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El fuego, en estas cenizas Espiritualidad de la vida religiosa hoy Colección «SERVIDORES Y TESTIGOS» 66 Joan Chittister, OSB El fuego en estas cenizas Espiritualidad de la vida religiosa hoy (3.a edición) Editorial SAL TERRAE Santander Título del original en inglés: The Fire in These Ashes © 1996 by Sheed & Ward Kansas City Traducción: María Jesús Asensio y África del Valle © 1998 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201 E-mail: salterrae@salterrae.es http://www.salterrae.es Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293- 1279-X Dep. Legal: BI-1965-99 Fotocomposición: Sal Terrae- Santander Impresión y encuademación: Grafo. S.A. - Bilbao índice Agradecimientos II Presentación 13 Introducción: bases para un nuevo comienzo. . . 19 El fuego en estas cenizas 48 Conservar las brasas 55 Camino a la cumbre 68 Tiempo de audacia 82 La espiritualidad del empequeñecimiento . . . . 96 En pos de un Dios que nos llama 108 Convertirse en llama 123 Un testimonio vivo 134 Una llamada a la justicia 142 Una llamada al amor 152 La hora de la elección 166 Luz en la oscuridad 180 La necesidad de una nueva perspectiva 191 Una llamada a la formación 203 Conclusión: estas vidas llameantes 225 mailto:salterrae@salterrae.es http://www.salterrae.es Este libro está dedicado a Maureen Tobin, OSB, mentora y amiga, en cuya vida he visto la espiritualidad que hace verdaderas estas palabras. Agradecimientos Son muchas las personas que han tenido que ver con las ideas en que se basa este libro. Algunas de ellas las han encarnado en su vida de forma extraordinaria y en un tiempo en el que estos criterios resultan confusos. Otras han reflexionado en voz alta conmigo a lo largo de estos años sobre su desarrollo, a pesar de los problemas y pre- siones del presente. Muchas han contribuido simple- mente con las preguntas, los temores y las preocupacio- nes que se suscitan en épocas de grandes cambios. Unas cuantas me han ayudado haciendo de abogados del dia- blo y poniendo objeciones a la existencia misma de la vida religiosa. Les estoy agradecida a todas ellas por instarme a encontrar valor actual en un modo de vida que ha perdido el aura de la edad de oro y duda que exista la posibilidad de que haya otra en el futuro. Sobre todo, quiero expresar mi agradecimiento a las personas que se han tomado la molestia de leer el ma- nuscrito pasándolo por el filtro de sus propias vidas y han compartido conmigo las cuestiones editoriales, las preocupaciones y los comentarios que, finalmente, me han permitido mejorar el texto. Estas personas son: Marlene Bertke, OSB, Stephanie Campbell, OSB, Marga- rita Dangel, OSB, Mary Lee Farrell, GNSH, Augusta Ha- mel, OSB, Mary Lou Kownacki, OSB, Mary Rita Kuhn, SSJ, Anne McCarthy, OSB, Mary Miller, OSB, Julia Up- ton, RSM, Linda Romey, OSB, Christine Vladimiroff, OSB, Gail Grossman-Freyne y el Hermano Thomas Be- zanson. A riesgo de haberme equivocado, puede que no haya aprovechado todas sus sugerencias; pero, cierta- mente, he prestado cuidadosa atención a cada una de ellas. 12 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS Estoy, como siempre, particularmente agradecida a Marlene Bertke, OSB, y Mary Grace Hanes, OSB, por la profesionalidad que dan a todos mis manuscritos. Y, es- pecialmente, le doy las gracias a Maureen Tobin, OSB, por su habilidad permanente para dar a mi vida una apa- riencia de normalidad, mientras yo sigo desorganizán- dola intentando escribir a la vez que trato de seguir viviendo. Además, les agradezco profundamente a Tim y Christine O'Neil, de Dublín (Irlanda), la privacidad que me proporcionaron para poder centrarme en la tarea de escribir. A mí me ha venido muy bien escribir este libro, y espero que lleve a otras personas a compartir mis pro- pias reflexiones. Presentación El mundo en que vivimos no es el mismo que dio ori- gen a la vida religiosa, ni siquiera a la de este siglo. Si la vida religiosa tiene algo que ver con la vida real, la esperanza de reproducirla en los viejos moldes resulta una pura fantasía. Gastar tiempo y energía suspirando por el retorno del mítico pasado mientras el presente gi- ra vertiginosamente a nuestro alrededor, inmerso en las ruinas del racionalismo en el orden social y del dogma- tismo en la Iglesia, no hace más que impedirnos avan- zar por los caminos de la santidad en un mundo post- moderno. Del mismo modo que el pensamiento medie- val fue sustituido por el modernismo científico, la mo- dernidad está dando paso a la globalización. En ambos casos, las premisas acerca de la realidad y la visión del mundo del pasado han demostrado ser inadecuadas para las circunstancias y los avances del presente. Las viejas imágenes de Dios, las antiguas formulaciones teológi- cas de la verdad, los pasados modelos de relación, y los viejos conceptos acerca de los derechos humanos, civi- les, animales y naturales se desmoronan bajo esta pre- sión. En este momento de la historia, aferrarse al pre- sente —y no digamos al pasado— supone, sencillamen- te, deformarlo y ensombrecerlo. Y no es extraño, ade- más, que divida a los grupos y les consuma una energía que debería emplearse en vivir adecuadamente hoy. La tentación contraria, sin embargo, implica casi el mismo peligro. El intento de crear una imagen de la vida religiosa para un mundo que no conocemos, y para una época que puede que nunca veamos, resta tanta fuerza al presente como cualquier atadura nostálgica al 14 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS pasado. Más aún: en mi opinión, la creación de esa ima- gen no nos corresponde a nosotros, sino que incumbe a quienes vayan a vivirla. Nuestra tarea consiste en vivir bien el momento actual, nuestro tiempo, para que de estas cenizas pueda surgir con confianza y valor el modelo futuro. El problema es cómo hacerlo. Son cada día más los religiosos desilusionados por la constante reflexión so- bre unas formas de vida religiosa ya pasadas, así como por las interminables incursiones en la especulación acerca del futuro. Quieren saber si el presente prueba de algún modo que la vida religiosa sigue mereciendo el sacrificio continuo de sus vidas. ¿Posee aún algo vivifi- cante? ¿Contiene algo lo suficientemente valioso como para permanecer en ella? Los nuevos miembros quieren saber si merece realmente la pena lo que ellos van a ha- cer y a ser. También los laicos quieren saber en qué con- siste hoy la vida religiosa. Fuera cual fuese su idea ante- rior respecto del convento, el hábito, el horario y las costumbres conventuales, por lo menos sabían en qué consistía esa vida religiosa. Pero ahora ya no están tan seguros. Todos los días, los religiosos conscientes se enfren- tan a los interrogantes habituales en la vida religiosa: ¿no estoy desperdiciando mi vida en este lugar? ¿Habrá alguien que se atreva a entrar? ¿Cuál es la esencia espi- ritual de la vida religiosa, si es que le queda alguna? ¿Está la vida religiosa muriendo, resurgiendo o ambas cosas a la vez? Estas preguntas son muy reales. La ten- tación consiste en responderlas en función de los mode- los del pasado o de las proyecciones de futuro. Pero la respuesta verdadera —obvia y dolorosa, evidente y excitante al mismo tiempo— es la siguiente: sólo hay un lugar santo, y es el aquí y el ahora. Este libro trata de la vida religiosa aquí y ahora, no del valor de su pasado ni de la posible configuración de su futuro. Y hace una sola pregunta: ¿qué es lo que constituye la espiritualidad de la vida religiosa contem- PRESENTACIÓN 15 poránea, si es que es posible identificarlo? ¿En qué con- siste hoy la santificación? ¿Cuál es la función actual de la vida religiosa? ¿Cuáles son las virtudes que se exigen hoy a los religiosos —unas virtudes que requieren per- sonalidad y que ponen a prueba el compromiso—, a fin de que el mundo se acerque más al reino de Dios y el in- dividuoa la Verdad de la vida? Me encantaría poder decir que todo esto se me acaba de ocurrir; resultaría tan creativo e innovador... La realidad, sin embargo, es que el proceso de este libro me ha llevado más de treinta años. Durante este período de mi existencia he observado la vida religiosa tanto desde un punto de vista profundamente personal como desde una perspectiva internacional pública y tanto desde el último tramo de la escala institucional como, al igual que Simón el Estilita, desde la cumbre de la misma, es decir, como joven monja antes del Vaticano n y como administradora nacional durante las décadas siguientes. La he observado de cerca en conventos desde Washing- ton a Roma, de costa a costa, desde Erie (Pensilvania) a Australia y a la inversa. He moderado, presidido, entre- vistado, organizado y reflexionado sobre la vida religio- sa a través de todas las fases del proyecto de renovación. Como teórica de la comunicación y científica social, he buscado siempre señales de vida y signos de santidad, me he preguntado qué aportaba y qué no aportaba vida a las comunidades religiosas, a pesar de los avatares del cambio. Y este libro es un cúmulo de respuestas a estas preguntas. También me encantaría poder decir que este libro contiene un proyecto de futuro. Y, en cierto sentido, así es, pero sólo para quienes reconocen el futuro en el pre- sente. Los religiosos experimentados necesitan redefinir la espiritualidad de sus vidas y reconocer que el ascetis- mo puede haber cambiado, pero no la naturaleza y la ca- lidad de la vida. No deben escudarse en el compromiso contraído —aferrándose desesperadamente a las viejas formas de vida religiosa sólo porque no reconocen las 16 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS nuevas y recuerdan el pasado como un mundo más apa- cible—, sino intentar descubrir qué compromiso se les exige realmente hoy. Los religiosos más recientes tienen que comprender que no todos los síntomas de las comu- nidades actuales son de decadencia, sino que con fre- cuencia generan nueva vida. Deben resistirse a refugiar- se en el