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Lucy Monroe - Proposición seductora - Gabriel Solís

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. 
 
 Núñez de Balboa, 56 
 
 28001 Madrid 
 
 
 
 © 2013 Lucy Monroe 
 
 © 2014 Harlequin Ibérica, S.A. 
 
 Proposición seductora, n.º 2354 - diciembre 2014 
 
 Título original: Million Dollar Christmas Proposal 
 
 Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. 
 
 
 
 Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. 
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. 
 
 Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son 
producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido 
con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o 
situaciones son pura coincidencia. 
 
 ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin 
Enterprises Limited. 
 
 ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, 
utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de 
Patentes y Marcas y en otros países. 
 
 Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos 
los derechos están reservados. 
 
 
 
 I.S.B.N.: 978-84-687-4864-1 
 
 
No fue buena idea obviar la letra pequeña… 
El magnate de los negocios Vincenzo Tomasi necesitaba a una nueva niñera para sus 
sobrinos antes de Navidad. Y el sueldo de un millón de dólares que ofrecía era más tentador 
que cualquier regalo que pudiera llevar Santa Claus en su saco. 
Sin embargo, lo que Audrey no sabía era que Enzu esperaba que la candidata perfecta 
se convirtiera en su esposa. Una de sus prioridades era que la futura madre fuera 
sexualmente compatible con él. Audrey llevaba años encaprichada con su inalcanzable jefe, 
pero… ¿iba a estar dispuesta a explorar la irresistible atracción que sentía durante el 
proceso de selección más inverosímil que tendría que pasar en toda su vida? 
 
 
 Índice 
 
 
 
 Portadilla 
 Créditos 
 Índice 
 Prólogo 
 Capítulo 1 
 Capítulo 2 
 Capítulo 3 
 Capítulo 4 
 Capítulo 5 
 Capítulo 6 
 Capítulo 7 
 Capítulo 8 
 Capítulo 9 
 Capítulo 10 
 Capítulo 11 
 Capítulo 12 
 Capítulo 13 
 Capítulo 14 
 Epílogo 
 Publicidad 
 
 Prólogo 
 
 
 
 Con los ojos secos y el corazón roto, Audrey Miller estaba sentada en una silla junto 
a la cama hospitalaria de su hermano pequeño, rezando para que despertara. Llevaba tres 
días en coma y no iba a dejarle. No iba a dejarle escapar. No iba a hacer lo mismo que 
habían hecho sus padres, ni tampoco lo que habían hecho sus dos hermanos mayores. 
¿Cómo podían reaccionar como extraños los que llevaban su misma sangre? Peor que 
extraños… El resto del clan Miller había rechazado cruelmente al pequeño de doce años de 
edad, y todo porque les había dicho que era gay… Pero solo tenía doce años. ¿Qué 
importancia podía tener que dijera algo así? 
 Sin embargo, cuando se negó a retractarse de sus palabras e insistió en que no era 
una fase de confusión o inseguridad, sus padres le echaron de casa. 
 Audrey no daba crédito a lo ocurrido. A esa edad no hubiera sabido qué hacer, sola 
y sin casa. Toby, en cambio, lo tenía todo muy claro. Con los humildes ahorros de su paga, 
su portátil y una mochila llena de ropa había recorrido los trescientos veinte kilómetros que 
separaban Boston de Nueva York. No había llamado antes. Simplemente había ido a 
buscarla. Había confiado en que estaría allí para ayudarle aunque el resto de la familia le 
hubiera dado la espalda, y Audrey nunca le iba a traicionar después de haber depositado esa 
confianza en ella. 
 Las cosas no podían ponerse peor. Sus padres habían echado a Toby de casa. 
¿Cómo era posible que hubieran reaccionado así viviendo en una de las ciudades más 
progresistas del país? Pero Carol y Randall Miller no eran gente progresista, y Audrey 
acababa de darse cuenta de lo retrógrado que podía llegar a ser su conservadurismo. Le 
habían dado un ultimátum: podía mantenerse fiel a la familia o apoyar a Toby. Una cosa 
estaba reñida con la otra, no obstante. Le habían dejado claro que, si se decantaba por su 
hermano pequeño y le ayudaba, le retirarían todo el apoyo económico y cortarían todo 
contacto con ella. Pero su plan de intimidación les había salido al revés. Audrey se había 
negado y Toby había intentado suicidarse al enterarse del precio que había tenido que pagar 
su hermana por permanecer a su lado. El niño se había cortado las muñecas con la navaja 
que le había regalado su padre en su último cumpleaños. No había sido un grito de socorro. 
Había sido un testamento de tristeza y protesta ante el rechazo total de sus propios padres. 
Lo había hecho cuando la casa estaba vacía, aprovechando la ausencia de Audrey y de los 
otros tres estudiantes de Barnard que vivían con ella. Si Liz no se hubiera dejado unos 
papeles en casa, si no hubiera abierto la puerta del cuarto de baño al oír el sonido de la 
ducha, Toby habría muerto allí mismo. Toda su sangre se habría ido por el sumidero de la 
bañera antigua. 
 –Te quiero, Toby. Tienes que volver conmigo. Eres una buena persona. Vuelve, 
Toby, por favor. Te quiero. 
 Toby abrió los ojos y le miró con sus ojos marrones. 
 –¿Audrey? 
 –Sí, cariño. Aquí estoy. 
 –Yo… –parecía muy confundido. 
 Audrey se inclinó sobre la cama y le dio un beso en la frente. 
 –Escúchame, Tobias Daniel Miller. Eres mi familia, la única que cuenta. No te 
atrevas a dejarme de nuevo. 
 –Si no estuviera aquí ahora, no tendrías ningún problema con mamá y papá. 
 –Bueno, prefiero tenerte a ti. 
 –No, yo… 
 –Basta. Lo digo en serio, Toby. Eres mi hermano y te quiero. Ya sabes lo mucho 
que duele que nuestros padres no nos quieran porque no seamos exactamente lo que 
esperan de nosotros, ¿no? 
 Toby hizo una mueca de dolor. Sus ojos estaban nublados. 
 –Sí. 
 –Multiplica eso por un millón y así sabrás lo mucho que me dolería perderte. ¿De 
acuerdo? 
 De repente, Audrey vio algo en los ojos de su hermano pequeño. Era una chispa de 
esperanza en medio de tanta desolación. 
 –Muy bien. 
 Era una promesa. Toby no se rendiría más y ella tampoco. Nunca más. 
 
 Capítulo 1 
 
 
 
 Quiere que le busque una esposa? ¡No puede estar hablando en serio! 
 Vincenzo Angilu Tomasi esperó a que su asistente personal cerrara la boca antes de 
hablar de nuevo. Nunca la había oído hacer tantas exclamaciones juntas. De hecho, hasta 
ese momento no la creía capaz de levantar la voz. 
 Quince años mayor que él y muy segura de sí misma, Gloria llevaba más de diez 
años con él, desde que se había hecho cargo de la sucursal de Nueva York de Tomasi 
Commercial Bank. 
 Enzu no conocía esa faceta de ella, no obstante, y aún le costaba creer que pudiera 
existir. 
 –Les daré una mama a estos chicos. 
 Aunque la suya fuera la tercera generación de sicilianos en el país, aún le daba un 
toque de pronunciación a la palabra que evocaba aquel viejo mundo. Su sobrina, Franca, 
solo tenía cuatro años de edad, y su sobrino, Angilu, tenía ocho meses de vida solamente. 
Necesitaban unos padres, y no cuidadores desinteresados. Necesitaban una madre, una que 
los criara en un entorno estable, distinto del que él mismo había conocido de niño, distinto 
del que le había dado a su hermano pequeño. La chica tendría que ser su esposa. Tendría 
que casarse con ella, pero eso tampoco tenía tanta importancia. 
 –No puede esperar que le busque algo así –Gloria estaba escandalizada–. Sé que la 
descripción de mi puesto de trabajo es mucho más flexible que muchas otras, pero esto está 
fuera de mi alcance. 
 –Te aseguro que nunca he hablado tan en serio, y me niego a creer que haya algo 
que no puedas hacer. 
 –¿Y qué tal si contrata a una niñera? –le preguntó Gloria. El cumplido no la había 
impresionado mucho–. ¿No cree que esa sería una solución mejor para esta situación tan 
desafortunada? 
 –Yo no creo que tener la custodiade mis sobrinos sea una situación desafortunada –
le dijo Enzu en un tono frío. 
 –No. No. Claro que no. Le pido disculpas. He escogido mal las palabras. 
 –He despedido a cuatro niñeras desde que asumí la custodia de Franca y de Angilu 
hace seis meses –la cuidadora que tenían en ese momento tampoco iba a durar mucho más–
. Necesitan una madre, alguien que anteponga su bienestar a todo lo demás, alguien que los 
quiera. 
 Él no tenía experiencia en ese sentido, pero había pasado tiempo suficiente en 
Sicilia, con su familia de allí. Sabía cómo debían ser las cosas. 
 –¡No se puede comprar el amor! No se puede. 
 –Me parece que vas a ver que sí puedo, Gloria. 
 Enzu era uno de los hombres más ricos del mundo, presidente y director de un 
banco y fundador de Tomasi Enterprises. 
 –Señor Tomasi… 
 –Tendrá que tener estudios, educación… –dijo Enzu, interrumpiendo a la asistente–. 
Una licenciatura por lo menos, pero no un doctorado. 
 No quería a alguien que buscara la excelencia académica a ese nivel. Su principal 
objetivo sería entonces el logro profesional, y no el cuidado de sus hijos. 
 –¿Nada de doctoras? 
 –Los horarios que tienen no son muy compatibles con el cuidado de un niño. Franca 
tiene cuatro años, pero Angilu no llega ni a un año todavía y le falta mucho para ir al 
colegio. 
 –Entiendo. 
 –Sobra decir que las candidatas no pueden tener antecedentes penales. Además, 
preferiría que ya tuvieran un empleo estable y apropiado. No obstante, la mujer a la que 
escoja tendrá que dejar su trabajo actual para ocuparse del cuidado de los niños a tiempo 
completo. 
 –Claro –el sarcasmo era evidente en la voz de Gloria. 
 A eso, sin embargo, sí estaba acostumbrado. 
 –Sí, bueno, no deberían ser menores de veinticinco ni mayores de treinta y pocos. 
 –Eso reduce drásticamente la búsqueda. 
 Enzu prefirió ignorar las palabras burlonas de la asistente. 
 –Preferiría que tuviera experiencia previa con niños, pero tampoco es 
imprescindible. 
 Se daba cuenta de que era muy poco probable que una mujer con estudios tuviera 
experiencia con niños, a menos que su carrera estuviera relacionada con ellos. 
 –Y aunque prefiero no descartar a nadie que haya estado casada antes, no puede 
tener hijos propios que compitan con Franca y con Angilu por su atención. 
 Franca ya había sufrido las consecuencias de esa clase de competición y Enzu 
estaba decidido a impedir que tuviera que verse en esa situación de nuevo. 
 –Las candidatas deberían tener un aspecto aceptable. Deben ser guapas, pero 
tampoco deben ser supermodelos. 
 Los niños ya habían tenido una madrastra hermosa y superficial. Johana tenía la 
cabeza hueca. 
 Los gustos de su hermano Pinu nunca habían sido muy atinados en lo referente a las 
mujeres. La madre de Franca había sido la primera con la que había tenido una relación 
seria, pero la chica no había dudado en abandonar a su hija en cuanto Enzu había satisfecho 
sus exigencias financieras. La esposa que había muerto con él en el coche tampoco había 
sido una buena elección. 
 Esa vez sería Enzu quien escogería a la mujer y estaba seguro de que iba a tomar 
una decisión mucho mejor que las que había tomado su hermano en el pasado. 
 Gloria guardaba silencio, así que Enzu siguió con la interminable lista de requisitos 
y pasó a describir los beneficios que se llevaría la ganadora por su trabajo. 
 –Habrá beneficios financieros y sociales para la mujer que asuma este rol. Una vez 
lleguen a la mayoría de edad los niños, si no ha habido situaciones críticas, la madre 
recibirá un estipendio de diez millones de dólares. Si cumple con sus funciones 
correctamente, cada año recibirá un salario de veinticinco mil dólares que se le pagará de 
forma mensual. También recibirá una cantidad mensual para cubrir todos los gastos 
domésticos y la manutención, tanto suya como de los niños. 
 –¿De verdad está preparado para comprarles una madre? –Gloria parecía cada vez 
más anonadada. 
 –Sí. 
 –¿Diez millones de dólares? ¿En serio? 
 –Como he dicho, el premio depende de cómo salgan los niños. Si alcanzan la 
mayoría de edad sin haberse descarriado, recibirá la cantidad, que será entregada cuando 
Angilu cumpla los dieciocho. Pero, si alguno de los niños sigue los pasos de mi hermano, 
entonces recibirá la mitad por el otro niño. 
 Enzu era consciente de que había cierta voluntad propia en el devenir de la vida de 
una persona. Su hermano y él no podrían haber sido más distintos, a pesar de haber sido 
criados de la misma forma. 
 –¿Y ella también será su esposa? 
 –Sí. Al menos llevará mi apellido. 
 Gloria se puso en pie. 
 –Veré qué puedo hacer. 
 –Confío en que harás mucho. 
 Gloria no parecía muy convencida. 
 
