que quería ser una presencia abrasadora, un 
paradigma de búsqueda, un signo del alma humana y un 
catalizador de la conciencia en la sociedad en que sur-
gió. Ninguna comunidad religiosa se propuso nunca 
hacer todo lo que era socialmente necesario en un área 
determinada. Los religiosos, sencillamente, hacían lo 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 21 
que quedaba sin hacer, para que los demás se dieran 
cuenta de la necesidad de hacerlo también. 
La confusión que la pregunta pone de manifiesto 
puede provenir del hecho de que la vida religiosa, cual-
quier forma de vida religiosa, siempre se planteó como 
una forma alternativa de vida cristiana que difería del 
estado matrimonial o de la soltería simplemente por sus 
dimensiones comunitarias. Cuando, en el siglo xi, el 
papa Urbano n, un monje, intentó definir el recién naci-
do grupo de los Canónigos Regulares de san Agustín 
sobre la base de lo que hacían, más que de lo que eran 
—a fin de distinguirlos de la única forma de vida reli-
giosa que él conocía—, la noción de los tipos, las for-
mas y las funciones de la vida religiosa adquirió una 
profunda dimensión para el futuro de toda la Iglesia. 
Quizá el problema resida en haber puesto demasiado 
énfasis en la relación de la vida religiosa con la misión 
de la Iglesia, en lugar de en su relación con el misterio 
de la misma. La pregunta es «¿Qué hacen los religiosos 
en la sociedad?», en lugar de «¿Qué deben ser los reli-
giosos en la sociedad?», y este cambio de planteamien-
to modifica totalmente la cuestión. 
Se ha prestado tanta atención a la definición de los 
tipos y a las distinciones entre las órdenes, que el com-
promiso con la vida religiosa gradualmente se ha ido 
concibiendo más como una forma de vida canónica que 
como una forma de vida carismática, más como un con-
junto de reglas que se deben seguir que como un con-
junto de ideales a los que tender. Se ha llegado a consi-
derarla más como un servicio que como un signo. Des-
graciadamente, las repercusiones de esas diferencias de 
perspectiva, sutiles pero muy reales, son catastróficas. 
Si nuestro principal interés reside en el trabajo que los 
religiosos realizan, cuando el trabajo pierde relevancia 
—por la razón que sea—, es la propia vida religiosa la 
que se pone en tela de juicio. Si, para confirmar su va-
lor, miramos más a sus estructuras canónicas que a sus 
impulsos carismáticos, cuando sus formas de organiza-
ción cambian, puede que no podamos reconocerlo. Si lo 
22 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
que da validez a la vida religiosa es el servicio que pres-
ta, más que el testimonio que da; cuando el servicio se 
ha realizado, la vida corre el riesgo de convertirse en un 
anacronismo. 
Ahí reside quizá la explicación de la situación 
actual. La revitalización de la vida religiosa no consiste 
en redefinir sus formas, sino en reavivar su significado, 
su derecho a seguir teniendo sentido ante las nuevas in-
quietudes y las realidades actuales, tanto institucionales 
como filosóficas. El mundo que está cambiando a nues-
tro alrededor nos cambia también a nosotros. Sencilla-
mente, no podemos permitirnos el lujo de quedarnos 
con los brazos cruzados. Lo importante es que, en nues-
tro celo por salvar la institución, no destruyamos la vi-
da. Lo importante es que lleguemos a ser lo que debe-
mos ser en un mundo que, en medio del torbellino de un 
nuevo comienzo, nos arrastra con él. 
La vida religiosa contemporánea se ha visto profun-
damente afectada por cuatro elementos comunes a todas 
las instituciones, como entidades sociológicas, en este 
momento de la historia. La cultura ha condicionado su 
forma; el feminismo ha centrado su discurso; la inser-
ción en la sociedad ha difuminado su presencia; y la 
inculturación ha agudizado sus percepciones y ha di-
versificado sus expresiones. Como consecuencia, la 
vida religiosa ya no vive fuera del mundo real, como en 
el pasado, e incluso en el pasado inmediato, cuando res-
pondía más a patrones medievales que a la teología con-
temporánea. Ahora, por el contrario, está tan inmersa en 
el presente que puede quedar oscurecida en la sociedad 
actual, a no ser que se transforme más en un estímulo 
que en una sombra. 
La historia es un buen aliado de la vida religiosa, 
pero también una remora de inmensas proporciones. El 
sentido de la historia evita que la vida religiosa absolu-
tice sus formas decimonónicas. Pero, al mismo tiempo, 
su larga existencia puede también forzar a la vida reli-
giosa a atesorar un pasado indudablemente singular pe-
ro inútil. Es importante recordar, pues, que esos mismos 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 23 
cuatro elementos sociales —la cultura, el feminismo, la 
inserción y la inculturación— han sido durante mucho 
tiempo factores sociológicos que han condicionado la 
eficacia y la orientación de la vida religiosa. El proble-
ma es que rara vez han sido mencionados y con dema-
siada frecuencia se han petrificado en el tiempo, hasta el 
punto de que el valor de la vida religiosa era lo único 
digno de su glorioso pasado pero agónico presente. 
La vida religiosa ha decaído en todos los momentos 
de cambio importantes de la historia; pero, al mismo 
tiempo, también ha resurgido en cada uno de dichos 
momentos. La dificultad estriba en elegir una de estas 
posibilidades en lugar de la otra. En épocas de cambio 
social significativo, algunas personas reaccionan afe-
rrándose al pasado con más fuerza aún, y otras ignorán-
dolo por completo. Nuestra época no ha sido diferente. 
Durante veinticinco años,las congregaciones religiosas 
han tenido que afrontar tanto rígidos conservadurismos 
como impetuosas revoluciones. También hoy el proble-
ma consiste en saber qué dimensiones de cada una de 
estas cuestiones afectan a la vida religiosa en el momen-
to actual, qué conflictos y qué posibilidades proféticas 
ofrecen a la eficacia actual de la vida religiosa, qué 
necesidades humanas satisfacen y qué aspectos condu-
cen al declive de la vida religiosa, mientras otros con-
tienen semillas de futuro. 
La relación entre cultura y vida religiosa 
La relación entre cultura y vida religiosa es sumamente 
estrecha. A lo largo de todos los períodos de la historia, 
la vida religiosa ha sido una fuente de ilustración social, 
un centro de enseñanza y un ámbito de liberación per-
sonal, así como de crecimiento espiritual. En una etapa 
de la historia, la vida religiosa fue fundamentalmente un 
retiro para gente intensamente espiritual que sentía que 
el camino para una vida mejor consistía en la negación 
de la vida presente. En un período posterior se convirtió 
24 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
en un refugio para viudas piadosas. En otro momento 
acogió a miembros devotos de la realeza, hasta tal punto 
que, en el siglo xi, en muchos lugares la vida monástica 
era monopolio espiritual de la nobleza, por ser la única 
que podía otorgar las dotes necesarias para mantener las 
comunidades. Sin embargo, más tarde aún, hasta bien 
entrado el siglo xx, la vida religiosa revivió de nuevo, 
en esta ocasión como centros de consagración para mu-
jeres de todas las clases sociales. En ella, las mujeres 
encontraban la oportunidad de dedicarse a las grandes 
cuestiones de la vida y del desarrollo humano superan-
do el ámbito del que habrían dispuesto dentro de los 
confínes del matrimonio, tal como estaba estructurado. 
La mayoría de las mujeres de entonces, e incluso de 
ahora en muchas partes del mundo, se dieron cuenta de 
que, como mujeres, se verían relegadas a los márgenes 
del sistema universitario masculino, si es que se les per-
mitía acceder a él, y excluidas casi por completo de las 
profesiones y los puestos públicos, de la reflexión sobre 
las grandes cuestiones de la vida y del colectivo de pen-
sadores que forjaban los sistemas y definían las leyes. 