romanticismo. No deben sentirse asustados por la incertidumbre ni deprimidos por la insignificancia, sino que deben ser capaces de ver la enorme energía del proceso. Elegir bien una espiritualidad supone no bus- carla entre las cenizas del glorioso pasado ni en el sueño de un brillante futuro, sino entre los desafíos del pre- sente. «Busca a Dios, no dónde vive Dios», nos enseñan los monjes del desierto. En este momento hay un traba- jo que hacer, un misterio que vivir, que es esencial para que el Espíritu arda en nuestro tiempo. Después de todo, la vida religiosa no es la única institución del mundo que está envejeciendo en medio del cambio, sometida a examen, necesitada de nueva energía, pero con la espe- ranza de una nueva visión. Después de veinticinco años de transformación social, para que los religiosos hagan una gran aportación al proceso de cambio de otros gru- pos, tanto de la Iglesia como de la esfera pública, basta con que logren articular dicha visión. Aunque creo sinceramente que la configuración de los ideales espirituales contemporáneos desarrollados en este trabajo puede servir para cualquier tipo de co- munidad religiosa —con votos o sin ellos, célibe o no—, sea cual sea su clase, su composición o su misión, este libro no pretende hablar de nuevas formas de vida religiosa, sino de la ardiente santidad necesaria para vivir esta forma de ahora, intermedia entre la antigua y muy digna de respeto y la nueva que surge, la que está abriendo nuevos caminos, la que se está formando en un mundo que se tambalea ante el proceso incesante de cambio en un momento de transición histórica. En otras palabras, este libro quiere ser un mensaje de aliento para aquellos que mantienen el proyecto de la PRESENTACIÓN 17 vida religiosa de este momento —jóvenes y viejos, nue- vos o antiguos miembros— y que intentan reflexionar sobre su objetivo, sus beneficios y su valor en un perío- do en que está más de moda hablar de su muerte que de su resurrección. El tema y el título del libro proceden del vocablo gaélico grieshog: mantener latentes los viejos fuegos para encender otros nuevos. Las ideas aquí expuestas son mías, por supues- to, pero no del todo; las veo por doquier. Suelen surgir y subsistir desapercibidas, inadvertidas e ignoradas, en los heroicos religiosos de estos tiempos que, llenos del Espíritu e inflamados de vida, entierran las brasas y avi- van la llama de un mundo aún invisible, pero cuya lle- gada es segura. En ellos pervive el rescoldo de la vida espiritual que no sólo hace a la vida religiosa contem- poránea verdaderamente religiosa, sino que también hace posible la futura. * * * El fuego en estas cenizas es un llamamiento a los reli- giosos, hombres y mujeres, a convertirse en una «abra- sadora presencia» del Espíritu de Dios en el mundo actual. Pero es también profundamente oportuno para cualquiera que trate de desarrollar una espiritualidad contemporánea. Una lectora del libro de confesión episcopaliana di- jo lo siguiente: «Me ha resultado apasionante y suma- mente iluminador. Puede gustarle a personas de muy distintas procedencias, y creo que los hombres y las mujeres que pertenezcan a una orden religiosa lo devo- rarán con avidez». Las preguntas que figuran al final de cada capítulo —fruto de un grupo de estudio dirigido por Mary Lou Kownacki, OSB— están destinadas a ayudar a los indi- viduos y a los grupos de esas distintas procedencias a 18 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS lidiar con las profundas cuestiones, los apasionados de- safíos y las urgentes invitaciones ofrecidas por la her- mana Joan. Aunque El fuego en estas cenizas está orientado a la vida religiosa contemporánea, muchos de los valores y de las experiencias examinadas en este libro son aplica- bles a todos los seguidores de Jesús. Los temas tan apa- sionadamente tratados por la hermana Joan —el com- promiso, los votos, la obediencia y la conversión— son centrales en las vidas de cuantos buscan a Dios. Las mencionadas preguntas son sumamente opor- tunas para cuantos viven la vida religiosa convencio- nal, pero pueden adaptarse fácilmente a la comunidad cristiana en general. Tanto las comunidades de fe como los grupos parroquiales, e incluso los cristianos indivi- duales, pueden beneficiarse de las intuiciones de este libro. Animamos al lector a adaptarlo o a seleccionar las preguntas que encajen con sus necesidades y con su situación. En el libro, la hermana Joan cita a Catherine de Hueck Doherty: «No me habría gustado vivir sin haber inquietado alguna vez a alguien». Después de leer El fuego en estas cenizas, el lector estará de acuerdo en que la hermana Joan, como los profetas de todos los tiempos, inquieta a la gente con la palabra de Dios. Esperamos que el lector encuentre este libro tan inquie- tante que cambie su vida y le impulse a inquietar a otros por el bien del Evangelio. 1 Introducción: bases para un nuevo comienzo Nuestra época es, cuando menos, una época difícil para las comunidades religiosas. Los días de gloria de las enormes congregaciones, los noviciados rebosantes y las instituciones prósperas hace mucho que han pasado para la mayoría de las comunidades, pero siguen siendo claramente recordados. Quedan algunos religiosos nos- tálgicos del pasado que se preguntan qué ha ocurrido con sus vidas. Otros religiosos —que han ingresado más recientemente, sea cual sea su edad, cuya vida reli- giosa depende más de lo que ellos construyan que de lo perdido de otra época— están cansados de oír hablar del pasado, pues, en su opinión, se trata de una historia anti- gua que no tiene nada que ver con ellos ni con su desa- rrollo espiritual. Su pensamiento se sitúa en el presente en cuanto a los objetivos, la dimensión evangélica y el significado en su realización personal. Lo que quieren es un presente vivo, pero en la crónica de la renovación encuentran pocoque tenga que ver con ellos y con su vida espiritual. Nada, en mi opinión, podría estar más lejos de la verdad. Si no entendemos la herencia de la renovación, sus ideales y sus circunstancias, así como su teología y sus aberraciones sociales, será completa- mente imposible que comprendamos por qué hacemos lo que hacemos en el presente. O lo que debemos hacer a continuación. No podemos configurar deliberadamen- te una espiritualidad contemporánea, así como un estilo de vida humano o un ministerio eficaz, si no sabemos por qué actuamos como lo hacemos. La forma que le 20 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS damos al presente depende de la comprensión que tene- mos de él. Cualquier otra posibilidad no será, en el me- jor de los casos, más que buena voluntad desorientada. Hay pocos ejemplos de cambio social tan profun- dos, tan globales o tan determinantes como la reestruc- turación que ha tenido lugar desde 1965 en la Iglesia católica en general y en las órdenes religiosas católicas en particular. La clausura del Concilio Vaticano n marcó el comienzo de más de veinticinco años de experimen- tación y adaptación social de antiquísimos grupos de re- ligiosos (especialmente mujeres), tanto monásticos co- mo de vida apostólica, lamentablemente fuera de sinto- nía durante cientos de años. Hay datos históricos y aca- démicos más que suficientes para justificar la pregunta de si una reestructuración tan importante en institucio- nes tan establecidas —o en cualquier institución— es siquiera posible. La sociología y la psicología social son cementerios de famosas instituciones que no pudieron superar períodos de cambio social. Pero además de las consideraciones organizativas, hay al menos el mismo grado de duda teológica sobre si la vida religiosa es via- ble, necesaria o al menos deseable en este nuevo mundo de la «vocación laica» y del «sacerdocio del pueblo», en el que tanto se insiste últimamente. En un período de declive numérico, es importante preguntarse si no esta- remos asistiendo a la desaparición de una mano de obra eclesial antaño importante, pero ahora, «a la vista del nivel educativo adquirido recientemente por la pobla- ción católica en general», en buena medida innecesaria. La mera pregunta sirve para evaluar la magnitud del malentendido que envuelve la noción del papel de la vida religiosa. La realidad es que la vida religiosa nunca ha pretendido ser simplemente mano de obra de la Igle- sia, sino que quería ser una presencia abrasadora, un paradigma de búsqueda, un signo del alma humana y un catalizador de la conciencia en la sociedad en que sur- gió. Ninguna comunidad religiosa se propuso nunca hacer todo lo que era socialmente necesario en un área determinada. Los religiosos, sencillamente, hacían lo INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 21 que quedaba sin hacer, para que los demás se dieran cuenta de la necesidad de hacerlo también. La confusión que la pregunta pone de manifiesto puede provenir del hecho de que la vida religiosa, cual- quier forma de vida religiosa, siempre se planteó como una forma alternativa de vida cristiana que difería del estado matrimonial o de la soltería simplemente por sus dimensiones comunitarias. Cuando, en el siglo xi, el papa Urbano n, un monje, intentó definir el recién naci- do grupo de los Canónigos Regulares de san Agustín sobre la base de lo que hacían, más que de lo que eran —a fin de distinguirlos de la única forma de vida reli- giosa que él conocía—, la noción de los tipos, las for- mas y las funciones de la vida religiosa adquirió una profunda dimensión para el futuro de toda la Iglesia. Quizá el problema resida en haber puesto demasiado énfasis en la relación de la vida religiosa con la misión de la Iglesia, en lugar de en su relación con el misterio de la misma. La pregunta es «¿Qué hacen los religiosos en la sociedad?», en lugar de «¿Qué deben ser los reli- giosos en la sociedad?», y este cambio de planteamien- to modifica totalmente la cuestión. Se ha prestado tanta atención a la definición de los tipos y a las distinciones entre las órdenes, que el