 
 Las cosas podrían haber ido mejor. 
 Audrey se enjugó las lágrimas que amenazaban con caer en cualquier momento. 
¿Qué iba a arreglar llorando? 
 Ni sus lágrimas ni las de su hermano de doce años de edad habían conmovido a 
Carol y a Randall Miller. Sus súplicas habían sido recibidas con impaciencia y con un 
desprecio implacable. No había emoción alguna en esos rostros, ni tampoco amor. 
 A lo mejor debería haber esperado algunas semanas, hasta Navidades. ¿No se 
llenaba la gente de un espíritu caritativo en Navidad? 
 Sus padres no eran de esa clase de gente. Debería haber sabido que no iban a 
cambiar de opinión a esas alturas. Que hubieran aceptado a Toby en una ingeniería en el 
Massachusetts Institute of Technology no suponía ninguna diferencia para ellos. Pero ella 
no les había pedido dinero. Solo les había pedido que le buscaran un sitio donde vivir 
mientras cursaba sus estudios. Si no querían que tuviera que desplazarse desde su casa de 
Boston al campus de Cambridge todos los días, podrían haberle dado alojamiento en alguna 
de las múltiples casas que tenían por toda la ciudad, pero se habían negado rotundamente. 
No iban a darle dinero, ni le iban a brindar ayuda alguna. 
 Ricos y distantes, Carol y Randall Miller usaban la estrategia de dar una de cal y 
otra de arena en la crianza de los hijos. Sus opiniones y creencias eran las únicas 
verdaderas. Y cuando eso no funcionaba se lavaban las manos para no verse manchados por 
aquello que consideraban fracaso. 
 Eso era lo que habían hecho con Toby y con ella. Su hermano había estado a punto 
de sucumbir ante un rechazo tan grande de sus propios padres, pero había salido del abismo 
y estaba decidido a triunfar y a ser más fuerte y feliz. Con solo doce años tenía las cosas 
mucho más claras que su hermana de veintisiete. Audrey no tenía un gran plan de vida. No 
había nada más allá del propósito de enseñar a su hermano a creer en sí mismo y a hacer 
realidad sus propios sueños. Los sueños de Audrey, en cambio, se habían visto truncados 
seis años antes. 
 Había perdido al resto de su familia al acoger a Toby, pero su prometido también la 
había abandonado. Thad no estaba listo para tener niños. Eso le había dicho. 
 Cuando sus padres le quitaron la ayuda financiera, Audrey se vio obligada a pedir 
becas para terminar su tercer año en Barnard, pero no pudo permitirse el último. No tuvo 
más remedio que cambiarse a la State University of New York y terminar allí la carrera. 
 Trabajaba a tiempo completo para mantenerse a sí misma y a su hermano. El tiempo 
y el dinero eran una limitación importante… Sin embargo, después de cuatro años de 
incansable estudio a tiempo parcial había logrado licenciarse en Literatura Inglesa. 
 Sus padres tenían razón en algo. Era una carrera muy poco práctica. Pero no hubiera 
podido terminar la universidad si no hubiera amado tanto lo que estudiaba. El trabajo que 
hacía para la carrera había sido lo único que la ayudaba a desconectar del estrés y los 
desafíos de su nueva vida. 
 Toby y ella tenían eso en común. A los dos les encantaba aprender, pero Toby se 
había consagrado a un sueño de excelencia que ella nunca se había planteado. Haciendo uso 
de unadeterminación de la que sus padres hubieran estado orgullosos, Toby había sacado 
las mejores notas en el colegio y había hecho muy buenos amigos que le habían ayudado a 
ganar confianza en sí mismo. Le había dicho que iba a ser feliz y era cierto. Lo había 
cumplido. Su hermano era una de las personas más entusiastas que conocía y por eso no 
podía soportar la idea de verle perder ese entusiasmo una vez se diera cuenta de que lo del 
Massachusetts Institute of Technology no podía ser. 
 No era justo. Se merecía tener su oportunidad, pero Audrey no veía forma de 
dársela. 
 Solo los mejores, los más brillantes, podían optar a entrar en el MIT, y solo aquellos 
que destacaban en ese grupo de élite eran aceptados. La universidad privada aceptaba a 
menos del diez por ciento de los solicitantes y pedir un traslado desde otra facultad era casi 
imposible. 
 Mandar a Toby a una universidad pública, por tanto, para luego trasladarle a MIT 
era una posibilidad remota. Además, a Toby no solo le habían aceptado, sino que también 
le habían concedido una beca parcial que representaba mucho dinero. La dirección del 
instituto de secundaria al que asistía estaba encantada con la noticia, pero Carol y Randall 
Miller no. 
 No habían cedido ni un milímetro. Lo único que le habían preguntado era si Toby 
seguía diciendo que era gay y Audrey no había tenido más remedio que decirles que sí. Le 
habían ofrecido entonces la posibilidad de volver al redil familiar y también una cantidad 
de dinero casi obscena, pero con dos condiciones: el dinero no podía ser utilizado para 
ayudar a Toby y también tenía que cortar toda relación con él. Audrey se había negado a 
aceptar, pero… ¿Cómo iba a pagar los estudios de Toby en el MIT? ¿Cómo iba a hacer para 
que su hermano viviera su sueño? No podía optar a una beca estatal porque los ingresos de 
sus padres serían tenidos en cuenta hasta que cumpliera la edad de veinticinco años. 
Además, aunque hubiera podido tener acceso a esas becas, MIT era una universidad muy 
cara. Solamente el gasto en libros de texto abarcaba los ahorros de seis años de Audrey. El 
coste de la vida en Boston o en Cambridge también era alto y no había forma de cubrir esos 
gastos extra. 
 Audrey aún estaba pagando sus becas de estudiante. Su trabajo en Tomasi 
Enterprises apenas llegaba para mantenerse a flote y sus padres ya no estaban obligados a 
pagar la manutención de Toby al haber cumplido este la mayoría de edad. Toby había 
cumplido los dieciocho dos meses antes y las cosas empezaban a ir cada vez peor, pero 
Audrey se resistía a sacar dinero de la cuenta para sus estudios. Pasara lo que pasara, Toby 
tenía que seguir con su educación. 
 El mercado inmobiliario neoyorquino era además bastante precario. Incluso a las 
afueras, donde vivían en esos momentos, los alquileres eran bastante altos, y como no 
estaban en un apartamento de la ciudad no había control. Cada contrato nuevo que firmaba 
se llevaba una buena tajada de sus ingresos, y el de ese año terminaba un mes antes de la 
graduación de Toby. 
 Audrey no tenía ni idea de cómo iba a asumir un nuevo alquiler sin la paga mensual 
de sus padres para Toby. Encontrar un apartamento más barato dentro del mismo distrito 
escolar era una misión imposible. Llevaba tres meses buscando, pero solo había conseguido 
entrar en la lista de espera. 
 No sabía qué hacer a partir de ese momento, pero no iba a rendirse. Tal vez no le 
quedaran muchos sueños, pero seguía siendo tan testaruda como el primer día. 
 
 
 Incapaz de creerse lo que acababa de oír, Audrey permaneció en el cubículo, dentro 
del aseo de mujeres, durante unos minutos más. Esperó a que se fueran las dos empleadas. 
Los aseos de Tomasi Enterprises eran bastante coquetos. Había un área común con asientos 
donde las empleadas podían tomarse un descanso y darles el pecho a sus bebés cuando los 
llevaban a la empresa y los dejaban a cargo del servicio de guardería. La política pro 
familia de Vincenzo Tomasi era bien conocida por todos. 
 Aunque el director de Tomasi Enterprises era un adicto al trabajo incorregible, sí 
esperaba que los empleados con familia pudieran tener una vida más allá del trabajo. 
Muchas de las políticas de la empresa enfocadas a compaginar la vida familiar y 
profesional lo dejaban muy claro. 
 Y lo que Audrey acababa de oír indicaba que el señor Tomasi se tomaba su 
compromiso con la familia muy en serio, más en serio de lo que nadie hubiera podido 
imaginar. ¿Iría en serio todo aquello? ¿Diez millones de dólares por criar a los hijos de su 
hermano y su cuñada, recientemente fallecidos? ¿Y dos cientos cincuenta mil dólares al año 
hasta la mayoría de edad de los niños? 
 Sonaba demasiado bien para ser cierto. Además, la idea también resultaba un tanto 
inquietante. Claramente el señor Tomasi pensaba que podía comprar el amor de una madre, 
pero de esa forma acabaría encontrando a una mujer con el signo del dólar en los ojos, una 
como la que había escuchado a su asistente personal mientras se quejaba de la nueva tarea 
que le había sido asignada, algo casi imposible de conseguir. Por la forma en que le había 
hablado a Gloria, era evidente que estaba muy interesada en convertirse en la esposa del 
millonario, pero eso no la convertía necesariamente en una buena madre. 
 Sin embargo, hacer el papel no debía de ser difícil. ¿Cuánta gente de Boston creía 
que Carol Miller era una madre ejemplar? Era muy fácil aparentar algo de cara al público. 
Audrey lo sabía mejor que nadie porque alguna vez se había dejado engañar. 
 Las dos mujeres, enfrascadas en lo que sin duda era un asunto muy personal del 
señor Tomasi, no se habían molestado en comprobar si todos los cubículos del aseo estaban 
vacíos, y Audrey había oído más que suficiente. 
 