La vida religiosa, y sólo la vida religiosa, garantizaba a 
la mujer un grado real de autonomía interna y de expre-
sión personal, por limitado que fuera. 
Evidentemente, la vida religiosa reflejaba las reali-
dades sociales del mundo circundante, así como la evo-
lución de las personas inmersas en él, y respondía a 
ellas, incluso en los períodos en que parecía más deci-
dida a apartarse de las ocupaciones y preocupaciones 
del resto de la sociedad. La vida religiosa, más que un 
simple estado de metódica búsqueda espiritual, brotaba 
del terreno que la rodeaba. En algunos períodos de la 
historia, las congregaciones religiosas revitalizaron la 
cultura de su entorno; en otros, simplemente reflejaron 
lo peor de la misma. Pero es preciso no olvidar que 
nunca se liberaron de ella. 
Dado que la vida religiosa surge de una cultura para 
desafiarla, también encarna esa cultura en la mentalidad 
y las personalidades de sus miembros, así como en las 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 25 
actividades y en las cuestiones de su tiempo. Cuando la 
vida religiosa no logra responder a estos cambios de 
ideas y prioridades, le falla a su cultura, y ésta la recha-
za. La vida religiosa debe ser una respuesta consciente 
y creativa a la cultura en la que existe o no será, en el 
mejor de los casos, más que una piadosa apariencia de 
vida espiritual, un ejercicio terapéutico de búsqueda de 
una satisfacción personal. 
Por medio de su misma inmersión en la cultura de la 
que brota, la vida religiosa pone de manifiesto las ne-
cesidades de la sociedad que la circunda, refleja sus 
luchas, se convierte en un signo que enjuicia sus pre-
guntas o en un signo de decadencia cuando se distancia 
de las mismas. Los personajes religiosos que hicieron 
de las grandes preguntas de la humanidad el eje de sus 
vidas han sido considerados por todos los pueblos de 
todas las culturas, tiempos y lugares como una luz en 
medio de las tinieblas espirituales, como la memoria de 
lo más esencial de la vida. 
Es importante, pues, caer en la cuenta de que la vida 
religiosa no es un estado de vida perfecto para gente 
perfecta; no es un estado de vida del que ni siquiera se 
suponga la perfección, sino un estado de vida en el que 
se cuenta con el esfuerzo, y el fracaso se da por supues-
to, y cuyo contenido lo constituye más la búsqueda 
humana que la engañosa noción de la impecabilidad. 
Sólo desde el reconocimiento de su fragilidad, puede 
tener esperanza la condición humana, tal como procla-
ma la vida religiosa en cualquier parte. Un cuento 
monástico, por ejemplo, habla de unos viajeros de otra 
época que intentaban averiguar el propósito de un 
monasterio. «Pero ¿qué es lo que hacen en el monaste-
rio?», preguntaron a un anciano monje. Y él respondió: 
«Caemos y nos levantamos; caemos y nos levantamos; 
caemos y nos volvemos a levantar». La búsqueda, no la 
perfección, es el auténtico objetivo de la vida religiosa. 
Los propios religiosos reflejan las luchas de su tiem-
po identificándolas, afrontándolas, abordándolas en sus 
propias vidas, no huyendo de ellas, como si la espiri-
26 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
tualidad consistiera en evadirse de las grandes cuestio-
nes del momento. En otras palabras, la vida religiosa, en 
sus incansables esfuerzos por evaluar, sopesar y propor-
cionar energía espiritual a la cultura de la época, pone 
de manifiesto ante cualquier pueblo y en cualquier perí-
odo de la historia los aspectos que se deben abordar 
para que la cultura asuma sus demonios, transmita sus 
dones y desarrolle su propia sabiduría. 
No resulta, pues, sorprendente que en la cultura con-
temporánea la vida religiosa sea un reflejo de los mis-
mos problemas que afectan al conjunto de la sociedad. 
Cuestiones como la independencia, el consumismo, el 
individualismo, la comunidad, la satisfacción personal, 
la sexualidad, la moralidad pública y la vida espiritual 
son conceptos clave hoy en las congregaciones religio-
sas, al igual que en la sociedad en general. Una socie-
dad consciente de la dimensión cultural de la vida reli-
giosa no puede aceptar, como sucedía en el pasado, que 
la respuesta espiritual a las corrientes sociales de la 
época consista en una serie de fórmulas, prescripciones, 
reglas, horarios, superiores y en la represión de las acti-
vidades humanas. Por el contrario, el fracaso a la hora 
de desarrollar una forma de vida espiritual capaz de 
afrontar estos problemas e ir avanzando hacia una solu-
ción para que otros, al ver que es posible vencer en la 
lucha, puedan caminar por la misma senda con confian-
za es síntoma de adolescencia religiosa en lugar de 
madurez espiritual. 
La elección entre el declive y la renovación de las 
comunidades religiosas en un momento de importantes 
cambios culturales depende del acierto que dichas 
comunidades tengan a la hora de identificar los valores 
perdidos y las principales necesidades de una cultura y 
sacarlos a la luz para que sean objeto de reflexión y sus-
citen una respuesta. El peligro de la renovación reside 
en que las congregaciones religiosas reflejen la cultura 
pero no logren desafiarla. 
La revitalización de la vida religiosa no estriba en 
diferenciarse de la cultura en cuyo suelo crece, sino en 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 27 
que los religiosos conserven los valores culturales nece-
sarios para salvarla. Y dicha revitalización tampoco re-
side en la separación simbólica del mundo, sino en que 
los religiosos sean auténticos administradores de lo me-
jor que hay en él. La historia es una clara prueba de ello. 
Frente al patriarcado romano, el «benedictinismo» 
floreció porque ofrecía un nuevo modelo de comunidad 
humana compuesta por libres y esclavos, ricos y pobresy laicos y clérigos, en la que todos eran iguales, podían 
hacer oír su voz, se servían recíprocamente y buscaban 
la profundidad espiritual en lugar del poder secular. En 
un entorno inseguro y bélico, los benedictinos ofrecían 
su hospitalidad a todos y proporcionaban orden y esta-
bilidad a un mundo tambaleante desde la caída de las 
sólidas instituciones del Imperio Romano. Francisco de 
Asís se enfrentó al mundo con la primera protesta for-
mal contra la inmoralidad de la riqueza, abrazando vo-
luntariamente la pobreza en solidaridad con los despo-
seídos. Frente al codicioso orden comercial que estaba 
emergiendo rápidamente y que con el tiempo reduciría 
a pueblos enteros a la pobreza, al mismo tiempo que 
enriquecía más de lo admisible por la conciencia a unos 
cuantos, fue Francisco quien realizó la primera crítica. 
En los siglos siguientes, las congregaciones apostólicas 
de nueva formación aportaron los valores de la asisten-
cia universal y la preocupación por todos en un mundo 
clasista y cada vez más insensible. La compasión, la in-
serción y la potencialidad humana eran los problemas 
culturales de la época inmediatamente anterior a la 
nuestra, y la libertad, la igualdad y la fraternidad, el gri-
to de liberación de quienes durante siglos habían sido 
siervos y plebeyos. La respuesta de los religiosos a una 
cultura en la que el clasismo sofocaba la vida de las per-
sonas nacidas inteligentes pero no ricas consistía en 
prestarles la mejor asistencia, proporcionarles una edu-
cación que les hiciera competentes y darles la confian-
za necesaria para formar parte de una sociedad que no 
se preocupaba por ellos en absoluto. Y triunfaron y flo-
recieron, pero no por lo que hicieron, sino por lo que 
28 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
aportaron a la sociedad por ser lo que eran: contempla-
tivos críticos y profetas apasionados en la época en que 
vivieron. 