com- promiso con la vida religiosa gradualmente se ha ido concibiendo más como una forma de vida canónica que como una forma de vida carismática, más como un con- junto de reglas que se deben seguir que como un con- junto de ideales a los que tender. Se ha llegado a consi- derarla más como un servicio que como un signo. Des- graciadamente, las repercusiones de esas diferencias de perspectiva, sutiles pero muy reales, son catastróficas. Si nuestro principal interés reside en el trabajo que los religiosos realizan, cuando el trabajo pierde relevancia —por la razón que sea—, es la propia vida religiosa la que se pone en tela de juicio. Si, para confirmar su va- lor, miramos más a sus estructuras canónicas que a sus impulsos carismáticos, cuando sus formas de organiza- ción cambian, puede que no podamos reconocerlo. Si lo 22 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS que da validez a la vida religiosa es el servicio que pres- ta, más que el testimonio que da; cuando el servicio se ha realizado, la vida corre el riesgo de convertirse en un anacronismo. Ahí reside quizá la explicación de la situación actual. La revitalización de la vida religiosa no consiste en redefinir sus formas, sino en reavivar su significado, su derecho a seguir teniendo sentido ante las nuevas in- quietudes y las realidades actuales, tanto institucionales como filosóficas. El mundo que está cambiando a nues- tro alrededor nos cambia también a nosotros. Sencilla- mente, no podemos permitirnos el lujo de quedarnos con los brazos cruzados. Lo importante es que, en nues- tro celo por salvar la institución, no destruyamos la vi- da. Lo importante es que lleguemos a ser lo que debe- mos ser en un mundo que, en medio del torbellino de un nuevo comienzo, nos arrastra con él. La vida religiosa contemporánea se ha visto profun- damente afectada por cuatro elementos comunes a todas las instituciones, como entidades sociológicas, en este momento de la historia. La cultura ha condicionado su forma; el feminismo ha centrado su discurso; la inser- ción en la sociedad ha difuminado su presencia; y la inculturación ha agudizado sus percepciones y ha di- versificado sus expresiones. Como consecuencia, la vida religiosa ya no vive fuera del mundo real, como en el pasado, e incluso en el pasado inmediato, cuando res- pondía más a patrones medievales que a la teología con- temporánea. Ahora, por el contrario, está tan inmersa en el presente que puede quedar oscurecida en la sociedad actual, a no ser que se transforme más en un estímulo que en una sombra. La historia es un buen aliado de la vida religiosa, pero también una remora de inmensas proporciones. El sentido de la historia evita que la vida religiosa absolu- tice sus formas decimonónicas. Pero, al mismo tiempo, su larga existencia puede también forzar a la vida reli- giosa a atesorar un pasado indudablemente singular pe- ro inútil. Es importante recordar, pues, que esos mismos INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 23 cuatro elementos sociales —la cultura, el feminismo, la inserción y la inculturación— han sido durante mucho tiempo factores sociológicos que han condicionado la eficacia y la orientación de la vida religiosa. El proble- ma es que rara vez han sido mencionados y con dema- siada frecuencia se han petrificado en el tiempo, hasta el punto de que el valor de la vida religiosa era lo único digno de su glorioso pasado pero agónico presente. La vida religiosa ha decaído en todos los momentos de cambio importantes de la historia; pero, al mismo tiempo, también ha resurgido en cada uno de dichos momentos. La dificultad estriba en elegir una de estas posibilidades en lugar de la otra. En épocas de cambio social significativo, algunas personas reaccionan afe- rrándose al pasado con más fuerza aún, y otras ignorán- dolo por completo. Nuestra época no ha sido diferente. Durante veinticinco años,las congregaciones religiosas han tenido que afrontar tanto rígidos conservadurismos como impetuosas revoluciones. También hoy el proble- ma consiste en saber qué dimensiones de cada una de estas cuestiones afectan a la vida religiosa en el momen- to actual, qué conflictos y qué posibilidades proféticas ofrecen a la eficacia actual de la vida religiosa, qué necesidades humanas satisfacen y qué aspectos condu- cen al declive de la vida religiosa, mientras otros con- tienen semillas de futuro. La relación entre cultura y vida religiosa La relación entre cultura y vida religiosa es sumamente estrecha. A lo largo de todos los períodos de la historia, la vida religiosa ha sido una fuente de ilustración social, un centro de enseñanza y un ámbito de liberación per- sonal, así como de crecimiento espiritual. En una etapa de la historia, la vida religiosa fue fundamentalmente un retiro para gente intensamente espiritual que sentía que el camino para una vida mejor consistía en la negación de la vida presente. En un período posterior se convirtió 24 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS en un refugio para viudas piadosas. En otro momento acogió a miembros devotos de la realeza, hasta tal punto que, en el siglo xi, en muchos lugares la vida monástica era monopolio espiritual de la nobleza, por ser la única que podía otorgar las dotes necesarias para mantener las comunidades. Sin embargo, más tarde aún, hasta bien entrado el siglo xx, la vida religiosa revivió de nuevo, en esta ocasión como centros de consagración para mu- jeres de todas las clases sociales. En ella, las mujeres encontraban la oportunidad de dedicarse a las grandes cuestiones de la vida y del desarrollo humano superan- do el ámbito del que habrían dispuesto dentro de los confínes del matrimonio, tal como estaba estructurado. La mayoría de las mujeres de entonces, e incluso de ahora en muchas partes del mundo, se dieron cuenta de que, como mujeres, se verían relegadas a los márgenes del sistema universitario masculino, si es que se les per- mitía acceder a él, y excluidas casi por completo de las profesiones y los puestos públicos, de la reflexión sobre las grandes cuestiones de la vida y del colectivo de pen- sadores que forjaban los sistemas y definían las leyes. La vida religiosa, y sólo la vida religiosa, garantizaba a la mujer un grado real de autonomía interna y de expre- sión personal, por limitado que fuera. Evidentemente, la vida religiosa reflejaba las reali- dades sociales del mundo circundante, así como la evo- lución de las personas inmersas en él, y respondía a ellas, incluso en los períodos en que parecía más deci- dida a apartarse de las ocupaciones y preocupaciones del resto de la sociedad. La vida religiosa, más que un simple estado de metódica búsqueda espiritual, brotaba del terreno que la rodeaba. En algunos períodos de la historia, las congregaciones religiosas revitalizaron la cultura de su entorno; en otros, simplemente reflejaron lo peor de la misma. Pero es preciso no olvidar que nunca se liberaron de ella. Dado que la vida religiosa surge de una cultura para desafiarla, también encarna esa cultura en la mentalidad y las personalidades de sus miembros, así como en las INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 25 actividades y en las cuestiones de su tiempo. Cuando la vida religiosa no logra responder a estos cambios de ideas y prioridades, le falla a su cultura, y ésta la recha- za. La vida religiosa debe ser una respuesta consciente y creativa a la cultura en la que existe o no será, en el mejor de los casos, más que una piadosa apariencia de vida espiritual, un ejercicio terapéutico de búsqueda de una satisfacción personal. Por medio de su misma inmersión en la cultura de la que brota, la vida religiosa pone de manifiesto las ne- cesidades de la sociedad que la circunda, refleja sus luchas, se convierte en un signo que enjuicia sus pre- guntas o en un signo de decadencia cuando se distancia de las mismas. Los personajes religiosos que hicieron de las grandes preguntas de la humanidad el eje de sus vidas han sido considerados por todos los pueblos de todas las culturas, tiempos y lugares como una luz en medio de las tinieblas espirituales, como la memoria de lo más esencial de la vida. Es importante, pues, caer en la cuenta de que la vida religiosa no es un estado de vida perfecto para gente perfecta; no es un estado de vida del que ni siquiera se suponga la perfección, sino un estado de vida en el que se cuenta con el esfuerzo, y el fracaso se da por supues- to, y cuyo contenido lo constituye más la búsqueda humana que la engañosa noción de la impecabilidad. Sólo desde el reconocimiento de su fragilidad, puede tener esperanza la condición humana, tal como procla- ma la vida religiosa en cualquier parte. Un cuento monástico, por ejemplo, habla de unos viajeros de otra época que intentaban averiguar el propósito de un monasterio. «Pero ¿qué es lo que hacen en el monaste- rio?», preguntaron a un anciano monje. Y él respondió: «Caemos y nos levantamos; caemos y nos levantamos; caemos y nos volvemos a levantar». La búsqueda, no la perfección, es el auténtico objetivo de la vida religiosa. Los propios religiosos reflejan las luchas de su tiem- po identificándolas, afrontándolas, abordándolas en sus propias vidas, no huyendo de ellas, como si la espiri- 26 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS tualidad consistiera en evadirse de las grandes cuestio- nes del momento. En otras palabras, la vida religiosa, en sus incansables esfuerzos por evaluar, sopesar y propor- cionar energía espiritual a la cultura de la época, pone de manifiesto ante cualquier pueblo y en cualquier perí- odo de la historia los aspectos que se deben abordar para que la cultura asuma sus demonios, transmita sus dones y desarrolle su propia sabiduría. No resulta, pues, sorprendente que en la cultura con- temporánea la vida religiosa sea un reflejo de los mis- mos problemas que afectan al conjunto de la sociedad. Cuestiones como la independencia, el consumismo, el individualismo, la