 
 Con las palmas de las manos sudorosas y un corazón que en ese momento hacía un 
solo de batería de rock, Audrey se paró delante de la puerta del despacho del señor 
Vincenzo. 
 ¿Realmente estaba preparada para hacerlo? Había pasado las tres noches anteriores 
dando vueltas en la cama. Solo dos cosas ocupaban su mente: el plan del señor Tomasi y el 
futuro de su hermano. Pero ese día, durante las primeras horas de la mañana, su cabeza 
había logrado conformar un plan propio. Era algo arriesgado, pero, si funcionaba, entonces 
podría darle a su hermano el mejor regalo de Navidad. Podría hacer que ese sueño por el 
que tanto se había esforzado se hiciera realidad. Pero seguir adelante con ello también 
podía resultar en un despido… 
 Audrey, no obstante, tenía esperanza. Todas las lecciones aprendidas a lo largo de 
seis años la hacían albergar una chispa de ilusión. Toby y ella habían llegado lejos, a pesar 
del abandono de sus padres, y no se habían visto en la necesidad de volver al redil con la 
cabeza gacha y una súplica en los labios. Eso le habían dicho sus padres cuando había ido a 
verles para pedirles ayuda para los estudios de Toby. Pero la esperanza ardía alegremente 
en su corazón. A lo mejor el destino les sonreía por primera vez en mucho tiempo. A lo 
mejor el destino la había puesto en ese aseo en el momento exacto para que oyera esa 
conversación. A lo mejor podía marcar la diferencia, no solo en su propia vida, sino 
también en la de su hermano, y en las vidas de dos niños huérfanos. Tal vez podía darles el 
cariño y el cuidado que tanto había querido dar a lo largo de su vida, la clase de cariño que 
su tío esperaba para ellos. 
 Era una locura. El plan que había ideado era un sinsentido. Eso era innegable. Y a lo 
mejor el señor Tomasi se reía de ella en su cara y la echaba del despacho, pero tenía que 
intentarlo. Y, si no salía bien, al menos Tomasi vería que la estrategia podía salirle muy mal 
y que podía acabar haciendo daño a esos niños a los que intentaba proteger. 
 Audrey había pasado mucho tiempo pensando si debía acercarse a Gloria o al señor 
Tomasi directamente, pero al final se dio cuenta de que no tenía elección, no siquería que 
el plan saliera bien. Si se acercaba primero a la secretaria, entonces le daría la oportunidad 
de rechazarla, y no podía permitir que eso ocurriera. 
 Además, tampoco podía olvidar esa conversación que había escuchado en el aseo. 
Si Gloria había caído en una falta de prudencia tan grande en lo referente a los asuntos de 
su jefe, no podía esperar ninguna discreción por su parte. Después de todo, la lealtad de la 
asistente hacia su jefe era bien conocida por todos. Tenía que encontrar la forma de 
acercarse al director sin que la asistente estuviera presente. No era tan difícil para ella como 
lo hubiera sido para cualquier otra persona que no llevara cuatro años encaprichada sin 
esperanza del hombre que dirigía la empresa que le daba de comer cada mes. 
 Había visto fotos de él antes de trasladarse a la central del banco, pero la primera 
vez que le había visto en persona había quedado fascinada. Le había observado, le había 
prestado atención a todo lo que se decía sobre él. Y todas las fantasías que preceden al 
sueño le habían tenido como protagonista durante más de cuatro años. La mano de Audrey 
se quedó quieta sobre el pomo de la puerta. De repente pensó que quizás el plan no era más 
que otra de esas fantasías locas. Cumplía todos los requisitos que Gloria había especificado, 
pero el señor Tomasi no esperaba una candidata procedente de los pisos inferiores de su 
propia empresa. Aunque hubiera nacido en una familia de la alta sociedad, no podía hacer 
uso de esa etiqueta en ese momento. Solo había pasado tres años en Barnard, pero su título 
era de la SUNY, y la única amiga que le quedaba de ese ambiente elitista era Liz, la 
compañera de piso que le había salvado la vida a Toby. 
 Además, aunque el señor Tomasi no quisiera a una supermodelo como Johana, su 
difunta cuñada, seguramente no estaría interesado en una mujer del montón como ella. Su 
pelo, color castaño claro, no era tan llamativo y oscuro como el marrón café que denotaba 
sus orígenes exóticos. Y sus sorprendentes ojos, de un color azul mediterráneo, no tenían 
nada que ver con los de Audrey, que eran color chocolate, como los de su hermano. 
Además, tampoco brillaban con la vitalidad de los de Toby. Las responsabilidades y el 
trabajo se lo habían arrebatado todo. 
 Su altura no era nada del otro mundo, y sus curvas no hacían detenerse a ningún 
hombre por la calle. Vincenzo Tomasi, en cambio, parecía un héroe de acción de una 
película. 
 Audrey sabía que no era la primera mujer que sufría un flechazo al verle por 
primera vez, pero alguien como él no iba a conformarse con algo que respondiera a la 
media. Intentó ponerle cota a sus pensamientos. Sabotearse a sí misma no era una buena 
idea. Tenía dos opciones: podía seguir adelante o dar media vuelta. Estaba encandilada con 
Tomasi. Eso era cierto, pero no iba a perder el trabajo por ese motivo. Estaba allí porque 
quería darles una vida mejor a tres niños a los que hasta ese momento les había tocado un 
lote muy difícil. Su hermano ya tenía dieciocho años, pero seguía siendo un niño en 
muchos aspectos, aunque él mismo dijera otra cosa. 
 Por su hermano, y por esos otros niños, no tenía más remedio que intentar 
aprovechar la oportunidad. Respiró profundamente y abrió la puerta del despacho de 
Tomasi. Él estaba sentado tras el escritorio, leyendo unos documentos. 
 –Pensaba que no ibas a volver hasta dentro de media hora –dijo, sin levantar la vista 
de la mesa. 
 El sonido de esa voz hizo que el aliento se le congelara en el pecho. De repente era 
imposible hablar. Creía que la persona que acababa de entrar era Gloria. 
 Tomasi levantó la cabeza al ver que nadie contestaba. Al verla, sus pupilas se 
dilataron momentáneamente a causa de la sorpresa. 
 –Se supone que hay que llamar antes de entrar al despacho del director general. 
 Era curioso que supiera con certeza que era una empleada, y no un cliente o un 
socio. 
 –Soy… –Audrey se detuvo y tragó en seco–. Soy Audrey Miller, señor Tomasi, y he 
venido a solicitar un puesto. 
 
 Capítulo 2 
 
 
 