¿Para quién ha sido profética la vida religiosa en las 
culturas anteriores a la nuestra? Para una multitud de 
personas humildes que, sin el compromiso de los reli-
giosos de su tiempo con unos valores que no eran los vi-
gentes en la época, habrían sido pulverizadas por el sis-
tema y marginadas de la civilización teniendo que valer-
se por sí mismas: personas analfabetas, abandonadas, 
moribundas y privadas de los derechos ciudadanos. 
El desafío para la espiritualidad contemporánea y 
para los religiosos de nuestro tiempo reside, pues, en el 
hecho de que las grandes cuestiones culturales de la vi-
da han cambiado de nuevo. La educación se ha genera-
lizado; la atención sanitaria es una responsabilidad na-
cional; y el sufragio y la legislación laboral hace tiem-
po que han quedado establecidos. Ahora, la globaliza-
ción, la ecología, la esclavitud industrial, la paz, el vacío 
espiritual y el sexismo se han convertido en los temas de 
esta época, en el quid de la supervivencia humana y en 
la piedra de toque de todas las instituciones. 
No hay un solo niño de seis años que no esté ya 
enfrentándose a las cuestiones de la cultura americana, 
al que no se le imbuya la independencia, que no esté 
inmerso en el consumismo, que no sea alentado a dedi-
carse a su propio yo y al que no se eduque en la auto-
complacencia y el narcisismo. Todas estas cosas forman 
parte de la cultura y, por consiguiente, también de ellas 
debe ocuparse la vida religiosa en este momento de la 
historia. Son las cosas que deben marcar a sus aspiran-
tes y atormentar a sus expertos, así como configurar sus 
prácticas espirituales, guiar sus reflexiones y constituir 
un desafío para su voz. Los religiosos deben prestarles 
atención si quieren ser útiles a alguien en esta cultura, 
deben explorar los signos de los tiempos y no compor-
tarse como piadosos intelectuales al margen de ellos ni 
como burócratas institucionales ni como asistentes so-
ciales, o correrán el riesgo de ser una subcultura sin ob-
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 29 
jetivo, de existir sólo para sí mismos, de ser fugitivos 
espirituales donde deberían haber sido una luz inspira-
dora, y de encarnar una vida religiosa que nadie quiere. 
Es misión de la vida religiosa plantear las cuestiones 
de la época a la conciencia de la cultura para que ésta 
tenga una compañía y un estímulo espirituales a lo largo 
del camino. 
Lo que aún está por ver de nuestra generación es si 
los religiosos de esta época se han liberado lo bastante 
de su herencia cultural de privacidad, desarrollo indivi-
dual, individualismo y religión personal como para pro-
pugnar un nuevo conjunto de valores. Las antiguas 
cuestiones, aquellas a las que respondíamos tan bien 
—la libertad de conciencia, la educación y el pluralismo 
religioso—, son ahora moneda corriente. Las cualida-
des que en el pasado se nos dijo que nos santificarían 
—una obediencia de tipo militar, una especie de aisla-
cionismo religioso y los excesos de la renuncia— no 
son las virtudes que nos santificarán ahora. Al contrario. 
El antiguo sistema de valores basado en el rendimiento, 
la seguridad y el provincianismo ha derivado en un alto 
grado de dominación económica, militarismo y chauvi-
nismo nacional que está llevando a Occidente a un nue-
vo tipo de degeneración moral. Lo que ahora se necesi-
ta es un modelo de compasión política, universalismo y 
un planteamiento ecológico de la vida, la justicia y la 
paz para que el planeta sobreviva y todos los seres hu-
manos vivan una vida digna. Queda por descubrir si los 
religiosos de nuestro tiempo guardarán para sí estos va-
lores o se consagrarán a hacérselos patentes a los 
demás. 
Lo que la vida religiosa necesita ahora es cultivar 
unas virtudes y disciplinas espirituales que permitan a 
los religiosos responder a estos nuevos problemas con 
energía, consciencia contemplativa y un enfoque 
común. 
Es evidente que, en nombre de la perfección religio-
sa, hay una vuelta a los temas internos, pero el auténti-
co compromiso religioso debe ser radicalmente público 
30 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
si el Evangelio al que decimos servir ha de hacerse real 
en nuestras vidas. La verdad es que nadie necesita reli-
giosos centrados en los temas del pasado en nombre de 
la vida religiosa. No sólo tal empeño es irrelevante hasta 
el absurdo, sino que falsea la cuestión misma de la san-
tidad, que no consiste en el cultivo de la infancia espiri-
tual, sino en la formación de santos, es decir, de perso-
nas que aceptan el mundo tal como es y que, al tratar de 
aproximarlo al Reino de Dios, ellos mismos se acercan 
también a él. 
El feminismo 
La cultura, no obstante, no es el único factor que deter-
mina la configuración y el significado de la vida reli-
giosa contemporánea, puesto que también el feminismo 
ha encontrado un lugar en ella. No es la primera vez que 
el papel de las mujeres y sus problemas han hallado un 
medio de expresión en la vida religiosa, porque puede 
que nuestras antepasadas no fueran «feministas» en el 
sentido político de la palabra, pero, sin duda alguna, 
eran mujeres en busca de su propia humanidad. 
Durante más de mil quinientos años, las comunida-
des de mujeres han sido independientes de las organiza-
ciones religiosas masculinas, han gobernado sus propias 
instituciones, han llevado a cabo sus propias obras y han 
proyectado, gestionado y financiado sus propias empre-
sas. Hablar del surgimiento de la conciencia femenina 
sin hacer referencia al ascenso o el declive de las con-
gregaciones religiosas integradas por mujeres supone 
perder la riqueza de su aportación a la historia, una plé-
tora de modelos de mujer y todo un tesoro de logros 
femeninos. La hagiografía, el folklore y los archivos de 
las congregaciones religiosas están llenos de historias 
de mujeres resueltas que desafiaron y vencieron a obis-
pos, se enfrentaron y reprendieron a papas y lucharon 
contra las normas sociales y las corrigieron. Y, sobre 
todo, la vida religiosa femenina ha sido muy importan-
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 31 
te en la educación de otras mujeres.El feminismo, la 
conciencia de la naturaleza agraciada y agraciante de las 
mujeres, a pesar de las limitaciones del papel subordi-
nado a que estaban sometidas, es uno de los dones de la 
vida religiosa a través del tiempo. 
En primer lugar, las mujeres se fueron solas al de-
sierto cuando no se les permitía hacer nada de manera 
independiente. Después, formaron sus propios grupos 
auto-regulados cuando las mujeres no tenían ningún 
derecho legal en la sociedad. Más tarde, se dedicaron a 
la educación y la atención de aquellos por los que la 
sociedad masculina no tenía ningún interés ni preocu-
pación ni intención de proporcionarles recursos públi-
cos. Trabajaron por la incorporación física y la dignidad 
psicológica de las mujeres en general. Como hormigui-
tas a lo largo de la historia, poco a poco fueron elevan-
do a la mujer a un nivel educativo tal que el impacto y 
la importancia de las mujeres tuvo, finalmente, que 
tenerse en cuenta a gran escala. 
Lo único que, en el pasado, las religiosas no hicie-
ron por las mujeres como tales mujeres se ha converti-
do en la preocupación feminista de las religiosas del 
presente, que se han identificado con las luchas de las 
mujeres en todas partes, incluida la Iglesia. Se han 
hecho más conscientes de la propia conciencia femeni-
na, en lugar de ser simplemente conscientes de las nece-
sidades de las mujeres. Han percibido la opresión que el 
sistema ejerce sobre las mujeres y se han comprometi-
do en la transformación estructural de la sociedad. Han 
hecho suya la cuestión de la plenitud espiritual de las 
mujeres en una Iglesia controlada por hombres. En otras 
palabras, ha sido dentro la propia institución donde las 
religiosas han sometido a escrutinio, por nuevas vías 
feministas, la secular postura de la propia institución 
respecto de las mujeres. 