comunidad, la satisfacción personal, la sexualidad, la moralidad pública y la vida espiritual son conceptos clave hoy en las congregaciones religio- sas, al igual que en la sociedad en general. Una socie- dad consciente de la dimensión cultural de la vida reli- giosa no puede aceptar, como sucedía en el pasado, que la respuesta espiritual a las corrientes sociales de la época consista en una serie de fórmulas, prescripciones, reglas, horarios, superiores y en la represión de las acti- vidades humanas. Por el contrario, el fracaso a la hora de desarrollar una forma de vida espiritual capaz de afrontar estos problemas e ir avanzando hacia una solu- ción para que otros, al ver que es posible vencer en la lucha, puedan caminar por la misma senda con confian- za es síntoma de adolescencia religiosa en lugar de madurez espiritual. La elección entre el declive y la renovación de las comunidades religiosas en un momento de importantes cambios culturales depende del acierto que dichas comunidades tengan a la hora de identificar los valores perdidos y las principales necesidades de una cultura y sacarlos a la luz para que sean objeto de reflexión y sus- citen una respuesta. El peligro de la renovación reside en que las congregaciones religiosas reflejen la cultura pero no logren desafiarla. La revitalización de la vida religiosa no estriba en diferenciarse de la cultura en cuyo suelo crece, sino en INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 27 que los religiosos conserven los valores culturales nece- sarios para salvarla. Y dicha revitalización tampoco re- side en la separación simbólica del mundo, sino en que los religiosos sean auténticos administradores de lo me- jor que hay en él. La historia es una clara prueba de ello. Frente al patriarcado romano, el «benedictinismo» floreció porque ofrecía un nuevo modelo de comunidad humana compuesta por libres y esclavos, ricos y pobresy laicos y clérigos, en la que todos eran iguales, podían hacer oír su voz, se servían recíprocamente y buscaban la profundidad espiritual en lugar del poder secular. En un entorno inseguro y bélico, los benedictinos ofrecían su hospitalidad a todos y proporcionaban orden y esta- bilidad a un mundo tambaleante desde la caída de las sólidas instituciones del Imperio Romano. Francisco de Asís se enfrentó al mundo con la primera protesta for- mal contra la inmoralidad de la riqueza, abrazando vo- luntariamente la pobreza en solidaridad con los despo- seídos. Frente al codicioso orden comercial que estaba emergiendo rápidamente y que con el tiempo reduciría a pueblos enteros a la pobreza, al mismo tiempo que enriquecía más de lo admisible por la conciencia a unos cuantos, fue Francisco quien realizó la primera crítica. En los siglos siguientes, las congregaciones apostólicas de nueva formación aportaron los valores de la asisten- cia universal y la preocupación por todos en un mundo clasista y cada vez más insensible. La compasión, la in- serción y la potencialidad humana eran los problemas culturales de la época inmediatamente anterior a la nuestra, y la libertad, la igualdad y la fraternidad, el gri- to de liberación de quienes durante siglos habían sido siervos y plebeyos. La respuesta de los religiosos a una cultura en la que el clasismo sofocaba la vida de las per- sonas nacidas inteligentes pero no ricas consistía en prestarles la mejor asistencia, proporcionarles una edu- cación que les hiciera competentes y darles la confian- za necesaria para formar parte de una sociedad que no se preocupaba por ellos en absoluto. Y triunfaron y flo- recieron, pero no por lo que hicieron, sino por lo que 28 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS aportaron a la sociedad por ser lo que eran: contempla- tivos críticos y profetas apasionados en la época en que vivieron. ¿Para quién ha sido profética la vida religiosa en las culturas anteriores a la nuestra? Para una multitud de personas humildes que, sin el compromiso de los reli- giosos de su tiempo con unos valores que no eran los vi- gentes en la época, habrían sido pulverizadas por el sis- tema y marginadas de la civilización teniendo que valer- se por sí mismas: personas analfabetas, abandonadas, moribundas y privadas de los derechos ciudadanos. El desafío para la espiritualidad contemporánea y para los religiosos de nuestro tiempo reside, pues, en el hecho de que las grandes cuestiones culturales de la vi- da han cambiado de nuevo. La educación se ha genera- lizado; la atención sanitaria es una responsabilidad na- cional; y el sufragio y la legislación laboral hace tiem- po que han quedado establecidos. Ahora, la globaliza- ción, la ecología, la esclavitud industrial, la paz, el vacío espiritual y el sexismo se han convertido en los temas de esta época, en el quid de la supervivencia humana y en la piedra de toque de todas las instituciones. No hay un solo niño de seis años que no esté ya enfrentándose a las cuestiones de la cultura americana, al que no se le imbuya la independencia, que no esté inmerso en el consumismo, que no sea alentado a dedi- carse a su propio yo y al que no se eduque en la auto- complacencia y el narcisismo. Todas estas cosas forman parte de la cultura y, por consiguiente, también de ellas debe ocuparse la vida religiosa en este momento de la historia. Son las cosas que deben marcar a sus aspiran- tes y atormentar a sus expertos, así como configurar sus prácticas espirituales, guiar sus reflexiones y constituir un desafío para su voz. Los religiosos deben prestarles atención si quieren ser útiles a alguien en esta cultura, deben explorar los signos de los tiempos y no compor- tarse como piadosos intelectuales al margen de ellos ni como burócratas institucionales ni como asistentes so- ciales, o correrán el riesgo de ser una subcultura sin ob- INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 29 jetivo, de existir sólo para sí mismos, de ser fugitivos espirituales donde deberían haber sido una luz inspira- dora, y de encarnar una vida religiosa que nadie quiere. Es misión de la vida religiosa plantear las cuestiones de la época a la conciencia de la cultura para que ésta tenga una compañía y un estímulo espirituales a lo largo del camino. Lo que aún está por ver de nuestra generación es si los religiosos de esta época se han liberado lo bastante de su herencia cultural de privacidad, desarrollo indivi- dual, individualismo y religión personal como para pro- pugnar un nuevo conjunto de valores. Las antiguas cuestiones, aquellas a las que respondíamos tan bien —la libertad de conciencia, la educación y el pluralismo religioso—, son ahora moneda corriente. Las cualida- des que en el pasado se nos dijo que nos santificarían —una obediencia de tipo militar, una especie de aisla- cionismo religioso y los excesos de la renuncia— no son las virtudes que nos santificarán ahora. Al contrario. El antiguo sistema de valores basado en el rendimiento, la seguridad y el provincianismo ha derivado en un alto grado de dominación económica, militarismo y chauvi- nismo nacional que está llevando a Occidente a un nue- vo tipo de degeneración moral. Lo que ahora se necesi- ta es un modelo de compasión política, universalismo y un planteamiento ecológico de la vida, la justicia y la paz para que el planeta sobreviva y todos los seres hu- manos vivan una vida digna. Queda por descubrir si los religiosos de nuestro tiempo guardarán para sí estos va- lores o se consagrarán a hacérselos patentes a los demás. Lo que la vida religiosa necesita ahora es cultivar unas virtudes y disciplinas espirituales que permitan a los religiosos responder a estos nuevos problemas con energía, consciencia contemplativa y un enfoque común. Es evidente que, en nombre de la perfección religio- sa, hay una vuelta a los temas internos, pero el auténti- co compromiso religioso debe ser radicalmente público 30 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS si el Evangelio al que decimos servir ha de hacerse real en nuestras vidas. La verdad es que nadie necesita reli- giosos centrados en los temas del pasado en nombre de la vida religiosa. No sólo tal empeño es irrelevante hasta el absurdo, sino que falsea la cuestión misma de la san- tidad, que no consiste en el cultivo de la infancia espiri- tual, sino en la formación de santos, es decir, de perso- nas que aceptan el mundo tal como es y que, al tratar de aproximarlo al Reino de Dios, ellos mismos se acercan también a él. El feminismo La cultura, no obstante, no es el único factor que deter- mina la configuración y el significado de la vida reli- giosa contemporánea, puesto que también el feminismo ha encontrado un lugar en ella. No es la primera vez que el papel de las mujeres y sus problemas han hallado un medio de expresión en la vida religiosa, porque puede que nuestras antepasadas no fueran «feministas» en el sentido político de la palabra, pero, sin duda alguna, eran mujeres en busca de su propia humanidad. Durante más de mil quinientos años, las comunida- des de mujeres han sido independientes de las organiza- ciones religiosas masculinas, han gobernado sus propias instituciones, han llevado a cabo sus propias obras y han proyectado, gestionado y financiado sus propias empre- sas. Hablar del surgimiento de la conciencia femenina sin hacer referencia al ascenso o el declive de las con- gregaciones religiosas integradas por mujeres supone perder la riqueza de su aportación a la historia, una plé- tora de modelos de mujer y todo un tesoro de logros femeninos. La hagiografía, el folklore y los archivos de las congregaciones religiosas están llenos de historias de mujeres resueltas que desafiaron y vencieron a obis- pos, se enfrentaron y reprendieron a papas y lucharon contra las normas sociales y las corrigieron. Y, sobre todo, la vida religiosa femenina ha sido muy importan- INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 31 te en la educación de otras mujeres.El feminismo, la conciencia de la naturaleza agraciada