 Enzu se quedó perplejo, algo que no solía pasarle con frecuencia. Habían pasado 
muchos años desde la última vez que alguien se había saltado el filtro de Gloria para 
dirigirse a él directamente. Nadie, excepto un empleado, podía llegar hasta el último piso 
del edificio sin escolta. La chica había tenido mucha suerte. Ese era el único momento en 
toda la semana en el que estaba en su despacho y Gloria no estaba en su puesto. Al ver la 
inteligencia que escondían esas pupilas color chocolate, Enzu se lo pensó mejor. A lo mejor 
no era suerte. Estaba planeado. Pero la señorita Miller no debía de estar al corriente de su 
debilidad por el chocolate. Aquellos ojos hermosos, teñidos de una extraña vulnerabilidad, 
resultaban muy convincentes. 
 En cualquier caso, no obstante, no podía dejar pasar la infracción. 
 –Hay procedimientos establecidos para solicitar un ascenso, pero ninguno de ellos 
consiste en interrumpir a un director muy ocupado. 
 Audrey se encogió por dentro al oír ese tono de voz gélido, pero no dio ni un paso 
atrás. 
 –Soy consciente de ello. Pero este trabajo en particular no aparece en la base de 
datos de ascensos y traslados. 
 –No tengo amantes en nómina –usó esa palabra despectiva para dejarle claro que 
sabía qué se traía entre manos. 
 La encontraba tentadora y eso le nublaba el sentido. Además, aparte de lo del 
chocolate, Enzu era un apasionado de las películas antiguas. Y esa mujer que acababa de 
irrumpir en su despacho, rompiendo el protocolo de la empresa, era la viva imagen de 
Audrey Hepburn. 
 Elegante y refinada, de una belleza discreta, Audrey Miller no podría haber recibido 
un nombre mejor de sus padres. 
 –No quiero ser su amante. 
 Enzu arqueó una ceja. ¿Por qué estaba prolongando tanto la conversación? A esas 
alturas ya debería haberla amenazado con informar a su supervisor. 
 –Le dijo a Gloria que necesitaba una madre para sus hijos y estoy aquí para solicitar 
el puesto. 
 Enzu tardó unos segundos en reaccionar. 
 –¿Gloria se lo dijo? ¿Piensa que sería una candidata adecuada? –no daba crédito a lo 
que acababa de oír. Una maniobra tan brusca no era propia de Gloria. 
 –No exactamente. 
 –Entonces, ¿cómo ha sido? 
 –Preferiría no decirle cómo me he enterado. 
 –¿Sabe Gloria que está aquí? 
 La señorita Miller se mordió el labio inferior. 
 –No. 
 –Entiendo. 
 –Lo dudo. 
 –¿Ah, sí? –le preguntó Enzu en un tono sarcástico. 
 –Si realmente tuviera esa capacidad de intuición, se daría cuenta del riesgo real que 
corren los niños si les compra una madre nueva. 
 –Pero has venido a pedir el trabajo, ¿no? –le preguntó Enzu con un cinismo 
descarnado. 
 –Sí. 
 –¿No es una hipocresía? 
 –No. 
 –¿No? 
 –Sé que estoy preparada para darles lo que otra mujer le prometerá solo para 
conseguir una vida de lujos y una recompensa multimillonaria. 
 –Le aseguro que no he construido un imperio sin tener la capacidad de ver más allá 
en las personas. 
 –Pero está haciendo esto sin sentimientos. 
 –Y eso me pone en mejor situación para decidir lo mejor para Franca y Angilu. 
 ¿Por qué estaba teniendo esa extraña discusión con una desconocida que acababa de 
entrar en su despacho? 
 –No cuando esa decisión depende de los sentimientos que quiere comprar para 
ellos. 
 –Una mujer no tiene que quererlos necesariamente para ser cariñosa con ellos. 
 –El hecho de que crea eso me demuestra que no sabe nada del tema. 
 –¿Cómo? 
 –¿Puedo sentarme? 
 –Tiene quince minutos. 
 Algo parecido al enojo cruzó aquel delicado rostro. Atravesó la estancia y fue a 
sentarse en uno de los modernos butacones de cuero que estaban frente al escritorio de 
ejecutivo. Como no decía nada, fue Enzu quien habló. 
 –¿Y bien? 
 –Está buscando a alguien que haga de sus hijos su primera prioridad en la vida, ¿no 
es así? 
 –No hace más que llamarles «mis hijos», perosabrá que solo tengo la custodia 
porque sus padres han muerto, ¿no? 
 –Lo sé, pero el deseo que tiene de darles una madre de verdad me hace pensar que 
quiere desempeñar el papel de padre dedicado al cuidado de sus hijos. Supongo que no debí 
dar cosas por sentado –añadió, como si estuviera hablando consigo misma. 
 –No se equivoca –podía ser un padre mucho mejor que Pinu. A su hermano le eran 
indiferentes sus dos hijos. 
 –Entonces, ¿sí que son sus hijos? 
 –Sí. 
 Audrey asintió con la cabeza, como si aprobara lo que acababa de decir. 
 –Bueno, volviendo a la pregunta… ¿Quiere a una mujer para quien Franca y Angilu 
sean siempre la prioridad? 
 –Sí. 
 –¿Y no cree que ella tiene que quererlos para poder hacer eso? 
 –La recompensa económica equilibra la balanza. 
 –¿Ah, sí? 
 –Claro –Enzu entendía cuál era el valor del dinero y sabía cómo usarlo. 
 –¿Y qué pasa si algo aparece en su vida que es más importante que el dinero que le 
paga para fingir que los niños son su prioridad? 
 –No va a fingir. 
 –Si es por dinero, ¿cómo va a hacer algo que no sea fingir? 
 –De todos modos, dudo mucho que surja algo que pueda hacerle sombra a diez 
millones de dólares. 
 –¿En serio? ¿Y qué me dice de un marido que valga treinta millones? 
 –Soy multimillonario. 
 –Suponiendo que se case con esa mujer, habría un acuerdo prematrimonial blindado 
que la proveería de un estipendio anual y de una recompensa de diez millones que será 
entregada dentro de veinte años. 
 –¿Cómo está tan segura de que habría un acuerdo prematrimonial? –eso no se lo 
había dicho a Gloria. 
 –Tiene sentido. Un hombre como usted no va a ofrecerle a una mujer la mitad de su 
imperio, independientemente de las circunstancias, y mucho menos si entra en su vida 
como parte de una propuesta empresarial, por muy personales que sean los términos. 
 Enzu bajó la cabeza un instante. Su clarividencia era digna de reconocimiento. 
 –No hay muchos multimillonarios que quieran casarse por ahí. 
 –Pero cuando uno se mueve en los círculos en los que usted se mueve, tiene más 
probabilidades de encontrárselos. 
 –No voy a dejarme engatusar por una cazafortunas. 
 –A lo mejor no… pero, aunque no se deje engatusar, tiene que entender que el 
dinero es un reclamo poderoso, pero no es el más importante. 
 Había algo en su tono de voz que le hizo pensar que decía la verdad, que realmente 
creía en lo que decía… 
 –Hay muy pocas cosas que puedan con el dinero. 
 –Bueno, se sorprendería. 
 Audrey suspiró con cansancio. Hacía falta algo más que una conversación 
superficial para suscitar esa clase de suspiro, pero ella lo tenía y lo daba 
desinteresadamente. No podía pensar en ella como la «señorita Miller». Era imposible. 
 –¿Cree que Johana Tomasi se casó con su hermano para tener la clase de vida de la 
que podía disfrutar siendo su esposa? 
 –Sí. 
 –Y, sin embargo, no fue una madre consagrada a sus hijos. 
 –¿Has investigado a mi familia? –le preguntó Enzu, tuteándola de repente. 
 –¿Pero qué dices? –dijo Audrey, devolviéndole el mismo trato. Se rio–. Llevo años 
en el departamento de atención al cliente. No estoy en condiciones de contratar a un 
investigador privado. Las hazañas de Johana siguieron estando en los tabloides después de 