Este escrutinio ha adoptado múltiples formas, tan-to 
públicas como internas, y se ha convertido en una cues-
tión candente. En sus pronunciamientos oficiales, la 
Iglesia institucional dice —al menos implícitamente— 
32 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
que no necesita ser sometida a ningún escrutinio. Pero 
las mujeres, a la luz de una lectura alternativa del Evan-
gelio, insisten en la necesidad. La situación está al rojo 
vivo. Y forma parte también de la respuesta actual a la 
cuestión de la dimensión profética de la vida religiosa. 
Las comunidades religiosas femeninas han dado 
cauce institucional al movimiento en pro de un lengua-
je universal en la liturgia y en los documentos eclesia-
les, a la formación de las mujeres como predicadoras de 
la Palabra y a la cuestión de la ordenación de la mujer. 
Y, lo que quizá sea aún más importante, las comunida-
des religiosas femeninas se han convertido en muchos 
casos, a efectos prácticos, en centros de espiritualidad 
para las feministas cristianas de todas las confesiones. 
El impacto de todas estas acciones radica menos en las 
actividades que generan que en las dudas que suscitan, 
tanto dentro como fuera de la institución. 
Por una parte, su implicación en el movimiento fe-
minista ha suscitado una preocupación entre las religio-
sas acerca del valor real de las mujeres en la Iglesia, a 
pesar de toda una vida de servicio y de compromiso 
dentro de las normas establecidas. Por otra parte, la pro-
testa de las religiosas respecto del papel de" las mujeres 
en la Iglesia afecta a la estructura organizativa de la 
misma. En algunos casos, el movimiento feminista ha 
provocado una cierta tensión en las propias congrega-
ciones femeninas entre quienes consideran estas cues-
tiones peligrosas para la fe y quienes no ven ningún pe-
ligro. Finalmente, la participación en el movimiento 
feminista ha llevado a una evaluación crítica de la reper-
cusión de las monjas sobre otras mujeres en la Iglesia. 
¿Qué transmitían las propias religiosas sobre los roles 
masculino y femenino y cuál ha sido su influencia sobre 
otras mujeres? 
Ésta es, pues, la diferencia entre la dedicación a las 
mujeres de las congregaciones religiosas femeninas de 
épocas pasadas y el feminismo de ésta. Por primera vez 
como grupo, las religiosas han empezado a cuestionar la 
teología misma en la que se han basado los pasados mo-
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 33 
délos de feminidad. Las propias religiosas están tenien-
do que cuestionar su papel en la sumisión de otras muje-
res. Las religiosas están empezando a examinar sus pro-
pias acciones actuales en su intento de negarse a parti-
cipar en la perpetuación de un sistema internamente in-
coherente que predica una definición de la igualdad de 
la mujer pero establece otra. 
Nos encontramos en un momento sociológico deli-
cado. Por un lado, tenemos la ruptura de una antigua y 
valiosa institución dentro de la Iglesia; por otro, la evo-
lución auténtica de la comunidad humana de acuerdo 
con sus más altas aspiraciones espirituales, sus valores 
evangélicos más profundos y su visión teológica más 
verdadera. Escoger valores con un nivel más bajo de hu-
manidad supone traicionar las mejores tradiciones re-
ligiosas del pasado y, cara a una generación que busca 
la plenitud de la creación, es arriesgar al mismo tiem-
po la posibilidad de proporcionar un futuro a una ins-
titución femenina que no sólo no contribuye a enrique-
cer la cuestión femenina, sino que puede incluso obs-
taculizarla. 
La cuestión de la liminaridad, los límites, 
la inserción y la identidad 
La cultura y el feminismo, sin embargo, sólo son dos de 
los principales temas que configuran la vida religiosa 
actual. El tercero, tratado pocas veces en esta coyuntu-
ra del desarrollo institucional, pero siempre próximo a 
figurar entre los temas religiosos prioritarios, es la cues-
tión de la liminaridad, los límites, la inserción y la iden-
tidad. El tema de la identidad en la vida religiosa con-
temporánea se encuentra sin duda alguna en uno de los 
niveles más profundos y críticos de la historia de la Igle-
sia. Durante siglos, el compromiso religioso implicó un 
alto grado de desinterés por los asuntos del mundo. El 
dualismo, como conflicto entre las dimensiones espiri-
tual y material de la vida, arrojó sospechas sobre todo lo 
que no estuviese directamente relacionado con la vida 
34 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
espiritual. El jansenismo, el razonamiento teológico que 
hace del propio apartamiento del mundo la característi-
ca espiritual distintiva del modo de vida religioso, enrai-
zó la vida religiosa en un rígido molde, muy distante de 
los nuevos patrones de vida de una sociedad urbana e 
industrial. Para el siglo xix ya se había logrado: la vida 
religiosa se había convertido en una cultura dentro de 
otra. 
La separación de una subcultura del conjunto de una 
sociedad es un proceso relativamente simple: títulos, 
símbolos, uniformes y muros han servido siempre para 
que alcanzasen este fin toda una serie de grupos fuera 
de los confines de las congregaciones religiosas de la 
Iglesia católica. Las estructuras proporcionan mística, 
misterio y cohesión al grupo. Por otra parte, no indican 
necesariamente la importancia social del mismo. Es 
posible ser diferente en una sociedad sin ser importante 
para la misma. Es posible ser un grupo notoriamente 
segregado dentro de otro y seguir suscitando interro-
gantes al grupo dominante respecto del valor del sub-
grupo. La cuestión de su propósito y su significado, 
tanto teológicos como sociales, empieza a ser respondi-
da de manera cada vez más simbólica. 
Por otro lado, un grupo sin identidad no es tal. El 
principio sociológico básico de que las personas se 
agrupan para realizar juntas lo que no es posible hacer 
en solitario resulta particularmente pertinente en lo que 
respecta a los religiosos. La vida religiosa, después de 
todo, es una «institución total». Mujeres y hombres se 
entregan por entero a ella un día tras otro y todos los 
días de su vida, sin ninguna otra cosa por la que luchar, 
sin ningún otro lugar al que llamar hogar y sin ninguna 
otra persona con la que compartirsu vida. La pregunta 
es: ¿por qué? Y la respuesta: para ser en el mundo el ti-
po de presencia contemplativa que manifiesta y requie-
re el reino de Dios; para colaborar en hacer del mundo 
el tipo de creación que Dios quiere que sea. La identi-
dad del grupo, en otras palabras, es tanto social e insti-
tucional como personal. El grupo mismo debe tener una 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 35 
razón para existir, una identidad dentro de la sociedad, 
un límite entre sí mismo y los demás que sea permeable 
pero profético. 
En los Estados Unidos han sucedido dos cosas que 
incrementan la importancia y la dificultad de la res-
puesta a la cuestión de la identidad. En primer lugar, la 
identidad personal de los religiosos se ha difuminado. 
No sólo los religiosos no llevan hábito, un factor que en 
otro tiempo, desgraciadamente, hizo innecesario abor-
dar la cuestión de la identidad, sino que dicha cuestión 
está ligada a dos temas aún más amplios: la identidad 
católica in toto y la propia identidad norteamericana. 
