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EEll sseeccrreettoo ddee JJoohhnn Diana Palmer Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 2-95 Argumento: Muchas veces, las cosas no son lo que parecen. Sassy Peale estaba desesperada por ayudar a su familia, pero su exiguo sueldo no le daba para mucho. Entonces conoció a John Callister y creyó que su nuevo amigo era un sencillo, rudo y honesto vaquero en el que se podía confiar. Pero John no era un trabajador de rancho, sino un millonario perteneciente a una de las familias más poderosas de Montana y, cuando Sassy descubrió quién era realmente, no le cupo ninguna duda de que el arrogante millonario sólo estaba jugando con ella. John tendría que convencerla de que era el hombre que ella creyó ver en un principio: un diamante en bruto. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 3-95 Capítulo 1 Aquel pueblecito, Hollister, no era mucho mayor que Medicine Ridge, en Montana, donde John Callister y su hermano Gil tenían un rancho muy grande. Pero habían decidido que no era muy inteligente pasarse toda la vida confinados en una zona. Necesitaban salir un poco, tal vez intentar hacer algo diferente. En su rancho se ocupaban de los toros de raza y de su cría con la tecnología más moderna. John y Gil habían decidido probar algo nuevo allí, en Hollister: un rancho que se dedicaría exclusivamente a los toros jóvenes utilizando la última tecnología en crecimiento, peso y aumento de musculatura, entre otras cosas. Además, iban a probar nuevos programas de crecimiento que combinaban grasas orgánicas con proteínas y pienso para mejorar la producción de ganado. Una de las principales revistas agrícolas del país había publicado un artículo sobre sus últimas innovaciones. Gil había salido en la foto con sus hijas y su nueva esposa. John, que estaba en una feria de ganado, se había perdido la sesión de fotos. No le importaba. Nunca le había gustado la publicidad. Ni tampoco a Gil, pero no podían dejar pasar la oportunidad de dar a conocer su ganado, que era genéticamente superior. John era el que solía viajar para exhibir los toros, pero estaba empezando a cansarse de pasarse la vida en la carretera. Ahora que Gil se había casado con Kasie, su antigua secretaria, y que las hijas que Gil tuvo en su primer matrimonio, Bess y Jenny, estaban en el colegio, John se sentía más solo que nunca. La nueva boda de Gil le había hecho ser consciente del paso del tiempo. Ya había pasado los treinta y, aunque salía con chicas, nunca había conocido a ninguna mujer que deseara conservar. También comenzaba a oxidarse en el rancho familiar. Por eso se presentó voluntario a ir a Hollister a reconstruir el antiguo rancho de ganado que Gil y él habían comprado y que deseaban convertir en una instalación puntera de la cría de ganado de raza. La casa, que John sólo había visto en fotos aéreas, era un desastre. El antiguo dueño no le había hecho mantenimiento durante años. Las vallas estaban rotas y el ganado se escapaba, el pozo se había secado, el corral se había venido abajo… El dueño decidió finalmente vender el rancho a precio de saldo, y los hermanos Callister se lo habían comprado. Ahora John tenía una visión de primera mano de la monumental tarea que lo esperaba. Tendría que contratar mano de obra, construir una cuadra y un establo, gastarse varios miles de dólares en la reconstrucción de la casa, construir un pozo, levantar de nuevo las vallas, comprar equipo… Aquello le llevaría muchos meses. Y había que hacerlo antes de llevar el nuevo ganado. En el corral había dos caballos, era todo lo que quedaba de los Appalossas del antiguo dueño. Corría prisa construir un establo; ésa era, junto con la casa, su prioridad. John estaba durmiendo por el momento en el suelo con un saco de dormir. Se calentaba el agua para afeitarse con un camping gas y se bañaba en el arroyo. Afortunadamente, era primavera. Compraba la comida en el único café del pueblo, donde comía dos veces al día. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 4-95 Era una vida dura para un hombre acostumbrado a hoteles de cinco estrellas y a comer en los mejores restaurantes. Pero él lo había decidido así. Conducía hasta el pueblo en una camioneta de gama media. Ningún signo exterior mostraba su riqueza, y no tenía amigos por allí. Sólo conocía a los vaqueros que iban a empezar a trabajar para él. La gente del pueblo ni siquiera sabía todavía cómo se llamaba. El sitio por el que debía empezar, se dijo, era el almacén de piensos. Vendía suministros para ranchos, arreos incluidos. Tal vez el dueño supiera dónde encontrar un constructor bueno. Se detuvo frente a la puerta principal y entró. Era un lugar bastante polvoriento. Al parecer, sólo había un empleado, una joven de cabello oscuro y ondulado y bonita figura que llevaba un jersey de ochos con pantalones vaqueros gastados y botas. Estaba clasificando unas bridas, pero alzó la mirada cuando lo vio acercarse. Como los viejos vaqueros, John llevaba botas con espuelas que tintineaban al caminar. También llevaba un viejo Colt del 45 en una cartuchera que le colgaba en las caderas bajo la camisa vaquera abierta que llevaba con vaqueros y camiseta negra. Aquella parte de Montana era una zona peligrosa y no pensaba salir sin algún medio de protección contra potenciales depredadores. La joven se quedó mirándolo fijamente de un modo extraño. John no era consciente de que tenía el aspecto de una estrella de cine. El cabello rubio que asomaba bajo el ala del sombrero de vaquero brillaba como el sol, y tenía un rostro muy atractivo. Poseía el cuerpo de un jinete: alto, elegante y musculado, pero sin excesos. —¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó una voz furiosa desde la parte de atrás—. Te dije que metieras esos sacos nuevos de grano antes de que la lluvia los estropee, no que jugaras con los arreos. ¡Mueve tu perezoso trasero, chica! La joven se sonrojó. Parecía asustada. —Sí, señor—dijo rápidamente, dirigiéndose a hacer lo que le habían pedido. A John no le gustó el modo en que aquel hombre le había hablado. Era muy joven, probablemente no habría cumplido los veinte años. Ningún hombre debería hablarle así a una chica. John se acercó a él con expresión neutral, pero sus ojos azules brillaban de ira. El hombre, que estaba obeso y era mayor que John, se giró al verlo acercarse. —¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó con voz aburrida, como si no le importara hacer negocio. —¿Es usted el dueño? —quiso saber John. —Soy el encargado. Me llamo Bill Tarleton. —Necesito alguien que me construya una cuadra —dijo John echándose el sombrero hacia atrás. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 5-95 El encargado arqueó las cejas y deslizó la mirada por los gastados vaqueros de John y su ropa barata. Se rió y compuso una expresión burlona. —¿Tiene un rancho por aquí cerca? —preguntó con desconfianza. John contuvo la furia. —Mi jefe tiene uno —dijo siguiendo un impulso—. Está contratando gente. Acaba de comprar el rancho Bradbury. —¿Esa ruina? —Tarleton torció el gesto—. Bradbury no hizo absolutamente nada por conservarlo en buen estado. Nadie entiende por qué. Hace años tenía buen ganado, venía gente de Oklahoma y de Kansas para comprarle. —Se hizo viejo —respondió John. —Supongo que sí. Una cuadra —murmuró el encargado—. Bueno. Jackson Hewett tiene una empresa de construcción. Hace casas, pero supongo que podría construir una cuadra. Vive justo a las afueras del pueblo, cerca de la antigua estación de tren. Su teléfono viene en la guía local. —Gracias —dijo John. —Su jefe necesitará pienso y arreos, ¿no? —Preguntó Tarleton—. Lo que no tenga aquí puedo encargarlo. —Lo tendré en mente —contestó John—. Ahora mismo lo quenecesito es una buena caja de herramientas. —¡Sassy! —Gritó el otro hombre—. ¡Trae una de las cajas que habíamos empezado a colocar! —¡Sí, señor! —se escuchó el sonido de unas botas. —No me sirve de mucha ayuda —murmuró el encargado—. A veces falta al trabajo. Tiene a su madre con cáncer y una hermana pequeña de seis años que adoptó su madre. —¿Y la madre no recibe ninguna ayuda del gobierno? —preguntó John con curiosidad. —No mucha —le contó Tarleton—. Antes de enfermar tampoco trabajaba. Sassy es la única que lleva dinero a casa. Su padre se marchó hace años con otra mujer. Al menos, tienen una casa. No es gran cosa, pero es un techo. John sintió una punzada en el corazón al ver a la joven cargando con una pesada caja de herramientas. Apenas parecía tener fuerzas para levantar unas bridas. —Espera, deja que te ayude —dijo John colocando la caja sobre el mostrador y abriéndola. Alzó las cejas mientras examinaba las herramientas—. Está muy bien. —Es cara, pero vale la pena —le dijo Tarleton. —El jefe quiere abrir una cuenta a su nombre, pero esto lo pagaré en efectivo — dijo John sacando la cartera—. Me dio dinero suelto para pagar lo esencial. Los grandes ojos de Tarleton se hicieron todavía más grandes cuando John empezó a sacar billetes de veinte dólares. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 6-95 —De acuerdo. ¿A nombre de quién pongo la cuenta? —Callister —le dijo John sin vacilar—. Gil Callister. —Sí, he oído hablar de él —contestó Tarleton—. Tiene un rancho enorme en Medicine Ridge. —Ese mismo —respondió John algo inquieto—. ¿Lo ha visto alguna vez en persona? —¿Yo? —el encargado se rió—. No señor, yo no me muevo en esos círculos. Por aquí somos gente de pueblo, no millonarios. John sintió que sería una ventaja que la gente del lugar no supiera quién era realmente. Al menos, por el momento. Estaría bien ser uno más por una vez. Su riqueza solía atraer a los oportunistas, sobre todo en el caso de las mujeres. Interpretaría el papel de vaquero. —Dígale al señor Callister que aquí le conseguiremos todo lo que necesite — aseguró Tarleton con una sonrisa—. Ahora mismo le abro la cuenta. ¿Y usted se llama…? —John Taggert —respondió él dando su segundo nombre como apellido. La joven seguía al lado del mostrador. John le pasó los billetes de la caja de herramientas y ella los metió en la caja registradora y le devolvió el cambio. —Gracias —dijo él sonriendo. —De nada —respondió ella sonriendo a su vez con timidez. Tenía los ojos verdes y cálidos. —Vuelve al trabajo —le ordenó Tarleton. —Sí, señor —se giró y volvió a centrarse en los sacos que tenía que cargar sobre la plataforma. John frunció el ceño. —¿No es demasiado menuda para cargar con sacos de pienso de ese tamaño? —preguntó. —Forma parte del trabajo —respondió el encargado a la defensiva—. Aseguró que podría hacerse cargo, y por eso la contraté. —Volveré —dijo John agarrando la caja de herramientas y mirando a la joven, que estaba luchando con un pesado saco. Luego salió del almacén con gesto contrariado. Se detuvo sin saber por qué. Volvió a mirar hacia el almacén y vio al encargado al lado de la plataforma de carga mirando cómo la joven cargaba los sacos de pienso. No era una mirada propia de un jefe a una empleada. John entornó los ojos. Iba a hacer algo al respecto. Uno de los vaqueros que había contratado y que, como la mayoría de ellos, había trabajado con anterioridad en el rancho, lo estaba esperando en la casa cuando llegó con la caja de herramientas. Se llamaba Chad Dean. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 7-95 —Vaya, está muy bien —aseguró el vaquero—. Tu jefe debe de ser muy rico. —Lo es —murmuró John—. Y también paga muy bien. Oye, ¿conoces a una joven llamada Sassy? Trabaja para Tarleton en el almacén. —Sí —respondió Dean tenso—.Él está casado, pero le tira los tejos a Sassy. Ella necesita el dinero. Su madre se está muriendo y, además, tiene que cuidar de la niña de seis años. No sé cómo diablos se las arregla con lo poco que gana. Y encima tiene que aguantar el acoso de Tarleton. Mi mujer le dijo que podía denunciarlo a la policía, pero Sassy dice que no puede permitirse perder el empleo. Este es un pueblo muy pequeño, y nadie la contrataría. Tarleton se encargaría de eso si se le ocurre dejar el trabajo. —¿Cuántos años tiene? —preguntó John tras pensárselo un instante. —Dieciocho o diecinueve, creo. Acaba de terminar el instituto. —Eso me pareció —John estaba desilusionado, no sabía por qué—. De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer por el momento con las vallas… En los dos días siguientes, John llamó a un detective privado que trabajaba para los Callister en asuntos de negocios y le pidió que investigara a Tarleton. No tardó mucho en recibir respuesta. El encargado del almacén se había visto obligado a dejar un trabajo en Billings por razones desconocidas, pero el detective averiguó que se había tratado de acoso sexual a una compañera. No lo acusaron formalmente. Se trasladó con su familia a Hollister y consiguió trabajo en el almacén como encargado. El dueño era un hombre llamado Jake McGuire. —Todos los que lo conocen dicen que es un tipo decente —le aseguró el detective por teléfono—. En otras palabras, no saben que Tarleton está acosando a la joven. —¿Crees que a McGuire podría interesarle vender su negocio? —preguntó John. —Está perdiendo dinero a espuertas en ese almacén. Creo que hasta pagaría por deshacerse de él. Tengo aquí su teléfono. John lo apuntó y a la mañana siguiente llamó a Empresas McGuire. Tras una larga conversación en la que puso al tanto al dueño del perfil de acosador de su encargado, se ofreció a comprarle el negocio y sacarlo a flote. McGuire no quería vender el negocio que su padre había puesto en marcha cuarenta años atrás, pero se comprometió a alquilárselo al saber que estaba tratando con los hermanos Callister, y se comprometió además a mantener en secreto la identidad de John. —¿Tiene en mente a alguien que pueda ocuparse del almacén cuando despida a Tarleton? —preguntó McGuire. —La verdad es que sí —respondió John—. Se trata de un ejecutivo retirado que se aburre. Tiene una mente privilegiada y es capaz de hacer dinero de la arena del desierto. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 8-95 Cuando John colgó el teléfono se sintió mejor por la joven. No esperaba que Tarleton dejara el trabajo por las buenas, pero confiaba en que bastaría con amenazarlo con destapar sus pecados del pasado. Luego telefoneó al arquitecto y le pidió que fuera al día siguiente al rancho para hablar de los planos del establo y la cuadra. Contrató a un electricista para que revisara la instalación de la casa, y también contrató a seis nuevos vaqueros y a un ingeniero. Luego se dirigió a Hollister para ver cómo iban las cosas en el almacén. Su detective había encontrado otros tres cargos de acoso contra Tarleton que no llegaron a convertirse en denuncias. En cuanto entró, supo que iba a haber problemas. El encargado le dirigió una mirada asesina a John. —¿Qué diablos le contó tu jefe al mío? —inquirió furioso acercándose a él—. Dice que va a alquilar la tienda pero que la única condición que le ha puesto es que yo no forme parte del trato. —No es problema mío —dijo John con los ojos brillantes—. Ha sido decisión de mi jefe. —¡No tenía derecho a despedirme! —Aseguró Tarleton rojo de ira—. ¡Voy a demandarlo! John se acercó más al otro hombre y se inclinó, enfatizando su ventaja respecto a la altura. —Como quieras. Mi jefe irá a hablar con el fiscal de Billings y le entregará la documentación de tu último acoso sexual. El rostro de Tarleton pasó del rojo al blanco en cuestión de segundos. —Sigue mi consejo —continuó John—. Lárgate de aquímientras puedas. Firma una carta de renuncia que incluye tu traslado a Billings y un sueldo entero. El encargado sopesó sus opciones. Finalmente miró a John con arrogancia. —Qué diablos —dijo con frialdad—. De todas formas, no me gusta vivir en este pueblo minúsculo. Se dio la vuelta y se marchó. Sassy contemplaba la escena con abierta curiosidad. John alzó una ceja, y ella se sonrojó y volvió rápidamente al trabajo. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 9-95 Capítulo 2 Sassy Peale se dijo que la intensa conversación que había mantenido el nuevo capataz del rancho Bradbury con su jefe no era asunto suyo. El capataz lo había dejado claro con aquel levantamiento de cejas y una mirada glacial. Pero Sassy estaba preocupada. No podía quedarse sin trabajo. Su madre y Selene, la niña de seis años que había adoptado su madre, dependían de ella. Se mordió una uña, aunque ya casi no le quedaban. Su madre, de sesenta y tres años, había tenido a Sassy muy tarde. Tuvieron un rancho hasta que su padre se encaprichó con la joven camarera de la cafetería del pueblo. Dejó a su familia y huyó con ella, llevándose consigo todos sus ahorros. Sin dinero para pagar las facturas, la madre de Sassy se vio obligada a vender el ganado y la mayor parte de la tierra y a despedir a los vaqueros. Uno de ellos, el padre de la pequeña Selene, se emborrachó presa de la desesperación y cayó al río mientras conducía el coche. Lo encontraron muerto al día siguiente. Había dejado a Selene completamente sola en el mundo. Sassy pensó que su vida era como un culebrón. Incluso había un malo, pensó mirando de reojo al señor Tarleton, que le hacía trabajar como una esclava y que siempre se rozaba «accidentalmente» con ella. Estaba harta de su acoso. Ella ni siquiera había tenido nunca novio. La escuela de aquel pueblecito sólo tenía un aula en el que estaban los niños de todas las edades y un solo profesor. De su edad sólo había dos chicos y tres chicas incluida ella y eran muy guapas, así que nadie le pidió salir nunca. Sassy nunca había sentido esas cosas que se decían en las novelas románticas. Nunca la habían besado. Su única experiencia sexual, si es que podía llamarse así, era el acoso al que la sometía el repulsivo aprendiz de Romeo que había detrás del mostrador. Sassy terminó de limpiar las estanterías y deseó que el destino le pusiera delante a un jefe guapo y soltero que la encontrara fascinante. Se habría conformado encantada con el nuevo capataz de Bradbury, pero no parecía que él encontrara nada atractivo en ella. De hecho, la ignoraba. —Te has dejado una esquina. Sassy se giró y se sonrojó mientras miraba sus ojos azules. —¿Có-cómo? John se rió. Las mujeres de su mundo eran sofisticadas e incluso pedantes. Aquella florecilla estaba tan poco afectada por el mundo moderno como el almacén en el que trabajaba. —He dicho que te has dejado una esquina por limpiar —se inclinó hacia delante—. Era una broma. —Oh —Sassy se rió con timidez y miró hacia la estantería—. Seguramente me habré dejado varias. No llego más alto y no hay escalera. La joven miró con angustia hacia su jefe, que los estaba observando. —Será mejor que vuelva al trabajo antes de que me despida. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 10-95 —No puede hacerlo. Ella parpadeó. —¿No puede? —En dos semanas vendrá un nuevo encargado a sustituirlo —aseguró John con voz pausada. A Sassy se le detuvo el corazón. —Oh, Dios mío… —No me digas que lo vas a echar de menos, porque no me lo creería —aseguró él con sequedad. Sassy se comió una uña que ya había prácticamente desaparecido. —No es eso. Es que tal vez el nuevo encargado no querrá que yo siga trabajando aquí. —Sí querrá —John apretó los labios—. El nuevo encargado trabaja para mi jefe, y mi jefe ha dicho que no se eche a ningún empleado. El rostro de Sassy se relajó un poco cuando volvió a mirar a Tarleton, que le lanzó una mirada furibunda. —Lo único que tienes que hacer es aguantar las dos próximas semanas —le dijo John—. Si tienes algún problema con él, del tipo que sea, puedes llamarme a la hora que sea. ¿Tienes papel y lápiz? Sassy sacó de detrás del mostrador un trozo de papel de estraza y un bolígrafo. John escribió el número y se lo pasó. —No le tengas miedo —añadió—. No te puedo decir más, pero ya tiene bastantes problemas como para buscarse más contigo. Tarleton observaba la escena desde lejos con ojos asesinos. Así que a ella le gustaba aquel vaquero entrometido, ¿verdad? Eso le ponía furioso. Estaba seguro de que el nuevo capataz del rancho Bradbury había hablado con alguien de él y le había pasado información a McGuire, el dueño del almacén. Iba a perder su trabajo por segunda vez en seis meses. Su esposa estaba harta de tanta mudanza y tal vez lo abandonara. El día que John Taggert entró en su almacén fue un mal día. Deseó que se cayera en un pozo y se ahogara. Lo deseó de verdad. Deslizó la mirada por la esbelta figura de Sassy. Lo excitaba mucho. No era de las que opondrían mucha resistencia, y ese Taggert no podía vigilarla día y noche. Tarleton sonrió para sus adentros con frialdad. Si iba a quedarse de todas maneras sin trabajo, no tenía mucho que perder. Así que podía sacar algo en claro de la experiencia. Algo dulce. Sassy regresó a casa muy cansada al final de la semana. Tarleton le había encargado más trabajo que nunca, sobre todo tareas físicas. Estaba furioso porque lo habían despedido y la miraba todavía más que antes, y de un modo que le hacía sentirse incomodísima. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 11-95 Su madre estaba tumbada en el sofá viendo la televisión cuando Sassy llegó a casa. La pequeña Selene estaba jugando con unos recortables. Sus ojos grises se iluminaron al ver a Sassy y corrió a darle un beso. —¿Cómo está mi niña? —preguntó Sassy abrazándola. —He estado jugando con las muñecas que me dio Pippa en el colegio —dijo la pequeña. Pippa era la hija de una de las profesoras, una niña encantadora que siempre compartía sus juguetes con Selene. No era ningún secreto que Sassy no tenía dinero para esas cosas. Sassy se acercó a darle un beso a su madre en la frente. —¿Has tenido un mal día? —la señora Peale le dio una palmadita en la mejilla. Sassy se limitó a sonreír. No quería preocupar a su madre con sus problemas. Ya tenía bastante con los suyos. —Los he tenido peores —aseguró—. ¿Preparamos panqueques con beicon para cenar? —Ya cenamos panqueques anoche —protestó Selene. —Lo sé, cariño —dijo Sassy inclinándose para besarla—. Pero no podemos permitirnos otra cosa. Si hubiera un empleo mejor pagado, te aseguro que intentaría conseguirlo. —A mí me habría gustado enviarte a la universidad, o al menos a la escuela de artes y oficios —dijo la señora Peale con tristeza—. Pero te hemos obligado a aterrizar en un trabajo sin futuro. —Estoy esperando a que en cualquier momento aparezca mi príncipe — aseguró Sassy adoptando una pose—. Vendrá montado en un caballo blanco con un enorme ramo de orquídeas y un reluciente anillo de boda. —Si hay alguna mujer que lo merece, ésa eres tú, cariño —dijo la señora Peale con voz suave. Sassy sonrió. —Cuando lo encuentre, te llevaremos a un hospital de lujo con camas llenas de controles para que puedas sentarte cómodamente cuando quieras. Y a Selene le compraremos los vestidos más bonitos del mundo. Y compraremos una televisión nueva en la que la gente no se vea verde —añadió señalando el color parpadeante de la vieja pantalla. Los sueños eran lo único que tenía. Miró a su familia y decidió que prefería mil veces tenerlas a ellas que ser millonaria. Pero un poco de dinero, pensó suspirando, no les vendría mal. Por desgracia, los príncipes azules sólo existían en los cuentosde hadas. El arquitecto tenía los planos de la cuadra principal preparados. John los aprobó y le dijo que se pusiera manos a la obra. Los camiones con el material comenzaron a Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 12-95 llegar en los días siguientes: madera, acero, arena, bloques de hormigón y demás equipamiento de construcción. Se requería su presencia en el rancho en las primeras fases de construcción. Se sentía un poco culpable por no haber ido a comprobar que Sassy no tuviera problemas con Tarleton, al que sólo le quedaban dos días en su puesto de trabajo. El nuevo encargado. Buck Mannheim, ya estaba en el pueblo. Le había alquilado una habitación a una viuda mientras se familiarizaba con el negocio. Buck le contó que Tarleton no le estaba facilitando las cosas. El hombre estaba resentido y obligaba a Sassy a hacer trabajos muy duros e innecesarios. —No entiendo cómo alguien puede tratar así a una niña tan encantadora — aseguró Buck. —No es una niña —respondió John. —Tiene diecinueve años —contestó el otro hombre con una sonrisa—. La edad de mi nieta. —Pero parece mayor—John se sentía incómodo. —Tiene muchas responsabilidades encima. Necesita ayuda. La niña que su madre adoptó va al colegio con ropa muy vieja. Sé que la mayor parte del dinero va a parar al material del colegio —Buck sacudió la cabeza—. Qué horror. El poco dinero que recibe su madre lo necesitan para las medicinas que debe tomar. John se sintió culpable por no haberse parado a mirar esa situación. No tenía planeado verse tan involucrado en los problemas de sus empleados, y Sassy ni siquiera lo era técnicamente. Pero al parecer no había nadie más en posición de ayudar. Decidió acercarse aquel mismo día al almacén. Nada más entrar se dio cuenta al instante de lo tranquilo que estaba. No había nadie atendiendo. John torció el gesto, preguntándose por qué no estaba Sassy en el mostrador. Escuchó unos ruidos extraños procedentes del cuarto de arreos. Se dirigió hacia allí hasta que escuchó un grito ahogado. Entonces corrió. La puerta estaba cerrada por dentro. John dio una patada fuerte con la bota directamente en el picaporte y la puerta casi se fue abajo al abrirse. Tarleton había acorralado a Sassy en un pasillo de sacos de pienso para ganado. La tenía bien sujeta y estaba tratando de besarla. Ella luchaba con todas sus fuerzas por apartar el cuerpo rechoncho del hombre. —Te vas a arrepentir, hijo de… —murmuró John mientras agarraba a hombre de las solapas y lo apartaba de Sassy, que trató de recuperar el aliento. Tenía la blusa destrozada y le dolían los hombros. Se pasó la mano por la boca para intentar borrar el repugnante sabor del encargado. —¿Estás bien? —le preguntó John. —Sí, gracias a ti —respondió ella con dificultad mirando al hombre que estaba detrás de él. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 13-95 John se giró hacia Tarleton, que estaba sonrojado porque lo habían pillado in fraganti. Reculó para alejarse del homicida que avanzaba hacia él con una expresión asesina. John lo agarró de la camisa, echó hacia atrás su gigantesco puño y lo mandó hacia el fondo del almacén de un puñetazo. Luego fue detrás de él con sus ojos azules brillando de ira. —¿Pero qué diablos…? —exclamó una voz asombrada desde la parte delantera de la tienda. Un hombre de traje contemplaba la escena con las cejas arqueadas. —¡Se… señor McGuire! —Exclamó Tarleton sentado en el suelo y sujetándose la barbilla—. ¡Me ha atacado! ¡Llame a la policía! John miró a McGuire con los ojos echando chispas. —Hay una joven de diecinueve años en el cuarto de arreos con la camisa rota. Los ojos grises de McGuire se llenaron de pronto de furia. Sacó el móvil y marcó un número. —Vengan inmediatamente —dijo—. Tarleton acaba de atacar a Sassy. Sí, eso es. No, no saldrá de aquí —colgó el teléfono—. Deberías haber regresado a Billings. Ahora vas a ir a la cárcel. —¡Ella me estaba provocando! —Protestó Tarleton—. ¡Es culpa suya! John miró a McGuire. —Y yo soy un elfo verde —murmuró dándose la vuelta para volver al cuarto de arreos. Sassy estaba llorando apoyada contra una silla de montar y tratando de abrocharse la destrozada camisa, por la que se le asomaba el gastado sujetador. Le daba vergüenza que John lo viera. Él se quito la camisa de algodón que llevaba puesta encima de la camiseta negra. Apartó las manos de Sassy de la blusa destrozada y se las puso en la camisa, que todavía conservaba el calor de su cuerpo. Se la abrochó hasta arriba. Luego le sujetó el rostro húmedo con sus grandes manos y se lo alzó. John dio un respingo; tenía una herida en su hermosa boquita, el cabello revuelto y los ojos hinchados y rojos. —Yo y mi maldita cuadra —murmuró—. Lo siento. —¿Por qué? —sollozó ella—. No es culpa tuya. —Lo es. Debí suponer que sucedería algo así. Sonó el timbre de la puerta y se escucharon unos pasos pesados sobre la madera. Hubo una conversación puntualizada por las protestas de Tarleton. Un hombre alto y delgado vestido de policía llamó a la puerta rota y entró. John se giró para que viera cómo estaba Sassy. El policía apretó los labios y sus ojos oscuros echaron fuego. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 14-95 —¿Te encuentras bien, Sassy? —le preguntó con voz grave. —Sí, jefe Graves —respondió ella con la voz rota—. ¡Me ha atacado! —exclamó mirando a Tarleton. Vino por detrás mientras yo estaba colocando la mercancía y me agarró. Me besó y me rompió la blusa —se le rompió la voz—. Trató de… de… No fue capaz de verbalizarlo. —No volverá a tocarte jamás, te lo prometo —aseguró Graves—. Necesito que vengas a mi oficina cuando te sientas un poco mejor para que pongas una denuncia. ¿Lo harás? —Sí, señor. El policía miró a John. —¿Le has pegado? —preguntó girando la cabeza hacia Tarleton, que seguía sentado en el suelo de la otra habitación. —Por supuesto que sí —respondió John desafiante. El jefe Graves miró a Sassy y se estremeció. Luego se dio la vuelta y se acercó a Tarleton. Lo agarró del brazo, obligándolo a ponerse de pie, y lo esposó mientras le leía sus derechos. —¡Suélteme! —Gritó Tarleton—. Regreso a Billings dentro de dos días. ¡Ella miente! No quería hacerle daño, sólo la he besado. ¡Me ha seducido! Y quiero que arresten a ese maldito vaquero. ¡Me ha pegado! Nadie le estaba prestando la más mínima atención. De hecho, parecía como si el jefe de policía quisiera golpear a Tarleton con sus propias manos. El aspirante a Romeo terminó callándose. —Después de esto, no volveré a contratar a nadie más mientras viva —le dijo McGuire al policía. —A veces las serpientes no parecen serpientes —le dijo Graves—. Todos cometemos errores. Vamos, señor Tarleton. Tenemos una celda nueva muy bonita en la que va a vivir hasta que se celebre el juicio. —¡Ella miente! —bramó Tarleton con el rostro enrojecido. Sassy salió del cuarto con John detrás. La traumática experiencia por la que había pasado resultaba tan evidente que los hombres de la sala torcieron el gesto nada más verla. —¿Le importa si le digo algo al encargado, jefe Graves? —preguntó Sassy con tono áspero. —En absoluto —respondió el policía. Sassy se acercó a Tarleton. Los ojos verdes le brillaban de furia. Echó hacia atrás la mano y le dio un bofetón en la boca lo más fuerte que pudo. Luego se giró sobre los talones, se acercó al mostrador, agarró el saco de semillas de maíz que había dejado cuando comenzó el forcejeo y se dispuso a trabajar. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 15-95 Los tres hombres miraron hacia Tarleton con idéntica expresión reflejada en sus rostros. —Conseguiré un buen abogado —aseguró el encargado desafiante. —Lo necesitarás—replicó John con tal carga amenazante que el hombre dio un paso atrás. Graves se llevó a Tarleton. John se giró hacia McGuire, que tenía las manos en los bolsillos del traje y una expresión desolada. —Nunca conseguiré compensarla por esto —dijo con pesadumbre. —Tal vez podría decirle que va a recomendar que le suban el sueldo —replicó John. —Es lo menos que puedo hacer —reconoció el otro hombre. John asintió y miró hacia donde Sassy estaba trabajando. —Tiene que verla un médico. —El doctor Bates tiene una clínica al lado de la oficina de correos —aseguró McGuire—. Él la examinará. Ha sido el médico de su familia desde que Sassy era una niña. —La voy a llevar ahora mismo. Sassy alzó la vista cuando John se acercó. Tenía un aspecto terrible, pero ya no lloraba. —¿Va a despedirme el señor McGuire? —le preguntó a John. —¿Por qué? ¿Por haber estado a punto de ser violada? —exclamó él—. Por supuesto que no. De hecho, ha mencionado que te va a subir el sueldo. Pero ahora mismo lo que quiere es que vayas a ver al médico para que te haga un reconocimiento. —Estoy bien —protestó ella—. Y tengo mucho trabajo. No quiero ver al doctor Bates. —Está decidido. Y no creo que te guste cómo manejo yo los motines. Sassy se puso en jarras. —¿Ah, sí? ¿Y cómo los manejas? John sonrió. Antes de que ella pudiera decir una palabra más, la agarró en brazos con delicadeza y salió por la puerta de entrada con ella. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 16-95 Capítulo 3 —¡No puedes hacer esto! —protestó Sassy mientras cruzaba la calle con ella en brazos para alborozo de un cliente madrugador que había delante de la tienda de comestibles. —No querías ir por tu propio pie —aseguró John. Bajó la vista para mirarla y sonrió—. Eres muy guapa, ¿lo sabes? Ella dejó de protestar. —¿Có-cómo? —Guapa —repitió John—. Y, además, tienes agallas. Ojalá hubieras cerrado el puño cuando golpeaste a Tarleton. Ese tipo debería permanecer encerrado de por vida. Sassy se le colgó del cuello con sus manitas. —No lo vi venir —aseguró todavía conmocionada—. Me empujó al cuarto de arreos y cerró la puerta. Creí que nunca podría escapar. Luché con todas mis fuerzas… —Sassy tragó saliva—. Los hombres son muy fuertes, incluso los que son fofos como él. Pero tú me salvaste. John se miró en sus grandes ojos verdes. —Sí. Yo te salvé. —Es curioso —murmuró ella con una sonrisa débil—. Justo antes le estaba contando a Selene, la niña que adoptó mi madre, que un príncipe azul vendría algún día a rescatarme. Y tú tienes aire de príncipe —aseguró observando su hermoso rostro. John alzó las cejas. —Soy demasiado alto. Los príncipes suelen ser bajitos y rechonchos. —En las películas no. —Pero yo digo en la vida real. —Apuesto a que no conoces ni a un solo príncipe. Se habría llevado una sorpresa. John y su hermano se habían codeado con cabezas coronadas de Europa en muchas ocasiones. Pero no iba a admitirlo, por supuesto. —Puede que tengas razón —se limitó a decir. Se inclinó para abrir la puerta con una mano. Entró en la sala de espera del médico con Sassy todavía en brazos y se acercó a la recepcionista que estaba detrás del panel de cristal. —Es una emergencia —dijo en voz baja—. Ha sido víctima de un ataque. —¿Sassy? —Exclamó la recepcionista, que había sido compañera de clase de Sassy—. Pasad por aquí, iré a buscar al doctor Bates. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 17-95 El médico era un anciano malhumorado, pero tenía buen corazón. Le pidió a John que esperara fuera mientras examinaba a la paciente. John se quedó en el pasillo y, poco tiempo después, se abrió la puerta y el médico le hizo un gesto para que entrara. —A excepción del lógico estrés emocional y unos cuantos cardenales, no está herida —aseguró el médico girándose hacia Sassy, que estaba pálida y callada—. Voy a inyectarte un calmante. Quiero que te vayas a casa y pases el resto del día tumbada —alzó una mano al ver que ella iba a protestar—. Selene está en el colegio y tu madre se las arreglará. Mientras el médico le daba instrucciones a la enfermera. John se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y miró a Sassy. La admiraba por su coraje, y también la encontraba muy guapa, aunque ella no parecía darse cuenta. El único obstáculo real era su edad. John torció el gesto al darse cuenta de que era demasiado joven para él. Una lástima. Llevaba toda su vida buscando una mujer que le cayera bien y además la deseara. Entornó los ojos mientras observaba la figura menuda de Sassy. Tenía un cuerpo muy sensual. Le encantaban los senos menudos y coquetos que se adivinaban bajo la camisa de algodón. Pensó en lo doloridos que estarían por culpa de los dedos de Tarleton y le entraron ganas de volver a golpear al hombre. Sabía que Sassy era virgen. Tarleton le había robado sus primeros momentos de intimidad, los había ensuciado. Sassy observó su expresión y se sintió incómoda. ¿Estaría pensando que era responsable del ataque? Se estremeció y bajó los ojos avergonzada. El médico regresó con una jeringuilla, le subió la manga, le mojó el antebrazo con una bola de algodón y le inyectó. Sassy ni siquiera se movió. Luego se bajó la manga. —Vete a casa antes de que haga efecto o te quedarás dormida en el camino — bromeó el médico antes de mirar a John—. ¿Usted podría…? —Por supuesto —aseguró él sonriendo a Sassy, que dejó entonces a un lado sus miedos respecto a su actitud—. Vamos, te llevaré a casa. Sassy iba sentada a su lado en la cabina de la camioneta, fascinada con los detalles de alta tecnología. —Esto es increíble —comentó pasando la mano por el salpicadero de cuero—. Nunca había visto una camioneta con tantos botones. Parece una nave espacial. John podría haberle dicho que su recién adquirido Jaguar estaba más en esa línea, con cámaras traseras, asientos calientes y un motor espectacular. Pero se suponía que él no podía permitirse esos lujos, así que cerró la boca. —Es una camioneta de rango medio —aseguró—. Pero lo cierto es que nuestros jefes no reparan en gastos en lo que a equipamiento de trabajo se refiere. Y eso incluye al almacén de piensos. Ella lo miró con sus ojos verdes, que cada vez se iban volviendo más somnolientos. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 18-95 —¿Va a haber otro encargado además del señor Mannheim? —preguntó. —Sí. Tú —añadió mirándola con cariño—. Y eso incluye una subida de sueldo, por supuesto. Sassy contuvo la respiración. —¿Estás hablando en serio? —Por supuesto. —Vaya —murmuró ella pensando ya en las cosas que se necesitaban en la casa y en la ropa nueva de Selene—. No me lo puedo creer. —Ten cuidado, no te caigas del asiento —dijo John frunciendo el ceño. —Creo que el calmante me está haciendo efecto —murmuró Sassy con una risa breve incorporándose mientras se tocaba distraídamente los senos—. Y también los moratones. Ese tipo fue muy bruto. El rostro de John se endureció. —Ojalá hubiera llegado antes al almacén —murmuró apretando los dientes. —En cualquier caso, me salvaste —replicó ella sonriendo—. Eres mi héroe. —No, señora. Sólo soy un vaquero currante. —El trabajo duro y honrado no tiene nada de malo —aseguró Sassy—. Yo no me fijaría en ningún hombre rico y sofisticado que tuviera una legión de mujeres alrededor. Me gustan los vaqueros. Aquellas palabras lo hirieron. Estaba viviendo una mentira, y no debería haber empezado así con Sassy. Ella era una buena persona. No volvería a confiar en él si se daba cuenta de que la estaba engañando. Debería decirle quién era realmente. La miró. Estaba dormida. Tenía la cabeza apoyada contra el cristal y la respiración acompasada. Bueno, ya habría otro momento, pensó. Sassy ya había tenido suficientes sustos porun día. John detuvo el coche en la entrada de su casa, rodeó la camioneta y la sacó en brazos. Se detuvo al pie de los escalones y observó su rostro dormido. La estrechó contra su pecho. Le encantó sentir su peso liviano y su dulce rostro apoyado contra el bolsillo de la camisa. Subió con facilidad las escaleras, llamó a la puerta y la abrió. Su madre, la señora Peale, estaba sentada en una silla en bata viendo las noticias. Soltó un grito al ver a su hija. —¿Qué le ha pasado? —exclamó intentando levantarse, pero tuvo que quedarse sentada. —Se encuentra bien —dijo John enseguida—. El médico la ha sedado. La dejaré en algún sitio y se lo explico. —Sí, en su habitación… Por aquí —la señora Peale se puso de pie jadeando por el esfuerzo. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 19-95 —Señora Peale, señáleme el camino y siéntese —le pidió John—. No se canse. El amable rostro de la señora se iluminó con una sonrisa. —Es usted un joven muy amable. Su dormitorio está en la primera puerta a la izquierda. John llevó a Sassy a la pequeña habitación casi vacía y retiró la desgastada colcha azul que cubría una de las dos camas. Todo era viejo, pero estaba limpísimo. John levantó la cabeza de Sassy y la colocó sobre la almohada, le quitó las botas y la cubrió con la colcha, subiéndosela hasta la cintura. La joven respiraba con regularidad. John deslizó la mirada desde su revuelto y ondulado cabello oscuro hasta el leve movimiento de sus firmes senos bajo la camisa que él le había prestado, y luego siguió bajando por la estrecha cintura y las caderas hasta llegar a las largas piernas. Era muy atractiva. Pero había algo más que atracción física. Era como una cálida chimenea en un día frío. John sonrió ante aquel pensamiento, dirigió una última mirada a aquel rostro dormido y hermoso, salió y cerró la puerta tras él. La señora Peale lo estaba esperando muy preocupada. —¿Qué le ha ocurrido? —preguntó sin más preámbulo. John se sentó en el sofá, al lado de su silla. —Ha tenido un día duro. —¡Ese Tarleton! —exclamó la mujer furiosa—. Ha sido él, ¿verdad? —Sí —reconoció John—. Pero, ¿cómo puede usted saber…? —Ha estado rondándola desde que el señor McGuire lo contrató —dijo ella con voz ronca. Se detuvo un instante para tomar aliento. Sus ojos verdes, muy parecidos a los de Sassy, brillaban con furia—. Un día llegó llorando a casa diciendo que él la había tocado de un modo inapropiado, y que no había podido impedírselo. A él le resultaba divertido. El rostro de John, habitualmente plácido, se iba cubriendo de ira mientras escuchaba. La señora Peale se dio cuenta, como también era consciente del cariño con el que había llevado a su hija a casa. —Disculpe mi rudeza, pero, ¿quién es usted? —le preguntó con dulzura. —Lo siento —se disculpó él sonriendo—. Soy John… Taggert —añadió—. Mi jefe ha comprado el viejo rancho de Bradbury y yo soy su capataz. —Ese lugar —la mujer parecía asombrada—. Supongo que sabrá que está hechizado… —¿Cómo dice? —preguntó John alzando las cejas. —Todo empezó cuando Hart Bradbury se casó con su prima segunda, la señorita Blanche Henley. El padre de ella se oponía a esa boda, pero Blanche se fugó con Hart y se casó con él. Su padre juró que se vengaría. Un día, poco después de eso, Hart llegó a casa tras un largo día de trabajo y al parecer encontró a Blanche en brazos de otro hombre. La echó de casa y la obligó a volver con su padre. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 20-95 —No me lo diga —la interrumpió John con una sonrisa—. Su padre le había tendido una trampa. —Exactamente. Con uno de sus hombres. Blanche estaba destrozada. Se sentaba en su habitación a llorar. No cocinaba ni hacía nada en la casa, y dejó de salir. Su padre estaba sorprendido, creía que regresaría a sus antiguas responsabilidades. Pero se vio atrapado sin ninguna ayuda en la casa y con una hija que lo avergonzaba delante de sus amistades. Le dijo que volviera con su marido si es que él la aceptaba. »Y eso fue lo que hizo. Pero Hart la recibió en la puerta y le dijo que no volvería a vivir jamás con ella. Lo había engañado con otro hombre, o eso pensaba él. Blanche se rindió. Se dirigió directamente al porche y de allí cruzó al puente que hay al lado de la vieja cuadra y se tiró desde arriba. Hart escuchó su grito y corrió tras ella, pero Blanche se golpeó en la cabeza al caer y la corriente arrastró su cuerpo hasta la orilla. Hart supo entonces que era inocente. Mandó aviso a su padre para decirle que su hija había muerto. Su padre llegó corriendo a casa de Hart, que lo esperaba con una escopeta de doble cañón. Le disparó una vez al viejo y se reservó el otro tiro para él. Esto ocurrió hace casi noventa años, pero nadie lo ha olvidado. —Sin embargo, lo llaman el rancho Bradbury, ¿verdad? —preguntó John desconcertado. La señora Peale sonrió. —Hart tenía tres hermanos. Uno de ellos se quedó con la propiedad. Ese era el tío abuelo del Bradbury que le vendió el rancho a usted. —Menuda tragedia —murmuró John—. Menos mal que no soy supersticioso. —¿Cómo es que ha traído a mi hija hasta aquí? —quiso saber ella. —Entré en el cuarto de arreos a tiempo para salvarla de Tarleton —respondió con sencillez—. No quería ir al médico, así que tuve que llevarla en brazos por la calle. —Sassy es muy obstinada —aseguró su madre riéndose débilmente. —Ya me he dado cuenta —respondió él con una sonrisa—. Pero también tiene agallas. El médico dice que sólo tiene unos moretones y se pondrá bien. Aunque, por supuesto, está el trauma del ataque. —A eso nos enfrentaremos si es necesario —la anciana se mordió el labio inferior—. ¿Sabe usted lo que me pasa? —preguntó de golpe. —Sí —contestó John. —Sassy no tiene a nadie —continuó la señora Peale con gesto sombrío—. Mi marido nos abandonó cuando ella todavía iba al colegio. Me quedé con Selene cuando su padre murió mientras trabajaba para nosotras, justo después de que el padre de Sassy se fuera. No tenemos más familia. Cuando yo me haya ido —añadió con tristeza—, no tendrá a nadie en el mundo. —Estará bien —la tranquilizó John—. Vamos a ascenderla a ayudante del encargado del almacén. Eso supondrá un aumento de sueldo. Y, si alguna vez necesita ayuda, la tendrá. Lo prometo. La señora Peale inclinó la cabeza como un pajarillo para mirarlo. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 21-95 —Tiene usted un rostro sincero —dijo tras unos instantes—. Gracias, señor Taggert. —Su hija es un verdadero encanto —aseguró él sonriendo. —Un encanto y con muy poco mundo —aseguró su madre—. Este es un buen lugar para criar a los niños, pero no les da una ida del mundo moderno. En ciertos sentidos es como un bebé. —Estará bien —insistió John—. Tal vez Sassy sea ingenua, pero es una mujer fuerte. Si hubiera visto la bofetada que le propinó a Tarleton… —¿Lo pegó? —Exclamó su madre con asombro—. Vaya. Gracias por traérmela a casa. —¿Tiene teléfono? —preguntó de pronto John. Ella vaciló. —Sí, por supuesto. John se preguntó por qué habría vacilado. —Si necesita cualquier cosa, lo que sea, puede llamarme —sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo y apuntó el número del rancho antes de pasárselo a la señora Peale. —Es muy amable por su parte. —De donde yo vengo, la gente se ayuda. Para eso están los vecinos. —¿Y de dónde viene usted, señor Taggert? —preguntó ella con curiosidad. —Los Callister para lo que yo trabajo viven en Medicine Ridge. —¡Esa familia! —la señora Peale contuvo la respiración—. Dios mío, todo el mundo sabe quiénes son. De hecho, aquí en el pueblo hay un hombre que trabajó con ellos. John contuvo el aliento. —Pero se mudó hace más o menos un año —añadió sin darse cuenta de que John volvía a respirar—. Decía que eran los mejoresjefes del mundo, y que si su esposa no hubiera insistido en que quería estar cerca de su madre, no se habría marchado. ¿Sus padres todavía viven? —preguntó alzando la vista para mirarlo. John sonrió. —Sí. No los conozco muy bien todavía, pero estamos empezando a sentirnos cómodos los unos con los otros. —¿No los conocía? —Así es. Pero eso ya ha cambiado. ¿Puedo hacer algo más por usted antes de irme? —No, muchas gracias. —Entonces, me marcho. Dígale a Sassy que mañana no tiene por qué venir a menos que quiera hacerlo. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 22-95 —Querrá —aseguró la señora Peale con firmeza—. A pesar de ese hombre horrible, le gusta mucho su trabajo. —A mí también el mío —le dijo John guiñándole un ojo—. Buenas noches. —Buenas noches, señor Taggert. John regresó al rancho completamente sumido en sus pensamientos. Ojalá pudiera asegurarse de que Tarleton no saliera de la cárcel en mucho tiempo. Todavía estaba preocupado. Era un hombre vengativo. El trabajo del rancho iba muy deprisa. La estructura de la cuadra ya estaba levantada, y la fontanería y el cableado estaban ya iniciados. La cuadrilla había empezado con la reforma de la casa. La prioridad de John era un dormitorio. Estaba cansado de dormir en un saco de dormir en el suelo. Aquella noche telefoneó a Gil. —¿Cómo van las cosas por ahí? —le preguntó. Gil se rió. —Bess trajo anoche una serpiente a casa y la sacó durante la cena. —Apuesto a que Kasie no salió corriendo —murmuró John. —Kasie le levantó la cabeza al bicho y dijo que era la serpiente más bonita que había visto en su vida. —Tu esposa es una maravilla —aseguró John. —Y ya puedes pararte ahí —dijo Gil—. Es mi esposa. Que no se te olvide. John soltó una carcajada. —¡No puedes seguir estando celoso! Aunque le llevara camiones cargados de flores y diamantes, ella te escogería a ti —señaló—. Ahora soy sólo su cuñado. —De acuerdo —dijo Gil tras unos instantes—. ¿Cómo van las reformas? —Lentas —John suspiró—. Sigo durmiendo en un saco en el suelo. Ah, por cierto, he alquilado un almacén de piensos. —¿Puedo preguntar por qué? —quiso saber Gil. —El encargado trató de agredir sexualmente a una joven que trabaja allí. Ya está en la cárcel, pero la madre de la chica se está muriendo de cáncer —explicó John con pesadumbre—. También hay una niña de seis años que adoptaron cuando su padre murió. Sassy es la única que lleva dinero a casa. Pensé que, si la ascendía a ayudante del encargado, podría pagar sus facturas y comprarle ropa nueva a la niña. —Sassy, ¿eh? ¿Y qué opina que el gran jefe se preocupe tanto por ella? John se sonrojó al escuchar el tonito. —Bueno, ella no sabe que soy el gran jefe —respondió. —¿Cómo? —¿Por qué debería saber quién soy? —preguntó John incómodo. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 23-95 —Si empiezas con mentiras te meterás en problemas —lo reprendió Gil. —No estoy mintiendo. Sólo reservo la verdad para más adelante. Me gusta que, para variar, la gente me aprecie por lo que soy. Es agradable ser algo más que una chequera andante. —De acuerdo, es tu vida —Gil se aclaró la garganta—. Confiemos en que tu decisión no se vuelva contra ti. —Eso no sucederá —aseguró John con seguridad—. Quiero decir, tampoco tengo pensado quedarme aquí para siempre. Cuando regrese a Medicine Ridge, esto ya no importará. Gil cambió de tema, pero John se pregunto si no habría algo de verdad en lo que su hermano mayor le estaba diciendo. Confiaba en que no fuera así. No podía tener nada de malo intentar llevar una vida normal por una vez. Después de todo, se dijo, ¿qué mal podía hacer? Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 24-95 Capítulo 4 Sassy se quedó con el puesto de ayudante del encargado del almacén de piensos. Buck bromeaba con ella y le hacía sentirse tan a gusto como si estuviera en casa. Durante la segunda semana de trabajo, pidió permiso para llevar a Selene con ella los sábados por la mañana. Su madre había tenido un par de días malos, explicó, y no tenía fuerzas para cuidar de Selene. A Buck le pareció bien. Pero cuando John entró en el almacén y vio a la niña, no le gustó. —Este es un lugar peligroso para una cría —le dijo a Sassy con cariño—. Si se cae una brida de la pared, por ejemplo, podría hacerle daño. —No había pensado en ello —Sassy se quedó mirándolo. —Y luego están los pesticidas —añadió John—. Si se abre uno de los sacos con los que juega, le puede entrar en los ojos y en la boca. No me importa que esté aquí, pero búscale algo que hacer en el mostrador. Que no ande por aquí, ¿vale? —Sabes mucho de niños —aseguró Sassy inclinando la cabeza hacia un lado. —Tengo sobrinas de la edad de Selene —le contó John mientras veía cómo Selene se subía a una silla para alcanzar el mostrador—. Echo de menos tener una familia —añadió en voz baja—. Nunca encontré el momento de relajarme y pensar en algo permanente. —¿Por qué no? —preguntó Sassy con curiosidad. Los claros ojos de John buscaron los suyos. —Por la presión del trabajo, supongo —respondió con vaguedad—. Quería dejar mi marca en el mundo. La ambición y la vida familiar no casan muy bien. —Ya lo entiendo —dijo Sassy sonriéndole—. Querías ser algo más que un vaquero. —Algo así —mintió John alzando las cejas. La marca a la que se refería era la de crear con su hermano un ganado purasangre que se conociera en todo el mundo. Los Callister se habían ganado esa reputación, pero John había tenido que sacrificarse pasándose la vida de una feria de ganado a otra, llevando consigo los mejores ejemplares del rancho. Cuantos más premios ganaran sus toros, más dinero podían pedir por su progenie. —Ahora eres capataz —continuó Sassy—. ¿Puedes llegar más alto? —Claro —respondió él sonriendo—. Hay varios capataces, y por encima de ellos está el encargado del rancho. Hay capataces que se ocupan de la producción de grano y, otros, de la inseminación de las vacas. —Oh —Sassy parecía incómoda. —Es parte del protocolo del rancho —continuó John con una sonrisa—. Ya no se hace como antes, de manera natural. Tenemos que asegurarnos la descendencia. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 25-95 Sassy sonrió a su vez con timidez. —Gracias por no explicarlo con crudeza —le dijo—. El mes pasado vino un ranchero que quería unos pañales para su perra, que estaba en celo —se sonrojó un tanto—. Le pareció divertido que me incomodara su manera de hablar de ello. John la miró a los ojos. —Sassy, no tienes por qué aguantar que ningún hombre te hable de un modo que te avergüence. Si un cliente utiliza un lenguaje rudo, ve a ver a Buck. Si no lo encuentras, llámame. —Nunca pensé que… Quiero decir, eso parecía formar parte del trabajo — aseguró—. El señor Tarleton era peor que los clientes. Solía intentar averiguar la talla de mi… de mi…—Sassy apartó la mirada—. Ya sabes. —Por desgracia, sí —respondió él con sequedad. Sassy se rascó un codo y alzó la vista para mirarlo como si fuera un gatito curioso. —Iba a dejar el trabajo —recordó con una risa nerviosa—. Incluso había hablado con mamá de ello. Pensé incluso que si tenía que ir y volver todos los días a Billings, lo haría. Eso fue antes de que la gasolina subiera más de cuatro dólares el litro —concluyó con una mueca. —Eso me recuerda que ahora vamos a añadir un plus para gasolina a la nómina —dijo John con una sonrisa. —¡Qué amable por vuestra parte! —Por supuesto. Yo soy muy amable —John frunció los labios—. Esa es una de mis grandes cualidades. Aparte de ser un gran conversador y un excelente jugador de póquer. Observó la reacción de Sassy, que no parecía haberlo captado. —¿He mencionado que además los perros me adoran?Entonces ella se río con timidez. —Estás bromeando, ¿verdad? —Lo intento. Sassy sonrió. Eso hizo que sus ojos verdes y su rostro se iluminaran. —Debes de tener muchas responsabilidades, teniendo en cuenta todo el trabajo que están haciendo en tu rancho —aseguró ella—. Seguro que no tienes tiempo para nada. John no tenía mucho tiempo libre, pero no podía decirle a ella por qué. De hecho, el tiempo que llevaba en Hollister, aunque fuera trabajando, era como unas vacaciones, teniendo en cuenta la carga que llevaba encima cuando estaba en casa. —Bueno, un hombre debe tener aspiraciones para resultar interesante — aseguró mirándola—. ¿Cuáles son tus metas profesionales? Ella parpadeó mientras pensaba. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 26-95 —No tengo ninguna en realidad. Lo que deseo es cuidar de mamá todo lo que pueda, criar a Selene, asegurarme de que tiene una buena educación y ahorrar para enviarla a la universidad. John frunció el ceño. Las metas de Sassy incluían ayudar a los demás, no avanzar ella. Él no había pensando nunca en el bienestar de alguien que no fuera el suyo. Y Sassy era demasiado joven para ser tan generosa, aunque fuera de pensamiento. Joven. Tenía diecinueve años. John frunció todavía más el ceño mientras observaba aquel rostro aniñado. La encontraba muy atractiva. Tenía un gran corazón, una bonita sonrisa, bella figura y un gran sentido común. Pero su edad lo golpeaba en las entrañas cada vez que pensaba en Sassy como parte de su vida. No se atrevía a tener una relación con ella. —¿Qué ocurre? —preguntó Sassy, que había percibido algo extraño. John cambió el peso de un pie a otro. —Estaba pensando en una cosa —le dijo mirando a Selene—. Tienes demasiadas responsabilidades para una chica de tu edad. —¡Como si no lo supiera! —Sassy se rió suavemente. John entornó los ojos. —Supongo que eso dificulta tu vida social. Con los hombres, me refiero — añadió odiándose a sí mismo por tener aquella curiosidad. Ella se rió otra vez. —En el pueblo sólo hay un par de hombres que no tengan esposa o novia, y huyen de mí. Uno de ellos vino directamente a decirme que yo llevaba demasiado equipaje siquiera para una cita. —¿Y tú qué respondiste? —preguntó John alzando las cejas. —Que quería a mi madre y a Selene, y que cualquier hombre que estuviera interesado en mí tendría que aceptarlas también a ellas. Eso no le gustó —añadió parpadeando—. Así que decidí que sería como el llanero solitario. —¿Enmascarada y misteriosa? —bromeó John. —¡No! —Se rió Sassy—. Me refiero a que me quedaría sola. Bueno, con mi familia —miró hacia Selene, que estaba sacando en silencio los paquetes de semillas de una caja que acababa de llegar. Los ojos de Sassy se enternecieron—. Es muy inteligente. Tiene paciencia y es muy tranquila, nunca monta una rabieta. Creo que podría llegar a ser científica. Tiene una personalidad introspectiva y es muy cuidadosa con lo que hace. —Piensa antes de actuar—tradujo John. —Exactamente. Yo tengo tendencia a precipitarme sin pensar en las consecuencias —añadió Sassy riéndose—. Selene no. Ella es más analítica. —Ser impulsivo no es algo necesariamente malo —remarcó John. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 27-95 —Puede serlo —insistió Sassy—. Pero estoy trabajando en ello. Tal vez dentro de unos años aprenda a mirar antes de saltar. ¿Cómo van las cosas en el rancho Bradbury? —preguntó alzando la vista para mirarlo. —Ya tenemos levantada la estructura de la cuadra —respondió—. También han venido los fontaneros y los electricistas. —Sólo tenemos un par de ellos aquí en el pueblo —señaló Sassy—. Y normalmente están muy ocupados. —Tuvimos que traer personal de Billings —dijo John—. Hay mucho trabajo. Al mismo tiempo está la reforma de la casa y la construcción del establo. Hay que levantar la valla, comprar equipamiento agrícola… Es una tarea monumental. —Tu jefe debe de ser muy rico si puede permitirse todo eso en estos momentos de crisis —comentó Sassy. —Lo es —confesó John—. Pero el rancho será autosuficiente cuando hayamos terminado. Vamos a utilizar paneles solares y molinos de viento para conseguir energía. En aquel momento apareció Selene corriendo con una libreta y un lápiz. —Disculpe —le dijo educadamente a John antes de girarse hacia su hermana—. Al teléfono hay un hombre que quiere hacer un pedido. —Iré ahora mismo a tomar nota. Selene, éste es John Taggert. Es capataz de un rancho. Selene alzó la vista para mirarlo y sonrió. Le faltaba un diente delantero, pero era muy mona. —Cuando sea mayor voy a ser piloto de combate —afirmó la niña. —¿Ah, sí? —preguntó John alzando las cejas. —Sí. Vino una señora a ver a mamá, es enfermera. Su hija es piloto de combate y vuela en aviones muy grandes. —El mundo ha cambiado mucho —aseguró Sassy riéndose. —Así es. John apoyó una rodilla en el suelo delante de Selene para poder mirarla a los ojos. —¿Y qué clase de avión te gustaría pilotar? —preguntó sin tomársela demasiado en serio. La niña le puso una mano en el hombro. Tenía los ojos azules muy abiertos y muy decididos. —Me gustan los F-22 —aseguró con convicción—. ¿Sabías que pueden sostenerse en el aire sin moverse? John estaba fascinado. No estaba seguro de saber siquiera de qué clase de avión militar se trataba. —No —confesó—. No lo sabía. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 28-95 —Vi un programa de televisión que explicaba cómo los construyen. Y también salieron en una película sobre unos robots que llegaban a nuestro planeta y fingían ser coches. Creo que los F-22 son preciosos —concluyó con expresión soñadora. —Confío en que llegues a pilotar uno de ellos —le dijo. La niña sonrió. —Primero tengo que hacerme mayor —aseguró—. ¡Sassy! —Exclamó entonces conteniendo el aliento—. ¡Ese hombre sigue al teléfono! —Ya voy, ya voy —respondió su hermana con una mueca. —¿Volverás por aquí a vernos? —preguntó Selene cuando John se puso de pie. —Creo que sí. —¡Muy bien! —Selene sonrió y corrió detrás del mostrador, donde Sassy estaba al teléfono. John fue en busca de Buck. Sin duda, el mundo había cambiado mucho. Tarleton fue llevado ante el juez bajo la acusación de acoso sexual. Se declaró inocente. El juez declaró libertad bajo fianza de cinco mil dólares. El acusado y su abogado protestaron. Tarleton no tenía tanto dinero, así que tendría que esperar el juicio en la cárcel. La idea no le resultaba en absoluto agradable. Sassy se enteró de lo sucedido y se sintió culpable. A pesar de todos sus fallos, Tarleton tenía una esposa cuyo único error había sido sin duda escoger mal a su marido. Le parecía injusto que tuviera que sufrir igual que el acusado. Así se lo dijo a John cuando este apareció por el almacén a finales de la siguiente semana. —¿Preferirías que lo hubieran dejado libre para que fuera detrás de otra joven con resultados tal vez más trágicos? —le preguntó él. Sassy se sonrojó. —No, por supuesto que no. John alzó la mano y le acarició la mejilla con la yema de los dedos. —Tienes un gran corazón, Sassy —dijo con voz profunda y dulce—. Mucha gente podría utilizar tu compasión en tu contra. Ella lo miró con curiosidad, estremeciéndose ante el leve contacto de sus dedos sobre la piel. —Supongo que habrá gente así —reconoció—. Pero la mayoría es buena y no quiere herir a los demás. Él se rió con frialdad. —¿Eso crees? La expresión de John daba a entender cosas que ella supo leer fácilmente. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 29-95 —Alguien te ha hecho daño —adivinó manteniéndole la mirada—. Una mujer. Fue hace mucho tiempo. Nunca hablas de ello. Te lo guardas dentro y lo utilizas para mantener al mundoa una distancia prudencial. John torció el gesto. —No me conoces —dijo a la defensiva. —No debería —reconoció ella—. Pero te conozco. —No me lo digas —murmuró él con sarcasmo—. Sabes leer la mente. Sassy negó con la cabeza. —Sé leer las arrugas. —¿Cómo dices? —Las líneas de expresión de tu ceño son más profundas que las de la sonrisa — le dijo sin querer confesarle que en su familia eran clarividentes para no asustarlo—. La tuya es una sonrisa social. La dejas en la puerta cuando regresas a casa. John entornó los ojos y no dijo nada. Sassy era increíblemente perceptiva para ser tan joven. Ella dejó escapar un suspiro. —Vamos, dilo. Dime que me ocupe de mis propios asuntos. Lo intento, pero me molesta ver que la gente es desgraciada. —Yo no soy desgraciado —aseguró él con ímpetu—. Soy muy feliz. —Si tú lo dices… John le lanzó una mirada llena de ira. —El hecho de que una mujer me haya engañado no significa que sea material de desecho. —¿Cómo te engañó? No había hablado de ello en años, ni siquiera con Gil. Por un lado no le gustaba que aquella jovencita, una desconocida, metiera las narices en su vida. Y, por otro, tenía ganas de hablar de ello, de impedir que aquella herida se hiciera más grande en su interior. —Se convirtió en mi prometida mientras vivía con otro hombre en Colorado. Sassy no dijo nada. Se limitó a mirarlo como un gato curioso, esperando. —Estaba tan enamorado de ella que no sospeché nada. Ella se iba algunos fines de semana con una amiga y yo me quedaba viendo películas o trabajando en casa. Un fin de semana que no tenía nada que hacer me acerqué a Red Lodge, donde ella dijo que se estaba alojando en un motel con su amiga para practicar la pesca con mosca —John suspiró—. Red Lodge no es muy grande y vive del turismo. Al final resultó que su amiga era un amigo millonario y que compartían habitación. No olvidaré su cara de asombro cuando bajaron las escaleras y me encontró sentado en el recibidor. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 30-95 —¿Qué te dijo? —preguntó Sassy. —Absolutamente nada. Se mordió el labio y fingió no conocer al otro hombre. Él estaba furioso y yo me sentía como un estúpido. Volví a casa. Ella me llamó y trató de hablar conmigo, pero yo me negué. Hay cosas que no necesitan explicación. No añadió que, además, había contratado un detective privado para averiguar todo lo posible sobre aquella mujer. No era la primera vez que mantenía una red de ricos admiradores. Desde el principio fue por el dinero de John. Él no tenía tanto dinero como el millonario con el que había ido a pescar, así que se había estado trabajando al millonario mientras dejaba a John hirviendo a fuego lento en el quemador de atrás. Al final los había perdido a los dos, como se merecía. Pero la experiencia había hecho que John desconfiara de todas las mujeres. Seguía pensando que sólo lo querían por su dinero. —¿El otro hombre era rico? —preguntó Sassy. —Asquerosamente rico —respondió él apretando los labios. Ella le rozó la parle delantera de la camisa con un gesto tímido y vacilante. —Lo siento —le dijo—. Pero en cierto modo tienes suerte de no ser rico — añadió. —¿Y eso? —Bueno, no tendrás nunca que preocuparte de que las mujeres te busquen por tu dinero —aseguró con inocencia. —No hay mucho que buscar —dijo John con aire ausente. Estaba concentrado en el modo en que lo estaba rozando. Ella no parecía ser siquiera consciente, pero su cuerpo temblaba por el placer que le estaba proporcionando. —Estás de broma, ¿verdad? —le preguntó riéndose—. Eres muy guapo. Defiendes a la gente débil. Te gustan los niños. Y los perros te adoran —añadió traviesa recordando la broma que le había hecho—. Y, además, deben de gustarte los animales, porque trabajas con ganado. Mientras hablaba, Sassy había puesto la otra mano sobre su pecho y le acariciaba con indolencia el ancho torso. El cuerpo de John estaba comenzando a responder a sus caricias de un modo profundo. Sus ojos azules brillaron con un deseo contenido. Entonces le agarró las manos con brusquedad y se las apartó. —No hagas eso —le pidió con sequedad sin pensar en cómo iba a afectarla eso a ella. Pero corría el peligro de perder el control. Deseaba estrecharla entre sus brazos, apretarla contra sí y besar aquella boquita hasta hacerla gemir bajo sus labios. Ella se apartó, avergonzada de su propia osadía. —Lo siento —murmuró sonrojándose—. Lo siento mucho. No estoy acostumbrada a tratar con hombres. Quiero decir, que nunca había hecho algo así… lo siento. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 31-95 Sassy se dio la vuelta y salió corriendo de regreso al mostrador. Una vez allí, descolgó el teléfono para llamar a un cliente y avisarle de que había llegado su pedido. Así John pensaría que estaba ocupada. Él maldijo entre dientes. No había sido su intención hacer que se sintiera como una descarada con su comentario, pero lo cierto era que le estaba llegando al corazón. La deseaba. Era cálida y compasiva y tenía un cuerpo menudo y excitante. John tenía que salir de allí. Se dio la vuelta y se marchó del almacén. Debería haberse disculpado por ser tan brusco, pero sabía que nunca conseguiría explicarse sin contarle la verdad. No podía hacerlo. Sassy era demasiado joven para él. Tenía que marcharse una temporada del pueblo. Dejó a Cari Baker, antiguo capataz de Bradbury, al cargo del rancho mientras él iba a pasar el fin de semana en Medicine Ridge. Su hermano mayor, Gil, lo recibió en la puerta con un cálido abrazo. —Entra —dijo con una sonrisa—. Te hemos echado de menos. —¡Tío John! Bess y Jenny, las hijas del anterior matrimonio de Gil, corrieron por el vestíbulo para darle un beso. —¡Oh, tío John, cuánto te hemos echado de menos! —exclamó Bess, la mayor, colgándosele del cuello. —Sí, es verdad —la secundó Jenny besándole la mejilla. —¿Nos has traído un regalo? —preguntó Bess. John sonrió. —¿No lo hago siempre? Mirad en la bolsa que hay al lado de mi maleta. Las niñas corrieron hacia la bolsa, encontraron los regalos envueltos y los destrozaron literalmente para abrirlos. Eran dos animales de peluche con un código de barras que permitía a los niños entrar en una página Web en la que podían vestir a sus mascotas y vivir aventuras con ellos. —¡Mascotas virtuales! —exclamó Bess abrazando su labrador negro. Jenny tenía un collie. Lo estrechó contra sí. —¡Las hemos visto en televisión! —¿Podemos utilizar el ordenador, papá? —Suplicó Bess—. Por favor… —¿Utilizar el ordenador? —Preguntó Kasie, la mujer de Gil, con una sonrisa—. ¿En qué andáis ahora, niñas? —añadió deteniéndose para abrazar a John antes de apoyarse con cariño contra su marido. —¡Es una mascota virtual, Kasie! —exclamó Bess enseñándole la suya—. Nos las ha traído el tío John. —¡Yo tengo un collie, como Lassie! —Necesitamos el ordenador —insistió Bess. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 32-95 —Entonces, lo encenderé —dijo Kasie—. Venid conmigo, niñas. ¿Vas a quedarte un tiempo? —le preguntó a John. —El fin de semana —respondió John sonriendo a las niñas—. Necesitaba un respiro. —Era de esperar —aseguró Gil—. Te has echado una buena encima. ¿Seguro que no quieres más ayuda? —Me está yendo bien. Sólo ha surgido una pequeña complicación. Kasie llevó a las niñas al despacho de Gil, donde estaba el ordenador. Cuando ya no podían oírlos, Gil se giró hacia su hermano. —¿Qué clase de complicación? —le preguntó a John. —Una chica. Los claros ojos de Gil brillaron. —Ya era hora. John negó con la cabeza. —No lo entiendes. Tiene diecinueve años. Gil se limitó a sonreír. —Kasie tenía veintiuno recién cumplidos, y yo no soy mucho mayor que tú. La edad no tiene nada que ver. John sintió como si lehubieran quitado un peso de encima. —No tiene mundo. Gil se rió. —Mejor todavía. Ven a tomar un café y un trozo de tarta y cuéntamelo todo. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 33-95 Capítulo 5 Sassy compuso un rostro alegre durante el resto del día, fingiendo con toda su alma que el hecho de que John Taggert la hubiera rechazado no le importaba en absoluto. Y sin embargo, le resultaba desolador. Era tímida con la mayoría de los hombres, pero John le había hecho salir de su caparazón, haciéndola sentirse femenina. Por eso se había acercado demasiado a él, como si no pudiera esperar para que la rodeara con sus brazos y la besara. Se sonrojaba al recordar su comportamiento. Nunca había sido tan directa con nadie. Por supuesto, sabía que no era bonita ni deseable. Además, John era mucho mayor que ella, y seguramente le gustaban las mujeres bellas y sofisticadas que sabían cómo comportarse. Tal vez no fuera el jefe del rancho, pero llevaba un buen coche y seguramente ganaba un buen sueldo. Además, era muy guapo y encantador. La había salvado de Bill Tarleton y le había conseguido un aumento de sueldo y un ascenso. Seguramente se habría llevado el susto de su vida cuando se acercó a él como si tuviera algún derecho. Seguía avergonzada cuando salió aquella tarde del almacén. —¿Te ocurre algo, Sassy? —le preguntó Buck Mannheim mientras cerraban. Ella lo miró y forzó una sonrisa. —No, señor, nada en absoluto. Ha sido un día largo. —Se trata de Tarleton, ¿verdad? —le preguntó él—. Estás preocupada por tener que declarar. Sassy se alegró de tener una excusa para parecer tan apesadumbrada. —Supongo que me agobia un poco —confesó. Buck suspiró. —Sassy, es una desgracia que haya hombres como él en el mundo. Pero si no testificas, se saldrá con la suya. La razón por la que has tenido problemas con él es porque otra pobre chica no se atrevió a enfrentarse a Tarleton delante de un jurado. Ella lo dejó pasar. Si lo hubieran condenado por acoso sexual, seguramente ahora estaría en la cárcel. Y eso habría impedido que te atacara a ti. Sassy estaba de acuerdo. —Supongo que eso es cierto. Es sólo que… hay hombres que creen que una mujer los está provocando por el mero hecho de mirarlos. —Lo sé. Pero ése no es el caso. John testificará y contará lo que vio. Estará allí para apoyarte. Pero eso no hacía que se sintiera mejor, porque probablemente John pensaría ahora que ella acosaba a los hombres, teniendo en cuenta el modo en que la había rechazado. Pero no podía contarle eso al señor Mannheim. —Ahora vete a casa, cena bien y deja de preocuparte —le dijo él con una sonrisa—. Todo saldrá bien. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 34-95 Sassy dejó escapar un suspiro y sonrió. —Me recuerda usted a mi abuelo. Él siempre me decía que todo iba a salir bien si sabíamos esperar. Era la persona más paciente que he conocido. —Yo no soy paciente —Buck se rió—. Pero estoy de acuerdo con tu abuelo. El tiempo lo cura todo. —Ojalá —murmuró ella—. Buenas noches, señor Mannheim. Hasta mañana. Sassy se metió en la vieja furgoneta que su abuelo le había dejado en herencia y condujo hasta su casa. Aparcó al lado de la vieja y desvencijada casa y la observó durante un instante antes de subir al porche. Necesitaba muchas reformas. El tejado tenía goteras, faltaba un tablón en el porche, los escalones estaban empezando a hundirse y al menos había dos ventanas rotas. Recordó lo que John había dicho sobre las mejoras que estaban haciendo en el rancho Bradbury, que no estaba tan mal como su casa. Le angustiaba pensar qué iba a hacer cuando llegara el invierno. El último invierno había conseguido llenar a duras penas un tercio del tanque de propano que proporcionaba calefacción a la casa. Había dos calefactores pequeños en ambos dormitorios y una estufa en el salón. Tenían que racionarlo cuidadosamente, así que durante los meses más fríos utilizaban mantas y trataban de ahorrar. Al parecer, aquel año el precio del combustible iba a subir el doble. Sassy no quería pensar en los obstáculos que la esperaban, sobre todo el empeoramiento de la salud de su madre. Si el médico le prescribía más medicinas, en nada de tiempo estarían hasta el cuello. Pero decidió que tenía que dejar de pensar en esas cosas. La gente era más importante que el dinero. El problema era que ella suponía la única fuente de ingresos. Ahora iba a verse envuelta en un proceso judicial y era posible que el jefe de John se enterara y no quisiera que una persona con tantos escándalos trabajara en su almacén. Y peor todavía, John podría contarle lo lanzada que había sido aquel día con él. Sassy no podía olvidarse de lo enfadado que estaba cuando se marchó de allí. Justo cuando empezaba a subir los escalones, los cielos se abrieron y comenzó a llover a cántaros. No había tiempo que perder. En el techo había tres grandes agujeros. Uno estaba justo encima de la televisión, que era la única fuente de entretenimiento de su madre. El aparato tenía casi veinte años y el color no era bueno, pero había sobrevivido desde que Sassy era un bebé. —¡Hola! —saludó al entrar. —¡Está lloviendo, cariño! —gritó su madre desde el dormitorio. —¡Lo sé, estoy en ello! Sassy se precipitó a buscar el barreño de plástico que había debajo del fregadero y corrió hacia el salón justo a tiempo de impedir que las gotas cayeran sobre el aparato. Era demasiado grande y pesado para que pudiera moverlo ella sola. Su madre no podía levantar ningún peso, y Selene era muy pequeña. Lo único que podía hacer Sassy era protegerla. Dejó el barreño encima y exhaló un suspiro de alivio. Diana Palmer – El secreto de John Escaneado por Kenya y corregido por Angie (Dulceelaine) Nº Paginas 35-95 —¡No te olvides de la gotera de la cocina! —volvió a gritar la señora Peale. Tenía la voz muy ronca. Sassy se estremeció. Parecía como si sufriera de bronquitis, y se preguntó cómo iba a convencerla para que se metiera en la furgoneta si se ponía peor y tenía que llevarla al pueblo a ver al doctor Bates. Tal vez el médico pudiera ir a visitarla a casa. Era un buen hombre y sabía lo obstinada que era su madre. Sassy terminó de proteger la casa con todo tipo de barreños y ollas. El sonido de las gotas en el metal y el plástico creaba un ritmo alegre. Luego asomó la cabeza en el dormitorio de su madre. —¿Has tenido un mal día? —le preguntó con dulzura. Su madre, que estaba muy pálida, asintió. —Me duele cuando toso. Sassy se sintió todavía peor. —Llamaré al doctor Bates. —¡No! —su madre se detuvo y volvió a toser—. Tengo antibióticos, Sassy, y ya he utilizado hoy la máquina de oxígeno —aseguró con suavidad—. Sólo necesito un poco de jarabe para la tos. Está en la encimera de la cocina. La señora Peale sonrió con esfuerzo. —Intenta no preocuparte mucho, cariño —le pidió—. La vida es así. No podemos hacer nada. Sassy se mordió el labio inferior y asintió mientras se le llenaban los ojos de lágrimas. —Vamos, vamos —la señora Peale extendió sus delicados brazos. Sassy corrió a la cama a refugiarse en ellos con cuidado de no aplastar el frágil pecho de su madre. La joven lloró y lloró. —No voy a morirme todavía —le prometió la señora Peale—. Antes tengo que ver cómo Selene termina el instituto. Era una broma fija que tenían entre ellas desde hacía tiempo. Normalmente se reían las dos, pero Sassy no tenía ganas en ese momento. Su vida se complicaba a cada hora que pasaba. —Hoy hemos tenido visita —dijo su madre—. Adivina quién ha venido. Sassy se secó las lágrimas y tomó asiento, sonriendo a través de las lágrimas. —¿Quién? —¿Te acuerdas de Caleb, el hijo de Brad Danner? Te gustaba cuando tenías quince años. La memoria de Sassy dibujó un vago retrato de un muchacho alto, delgado, con los ojos y el cabello oscuro que nunca se
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