que tuviera a los niños. 
 Enzu no pudo negarlo. 
 –¿Adónde quieres llegar? 
 –Tenía que saber que le pagarías mucho dinero con tal de que fuera una madre 
devota de sus niños. 
 Tanto su hermano como su cuñada habían sido conscientes de ello, pero se habían 
negado a recibir su ayuda a cambio de tener una vida más sosegada. 
 –Pinu y ella no querían el dinero, si no era para gastárselo en la vida que les gustaba 
vivir. 
 –Claro. 
 –Pienses lo que pienses sobre mí, no soy idiota. No tengo intención de meter a una 
mujer como esa en la vida de los niños. 
 –No creo que seas idiota. A lo mejor eres un poco ingenuo. 
 –No tengo nada de ingenuo. 
 –Oh, se te dan muy bien los negocios y la gestión del dinero… 
 –¿Pero? 
 –No entiendes los sentimientos. 
 –Los sentimientos son una debilidad que no me puedo permitir. 
 –Puede que eso sea verdad, pero… ¿realmente quieres privar a Franca y a Angilu de 
eso? 
 –Les daré todo lo que necesiten. 
 –Lo intentarás. Pero, si contratas a una madre para ellos, lo único que tendrás será la 
amabilidad que nace de una obligación laboral. 
 –Has venido a pedir el trabajo, pero no haces más que criticar el puesto. ¿Tratas de 
convencerme de que no lo harías por el dinero? 
 –Sí. 
 –Entiendo. 
 –Pero también te ofrezco amor para tus hijos, no solo un compromiso contractual. 
 –No puedes prometerme que los vas a querer. 
 –Claro que puedo. Son niños inocentes. Se han quedado sin sus padres. ¿Cómo no 
iba a quererlos? 
 Enzu la miró fijamente. La incomprensión se apoderaba de él por momentos. Ella 
creía en lo que decía, y sin embargo… 
 –¿Dices que ninguna otra mujer haría lo mismo? 
 –Yo no soy otras mujeres. Seguro que habría mujeres que los querrían, pero… 
¿crees que tu asistente sería capaz de encontrarlas y de proponerlas como candidatas? 
 –¿Por qué no? 
 Audrey echó la cabeza atrás, impaciente. 
 –He intentado explicártelo. Gloria y tú… Veis todo este asunto sin emociones. Y 
eso me garantiza que las mujeres que vais a encontrar tampoco tendrán sentimientos. 
 –Sigo sin ver el problema. 
 –No. Supongo que no lo ves. No debería haber venido. 
 –En eso al menos sí que estamos de acuerdo. 
 Esa vez Audrey dejó caer los hombros. Sin decir ni una palabra más, dio media 
vuelta y se dirigió hacia la puerta. Cruzó el despacho. Un halo de derrota la rodeaba. Al 
poner la mano en el picaporte, se detuvo un instante. 
 –¿Tengo que empezar a buscar otro trabajo? 
 –No. 
 Hizo girar el picaporte. 
 –Audrey… 
 –¿Sí? –no se dio la vuelta. 
 –Supongo que tenías más razones para creer que eras adecuada para el puesto, 
aparte de esa capacidad emotiva que acabas de adjudicarte. 
 Audrey se puso tensa, pero asintió con la cabeza. 
 –Cumplo con los requisitos. 
 –Dime cómo sabes en qué consisten esos requisitos. 
 Audrey sacudió la cabeza. 
 Gloria debía de haber compartido la información en un momento de indiscreción, 
pero ella no parecía dispuesta a delatar a su compañera. Su lealtad, al menos, era digna de 
admiración. 
 –No pienso hablar de esto con nadie –añadió Enzu. 
 Estaba claro que se había confundido mucho, pero tampoco quería hacerla pagar por 
ese error con su única fuente de ingresos. En el fondo, parecía que era sincera cuando decía 
que quería proteger a los niños. 
 –Gracias –su voz sonaba plana. Carecía de la pasión que había tenido un momento 
antes, mientras hablaban. 
 Quería marcharse, pero él volvió a pronunciar su nombre. Ella se detuvo sin decir 
nada. 
 –Mírame –le ordenó él. No iba a ser ignorado. 
 Ella se volvió. Tenía la cara rígida, como una estatua. No había signo alguno de 
debilidad, ni tampoco de emoción, y eso era algo digno de respeto. 
 –Ha sido un placer conocerte. 
 –Gracias. 
 Se marchó. La puerta se cerró tras ella silenciosamente. Enzu se dio cuenta de que 
le había molestado profundamente que no le hubiera devuelto las gracias. Estaba muy 
molesto en realidad. 
 Gloria fue a verle cuando regresó, unos minutos más tarde. La tarde iba a ser tal y 
como la había planeado. Hubiera sido una sorpresa de no haber sido así. 
 Sin embargo, durante las reuniones y las sesiones de trabajo, la discusión de Audrey 
no había hecho más que irrumpir en sus pensamientos. Recordaba la expresión de su rostro 
cuando le había dicho que no debería haber ido a su despacho. Lo había dicho como si se 
hubiera llevado una gran decepción. No podía sacarse la imagen de la cabeza. Pero sus 
pensamientos no tenían nada que ver con la nota que había dejado sobre el escritorio de 
Gloria, con el nombre de Audrey Miller escrito en el dorso. Audrey le había dicho que 
cumplíacon todos los requisitos. Si eso era cierto, entonces era una mala decisión no 
incluirla en la lista de candidatas. 
 La asistente le miró con ojos de escepticismo. 
 –¿Para qué es esto? 
 –La quiero en la lista. 
 –¿La lista? 
 –Las candidatas a madre de Franca y Angilu. 
 Gloria lo entendió todo por fin. 
 –Esa lista. Muy bien. Así lo haré. 
 –El viernes quiero tener sobre mi mesa los dossiers de al menos seis mujeres que 
cumplan los requisitos. 
 –Esa clase de trabajo de investigación va a costar un poco. 
 –¿Y? 
 –Nada. Solo quería que no sufriera un ataque cuando vea la factura. 
 –Yo no sufro ataques. 
 –Muy bien. Siempre y cuando no tenga uno cuando vea cuánto le va a costar este 
pequeño plan… 
 –Muy bien. 
 –Si no le importa que le pregunte… –le dijo Gloria cuando se disponía a regresar a 
su despacho para seguir trabajando. 
 –Adelante. 
 –¿Quién es Audrey Miller? 
 –¿No la conoces? 
 De repente, las implicaciones siniestras de aquel extraño intercambio con Audrey se 
hicieron evidentes. 
 –Trabaja aquí, ¿no? 
 –Podría –dijo Gloria–. No conozco a todos los empleados de Tomasi Enterprises. Ni 
siquiera yo soy tan eficiente. 
 –Búscala en la base de datos de empleados. 
 Gloria le lanzó una extraña mirada, pero hizo lo que le pedía. Un perfil de empleado 
apareció en la pantalla. La foto no era muy reciente y había sombras en sus ojos, sombras 
de miedo que no había visto ese día. Pero era la misma. 
 Había sido contratada por el banco seis años antes para trabajar en el servicio de 
atención al cliente. Por eso parecía tan joven en aquella foto. Entonces tenía veintiún años, 
así que tenía que tener veintisiete en ese momento. Al menos ese requisito sí lo cumplía. 
 Pero la forma en que se había hecho con esa información seguía siendo un misterio. 
 –¿No la conoces? –le preguntó a Gloria de nuevo. 
 –No. Ni siquiera me resulta familiar. Pero trabaja en el tercer piso. 
 Y los empleados de los pisos más altos apenas interactuaban con aquellos de las 
plantas inferiores. Enzu quiso preguntarle a su asistente cómo había tenido acceso a la 
información si ella no le había dicho nada, pero entonces se lo pensó mejor. Esa pregunta 
iba a llevarles a otras cosas, y entonces tendría que contarle que Audrey había estado en su 
despacho. 
 Su mente seguía volviendo a ella una y otra vez, pero era mejor hacer caso omiso. 
Solo sería una entre muchas candidatas. No sería la candidata principal. 
 Por mucho que su libido le pidiera otra cosa… 
 