La antigua presencia católica en los Estados Unidos 
—una cadena de instituciones que constituían un gueto 
y, al mismo tiempo, intentaban trascenderlo— fue vícti-
ma del incremento de los costes, del descenso del nú-
mero de vocaciones y del cambio de actitud de la pro-
pia mentalidad católica. El hecho es que la crisis de 
identidad religiosa/católica no se produjo porque el ca-
tolicismo hubiera fracasado en los Estados Unidos. Por 
el contrario, la identidad católica se convirtió en un pro-
blema precisamente porque había triunfado. El objetivo 
de preservar la fe e integrar a la población católica en 
una sociedad pluralista fue alcanzado con un resonante 
éxito. De hecho, la Iglesia y sus instituciones religiosas 
habían sido tan eficaces que la población católica ya no 
consideraba esencial —y en algunos casos ni siquiera 
deseable— que se la considerase parte de una subcultu-
ra católica. Lenta pero decididamente empezaron a de-
jar los enclaves católicos que les habían protegido y ais-
lado de los peligros públicos para integrarse con con-
fianza en la población del país, ir a los hospitales públi-
cos y enviar a sus hijos a los colegios públicos. Sin prisa 
pero sin pausa se mezclaron con la cultura circundante 
en casi todos los aspectos excepto en las prácticas reli-
giosas. Ser católico dejó de ser un modo de vida para 
pasar a ser una religión. 
Confirmado por la doctrina del Vaticano n, enfren-
tado a los problemas prácticos de los costes y las dis-
36 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
tancias y de la reducción de presupuesto de las institu-
ciones católicas, y respaldado por el carácter no confe-
sional de la vida estadounidense, surgió un nuevo tipo 
de laicado católico, más mezclado culturalmente y me-
nos obvio desde el punto de vista étnico, más aceptable 
públicamente y más cosmopolita en gustos y talantes. 
La encarnación de la Iglesia Católica en los Estados 
Unidos, la inculturación de los católicos norteamerica-
nos y el final del gueto habían comenzado. 
Algunos religiosos, formados en esta sociedad en 
evolución, salieron de los colegios al mismo tiempo que 
el resto de la gente en busca de horizontes cristianos 
más amplios. Otros permanecieron en las instituciones 
católicas y se dieron de manos a boca con el dilema de 
intentar mantener una identidad católica dentro de la 
identidad norteamericana. Vieron que podían ofrecer 
asilo a los ancianos pobres, por ejemplo, pero sólo si 
cumplían los requisitos establecidos por el gobierno 
norteamericano. Podían seguir enseñando a los pobres, 
pero únicamente si reunían las condiciones curriculares, 
técnicas y profesionales exigidas a cualquier otra insti-
tución educativa autorizada por el gobierno. Podían tra-
bajar con los refugiados, pero sólo si se ajustaban a los 
criterios de ciudadanía estipulados en Washington para 
los residentes extranjeros. Podían poner en marcha pro-
gramas de atención a los emigrantes, pero sólo en la 
medida en que las ayudas que proporcionasen cumplie-
ran las normas impuestas por las autoridades federales. 
Podían prestar atención sanitaria, pero sólo si seguían 
las normas y procedimientos de las instituciones públi-
cas. Y, si eran mujeres, podían trabajar en las parro-
quias, pero únicamente si estaban subordinadas al sa-
cerdote varón a quien el derecho canónico atribuía la 
verdadera autoridad y la responsabilidad del trabajo. Al 
final, después de más de un siglo de papeles bien deli-
mitados, de identidad institucional y de reconocimiento 
oficial en la subcultura católica, los religiosos se con-
virtieron en funcionarios invisibles. La naturaleza mis-
ma de la institución católica quedó eclipsada. 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 37 
Los religiosos, confrontados a las implicaciones so-
ciales de una cultura pluralista y enfrentados a las gran-
des cuestiones de identidad planteadas por el feminis-
mo, la vida religiosa y la Iglesia, empezaron a ver que 
ya no eran necesarios como mano de obra en la Iglesia. 
Se necesitaba que fueran lo que nacieron para ser: una 
voz espiritual, un signo contracultural, una presencia 
profética en la cultura. La cuestión era para qué y cómo. 
Porque si algo estaba claro era que ya no eran necesa-
rios donde lo habían sido antes de la gran integración de 
los católicos en la corriente dominante de la cultura. 
Pero lo que no estaba en absoluto claro era la cuestión 
de la idiosincrasia católica y su misión religiosa. La 
propia inculturación se convirtió en un problema pri-
mordial para la vida religiosa. 
La inculturación 
«Esculpir» conscientemente una vida dentro de otra vi-
da, que hacia mediados de siglo se había convertido en 
la innegable naturaleza de la vocación religiosa, era qui-
zá la característica más obvia del compromiso religioso 
que la nueva eclesiología del Vaticano n ponía en cues-
tión. Por primera vez en la historia moderna, la Iglesia 
ya no se definía a sí misma como el reino de Dios some-
tido a asedio. Ahora era «levadura» y, por consiguiente, 
también lo era la vida religiosa. La teología de la tras-
cendencia dio paso paulatinamente a una teología de la 
transformación. La inculturación, es decir, la necesidad 
de sumirse en las mentes, los espíritus y los corazones 
de las personas con las que se vive, se convirtió en el 
signo de la conversión de la vida religiosa. Había llega-
do la hora del retorno de este tipo de vida al mundo real. 
Uno de los elementos más complejos de la lucha ac-
tual por encontrar el lugar de la vida religiosa en la so-
ciedad contemporánea, si es que lo tiene, es el hecho de 
que, al igual que la identidad católica había cambiado 
para la época del Vaticano n, lo mismo había sucedido 
38 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
con la identidad de la nación y la de su población. Ser 
estadounidense en 1950 significaba tener la responsa-
bilidad mesiánica de conservar la cultura norteamerica-
na y exportarla al extranjero para que el resto del mundo 
pudiera alcanzar los mismos niveles de vida y de cali-
dad política que los norteamericanos conocían. Había 
un gran enemigo ateo contra el que defender al cristia-
nismo, una Europa maltrecha que reconstruir y un Ter-
cer Mundo que convertir y ganar para el capitalismo de-
mocrático (léase occidental). Lo que aparentemente pa-
saba desapercibido era que el mundo de tez blanca y 
camisa almidonada que había ganado una guerra mun-
dial no era el mundo que podía ganar la paz. Las cosas 
habían cambiado. 
Los Estados Unidos se convirtieron en un hervidero 
de escándalos políticos, financieros y militares. La deu-
da del Tercer Mundo, concentrada en las instituciones 
bancarias norteamericanas, la amenaza al planeta por el 
armamentismo nuclear norteamericano y los residuos 
tóxicos, el aumento del número de pobres en la nación 
más rica del mundo, las guerras contra países sumamen-
te débiles, la represión de los movimientos de liberación 
popular en Centroamérica y la escalada de la violencia 
en las ciudades norteamericanassumieron al país en el 
caos. Sus valores se desintegraron, su auto-imagen era 
confusa y su calidad de vida se vio seriamente dañada. 
Los religiosos que habían entregado sus vidas para edu-
car a las generaciones que ahora se aprovechaban de los 
despojos del sistema empezaron a replantearse sus valo-
res, sus motivos y la educación que habían impartido. 
Si ha habido un momento en la historia moderna en 
que se ha puesto a prueba la sinceridad de las órdenes 
religiosas, es el de la respuesta de los religiosos nortea-
mericanos a las mudables condiciones del país, que sig-
nificó el predominio de la inspiración constante de los 
viejos carismas sobre los intereses de las instituciones y 
el bienestar personal que habían acompañado al éxito de 
los proyectos católicos del pasado. Los religiosos salie-
ron masivamente de los colegios de los barrios residen-
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 39 
ciales que sus antepasados habían hecho posibles y se 
introdujeron en los comedores de beneficencia, los cen-
tros cívicos, las obras parroquiales y el compromiso 
político en el centro de las decadentes ciudades. Pero no 
todos y no del todo. 