y agraciante de las mujeres, a pesar de las limitaciones del papel subordi- nado a que estaban sometidas, es uno de los dones de la vida religiosa a través del tiempo. En primer lugar, las mujeres se fueron solas al de- sierto cuando no se les permitía hacer nada de manera independiente. Después, formaron sus propios grupos auto-regulados cuando las mujeres no tenían ningún derecho legal en la sociedad. Más tarde, se dedicaron a la educación y la atención de aquellos por los que la sociedad masculina no tenía ningún interés ni preocu- pación ni intención de proporcionarles recursos públi- cos. Trabajaron por la incorporación física y la dignidad psicológica de las mujeres en general. Como hormigui- tas a lo largo de la historia, poco a poco fueron elevan- do a la mujer a un nivel educativo tal que el impacto y la importancia de las mujeres tuvo, finalmente, que tenerse en cuenta a gran escala. Lo único que, en el pasado, las religiosas no hicie- ron por las mujeres como tales mujeres se ha converti- do en la preocupación feminista de las religiosas del presente, que se han identificado con las luchas de las mujeres en todas partes, incluida la Iglesia. Se han hecho más conscientes de la propia conciencia femeni- na, en lugar de ser simplemente conscientes de las nece- sidades de las mujeres. Han percibido la opresión que el sistema ejerce sobre las mujeres y se han comprometi- do en la transformación estructural de la sociedad. Han hecho suya la cuestión de la plenitud espiritual de las mujeres en una Iglesia controlada por hombres. En otras palabras, ha sido dentro la propia institución donde las religiosas han sometido a escrutinio, por nuevas vías feministas, la secular postura de la propia institución respecto de las mujeres. Este escrutinio ha adoptado múltiples formas, tan-to públicas como internas, y se ha convertido en una cues- tión candente. En sus pronunciamientos oficiales, la Iglesia institucional dice —al menos implícitamente— 32 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS que no necesita ser sometida a ningún escrutinio. Pero las mujeres, a la luz de una lectura alternativa del Evan- gelio, insisten en la necesidad. La situación está al rojo vivo. Y forma parte también de la respuesta actual a la cuestión de la dimensión profética de la vida religiosa. Las comunidades religiosas femeninas han dado cauce institucional al movimiento en pro de un lengua- je universal en la liturgia y en los documentos eclesia- les, a la formación de las mujeres como predicadoras de la Palabra y a la cuestión de la ordenación de la mujer. Y, lo que quizá sea aún más importante, las comunida- des religiosas femeninas se han convertido en muchos casos, a efectos prácticos, en centros de espiritualidad para las feministas cristianas de todas las confesiones. El impacto de todas estas acciones radica menos en las actividades que generan que en las dudas que suscitan, tanto dentro como fuera de la institución. Por una parte, su implicación en el movimiento fe- minista ha suscitado una preocupación entre las religio- sas acerca del valor real de las mujeres en la Iglesia, a pesar de toda una vida de servicio y de compromiso dentro de las normas establecidas. Por otra parte, la pro- testa de las religiosas respecto del papel de" las mujeres en la Iglesia afecta a la estructura organizativa de la misma. En algunos casos, el movimiento feminista ha provocado una cierta tensión en las propias congrega- ciones femeninas entre quienes consideran estas cues- tiones peligrosas para la fe y quienes no ven ningún pe- ligro. Finalmente, la participación en el movimiento feminista ha llevado a una evaluación crítica de la reper- cusión de las monjas sobre otras mujeres en la Iglesia. ¿Qué transmitían las propias religiosas sobre los roles masculino y femenino y cuál ha sido su influencia sobre otras mujeres? Ésta es, pues, la diferencia entre la dedicación a las mujeres de las congregaciones religiosas femeninas de épocas pasadas y el feminismo de ésta. Por primera vez como grupo, las religiosas han empezado a cuestionar la teología misma en la que se han basado los pasados mo- INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 33 délos de feminidad. Las propias religiosas están tenien- do que cuestionar su papel en la sumisión de otras muje- res. Las religiosas están empezando a examinar sus pro- pias acciones actuales en su intento de negarse a parti- cipar en la perpetuación de un sistema internamente in- coherente que predica una definición de la igualdad de la mujer pero establece otra. Nos encontramos en un momento sociológico deli- cado. Por un lado, tenemos la ruptura de una antigua y valiosa institución dentro de la Iglesia; por otro, la evo- lución auténtica de la comunidad humana de acuerdo con sus más altas aspiraciones espirituales, sus valores evangélicos más profundos y su visión teológica más verdadera. Escoger valores con un nivel más bajo de hu- manidad supone traicionar las mejores tradiciones re- ligiosas del pasado y, cara a una generación que busca la plenitud de la creación, es arriesgar al mismo tiem- po la posibilidad de proporcionar un futuro a una ins- titución femenina que no sólo no contribuye a enrique- cer la cuestión femenina, sino que puede incluso obs- taculizarla. La cuestión de la liminaridad, los límites, la inserción y la identidad La cultura y el feminismo, sin embargo, sólo son dos de los principales temas que configuran la vida religiosa actual. El tercero, tratado pocas veces en esta coyuntu- ra del desarrollo institucional, pero siempre próximo a figurar entre los temas religiosos prioritarios, es la cues- tión de la liminaridad, los límites, la inserción y la iden- tidad. El tema de la identidad en la vida religiosa con- temporánea se encuentra sin duda alguna en uno de los niveles más profundos y críticos de la historia de la Igle- sia. Durante siglos, el compromiso religioso implicó un alto grado de desinterés por los asuntos del mundo. El dualismo, como conflicto entre las dimensiones espiri- tual y material de la vida, arrojó sospechas sobre todo lo que no estuviese directamente relacionado con la vida 34 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS espiritual. El jansenismo, el razonamiento teológico que hace del propio apartamiento del mundo la característi- ca espiritual distintiva del modo de vida religioso, enrai- zó la vida religiosa en un rígido molde, muy distante de los nuevos patrones de vida de una sociedad urbana e industrial. Para el siglo xix ya se había logrado: la vida religiosa se había convertido en una cultura dentro de otra. La separación de una subcultura del conjunto de una sociedad es un proceso relativamente simple: títulos, símbolos, uniformes y muros han servido siempre para que alcanzasen este fin toda una serie de grupos fuera de los confines de las congregaciones religiosas de la Iglesia católica. Las estructuras proporcionan mística, misterio y cohesión al grupo. Por otra parte, no indican necesariamente la importancia social del mismo. Es posible ser diferente en una sociedad sin ser importante para la misma. Es posible ser un grupo notoriamente segregado dentro de otro y seguir suscitando interro- gantes al grupo dominante respecto del valor del sub- grupo. La cuestión de su propósito y su significado, tanto teológicos como sociales, empieza a ser respondi- da de manera cada vez más simbólica. Por otro lado, un grupo sin identidad no es tal. El principio sociológico básico de que las personas se agrupan para realizar juntas lo que no es posible hacer en solitario resulta particularmente pertinente en lo que respecta a los religiosos. La vida religiosa, después de todo, es una «institución total». Mujeres y hombres se entregan por entero a ella un día tras otro y todos los días de su vida, sin ninguna otra cosa por la que luchar, sin ningún otro lugar al que llamar hogar y sin ninguna otra persona con la que compartirsu vida. La pregunta es: ¿por qué? Y la respuesta: para ser en el mundo el ti- po de presencia contemplativa que manifiesta y requie- re el reino de Dios; para colaborar en hacer del mundo el tipo de creación que Dios quiere que sea. La identi- dad del grupo, en otras palabras, es tanto social e insti- tucional como personal. El grupo mismo debe tener una INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 35 razón para existir, una identidad dentro de la sociedad, un límite entre sí mismo y los demás que sea permeable pero profético. En los Estados Unidos han sucedido dos cosas que incrementan la importancia y la dificultad de la res- puesta a la cuestión de la identidad. En primer lugar, la identidad personal de los religiosos se ha difuminado. No sólo los religiosos no llevan hábito, un factor que en otro tiempo, desgraciadamente, hizo innecesario abor- dar la cuestión de la identidad, sino que dicha cuestión está ligada a dos temas aún más amplios: la identidad católica in toto y la propia identidad norteamericana. La antigua presencia católica en los Estados Unidos —una cadena de instituciones que constituían un gueto y, al mismo tiempo, intentaban trascenderlo— fue vícti- ma del incremento de los costes, del descenso del nú- mero de vocaciones y del cambio de actitud de la pro- pia mentalidad católica. El hecho es que la crisis de identidad religiosa/católica no se produjo porque el ca- tolicismo hubiera fracasado en los Estados Unidos. Por el contrario, la identidad católica se convirtió en un pro- blema precisamente porque había triunfado. El objetivo de preservar la fe e integrar a la población católica en una sociedad pluralista fue alcanzado con un resonante éxito. De hecho, la Iglesia y sus instituciones religiosas habían sido tan eficaces que la población católica ya no consideraba esencial —y en algunos casos ni siquiera deseable— que se la considerase parte de una subcultu- ra católica. Lenta pero decididamente empezaron a de- jar los enclaves católicos que les habían protegido y