 Capítulo 3 
 
 
 
 Confundida, Audrey colgó el teléfono y se quitó los auriculares. Otra persona podía 
atender las llamadas entrantes del servicio de atención al cliente durante un rato. La 
asistente del señor Tomasi acababa de comunicarle que tenía una entrevista con el director 
a la mañana siguiente. 
 Tenía que ser para el puesto de madre, pero, teniendo en cuenta cómo se había 
comportado con ella, no podía estar interesado en incluirla en la lista de candidatas para el 
trabajo… Y, sin embargo, al día siguiente tenía una entrevista. 
 
 
 Gloria acompañó a Audrey al despacho de Enzu. Este miró la hora en su reloj de 
pulsera. Era puntual. 
 –La señorita Miller, señor –dijo Gloria. 
 –Gracias, Gloria. 
 Miró a Audrey mientras cruzaba el despacho. No parecía tener prisa alguna. 
Mostraba mucho más aplomo que cualquiera de sus gerentes cuando acudían a su despacho 
para reunirse con él. Llevaba un vestido negro que parecía de imitación con una rebeca 
blanca. El collar de perlas que llevaba sin duda era falso, pero tampoco era tosco. Unos 
tacones discretos la levantaban del suelo unos centímetros. Era un conjunto elegante y 
barato al mismo tiempo. No había ni un ápice de sensualidad en las prendas y, sin embargo, 
Enzu sentía que su cuerpo reaccionaba a ella como si acabara de entrar desnuda en el 
despacho. Una maldición asomó en sus labios, pero finalmente decidió tragársela. No 
entendía por qué Audrey Miller le suscitaba una respuesta física tan repentina e intensa. 
Llevaba muchos años sin reaccionar así a una mujer. O bien llevaba demasiado tiempo sin 
practicar sexo, o ella era algo especial, pero el cinismo le llevaba a pensar que más bien se 
trataba de lo primero. Audrey se movía con una gracia inconsciente que le gustaba y Enzu 
se permitió el lujo de disfrutar observándola mientras atravesaba el amplio despacho. Esa 
era una de las estrategias que utilizaba para establecer su rol dominante en cualquier 
reunión que tuviera lugar en esa sala. 
 Pero Audrey no parecía dejarse intimidar, y eso le intrigaba. Se detuvo delante de su 
escritorio. 
 –Buenos días, señor Tomasi. 
 Enzu no contestó inmediatamente. Su cerebro se estaba empleando a fondo para 
controlar la reacción inesperada de su propio cuerpo. 
 –Gracias por tenerme en cuenta para el puesto. 
 Eran las palabras típicas que se utilizaban en cualquier entrevista y, sin embargo, la 
sinceridad de Audrey le tocaba por dentro. 
 Su voz era suave, aterciopelada, pero no débil. Había una fuerza sutil de mujer en 
ella. Todos esos veranos que había pasado en Sicilia le habían enseñado a reconocer esa 
voluntad especial, pero nunca había llegado a comprender del todo el acero que se escondía 
dentro de una mujer que se sacrificaba por su familia. 
 El silencio de Enzu debió de durar demasiado para Audrey. Cierta incomodidad 
empezaba a ponerse de manifiesto en su mirada de chocolate. Miraba a Gloria y después le 
miraba a él. 
 –Siéntate, Audrey –señaló la silla en la que se había sentado la semana anterior. 
 Ella asintió con la cabeza y se sentó con cuidado, como si las piernas no la 
sostuvieran. Su nerviosismo le sorprendía. 
 –Asumo que entiendes por qué estás aquí, ¿no? 
 –¿Quieres entrevistarme para el puesto de madre de tus hijos? –le preguntó ella con 
incredulidad. 
 –Sí. 
 –Oh, muy bien –parecía relajada, pero Enzu no sabía por qué tenía esa impresión 
exactamente. 
 –¿Sigues interesada en el puesto? 
 –Sí. 
 –Me alegra oír eso. 
 –¿Te alegra? Estaba casi convencida de que no me ibas a tener en cuenta. Pensaba 
que tenías un montón de dossiers de mujeres mucho más adecuadas sobre la mesa. 
 –No eres la única candidata. Claro. 
 –No. Claro que no –sus labios, perfectamente dibujados, se torcieron un poco. 
 Enzu sintió un deseo repentino de ver cómo se le hincharían los labios si la besaba. 
 –Traeré un poco de café –dijo Gloria con discreción. 
 Enzu asintió con la cabeza, pero Audrey miró a la asistente. 
 –Preferiría un té, si no es mucho problema. 
 Los ojos de Gloria emitieron un destello de admiración. 
 –Ningún problema. 
 –Gracias –Audrey le dedicó una sonrisa a Gloria antes de volverse hacia Enzu de 
nuevo. 
 La puerta del despacho se cerró. Enzu miró las preguntas que había preparado para 
la entrevista. 
 –Muy bien. Empecemos. 
 –Antes de hacerlo, tengo una pregunta para ti. 
 Enzu frunció el ceño. Sentía curiosidad, no obstante, así que asintió con la cabeza. 
 Unos ojos marrones muy serios le miraron fijamente. 
 –Mi hermano es homosexual y siempre será bienvenido en mi casa y en mi vida. 
 No había vacilación alguna en su voz. 
 –No es una pregunta –dijo Enzu. La información que acababa de darle, no obstante, 
sí explicaba algunas circunstancias que había descubierto mientras leía su dossier. 
 Audrey apretó los puños sobre su regazo. 
 –¿Supone algún problema? 
 –En absoluto. 
 Muchos le acusaban de ser un bróker despiadado, arrogante y controlador, pero 
tampoco era un fundamentalista. Audrey abrió los ojos. Su respuesta la había sorprendido. 
 –Entiendo que tus padres no son tan tolerantes, ¿no? 
 Eso explicaba por qué Audrey llevaba seis años cuidando de su hermano, a pesar de 
toda la riqueza de sus padres. 
 –Bueno, digamos que es una manera sutil de decirlo. 
 –Entonces tu hermano se fue a vivir contigo. ¿Y por qué no se hicieron cargo tus 
hermanos mayores?Audrey tenía dos. A ambos les iba bien en la vida. Tenían profesiones de éxito y 
hubieran tenido menos dificultades a la hora de responsabilizarse de un niño de doce años. 
 –Mis hermanos tienen los mismos prejuicios. 
 –Eso es una pena. 
 «Y es imperdonable», pensó, pero no lo dijo en voz alta. Él se había pasado toda la 
vida intentando proteger a su hermano Pinu, pero al final no había sido capaz de impedir la 
tragedia. 
 Audrey se encogió de hombros. 
 –Es lo que es. 
 –¿Es esa la razón por la que tus padres dejaron de pagarte los estudios cuando 
estabas en el tercer año de la carrera? 
 Enzu había intentado aclarar los hechos que la habían llevado a esa situación. Había 
ido a una de las universidades más prestigiosas, una de las pocas instituciones solo para 
mujeres que quedaban en el país. No había indicios de un comportamiento inapropiado que 
pudiera haber desencadenado esa decisión por parte de sus padres. 
 –Sí. 
 –¿Te viste obligada a conseguir un trabajo? –le preguntó Enzu, consciente de que lo 
había encontrado en el banco de su familia–. Tuviste que pedir el traslado a la universidad 
del estado para poder terminar el último año y seguiste con la carrera a tiempo parcial, ¿no? 
 –Sí. 
 –Seguro que no fue nada fácil. Y, sin embargo, aun así, aceptaste a Tobias. 
 Durante una fracción de segundo, una rabia negra ardió en la mirada de Audrey. 
 –Hubiera terminado en una casa de acogida o viviendo en la calle. ¿Hubieras dejado 
que eso le ocurriera a tu hermano pequeño? 
 –No –dijo Enzu. Había intentado proteger a su hermano incluso de sí mismo. 
 –Lo siento –su tono de voz y sus gestos estaban llenos de una simpatía sincera–. No 
debería haber dicho eso. 
 –Es la verdad. Tobias es un chico con suerte por tenerte como hermana. 
 –Toby. Odia que le llamen Tobias. 
 Enzu pensó que debía de odiarlo porque era el segundo nombre de su padre. Esbozó 
una media sonrisa. 
 –Entiendo. 
 –Toby es mi familia. 
 –Tu lealtad y tu tenacidad ante tantos desafíos es admirable. 
 –¿Cómo de detallado es ese dossier? –le preguntó Audrey, un tanto enfadada. 
 –Mucho –dijo Gloria al tiempo que dejaba sobre la mesa las tazas–. Tomasi 
Enterprises solo contrata a los mejores. El servicio de investigación que utilizamos conoce 
el nivel de exigencia del señor Tomasi. 
 –Imagino que no se te ocurrió preguntarme acerca de mi vida sin más, ¿no? 
 –Podrías mentir. Mi investigador no tiene por qué mentirme. 
 –Supongo que la mayoría de los hombres que ocupan un lugar tal alto en la 
pirámide corporativa son tan cínicos como tú. 
 Enzu tomó la taza de café que le ofrecía Gloria. 
 –Desde mi experiencia, eso es verdad. 
 Audrey abrió la boca para contestar, pero entonces se lo pensó mejor. Echó una 
cucharadita de azúcar en la taza y un poco de leche antes de echar el líquido caliente. 
 –¿Qué ibas a decir? –le preguntó Enzu en un tono curioso. 
 –Es que no sé si veo qué objetivo tiene esta entrevista. Parece que ya sabes todas las 
respuestas a las preguntas que planteas. 
 Enzu casi llegó a sonreír, pero finalmente no lo hizo. No sabía cuánto podía revelar 
una simple reunión, aunque solo hablaran del tiempo. 
 –No crees que sea importante determinar si puede haber o no un buen 
entendimiento entre nosotros, ¿no? 
 –Bueno, si tuvieras aquí a los niños, esa consideración en particular tendría mucho 
más sentido. 
 –¿Te das cuenta de que ser su madre también te convierte en mi esposa? 
 Audrey se sobresaltó. Dejó la taza sobre la mesa sin haber bebido nada. 
 –¿Qué? 
 –Tienes que haberte dado cuenta de que tienes que ser mi esposa para poder ser la 
madre de los niños. 
 –No había reparado en eso. 
 –¿Eso significa que quieres retirar tu solicitud de empleo? –Enzu formuló la 
pregunta sin tener ninguna duda acerca de la respuesta. 
 ¿Quién no querría casarse con un millonario? 
 Para su sorpresa, no obstante, Audrey se tomó varios segundos para considerar la 
pregunta. 
 –No inmediatamente. No. 
 Enzu frunció el ceño. No estaba satisfecho. 
 –Lo siento si te ofende. Es solo que no había tenido en cuenta… 
 –Sí, bueno, lo tendremos en cuenta. 
 Ella asintió con la cabeza. Todavía parecía un tanto confusa. 
 –No estás buscando una esposa de verdad, ¿no? 
 –La mujer a la que escoja compartirá mi casa, mi familia y muchos aspectos de mi 
vida. ¿De qué forma no te parece de verdad? 
 –Oh, yo… eh… Pensé que… –se sonrojó un instante y entonces el color huyó de 
sus mejillas. 
 –¿Te encuentras bien? 
 –Sí… –Audrey se aclaró la garganta–. Quiero decir que… sí. 
 Enzu la observó con atención mientras tomaba la taza de la mesa con manos 
temblorosas. Con los ojos cerrados, bebió otro sorbo más y entonces respiró varias veces 
antes de volver a poner la taza sobre la mesa. 
 –Eh… ¿Eso significa que… esperas relaciones conyugales? 
 –Obviamente esperaría tener sexo con mi mujer –en realidad, la idea no se le había 
pasado por la cabeza hasta ese momento. 
 –No me había dado cuenta. Yo no… Bueno, tú probablemente ya lo sabes –Audrey 
le dedicó una mirada cargada de significado–. Seguro que está en ese informe tan 
exhaustivo. Tus investigadores de primera línea no habrán dejado algo así fuera del 
informe. ¿No? 
 –¿De qué me estás hablando exactamente? 
 –Mi… Que soy… 
 Una idea peregrina desfiló por la mente de Enzu, pero la desechó casi de inmediato. 
Tenía veintisiete años, había ido a la universidad y había criado a un hermano durante seis 
años. 
 No había evidencia alguna de presencia masculina en la vida de Audrey en el 
informe, pero eso no significaba que no hubiera tenido pareja o amantes. Cualquier 
investigador lo hubiera tenido muy difícil para identificar a sus propias amantes en ese 
último año. 
 –Tu discreción con ese tema habla a tu favor y me hace creer que eres de confianza. 
 Audrey volvió a ruborizarse y fijó la vista en la taza de té. 
 –Soy una persona discreta. 
 –Ya me había dado cuenta. 
 –Pero no se trata tanto de discreción. Más bien es que no hay nada sobre lo que ser 
discreto –admitió ella, casi como si le diera vergüenza. 
 –Me gusta el sexo y me libera del estrés, como a ti, pero no disfruto de ello con 
tanta frecuencia como piensan muchos. 
 Enzu no era ningún santo, pero tampoco era como su hermano. Trabajaba sesenta 
horas a la semana y casi nunca se tomaba un día libre. No tenía tiempo para tener una 
amante, o citas frecuentes. Audrey hizo una mueca. Tenía las mejillas muy rojas. 
 –En ese sentido no he tenido mucha liberación de estrés. 
 –¿No? 
 –Nunca –admitió, como si le doliera hacerlo–. Lo entendería si quisieras concluir la 
entrevista en este momento. 
 –¿Me estás diciendo que eres virgen? 
 –Sí. 
 –Pero estabas comprometida –la relación había terminado poco después de que 
Toby se fuera a vivir con ella. Incluso habían publicado una cancelación formal en el 
periódico. 
 –Estábamos esperando a la noche de bodas. 
 –¿La gente todavía hace eso? 
 –Tal y como dicen mis padres, toda la gente que tiene conciencia lo hace. 
 –Parece que tienen una mente muy cerrada. 
 –¿Tú crees? –le dijo ella con sarcasmo–. Son unos hipócritas. Mi hermana mayor 
nació siete meses después de su boda. Y no era prematura. No importa lo que dijera mi 
madre después. 
 Enzu se rio con cinismo. 
 –Si bien tu virginidad es toda una sorpresa, el doble rasero de tus padres no me 
sorprende en absoluto. 
 Audrey asintió con la cabeza y se puso en pie. 
 –Muy bien. Te agradezco que me hayas tenido en cuenta para el puesto. Espero que 
encuentres a la persona que buscas. 
 Enzu también se puso en pie. Rodeó el escritorio y le impidió el paso. 
 –La entrevista no ha terminado. 
 –¿No? 
 La inercia la había hecho avanzar hasta quedar a unos pocos milímetros de su cara. 
 Su aroma, suave y floral, jugaba con sus sentidos. 
 –No. Estoy seguro de que comprendes que es mi responsabilidad decidircuándo 
termina esta entrevista. 
 –Sí, claro –Audrey dio un paso atrás. 
 Él dio un paso adelante. 
 Audrey abrió los ojos, pero no trató de retroceder más. No quería tropezar con la 
silla que tenía detrás y hacer el ridículo. 
 –Tengo otras cosas que hablar contigo. 
 Ella tragó en seco. Su mirada recaía inevitablemente en los labios de Enzu. La 
atracción era mutua. Él sonrió. 
 –Pero yo pensaba… –dijo Audrey, sacudiendo la cabeza. 
 –Solo un hombre muy inseguro se dejaría intimidar por una falta de experiencia de 
su futura pareja sexual. 
 –Oh. 
 Ese sonido sutil y aspirado le recorrió por dentro como una caricia. 
 –¿Crees que soy un hombre inseguro, Audrey? 
 