Con un pie en cada generación, los religiosos ha-
bían llevado a cabo transformaciones superficiales en su 
atuendo y su modo de vida que democratizaban su posi-
ción entre la población, pero aún quedaban por hacer 
cambios en las prioridades y en su presencia para que 
ello fuera visible. Habían modificado su modo de vida, 
pero no habían dejado claro, quizá ni siquiera ante sí 
mismos, el propósito social, el mandato teológico, la 
razón moral fundamental para hacerlo. Muchas órdenes 
«permiten» a sus miembros emprender nuevos ministe-
rios por su propio interés personal. Pero suele ser otra 
cuestión si apoyan o no esos ministerios por el bien de 
los pobres y por la integridad de sus carismas. Por ejem-
plo, pocas órdenes se identifican realmente como tales 
con las principales cuestiones de la época —el desarme 
nuclear, los problemas de las mujeres, la ecología o la 
pobreza estructural— del mismo modo que en el pasa-
do se identificaron abiertamente con la educación, la 
atención sanitaria y los inmigrantes católicos. Muchas 
órdenes tienen unos cuantos miembros en cada área ha-
ciendo una labor profética, pero sólo algunas congrega-
ciones intervienen públicamente como grupos en los 
temas específicos de hoy, como lo hicieron en otro tiem-
po, a costa de grandes esfuerzos, en la educación de los 
inmigrantes o en la atención a los abandonados. 
Sin embargo, la inculturación, por sí misma, no hace 
sino desvalorizar al grupo, que se encuentra a sí mismo 
tan parecido a los demás grupos sociales que se vuelve 
igual a cualquiera de ellos, sin un propósito definido ni 
una razón obvia para existir. La inculturación es el pro-
ceso de adopción de las características de una cultura a 
fin de añadirle algo de valor, no para ser asimilados por 
ella. Cuando la religión se incultura adecuadamente en 
una sociedad, encuentra un sentido en el entorno y pro-
40 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
porciona significado espiritual a las experiencias de las 
personas sin tener que incorporar y superponer formas 
que le son extrañas, que nunca encajan, que oscurecen 
el presente en nombre de un pasado ideal y distante. Por 
el contrario, la inculturación es el proceso de reconocer 
lo sagrado en lo familiar, no el de perderse a sí mismo 
en lo banal. 
El peligro de la inculturación sin objetivos es que la 
vida religiosa se vuelva demasiado insípida como para 
que nadie la necesite. La inculturación es algo más que 
vestir del mismo modo, trabajar en los mismos sitios y 
tener el mismo nivel de vida que las demás personas del 
entorno, con independencia del grado en que puedan 
hacerse todas estas cosas. La inculturación es la respon-
sabilidad de celebrar lo verdaderamente positivo y asu-
mir las auténticas cargas de un lugar a fin de ser con-
vertidos por todo ello y, de ese modo, hacerles a los de-
más más evidente lo uno y más llevadero lo otro. Es un 
esfuerzo coordinado y consciente realizado, no en aras 
de la comodidad personal, sino por el Reino de Dios. 
Para una cultura es necesario que aquellos que la 
valoran y la comprenden se dediquen a mantener su luz. 
Es misión de la vida religiosa concentrarse en avivar las 
llamas espirituales que permitan a la gente seguir cami-
nando por la senda de la plenitud. No se trata de que lo 
hagan sólo los religiosos, ni de que lo hagan mejor que 
otros cristianos, sino que los religiosos, en virtud de su 
propia definición de sí mismos, deben hacerlo siempre 
pública y coherentemente, desde la perspectiva de los 
más pobres entre los pobres, en quienes el Evangelio 
centra su atención. 
Por tanto, la cuestión del valor de la vida religiosa 
en la sociedad contemporánea sólo puede ser respondi-
da examinando las cualidades que los religiosos de hoy 
reflejan a la sociedad moderna a la luz de los retos de la 
cultura en la que viven, del modelo femenino que pre-
sentan, de la naturaleza profética de sus obras y de la ca-
lidad de su presencia en la sociedad. Lo que los religio-
sos pongan de relieve en sus propias vidas en el momen-
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 41 
to actual de la historia tendrá implicaciones en la vida 
religiosa de las generaciones venideras. 
Los religiosos en los Estados Unidos, como los de 
todas las culturas y épocas anteriores, han tenido mucho 
que ver con el desarrollo y la configuración de la cultu-
ra norteamericana que conocemos. El éxito, la confor-
midad y la productividad han sido las características 
distintivas de su historia, así como las claves de su dile-
ma actual. Lo que el mundo necesita ahora es un senti-
do de lo universal, no de lo particular; una visión de la 
comunidad mundial, no un chauvinismo nacional o reli-
gioso; un nuevo orden económico, no un engrandeci-
miento institucional; una infatigable denuncia del peca-
minoso sistema diseñado para enriquecer a los ricos y 
dejar en la pobreza a los pobres, no un cicatero sentido 
de la mezquindad moral que aisla a la gente del mundo 
que la circunda; un sentido contemplativo de la volun-
tad de Dios respecto del mundo, no una plétora de de-
vociones personales. Lo que se requiere en este preci-
so momento es una vida religiosa más amplia que la 
cultura en la que vive; una vida religiosa que sea algo 
más que espectáculo religioso; una vida que proporcio-
ne la luz deslumbrante de la conciencia a un mundo 
embrutecido bajo el peso de un capitalismo amoral, si 
no inmoral. 
Los pobres del mundo y el propio planeta necesitan 
una vida religiosa que atine la audacia en la denuncia y 
las buenas obras. 
Los grupos que se proclaman religiosos, pero no se 
implican valientemente en el movimiento feminista, re-
nuncian al Evangelio por el culto. Es una declaración de 
feminismo seguir al Jesús que resucitó a las mujeres de 
entre los muertos, les encargó que proclamaran su men-
saje, les transmitió su visión, elevó su dignidad, las re-
conoció en público, se hizo humano mediante el sacrifi-
cio de una mujer y permitió que las mujeres le siguieran 
públicamente. No hacer lo mismo por nuestra parte es 
ridiculizar el mensaje mesiánico de liberación para to-
dos. Educar a las mujeres, pero no proporcionarles un 
42 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
espacio de igualdad social donde su educación pueda 
tener sentido; sanarlas, pero dejarlas sin la totalidad de 
sus posibilidades humanas; enseñar que las mujeres son 
plenamente humanas, y después negarles la mayoría de 
edad espiritual es burlarse de la teología de la encarna-
ción, del bautismo, de la gracia y de la misma reden-
ción. Sin un compromiso con el feminismo, la Iglesia 
no puede ser digna de crédito en esta época. La consa-
gración pública, que en otro tiempo era en sí misma una 
postura profética, ya no basta. Las órdenes religiosas 
deben demostrar este compromiso con el desarrollo de 
las mujeres de un modo real: por medio de unas estruc-
turas igualitarias,una liturgia inclusiva, un estilo de 
vida independiente y unos ministerios que no sólo sir-
van a los oprimidos, sino que se opongan a la opresión. 
Las mujeres oprimidas, rechazadas e incomprendi-
das necesitan de los religiosos, hombres y mujeres, para 
que éstos les proporcionen autoestima. El precio que 
hay que pagar por reaccionar en favor de las mujeres se-
rá muy alto en esta Iglesia y en esta sociedad. Pero el 
coste para la Iglesia si no respondemos a las necesida-
des de las mujeres con valor, autenticidad y clarividen-
cia será aún mayor. 
Para ser eficaz en esta cultura, la vida religiosa debe 
tener una identidad propia. Los religiosos deben ser vis-
tos como más que unos célibes con votos o que una ma-
no de obra productiva. Los religiosos deben hacer que 
su identidad célibe se tenga en cuenta y que su identi-
dad contemplativa sea real. 
La función del celibato no consiste en carecer de 
amor, sino en amar sin límites, en dejar a un lado la pro-
pia vida en una entrega amorosa mucho más amplia que 
la que se limita a quienes nos aman. Los célibes pueden 
permitirse ser valientes, ser rechazados y estar al mar-
gen del sistema y de las servidumbres que hacen a otros 
responsables de la supervivencia de sus seres queridos. 