ais- lado de los peligros públicos para integrarse con con- fianza en la población del país, ir a los hospitales públi- cos y enviar a sus hijos a los colegios públicos. Sin prisa pero sin pausa se mezclaron con la cultura circundante en casi todos los aspectos excepto en las prácticas reli- giosas. Ser católico dejó de ser un modo de vida para pasar a ser una religión. Confirmado por la doctrina del Vaticano n, enfren- tado a los problemas prácticos de los costes y las dis- 36 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS tancias y de la reducción de presupuesto de las institu- ciones católicas, y respaldado por el carácter no confe- sional de la vida estadounidense, surgió un nuevo tipo de laicado católico, más mezclado culturalmente y me- nos obvio desde el punto de vista étnico, más aceptable públicamente y más cosmopolita en gustos y talantes. La encarnación de la Iglesia Católica en los Estados Unidos, la inculturación de los católicos norteamerica- nos y el final del gueto habían comenzado. Algunos religiosos, formados en esta sociedad en evolución, salieron de los colegios al mismo tiempo que el resto de la gente en busca de horizontes cristianos más amplios. Otros permanecieron en las instituciones católicas y se dieron de manos a boca con el dilema de intentar mantener una identidad católica dentro de la identidad norteamericana. Vieron que podían ofrecer asilo a los ancianos pobres, por ejemplo, pero sólo si cumplían los requisitos establecidos por el gobierno norteamericano. Podían seguir enseñando a los pobres, pero únicamente si reunían las condiciones curriculares, técnicas y profesionales exigidas a cualquier otra insti- tución educativa autorizada por el gobierno. Podían tra- bajar con los refugiados, pero sólo si se ajustaban a los criterios de ciudadanía estipulados en Washington para los residentes extranjeros. Podían poner en marcha pro- gramas de atención a los emigrantes, pero sólo en la medida en que las ayudas que proporcionasen cumplie- ran las normas impuestas por las autoridades federales. Podían prestar atención sanitaria, pero sólo si seguían las normas y procedimientos de las instituciones públi- cas. Y, si eran mujeres, podían trabajar en las parro- quias, pero únicamente si estaban subordinadas al sa- cerdote varón a quien el derecho canónico atribuía la verdadera autoridad y la responsabilidad del trabajo. Al final, después de más de un siglo de papeles bien deli- mitados, de identidad institucional y de reconocimiento oficial en la subcultura católica, los religiosos se con- virtieron en funcionarios invisibles. La naturaleza mis- ma de la institución católica quedó eclipsada. INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 37 Los religiosos, confrontados a las implicaciones so- ciales de una cultura pluralista y enfrentados a las gran- des cuestiones de identidad planteadas por el feminis- mo, la vida religiosa y la Iglesia, empezaron a ver que ya no eran necesarios como mano de obra en la Iglesia. Se necesitaba que fueran lo que nacieron para ser: una voz espiritual, un signo contracultural, una presencia profética en la cultura. La cuestión era para qué y cómo. Porque si algo estaba claro era que ya no eran necesa- rios donde lo habían sido antes de la gran integración de los católicos en la corriente dominante de la cultura. Pero lo que no estaba en absoluto claro era la cuestión de la idiosincrasia católica y su misión religiosa. La propia inculturación se convirtió en un problema pri- mordial para la vida religiosa. La inculturación «Esculpir» conscientemente una vida dentro de otra vi- da, que hacia mediados de siglo se había convertido en la innegable naturaleza de la vocación religiosa, era qui- zá la característica más obvia del compromiso religioso que la nueva eclesiología del Vaticano n ponía en cues- tión. Por primera vez en la historia moderna, la Iglesia ya no se definía a sí misma como el reino de Dios some- tido a asedio. Ahora era «levadura» y, por consiguiente, también lo era la vida religiosa. La teología de la tras- cendencia dio paso paulatinamente a una teología de la transformación. La inculturación, es decir, la necesidad de sumirse en las mentes, los espíritus y los corazones de las personas con las que se vive, se convirtió en el signo de la conversión de la vida religiosa. Había llega- do la hora del retorno de este tipo de vida al mundo real. Uno de los elementos más complejos de la lucha ac- tual por encontrar el lugar de la vida religiosa en la so- ciedad contemporánea, si es que lo tiene, es el hecho de que, al igual que la identidad católica había cambiado para la época del Vaticano n, lo mismo había sucedido 38 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS con la identidad de la nación y la de su población. Ser estadounidense en 1950 significaba tener la responsa- bilidad mesiánica de conservar la cultura norteamerica- na y exportarla al extranjero para que el resto del mundo pudiera alcanzar los mismos niveles de vida y de cali- dad política que los norteamericanos conocían. Había un gran enemigo ateo contra el que defender al cristia- nismo, una Europa maltrecha que reconstruir y un Ter- cer Mundo que convertir y ganar para el capitalismo de- mocrático (léase occidental). Lo que aparentemente pa- saba desapercibido era que el mundo de tez blanca y camisa almidonada que había ganado una guerra mun- dial no era el mundo que podía ganar la paz. Las cosas habían cambiado. Los Estados Unidos se convirtieron en un hervidero de escándalos políticos, financieros y militares. La deu- da del Tercer Mundo, concentrada en las instituciones bancarias norteamericanas, la amenaza al planeta por el armamentismo nuclear norteamericano y los residuos tóxicos, el aumento del número de pobres en la nación más rica del mundo, las guerras contra países sumamen- te débiles, la represión de los movimientos de liberación popular en Centroamérica y la escalada de la violencia en las ciudades norteamericanassumieron al país en el caos. Sus valores se desintegraron, su auto-imagen era confusa y su calidad de vida se vio seriamente dañada. Los religiosos que habían entregado sus vidas para edu- car a las generaciones que ahora se aprovechaban de los despojos del sistema empezaron a replantearse sus valo- res, sus motivos y la educación que habían impartido. Si ha habido un momento en la historia moderna en que se ha puesto a prueba la sinceridad de las órdenes religiosas, es el de la respuesta de los religiosos nortea- mericanos a las mudables condiciones del país, que sig- nificó el predominio de la inspiración constante de los viejos carismas sobre los intereses de las instituciones y el bienestar personal que habían acompañado al éxito de los proyectos católicos del pasado. Los religiosos salie- ron masivamente de los colegios de los barrios residen- INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 39 ciales que sus antepasados habían hecho posibles y se introdujeron en los comedores de beneficencia, los cen- tros cívicos, las obras parroquiales y el compromiso político en el centro de las decadentes ciudades. Pero no todos y no del todo. Con un pie en cada generación, los religiosos ha- bían llevado a cabo transformaciones superficiales en su atuendo y su modo de vida que democratizaban su posi- ción entre la población, pero aún quedaban por hacer cambios en las prioridades y en su presencia para que ello fuera visible. Habían modificado su modo de vida, pero no habían dejado claro, quizá ni siquiera ante sí mismos, el propósito social, el mandato teológico, la razón moral fundamental para hacerlo. Muchas órdenes «permiten» a sus miembros emprender nuevos ministe- rios por su propio interés personal. Pero suele ser otra cuestión si apoyan o no esos ministerios por el bien de los pobres y por la integridad de sus carismas. Por ejem- plo, pocas órdenes se identifican realmente como tales con las principales cuestiones de la época —el desarme nuclear, los problemas de las mujeres, la ecología o la pobreza estructural— del mismo modo que en el pasa- do se identificaron abiertamente con la educación, la atención sanitaria y los inmigrantes católicos. Muchas órdenes tienen unos cuantos miembros en cada área ha- ciendo una labor profética, pero sólo algunas congrega- ciones intervienen públicamente como grupos en los temas específicos de hoy, como lo hicieron en otro tiem- po, a costa de grandes esfuerzos, en la educación de los inmigrantes o en la atención a los abandonados. Sin embargo, la inculturación, por sí misma, no hace sino desvalorizar al grupo, que se encuentra a sí mismo tan parecido a los demás grupos sociales que se vuelve igual a cualquiera de ellos, sin un propósito definido ni una razón obvia para existir. La inculturación es el pro- ceso de adopción de las características de una cultura a fin de añadirle algo de valor, no para ser asimilados por ella. Cuando la religión se incultura adecuadamente en una sociedad, encuentra un sentido en el entorno y pro- 40 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS porciona significado espiritual a las experiencias de las personas sin tener que incorporar y superponer formas que le son extrañas, que nunca encajan, que oscurecen el presente en nombre de un pasado ideal y distante. Por el contrario, la inculturación es el proceso de reconocer lo sagrado en lo familiar, no el de perderse a sí mismo en lo banal. El peligro de la inculturación sin objetivos es que la vida religiosa se vuelva demasiado insípida como para que nadie la necesite. La inculturación es algo más que vestir del mismo modo, trabajar en los mismos sitios y tener el mismo nivel de vida que las demás personas del entorno, con independencia del grado en que puedan hacerse todas estas cosas. La inculturación es la respon- sabilidad de celebrar lo verdaderamente positivo y asu- mir las auténticas cargas de un lugar a fin de ser con- vertidos por todo ello y, de ese modo, hacerles a los de- más