 Capítulo 4 
 
 
 
 Eh, no –la mirada de Audrey se desvió hacia la de él y entonces se detuvo en sus 
labios, como si no pudiera evitarlo. 
 ¿Era muy mala idea darle un beso durante la primera entrevista? El puesto era 
completamente atípico y no entraba dentro de ningún protocolo de recursos humanos. 
 –¿Parezco intimidado? –le preguntó él. 
 Audrey se humedeció los labios y dejó escapar una pequeña risotada. 
 –Definitivamente no. 
 –Entonces parece que esta entrevista no ha terminado –Enzu la agarró de los 
hombros y la condujo de vuelta a su asiento–. Ya te avisaré cuando hayamos terminado, 
¿de acuerdo? 
 –Sí. Muy bien. Eso estaría bien. 
 Enzu la soltó y dio un paso atrás. 
 –Sì. 
 –Naciste aquí en los Estados Unidos, ¿no? 
 –Sì. 
 –¿Por qué contestas en italiano a veces? 
 –No lo sé. Iba a Sicilia todos los veranos de niño y no hablábamos inglés en casa. 
 –¿Tu madre también es de ascendencia italiana? 
 –No. Y nuestra familia es de Sicilia. 
 –¿No es lo mismo? 
 –Para un siciliano no. 
 Audrey sonrió. 
 –Ya veo. 
 –Bene. 
 Habló en siciliano de nuevo, solo para hacerla sonreír. Y funcionó. 
 –Entonces tu madre aprendió siciliano, ¿no? 
 –No muy bien, pero mis padres casi nunca estaban en casa. 
 –¿Tus abuelos te criaron? 
 –La respuesta a esa pregunta es complicada. 
 –¿Tengo que usar esa respuesta? 
 –No. 
 Audrey le miró con paciencia, pero con un objetivo claro. 
 –Eres testarudo, creo. 
 –A lo mejor. 
 –Mi abuela pertenecía a otro siglo. Cuando yo nací se pasaba casi todo el año 
visitando a nuestra familia de Palermo. Mi abuelo estaba al frente del banco. 
 –Entonces, ¿me estás diciendo que nadie te crio en realidad? 
 Enzu se encogió de hombros. 
 –Fue mejor para Pinu. 
 –¿Porque intentaste criarle tú? 
 –Bueno, en realidad no sirvió de mucho. No pude darle una madre y un padre que le 
quisieran. Solo tuvo un hermano mandón. 
 –Estás decidido a hacer que sus hijos tengan una infancia mejor, ¿no? 
 Audrey se dio cuenta de que no quería mejorar su propia infancia, sino lo que no 
había podido darle a Pinu. 
 –Sì. 
 Enzu prefirió cambiar de tema cuanto antes. Se apoyó contra el escritorio y cruzó un 
tobillo por encima del otro. 
 –¿Sigues decidida a no tener sexo hasta que te cases? 
 Audrey se atragantó con el sorbo de té. 
 –¿Qué? ¿Por qué me preguntas eso? 
 –Porque, aparte de entenderse bien con los niños, mi esposa tendrá que ser 
sexualmente compatible conmigo. 
 –¿Tienes pensado acostarte con todas las candidatas? –le preguntó Audrey, 
sorprendida. 
 –No, Audrey. Una vez haya reducido la lista de candidatas a una sola, se la 
presentaré a los niños. También tendrá que ser compatible conmigo, sexual y socialmente. 
 –Estás hablando de escoger a una esposa como si fuera un empleado. 
 –Exacto. 
 –No eres normal, ¿sabes? 
 –Al contrario, los acuerdo empresariales para este tipo de cosas con muy comunes 
en mi mundo. 
 –Y todo sale muy bien, ¿no? 
 Enzu le dedicó una mirada de pocos amigos. 
 –¿Y si no me gusta la idea de tener que pasar por un examen sexual? 
 –Me temo que eso no es negociable. 
 –Pero eso no es legal. No puedes exigir sexo para un trabajo. 
 –Claro que no, pero, aunque parezca que estoy manejando la situación como si 
fuera a contratar a un empleado, en realidad no estoy contratando a un empleado. No va a 
trabajar para Tomasi Enterprises o para el banco. Serás mi esposa y la madre de los niños. 
Tu trabajo aquí no depende en absoluto de lo que pase en esta entrevista o, más tarde, entre 
nosotros. 
 –Eso no es cierto. 
 –¿Me estás acusando de ser un mentiroso? 
 –No exactamente. Es solo que, si fuera a ser elegida para ser tu esposa y madre de 
los niños, imagino que querrías que dejara mi trabajo. 
 –Correcto. 
 –Entonces… 
 –Si retiras tu candidatura, eso no tendrá ninguna repercusión en tu carrera dentro de 
Tomasi Enterprises, o dentro del banco, si pides un traslado allí. 
 –Con lo de retirar la candidatura… ¿qué quieres decir exactamente? 
 –Si te niegas a cumplir con el tema del contacto físico –Enzu no estaba dispuesto a 
medir sus palabras. 
 –Yo… Esto es una locura. ¿Sabes que es ilegal pagar por sexo en el estado de 
Nueva York? 
 Ofendido, Enzu la fulminó con la mirada. 
 –No voy a pagar por sexo. 
 –Bueno, a mí me ha sonado así. Dos cientos cincuenta mil dólares al año. 
 –Ese dinero está destinado a garantizar que mi esposa, la madre de los niños, no 
tenga que salir a trabajar para tener ingresos. Muchos hombres les dan a sus mujeres un 
pequeño salario mensual por este motivo. 
 –A lo mejor lo hacen en tu tramo fiscal. 
 Audrey permaneció en silencio durante unos segundos y entonces pareció llegar a 
una conclusión. 
 –Creo que deberías besarme. 
 –¿Qué? –Enzu no creía haber oído bien–. ¿Quieres que te bese? 
 –Sí. 
 –¿Por qué? 
 –Creo que eso es obvio. 
 –Explícamelo, por favor. 
 –Porque, si no tenemos la química que hace falta para darnos un único beso, el resto 
de la entrevista no servirá para nada. Como estás tan empeñado en que seamos físicamente 
compatibles… 
 Enzu asintió y se puso en pie, alejándose del escritorio. 
 –Es una idea muy interesante –le dijo, tendiéndole una mano. 
 Audrey miró su mano como si no pudiera imaginarse por qué estaba ahí. Con una 
mínima vacilación, puso la palma de la mano contra la de él. El simple contacto desataba 
una descarga que la recorría de arriba abajo. Él le agarró la mano y la ayudó a ponerse en 
pie. Sus cuerpos acabaron a unos milímetros de distancia. 
 Sus miradas se encontraron. La de ella estaba llena de expectación y de algo más 
que Enzu no había esperado encontrar. Era deseo. 
 –Me deseas. 
 –Quiero un beso –dijo ella, pero la verdad estaba ahí. 
 Enzu no podía ignorar el miedo. Quería darle el mejor beso que le hubieran dado en 
toda su vida porque era una prueba. No podía permitirse asustarla con una pasión 
arrolladora, pero tenía que demostrarle que había potencial. La agarró de la nuca y la hizo 
dar un paso adelante para que sus cuerpos se tocaran. Ella contuvo el aliento. Sus ojos se 
nublaron por la pasión. ¿Cómo era posible que una mujer como ella siguiera siendo virgen? 
 Enzu se inclinó hacia delante y le rozó los labios. Audrey dejó escapar el aliento, 
entreabriendo los labios. Y fue en ese momento cuando la besó. 
 No usó la lengua. Aún no era el momento. Se concentró en darle placer con los 
labios. Una ola de lujuria le recorría por dentro. Su cuerpo se tensaba por momentos con el 
deseo ávido de darle algo más que un simple beso. 
 Ella dejó escapar un leve gemido y Enzu comenzó a besarla con más fuerza, 
estrechándola contra su cuerpo. Tenía que sentir su excitación, pero no trató de apartarse. 
Empezó a moverse contra él y a rozarle, invitándole a algo más que resultaba casi 
irresistible. Quería desnudarla sobre la mullida alfombra blanca de su despacho, pero eso 
no era posible, así que suavizó el beso y se apartó. Ella gimió a modo de protesta. Le tiró de 
la cabeza y él la complació. Volvió a besarla, probando el deseo y el té que se había 
tomado. El dulzor de su boca no tenía nada que ver con el azúcar que llevaba la bebida. Ella 
ni siquiera le había tocado y ya casiestaba a punto de eyacular en los pantalones. ¿Qué le 
estaba pasando? Él nunca perdía el control de esa manera, ni siquiera cuando tenía sexo 
salvaje con alguna de sus compañeras más experimentadas. Un miedo desconocido le hizo 
apartarla bruscamente. 
 Ella levantó la vista y le miró con unos ojos velados por la pasión. Tenía los labios 
hinchados por los besos, tal y como había imaginado que estarían. 
 –Yo… Eso ha sido… 
 –Sí. Lo ha sido. 
 Audrey reparó en su abultada bragueta. 
 –Sí. Te deseo –Enzu apretó los dientes. 
 No quería mostrar vergüenza alguna ante la evidencia de su propia excitación. 
 –¿Estás de acuerdo en que la química que hay entre nosotros es suficiente para 
seguir adelante con esta entrevista? 
 Durante unos segundos, Enzu creyó que no iba a contestar. Ni siquiera sabía si 
había entendido la pregunta. 
 Finalmente asintió, no obstante. 
 –La entrevista. Muy bien. Sí. Deberíamos seguir. 
 
 
 Audrey se dejó caer en el sofá del salón del pequeño apartamento que compartía con 
su hermano. 
 Estaba agotada, confundida. La extraña entrevista que había tenido con Vincenzo la 
había afectado tanto que había pedido el resto del día libre. Ya no podía volver a pensar en 
él como el señor Tomasi, después de ese beso que se habían dado. 
 Ese beso… 
 Nunca había experimentado nada parecido. Thad y ella habían estado prometidos 
durante dos años, pero jamás había recibido una descarga semejante durante su relación con 
él. 
 Vincenzo Tomasi sabía lo que hacía con los labios. Si de ella hubiera dependido, 
todavía hubieran seguido besándose, pero Gloria les había interrumpido para recordarle a 
Vincenzo que tenía una reunión a las diez y media. 
 Él le había dicho a la asistente que pospusiera la reunión y había seguido con sus 
preguntas agotadoras, a veces ofensivas. Su fría profesionalidad contrastaba con el beso 
ardiente que habían compartido unos momentos antes. Se había comportado como si no 
hubiera sido nada. A lo mejor para él no lo había sido. Seguramente estaría acostumbrado a 
excitarse hasta ese extremo. Sin duda alguien como él no debía de padecer los estragos de 
la lujuria no correspondida. 
 Afortunadamente, Audrey tenía varias horas por delante para poder relajarse y 
pensar en todo con la cabeza fría. Toby tenía rugby después de las clases y no llegaría hasta 
muy tarde. La temporada casi había acabado, pero Audrey no esperaba verle mucho esos 
días. Su hermano tenía una vida social y académica muy ajetreada. No podía estar más 
orgullosa de él. Ella siempre había sido un poco tímida, pero Toby no lo era, ni un poco. 
 Era un chico seguro de sí mismo, afable y muy inteligente. Teniendo en cuenta todo 
lo que había pasado en su vida, era casi un milagro. No sabía cómo reaccionaría al conocer 
a Vincenzo, no obstante. Y la idea de que llegaran a conocerse era mucho más factible 
después de lo ocurrido esa mañana. 
 Aquel beso había demostrado la química que había entre ellos y la entrevista se 
había prolongado hasta mediodía. Finalmente, él le había pedido que firmara un documento 
de confidencialidad y había salido del despacho para darle instrucciones a Gloria. 
 La asistente había regresado unos minutos después con los papeles, listos para 
firmar. 
 Aturdida por ese beso arrollador, Audrey no se había tomado todo el tiempo que 
debía para leer los documentos. Los primeros párrafos eran idénticos a los del documento 
de confidencialidad que había firmado al entrar en la empresa años antes, así que había 
terminado leyendo las palabras superficialmente. 
 Audrey sentía mariposas en el estómago. ¿Y si se volvía adicta a él, a sus besos, a la 
forma en que le hiciera el amor? Su miedo más profundo residía en la posibilidad de que su 
falta de experiencia en ese ámbito pudiera apagar la chispa de la química que parecía haber 
entre ellos. 
 
 Capítulo 5 
 
 
 