La contemplación es el núcleo de la identidad reli-
giosa y la energía de este modo de vida. La verdad cen-
tral del compromiso religioso es que va más allá de un 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 43 
intenso trabajo social. Los trabajadores sociales entre-
gados han formado parte de todas las culturas del mun-
do, desde la Alemania nazi hasta la Sudáfrica del apart-
heid. Vendan las heridas y atienden las súplicas de los 
que son demasiado débiles para valerse por sí mismos. 
Y lo hacen en nombre de la compasión humana y el or-
den social. Los contemplativos, por su parte, están mo-
vidos por su percepción de la infatigable voluntad de 
Dios. Ningún orden social, por bien que funcione y por 
aceptado que esté por la población en general, basta pa-
ra acallar su impaciente pasión por una vida universal y 
unas posibilidades ilimitadas. El contemplativo está en 
medio de la sociedad con ojos de soñador cósmico y 
proclama sus sueños. 
Un mundo herido y abandonado necesita religiosos 
que amen a todos con el corazón lleno de divina locura. 
La inculturación es un gran don religioso. Ella es la 
que proclama bueno todo lo que lo es. No desacraliza 
nada. Toca todo cuanto existe con dignidad, y consagra 
todo lo que hay en el mundo al propósito divino. Hace 
real la encarnación. Por otro lado, la inculturación pue-
de servir únicamente para trivializar lo que debería ser 
trascendental. Puede nivelar y homogeneizar todo en la 
vida hasta convertirlo en un lugar común. Ceremonias 
de boda celebradas con música de rap, sesiones de ora-
ción con tazas de café en la mano, vida religiosa con 
estilo de dormitorio de colegio, sin propósito y sin pro-
fundidad; todo ello nos hace correr el riesgo de empe-
queñecer en nosotros el sentido de lo sagrado o de bo-
rrar la distinción entre lo importante y lo accidental. 
Los olvidados del mundo necesitan religiosos que 
vivan su humanidad en todo como ellos, excepto en la 
desesperación, y se dediquen a proporcionar esperanza 
y ayuda a fin de que la vida de mañana pueda ser mejor 
que la de hoy en nombre de Aquel que vino «para que 
tengan vida y la tengan en abundancia». 
Los pobres, el planeta, las mujeres y los hombres 
que pretenden difundir una visión feminista de la vida 
en un mundo calculadamente enloquecido por el ma-
44 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
chismo, quienes tienen el alma seca y sin amor, los opri-
midos y los olvidados; todos necesitan la consoladora 
presencia, la voz unánime de los religiosos que han 
aprendido que una vida auténticamente espiritual no es 
un «masaje» espiritual, sino el acicate del Evangelio. 
No es que la vida religiosa sea necesariamente más 
«religiosa» que cualquier otro estado de vida, sino sim-
plemente que debe estar ante todo dedicada, ligada y 
obligada a hacer que lo espiritual alcance el nivel de lo 
obvio, a llamar la atención del mundo hacia la dimen-
sión espiritual de sus acciones. Debe sellar una alianza 
con el mundo en general; debe prometer y garantizar la 
vigilancia, así como supervisar, formular públicamente 
interrogantes y preocupaciones y anunciar el contexto 
espiritual de los grandes temas del mundo para alentar 
la búsqueda espiritual del resto de la humanidad. 
La verdadera cuestión, evidentemente, no es la rela-
ción con el mundo propia de la vida religiosa. La cues-
tión es si los religiosos de nuestro tiempo son o no son 
psicológica y espiritualmente capaces de hacer real la 
nueva relación. La verdadera cuestión es si queda sufi-
ciente energía en las congregaciones y suficiente com-
promiso en la vida de sus miembros como para dirigir 
ahora su atención, no como individuos hacia su proceso 
de autodesarrollo, sino como grupos hacia el logro de 
un impacto social. 
Para responder a esta cultura, tendrán que estar dis-
puestos a criticar sus valores actuales y a crear otros 
nuevos. 
Para incidir en las vidas de las mujeres, tendrán que 
conceder espacio y peso a sus problemas actuales, tanto 
en la Iglesia como en la sociedad, algo que también ten-
drán que exigir de sí mismos. 
Para redefinir su identidad en la sociedad contem-
poránea, tendrán que aportar presencia contemplativa y 
audacia profética a todo cuanto hagan. 
Para inculturarse con éxito, en lugar de identificarse 
simplemente con la cultura circundante, tendrán que re-
presentar algo mayor que ellos mismos, y deberán re-
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 45 
presentarlo también como grupos visiblemente audaces 
y arriesgados. Deben, en otras palabras, hacer realmen-
te presentes, y de un modo real, los problemas actuales. 
¿Qué valores y qué virtudes son necesarios para que 
la vida religiosa de nuestro tiempo sea tan santa, im-
pactante y verdadera como esa vida religiosa del pasa-
do que salvó la civilización, difundió la fe e integró a 
los pobres y marginados en unas sociedades que no los 
querían, no se ocupaban de ellos y con frecuencia los 
explotaban? 
Catherine de Hueck Doherty escribió en cierta oca-
sión: «No me habría gustado vivir sin haber inquietado 
alguna vez a alguien». La cuestión no es si debe existir 
la vida religiosa, sino si la vida religiosa inquieta lo su-
ficiente en nuestra época como para satisfacer la enor-
me necesidad que el mundo tiene de ella. 
La verdadera cuestión es si queda aún suficien-
te fuego en estas cenizas para suscitar la energía nece-
saria a fin de hacer auténtica la vida religiosa. La ver-
dadera cuestión es: ¿qué cualidades son necesarias hoy 
para llevar de nuevo la vida religiosa a la incandescen-
cia de la vida evangélica? ¿Qué hay de virtuoso, qué 
hay de santo en la vida religiosa tal como la conocemos 
hoy? ¿Qué hay en la vida religiosa hoy que la haga sóli-
da y segura para mañana? 
El hecho es que las nuevas virtudes de la vida reli-
giosa son claras y convincentes. El reto consiste senci-
llamente en adoptarlas, articularlas y apoyarse en ellas 
para hacer por nuestro tiempo lo que las virtudes de otro 
signo hicieron por el pasado. El desafío consiste en libe-
rar dentro de nosotros la fuerza de ánimo necesaria para 
hacer por este tiempo lo que hicimos por el anterior: 
difundir en una sociedad echada a perder por su patoló-
gico egocentrismo y en un planeta salvaje la llamada de 
Dios a la comunidad. 
El propósito de la vida religiosa no es la supervi-
vencia, sino la profecía. El papel de la vida religiosa 
consiste en hacer visible lo que la Buena Nueva es para 
nuestro tiempo, no en preservar un pasado que hace 
46 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
mucho tiempo que desapareció y ya no guarda relación 
alguna con el desafío de los nuevos interrogantes. El 
papel de la vida religiosa consiste en sacralizar el pre-
sente. La cuestión no es si la vida religiosa sigue siendo 
realmente tal,sino ¿cuáles son las disciplinas espiritua-
les de esta época, tan valiosas como las anteriores, pero 
más apropiadas para estos tiempos? En otras palabras, 
¿qué cualidades de la vida religiosa actual propician una 
espiritualidad que pueda adecuar la vida religiosa con-
temporánea al siglo xxi? 
1) ¿Por qué crees tú que se compara la vida religiosa 
con las cenizas? ¿Cuál es el «fuego» de la vida reli-
giosa actual? 
2) ¿Es la vida religiosa verdaderamente viable, necesa-
ria o deseable en el nuevo mundo de la «vocación 
laica» y del «sacerdocio del pueblo» en el que tanto 
se insiste? 
3) Reflexiona sobre la reestructuración y la renovación 
de la vida religiosa desde el concilio Vaticano n. Enu-
mera tres aspectos positivos nacidos de la renova-
ción, así como tres decepciones y tres desafíos o 
cuestiones no resueltas. 