más evidente lo uno y más llevadero lo otro. Es un esfuerzo coordinado y consciente realizado, no en aras de la comodidad personal, sino por el Reino de Dios. Para una cultura es necesario que aquellos que la valoran y la comprenden se dediquen a mantener su luz. Es misión de la vida religiosa concentrarse en avivar las llamas espirituales que permitan a la gente seguir cami- nando por la senda de la plenitud. No se trata de que lo hagan sólo los religiosos, ni de que lo hagan mejor que otros cristianos, sino que los religiosos, en virtud de su propia definición de sí mismos, deben hacerlo siempre pública y coherentemente, desde la perspectiva de los más pobres entre los pobres, en quienes el Evangelio centra su atención. Por tanto, la cuestión del valor de la vida religiosa en la sociedad contemporánea sólo puede ser respondi- da examinando las cualidades que los religiosos de hoy reflejan a la sociedad moderna a la luz de los retos de la cultura en la que viven, del modelo femenino que pre- sentan, de la naturaleza profética de sus obras y de la ca- lidad de su presencia en la sociedad. Lo que los religio- sos pongan de relieve en sus propias vidas en el momen- INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 41 to actual de la historia tendrá implicaciones en la vida religiosa de las generaciones venideras. Los religiosos en los Estados Unidos, como los de todas las culturas y épocas anteriores, han tenido mucho que ver con el desarrollo y la configuración de la cultu- ra norteamericana que conocemos. El éxito, la confor- midad y la productividad han sido las características distintivas de su historia, así como las claves de su dile- ma actual. Lo que el mundo necesita ahora es un senti- do de lo universal, no de lo particular; una visión de la comunidad mundial, no un chauvinismo nacional o reli- gioso; un nuevo orden económico, no un engrandeci- miento institucional; una infatigable denuncia del peca- minoso sistema diseñado para enriquecer a los ricos y dejar en la pobreza a los pobres, no un cicatero sentido de la mezquindad moral que aisla a la gente del mundo que la circunda; un sentido contemplativo de la volun- tad de Dios respecto del mundo, no una plétora de de- vociones personales. Lo que se requiere en este preci- so momento es una vida religiosa más amplia que la cultura en la que vive; una vida religiosa que sea algo más que espectáculo religioso; una vida que proporcio- ne la luz deslumbrante de la conciencia a un mundo embrutecido bajo el peso de un capitalismo amoral, si no inmoral. Los pobres del mundo y el propio planeta necesitan una vida religiosa que atine la audacia en la denuncia y las buenas obras. Los grupos que se proclaman religiosos, pero no se implican valientemente en el movimiento feminista, re- nuncian al Evangelio por el culto. Es una declaración de feminismo seguir al Jesús que resucitó a las mujeres de entre los muertos, les encargó que proclamaran su men- saje, les transmitió su visión, elevó su dignidad, las re- conoció en público, se hizo humano mediante el sacrifi- cio de una mujer y permitió que las mujeres le siguieran públicamente. No hacer lo mismo por nuestra parte es ridiculizar el mensaje mesiánico de liberación para to- dos. Educar a las mujeres, pero no proporcionarles un 42 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS espacio de igualdad social donde su educación pueda tener sentido; sanarlas, pero dejarlas sin la totalidad de sus posibilidades humanas; enseñar que las mujeres son plenamente humanas, y después negarles la mayoría de edad espiritual es burlarse de la teología de la encarna- ción, del bautismo, de la gracia y de la misma reden- ción. Sin un compromiso con el feminismo, la Iglesia no puede ser digna de crédito en esta época. La consa- gración pública, que en otro tiempo era en sí misma una postura profética, ya no basta. Las órdenes religiosas deben demostrar este compromiso con el desarrollo de las mujeres de un modo real: por medio de unas estruc- turas igualitarias,una liturgia inclusiva, un estilo de vida independiente y unos ministerios que no sólo sir- van a los oprimidos, sino que se opongan a la opresión. Las mujeres oprimidas, rechazadas e incomprendi- das necesitan de los religiosos, hombres y mujeres, para que éstos les proporcionen autoestima. El precio que hay que pagar por reaccionar en favor de las mujeres se- rá muy alto en esta Iglesia y en esta sociedad. Pero el coste para la Iglesia si no respondemos a las necesida- des de las mujeres con valor, autenticidad y clarividen- cia será aún mayor. Para ser eficaz en esta cultura, la vida religiosa debe tener una identidad propia. Los religiosos deben ser vis- tos como más que unos célibes con votos o que una ma- no de obra productiva. Los religiosos deben hacer que su identidad célibe se tenga en cuenta y que su identi- dad contemplativa sea real. La función del celibato no consiste en carecer de amor, sino en amar sin límites, en dejar a un lado la pro- pia vida en una entrega amorosa mucho más amplia que la que se limita a quienes nos aman. Los célibes pueden permitirse ser valientes, ser rechazados y estar al mar- gen del sistema y de las servidumbres que hacen a otros responsables de la supervivencia de sus seres queridos. La contemplación es el núcleo de la identidad reli- giosa y la energía de este modo de vida. La verdad cen- tral del compromiso religioso es que va más allá de un INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 43 intenso trabajo social. Los trabajadores sociales entre- gados han formado parte de todas las culturas del mun- do, desde la Alemania nazi hasta la Sudáfrica del apart- heid. Vendan las heridas y atienden las súplicas de los que son demasiado débiles para valerse por sí mismos. Y lo hacen en nombre de la compasión humana y el or- den social. Los contemplativos, por su parte, están mo- vidos por su percepción de la infatigable voluntad de Dios. Ningún orden social, por bien que funcione y por aceptado que esté por la población en general, basta pa- ra acallar su impaciente pasión por una vida universal y unas posibilidades ilimitadas. El contemplativo está en medio de la sociedad con ojos de soñador cósmico y proclama sus sueños. Un mundo herido y abandonado necesita religiosos que amen a todos con el corazón lleno de divina locura. La inculturación es un gran don religioso. Ella es la que proclama bueno todo lo que lo es. No desacraliza nada. Toca todo cuanto existe con dignidad, y consagra todo lo que hay en el mundo al propósito divino. Hace real la encarnación. Por otro lado, la inculturación pue- de servir únicamente para trivializar lo que debería ser trascendental. Puede nivelar y homogeneizar todo en la vida hasta convertirlo en un lugar común. Ceremonias de boda celebradas con música de rap, sesiones de ora- ción con tazas de café en la mano, vida religiosa con estilo de dormitorio de colegio, sin propósito y sin pro- fundidad; todo ello nos hace correr el riesgo de empe- queñecer en nosotros el sentido de lo sagrado o de bo- rrar la distinción entre lo importante y lo accidental. Los olvidados del mundo necesitan religiosos que vivan su humanidad en todo como ellos, excepto en la desesperación, y se dediquen a proporcionar esperanza y ayuda a fin de que la vida de mañana pueda ser mejor que la de hoy en nombre de Aquel que vino «para que tengan vida y la tengan en abundancia». Los pobres, el planeta, las mujeres y los hombres que pretenden difundir una visión feminista de la vida en un mundo calculadamente enloquecido por el ma- 44 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS chismo, quienes tienen el alma seca y sin amor, los opri- midos y los olvidados; todos necesitan la consoladora presencia, la voz unánime de los religiosos que han aprendido que una vida auténticamente espiritual no es un «masaje» espiritual, sino el acicate del Evangelio. No es que la vida religiosa sea necesariamente más «religiosa» que cualquier otro estado de vida, sino sim- plemente que debe estar ante todo dedicada, ligada y obligada a hacer que lo espiritual alcance el nivel de lo obvio, a llamar la atención del mundo hacia la dimen- sión espiritual de sus acciones. Debe sellar una alianza con el mundo en general; debe prometer y garantizar la vigilancia, así como supervisar, formular públicamente interrogantes y preocupaciones y anunciar el contexto espiritual de los grandes temas del mundo para alentar la búsqueda espiritual del resto de la humanidad. La verdadera cuestión, evidentemente, no es la rela- ción con el mundo propia de la vida religiosa. La cues- tión es si los religiosos de nuestro tiempo son o no son psicológica y espiritualmente capaces de hacer real la nueva relación. La verdadera cuestión es si queda sufi- ciente energía en las congregaciones y suficiente com- promiso en la vida de sus miembros como para dirigir ahora su atención, no como individuos hacia su proceso de autodesarrollo, sino como grupos hacia el logro de un impacto social. Para responder a esta cultura, tendrán que estar dis- puestos a criticar sus valores actuales y a crear otros nuevos. Para incidir en las vidas de las mujeres, tendrán que conceder espacio y peso a sus problemas actuales, tanto en la Iglesia como en la sociedad, algo que también ten- drán que exigir de sí mismos. Para redefinir su identidad en la sociedad contem- poránea, tendrán que aportar presencia contemplativa y audacia profética a todo cuanto hagan. Para inculturarse con éxito, en lugar de identificarse simplemente con la cultura circundante, tendrán que re- presentar algo mayor que ellos mismos, y deberán re- INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 45 presentarlo también como grupos visiblemente audaces y arriesgados. Deben, en otras palabras, hacer realmen- te presentes, y de un modo real, los problemas actuales. ¿Qué valores y qué virtudes son necesarios para que la vida religiosa de nuestro tiempo sea tan santa, im- pactante y verdadera