 Enzu se sorprendió ante su propia impaciencia mientras esperaba a que el conductor 
recogiera a Audrey. Estaba en el coche, delante del edificio de apartamentos, revisando 
correos electrónicos en su tablet personal. No era un complejo nuevo de edificios, pero 
todo estaba muy cuidado. Había un grupo de adolescentes jugando al baloncesto al final del 
aparcamiento. Si no se equivocaba, uno de esos jóvenes era el hermano de Audrey. El chico 
parecía igual que en las fotos que había visto en su dossier, corpulento y musculoso. De 
repente capturó la pelota, se detuvo en seco y miró en la dirección del coche. Le saludó con 
la mano y gritó. Enzu se dio cuenta de que Audrey acababa de llegar. Ella saludó a su 
hermano al tiempo que el conductor le abría la puerta del vehículo. 
 –Buenos días, Vincenzo –le dijo, sin mirarle ni una vez–. Se está bien aquí dentro. 
Creo que no necesito esto –añadió, quitándose el chaquetón marinero que llevaba puesto–. 
No me gusta llevar puesto el abrigo si el viaje es largo. 
 –Pues entonces ya somos dos. 
 Enzu se había quitado la chaqueta del traje antes de salir de Manhattan. 
 –¿Quieres poner el abrigo delante, junto al conductor? –le preguntó a Audrey al ver 
que ella tenía intención de ponerlo entre ellos. 
 Ella tardó un poco en contestar, pero finalmente accedió. 
 Enzu volvió a cerrar la ventana de cristal que separaba el habitáculo del coche en 
dos partes. El conductor no oiría lo que hablaran y el cristal era reflectante de su lado. 
 –¿Vincenzo? –le dijo cuando ya estaban en camino. 
 Ella le miró a los ojos por fin. 
 –¿En serio? ¿Me vas a decir que debería llamarte señor Tomasi cuando conozca a 
tus hijos? 
 Audrey no quiso mencionar el beso que se habían dado. 
 –La niñera me llama señor Tomasi. 
 –Pero ahora no vas a contratar a una niñera, ¿no? Estás buscando una esposa que 
ejerza de madre. 
 –Ahí tienes razón. 
 Enzu podía imaginarse su expresión de incredulidad, pero su rostro permaneció 
impertérrito. 
 –Estoy acostumbrado a que mis empleados me tengan un respeto enorme. 
 Audrey se rio como si fuera una broma. 
 –Ninguno de tus empleados va a tener que someterse a una prueba de 
compatibilidad sexual. ¿No? 
 –Claro que no. Pero tampoco es como para que te parezca la espada de Damocles. 
 –Y eso lo dice el hombre que utiliza el sexo como un mecanismo antiestrés. Podrías 
empezar a hacer yudo o algo así. Podrías empezar a ir al gimnasio. 
 Enzu se rio a carcajadas. 
 –Ya voy al gimnasio seis días a la semana. 
 –¿Seis? Yo dejé que Toby me convenciera para ir a correr con él tres veces a la 
semana y eso ya es más que suficiente. ¿Qué te pasa? ¿Estás obsesionado o algo así? 
 –En absoluto. 
 –Me sorprende que te quede algo de energía para el sexo. 
 –Te prometo que sí. 
 Audrey dejó escapar el aliento y murmuró algo casi ininteligible. 
 –Te va a gustar. Te lo prometo. 
 –Bueno, habrá que verlo. 
 Enzu sintió unas ganas repentinas de besarla. 
 –Creo que ya ha quedado demostrado que el pronóstico es bueno. 
 Ella abrió la boca para decir algo, sacudió la cabeza y volvió a cerrarla. 
 Él esperó. 
 –¿Cuánto falta para llegar a tu casa? 
 –Una hora y media. 
 –Eso no puede ser bueno. 
 Enzu se encogió de hombros. 
 –Puedo trabajar en el coche. Cuando tengo prisa, uso el helicóptero. 
 –De todos modos, un viaje de hora y media todos los días tiene que ser agotador. 
 –Solo voy a casa los fines de semana. El ático de Tomasi Enterprises está dividido 
en tres apartamentos. El mío ocupa la mitad del espacio y hay otros dos más pequeños que 
se usan para cosas profesionales. 
 –¿Solo ves a los niños los fines de semana? 
 –Te aseguro que no es una práctica tan extraña en este mundo. 
 –¿Pero quién cuida de ellos durante la semana? 
 –Ahora mismo, la niñera. Pero, si haces memoria, verás que la respuesta a esa 
pregunta es la razón por la que nos encontramos en este coche ahora. 
 –Espero haberme vestido adecuadamente –dijo ella, intentando cambiar de tema–. 
Mi madre siempre me decíaque en el armario de una señorita no debería haber vaqueros, 
pero yo vivo con ellos puestos cuando no estoy en la oficina. 
 Enzu se fijó en el vaquero ceñido que llevaba puesto. Lo había combinado con un 
suéter de color naranja que insinuaba unas curvas discretas. Sus zapatillas no eran nuevas, 
pero tampoco parecían muy gastadas. 
 Llevaba unos aros pequeños de oro y se había hecho una coleta. Era un look mucho 
más informal del que solían llevar las mujeres de su círculo, pero no lo encontraba 
desagradable. 
 –No, supongo que no –Audrey le dedicó una mirada seria–. No he olvidado aquello 
de lo que estábamos hablando. 
 –Oh –exclamó Enzu. Pensaba que no quería hablar más de ello. 
 –Si vives en la ciudad durante la semana, entonces los niños también deberían estar 
ahí contigo. 
 Enzu se dio cuenta de que él sí había olvidado ese tema en particular. 
 –No puedes estar hablando en serio –no podía ni imaginar cómo se las arreglarían 
dos niños pequeños en su moderno ático de soltero. 
 –Si tú hablas en serio, yo también. 
 –¿Qué quiere decir eso? 
 –Si estás decidido a ser el padre de los niños, de la misma forma que la mujer a la 
que contrates va a ser la madre, entonces harás todo lo que esté en tu poder para verles con 
frecuencia. 
 –Los niños necesitan un espacio para jugar, para salir fuera. 
 –Entonces llévales al parque. Haz un jardín en la azotea, si no hay uno en el 
edificio. Eres millonario. Tienes muchas opciones. 
 Enzu se dio cuenta de que ella tenía razón. 
 –Tú no tenías opciones, hace seis años. 
 –No. No las tenía –un viejo dolor asomó en sus ojos, y entonces desapareció con la 
misma rapidez–. Pero hice todo lo que pude por Toby con lo que tenía en mis manos. 
 –Hiciste un trabajo excelente, en todo caso. 
 –¿Has investigado a Toby también? –le preguntó ella, y entonces sacudió la cabeza–
. Claro que sí. 
 –No es cualquier cosa que haya ganado una beca en MIT. 
 –Es parcial. 
 –Sí. 
 La beca dependía de que Tobias terminara el último año con toda la carga de 
asignaturas y con una media de casi diez puntos. 
 Teniendo en cuenta lo bien que lo había hecho todo hasta ese momento, Enzu estaba 
seguro de que el chico podía conseguirlo y, al parecer, la prestigiosa universidad también 
apostaba por él. 
 –Él es la razón por la que quieres este puesto, ¿no? 
 Por regla general, Enzu prefería sacar sus propias conclusiones acerca de la 
motivación de la gente. Cuando preguntaba, normalmente obtenía una mentira. Sin 
embargo, en ese caso concreto sí quería confirmar sus suposiciones. 
 –En parte, sí. 
 –¿Tus padres no quieren ayudar con sus estudios? 
 –No le hubieran dado la manutención si el estado no les hubiera obligado. 
 –Eso es criminal –exclamó Enzu. 
 Aunque hubiera nacido en los Estados Unidos, toda su familia era siciliana y los 
sicilianos cuidaban de los suyos, sin excepciones. Su padre y su hermano no habían 
heredado el gen, pero él sí. Si un siciliano tenía la oportunidad de mandar a su hijo a una 
buena escuela, entonces lo sacrificaba todo para conseguirlo. Eso había hecho su 
tatarabuelo para su propio hijo, y gracias a él la familia había hecho una fortuna. Audrey 
dejó escapar una risotada amarga. 
 –Yo siempre pensé eso, pero con el tiempo he aprendido algo respecto a mis padres. 
Si no son capaces de controlar a sus hijos, para ellos es un fracaso, y el fracaso es 
inaceptable. Es mejor borrar todo rastro del fracaso. Siempre fueron fríos, difíciles de 
complacer. No recuerdo que nos hayan dicho nunca que nos quisieran, así que no me 
sorprendería nada que no nos quisieran. 
 –¿Y aún así tuvieron cuatro hijos? 
 –Los dos primeros fueron esperados. Yo ya llegué cuando no me esperaban, y Toby 
fue un accidente. 
 –Ningún niño es un accidente –dijo Enzu. 
 –Franca no es hija de Johana –Enzu no quería admitirlo, pero al final iba a tener que 
decírselo si resultaba ser la candidata ideal. 
 –Lo sé. Empezaron a salir hace tres años. 
 –Ya veo que tú también has estado investigando. 
 –¿Te sorprende? 
 –No. Más bien estoy impresionado. 
 –Es curioso. Mi dossier era bastante invasivo. 
 –A lo mejor estoy demasiado acostumbrado a ser siempre el objeto de interés. 
 –Tu hermano y tus padres pasan mucho tiempo en los medios. 
 –Tengo que hacer un gran esfuerzo y tener una gran capacidad de previsión para 
mantener mi vida en el ámbito de lo privado. 
 –Eso lo explica todo. 
 –¿Qué? 
 –Por qué no hay nada de información acerca de las novias o las aventuras amorosas 
de un hombre que asumió la presidencia del banco de su familia a los veintitrés años y se 
convirtió en millonario a los treinta y cinco. En los medios solo aparecen las hazañas 
empresariales. 
 –Mis escarceos no tienen mucho interés para los medios. 
 –Y si lo tienen te aseguras de mantenerlo todo en secreto. 
 –¿Te refieres a algo en concreto? 
 –Tomasi Enterprises inyecta fondos a una fundación que ha donado cantidades 
enormes de dinero para la reconstrucción de zonas asoladas por el desastre, como Nueva 
Orleans. 
 –¿Cómo has averiguado eso? 
 –Ya te lo he dicho. La literatura inglesa requiere de una habilidad especial para 
seguir la pista de referencias oscuras y conexiones inesperadas… ¿Por qué no quieres que 
se sepa que tu empresa realiza una labor social? ¿No sería bueno para la imagen de la 
institución? 
 –No me conviertas en un héroe. No lo soy. Olvidas una verdad básica que subyace a 
todo esto. En el fondo, soy un empresario sin corazón. Vas a salir herida. Si mis intereses 
entraran en conflicto con los tuyos podría hacerte daño, pero preferiría no hacértelo. 
 –Trataré de recordarlo. 
 A Enzu no le gustó el humor que contenían sus palabras. 
 –Hazlo. 
 –Dime cómo te convertiste en el presidente del banco con veintitrés. 
 –Mi padre renunció a su cargo. 
 –¿Pero no había asumido el cargo unos pocos años antes? 
 Enzu se dio cuenta de que había investigado muy a fondo. 
 –Sí. Mi abuelo no pudo seguir al frente de la empresa por sus problemas de corazón. 
Creo que ninguno de los dos quería que mi padre ocupara un puesto en la cadena de mando. 
 –Porque tu padre prefiere pasarlo bien antes que asumir la responsabilidad de hacer 
el dinero que hace falta para pasarlo bien, ¿no? 
 –Trabajaba en el banco todos los fines de semana y también en el verano desde los 
catorce. Y después estuve haciendo prácticas en gerencia mientras me sacaba la carrera en 
Columbia. Digamos que crecí en el banco. 
 –Nunca huiste de la responsabilidad, pero no debió de ser fácil ver cómo tu 
hermano disfrutaba de su juventud de una forma que a ti te estaba vedada. Bueno, tu padre 
también disfrutaba de la vida como si fuera un veinteañero. Y mientras tanto, tú estabas 
ocupado salvando la fortuna de la familia. 
 –¿Por qué iba a quejarme? Siempre quise hacerme cargo del banco. 
 –¿Por qué? 
 –Me dolía verlo zozobrar bajo la dirección de mi padre. Incluso mi abuelo dejó 
pasar muchas oportunidades de hacer crecer el negocio. Estaba demasiado ocupado 
complaciendo a una clientela limitada que tenía vínculos con Sicilia. 
 La filial siciliana, Banca Commerciale di Tomasi, había sido el origen del banco, 
pero no tenía por qué seguir siendo el centro de operaciones de la multinacional. 
 –Tomasi Commercial Bank siempre ha estado orgulloso de poder servir a los hijos 
de Sicilia, pero ahora mismo la parte americana está mucho más diversificada y es más 
internacional. Cuando asumí el mando, el banco solo tenía tres sucursales en la Costa Este. 
Tres años más tarde, teníamos sucursales en todas las ciudades grandes del país. 
 –¿Fue entonces cuando dejaste en manos de un equipo de gerentes las operaciones 
del día a día? 
 –Sí. Sigo ocupándome de la política financiera y de las inversiones más grandes, 
pero intento que mi implicación se ciña a una conferencia a la semana y a alguna reunión 
esporádica. 
 –Eso me resulta difícil de creer.

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