4) La hermana Joan afirma que uno de los principa-
les malentendidos respecto del papel de los religio-
sos es la confusión entre lo que estos últimos hacen 
en la sociedad y lo que deben ser en ella, ¿Estás de 
acuerdo? 
5) La hermana Joan habla de la cultura, el feminismo, 
la identidad y la inculturación como los cuatro ele-
mentos configuradores de la vida religiosa contem-
poránea. Define brevemente cada uno de ellos y ex-
plica cómo contribuye a configurar la vida religiosa. 
¿Hay algún elemento que tenga mayor importancia 
en la vida religiosa actual?; ¿y concretamente en tu 
comunidad? 
INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 47 
Reflexiona sobre estos elementos desde una pers-
pectiva personal y comunitaria. ¿Cómo afectan a tu 
comunidad?; ¿cómo responde tu comunidad a ellos? 
¿Y tú?; ¿cómo te afectan?; ¿cómo los abordas? 
6) Dibuja un símbolo o una representación de la vida 
religiosa actual y de su relación con la cultura con-
temporánea. 
7) Al comenzar este libro, escribe tu propia respuesta a 
esta pregunta: ¿qué cualidades son necesarias hoy 
para llevar de nuevo a la vida religiosa a la incandes-
cencia de la vida evangélica? 
8) La autora hace las siguientes preguntas. Responde al 
menos una de ellas: 
* ¿Es la vida religiosa lo suficientemente inquietante 
en nuestra época como para satisfacer la enorme 
necesidad que el mundo tiene de ella? 
* ¿Hay suficiente fuego en estas cenizas para suscitar 
la energía necesaria a fin de hacer auténtica la vida 
religiosa? 
* ¿Qué cualidades de la vida religiosa actual propi-
cian una espiritualidad que pueda adecuar la vida 
religiosa contemporánea al siglo xxi? 
9) Reacciona a lo siguiente: «Ninguna comunidad reli-
giosa se propuso nunca hacer todo lo que era social-
mente necesario en un área determinada. Los religio-
sos, sencillamente, hacían lo que quedaba sin hacer, 
para que los demás se dieran cuentan de la necesi-
dad de hacerlo también». 
10) Selecciona tus líneas favoritas de este capítulo y 
explica tu elección. 
2 
El fuego en estas cenizas 
Casi treinta años después de la clausura del Vaticano n, 
el concilio ecuménico convocado por el papa Juan xxm 
para iniciar la reforma y renovación de la Iglesia Cató-
lica, otro papa, Juan Pablo n, convocó un Sínodo sobre 
La Vida Religiosa, cuyo objetivo, según el propio Vati-
cano, era evaluar los cambios iniciados por el Concilio, 
enjuiciar el estado actual de la vida religiosa y darle una 
nueva orientación. Los revolucionarios efectos del Con-
cilio Vaticano fueron bastante generalizados: todo el 
mundo se entusiasmó con el cambio, y proliferó todo ti-
po de nuevas orientaciones. Por su parte, el Sínodo so-
bre La Vida Religiosa se celebró sin grandes alharacas 
y transcurrió sin pena ni gloria, sin generar aparente-
mente nuevas iniciativas ni suscitar grandes esperanzas. 
No dio como resultado nada realmente nuevo o estimu-
lante, pero dejó constancia del interés de la Iglesia por 
la vida religiosa. 
En mis momentos más lúcidos, sé que posiblemen-
te lo mejor que se puede decir de cualquier Sínodo —y 
quizá de éste sobre la vida religiosa más que de ningu-
no— es que no ha puesto trabas a lo que no puede crear 
ni debe destruir. A pesar del documento final, al menos 
el Sínodo en sí no sembró ninguna alarma sobre el esta-
do actual de la vida religiosa, que en su avance hacia 
una nueva vida se encuentra en mejor situación de lo 
que la mayoría de la gente imagina o muchos admiten. 
El hecho es que todos los Sínodos del mundo no deben 
ni pueden renovar la vida religiosa, por muy oficiales 
que sean sus conclusiones. Sólo los religiosos pueden 
hacerlo. 
EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 49 
Hablando en plata, la vida religiosa no es simple-
mente una resolución que tenga que ratificarse. Todas 
las reuniones oficiales del mundo no pueden, a fuerza 
de debates o legislaciones, hacer religiosa la vida reli-
giosa, que es mucho más que cualquier legislación so-
bre ella, porque es un don concedido a la Iglesia para 
hacer presente la vida evangélica de un modo audaz y 
tangible a través del tiempo. Es más espíritu que ley, y 
menos ley que energía de vida divina que late en un 
grupo, haciéndole inmune a los obstáculos menores, por 
muy reales y razonables que puedan ser. 
Sin embargo, sea cual sea la verdad histórica acerca 
de su desarrollo, la Iglesia siempre ha domesticado la 
vida religiosa —como si se tratara de domar un potrillo 
rebelde—, pero no ha habido Derecho Canónico alguno 
que haya conseguido quebrantar su irrefrenable espíritu. 
Una y otra vez, la vida religiosa se ha desprendido de 
las riendas para alcanzar lo inalcanzable, aunque ello 
supusiera al mismo tiempo rozar la ilegalidad eclesiás-
tica. La vida religiosa ha creado comunidades cristianas 
en medio del caos social, ha preservado la cultura du-
rante las convulsiones de la barbarie, ha atendido las ne-
cesidades de las mujeres condenadas al analfabetismo 
por las estructuras masculinas que las rodeaban, ha dig-
nificado a los enfermos y a los moribundos y a las capas 
desfavorecidas de la sociedad, ha recogido a los huérfa-
nos, se ha ocupado de los siervos, ha hablado por los pa-
rias de la tierra y se ha aventurado mucho más allá de 
los límites de las naciones para tender sus manos sana-
doras a otras personas en otros lugares. Y el actual mo-
mento de la vida religiosa no es diferente en este aspec-
to de otros períodos anteriores igualmente difíciles. 
Los religiosos de hoy se han quitado sus hábitos me-
dievales para convertirse en alivio de un mundo dolori-
do; han desechado tabúes para andar el camino con el 
divorciado y el homosexual y con el que no pertenece a 
ninguna iglesia; han abandonado las instituciones clási-
cas —que en otro tiempo fueron radicales, pero final-
mente se han integrado en el orden establecido— para 
50 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 
fundar otras que, de nuevo, apenas son toleradas: come-
dores de beneficencia, casas de acogida para mujeres 
maltratadas, albergues para las personas sin hogar y 
centros de justicia y paz en un mundo en que la violen-
cia ha sido sacralizada. La vida religiosa ha sido siem-
pre algo un tanto lábil y escurridizo en el seno de la 
Iglesia, pero nunca tanto como ahora. Algunos docu-
mentos la denominan «la dimensión profética» de la 
Iglesia, otros la consideran «un carisma». Sean cuales 
sean los términos, lo importante es el concepto: un ca-
risma es un don que debe ser reconocido y dejado en 
libertad, no una organización a la que haya que contro-
lar. Todos los cánones de la cristiandad no pueden fabri-
car, a partir de legalismos, lo que no exista ya en el espí-
ritu. Un carisma es mercurio, no arcilla; espíritu, no ofi-
cio; un movimiento, no mano de obra. 
Por otro lado, los Sínodos son, por definición, parte 
del «aparato» que se propone definir y controlar lo que, 
en este caso, puede necesitar resistirse a la definición y 
al control como a la peste, si se quiere que la vida reli-
giosa sobreviva a este momento de agonía. 
Algo que sí hizo el Sínodo sobre la Vida Religiosa, 
sin embargo, fue sacar a la luz tanto las tensiones como 
las virtualidades del momento, para que pudiéramos 
apreciar

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