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ORIGEN DE LAS VELAS - Samantha Martinez Ramirez

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ORIGEN DE LAS VELAS 
 
 
 
Hace más de 5000 años, la civilización egipcia encendía la llama de la 
primera vela. 
Desde entonces, cuando las velas apenas eran sencillas ramas 
embadurnadas en sebo derretido de buey o cera de abejas, hasta 
ahora, fabricadas con parafina gracias al descubrimiento del petróleo 
en 1850, su luz ha acompañado al hombre a lo largo de los siglos. 
Además de la egipcia, existen evidencias de múltiples civilizaciones 
primitivas que habrían desarrollado velas elaboradas a partir de 
diferentes ceras de resinas de plantas y derivados de la actividad 
insectívora. Es el caso de las primeras velas chinas, moldeadas en 
tubos de papel de arroz, enrollado para la mecha; y cera de un insecto 
oriental combinada con semillas. Otra opción, como la de Japón, era 
extraer la cera de los frutos secos. En la India, sin embargo, se obtenía 
hirviendo el fruto del árbol de la canela. 
Empleadas en sus orígenes como medio para iluminar hogares o servir 
de guía a los viajeros; en la actualidad, el uso de las velas se relaciona 
en gran medida con rituales y ceremonias religiosas. Algunos de ellos, 
como el Hanukkah (Festival judío de las Luces, 165 a. C.), cuentan con 
una larga tradición cuyo eje central se sustenta en la propia 
iluminación de las velas. Este vínculo religioso se manifiesta también 
a través de diversas referencias bíblicas y en hechos históricos como 
la instauración del uso de las velas durante el servicio de la Pascua, 
decretada en el siglo IV por el emperador Constantino. 
En busca de la pureza 
Hasta la Edad Media, la mayor parte de las culturas occidentales 
primitivas basaban su producción de velas en el empleo de la grasa 
animal. Solían ser fabricadas por artesanos que viajaban de casa en 
casa, empleando la grasa de la cocina que sus propietarios 
almacenaban con tal propósito, o bien se comercializaban en las 
humildes tiendas gremiales. 
La introducción de la cera de abeja como materia prima traerá consigo 
una serie de mejoras respecto al sebo, siendo las principales la 
reducción del humo y la emisión de un olor dulce durante la quema. 
Considerada un lujo por su elevado coste, su uso se reservaba a la 
clase alta y al ámbito eclesiástico. 
Hasta el siglo XVIII, en la marina británica, una de las más famélicas y 
castigadas de la Historia, completaba la pobre dieta comiéndose velas 
y velones de sebo, con lo que dejaban el barco a oscuras. 
 
La vela de sebo era de escasa duración, y no sólo porque se la 
comieran los marineros, sino porque daba poco de sí y exigía la 
atención constante de alguien, ya que cada media hora era necesario 
despabilar el extremo quemado de la mecha porque de lo contrario se 
apagaba. 
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Así, una mansión iluminada con velas de sebo requería un ejército de 
sirvientes entregados a esta labor de vigilancia especial. Se quemaba 
cualquier materia combustible a mano: grasa animal maloliente, 
aceite de pescado de olor nauseabundo, aceites vegetales, etcétera. 
Todas estas fuentes de luz tenían el problema de que las mechas no 
se autoconsumían y era necesario estirarlas hacia afuera con unas 
pinzas, recortando lo quemado. Así fue desde los romanos hasta el 
siglo XVII. 
Leonardo da Vinci prolongaba su tiempo de trabajo durante la noche 
con un invento suyo: una lámpara de alta intensidad consistente en 
un cilindro de vidrio que contenía aceite de oliva y mecha de cáñamo, 
artilugio que encajó en un globo de cristal lleno de agua, lo que 
ampliaba el resplandor de la llama. Pero como era un procedimiento 
caro la gente siguió conformándose con las velas. 
Uno de los problemas de la iluminación interior fue el encendido. No 
existían las cerillas, y cuando una vela se apagaba resultaba difícil 
volverla a encender si no había quedado otra ardiendo. 
 
Un nuevo mundo 
Con el descubrimiento de la posibilidad de hervir ciertas bayas para 
obtener una cera de olor dulce que ardía limpiamente, este tipo de 
luminarias experimentaría cierto grado de popularidad; rápidamente 
oscurecida por su tedioso proceso de extracción. 
A finales del siglo XVIII, el crecimiento de la industria ballenera 
impulsaría el primer gran cambio en la fabricación de velas desde la 
Edad Media. Como ocurría con la cera de abejas, la nueva cera de las 
espelmas, obtenida de la cristalización del aceite del cachalote, no 
producía mal olor al quemarla; y al poseer mayor consistencia que el 
sebo, no se ablandaba ni doblaba con el calor. 
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Refinamiento y expansión 
En la década de 1850 se introduce la cera de parafina, producto de un 
largo proceso de refinamiento. De color blanco azulado e inodoro, se 
quemaba limpiamente y resultaba más económica que cualquier otro 
combustible para velas. Superada su única desventaja añadiéndole 
ácido esteárico más duro para contrarrestar su punto de fusión bajo, 
se impondría al resto de competidores. 
Símbolo de tradición 
En la actualidad, el uso de velas y veladoras se enfoca principalmente 
a actividades lúdicas y de carácter ritual. Desde Profina es un orgullo 
haber sido el lazarillo de la ilusión de las familias de México durante 
más de 40 años, y poder seguir ofreciéndoles a nuestros clientes una 
amplia gama de productos con los que mantener viva la llama de su 
esperanza. 
 
 
 
	En busca de la pureza
	Un nuevo mundo
	Refinamiento y expansión
	Símbolo de tradición

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