como esa vida religiosa del pasa- do que salvó la civilización, difundió la fe e integró a los pobres y marginados en unas sociedades que no los querían, no se ocupaban de ellos y con frecuencia los explotaban? Catherine de Hueck Doherty escribió en cierta oca- sión: «No me habría gustado vivir sin haber inquietado alguna vez a alguien». La cuestión no es si debe existir la vida religiosa, sino si la vida religiosa inquieta lo su- ficiente en nuestra época como para satisfacer la enor- me necesidad que el mundo tiene de ella. La verdadera cuestión es si queda aún suficien- te fuego en estas cenizas para suscitar la energía nece- saria a fin de hacer auténtica la vida religiosa. La ver- dadera cuestión es: ¿qué cualidades son necesarias hoy para llevar de nuevo la vida religiosa a la incandescen- cia de la vida evangélica? ¿Qué hay de virtuoso, qué hay de santo en la vida religiosa tal como la conocemos hoy? ¿Qué hay en la vida religiosa hoy que la haga sóli- da y segura para mañana? El hecho es que las nuevas virtudes de la vida reli- giosa son claras y convincentes. El reto consiste senci- llamente en adoptarlas, articularlas y apoyarse en ellas para hacer por nuestro tiempo lo que las virtudes de otro signo hicieron por el pasado. El desafío consiste en libe- rar dentro de nosotros la fuerza de ánimo necesaria para hacer por este tiempo lo que hicimos por el anterior: difundir en una sociedad echada a perder por su patoló- gico egocentrismo y en un planeta salvaje la llamada de Dios a la comunidad. El propósito de la vida religiosa no es la supervi- vencia, sino la profecía. El papel de la vida religiosa consiste en hacer visible lo que la Buena Nueva es para nuestro tiempo, no en preservar un pasado que hace 46 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS mucho tiempo que desapareció y ya no guarda relación alguna con el desafío de los nuevos interrogantes. El papel de la vida religiosa consiste en sacralizar el pre- sente. La cuestión no es si la vida religiosa sigue siendo realmente tal,sino ¿cuáles son las disciplinas espiritua- les de esta época, tan valiosas como las anteriores, pero más apropiadas para estos tiempos? En otras palabras, ¿qué cualidades de la vida religiosa actual propician una espiritualidad que pueda adecuar la vida religiosa con- temporánea al siglo xxi? 1) ¿Por qué crees tú que se compara la vida religiosa con las cenizas? ¿Cuál es el «fuego» de la vida reli- giosa actual? 2) ¿Es la vida religiosa verdaderamente viable, necesa- ria o deseable en el nuevo mundo de la «vocación laica» y del «sacerdocio del pueblo» en el que tanto se insiste? 3) Reflexiona sobre la reestructuración y la renovación de la vida religiosa desde el concilio Vaticano n. Enu- mera tres aspectos positivos nacidos de la renova- ción, así como tres decepciones y tres desafíos o cuestiones no resueltas. 4) La hermana Joan afirma que uno de los principa- les malentendidos respecto del papel de los religio- sos es la confusión entre lo que estos últimos hacen en la sociedad y lo que deben ser en ella, ¿Estás de acuerdo? 5) La hermana Joan habla de la cultura, el feminismo, la identidad y la inculturación como los cuatro ele- mentos configuradores de la vida religiosa contem- poránea. Define brevemente cada uno de ellos y ex- plica cómo contribuye a configurar la vida religiosa. ¿Hay algún elemento que tenga mayor importancia en la vida religiosa actual?; ¿y concretamente en tu comunidad? INTRODUCCIÓN: BASES PARA UN NUEVO COMIENZO 47 Reflexiona sobre estos elementos desde una pers- pectiva personal y comunitaria. ¿Cómo afectan a tu comunidad?; ¿cómo responde tu comunidad a ellos? ¿Y tú?; ¿cómo te afectan?; ¿cómo los abordas? 6) Dibuja un símbolo o una representación de la vida religiosa actual y de su relación con la cultura con- temporánea. 7) Al comenzar este libro, escribe tu propia respuesta a esta pregunta: ¿qué cualidades son necesarias hoy para llevar de nuevo a la vida religiosa a la incandes- cencia de la vida evangélica? 8) La autora hace las siguientes preguntas. Responde al menos una de ellas: * ¿Es la vida religiosa lo suficientemente inquietante en nuestra época como para satisfacer la enorme necesidad que el mundo tiene de ella? * ¿Hay suficiente fuego en estas cenizas para suscitar la energía necesaria a fin de hacer auténtica la vida religiosa? * ¿Qué cualidades de la vida religiosa actual propi- cian una espiritualidad que pueda adecuar la vida religiosa contemporánea al siglo xxi? 9) Reacciona a lo siguiente: «Ninguna comunidad reli- giosa se propuso nunca hacer todo lo que era social- mente necesario en un área determinada. Los religio- sos, sencillamente, hacían lo que quedaba sin hacer, para que los demás se dieran cuentan de la necesi- dad de hacerlo también». 10) Selecciona tus líneas favoritas de este capítulo y explica tu elección. 2 El fuego en estas cenizas Casi treinta años después de la clausura del Vaticano n, el concilio ecuménico convocado por el papa Juan xxm para iniciar la reforma y renovación de la Iglesia Cató- lica, otro papa, Juan Pablo n, convocó un Sínodo sobre La Vida Religiosa, cuyo objetivo, según el propio Vati- cano, era evaluar los cambios iniciados por el Concilio, enjuiciar el estado actual de la vida religiosa y darle una nueva orientación. Los revolucionarios efectos del Con- cilio Vaticano fueron bastante generalizados: todo el mundo se entusiasmó con el cambio, y proliferó todo ti- po de nuevas orientaciones. Por su parte, el Sínodo so- bre La Vida Religiosa se celebró sin grandes alharacas y transcurrió sin pena ni gloria, sin generar aparente- mente nuevas iniciativas ni suscitar grandes esperanzas. No dio como resultado nada realmente nuevo o estimu- lante, pero dejó constancia del interés de la Iglesia por la vida religiosa. En mis momentos más lúcidos, sé que posiblemen- te lo mejor que se puede decir de cualquier Sínodo —y quizá de éste sobre la vida religiosa más que de ningu- no— es que no ha puesto trabas a lo que no puede crear ni debe destruir. A pesar del documento final, al menos el Sínodo en sí no sembró ninguna alarma sobre el esta- do actual de la vida religiosa, que en su avance hacia una nueva vida se encuentra en mejor situación de lo que la mayoría de la gente imagina o muchos admiten. El hecho es que todos los Sínodos del mundo no deben ni pueden renovar la vida religiosa, por muy oficiales que sean sus conclusiones. Sólo los religiosos pueden hacerlo. EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS 49 Hablando en plata, la vida religiosa no es simple- mente una resolución que tenga que ratificarse. Todas las reuniones oficiales del mundo no pueden, a fuerza de debates o legislaciones, hacer religiosa la vida reli- giosa, que es mucho más que cualquier legislación so- bre ella, porque es un don concedido a la Iglesia para hacer presente la vida evangélica de un modo audaz y tangible a través del tiempo. Es más espíritu que ley, y menos ley que energía de vida divina que late en un grupo, haciéndole inmune a los obstáculos menores, por muy reales y razonables que puedan ser. Sin embargo, sea cual sea la verdad histórica acerca de su desarrollo, la Iglesia siempre ha domesticado la vida religiosa —como si se tratara de domar un potrillo rebelde—, pero no ha habido Derecho Canónico alguno que haya conseguido quebrantar su irrefrenable espíritu. Una y otra vez, la vida religiosa se ha desprendido de las riendas para alcanzar lo inalcanzable, aunque ello supusiera al mismo tiempo rozar la ilegalidad eclesiás- tica. La vida religiosa ha creado comunidades cristianas en medio del caos social, ha preservado la cultura du- rante las convulsiones de la barbarie, ha atendido las ne- cesidades de las mujeres condenadas al analfabetismo por las estructuras masculinas que las rodeaban, ha dig- nificado a los enfermos y a los moribundos y a las capas desfavorecidas de la sociedad, ha recogido a los huérfa- nos, se ha ocupado de los siervos, ha hablado por los pa- rias de la tierra y se ha aventurado mucho más allá de los límites de las naciones para tender sus manos sana- doras a otras personas en otros lugares. Y el actual mo- mento de la vida religiosa no es diferente en este aspec- to de otros períodos anteriores igualmente difíciles. Los religiosos de hoy se han quitado sus hábitos me- dievales para convertirse en alivio de un mundo dolori- do; han desechado tabúes para andar el camino con el divorciado y el homosexual y con el que no pertenece a ninguna iglesia; han abandonado las instituciones clási- cas —que en otro tiempo fueron radicales, pero final- mente se han integrado en el orden establecido— para 50 EL FUEGO EN ESTAS CENIZAS fundar otras que, de nuevo, apenas son toleradas: come- dores de beneficencia, casas de acogida para mujeres maltratadas, albergues para las personas sin hogar y centros de justicia y paz en un mundo en que la violen- cia ha sido sacralizada. La vida religiosa ha sido siem- pre algo un tanto lábil y escurridizo en el seno de la Iglesia, pero nunca tanto como ahora. Algunos docu- mentos la denominan «la dimensión profética» de la Iglesia, otros la consideran «un carisma». Sean cuales sean los términos, lo importante es el concepto: un ca- risma es un don que debe ser reconocido y dejado en libertad, no una organización a la que haya que contro- lar. Todos los cánones de la cristiandad no pueden fabri- car, a partir de legalismos, lo que no exista ya en el espí- ritu. Un carisma es mercurio, no arcilla; espíritu, no ofi- cio; un movimiento, no mano de obra. Por otro lado, los Sínodos son, por definición, parte del «aparato» que se propone definir y controlar lo que, en este caso, puede necesitar resistirse a la definición y al control como a la peste, si se quiere que la vida reli- giosa sobreviva a este momento de agonía. Algo que sí hizo el Sínodo sobre la Vida Religiosa, sin embargo, fue sacar a la luz tanto las tensiones como las virtualidades del momento, para que pudiéramos apreciar